Yoko Ogawa
La fórmula preferida del profesor
Traducción de Yoshiko Sugiyama y Héctor Jiménez Ferrer
Postfacio de León Gonzalez Sotos
Índice
1
Mi hijo y yo le llamabamos profesor. Y el profesor llamaba a mi hijo
«Root»1, porque su coronilla era tan plana como el signo de la raíz cuadrada.
—Vaya, vaya. Parece que aquí debajo hay un corazón bastante
inteligente —había dicho el profesor mientras le acariciaba la
cabeza sin preocuparse de que se le despeinara.
Mi hijo, que llevaba siempre una gorra para que sus amigos no se burlasen de
él, metió la cabeza entre los hombros, a la defensiva.
—Utilizandolo, se puede dar una verdadera identidad a los
números infinitos, así como
a los imaginarios.
Y dibujó el signo de la raíz cuadrada con el dedo índice
en el borde de su escritorio, sobre el polvo acumulado:
√
Entre las innumerables cosas que el profesor nos enseñó a mi hijo
y a mí, el significado de la raíz cuadrada ocupa un lugar
importante. Es posible que al profesor —convencido, como
estaba, de que era posible explicar la formación del mundo con números— el
término «innumerable» le resultara incómodo. Pero no
sé expresarlo de otra manera. Nos enseñó números
primos hasta llegar a los cientos de miles, así como el número
mayor jamas utilizado para una demostración matematica
registrado en el Libro Guinness, o la noción matematica de
transfinito; sin embargo, por mucho que enumere estas cosas y otras mas,
noguardan proporción alguna con la intensidad de las horas que pasamos
con él.
Recuerdo bien el día en que, los tres juntos, intentamos descubrir
qué magia es la que coloca los números bajo el símbolo de
la raíz cuadrada. Fue a principios de abril, una tarde lluviosa. En el
estudio oscuro lucía una bombilla, la cartera de la que mi hijo se
había desprendido había aterrizado sobre la alfombra, y por la
ventana se veían unas flores de
albaricoquero mojadas por la lluvia.
Invariablemente, en cada ocasión, el profesor no sólo esperaba de
nosotros una respuesta correcta. Se alegraba cuando, por no saber contestar,
acababamos soltando como
último recurso un disparate, en lugar de permanecer obstinadamente
callados. Y aun se congratulaba mas si la respuesta suscitaba nuevas
preguntas que fueran mas alla del problema inicial. Tenía una
concepción original sobre el «error correcto», de manera que
era capaz de darnos de nuevo confianza precisamente cuando mas apurados
nos veíamos, sin poder encontrar la solución correcta.
—Ahora, veamos: intentemos encajarle el -1 —dijo el profesor.
—Debe dar -1, multiplicando dos veces un mismo número, ¿no?
Mi hijo, que acababa de aprender las fracciones en la escuela, entendía
ya que existían números inferiores al cero, tan sólo con
una explicación del
profesor que ocupó menos de media hora. Imaginamos, mentalmente, √-1.
Raíz cuadrada de 100 es igual a 10, raíz cuadrada de 16, igual a
4 y la de 1 es 1,por lo tanto la de -1 es igual a… El profesor nunca nos
metía prisa. Le gustaba mas que nada contemplar la cara de mi
hijo y la mía cuando nos poníamos a pensar detenidamente.
—Pero… ese número… ¿quiza no exista?
—comenté con prudencia.
—Sí, claro que sí, esta aquí
—señaló su pecho—. Es un número muy discreto,
no se muestra en público, pero esta ahí dentro del corazón y
sostiene el mundo con sus pequeñas manos.
Guardamos de nuevo silencio para meditar sobre la raíz cuadrada de -1,
que, al parecer, extendía sus brazos al maximo desde un lugar
lejano y desconocido. Sólo se escuchaba el sonido de la lluvia. Mi hijo se
puso la mano en la cabeza como para comprobar
una vez mas cómo
era una raíz cuadrada.
Pero el profesor no sólo se limitaba a enseñar. Era reservado con
todo lo que lo desconocía, tan discreto como la raíz cuadrada de -1. Cuando
necesitaba algo de mí, se me dirigía diciendo:
—Perdone, pero
Siempre pedía excusas; incluso cuando quería que ajustara el
temporizador del
tostador a tres minutos y medio, nunca olvidaba añadir un
«perdone». Yo giraba el botón, él alargaba el cuello,
mirando dentro del
tostador hasta que el pan terminaba de tostarse. Prestaba la misma
atención al proceso de tueste del pan
que al progreso hacia la verdad de las demostraciones matematicas, como si aquella verdad
tuviera el mismo valor que el teorema de Pitagoras.
Fue en marzo de 1992 cuando me mandaron por primera vez a casa del profesor,por medio
de la Agencia de Trabajos Domésticos Akebono2. A pesar de que era la
mas joven entre las asistentas inscritas en aquella agencia de una
pequeña ciudad que daba al Mar Interior de Seto, ya tenía
mas de diez años de experiencia. Durante esos años mi
relación con los amos de las casas había sido buena, y me
sentía orgullosa de ser una buena empleada del hogar. Nunca me quejaba de mi trabajo al
jefe de la agencia, aun cuando me viera obligada a trabajar para clientes
problematicos, a los que otras se negaban a servir.
En el caso del
profesor, vi que sería un cliente complicado sólo con mirar su
ficha de cliente. Cuando se cambiaba una asistenta debido a la queja del cliente, se estampaba un sello en forma de estrella,
con tinta azul, en el dorso de la ficha, y en la del profesor se contabilizaban ya nueve
estrellas. Era un récord entre todas las casas que yo había visto
hasta entonces.
Cuando fui al domicilio del
profesor para la primera entrevista, me atendió una señora
anciana, delgada y de aspecto elegante. Llevaba el cabello teñido de
castaño y recogido en un moño, un vestido de punto, y
sostenía un bastón negro con la mano izquierda.
—Desearía que atendiera a mi cuñado menor —dijo.
Al principio no entendí qué relación había entre el
profesor y la anciana dama.
—No sabemos ya qué hacer, porque ninguna se queda mucho tiempo.
Cada vez que viene una nueva asistenta, hay que volver a enseñarle todo
desde el principio, y esolleva mucho tiempo y trabajo.
Por fin entendí que su cuñado menor significaba, en realidad, que
era mas joven que ella.
—No es que le estemos pidiendo nada excesivamente complicado. Se trata de
venir de lunes a viernes, a las 11 de la mañana, prepararle la comida,
ordenar y limpiar la casa, ocuparse de las compras y prepararle la cena antes
de marcharse, a eso de las 7 de la tarde. Eso es todo.
La expresión «cuñado menor» en boca de ella sonaba
dubitativa. A pesar de sus buenos modales, su mano izquierda toqueteaba sin
cesar el bastón. De vez en cuando me lanzaba alguna mirada circunspecta,
procurando no cruzar su mirada con la mía.
—En el contrato entregado a la agencia constan por escrito los detalles.
En cualquier caso, por nuestra parte, nos basta con que sea una persona que le
cuide bien para que pueda llevar una vida normal y corriente.
—El señor, su cuñado, ¿dónde esta
ahora? —le pregunté. La anciana señaló con la punta del bastón hacia un pabellón anexo que
estaba al fondo del
jardín. Tras un seto de fotinia escrupulosamente podado, se veía
a través de una verde espesura un tejado de tejas de color bermejo.
—No debera usted andar yendo y viniendo del pabellón a la casa. Su lugar de
trabajo sera tan sólo el pabellón de mi cuñado
menor. El pabellón tiene su propia entrada, que da a la calle, en la
fachada norte, de manera que mejor sera que utilice ese acceso. Los
problemas que cause mi cuñado debera usted solucionarlos en
elmismo pabellón. Espero que me haya comprendido. Tan sólo le
pido que respete esta norma.
La anciana dio un golpecito en el suelo con el bastón. Comparadas a las
exigencias sin sentido de anteriores patrones como, por ejemplo, llevar trenzas
con lazos diferentes todos los días, servir el té a una
temperatura ni superior ni inferior a los setenta y cinco grados, o saludar con
las manos en forma de plegaria al lucero de la tarde cuando éste aparece
en el cielo, aquellas reglas no me parecían demasiado difíciles.
—¿Podría ser presentada a su cuñado?
—No es necesario.
Se negó de manera tan tajante que me sentí como si, irremediablemente, hubiera dicho
algo inconveniente.
—Aunque hoy la viera, mañana él la habría olvidado.
Por eso no es necesario.
—¿Qué quiere usted decir?
—Pues bien… le seré franca.
Tiene trastornos de memoria. No es que esté ido. Digamos que las
neuronas le funcionan normalmente, pero hara unos diecisiete años
se le averió una parte del
cerebro y perdió la facultad de recordar las cosas. Se golpeó la
cabeza en un accidente de trafico. Su memoria se acaba en 1975. Desde
entonces, por mas que intente acumular nuevos recuerdos, se le borran
enseguida. Recuerda teoremas y fórmulas matematicas que él
mismo descubrió, pero no es capaz de recordar lo que cenó anoche.
Para entendernos, es como
si en su cabeza sólo pudiera ponerse una cinta de video de ochenta
minutos. De tal manera que si graba encima de esa cinta, losrecuerdos
anteriores grabados hasta entonces van desapareciendo. La memoria de mi
cuñado menor no dura mas de ochenta minutos. Es decir, para ser
exactos, una hora y veinte minutos.
Sin duda había repetido muchas otras veces aquella misma
explicación. La anciana hablaba sin vacilaciones, sin ningún
sentimiento.
No me era facil hacerme una idea concreta de lo que es una memoria de
ochenta minutos. Había cuidado enfermos algunas veces, pero no parecía,
ni por asomo, que esa experiencia me fuera a servir de mucho. Entonces, aunque
demasiado tarde, recordé muy vivamente las estrellas azules alineadas en
la ficha.
Según lo que se divisaba desde la casa principal, el pabellón
estaba solitario y parecía deshabitado. En el seto de fotinia
había una puerta que giraba sobre goznes de diseño antiguo y que
comunicaba con el pabellón. Al mirar detenidamente, descubrí que
tenía una cerradura enorme, completamente oxidada, cubierta de
excrementos de pajaros; según me pareció, por mucho que se
intentara introducir una llave, no se abriría.
—Entonces quedamos a partir de pasado mañana, lunes, si no tiene
inconveniente —declaró en tono resuelto, como intentando evitar ulteriores
consideraciones o intromisiones innecesarias.
Y así fue cómo me convertí en la asistenta del profesor.
En comparación con la estupenda casa principal, el pabellón,
mas que modesto,
era miserable. Tenía una sola planta, recogida y fría, y
parecía haber sido construido aregañadientes, como por necesidad. Tal vez para disimular
aquella condición, alrededor del
pabellón crecía la vegetación de forma libre y salvaje. No
daba el sol en la entrada, y el timbre estaba estropeado.
—¿Qué número de pie calzas?
Lo primero que me preguntó al decirle que yo era su nueva asistenta no
fue mi nombre, sino qué número de pie calzaba. No me
saludó, ni de palabra ni con un gesto. Yo, siguiendo la regla de oro de
toda asistenta, según la cual no se puede responder con una pregunta, contesté
a su pregunta:
—El 243.
—Vaya, es un número muy resuelto, la verdad. Es el factorial de 4.
El profesor cerró los ojos con los brazos cruzados. El silencio se
mantuvo durante un momento.
—¿Qué es el factorial?
No sé por qué se lo pregunté, pero pensé que
sería oportuno seguir hablando un poco mas de aquello, ya que, al
parecer, el número del
calzado iba a ser algo importante para mi empleador.
—Si multiplicamos los números naturales, del 1 al 4, nos da 24 —contestó
el profesor sin abrir los ojos—. ¿Cual es tu número
de teléfono?
—Es el 567 14 55.
—¿El 5671455? ¡Vaya maravilla! ¡Es igual a la cantidad
de números primos que existen hasta cien millones!
El profesor iba asintiendo con la cabeza, como
si estuviera muy contento.
Aunque no entendí cómo ni por qué era maravilloso mi
número de teléfono, su calida voz me sonó
afectuosa. No parecía que quisiera exhibir sus conocimientos, sino que
noté mas bien cierta reserva ysinceridad. Fue una calidez que me
produjo la ilusión de que mi número de teléfono
entrañaba un destino especial, y que yo, como su titular que era, tal vez
también tendría un destino especial.
Unos días después de acudir regularmente al pabellón como asistenta, me di
cuenta de que el profesor, cuando estaba confuso, sin saber qué decir,
tenía la manía de hablar con números en lugar de palabras.
Era la manera que había ingeniado para comunicarse con los demas.
Los números eran la mano derecha que tendía para estrechar la del prójimo y, al
mismo tiempo, un abrigo para resguardarse de sí mismo. Un abrigo tan
pesado que nadie conseguía que se lo quitara, tan recio que no
permitía distinguir el contorno de su cuerpo, aunque se deslizara una
mano por encima. Pero por el mero hecho de llevarlo puesto lograba proteger su
propio espacio.
Hasta que dejé de ser su asistenta, repetimos cada mañana, en la
entrada, la conversación de los números. Para
el profesor, cuya memoria se desvanecía al cabo de ochenta minutos, cada
vez que aparecía yo por la puerta, era siempre una desconocida. Por lo
tanto, cada día, sin excepción, él hacía gala de la
reserva propia de un primer encuentro. Los números que solía
preguntarme eran, aparte de los del calzado y el teléfono, los del
código postal, el número de serie de mi bicicleta, cuantos
trazos de caracteres chinos había en mi nombre, y, por mas variadas
que fuesen las respuestas, él les daba enseguida unsignificado. Nunca
parecía esforzarse por encontrar un significado. Era como si las palabras «factorial»
o «número primo» fluyeran con toda naturalidad de su boca.
A pesar de que todos los días, a mi llegada, me explicaba el mecanismo del factorial o del
número primo, yo disfrutaba con las explicaciones que me daba en la
puerta como si
fuera el primer día. Escuchando las disquisiciones acerca del nuevo significado de
mi número de teléfono (ademas de servir para poder
comunicarme a través de la línea), me sentía confortada y
dispuesta a empezar con buen animo mi jornada.
El profesor tenía sesenta y cuatro años de edad, y había
sido catedratico, especialista en la teoría de los
números. Parecía cansado para la edad que tenía. No
sólo parecía viejo, sino que también daba la
impresión de que los elementos nutritivos no llegaban a todos los
rincones de su cuerpo. Su espalda encorvada hacía aún mas
pequeño su cuerpo de metro sesenta. En los pliegues de su huesuda nuca
se acumulaba la suciedad, su cabello, seco, canoso y desaliñado ocultaba
a medias sus grandes orejas de la «buena suerte», con enormes
lóbulos. Su voz era muy débil y se movía muy lentamente. Para hacer cualquier cosa, tardaba el doble de lo que yo
imaginaba.
A pesar de todo, si se observaba detenidamente su cara sin fijarse en aquella
fragilidad suya, tenía un rostro hermoso. Sin duda había sido un
hombre apuesto. Los rasgos finos, la mandíbula algo pronunciada
todavía resultabanatractivos.
Llevaba traje y corbata todos los días sin excepción, en casa y
también fuera, aunque apenas salía a la calle. Tenía tres
trajes, el de invierno, el de verano y el de entretiempo, tres corbatas, seis
camisas de manga larga y un auténtico abrigo, no de números esta
vez sino de lana. Eso era cuanto contenía su armario. No tenía ni
un jersey ni unos pantalones de algodón. Para
una asistenta era el armario ideal, muy facil de ordenar.
Tal vez desconocía la existencia de otra ropa que no fueran los trajes.
No le interesaba qué tipo de ropa llevaban los demas; menos
malgastaría pues el tiempo preocupandose por su aspecto. Por la
mañana se levantaba, abría el armario y se ponía el traje
que no estaba metido en la funda de plastico de la tintorería;
bastaba con eso. Los tres trajes, oscuros y desgastados, casaban tan bien con
el aire del profesor que eran como una segunda piel.
Me extiendo sobre su ropa porque los papelitos sujetos con imperdibles en
cualquier sitio del
traje llegaron a desconcertarme. Estaban colocados en los lugares mas
raros que uno pueda imaginar; en la solapa, la bocamanga, los bolsillos, o en
los bajos de la americana,
el cinturón de los pantalones, los ojales, etc. Los imperdibles
practicamente deshilachaban el tejido de la chaqueta, que por eso estaba
deformada. Había desde pedacitos de papel arrancados a mano hasta otros
amarillentos, casi deshechos por el tiempo, y en cada uno algo escrito. Si
queríaentender lo que había escrito debía acercarme
forzando la vista. Era facil suponer que apuntaba los asuntos
importantes para compensar su memoria de ochenta minutos, y los fijaba en el
cuerpo para no olvidar dónde los había dejado. Me resultaba mucho
mas difícil aceptar aquella estampa que responderle acerca de mi
número de calzado.
—Adelante, entra por favor. No puedo atenderte porque tengo trabajo, pero
puedes ir haciendo lo que tengas que hacer.
Así era cómo el profesor me daba la bienvenida, antes de que
entrase en su estudio, en el que, cuando él se movía, los papeles
de las notas al rozar producían un crujido seco.
Según la información que fui recogiendo de las nueve asistentas
que se habían despedido de la casa del profesor, la vieja dama de la
casa principal era viuda, y su difunto marido era, al parecer, el hermano mayor
del profesor. A pesar de que los padres de ambos murieron jóvenes, el
profesor pudo ir a la Universidad de Cambridge a cursar estudios de
matematicas gracias a que su hermano hizo prosperar con grandes
esfuerzos la fabrica textil que sus padres les habían dejado, y
costeó los estudios a su hermano, casi doce años menor.
Mas tarde, el profesor obtuvo el doctorado (era un auténtico
doctor), y justo cuando consiguió plaza en un instituto universitario de
investigaciones matematicas y se independizó, el hermano
murió de hepatitis aguda. La viuda, como
no tenía hijos, cerró la fabrica y mandó construir
un edificiode pisos, y comenzó a vivir de las rentas del alquiler. El hecho que cambió por
completo sus vidas fue el accidente de trafico que sufrió el
profesor cuando tenía cuarenta y siete años. Un conductor que se
había quedado dormido chocó contra el coche que conducía
el profesor en dirección contraria. El choque causó un
daño irreversible en el cerebro del
profesor. Y como
consecuencia de ello perdió su puesto de trabajo en el instituto
universitario de investigaciones matematicas. Desde entonces y hasta la
fecha, en que ya había cumplido los sesenta y cuatro años, sin
mas ingresos que pequeños premios de revistas matematicas,
y sin haberse casado, no tuvo mas remedio que contar con la ayuda de la
viuda de su hermano.
—Pobre viuda, con un cuñado tan raro pegado como un parasito, que dilapida la
herencia de su marido. La compadezco —comentó, afectada, una
asistenta con cierta veteranía, que se había despedido a la
semana, claudicando ante los ataques numéricos del profesor.
El interior del
pabellón, igual que la vista exterior, resultaba desangelado.
Sólo había dos habitaciones; un salón cocina y un
estudio-dormitorio. Llamaba mas la atención por lo desabrido que
por su exigüidad. Los muebles eran baratos, el papel de la pared estaba
descolorido y el entarimado del
pasillo chirriaba desagradablemente al pisarlo. Y no sólo estaba roto, o
casi, el timbre de la puerta, sino también los demas enseres de
la casa. El cristal del ventanuco dellavabo estaba resquebrajado, el pomo de la
puerta trasera de la cocina, medio caído, y la radio de encima del
aparador nunca sonaba por mucho que se le diera al botón.
Las primeras dos semanas quedé agotada al tener que ocuparme de muchas
cosas que no entendía. Aunque no era un trabajo físicamente duro,
el cuerpo me pesaba y tenía agujetas por todos lados. En las otras casas
a las que me mandaban, al principio me costaba coger el ritmo de trabajo, pero
en el caso del
profesor me costó especialmente. Por lo general, a medida que los
patrones me pedían que fuera haciendo tal o cual cosa, iba comprendiendo
poco a poco su caracter. Aprendía la manera de repartir mis
energías, cómo evitar los problemas y qué era lo que se me
exigía en mi trabajo. Sin embargo, el profesor no me pedía nada.
Me ignoraba, como
si su mayor deseo fuera que yo no hiciera nada.
Pensé que debía limitarme a seguir las instrucciones de la viuda,
y ponerme a preparar el almuerzo. Miré, lógicamente, en el
frigorífico, así como
en todas las estanterías de la cocina, pero no encontré nada
comestible, excepto una caja de avena húmeda y macarrones caducados
hacía ya cuatro años.
Llamé a la puerta del
estudio. Al no obtener respuesta, volví a llamar y se hizo de nuevo un
silencio. Aun sabiendo que no era del
todo correcto, abrí la puerta y me dirigí al profesor, que estaba
de espaldas sentado a su escritorio.
—Perdóneme por interrumpir su trabajo.
Su espalda no hizo ni unsolo movimiento. Pensé que estaría un
poco sordo o que llevaría puestos tapones en los oídos, de modo
que me acerqué.
—¿Qué le gustaría comer? Me ayudaría si me
dijera qué tipo de comida le gusta y cual no, o si tiene alergia
a algo.
El estudio olía a papel. Quiza debido a la falta de
ventilación, el olor se acumulaba en los rincones. La mitad de la
ventana estaba tapada por una estantería de libros. Los que no
cabían en las baldas estaban amontonados aquí y alla, y el
colchón de la cama arrimada a la pared estaba desgastado. Encima del
escritorio sólo había un cuaderno abierto. No había ordenador,
y el profesor no tenía ni siquiera un lapiz en la mano. Se
limitaba a tener la mirada fija en un punto del espacio.
—Si no tiene ninguna preferencia, voy a preparar algo con lo que hay, si
le parece. No dude en pedirme cualquier cosa, lo que quiera, por favor.
Entre las notas que estaban sujetas a su cuerpo, me llamaron la atención
éstas: «fracaso del
método analítico», «Hilbert, decimotercer
problema», «función de las curvas
elípticas». Entre los números, signos y palabras
enigmaticas, sólo había un papelito de notas que yo
podía leer. Sus cuatro esquinas estaban dobladas y el imperdible,
oxidado, así que entendí que estaba sujeto desde hacía
mucho tiempo.
En la nota se leía: «Mi memoria sólo dura 80
minutos.»
—¡No tengo nada que decir! —gritó de repente el
profesor, volviendo la cabeza—. Estoy pensando. Que se me
interrumpacuando estoy pensando me duele mas que si me estrangularan.
Entrar así cuando estoy en pleno dialogo amoroso con los números
es una falta de educación, peor que espiar en el cuarto de baño,
¿sabes?
Le pedí perdón una y otra vez con la cabeza baja, pero mis
palabras no le llegaron. El profesor volvió de nuevo a mirar fijamente la mirada hacia un punto
en el aire.
Que me riñeran el primer día, antes de empezar practicamente
mi trabajo, me desanimó muchísimo. Temí ser la
décima estrella en la ficha. Grabé en mi cabeza que no
debía molestarle, pasara lo que pasara, cuando él estaba
«pensando».
Pero el profesor pensaba todo el día. Cuando a veces salía del
estudio y se sentaba a la mesa, cuando hacía gargaras en el
cuarto de baño, o cuando hacía unos extraños ejercicios
para estirar el cuerpo, incluso entonces estaba pensando. Se llevaba la comida
a la boca mecanicamente, la tragaba sin masticar apenas, y caminaba con
paso tambaleante, como
si anduviese por las nubes. No podía preguntarle aquello que no
sabía, por ejemplo dónde estaba el cubo o cómo utilizar el
calentador. Yo tenía mucho cuidado en no hacer ningún ruido, me
abstenía incluso de respirar, y esperaba a que su cabeza hiciera una
pequeña pausa mientras corría de un lado para otro en una casa
que aún no me resultaba familiar.
Ocurrió un viernes, al final de la segunda semana. A las seis de la
tarde el profesor se sentó a la mesa, como de costumbre. Yo le había preparado
unestofado de carne con guarnición para que tomara verduras y
proteínas de una sola cucharada, pues pensé que sería
mejor para él no preparar platos que requirieran quitar cascaras
o espinas, ya que comía practicamente de manera inconsciente.
Tal vez por haber perdido a sus padres cuando era niño, no tenía
buenos modales en la mesa. Nunca le oí decir «gracias, buen
provecho»; se le caía comida a cada bocado, y se limpiaba las
orejas con la servilleta, sucia y arrugada. Aunque no se quejaba nunca de la comida,
tampoco parecía querer distraerse conversando conmigo, que
permanecía a su lado.
Me llamó la atención un papelito nuevo, sujeto en la bocamanga,
que no estaba el día anterior. Cada vez que metía la cuchara en
el plato estaba a punto de mancharse con el estofado.
«La nueva asistenta»
Eran unas letras débiles y pequeñas. Detras, había
dibujada una cara femenina. Con el pelo corto y la cara redonda, tenía
un lunar al lado de los labios. Era un dibujo infantil, pero enseguida me di
cuenta de que era una caricatura mía.
Imaginé al profesor dibujando, deprisa, antes de que su memoria se
borrara en cuanto yo me hubiera marchado. Aquella hojita era el comprobante de
que había interrumpido su tiempo mas preciado para pensar en
mí.
—¿Le apetece repetir? He preparado mucho, de manera que coma
cuanto quiera —le dije hablandole sin reservas y con amabilidad.
Por toda respuesta recibí un eructo. El profesor, sin ni siquiera
mirarme, se metióen el estudio y desapareció. En el plato de
estofado sólo quedaban las zanahorias.
El lunes de la semana siguiente me presenté como de costumbre diciéndole
quién era yo al tiempo que señalaba el papelito de la bocamanga.
El profesor nos miró a mí y a la caricatura, una y otra vez, y
permaneció un instante callado para recordar qué significaba
aquella nota, pero enseguida carraspeó y me preguntó de nuevo
qué número calzaba y mi teléfono.
Sin embargo, enseguida noté que algo había cambiado en
relación con la semana anterior. El profesor me enseñó un
atadillo de hojas con gran cantidad de fórmulas matematicas, y me
pidió que lo enviara por correo al Journal of Mathematics.
—Perdóname, pero
Comparado con el tono que empleó cuando me riñó en el
estudio, aquellos modales corteses me resultaron difíciles de creer. Fue
la primera vez que me pidió algo. Su cabeza había dejado
únicamente de «pensar».
—Claro que sí. Descuide.
Copié en el sobre las letras con cuidado de no equivocarme, una tras
otra, sin tan siquiera saber cómo se pronunciaban aquellas palabras;
puse «Señores del Concurso» y salí pitando hacia la
estafeta de correos.
Cuando no estaba pensando, el profesor pasaba mucho tiempo amodorrado en el
butacón que estaba junto a la ventana del
comedor, de manera que yo podía por fin hacer la limpieza del estudio.
Abría las ventanas de par en par, sacaba el edredón y las
almohadas al jardín, y pasaba el aspirador a toda prisa.
Lahabitación estaba muy desordenada y llena de cosas desperdigadas,
pero, a pesar de todo, resultaba confortable. Aunque aspiraba gran cantidad de
pelos caídos debajo de la mesa, o seguían apareciendo palitos de
helado con moho o huesos de pollo frito entre las montañas de libros y
papeles desparramados, nada me sorprendía demasiado.
Quiza era porque allí dominaba una calma que yo jamas
había experimentado. No es que simplemente no hubiera ruido, sino que
unas capas de silencio llenaban el corazón del profesor cuando vagaba por el bosque de
los números, indiferente a los cabellos caídos y al moho que todo
lo invadía. Era un silencio transparente, como
un lago escondido
en el fondo de un bosque.
No era una habitación falta de confort, pero si me preguntasen si desde
el punto de vista de una asistenta tenía algún interés, no
tendría mas remedio que negarlo con la cabeza. No, no
había nada que pudiera estimular la imaginación de una asistenta
o bien darle un gustito, como
los pequeños objetos divertidos que ilustran la historia de sus
dueños, fotografías misteriosas u ornamentos que provocan un
suspiro.
Empecé a desempolvar la estantería de los libros. Era
extraño que no hubiera ninguno que me apeteciera leer, a pesar de que
había tantos: Teoría del Grupo Matematico Continuo,
Teoría de los Enteros Algebraicos, Investigación sobre la
Teoría de los Números…, Chevalley, Hamilton, Turing, Hardy,
Baker. La mitad estaban escritos en idiomasextranjeros, y ni siquiera
podía leer sus lomos. Sobre el escritorio había unos cuadernos de
apuntes amontonados, lapices del
4B muy gastados y unos imperdibles esparcidos. Era una mesa triste que distaba
mucho de un lugar de trabajo intelectual. Únicamente unos restos de goma
de borrar mostraban que alguien había estado ahí trabajando la
noche anterior.
Mientras iba yo barruntando que un matematico debiera tal vez tener un
compas de gran valor, de los que no se venden en una papelería
cualquiera, o una regla con funciones complicadas, tiré los restos de la
goma, ordené la pila de cuadernos y junté los imperdibles en un
lugar. La silla de tela tenía un hoyo con la forma de sus nalgas.
—¿Qué día de qué mes es tu cumpleaños?
Aquel día el profesor no fue directamente al estudio después de
la cena. Parecía que buscaba algún tema de conversación
conmigo, mientras yo recogía y fregaba los platos.
—El 20 de febrero.
—Vaya
El profesor había separado las zanahorias de la ensalada de patatas.
Retiré los platos y limpié la mesa. Aunque no estuviera pensando,
él ensuciaba igualmente la mesa
con restos de comida. La primavera estaba ya bien entrada, pero la estufa de
queroseno ronroneaba en un rincón del
comedor, pues en cuanto caía la tarde el frío era intenso.
—¿Suele usted mandar estudios a los concursos de las revistas?
—le pregunté.
—Bueno, no puede llamarseles estudios. Disfruto resolviendo
preguntas de revistas para aficionados alas matematicas. Si tienes
suerte, ganas dinero. Hay ciertos millonarios, apasionados de las
matematicas, que financian los premios.
El profesor pasó en revista su cuerpo, y su mirada se posó sobre
un papelito sujeto en el borde del
bolsillo izquierdo.
—Pues sí Hoy hemos enviado una demostración al
número 37 del
Journal of Mathematics Ejem, esta bien, muy bien…
Habían transcurrido mucho mas de ochenta minutos desde que yo
había ido, por la mañana, a la estafeta de correos.
—¡Qué desastre! Lo siento. Debería haberla enviado
por correo urgente. Si no llega el primero, no gana, ¿verdad?
—No, no hacía falta enviarla urgente. Es importante llegar a la
verdad antes que los demas, pero si la demostración no es
hermosa, todo se fastidia.
— ¿Pero… se puede distinguir entre demostraciones hermosas y
no hermosas?
—Claro que sí —el profesor se levantó, y me dijo
rotundamente, mirandome a la cara mientras yo fregaba los platos—:
en una demostración verdaderamente bella, la flexibilidad y una solidez
impecable estan en perfecta armonía, sin contradecirse. Hay
muchas demostraciones que aunque no sean falsas resultan aburridas, burdas e
irritantes. ¿Comprendes? Es igual de difícil expresar la belleza
de las matematicas que explicar por qué las estrellas son
hermosas.
Como no
quería decepcionar al profesor, que me estaba contando tantas cosas,
dejé de fregar y asentí con la cabeza.
—Tu cumpleaños es el 20 de febrero. Eso da 2 204 unnúmero
realmente encantador. Y me gustaría que vieras esto. Es un premio del Rector de la
Universidad que gané con una tesis sobre la Teoría de los
Números Trascendentes
El profesor se quitó el reloj de pulsera y lo aproximó a mis ojos
para que lo viera bien. Era un reloj de buena calidad, de fabricación
extranjera, que no se correspondía con sus gustos en la ropa.
—Vaya, así que usted recibió un premio magnífico.
—Eso no importa. Ahora, ¿puedes leer estos números que
estan aquí grabados?
En el reverso del cuadrante del reloj podía leerse «Premio
del Rector de la Universidad nº 284».
—¿Significa el 284º puesto de honor?
—Puede ser. Pero lo importante es el 284. Veamos, pues; y no es hora de
fregar platos. 220 y 284, ¿no te dice nada?
El profesor tiró de mi delantal e hizo que me sentara a la mesa del comedor, sacó un lapiz del 4B, ya muy corto, del
bolsillo interior de la americana,
y con él escribió aquellos dos números en el dorso de un
folleto publicitario.
220
284
No sé por qué, pero los escribió, curiosamente, separados.
—¿Qué te parecen?
Sentí, mientras me secaba las manos mojadas en el delantal, que se
avecinaba una disquisición larga y compleja. Quería responder a
las expectativas del
profesor, que estaba muy entusiasmado. Pero me iba a ser absolutamente
imposible poder darle una contestación que pudiera satisfacerle. Para mí, eran simplemente unos números.
—Ah, veamos, pues —balbuceé avergonzada—. Los dosson
números de tres cifras y no sé cómo decirlo son muy
similares, ¿no? No hay mucha diferencia entre estos dos números.
Por ejemplo, imaginemos que en un supermercado se vende una bandeja de carne
picada de 220 g y otra de 284 g. A mí me resultan casi iguales. Como me da lo mismo,
compraría la de la fecha mas reciente. A primera vista, causan la
misma impresión. Las cifras de las centenas son iguales y los
números son pares
—Tienes una auténtica capacidad de observación.
Me felicitaba animosamente, balanceando la correa del reloj, y eso me turbó.
—La intuición es importante. Se atrapan los números por
intuición, igual que el martín pescador se lanza en picado sobre
las aguas del
río, en un acto reflejo, en cuanto ve brillar la aleta dorsal de un pez.
El profesor acercó su silla con el fin de aproximarse a los dos
números. Olía a papel, igual que el estudio.
—¿Sabes qué es un submúltiplo?
—Creo que sí. Me parece que lo estudié, hace tiempo
—El 220 puede dividirse por 1. Y también por 220. No queda resto.
Por lo tanto el 1 y el 220 son divisores de 220. Un número natural
tiene, siempre, el 1 y él mismo como
divisores. Ahora bien, ¿por cual otro número puede
dividirse?
—Por 2, por ejemplo, o por 10
—Exactamente. ¿Ves cómo lo entiendes? Ahora, vamos a
escribir los divisores de los números naturales 220 y 284, excepto ellos
mismos. Veamos:
220 : 1 2 4 5 10 11 20 22 44 55 110
142 71 4 2 1 : 284
Los números que elprofesor iba escribiendo eran redondeados y algo
inclinados hacia abajo. La mina del
lapiz blando se convertía en polvo y se esparcía alrededor
de ellos.
—¿Calcula usted mentalmente todos los divisores?
—No, no siempre. Utilizo la intuición que tú también
utilizaste antes. Vamos, sigamos con el siguiente paso.
El profesor fue añadiendo signos:
220 : 1 + 2 + 4 + 5 + 10 + 11 + 20 + 22 + 44 + 55 + 110 = 142 + 71 + 4 + 2 + 1
: 284
—Ahora, haz la suma de todo. Despacio; tenemos tiempo.
Me alcanzó el lapiz. Transcribí las sumas en el margen del folleto
publicitario. Me hablaba en un tono alentador y con ternura, por lo que no me
sentía en absoluto como
si estuviera haciendo un examen. Me sentí como
encargada de una misión, como
si yo fuera la única persona capaz de hallar la respuesta correcta a la
compleja demostración en que nos hallabamos sumidos desde
hacía un buen rato.
Repasé tres veces los calculos para comprobar que no hubiera
ningún error. No me di cuenta de que había caído la tarde
y estaba a punto de anochecer. De vez en cuando llegaba desde la pila de fregar
el sonido del
agua que aún goteaba sobre la vajilla que había empezado a lavar.
El profesor, quieto junto a mí, me miraba fijamente.
—Ya lo tengo:
220 : 1 + 2 + 4 + 5 + 10 + 11 + 20 + 22 + 44 + 55 + 110 = 284
220 = 142 + 71 + 4 + 2 + 1 : 284
—Correcto. Mira qué maravillosa sucesión de números.
La suma de los divisores del
220 es igual a 284. Y la de los divisores de284, igual a 220. Son
números amigos. Son una combinación muy infrecuente, sabes.
Fermat o Descartes sólo lograron descubrir un par, cada uno de ellos.
Estos dos números estan unidos por la gracia de un vínculo
divino. ¿No te parece hermoso? ¡Que la fecha de tu
cumpleaños y el número grabado en mi reloj de pulsera
estén unidos por un lazo tan maravilloso!
Nuestras miradas permanecieron fijas en el trivial folleto durante un buen
rato. Mis ojos reseguían los números escritos por el profesor y
los escritos por mí, encadenados con fluidez, como si se dibujara una constelación
que une las estrellas parpadeantes en el cielo nocturno.
2
Aquella noche, en cuanto volví a casa y hube acostado a mi hijo, se me
ocurrió ponerme a buscar por mi cuenta números amigos.
Quería comprobar si de verdad eran parejas de números tan
infrecuentes como
decía el profesor. Ademas, pensé que si se trataba de
buscar divisores y de sumarlos, incluso yo, que había dejado a medias el
instituto, sería capaz de hacerlo.
Sin embargo, enseguida me di cuenta de que el desafío iba a resultar
temerario. Elegí los números que me parecían mejores,
fiandome de mi intuición, tal y como el profesor me había aconsejado,
pero todo resultó inútil.
Al principio hice intentos sólo con números pares de dos cifras,
porque me parecía que los pares tendrían mas
posibilidades, y ademas era mas facil buscar sus
divisores. Al rato, como
la situación no parecía aclararse, extendí miintento a los
números impares, y también introduje números de tres
cifras, pero tampoco tuve éxito. Los números no hacían
sino darse la espalda, indiferentes, y no aparecería ni una sola
combinación de números que se tocaran, aunque sólo fuera
con la punta de los dedos.
En efecto, lo que el profesor decía era cierto. Mi cumpleaños y
el reloj del profesor se habían
encontrado tras un gran esfuerzo en la inmensidad del mundo de los números; ambos
cuidaban de su relación amistosa, apoyandose por completo el uno
en el otro.
Pronto, el papel que tenía al alcance de la mano quedó repleto de
números escritos en desorden, y sin darme cuenta, ya no había
ningún espacio en blanco. Aunque resultaba algo infantil, estaba
haciendo, con todo, una operación lógica. Sin embargo, al final,
ya no entendía nada ni sabía cómo seguir.
A pesar de todo, descubrí algo. Si sumaba los divisores de 28, el
resultado era 28:
28 : 1 + 2 + 4 + 7 + 14 = 28
No es que aquello fuera a solucionar nada, pero entre todo lo que había
intentado, no encontré ningún otro número cuya suma de sus
divisores fuera él mismo, aunque a lo mejor se trataba de un modelo
frecuente. Sabía que era ridículo usar una palabra tan exagerada como
«descubrir». Pero, ¿qué le vamos a hacer?; al fin y
al cabo era yo quien lo había descubierto.
En medio de una confusión indescriptible, sólo aquella
línea permanecía tensa como
si estuviera dotada de voluntad propia. Rebosaba energía, casi comosi,
tocandola, pudiera hacer daño.
Cuando miré el reloj al meterme en la cama, me di cuenta de que el
profesor y yo habíamos pasado mas de 80 minutos jugando con los
números amigos. Aun cuando, para el profesor, los números amigos
fueran una verdad pueril, sumamente simple, sin embargo se conmovió,
asombrado, como
si se diera cuenta por primera vez de su belleza. Parecía un escudero
arrodillado ante el rey.
¿Habría ya olvidado el profesor el secreto de los números
amigos que ambos atesorabamos? Seguramente ya no podría recordar
de dónde o de quién había salido el número 220.
Pensando en aquello, me costó mucho dormirme.
Una casa pequeña, que nadie visita, con un teléfono que nunca
suena; bastaba con preparar algo de comida para un hombre, que come como un pajarito: el caso del profesor resultaba de lo mas
cómodo según la vara de medir de una asistenta. En
comparación con mi experiencia pasada, en la que me exigían un
rendimiento en un número de horas determinado, estaba contenta de poder
dedicar el tiempo suficiente que requieren la limpieza, la ropa y la comida.
Aprendí a reconocer el momento en que el profesor comenzaba a resolver
un problema para un nuevo concurso, y evitaba molestarlo. Di brillo a la mesa del comedor hasta la
saciedad con un barniz especial, remendé el colchón, y me
exprimí el cerebro para que el profesor comiera zanahorias sin darse
cuenta.
Lo mas difícil era comprender el mecanismo de la memoria del
profesor.Según la viuda de la casa principal, su memoria estaba parada
en 1975, pero yo no podía entender, por ejemplo, qué
entendía él por la tarde anterior, o si podía pensar en el
día siguiente, o hasta qué punto aquella minusvalía le
hacía sufrir.
Que no siempre recordase mi existencia después de varios días,
parecía ser verdad. El papelito con mi caricatura sujeto en la bocamanga
le indicaba tan sólo que yo era una persona conocida, pero no le ayudaba
a resucitar el tiempo que habíamos pasado juntos.
Cuando iba a la compra, procuraba estar de vuelta en una hora y veinte minutos.
El temporizador de memoria de 80 minutos que tenía en su cerebro era, como correspondía
a un buen matematico, mas preciso que un reloj. Yo solía
salir del
vestíbulo diciendo «hasta luego», y si volvía al cabo
de una hora y dieciocho minutos, me recibía diciéndome:
«Ah, estas aquí. Gracias por el esfuerzo». Sin
embargo, si tardaba una hora y veintidós minutos sus primeras palabras
eran: «¿Qué número de pie calzas?» Me
preocupaba decir algo inconveniente sin darme cuenta. Me arrepentía cada
vez que se me iba la lengua con frases como:
«Esta mañana he leído en el periódico que el primer
ministro Miyazawa (el último primer ministro que el profesor
recordaba era Takeo Miki)», o si me atrevía a decirle:
«¿Por qué no compra un televisor para los próximos
Juegos Olímpicos de Barcelona?» (Para él, los de Munich fueron los
últimos).
Sin embargo, aparentemente, él nodaba muestras de preocupación.
Cuando la conversación derivaba hacia una dirección que no le era
posible seguir, se limitaba a esperar que la situación le permitiera
volver a decir algo, sin enfadarse ni impacientarse. Nunca intentó
hacerme preguntas personales, como
cuanto tiempo llevaba haciendo este trabajo, ni de dónde era, ni
si tenía familia. Quiza temía molestarme haciéndome
las mismas preguntas una y otra vez.
En definitiva, el único tema del
que podíamos hablar sin ningún problema era las matematicas.
Desde que empecé a ir a la escuela, había odiado las
matematicas hasta el punto de sentir escalofríos sólo con
ver los manuales, pero los problemas de calculo que el profesor me
enseñaba me entraban sin dificultad. No porque yo intentara —como asistenta—
adaptarme al interés de mi patrón, sino porque él
sabía enseñar. Sus suspiros de admiración ante una
fórmula, sus palabras alabando su belleza, el brillo de sus pupilas,
eran muy significativos.
Dado que él olvidaba cuanto me había dicho, yo tenía la
gran ventaja de poder hacerle la misma pregunta cuantas veces quisiera, sin
reserva alguna. Mientras a un alumno normal le basta con una sola vez, yo, para
comprender perfectamente algo, necesitaba cinco o diez explicaciones.
—Fue un gran hombre el que descubrió por primera vez los
números amigos, ¿no?
—Así es. Fue Pitagoras. En siglo VI anterior a nuestra era.
—¿Existen los números desde hace tanto tiempo?
—Claro que sí.¿Acaso creías que surgieron a finales
de la Era Edo?5 Los números ya existían antes de que
apareciéramos los hombres; ¡no!, incluso antes de que naciera este
mundo.
Siempre hablabamos en el comedor. El profesor se sentaba a la mesa o
bien se acomodaba en el butacón. Y yo removía el contenido de una
olla sobre el hornillo de gas, o fregaba los platos en la pila.
—¿Ah, sí? Yo creía que los números fueron
descubiertos por los hombres.
—No, no es cierto. Si hubieran sido descubiertos por nosotros, nadie
tendría tantas dificultades, y los matematicos no harían
falta siquiera. Nadie fue testigo presencial del nacimiento de los números. Cuando
nos dimos cuenta, ya estaban ahí.
—Por eso las personas inteligentes estan dale que dale para
entender su mecanismo, ¿verdad?
