EL DESCUBRIMIENTO
DE AMERICA
que también podría llamarse 'Los primeros ladrones'
Parte de: “500 ENGAÑOS: Otra cara de la historia”, de
JOSÉ IGNACIO Y MARÍA LÓPEZ VIGIL. Basado en el texto de
Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”.
MARINERO —¡¡Tierra!! ¡Tierra a la vista!
LOCUTOR —En la feliz madrugada del día 12 de octubre de 1492, el
joven marinero español Rodrigo de Triana, desde el alto mastil de
La Pinta, divisó por vez primera las tierras de América.
¡Amanecer de un nuevo mundo! ¡Fecha memorable en que se unieron en
un abrazo de razas las dos mitades del
planeta: España y América, América y España!
¡Celebramos el ciento quintenario, perdón, el quinto centenario de
aquella epopeya de valientes, forjadores de la historia!
VECINA —¡Qué hombres aquellos! ¡Qué mollejas
tenían! Ese Colón, mira que atreverse a venir de alla para
aca montado en un barquito!
ABUELO —¡Chsst! ¡Callese y deje oír, señora!
COLON —Os agradezco, Señor, por
haberme librado de las acechanzas del viento y
del mar.
Vuestra mano poderosa me ha conducido sano y salvo hasta estas lejanas tierras.
¡Gracias os doy, Señor! ¡Todos los libros de historia
mencionaran mi nombre y hablaran de este momento!
MARINERO —¡Tierraaa!!
VECINA —¡Qué momento, señores, qué momento!
¿Qué sentiría don Cristóbal cuando ya iba a poner
la pata en tierra?
ABUELO —Yo siempre digo que la historia del mundo sedivide en dos: antes de
Colón y después de Colón.
LOCUTOR —El almirante Cristóbal Colón cae de rodillas, besa
el suelo de América, alza el estandarte español y, clavando la
cruz en tierra, exclama:
COLON —¡En nombre de Dios y en nombre de sus Católicas
Majestades, la Reina Isabel y el Rey Fernando, tomo posesión de esta
tierra que he descubierto y de todas las tierras que en lo sucesivo
descubriré!
VECINA —A mi se me ponen los pelos de punta cuando oigo estas cosas!
¡Qué grande fue el descubrimiento de América!
COMPADRE —Y lo mas grande, ¿sabe qué fue,
señora? Que Colón llegó aquí por carambola.
VECINA —¿Cómo que por carambola?
COMPADRE —Sí, por pura casualidad. El creía que
había llegado a Asia, a la India, por el otro lado del mundo, navegando
en la dirección del sol. Y todavía se murió creyendo que
aquella islita del Caribe, y Venezuela, y Cuba, eran parte del Japón.
ABUELO —¡Pues bendito error porque gracias a eso, nos
descubrió!
COMPADRE —Bueno, señor, ya nosotros estabamos descubiertos
por nosotros mismos, ¿no le parece?
VECINA —Oiga, ¿y qué es lo que andaba buscando Colón
tan lejos? ¿Para qué quería ir hasta el Japón?
COMPADRE —Pimienta, nuez moscada, clavo de olor, jengibre, canela
Aunque parezca mentira, lo que venía buscando Colón era eso. La
pimienta y la canela se usaban en aquel tiempo para conservar la carne. Claro,
la mayoría de la gente no las necesitaba porque nocomía carne.
Eran los reyes, los ricos, los que andaban detras de esos condimentos.
Una bolsa de pimienta valía entonces mas que la vida de un
hombre. Y como
había tan poca, estaba carísima.
MERCADER
ITALIANO —¿Carísima? ¡Oh, no!, ¿cómo
sera posible que la sua majesta, la reina Isabel de
España, dica questa cosa? Pruebe, pruebe ¡Pimienta negra
traída de la India, del mas remotísimo oriente!
REINA
ESPAÑOLA —Y cobrada al mas altísimo precio.
Vosotros, los mercaderes de Venecia, estais estrangulando a todas las
cortes de Europa!
MERCADER —¡Mama mía! ¡Estrangulando! No,
majesta, lo que estamos es adornando con collares de perlas los
pescuezos de las reinas, y sazonando los almuerzos de los príncipes!
Ma, olvide agora la pimienta y mire questa pochelana china
¡belísima! ¿Y questa alfombra de Persia? ¡Delicadísima!
COMPADRE —No era sólo la reina Isabel de España. Todos los
reinos de Europa andaban alborotados buscando una nueva ruta hacia la India, hacia el
Japón. Alla se conseguían todos esos lujos. Pero el
negocio lo controlaban los comerciantes italianos.
