Después de la guerra se crearon rápidamente tensiones entre
Estados Unidos y la Unión Soviética. En la Conferencia
de Yalta celebrada en febrero de 1945 Roosevelt,
Churchill y el líder soviético Josef Stalin prometieron elecciones libres en
todas las naciones liberadas de Europa. Los aliados
occidentales restauraron la democracia en Europa occidental y Japón, pero las
fuerzas soviéticas impusieron dictaduras comunistas en Europa oriental.
En 1947 el Secretario de Estado George C. Marshall propuso un
programa de ayuda económica masiva para reconstruir la Europa en ruinas. La
URSS y las naciones europeas fueron invitadas a participar en el Plan Marshall,
pero los soviéticos rechazaron la oferta. Estos se daban
cuenta de que una Europa empobrecida, donde reinaban las privaciones y la
desesperación, sería presa fácil de movimientos sociales y políticos hostiles a
las tradiciones occidentales de libertad individual y gobierno democrático.
El Plan Marshall fue un programa generoso que tuvo un
éxito total. En el curso de cuatro años se proporcionaron por
su conducto US$12.500 millones en ayuda y se restauraron las economías de
Europa occidental.
En mayo de 1947 Estados Unidos empezó a enviar ayuda militar al gobierno
griego, que estaba luchando contra guerrillas comunistas, y a Turquía, a quien
los soviéticos estaban presionando para obtener concesiones territoriales. En ese momento Alemania y Berlín estaban divididas en dos: una
zona occidental ocupada por estadounidenss, ingleses y franceses, y una zona
oriental bajo el dominio de los soviéticos. En la primavera
de 1948 estos últimos cercaron Berlín occidental con la intención de someter
por hambre a la aislada ciudad. Las potencias extranjeras respondieron
con un enorme puente aéreo de alimentos y combustible
hasta que los soviéticos levantaron el bloqueo en mayo de 1949. Un mes antes
Estados Unidos se había aliado con Canadá, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, los
Países Bajos, Italia, Luxemburgo, Noruega, Dinamarca, Islandia y Portugal para
crear la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El 25 de junio de 1950, provisto de armas soviéticas y actuando con
laaprobación de Stalin, el ejército norcoreano invadió Corea del Sur. El
Presidente Truman inmediatamente obtuvo el compromiso de las Naciones Unidas de
defender Corea del Sur, y se enviaron al frente de batalla tropas
estadounidenses a las cuales posteriormente se les unieron contingentes de
Inglaterra, Turquía, Australia, Francia y las Filipinas. Para septiembre de
1950 los norcoreanos habían conquistado la mayor parte de Corea del Sur. Las fuerzas de la ONU estaban concentradas en un
área en Pusan,
en el extremo meridional de la península coreana. Entonces el General Douglas
MacArthur llevó a cabo un intrépido desembarco anfibio
en Inchón, en Corea Central. El ejército norcoreano fue flanqueado y
destrozado, y las fuerzas de MacArthur barrieron el norte hacia el Río Yalu, la
frontera entre Corea del Norte y la República Popular China.
No obstante, en noviembre las tropas chinas contraatacaron y obligaron al
ejército de la ONU a retirarse hacia el sur del paralelo 38 (la
frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur). MacArthur estaba a favor de
lanzar ataques aéreos y marítimos contra China, pero el Presidente Truman creyó
que semejante estrategia conduciría a una expansión del conflicto, y el 11 de
abril de 1951 relevó a MacArthur del mando de las fuerzas armadas. Las pláticas
de paz comenzaron tres meses después, pero la
actividad bélica continuó hasta junio de 1953, y el arreglo final no logró
unificar a Corea.
Todo ello confluye en las dos cuestiones mas angustiantes, aquellas
donde mas se advierte que nuestro país esta hoy en una
encrucijada: la de la sociedad y la de la democracia. ¿Qué
posibilidades hay de salvar o reconstruir una sociedad abierta y móvil,
no segmentada en mundos aislados, relativamente igualitaria y con oportunidades
para todos, fundada en la competividad pero también en la solidaridad y
la justicia?Todo ello constituyó el legado, hoy mejor apreciado que
nunca, que se fue construyendo a lo largo del último siglo y medio, y
cuyo impulso perdura hasta un momento no demasiado lejano, ubicado quiza
veinte años atras, en que la tendencia comenzó a quebrarse
y a invertir su sentido.
