En algún momento de hace aproximadamente millón y medio de años, algún genio
olvidado del
mundo homínido hizo algo inesperado. Ese homínido (o muy posiblemente ésa)
cogió una piedra y la utilizó cuidadosamente para dar forma a otra. El
resultado fue una sencilla hacha manual en forma de lágrima, pero fue la
primera pieza de tecnología punta del
mundo.
Era tan superior a las herramientas existentes que pronto hubo otros que
siguieron el ejemplo delinventor y se pusieron a hacer hachas de mano por su
cuenta. Con el tiempo habría sociedades enteras que da la impresión de que
hacían poco más que eso.
-Las hacían a miles -dijo Ian Tattersall-. Hay algunas zonas de África donde
casi no puedes moverte sin pisarlas. Es extraño porque son objetos que exigen
mucha concentración para hacerlos. Es como
si las hubiesen hecho por el puro placer de hacerlas.
Tattersall bajó de una estantería de su soleada habitación de trabajo un molde
enorme, puede que de medio metro de longitud y 20 centímetros de anchura en su
parte más ancha, y me lo pasó. Tenía la forma de una punta de lanza, pero el
tamaño de una de esas piedras que se colocan en arroyos y riachuelos aflorando del agua para poder
cruzar pisando por ellas sin mojarse. Como era de fibra de vidrio, no pesaba
más que unas onzas, pero el original, que se había encontrado en Tanzania,
pesaba 21 kilos.
-Era completamente inútil como
herramienta –dijo Tattersall-. Habrían hecho falta dos personas para levantarla
adecuadamente e incluso entre dos habría resultado agotador intentar darle a
algo con ella.
-sPara qué se utilizaba, entonces?
Tattersall se encogió de hombros jovialmente, complacido con lo misterioso del asunto.
-Ni idea. Debía de tener una función simbólica, pero no sabemos muy bien cuál.
Las hachas acabaron llamándose instrumentos achelenses, por Saint Acheul, un
barrio de Amiens, en el norte de Francia, donde
se encontraron en el sigloXIX los primeros ejemplos, y sondiferentes de los
utensilios más antiguos y más simples, conocidos como
olduvaienses, hallados en principio en la garganta de Olduvai, en Tanzania.
Los útiles de Olduvai que aparecen en los manuales más antiguos suelen ser
piedras de tamaño manual, redondeadas y sin filo. De hecho, los
paleoantropólogos tienden ahora a creer que las partes instrumentales de las
piedras de Olduvai eran las piezas arrancadas de esas piedras de mayor tamaño,
que podían utilizarse luego para cortar.
Y ahí está el misterio. Cuando los humanos modernos primitivos (los que
acabarían convirtiéndose en nosotros) empezaron a irse de África, hace más de
100.000 años, la tecnología preferida eran los útiles achelenses. A estos
primitivos Homo sapiens les encantaban además sus útiles achelenses. Los
transportaban a lo largo de grandes distancias. A veces hasta llevaban con
ellos piedras sin trabajar para convertirlas en utensilios más tarde. Estaban,
en resumen, consagrados a la tecnología. Pero aunque se han encontrado útiles achelenses
por África, Europa y Asia occidental y central, casi nunca se encuentran en
Extremo Oriente. Esto es sumamente desconcertante.
En la década de los cuarenta, un paleontólogo de Harvard que se llamaba Hallum
Movius trazó la denominada línea Movius, que separaba la parte con útiles
achelenses de la que carecía de ellos. La
línea atraviesa, en una dirección suroriental, Europa
y Oriente Próximo hasta llegar a las proximidades de la Calcuta y el Bangladesh
actuales. Al otro lado de lalínea de Movius, por todo el sureste asiático y China,
sólo se han hallado los utensilios olduvaienses más simples. Sabemos que Homo
sapiens fue mucho más allá de ese punto, así que spor qué portaría una
tecnología lítica avanzada a la que daba gran valor hasta el borde de Extremo
Oriente y la abandonaría luego sin más?
-A mí eso me preocupó durante mucho tiempo -recordó Alan Thorne, de la
Universidad Nacional Australiana de Canberra, cuando fui a verlo-. La
antropología moderna se edificó toda ella en torno a la idea de que los humanos
salieron de África en dos oleadas: una primera de Horno erectus, que se
convirtió en el hombre de Java y el hombre de Pekín y similares, y otra oleada
posterior más avanzada de Homo sapiens, que desplazó a la primera. Pero, para
poder aceptar eso, tienes que aceptar que Homo sapiens llegó a un territorio
tan alejado con su tecnología más moderna y luego, por la razón que fuese,
prescindió de ella. Resultaba todo muy desconcertante, como mínimo.
Como se vio después, habría muchos más motivos
para el desconcierto, y uno de los hallazgos más desconcertantes de todos
llegaría de la parte del mundo del propio Thorne, del
interior casi despoblado de Australia. En 1968, un geólogo llamado Jim Bowler
andaba husmeando por el lecho de un lago llamado Mungo que llevaba seco mucho
tiempo, en un rincón calcinado y solitario de la parte occidental de Nueva
Gales del Sur, cuando le llamó la atención algo muy inesperado. De un montículo
de arena en forma de media luna,de un tipo que se denomina lunette, sobresalían
unos huesos humanos.