Portugal
se lanzó por el mar, bordeando Africa, para llegar a aquellos
países. Y España le pagó el viaje a Colón para ver
si encontraba un camino mas rapido por el otro lado. Ese era el
problema: que los reyes y las reinas necesitaban condimentos para sus
banquetes. También necesitaban oro y plata para pagar a los comerciantes
que lestraían los condimentos. Y que les traían, ademas,
joyas, alfombras y sedas para sus palacios.
Cuando Colón llegó a América, pimienta no encontró.
Pero encontró indios y
COLON
—¿De dónde viene ese oro que llevais colgado en las
narices y en las orejas, eh? ¿Quede dónde viene, digo?
¿Japón? ¿Esto es Japón? ¿O la China?
¿A dónde he llegado yo? ¿Y con vosotros, qué pasa,
sois mudos? No, no me ofrezcais pajaritos de colores, para qué
los quiero. El oro ¿de dónde lo sacasteis? ¿De
dónde?
COMPADRE —Y como
buen comerciante, Colón no perdió la oportunidad. Ahí
mismito les cambió a los indios sus adornos de oro por pedazos de
vidrio, espejitos, chucherías que traían los marineros. Y cuando
se supo en España el resultado de la aventura de Colón
ESPAÑOL —¡Tenía razón el almirante, la tierra
es redonda!
OTRO ¡Redonda, pero no como
un huevo! ¡Sino como
un doblón de oro!
COMPADRE Y el grito de Rodrigo de Triana al llegar a América
MARINERO ¡¡Tierraaa!!
COMPADRE se escuchó de manera muy distinta en España
MARINERO ¡¡Orooo..!!
COMPADRE En España y en toda Europa. Porque todo el mundo se
enloqueció con el descubrimiento del
oro de América. En poco tiempo, la noticia corrió de boca en boca
y de puerto en puerto
ESPAÑOL —¿Quién dijo oro? ¿Dónde
esta?
OTRO —¿Quién viaja conmigo? ¡Necesito 100 hombres
audaces! ¡A las Indias,
vamos a las Indias!
¡A los valientesayuda fortuna!
Era una fiebre de oro. Las tierras vírgenes de América
encendían la codicia de los capitanes, de los soldados en harapos, de
los presos reclutados en las carceles de Sevilla. Los comerciantes y los
banqueros pagaban los viajes y cobraban la mayor parte del botín. El oro
iba a remediar todos los males de Europa. Con el nuevo oro se iban a pagar
todas las deudas y a comprar todos los lujos.
VECINA —Bueno, pero al lado de los que buscaban oro, iban los misioneros
que nos predicaban a Cristo y a la Virgen. Valga una cosa por la otra, digo yo.
ABUELO —Así es, así es, señora. La mejor herencia
que nos dejaron aquellos hombres fue la religión verdadera, el
catolicismo.
COMPADRE —Sí, la verdad es que la Iglesia Católica y y
bueno, hasta el mismo Papa tuvo mucho que ver en este asunto de
América
PAPA —Yo, Alejandro Sexto, sumo Pontífice de la Iglesia por la
gracia de Dios, entrego a la cristianísima corona de España todas
las tierras que se descubran hacia el occidente. Y a la no menos cristiana
corona de Portugal, todas las tierras que se descubran hacia el oriente.
Y el Papa firmó un documento y cortó el mundo en dos como quien
corta un pollo: América para España y Africa para
Portugal. Así lo dispuso el Pontífice Alejandro Sexto en 1493,
sólo un año después de llegar Colón a
América.
VECINA —Por lo que veo, ese Papa era muy generoso con lo ajeno.
ABUELO —Mas respetocon el Papa, señora.
VECINA —Pero, Óigame señor, ¿qué es eso de
andar regalando países como el que regala caramelos?
ABUELO —Bueno, señora, eran otros tiempos
COMPADRE —El caso es que el Papa Alejandro Sexto, que por cierto era
español, le regaló a España todas las tierras de
América para que las evangelizaran. A cambio del evangelio, los
españoles podían quedarse con el oro de los indios y hasta con
los indios.
¿Saben ustedes cómo hacían los españoles antes de
entrar en un poblado indígena? Pues hacían un
«requerimiento». Llevaban una especie de notario y delante de
él debían leer un discurso. En ese discurso se informaba a los
indios que todas sus tierras habían sido regaladas por el Papa a los
reyes españoles. Y, por lo tanto, los indios debían obedecer,
aceptar la orden del Papa y bautizarse. Eso era lo que se les
«requería».
VECINA —¿Y si los indios no «querían» eso que
les «requerían»?
ESPAÑOL —Si no lo hacéis o tardais en hacerlo, os
certifico que con la ayuda de Dios nosotros entraremos con toda nuestra fuerza
contra vosotros y os haremos la guerra por todas partes. Y tomaremos vuestras
personas y vuestras mujeres e hijos y los haremos esclavos. Y tomaremos
vuestras propiedades y os haremos todos los males y daños que podamos. Y
de las muertes y daños que os hagamos, ¡seréis vosotros los
culpables y no nosotros!