—Nosotros, los seres humanos, somos demasiado estúpidos para haber
creado los números.
Sacudió la cabeza, se arrebujó en el butacón y
abrió una revista matematica.
—¿Sabe usted? Cuanta mas hambre tenemos, mas
estúpidos nos volvemos. Así que nutramos hasta el último
rincón del
cerebro, comiendo mucho, sin dejar nada. Espere un poquito mas.
Enseguida estara lista su cena.
Yo estaba preparando hamburguesas, mezclando la zanahoria rallada con la carne
picada. Eché discretamente las raspaduras a la basura para que el
profesor no se diera cuenta.
—Últimamente, cada noche intento encontrar por mi cuenta
números amigos que no sean el 220 y el 284, pero es inútil, sabe
usted…
—Losnúmeros amigos mas pequeños siguientes son el
1184 y el 1210.
—¿De cuatro cifras? Entonces es inútil que siga. Incluso le
pedí ayuda a mi hijo. Le resulta difícil hallar
submúltiplos, pero sabe sumar.
—¿Tienes un hijo? —dijo incorporandose del butacón y
levantando la voz, sorprendido.
—Sí
—¿De cuantos años?
—Tiene 10 años.
—¿10 años? ¡Aún es un crío!
En un instante se le oscureció el semblante al tiempo que perdía
la serenidad. Me detuve en la mezcla que estaba preparando con los ingredientes
de la hamburguesa, y esperé a que, como solía hacer, me explicara
algo sobre el número 10.
—Y tu hijo, en este momento, ¿qué estara haciendo?
—Pues, no lo sé. A estas horas, creo que ya habra vuelto del colegio y
estara jugando al béisbol con sus amigos en el parque o algo
así, sin hacer los deberes.
—¿Cómo que no lo sabes? ¡Eres demasiado
despreocupada! Pronto va a oscurecer, ¿no crees?
Por mas que esperara, no parecía querer resolver el misterio del número 10. En
aquel momento el 10 significaba para él solamente un niño
pequeño.
—No se preocupe. Esta acostumbrado, es así todos los
días.
—¿Todos los días? ¿Dejas a tu hijo solo todos los
días para amasar hamburguesas, como
haces ahora?
—No es que lo deje. Simplemente esto es mi trabajo Eché la
pimienta y la nuez moscada en el bol, sin comprender por qué el profesor
se obstinaba tanto con mi hijo.
—¿Quién le cuida durante tu ausencia? ¿Tu marido
vuelve pronto? Estara la abuela,¿verdad?
—No, desafortunadamente no tengo ni marido ni suegra. Somos dos, y nadie
mas.
—Entonces, ¿tu hijo esta solo en la casa?
¿Esta esperando a su madre, en una habitación oscura, con
el estómago vacío, y solo? Y su madre esta preparando la
cena a un desconocido. Mi cena. Ay, ¡qué desagradable! Esto no
puede ser, no es posible.
El profesor se levantó como si no pudiera
contener la turbación, se tiró del
cabello, y empezó a dar vueltas alrededor de la mesa del comedor. Los papelillos prendidos en su
ropa producían un ruido seco al tiempo que partículas de caspa se
esparcían y el suelo rechinaba. Apagué el fuego de la sopa, que
estaba a punto de hervir.
—No tiene por qué preocuparse —le dije en el tono mas
suave que pude—. Desde hace mucho tiempo nosotros dos nos las arreglamos
así. Un chico
de diez años se las apaña bien solo. Tiene el número de
teléfono de esta casa, y ademas, en caso de que tuviera
algún problema serio, nuestra casera, que vive debajo, ha prometido
ayudarle
—No puede ser, no puede ser, no puede ser —me interrumpió
mientras rodeaba la mesa
cada vez mas rapido—. No tiene perdón el dejar solo
a un crío, pase lo que pase. Si la estufa se cayera y causara un
incendio, ¿qué harías? Si un caramelo se le atragantara,
¿quién podría socorrerle? ¡Dios mío! Me
horroriza sólo pensarlo. Vete a casa inmediatamente. Si eres una madre,
debes preparar la comida a tu propio hijo. Vamos, vuélvete a casa ahora
mismo.
Me cogió delbrazo e intentó arrastrarme hasta el
vestíbulo.
—Espere un poquito mas. Sólo me queda hacer esto y
freírlo en la sartén.
—No me importa. ¿Y si tu hijo muere abrasado en un incendio
mientras tú estas aquí friendo carne picada?
Escúchame bien. A partir de mañana, trae a tu hijo aquí.
Que venga directamente del
colegio. Podra hacer los deberes aquí, y estara en todo
momento con su madre. ¿Acaso estas pensando que mañana lo
habré olvidado todo, y no haras caso de lo que te digo? No me
subestimes. No me olvidaré. Y no acepto de ninguna manera que no cumplas
con lo que hemos hablado.
Desprendió de la nota escrita sujeta a la bocamanga, que decía
«nueva asistenta», y detras de mi caricatura
añadió «y su hijo de 10 años» con el
lapiz que llevaba en su bolsillo interior.
No pude limpiar la cocina ni tuve tiempo de lavarme las manos. Dejé el
pabellón como
si me echara de allí, todavía con olor a carne cruda. El profesor
había dado muestras de mucho mas vigor que en aquella anterior
ocasión en que me había regañado diciéndome que no
le molestara cuando estaba pensando. Se notaba que se había dejado llevar
con mayor violencia porque detras de la cólera afloraba la
angustia. Volví a casa corriendo, pensando qué haría si me
encontraba con el apartamento ardiendo en llamas.
Empecé a fiarme del
profesor, relajando mi cautela inicial, desde el preciso instante en que
él y mi hijo se conocieron por primera vez.
Tal y como habíamos quedado la
nocheanterior, di a mi hijo el mapa y le dije que viniera directamente desde la
escuela a la casa del
profesor. A pesar de que sabía que infringía el reglamento
laboral de la agencia llevando a mi hijo al lugar de trabajo, y de no agradarme
la idea, no podía oponerme ante la insistencia del profesor.
Cuando mi hijo apareció en la entrada con su cartera a la espalda, el
profesor lo miró con cara risueña y lo abrazó con los brazos
muy abiertos. Yo no tuve siquiera tiempo de explicarle la situación
señalando el papelito escrito « y su hijo de 10
años». Aquellos brazos tenían toda la ternura necesaria
para proteger al ser débil que estaba ante él. Me sentí
feliz de ver a mi hijo abrazado por alguien de aquella manera. Casi me entraron
ganas de ser recibida yo también de aquella manera por el profesor.
—Bienvenido. Muchas gracias por venir desde tan lejos. Gracias
—dijo el profesor.
No le hizo la pregunta matematica que repetía conmigo cada
mañana sin excepción.
Mi hijo, un poco desconcertado por aquella inesperada bienvenida,
parecía un poco torpe, pero procuraba corresponder al entusiasmo del profesor a su
manera, esbozando una leve sonrisa. Luego, el profesor le quitó la gorra
a mi hijo (con el emblema de los Tigers6) y, acariciandole la cabeza, le
bautizó con el diminutivo cariñoso mas apropiado para
él.
—Tú eres «Root». La raíz cuadrada, es un signo
realmente generoso que puede dar refugio dentro de sí a cualquier
número sin decirnunca que no a ninguno.
Y añadió el signo a continuación de la nota de la
bocamanga:
«La nueva asistenta… y su hijo de 10 años √»
Un día, para aligerar cuanto podía al profesor de su carga, hice
unas etiquetas con nuestros nombres. Pensé que si, ademas del profesor,
también nosotros llevabamos unas etiquetas enganchadas que
indicaran quiénes éramos, le facilitaba las cosas. Mi hijo, nada
mas salir de la escuela, cambiaba su distintivo escolar por la √.
Era una etiqueta muy bien hecha, de manera que por mucho que uno anduviera
despistado llamaba forzosamente la atención. Sin embargo, esto no
produjo el cambio que yo esperaba. Para el
profesor yo seguía siendo la persona a quien se acercaba lentamente con
cifras y números, y mi hijo era alguien que estaba allí y a quien
podía abrazar por su sola presencia.
Muy pronto mi hijo se acostumbró a aquellos peculiares recibimientos y
se sintió a gusto. Él mismo se quitaba la gorra y le mostraba
orgulloso su coronilla, mostrandole cuanto merecía el
nombre de Root. El profesor, en sus palabras de acogida, nunca olvidaba alabar
lo magnífica que es la raíz cuadrada.
La primera vez que el profesor dijo «buen provecho», juntando las
manos, frente a la comida que yo había preparado, fue también la
primera vez que comimos juntos los tres. El contrato decía que
debía preparar la cena a las seis y marcharme a las siete después
de retirar la mesa y fregar los platos; sin
embargo, el profesor se opusoa aquel horario tan pronto como mi hijo se unió a nosotros.
—Es escandaloso que un hombre coma solo ante un crío hambriento.
Si preparas la cena en tu casa después del trabajo, Root no podra comer nada
hasta las ocho. Es absurdo. No es sólo ineficiente sino también
irrazonable. Un niño debe estar ya en la cama a las ocho. Los adultos no
tenemos ningún derecho a quitarle horas de sueño. Desde la
aparición del
ser humano, las criaturas siempre han crecido mientras dormían.
Para ser un ex-matematico aquella
objeción carecía de base científica. De momento,
decidí que hablaría con mi jefe para que me descontara de mi
sueldo el coste de mi cena y la de mi hijo.
En la mesa, el
profesor demostró unos modales exquisitos. Se mantuvo erguido, sin
producir ningún sonido intempestivo, y no derramó ni una gota de
sopa sobre la mesa ni sobre la servilleta. Ante semejante compostura, me
resultó extraño que fuera tan torpe cuando estaba conmigo a
solas.
—¿Cómo se llama tu colegio?
—¿El maestro te trata bien?
—¿Qué has comido hoy en la cantina?
—¿Qué quieres ser de mayor? ¿Querras
contarmelo? Mientras exprimía el limón sobre el salteado
de pollo y servía judías verdes de guarnición en los
platos, el profesor le hacía a Root muchas preguntas. No vaciló
en las preguntas sobre el pasado o el futuro. Se notaba que hacía todo
cuanto podía para que hubiera buen ambiente en la mesa. Por muy
indiferentes que fueran las repuestas de Root, el profesor nodejaba de
escucharle con gran atención. Así fue cómo un antiguo
matematico, en los umbrales de la vejez, una asistenta y madre soltera que
no llegaba todavía a los treinta y un muchachito de escuela primaria
pudimos disfrutar de la cena sin sentirnos incómodos por el silencio. Y
todo gracias al profesor.
Pero no sólo se amoldaba al humor del
niño. También le regañaba con naturalidad cuando Root no
se comportaba educadamente y apoyaba los codos en la mesa, o golpeaba los
platos, lo que, por cierto, él mismo hacía muchas veces.
—Tienes que comer mucho. Crecer es la tarea de un niño.
—Soy el mas bajito de mi clase.
—No has de preocuparte. Ahora estas en la época de acumular
energía y, cuando explote, creceras de golpe. Muy pronto
podras escuchar el sonido de los huesos que se estiran.
—¿Profesor, también tú lo escuchaste?
—No, yo, desafortunadamente, parece que gasté la energía
inútilmente en otra dirección.
—¿Y eso?
—Tenía buenos amigos, pero debido a una determinada circunstancia,
no podían jugar conmigo a dar patadas a las latas de conservas, al
béisbol o a los juegos que exigían moverse.
—Tus amigos estaban enfermos, ¿verdad?
—Todo lo contrario. No estaban enfermos. Eran altos, fuertes, y aunque se
les empujara no se movían ni un centímetro. Pero como vivían dentro de mi cabeza, no
tenía mas remedio que jugar solo, aquí dentro.
Según parece, yo concentré toda mi energía en esta
dirección, y ésta no llegó hasta mis huesos.—¡Ah,
ya lo sé! Esos amigos tuyos son los números, ¿a que
sí? Mama me ha dicho que eres un profesor de matematicas
muy bueno.
—¡Qué inteligente eres! Tienes mucha intuición.
Sí, yo no tenía mas amigos que los números.
Así que los niños tenéis que procurar con ahínco
que los huesos crezcan. ¿Entiendes? No dejes lo que no te gusta en el
plato. Y si no se te llena la barriga, puedes coger comida de mi plato, sin que
te dé vergüenza.
—Vale, gracias.
Root estaba disfrutando de una cena diferente a la habitual. Respondía a
las preguntas del profesor, repitió arroz para satisfacerle, y mientras
tanto miraba a todos lados de la habitación, lleno de curiosidad, y
echaba un ojo a las notas de la americana procurando que el profesor no se
diera cuenta.
Yo oía su conversación mientras me decía: mañana
añadiré zanahoria cruda a la ensalada, pero ¿qué
hara el profesor con ella? Pensando en aquellas cosas, me entró
la risa por habérseme ocurrido un plan tan malicioso, y tuve que
contenerme.
Desde que nació, Root fue siempre un bebé poco abrazado. Cuando
lo vi en la maternidad, en una cuna transparente que tenía forma de
barquito, lo primero que pasó por mi cabeza fue algo mas cercano
al miedo que a la alegría. Apenas transcurridas unas horas desde su
nacimiento, aún daba la sensación de que los líquidos
amnióticos humedecían e hinchaban la piel de sus parpados
arrugados, los lóbulos de sus orejas y los talones. Sus ojos estaban
medio cerrados, perono parecía estar durmiendo, movía tembloroso
pies y manos, que asomaban de un jubón demasiado holgado. Era como si se estuviera
quejando, con humor, de haber sido abandonado en un lugar equivocado.
Pegada al cristal de la sala de recién nacidos, yo insistía a una
desconocida con incontables preguntas: ¿cómo saber que ese
bebé es el mío?
Yo tenía 18 años, estaba sola, y no sabía nada.
Tenía las mejillas hundidas debido a las nauseas, que duraron
hasta el momento mismo en que me subí a la cama de partos, llevaba el
pelo maloliente por el sudor, y el pijama con una mancha por haber roto aguas.
Entre unas quince camas colocadas en dos filas, el único bebé que
estaba despierto era él. Aún faltaba un rato para que amaneciera.
Excepto las siluetas en bata blanca bajo la claridad de la sala de guardia, no
había ni una sombra en el pasillo y el vestíbulo. El bebé
abrió sus puños cerrados y volvió a doblar los dedos con
cierta torpeza. Las uñas, absurdamente pequeñas, estaban
azuladas. La sangre de mi mucosa, que él había arañado, se
había coagulado entre sus uñas y se veía por
transparencia.
—Perdone, por favor, pero podrían —me acerqué
deprisa tambaleandome, hacia la sala de las enfermeras de
guardia—. ¿Podrían cortarle las uñas a mi
niño? Como mueve las manos con tanta energía, me
preocupa que se haga daño en la cara
En aquel momento, ¿acaso quería mostrarme a mí misma que
era una buena madre? ¿O simplemente no pude soportar quese despertara el
dolor de mis mucosas?
Desde que empecé a tener uso de razón, la silueta de mi padre ya
no existía. Mi madre había querido a un hombre incapaz de
contraer matrimonio, me dio a luz y me sacó adelante ella sola.
Mi madre trabajaba en un salón de banquetes y ceremonias. Al principio
hizo un poco de todo, fue progresando, se ocupó de la contabilidad,
luego fue encargada del vestuario, los arreglos florales, la decoración
de las mesas para los banquetes, y finalmente, tras obtener la
calificación necesaria, llegó a ser la gerente.
Tenía un espíritu muy combativo y nada la disgustaba mas
que la gente me mirara como a una niña de familia pobre, sin padre.
Realmente éramos pobres, pero mi madre hacía todo lo posible por
que pareciéramos ricas, de apariencia y de corazón. Me
hacía toda la ropa a mano utilizando retales que le daban los
proveedores de trajes de novia con los que trabajaba la empresa, me hizo tomar
clases de piano, negociando con el organista de la sala para que nos las dejara
baratas, y colocaba con gracia y esmero en las ventanas de casa las flores que
sobraban de los banquetes.
Yo me hice asistenta doméstica porque desde pequeña me
había ocupado de las labores de la casa, sustituyendo a mi madre. Con
dos años, ya me lavaba las braguitas que me había mojado en la
cama con el resto del agua de la bañera, y antes de entrar en la escuela
primaria empecé a preparar el arroz frito, cortando el jamón con
uncuchillo de cocina. Cuando tenía la edad de Root, se me daba bien
cualquier tarea, desde las actividades domésticas habituales hasta pagar
los recibos de la luz o asistir a la reunión de la comunidad de vecinos.
Mi madre sólo me hablaba de mi padre para decirme que era un hombre
apuesto. Nunca me habló mal de él. Por lo visto era un hombre de
negocios que tenía un restaurante, pero ella me escamoteaba la
información concreta, y se limitaba a repetirme cosas agradables sobre
su persona: que era alto y guapo, hablaba muy bien inglés,
conocía a fondo la ópera, era un hombre orgulloso pero a la vez
modesto, y su sonrisa cautivaba a cualquiera que se encontrara con él
En mi imaginación, mi padre estaba de pie, posando como una escultura de
museo. Por mucho que me acercara a esa estatua, no parecía dispuesto a
tenderme la mano, y sus pupilas miraban hacia algún punto lejano.
Cuando entré en la adolescencia empecé a preguntarme que si era
verdad cuanto decía mi madre, ¿por qué no nos ayudaba
económicamente, dejandonos solas a mí y a ella? Pero para
entonces ya había empezado a importarme poco cómo era mi padre.
Simplemente escuchaba las fantasías que seguía contandome
mi madre, sin decir ni media palabra.
El acontecimiento que desbarató de golpe y porrazo todas aquellas
quimeras y que destrozó el edificio que mi madre había levantado
con sus ropas de retales, el piano y las flores fue mi embarazo. Sucedió
cuando yo acababa de empezar elúltimo curso del instituto.
Él era un universitario que estudiaba ingeniería
electrónica, al que conocí donde yo trabajaba por las tardes. Era
un chico tranquilo e instruido, pero incapaz de aceptar la responsabilidad de
lo que surgió entre nosotros. Sus misteriosos conocimientos sobre
ingeniería electrónica que tanto me habían fascinado de
nada sirvieron, pues se convirtió en un hombre cobarde que se
esfumó dejandome sola.
Aunque a ambas nos unía el hecho de ser madres solteras, o precisamente
por eso, no hubo modo de apaciguar el enfado de mi madre. Era una
indignación transida por gritos de dolor y de pena. Su emoción
era tan violenta que yo era practicamente incapaz de saber cómo
me sentía realmente. Pasada la vigésimo segunda semana de
embarazo, me marché de casa. A partir de entonces, perdí todo
contacto con ella.
Cuando salí de la maternidad, y tuve que ir a una residencia para madres
solteras, sólo salió a recibirme la directora del centro.
Doblé y metí la única foto que conservaba del padre de mi
hijo en la cajita de madera donde guardaba el cordón umbilical que me
habían dado en la clínica.
Cuando me tocó por sorteo una plaza en una guardería para
lactantes, me presenté a la entrevista de la Agencia de Trabajos
Domésticos Akebono. No había otro lugar en el que pudiera hacer
valer mis humildes capacidades.
Me reconcilié con mi madre justo antes de que Root entrase en la escuela
primaria. Un buen día nos envió una carterapara el colegio. Yo
acababa en realidad de independizarme pues había salido por fin de la
residencia para madres solteras. Mi madre aún trabajaba como gerente en
el salón de ceremonias nupciales.
Mi madre murió de una hemorragia cerebral, justo cuando la
incomprensión mutua se estaba desvaneciendo y yo empezaba a sentirme
respaldada con esa abuela cercana.
Por ello me sentí tan feliz, mas que el propio Root, cuando lo vi
abrazado por el profesor.
Muy pronto nos adaptamos los tres a nuestro ritmo de vida con Root. Mi trabajo
era el habitual, excepto la cena, que ahora era para tres. El día que
estaba mas ocupada era el viernes. Tenía que preparar la comida
del fin de semana y congelarla. Por ejemplo, un paté de carne y
puré de patatas, pescado cocido y verdura; y le explicaba al profesor,
poniéndome algo pesada, con qué debía combinar cada plato
y cómo tenía que descongelarlos; pero al final no era capaz de
aprender ni el manejo del horno microondas.
A pesar de todo, los lunes por la mañana, cuando yo llegaba, no quedaba
nada de lo que le había preparado. El paté de carne, el pescado
cocido, descongelados en el microondas, estaban ya en su estómago, y los
platos, fregados y guardados en el aparador.
No había duda de que, cuando yo no estaba, la viuda le echaba una mano.
Aunque mientras yo estaba trabajando, ella nunca aparecía. No
conseguía entender por qué me tenía terminantemente
prohibido el paso entre la casa principal y elpabellón. El trato con la
viuda era, para mí, un problema difícil de otro tipo.
Para el profesor, los problemas difíciles sólo podían ser
matematicos. A pesar de mis elogios a lo maravilloso que era cuando
resolvía preguntas que le llevan largo tiempo de concentración, y
cuyas propuestas incluso habían sido premiadas, él no
parecía alegrarse.
—Esto no es mas que un juego —decía con un tono
mas triste que modesto—. Los que inventan el problema conocen la
solución. Resolver un problema del que tenemos garantía de que
existe solución, es como ir de excursión por el monte, con un
guía, hacia una cumbre que ya avistamos. La verdad última de las
matematicas esta escondida al final del camino, entre los
arbustos, sin que nadie sepa dónde. Ademas, ese lugar no tiene
por qué ser la cima. Puede estar entre las rocas de un
despeñadero o en el fondo de un valle.
Al final de la tarde, cuando se oía el «¡Ya estoy
aquí!» de Root, el profesor salía del estudio sin
importarle lo concentrado que pudiera estar con sus matematicas. A pesar
de que odiaba ser interrumpido cuando estaba pensando, abandonó
facilmente aquella manía por Root. Pero como mi hijo,
después de dejar su cartera en el suelo, enseguida salía al
parque a jugar al béisbol con sus amigos, el profesor regresaba entonces
a su estudio un poco desilusionado.
Por eso el profesor se alegraba tanto cuando llovía, pues podía
hacer los deberes de matematicas con Root.
—Cuando estudio en lahabitación del profesor, es como si me
hubiera vuelto mas inteligente.
Como en el apartamento donde vivíamos los dos no había
biblioteca, un estudio con libros apilados por doquier le parecía a mi
hijo un lugar extraordinario.
El profesor arrinconaba cuadernos, imperdibles y restos de goma de borrar a un
lado de la mesa, haciéndole sitio a Root, y abría el cuadernillo
de ejercicios de aritmética.
¿Puede cualquiera investigador de matematicas enseñar con
tanta pericia la aritmética de la escuela primaria?; ¿o es que el
profesor tenía una facultad especial? Explicaba las fracciones, las
proporciones o los volúmenes en metros cúbicos de una manera
maravillosa. Llegué incluso a pensar que cualquier adulto que tuviera
que supervisar los deberes de un niño debería enseñar de
aquella manera.
—355 multiplicado por 840, 6239 dividido por 23, 4,62 mas 2,74
da…., 5 y dos séptimos menos 2 y un séptimo son
Aunque se tratara de simples enunciados o calculos sencillos, el
profesor empezaba por hacerle leer las preguntas en voz alta.
—Todos los problemas tienen un ritmo, ves. Es igual que la música.
Si consigues encontrar el ritmo al enunciarlo, leyendo en voz alta, descubres
la totalidad del problema e incluso puedes adivinar las partes sospechosas en
las que puede haber una trampa escondida.
Root se ponía entonces a leer con una voz clara, que resonaba en las
cuatro esquinas del estudio:
—«He comprado dos pañuelos y dos pares de calcetines
contrescientos ochenta yenes. El otro día compré dos
pañuelos y cinco calcetines iguales con setecientos diez yenes.
¿Cuanto vale un pañuelo y un par de calcetines?»
—Bueno, primero hay que saber por dónde se empieza.
—Ejem… es un poco difícil.
—Efectivamente, es probablemente el mas complicado de todos los
deberes de hoy. Pero acabas de leerlo estupendamente en voz alta. El problema
esta constituido por tres frases. Los pañuelos y los calcetines
salen tres veces. Has dado perfectamente con el ritmo de x pañuelos, x
pares de calcetines y x yenes, que se repite. Esta pregunta sosa y aburrida me
ha sonado casi como un poema.
El profesor no escatimaba esfuerzos por elogiar a Root. Aunque pasara mucho
tiempo y no avanzara en la solución, el profesor no se impacientaba.
Incluso cuando Root se metía en un callejón sin salida,
veía en aquello alguna pequeña cualidad, como si recogiera una
pepita de oro en el limo del fondo de un río.
—Veamos: ¿por qué no dibujamos las compras de esta persona?
Primero, dos pañuelos. Luego, dos pares de calcetines y
—¡No parecen calcetines! ¡Son orugas verdes y gordas! Lo
dibujo yo.
—Vaya, en efecto, dibujados así parecen mas unos
calcetines. Lo comprendo.
—Me cuesta mucho esfuerzo dibujar cinco pares de calcetines. Esta persona
ha comprado la misma cantidad de pañuelos, pero sólo mas
calcetines. Los que dibujo también se parecen cada vez mas a unas
orugas…
—Qué va. Estan muy bien. Tenías razón.
Elprecio ha aumentado en función del número de calcetines. Vamos
a intentar calcular cuanto ha subido el precio.
—Veamos Son 710 menos 380
—Sería mejor dejar constancia de las operaciones, sin borrarlas.
—Yo siempre pongo los calculos detras de una hoja de
borrador.
—Pero, sabes, ocurre que cualquier fórmula, cualquier
número, tiene su significación. Hay que tratarlos con cuidado,
pues de lo contrario resulta triste para ellos, ¿no te parece?
Yo estaba cosiendo, sentada en el borde de la cama. Cuando los dos empezaban a
hacer los deberes, como quería estar con ellos, me las ingeniaba para
hacer mi trabajo en el estudio. Allí planchaba las camisas, intentaba
quitar una mancha de la alfombra o desenvainaba guisantes. Cuando desde la cocina
escuchaba sus risas, me sentía sola, como si me dejaran aparte y, sobre
todo, tenía ganas de estar al lado de Root cuando alguien era amable con
él.
En el estudio se oía muy bien cómo caía la lluvia. Era
como si el cielo estuviera, sólo en aquel lugar, mas bajo. Debido
a la frondosa vegetación circundante no había que preocuparse por
si alguien curioseaba, de manera que yo dejaba las cortinas sin correr aun
después de anochecer. Entonces los perfiles de ambos se reflejaban en el
cristal y parecían estar mojados. En los días lluviosos, el olor
de los papeles se hacía mas denso de lo habitual.
—¡Bien! ¡Eso es! Si conseguimos dividirlo, lo habremos
conseguido.
—He logrado primero la solución de loscalcetines. Son 110 yenes.
—Muy bien. Pero ahora hay que tener mucho cuidado. Parece muy tranquilo,
el pañuelo, pero tal vez sea muy astuto y esté fingiendo…
—Es verdad Pero en todo caso es mas facil empezar con el
número mas pequeño, así que
Root erguía su cabeza a la altura de la mesa, un poco demasiado alta
para él, se ponía de puntillas, y agarraba un lapiz con la
punta mordida. El profesor cruzaba las piernas con aire relajado, contemplaba
las puntas de sus dedos, y de vez en cuando se acariciaba la barba descuidada.
Ya no era un anciano fragil, ni un académico entregado al
pensamiento, sino el legítimo protector de un pequeño ser. Los
perfiles de ambos se acercaban, se superponían, formando una sola
línea continua. Mezclados con el sonido de la lluvia, se escuchaban ruiditos
como el rasgar del lapiz sobre el papel o el castañeteo de la
dentadura postiza del profesor.
—¿Puedo escribir la fórmula de cada operación? En la
escuela, el maestro se enfada si no las juntamos todas en una.
—Curioso maestro que se enfada, encima de que tenemos tanto cuidado en no
equivocarnos, ¿verdad?
—Bueno, bah A ver, 110 multiplicado por dos es igual a 220. Se los
restamos a 380 son 160, así que 160 dividido por dos son 80.
¡Ya lo tengo! Un pañuelo vale ochenta yenes.
—Esta bien. La respuesta es correcta.
El profesor acarició la cabeza de Root, y mientras lo despeinaba, Root
levantó varias veces la mirada hacia él como si noquisiera
perderse su cara de satisfacción.
—Ahora me gustaría a mí también ponerte unos
deberes, ¿de acuerdo?
—¿Eh?
—No pongas esa cara. Mientras estudiaba contigo, me han entrado ganas de
imitar al maestro de la escuela y proponerte un problema.
—¡No es justo!
—Sólo una pregunta, ya veras. Escucha:
«¿Cuanto es la suma de los números del uno al
diez?»
—Anda, es muy facil. Lo encuentro enseguida. A cambio, yo
también quiero hacerte una pregunta, para compensar los deberes.
¿Podrías hacer que reparen la radio?
—¿Reparar la radio?
—Sí, porque aquí no se puede saber cómo van los
partidos de béisbol. No hay televisión, y ademas la radio
esta estropeada. Y ya ha empezado la liga, ¿sabes?
—Vaya el béisbol
El profesor dio un largo suspiro, con la mano todavía posada sobre la
cabeza de Root.
—¿Cual es tu equipo favorito?
—Es muy facil de adivinar, por mi gorra. Los Tigers, ¡claro!
Se puso la gorra que estaba tirada al lado de la cartera.
—¿Los Tigers? Ah, es verdad, los Tigers —murmuró como
si hablara consigo mismo, antes de añadir—: yo soy fan de Enatsu.
Enatsu Yutaka, la estrella de los Tigers.
—¿De veras? Menos mal que no eres de los Giants. Entonces, debes
reparar la radio sin falta —insistió Root. El profesor
seguía murmurando algo incomprensible.
Cerré la tapa del costurero y, levantandome de la cama, dije:
—Venga, vamos a cenar.
3
Por fin conseguí sacar al profesor fuer a de casa. Desde que
había empezado atrabajar para él no había salido a la
calle, ni siquiera al jardín; por tanto me pareció que le
convendría airearse aunque sólo fuera por su salud.
—Hace un tiempo muy agradable, sabe usted. No era mentira.
—Con este tiempo, entran ganas de que a uno le dé el sol y
respirar a pleno pulmón.
Sin embargo, el profesor se limitó a dar una respuesta evasiva y
siguió leyendo un libro sentado en su butacón.
—¿Por qué no va a dar un paseo por el parque y luego pasa
por la peluquería?
—¿A qué me conducirían estas actividades? —me
contestó, lanzandome una mirada molesta por encima de sus gafas
de présbite.
—No hay por qué tener siempre un objetivo, ¿no le parece?
Las flores de los cerezos aún no han caído, y las del cornejo
florido han empezado ya a abrirse. Si se corta el pelo se sentira como
nuevo.
—Sentirme ya me siento ahora como nuevo.
—Si estimula la circulación de la sangre moviendo las piernas,
puede que se le ocurran buenas ideas para sus matematicas.
—La circulación de la sangre en las piernas y en el cerebro sigue
distintos canales.
—Si se arreglara el pelo, estaría mas guapo.
—Hum, es absurdo.
El profesor siguió argumentando en contra insistentemente, pero forzado
por mi tenaz persuasión, acabó cerrando el libro. En el armarito
de los zapatos sólo había un par, algo enmohecidos, de cuero.
—¿Me acompañaras, verdad? —preguntó
varias veces mientras yo limpiaba los zapatos—. ¿De acuerdo?
Vendras conmigo. No quiero quevuelvas a casa mientras me cortan el pelo.
—No se preocupe. No le dejaré solo.
Por mucho que los cepillé, no quedaron muy bonitos.
El problema estaba en qué hacer con las notas que llevaba por todo el
cuerpo. Era seguro que la gente lo miraría con curiosidad. No
sabía si debía decirle o no que quitaramos las notas; sin
embargo, como él no parecía preocuparse por ello, decidí
dejarlo estar.
El profesor caminaba envarado, mirando únicamente a sus pies, sin
levantar los ojos hacia un cielo completamente despejado ni echar una mirada a
los perros con los que nos cruzabamos o a los escaparates de las
tiendas. No sólo no iba relajado sino que la tensión le daba un
aspecto mas rígido.
—Mire, allí los cerezos estan completamente floridos
—le dije, pero él no hacía mas que asentir vagamente
con la cabeza. Caminando y al aire libre, parecía aún mas
viejo.
Decidimos acabar primero con la peluquería. El peluquero, un hombre
amable y despierto, al principio vaciló ante un individuo con una
americana tan extraña, pero comprendiendo enseguida que, sin duda, se
debía a circunstancias especiales, se comportó afablemente con
nosotros. Seguramente pensó que éramos padre e hija, pues dijo:
—Qué bien que lo acompaña su hija, ¿eh,
señor?
Ni yo ni el profesor lo desmentimos. Esperé sentada en el sofa,
junto a otros clientes, a que terminara la sesión.
El profesor debía de tener algún recuerdo desagradable asociado a
los cortes de pelo, ya que se fueponiendo cada vez mas nervioso en
cuanto le colocaron la capa. Con la cara tensa, agarrando los reposa brazos
como si los dedos fueran a clavarse, frunció el entrecejo. El peluquero
intentó tranquilizarle sacando a colación temas intrascendentes,
pero no surtió efecto alguno. Muy al contrario, el profesor lanzó
inesperadamente las conocidas preguntas: «¿Qué
número de pie calzas?», «¿Cual es tu
número de teléfono?», lo cual echó a perder la buena
voluntad del peluquero.
Parecía no tenerlas todas consigo a pesar de que mi silueta se reflejaba
en el espejo, y por eso giraba la cabeza de vez en cuando para comprobar si yo
cumplía o no mi promesa de quedarme con él. Cada vez que se
volvía, el peluquero tenía que parar el trajín de las
tijeras, a pesar de lo cual se mostró tolerante y no se quejó. Yo
le hacía señales levantando levemente la mano con una sonrisa
como queriendo decir: «¡estoy aquí!» Mechas de su
cabello canoso caían al suelo, deslizandose por la capa. El
peluquero no podía ni imaginar que aquel craneo recubierto de
canas era capaz de acertar cuantos números primos existen hasta
llegar a los cien millones. Ninguno de los clientes que estaban sentados en el
sofa, esperando turno hasta que aquel hombre extraño que estaba
frente a ellos acabara, conocía el secreto entre mi cumpleaños y
su reloj de pulsera. Pensando en aquello empecé a sentirme
inexplicablemente orgullosa. De nuevo le devolví una señal hacia
el espejo, con una sonrisaaún mas abierta.
En cuanto salimos de la peluquería, tomamos un café de
maquina sentados en un banco del parque. El parque tenía un
arenero, una fuente y una cancha de tenis. A cada golpe de viento, los
pétalos de cerezo se arremolinaban, y el perfil del profesor oscilaba
con el brillo del sol que se colaba por entre los arboles. Todas sus
notas temblaban sin cesar. El profesor observaba fijamente el borde del vasito
como si estuviera probando una bebida rara.
—Ya me lo había imaginado. Esta usted muy viril y apuesto.
—Déjate de bromas tontas.
Al decirlo, su habitual olor a papel había sido reemplazado por otro, el
de la espuma de afeitar.
—¿Qué especialidad de las matematicas
investigó usted en la universidad? —le pregunté, con la
intención de hablar sobre algo relacionado con las matematicas,
en señal de agradecimiento por haber atendido a mi ruego y salido a la
calle.
—Es un campo que suele llamarse la reina de las matematicas
—me contestó, después de un ruidoso trago al
café—. Es tan hermoso como una reina, noble y al mismo tiempo
cruel como un demonio. Es facil de explicar en pocas palabras, pues son
los números enteros que todo el mundo conoce. Estaba investigando la
relación de los números 1, 2, 3, 4, 5, 6
No esperaba que el profesor utilizara una palabra como «reina», que
parecía salida de un cuento. Se oía el sonido de una pelota de
tenis botando a lo lejos. Una madre que empujaba el carrito de su bebé,
alguien quehacía footing y la gente que pasaba en bicicleta, todos los
que pasaban delante de nosotros desviaban la mirada, apresurados, al ver al
profesor.
—¿Así que esta usted descubriendo esa
relación?
—Efectivamente, es un descubrimiento. No es una invención. Es como
excavar y sacar de debajo de la tierra teoremas que ya existían mucho antes
de que naciera, sin que nadie haya detectado su existencia. Es como transcribir
línea tras línea una verdad que sólo esta escrita
en el cuaderno de Dios. Nadie sabe dónde esta ese cuaderno ni
cuando se abre.
Al decir «teoremas que ya existían», señaló
el punto en el espacio que siempre fijaba cuando estaba «pensando».
—Por ejemplo, cuando estaba estudiando en Cambridge me ocupaba de la
teoría de Artin sobre las formas cúbicas con coeficientes
enteros. Basandome en la idea llamada método del círculo,
utilicé la geometría algebraica, la teoría de los
números enteros y la aproximación diofantica
Intenté hallar el camino intermedio, una fórmula aún no
descubierta por las conjeturas de Artin Al final, una demostración
obtenida sobre un tipo al que se le aplican unas condiciones especiales
El profesor recogió una ramita que estaba debajo del banco, y
escribió algo en el suelo. No hubiera podido decir qué era ese
«algo». Había cifras, letras y signos misteriosos que
formaban una serie continua. No entendí ni una sola de las palabras que
pronunció, y sin embargo comprendí que allí había
una lógicaimparable y que el profesor avanzaba en medio de ella. Se le
veía digno, con un aire majestuoso. Los nervios de la peluquería
habían desaparecido. La ramita medio seca siguió grabando sin
cesar la voluntad del profesor en el suelo. Antes de que me hubiera dado
cuenta, a nuestros pies se extendía una especie de encaje de dibujos
tejido de fórmulas entrelazadas.
—¿Puedo hablarle sobre un descubrimiento mío? —me sorprendí
a mí misma preguntandole cuando la ramita dejó de moverse
y volvió el silencio.
Quiza se debió a que me entraron ganas de participar en todo
aquello, fascinada como estaba por la belleza de aquellos dibujos como un
encaje. Y ademas estaba convencida de que el profesor no echaría
por tierra mi descubrimiento aunque fuera demasiado infantil.
—Si sumamos los divisores de 28, tenemos 28.
—¡Oh! —exclamó, y al lado de su razonamiento sobre
la teoría de Artin, escribió:
28 = 1 + 2 + 4 + 7 + 14
—Es un número perfecto.
—Número, perfecto —murmuré saboreando la
resonancia de una palabra tan cautivadora.
—El número perfecto mas pequeño es el 6. 6 = 1 + 2 +
3.
—Ah, es verdad. Así que no es nada extraordinario.
—Sí, qué va, al contrario. Es un número maravilloso
que encarna verdaderamente el significado de «perfecto».
Después del 28 viene el 496. 496 = 1 + 2 + 4 + 8 + 16 + 31 + 62 + 124 +
248. Después de éste viene el 8128. Luego, el 33550336. Y
después, el 8589869056. Cuanto mas se avanza, mas
difícil es hallar elnúmero perfecto.
Me quedé asombrada al escuchar cómo el profesor barajaba
números del orden de cien millones como si tal cosa.
—Naturalmente, excepto en los números perfectos, la suma de los
divisores de un número, o bien lo supera o bien es inferior a él.
Cuando lo supera, se llama número abundante y cuando es inferior, se
llama número deficiente. ¿No te parece que son en verdad
apelativos muy claros? En el caso del 18 es 1 + 2 + 3 + 6 + 9 = 21, por lo
tanto un número abundante. Y para el 14, ya que sumamos 1 + 2 + 7 = 10,
es un número deficiente.
Imaginé el 18 y el 14. Después de escuchar la explicación
del profesor ya habían dejado de ser unos números cualesquiera.
El 18 aguantaba el peso excesivo de la carga sin que nadie lo supiera, y el 14
se detenía silencioso ante el vacío creado por la escasez.
—Hay tantos números deficientes como se quiera superiores
sólo en 1 a la suma de sus divisores, y sin embargo, no existe
ningún número excesivo inferior solamente en 1 a la suma de sus
divisores. O sería mejor decir que aún no ha sido encontrado por
nadie.
—¿Y por qué no se ha encontrado?
—La razón esta escrita en el cuaderno de Dios.
Los rayos del sol derramaban su luz tierna y homogénea sobre todo lo que
se veía a mi alrededor. Brillaban incluso los cadaveres de los
insectos, flotando sobre el agua de la fuente. Me di cuenta de que la nota
mas importante, que estaba colocada en su pecho, «mi memoria
sólo dura 80 minutos», estaba apunto de caerse y, alargando la
mano, la sujeté de nuevo con el imperdible.
—Ahora vamos a demostrar otra característica de los números
perfectos —declaró el profesor volviendo a agarrar la ramita;
recogió sus piernas bajo el banco, y dejó libre el espacio del
suelo—. Los números perfectos pueden expresarse con la suma de una
sucesión de números naturales.
6 = 1 + 2 + 3
28= 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7
496= 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 + 8 + 9 + 10 + 11 + 12 + 13 + 14 + 15 + 16 + 17
+ 18 + 19 + 20 + 21 + 22 + 23 + 24 + 25 + 26 + 27 + 28 + 29 + 30 + 31
El profesor, extendiendo los brazos todo lo posible, escribió una suma
muy larga. Eran líneas simples y regulares. No parecía sobrar
nada, rezumaban una tensión afilada y pura que resultaba paralizante.
Una fórmula tan difícil como la conjetura de Artin y la suma de
los divisores del 28 nos rodeaban, fundiéndose en una sola cosa. Cada
número se convertía en un punto del delicado encaje, y, anudados
entre sí, formaban un dibujo de gran precisión. Temiendo borrar
los números si movía las piernas por descuido, contuve la
respiración.
En aquel momento fue como si el secreto del universo apareciera ante nosotros.
El cuaderno de Dios se abría a nuestros pies.
—Bueno —dijo el profesor—. Quiza vaya siendo hora de
que regresemos.
—Sí —afirmé con la cabeza—. Pronto
llegara Root.
—¿Root?
—Sí, mi hijo de 10 años: Root, porque tiene la coronilla
tan plana como el signo de la raíz cuadrada.—¡Ah! Es verdad,
tienes un hijo, ¿no? Cuando un niño llega a casa, la madre tiene
que estar presente para salir a recibirlo. Venga, démonos prisa. No hay
nada mas maravilloso que escuchar a un niño decir
«¡Ya estoy en casa!».
Dicho lo cual, el profesor se levantó.
En aquel momento se escuchó un llanto que provenía del arenero.
Una niña de unos dos años de edad, a la que quiza se le
había metido arena en los ojos, estaba llorando sin soltar su pala de
juguete. El profesor se le acercó con una agilidad que nunca antes
había demostrado y le dijo algo mirandola a la cara.
Sacudió la falda de la niña, que estaba llena de arena, con unas manos
cariñosas. Comprendí entonces que aquel hombre adoraba no
sólo a Root sino también a todos los niños.
—No se meta —dijo la madre, que apareció de no se sabe
dónde; apartó la mano del profesor, y se marchó corriendo
con la niña en brazos.
El profesor se quedó solo, de pie, inmóvil en el arenero. Yo,
incapaz de ayudarle, me limité a mirar su figura de espaldas. Los
pétalos del cerezo cayeron trazando círculos en el aire,
añadiendo nuevos dibujos al secreto del universo.
—He hecho bien los deberes. Así que ahora repararas la
radio como me habías prometido, ¿eh?
Root había entrado corriendo en casa sin decir ni hola. Acto seguido,
añadió:
—Aquí tienes.
Y le plantificó ante sus narices el cuaderno de calculo.
1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 + 8 + 9 + 10 = 55
El profesor miró concentrado la suma escrita porRoot como si comprobara
una demostración matematica de alto nivel. No alcanzando a
recordar por qué le había puesto aquellos deberes y qué
quería decir con lo de de reparar la radio, intentaba dar una respuesta
a través de aquella suma.