Por entonces se suponía que los humanos no llevaban presentes en Australia
más que 8.000 años, pero Mungo llevaba seco 12.000. sQué estaba haciendo
entonces alguien en un lugar tan inhóspito? La respuesta, aportada por la
datación con carbono 14, fue que el propietario de los huesos había vivido allí
cuando el lago Mungo era un hábitat mucho más agradable, tenía 20 kilómetros de
longitud, estaba lleno de agua y de peces y rodeado de gratos bosquecillos de
casuarinas. Para asombro de todo el mundo,
resultó que los huesos tenían una antigüedad de 23.000 años. Otros huesos
hallados cerca de allí resultó que tenían una antigüedad de hasta 60.000 años.
Esto era algo tan inesperado que parecía
casi imposible. Australia
era ya una isla desde antes que aparecieran por primera vez homínidos en la
Tierra. Todos los seres humanos que llegaron allí tuvieron que hacerlo por mar,
en número suficiente para iniciar una población que pudiera perpetuarse,
después de cruzar 100 kilometros o más de alta mar, sin tener medio alguno de
saber que les aguardaba tierra firme. La gente de Mungo había recorrido,
después de desembarcar, unos 3.000 kilómetros tierra adentro desde la costa
norte de Australia
(que se supone que fue el punto de acceso), lo que indica, según un informe de
las Proceedings of the National Academy of Sciences, «que la llegada de seres
humanos debió de iniciarse mucho antes de hace 60.000 años».
Cómo llegaron allí ypor qué lo hicieron son interrogantes que no podemos
aclarar. Según la mayoría de los textos de antropología, no hay ningún
testimonio de que hubiese gente capaz siquiera de hablar hace 60.000 años,
mucho menos de realizar el tipo de tareas cooperativas necesarias para
construir embarcaciones aptas para navegar por el océano y colonizar
continentes insulares.
-Hay sencillamente muchísimas cosas que no sabemos sobre los desplazamientos
humanos anteriores a la historia documentada -me dijo Alan Thorne-. sSabes que
cuando llegaron por primera vez antropólogos del
siglo XIX a Papúa Nueva Guinea
encontraron gente en las tierras altas del
interior, en algunos de los lugares más inaccesibles de la Tierra, que
cultivaba batatas? Las batatas son originarias de Suramérica.
Así que, scómo llegaron a Papúa Nueva Guinea? No lo sabemos. No tenemos
la más remota idea. Pero lo que es seguro es que la gente lleva desplazándose
de un lugar a otro con una seguridad considerable desde mucho antes de lo que
tradicionalmente se creía, y es casi indudable que compartían genes además de
información.
El problema es, como
siempre, el registro fósil.
-Son muy pocas las partes del
mundo incluso vagamente propicias para la preservación a largo plazo de restos
humanos -dijo Thorne, un hombre de ojos vivaces, perilla blanca y actitud
resuelta pero cordial-. Si no fuese por unas cuantas zonas productivas de
África oriental, como
Hadar y Olduvai, nuestra información sería terriblemente escasa. Y
cuandoconsideras otras zonas la información es terriblemente escasa. La India,
toda ella, sólo ha aportado un fósil humano antiguo, de hace unos 300.000 años.
Entre Irak y Vietnam, es decir, una distancia de unos 5.000 kilómetros, sólo ha
habido dos hallazgos: uno en la India
y un neandertal en Uzbequistán -y añadió sonriendo-: No es que sea gran cosa
para poder trabajar. Te ves en la situación de que dispones de unas cuantas
zonas productivas de fósiles humanos, como el
Gran Valle del Hundimiento en África y Mungo aquí en Australia, y muy poco en medio. No
es nada sorprendente que los paleontólogos tengan problemas para relacionar las
pruebas.
La teoría tradicional para explicar los desplazamientos humanos (y la única que
acepta la mayoría de los especialistas en la materia) es que los humanos se
propagaron por Eurasia en dos oleadas. La
primera estaba compuesta por Homo erectus y abandonó África con notable rapidez
(casi en cuanto surgieron como
especie) a partir de hace casi dos millones de años. Con el tiempo estos
primitivos erecti evolucionaron diferenciándose en dos tipos: el hombre de Java
y el hombre de Pekín en Asia, Homo
heidelbergensis y, por último, Homo neanderthalensis en Europa.
Luego, hace unos 100.000 años, surgió en las llanuras africanas una especie de
criatura más ágil e inteligente (los ancestros de todos los que vivimos hoy) y
empezó a irradiar desde allí en una segunda oleada. Fuesen a donde fuesen, de
acuerdo con esta teoría, esos nuevos Homo sapiens desplazaron a
suspredecesores, menos adaptados. Cómo lo hicieron exactamente ha sido siempre
motivo de polémica.
