Periodista, médico, abogado, bibliotecario y escritor nacido en la ciudad de
Quito el 21 de febrero de 1747, hijo de un indio nativo de Cajamarca, Perú,
llamado Luis de la Cruz y Espejo -hombre austero pero no pobre- y de una mulata
libre, quiteña, llamada Catalina Aldaz.
La formación de Espejo transcurrió entre la influencia del 'probabilismo' jesuítico, de los
libros hipocráticos y del
jansenismo. Fue lector asiduo de Las provinciales, de Blaise Pascal;
del Teatro crítico universal, de fray Benito Jerónimo de Feijóo;
de La lógica moderna y los libros hipocráticos de Andrés Piquer, y
del Método de estudiar del célebre Luís António Verney, más conocido
como 'el Barbadiño
Hombre de amplia cultura y profundos conocimientos, «Eugenio Espejo legó
al Ecuador una obra inmensa, cuyos beneficios abarcan varios aspectos:
literario, educativo, científico, político, social, etc. En aspecto literario,
Espejo es uno de los más grandes exponentes de las letras ecuatorianas, cuyos
elogiosos comentarios se extienden tanto por su cantidad como por su calidad y
variedad» (Humberto Oña Villarreal Fechas
Históricas y Hombres Notables del Ecuador, p. 398).
Obras de Eugenio Espejo
ï‚· Nuevo Luciano de Quito (1779)
ï‚· Marco Porcio Catón o Memorias para la impugnación del
nuevo Luciano de Quito (1780)
ï‚· Carta al Padre la Graña sobre indulgencias (1780)
ï‚· Sermón de San Pedro (1780)
ï‚· La CienciaBlancardina (1781)
ï‚· El Retrato de Golilla (1781)
ï‚· Cartas teológicas (Atribuidas, 1780-1792)
ï‚· Reflexiones acerca de un método para preservar a los pueblos de las
viruelas (1785) versión en línea (Español)
ï‚· Cartas riobambenses (1787)
ï‚· Defensa de los curas de Riobamba (1787)
ï‚· Discurso sobre la necesidad de establecer una sociedad patriótica con el
nombre de ”Escuela de la Concordia” (1789)
ï‚· Memorias sobre el corte de quinas (1792)
ï‚· Voto de un ministro togado de la Audiencia de Quito (1792) versión en línea
(Español)
ï‚· Diario Primicias de la cultura de Quito 1792
Tenía 32 años de edad cuando en 1779 publicó su primer trabajo: “El Nuevo
Luciano”, La variada y extensa obra de Espejo cubre escritos de tipo
científico, literario y político. En 1779, con la intención de fomentar la
lectura entre sus contemporáneos, escribió con el seudónimo de don Javier de
Cía, Apéstigui y Perochena la obra El nuevo Luciano de Quito o despertador
de los ingenios quiteños. El libro consta de nueve diálogos, a través de los
cuales se hace un mordaz enjuiciamiento del estado cultural de Quito,
examinando los métodos de enseñanza y censurando la limitación del pensamiento;
según Menéndez y Pelayo, es la obra crítica más antigua de América del Sur. Su
difusión produjo gran revuelo y una andanada de ataques fue contra su autor,
pero no faltaron los aplausos aun de elementos eclesiásticos.
Otra obra importante constituyó Marco PoncioCantón o Memorias para la
impugnación del
nuevo Luciano de Quito y “La Ciencia Blancardina” (1780)
firmada esta última bajo el seudónimo de Moisés Blancardo. Fue a través de
estas dos importantes obras que Espejo empezó a manifestar sus ideas y
aspiraciones de libertad; libertad en cuanto a rebelarse contra las opresiones
a las que estaba sometido el pueblo por parte de las leyes y autoridades que
gobernaban la Audiencia, pero no en cuanto a independizarse de España
En 1785, el Cabildo de Quito, conocedor de la excelencia profesional de Espejo,
le encargó la redacción de un método preventivo de la viruela. El resultado de
este pedido lo demuestra su obra Reflexiones acerca de un método para
preservar a los pueblos de las viruelas, considerada como un aporte valioso a
la literatura científica sobre las condiciones higiénicas y sanitarias de la América
colonial, publicado en 1785, que afirmó definitivamente su prestigio como
médico y constituye una de las mayores contribuciones que se hicieran en
aquella época para resolver uno de los más graves problemas sanitarios que
entonces sufrían los pueblos de América y España. “Reflexiones” fue sin duda un
momento decisivo en la carrera del
reformador quiteño
“En este libro, el quiteño ilustrado desbordó al
médico -por profundo y visionario que haya sido- y se presentó como político. Situó el problema patológico,
al que por encargo debía atender, en amplios contextos sociales y le buscó
unasolución global, de orden político” (Hernán Rodríguez Castelo Eugenio Espejo – Primicias de la Cultura de Quito, p.
105).
La publicación de esta obra le traería como consecuencia la enemistad de los
frailes Betlemitas del Hospital de la Caridad, quienes considerando a Espejo un
rival en cuanto a conocimientos, harían cualquier cosa con tal de
desacreditarlo.