El profesor procuraba siempre no preguntar acerca de los sucesos de
hacía mas de 80 minutos. Aun cuando se lo habría podido
explicar enseguida con sólo preguntarme qué significaban esos
deberes y lo de la reparación de la radio, procuró resolver la
cuestión por sí mismo intentando encontrar pistas, de un modo u
otro, sólo a través del presente. Gracias a la brillante
inteligencia de que había sido dotado desde su infancia, seguramente
comprendía a fondo el mecanismo de su enfermedad. No era tanto una
cuestión de orgullo como que le preocupaba mas bien molestar a la
gente que vivía en un mundo de memoria normal. Decidí, por tanto,
no intervenir de manera intempestiva y dejarlos.
—Vaya, si es la suma del uno al diez.
—Es correcta, ¿no? La he revisado muchas veces, poniéndola
por escrito, así es que estoy seguro de que esta bien.
—Sí, es correcta.
—¡Bien! Entonces podemos ir enseguida a llevar la radio a la tienda
para que nos la arreglen.
—Espera un momento, Root, hombretón… —carraspeó
el profesor para ganar tiempo—. ¿Me podrías explicar
cómo has llegado a esta solución correcta?
—Pues es muy facil. Sumando uno tras otro.
—Es una manera honesta. Un método seguro que nadie va a
reprocharte.
Rootasintió con la cabeza.
—Sin embargo, por un momento piensa esto: si hubiera un profesor
mas malicioso y te pidiera que sumaras de uno hasta cien,
¿qué harías?
— Pues lo mismo; sumaría uno tras otro.
—Claro, porque eres obediente. Ademas tienes paciencia y fuerza de
voluntad. Así que podrías llegar a dar el resultado incluso si
fuera de uno a cien. Pero si ese profesor fuera quiza tan malo como un
diablo, puede que te pidiera la suma de uno a mil, o aun hasta diez mil
¿no? Entonces se reiría a carcajadas viendo al honesto y
responsable Root gimiendo y sufriendo ante esas sumas larguísimas. Y
esto, dime tú, ¿podrías aguantarlo?
Root sacudió la cabeza.
—Claro que no. ¿Pero vamos a aceptar que un profesor tan malo nos
mire con desprecio? No dejaremos que se salga con la suya, ¿verdad?
—Pero entonces, ¿qué haremos?
—Vamos a tratar de encontrar una manera de calcular mas sencilla,
que funcione por muy alto que sea el número. Cuando hayamos dado con
ella, entonces llevaremos la radio a la tienda de electrodomésticos.
—¡Eh! Esto no es lo que habías prometido. ¡Es trampa,
trampa, trampa!
Root pateaba el suelo con los pies.
—Pórtate bien, ya no eres un bebé, me parece a mí
—intervine, reprendiéndole.
El profesor, al contrario, mantenía la calma a pesar de las
impertinencias de Root.
—Los ejercicios no se acaban cuando uno encuentra la solución.
Existe otro camino para llegar a 55. ¿No tienes ganas de recorrerlo?
—No muchoRoot seguía enfadado.
—Bueno, esto es lo que vamos a hacer. Supongo que como esta radio es muy
antigua, aunque hoy la dejemos en la tienda, tardara algunos días
hasta que vuelva a emitir algún sonido. ¿Qué te parece si
competimos a ver si la radio se arregla primero o si tú encuentras antes
otro camino para la suma?
—Bueno Pero, la verdad es que no estoy seguro de que pueda. Otra
manera de sumar del uno a diez
—Vaya, ¿qué te pasa? No sabía que fueras tan
cobarde.
¿Te rindes antes del combate?
—Vale, de acuerdo. Lo intentaré. Pero no sé si sera
a tiempo, antes de que la radio esté arreglada. Yo también estoy
bastante atareado.
—Esta bien, esta bien…
Como tenía por costumbre, el profesor acarició la cabeza de Root,
y añadió:
—¡Ah, sí! Como es una promesa muy importante, la
apuntaré antes de que se me olvide.
Arrancó una hoja de su cuaderno, escribió a lapiz los
puntos esenciales y la sujetó con un imperdible en un rinconcito que
quedaba libre en la solapa de su chaqueta.
Sus ademanes eran precisos, de una habilidad sorprendente, en nada comparables
a la torpeza que demostraba en su vida cotidiana. Incluso se hubiera dicho que
eran las manos de un experto. La nueva anotación se integró
inmediatamente entre todas las demas.
—Que termines los deberes antes de que empiece la retrasmisión de
béisbol. Que mientras comes, la radio esté apagada. Y que no
molestes al profesor cuando trabaja. ¿De acuerdo? Es todo cuanto te pido
—ledije con claridad.
Y Root asintió como si estuviera harto.
—Lo sé, no hace falta que me lo repitas. Los Tigers van bien este
año. Hasta el año pasado fueron siempre colistas, dos temporadas
seguidas, pero el equipo de este año es diferente. Han ganado a los Giants
al comienzo de la liga.
—¿De veras? ¿Los Tigers estan en forma?
—preguntó el profesor—. ¿Y cual es ahora el
promedio en las carreras de lanzamiento de Enatsu?
Continuó sus preguntas mirando alternativamente hacia mí y hacia
Root.
—¿Y a cuantos contrarios ha eliminado? Después de un
silencio, Root contestó:
—Enatsu fichó por otro equipo. Antes de que yo naciera y
ademas, esta retirado.
Tras una exclamación de sorpresa, el profesor se quedó sin
palabras y parado.
Era la primera vez que yo lo veía tan sorprendido y perturbado. Pese a
que siempre se tomaba con calma todo aquello que su memoria no conseguía
abarcar, aquella vez era diferente. Se encontraba en una situación sin
salida, en la que no sabía cómo disimular lo sucedido.
Viéndolo de aquella manera, no pude ni tan sólo pensar en que
Root lo estaría pasando también muy mal al darse cuenta de la
gravedad de lo que le había dicho al profesor.
—Pero ganó muchos partidos con los Carps… incluso la
liga… fue el mejor jugador del campeonato —añadí yo con
intención de calmarle aunque sólo fuera un poco; pero mas
bien produjo el efecto contrario.
—¿Qué? ¿Has dicho los Carps de Hiroshima?
¡Qué barbaridad! No puedeuno ni imaginarse a Enatsu vistiendo otro
uniforme que no fuera el de rayas verticales de los Tigers
Apoyó los dos codos sobre el escritorio alborotandose los
cabellos que acababa de arreglarse en la peluquería. Cayeron pelitos
cortos sobre del cuaderno de matematicas. Ahora le tocaba a Root tocar
la cabeza del profesor. Root acariciaba aquel cabello desordenado como si
quisiera expiar la falta que había cometido.
Aquella noche, Root y yo caminamos en silencio hasta nuestro apartamento.
—¿Hoy también juegan los Tigers?
A pesar de mis preguntas, Root me contestaba con la cabeza y un total desinterés.
—¿Y contra quién juegan?
—Contra los Whales de Taiyo.
—¿Crees que van ganando?
—No lo sé.
La luz de la peluquería donde habíamos ido por la tarde estaba
apagada, no había ni rastro de gente por el parque, y tampoco
podrían verse en la oscuridad las fórmulas escritas con la rama.
—No debería haber sido tan bocazas —dijo Root—. No
sabía que al profesor le gustara tanto Enatsu.
—Yo tampoco lo sabía —le contesté de una manera
posiblemente inadecuada para consolarlo—. No te preocupes. No pasa nada.
Mañana todo volvera a ser como antes. Mañana Enatsu
volvera a ser la estrella de los Tigers para el profesor.
Igual de difícil que el problema que nos planteaba Enatsu eran los
deberes que nos había puesto el profesor.
En efecto, tal y como había vaticinado el profesor, el dueño de
la tienda de aparatos eléctricos adonde llevamos laradio se quedó
perplejo diciendo que nunca antes había visto un modelo tan antiguo,
pero al final nos prometió que intentaría tenerlo listo en una
semana. En cuanto a mí, todos los días, al volver a casa
después de la jornada de trabajo, pensaba en cómo encontrar un
sistema para «la suma de todos los números naturales del 1 al
10». En realidad era tarea de Root, pero como enseguida él se dio
por vencido, me vi obligada a ocuparme de ello. Creo que lo hice porque me
preocupaba lo ocurrido con Enatsu. No quería desilusionar mas al
profesor, y sobre todo, quería complacerle. Para ello no había
otra manera de aproximarse a él que no fuera a través de las
matematicas.
Leí en voz alta la pregunta, tal y como el profesor pedía siempre
a Root que lo hiciera.
—1 + 2 + 3 +…+ 9 + 10 es igual a 55. 1 + 2+ 3 + + 9 + 10 da 55.
1 + 2 + 3 +…
Pero no me fue de mucha ayuda. Sólo me hizo caer en la cuenta de lo
simple que era la fórmula en comparación con la opacidad de lo
que yo estaba buscando.
Mas tarde probé a escribir los números del 1 al 10 en
hileras verticales y horizontales, a separarlos en grupos pares e impares,
números primos y no primos, e incluso utilicé cerillas y fichas.
También durante el trabajo, en cuanto tenía un hueco, intentaba
encontrar una pista que condujera a la solución, y no paraba de escribir
números en el dorso de los folletos publicitarios.
En el caso de los números amigos, había infinidad de
fórmulas de calculo, ybastaba con dedicarle tiempo para poder
avanzar. Sin embargo, esta vez se trataba de algo distinto. Plantease el
problema de la manera en que lo plantease, la sensación que tenía
era vaga e insegura, y acabé finalmente por no saber ni qué quería
hacer. Era como si estuviera girando en torno a una incongruencia, como si poco
a poco estuviera retrocediendo en mi propósito. En realidad, la mayor
parte del tiempo lo pasaba con la mirada puesta en el dorso de los folletos
publicitarios.
A pesar de todo, no renuncié. Desde los tiempos en que me había
quedado embarazada de Root no había pensado tan a fondo en un problema.
Yo misma me extrañaba de ser capaz de esforzarme tanto en un juego para
niños del que no podía sacarse provecho alguno. Tenía
siempre presente la figura del profesor, pero, poco a poco, todo lo
demas fue alejandose de mí y, a mi pesar, el reto del
problema fue tomando un cariz cada vez mas serio. Cada mañana, al
despertarme, la primera imagen que ocupaba mi campo de visión era la
fórmula «1 + 2 + 3 + 9 + 10 = 55», y permanecía
allí durante todo el día. Impregnaba mi retina como si fuera una
sombra, de manera que me era imposible ahuyentarla o ignorarla.
Al principio, aquello era simplemente una pesadez, pero fue
convirtiéndose en una obsesión y, al poco tiempo, por
extraño que parezca, me consideré incluso encargada de una
misión. Pocas eran las personas que conocían el significado
oculto de aquella fórmula. La mayoríaconcluirían su vida
sin tan sólo sospechar su existencia. Y en aquel momento, una asistenta del
hogar, que debería hallarse muy lejos de esa fórmula, estaba a
punto de abrir esa puerta secreta gracias a una ironía del destino. Sin
darse cuenta, desde que había sido enviada por la Agencia de Trabajos
Domésticos Akebono a casa del profesor, había sido tocada por un
rayo de luz que alguien había emitido y le había sido asignada
una misión especial.
—Oye, ¿no te parezco así igual que el profesor cuando
«esta pensando»?
Posé apoyando los dedos sobre la sien, con el lapiz entre el dedo
corazón y el índice. Aquel día, a pesar de haber
emborronado todos los folletos publicitarios que habían llegado,
seguía sin haber dado con ningún resultado.
—¡Qué va! El profesor, cuando esta resolviendo
problemas de matematicas, no habla a solas como tú haces, ni se
toca las puntas abiertas del pelo. Su cuerpo esta allí pero es
como si su corazón estuviera muy lejos —me contestó
Root—. Ademas, la dificultad del problema que estas
intentando resolver no tiene nada que ver con los de él.
—Eso ya lo sé yo. ¿Pero para quién crees que estoy
haciendo este esfuerzo? ¡Me gustaría que vinieras aquí
conmigo y pensaras tú también, en lugar de leer sólo
libros de béisbol!
—Yo sólo he vivido un tercio de lo que tú has vivido.
Ademas, son ejercicios absurdos.
—Sacar las fracciones al momento, eso sí es un progreso,
¿no te parece? Y es gracias al profesor, ¿no?—Digamos que
sí… —dijo Root mirando el reverso de la propaganda al tiempo
que asentía con la cabeza, dandose un aire serio.
—Vas por buen camino, ¿verdad?
—Qué manera mas irresponsable de animar a alguien.
—Bueno, es mejor animarte que no hacerlo, ¿o no? Y enseguida
regresó a sus libros de béisbol.
Tiempo atras, cuando me echaba a llorar por las injusticias de los
empleadores conmigo (me habían acusado sin motivo de robar, delante de
mis propios ojos habían tirado al cubo de la basura la comida que
había preparado, me habían llamado inútil, etc.), Root,
que aún era pequeño, me consolaba:
—Tú eres guapa, mama, así que no pasa nada…
—me decía con un aire muy convencido. Para él,
aquélla era una frase de primera para consolarme.
—¿Ah, sí? Conque mama es guapa
—Claro que sí. ¿No lo sabías? —fingía
sorpresa, exagerando, y repetía—: así que no te preocupes,
porque eres guapa.
A veces derramaba lagrimas de cocodrilo para que Root me consolara,
aunque no estuviera tan afligida como para llorar. Él fingía, y
se dejaba engañar de buena gana.
—¿Sabes lo que se me ha ocurrido? —dijo Root, de
repente—. Que yendo del 1 al 10, sólo el 10 queda como aparte.
—¿Por qué?
—Pues porque es el único que tiene dos cifras.
Tenía razón. Ya había intentado varias veces clasificar
los números, sin embargo no había recurrido al método de
prestar atención a un solo número de características
diferentes.
Al contemplar los diez números de nuevo, ladiferencia del 10 destacaba
hasta el punto que me quedé decepcionada pensando en por qué no
había sido capaz de darme cuenta de ello hasta aquel momento. El 10 era
el único número que no se podía escribir sin levantar la
mano.
—Estaría bien que no tuviéramos el 10, porque así
podríamos repartirlo justo por la mitad.
—¿Qué es eso de repartir por la mitad?
—No lo sabes porque no viniste a la clase con padres del último
día. Era por cierto la de educación física, que se me da
bien. En esa clase, cuando el profesor da la orden de
«¡Reuníos hacia el centro de cada fila!», los que
estan en el medio de cada fila levantan la mano y los demas se
alinean tomando la mano como punto de referencia. Si la fila es de nueve
personas, esta bien, porque el quinto es el medio, pero en el caso de
que la fila sea de diez personas, entonces hay un problema. Una sola persona
mas, y no es posible repartir por la mitad.
Dejé el 10 en un lugar separado, alineé los números del 1
al 9 y rodeé el 5 con un círculo.
Sin duda, el 5 estaba en el medio. Iba acompañado de cuatro
números por delante y otros cuatro por detras. Estaba muy
erguido, alzaba los brazos hacia el cielo orgullosamente y reivindicaba que
precisamente él era el legítimo punto de referencia.
En aquel momento, por primera vez desde que nací, experimenté un
instante milagroso. En un desierto cruelmente pisado se levantó una
rafaga de viento, y apareció una nueva senda, toda recta, ante
mis ojos. Alfinal de la senda había una luz brillante que me guiaba. Una
luz que me daba ganas de seguir la senda y de hundirme en ella por entero,
empapandome todo el cuerpo. Comprendí entonces que en aquel
momento estaba recibiendo una bendición que lleva por nombre chispa.
La radio volvió de la tienda de electrodomésticos un viernes, el
24 de abril, día del partido contra los Dragons. Los tres
habíamos colocado el aparato en el centro de la mesa del comedor y
aguzabamos el oído. Cuando Root giró el botón, a
través de las interferencias empezó a escucharse la
retransmisión del partido de béisbol. El sonido era tan poco
concreto como si llegara a duras penas después de un largo viaje, pero
era una auténtica retransmisión de un partido de béisbol.
Eran efluvios del mundo exterior, que penetraban por primera vez en el
pabellón desde que yo había empezado a trabajar
allí… Los tres lanzamos una exclamación de
admiración.
—No sabía que se pudiera escuchar la retransmisión del
béisbol con esta radio —dijo el profesor.
—Por supuesto que sí. Se puede escuchar con cualquier tipo de
radio.
—Me la compró mi hermano mayor hace tiempo para que estudiara
inglés con ella, y pensaba que sólo se podían escuchar
clases de inglés.
—Entonces, ¿no has disfrutado nunca por radio con un partido de
los Tigers? —inquirió Root.
—EjemPues mas bien no. Ademas aquí no hay
televisor, como veis Y para ser sincero —confesó balbuceando
el profesor—: nunca hevisto un partido de béisbol.
—¡No me lo puedo creer! —se sorprendió Root en voz
alta, sin reservas.
—Pero no quiero que me juzgues mal. Conozco perfectamente las reglas
—añadió el profesor como si quisiera justificarse, aunque
no logró calmar el asombro de Root.
—Entonces, ¡no puedes ser un hincha de los Tigers!
—Sí que puedo. Puedo ser un auténtico hincha de los Tigers.
En la universidad, voy a la biblioteca durante el descanso para comer, y leo la
sección de deportes de los periódicos. Pero no sólo es por
la lectura. No hay otro deporte que pueda expresarse con tanta variedad de
números como el béisbol. Analizo los porcentajes de bateos o de
los lanzamientos de los jugadores de los Tigers. Descubro las modificaciones al
milésimo e imagino el desarrollo del partido en mi cabeza.
—¿Y lo pasas bien así?
—Pues claro que sí. A pesar de no tener radio, aún
esta grabado en mi cabeza con todo detalle el partido en el que Enatsu,
aún novato, debutó como profesional y ganó por primera vez
contra los Carps, eliminando a 10 bateadores; fue en 1967. O también
otro partido en el que Enatsu logró un no hit no run en la
prórroga bateando él mismo su home run final; fue en 1973.
Entonces, el locutor de la radio anunció al primer lanzador de los
Tigres: Kasai.
—Por cierto, ¿cuando lanzara Enatsu de nuevo?
Cuando hizo esta pregunta, Root contestó con toda naturalidad sin
turbarse ni pedirme ayuda.
—Según el turno, sera un poco después.
Mesorprendió ver que Root era capaz de comportarse como una persona
adulta. Habíamos prometido mentir sólo en lo relativo al asunto
de Enatsu. Me dolía mentir sobre lo que fuera. Y mucho mas al
profesor. Al tiempo que yo pensaba estar atendiendo cuidadosamente su enfermedad,
me partía el corazón no estar segura de si el resultado
sería realmente bueno para él.
Pero habría sido aún mas insoportable volver a causarle un
choc.
—Tú piensa que Enatsu esta detras, en el banquillo.
Intenta imaginarte que esta calentando en el bullpen, ¿vale,
mama? —me dijo Root.
Como Root no había conocido a Enatsu en activo, fue a consultar libros
en la biblioteca, y consiguió toda la información que
podía encontrarse sobre él. El resultado total era: 206
victorias, 158 derrotas, 193 juegos salvados y 2987 bateadores contrarios
eliminados; su primer home run desde que accedió a la liga profesional
fue bateado en su segundo partido; y eso que tenía los dedos cortos para
un lanzador; el jugador llamado O, que era su contrincante, le había
eliminado en numerosas ocasiones, como bateador, y le había hecho muchos
home runs ; pero Enatsu nunca le facilitó a su rival ningún hit
by pitch ; en 1968 estableció un nuevo récord mundial con 401
contrarios eliminados en una temporada; y en 1975 (el año en el que la
memoria del profesor se paralizó), al finalizar el campeonato, fue
fichado por los Nankai Hawks.
Sin duda, Root, al compartir aunque sólo fuera un poco losrecuerdos del
profesor, deseaba también percibir con nitidez la figura de Enatsu,
mas alla de las ovaciones que procedían de la radio.
Mientras yo luchaba con denuedo por resolver los ejercicios de calculo
que había puesto el profesor, Root se esforzaba por solucionar a su
manera el problema de Enatsu. Ojeando la Enciclopedia ilustrada de jugadores
célebres de béisbol profesional, que Root había sacado de
la biblioteca, me topé con un número que me dio que pensar. El
dorsal de Enatsu era el 28. El jugador, en cuanto dejó del Instituto de
Osaka para entrar en el equipo de los Tigers, eligió el 28 de entre los
números que le propusieron: el 1, el 13 y el 28. Enatsu había
llevado a la espalda pues un número perfecto.
Aquel mismo día, después de la cena, presentamos la
solución de los ejercicios puestos por el profesor. Él estaba
sentado a la mesa del comedor, y Root y yo nos pusimos de pie frente a
él con un bloc de dibujo y un rotulador, y de entrada, le saludamos
inclinando la cabeza.
—Ejem, los deberes que nos puso eran: cual es la suma de todos los
números naturales del 1 al 10
Root se puso mas serio que nunca. Carraspeó una vez y
escribió en el bloc de dibujo que yo sujetaba, en un renglón
horizontal, los números del 1 al 9, antes de escribir el 10 un poco
apartado, tal y como habíamos ensayado la noche anterior.
—Sabemos cual es la solución. Es 55. La conseguí
sumando todas las cifras, pero no te ha convencido la respuesta.
Conlos brazos cruzados, el profesor prestaba oídos muy atentamente, para
no perder ni una sola palabra.
—En primer lugar sólo tendremos en cuenta hasta el 9. De momento
nos olvidaremos del 10. La mitad, entre el 1 al 9 esta en el 5. Es
decir, el 5 es el eh
—El promedio —le soplé.
—Ah, sí. Es el promedio. Como en el colegio todavía no me
han enseñado a encontrar el promedio, mama me lo ha explicado. Si
sumamos los números del 1 al 9 y dividimos entre 9, tenemos 5, y 5
× 9 = 45, y ésta es la suma de las cifras de 1 a 9. Y ahora
recordemos el 10, que habíamos dejado de lado.
Root volvió a agarrar el rotulador y escribió la fórmula.
5 × 9 + 10 = 55
El profesor se quedó inmóvil durante un rato. Contemplaba la
fórmula con los brazos cruzados, sin pronunciar palabra.
Pensé que al fin y al cabo mi chispa había sido una ridiculez
infantil. Sabía desde un principio que, por mucho que me concentrase con
toda mi alma, lo que podía sacar de mis pobres células grises era
poca cosa, y que era una osadía no exenta de orgullo el querer contentar
de esta manera a un matematico.
Entonces el profesor se levantó inesperadamente, y se puso a aplaudir.
Era un aplauso tan enérgico y afable que pensé que ni siquiera la
persona que demostró el Teorema de Fermat habría recibido un
elogio como aquél. Resonó por todo el pabellón y su eco no
cesó durante largo rato.
—¡Excelente! ¡Qué fórmula mas hermosa!
¡Magnífico, Root!
El profesor abrazó aRoot. Entre tanto abrazo, el cuerpo de Root estaba
medio aplastado.
—¡Realmente magnífico! Es increíble que una
fórmula como ésta salga de tu mano
—Sí, ya lo he entendido, profesor, pero suéltame. Que no
puedo respirar.
La americana del profesor tapaba la boca de Root, y la voz del muchacho,
ensordecida, no llegaba a oídos del profesor.
Por mucho que le llenara de alabanzas, parecía no bastarle.
Quería absolutamente convencer al chico flaco y pequeñajo de la
coronilla plana que estaba ante sus ojos de lo hermosa que era la
fórmula que había inventado.
Junto a Root, que monopolizaba los elogios, yo murmuraba en mi corazón
que en realidad quien la había inventado no era él, sino yo. Y
eso que hacía un rato había perdido toda confianza y estaba
dolida conmigo misma, pero a partir de aquel momento sucedió todo lo
contrario: me sentía tan orgullosa. Miré de nuevo el bloc de
dibujo, y contemplé la línea que Root había escrito:
5 × 9 + 10 = 55
Incluso una persona que nunca había estudiado a fondo las
matematicas, como yo, sabía lo que la fórmula
ganaría en nobleza si se utilizaban signos:
n (n – 1) + n
2
Aunque sea yo quien lo diga, la presentación del resultado lució
así con gran esplendor.
¿En qué radicaba la pureza de aquella solución que yo
había finalmente encontrado, tras el caos en el que me había
extraviado? Era como si hubiera extraído un pedazo de diamante de una
cueva perdida en un paramo. Y nadie podía estropear ninegar la
existencia de aquel diamante. Como el profesor no me había felicitado a
mí, sonreí disimuladamente para mis adentros, dandome
todas las alabanzas que no había recibido.
Por fin Root quedó libre. Igual que unos matematicos que hubieran
terminado su presentación ante un congreso de lógica
matematica, inclinamos la cabeza con dignidad y agradecimiento, para
corresponder al aplauso del profesor.
Aquel mismo día, los Tigers perdieron 2 a 3 contra los Dragons. Pese a
que se habían adelantado dos puntos con un tiro desde la tercera base,
que bateó Wada, enseguida los Dragons los alcanzaron con dos home runs
consecutivos, que invirtieron la situación, todo lo cual les
costó el partido al final.
4
Lo que mas amaba el profesor en este mundo eran los números
primos. Incluso yo sabía que existían números llamados
primos, pero nunca me había imaginado que podían convertirse en
un objeto de amor. Por muy extravagante que fuera el objeto, la manera en que
el profesor los amaba era perfectamente ortodoxa. Los trataba con
cariño, se dedicaba a ellos desinteresadamente y con gran respeto, a
veces los acariciaba y a veces se arrodillaba ante ellos. Nunca se separaba de
ellos.
De entre todo lo que a Root y a mí nos contó sobre las
matematicas en su estudio o en la mesa del comedor, lo de los
números primos fue probablemente lo que mas salió a
relucir. Al principio, apenas fui capaz de entender el encanto que tienen los
números, a primeravista tan testarudos, y que sólo son divisibles
por ellos mismos o por 1. A medida que la pasión y la franqueza del
profesor al hablar de números primos nos iba atrapando, poco a poco fue
naciendo cierto sentimiento de solidaridad entre nosotros. Los números
primos empezaron a cobrar en mi interior una presencia casi palpable. Aquellas
imagenes eran diferentes cada vez y para cada uno de nosotros, pero
bastaba con que el profesor pronunciara las palabras «número
primo» para que nos miraramos con guiños de complicidad,
como cuando imaginabamos un caramelo de leche, y se nos llenaba la boca
de un aroma dulzón.
El atardecer era para nosotros un momento importante. Por la mañana, el
profesor y yo solíamos encontrarnos como si fuera la primera vez, pero a
lo largo del día su actitud algo tensa iba atenuandose poco a
poco, y cuando ya llegaba Root y llenaba la casa con su voz ingenua, se
había hecho casi de noche. Sin duda, por ello, en mi recuerdo, la
silueta del profesor aparece siempre recortada contra un sol de poniente.
Indefectiblemente, el profesor repetía una y otra vez lo mismo sobre los
números primos. Pero acordamos que nunca le diríamos «esto
ya nos lo ha contado antes». Era una promesa tan importante como la de
mentirle sobre lo de Enatsu. Nos esforzabamos por prestar
atención a lo que nos contaba, aunque estuviéramos hartos de
oírlo. Root y yo queríamos corresponder al esfuerzo del profesor
hacia nosotros, nosotros que éramosunos profanos en materia de
calculo, aunque él nos tratase como si fuéramos unos
matematicos; y, sobre todo, no queríamos herirle. La
confusión, cualquiera que fuera la causa, le hacía sufrir. Si
callabamos, el profesor no tendría por qué saber lo que
había perdido, y sería igual que si no hubiese perdido nada.
Hacerlo de este modo, y no decirle «esto ya lo sabíamos»,
fue un pacto al que llegamos, y que no nos costó cumplir.
Pero en realidad apenas hubo ninguna situación sobre las
matematicas que nos hartase. Respecto a la historia de los
números primos (la demostración de su infinitud, o la manera de
crear códigos utilizandolos, o los números primos grandes,
o los números primos gemelos, o los números gemelos o el
número primo de Mersenne, etc.), una serie de pequeños cambios de
estructura nos llevaban a darnos cuenta de nuestros errores o a realizar nuevos
descubrimientos. La mínima inflexión del tiempo o de la voz
parecía que cambiaba incluso el color de la luz que iluminaba a los números
primos.
Según lo que yo suponía, el encanto de los números primos
consistía quizas en la imposibilidad de explicar en qué
orden aparecen. Cada uno se dispersa a su antojo, cumpliendo la
condición de no tener mas divisores que 1 y sí mismo.
Aunque no cabe duda de que cuanto mas grandes son, mas
difícil resulta encontrarlos, y es imposible predecir su
aparición siguiendo ninguna regla; y esta fantasía voluptuosa
mantenía prisionero al profesor, queperseguía la belleza
perfecta.
—Intentemos escribir los números primos hasta el 100.
El profesor escribió los números con el lapiz de Root, al
lado de los deberes del colegio:
2, 3, 5,7, 11, 13, 17, 19, 23, 29, 31, 37,41,43, 47, 53, 59,61,67,71,73, 79,
83, 89, 97
Era siempre sorprendente para mí que los números salieran de
entre sus dedos con tanta soltura y en cualquier situación. Era
realmente inexplicable que aquellos dedos temblorosos, indecisos y viejos,
incapaces de apretar ni siquiera el botón del microondas, pudieran
manejar tan habilmente todos esos tipos diferentes de números.
Al mismo tiempo, a mí me gustaba la forma de los números que
él escribía con un lapiz del 4B. El 4 tenía una
forma tan redonda que parecía el nudo de un lazo, y el 5 se inclinaba
demasiado hacia adelante y parecía a punto de tropezar. De ninguno
podía decirse que estaba bien dibujado, y sin embargo todos
tenían su propia personalidad. El sentimiento de amistad por los
números que el profesor cultivaba desde que los conoció por
primera se reflejaba en la forma de cada uno de ellos.
—Veamos, ¿qué os parece?
Era su estilo empezar con una pregunta abstracta.
—No coinciden en nada —normalmente, contestaba primero Root—.
Ademas, sólo el 2 es par.
No sé por qué, pero a Root se le daba bien encontrar cifras que
se distinguían de las demas.
—Exactamente. Entre los números primos, el 2 es el único
par. Es como el primer bateador con el dorsal 1 de losnúmeros primos, el
Lead Off Man, el que dirige a todos los demas números primos, que
son infinitos; lo hace él solo, adelantandose a todos ellos.
—¿Y no se sentira solo?
—No, descuida. Si se siente solo se va al mundo de los números
pares, abandonando por un momento el de los primos, y allí encuentra a
muchos compañeros. Así que no te preocupes
—Por ejemplo, 17 y 19, o 41 y 43 son números impares consecutivos
y a la vez primos —dije animandome a competir con Root.
—Sí, muy buena observación. Son números primos
gemelos.
Me preguntaba yo gracias a qué truco de magia algunas palabras
ordinarias adquieren una resonancia romantica en cuanto son utilizadas
en matematicas. En el número amigo, y también en el
número primo gemelo, se percibe precisión y a la vez una especie
de timidez, como si se hubieran escapado de un poema. La imagen aparece
entonces de forma vivida, y en ella los números se abrazan, o estan
de pie cogidos de la mano, vestidos de la misma forma.
—A medida que los números van siendo mas altos, se hace
mas difícil encontrar otro número primo, ya que hay mayor
intervalo entre uno y otro. Aún no se sabe si hay números primos
gemelos hasta el infinito, igual que sí se sabe que existen infinitos
números primos —dijo el profesor mientras rodeaba los
números primos gemelos con un círculo.
Otra cosa extraña de las lecciones del profesor era que él
utilizaba sin ningún problema la frase «no se sabe». No era
una vergüenza el nosaber, sino sólo una señal que
podía llevar hacia una nueva verdad. Para él, enseñar el
hecho de que existe una posible verdad, que estuviera mas alla,
una verdad intacta, era tan importante como enseñar un teorema ya
demostrado.
—Como los números son infinitos, supongo que se pueden crear
tantos números gemelos como se quiera.
—Tienes razón. Supones bien. Pero al pasar del cien, como diez
mil, un millón, diez millones, se llega a una zona desértica
donde ya no aparece ningún número primo, sabes
—¿Desértica?
—Sí. Por mucho que avances, no veras ni la sombra de un
número primo. Todo es un mar de arena hasta donde alcanza la vista. El
sol te abrasa despiadadamente, tienes una sed tremenda, no ves bien y hasta vas
perdiendo el conocimiento. Te acercas corriendo a un número pensando que
es un número primo, pero es un simple espejismo. Aunque alargas la mano,
no agarras mas que el aire caliente. Sin embargo, avanzas un paso tras
otro, sin desistir. Hasta que ves el oasis de los números primos,
rebosante de agua pura, mas alla del horizonte
El sol poniente se alargaba a nuestros pies. Root repasó con el
lapiz el círculo que rodeaba los números primos gemelos.
Flotaba un vapor que salía de la olla de arroz, procedente de la cocina.
El profesor lanzó su mirada al otro lado de la ventana como si quisiera
ver y escrutar un desierto, pero allí no había mas que un
pequeño jardín, abandonado y olvidado de todos.
Lo que mas aborrecía elprofesor en este mundo era el
gentío. Por eso no quería salir de casa. Los lugares donde se
aglomera la gente, estaciones de trenes, grandes almacenes, cines, centros
comerciales, le resultaban difíciles de soportar. El hecho de que
diversos tipos de personas se unan por pura casualidad y se arremolinen
rebullendo sin ningún orden, y, por otro lado, la belleza que requiere
el sentido matematico, eran dos universos totalmente opuestos.
Él siempre aspiraba a la tranquilidad. Pero aquello no significaba
necesariamente que no hubiera ningún sonido. Por ejemplo, aunque Root
corriera por el pasillo haciendo mucho ruido, o pusiera la radio fuerte, eso no
alteraba su calma. La tranquilidad que buscaba el profesor existía
dentro del corazón, adonde no llega el sonido del mundo exterior.
Después de haber resuelto los problemas de las revistas matematicas,
y haberlas pasado a limpio, y mientras las revisaba antes de enviarlas por
correo, el profesor, satisfecho con la solución que les había
dado, a menudo murmuraba:
—Ay, qué tranquilidad
No era alegría ni libertad, sino calma lo que sentía al conseguir
la solución correcta. Era la calma propia del que tiene la certeza que
cada cosa esta en su lugar, sin tener que añadir ni quitar una
sola coma, y que las cosas van a quedarse así eternamente, como siempre
había sido. Al profesor le encantaba aquello.
Por tanto, estar tranquilo era el maximo elogio. A menudo, desde la mesa
miraba cómo yopreparaba la comida en la cocina, especialmente cuando
elaboraba las empanadillas japonesas, y me observaba con un aire de cierta
sorpresa. Yo colocaba la masa de harina en la palma de la mano, ponía el
relleno, lo envolvía haciendo cuatro pliegues, y dejaba la empanadilla
en el plato junto a las demas. A pesar de que yo sólo
repetía aquella operación tan sencilla, él no apartaba la
mirada, sin aburrirse, hasta que yo acababa con la última empanadilla.
El estaba tan serio —a veces dejaba escapar algún suspiro de
admiración— que el observarlo me producía una
extraño cosquilleo, y debía contenerme para no acabar riéndome.
—Venga, ya esta listo.
Cuando levantaba el plato lleno de empanadillas formando hileras bien
alineadas, el profesor, cruzando las manos sobre la mesa, decía con una
expresión de plenitud en su rostro y asintiendo con la cabeza:
—Ay, qué tranquilidad.
Fue el 6 de mayo, después de la Semana Dorada7 cuando supe por primera
vez hasta qué punto tenía miedo el profesor cuando se encontraba
en una situación que no podía controlar a través de un
teorema, o cuando las cosas dejaban de ser tranquilas. Root se había
hecho una herida con un cuchillo de cocina.
Una mañana después del puente de cuatro días, de
sabado a martes, cuando llegué al pabellón vi que
salía del lavabo mucha agua, que inundaba el pasillo. La verdad es que
yo estaba nerviosa pues había tenido que llamar a la
compañía del agua y al fontanero. Ademas, elprofesor se
mostraba mas distante que de costumbre, quiza debido a las
demasiadas horas de ausencia. Apenas reaccionó cuando le indiqué
la nota para que se fijara en mi identidad, y al atardecer aún
permanecía indiferente. Aunque le hubiera contagiado mis nervios, y esto
hubiese sido la causa de la herida de Root, el profesor no habría
tenido, de todos modos, ninguna responsabilidad.
Al poco rato de llegar Root a casa, al darme cuenta de que no quedaba aceite,
fui a hacer la compra. Sinceramente, sentí una vaga inquietud por tener
que dejar solos a Root y al profesor. Por eso al salir le dije a Root en voz
baja:
—No pasara nada, ¿verdad?
—¿Qué va a pasar? —me contestó Root secamente.
Yo misma no sabría explicar qué es lo que me intranquilizaba
tanto. ¿Era un presentimiento? No, no es eso. Me preocupaba mas
bien saber si el profesor podría ser responsable, administrativamente
por así decir, de alguien.
—No tardaré nada, pero estoy un poco preocupada porque es la
primera vez que te quedas solo en casa con el profesor
—Descuida, no pasara nada.
Root, sin hacerme caso, se fue corriendo al estudio para que el profesor le
mirara sus deberes.
Acabé las compras en unos veinte minutos, y en el momento de llegar a
casa y abrir la puerta de la entrada, noté que pasaba algo. El profesor,
abrazado a Root, estaba sentado, desplomado sobre el suelo de la cocina,
emitiendo un sonido indistinguible, como un sollozo o un gemido.
—Root,Root, ay, es espantoso
El profesor estaba tan alterado que no podía hablar bien. Cuanto
mas quería explicarme qué había pasado, mas
temblaban sus labios y le chorreaba el sudor por la frente, y no paraba de
hacer sonar los dientes. Aparté sus brazos, que apretaban el cuerpo de
Root, y separé a ambos.
Root no estaba llorando. No hacía sino permanecer quieto,
dócilmente, como si rezara para calmar cuanto antes la excitación
del profesor, como temiendo que yo lo regañara. La ropa de ambos estaba
manchada de sangre, y aunque pude ver la mano izquierda de Root sangrando,
podía adivinarse que no era una herida tan grave como para que el
profesor estuviera afectado de aquella manera. La sangre estaba medio
coagulada, pero Root no se quejaba. Cogí su muñeca y le
limpié la herida con agua del grifo, y después le dije a Root que
apretara la toalla contra la mano izquierda.
Mientras tanto, el profesor permanecía sentado, desplomado en el suelo,
sin moverse, con los brazos tiesos manteniendo aún la forma del abrazo a
Root. Mas que curar la herida, me pareció que lo mas
urgente era hacer que el profesor recobrase el juicio.
—No ha pasado nada —le dije con voz lo mas tranquila
posible, poniendo la mano sobre la espalda del profesor.
—¿Por qué le ha pasado una cosa tan horrible a un
niño tan guapo y tan listo?
—Es sólo un pequeño corte. Los chicos se hacen daño
constantemente.
—Ha sido culpa mía. Root no ha hecho nada malo. Él
noquería molestarme no decía nada ha aguantado él
solo el dolor
—No es culpa de nadie.
—No, no es cierto. Ha sido culpa mía. He intentado atajar la
hemorragia. Créeme. Pero no paraba de sangrar y Root se ha puesto
palido temí que dejara de respirar de un momento a otro
El profesor se tapó con las manos la cara mojada por el sudor, los mocos
y las lagrimas.
—No hay que preocuparse. Root esta vivo. Mire, aquí lo
tiene. Respira perfectamente.
Al decirle estas palabras, acaricié su espalda. Era una espalda
inesperadamente ancha.
A pesar de las explicaciones incoherentes que me dieron, creí entender
que Root, después de acabar los deberes, se había cortado entre
el pulgar y el índice con un cuchillo mientras intentaba pelar una
manzana para la merienda. El profesor insistió en que había sido
él quien quería comer una manzana. Y Root, por el contrario,
decía que era él quien se iba a comer la fruta. En todo caso, Root,
después de intentar curarse él solo, buscó una tirita y al
no encontrarla no supo qué hacer, porque la herida no paraba de sangrar;
y así lo encontró el profesor.
Por desgracia, las clínicas cercanas habían terminado su horario
de consulta, y sólo fue posible comunicarse con la clínica
pediatrica que estaba al otro lado de la estación, donde me
dijeron que podían atenderle. A partir de aquel momento, el profesor,
tras levantase con la ayuda de mis manos y enjugarse la cara, desplegó
una actividadsorprendente. Le dije que la herida no estaba en los pies, pero no
me hizo caso y fue hasta la clínica llevando a Root a la espalda. Casi
me preocupaba mas que la herida pudiera abrirse por el propio
movimiento. No debía de ser nada facil cargar con un chico de
primaria, por mucho que pesase sólo unos treinta kilos. Pero el
profesor, tan ajeno en principio al ejercicio físico, dio muestras de
una energía inesperada. El sostenía el cuerpo de Root en la
espalda, esa espalda que hasta hacía un momento yo había estado
acariciando, y sujetaba firmemente las piernas de Root, mientras corría
con sus zapatos mohosos. Root se encasquetó la gorra de los Tigers, la
cabeza gacha, no porque le doliera la herida sino porque le daban
vergüenza las miradas de los transeúntes. Cuando llegamos a la
clínica, el profesor golpeó la puerta cerrada con gran
ímpetu, como si transportara a un herido moribundo:
—¡Por favor! ¡Abran deprisa! El niño lo esta
pasando mal. ¡Ayúdenle, por favor!
La herida se cerró sólo con un par de puntos de sutura. El
profesor y yo estabamos sentados en un pasillo oscuro, y
esperabamos a que terminara el examen para ver si estaba afectado el
tendón. Era una clínica antigua que me deprimía con
sólo estar sentada allí. El techo era oscuro, las zapatillas8,
mugrientas y pegajosas, y los carteles informativos en las paredes, como el
anuncio de cursos de alimentación para lactantes o de vacunación,
estaban todos amarillentos. Sólo la luz de lasala de radiografía
nos alumbraba vagamente. Root estaba tardando mucho en salir de la consulta a
pesar de que era un mero examen de exploración.
—¿Conoces los números triangulares? —preguntó
el profesor, señalando con el dedo el triangulo que indica
peligro de radiación, colocado en la puerta de la sala de
radiografías.
—No —le contesté.
Aunque el hecho de haber vuelto a los números parecía calmar sus
animos, me daba la sensación de estaba todavía angustiado.
—Son números realmente elegantes.
Dibujó unos circulitos negros, poniéndolos en fila y formando un
triangulo en el dorso de un cuestionario que había cogido en
recepción:
—¿Qué te parece?
—Bueno, a ver es como si una persona metódica amontonara
leña o como si alineara granos de soja negros
—Bien, lo esencial es lo de la persona metódica. En la primera
línea, hay uno; en la segunda línea, dos; en la tercera, tres
Se crea así un triangulo con una sencillez que es insuperable.
Eché un vistazo al triangulo. Las manos del profesor estaban
temblando ligeramente. Parecía que los circulitos negros resaltaban en
la penumbra.
—Y si contamos la cantidad de circulitos negros que incluyen los
triangulos, obtenemos 1, 3, 6, 10, 15, 21. Si lo representamos con una
fórmula, sería:
1
1+2 = 3
1+2+3=6
1+2 + 3 + 4= 10
1 +2 + 3 + 4 + 5 = 15
1+2+3+4+5+6=21
Es decir, los números triangulares expresan la suma de los
números naturales desde el 1 hasta cierto número, loquieran ellos
mismos o no. Y si juntamos dos triangulos iguales, la cosa va mas
alla. Como me cansa dibujar tantos circulitos negros, ¿por
qué no lo intentamos con el cuarto número triangular 10?
Aunque no hacía frío, el temblor de las manos era cada vez
mas intenso, y los circulitos negros, ligeramente deformes. El intentaba
con todas sus fuerzas concentrarse en la punta del lapiz. Las notas de
la americana estaban manchadas de sangre y eran casi indescifrables.
—¿De acuerdo? Míralo bien. Al juntar los dos
triangulos como la cuarta figura, se ha formado un rectangulo con
cuatro circulitos verticales y cinco circulitos horizontales. La cantidad de
los circulitos negros que estan dentro de este rectangulo en
total es de 4 x 5 = 20. ¿Me explico? Y al dividirlo por la mitad
sería, 20 + 2 = 10, es decir, son la suma de los números
naturales del 1 al 4. O bien, si nos fijamos en cada línea del
rectangulo, sería:
Así, puede encontrarse enseguida tanto el décimo número
triangular, que es la suma de los números naturales del 1 al 10, como el
que ocupa la posición número cien de los números
triangulares.