Sobre todo: ¿qué características debe tener el sistema
político para asegurar la democracia, y hacer de ella una
practica con algún sentido social? En este caso, el pasado se nos
muestra rico en conflictos, pero no es facil contabilizar en él
demasiados logros, ni siquiera en las épocas de vigencia formal de la
democracia, en las que pueden percibirse, in nuce, las practicas que
llevaron a la destrucción de un sistema institucional nunca del todo
maduro, cuya construcción se nos aparece como la tarea de Sísifo.
Quiza por eso, el último interrogante es hoy el primero:
cual es el destino de nuestro sistema republicano y de la
tradición que lo alimenta. Volvemos aquí a Sarmiento y a Alberdi,
a una tarea que un poco ingenuamente considerabamos realizada y cuyos
frutos hoy parecen fragiles y vulnerables.
Un libro guiado por tales preguntas es a la vez un trabajo de historiador
profesional y una reflexión personal sobre el presente. No podría
ser de otro modo: todo intento de reconstrucción histórica parte
de las necesidades, dudas e interrogantes del presente, procurando que el rigor
profesional equilibre la labilidad de la opinión, pero sabiendo que
habitualmente la ecuación se desbalancea hacia este último
extremo cuanto mas cercano esta el tema a la experiencia de quien
lo trata En verdad, escribireste texto me ha llevado, en buena parte, a
alejarme de un estilo de trabajo mas habitual y sumergirme en mi propia
historia y en mi experiencia de un pasado aún vivo.
Tuve la primera comprobación de esto al intentar aprovechar los
materiales usados hace veinte años –cuando, trabajando con
Alejandro Rofman, esbocé un esquema de la historia argentina-, y
descubrir que poco de ello me era útil hoy. Las preguntas entonces
apuntaban a explicar las raíces de la dependencia y sus efectos en las
deformaciones de la economía y de la sociedad. Las cuestiones relativas
a la democracia y a la república no nos parecían relevantes, y en
general, la política aparecía apenas como un reflejo de aquellas
condiciones estructurales, o por el contrario, como el lugar no condicionado
donde, con voluntad y poder, tales condiciones podían ser cambiadas,
pues en la conciencia colectiva de entonces la percepción de la
dependencia se complementaba con la búsqueda de algún tipo de
liberación.
Se trata, me parece, de un buen ejemplo de lo que es un tópico de
nuestro oficio: la conciencia histórica guía el saber
histórico; éste puede controlarla, someterla a la prueba del rigor, pero no
ignorarla. En períodos anteriores, probablemente el eje de una
reconstrucción histórica de este tipo habría sido puesto
en la justicia social y la independencia económica; mas
atras aún, en el progreso y la modernización social, o aun
en la constitución del Estado y la nación. Ciertamente esas
perspectivas no desaparecen para el historiador, y estan incorporadas a
este relato como
lo que en sus tiempos fueron:aspiraciones, ideologías, utopías
movilizadoras. Los problemas a que se referían estan
también presentes en las preguntas de hoy, pero el orden, los
encadenamientos y los acentos son diferentes, como lo atestiguan las preguntas
que organizan este texto, pues el mundo en que vivimos, cuyos rasgos
definitivos apenas vislumbramos, es radicalmente distinto no sólo des de
hace cien o cincuenta años, sino del de apenas veinte años atras.
Suele decirse que quien escribe piensa implícita o explícitamente
en un lector. Empecé a escribir este texto pensando en mis colegas, pero
progresivamente me di cuenta de que mi lector implícito eran mis hijos,
y los de su edad, adolescente
Frustrados por el estancamiento de la situación coreana y enojados por las
tomas de poder comunistas en Europa oriental y China, muchos estadounidenses
empezaron a buscar a 'los responsables' y acabaron por creer que
también en su gobierno podrían haberse infiltrado conspiradores comunistas que
luchaban por socavar la democracia como sistema político. En
su mayor parte estas sospechas carecían de fundamento, pero el recelo público
se despertó cuando algunos individuos acusados de ser agentes soviéticos fueron
procesados en juicios escandalosos. Joseph McCarthy, senador
republicano, aseguró que la Secretaría de Estado y el ejército estaban repletos
de comunistas. Las sensacionalistas investigaciones de
McCarthy nodescrubrieron subversivos, pero sus acusaciones y calumnias
destuyeron la carrera de algunos diplomáticos. En 1954, en el curso de
las trasmisiones por televisión nacional, McCarthy fue denunciado como
farsante y más tarde censurado por el senado. La tolerancia de la disidencia
política es una de las tradiciones más fundamentales y esenciales de Estados
Unidos. La era de McCarthy, la aprobación de las Leyes sobre Extranjeros y
Sedición de 1798, y los excesos del Susto Rojo de 1919-1920,
constituyeron graves desvíos de esta tradición