Nunca se han hallado testimonios de matanzas,
así que la mayoría de las autoridades en la materia cree que simplemente
ganaron los nuevos homínidos, aunque puedan haber influido también otros
factores. -Tal vez les contagiamos la viruela -sugirió Tattersall-. Pero la
verdad es que no hay modo de saberlo. Lo único seguro es que nosotros estamos
ahora aquí y ellos no.
Estos primeros humanos modernos son sorprendentemente misteriosos. Es muy
curioso el hecho de que sepamos menos de nosotros mismos que casi de cualquier
otro linaje de homínidos. Resulta realmente extraño, como comenta Tattersall «que el
acontecimiento importante más reciente de la evolución humana, la aparición de
nuestra propia especie, sea tal vez el más oscuro de todos». Nadie puede
siquiera estar seguro de dónde aparecieron por primera vez en el registro fósil
humanos verdaderamente modernos. Muchos libros sitúan esa aparición unos ciento
veinte mil años atrás, en la forma de restos hallados en la desembocadura del río Klasies, en
Suráfrica, pero no todo el mundo acepta que esos restos correspondiesen a
humanos plenamente modernos. Tattersall y Schwartz sostienen que «aún no se ha
aclarado definitivamente si algunos o todos ellos son representantes de nuestra
especie›.
La primera aparición indiscutible de Homo sapiens es la que se produce en el
Mediterráneo oriental, en torno al Israel actual, donde empiezan a aparecerhace
unos 100.000 años, pero incluso allí se les describe (lo hacen Trinkaus y
Shipman) como «extraños, difíciles de clasificar y escasamente conocidos». Los
neandertales estaban ya bien establecidos en la región y tenían un tipo de
juego de herramientas conocido como
musteriense, que es evidente que los humanos modernos consideraron bastante
digno de tomar prestado. No se han encontrado nunca restos de neandertales en
el norte de África, pero sus juegos de herramientas aparecen allí por todas
partes. Alguien debe de haberlos llevado allí y los humanos modernos son los
únicos candidatos. Se sabe también que neandertales y humanos modernos
coexistieron de algún modo durante decenas de miles de años en Oriente Próximo.
-No sabemos si compartieron temporalmente el mismo espacio o si vivían en
realidad unos al lado de otros -dijo Tattersall-, pero los modernos continuaron
utilizando gustosamente el utillaje neandertal (un hecho que no evidencia
precisamente una superioridad aplastante). No es menos curioso que se hayan
encontrado en Oriente Próximo herramientas achelenses de hace bastante más de
un millón de años, mientras que en Europa apenas se han hallado que sean anteriores
a hace 300.000 años. Es también un misterio por qué los que tenían la
tecnología no llevaron con ellos el utillaje.
Durante mucho tiempo se creyó que los cromañones, que es como se acabaron denominando los humanos
modernos de Europa, habían ido empujando delante de ellos a los neandertales en
su avance a través delcontinente, y que habían acabado arrinconándolos en los
márgenes occidentales de éste, donde no habían tenido al final más opción que
caer al mar o extinguirse. Hoy sabemos que, en realidad, los cromañones estaban
en el extremo oeste de Europa más o menos en la misma época en que iban
avanzando también desde el este.
-Europa era un lugar bastante vacío en aquella época -dijo Tattersall-. Puede
que no se encontrasen entre ellos con tanta
frecuencia, pese a todas sus idas y venidas.
Una cosa curiosa de la llegada de los cromañones es que se produjo en una época
conocida por la paleoclimatología como
el intervalo de Boutellier, en que tras un periodo de clima relativamente suave
Europa estaba precipitándose en otro periodo de frío riguroso. No se sabe cuál
fue la causa que les arrastró a Europa, pero desde luego no fue la bondad del clima.
En cualquier caso, la idea de que los neandertales se desmoronaron ante la
competencia de los recién llegados cromañones no casa demasiado bien con los
datos de que disponemos. Es indiscutible que los neandertales no eran
precisamente gente débil. Durante decenas de miles de años soportaron
condiciones de vida que ningún humano moderno ha experimentado, salvo unos
cuantos científicos y exploradores polares. Durante lo peor de los periodos
glaciales eran frecuentes las tormentas de nieve y los vientos huracanados. Era
habitual que las temperaturas bajasen hasta -45 °C. Los osos polares se
paseaban por los valles nevados de la Inglaterra meridional.Los neandertales
retrocedieron, como es lógico, dejando atrás las regiones más inhóspitas, pero,
a pesar de ello, tuvieron que soportar un clima que era como mínimo tan duro
como un invierno siberiano moderno. No cabe duda de que padecieron mucho (un
neandertal que superase bastante la treintena era realmente afortunado), pero como especie fueron
espléndidamente resistentes y casi indestructibles.
Sobrevivieron 100.000 años como mínimo, y tal
vez el doble, en una zona que se extendía desde Gibraltar
hasta Uzbequistán, lo que es un historial bastante distinguido para cualquier
especie de seres.