En el caso del 1 al 10 sería:
Me di cuenta de que el profesor estaba llorando. Se le cayó el
lapiz, que rodó a sus pies. Era la primera vez que le veía
llorar, y sin embargo tuve la sensación de que había llorado en
muchas ocasiones. Tuve la impresión de que, desde hacía mucho, yo
no había dejado de asistir impotente asus débiles sollozos. Puse
mi mano sobre la suya.
—¿Comprendes? Es posible encontrar la suma de los números
naturales, ¿lo ves?
—Sí, claro que comprendo.
—Colocando circulitos negros en forma de triangulo. Nada mas.
—Sí, ya veo.
—¿Has comprendido de verdad lo que te he dicho?
—Sí. No se preocupe. Pero por favor, no llore. ¿No ve lo
hermosos que son los números triangulares? —le dije, y entonces
Root salió de la sala de consulta.
—Mirad, no es nada. Es lo que yo decía —decía Root,
sacudiendo intencionadamente su mano izquierda vendada.
Debido a todo aquel alboroto inesperado, decidimos cenar fuera. En el instante
en que salimos de la clínica, los tres nos dimos cuenta de que
teníamos mucha hambre. Busqué —por el profesor, a quien no
le gustaba el gentío— el restaurante que menos gente tuviera, en
el barrio de tiendas, delante de la estación, y comimos arroz al curry.
Era natural que hubiera poca gente, pues no sabía muy rico el arroz,
pero
Root estaba muy contento porque apenas sabía lo que era comer fuera de
casa. Estaba satisfecho también con su venda, muy aparatosa para lo que
era su herida. Le daba aires de héroe con su honorable herida de guerra.
—Así no tendré que ayudarte a fregar los platos ni
tendré que bañarme —declaró con la cabeza bien alta.
A la vuelta, el profesor llevó de nuevo a Root a caballito. Era ya bien
entrada la noche, y por eso quiza Root se dejó llevar,
dócilmente, con la visera hacia arriba, pensandoque ahora habría
poca gente y que no llamaría la atención; o bien porque no
quería contrariar los sentimientos del profesor, que se empeñaba
en llevarlo de ese modo. Las farolas iluminaban la hilera de platanos, y
la luna en cuarto menguante se recortaba en la cima del cielo. El viento
nocturno era agradable, teníamos el estómago lleno, y la mano
izquierda de Root estaba bien. Sólo con eso, estaba suficientemente
satisfecha. El sonido de los zapatos del profesor y los míos se
superponían, las zapatillas de deporte de Root iban balanceandose
al mismo ritmo.
Una vez nos hubimos despedido del profesor, tan pronto llegamos a nuestro
apartamento, no sé por qué, Root se puso de malhumor. Se
metió en su cuarto enseguida, encendió la radio, y no me
contestó aunque le dije que se quitara la ropa manchada de sangre.
—¿Estan perdiendo los Tigers?
Root estaba en el estudio, mirando la radio, enfurecido. Jugaban contra los
Giants.
—Ayer también perdieron, ¿verdad?
Root permanecía callado. El locutor anunciaba que estaban empatados a
dos, tras la novena entrada, y que continuaba el duelo entre Nakata y Kuwata
después del último ataque de los Giants.
—¿Te duele la herida?
Root se mordió los labios y no apartó los ojos del altavoz de la
radio.
—Si te duele, tienes que tomar la medicina que te ha dado el doctor. Te
traigo agua, ¿vale?
—No hace falta —dijo por fin.
—Pero no debes aguantarte el dolor. Si la herida supura, tendremos un
problemagrave.
—Si digo que no es que no. No me duele nada.
Root apretó la mano izquierda vendada y la golpeó dos y tres
veces contra el escritorio, y con la mano derecha ocultó las
lagrimas que estaba a punto de derramar. Era evidente que la
razón de su malhumor no eran los Tigers.
—¿Por qué haces eso? Los puntos aún estan
tiernos. ¿Qué vas a hacer si vuelve a sangrar?
Las lagrimas que no pudo ocultar le resbalaron por la mejilla.
Intenté asegurarme de si la venda rezumaba sangre o no, pero él
me apartó bruscamente. Desde la radio, salió un grito de
alegría. Parece que habían hecho un hit después de dejar
fuera a dos bateadores.
—¿No te ha gustado que fuera a la compra yo sola, a que sí?
¿O es que te da rabia no haber sabido manejar bien el cuchillo de
cocina? ¿Acaso te sientes avergonzado porque te haya salido mal delante
del profesor?
Volvió el silencio. El bateador era Kameyama.
«Estan desbordados por el poderoso lanzamiento de Kuwata Ya tienen
dos strike out consecutivos, y sin embargo ¿Quizas ahora
ejecute un straight ball? Kuwata levanta los brazos y lanza una primera
pelota»
La transmisión en directo se escuchaba sólo a intervalos por
culpa de las ovaciones, pero nada interesaba a Root. Sin decir nada, sin que su
cuerpo temblara, simplemente derramaba lagrimas.
Vaya noche, presenciar las lagrimas de dos hombres en un solo
día, pensé yo. Hasta ahora había visto llorar a Root un
sinfín de veces. Lloraba porquequería el pecho, lloraba porque
quería que lo cogiera en brazos, lloraba por una rabieta, y lloró
al perder a su abuela. Lloraba de hecho desde el momento en el que vino a este
mundo.
Esta vez, sin embargo, las lagrimas eran diferentes a las que yo
conocía. Por mucho que le tendiera la mano, esta vez se derramaban en un
sitio en donde yo no podía secarlas.
—¿Acaso estas enfadado porque el profesor no fue capaz de
curarte?
—No.
Root fijó la mirada en mí, y dijo con un tono tan tranquilo que
no parecía estar llorando.
—Es porque no te fiaste del profesor, mama. No te puedo perdonar
que hayas pensado por un solo instante que él no era capaz de ocuparse
de mí.
Kameyama golpeó hacia el centro derecha con una segunda pelota. Wada
completó la carrera desde la primera base y pisó por fin el
redondel de la victoria. El locutor gritaba voz en cuello y las ovaciones nos
sumergieron como una marea.
Al día siguiente, escribí de nuevo todas las notas con el
profesor.
—¿Por qué estan manchadas de sangre? —dijo el
profesor con extrañeza, examinando su cuerpo.
—Root, mi hijo, se cortó la mano con un cuchillo de cocina. Pero
no fue nada grave.
—¿Tu hijo? ¡Ay, qué fastidio! Por lo visto,
sangró bastante, ¿no?
—No. No tuvo consecuencias graves gracias a que usted estaba ahí.
—¿En serio? ¿Le serví de algo?
—Claro que sí. ¿No ve cómo han quedado las notas?
Fui quitando las notas de la americana una a una. Tuve la sensación de
que anidaban entodas partes del cuerpo y de que no disminuía su
número por mucho que las eliminara. La mayoría eran notas de matematicas,
por tanto incomprensibles para mí. Aparte de las matematicas,
había muy pocas cosas que él debía recordar.
—No sólo socorrió a Root, sino que también me
enseñó una cosa mas, muy importante, en la sala de espera
de la clínica.
—¿Qué fue eso tan importante?
—Los números triangulares. Me enseñó que
existía una fórmula, que me era absolutamente imposible de
alcanzar, para resolver la suma de los números naturales del 1 al 10. Es
una fórmula sublime. Es como si uno quisiera ofrecer oraciones, cerrando
los ojos inconscientemente Bueno, si le parece, vamos a empezar con
ésta.
Le pasé la nota mas importante: «Mi memoria sólo
dura 80 minutos». El profesor copió esa frase en un papel nuevo.
—Mi memoria sólo dura 80 minutos.
La leyó en voz tan baja que sólo él mismo pudo
oírlo.
5
No esta claro si guardaban relación con su talento
matematico o no, pero el profesor tenía extrañas
facultades. La primera era la de poder hacer capicúas con las palabras.
No lo recuerdo exactamente, pero fue un día en que Root sudaba tinta
haciendo palíndromos; eran sus deberes de lengua.
—Es lógico que si leemos las palabras al revés pierdan su
significado. ¿Quién demonios diría «El bosque de
bambúes se quemó»? Para empezar, nunca se ha visto un
bosque de bambúes en llamas. ¿A que no, profesor?
—Maslla ne búesbam de quebos un tovis ha
secanun—murmuró el profesor.
—¿Qué has dicho, profesor?
—Sorfepro chodi has qué.
—Oye, oye: ¿qué te ha pasado?
—Dosapa ha te qué yeo yeo.
—¡Dios mío, Mama! ¡El profesor se ha vuelto
loco! —exclamó Root, pidiéndome ayuda, desconcertado.
—Tienes razón, Root. Todos nos volvemos locos si leemos al
revés —dijo el profesor, impertérrito.
Le pregunté cómo podía hacerlo, y sin embargo, él
mismo no parecía saber muy bien la razón. No es que se hubiera
entrenado, o que le costara mucho trabajo; lo hacía casi
inconscientemente, por lo que durante mucho tiempo pensó que todo el
mundo poseía esta habilidad.
—¡Qué va! Yo seguro que me equivoco al darle la vuelta
incluso a una palabra de tres sílabas. Esto debería ser toda una
categoría en el Libro Guinness. Podrías incluso participar en un
programa de televisión donde salen hombres asombrosos de todo el mundo.
—Domun el doto de sosbrosoma breshom lensa dedon sionvilete de magrapro
un en parcitipar socluin dríaspo.
El profesor no parecía contento en absoluto. Le salían mas
facilmente los capicúas cuanto mas molesto estaba. Lo
único que resultaba claro era que no leía la frase al
revés convirtiéndola en una imagen en su mente. Lo importante era
el ritmo, y una vez tenía el ritmo de la frase en el oído
—como si tuviera un oído absoluto—, era muy sencillo darle
la vuelta.
—Por ejemplo —dijo el profesor—. En cuanto a la chispa
matematica, tampoco se me ocurre la fórmula desde el principio.
Loprimero que me viene a la cabeza es una imagen matematica. Aunque el
perfil sea abstracto, es una imagen cuyo tacto es claramente perceptible. Puede
que se parezca a eso, en efecto
—Oye ¿puedo probar mas?
Root estaba totalmente entusiasmado por la habilidad del profesor, y se olvidaba
de los deberes.
—Entonces, empecemos con a ver Hanshin Tigers.
—Gersti Shinhan.
—Gimnasia en la radio.
—Diora la en sianagim.
—La comida de hoy es filetes de pollo rebozados.
—Doszabore Hopo de teslefi es hoy de damico la.
—Número amigo.
—Gomia romenú.
—Dibujé un armadillo en el zoo.
—Ozo el en llodimaar un jébudi.
—Yutaka Enatsu.
—Tsunae Katayu.
—Enatsu, al leerlo al revés de repente se convierte en un lanzador
gafe 9.
Root y yo le planteabamos ejercicios alternativamente. Al principio
comprobabamos uno por uno si era correcto o no lo que decía,
escribiéndolo en un cuaderno; pero luego, dado que nunca se equivocaba,
nos empezó a dar pereza y dejamos de verificarlo. Tan pronto
preguntabamos, encontraba la solución correcta. No tenía
ni un segundo de vacilación.
—¡Qué maravilla! ¡Es realmente una maravilla,
profesor! Deberías de estar mas orgulloso. Eres capaz de hacer
estas cosas, y no nos habías dicho nada.
—¿Orgulloso? No me tomes el pelo, Root. ¿Cómo
podría estar orgulloso? Sólo por decir Yutaka Enatsu al
revés.
—Claro que sí. Podrías asombrar, emocionar y divertir a la
gente del mundo entero.
—Gracias —dijo el profesoren voz baja, bajando la cabeza
tímidamente.
Y puso la palma de su mano sobre la cabeza de Root, llana y con una forma tan
adecuada para recibir una mano humana.
—Esta capacidad mía no le sirve de nada a la gente. A nadie le
interesa mi habilidad. Bueno, sólo a una persona, y si tú me
elogias, ya puedo darme por satisfecho.
El palíndromo que le puso el profesor a Root fue «reito toire10
».
Su otra facultad era la capacidad de encontrar en el cielo el lucero de la
tarde antes que nadie. Quiza no había ninguna otra persona en el
mundo que pudiera encontrar tan rapidamente la estrella que anuncia que
va a caer la noche.
—¡Ay!
Se escuchó la voz breve del profesor desde su butaca, cuando aún
era demasiado pronto para hablar de atardecer, cuando aún estaba el sol
en medio del cielo. Yo, pensando que estaría hablando en sueños,
o consigo mismo, ni le contesté.
-¡Ay!
Volvió a oírse la voz con el mismo tono; levantó la mano
tambaleandose y señaló el cielo que estaba al otro lado
del cristal de la ventana.
—El lucero de la tarde.
Era un tono de voz que no parecía dirigido a nadie, pero como estaba
señalando expresamente con el dedo, dejé el trabajo de la cocina
y miré lo que apuntaba con el dedo. Pero allí no había
nada mas que cielo.
Me dije para mí misma, murmurando, que quiza fuera un delirio
matematico. Entonces, él me contestó, como si me hubiera
oído:
—Mira: allí esta.
Su dedo índice estaba lleno de arrugas, con un padrastro,y la uña
llena de mugre. Parpadeé fijando la vista en el cielo, pero no vi
mas que unos jirones de nube.
—¿No es un poco demasiado temprano para que salgan las estrellas?
—probé a decirle, con discreción.
—Ya ha comenzado a prepararse la noche. Ha salido el lucero de la tarde.
Sin prestarme atención, tras haber dicho lo que quería decir,
bajó su brazo y volvió a dormitar.
No sé qué significaba para él el hecho de señalar
el lucero de la tarde. Puede que desentumeciera sus nervios cansados, o que
sólo fuera una simple manía. No comprendo aún por
qué una persona como él, que no se fijaba siquiera en
cuantos platos tenía delante de sus ojos, era capaz de encontrar
tan pronto el lucero de la tarde.
De todos modos, él señalaba un punto del inmenso cielo con su
viejo dedo. Le daba un significado a un punto que nadie puede distinguir.
La herida de Root fue mejorando. Sin embargo, tardó mucho en volver a
estar de buen humor. En presencia del profesor se comportaba ingenuamente, como
siempre, y sin embargo, cuando estaba a solas conmigo, se quedaba callado de
repente y me contestaba con brusquedad. La venda ya iba perdiendo la
espectacular blancura del principio; se veía gris y sucia.
—Lo siento —dije y bajé la cabeza sentandome delante
de él—. Sí, estaba equivocada. Fue vergonzoso no fiarme del
profesor, aunque sólo fuera un instante. Y te pido perdón.
Reflexionaré sobre ello.
Pensé que no me haría caso, pero inesperadamente Root sepuso
derecho frente a mí, con aire serio, y me dijo con la cabeza gacha,
mientras toqueteaba el nudo de la venda:
—De acuerdo. Hagamos las paces. Pero nunca me olvidaré del
día en que me hice daño, ¿vale?
Nos dimos la mano.
Aunque sólo era una herida de dos puntos, la cicatriz permaneció
visible mucho tiempo, incluso después de que Root hubiera crecido.
Estaba grabada entre el dedo pulgar y el índice de la mano izquierda,
como un testimonio de cuanto se había preocupado el profesor por
Root aquel día, o bien como si fuera una prueba de que Root no se
olvidaría del profesor nunca, como me había prometido.
Un día, mientras arreglaba la biblioteca del estudio, en el
último estante encontré una caja de galletas aplastada por una
pila de libros de matematicas.
Quité la tapa, medio oxidada, sin hacer ruido, pensando que dentro iba a
encontrar golosinas mohosas, pero inesperadamente lo que había eran
cromos de béisbol.
Podía haber mas de cien. En un recipiente cuadrado, de unos 40
centímetros de lado, estaban los cromos, tan apretados y sin dejar
espacio que parecía difícil poder extraer uno con los dedos.
Era evidente que la colección había sido conservada con cuidado
por su dueño. Cada cromo estaba guardado en su funda transparente, sin
huella alguna de dedos, y ninguno tenía las esquinas gastadas, ni estaba
doblado, o del revés. Estaban clasificados según las anotaciones
de unos cartones: «lanzador», «segunda base»,
«exteriorizquierdo», y en cada categoría estaban por orden
alfabético. Y todos, sin excepción, eran de jugadores de los
Tigers. Sacara el que sacara, todos estaban practicamente nuevos.
Parecía difícil llevar a cabo una clasificación tan
impecable, incluso para un bibliotecario escrupuloso.
Aunque estaban casi nuevos, debían de tener muchos años, pues
sobre todo había fotos en blanco y negro. Yo también conocía
a «Yoshio Yoshida, el Nuevo Ushiwaka-maru11», a «Minoru
Murayama, lanzador a lo Zatopek»; sin embargo, estaba perdida con
nombres como «Tadashi Wakabayashi, lanzador de pelotas magicas de
todos los colores», «Sho Kageura, el vigoroso e
incomparable».
Sólo una persona, Yutaka Enatsu recibía un trato especial.
Estaba clasificado no en las categorías habituales sino en una
rúbrica especial para él solo: «Yutaka Enatsu».
Ademas, su funda transparente no era de celofan como la de los
demas jugadores, sino de un plastico recio, como si quisiera
evitarse cualquier agresión del mundo exterior. Podía notarse el
cuidado que se había puesto en no ensuciarlo nunca con la grasa de los
dedos.
Del mismo Enatsu tenía toda una colección de cromos. No
tenía la imagen de panzudo que yo le conocía, sino una figura
atlética y viril, y por supuesto llevaba siempre puesto el uniforme de
los Hanshin Tigers.
Nacido el 15 de mayo de 1948, en la provincia de Nara. Zurdo tanto para lanzar
como para batear. 1 m 79, 90 kilos. Después de salir del Instituto de
Osaka en1967, ingresa en el equipo de los Hanshin Tigers como primero de la
promoción. El año siguiente, establece un récord mundial
de 401 strike out en una temporada, superando los 382 strike out que poseía
Sandy Koufax de los Dodgers. 9 bateadores eliminados consecutivamente con
strike out (8 de ellos sin tocar siquiera la pelota) en el campeonato de All
Stars (Nis- hinomiya) en 1971. En 1973, consigue un no hit no run. Un lanzador
zurdo prodigioso y sin par. Southpaw12 solitario y poderoso mago de las
pelotas En el dorso de los cromos constaban sus datos biograficos y
sus records en letra pequeña. Enatsu mirando con disimulo la
señal del receptor y tocandose la rodilla con el guante. Enatsu a
punto de lanzar la pelota. Enatsu mirando enfurecidamente al guante del
receptor y bajando el brazo izquierdo. Enatsu erguido y la cabeza alzada en el
punto de lanzamiento. Su uniforme lleva el número perfecto 28.
Devolví los cromos a su sitio y tapé la caja sin hacer ruido,
igual que cuando la había abierto.
También en el fondo de la estantería encontré una pila con
unos treinta cuadernos de apuntes, todos ellos polvorientos. A juzgar por lo
descolorido del papel y de la tinta, debían de ser igual de viejos que
los cromos. El cordón que los ataba había cedido al no poder
resistir el peso de los libros y las tapas se habían combado.
Por mucho que pasara paginas, no veía mas que
números, signos y letras. Tan pronto aparecía,
inesperadamente,algún dibujo geométrico extraño, como
menudeaban curvas o graficas varias. Comprendí enseguida que los
cuadernos los había escrito el profesor. La letra tenía un trazo
mas juvenil y enérgico, pero el 4 seguía pareciendo un
lazo medio desanudado, y el 5 se inclinaba hacia delante, amenazando con caerse
de bruces.
Aunque sabía que husmear en las cosas del dueño de la casa era
una conducta mas que vergonzosa para una asistenta, hojeé los
cuadernos porque eran realmente magníficos. Las fórmulas se
extendían a su antojo sin ceñirse a las rayas del cuaderno, y tan
pronto se juntaban como se separaban, entreveradas de flechas, de-^Zy de otros
signos trazados con mas o menos fuerza, con borrones aquí y
alla o como carcomidas por los insectos; a pesar de todo, era todo muy
hermoso.
Por supuesto no entendía su significado. Y no podía compartir ni
una parte del misterio escondido en aquellas paginas. Sin embargo, me
hubiera gustado contemplar eternamente esas hojas.
¿Contendrían la demostración de la conjetura de Artin
sobre la que el doctor me había hablado alguna vez? Debían de
estar también sus consideraciones acerca de los números primos,
que tanto le entusiasmaban. Quiza estuviera allí el borrador de
la tesis que obtuvo el Premio número 284 del Rector Mirando todo aquello
podía percibir muchas cosas a mi manera. A través de la huella
aplastada de una punta de lapiz, percibía la pasión; en un
borrón podía leer la impaciencia; y dos líneassubrayadas
vigorosamente expresaban convicción. Y todas aquellas fórmulas me
conducían al fin del mundo.
A medida que me fui fijando mas, me di cuenta de que había
garabatos descifrables incluso para mí:
«Falta definir el sentido de la respuesta»
«Defecto en el caso de medio estable»
«Nuevo enfoque, inútil»
«¿Sera a tiempo?»
«A las 14: 00, delante de la biblioteca, con N»
Todo esto estaba garabateado y parecía casi oculto entre las
fórmulas, pero rebosaba mas vitalidad que las notas que llevaba
prendidas en la americana. Un profesor al que yo no conocía luchaba
allí con denuedo.
¿Qué sucedió a las dos de la tarde, delante de la biblioteca?
¿Quién sería N? No pude evitar rezar a Dios para que ese
encuentro le hubiera sido propicio al profesor.
Acaricié la pagina. Sentí en la punta del dedo las
fórmulas matematicas que el profesor había escrito. Las
fórmulas se solapaban una a otra formando una cadena hasta mis pies. Yo
iba bajando por esa escalera los peldaños uno a uno. El paisaje
desapareció, no penetraba la luz del sol ni se oía ningún
sonido, pero yo no tenía miedo. Porque sabía que la baliza
señalada por el profesor tenía una carga de verdad eterna que
nadie podría violar.
Me asombraba sentir que la tierra en la que ahora reposaba se sustentaba en un
mundo aún mas profundo. Para llegar allí no existía
otra manera mas que seguir la cadena de cifras, pues las palabras no
significaban nada, y era incapaz de distinguir siestaba yendo hacia las
profundidades o hacia las alturas. Lo único de lo que estaba segura era
de que la cadena llevaba a la verdad.
Alcancé la última pagina del último cuaderno. La
cadena de repente se truncó y yo me quedé sola en la oscuridad.
Si hubiera seguido un poquito mas, quizas allí muy cerca
estaría aquello a lo que aspiraba, pero por mucho que alargaba la vista
era incapaz de encontrar los números que yo debía pisar
firmemente.
—Perdona, pero —oí la voz del profesor desde el
lavabo—. Sé que estas muy atareada, y perdona que te
moleste, pero
Guardé todo en su lugar y le contesté animosamente:
-¡Sí!
El día de la paga, uno de mayo, compré tres entradas para el
partido de los Hanshin Tigers. Eran para el 2 de junio, el partido contra los
Hiroshima Carps. Sólo un par de veces al año venían los
Tigers de gira a nuestra ciudad, así que no tendríamos otra
ocasión de verlos si dejabamos pasar aquel día.
Nunca había llevado a Root a un partido de béisbol. Ahora que lo
pienso, fue una vez al zoo con su abuela, y no había entrado ni en un
museo ni en un cine. Desde que él nació sólo me
había preocupado de ahorrar dinero, y se me había olvidado
disfrutar con mi hijo.
En cuanto descubrí aquellos cromos de béisbol metidos en la caja
de galletas, se me ocurrió que merecería la pena invitar a ver un
partido de béisbol, un día al menos, a un anciano enfermo que se
pasa todo el día metido en su mundo de números, y a un niño
que loúnico que había hecho era esperar cada noche a que llegara
su madre del trabajo.
Sinceramente, comprar tres entradas en tribuna fue un buen sacrificio para
mí. Y como coincidió con los gastos médicos para curar la
herida, aún mas. Pero el dinero podía recuperarse
después, y en cambio probablemente no habría muchas oportunidades
para que un anciano y un niño disfrutaran juntos de un partido de
béisbol. Y sobre todo, si podía darle al profesor la
ocasión de ver los uniformes de rayas verticales sudados, o una pelota
de home run ovacionada que sólo podía imaginar en el mundo de los
cromos, o la tierra del montículo arañada por los tacos de las
botas, sería toda una bendición que iría mas
alla del deber de una asistenta. Aunque allí no estuviera Enatsu.
Aunque viniera de mí, pensé que era una idea estupenda. Sin
embargo, Root mostró bruscamente una reacción contraria a la
prevista.
—Puede que diga que no quiere ir —murmuró Root—. Ai
profesor no le gustan los lugares ruidosos, ya lo sabes.
No andaba muy equivocado. Si me había costado tanto llevarlo a la
peluquería, un estadio de béisbol no sería un buen lugar
para esa tranquilidad que el profesor tanto amaba.
—Ademas, ¿cómo vas a hacerlo? El profesor no puede
prepararse psicológicamente, ¿lo sabes, no?
El siempre mostraba una perspicacia asombrosa en todo lo tocante al profesor.
—Prepararse psicológicamente, dices
—Para el profesor, cualquier cosa sucede de repente. No puedehacer planes
con antelación. Cada día tiene que concentrarse mucho mas
que nosotros. Si de repente se produce un acontecimiento tan grande como
ése, se puede morir de un shock.
—¡No exageres! Ah, mira: ¿qué te parece si le
colgamos la entrada en la americana?
—Creo que no servira de nada —cabeceó Root—.
¿Has visto alguna vez que las notas le sirvan para algo, mama?
—Pues sí Parece que cada mañana me identifica con la
caricatura que tiene sujeta en la bocamanga.
—¡Con una caricatura tan infantil como ésa, no podría
distinguir siquiera entre tú y yo!
—Es un genio de las matematicas, pero es cierto que el dibujo no
es lo suyo
—Cuando veo cómo escribe esas notas con un lapiz desgastado
y se las pega en el cuerpo, siempre me entran ganas de llorar.
—¿Por qué?
—Porque parece triste —dijo Root, poniendo a propósito un
tono enfurruñado.
Asentí con la cabeza sin poder objetar nada.
—Ademas, hay otro problema —dijo, cambiando de voz, y
levantó el dedo índice—. Ningún jugador de los Ti-
gers de la época que conoce el profesor juega todavía. Todos se
han retirado ya
Tenía toda razón del mundo. Si no jugaba ni un jugador de la
época en la que coleccionaba cromos de béisbol, se
sentiría confuso y decepcionado. El diseño del uniforme no era
como el de antes. El estadio no es silencioso como un teorema
matematico. Hay borrachos y también se abuchea. Es cierto, Root
tenía razón en todo lo que le preocupaba.
—Vale, de acuerdo. Teentiendo. Pero he comprado tres entradas. Y no
sólo una para el profesor, aquí también tengo una para ti,
Root. Así que por ahora dejemos de lado si el profesor ira o no,
y dime cómo te sientes. ¿No quieres ver el partido de los Tigers?
No sé si fue por vanidad, pero se movió despacio, con la cabeza
agachada un rato, pero enseguida empezó a saltar excitado a mi alrededor
sin poder contener la alegría.
—¡Claro que quiero ir! Pase lo que pase, quiero verlo. Claro que
iré sin falta.
Siguió saltando durante mucho tiempo, al final me echó los brazos
al cuello y me dijo:
—Gracias, mama.
El mismo día del partido, el 2 de junio, hacía bastante buen
tiempo, cosa que nos había preocupado bastante. Salimos de casa en el
autobús de las cuatro cincuenta.
Aún faltaba bastante para el atardecer, por lo que en el cielo
había abundante luz. En el autobús se veían algunas
personas que parecían ir también al estadio como nosotros.
Root cogió un megafono que le había dejado un amigo suyo,
llevaba puesta una gorra de los Tigers, y me preguntaba cada diez minutos si yo
tenía las entradas. Yo llevaba en una mano una cesta con bocadillos y en
la otra un termo de té. Sin embargo, como me decía tantas veces
lo de las entradas, no tenía mas remedio que comprobarlo metiendo
la mano en el bolsillo de la falda una y otra vez.
El profesor iba vestido como siempre. Su americana llena de notas, los zapatos
de cuero mohosos, un lapiz en el bolsillo pechero. Hastaque el
autobús paró delante del parque deportivo donde esta el
estadio, permaneció agarrado a los reposa brazos, tenso, igual que
había estado en la peluquería.
Cuando le hablé del partido de béisbol al profesor quedaban justo
80 minutos para la hora del autobús; eran las tres y media. Root ya
había vuelto de la escuela, por lo que abordamos el tema con toda
naturalidad. Al principio parecía no entender muy bien lo que le
estabamos diciendo. Parece mentira, pero el profesor no sabía que
los partidos de béisbol profesional tenían lugar en diversas
localidades del país, y que cualquier persona que quisiera, comprando
una entrada, podía asistir a ellos en directo. Pensandolo bien,
quiza fuera lógico, pues se había enterado hacía
muy poco de que podían escucharse las retransmisiones de béisbol
en la radio. Para él, el béisbol sólo existía en
los resultados publicados en la sección deportiva de los diarios y en
los cromos.
—¿Dices que vaya yo a ese sitio? —dijo el profesor,
pensativo.
—No le estoy mandando que vaya. Sólo le estoy preguntando si
quiere venir con nosotros.
—Hummm. Al estadio de béisbol cogiendo el autobús
Se le daba tan bien lo de elucubrar, que parecía ser capaz de seguir
así, si se le dejaba, sin ningún problema incluso hasta el final
del partido.
—¿Y podré ver a Enatsu?
Me acobardé durante un instante, pues había puesto el dedo en la
llaga; sin embargo, Root le contestó tal y como habíamos quedado:
—Es unapena, pero como Enatsu salió anteayer en el estadio de
Koshien contra los Giants como primer lanzador, hoy no estara en el
banquillo. Lo siento.
—No hace falta que te excuses. Sí, la verdad es que es una pena.
¿Y ganó Enatsu?
—Sí, ganó. La séptima victoria de la temporada.
En 1992, el que llevaba el dorsal número 28 era el lanzador Yoshihiro
Nakada, pero como se había lesionado en el hombro, no se le veía
apenas lanzar. Era difícil saber si era una suerte o no para nosotros el
hecho de que no saliera un jugador con el número 28. Si Nakada no era
lanzador, al profesor podía extrañarle, pero si se quedaba ensayando
lanzamientos, lejos, en el bullpen, podría engañar la mirada de
una persona anciana. Como el profesor nunca había visto a Enatsu en
acción, tampoco sabía cual era su forma de lanzar. Pero si
Nakada salía al montículo de lanzamiento, no habría podido
engañarlo y aquello le produciría un gran shock. Nakada era
diestro, al contrario que Enatsu. Entonces, quiza fuera mejor desde el
principio que no saliera ningún dorsal 28.
—Venga, vamos. Lo pasaremos mejor contigo.
Estas palabras de Root resultaron decisivas, y finalmente el profesor aceptó
salir a la calle.
Al bajar del autobús, pasó de agarrar el reposa brazos del
asiento a asir la mano de Root. Apenas se dijeron nada mientras
caminabamos por el parque deportivo hasta el estadio, ni tampoco cuando
nos metimos por el túnel de hormigón, empujados por el
gentío. El profesor,debido a la sorpresa de ser traído a un lugar
tan alejado de su vida cotidiana, y Root por la excitación de asistir al
partido de los Tigers con el que tanto había soñado durante años.
Los dos no hacían mas que mirar alrededor como si se hubieran
olvidado de las palabras.
—¿Esta bien? —le preguntaba yo al profesor de vez en
cuando, y él asentía con la cabeza, callado, y volvía a
agarrar firmemente la mano de Root.
Al terminar de subir la escalera que llevaba a la tribuna especial de la
tercera base, los tres soltamos una exclamación al unísono.
Inesperadamente, al fondo del campo visual que se abría ante nosotros se
veía la tierra blanda y negra, las bases que aún no tenían
ninguna pisada, la línea blanca que se prolongaba derecha, y una
extensión de césped escrupulosamente cuidado. El cielo, que
empezaba a oscurecerse ligeramente, estaba tan cerca que casi podía
tocarse con la mano. Entonces, como si hubieran estado esperando nuestra
llegada, se encendió el alumbrado. El estadio bañado por los
rayos de luz de los focos era como una nave espacial que aterrizara volando
desde el cielo.
No sé si el profesor disfrutó del partido entre los Hiroshima
Carps y los Hanshin Tigers del 2 de junio. Años mas tarde, cuando
Root y yo hemos hablado de vez en cuando sobre aquel día tan especial,
nunca hemos podido estar muy seguros de si le gustó de veras el
béisbol en vivo y en directo. Muchas veces me he arrepentido un poco,
como si hubiera cansadoen exceso a un enfermo bondadoso con aquella idea tomada
un tanto a la ligera.
Algunas de aquellas sencillas escenas que compartimos los tres no sólo
no se han decolorado con el tiempo, sino que han ido emergiendo con mas
viveza y han reconfortado nuestros sentimientos. Los asientos incómodos
con los respaldos agrietados, el hombre que estuvo gritando constantemente
«Kameyama» mientras se agarraba a la alambrada, el sandwich
de huevo duro con demasiada mostaza, la luz del avión que
atravesó justo encima del estadio como una estrella fugaz Recordabamos
con añoranza todas aquellas cosas sin cansarnos. Cuando
hablabamos del día en que fuimos al estadio, podíamos
sentir la presencia del profesor a nuestro lado.
Entre los recuerdos de ese día, el que mas nos gustaba era el
episodio en que el profesor se encaprichó de la chica que vendía
refrescos. Al acabar la segunda entrada, Root se comió deprisa el
sandwich y empezó a decir que quería tomar un refresco.
Intenté parar a una vendedora para comprarle uno, pero el profesor
detuvo mi mano y sólo dijo «No». Aunque le pregunté
«¿Por qué no?», se quedó callado sin
contestarme. En cuanto intenté parar a otra vendedora que pasaba cerca,
el profesor volvió a pronunciar «No». Como su tono era tan
serio, entendí que no quería que Root bebiera un refresco porque no
era bueno para la salud de los niños.
—Aguanta con el té que hemos traído de casa.
—No me gusta. Es amargo.
—Entonces, voy acomprar leche al bar.
—Ni que fuera un bebé. Y ademas, no es posible que vendan
leche en un estadio. Beber refrescos en un vaso grande de papel es una
tradición en los estadios.
Parecía que Root tenía sus propias ideas al respecto. Y como no
había nada que hacer, le pregunté:
—¿Podría dejarle aunque fuera sólo un vaso?
El profesor, sin cambiar su rostro, muy serio, murmuró acercando su cara
a mi oído.
—Si queréis comprar un refresco, compradselo a aquella
señorita de allí.
La que señaló el profesor era una vendedora que iba subiendo el
pasillo del otro lado.
—¿Por qué? ¿Da lo mismo quién sea, no?
Por muchas veces que se lo preguntara, no me aclaraba el motivo; sin embargo,
después de que Root lo acosara porque no podía mas de sed,
finalmente confesó:
—Porque aquella señorita es la mas hermosa.
Su sentido estético era acertado. Mirando a mi alrededor, ella era la
mas guapa y tenía la cara mas agradable.
Por culpa de esto, mas distraídos por lo que ocurría en la
tribuna que por lo que pasaba en el campo de juego, y muy pendientes de que no
se nos escapara el momento en que fuera a acercarse a nosotros, no pudimos
concentrar toda nuestra atención en la jugada en la que los Tigers
sumaron un punto mas tras los cuatro hits en ataque de la tercera
entrada.
Cuando al final llegó su vendedora favorita, justo debajo del pasillo,
el profesor levantó la mano con brío y dijo
«¡Sí, por favor!», y le compró el refresco a
Root. Aunque letemblaba la mano con la que le dio las monedas, y aunque su
cuerpo estaba envuelto en notas, a ella no se le ensombreció el rostro.
Root, en cambio, se quejaba de por qué tardaba tanto en comprar un vaso
de refresco. Sin embargo, como cada vez que ella pasaba cerca el profesor le
compraba palomitas, helados y un segundo vaso de refresco, recuperó el
buen humor.
A pesar de mostrarnos aquella faceta inesperada, el profesor seguía
siendo un matematico. Lo primero que dijo al ver el estadio fue:
—El diamante interior es un cuadrado perfecto de 27,43 metros de lado.
Al darse cuenta de que el número de su asiento era 7-14 y el de Root era
7-15, empezó a hablar sobre los dos números, olvidandose
de sentarse:
—El 714 es el número del récord de home runs que
estableció Babe Ruth en 1935. El 8 de abril de 1974, Hank Aaron
bateó su 715o home run al lanzador Al Downing de los Dodgers. El
producto de 714 por 715 equivale a la multiplicación de los primeros
siete números primos.
714 x 715 = 2 x 3 x 5 x 7 x 11 x 13 x 17 = 510510
O bien, la suma de los factores primos de 714 es igual a la suma de los
factores primos de 715.
714 = 2x3x7x17
715 = 5 x 11 x 13
2 + 3 + 7+17 = 5+11 + 13 = 29
Hay muy pocos pares consecutivos de números enteros que tengan esta
propiedad. Sólo existen 26 pares por debajo de 20000. Es la pareja
Ruth-Aaron. Igual que con los números primos, cuanto mas altos
son los números, menos hay. Por cierto, el mas pequeño es
el 5 yel 6, sabes Demostrar si existen infinitamente o no es bastante
complicado. Pero lo mas importante es que yo me siento en el asiento
7-14 y tú te sientas el 7-15. Jamas podra ser al
revés. Son los nuevos quienes baten el récord antiguo. Es
razonable que sea así. ¿No te parece?
—Sí, vale, de acuerdo. Mira, allí esta Shinjo.
Root, que normalmente le prestaba mucha atención, en aquel momento
estaba en otra cosa, y no parecía importarle mucho su número de
asiento.
Finalmente, el profesor, como siempre, sacó a relucir los números
cada vez que se le ocurría algo, durante todo el partido. Eso
quería decir que estaba muy nervioso. Como no quería dejarse
agobiar por el jaleo circundante, aumentaba poco a poco el tono de su voz, y
evidentemente eso hacía que se nos notara entre todos los fans de los
Tigers que nos rodeaban. Cuando se anunció que iba a lanzar Nakagomi
como primer lanzador, y mientras éste se dirigía al
montículo entre ovaciones, declaró:
—La altura del montículo es de 10 pulgadas, es decir, 25,4
centímetros. Desde el montículo en dirección hacia el home
desciende una pulgada por cada uno de los seis pies.
Al darse cuenta de que los siete primeros bateadores del Hiroshima Carps eran
zurdos, dijo:
—La probabilidad de un lanzador zurdo contra un bateador zurdo es de
0,2568, y la de uno diestro contra otro diestro es de 0,2649.
Cuando todos chasquearon la lengua tras el robo de base que logró
Nishida, de los HiroshimaCarps, dijo:
—Desde el momento en el que el lanzador comienza el gesto de lanzar hasta
que suelta la pelota pasan 0, 8 segundos. Hasta que la pelota llega al guante
del receptor, como en este caso ha sido un lanzamiento curvado, pasan 0, 6
segundos. Entonces esto da 1,4 segundos. La distancia por la que atraviesa el
corredor, deduciendo la de la parte que saca de ventaja, es de 24 metros. El
corredor corre 50 metros para llegar a la segunda base, por lo que el tiempo
que le queda al receptor para intentar un throw out es de 1,9 segundos.
Y así sucesivamente.
El único consuelo era que la gente que estaba sentada a nuestra
izquierda se mantuvo bastante flematica desde el comienzo hasta el fin,
y el vecino de la derecha creó hasta un ambiente amistoso, pues lo
jaleaba en los momentos mas oportunos.
—Es usted muchísimo mas experimentado que algún
comentarista, ¿eh?
—Podría ser un anotador perfecto.
—Ya puestos, ¿podría calcular el número
magico de la victoria para los Hanshin Tigers este año?
No parecía enterarse de todos los calculos del profesor, pero
prestaba oídos a sus comentarios cuando no le daba por abuchear a los
jugadores del Hiroshima Carps. Gracias a esto, probablemente pudo dar la
impresión en nuestro entorno de que los calculos del profesor no
eran un mero delirio y se ajustaban a alguna teoría determinada.
Ademas aquel hombre compartió con nosotros su bolsa de cacahuetes
con cascara.
En el partido, en el ataque de laprimera entrada, los Tigers sacaron un punto
de ventaja con dos bits, uno de Wada, tras otro de Kuji, y luego en la segunda
entrada sumaron cuatro puntos mas con cinco hits. Cuando empezó a
refrescar, mientras le puse la cazadora a Root, le coloqué una manta de
viaje al profesor sobre las rodillas, y me limpié las manos con una
toallita, fueron cayendo mas y mas puntos sin que me diera ni
cuenta, y aquello me dejó estupefacta. Root hacía sonar el
megafono con gran alborozo, y el profesor daba palmadas torpemente sin
soltar el sandwich que tenía en la mano.
El profesor estaba cautivado por el juego. A cada movimiento de pelota mostraba
alguna reacción admirativa, parecía convencido o bien
fruncía el entrecejo. A veces, echaba un vistazo a la comida de la gente
que teníamos sentada delante, o levantaba los ojos hacia la luna, que
estaba detras de la copa de un chopo.
Llamaban mas la atención los fans de los Hanshin Tigers, en la
tribuna cercana a la tercera base, que los del Hiroshima Carps. El color
amarillo de los Tigers ocupaba mas superficie, y sus hinchas se
mostraban mas animados. De todos modos, los Hiroshima Carps
dependían del lanzador Nakagomi, que no les daba ninguna oportunidad, y
eso hacía que no podían animarse aunque quisieran.
Sólo el lanzamiento de un strike de Nagakomi logró levantar una
salva de gritos de alegría. Cuando ganaban puntos, resonaban las
ovaciones que envolvían al estadio convirtiéndose en un
remolino.Era la primera vez que veía a tanta gente regocijarse a la vez.
Incluso el profesor, que casi nunca había mostrado mas que dos
expresiones —la de meditar o la de estar enfadado por haber sido
molestado mientras meditaba—, parecía exultante. Aunque era
discreto en el modo de expresarlo, era sin duda un miembro mas en todo
aquel remolino de alegría.
Pero quien se regocijaba allí de la manera mas original era el
hincha de Kameyama que estaba agarrado a la alambrada. Era un jovencito de unos
veinte años y que llevaba el uniforme de Kameyama encima de su mono de
trabajo, con una radio portatil colgada del cinturón, y que no
quiso aflojar sus diez dedos enredados a la alambrada ni un instante. Durante
las entradas de ataque de los Hiroshima Carps, miraba a Kameyama que estaba de
exterior izquierdo, y se excitaba con su aparición en el círculo
de espera, gritando el nombre de Kameyama durante todo el tiempo que estaba en
el rectangulo de los bateadores. Cambiaba el registro de voz, a veces
con tono de animo, a veces de súplica, y apretaba su cara a la
red de alambre sin preocuparse por que le dejara marcas en la frente, como si
quisiera acercarse a él aunque fuera un milímetro mas.
Nunca abucheaba a los contrincantes, ni se quejaba ni suspiraba aunque Kameyama
fuese eliminado. La única palabra que emitía aquel chico no era
otra que «Kameyama». Ponía toda el alma en aquella palabra.
Por eso, cuando Kameyama bateó un timely hit, toda la gentese
preocupó pues se había emocionado tanto que pareció
desmayarse, hasta el punto de que alguien que estaba sentado detras de
él intentó instintivamente sostenerle la espalda. La pelota
atravesó las bases vigorosamente, se fue deslizando sobre el
césped, el exterior ya no era mas que una sombra negra y
pequeña, y sólo la pelota bateada por Kameyama lucía como
bendecida por la luz de los focos. El hombre hacía resonar su grito todo
lo que podía aguantar su respiración, y aún seguía
dejando salir una especie de sollozo, aunque sus pulmones se hubieran quedado
vacíos, y se desgreñaba el cabello y se retorcía. Ya
estaba Paciorek en el rectangulo de los bateadores desde hacía
mucho rato y él seguía en su éxtasis. Comparada con
él, la manera de animar del profesor era mucho mas seria.
