Los cambios económicos también promovieron cambios en la sociedad.El mundo de
los campesinos y terratenientes aristócratas, de los artesanos cualificados,
criados y pequeños comerciantes no desaparecerá de un
plumazo de toda Europa (por ejemplo, la servidumbre se mantuvo en Rusia hasta
1861). En cierto modo el Antiguo Régimen -como denominaron los revolucionarios
franceses de 1789 al orden anterior- pervivirá de forma cada vez más residual
hasta comienzos del siglo XX, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Karl
Marx sostenía, sin embargo, que la industrialización había creado dos tipos de
agentes nuevos en la escena económica
a– los empresarios capitalistas (industriales, comerciantes, financieros)
cuyo objetivo era la acumulación de beneficios en un mundo donde la libertad
económica era un derecho fundamental, la propiedad privada era sagrada, y el
estatus venía marcado por la riqueza, no por la cuna.
a– los trabajadores, cada vez menos cualificados
y menos autónomos (menos dueños de su tiempo y de sus espacios), cada vez más
urbanos, que vendían “libremente” su fuerza de trabajo a cambio de un salario
que siempre valía menos que ese trabajo.
Éstas eran según Marx las dos clases sociales surgidas de la industrialización,
que bautizó como
burgueses y proletarios, condenados según él a un enfrentamiento cada vez más
agudo que sólo podía desembocar en una revolución proletaria que acabara con el
mundo capitalista. Que se equivocara en el pronóstico no
quiere decir que el diagnóstico fuera erróneo.
Los empresarios de la Revolución Industrial encarnan el ideal de Schumpeter del
empresario como
gestor de la incertidumbre y promotor de lainnovación. En la Inglaterra de la
época, la incertidumbre y el riesgo en los negocios eran máximos, lo que
convertía a esos empresarios industriales pioneros en héroes de una historia
con tintes épicos: un avispado Mathew Boulton asociado con Watt para fabricar
máquinas de vapor, un Richard Arkwright que hizo de la hiladora mecánica de su
invención la base de un emporio textil en los Midlands, o un William Cartwright
capaz de defender a sangre y fuego su fábrica contra los asaltantes luditas en
1812. Sabemos bastantes cosas de estos emprendedores pioneros
a– La mayoría provenía de familias con tradición empresarial (los
terratenientes o los profesionales liberales desconocían los negocios y se
mantuvieron al margen), con padres que dirigían sus propios negocios:
empresarios, comerciantes, incluso tenderos o labradores.
sQué hacen los jefes?
El título de un artículo de David Landes (What do
bosses really do?) nos da pie para analizar el papel de los empresarios y por
tanto el origen del
beneficio empresarial. La economía clásica no incluía su papel entre los
factores productivos, pero cada vez con más frecuencia se considera un aspecto clave
en la introducción de las innovaciones técnicas o de otro tipo que conducen a
las ganancias de productividad que no se explican sólo por la productividad
pura de los otros factores (recursos, trabajo y capital).
Básicamente, hay tres concepciones al respecto. La
primera considera que el beneficio empresarial es sencillamente el resultado de
la apropiación (indebida) por parte del
empresario de las ganancias derivadas del
trabajo, los recursoso el capital. Así, salvo que el empresario sea el
propietario del
capital invertido (cosa que no siempre ocurre: de hecho, el empresario moderno
rara vez es el dueño de la empresa), en cuyo caso su ganancia corresponde a los
rendimientos de éste, el beneficio no está justificado económicamente. Ésta
sería la interpretación del
empresario como
villano o parásito; la de Karl Marx, Leon Walras o S. Marglin. Una segunda
visión, ligada en cierto modo a la anterior, señala que en realidad no existe
beneficio empresarial, sino que las ganancias le corresponden o bien como dueño del
capital, si lo es, o bien como trabajador
cualificado: aquí confluyen economistas como
Adam Smith, o con matices Marshall y Keynes (el empresario como capitalista o gestor). En tercer lugar,
otros sostienen que el beneficio es el pago a la capacidad del empresario de anticipar la existencia de un
beneficio (en una innovación, sobre todo) y asumir el riesgo: esta visión del empresario como
héroe creador de riqueza es la postura de Jean Baptiste Say, pero sobre todo de
Johan .A. Schumpeter y F.H. Knight. En John Stuart Mill -el responsable de
popularizar el término francés entrepreneur en Inglaterra- se mezclan las ideas
de la remuneración del
trabajo, el capital y el riesgo.
a– La mayoría partía de cierto nivel de riqueza
familiar: sólo una minoría habían sido obreros, jornaleros o artesanos pobres.
