Un fenómeno apreciable en el siglo XVI es la subida del precio de los productos. Los estudios
realizados indican que la subida media no llegó al 1,5% anual, lo que hoy en
día se calificaría como
una inflación muy moderada. Sin embargo, esta subida alarmó mucho en la época
porque hasta entonces los precios no habían sufrido movimientos de esa
consideración, al ser las economías mucho más estáticas. Por eso al darse un
cambio aunque pequeño, afectó mucho al sistema, ya que no estaban acostumbrados
a los cambios de valor. Se produjeron revueltas en España por esta causa.
La explicación de los motivos de la subida de precios han sido variados, en
1930 el historiador Hamilton trató de explicar la subida tomando como base la
gran cantidad de oro que se trajo desde América en esos años que provocó el
incremento de la cantidad de dinero en circulación. Esta teoría parte para su
explicación, de la teoría cuantitativa del
dinero, que explica que el incremento del
dinero en circulación, permaneciendo constantes otros factores, implica
directamente una subida de los precios de igual cuantía.
En la segunda mitad del
siglo XVI, Felipe II se afanó en reparar el terrible bache que sufría la
Hacienda Pública. Los ingresos, provenientes sobretodo de la
plata americana,
eran ingentes, pero los gastos lo eran todavía más. Parte de la causa de aquel
derroche se encontraba en la necesidad del
recurso al crédito: las campañas militares no podían esperar al momento de la
llegada de los galeones procedentes de América a Sevilla; y cuando finalmente la plata desembarcaba, iba
a engrosar directamente las bolsas de los prestamistas que habían adelantado el
dinero a elevados tipos de interés. En 1575, el Estado español, dueño en ese
momento, de medio mundo, hubo de declararse técnicamente en bancarrota,
suspendiendo los pagos. La repercusión moral de aquella decisión fue inmensa en
toda Europa. Felipe II, llegó pronto a un arreglo con sus prestamistas, y pudo
evitar al fin la declaración formal de insolvencia. Los acreedores no cobrarían
en los plazos previstos, pero disfrutarían durante un largo período, que podía
llegar hasta setenta años, de determinadas rentas o fuentes de ingreso del
Estado. Se operó lo que actualmente se conoce como una conversión de la deuda: de flotante
a consolidada. Este acuerdo representó una tabla de salvación a corto plazo,
aunque a la larga, la salida no podía ser más onerosa para la Hacienda
española. Tanto en los Consejos como en las Universidades españolas,
especialmente en la de Salamanca, se discutió las causas de aquella crisis
económica, por la que España, a pesar de la riada de plata que sobre ella
afluía, parecía cada vez más pobre. Fueron los tratadistas salmantinos los
primeros en intuir, lejanamente, el fenómeno de la inflación: los españoles
contaban con grandescantidades de metales precioso, pero apenas tenían qué
comprar con él. La demanda era mucho mayor que la oferta. Los precios subían de
forma incontenible y la industria española, con los precios más altos de toda
Europa, no podía resistir la competencia extranjera y se venía abajo. Los
españoles se veían obligados de esta manera a comprar en el extranjero sus productos
a costa, de la plata, que se esfumaba tan rápidamente como había llegado. En lo referente a la
economía pública del Estado, el mal radicaba sobre todo en el crédito. La
necesidad de pedir dinero adelantado resultaba muy lesiva, puesto que gravaba los
gastos normales de guerra en un buen porcentaje. Otro de los problemas
existentes eran los transportes, la vía marítima hacia los Países Bajos que
había quedado cerrada, y Felipe II tardó bastante tiempo en comprender la
necesidad de dominar el mar. La plata americana había de ir a Flandes por vía
terrestre, a lomo de acémilas, atravesando para ello Francia, cuyo gobierno
exigía, como derecho de paso, nada menos que un tercio de la mercancía. Un
flamenco, Van Oudegherste, propuso al rey la creación de un banco estatal con
sede en Madrid
y sucursales en las principales plazas del Imperio, que pudiesen colocar sin
esfuerzo las sumas precisas allí donde hiciesen falta en cada momento. Aquel
medio hubiera resuelto de golpe todos los problemas de la Monarquía Católica
(Lapeyre); pero faltaba el punto de partida indispensable que era un capital
inicial. Con todo, el monarca llegó a un acuerdo relativamente favorable con
uno de los negociantesespañoles, más ricos de la época, Simón Ruiz, y pronto
quedó generalizado el sistema de asientos. Un asiento era una operación mixta
de crédito, cambio y giro. El monarca se consideraba deudor de una determinada
cantidad, con sus correspondientes intereses; y el prestamista ordenaba a sus
corresponsales que pusieran a disposición de los agentes españoles, en los
Países Bajos, por ejemplo una cantidad equivalente en moneda del país. Con el
sistema de asientos se ganó en rapidez y agilidad, al tiempo que se ahorraban
los elevados gastos del
transporte. Cierto que Felipe II siguió dominado por la pesadilla del crédito, y hubo de
devolver siempre más de lo que le habían prestado. Pronto los enormes gastos
obligaron a buscar prestamistas extranjeros, casi siempre italianos, con lo que
nuestra plata siguió emigrando. Pero por lo menos el nuevo sistema permitió
salvar el bache, y hoy se cree que fue la clave de los éxitos de Alejandro
Farnesio.