El profesor no parecía muy preocupado por no encontrar a ningún
jugador de los cromos que había coleccionado. Estaba tan ocupado
pensando en cómo relacionar sus conocimientos sobre las anotaciones o
las reglas del béisbol que había ido acumulando durante el
encuentro, que no podía pensar en los nombres de los jugadores.
—¿Qué llevan dentro de esa bolsa pequeña?
—Es la bolsa de resina. Resina de pino. Se utiliza para que no resbalen
las manos.
—¿Por qué el receptor corre siempre hacia la primera base?
—Es por precaución. Para poder recuperarla aunque se le escape la
pelota.
—Parece que se ha colado algún fan en el banquillo
—No. Creo que es elintérprete de los jugadores extranjeros.
El profesor preguntaba a Root todo aquello que no entendía. Si bien era
capaz de explicar la energía cinética que tiene la pelota a 150
km por hora y la relación entre la temperatura de la pelota y la
distancia recorrida, no sabía lo que era la bolsa de resina. El profesor
contaba con Root, aunque ya no lo tuviera agarrado por la mano. Habló de
números, hacía preguntas a Root, compró refrescos a una
hermosa muchacha y comió cacahuetes. Entretanto, contemplaba a veces
hacia la zona de calentamiento. El dorsal 28 no estaba, en efecto.
El partido se desarrollaba con rapidez, ganaban los Hanshin Tigers 6 a 0. A
medida que se sucedían las entradas, la atención se centraba en
los lanzamientos de Nakagomi. Al terminar la octava entrada, Nakagomi
aún no había dejado hacer ningún hit a nadie.
Pese a que íbamos ganando, el aire sofocante fue
adueñandose de la tribuna de la tercera base. Tras acabar el
ataque, al empezar la entrada de defensa, se escuchaban aquí y
allí unos suspiros de los que se sueltan cuando se arrostra una
situación insoportable. Si los Hanshin Tigers hubieran anotado puntos
constantemente, habríamos podido estar mas tranquilos. Sin embargo,
a partir de la tercera entrada, en que marcaron 6 puntos, no habían
anotado ni uno mas, por lo que habíamos caído en una
situación en la que no teníamos mas remedio que
concentrarnos en la defensa.
En la defensa de la novena entrada, alguien no pudoaguantarse y dejó
escapar un gemido dirigido a la espalda de Nakagome, que salía del
banquillo e iba caminando hacia el montículo:
—Tres mas
Poco a poco se extendió el murmullo entre los espectadores, que no
querían oír tal cosa. Quien respondió a aquel murmullo fue
el profesor:
—La probabilidad de que consiga el no hit no run es del 0,18 %.
Los Hiroshima Carps enviaron a un suplente como primer bateador. Era un jugador
que no me sonaba en absoluto, pero nadie se fijaba en el bateador. Nakagome
lanzó la primera pelota.
Desde el bate que acababa de golpearla se alzó la pelota hasta el cielo
nocturno describiendo una elegante trayectoria parabólica. Era una
trayectoria como las dibujadas en los viejos cuadernos del profesor. La pelota
era mas blanca que la luna, mas hermosa que las estrellas,
flotando en la cima de la bóveda azul ultramarino. Todos miraban hacia
arriba aquel punto, extasiados.
En el momento en que empezó a caer la pelota, me di cuenta de que no era
una pelota elegante en absoluto. Cobraba mas y mas velocidad, sin
que pudiera detenerse, desprendía el calor de algo que procede del
espacio tras un largo viaje.
Alguien dio un alarido.
—¡Cuidado! —dijo el profesor junto a mi oído.
La pelota rozó la rodilla de Root, tocó el hormigón que
estaba a sus pies, y fue dando botes a sus espaldas.
El profesor había cubierto a Root con su cuerpo. Extendió el
cuello y los brazos al maximo, y envolvió a Root, con
totaldecisión, para que nada hiciera daño a un niño tan
fragil.
Mientras seguía allí la pelota, los dos permanecieron
inmóviles. Aunque Root, en realidad, no tuvo mas remedio que
quedarse en aquella postura, pues el profesor no se retiraba.
—Atención, por favor: tengan mucho cuidado con la pelota fallida
—se anunció por megafonía.
—Creo que ya no pasa nada —le dije.
Las cascaras de los cacahuetes que se habían caído de la
mano del profesor estaban dispersas por allí.
—La pelota dura pesa 141,7 gramos En caso de caer desde una altura de
15 metros una pelota de hierro que pesara 12,1 kilogramos el impacto se
vuelve 85,39 veces mas
Se oía la voz lejana del profesor. Las cifras 714 y 715 estaban grabadas
en el respaldo de sus respectivos asientos. Igual que el profesor y yo estamos
conectados a través del 220 y 284, ellos también estaba ligados a
través de unos números que comparten un secreto especial. Era un
vínculo que nadie podría disolver.
De repente se produjo un revuelo entre los espectadores. Vi que la segunda
pelota de Nakagome iba directa al exterior derecho. La pelota estaba rodando
sobre el césped.
—¡Kameyama! —volvió a gritar el hombre de la
alambrada.
6
Eran cerca de las diez de la noche cuando llegamos al pabellón.
Aún no nos habíamos calmado de la excitación, y sin
embargo Root contenía un bostezo. Aunque había pensado volver al
apartamento en cuanto acompañaramos al profesor, como éste
estaba mucho mas cansadode lo previsto, decidimos quedarnos hasta que se
metiera en la cama. Parece que se había agotado en el autobús,
lleno de la gente que volvía del estadio. Cada vez que el autobús
traqueteaba, la muchedumbre le daba empujones, y él se ponía
nervioso por si alguien le movía las notas.
—Ya llegamos —le animaba yo, repetidamente, pero mi voz no
parecía llegarle a sus oídos.
Durante el rato que pasó en el autobús, retorcía su cuerpo
de una forma extraña para evitar en lo posible todo contacto con los
otros pasajeros.
Quiza no fuera sólo por el cansancio, y siempre lo hiciese
así, pero el profesor fue quitandose y tirando al suelo
sucesivamente todo cuanto llevaba puesto: los calcetines, la americana, la
corbata, los pantalones, y al final se quedó en paños menores y
se metió en la cama sin lavarse los dientes. Quise pensar que se los
había cepillado rapidamente sin que nadie se diera cuenta, cuando
entró al lavabo un momento antes.
—Muchas gracias por lo de hoy —dijo el profesor antes de cerrar los
ojos—. Lo he pasado muy bien gracias a vosotros. Pero un no hit no run no
es eso
Root se puso de rodillas en la cabecera y le arregló la cama.
—Enatsu también hizo un no hit no run. Ademas en una
prórroga. Fue el 30 de agosto de 1973, el año en el que se
jugó la victoria con los Giants en el último partido. En el
ataque de la undécima entrada de la prórroga del partido con los
Chunichi Dragons, se logró el 1 a 0 con el game-ending home runque
bateó el propio Enatsu. Es decir, Enatsu se encargó tanto del
ataque como de la defensa Pero al final hoy Enatsu no ha lanzado
—Bueno, la próxima vez compraré los billetes después
de comprobar bien la rotación.
—De todos modos, esta bien que hayan ganado, ¿no?
—intervine yo.
—Tienes razón. 6 a 1. Es un resultado bastante bueno.
—Los Tigers han subido al segundo puesto. Ademas, los Giants han
perdido posiciones tras perder ante los Taiyo Whales. No hay muchos días
tan afortunados, ¿a que no, profesor?
—Claro. Todo esto gracias a que Root me ha llevado al estadio. Venga, y
ten mucho cuidado al volver a casa. Tienes que acostarte temprano y obedecer a
mama. Mañana vas a la escuela, ¿no?
Antes de escuchar la respuesta de Root, el profesor cerró los ojos con
una sonrisa en los labios. Los parpados estaban enrojecidos, los labios
se le habían agrietado, y vi que en el nacimiento del pelo se le
había acumulado sudor. Le puse la mano en la frente.
—¡Dios mío!
El profesor tenía fiebre. Y ademas bastante alta.
Root y yo, después de pensarlo mucho, decidimos quedarnos en el
pabellón en vez de volver a nuestro piso. No se puede dejar solo a un
enfermo, y si es al profesor, menos aún. Para mí también
era mucho mas facil quedarme allí y cuidarlo que empezar a
preocuparme por los reglamentos laborales o las clausulas contractuales.
Como ya me había imaginado, no pude encontrar nada que sirviera para
estas situaciones: bolsas dehielo, un termómetro, un
antipirético, un colutorio o una receta. Dado lo que podía verse
desde la ventana, la luz de la casa principal aún no se había
apagado. Detras del seto que lindaba con el pabellón creí
ver una figura humana. Podía haber pedido ayuda a la viuda, pero me
acordé de la promesa de no llevar allí los problemas del
pabellón. Corrí la cortina de la ventana.
De todas maneras, no tenía mas remedio que arreglarmelas
sola, así que metí hielo triturado en unas bolsas de
plastico, que envolví con una toalla, y con ello enfrié
por detras del cuello, la nuca, las axilas y las ingles; le puse una
manta de invierno que había sacado, y herví té para
hidratarlo. Era el mismo procedimiento que seguía cuando le subía
la fiebre a Root.
Acosté a Root en el sofa que estaba en el rincón del
estudio. Estaba ocupado por libros y no cumplía su función
original, pero al despejarlo resultó ser un sofa inesperadamente
bueno y no parecía nada incómodo. Aunque Root estaba preocupado
por el profesor, enseguida se quedó dormido como un bendito.
Había puesto la gorra de los Tigers encima de una pila de libros de
matematicas.
—¿Cómo esta usted? ¿Se encuentra mal? Cuando
tenga sed, haga el favor de decírmelo, ¿eh?
No reaccionaba a mis palabras. A pesar de mi ignorancia, entendí que no
estaba inconsciente por la fiebre, sino que dormía profundamente.
Simplemente respiraba un poco fuerte y no parecía sufrir, y su rostro
con los parpados cerradosresultaba incluso sosegado, parecía como
si estuviera vagando por el mundo de los sueños profundos. Cuando le
cambiaba el hielo, o cuando le enjugaba el sudor, nunca se despertaba, confiandome
dócilmente su cuerpo.
Su cuerpo, libre de la americana llena de notas, era delgado y endeble aun
dejando aparte el hecho de que era un anciano. La carne de la barriga, de los
muslos o de los brazos estaba flaccida, con arrugas persistentes. Al
tocar cualquier parte del cuerpo, la piel descolorida se hundía y no
tenía elasticidad. A pesar de que lo miré con atención
para poder percibir un poco de vitalidad escondida, o algo parecido, aunque
fuera sólo en la punta de las uñas, todo fue inútil.
Recordé la frase de un matematico de nombre complicado que el
profesor me comentó un día:
«Dios existe. Porque la matematica no tiene contradicción.
Y el diablo también existe. Porque no es posible demostrarlo.»
De ser así, sólo cabía pensar que los elementos nutritivos
de su cuerpo habían sido absorbidos por el diablo.
A medida que avanzaba la noche, podía percibirse al tocarle la piel que
la fiebre iba subiendo. Su aliento era caliente, el sudor manaba sin cesar, y
el hielo se derretía con mas velocidad que antes.
¿Quiza fuera mejor ir corriendo a la farmacia? ¿El hecho
de haberlo llevado a la fuerza a un lugar con tanta gente podía ser el
origen de todos estos problemas? ¿Qué hacer si empeoraba el
estado de su cerebro? Todas estas preocupaciones metorturaban. Sin embargo,
me dije que, al fin y al cabo, si estaba durmiendo tan profundamente, no
debía de pasar nada.
Me tumbé al pie de la cama, envuelta en la manta de viaje que
había llevado al estadio. La luz de la luna que entraba por las rendijas
de la cortina se extendía sobre el suelo entarimado. Tuve la
sensación de que el partido de béisbol era ya un suceso de un
pasado muy lejano.
El profesor estaba durmiendo a mi izquierda, y Root a mi derecha. Al cerrar los
ojos oía varios sonidos. El ronquido del profesor, el roce de la manta,
el derretirse del hielo, Root hablando en sueños, el sofa
chirriando. Los sonidos que ambos producían me hacían olvidar el
incidente del ataque de fiebre, me tranquilizaban conduciéndome al
sueño.
A la mañana siguiente, Root se levantó antes de que se despertara
el profesor, pasó por nuestro apartamento a recoger los libros de texto,
y se fue a la escuela con el megafono de los Tigers que debía
devolverle a su amigo. El rubor en la cara del profesor se había
atenuado ligeramente y parecía que la respiración era sosegada.
Pero seguía durmiendo profundamente y no tenía aspecto de ir a
despertarse. En ese momento empecé a preocuparme de que estuviera
dormido tan profundamente. Toqueteé su frente con el dedo.
Levanté la manta e intenté apretar y cosquillear sucesivamente la
nuez de Adan, el hueco de la clavícula, las axilas y el ombligo.
También probé a soplarle en el oído. Sin embargo, no
surtióefecto; no hacía mas que mover el globo ocular
ligeramente debajo de los parpados.
Cuando por fin entendí que el profesor no padecía la enfermedad
del sueño fue ya cerca del mediodía, mientras estaba yo haciendo
las tareas en la cocina. Escuché un ruido en el estudio, y al ir a ver
lo que pasaba vi que el profesor se había puesto la americana como
siempre y estaba cabizbajo sentado en la cama.
—Ni se le ocurra levantarse. Tiene fiebre. Debe quedarse tranquilo.
Me miró alzando la cabeza sin decir nada y luego la cabeza volvió
a su anterior postura. Tenía los ojos llenos de legañas, estaba
despeinado y llevaba la corbata mal anudada colgandole del cuello
descuidadamente.
—Venga, quítese la ropa y póngase ropa interior limpia.
Anoche estaba todo empapado de sudor. Después iré a comprarle un
pijama nuevo. Si cambiamos la sabana y se asea, se sentira mejor.
Quiza sea por el cansancio. Porque estuvo usted mirando el partido de
béisbol durante tres horas. Perdóneme por haberle forzado a venir
con nosotros. Pero no se preocupe. Si se queda calentito aquí, come bien
y descansa, se pondra mejor pronto. A Root también le pasa lo
mismo siempre. Vamos, primero debe llevarse algo a la boca. ¿Le parece
bien si le traigo un zumo de manzana?
El profesor empujó mi hombro y volvió la cara.
Entonces me di cuenta de que había cometido un craso error. El ya no se
acordaba de haber asistido al partido de béisbol ayer, ni de mí.
El profesor bajó la miradahacia su pecho sin moverse. La espalda,
encorvada, parecía haberse encogido mas aún durante la
noche. Su cuerpo dolorido no podía moverse de tan extenuado que estaba,
y parecía que su corazón, extraviado, anduviera errando hacia
algún lugar equivocado. Ya no tenía el fervor que mostraba cuando
resolvía secretos matematicos, nada le quedaba de la ternura con
que trataba a Root, y parecía por completo falto de vigor.
Pronto comenzó a oírse un sollozo. Al principio no me di cuenta
de que salía de su boca, e incluso tuve la sensación de que
procedía de una caja de música estropeada en algún
rincón de la habitación. Era un sollozo solitario, que no era
para nadie sino para sí mismo, diferente al que escuché cuando
Root se cortó la mano.
Se puso a leer la nota mas importante, la que estaba pegada en el lugar
que llamaba mas la atención y que saltaba a la vista aunque no
quisiera al ponerse la americana.
«Mi memoria sólo dura 80 minutos.»
Me senté en el borde de la cama. No encontré nada mas que
yo pudiera hacer. Había cometido un craso error, mas bien un
fatídico error.
Cada mañana al despertarse y vestirse, le sentenciaban la enfermedad que
padecía a través de las notas escritas por él mismo. Le
obligaban a enterarse de que el sueño que había tenido no era el
de la noche anterior sino el de la última noche que podía
recordar, hace muchos años. Lo anonadaba el hecho de saber que su yo del
día anterior había caído en el abismo deltiempo, del que
no podría recuperarse nunca mas. El profesor que había
protegido a Root de la pelota fallida estaba ya muerto en el fondo de sí
mismo. Yo nunca había pensado que el profesor recibía tal
sentencia cruel cada día, solo en su cama.
—Soy la asistenta de la casa —le dije después de esperar un
rato a que cesara el sollozo—. Soy la asistenta contratada para ayudarle.
El profesor me dirigió sus pupilas mojadas.
—Por las tardes viene mi hijo. Como tiene la cabeza muy plana, le
llamamos Root. Fue usted quien le puso el nombre.
Le señalé la nota dibujada con una caricatura que estaba sujeta
en la bocamanga de la americana. Pensé que afortunadamente no se
había caído en el autobús el día anterior.
—¿Cuando es tu cumpleaños?
Tenía la voz debilitada a causa de la fiebre, y sin embargo me
sentí tranquila, de alguna manera, al oírle algo que no fuera un
sollozo.
—Es el 20 de febrero —le contesté—. Es el 220. El 220
que tiene un pacto de fraternidad con el 284.
La fiebre duró tres días. Practicamente pasó todo
ese tiempo durmiendo. Durmió todo el rato sin quejarse y sin tener
ningún capricho.
Como no se despertaba al llegar la hora de comer, ni tocaba siquiera las
comidas ligeras que le dejaba en la mesita al lado de la cama, no tuve
mas remedio que hacerle tragar una cucharada tras otra. Le incorporaba
la parte superior del cuerpo, le daba un pellizco en la mejilla, y le
metía la cuchara aprovechando el instante en que abría la
bocadistraídamente. A pesar de todo, no aguantaba como para acabarse una
sopa, y se quedaba dormido a medias.
Al final no fuimos al hospital. Me parecía que quedarse en casa
tranquilo sería la mejor manera de recuperarse si la causa de la fiebre
era haber salido a la calle. Mi diagnóstico era que sufría esa
especie de fiebre infantil que tienen los bebés cuando comienzan a
crecer, por haberse expuesto al aire de repente. De todos modos, era imposible
despertarle, calzarle y hacerle ir caminando hasta el hospital.
Root, tan pronto como volvió de la escuela, entró en el estudio y
se quedó de pie al lado de la cama sin hacer nada. Contemplaba la cara
del profesor dormido hasta que yo le dije que fuera al comedor e hiciera los
deberes porque el profesor si no, no podría descansar tranquilamente.
A partir de la mañana del cuarto día, después de que le
bajara la fiebre, fue recuperandose favorablemente. Le volvió el
apetito en proporción inversa a la reducción de sus horas de
sueño. Recuperó las fuerzas como para salir de la cama y sentarse
en la mesa del comedor, y ya podía hacerse el nudo de la corbata y hasta
empezó a abrir los libros de matematicas sentado en el
butacón del comedor. Empezó también a contestar a las
preguntas de los premios de las revistas de matematicas. Se ponía
de mal humor y decía que yo le molestaba mientras él estaba
pensando, pero recuperaba el buen humor por la tarde a la hora de recibir a
Root, al abrazarlo.Hacía los ejercicios de matematicas con Root,
y le acariciaba la cabeza todo cuanto deseaba. Todo volvía a ser como
antes.
Poco después de que el profesor se recuperara, recibí una orden
de mi jefe para comparecer en la oficina. Citar a un trabajador al margen del
informe laboral periódico era sin duda mala señal. Podría
tratarse de una advertencia seria, o del requerimiento de unas disculpas, o de
una multa, tras una queja por parte de un cliente. De cualquier modo,
sería algo que me deprimiría. Sin embargo, el profesor no
podía reclamar nada, ya que estaba impedido por una pared de 80 minutos,
y ademas yo había cumplido la promesa de no pisar la casa
principal. Así que pensé que a lo mejor el jefe querría
saber cómo me iba con un cliente complicado que había acumulado
nueve estrellas azules.
—Has metido la pata a base de bien.
Con las primeras palabras de mi jefe, me di cuenta de lo optimista que era mi
conjetura.
—Ha habido una queja.
Me lo dijo con una cara realmente desconcertada, acariciando su frente con
entradas.
—Qué clase de —balbuceé.
Hasta entonces había tenido algunas quejas. Sin embargo, todas eran
fruto de malentendidos o del egocentrismo de los clientes, por lo que el jefe
comprendía que yo no tenía la culpa y arreglaba la cosa
diciéndome simplemente: «Bueno, ingéniatelas,
¿vale?». Pero esta vez la situación era diferente.
—No te hagas la inocente. Me han dicho que has cometido un error muy
grave. ¿Dormiste en lahabitación de ese profesor de
matematicas, verdad?
—No he cometido ningún error. ¿Quién puede insinuar
maliciosamente algo tan grosero? Es realmente ridículo.
¡Qué desagradable! —protesté.
—Nadie insinúa nada maliciosamente. Es verdad que dormiste
allí, ¿sí o no?
No tuve mas remedio que asentir con la cabeza.
—En el caso de que surja la necesidad de prolongar las horas de trabajo,
esto debe comunicarse a la agencia con antelación; incluso en un caso
causado por una situación de emergencia, hay que presentar una solicitud
de horas extra con la firma del cliente y un informe posterior. Así
consta en el reglamento laboral.
—Sí, lo sé muy bien.
—El hecho de haber infringido la regla significa que has cometido un
error. Entonces, ¿por qué dices que es grosero y ridículo?
—No, no es eso. Yo no recuerdo haber trabajado horas extras. Simplemente,
me extralimité un poco, con buena voluntad
—Si no es trabajo, ¿entonces qué hiciste? Si no era trabajo
y pasaste la noche en la habitación de un hombre, entonces ¿no
sera natural que se den estas insinuaciones?
—Estaba enfermo. Le subió de repente la fiebre y por eso no
podía dejarlo solo. Fue un error por mi parte ignorar la regla. Lo
siento mucho. Pero no creo haber tenido una conducta impropia como asistenta,
mas bien pienso haber cumplido con lo que tenía la
obligación de hacer.
—En cuanto a tu hijo —el jefe tocó el borde de la tarjeta
de cliente del profesor con el dedo índice—.Pienso haberte dado un
permiso muy especial. Es una medida sin precedentes lo de poder llevarse a un
hijo al lugar de trabajo. Pero fue lo que propuso el propio cliente y,
ademas, como es una persona un poco difícil, cedimos. Hay otras
asistentas que se quejan de este agravio comparativo. Precisamente por eso no
sé qué hacer si no te comportas de una manera decente que nadie
pueda malinterpretar.
—Lo siento mucho de verdad. He cometido una imprudencia. Le estoy
agradecida mucho por lo de mi hijo. No sabe cuanto le agradezco que me
hubiera autorizado a
—Bueno, ya no tienes que ocuparte de él.
—¿Cómo? —reaccioné.
—A partir de hoy ya no tienes que ir a trabajar allí. Te contamos
el día como de ausencia y mañana iras a hacer una
entrevista con tu nuevo cliente.
El jefe puso la ficha de cliente del profesor al revés, y le
estampó un sello azul. Era la décima estrella.
—Espere un momento, por favor. No se me puede decir eso de un modo tan
repentino. ¿Quién diablos quiere que me vaya? ¿Es el
profesor? ¿Es usted?
—Ha sido la cuñada.
Negué con la cabeza:
—Pero yo no he visto a la cuñada desde la entrevista. No recuerdo
haberla molestado ni una vez. He sido fiel a la orden de no llevar los
problemas del pabellón a la casa principal.
Aquella señora es la persona que me paga, pero no tiene nada que ver con
mi trabajo. Entonces, ¿cómo puede despedirme?
—La cuñada sabe perfectamente que pasaste varias noches en el
estudio.
—¿Espiaba elpabellón, es eso?
—Ella tiene derecho a vigilarte.
Me acordé de aquella noche en que una figura humana se había
movido junto a la puerta pequeña, al lado de la valla.
—El profesor esta enfermo. Ademas, necesita un tratamiento
mas cuidadoso que un paciente normal. No sirve una mera asistenta. Si
hoy no voy, no entendera nada. Quiza ahora mismo esté
levantandose de la cama y esté leyendo las notas de la americana,
y estara solo
—Hay tantas asistentas como sea necesario para reemplazarte.
El jefe me interrumpió, abrió el cajón de la mesa de la
oficina, e introdujo la ficha de cliente del profesor en un fichero.
—Nada mas. Eso es todo. Es una decisión definitiva.
El cajón se cerró de golpe. Era un sonido vigoroso, todo lo
contrario que mi estado de animo. Así es cómo me
despidieron como asistenta del profesor.
El siguiente cliente resultó ser un matrimonio que tenía una
asesoría fiscal. Desde mi apartamento tardaba mas de una hora en
ir, haciendo transbordo de tren y autobús. La jornada era larga, pues
duraba hasta las nueve de la noche, y me mandaban indiscriminadamente trabajos
tanto en el domicilio como en la oficina, y ademas, la señora era
mala. Quiza el jefe me mandó allí como castigo. Root
volvió a ser un niño con la llave de la casa puesta alrededor del
cuello.
Dejar atras clientes es lo habitual en este trabajo. Aun mas si
se trabaja para una agencia como Akebono. Las circunstancias de los clientes a
menudo cambian, yapenas se encuentra algún cliente con quien sea posible
congeniar. Aparte de que cuanto mas tiempo se queda una en un
sitio, tanto mas facil es que surjan inconvenientes.
Hubo una vez una casa donde se celebró una fiesta de despedida en mi
honor, y también hubo niños que me hacían regalos con los
ojos llenos de lagrimas. En el otro extremo, había clientes que
sólo me pasaban facturas por la vajilla, los muebles o la ropa que se
habían estropeado sin dirigirme ni una palabra de despedida.
Cada vez que me sucedían estas cosas, me decía que no
debía reaccionar en exceso. No había que ponerse triste o
sentirse herida en demasía. Yo, para ellos, era algo transitorio, y es
normal que no se acordaran de mi nombre. Y yo también olvidaba sus
nombres, uno tras otro. De hecho, se me va el sentimentalismo enseguida cuando
cambio de cliente porque estoy muy ocupada aprendiendo las nuevas reglas.
Sin embargo, esta vez no fui capaz de asimilarlo. Lo que mas me
atormentaba era que el profesor no nos iba a recordar nunca mas. El
profesor jamas preguntaría a su cuñada la razón por
la que yo dejé de trabajar allí ni dónde estaba Root.
Cuando contemplase el lucero de la tarde sentado en la butaca del comedor, o
bien mientras resolvía las preguntas matematicas en su estudio,
ni siquiera tendría la libertad de sumergirse en sus recuerdos de
nosotros.
Pensando en ello, se me partía el corazón. Me avergoncé y
me enfadé conmigo misma por haber cometido unerror irreversible.
Naturalmente, no me podía concentrar en mi nuevo trabajo. A pesar de que
la mayoría de las tareas que me encargaban eran de puro trabajo
físico (lavar cinco coches de marca extranjera, limpiar las escaleras de
un edificio de cuatro pisos, o preparar cenas ligeras para diez personas,
etc.), me perseguía la estampa del profesor, que anidaba en un rincón
de mi cabeza, y mi tensión era mas bien psíquica. La
imagen del profesor que me acompañaba durante el trabajo, siempre
cabizbajo en la cama. Mientras me obsesionaba con esta figura, cometí
algunos pequeños errores y la señora acabó
regañandome.
No sabía quién me había reemplazado. Deseé que no
fuera demasiado diferente a la caricatura de la nota. ¿Estaría
preguntando también a la nueva asistenta su número de
teléfono o de calzado y descifrando las claves escondidas en ellos? No
me gustaba demasiado imaginar que el profesor compartía el secreto de
las matematicas con alguien desconocido. Me daba la sensación de
que los encantos de la matematica que me había enseñado
sólo a mí se iban diluyendo; aunque los números no
cambiasen pese a lo que ocurriera en el mundo, y simplemente seguían
existiendo allí.
¿A lo mejor la nueva asistenta se rendiría ante el mal genio del
profesor y el jefe estaba pensando que nadie podría hacer frente a
aquello excepto yo? De vez en cuando imaginaba cosas tan ilusas como
ésta. Sin embargo, enseguida las negaba con una sacudida de cabeza
yolvidaba todo aquello: ¡qué engreída pensar que no se
podían hacer las cosas sin mí! Los demas no me necesitan
tanto como yo pensaba. Hay mucha gente que podía sustituirme. Era cierto
lo que dijo el jefe.
—¿Por qué ya no vas a casa del profesor?
Root me hacía esta pregunta una y otra vez. Lo único que
podía contestarle cada vez era:
—Las circunstancias han cambiado.
—¿Qué circunstancias?
—Son muchas cosas, complicadas.
Hacía sonar la nariz con un pequeño suspiro y metía la
cabeza entre los hombros.
El domingo 14 de junio, Yufune de los Tigers marcó un no hit no run en
el estadio Koshien. Root y yo, después de la cena, estuvimos escuchando
la radio todo el tiempo, y ni siquiera nos duchamos. Mayumi había
bateado un home run de tres puntos, y Shinjo un home run en solitario. Tras la
octava entrada iban 6-1. Tanto el marcador como los Carps, el rival, eran los
mismos que con Nakagome.
Cada vez que salían los bateadores de los Carps, subía tanto el
tono del locutor como la atmósfera eléctrica en el estadio. Por
el contrario, nosotros nos íbamos quedando mas callados. En la
novena entrada, cuando el primer bateador se retiró con una pelota
rodada hacia la segunda base, Root dio un suspiro. Sabíamos lo que nos
recordaba y qué estaba pensando el otro. Por eso no hablabamos
apenas.
En el preciso instante en el que volaba por los aires la pelota que
golpeó el último bateador, Shoda, la transmisión en
directo dejó de escucharse y sólo seoyeron las ovaciones que
sumergían la retransmisión de radio. Pronto nos llegó el
grito de «¡Out, out!» del locutor.
—Lo ha conseguido, ¿eh? —dijo Root con tono sereno, y yo
asentí con la cabeza.
« es el 58° lanzador en la historia del béisbol profesional
En los Tigers, desde Yutaka Enatsu en el año 48 de Showa13 19
años después»
La voz del locutor se escuchaba con interrupciones.
No sabíamos cómo expresar la alegría. Tampoco
sabíamos si debíamos alegrarnos o no. Aunque habían ganado
los Tigers, y se había alcanzado un gran récord, habíamos
caído en un sentimiento mas bien de tristeza. La
excitación que se transmitía a través de la radio
resucitaba la memoria del día que fuimos a ver el partido de
béisbol, el 2 de junio, y me recordó que el profesor, sentado en
el asiento 7-14, estaba ya muy lejos. Estaba obsesionada con la idea de que,
quizas la pelota fallida que golpeó el primer bateador reserva
aquel día, un jugador desconocido, y que le dio a Root, había
sido un mal presagio para los tres.
—Venga, a dormir que mañana también hay que madrugar,
¿no? —dije.
—Sí.
Root apagó la radio.
La primera maldición de la pelota fallida era el hit que cayó en
el area cuadrada derecha y que arruinó el no hit no run de
Nakagomi, y a partir de entonces ocurrieron sucesivamente los sucesos
siniestros de la fiebre, lo de mi despido, y todo siguió en cadena.
Puede que no fuera razonable concluir que todo aquello podía ser fruto
de lamaldición de una pelota fallida, pero era suficiente como para
perturbarme.
Un día, una mujer desconocida justo en la parada de autobuses donde yo
estaba esperando para ir al trabajo, me robó dinero. No es que me robara
como un carterista, ni que me diera un tirón, sino que yo misma le
entregué el dinero a la mujer, así que no tenía derecho a
denunciarla a la policía; si se trataba de un nuevo tipo de robo, era
admirable. La mujer se acercó directamente y de pronto me tendió
la mano sin saludos ni preambulos y me dijo únicamente:
«Dinero». Era una mujer de veintitantos, grandota y de tez blanca,
y no había nada extraño en su apariencia salvo que llevaba puesto
un abrigo ligero aunque estabamos a principios de verano. Estaba bien
arreglada, por lo que no parecía una vagabunda, ni tenía aspecto
de estar sin blanca. Estaba tan tranquila como si me estuviera preguntando por
una calle. Mas bien al revés, parecía incluso que era ella
la que me indicaba una calle.
—Dinero —repitió la mujer.
Puse un billete en la palma de su mano. Fue una conducta inesperada incluso
para mí. Era inexplicable que una persona pobre como yo hiciera tal
cosa, pues tampoco me había amenazado con un cuchillo. La mujer se
metió el billete en el bolsillo del abrigo y se fue alejando sin decir
nada, igual que cuando se acercó. Apenas se fue, llegó el
autobús.
De camino a casa del asesor fiscal, estuve intentando imaginar qué
importancia podía tener mi dinero paraesa mujer. Podría servir
para comprar pan para su hijo pequeño, o para comprarle un medicamento a
su padre enfermo, o bien para evitar el suicidio de una familia entera Sin
embargo, nada de lo que imaginaba me reconfortaba. No porque me doliera el
dinero, sino porque sentí una humillación, como si yo hubiera
recibido limosna de alguien.
Por otro lado, algo sucedió cuando fuimos a visitar la tumba de mi madre
el día del aniversario de su muerte. En un matorral de detras de
la lapida yacía el cadaver de un cervatillo. Aún se
veían los huesos y la piel, que tenía manchas por el lomo; las
cuatro patas, largas, estaban aún unidas al cuerpo, justo en la postura
que debían de tener cuando había intentado ponerse en pie en el
momento de exhalar su último suspiro. Las vísceras se
habían licuado, en los ojos habían quedado unos huecos oscuros, y
en la boca medio abierta podían verse unos dientes pequeños que aún
no habían crecido suficientemente.
Fue Root quien lo encontró.
—¡Cielos!
Señalaba hacia él con el dedo sin llamarme ni desviar los ojos de
aquello.
Probablemente el bicho había bajado corriendo de la montaña, y se
había estrellado contra la lapida, y murió tal y como
estaba. Al mirar bien la lapida vi que quedaban cosas parecidas a un
trozo de carne y una mancha de sangre.
—¿Qué hacemos? ¿Qué debemos hacer?
—No te preocupes. Esta bien que lo dejemos así tal cual.
Rezamos un buen rato juntando las manos, mas por el cervatilloque por mi
madre. Recé para que aquella pequeña muerte le hiciera
compañía al espíritu de mi madre.
Al día siguiente de ir a la tumba de mi madre, me topé con una
foto del padre de Root en la edición regional del periódico.
Parece que le habían dado el premio de una fundación que
concedía galardones a jóvenes investigadores técnicos. Era
un pequeño artículo en una esquina. La foto se veía
borrosa, pero sin duda era él. Había envejecido exactamente lo
que corresponde a diez años.
Cerré el periódico, hice una bola arrugandolo, y lo tiré
a la papelera. Tras un rato, después de pensarlo bien, lo fui a buscar,
lo desarrugué y recorté el artículo con unas tijeras.
Estaba ya tan arrugado que no podía distinguirse de un papel viejo.
—¿Y a mí qué mas me da? No es nada —me
dije—. El padre de Root que ha sido premiado. Es una buena cosa.
Sólo eso.
Doblé el artículo y lo guardé en la cajita junto al
cordón umbilical de Root.
7
Cada vez que veía números primos me acordaba del profesor.
Aparecían con disimulo en cualquier lugar del paisaje cotidiano. En las
etiquetas del supermercado, en los números de las placas de las casas,
las tablas de los horarios de autobuses, la fecha de caducidad del jamón
en dulce, las puntuaciones de los examenes de Root Aunque todos ellos
cumplieran fielmente su misión oficial, a la vez amparaban con firmeza
su recóndito significado originario.
No me daba cuenta enseguida, claro esta, si se trataba de un
númeroprimo o no. Gracias a las practicas que había
recibido del profesor, podía distinguir a ojo, sin tener que calcularlos,
los números primos inferiores a 100, por el halo que desprendían.
Si superaban el 100, en cuanto el número me parecía dudoso,
tenía que probar a dividirlo. A menudo había casos en que, aunque
me parecía un número compuesto, resultaba ser un número
primo. Y otras veces, aunque mi primera impresión era que se trataba de
un número primo, al final conseguía encontrar un
submúltiplo.
Siguiendo el ejemplo del profesor, me acostumbré a llevar en el bolsillo
del delantal lapiz y papel para apuntar. De esta manera podía
hacer calculos en cualquier momento que se me ocurriera. Por ejemplo,
mientras limpiaba el frigorífico en la cocina de la casa del asesor
fiscal, el 2311, número de serie grabado en el interior de la puerta, me
entró por los ojos. Tuve el presentimiento de que sería un
número bastante interesante, por lo que saqué el papel de notas y
probé a dividirlo, dejando a un lado de momento el detergente y el
paño. Primero por 3, después por 7, luego por 11. Fue
inútil. Daba siempre un resto igual a 1. Seguí pues
intentandolo con el 13, el 17 y el 19. Tampoco eran divisores.
Ademas, esa indivisibilidad era realmente ingeniosa. En el momento en
que me daba la impresión de que por fin había dado con la
solución, se me escabullía entre los dedos y mi esfuerzo
resultaba una vez mas inútil al tiempo que me dejaba un poso
deexpectativas para un nuevo desarrollo del planteamiento. Los números
primos seguían siempre esta pauta.
En cuanto hube comprobado que el 2311 era un número primo, guardé
el papel de los apuntes en el bolsillo y volví a las tareas de limpieza.
El hecho de saber que el frigorífico tenía un número primo
como número de serie, suscitó en mí gran cariño por
el aparato: valiente, insobornable, desapegado del bajo mundo. Así me lo
parecía a mí.
Puliendo el suelo de la oficina me topé con el 341. Debajo de la mesa
había un impreso de declaración de renta, de color azul, con el
número 341.
A lo mejor era número primo. Paré de darle a la fregona al
instante. El formulario estaba cubierto de polvo, parecía llevar en el
suelo mucho tiempo, pero el número 341 no había perdido el vigor
de la señal que me emitía. Su atractivo era innegable, digno de
recibir los favores del profesor.
La luz de la oficina estaba ya medio apagada, y en cuanto no quedó
ningún empleado comencé las comprobaciones. Yo no había
establecido aún mi propio sistema de reconocimiento, procedía
improvisando, basandome únicamente en la intuición. Una
vez el profesor me había enseñado el método que
inventó un director de la biblioteca de Alejandría llamado
Eratóstenes o algo parecido, pero se me olvidó porque era
complicado. De todas maneras, dado que el profesor confería importancia
a la intuición matematica, sin duda habría aprobado aquella
manera mía de proceder tan libre ypersonal.
El 341 no era un número primo.
—¡Vaya!
Lo intenté de nuevo: 341 ÷ 11.
Dio 31.
La división arrojó un resultado exacto.
Por supuesto que me sentía bien cuando encontraba un número
primo. Pero tampoco me decepcionaba si resultaba no serlo. Aun cuando mi
presentimiento de número primo fracasara, de alguna manera
también sacaba algún fruto. El hecho de crear un falso
número primo tan ambiguo multiplicando 11 por 31 fue un descubrimiento
que me señaló inesperadamente una nueva dirección, ya que
me pregunté si habría alguna regla para crear el falso
número primo mas parecido a determinado número primo.
Coloqué sobre la mesa los formularios de hacienda, aclaré el
mocho en el agua sucia del cubo y lo escurrí con fuerza. Que encontrara
un número primo, o bien que descubriera que un número no era
primo, no cambiaba nada. Ante mí seguía amontonandose una
pila de tareas por realizar. Fuera cual fuese su número de serie, el
frigorífico sólo cumplía con su deber, y la persona que
había rellenado la declaración de renta número 341
seguiría sin duda sujeta a problemas fiscales. Todo aquello no
sólo no servía de gran cosa sino que incluso me causaba
perjuicio. El helado del congelador se había derretido, el suelo no se
veía limpio, lo cual pondría de los nervios al asesor fiscal. Con
todo, brillaba una realidad, a saber que el 2311 era un número primo y
el 341 un número compuesto.
Me vino entonces a la mente lo que decía el profesor:—El orden de
los números, precisamente porque no sirve para la vida real, es hermoso.
A lo que añadía:
—Aun cuando se aclare la naturaleza de los números primos, no digo
que la vida se vuelva mas facil o agradable ni que se gane
mas dinero. Por supuesto, por mas que nos empecinemos en volverle
la espalda al mundo, muchos son los casos en los que un descubrimiento
matematico acaba por aplicarse, en la practica, a la realidad.
Del estudio de la elipse resultó la órbita planetaria, y de la
geometría no euclidiana, la forma del universo mostrada por Einstein.
Los números primos fueron incluso cómplices de la guerra pues
sirvieron de base para los mensajes en clave. Resulta horrendo. Pero ése
no es el propósito de las matematicas. Su objetivo es
únicamente desvelar la verdad.
El profesor valoraba el concepto de «verdad» igual que el de
número primo.
—Venga, intenta trazar aquí una línea recta.
No recuerdo cuando, pero me lo dijo una tarde, sentado a la mesa del
comedor. La tracé con un lapiz, al dorso de un folleto
publicitario (nuestros apuntes iban siempre en el reverso de las hojas de
propaganda) utilizando como regla un palillo de cocina.
—Eso es. Es una línea recta. Entiendes correctamente la
definición de línea recta. Pero piensa un poco. La línea
que has trazado tiene un comienzo y un final, ¿verdad? En tal caso,
pues, es un segmento lineal, el camino mas corto entre dos puntos. En la
definición de línea recta,originariamente, ésta no tiene
ningún extremo. Debe extenderse infinitamente. Sin embargo, tanto la
hoja como tu fuerza física tienen un límite, por lo que nos
conformaremos con considerar el segmento lineal como si fuera verdaderamente
una línea recta. Ademas, la punta del lapiz, por mucho que
la afilemos con un cuchillo punzante, tiene un grosor determinado. Por lo
tanto, esta línea recta tiene una anchura. Tiene superficie. Es decir,
es imposible trazar la verdadera línea recta en un papel real.
Contemplé la punta del lapiz con cierta emoción.
—¿Dónde esta la verdadera línea recta?
Solamente esta aquí.
El profesor se golpeó el pecho con la mano. Igual que cuando me
enseñó los números imaginarios.
—La verdad eterna que no se deja influir ni por la materia, ni por los
fenómenos naturales, ni por los sentimientos, no puede verse con los
ojos. Las matematicas pueden esclarecerla y expresarla. Nadie puede
impedirlo.
Yo, con el estómago vacío, fregando el suelo de la oficina y
preocupada únicamente por Root, necesitaba la existencia de aquella
verdad eternamente correcta, tal y como la llamaba el profesor. Necesitaba
sentir que, en verdad, había un mundo invisible que sostenía al
mundo visible. Una línea recta que se abriera paso con solemnidad entre
las tinieblas, exenta de anchura y superficie, que se extendiera sin
límite hasta el infinito. Esa línea recta me sumía en un
sentimiento casi imperceptible de paz.
—Abre bien tus inteligentespupilas.
Mientras recordaba aquella frase del profesor, agucé la vista en la
oscuridad.
—Ve ahora mismo a la casa del profesor de matematicas. Parece que
tu hijo se ha metido en un lío. No sabemos exactamente qué
esta ocurriendo, pero ve de inmediato. Es una orden del jefe.
La administrativa de la Agencia Akebono me llamó a la sede del asesor
fiscal cuando me disponía a preparar la cena, una vez regresada de la
compra. No me dejó ni tiempo para preguntarle «¿Qué
ha hecho mi hijo?», y colgó el teléfono.
Lo primero que me pasó por la mente fue la maldición de la pelota
fallida. ¿Acaso aquella relación de causa a efecto no
había aún terminado? ¿Habría caído de nuevo
sobre la cabeza de Root aquella pelota erratica, que ya no
parecía entrañar peligro? El consejo del profesor era por tanto
correcto:
«No se puede dejar solo a un niño.»
Tal vez Root se había atragantado y estaba ahogandose con los
donuts de la merienda. O bien se había electrocutado por un
cortocircuito con el enchufe de la radio. Me embargaron todo tipo de ideas sin
sentido. Temblando de miedo, sin poder explicar a mi empleador lo que
sucedía, salí pitando hacia la casa del profesor, presa de un mal
presentimiento, entre los sarcasmos del asesor.
En tan sólo un mes el pabellón había ido recuperando su
distanciamiento. El timbre de la entrada estaba estropeado, los muebles
languidecían, el jardín se veía completamente abandonado,
nada había cambiado desde entonces, y sinembargo al poner los pies en el
pabellón sentí un profundo malestar. A pesar de todo, al
percatarme de inmediato de que mi desasosiego no había sido causado por
Root, de momento me tranquilicé. No se había asfixiado ni
electrocutado ya que estaba sentado a la mesa del comedor, al lado del
profesor, con la mochila a sus pies.