El mito del empresario hecho a
sí mismo (self-made man), aún quedaba muy lejos.
a– Pocos eran inventores: más bien eran
artesanos o prácticos (Akrwright fue uno de los pocos inventores que hicieron
fortuna).Normalmente los empresarios eran los que invertían anticipando las
oportunidades de negocio.
a– Su formación era práctica: no existían apenas
escuelas de negocios.
a– En su mayoría, las empresas eran familiares,
gestionadas por sus propietarios y financiadas con la reinversión de beneficios
y capital propio y de amigos y parientes. Esto permite
reducir los riesgos para el capital, reduciendo sus costes.
De los trabajadores sabemos muchas más cosas, debido sobre
todo a una larga tradición de estudios ligada al movimiento obrero. En
historia económica, los debates se han centrado en
averiguar hasta qué punto la industrialización afectó al nivel de vida de los
trabajadores.
Los primeros análisis sobre las repercusiones de la Revolución Industrial para
los trabajadores (los pobres en general) arrancan de las denuncias de comienzos
del XIX sobre el hacinamiento en las ciudades, la
brutalidad de la disciplina en las fábricas o el empleo de mujeres y niños en
fábricas o minas. La obra La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845),
de Friedrich Engels (más tarde colaborador y mecenas de Marx), empresario
industrial él mismo, es un clásico (lo cual, según
algunas definiciones, significa que ya no lo lee nadie). Existe acuerdo en que,
a largo plazo (a finales del
siglo XIX) las condiciones de vida de los trabajadores mejoraron: las jornadas
laborales se habían reducido de 12 a 9 horas, la esperanza de vida había
aumentado a 41 años, los salarios reales eran más altos, así como los niveles de consumo y la calidad de
la vivienda obrera. En realidad, el debate se centra en lo que ocurrió enel
curso de la industrialización. sCreció o se redujo el nivel
de vida de los trabajadores? Y, si hubo un
empeoramiento séste fue uno de los factores de la acumulación de capital en
manos de los empresarios?
Para contestar a estas cuestiones se emplean
diversos indicadores económicos, referidos fundamentalmente a los salarios
reales, la esperanza de vida, y medidas
antropométricos (básicamente la talla). Pero esos indicadores
tienen problemas. Por ejemplo, la reducción de la estatura media (medida
normalmente para el reclutamiento militar), que señalaría un empeoramiento en
la dieta y la salubridad del entorno, también puede ser resultado de una menor
mortalidad infantil (la 'selección natural” de los más débiles es menos
fuerte), que a su vez determina una mayor esperanza de vida, que se considera
un indicador positivo. Otro problema nace de que Inglaterra no era una sociedad
uniforme: así, mejoras generales de las condiciones de vida del conjunto de la
población, serían compatibles con el empeoramiento de las condiciones de vida
de importantes grupos (los campesinos, o las mujeres urbanas, por ejemplo). Por
estas y otras razones, el debate sobre el nivel de vida lleva arrastrándose más
de 70 años sin que parezca llegar aún a una conclusión.
Los datos de salarios no coinciden debido a problemas de
medición (sQué categorías de trabajadores se tienen en cuenta? sCambia la duración de las jornadas de trabajo?). El gráfico 6.4 presenta dos series de autores distintos. La
diferencia es notable, sobre todo a partir de 1813. La serie de Feinstein es
mucho más 'pesimista” (prácticaestabilidad de salarios reales hasta 1830),
derivada sobre todo de las caídas generales de precios, mientras que la de
Lindert y Williamson, aunque registra una caída importante hacia 1800, muestra
una mejora clara tras el final de las guerras
napoleónicas, y la duplicación del
salario real hacia mediados de siglo.
En cuanto a la esperanza de vida, aumentó (en término
medio) desde la segunda mitad del XVIII hasta 1800, pero luego se estanca
claramente. Además, las cifras son notablemente inferiores en las ciudades más
pobladas (lo que coincide con las críticas al hacinamiento de la vivienda y
condiciones ambientales insalubres) y sin tendencia a mejorar hasta 1840.
Los datos de estatura media muestran un aumento de 2-3
centímetros entre 1760 y 1850 (lo que indicaría un empeoramiento de las
condiciones de vida y salubridad), que además afecta más a los obreros urbanos
(menos altos que los trabajadores de 'cuello blanco” y agrícolas) y menos
a las clases acomodadas. Sin embargo, dentro del mismo periodo hay fases de fuerte
ascenso (1790-1820: 4 cm) y otras de notable descenso (1820-1850: 5 cm).
La conclusión de estos datos es que a lo largo del siglo XVIII las condiciones
de vida y trabajo de los obreros británicos permanecieron más o menos igual, o
mejoraron algo, aunque los signos de mejoría en el XIX son ambiguos: quizá en
los salarios reales, poco en la esperanza de vida y con oscilaciones difíciles
de explicar en la estatura. Es necesario preguntarse si esta mejora se debió a
la evolución 'natural” de los mercados, que permitió a los asalariados
hacerse con una parte del pastelde las ganancias de productividad, o era fruto
de los movimientos de protesta que arrancan casi en paralelo a la Revolución
Industrial y que culminarían en el nacimiento de un fuerte movimiento sindical,
de inspiración socialista y anarquista. Como
vimos, los datos no permiten cerrar el debate del nivel de vida.