Sigue siendo motivo de dudas y discrepancias quiénes y qué eran exactamente. La
visión antropológica aceptada del neandertal
fue, hasta mediados del siglo XX, la de un ser
corto de luces, encorvado, simiesco, que andaba arrastrando los pies, la
quintaesencia del
cavernícola. Fue sólo un doloroso accidente lo que indujo a los científicos a
reconsiderar ese punto de vista. En 1947, un paleontólogo francoargelino
llamado Camille Arambourg, que estaba haciendo trabajo de campo en el Sahara,
buscó refugio del sol del mediodía bajo el ala de su aeroplano ligero. Cuando
estaba allí sentado, uno de los neumáticos del
aparato reventó a causa del calor y el
aeroplano se desplomó hacia un lado súbitamente, asestándole un doloroso golpe
en la parte superior del
cuerpo. Más tarde, en París, fue a hacerse una radiografía del
cuello y comprobó cuando se la entregaron que tenía las vértebras alineadasexactamente
como las del
encorvado y fornido neandertal. O bien era fisiológicamente primitivo o se
había descrito mal la apariencia del
neandertal.
Era esto último en realidad. Las vértebras de los neandertales no tenían nada
de simiescas. Eso cambió por completo nuestra visión de ellos… pero al parecer
sólo durante un tiempo.
Sigue siendo frecuente que se afirme que los neandertales carecían de la
inteligencia o la fuerza de carácter necesarias para competir en condiciones de
igualdad con el recién llegado Homo sapiens, más esbelto y cerebralmente más
dotado. He aquí un comentario característico de un libro reciente: «Los humanos
modernos neutralizaron esa ventaja [el físico considerablemente más vigoroso del neandertal] con
mejor vestimenta, mejores fuegos y mejores albergues; los neandertales, por su
parte, estaban lastrados por un cuerpo demasiado grande cuyo mantenimiento
exigía una mayor cantidad de alimentos.» Dicho de otro modo, los mismos
factores que les habían permitido sobrevivir con éxito durante un centenar de
miles de años se convirtieron de pronto en un obstáculo insuperable.
Hay, sobre todo, una cuestión que casi nunca se aborda y es la de que los
neandertales tenían un cerebro significativamente mayor que el de los humanos
modernos (1,8 litros los primeros frente a 1,4 de los últimos, según un
cálculo). Es una diferencia mayor que la que se da entre el Homo sapiens
moderno y el Homo erectus tardío, una especie que consideramos sin problema
casi humana. El argumentoque se utiliza es que, aunque nuestro cerebro fuese
más pequeño, era por alguna razón más eficiente.
Creo que no me equivoco si digo que en ningún otro punto de la evolución humana
se ha utilizado ese argumento.
Así que, por qué entonces, es muy posible que preguntes, si los neandertales
eran tan fuertes y adaptables y estaban cerebralmente tan bien dotados no están
ya con nosotros. Una respuesta posible (aunque muy discutida) es que quizá lo
estén. Alan Thorne es uno de los principales propulsores de una teoría
alternativa, llamada la hipótesis multirregional,
que sostiene que la evolución humana ha sido continua, que lo mismo que los
australopitecinos evolucionaron convirtiéndose en Homo habilis y Horno
heidelbergensis se convirtió con el tiempo en Homo neanderthalensis, el moderno
Horno sapiens surgió simplemente a partir de formas de Horno más antiguas.
Según este punto de vista, el Homo erectus no es una especie diferenciada sino
una fase de transición. Así, los chinos modernos descienden de antiguos
antepasados Homo erectus de China, los europeos modernos de antiguos Horno
erectus europeos, etcétera.
-Salvo que para mí no hay ningún Homo erectus -dijo Thorne-. Yo creo que es un
término que ya no tiene utilidad. Para mí Homo
erectus no es más que una parte más antigua de nosotros. Yo creo que no
abandonó África más que una especie de humanos y que esa especie es Homo
sapiens.
Los adversarios de la teoría multirregional la rechazan, en primer lugar,
basándose en que exigeuna cuantía inverosímil de evolución paralela de homínidos
por todo el Viejo Mundo (en África, China, Europa, las islas más lejanas de Indonesia,
en los lugares en que aparecieron). Algunos creen también que el
multirregionalismo estimula una visión racista de la que a la antropología le
costó mucho tiempo liberarse. A principios de los años sesenta, un famoso
antropólogo llamado Carleton Coon, de la Universidad de Pensilvania, sugirió
que algunas razas modernas tienen orígenes diferentes, con la idea implícita de
que algunos de nosotros venimos de un linaje superior a otros. Esto rememoraba
incómodamente creencias anteriores de que algunas razas modernas, como los
«bosquimanos» de África (más propiamente los sans del Kalahari) y los
aborígenes australianos eran más primitivos que otros.