La razón por la que me sentía incómoda era que, frente a
ellos dos, se erguía la figura de la viuda de la casa principal. A su
lado había una mujer desconocida de mediana edad. Probablemente se
trataba de la nueva asistenta, la que se hizo cargo de la casa después
de mí. La visión de nuevos personajes en un lugar donde, en mi
recuerdo, no debíamos estar mas que el profesor, Root y yo, me
creaba una gran confusión.
En el momento en que suspiraba aliviada, me asaltó la pregunta de por
qué Root estaba allí. La viuda se encontraba sentada, en el
centro. Vestía muy elegantemente, como en la entrevista que tuvimos en
su día. Sostenía el bastón, también como entonces,
con la mano izquierda.
Root parecía muy serio y procuraba no dirigir sus ojos hacia mí.
El profesor, a su lado, tenía un aire pensativo. Estaba concentrado, y
su mirada se perdía en punto en el que no se cruzaba con la de nadie.
—Perdone por haberla llamado sabiendo que esta ocupada.
Acérquese aquí, por favor.
La viuda me ofreció asiento. Yo, como había venido corriendo
desde la estación, aún jadeaba, y no tenía casi voz.
—Venga, siéntese. Sírvele un té,por favor, a nuestra
visita.
No supe si era una asistenta enviada por la agencia Akebono, pero el caso es
que la mujer se retiró y se encaminó hacia la cocina. Por mucho
que usara palabras educadas, se notaba la turbación de la viuda, pues se
lamía constantemente los labios y daba golpecitos sobre la mesa con las
uñas. Yo, sin saber muy bien cómo saludarla, me senté tal
y como me había ordenado.
El silencio se prolongó durante unos instantes.
—Ustedes —abordó el asunto la viuda, mientras rasgaba la
mesa con las uñas—. ¿Qué se traen entre manos?
En cuanto logré calmar mi respiración, dije:
—Eh ¿Ha hecho mi hijo algo inconveniente?
Root estaba con la cabeza gacha, manoseando la gorra sobre sus rodillas.
—Déjeme preguntar a mí. ¿Qué necesidad hay de
que venga a esta casa de mi cuñado el hijo de una asistenta a la que se
despidió?
El esmalte de uñas de la viuda se había desconchado y un polvillo
se esparció sobre la mesa.
—Yo no he hecho nada malo —murmuró Root sin levantar la
cabeza.
—Es lo que dice el hijo de la asistenta que dejó de trabajar
aquí hace tiempo —dijo la viuda interrumpiendo a Root.
Hacía lo imposible por no mirar a Root, mientras iba repitiendo
«El hijo, el hijo». Tampoco dirigió su mirada al
profesor. Se comportó desde el principio como si ellos nos hubieran
estado nunca allí.
—Bueno, yo diría mas bien que no es una cuestión de
necesidad —le contesté sin haber sido capaz de comprender la
situación—.Me parece que ha venido tan sólo a jugar y a
estar un rato en su compañía.
—Quería leer con él La historia de Lou Gehrig14, que he
sacado de la biblioteca —dijo Root levantando por fin la cara.
—¿A qué dice usted que juegan un hombre con mas de
sesenta años y un niño de diez?
Volvió a ignorar las palabras de Root.
—No tengo palabras para lamentar que mi hijo haya venido aquí, sin
haberme pedido permiso ni pensar en las circunstancias, a causarle molestias.
No he sabido vigilarlo de mas cerca. Lo siento mucho.
—No. No estoy hablando de esto. Lo que me pregunto es cuales son
sus propósitos al enviar a su hijo a casa de mi hermano político
a pesar de haber sido usted despedida.
Los ruiditos de las uñas sobre la mesa empezaban a resultarme
desagradables.
—¿Propósitos? Me parece que se equivoca en este asunto. Es
un niño, sólo tiene diez años. Habra venido a jugar
porque querría jugar. Encontró un libro interesante, que
quería que también leyera el profesor. ¿No le parece
suficiente?
—Sí, claro que sí. Los niños no suelen tener mala
intención. Por eso precisamente le pregunto a usted qué pretende.
—No deseo otra cosa sino que mi hijo sea feliz.
—Así pues, ¿por qué mete en medio a mi hermano
político? Salieron de noche, los tres, y se quedaron ustedes a dormir
para cuidarlo. No recuerdo haberle pedido que hiciera tal cosa.
La asistenta sirvió el té. Cumplía fielmente con su
trabajo. Fue llenando las tazas sin un ruido y no dijopalabra. Era evidente que
no se pondría de mi parte. Se retiró a la cocina
rapidamente, dando a entender que no tenía intenciones de
complicarse la existencia.
—Reconozco que me he extralimitado en mi deber. Pero no ha habido mala
intención ni propósito oculto. La cosa es mas simple.
—¿Dinero?
—¿Dinero? —repliqué con voz aguda, sorprendida ante
una palabra tan inesperada—. Eso sí que no puedo pasarselo.
Ademas, delante del niño. Retire por favor lo que acaba de decir.
—Pues otra cosa no resulta imaginable. Quiere congraciarse con mi
cuñado y engatusarlo.
—Qué absurdo
—Tengo entendido que, en teoría, usted ya ha sido despedida. No
debería tener nada que ver con nosotros.
—Un poco de calma, por favor.
—Oiga —volvió a aparecer la asistenta. Se había
quitado el delantal y llevaba el bolso colgado del brazo—. Ya es la hora,
así que me voy.
Se marchó sin hacer ningún ruido, igual que cuando había
servido el té. La seguimos con la mirada.
El pensamiento del profesor se fue haciendo cada vez mas denso, y la
gorra de Root estaba tan arrugada que parecía deforme. Suspiré
hondamente.
—¿Y si se debiera a que somos amigos? —dije—.
¿No se puede ir a jugar a casa de un amigo?
—¿A qué amigos se refiere?
—A Root, a mí misma y al profesor.
La viuda ladeó la cabeza en señal de negación.
—Puede que usted se haya equivocado en sus calculos. Mi hermano
político no tiene fortuna. La que heredó de sus padres la
invirtió por completo en lasmatematicas, y desde entonces no ha
recibido ni un solo yen.
—Eso no me incumbe.
—Mi hermano político no tiene amigos. Perdone que le diga que
nunca ha venido a visitarle ninguno.
—En tal caso, Root y yo somos sus primeros amigos.
En ese momento el profesor se levantó de repente.
—¡No, no es posible! ¡No es tolerable herir los sentimientos
de un niño!
Y mientras lo decía, sacó un papel de apuntes del bolsillo,
garabateó algo en él, lo puso en el centro de la mesa y se
marchó de la habitación. Fue un gesto resuelto, como preparado
con antelación. No había en él ni ira ni confusión,
sólo un silencio envolvente.
Nosotros tres, callados y abandonados por el profesor, clavamos los ojos en el
papel de apuntes. Permanecimos así durante un rato, sin movernos.
Allí había escrita, en sólo una línea, una
fórmula.
«eπ1 + 1 = 0 »
Nadie decía nada. La viuda había dejado de hacer ruido con las
uñas. Entendí que poco a poco iban desapareciendo de sus pupilas
la turbación, la frialdad y la duda. Pensé que tenía la
mirada de alguien que entiende perfectamente la belleza de una fórmula
matematica.
Poco tiempo después me avisaron de la agencia para que volviera a
trabajar en la casa del profesor. El motivo no estaba claro: si era porque la
viuda había cambiado de idea tras el intercambio de opiniones que
mantuvimos, o simplemente porque la nueva asistenta no había podido
acostumbrarse y tal vez la agencia no supo apañarselas de otra
manera. Seacomo fuera, aquello significó que el profesor cosechó
la undécima estrella azul. Yo no tenía manera de saber si aquel
absurdo malentendido que me concernía se había disipado o no.
Por mas vueltas que le daba, el motivo de queja de la viuda
seguía siendo extraño. Era incomprensible que me hubiera
despedido delatandome a la agencia y que hubiera mostrado una
reacción tan exagerada con la visita de Root.
Aquella noche, después del partido de béisbol, probablemente fue
ella quien estaba espiando el pabellón desde el patio. A pesar de que hubiera
sospechado de mí sin razón alguna, me daba pena
imaginarmela arrastrando la pierna paralizada, escondiéndose en
la espesura, agarrada a su bastón.
A veces me preguntaba si lo del dinero no habría sido un simple
pretexto, y que en realidad la viuda había tenido celos de mí.
Tal vez ella, a su manera, sintiera gran cariño por el profesor, y
precisamente por eso yo era un estorbo; y la razón por la que me
había prohibido acceder a la casa principal fuera para poder guardar en
secreto la relación con su cuñado sin que yo les molestara.
El primer día de mi vuelta al trabajo fue el 7 de julio, día de
la fiesta de Tanabata15. Cuando la figura del profesor apareció en la
entrada, con la americana llena de notas revoloteando, me pareció que
con aquellos papelillos iba engalanado a la manera de los adornos
conmemorativos de los arboles de bambú16. Entre aquéllos,
permanecía pegada en la bocamanga lanota acerca de mí y de Root.
—¿Cual fue tu peso al nacer?
Se repitió una vez mas, en la entrada, la sesión de preguntas
y respuestas numéricas; sin embargo, cual había sido mi
peso al nacer era una pregunta nueva.
—3217 gramos.
Como ya se me había olvidado el mío, contesté dando el de
Root.
—La 3217a potencia de 2 menos 1 es un número primo de Mersenne
—murmuró el profesor mientras se daba la vuelta y se encaminaba
hacia su estudio.
Durante aquel mes, los Tigers habían ido ganando y luchaban por lograr
el primer puesto. Después del no hit no run de Yufune, los lanzadores
seguían aupando al equipo a los puestos de cabeza. Sin embargo, a
finales de junio la cosa empezó a fastidiarse. Hasta el día
anterior habían perdido seis partidos consecutivos, y tras ser
adelantados por los Giants, que fueron escalando posiciones poco a poco pero
con firmeza, descendieron hasta el tercer puesto.
La asistenta que me había reemplazado parecía haber sido
escrupulosa; había guardado en las estanterías todos los libros
de matematicas del estudio que yo no me había atrevido a tocar
por temor a perturbar las investigaciones del profesor, y los demas, los
había colocado en los escasos espacios que quedaban sobre el armario o
debajo del sofa. Ademas, como su criterio de clasificación
había sido exclusivamente el del tamaño, no cabe duda de que visualmente
parecía todo mucho mas ordenado, pero el orden que
subyacía tras el caos, y que había estadocultivandose
durante largos años, había sido destruido por completo.
De repente, empecé a preocuparme por la lata de galletas donde estaban
los cromos de béisbol, y me puse a buscarla. Servía de sujetalibros
para igualar la altura de los volúmenes, no muy lejos de su
ubicación originaria. En su interior, Enatsu permanecía indemne.
De todos modos, por mas que oscilara la clasificación de los
Tigers o por muy limpio que estuviera el estudio, la vida del profesor
seguía igual. Ademas, en menos de dos días el esfuerzo de
la anterior asistenta se fue al garete, y surgió de nuevo el agradable
paisaje de antes.
Yo había guardado con cuidado la nota que el profesor había
colocado el día del altercado en el centro de la mesa del comedor. Fue
una suerte que la viuda consintiera tacitamente que mi mano se hiciera
con ella. La doblé cuidadosamente y la guardé dentro de la funda
del bono de transportes donde llevaba la foto de Root.
Fui a la biblioteca municipal para indagar el significado de la fórmula
allí escrita. Si le hubiera preguntado al profesor, me lo habría
explicado enseguida; pero no lo hice porque tuve el presentimiento de que
sería capaz de comprender mas profundamente lo que significaba si
me enfrentaba cara a cara con ella, con calma. Era un simple presentimiento,
por lo que carecía de fundamento. Durante el breve trato que tuve con el
profesor, me había acostumbrado a usar para los números o signos
matematicos una imaginación parecida ala empleada para la música
o los cuentos. Aquella fórmula tan simple y breve entrañaba una
solidez que no podía dejar abandonada.
Desde que había ido a tomar prestado un libro de dinosaurios para el
trabajo de libre investigación de Root, el verano pasado, no
había vuelto a pisar la biblioteca. La sección de
matematicas estaba situada al fondo del ala este, en la segunda planta.
No había nadie excepto yo, y reinaba un silencio sepulcral.
Los libros del estudio del profesor tenían, todos ellos, trazas de haber
sido manoseados por él, estaban grasientos, tenían paginas
dobladas o restos de comida entre las paginas; sin embargo, los libros
de la biblioteca estaban tan impolutos que resultaban aún mas
inaccesibles. Pensé que muy probablemente algunos de ellos
acabarían su vida sin ser abiertos por nadie.
Saqué la nota de la funda del pase de transporte.
« eπ1 + 1 = 0 »
Era su letra de siempre. Mas bien redondeada, el trazo del lapiz
en algún punto borroso, pero no era una letra apresurada o
despreocupada; denotaba lo escrupuloso de la forma de los signos o de la manera
de cerrar el 0. La fórmula era algo pequeña en comparación
con la superficie del papel, estaba escrita un poco mas arriba del
centro de la hoja, y con comedimiento.
Al mirarla de nuevo detenidamente, me pareció una fórmula
extraña. Parecía un tanto desequilibrada en comparación
con las pocas fórmulas que yo conocía, como por ejemplo la de la
superficie de unrectangulo, que era la multiplicación de la
longitud por la anchura, o la segunda potencia de la hipotenusa, que era
equivalente a la suma de la segunda potencia de los catetos. Los únicos
números que tenía la fórmula eran el 1 y el 0. En cuanto
al calculo, era muy simple, sólo una suma, pero el primer
término era algo arrogante. Y esa arrogancia, al final, se saldaba con
un 0.
Aunque quería investigar, no tenía ni la menor idea de por
dónde empezar. Al no quedarme otro remedio, empecé a hojear las
paginas de algunos libros que tenía al alcance de la mano.
Todos los volúmenes eran de matematicas. No daba crédito a
que fuera algo que también pudiera compartir con otros seres humanos.
¿Sería cada una de aquellas paginas una clave para
resolver el secreto del universo? ¿Serían acaso extractos
copiados del cuaderno de Dios?
Me imaginaba al creador del universo tejiendo un encaje en lo mas
recóndito del cielo. Con un hilo tan fino y excelso que permitía
el paso de la luz mas tenue. El dibujo estaba sólo en la mente
del creador, de manera que nadie podría robarle el patrón ni prever
cual sería el siguiente dibujo en aparecer. El encaje
avanzaría sin cesar, se extendería infinitamente, y
ondearía al viento. Nadie resistiría a la tentación de
tocarlo con la mano y examinarlo a la luz; de rozar tiernamente la mejilla
contra él, con los ojos embelesados y humedecidos. Y todos desearían
vivamente volver a tejer el dibujo allí labrado con las propiaspalabras.
Un pedacito bastaría, si se pudiera traer de vuelta a la tierra para
adueñarse uno de él.
De repente me topé con un libro sobre el último teorema de
Fermat. Se trataba de un relato mas bien histórico, que no de
pura teoría matematica, lo cual facilitaba para mí su
comprensión. Sabía que el último teorema de Fermat era un
problema difícil que aún no había sido resuelto; sin
embargo, fue una sorpresa para mí que el contenido del teorema pudiera
expresarse tan facilmente.
«Para todos los números naturales n superiores a 3 no existen
números naturales X, Y, Z que verifiquen la ecuación: Xn + Yn =
Zn»
¿Eh, eso es todo?, estuve a punto exclamar. Me daba la sensación
de que encontraría cuantos números naturales quisiera capaces de
cumplir con aquella fórmula. Mientras que si «n» era igual a
2, y se convertía en la maravilla que es el teorema de Pitagoras,
¿cómo se entendía que con sólo ser una unidad
mayor, pudiera destruirse el orden? Según pude saber, hojeando de pie el
libro, aquella proposición no había nacido de una tesis notoria
sino que procedía de un apunte apresurado de Fermat. Al parecer
omitió la demostración por falta de espacio suficiente en la
pagina. A partir de entonces, muchos genios de las matematicas
intentaron dar con aquella demostración, la gran meta del mundo
matematico, pero fracasaron. Me dio pena por ellos que el capricho de un
hombre les hubiera estado atormentando a lo largo de tres siglos.
Me puse apensar en lo grueso que sería el cuaderno de Dios y en la
finura del encaje del creador del mundo. Por mucho esfuerzo que se dedicara en
seguir la labor punto a punto, un pequeño descuido podía hacer
perder de vista el enlace con el siguiente paso. Tan pronto uno se regocijaba
pensando que ya había alcanzado la meta como aparecería otro
dibujo mas complicado.
El profesor, por su parte, también debía de haber tenido entre
sus manos varios trozos de encaje. ¿Qué maravillosos dibujos
labrados vería él? Recé para que permanecieran
todavía grabados en su memoria. Hacia la mitad del capítulo 3,
que explicaba que el último teorema de Fermat no era un simple
rompecabezas para satisfacer la curiosidad de los aficionados a las
matematicas sino algo profundamente relacionado con el principio de la
teoría matematica, encontré la misma fórmula que
había escrito el profesor. No se me escapó aquella línea,
que apareció en un rincón de mi campo de visión mientras
pasaba paginas sin rumbo fijo. Miré la nota y el libro para
compararlos cuidadosamente. No cabía duda. Se llamaba Fórmula de
Euler.
Aunque supe enseguida su denominación, no se disipó mi dificultad
para comprender el significado de la fórmula. Permaneciendo de pie entre
las estanterías, volví a leer las paginas relacionadas con
la fórmula una y otra vez. Sobre todo las partes difíciles, que
intenté leer en voz alta, como me había enseñado el
profesor. Como seguía sin haber nadie excepto yo enla sección de
matematicas, no molestaba a nadie. Presté atención a mi
propia voz, que iba siendo engullida por los huecos que había entre los
libros de matematicas.
Sabía qué era π. El cociente entre la longitud de la
circunferencia y su diametro. También «i», me lo
había enseñado el profesor. Es la raíz cuadrada de -1, un
número imaginario. Lo complicado era «e». Era, al igual que
π, un número irracional no algebraico y, al parecer, una de
las constantes mas importantes de las matematicas.
Primero, había que empezar por saber qué era un logaritmo. El
logaritmo de un número determinado es el exponente al cual se ha de
elevar una constante para que la potencia resulte el número dado. Dicho
sea de paso, a la constante se le llama «base». Por ejemplo, si la
base es 10, el logaritmo de 100 (o sea, log10 100) es 2, ya que 100 = 102.
En la numeración decimal que utilizamos normalmente es conveniente
emplear el logaritmo de base 10, al que llamamos logaritmo común; sin
embargo, en las teorías matematicas, el logaritmo en base
«e» cumple también un papel muy importante con frecuencia,
por lo que recibe el nombre de logaritmo natural. Dado un número
determinado, este logaritmo es el exponente al que debemos elevar el
número «e» para obtener ese número. Es decir que
«e» es la «base de los logaritmos naturales».
En cuanto a esa base «e», que como hemos dicho resulta relevante,
Euler realizó el calculo:
e = 2,71828182845904523536028…
y asísucesivamente, hasta el infinito. La fórmula del
calculo, en comparación con lo complicada que es toda esta
historia, resulta muy explícita.
Sin embargo, cuanto mas explícito era, mas profundo me
parecía el enigma de «e».
De entrada, ¿dónde se encontraba lo natural del llamado
precisamente logaritmo natural? ¿No era en verdad sumamente antinatural
el hecho de utilizar como base un número que sólo podía
expresarse por escrito mediante una fórmula, que acabaría por
salirse de cualquier papel por grande que éste pudiera ser, y para el
cual, de usar su expresión decimal, ésta no acabaría nunca
ni presentaría ninguna realidad?
Puesto que aquella enumeración aleatoria de números, confusos e
incoherentes, como hormigas procesionando a su antojo, o como un bebé
que apilara cubiletes de madera con torpeza, respondía en realidad a un
deseo de lógica razonable, ¿qué podía yo hacer? La
intercesión de Dios era insondable. Pero había hombres que
habían sido capaces de captar esa mediación correctamente. Aunque
la mayoría de la gente, incluida yo, no éramos capaces de
demostrarles nuestro agradecimiento por su voluntarioso trabajo.
Descansé la mano, que estaba entumeciéndose por el peso del libro,
volví a hojear las paginas pensando en Leonhard Euler, el
matematico mas grande del siglo XVIII. Yo no sabía nada de
él, pero por el simple hecho de tener su fórmula entre mis manos,
me dio la sensación de percibir la temperatura de su cuerpo.
Eulerhabía acuñado aquella fórmula empleando un concepto
de lo mas irracional. Descubrió una conexión natural entre
números que aparentemente no tenían nada que ver entre sí.
Si sumamos 1 a «e» elevado a la potencia del producto de π por
i, eso da 0.
Volví a mirar la nota del profesor. Unos números que
circularían periódicamente hasta el final y otros números
extraviados que nunca mostrarían su verdadera naturaleza, aterrizaban en
un punto tras haber dado una voltereta. No aparecía ningún
círculo en ningún lugar, y sin embargo π caía volando
desde el cielo, inesperado, a los pies de «e», y estrechaba la mano
del tímido «i». Se apretujaban unos con otros y
contenían la respiración, pero bastaba con que un hombre
añadiera sólo un 1 para que el mundo cambiase totalmente, sin
previo aviso. El 0 era la madre del cordero.
La fórmula de Euler era como una estrella fugaz centelleando en la
oscuridad. Era un verso grabado en una cueva tenebrosa. Impresionada por toda
la belleza que contenía la fórmula, la guardé en la funda
del pase de transporte.
Mientras bajaba por las escaleras de la biblioteca, giré un momento la
cabeza pero la sección de matematicas seguía desierta,
reinaba el silencio, sin que nadie supiera qué cosas tan hermosas
había allí escondidas.
Al día siguiente volví otra vez a la biblioteca. Era para
comprobar algo que me daba que pensar desde hacía tiempo. Saqué
una edición de formato reducido de un periódico regional del
año1975, y fui hojeando pagina por pagina, con paciencia,
la gruesa encuadernación. El artículo que estaba buscando
había sido publicado en la edición local del 24 de septiembre de
1975.
«El día 23, sobre las 16 h 10, en la carretera nacional II, bloque
3 del distrito xx, el conductor xx (28) que conducía una furgoneta de la
compañía de transporte xx, tras rebasar la línea continua
e invadir el carril contrario, chocó con el turismo que conducía
xx (47), catedratico del instituto matematico de la universidad
xx. xx, tras sufrir un fuerte impacto craneal, se encuentra en estado
crítico, xx (55), su cuñada, que viajaba en el asiento delantero
junto al conductor, tiene una grave fractura en la pierna izquierda. El
conductor de la furgoneta tan sólo sufrió una herida leve en la
frente. La policía investiga la posibilidad de que la somnolencia fuera
la causa del accidente, y esta interrogando al conductor acerca de las
circunstancias»
Cerré el tomo. Recordé el sonido del bastón que golpeaba
la viuda.
Desde entonces, a pesar de que hace tiempo ya que la foto de Root ha perdido el
color, sigo llevando conmigo la nota del profesor, y no la he tirado. La
fórmula de Euler ha sido siempre para mí un apoyo, una sentencia,
un tesoro y un recuerdo al mismo tiempo.
No he dejado nunca de peguntarme por qué el profesor escribió
aquella fórmula en aquel instante. Sin soltar un grito de enfado, sin
amenazar, golpeando la mesa, dejó escrita la fórmula,zanjando
así la discusión entre la viuda y yo. Como consecuencia de ello,
volví allí como asistenta, y él reanudó los
intercambios con Root. ¿Acaso había calculado desde el principio
que las cosas irían así? O bien, ¿se aturulló tanto
que simplemente fue una acción improvisada que no respondió a
ningún motivo?
Lo único que puedo asegurar es que su primordial preocupación era
Root. Temía que el muchacho pensara que su madre y la viuda estaban
discutiendo por su culpa. Por eso precisamente acudió en su ayuda, de la
única manera que podía.
Aún ahora, cuando lo pienso detenidamente, no tengo palabras para
describir la pureza del cariño del profesor hacia los niños. Es
ésta una verdad tan eterna como la invariable fórmula de Euler.
En cualquier circunstancia, pasara lo que pasase, el profesor siempre procuraba
proteger a Root. Por mas que él mismo se viera en una
situación delicada, siempre pensaba que Root necesitaba mas ayuda
y consideraba que tenía la obligación de darsela. Y
sentía un gran placer en poder cumplir con su obligación.
Los deseos del profesor no siempre se manifestaban a través de acciones,
sino que muchas veces se expresaban también de una forma invisible. Root
se percataba de todo ello, sin dejar escapar ningún detalle. Nunca
recibía la afabilidad del profesor como si fuera algo normal o debido,
pero tampoco la dejaba pasar inadvertidamente. Entendía perfectamente
que lo que recibía del profesor era venerable y muyestimable. Me
sorprendía que Root poseyera una capacidad como aquélla.
Si en el plato del profesor había mas cantidad que en el de Root,
se le ensombrecía la cara y me regañaba. Tenía la
convicción de que la mejor parte, ya fuera filete de pescado, bistec o
sandía, debía ser para la persona mas joven. Aun cuando se
hallara en los momentos clave de sus reflexiones sobre las preguntas de los
concursos, estaba dispuesto en todo momento a sacar el maximo tiempo
posible para Root. Se ponía contento de que le preguntara cualquier
cosa. Consideraba que los niños tenían problemas mucho mas
complicados que los adultos. No se limitaba a dar una respuesta correcta, sino
que era capaz de conseguir que el otro, el que preguntaba, se sintiera orgulloso.
Ante la respuesta guiada por el profesor, Root se quedaba embelesado no
sólo por la magnificencia de la misma, sino también pensando en
lo pertinente que era la pregunta que él mismo había formulado.
El profesor, por otro lado, era asimismo un prodigio observando el cuerpo de
Root. Le descubrió antes que yo una pestaña que le salía
al revés y un bultito en la base de la oreja. Con sólo echarle
una ojeada al niño, sin necesidad de examinarlo de arriba abajo ni
tocarlo, en un instante detectaba todo con lo que se debía tener
cuidado. Ademas, para no preocupar al interesado, me avisaba con total
discreción, sólo a mí, de las cuestiones anómalas
detectadas.
Aún recuerdo muy bien el tono de voz delprofesor, mientras yo fregaba
los platos en la cocina, diciéndome al oído, por la espalda:
—¿No crees que debería tratarse ese bulto? —me lo
susurró como si aquello fuera el fin del mundo—. Los niños
tienen un metabolismo muy activo, de manera que si se inflama mas y
mas, podría tener consecuencias dañinas como, por ejemplo,
constreñir las glandulas linfaticas u obstruir la
traquea.
Su aprensión habitual, si se trataba del cuerpo de Root, alcanzaba cotas
maximas.
—Bueno, pues se lo reventaré con una aguja.
Ante mi respuesta un tanto irresponsable, se encolerizó de veras.
—¿Y qué haras si se le infecta?
—Es que pensaba desinfectarla con la llama del gas; no ha de pasar nada
—dije a posta, para irritarlo, porque me hacía gracia ver
cómo su aprensión se iba haciendo cada vez mas absurda. Y
también, creo, porque me gustaba que se preocupara por él.
—¡No! Los microbios estan en todas partes. Si penetran por
una vena y llegan hasta el cerebro, el mal es irremediable, ¿sabes?
El profesor se obstinaba sin desfallecer hasta conseguir que le dijera
«sí, de acuerdo, ahora mismo lo llevo al médico».
Él siempre trató a Root igual que a un número primo. De
igual manera que los números primos son primordiales para formar todos
los números naturales, él pensaba que los niños eran los
atomos necesarios e imprescindibles para nosotros, los adultos.
Creía que su existencia, aquí y ahora, se debía
también a los niños.
De vez en cuando, saco la nota yla contemplo; en las noches en que no puedo
dormir, cuando me quedo sola al caer la tarde, cuando se me saltan las
lagrimas recordando a las personas a las que echo de menos. Inclino la
cabeza ante la grandeza de la línea que hay escrita ante mí.
8
Fue también el día de la fiesta de Tanabata cuando perdieron los
Tigers ante los Taiyo Whales por 0 a 1, con lo cual llevaban perdiendo siete
partidos consecutivos. En cuanto al trabajo, a pesar del mes en blanco,
recuperé el ritmo de antes. Por supuesto, la lesión del cerebro
del profesor era una desgracia, pero el consuelo fue que los recuerdos
dolorosos también se olvidaron enseguida. De todo el lío que se
armó entre la viuda y yo ya no quedaba rastro alguno en la mente del
profesor.
Cambié las notas a la americana de verano. Puse mucho cuidado en no
equivocarme en la posición de cada una. Volví a escribir las
notas que estaban medio rotas o con las letras borrosas.
«En el segundo cajón del escritorio empezando desde abajo, dentro
del sobre»
«Teoría de funciones, segunda edición, pp. 315-372, y
comentario acerca de la función hiperbólica, volumen IV,
capítulo 1 § 17»
«Medicina dentro del bote de té en el rincón izquierdo del
aparador, después de cada comida»
«Al lado del espejo del lavabo, hojas de recambio de la maquinilla»
«¡Decir gracias a √ por el bizcocho al vapor!»
Había notas que parecía que ya no iba a necesitar (Root le
había llevado el mes anterior el bizcocho que habíahecho en
practicas de la asignatura de actividades caseras), pero no quise
tirarlas. Las traté a todas por igual.
Al leer las notas, entendí que el profesor tenía una vida
cotidiana mas cauta de lo que parecía. También se notaba
que no quería dejar ver lo precavido que era. Por lo tanto, no
intenté mirarlas indiscretamente, sino que actué con la mayor
diligencia posible. Al terminar de poner todas las notas, la americana de
verano parecía estar lista e impecable.
El profesor se esforzaba en resolver un problema mas difícil de
lo habitual. Según creo, era la pregunta premiada con la maxima
cantidad en metalico desde la primera publicación del Journal of
Mathematics. No obstante, a él no le preocupaba el dinero, le
atraía simplemente el encanto de la pregunta.
Hasta la fecha, los giros postales de la revista andaban tirados en la entrada,
o encima de la mesita del teléfono o de la mesa del comedor. Como ya le
había preguntado si quería que fuera a cobrarlos a la oficina de
correos, y no hacía mas que responderme distraídamente, no
tuve mas remedio que hacérselos llegar a la viuda a través
de la agencia.
Podía adivinarse, mas o menos, lo arduo que le resultaba el
problema matematico viendo cómo se comportaba el profesor. La
densidad de su estado meditativo parecía haber alcanzado un punto de
saturación. Una vez entraba en el estudio, ya no se oía nada, y
llegué en alguna ocasión a preguntarme incluso si su cuerpo no se
habría fundidopor pensar demasiado. Cuando reflexionaba de esta manera,
a veces de repente se escuchaba un lapiz rasgando el papel, en todo
aquel silencio. El sonido de sacarle punta a un lapiz me tranquilizaba.
Porque era la prueba de que el profesor estaba vivo y avanzaba, aunque fuera
poco a poco, en su demostración.
Otras veces me extrañaba comprobar cómo podía seguir
pensando sin cesar en un problema cuando cada mañana al despertarse
tenía que empezar por comprender qué tipo de mal le aquejaba. De
todos modos, el profesor, desde antes de 1975, año en que se produjo el
accidente, ya no se dedicaba mas que a sus estudios matematicos.
Por lo tanto, se sentaba delante del escritorio casi instintivamente y se
concentraba completamente en el problema por resolver. Lo que lograba compensar
la desaparición de las reflexiones acumuladas hasta el día
anterior era un mero cuaderno, normal y corriente, y las notas garrapateadas en
trozos de papel, que como capullos protegían todo su cuerpo.
Mientras estaba preparando la cena pensando en todo esto, el profesor
apareció inesperadamente delante de mis ojos. Cuando estaba en ese
estado reflexivo, apenas tenía contacto conmigo, e incluso me esquivaba.
Me asustó justamente porque no se había oído el chirrido
de la puerta del estudio ni el ruido de pasos.
Como no sabía si al hablarle se enfadaría, lo observé mientras
quitaba en silencio las pipas de los pimientos y pelaba las cebollas. El
profesor, apoyado enla barra que dividía la cocina y el comedor, cruzado
de brazos, no hacía mas que mirar mis manos de hito en hito. Me
costaba trabajar así, pues me ponía nerviosa. Saqué los
huevos del frigorífico y empecé a preparar una tortilla.
—Perdone ¿en qué puedo servirle? —le dije por
fin sin poder aguantar mas.
—Continúa
El tono del profesor era inesperadamente cariñoso, así que
sentí alivio.
—Me gusta ver cómo preparas la comida —dijo el profesor.
Casqué los huevos en un bol y los batí con los palillos de
cocina. Las palabras «Me gusta» resonaban en mis oídos. Para
serenar aquel eco, procuré concentrarme al maximo en los huevos.
Continué moviendo los palillos aunque los grumos del aliño ya se
habían disuelto completamente. No entendía por qué al
profesor le daba por decir aquellas cosas. Lo único que podía
pensarse era que había habido un cortocircuito en su cabeza porque el
problema de matematicas era demasiado difícil. Finalmente,
dejé los palillos porque ya me estaban cansando las manos.
—¿Y ahora qué vas a hacer?
La voz del profesor era tranquila.
—A ver, veamos, ahora, ¡ah, sí! Freír el filete
de cerdo.
Debido a la aparición del profesor, el orden de mis acciones se
había alterado algo.
—¿No fríes los huevos?
—Aún no. Se mezclan mejor si reposan un ratito.
Root no estaba, había salido a jugar al parque. El sol del ocaso
dividía el arbolado del jardín en luz y sombra. No hacía
viento y la cortina de la ventana,que se había quedado abierta, no se
movía ni siquiera un poco. El profesor me dirigía la misma mirada
que cuando estaba pensando. Las pupilas de los ojos se volvían
aún mas oscuras, casi como si fueran transparentes, las
pestañas se agitaban cada vez que respiraba, y los ojos parecían
otear a lo lejos a pesar de que miraban de cerca.
Enhariné los filetes y fui colocandolos en la sartén.
—¿Por qué cambias la carne de sitio?
—Porque se fríe diferente en el centro o en el borde de la
sartén. Para freír uniformemente, la cambio de vez en cuando de
posición, de esta manera.
—Ya caigo. Así que cada trozo cede para no acaparar el mejor
sitio.
Aunque yo pensaba que freír carne era un problema de poca importancia en
comparación con la complejidad de las cuestiones matematicas que
él se esforzaba en resolver, él asentía con la cabeza como
si hubiera hecho un descubrimiento de valor. Entre nosotros flotaba un olor
agradable.
A continuación, corté el pimiento y la cebolla en rodajas para
hacer una ensalada, preparé la salsa con aceite de oliva e hice la
tortilla. Había pensado mezclar a escondidas la zanahoria rallada en la
salsa pero, como me vigilaba, no pude hacerlo. Él ya no hablaba. Le
quitó el aliento verme cortar el limón en forma de flor, y
dejó escapar un suspiro al ver cómo colocaba la tortilla humeante
delante de él.
—Dígame —me dio ahora por preguntar a mí—.
¿Qué es lo que le interesa tanto? Es una simple comida
—Me gustaver cómo preparas la comida —repitió la
misma frase de antes.
Entonces descruzó los brazos, desvió la mirada hacia la ventana,
y después de comprobar dónde estaba el lucero de la tarde, se
metió en el estudio. No se le escuchó marcharse, igual que cuando
había aparecido. No dejó ni rastro de presencia. El sol del ocaso
le daba en la espalda.
Miré alternativamente los platos recién preparados y, a
continuación, mis manos. El salteado de cerdo adornado con limón,
la ensalada verde, la tortilla amarilla y esponjosa. Los contemplé uno
tras otro. Eran platos poco originales pero apetitosos. Eran platos que
podían aportar su dosis de felicidad al final de una jornada.
Bajé de nuevo la mirada a las palmas de mis manos. Me sumergí en
una satisfacción estúpida, como si hubiera cumplido una
misión que igualara a la de haber demostrado el último teorema de
Fermat.
Terminada la temporada de lluvias, habían comenzado las vacaciones de
verano en los colegios y se habían inaugurado los Juegos
Olímpicos de Barcelona; sin embargo, el profesor seguía luchando.
Yo esperaba que me pidiera que enviara por correo la demostración ya
acabada al Journal of Mathematics, pero ese día no llegaba.
Los días bochornosos se sucedían. En el pabellón no
había aire acondicionado ni estaba bien ventilado, pero lo
aguantabamos sin queja. Y no había nadie que pudiera ganar al
profesor en paciencia. Aunque por la tarde la temperatura superara los 35
grados, él cerrababien cerrada la puerta del estudio, seguía
sentado ante el escritorio y no quería quitarse la americana en todo el
día. Es como si, una vez quitada, temiera que todas las demostraciones
matematicas que había acumulado hasta entonces se fuesen a
desmoronar. Los cuadernos se deformaban mojados por el sudor, y tenía
tantos sarpullidos en las articulaciones que daba pena verlo. Le fastidiaba mucho
que le llevara el ventilador al estudio, o que le aconsejara que se diera un
baño y que bebiera mas té frío de cebada tostada, y
al final me acababa echando del estudio.
Cuando empezaron las vacaciones escolares, Root también venía
conmigo al pabellón por las mañanas. Pensé que no era
demasiado conveniente dejar a Root mucho tiempo allí, después del
incidente, y sin embargo el profesor no cedió. Pese a que se supone que
sólo tenía conocimientos matematicos, sabía
perfectamente que los estudiantes tenían vacaciones largas en verano,
por lo que persistió en su argumentación de siempre, a saber: que
un niño debe estar a la vista de su madre en cualquier momento. A pesar
de todo, Root no hacía sino jugar al béisbol con sus amigos en el
parque, sin realizar los deberes, y por la tarde iba a la piscina a nadar.
Apenas se estaba quieto en casa.
Fue un viernes 31 de julio cuando dio por acabada la demostración. El
profesor, sin demostrar excitación alguna, ni cansancio especial, me
entregó el manuscrito. Como al día siguiente era sabado, y
yo quería quellegara a tiempo para el correo del día, fui
corriendo a la oficina de correos. Después de comprobar que el sello
urgente estaba estampado y que el sobre se mandaba correctamente,
exploté de alegría, y me detuve en varios sitios por el camino.
Compré ropa interior para el profesor, jabones perfumados, helados,
gelatinas y pasta cuajada de judías endulzadas.
Al llegar al pabellón, el profesor había vuelto al punto de
partida. Se había convertido en el profesor que no me reconocía.
Miré el reloj de pulsera. Hacía una hora y diez minutos desde que
había salido.
Nunca hasta entonces habían fallado los ochenta minutos. Los ochenta
minutos que contabilizaba su cerebro eran mas estrictos e implacables
que cualquier reloj.
Agité el reloj de pulsera y me lo pegué a la oreja para comprobar
si funcionaba bien.
—¿Cual fue tu peso al nacer? —preguntó el
profesor.
Poco después de comenzar el mes de agosto, Root se fue cinco días
de acampada. Root estaba deseando ir a aquel campamento donde podían
acudir niños a partir de los diez años. Aunque era la primera vez
que se separaba de mí, no tenía una cara triste. En la parada de
autocares, que era el lugar de encuentro, muchos padres e hijos se
despedían cariacontecidos, si bien unas madres exultantes intentaban dar
indicaciones minuciosas a sus hijos hasta el último momento. Yo, sin ser
la excepción, hubiera querido decirle muchas cosas, como que se pusiera
la cazadora cuando hiciera fresco, oque no perdiera la tarjeta de asistencia
sanitaria, pero Root, sin prestarme atención, al llegar el autocar se
subió de un salto antes que nadie. Al final, sólo me hizo una
señal de adiós con la mano, medio protocolaria, desde la
ventanilla.
La primera noche después de que se fuera Root, como me daba pereza
volver al apartamento sola, tardé mucho en salir después de haber
terminado de quitar la mesa y de fregar los platos.
—¿Le apetece que le corte alguna fruta? —al oírme, el
profesor volvió la cabeza sin levantarse de la butaca.
—Gracias.
Debía de quedar aún un rato para el atardecer, pero las nubes se
hicieron espesas sin darnos cuenta, el patio parecía estar envuelto con
celofan de color violeta tras mezclarse la oscuridad con el sol del
ocaso. Había empezado a hacer un poco de viento. Serví el
melón cortado al profesor, y me senté al lado de su butaca.
—Come tú también.
—Muchas gracias, pero no se preocupe.
El profesor machacaba la pulpa del melón con el dorso del tenedor, y se
lo comía salpicando todo y haciendo ruidos con la boca.
Como no estaba Root y no había nadie que encendiera la radio, todo
estaba silencioso. No llegaba ningún sonido desde la casa principal. Tan
pronto pensé que las cigarras estaban cantando, les dio por callarse.
—¿No quieres de verdad un poquito? —el profesor
intentó ofrecerme la última raja.
—No, no, gracias. Pero no se preocupe, tómeselo usted —le
dije limpiandole la boca mojada con el pañuelo—.Hoy
también ha hecho mucho calor.
—Es verdad.
—Aplique bien el ungüento para sarpullidos que esta en el
baño.
—Así lo haré, si no se me olvida
—Dicen que mañana va a hacer aún mas calor.
—El verano pasa mientras decimos «¡qué calor!»,
«¡qué calor!»
Los arboles de repente empezaron a susurrar mecidos por el viento y a su
alrededor todo se volvió oscuro en un instante. Al arrebol de la tarde,
que hasta hacía poco permanecía en la cresta del horizonte, se lo
estaba tragando la oscuridad. El rugir de un trueno se escuchó en alguna
parte.
—¡Un trueno! —dijimos el profesor y yo a un tiempo.
Enseguida empezó a llover. Las gotas eran tan grandes que se
podían distinguir una por una. Su sonido golpeando el tejado resonaba en
toda la habitación. Iba a cerrar la ventana cuando el profesor me dijo:
—¿No esta bien así? Estaremos mejor si la dejas
abierta.
Cada vez que la cortina se ahuecaba por el viento, la lluvia entraba y nos
mojaba los pies descalzados. Como él decía, era refrescante y
agradable. Ya no había ni rastro de sol en ninguna parte, sólo la
lampara del fregadero, que había olvidado apagar, iluminaba
vagamente el patio interior. Los pajarillos que parecían escondidos
entre los arboles salieron volando, las ramas enredadas cedieron, y
pronto todo cuanto veíamos se fue quedando cubierto por la lluvia.
Olía a tierra mojada. Los truenos poco a poco iban acercandose.
Pensé en Root. ¿Habría encontrado el impermeable?Debería
haberse llevado otro par de zapatillas de repuesto. ¿No estaría
comiendo demasiado, dejandose llevar por la euforia? Ojala no
coja frío al acostarse con el pelo mojado.
—¿Estara también lloviendo en la montaña?
—dije.
—Hum ya esta oscuro y la montaña no se ve
—contestó el profesor con los ojos medio cerrados—.
Quiza vaya siendo hora de hacerme unas nuevas gafas para la presbicia.
—¿Aquel rayo ha caído en la montaña?
—¿Por qué te preocupa tanto la montaña?
—Mi hijo se ha ido allí de campamento.
—¿Tu hijo?
—Sí. Tiene 10 años. Le gusta el béisbol y es un
niño travieso. Usted le puso el apodo de Root. Porque su coronilla es
plana.
Le di la explicación que tantas veces le había repetido. Por
muchas veces que el profesor nos preguntara, aunque hubiera que contestarle
muchas veces, habíamos acordado con Root que nunca pondríamos
cara de aburridos.
—Vaya. Así que tienes un hijo. Eso esta bien.
Y al salir el tema de Root su rostro fue cobrando vida. Era algo que siempre se
repetía.
—Un niño que va de campamento de verano. Maravilloso. Es
símbolo de paz y salud.
El profesor se apoyó en el cojín, bostezó y se
estiró. El aliento del profesor aún olía a melón.
Caían relampagos y los truenos sonaban mas fuerte que
antes. La luz atravesó el cielo sin que lo impidieran ni la lluvia ni la
oscuridad. Fue un relampago que casi se me queda grabado, aun
después de haber desaparecido.
