La
separación ha aparecido en las últimas décadas como un fenómeno
nuevo, y lo es, pero sólo para la clase media.
En los sectores bajos y altos ha sido algo más común, por
causas y con consecuencias similares; pero por supuesto, con desarrollos
intermedios muy diferentes.
En la llamada clase baja, siempre fue muy común que una
pareja se separara y que cada uno de sus integrantes formara una nueva.
Nótese que me he referido a “pareja”, no matrimonio, los que por diversas
causas no tenían, ni tienen, regularizada su situación
legal o religiosa.
Los motivos de las separaciones pueden ser muy diversos: violencia familiar;
alcoholismo; extrema pobreza; la irresponsabilidad al formar la pareja;
lainfidelidad; la vagancia; adicción al juego; la falta real de trabajo que
desata la desesperación e impotencia por no poder brindar a la familia lo
mínimo necesario; abuso de los menores, etc.
En este
primer caso los hijos generalmente quedaban
viviendo con la madre y alguna nueva pareja; y eventualmente junto a los hijos
que éstos tuvieran.
Padres y padrastros, madres y madrastras no se disputaban, por lo regular, ni el afecto por los chicos ni la autoridad sobre éstos.
La flexibilidad de los pobres impidió que este modo de
convivencia se transformara en un problema.
Por familiares directos, de allegados indirectos, o por amigos, esto se tolera como
algo no tan inusual y se disimulan sus efectos.
En la llamada clase alta, generalmente se daban
uniones matrimoniales legales y religiosas, con mucha importancia hacia lo
externo, pero con poca preocupación por lo interno.
En este segundo caso, exceptuando la extrema pobreza,
y la falta de trabajo, el resto de los motivos son bastantes parecidos; pero
debemos agregar algunos otros que no se dan en el primer ejemplo. El desmedido
interés por el trabajo y las cosas materiales que éste puede satisfacer, y que
resta un tiempo importantísimo en desmedro de la unión familiar; la excusa de
no poder resistir a las tentaciones; las uniones por interés que resultan poco
tiempo después en “desuniones afectivas”; el mantenimiento de las apariencias
de amor y comprensión pero que en la realidad se revelan muy distintas, y donde
“cada uno hace la suya”; etc.En este segundo caso, los hijos generalmente
quedaban viviendo con la madre y alguna nueva pareja; y eventualmente junto a
los hijos que éstos tuvieran.
Padres y padrastros, madres y madrastras no se disputan, por lo regular, ni el
afecto por los chicos ni la autoridad sobre éstos, excepto que alguno de los
separados no cumpla con el pacto de “libertad x dinero”, “poder x libertad”,
etc. y se disimulan sus efectos.
La hipocresía de los demasiado ricos, impidió que este
modo de convivencia se transformara en un problema.
Por familiares directos, de allegados indirectos, o por amigos, esto se tolera como
algo no tan inusual.
Como vemos lo realmente nuevo se encuentra en estos tiempos más
recientes, en la cada vez menos extensa clase media.
Esta popularización ha hecho que aparecieran conflictos
diferentes.
Los cónyuges con problemas se encuentran -generalmente- en pie de igualdad: si
la mamá es profesional o ha conseguido un trabajo, y
si el papá ha logrado mantener su empleo o negocio ante las oscilaciones de la
cada vez más magra economía.
Los motivos de las separaciones también son comparables a los
casos anteriores pero las consecuencias son diferentes. Ambos cónyuges,
provienen originariamente de dos familias distintas (en lo geográfico), pero han sido conformados con valores y principios análogos (en
lo afectivo y ambiental).
Como tienen
gran cariño por sus hijos, por que han sido criados y
educados de esa manera en unión y amor, no quieren desentenderse de ellos.
Y como
tienenpoco para repartir, y tampoco les interesa mucho esta instancia, no hacen
pactos.
Directamente pasan al enfrentamiento por el cariño de sus
vástagos, lo que puede llegar a verdaderas “batallas campales” donde el
“tesoro” a repartir son los hijos.
Y aquí llegamos al nudo de la cuestión: los niños y jóvenes, en los tres
ejemplos dados son los más perjudicados, porque por indiferencia e ignorancia,
por conveniencia o desapego afectivo o por amor mal entendido y ejercido, son
los que pagan las consecuencias de las irresponsabilidades de sus padres.
Esto se traduce en muchos problemas irresueltos, con consecuencias nefastas
para el posterior desarrollo de los niños.
Que en su edad juvenil podrán buscar las carencias en las adicciones; y que en
la edad adulta podrán manifestar sus carencias con un
gran temor por el compromiso verdadero, negando sus buenos sentimientos o
repitiendo sus propias historias de soledad,
irresponsabilidad y desapego.
A veces la más pequeña intolerancia, hace que una pareja se
distancie.
Otros matrimonios a pesar de grandes esfuerzos por una buena convivencia, de su
creencia religiosa o su fuerte formación moral, por razones graves y de fuerza
mayor, pueden que desemboquen también en una separación.
Pero lo importante es que el hijo comprenda que ninguno de sus padres, va a dejar de serlo por que ya no vivan juntos en la misma
casa.
Que va a seguir siendo el amado hijo del mismo matrimonio, con todas las
responsabilidades afectivas, espirituales y económicas queello implica.
Que sus padres van a seguir estando a su lado para componer por su intermedio,
aunque más no sea a la distancia, esa pareja que en algún momento de su vida
pensaron que sería indestructible.
Lo importante, es que aunque se llegue a la instancia de una separación, ésta
sea lo menos conflictiva posible, y que el hijo no tenga que llenar ningún
vacío dejado por el otro cónyuge. Que pueda ocupar sin culpas su lugar de hijo,
sin el compromiso de tener que quedar a cargo de terceros, sean
abuelos o hermanos mayores, ni tenga que hacerse responsable por otros hermanos
menores. Esta responsabilidad sólo es inherente a los padres,
por lo cual, es esencial que tengan una buena relación entre ellos.
Y que vuelquen en su hijo: amor, flexibilidad, comprensión y tiempo, tan
importantes para su desarrollo y dignidad, presentes y futuros.