Independientemente de lo que pudiese haber pensado Coon, lo que eso implicaba
para mucha gente era que había algunas razas que eran intrínsecamente más
avanzadas y que algunos humanos podían constituir en realidad especies
distintas. Ese punto de vista, tan instintivamente ofensivo hoy, fue muy
popular en lugares respetables hasta fechas bastante recientes. Tengo ante mí
un libro de divulgación publicado por Time-Life Publications en 1961, titulado
The Epic of Man [Épica humana], que está basado en una serie de artículos de la
revista Life. En él se pueden encontrar comentarios como
«el hombre de Rhodesia…
vivió hace sólo 25.000 años y puede haber sido un antepasado de los negros
africanos. El tamaño desu cerebro estaba próximo al de Homo sapiens». En otras
palabras, los africanos negros tenían por antepasados recientes a criaturas que
estaban sólo próximas a Homo sapiens.
Thorne rechaza rotundamente (y yo creo que es sincero) la idea de que su teoría
sea en alguna medida racista. Y explica la uniformidad de la evolución humana
indicando que hubo mucho movimiento y mucho intercambio entre culturas y
regiones.
-No hay ningún motivo para suponer que la gente fuese sólo en una dirección
-dijo-. Se desplazaban por todo el territorio y, donde se encontraban, es casi
seguro que compartían material genético a través de cruces. Los recién llegados
no sustituían a las poblaciones indígenas, se unían a ellas. Se hacían miembros
de ellas.
La situación le parece comparable a la de cuando Cook o Magallanes se
encontraron con pueblos remotos por primera vez.
-No eran encuentros de especies diferentes, sino de miembros de la misma
especie con algunas diferencias físicas.
Lo que en realidad se ve en el registro fósil, insiste Thorne, es una
transición suave e ininterrumpida. -Hay un cráneo famoso de Petralona, Grecia,
al que se ha asignado una antigüedad de unos 300.000 años, que ha sido motivo
de disputa entre los tradicionalistas porque parece en ciertos aspectos un Homo
erectus pero, en otros, un Homo sapiens.
Pues bien, lo que nosotros decimos es que esto es exactamente lo que esperarías
encontrar en especies que, en vez de estar siendo desplazadas, estuviesen
evolucionando.Algo que ayudaría a aclarar las cosas sería que se encontrasen
pruebas de cruces, pero eso no resulta nada fácil de probar, ni de refutar, a
partir de fósiles.
En 1999, unos arqueólogos de Portugal
encontraron el esqueleto de un niño de unos cuatro años que había muerto hace
unos 24.500. Era un esqueleto absolutamente moderno, pero con ciertas
características arcaicas, posiblemente neandertales: huesos de las piernas
insólitamente robustos, dientes con una pauta distintiva «en pala» y (aunque no
todo el mundo esté de acuerdo) una hendidura en la parte posterior del cráneo denominada
fosa suprainiaca, un rasgo exclusivo de los neandertales. Erik Trinkaus de la
Universidad de Washington, San Luis, la principal autoridad en neandertales,
proclamó que el niño era un híbrido, una prueba de que neandertales y modernos
se cruzaron. Otros, sin embargo, consideraron que los rasgos neandertales y
modernos no estaban tan mezclados como
debieran. Como
dijo un crítico: «Si miras una mula, no ves que la parte delantera parezca de
un asno y la trasera de un caballo». Para Ian Tattersall no era más que «un
niño moderno fornido». Él acepta que es muy posible que haya habido
«jueguecitos» entre neandertales y modernos, pero no cree que eso pudiese haber
conducido a vástagos reproductivamente aptos (Una posibilidad es que
neandertales y cromañones tuviesen un número diferente de cromosomas, una
complicación que suele plantearse cuando se cruzan especies que están próximas
pero que no son del
todoidénticas. En el mundo equino, por ejemplo, los caballos tienen 64
cromosomas y los asnos 62. Si los cruzas tendrás un vástago con un número de
cromosomas reproductiva mente inútil, 62. Tendrás, en suma, una mula estéril.
(N. del A.)
-No conozco ningún caso de dos organismos de cualquier reino de la biología que
sean tan distintos y, pese a ello, pertenezcan a la misma especie -dijo.
Al ser tan escasa la ayuda del registro fósil,
los científicos han recurrido cada vez más a los estudios genéticos, en
especial a la parte conocida como
ADN mitocondrial. El ADN mitocondrial no se descubrió hasta 1964, pero, a
mediados de los años ochenta, ciertas almas ingeniosas de la Universidad de
California, Berkeley, se dieron cuenta de que había dos características que lo
hacían especialmente útil como una especie de reloj molecular: se transmite
sólo por línea femenina, por lo que no se mezcla con el ADN paterno en cada
nueva generación, y muta unas veinte veces más deprisa que el ADN nuclear
normal, lo que facilita la detección y el seguimiento de pautas genéticas a lo
largo del tiempo. Rastreando los índices de mutación se podían determinar las
historias genéticas y las relaciones de grupos completos de individuos.