La decadencia económica del siglo XVII
Si el siglo XVI se ha considerado tradicionalmente el siglo del
esplendor y la expansión económica, la visión tradicional del siglo XVII es la contraria. España se
convirtió junto con Italia en paradigma de un proceso de crisis que recorre
toda Europa.
Desde el punto de vista económico también va a suponer el agotamiento del crecimiento basado en el dinamismo del
interior castellano al que le sucederá un crecimiento caracterizado por el
empuje de las zonas del
litoral que se va a prolongar en el tiempo hasta el siglo XX.
En 1607, el Tesoro se encontró frente a un descubierto de más dedoce millones
de ducados (moneda antigua) que no hubo forma de llenar aquel año. Solo entre
1598 a 1609 y exclusivamente en las guerra en Flandes se consumieron cerca de
42 millones de ducados,[2] siendo la guerra en Flandes un pesado lastre para la
hacienda real. Fue preciso declarar una bancarrota a medias, del mismo estilo que la anteriormente
mencionada de 1575. El Estado suspendía los pagos, pero ofrecía a los
acreedores una compensación en forma de juras-rentas de la Corona, que
proporcionarían una satisfacción más que suficiente, en el largo plazo. La gran
remesa de plata americana
que se recibió en 1608 permitió enjugar las deudas; pero un año más tarde el
Tesoro se encontraba entrampado de nuevo. En 1611 sería preciso un segundo
arreglo con los acreedores. El caso parecía sorprendente, porque el Estado
español en esos momentos no se hallaba inmerso en grandes empresas militares, como en el siglo
anterior. La disculpa de los gastos que ocasionaba la indirecta guerra de
Flandes no parecía suficiente. Fue precisa una investigación, y, aunque el
duque de Lerma parece que no quiso llevarla a fondo, ante el temor de que se
descubriesen demasiadas cosas, varios funcionarios de la administración fueron
despedidos por cohecho, y envolvieron en su caída a Pedro Franqueza, uno de los
validos del valido. Se echó tierra sobre el asunto, pero la solvencia de la
maquinaria administrativa quedó desde entonces en entredicho.
La plata americana
fue la panacea temporal capaz de compensar los fallos de la estructura
económica española. En términos generales, puededecirse que permitió a los
españoles vivir de rentas, sostenerse sin trabajar y sin organizarse para
producir bienes de consumo. Pero llegó un momento en que la riada de caudales
americanos empezó a agotarse, y con una rapidez increíble:
1620-1630, la cantidad de plata recibida es todavía comparable a la de los
mejores tiempos.
1630-1640, la cantidad se redujo a poco más de la mitad.
1640-1650, la cantidad recibida se reduce a menos de la tercera parte.
En años posteriores se alcanzaban cifras muy reducidas, diez veces inferiores a
las de principios de siglo.
Nadie por entonces se explicaba las razones de este fallo, ni aún resulta hoy
fácil determinar sus causas. Parece que las minas americanas se agotaban, y más
que por una repentina desaparición de los filones, por su diversificación. Como es natural, en un
principio se habían explotado las venas más gruesas y más fáciles; el sistema
de la amalgama y la prisa por extraer la mayor cantidad de metal antes de que
expirasen los plazos de arrendamiento, favorecieron una explotación intensiva.
Y llegó un momento en que, sin desaparecer la plata, sólo quedaron los filones de
explotación más difícil. Las vetas se habían dividido en dos o tres, y
obligaban, por tanto, al trabajo de un número triple de obreros para obtener el
mismo rendimiento de antes, precisamente cuando la despoblación indígena estaba
produciendo en toda América una angustiosa falta de mano de obra. Muchas minas
hubieron de cerrar ante las crecientes dificultades de explotación.
De manera paralela, en la América española, se produjo uncambio social y en el
ritmo de vida, al comenzar a explotarse las grandes propiedades y los inmensos
pastizales y de esta forma América comienza a vivir una vida propia,
sustentándose de sus propios recursos sin necesitar importar todo género de
artículos a cambio de la plata de sus minas. La Península, por el contrario, ve
quebrada de forma radical su estructura económica que por espacio de ciento
cincuenta años había sido la base del Imperio. Pobre de tierras y de recursos
industriales, la falta de plata hundió la modesta organización económica,
consecuencia de ello:
Se generalizó la acuñación de moneda de vellón.
Disminuyó la confianza en los valores monetarios.
Los márgenes de beneficios se redujeron casi a cero.
La producción bajó y el comercio quedó paralizado.
Según Hamilton la ruina económica fue la base principal de la derrota militar y
una de las causas más claras de la decadencia del país.