—Ahora seguro que ha caído, ¿verdad? —le dije.
Elprofesor sólo murmuró una especie de «hummm» sin
contestarme. Las salpicaduras de la lluvia llegaban también hasta el
suelo entarimado. Para que no se mojaran los pantalones del profesor, le
doblé los bajos. El profesor movió las piernas inquieto, como
sintiendo cosquillas.
—Si los rayos caen en alto, entonces sera mas peligroso en
la montaña que en el llano, ¿verdad?
Pensé que el profesor tendría mas conocimientos acerca de
los relampagos que yo, ya que las matematicas son ciencias, y sin
embargo parece que no acerté.
—El lucero de la tarde de hoy tenía el contorno borroso. Los
días así, por lo general, el tiempo empeora.
La respuesta del profesor estaba muy lejos de la precisión
matematica.
Mientras tanto, llovía torrencialmente, caían rayos sin cesar,
uno tras otro, y los truenos hacían temblar el cristal de las ventanas.
—Me preocupa Root.
—Preocuparse por los hijos es la prueba mas importante a la que se
ven sometidos los padres; así estaba escrito en un libro de alguien.
—A lo mejor sus cosas estan empapadas y no sabe qué hacer.
Le quedan aún cuatro días de campamento.
—De todos modos, es sólo un chubasco. Mañana, al amanecer,
cuando haga calor, se secara todo.
—¿Y si le cae encima un rayo?
—La probabilidad es muy baja.
—Si le da por caer directamente en su gorra de los Tigers Es que Root
tiene la cabeza tan especial. Usted lo sabe. Se parece mucho al signo de la
raíz cuadrada. Es una cabeza que nadie podría imitar,que Dios le
dio sólo a él. No sería nada extraño que atrajese a
un relampago
—No, las cabezas en forma de cono son mucho mas peligrosas. Pueden
confundirse con un pararrayos.
El profesor, que era tan aprensivo en todo lo referente a Root, aquella vez se
mostraba consolador conmigo. Soplaba un fuerte viento y la arboleda se
ondulaba. Cuanto mas se enfurecía la tempestad, mas se
llenaba de silencio el pabellón. En una habitación del primer
piso de la casa principal la luz estaba encendida.
—Cuando no esta Root, siento que mi corazón esta
vacío —dije.
—¿Vacío significa que se reduce a 0? —murmuró
el profesor, a pesar de que yo no le había preguntado nada en
concreto—. Es decir, ahora existe un 0 dentro de ti, ¿es eso?
—Sí, creo que sí, bueno, casi —asentí con
la cabeza, vagamente.
—¿No te parece que el hombre que descubrió el 0 era
grandioso?
—¿No existía el 0 desde siempre?
—¿A qué te refieres con desde siempre?
—Pues quizas desde que nació el ser humano ha existido
el 0
—Entonces, ¿tú crees que ya existía el 0 cuando
apareció la especie humana, como las flores o estrellas? ¿Crees
que pudo conseguirse tal belleza sin hacer ningún esfuerzo?
¡Qué clase de ideas es ésa! Deberías estar
todavía mas agradecida a la grandeza del progreso humano. Por
mucho que lo agradecieras, nunca sería suficiente. No es un castigo de
Dios, sabes
El profesor incorporó la parte superior del cuerpo y se rascó el
pelo. Aquello le parecíalamentable de verdad. Como la caspa estaba a
punto de caer en el plato del melón, lo deslicé deprisa debajo de
mi silla.
—¿Y quién lo descubrió?
—Fue un matematico indio desconocido. Fue él quien
salvó a las matematicas griegas de ser quemadas en las revueltas
de los paganos, fue él quien resucitó los teoremas perdidos y
ademas descubrió nuevos teoremas. Todos los matematicos de
la Grecia antigua pensaban que era innecesario calcular la nada. Como no existe
la nada, tampoco es posible expresarla con números. Pero hubo personas
que dieron la vuelta a esa lógica tan razonable. Él fue capaz de
expresar la nada con un número. Hizo existir la no existencia.
¿No te parece maravilloso?
—Sí, lo es.
Estaba de acuerdo con él, pero no sabía por qué aquel
matematico indio desplazaba a Root en sus preocupaciones. Yo ya
había aprendido por experiencia que cualquier cosa que el profesor
exponía apasionadamente resultaba, sin falta, magnífica.
—Así que gracias a que ese gran maestro indio descubrió el
0 en el cuaderno de Dios se pudieron hojear paginas
que nunca habían sido abiertas hasta entonces.
—Eso es. Fue exactamente tal como acabas de decirlo. Eres realmente
inteligente. Te falta el sentimiento de agradecimiento, pero tienes suficiente
audacia para entender el conjunto de las matematicas. Mira esto,
míralo sólo un momento.
Sacó un lapiz y un papel de bloc del bolsillo pechero. Era un
gesto que le había visto muchas veces. También era elmomento en
el que parecía mas elegante.
—El poder distinguir entre estos dos números se debe al 0.
Los números que escribió, utilizando el reposa brazos como
soporte, fueron el 38 y el 308. El 0 estaba subrayado con dos líneas.
—El 38 esta formado por tres 10 y ocho 1. El 308, por tres 100,
cero 10 y ocho 1. La columna de las decenas esta vacía. El 0
expresa como signo ese asiento vacío. ¿Me explico?
—Sí.
—Muy bien. Entonces, supongamos que aquí tenemos una regla. Es una
regla de 30 centímetros, de madera, graduada en milímetros. Las
divisiones grandes estan marcadas cada centímetro y cada cinco
centímetros. ¿Qué tenemos en el extremo izquierdo?
—El 0.
—Correcto. Vas cogiéndolo. La graduación del extremo
izquierdo es el 0. Una regla empieza en el 0. Al poner el extremo de lo que
quieres medir sobre el 0, ya puedes saber automaticamente su longitud.
Si hubiera empezado en el 1, se complicarían las cosas. El hecho de que
podamos utilizar la regla sin preocupaciones se lo debemos al 0.
Aún seguía lloviendo. Unas sirenas resonaban en alguna parte,
pero enseguida fueron desapareciendo entre los truenos.
—De todas maneras, lo mas maravilloso del 0 no es sólo que
sea un signo o un criterio, sino que es un número en sí mismo. El
único número natural que sólo es menos que 1 es el 0. Pese
a la existencia del 0, la unidad de las reglas del calculo no se ve
afectada. Mas bien, el 0 refuerza aún mas su coherencia,
hace mas sólido su orden.Venga, imagínatelo: un pajarillo
esta parado en la copa de un arbol. Es un pajaro que canta
con voz clara. Tiene el pico precioso y unas alas con dibujos hermosos. Antes
de que se nos escape un suspiro de fascinación, el pajarillo sale
volando. En la copa, ya no queda ni su sombra. Únicamente las hojas
secas estremecidas.
El profesor señaló con el dedo la oscuridad del patio, como si el
pajarillo acabara de salir volando en aquel mismo instante. Las tinieblas,
mojadas, se hicieron aún mas oscuras.
1 - 1=0 ¿No te parece hermoso?
El profesor se volvió hacia mí. Sonó un trueno aún
mas fuerte y tembló la tierra. Parpadeó la luz de la casa
principal y no se vio nada durante un instante. Yo agarré con fuerza la
bocamanga de su americana.
—No te preocupes. No pasa nada. El signo de la raíz cuadrada es
muy fuerte. Protege a cualquier tipo de número —me dijo
acariciando mi mano.
Root volvió a casa según lo previsto. Trajo una figura que
representaba a un conejo dormido, hecha con ramitas y bellotas, como recuerdo
del viaje. El profesor la colocó encima del escritorio. Y pegó a
sus pies una nota escrita:
«Regalo de Root (hijo de la asistenta)»
Pregunté a Root si el primer día de campamento les había
cogido una tormenta tremenda, pero me contestó que no había
caído ni una gota. Al final, parece ser que el rayo cayó en el
arbol gingko del templo sintoísta cercano. En el pabellón
volvía el calor y el canto de las cigarras, y se secaronenseguida tanto
la cortina como el suelo mojado.
Lo que mas le preocupaba a Root eran los Tigers. Parece que tenía
esperanzas de que se hicieran con el primer puesto durante su ausencia, pero
las cosas no habían ido demasiado bien, pues cosecharon mas
derrotas que victorias contra los Swallows, que estaban en cabeza, y
habían caído por tanto hasta el cuarto puesto.
—¿Los has animado mientras yo no estaba?
—Sí, claro que sí —contestó el profesor.
Root tenía la sospecha de que los Tigers no marchaban bien porque el
profesor había descuidado animarlos.
—Pero no sabes encender la radio.
—Tu madre me enseñó.
—¿De verdad?
—Claro que sí. Tu mama me la sintonizó para que
escuchara el béisbol.
—Sabes que no podemos ganar sólo con escuchar
distraídamente.
—Lo sé. Los animé con toda mi alma. Estuve suplicando ante
la radio durante todo el tiempo para que Enatsu consiguiera muchas
eliminaciones de bateadores —se justificaba el profesor como para disipar
las sospechas.
Así fue cómo volvimos a las veladas en las que se escuchaba la
radio en el comedor.
La radio estaba encima del aparador del comedor. Desde que la arreglaron en la
tienda de electrodomésticos como premio a que Root resolvió
correctamente sus deberes, funcionaba estupendamente. El hecho de que a veces
se escucharan ruidos parasitos espantosos no era culpa del aparato, sino
que se debía a la deficiente recepción de la señal en el
pabellón.
Hasta que empezaba laretransmisión nocturna, el volumen de la radio
permanecía bajo. Hasta el punto de que, camuflada por los ruidos que yo
hacía preparando la cena en la cocina, o por el motor de una moto que
pasaba por la calle principal, o el profesor hablando solo o un estornudo de
Root, no se sabía incluso si estaba realmente encendida. Sólo
cuando todo se quedaba en silencio se escuchaba la música. Pese a que
debía tratarse de varias canciones, no era capaz de recordar los
títulos de las canciones, y sólo recordaba haberlas escuchado
hacía mucho tiempo.
El profesor, sentado en su butaca, su sitio reservado junto a la ventana,
estaba leyendo un libro. Root, con un cuaderno abierto en la mesa del comedor,
escribía. El título «Formas cúbicas de coeficiente
entero n° 11» estaba tachado con dos rayas, y debajo se leía
«Cuaderno de los Tigers», escrito con la letra de Root. El profesor
le había regalado algunos cuadernos que ya no necesitaba, para que Root
resumiera los datos de los Tigers a su manera. Por lo tanto, en las primeras
tres paginas había una serie de fórmulas indescifrables, y
a partir de la siguiente estaban escritas las medias de lanzamientos
victoriosos sobre el lanzador de Nakada o los porcentajes de bateo de Shinjo.
Yo estaba amasando masa cruda de pan. Entre los tres, después de mucho
debatir, habíamos decidido cenar panecillos, cosa que no habíamos
hecho últimamente, y comer el pan recién hecho poniéndole
encima las cosas que nos gustaban:queso, jamón o verduras.
El calor no parecía aflojar pese a que el sol había empezado a
declinar hacia el oeste. Quiza porque las hojas de los arboles
que habían recibido un baño de sol durante todo el día
ahora emitían ese calor, no entraba ni pizca de viento por la ventana,
que se había quedado abierta, sino aire caliente. El dondiego cerraba
sus pétalos en una maceta que Root había traído de la
escuela, y estaba ya preparandose para dormir. A la sombra de las hojas
del tronco de la paulonia azul, que era el arbol mas alto del
patio, se veían muchas cigarras con las alas en posición de
descanso.
La masa de pan recién fermentada estaba muy blanda. Siempre me entraban
ganas de meter los dedos y dejarlos dentro indefinidamente. Tanto la encimera
como el suelo entarimado estaban blancos de harina. Cada vez que me enjugaba el
sudor de la frente, mi cara también se llenaba de harina.
—Oye, Profesor —dijo Root, con el lapiz agarrado en la mano
y contemplando el cuaderno.
Hacía tanto calor que no podía aguantarlo, sólo llevaba
una camiseta sin mangas y unos calzoncillos. Como acababa de volver de la
piscina hacía un momento, su pelo aún estaba mojado.
—¿Qué pasa? —contestó el profesor levantando
la cabeza.
Tenía las gafas para la presbicia medio caídas sobre la punta de
la nariz.
—¿Qué son las bases totales?
—Es el número de bases que se logran con un hit. Si es el hit de
la primera base, es 1, si es de la segunda base, son 2, y si esde la tercera
base, son 3. Por lo tanto, si es un home run seran
—Seran 4.
—Correcto.
Al profesor se le puso auténtica cara de felicidad.
—No hay que molestar al profesor —dije.
Corté la masa de pan en pedazos y les di una forma redondeada del mismo
tamaño.
—Lo sé —contestó Root.
En el cielo no se veía ni un atisbo de nube, el verde de las ramas era
deslumbrante, y en el suelo oscilaba la luz que penetraba entre los
arboles. Root estaba contando los números de las bases totales
con los dedos. Yo encendí el horno. La música de la radio se
interrumpía por culpa de las interferencias, pero al poco rato
volvía a estar como antes.
—Oye, oye —volvió a decir Root.
—¿Qué quieres? —contesté yo.
—No, tú no, mama —dijo Root—.
¿Cómo se calcula el coeficiente acumulado de bateo de la liga?
—Sera el número de partidos multiplicado por 3,1. Y quitas
los decimales.
—¿No hay que redondear la cifra?
—No, no hace falta. A ver, déjame ver
El profesor cerró el libro, lo puso en la silla y se acercó a
Root. Las notas produjeron un susurro. El profesor apoyó una mano en la
mesa del comedor y puso la otra encima del hombro de Root. Las sombras de ambos
se sobrepusieron. Root balanceaba los pies debajo de la silla. Yo metí
el pan en el horno.
Pronto se escuchó la música que anunciaba el comienzo de la
retransmisión del partido de béisbol. Root alargó la mano
para subir el volumen.
—Pase lo que pase, hoy no podemos perder —decía
Root.—A ver, ¿saldra Enatsu como primer lanzador?
—preguntó el profesor quitandose las gafas para la presbicia.
Nosotros imaginabamos el montículo aún virgen de pisadas.
La tierra húmeda, de un negro vivo y allanada tan cuidadosamente que
parecía estar fría.
—Defendiendo, los Hanshin Tigers. El lanzador
Los gritos de alegría del público y los parasitos interfirieron
en la presentación que se realizaba en el estadio. Imaginabamos
las huellas de las botas del primer lanzador que se dirigía al
montículo. El olor a pan horneado llenaba todo el comedor.
9
Un día, cuando ya se acercaba el final de las vacaciones de verano, al
profesor le salió un flemón de tal manera que era imposible
disimularlo. Fue el día en el que los Tigers acababan de regresar a su
estadio Koshien, y ocupaban la segunda posición a sólo 2,5 puntos
de diferencia de los Yakult Swallows, tras haber cosechado en la temporada de
verano diez victorias a domicilio y seis derrotas.
Había estado aguantandose el dolor él solo, sin decir nada
a nadie. Si hubiera dedicado una parte de la atención que prestaba a
Root a sí mismo, la cosa no habría empeorado tanto; sin embargo,
cuando me di cuenta, ya tenía una hinchazón enorme en el moflete
izquierdo, y ni siquiera podía abrir completamente la boca.
Me fue mas facil llevarlo al dentista que a la peluquería,
o a ver el partido de béisbol. A causa del dolor insoportable, no
tenía fuerzas para oponerse, ni siquiera hubiera podidoexponer sus
argumentos porque se le habían inmovilizado los labios. El profesor se
cambió la camisa, se puso los zapatos, y caminó obedientemente
camino del dentista. Con la espalda encorvaba como si quisiera proteger el
diente que le dolía, se cobijaba bajo la sombra del parasol que yo le
sostenía.
—Si no te quedas aquí esperandome, no sé qué
hacer —me decía, sentado en el sillón de la sala de espera,
repitiéndolo muchas veces con la lengua trabada.
No sé si era porque le preocupaba que no entendiese lo que me
decía, o porque no se fiaba de mí, pero en cualquier caso
repetía la misma frase cada cinco minutos.
—No salgas por ahí mientras me atienden dentro. Quédate
esperandome, sentada aquí, en este sillón. ¿De
acuerdo?
—No se preocupe. No iré a ningún sitio. No lo dejaré
solo.
Acaricié su espalda deseando que se le apaciguara el dolor, aunque
sólo fuera un poco. Otros pacientes, cabizbajos, se esforzaban en
disimular. Yo sabía cómo comportarme en situaciones
incómodas como aquélla. Sólo debía mostrarme
resuelta como con el teorema de Pitagoras o la fórmula de Euler.
—¿De verdad?
—Sí. Usted no tiene que preocuparse por nada. Estaré
esperandole durante todo el tiempo que necesite.
Aunque sabía que no podría tranquilizarle que le dijera aquellas
cosas, le repetí muchas veces lo mismo. Hasta el último momento
en el que se cerró la puerta que daba a la sala de consulta, el profesor
se volvió para asegurarse de mi presencia.
Laconsulta tardaba mas de lo previsto. Aun después de que los
pacientes que habían entrado mas tarde que el profesor se
hubieran marchado y hasta pagado los honorarios, el profesor no
aparecía. No cuidaba su dentadura, ni se lavaba los dientes, y yo
pensé que no estaría mostrando una actitud muy cooperativa, por
lo que pensé que el doctor estaría teniendo muchas dificultades
con él. De vez en cuando intentaba echar un vistazo, a través de
la ventanilla de recepción, levantando levemente el trasero del
sillón, pero sólo alcanzaba a ver la cabeza del profesor por
detras.
Cuando salió de la sala al terminar por fin el tratamiento, estaba
evidentemente de peor humor que cuando se aguantaba el dolor. Tenía cara
de agotamiento, el sudor le rezumaba por la frente. Aspiraba entrecortadamente
por la nariz y se pellizcaba exasperadamente los labios que parecían
estar anestesiados.
—¿Esta bien? Debe de estar muy cansado. Vamos
Me levanté e intenté alargar mi mano, pero el profesor
pasó indiferente a mi lado. No sólo es que no me mirara, sino es
que incluso rechazó mi mano.
—¿Qué le pasa?
Mi voz no llegaba a los oídos del profesor. Se quitó las
zapatillas, se puso sus zapatos, tambaleante, y salió fuera.
Pagué los honorarios en recepción, atolondradamente, y le
seguí, sin darme tiempo a pedir hora para la siguiente consulta.
El profesor estaba ya cerca del primer cruce. No se equivocaba de
dirección y, sin embargo, iba caminando por laacera sin hacer caso de
nadie ni de la circulación de los coches, a un ritmo de marcha tan
vigoroso que cruzaba sin respetar los semaforos. Fue una sorpresa ver
que era capaz de caminar con un paso tan rapido. Aun de espaldas, se
notaba que estaba de muy mal humor.
—¡Espere un momento, por favor! —intenté pararlo
gritando a voces, pero sólo los transeúntes me miraron con
extrañeza.
El sol de pleno verano abrasaba, y hacía tanto calor que casi estaba
mareada.
Me fui exasperando poco a poco. ¿Por qué tiene que enfadarse
tanto, sólo porque le haya dolido un poco el tratamiento? Habría
empeorado si no se hubiera intervenido. Tarde o temprano hubiera debido ir al
dentista. Incluso Root podía entenderlo. Claro que debía haber
traído a Root con nosotros. Así el profesor se habría
comportado como una persona adulta. Siguiendo sus indicaciones, yo le
había estado esperando sin hacer otra cosa
Me entraron ganas maliciosas de dejarle actuar a su antojo, por lo que
aflojé el paso a propósito y dejé de seguirlo. El profesor
aún continuó un rato, fijando la vista sólo hacia
adelante, sin retroceder por mucho que le pitaran los conductores o se topara
con los postes de electricidad. Parecía que sólo quería
llegar a casa lo antes posible. El cabello, que debió de peinar en el
momento de salir, se había desmelenado, y la americana estaba llena de
arrugas. Su espalda parecía aún mas pequeña que lo
que sugería la distancia. Había momentos en los que,debido a la
luminosidad, su figura se confundía con los rayos del sol, pero gracias
a las notas que resplandecían reflejando la luz no lo perdí de
vista. Emitían una luz compleja, como si fuera una clave que nos iba
mostrando su paradero.
De repente, me asusté y agarré con fuerza el mango del parasol. Y
miré la hora en el reloj de pulsera. Intenté recordar el tiempo
desde que el profesor entró en la sala de consulta hasta que hubo salido.
Calculé diez minutos, veinte minutos, treinta minutos, poniendo en
dedo en las marcas del reloj.
Eché a correr en pos de la espalda del profesor. Corría tomando
como referencia el reflejo de las notas, sin preocuparme siquiera por las
sandalias que se me iban cayendo. El profesor ya había doblado en la
siguiente esquina y estaba a punto de ser tragado por la sombra de la ciudad.
Mientras el profesor se daba un baño ligero, estuve arreglando los
ejemplares del Journal of Mathematics. A pesar de que se dedicaba con toda su
alma a los problemas premiados, no le daba importancia alguna a las revistas,
por lo que estaban tiradas por todas partes, sin haber sido abiertas por
ninguna pagina excepto por la de los concursos. Las recogí, y
tras colocarlas por orden de antigüedad, comprobé los
índices y fui dejando sólo los números en los que estaban
publicadas las demostraciones del profesor como ganador del premio.
La probabilidad de dar con el nombre del profesor era alta. Los apartados sobre
elganador del premio me llamaban la atención enseguida, ya que sus
caracteres eran mas grandes y estaban enmarcados con un diseño
especial. El nombre del profesor estaba impreso de una manera realmente
majestuosa; llenaba de orgullo. Las demostraciones que se habían convertido
en letra tipografica, en lugar de desaparecer en la humanidad del
manuscrito, parecían haber alcanzado una rotundidad sublime, y
según yo podía ver, transmitían toda la firmeza de su
lógica.
Quizas porque había estado rodeada por las paredes silenciosas
durante mucho rato, sentí aún mas calor en el estudio.
Mientras metía las revistas en las que no salían sus
demostraciones en una caja de cartón, recordé de nuevo lo
acontecido en el dentista, y volví a calcular el tiempo que había
transcurrido en la consulta. Aunque habíamos estado en el mismo
edificio, no debí haber descuidado que nos encontrabamos en salas
distintas, la de espera y la de consulta. En todo caso, cuando estaba con el
profesor siempre debía ser consciente de los ochenta minutos.
Sin embargo, por muchas veces que volvía a calcularlo, el tiempo durante
el que habíamos estado separados debía haber sido menos de
sesenta minutos.
Me convencí de que no siempre tenía por qué mantener el
ciclo de los ochenta minutos exactos, ya que un matematico
también es un ser de carne y hueso. Cada día cambian tanto las
condiciones meteorológicas como las personas que viven con éstas.
Hay momentos en los que uno se sienteen baja forma. Especialmente en aquel
momento al profesor le dolían los dientes. No era extraño que le
hubiera producido un trastorno en la cinta magnética de los ochenta
minutos el que le hubiera manipulado la boca un desconocido, poniéndolo
nervioso.
Al apilar en el entarimado las revistas con demostraciones del profesor, el
montón resultó ser mas alto que mi cintura. Les
tenía cariño a esas demostraciones del profesor, incrustadas como
si fueran piedras preciosas dentro de revistas normales y corrientes. Fui
poniendo las revistas amontonadas por orden, una tras otra. Era como una
sedimentación de la energía que el profesor había ido
consumiendo con las matematicas, y a la vez, era una demostración
de la realidad de que sus capacidades matematicas no habían sido
dañadas por aquel triste accidente.
—¿Qué haces?
El profesor ya había salido del baño, sin que me diera cuenta, y
asomaba la cabeza. Quizas aún estaba bajo los efectos de la
anestesia, pues los labios estaban aún torcidos, y sin embargo la
hinchazón del moflete ya había bajado. Parece que el baño
le había sentado bien y ya no le dolían los dientes. Eché
una mirada rapida al reloj, sin que lo notara, y comprobé que
llevaba menos de treinta minutos en el cuarto de baño.
—Estoy ordenando las revistas.
—Vaya, gracias por tu trabajo. Pero vaya montaña. Si no es
molestia y si no pesan demasiado, ¿podrías ir a tirarlas a
algún sitio?
—¡Qué dice! No se pueden tirar de ningunamanera.
—¿Por qué?
—Porque quien hizo todo esto fue usted, profesor. Usted lo
solucionó todo solo —dije.
El profesor me contempló con una mirada de vacilación, sin
contestarme nada. Las gotas que caían de su pelo mojaban las hojas.
Las cigarras, que habían cantado exageradamente por la mañana, se
iban tranquilizando, y lo único que llenaba el patio era el sol del
verano, que lo bañaba con su luz. Sin embargo, si se alargaba la vista,
se veían las nubes finas que nos hacía sentir la cercanía
del otoño en el cielo lejano, mas alla de la cresta del
horizonte. Precisamente era el cielo por donde aparecía el lucero de la
tarde.
En cuanto comenzó el nuevo curso de Root, llegó la noticia de que
el profesor había ganado el problema premiado en el Journal of
Mathematics. Era aquel problema al que se había enfrentado durante todo
el verano.
Sin embargo, como supuse, no se alegró. No hizo sino tirar la postal de
la revista en la mesa del comedor, sin acabar siquiera de leerla, sin decir
nada y sin siquiera mostrar ni un solo instante un gesto de alegría.
—Es el premio en metalico mas alto desde la
fundación del Journalof —dije, insistiendo.
Como no estaba muy segura de pronunciar correctamente el nombre de la revista,
siempre la llamaba, abreviando, el Journalof.
—Ah —dejó escapar un suspiro como si no le interesara en
absoluto.
—¿Sabe cuanto esfuerzo dedicó a solucionar el
problema? Estuvo errando en el mundo de los números desde lamañana
hasta la noche, sin comer ni dormir lo suficiente. ¿No recuerda que tuvo
un sarpullido en todo el cuerpo, y le salieron cercos de sudor en la americana?
Quise mencionar todo aquello aun a sabiendas de que ya había perdido el
recuerdo de haber solucionado el problema.
—Yo no me olvidaré del grosor y del peso de la demostración
que me encargó. Del orgullo que sentí cuando la entregué
en la ventanilla de correos.
—Ah, sí, bueno
Dijera lo que dijese, la reacción del profesor era apatica, como
para ponerme nerviosa.
¿Acaso infravalorar la influencia de las cosas que han creado ellos
mismos es una tendencia que se manifiesta en los matematicos en general?
¿O procedía de la personalidad del propio profesor? Los
matematicos también tendran sus ambiciones y sus deseos de
atraer el interés de muchas personas ajenas a las matematicas.
Precisamente por eso ha ido evolucionando el estudio científico,
así que en el caso del profesor, después de todo, el problema
puede que se debiera al mecanismo de la memoria.
De todos modos, era sorprendente su indiferencia hacia la demostración
una vez acabada ésta. En cuanto el objeto al que había dirigido
todo su cariño mostraba su figura verdadera y aparecía ante
él, se volvía callado y discreto. Nunca hacía alarde de
toda la pasión que había derrochado, ni exigía ninguna
recompensa. Y después de comprobar si en verdad era perfecta la
demostración, no hacía mas que seguir su
caminotranquilamente.
Y esto no sólo ocurría con las matematicas. Tampoco fue
capaz de aceptar nuestro agradecimiento cuando Root se hirió y él
lo llevó a la clínica, o cuando con su cuerpo lo protegió
de la pelota fallida. Y no es porque fuera obstinado, ni retorcido, sino
simplemente se debía a que él no entendía por qué
se le agradecían las cosas hasta ese punto.
«Lo que yo puedo hacer no es sino insignificante. Si puedo hacerlo yo,
cualquiera puede hacerlo». De esta manera murmuraba siempre el profesor
dentro de su corazón.
—Vamos a celebrarlo.
—No creo que haga falta ninguna celebración.
—Si felicitamos entre todos al que trabajó duro y ganó el
primer premio, se multiplica la alegría, ¿no?
—No tengo por qué sentirme especialmente feliz. Lo que hice fue
sólo mirar a hurtadillas en el cuaderno de Dios y copiar
—No. Celebrémoslo. Aunque usted no quiera alegrarse, Root y yo
queremos alegrarnos.
En cuanto salió a relucir el nombre de Root, mostró un cambio en
su actitud.
—Ah, mire… Vamos a celebrar entonces juntos el cumpleaños de
Root. Es el 11 de septiembre. Si esta usted también, Root seguro
que se pondra contento.
—¿Cuantos años cumplira?
—Once años.
—Once
El profesor se levantó, parpadeó varias veces, y dejó caer
un poco de caspa en la mesa del comedor al rascarse el pelo.
—Sí. Once años
—Es un número primo hermoso. Es especialmente hermoso entre los números
primos. Y ademas es el número del dorsal de Murayama.
Quémaravilla, ¿verdad que sí?
El cumpleaños nos visita a todos una vez al año, por lo que
pensé que no sería ninguna maravilla en comparación con el
primer premio de una demostración matematica, aunque por supuesto
no se lo dije y le di la razón dócilmente.
—Bueno, celebrémoslo. Los niños necesitan ser felicitados.
Nunca es demasiado por mucho que se les felicite. Los niños estan
contentos con sólo una buena comida, velas y un aplauso. Es muy
facil, ¿verdad que sí?
—Sí, tiene razón.
Cogí un rotulador y marqué el día 11 de septiembre en el
calendario del comedor con un círculo tan grande que no se le
escaparía a nadie por muy despistado que fuera. El profesor,
escribió una nueva nota «El viernes 11 de septiembre,
celebración de 11° cumpleaños de Root», y forzó
un poco para hacerse un espacio en la zona de las notas mas importante,
junto a su pecho.
—Bueno, así esta bien.
Contempló la nota recién añadida, mientras asentía
con aire de satisfacción.
Después de haberlo hablado y pensado mucho con Root, decidimos regalar
al profesor un cromo de béisbol de Enatsu para celebrar su premio.
Aprovechando que el profesor dormitaba en el comedor, le enseñé a
Root la lata de galletas de la estantería, lo que despertó
bastante su interés. Se sentó en el suelo, olvidando que lo
estabamos haciendo a escondidas del profesor, y cada vez que sacaba un
cromo lo observaba por el anverso y el reverso, de cabo a rabo, y lanzaba
exclamaciones.
—Ten mucho cuidadoen no doblarlos ni ensuciarlos, son como tesoros para
el profesor.
Por mucho que le advirtiese no me escuchaba.
Era la primera vez en su vida que Root se encontraba frente a unos cromos de
béisbol. Probablemente sabía vagamente de su existencia,
quiza a través de los que le enseñaban sus amigos, pero
parecía que inconscientemente había evitado relacionarse con
ellos. Porque no era un niño que pidiera dinero a su madre para un
simple juego, ni mucho menos para su propia diversión.
Sin embargo, al contemplar la colección del profesor, ya no podía
dar marcha atras. Root se había dado cuenta de que allí,
en realidad, había otra parte del universo del béisbol, y que
estaba lleno de otro tipo de encantos diferentes a los del verdadero
béisbol. Acababa de entrar en contacto con esos pequeños cromos
que miraban con cariño y protegían al béisbol que se
desarrollaba en la radio o en el estadio, como si fueran su angel de la
guarda. La sutileza de las fotos que captan el momento preciso, los grandes
registros descritos con orgullo, las anécdotas que nos hacen suspirar,
la forma rectangular noble y proporcionada que cabe en la palma de la mano, la
funda de plastico transparente que brilla reflejando la luz del sol
Todo lo que rodeaba a los cromos cautivó a Root. Ademas, imaginar
el esfuerzo pleno de alegría del profesor al completar una
colección como aquélla, lo dejaba embelesado.
—Oye, ¡mira este Enatsu! Sale muy bien, hasta el sudorsalpicando.
—Guau ¡es Bacque! ¡Qué brazos mas largos
tiene!
—Éste es increíble. Es especial. Esta hecho de
manera que la figura de Enatsu tiene relieve.
Root me contaba sus impresiones y me pedía complicidad con cada cromo.
—De acuerdo, esta bien. Pero guardalos ya.
Se escuchó el crujir de la butaca del comedor. Ya iba siendo hora de
levantarse.
—La próxima vez le pediremos permiso al profesor para verlos
tranquilamente. No te has equivocado en el orden, ¿verdad? Estan
clasificados muy estrictamente
Antes de que hubiera terminado de decirlo, acaso porque pesaba mas de lo
que él creía, o bien porque estaba excitado, a Root se le
cayó la lata de galletas. Se produjo un ruido escandaloso. Gracias a que
estaba atiborrada de cromos, sin ningún hueco, la caja no sufrió
muchos daños por el impacto, pero se desparramaron una parte de los
cromos (la mayoría eran jugadores de segunda base).
Nos pusimos a arreglar aquello atropelladamente. Por suerte, no había
ningún cromo cuya funda transparente se hubiera roto o agrietado. Sin
embargo, parecía haberse producido un daño irreparable por el
mero hecho de haberse caído unos pocos cromos, pues la colección
siempre se había mantenido impecablemente junta dentro de la lata de
galletas. Perdimos un poco los nervios.
Y no sería extraño que el profesor se fuera a despertar en
cualquier momento. Pensandolo bien, no habría hecho falta actuar
a escondidas, ya que el profesor nos habría enseñado
sucolección de buena gana si se lo hubiese pedido Root. Sin embargo, sin
saber por qué, yo tenía reparos al respecto. Y ahora el resultado
era mucho peor que todos mis reparos juntos. Estaba convencida de que a
él no le gustaría que otras personas mirasen sus cromos, igual
que a los niños les gusta esconder un secreto en algún lugar.
—Éste se llama Shirasaka, empieza con «Shi»,
así que colócalo después de Minoru Kamata.
—¿Cómo se lee el nombre?
—Su pronunciación esta en silabario. Yasuji Hondo.
Así que habra que ponerlo un poco mas atras.
—¿Lo conoces tú, mama?
—No lo conozco, pero habra sido un jugador muy bueno porque
esta en un cromo de éstos. Venga, esto ahora no tiene
importancia. Date prisa, rapido.
De todas maneras, nos concentramos sólo en guardar los cromos uno a uno
como el profesor los había ordenado. Entonces me di cuenta de que la
lata tenía un doble fondo. Fue justo cuando tenía en la mano el
cromo de Kingo Mo- toyashiki. El fondo de la lata era mas profundo que
la altura del rectangulo.
—Espera un momento.
Paré a Root y metí los dedos en el espacio que había junto
al bloque de los jugadores de la segunda base. Era obvio que había un
doble fondo.
—Oye, ¿pasa algo? —me preguntó Root con
extrañeza.
—No te preocupes. Déjamelo hacer a mí.
Mi discreción de hasta entonces había desaparecido, y me
había vuelto atrevida sin darme cuenta. Pedí a Root que me
trajera una regla del cajón del escritorio y la metí paralevantar
el fondo haciendo palanca, teniendo cuidado de que no salieran disparados los
cromos.
—Mira. Ves que hay algo debajo de los cromos. Mientras yo lo sujeto
así, ¿podras sacarlo con la mano?
—Vale, de acuerdo. Creo que podré.
Sus dedos pequeños se deslizaron por aquel intersticio tan estrecho, y
consiguió sacar adecuadamente lo que había dentro.
Era una tesis sobre matematicas. Era una demostración de unas
cien paginas, mecanografiada en inglés y encuadernada con una
tapa que lucía un dibujo que parecía una insignia de universidad.
El nombre del profesor estaba impreso con caracteres góticos. La fecha
era del año 1957.
—¿Es el problema que solucionó el profesor?
—Sí, eso parece.
—Pero, ¿por qué esta escondido ahí?
—preguntó Root con extrañeza.
Hice la cuenta, 1992 menos 1957. El profesor tenía entonces 29
años. Sin darme cuenta, la sensación de que el profesor estaba en
el comedor había cesado, ya no se escuchaba el crujido de la butaca.
Con el cromo de Kingo Motoyashiki en la mano, hojeé la tesis. Me di
cuenta enseguida de que había sido guardada igual de bien que los cromos
de béisbol. Los papeles y las letras mecanograficas daban una
impresión algo anticuada, correspondiente a su fecha, y sin embargo no
tenían huellas de ningún daño causado por la mano humana.
Igual que en los cromos de béisbol, no había ni pliegues, ni
arrugas, ni manchas. Ademas, quizas porque lo había
transcrito un excelente mecanógrafo, no había ningunaerrata.
Estaba encuadernado con precisión, las esquinas mantenían un
angulo de 90 grados, y el papel tenía una buena consistencia al
tacto. Incluso pensé que ni siquiera el legado de un rey noble
habría sido enterrado con tantos honores.
Tomando como ejemplo a quienes lo debían de haber manipulado en el
pasado, y también como lección aprendida por el error que acababa
de cometer Root, puse todo mi cuidado en ello. La tesis matematica del
profesor no había cambiado su apariencia sublime pese a haber sido
molestada en su largo sueño. No había sido penetrada por el peso
de los cromos ni por el olor de galletas.
La única cosa que pude descifrar en la primera pagina fue
[Chapter 1], en la primera línea. Según fui hojeando las
paginas durante un rato, me topé varias veces con la palabra
Artin. Recordé la conjetura de Artin, que él me había
enseñado dibujando en el suelo del parque con una ramita, al regresar de
la peluquería. También me acordé de que a
continuación de aquella explicación había añadido
una fórmula acerca del número perfecto 28, que yo le había
comentado, y de aquellas fórmulas dibujadas en el suelo sobre las que
revoloteaban los pétalos de cerezo.
Entonces, una fotografía en blanco y negro se cayó
deslizandose de entre las paginas. La recogió Root.
Parecía haber sido tomada en una orilla del río. El profesor
estaba sentado en una ladera cubierta de tréboles. Alargaba las piernas
con un aire realmente relajado y miraba conlos ojos medio cerrados por el
fulgor del sol. Era muy joven y guapo. Llevaba puesta una americana, como
ahora, pero parecía que su cuerpo rebosaba inteligencia. Por supuesto,
en su americana no había ninguna nota enganchada.
Y a su lado había una mujer. Se extendía el ruedo de su falda
ligeramente, debajo sólo se veían las puntas de los zapatos, e
inclinaba la cabeza hacia el profesor, tímidamente. No había
ningún contacto físico en ninguna parte, y sin embargo, daba la
sensación de que entre ellos existía algún afecto. Por
mucho tiempo que hubiera transcurrido, no había duda de que ella era la
viuda de la casa principal.
Había otra línea mas que yo pude entender, aparte del
nombre del profesor y [Chapter 1 ]. En la parte de arriba de la portada, un
encabezamiento que adornaba el comienzo de la demostración. Sólo
aquella parte no estaba mecanografiada sino escrita a mano, en japonés.
Dedicado a N, a quien amaré eternamente.
De alguien a quien no olvidaras
Aunque habíamos decidido regalarle un cromo de Enatsu, llegado el
momento, nos dimos cuenta de que no era tan facil como
pensabamos. El profesor tenía casi todos los cromos de Enatsu de
la época de los Tigers, es decir, anteriores a 1975. Las nuevas
versiones que se pusieron a la venta a partir de entonces, normalmente
mencionaban el hecho del fichaje, y si Enatsu llevaba el uniforme de los Nankai
Hawks o de los Hiroshima Carps, entonces no nos convenía por nada del
mundo.Primero, Root y yo compramos las revistas especializadas en cromos de
béisbol (fue un descubrimiento el hecho de que se vendieran esas cosas
en las librerías), y estudiamos qué tipo de cromos había,
cuanto valían aproximadamente, y a dónde debíamos
ir para conseguirlos. De paso, aprendimos mucho acerca de la historia de los
cromos de béisbol, acerca de los coleccionistas o las condiciones de
conservación, etc. Los fines de semana recorríamos todas las
tiendas posibles con ayuda de la lista de tiendas de cromos que venía al
final de una revista. A pesar de todo, no obtuvimos ningún fruto.
Las tiendas de cromos siempre se situaban en algún piso de edificios
comerciales viejos, ocupados por usureros, agencias de detectives privados o
consultas de videntes. Todos esos edificios nos deprimían con
sólo subir al ascensor, y sin embargo, una vez entrabamos en las
tiendas de cromos, eran verdaderos paraísos para Root. Se nos
abría un mundo en el que se congregaban innumerables latas de galletas
como las del profesor.
Una vez Root se quedaba tranquilo tras echar una buena ojeada a todos los
cromos, nos dedicabamos únicamente a los de Yutaka Enatsu. La
sección dedicada a Enatsu estaba muy nutrida. La clasificación de
la lata de galletas del profesor se reproducía en cualquier tienda.
Siempre había un espacio reservado para él, aparte de cualquier
otro tipo de clasificación por equipos, por épocas, o por
posiciones. Estaba colocada al lado deNagashima y del jugador O.
Nos poníamos en la sección de Enatsu, e íbamos comprobando
un cromo tras otro, yo desde el principio y Root desde el final. Podía
ser que un cromo desconocido estuviera escondido tras el siguiente y que
apareciera Enatsu, como un fantasma. Seguir inspeccionandolos, teniendo
aquellas expectativas, era una operación físicamente dura. Era
como explorar sin brújula un bosque en el que no entra la luz del sol.
Sin embargo, no nos desanimamos, mas bien le fuimos cogiendo el truco
poco a poco, aprendimos la técnica y fuimos acelerando la velocidad de
las inspecciones.
Primero, extraíamos un cromo con el dedo índice y el pulgar, y si
era del tipo de los que estaban dentro de la lata de galletas, lo
reponíamos inmediatamente; si no nos era familiar, comprobamos si
satisfacía las condiciones requeridas con cuidado. Así lo
íbamos repitiendo con todos, uno tras otro, con un criterio casi
instantaneo.
Todos los cromos o nos sonaban o lo mostraban con uniformes extraños, o
contaban los detalles de su fichaje. Ademas, entendí que los de
Enatsu en blanco y negro, cuando acababa de debutar, y que había
coleccionado el profesor, eran de gran valor porque eran muy caros. Así,
tratando de buscar un cromo apropiado para ser seleccionado, nos percatamos de
que no sería cosa facil. Entonces, me topaba con los dedos de Root
en medio de la sección, y daba un suspiro al darme cuenta de que con eso
había desaparecido una posibilidadmas.
Los dependientes nunca ponían mala cara, aunque no gastaramos ni
un solo yen y nos pasaramos largos ratos en sus locales. Al decirles que
buscabamos un Yutaka Enatsu, nos traían todos los que
tenían en la tienda, y al vernos desilusionados, sin haber podido
encontrar nuestro codiciado objeto, nos decían palabras de animo.
En la última tienda que visitamos, después de atendernos sobre lo
que estabamos buscando, incluso nos dieron un consejo.
En resumidas cuentas, nos dijeron que podíamos buscar unos cromos que
fueron vendidos como regalos de unas chocolatinas por un fabricante de dulces
en el año 1985. Ese fabricante siempre añadía cromos de
regalo con sus dulces, pero en 1985, con motivo de la conmemoración del
cincuentenario de la fundación de la fabrica, habían
encargado una serie especial de cromos. Ademas, ese año los
Tigers ganaron la liga y debía de haber muchos cromos del equipo.
—¿Qué son estos cromos especiales? —preguntó
Root.
—Son cromos con los autógrafos de jugadores, o fotos elaboradas
con técnica holografica, o incluso los hay con raspaduras de bate
insertadas dentro. Si hablamos de Enatsu, como en 1985 ya se había
retirado, creo que debe de haber un cromo con sus guantes reproducidos.
Aquí también lo tuvimos una vez, pero se vendió enseguida.
Van muy buscados.
—¿Qué son cromos con guantes? —preguntó de
nuevo Root.
—Se recorta el guante en trozos pequeños y se insertan los trozos
de cuero en el cromo.
—¿Elguante que Enatsu utilizó de verdad?
—Claro que sí. No puede haber engaño, porque son cromos
oficiales de la Asociación de Cromos Deportivos de Japón. Pero no
se encuentran a menudo. Pero no debes rendirte. Existen en algún
rincón del mundo. Si llega uno aquí, enseguida te llamaré.
A mí también me gusta Enatsu.
El hombre levantó la visera de la gorra de los Tigers y acarició
la cabeza de Root. Se semejaba mucho al gesto del profesor.