En 1987, el equipo de Berkeley, dirigido por el difunto Allan Wilson, hizo un
análisis de ADN mitocondrial de 147 individuos y proclamó que los humanos
anatómicamente modernos habían surgido en África en los últimos 140.000 años y
que «todos los humanos actuales descienden de aquellapoblación». Era un golpe
serio para los multirregionalistas.
Pero luego se empezaron a examinar los datos con más detenimiento. Uno de los
puntos más extraordinarios (en realidad, casi demasiado extraordinario para
creerlo) era que los «africanos» utilizados en el estudio eran en realidad
afroamericanos, cuyos genes habían sido sometidos evidentemente a cambios
considerables en los últimos cientos de
años. No tardaron en surgir también dudas sobre los supuestos índices de
mutaciones.
En 1992, el estudio estaba prácticamente desacreditado. Pero las técnicas de
análisis genético siguieron perfeccionándose; en 1997, científicos de la
Universidad de Múnich consiguieron extraer y analizar ADN del hueso del brazo del
hombre de Neandertal original y esta vez quedó demostrado. Según el estudio de
Múnich el ADN neandertal era diferente a cualquier ADN hallado en la Tierra
hoy, lo que indicaba rotundamente que no había ninguna relación genética entre
neandertales y humanos modernos.
Esto era, sin duda, un golpe para el multirregionalismo.
Luego, a finales de 2000, Nature y otras publicaciones informaron sobre un
estudio sueco del ADN mitocondrial de cincuenta y tres personas que indicaba
que todos los humanos modernos surgieron en África en los últimos 100.000 años
y procedían de un grupo reproductor de no más de 10.000 individuos.
Poco después, Eric Lander, director del Centro Whitehead/MIT, proclamó que los
europeos modernos, y tal vez gente de más lejos, proceden de «nada más que
unoscuantos centenares de africanos que dejaron su tierra natal en fecha tan
reciente como hace sólo 25.000 años».
Como hemos indicado en otra parte del libro, los seres
humanos modernos muestran una variabilidad notablemente escasa (una autoridad
en la materia ha dicho que «hay más diversidad en un grupo social de cincuenta
y cinco chimpancés que en toda la población humana») y eso explicaría por qué.
Como somos
descendientes recientes de una pequeña población fundadora, no ha habido tiempo
suficiente para aportar una fuente de gran variabilidad.
Parecía un golpe bastante serio contra el multirregionalismo.
«Después de esto -explicó al Washington Post un profesor de la Universidad Penn
State-, la gente no se interesará demasiado por la teoría multirregional, que
puede aportar muy pocas pruebas.»
Pero todo esto pasaba por alto la capacidad más o menos infinita de sorpresa
que brindaba la antigua gente de Mungo, en el oeste de Nueva Gales del Sur. A
principios de 200, Thorne y sus colegas de la Universidad Nacional Australiana
comunicaron que habían recuperado ADN de los especímenes más antiguos de Mungo
(a los que se asigna una antigüedad de 62.000 años) y que se trataba de un ADN
«genéticamente diferenciado».
El hombre de Mungo era, de acuerdo con estos descubrimientos, anatómicamente
moderno (exactamente igual que tú y que yo), pero portaba un linaje genético
extinto. Su ADN mitocondrial, que debería estar presente en los humanos
actuales, no lo está, no se encuentra ya enhumanos actuales como
debería encontrarse si, como
todos los demás humanos modernos, descendiese de individuos que hubiesen
abandonado África en el pasado reciente.
-Eso volvió a ponerlo todo patas arriba -dijo Thorne con evidente satisfacción.
Luego empezaron a aparecer anomalías aún más curiosas. Rosalind Harding, una
genetista de las poblaciones del Instituto de Antropología Biológica de Oxford,
descubrió, cuando estudiaba genes de betaglobina humana en individuos modernos,
dos variantes que son comunes entre los asiáticos y los aborígenes de Australia, pero
que apenas aparecen en África. Harding está segura de que esa variante surgió
hace más de 200.000 años, no en África sino en el este de Asia…
mucho antes de que el Horno sapiens moderno llegase a la región. El único modo
de explicar la presencia de esos genes es aceptar que entre los ancestros de la
gente que hoy vive en Asia figuraban homínidos
arcaicos (el hombre de Java y otros similares). Curiosamente, esa misma
variante genética (el gen del hombre de Java, como si dijésemos)
aparece en poblaciones modernas de Oxfordshire.
Desconcertado por todo esto, fui a ver a la señora Harding al instituto,
emplazado en un viejo chalé de ladrillo de Banbury Road, Oxford.
Harding es una australiana oriunda de Brisbane, pequeña y alegre, con una
extraña habilidad para ser divertida y seria al mismo tiempo.
-No sé -dijo inmediatamente, sonriendo, cuando le pregunté cómo la gente de
Oxfordshire podía tener secuencias debetaglobina que no debían aparecer allí.
-En general -continuó en un tono más sombrío-, el registro genético apoya la
hipótesis del origen africano. Pero luego encuentras esos grupos genéticos de
los que la mayoría de los genetistas prefiere no hablar. Hay inmensas
cantidades de información que tendríamos disponible si pudiésemos
interpretarlos, pero que aún no podemos. Apenas hemos hecho más que empezar.
