por mí. Es por ti —reconozco a regañadientes—.
¿Quién te
cuida a ti?
—Yo soy lo bastante mayor y lo bastante
feo para cuidarme solo. —Sonríe indulgente—. Ven.
Levantate. Hay algo que quiero que hagamos antes de volver a casa.
—Me sonríe con una sonrisa amplia de niño grande que dice
«sí, es verdad que solo tengo veintiocho» y me da un azote. Doy un respingo,
sorprendida, y de repente me doy cuenta de que hoy volvemos a Seattle y me invade la melancolía. No
quiero irme. Me ha encantado estar con él las veinticuatro horas todos
los días y todavía no estoy preparada para compartirlo con sus
empresas y su familia. Hemos tenido una luna de miel
perfecta, con algún que otro altibajo, tengo que admitir, pero eso es
normal en una pareja recién casada, ¿no? Pero
Christian no puede contener su entusiasmo infantil y, a pesar de mis oscuros
pensamientos, acaba contagiandome. Cuando se levanta con agilidad
de la cama le sigo intrigada. ¿Qué
tendra en mente?
Christian me ata la llave a la muñeca.
—¿Quieres que conduzca yo? —Sí. —Christian me
sonríe—. ¿Te la he apretado demasiado?
—No, esta bien. ¿Por eso llevas chaleco
salvavidas? —pregunto arqueando una ceja. —Sí. No
puedo evitar reírme. —Veo que tiene mucha confianza en mis
habilidades como
conductora, señor Grey. —La misma de siempre, señora Grey.
—Vale, no me des lecciones. Christian levanta las manos en un gesto defensivo, pero esta sonriendo. —No
meatrevería. —Sí, sí te
atreverías y sí lo haces. Y aquí no
podemos aparcar y ponernos a discutir en la acera. —Cuanta
razón tiene, señora Grey. ¿Nos vamos a quedar aquí
todo el día hablando de tu capacidad de conducción o nos vamos a
divertir un rato? —Cuanta razón
tiene, señor Grey. Cojo el manillar de la moto de agua
y me subo. Christian sube detras de mí y empuja con la
pierna para alejarnos del yate.
Taylor y dos de los
tripulantes nos miran divertidos. Mientras avanzamos flotando, Christian me
rodea con los brazos y aprieta sus muslos contra los
míos. Sí, eso es lo que a mí me gusta de este medio de transporte… Meto la
llave en el contacto y pulso el botón de encendido. El motor
cobra vida con un rugido. —¿Preparado?
—le grito a Christian por encima del ruido. —Todo lo que
puedo estar —dice con la boca cerca de mi oído. Aprieto el
acelerador con suavidad y la moto se aleja del Fair Lady
demasiado tranquilamente para mi gusto. Christian me abraza
mas fuerte. Acelero un poco mas y
salimos disparados hacia delante. Me quedo sorprendida y
encantada de que no nos quedemos parados al poco tiempo.
—¡Uau! —grita Christian desde detras de mí y la
euforia en su voz es evidente. Pasamos a toda velocidad junto
al yate en dirección a mar abierto. Estamos
anclados frente a Saint-Laurent-du-Var y Niza. El aeropuerto de Niza
Costa Azul se ve en la distancia y parece construido en medio del Mediterraneo. He oído
elruido de los aviones al aterrizar desde que llegamos anoche. Y ahora
quiero echar un vistazo mas de cerca. Vamos a
toda velocidad hacia allí, saltando sobre las olas.
Me encanta y estoy emocionada por que Christian me haya
dejado conducir. Todas las preocupaciones que he
sentido los últimos dos días desaparecen mientras surcamos el
agua hacia el aeropuerto. —La próxima vez que hagamos esto,
tendremos dos motos de agua —me grita Christian. Sonrío
al pensar en hacer una carrera con él; suena emocionante.
Mientras cruzamos el fresco mar azul en dirección a lo que parece el
final de una pista de aterrizaje, el estruendo de un
jet que pasa justo por encima de nuestras cabezas preparandose para
aterrizar me sobresalta. Suena tan alto que me entra el
panico y giro bruscamente a la vez que aprieto el acelerador pensando
que es el freno. —¡Ana! —grita Christian, pero es
demasiado tarde. Salgo volando por encima de la moto con los brazos
y las piernas sacudiéndose en el aire, arrastrando a Christian conmigo y
aterrizando con una salpicadura espectacular. Entro en el mar cristalino
gritando y trago una buena cantidad de agua del
Mediterraneo. El agua esta fría a esta distancia de la
costa, pero salgo de nuevo a la superficie en un
segundo gracias al chaleco salvavidas. Tosiendo y escupiendo me quito
el agua salada de los ojos y busco a Christian a mi alrededor. Ya esta nadando hacia mí. La moto de agua flotainofensiva
a unos metros de nosotros con el motor en silencio. —¿Estas
bien? —Sus ojos estan llenos de panico cuando llega hasta
mí. —Sí —digo con la voz quebrada por la euforia. ¿Ves, Christian? Esto es lo peor que te puede pasar con una moto de agua. Me acerca a su cuerpo
para abrazarme y después me coge la cabeza entre las manos para examinar
mi cara de cerca—. ¿Ves?
No ha sido para tanto —le digo sonriendo en el agua. Por
fin él también me sonríe, claramente aliviado.
—No, supongo que no. Pero estoy mojado —gruñe en un tono juguetón. —Yo también estoy
mojada. —A mí me gustas mojada —afirma con una mirada
lujuriosa. —¡Christian! —le regaño tratando de fingir
justa indignación. Él sonríe, guapísimo, y
después se acerca y me da un beso apasionado. Cuando se aparta, estoy sin aliento. —Vamos. Volvamos. Ahora tenemos que ducharnos.
Esta vez conduzco yo.
Haraganeamos en la sala de espera de primera clase de British
Airways en el aeropuerto de Heathrow a las afueras de Londres, esperando el
vuelo de conexión que nos llevara de vuelta a Seattle. Christian esta
enfrascado en el Financial Times. Yo saco su
camara porque me apetece hacerle unas cuantas fotos. Esta tan
sexy con su camisa de lino blanca de marca, los
vaqueros y las gafas de aviador colgando de la abertura de la camisa… El
flash de la camara le sorprende. Parpadea un
par de veces y me sonríe con su sonrisa tímida.
—¿Qué tal esta,
señora Grey?