Ya para entonces, se había manifestado como
súbdito fidelísimo del monarca español -Carlos
III- y decidido panegirista del
espíritu borbónico.
En 1786 demostró sus conocimientos jurídicos con la aparición de “Defensa
de los Curas de Riobamba”, expulsados de los territorios de la Audiencia en
1767. Espejo había asumido la defensa de los curas, pero en muchos pasajes de
su libro se lo sorprende haciendo una defensa y exaltación de los indígenas,
que se siente salida de un fondo profundo y
entrañable. Al fin y al cabo, su padre, su amado y venerado padre, había sido
un indio Hernán Rodríguez Castelo.- Eugenio Espejo – Primicias de
la Cultura de Quito, p. 116).
Posteriormente publicó “Discurso a los Quiteños”, donde hace un
elogio a las bellezas de Quito y su gente, y, como educador, “Carta a
los Maestros”.
Poco tiempo después de los levantamientos de Tupac-Amaru y Catari en el Perú
-los cuales ignoraba absolutamente-, se lo imputó de haber
sido el autor de “El Retrato de Golilla”, por medio del cual se atacó abiertamente al rey Carlos
III y a sus ministros.
El retrato de la Golilla,auténtica sátira en contra del rey Carlos III y de su ministro colonial de las Indias, José
Gálvez. Ante la insistencia del
marqués de Selva Alegre, coterráneo suyo que se interesó en sus proyectos,
redactó y publicó en Bogotá su famoso Discurso sobre el establecimiento en
Quito de una
sociedad patriótica (1789).
Acusado de ser el autor de este manuscrito, en 1787 fue perseguido y
enjuiciado, presentándose para el caso acusaciones débiles y sin fundamento que
fueron fácilmente rebatidas por el acusado; pero el objetivo de sus acusadores
era desterrarlo por considerarlo un peligro político y social para la
Audiencia, por lo que incluso se llego al extremo de presentar testigos falsos
para sostener las acusaciones.
Entre quienes lo acusaron -a más de miembros del clero, médicos y literatos
ofendidos- se encontraban sus detractores el Dr. Ignacio Barreto, don José
Vallejo, don Juan de Larrea y Villavicencio, y don Javier Dávalos, quienes
habían sido cruel y duramente zaheridos por Espejo en su “Defensa de los Curas
de Riobamba” y en sus punzantes “Cartas Riobambenses”.
Ese mismo año -luego de recuperar su libertad tras declarar no haber sido el
autor de “El Retrato de Golilla”-, para evitar mayores persecuciones y
vejaciones, buscó refugio en Nueva Granada, radicándose en Bogotá donde entabló
se relacionó con Antonio Nariño, Francisco Zea y otros intelectuales tanto
criollos como extranjeros.
Se ha sugerido que una obra de Espejo, Cartasriobambenses (1787),
puede ser un antecedente de la novela en el Ecuador. El
texto, construido a base de cartas que Manuela Monteverde envía a sus
protectores y defensores, retrata a una mujer que se rebela ante las formas de
la existencia provinciana; para llevar adelante su cometido de
'liberación' debe pensar en el matrimonio y buscar un hombre al que
pueda manejar a su antojo, a fin de que la saque del hastío y la lleve a la
capital. Cuando cree haber hallado al candidato ideal,
Manuela (conocida como
'la Madamita' por su afición a lo francés y a lo europeo) traba relación
con un hombre llamado Vargas, lleno de buenos modales y vestido a la última
moda francesa.
Junto a Vargas, y según el canon cultural de provincia, Manuela pierde la
compostura y muestra una conducta escandalosa: ambos se exhiben con absoluta
liberalidad en los galopes por el altiplano, en las excursiones a las haciendas o en los bailes de las posadas, y Manuela
llega a beber licor en público. Las cartas muestran la amarga queja de la
protagonista frente a las murmuraciones de la gente y la soledad a la que se ve condenada por la actitud
de las autoridades y los habitantes del
pueblo. El relato es también una defensa de los valores
femeninos en una sociedad que hostiga y desconoce los derechos y las libertades
de la mujer.
El Presidente de la Real Audiencia de Quito -don Juan José de Villaluenga-
considerando que la presencia de Espejo era peligrosa y subversiva,ordenó que
fuera arrestado y trasladado desde Riobamba a Quito encadenado, como si fuera
un reo de Estado al que se iba a ejecutar.
Fue entonces que escribió su célebre “Discurso dirigido a la muy ilustre y
muy leal ciudad de Quito, representada por su ilustrísimo Cabildo, Justicia y
Regimiento, y a todos los señores socios provistos a la erección de una
Sociedad Patriótica, sobre la necesidad de establecerla luego con el título de
“Escuela de la Concordia”.