Pero es que además no está en absoluto claro que fueran las condiciones
objetivas de vida, ni siquiera la percepción de las
mismas por parte de los trabajadores, las que expliquen el nacimiento el
movimiento obrero. Por el contrario, la obra de E.P. Thompson indica que en la
formación de la clase obrera y sus movimientos organizados influyeron
tradiciones de muy diverso origen -luchas de jornaleros agrarios, movimientos
políticos radicales, disidencia religiosa, asociaciones de artesanos, espacios
propios de sociabilidad- que fueron conformando una conciencia de unidad y unas
formas de acción colectiva que darían nacimiento al movimiento sindical de las
Trade Unions y las organizaciones socialistas. Las luchas obreras habrían
permitido a los trabajadores hacerse con una parte mayor del pastel generado
por el crecimiento económico moderno, en buena parte gracias a la productividad
de su trabajo.
Aunque la forma prototípica de organización obrera, los sindicatos (trade
unions en inglés) no aparecieron hasta la década de 1830, y con ellos la huelga
como
forma característica de lucha, ya desde mucho antes se produjeron movimientos
de protesta y formas de asociación que en absoluto eran bien vistos por
patronos y autoridades. De hecho, las asociaciones fueron perseguidas porla ley
(Combination Acts de 1799-1800), lo que constituye en sí mismo un reconocimiento de su importancia.
En el siglo XVIII las revueltas populares seguían adoptando formas
tradicionales, en particular los llamados motines de subsistencias, en los que
las multitudes -normalmente locales, pero a veces procedentes de pueblos
distantes o condados enteros, con significativa iniciativa de mujeres- fuerzan
a bajar los precios de los alimentos, requisan harina o cereal u obligan a las
autoridades a intervenir las reservas de cereal. Aunque se trata de una forma
de protesta típica de sociedades agrarias en momentos de carestía, legitimadas
por una economía moral (la creencia de que el bien común debía prevalecer ante
el beneficio privado) compartida a menudo por las autoridades, estos motines
revelan la creciente dependencia de las clases populares con respecto a los
salarios.
A esto se suman las protestas de los braceros/jornaleros agrarios, más raras y
locales, aunque conocieron un gran estallido en 1830-1831 en las revueltas del
capitán Swing, extendidas por veinte condados, con miles de participantes,
dirigidas a mejorar los salarios y destruir trilladoras mecánicas, que se
saldaron con más de 2.000 detenciones, 500 encarcelados y 19 ejecutados.
Ligadas a ellas, las primeras formas de protesta
propiamente obreras fueron las revueltas luditas (nada que ver con la
diversión, sino con un mítico Ned Ludd o capitán Ludd que las simbolizaba)
dirigidas a la destrucción de maquinaria por parte de obreros y artesanos que
consideraban que la mecanización atentaba contra sus intereses, alabaratar los
precios y reducir salarios. Las primeras surgieron en los años de las guerras
napoleónicas: estallaron en 1811 y se extendieron al año siguiente por tres
importantes distritos textiles. Estas revueltas combinaban la acción política
(peticiones al Parlamento), la sindical (sociedades de socorro
mutuo, negociación con los patronos), y la acción violenta con asaltos a
fábricas y almacenes, y la destrucción de maquinaria: telares llamados anchos
para calcetería, tijeras mecánicas para el tundido, etc. Las destrucciones
alcanzaron a unos 1.000 telares y llevaron al gobierno a movilizar tropas
(2.000 soldados enviados a Nottingham, en
plena guerra con Napoleón) y castigar la destrucción de maquinaria con pena de muerte.
Aunque los movimientos luditas se han contemplado a
menudo como una
revuelta desesperada contra el 'progreso” que representaban las máquinas y
las fábricas, de hecho tenían una racionalidad mucho mayor de lo que pudiera
parecer. Para empezar, formaban parte de movimientos de negociación salarial (o
de precios, pues muchos artesanos trabajaban a destajo para fabricantes o
comerciantes). En ocasiones estaban conectados a movimientos revolucionarios
clandestinos (jacobinismo, inspirados en las ideas de la revolución francesa),
o bien de corte democrático más reformista, como los que
desembocaron en el cartismo. Tras la revocación de los Combination Acts en
1825, se abrió el camino para la formación de sindicatos parecidos a los que
conocemos hoy, que en 1834 llevaron a la formación de la primera confederación
sindical nacional (Grand National Consolidated TradeUnions), dirigida por
Robert Owen.
La cuestión de hasta qué punto la mejora final de las condiciones de vida de
los trabajadores británicos se debió a la actuación de estos movimientos es
incierta, pero desde luego contribuyeron a conformar a la clase obrera, al
igual que a los empresarios, como un agente social unido capaz de movilizarse en
defensa de sus intereses.