Se negó a abordar la cuestión de lo que puede significar la existencia de genes
de origen asiático en Oxfordshire, limitándose a decir que la situación es
claramente complicada.
-Lo único que podemos decir en esta etapa es que es todo muy irregular y no
sabemos en realidad por qué.
Por la época en que nos vimos, a principios de 2002, otro científico de Oxford
llamado Bryan Sykes acababa de publicar un libro de divulgación titulado Las
siete hijas de Eva en el que, basándose en estudios de ADN mitocondrial,
afirmaba que había podido rastrear el origen de casi todos los europeos
actuales y que se remontaba a una población fundadora de sólo siete mujeres
(las «hijas de Eva» del título) que vivieron entre hace 10.000 y 45.000 años,
en el periodo conocido por la ciencia como el Paleolítico. Sykes asignó un
nombre a cada una de esas mujeres (Ursula, Xenia, Jasmine, etcétera).
Y les atribuyó incluso una detallada historia personal («Ursula era la segunda
hija de su madre. A la primera la había matado un leopardo cuando no tenía más
que dos años…»).
Cuando le pregunté a Harding por ellibro, esbozó una sonrisa amplia pero
prudente, como si no estuviese del todo segura de adónde quería llegar con
su respuesta.
-Bueno, creo que hay que otorgarle cierto crédito por ayudar a divulgar un tema
difícil -dijo, e hizo una pausa reflexiva-. Y existe la posibilidad remota de
que tenga razón.
Se echó a reír y luego continuó en un tono más entusiasta:
-La verdad es que los datos de un solo gen cualquiera no pueden decirnos nada
tan definitivo. Si rastreases el ADN mitocondrial, podría llevarte a un lugar
determinado… a una Ursula, una Tara o lo que
sea. Pero si cogieses cualquier otro fragmento de ADN, cualquier gen que sea, y
rastreases hacia atrás, te llevaría a un lugar completamente distinto.
Llegué a la conclusión de que aquello se parecía un poco a seguir un camino al
azar partiendo de Londres y encontrarte con que acabas en J ohn O'Groats, y
sacar de ello la conclusión de que todos los de Londres tienen que haber
llegado
del norte de Escocia. Podrían haber llegado de allí, claro, pero podrían haber
llegado igualmente de otro centenar de sitios cualesquiera. En ese sentido,
según Harding, cada gen es una carretera diferente y apenas hemos hecho más que
empezar a cartografiar las rutas.
-Un solo gen nunca va a contarte toda la historia - dijo.
sNo se puede confiar entonces en los estudios genéticos?
-Bueno, no, puedes confiar bastante en ellos, hablando en términos generales.
En lo que no puedes confiar es en las conclusiones radicales que la gente
suelerelacionar con ellos.
Ella cree que el origen africano es «probablemente correcto en un 95», pero
añade: -Yo creo que ambas partes han hecho un mal servicio a la ciencia al
insistir en que debe ser una cosa o la otra. Es probable que las cosas no sean
tan sencillas como
los dos bandos quieren que pienses. Las pruebas están empezando claramente a
indicar que hubo múltiples migraciones y dispersiones en diferentes partes del mundo que iban en todas direcciones y que provocaron
una mezcla general del
patrimonio genético. Es un problema que no va a resultar fácil de resolver.
Justo por entonces hubo también una serie de informes que ponía en duda la
fiabilidad de las afirmaciones relacionadas con la recuperación de ADN muy
antiguo. Un académico había comentado, en un artículo publicado en Nature, que
un paleontólogo al que un colega había preguntado si creía si un cráneo antiguo
estaba o no estaba barnizado, había lamido la parte superior de él y había
proclamado que lo estaba. «Al hacer eso -indicaba el artículo de Nature- se
habían transferido al cráneo grandes cantidades de ADN humano moderno», haciéndolo
inviable para un futuro estudio. Le pregunté a Harding por esto.
-Bueno, es casi seguro que estaría contaminado ya -dijo-. El simple hecho de
manejar un hueso lo contamina. Respirar sobre él lo contamina. La mayoría del agua de nuestros
laboratorios lo contamina. Estamos todos nadando en ADN ajeno. Para conseguir un espécimen que se pueda confiar en que
está limpio, tienes queexcavarlo en condiciones estériles y hacerle pruebas in
situ. Es dificilísimo, en realidad, no contaminar un espécimen.
-sHay que dudar, por tanto, de esas afirmaciones? - le pregunté. La señora
Harding asintió solemnemente: -Mucho -dijo.
Si quieres comprender inmediatamente por qué sabemos tan poco como sabemos sobre los orígenes humanos,
tengo el lugar ideal para ti. Se encuentra en Kenia, un poco más allá del borde de azules montañas Ngong, al sur y al oeste de Nairobi. Sal de la ciudad
por la carretera principal hacia Uganda
y experimentarás un momento glorioso y fascinante
cuando el suelo desaparezca a tus pies y se te otorgue una vista como desde un ala delta
de llanura africana sin límites de un verde pálido.