Esta Sociedad “Escuela de la Concordia”, según Espejo, “renovará efectivamente
la paz de toda la tierra, y hará florecer los matrimonios, y la población, la
economía, y la abundancia, los conocimientos y la libertad, las ciencias, y la
religión, el honor, y la paz, la obediencia a las leyes, y la subordinación
fidelísima a Carlos IV” (5)
Espejo conocía muy bien cual era la situación cultural de Quito, y por eso,
para despertarlos del letargo en que los quiteños se adormecían, en su
“Discurso” les dice: “Estamos destituidos de educación. Sería adulación, vil lisonja, llamar a los quiteños ilustrados,
sabios, ricos y felices. No lo sois: hablemos con el idioma de la
escritura santa; vivimos en la más grosera ignorancia y la miseria más
deplorable”.
Este “Discurso”, publicado por primera vez en Bogotá en el año 1789, marcó la
ruta que seguirían los quiteños para reunirse el 30 de noviembre de 1791 -en el
salón del Colegio de la Compañía de Jesús- y ante la presencia del Presidente
dela Real Audiencia de Quito, Cap. Luis Antonio Muñoz de Guzmán; el
Obispo de la ciudad, José Pérez Calama; los oidores de la Audiencia, letrados,
artistas y las personalidades más distinguidas de la sociedad quiteña, establecer
la célebre “Sociedad Patriótica de Amigos del País, o «Escuela de la
Concordia», creada a inspiración suya por el Conde de Casa Jijón, con el
propósito de atender la educación, las ciencias, las artes, la agricultura, el
comercio, la economía y la política.
Fue entonces que, bajo los auspicios de dicha sociedad, el 5 de enero de 1792
publicó el primer número del periódico «Primicias de la Cultura de Quito»,
por medio de la cual dio a conocer importantes problemas sociales y culturales
de la colonia. “Primicias” no fue ni revolucionario ni subversivo y solo
buscaba el mejoramiento de Quito
en lo intelectual y la reactivación de su espíritu adormilado y resignado a lo
peor
“Primicias de la Cultura de Quito” no tuvo eco en la ciudadanía quiteña
que lo acogió con frialdad -casi con rechazo- propiciando inclusive una absurda
persecución que se extendió a su autor, por lo que sólo logró hacer siete
publicaciones, cuya última edición apareció el jueves 29 de marzo de
1792.
Para 1792 escribió dos obras de carácter técnico. Memorias sobre
el corte de quinasaludía a la necesidad de la conservación y buen uso del
árbol de chinchona. La obra titulada Voto de un ministro togado de la
Audiencia de Quito, en cambio, sededica al análisis económico del país a
finales del siglo XVIII.
A Espejo también se le atribuyen las Cartas
Teológicas. La primera carta, escrita en 1780 en nombre del padre La Graña,
trata sobre la historia de las indulgencias dentro de la Iglesia católica, y la
segunda, de 1792, sobre la inmaculada concepción de María; en ellas el autor
pone de manifiesto el dominio de temas referentes a la religión católica. Tras
la fundación de la Sociedad Patriótica en Quito, en 1792, surgió la publicación
del periódico quiteño 'Primicias de la Cultura de Quito', dirigido
por Espejo, medio por el cual se difundieron en la ciudad las ideas de
libertad, el incentivo a la educación, la igualdad de derechos y los principios
característicos de los pensadores del siglo XVIII.
La producción literaria de Espejo buscó solucionar los problemas sociales,
políticos y económicos de su época, pero a través de una transformación de las
costumbres y de un cambio en el discurso oficial
(fundamentalmente eclesiástico) sobre nuevas bases en la comunicación.
Eugenio Espejo fue ciertamente un hombre de la
Ilustración. Asimiló las ideas que los pensadores modernos
echaban a circular desde Europa. Poseía una
biblioteca apreciable. Se entusiasmaba con los nuevos libros. Y congregaba en su hogar pobre y solitario a los jóvenes de Quito, para explicar y
comentar la doctrina de aquellos. Se lo consideraba un
verdadero filósofo (tal se desprende de las palabras de JoséMejía, una de las
personalidades más cabales dentro de la oratoria en lengua castellana, y en
cierto modo discípulo de Espejo). Pero en su espíritu hallaban
lugar no únicamente las ideas de su tiempo, sino también las de los clásicos.
Estos ejercían sobre él mucho sugestión. Los citaba a cada paso. Y hasta prefirió
la estructura de los diálogos a la manera de Luciano para exponer sus propias
enseñanzas. Por eso se llamó a sí mismo 'el nuevo Luciano de
Quito', o 'despertador de los ingenios', que es precisamente el
título de la primera obra que escribió. El propósito que entonces alentó y que
persistió a lo largo de su carrera, fue el de hacer una crítica sin
contemporizaciones al estado intelectual de la Colonia, cabe decir que fue
tambien presidente de la casa de la cultura del ecuador.
El caso de Espejo es de los más únicos de nuestra América: por su ancestro, por
su condición social, por sus estudios, por su labor de investigación
científica, por su labor en el periodismo. Por su crítica de
la educación pública y de las instituciones españolas. Por su docencia
estética, por su nítida comprensión de la realidad americana, por su empeño
revolucionario, mantenido con el sacrificio de la propia vida, y llevado hasta
los países vecinos con ánimo ejemplar, Espejo fue 'una de las figuras más
descollantes de la Ilustración', y sus libros 'la mejor exposición de
la cultura colonial del siglo XVIII'.