El 11 de septiembre estaba ya al caer. Propuse a Root que no habría
ningún problema si cambiabamos a otro tipo de regalo, pero no lo
aceptó. Se obstinó con el cromo de béisbol.
—Si lo dejamos a medio camino, nunca llegaremos a nada.
Aquella era su opinión.
Por supuesto, su primer propósito era que el profesor se alegrara, pero,
para ser sincera, creo que también es indudable que él mismo
disfrutaba con la experiencia de inspeccionar las colecciones de cromos. Se
sentía como un aventurero buscando un cromo que se dice que existe en
algún lugar del mundo.
El profesor, cuando estaba en el comedor, miraba el calendario una y otra vez.
De vez en cuando, se acercaba a la pared y acariciaba con el dedo el
círculo que yo había puesto alrededor del día 11 de
septiembre. Llevaba la nota bien sujeta en el pecho. Él se esforzaba, a
su manera, en no olvidarse del día del cumpleaños de Root. Aunque
seguramente ya se había olvidado de lo del journalof.
Al final, el incidente de la lata de galletas no se descubrió.Ese
día yo no podía apartar la mirada de la portada de la tesis.
Tenía los ojos clavados en las letras «a N, a quien amaré
eternamente». Era la letra del profesor, sin duda. La eternidad para
el profesor tenía un significado diferente al habitual. Era una
eternidad igual a la de los teoremas matematicos.
Root me apremió para que lo guardaramos todo inmediatamente:
—Venga, mama. Mete la regla dejando espacio.
Root cogió la tesis de mi mano y la guardó en el fondo de la
lata. Aunque teníamos prisa, fue cuidadoso. Era como si me estuviera
diciendo que jamas debía mancillarse un secreto que había
sido protegido.
Los cromos fueron colocados en su sitio, y ya no se notaba nada extraño
en ningún lado. Los cromos formaban una superficie lisa que daba gusto
ver, y la lata no tenía ninguna abolladura por la caída, y el
orden alfabético estaba correcto. Sin embargo, algo parecía
diferente. Una vez que se sabía que una demostración dedicada a N
se hallaba escondida en un oscuro falso fondo, ya no se trataba de una mera y
excelente colección de cromos sino que se había convertido en un
ataúd donde estaba enterrada la memoria del profesor. Instalé el
ataúd en el fondo de la estantería.
Albergabamos una pequeña esperanza, pero el chico de la tienda no
llamaba. Root continuaba haciendo esfuerzos, escribió una carta a la
sección de lectores de varias revistas, o preguntaba a sus amigos y a
sus hermanos mayores. Yo iba ya pensando en el regalode recambio que
podíamos hacerle si no lograbamos el cromo en cuestión. Me
sentí indecisa sobre qué regalarle hasta el último momento.
Lapices del 4B, cuadernos de apuntes, imperdibles, papelitos, camisas
Las cosas que el profesor necesitaba eran pocas. Como no podía consultar
a Root, me resultaba aún mas difícil.
¡Eso es! ¡Le regalaré unos zapatos!, pensé. El
profesor necesita unos zapatos. Unos zapatos nuevos sin moho, con los que pueda
salir cuando y donde quiera.
Como hacía cuando Root aún era pequeño, escondí el
regalo al fondo del rincón del armario empotrado. Pensé que si el
cromo dichoso llegaba a tiempo, siempre podría colocar los zapatos, sin
decir nada, en el mueble-zapatero.
La luz de la esperanza llegó de donde menos lo habíamos
imaginado. Cuando fui a cobrar la nómina a la agencia, una
compañera de Akebono me dijo que recordaba que en el almacén de
una tienda de ultramarinos que en su día había llevado su madre
debían de quedar algo parecido a esos cromos de béisbol que se
regalaban con los dulces. Como estaba escuchandonos el jefe, le dije que
mi hijo buscaba cromos de esa clase, sin decirle nada de la fiesta en honor del
profesor, ni de la celebración del cumpleaños de Root. Entonces
fue cuando la compañera empezó a darme mas detalles sobre
esos regalos que andaban por el almacén, aunque no parecía estar
demasiado segura.
Lo que me dio esperanzas fue que me dijo que la madre cerró la tienda de
ultramarinos en1985, porque se había hecho mayor. Entre los dulces que
compró en noviembre de 1985, para la merienda de un viaje en grupo de
ancianos, estaban aquellos chocolates. Su madre, pensando que a los ancianos no
les haría falta, despegó las bolsitas de plastico negras
con los sobres que estaban pegadas en la tapa de las cajas de chocolate.
Pensó aprovecharlos para cuando le pidieran dulces para un viaje de
niños en primavera. Era evidente que los niños se
alegrarían mas que los ancianos al recibir aquellos regalos. No
sabía si eran cromos de béisbol, pero, de todos modos, la madre
de mi compañera hizo bien. Sin embargo, nunca recibió el pedido
para un viaje de niños porque se puso enferma en diciembre y
decidió cerrar la tienda. De esta manera, unos cien cromos de béisbol
acabaron durmiendo durante largo tiempo en un almacén de una tienda de
ultramarinos.
Pasé por su casa directamente desde la oficina, donde me dio una caja de
cartón llena de polvo, que pesaba mucho, aun sujetandola con dos
manos, y volví con ella. Le ofrecí una pequeña cantidad de
dinero, pero lo rechazó en redondo. Acepté agradecida sin
atreverme a decirle que se vendían a mayor precio que el chocolate en
las tiendas de cromos.
Tan pronto como llegué al apartamento, Root y yo comenzamos la
operación de inmediato. Primero yo cortaba los sobres con las tijeras, y
Root comprobaba el contenido. Era algo simple, podíamos avanzar a buen
ritmo, coordinando nuestras respiraciones,evitando lo innecesario, con total
precisión. En poco tiempo, nos habíamos hecho unos expertos en el
arte de tratar cromos de béisbol. Root incluso podía
distinguirlos por el tacto.
Oshita, Hiramatsu, Nakanishi, Kinugasa, Boomer, Oishi, Kakefu, Harimoto,
Nagaike, Horiuchi, Arito, Bass, Aki- yama, Kadota, Inao, Kobayashi, Fukumoto
los jugadores aparecían uno tras otro. Como nos había indicado el
chico de la tienda, había algunos que tenían relieve, o llevaban
el autógrafo del jugador, y los había también que
tenían un brillo dorado. Root ya no soltaba frases de admiración
cada vez, ni chasqueaba la lengua con rabia. Parecía estar pensando que
cuanto mas se concentrase, mas rapido podría llegar
a la meta. A mi alrededor se congregaban las bolsitas de plastico negro
y en las manos de Root se amontonaban los cromos, que pronto se fueron
desparramando suavemente entre los dos.
Cada vez que alargaba la mano hacia la caja de cartón, olía a
moho. Puede que el chocolate que había impregnado los cromos se hubiera
corrompido. Francamente, cuando íbamos por la mitad, la esperanza ya
casi se había esfumado. No podía entender para qué estaba
haciendo aquello, ni qué era lo que yo misma pretendía, y poco a
poco aquello fue volviéndose cada vez mas absurdo. Al menos, yo
lo sentía así.
Había demasiados jugadores de béisbol. No era extraño,
porque juegan nueve jugadores por equipo y ademas hay dos ligas; la Liga
Central y la Liga del Pacífico, ytodo ello durante mas de
cincuenta años de historia. Por supuesto, sabía que Enatsu era un
jugador muy destacado. Sin embargo, otros jugadores también
célebres, como por ejemplo, Sawamura, Kaneda o Egawa tendrían sus
fans, y ellos también necesitarían sus cromos. Por eso, aunque no
pudiéramos encontrar el cromo que buscabamos, dado que
teníamos tantos cromos delante de los ojos, no podíamos
enfadarnos. No hacía falta ponerse nervioso, bastaba aceptarlo, y que
Root se convenciera de ello. En el armario estaba bien escondido un regalo. No
se podía decir que fuera un artículo de lujo, pero era mas
caro que un cromo de béisbol, y el diseño era simple y
ademas los zapatos parecían cómodos. Seguro que al
profesor también le gustarían
—¡Ah!
Fue entonces cuando a Root se le escapó esta breve exclamación.
Era una voz madura, como si se le hubiera ocurrido una fórmula que
condujera a la solución de un problema de matematicas complicado,
o como si hubiera encontrado una línea auxiliar que soluciona
instantaneamente un problema grafico en el que no se ve ninguna
pista. Su tono de voz era tan sereno y pausado, que no me di cuenta durante un
rato de que el cromo que estaba en la mano de Root era el que
buscabamos.
Root no saltó excitado dando gritos de alegría, ni vino a
abrazarme. Simplemente clavó la mirada en el cromo que tenía en
la palma de su mano. Parecía querer seguir contemplando a Enatsu, solo,
durante un rato. Por eso, no le dirigí lapalabra.
Era uno de una serie especial de 1985, que llevaba insertado un trozo del
guante de Enatsu. Faltaban dos noches para la fiesta.
10
Fue una fiesta maravillosa. De todas las fiestas que había vivido hasta
entonces, era la que mas me había impresionado. No fue ni
suntuosa ni esplendorosa, en eso fue igual que el primer cumpleaños de
Root, que celebramos en una habitación de la residencia para familias
sin padre, o la de su Shichigosan17, que celebramos los dos solos, o la de
Navidad con su abuela. A pesar de todo, aunque no sé bien si
sería adecuado llamar fiesta a aquel evento, la razón por la que
el undécimo cumpleaños de Root fue tan especial es que el
profesor estuvo con nosotros. Y ademas resultó ser la
última noche que pasamos junto al profesor.
Esperamos a que Root llegara a casa, y los tres colaboramos en los preparativos
de la celebración. Yo preparé la comida, Root, tras pulir el
suelo del comedor, despachó los pequeños quehaceres que yo le
indicaba, y el profesor planchó el mantel.
El profesor no había olvidado su promesa. Tan pronto como me
reconoció como la madre de Root y su asistenta, me dijo: «Hoy es
día 11, ¿verdad?» y señaló el círculo
del calendario. Cogió la nota del pecho y la agitó como si
quisiera que lo elogiara por haberse acordado.
Al principio no había previsto pedirle al profesor que planchara.
Considerando su torpeza, hubiera sido mas seguro pedírselo
incluso a Root. Pensaba que era mejor quese quedase tranquilo en la butaca,
pero él insistió en que también debía colaborar en
algo.
—Si un niño pequeño esta ayudando tan bien,
¿cómo puede quedarse sin hacer nada un hombre hecho y derecho?
Su objeción entraba dentro de lo previsto, pero lo imprevisto fue que
sacara la plancha y el mantel diciendo que lo iba a planchar él. Ya era
sorprendente de por sí que el profesor supiera el lugar donde estaba
guardada la plancha en el aparador, y cuando apareció con el mantel, que
había sacado también de allí, fue como si yo estuviera
viendo un juego de manos. Después de mas de medio año, me
enteraba de que en aquella casa había un mantel.
—Lo que debería hacerse antes de nada, para preparar la fiesta, es
poner un mantel limpio. ¿No te parece? A mí se me da bien
planchar.
¿Cuanto tiempo llevaría allí olvidado? El mantel
estaba lleno de arrugas.
Los últimos calores del verano se habían ido, el aire era seco y
limpio, y tanto la sombra de la casa principal, que entraba en el patio
interior, como el tono de las hojas de los arboles, eran diferentes a
los del pleno verano. Aunque la luz aún lo inundaba todo, el lucero de
la tarde y la luna se dejaban ver discretamente junto a unas nubes cambiantes.
La oscuridad se iba colando a los pies de los arboles, pero su velocidad
aún era tenue, y aún quedaba algo para la llegada de la noche. Era
el atardecer, el momento que mas nos gustaba.
El profesor instaló la tabla de planchar al lado de labutaca y se puso
manos a la obra. Inesperadamente, resulta que sabía cómo sacar el
cable, cómo encenderla y hasta cómo regular la temperatura.
Desplegó el mantel, lo dividió en dieciséis partes
iguales, como buen matematico que era, y planchó un trozo tras
otro.
Primero aplicó dos veces el agua del vaporizador, acercó la mano
para ver si no estaba demasiado caliente la plancha, y planchó el primer
trozo. Agarraba el asa firmemente, con mucha prudencia para no deteriorar el
tejido, pero deslizaba la plancha con cierto ritmo. Fruncía el entrecejo
con fuerza y arrugaba la nariz fijando la mirada para ver si eliminaba las
arrugas satisfactoriamente. Había escrupulosidad, convicción e
incluso amor en esa manera de comportarse. La plancha efectuaba un movimiento
razonable. Se mantenían el angulo y la velocidad con los que
podía conseguir el mayor efecto con el menor movimiento. La demostración
elegante que hoy nos ofrecía el profesor se estaba llevando a cabo
encima de una vieja tabla de planchar.
Tanto Root como yo tuvimos que reconocer que no había otra persona
mas adecuada para aquella tarea que el profesor. Y mas aún
porque era un mantel de encaje.
Cada uno de los tres tenía su cometido. El hecho de poder sentir el
aliento de los otros muy cerca, y presenciar el proceso de ir acabando poco a
poco las modestas tareas, nos aportó una alegría inesperada. El
olor de la carne asada en el horno, el agua que chorreaba de la bayeta, el
vaporque subía de la plancha, todo se fundía en uno y nos
envolvía.
—Hoy juegan los Yakult Swallows en Koshien —dijo Root, que era el
que mas hablaba, como siempre—. Si ganan hoy, los Tigers se ponen
líderes.
—¿Y podran ganar la liga?
Después de probar la sopa, eché un vistazo al horno.
—Claro que podran —contestó el profesor con un tono
mas decidido que de costumbre—. Mira allí. Los días
en los que se ve el lucero de la tarde con la parte inferior menguante,
significa buena suerte. Es una prueba de que hoy van a ganar, y también
la liga.
—Anda, no lo has calculado con una fórmula. Es una simple
conjetura infundada.
—Dadafunin ratujecon plesim ñau es.
—Es trampa, disimulas con capicúas.
No importaba lo que dijese Root, el ritmo de la plancha no sufrió
ningún trastorno, y el profesor completó su planchado hasta
último trozo. Root estaba metido debajo de la mesa del comedor, y
limpiaba las partes que no se alcanzan en la limpieza diaria, como las patas de
las sillas o la parte de abajo de la mesa. Yo buscaba en el aparador
algún plato para servir el roast beef. Cada vez que miraba el patio, me
daba cuenta de que se hacía mas de noche.
Al llegar el último momento, cuando íbamos a empezar la fiesta,
una vez ya sentados, descubrimos un pequeño error. Era un problema
menor, sobre el que no hacía falta montar un drama. Ninguno de los tres
teníamos la culpa. Si alguien era responsable de aquello sería la
dependiente de la pastelería delcentro comercial. La cuestión es
que no había velas en la caja del pastel.
Como no era un pastel tan importante como para poderle poner once velas, yo
había pedido una vela grande y otra pequeña; pero al sacar la
caja del frigorífico, no estaban.
—Un pastel sin velas es demasiado triste para Root. Sólo si se
apagan las velas de un soplido, se pueden recibir las felicitaciones.
El profesor, preocupado por las velas mas que el propio Root, que era
quien debía apagar la llama de un soplido, se había puesto algo
nervioso, pero en aquel momento nada relacionado con la fiesta había
sufrido daño alguno. Los tres estabamos sumergidos en la
satisfacción del trabajo efectuado para preparar la fiesta, y
también esperabamos con alegría los platos y los regalos.
—Voy corriendo a la pastelería a buscar las velas.
Estaba ya quitandome el delantal cuando Root me interrumpió:
—No, iré yo. Yo soy mas rapido corriendo que
tú.
Antes de que terminara de decirlo, Root ya había salido precipitadamente
por la puerta de entrada.
La zona comercial no estaba lejos, y aún nos quedaba un poco de luz. No habría
ningún problema. Cerré la caja del pastel y, de momento, la
metí en la nevera. El profesor y yo nos sentamos en la mesa del comedor
y esperamos a que volviera Root.
El mantel lucía admirable. Las arrugas que lo cubrían por entero
habían desaparecido, sin quedar ni una sola, y cada detalle del encaje
ayudaba a transformar una mesa normal y corriente decomedor en una mesa
elegante. Unas flores silvestres (no sabía ni su nombre) que
había cogido en el patio colocadas en un bote de yogur servían
para dar colorido a la mesa. Los cuchillos, los tenedores y las cucharas, que
formaban una hilera cuidadosamente alineada, a pesar de estar desparejados,
causaban mucho efecto si uno entrecerraba los ojos.
Comparado con todo ello, la comida era bastante corriente. Cóctel de
gambas, roast beef, puré de patatas, ensalada de espinacas y beicon,
crema de guisantes, macedonia de frutas. Eran los platos favoritos de Root, y
ninguno llevaba zanahoria, pues al profesor no le gustaba. No había
ninguna salsa especial, ni adornos complicados, eran platos sencillos. Pero
desprendían un olor muy agradable.
El profesor y yo nos miramos, sin saber qué hacer, simplemente
sonreíamos. El profesor carraspeaba y se erguía dando tirones a
las solapas de la americana, como dando a entender que en cualquier momento
podía empezar la fiesta.
En el centro de la mesa sólo había un pequeño espacio,
justo delante del sitio donde Root iba a sentarse. El lugar destinado al
pastel. Teníamos la mirada clavada allí.
—¿Esta tardando mucho, no? —murmuró el
profesor con vacilación.
—No, nada de eso —contesté.
Sin embargo, me sorprendió que el profesor hubiera hablado sobre la hora
mirando el reloj.
—Aún no han pasado ni diez minutos. —Ah
Encendí la radio para que se distrajera. Acababa de empezar la transmisión
endirecto del partido entre los Tigers y los Yakult Swallows. Volvimos la
mirada de nuevo al espacio que hubiera debido ocupar el pastel.
—¿Cuantos minutos han pasado ya?
—Doce minutos.
—¿No te parece que esta tardando demasiado?
—No pasa nada. No se preocupe.
¿Cuantas veces habré utilizado estas mismas palabras desde
que lo conozco?, pensé. «No pasa nada, no se preocupe».
En la peluquería, frente a la sala de radiografía de la
clínica, dentro del autobús en el que íbamos de vuelta a
casa desde el estadio. A veces pasandole la mano por la espalda, a veces
sobre la mano. Sin embargo, ¿acaso hubo al menos una vez en que pude
consolarle de verdad? Tuve la sensación de que yo siempre le pasaba la
mano por el sitio que no tocaba y que su dolor estaba en un lugar muy distinto.
—Pronto llegara. No pasa nada.
Sólo podía decirle cosas así.
A medida que se hacía de noche, la intranquilidad del profesor fue en
aumento. Miraba el reloj cada treinta segundos y tiraba de las solapas
repetidamente. Incluso no se dio cuenta de que, con tanto tirón, se le
habían caído algunas notas.
Se oyó un grito de júbilo en la radio. Parecía que los
Tigers habían marcado el primer punto con un oportuno hit de Paciorek.
—¿Cuantos minutos han pasado? —el intervalo entre
pregunta y pregunta se iba haciendo mas corto—. Debe de haberle
pasado algo. Tarda demasiado.
El profesor hacía temblar la silla con su impaciencia.
—De acuerdo. Iré a buscarlo. No pasa nada.No se preocupe.
Me levanté y puse la mano sobre su hombro.
Encontré a Root en la entrada de la zona comercial. Ciertamente,
tenía razón en preocuparse el profesor: había surgido un
problema. La pastelería estaba cerrada. Pero Root, muy avispado,
había dado con otra pastelería, al otro lado de la
estación, les había explicado la situación y le
habían dado unas velas. Volvimos corriendo a donde el profesor.
Al llegar, nos dimos cuenta de que la mesa del comedor había cambiado de
aspecto. Las flores en el bote de yogur aún estaban lozanas, la radio
seguía transmitiendo el partido, que iban ganando los Tigres, y los
platos, pendientes de ser servidos, estaban amontonados correctamente, y sin
embargo ya no era la misma mesa de antes. El mero hecho de salir a buscar un
par de velas había estropeado algo. El pastel estaba aplastado en el
pequeño espacio donde hacía un ratito el profesor y yo
habíamos estado mirando.
El profesor estaba de pie, inmóvil, con la caja del pastel vacía
en las manos. Su espalda estaba a punto de quedar sumida en la oscuridad.
—Quería prepararlo. Para que pudiéramos comerlo enseguida
—murmuró como si hablara a la caja vacía—. Lo siento
mucho. No sé cómo disculparme Es irreparable. Es un
daño tan
Nos acercamos enseguida al profesor, e hicimos aquello que nos pareció
mas apropiado para consolarlo. Root cogió la caja vacía de
las manos del profesor y la echó encima de la silla, secamente, como
dando aentender que lo que estaba dentro no era tan importante. Yo bajé
el volumen de la radio y encendí la luz del comedor.
—Es una exageración decir que es irreparable. No pasa nada. No es
para ponerse tan triste
Actué con vivacidad. En aquellas situaciones, había que hacerlo
así. Urgía que la situación volviera a ser como antes, lo
mas rapido y naturalmente posible, sin dejarle al profesor tiempo
para pensar demasiado.
Parecía que el pastel se había resbalado, pues una mitad estaba
aplastada pero la otra conservaba aún su forma. Del mensaje escrito con
chocolate líquido se podía leer mas de la mitad:
«Profesor & Root, felici-». Lo corté en tres pedazos,
recoloqué la nata con el cuchillo, y lo adorné con las fresas, la
figurita del conejo de gelatina y un angelito de azúcar que se
habían caído. Recompuse bastante bien el pastel. Y puse las velas
en el trozo que sería para Root.
—¿Veis? Hasta se han podido poner las velas.
Root miró la cara del profesor.
—Así podré apagar las velas de un soplido.
—Y el sabor es el mismo.
—Es verdad, no pasa nada.
Root y yo le hablamos por turnos. Le decíamos que no había
proporción alguna entre el pequeño desliz que había
cometido y el sentimiento de culpabilidad que lo embargaba. Sin embargo,
él no contestaba, permanecía callado.
Lo que me preocupó, mas que el pastel, fue el mantel. Trocitos de
bizcocho o de nata se habían metido en el encaje y no podían
quitarse por mucho que los limpiara con unpaño. Cada vez que frotaba,
subía del mantel un olor dulzón. El encaje que el profesor
había resucitado, ese diseño entretejido con las claves que
descifran la formación del universo, se había echado a perder. No
era el pastel lo que se había dañado de modo irreparable, sino el
mantel de encaje.
Oculté la mancha en el encaje con la bandeja del roast beef,
recalenté la sopa y preparé las cerillas para encender las velas.
La radio se refería vagamente a que los Yakult Swallows le habían
dado la vuelta al marcador en la tercera entrada.
Root se escondió en el bolsillo el cromo de béisbol de Enatsu
adornado con un lazo amarillo, para poder entregarselo cuando fuera el
momento.
—Mire, ya ve, esta todo como antes. Profesor, por favor,
siéntese.
Lo cogí de la mano. Por fin el profesor levantó la cabeza, y al
dirigir la mirada a Root que estaba al lado, le dijo con la voz ronca:
—¿Cuantos años tienes? —y empezó a
acariciarle la cabeza—. ¿Cómo te llamas? Vaya, vaya, parece
que ahí dentro hay un cerebro bastante inteligente. Es como la
raíz cuadrada, que puede dar refugio a cualquier número sin
decirle nunca que no a ninguno.
11
El periódico del 24 de junio de 1993 publicó un artículo
que decía que el Último Teorema de Fermat había sido
demostrado por Andrew Wiles, nacido en Gran Bretaña, catedratico
de la Universidad de Princeton. En portada, la foto de Wiles, vestido con un
jersey informal y un pelo rizado con entradas y un grabadorepresentando a
Pierre de Fermat, vestido con una indumentaria propia del siglo XVII. Ambas
figuras, tan dispares hasta parecer cómicas, daban fe del largo tiempo
transcurrido para resolver este último teorema. El artículo
alababa la proeza diciendo que el hecho de que el enigma clasico de las
matematicas hubiera sido por fin resuelto significaba la victoria de la
inteligencia humana y un nuevo paso adelante en la historia de las
matematicas. También mencionaba, aunque incidentalmente, que el
núcleo de la demostración de Wiles procedía del teorema de
Taniyama-Shimura, establecido por dos matematicos japoneses, Yutaka
Taniyama y Goro Shimura.
Después de leer el artículo, saqué el recorte que llevaba
en la cartera del pase de transportes públicos, como solía hacer
cuando recordaba al profesor. Era la fórmula de Euler que él
había anotado a mano.
eπi + 1 = 0
Siempre estara allí. Sin cambiar sus trazos, elogio de la
tranquilidad, en un lugar en que puedo tocarla con sólo alargar la mano.
En 1992, los Tigers no pudieron ganar la liga. De haber ganado los dos
últimos partidos consecutivos contra los Yakult Swallows, aún
habría existido alguna posibilidad; sin embargo, acabaron en segundo
puesto tras perder por 2 a 5 el 10 de octubre. La diferencia de puntos con los
Yakult Swallows, que ganaron la liga, fue sólo de 2.
Root lloró despechado por la derrota, pero según fueron pasando
los años comenzó a entender que ya había sido mucho el
poderluchar por el primer puesto de la liga. Pues a partir del año 1993,
los Tigers cayeron en una larga crisis, la enésima desde la
fundación del club. Y ya en el siglo XXI, nunca salieron de los puestos
de cola. De los 6 equipos de la categoría, fueron sextos, sextos,
quintos, sextos Se cambió mucho de entrenador, Shinjo se fue a la
Major League y murió Minoru Murayama.
Ahora pienso que tal vez aquel partido contra los Yakult Swallows del 11 de
septiembre fue el punto de inflexión. Sólo que hubieran ganado
aquel partido, habrían sido capaces de ganar la liga, y no
habrían caído luego en ese largo bache.
Después de recoger todo lo de la fiesta y llegar al apartamento desde la
casa del profesor, lo primero que hicimos fue poner la radio. El partido se
aproximaba al final, e iban 3 a 3. Root pronto se acostó, y el partido
no había terminado aún bien avanzada la noche. Yo estuve
escuchando la radio hasta el final.
En la novena entrada, en el ataque de los Tigers, con un corredor en la 1a
base, Yagi, con dos outs, bateó un game ending home run hacia la
izquierda. El arbitro de la tercera base levantó una vez el brazo
indicando home run, y el marcador digital se encendió con 2x, y sin
embargo, el home run fue anulado tras rectificarse como hit de 2a base, pues
había entrado en las gradas tras chocar la pelota con la valla. Los
Tigers protestaron al arbitro y el partido fue interrumpido durante 37
minutos. Cuando volvió a comenzar el partido ados outs, con dos
corredores en las 2a y 3a bases, eran ya las diez y media. Al final, los
Tigers, sin poder aprovechar la ocasión de concluir el partido, llegaron
a la prórroga en mala tesitura.
Seguía el partido, pero yo volvía a ver al profesor, de quien
acababamos de despedirnos, cuando les dabamos las buenas noches.
Extendí el papel de la fórmula de Euler en la palma de la mano, y
me concentré en esa línea.
Había dejado la puerta de la habitación entornada, para poder
oír la respiración de Root. Se veía el guante que le
había regalado el profesor delicadamente colocado junto a la cabecera.
No era un guante de juguete para niños, sino uno de cuero, de verdad,
aprobado por la Asociación de Béisbol Juvenil.
Una vez Root hubo apagado las velas de un soplido y cesó el aplauso de
los tres, y volvió a encenderse la luz del comedor, el profesor se dio
cuenta de una nota que estaba tirada debajo de la mesa. Teniendo en cuenta la
situación tan confusa en la que se encontraba en aquel momento, fue muy
oportuno, tanto para él como para Root, pues en la nota estaba escrito
el lugar donde estaba guardado el regalo de cumpleaños de Root. Gracias
a esto, el profesor fue comprendiendo poco a poco la situación en la que
se encontraba, y Root pudo recibir el regalo del guante.
Pronto me di cuenta de que el profesor era una persona que no estaba
acostumbrada a hacer regalos a nadie. Así, como si quisiera decir que le
dolía mucho regalarle algotan modesto, le dio el paquete. Y cuando Root,
lleno de alegría, fue a abrazarle, haciendo un gesto como si estuviera a
punto de besarlo en la mejilla, el profesor se movió nerviosamente, con
aire de no saber qué hacer.
Root no quiso quitarse el guante y si no lo hubiera regañado,
habría seguido hasta el final de la cena sin quitarse el guante de la
mano izquierda, que tocaba de vez en cuando con la derecha para comprobar su
tacto.
Me enteré días después de que la viuda se había
encargado de comprar el guante en una tienda de artículos deportivos.
Parece ser que el profesor le había pedido que comprara un bonito guante
que pudiera recibir cualquier pelota bateada.
Root y yo nos comportamos con naturalidad. No hacía falta perder la
serenidad a pesar de haber caído en el olvido en menos de diez minutos.
Simplemente se trataba de empezar la fiesta de nuevo, tal como habíamos
acordado antes. Nosotros ya teníamos suficiente entrenamiento acerca de
los problemas de memoria del profesor. Y entre los dos habíamos decidido
algunas reglas; es decir, siempre actuar según las circunstancias para
no ofender al profesor con una actitud descuidada. Por lo tanto,
debíamos restaurar la situación, siguiendo el procedimiento al
que estabamos acostumbrados.
A pesar de todo, aquella noche nos embargaba una desazón que no se
podía ignorar, era como la mancha en el mantel de encaje. Daba la
sensación de que incluso Root, que acababa de recibir el guante,se daba
cuenta, y desviaba instintivamente la mirada, con naturalidad. Era como lo del
pastel, pues, por muy bien que arreglé la nata, el pastel no
volvió a ser el de antes. Cuanto mas quería creer que no
era preocupante, mas crecía la inquietud.
Sin embargo, no por eso la fiesta se estropeó. La admiración que
sentíamos por el profesor, que nos había presentado la mejor
demostración, no disminuyó en lo mas mínimo, ni
tampoco el enorme cariño que el profesor mostraba hacia Root, pese al
pequeño incidente. Comimos, reímos y hablamos encantados de
números primos, de Enatsu y de la victoria de los Tigers.
El profesor rebosaba de alegría por poder celebrar el cumpleaños
de un niño de once años. Trató un mero cumpleaños
de la manera mas atenta que pudo. La conducta del profesor me hizo
pensar nuevamente lo importante que había sido el día que nació
Root.
Acaricié la fórmula de Euler suavemente con los dedos, teniendo
cuidado en no rozarla con la mina del lapiz 4B. Con la yema de los dedos
sentía las patas cariñosamente curvadas de π, el vigor
inesperado del punto sobre la i, y el acabado decidido del círculo del
0. Los Tigers dejaron escapar en la prórroga todas las ocasiones para
poder concluir el partido. A medida que se desarrollaban las entradas 12a, 13a,
14a, me venía a la cabeza la idea de que podrían haber resuelto
el partido en la 9a, y aquello me producía un cansancio aún
mayor. A pesar de todo lo que hicieron, no pudieron marcarni un sólo
punto. Por la ventana se veía la luna llena. Estabamos a punto de
cambiar de fecha del día.
El profesor, aunque no estaba acostumbrado a hacer regalos a nadie,
tenía un talento extraordinario para recibirlos. Nunca olvidaremos la
cara que puso cuando Root le regaló el cromo de Enatsu. Comparado con el
pequeño esfuerzo que hicimos para conseguirlo, el agradecimiento que nos
dedicó era demasiado grande. En el fondo de su corazón, siempre
había un sentimiento de «Cómo puedo merecerlo si mi
existencia es tan insignificante». Igual que se postraba ante los
números, dobló las piernas, bajó la cabeza y juntó
las manos cerrando los ojos ante mí y ante Root. Pudimos sentir que estabamos
recibiendo algo mas de lo que le habíamos ofrecido.
El profesor desató el lazo del paquetito, y contempló el cromo
durante un buen rato. Levantó la cara como queriendo decir algo pero sin
lograrlo, sólo le temblaron los labios, acercó el cromo contra
sí cariñosamente, como si fuera Root, o bien como si fueran los
mismísimos números primos.
Los Tigers no pudieron ganar. Empataron 3 a 3 en la 15a entrada de la
prórroga. El partido había durado 6 horas y 26 minutos en total.
*
El profesor entró en un centro médico especializado un domingo,
dos días después de la fiesta. Fue la viuda quien llamó
para avisarme.
—Ha sido muy repentino, ¿no? —dije yo.
—Ya lo había estado preparando desde hace tiempo. Estaba esperando
que nos dieran una plaza—contestó la viuda.
—¿Acaso fue porque violé el horario de trabajo pese a que
me lo había advertido la última vez? —le pregunté.
—No —su tono de voz era sereno—. No pienso acusarte de
aquello. Yo lo sabía. Sabía que iba a ser la última noche
que mi cuñado podía pasar con su único amigo. Tú
también lo notaste ¿verdad?
Yo, sin saber qué contestarle, permanecí callada.
—La cinta de ochenta minutos se ha estropeado. La memoria de mi
cuñado ya no puede avanzar, ni un minuto, a partir del año 1975.
—No me importaría ir a atenderle al centro.
—No hace falta. Allí le atenderan en todo. Y
ademas —titubeó una vez, pero continuó—.
Estoy yo. Mi cuñado no podra recordarte nunca en su vida. Sin
embargo, de mí nunca se olvidara.
El centro se situaba en un lugar a cuarenta minutos en autobús desde el
centro de la ciudad en dirección hacia la costa. Se situaba en la parte
de atras del antiguo aeródromo que estaba en lo alto de una
colina relativamente elevada, tras desviarse de la carretera provincial que
seguía la costa. Desde las ventanas de la sala se veía la pista
de despegue y aterrizaje agrietada, un hangar cuyo tejado tenía malas
hierbas, y mas alla, a lo lejos, una franja de mar. Durante los
días que hacía buen tiempo, tanto las olas como el horizonte
estaban envueltos por esplendor el del sol, y se convertían en un cinturón
de luz.
Root y yo íbamos a visitar al profesor una vez cada mes o cada dos. Los
domingos por la mañana, preparabaunos bocadillos, los metía en
una cesta, y nos subíamos al autobús. Hablabamos un buen
rato en la sala y salíamos a la terraza para comer juntos. Los
días apacibles, el profesor y Root peloteaban en el césped del
jardín delantero. Después, tomabamos el té,
charlabamos, y nos despedíamos de él para llegar a tiempo
para el autobús de las 13 h 50.
A menudo la viuda estaba allí. Normalmente salía discretamente a
hacer compras, pero a veces tomaba parte en la charla o nos ofrecía
dulces. Parecía estar haciendo modestamente el papel de única
persona que el profesor podía recordar.
De tal manera y durante varios años continuaron nuestras visitas hasta
que el profesor murió. Root cursó la secundaría y
siguió jugando al béisbol como segunda base hasta que se
lesionó la rodilla en la universidad. Durante ese tiempo yo siempre
seguí siendo asistenta en la Agencia Akebono. Root, para el profesor,
siempre era el niño al que debía proteger, incluso cuando
llegó a la edad de llevar la barba descuidada y medía un palmo
mas que yo. Root le ofrecía la cabeza, medio inclinado, para que
el profesor, que ya no podía llegar a la gorra de los Tigers por mucho
que alargara el brazo, pudiera despeinarle el pelo a su gusto.
El estilo de la americana del profesor no cambió. Simplemente, las notas
que cubrían la americana fueron volviéndose inútiles y se
fueron cayendo una tras otra. La nota que había escrito y vuelto a sujetar
tantas veces: «Mi memoria sólodura 80 minutos» ya se
había caído no sé cuando, quedaba sólo el
imperdible, y la nota con mi caricatura dibujada y el signo de la raíz
cuadrada se había decolorado, secado y caído a pedacitos.
El símbolo que las sustituía era el cromo de béisbol que
colgaba de su cuello. Era el cromo especial de Enatsu que le habíamos
regalado. Fue la viuda quien hizo un pequeño agujero en el borde de la
funda transparente y pasó un cordel para que pudiera llevarlo siempre
consigo. Cuando lo vi por primera vez pensé que era una tarjeta de
identidad necesaria para entrar y salir del centro. Y en el fondo podría
decirse que era exactamente una tarjeta de identidad, pues identificaba
realmente al profesor. En el pasillo que quedaba a contraluz, era la
oscilación del cromo que llevaba en el cuello lo que me indicaba que era
el profesor quien venía caminando hacia la sala de visitas.
Por otro lado, también Root llevaba sin falta el guante que le
había regalado el profesor. Pelotear con el profesor era como un torpe
juego infantil, y sin embargo los dos lo pasaban estupendamente. Root lanzaba
allí donde el profesor era capaz de recibir mas facilmente
y podía capturar cualquier pelota, hasta las mas sorprendentes.
La viuda y yo nos sentabamos en el césped una al lado de la otra
y aplaudíamos las jugadas mas bonitas. Aunque llegó el
momento en que el guante se le quedó demasiado pequeño, Root
siguió utilizandolo, diciendo que, para un segunda base, era
mejoralgo ajustado porque permitía pasar la pelota rapidamente.
Ya había perdido su color, el borde se había gastado y se
había borrado la marca de la etiqueta, pero aguantaba todavía sin
desmerecer. Sólo pasandole la punta de los dedos se dibujaba en él
el perfil de la mano izquierda de Root. El cuero desgastado, que había
recibido innumerables pelotas, inspiraba hasta algo de respeto.
La última visita fue el otoño en que Root cumplió 22
años.
—¿Sabes que todos los números primos excepto el 2 se pueden
clasificar en dos grupos?
El profesor, sentado en un sillón donde daba bien el sol, tenía
agarrado el lapiz del 4B. No había nadie excepto nosotros en la
sala y se percibían lejanos los pasos de las personas que pasaban por el
pasillo de cuando en cuando. Sólo me llegaba distintamente al
oído la voz del profesor.
—Tomando 'n' como número natural, pertenece a uno de los
dos tipos; 4n+l o bien 4n-l.
—¿Se pueden dividir la infinitud de números primos
existente en sólo dos grupos?
Estaba completamente admirada. Las fórmulas que nacían del
lapiz 4B eran siempre sencillas, y sin embargo lo que significaban era
enorme.
—Por ejemplo, el 13
—Es 4x3+1 —contestó Root.
—Correcto. ¿Y si es el 19?
—Es 4x5-1.
—Realmente estupendo —asintió muy feliz el profesor con la
cabeza—. Ahora añadiré una cosa mas. El
número primo de la primera serie puede expresarse como la suma de la
segunda potencia de dos. Sin embargo, la segunda serie nunca puedeexpresarse.
—Es 13=22+32.
—Con la sencillez que posee Root, la belleza del teorema de los
números primos luce con mas brillo todavía.
La felicidad del profesor no era nunca proporcional a la dificultad del
calculo. Por muy sencillo que fuera el calculo, la alegría
venía del hecho de poder compartirlo.
—Root ha aprobado unas oposiciones para profesores de escuela secundaria.
Sera profesor de matematicas a partir de la primavera del
año siguiente.
Se lo comuniqué al profesor con orgullo. El profesor se levantó e
intentó abrazarle. Sus brazos eran fragiles y temblaban. Root
cogió aquellos brazos y los acercó a sus hombros. En el pecho del
profesor se agitaba el cromo de Enatsu.
El fondo era oscuro, los espectadores y también el marcador estaban
sumidos en la oscuridad, sólo se veía surgir entre la luz a
Enatsu. Era el momento en el que justamente bajaba la mano izquierda tras
lanzar. El pie derecho plantado firmemente en tierra, los ojos bajo la visera
contemplaban la pelota que iba a ser absorbida por el guante receptor. La nube
de polvo que flotaba levemente aún sobre el montículo revelaba la
fuerza con que había sido lanzada la pelota. Era Enatsu lanzando la
pelota mas rapida de su vida. A través del hombro del
uniforme con rayas verticales se veía el dorsal. El número
perfecto: el 28.
PLATÓN Y RAMANUJAN EN LA CABAÑA DE UN OCIOSO
(postfacio)
León Gonzalez Sotos
Como en broma, que así se dicen las cosas muy serias,los
matematicos suelen hablar de El Libro, en el que Dios tiene escritos los
teoremas mas relevantes, con pruebas perfectas, y del cual los humanos,
en los momentos mas inspirados, pueden atisbar, escribiendo con sus
descubrimientos, modestas aproximaciones al texto ideal que expresa el lenguaje
en que se cifra la realidad. En El no hay sitio para la fealdad.
Tampoco lo hay en este relato de Yoko Ogawa, tersa narración de la
sólo en apariencia inverosímil epifanía, en la que la modesta
asistenta y su hijo Root, de cabeza plana, son agitados por el desvalido
profesor, Quirón, inmovilizado, que con sus flechas señala y a
ratos consigue que 'la luz atraviese el cielo, sin que lo impida la lluvia
ni la oscuridad'.
Japón es el Extremo Oriente, casi nuestro antípoda. En la
literatura tiene sus tradiciones y géneros propios. Una de ellas es la
de las grandes escritoras. Otro el de la vida retirada y meditabunda. Ecos de
ambas, de Sikibu, Shoganon y Kemko pueden encontrarse en este relato
iniciatico.
En él asistimos al emocionado ajetreo, de venerable filiación
platónica, entre la anónima doméstica, el también
¿innombrable? Profesor y el pupilo Root. Entre idas y venidas, tareas
caseras y cuidados piadosos a su muy especial cliente, éste va
desvelando las arcanas relaciones numéricas que los datos cotidianos
mas anodinos pueden encerrar. El mundo transcurre frenético en
derredor, pero al interior de la destartalada vivienda, cruce de lachoza del
Tsurezuregusa kemkiano con la caverna de La República, sólo
llegan ecos radiofónicos y sombras fotograficas que, desvelados
como signos permitiran, tras la plegaria de la atención, el
conocimiento.
Los signos primeros son los números. La teoría de Números
es reputada como la parte mas hermosa y enigmatica de las
Matematicas. El a primera vista poco verosímil proceso descrito
en la novela ha ocurrido realmente. Si en nuestro país, azacanado en la
prensa rosa, se leyeran biografías como la de Ramanujan, sus escenas en
el Cambridge del atónito Hardy parecerían mas improbables
que el argumento de nuestra autora. La teoría trata de los
números naturales, los que aprende cada niño en su aurora
escolar. Sus enunciados pueden entenderse por cualquiera. Sus demostraciones pueden
requerir las mejores mentes durante siglos. Sus premios son celebrados en los
países civilizados por el público general, como no hace mucho
mostró el caso del Último Teorema de Fermat. Últimamente,
los afanes de sus protagonistas ocupan las pantallas de cine. Esta
teoría es el cuarto protagonista que en el relato ocupa compulsivamente
a los personajes.
En el proceso, madura el caracter que en potencia yace en Root. Como el
Newton que ' cual niño que jugando en la playa de tarde en tarde
encontraba un guijarro mas fino o una concha mas hermosa de lo
normal, ante el océano inexplorado de la verdad', la
reflexión esta al alcance de todos, agamenones oporqueros,
asistentas o huérfanos y, ejerciéndola, el niño sin
raíz se sitúa mediante el descubrimiento autónomo e
inopinable. El huérfano sin origen llega a estar 'con el pie
derecho plantado firmemente en tierra'. Cualquier adolescente en el
doloroso trance de edad de la maduración puede captar, si le dejan, la
diferencia entre la formación matematica, que promulgaba la
educación clasica y la acusmatica, con que los partidarios
de la ingeniería social quieren moldearlo en la actualidad.
A todo ello se alude elegantemente en esta obra, con la elusividad precisa que
cumple a lo japonés. Alguno de sus renglones (El verano pasa / mientras
decimos / qué calor, qué calor) no hubieran sido
desdeñados por Basho o Buson.
Japón tiene sus tradiciones, nosotros las nuestras. La
desatención de lo mucho que sus letras importan, doblada con el
desdén de la cultura matematica, estan entre las
mas asentadas en estos pagos. En los años recientes hemos
comenzado a tener ediciones dignas de los grandes clasicos japoneses,
ampliando precedentes beneméritos de ilustres enamorados de los mismos,
tales Antonio Colinas u Octavio Paz. También se esta publicando
ensayo divulgativo de calidad sobre las matematicas, que intenta
estimular la curiosidad general.
Tenga este libro mas fortuna que sus predecesores en ambas vertientes.
La merece.
León Gonzalez Sotos
Universidad de Alcala