Se trata del
Gran Valle del Hundimiento, que se extiende en un arco de casi 5.000 kilómetros
por el este de África, señalando la ruptura tectónica que hace romper amarras a
África de Asia. Allí, a unos 65 kilómetros de Nairobi,
siguiendo el tórrido lecho del valle, hay un
antiguo yacimiento llamado Olorgesailie, que se hallaba en otros tiempos al
lado de un lago grande y bello.
En 1919, mucho después de que el lago se hubiese esfumado, un geólogo llamado
J. W. Gregory andaba explorando la zona en busca de minerales cuando cruzó una
extensión de terreno despejado llena de unas anómalas piedras oscuras a las que
era evidente que había dado forma la mano del hombre. Había encontrado uno de
los grandes yacimientos de manufactura de herramientas achelense del que me habíahablado
Ian Tattersall.
Inesperadamente, en el otoño de 2002 me convertí en un visitante de ese lugar
extraordinario. Estaba en Kenia con un objetivo completamente distinto,
visitando unos proyectos de la organización benéfica CARE Internacional, pero
mis anfitriones, que conocían mi interés por los orígenes humanos en relación
con este libro, habían incluido en el programa una visita a Olorgesailie.
Después de que el geólogo Gregory lo descubriese, Olorgesailie permaneció
intacto durante dos décadas más, hasta que el famoso equipo de marido y mujer
formado por Louis y Mary Leakey inició una excavación que aún no está
terminada. Lo que los Leakey encontraron fue un yacimiento que tenía unas
cuatro hectáreas de extensión, donde se habían hecho herramientas en número
incalculable durante un millón de años aproximadamente, desde hace 1,2,
millones de años hasta unos doce mil años atrás. Hoy los depósitos de útiles
están protegidos de los peores efectos de los elementos bajo grandes cobertizos
de lata y vallados con tela metálica para disuadir a los visitantes carroñeros,
pero los útiles se dejan por lo demás donde los dejaron sus creadores y donde
los encontraron los Leakey.
Jillani Ngalli, un aplicado joven del Museo
Nacional de Kenia, que había sido enviado para que sirviera de guía, me explicó
que las piedras de cuarzo y de obsidiana de las que se habían hecho las hachas
no se encontraban en el lecho del
valle.
-Tuvieron que transportar las piedras desde allí - dijo.
Indicó unpar de montañas en el nebuloso segundo plano, en direcciones opuestas respecto al
yacimiento: Olorgesailie y
oí Esakut. A unos diez kilómetros de distancia cada una de ellas, una distancia
larga para acarrear una brazada de piedras.
La razón de que la antigua gente de Olorgesailie se tomara tantas molestias es
algo sobre lo que sólo podemos aventurar
hipótesis, claro está. No sólo arrastraron grandes piedras a distancias
considerables hasta la orilla del
lago, sino que organizaron el trabajo. Las excavaciones de los Leakey revelaron
que había zonas donde se hacían hachas y otras donde las que estaban
desafiladas se afilaban. Olorgesailie era, en suma, una especie de fábrica, una
fábrica que había estado funcionando un millón de años.
Diversas reproducciones efectuadas han mostrado que las hachas eran objetos
complicados y que exigían mucho trabajo (incluso con práctica, se tardaba
varias horas en hacer una) y lo más curioso es que no eran demasiado buenas
para cortar ni picar ni raspar ni ninguna otra de las tareas para las que
presumiblemente se usaban. Así que nos encontramos ante el hecho de que,
durante un millón de años (mucho, muchísimo más incluso de lo que lleva
existiendo nuestra especie y aún más de lo que lleva dedicada a tareas de
cooperación continuadas), esa gente antigua acudía en número considerable a
aquel lugar concreto a hacer una cantidad estrambóticamente grande de
herramientas que parecen haber sido bastante inútiles.
sY quién era esa gente? En realidad, notenemos la menor idea. Suponemos que se
trataba de Homo erectus porque no hay ningún otro candidato conocido, lo que
significa que en su periodo de apogeo los trabajadores de Olorgesailie habrían
tenido el cerebro de un niño pequeño moderno. Pero no hay ninguna evidencia
material sobre la que basar una conclusión. Pese a más de sesenta años de
búsqueda, nunca se ha encontrado un hueso humano ni en Olorgesailie ni en sus
cercanías. Por mucho tiempo que pasasen dando forma a las piedras, parece ser
que iban a morir a otro sitio.
-Es todo un misterio -me dijo Jillani Ngalli, sonriendo muy feliz.
La gente de Olorgesailie desapareció de escena hace unos 200.000 años, cuando
se secó el lago y el valle del Rift empezó a convertirse en el lugar cálido y
duro que es hoy. Pero, por entonces, sus días como especie estaban ya contados. El mundo
estaba a punto de conseguir su primera raza auténticamente dominante: Homo
sapiens. Las cosas nunca volverían a ser igual.