VECINA —¡Qué barbaridad, Dios mío! O sea que vienen a
mi casa,me roban, me violan, me matan, y encima soy yo la culpable!
COMPADRE —Así era al principio. Después, para acabar
mas pronto, el discurso lo leían en latín, sin
traducción
VECINA —Pero, entonces los indios no entendían nada
COMPADRE —Por eso mismo. Lo leían en latín, y a media
noche y a media legua de los caseríos.
BARTOLOME —Entraban los españoles en los pueblos y no dejaban
niños ni viejos ni mujeres preñadas que no desbarrigaran y
hacían pedazos. Hacían apuestas sobre quién de una
cuchillada abría un indio por medio o le cortaba la cabeza de un tajo.
Tomaban las criaturas por las piernas y daban con ellas en las piedras.
Hacían unas horcas largas y de trece en trece, en honor de Jesucristo y
los doce apóstoles, los quemaban vivos. Para mantener a los perros
amaestrados en matar, traían muchos indios en cadenas y los
mordían y los destrozaban, y tenían carnicería
pública de carne humana, y les echaban los pedazos a los perros Yo vi
todo esto y muchas maneras de crueldad nunca vistas ni leídas
ABUELO —¡Basta ya! ¡Usted es un comunista! ¡Y no tolero
que usted siga hablando disparates y difamando a aquellos héroes!
COMPADRE —No los difamo yo. Eso que usted acaba de oír lo
escribió el obispo Fray Bartolomé de las Casas en 1552. El vio
todas estas cosas con sus propios ojos.
ABUELO —Otro comunista sería ése
COMPADRE —Bueno, el comunismo no se había inventado
todavía. Nila teología de la liberación. Lo que yo hago es
contar la historia.
ABUELO —Usted manipula la historia, que es distinto. ¡Calumnias! A
mí me consta que muchos indios se bautizaron.
VECINA —Mas le valía hacerlo, claro
COMPADRE —Pues si supiera que tampoco les valía. Porque si se
bautizaban ya eran cristianos. Y si eran cristianos, ya eran siervos del rey de
España. Y si eran siervos del rey, tenían que entregarle todo el
oro como impuestos. Y cuando se acababa el oro, el impuesto lo pagaban
trabajando como esclavos para los españoles.
VECINA —Caray, pero entonces ¡me matan si no hay bautizo, y si
hay bautizo me matan!
Y los mataban en los ríos de Haití, de Dominicana, en los
lavaderos de oro, con el agua a la cintura, moviendo y removiendo la arena del
fondo por si traía el polvillo dorado. Miles y miles de indios del
Caribe murieron en aquellos trabajos forzados.
INDIO —Todavía no lo entiendo. Cuando los hombres blancos vinieron
por el mar, no les hicimos daño. Llegaron a nuestra tierra y les dimos a
comer pan de casabe. Abrimos el bohío para ellos. Luego fue la espada
con filo, los colmillos de los perros y el latigo. Y robar nuestras
mujeres. Y al río, a buscar oro, noche y día buscando. Eso
sólo querían: oro. ¿Les alcanzarían los cuerpos para
tanto adorno? Tanta lagrima fue, tanta tristeza, que le perdimos amor a
la vida. Y nos dejamos ahogar en el mismo río. El mas abuelo
seamarró una piedra al cuello y fue al torrente. Nosotros detras.
Con humo venenoso nos matabamos. Con la amargura de la yuca nos matabamos.
Nos ahorcamos con nuestras propias manos. Después quedaron las palmeras
solas.
Se mataron, los mataron, los contagiaron de viruela y sífilis. Los
indios no tenían defensas ante las enfermedades nuevas, que no se
conocían en América. Así se despobló Cuba, Jamaica,
Borinquen, Haití y todas las islas pequeñas del Caribe.
PERIODISTA —A la llegada de los españoles, Haití contaba
con una población de 500 mil indígenas. Veinte años
mas tarde, apenas quedaban 30 mil esclavizados por los españoles.
470 mil habían muerto. 50 años mas tarde, ya no
había un sólo indio para contar lo ocurrido.
VECINA —¡Cuanto muerto, Virgen santa, cuanto abuso!
ABUELO —Oiga usted, eso hay que demostrarlo. A ver, ¿de
dónde esta sacando esos datos? ¡Eso es una
exageración!
COMPADRE —¿Exageración? Creo que me quedé corto.
Algunos historiadores hablan de un millón y hasta de 3 millones de
indios que vivían en el Caribe. Bastaron muy pocos años para
acabar con todos ellos. Y también para acabar con el poco oro que
había en los ríos de las islas. Y ahora, ¿qué?
¿Dónde encontrarían mas oro los españoles?
CORTES —¡En tierra firme! ¡En el imperio de los aztecas!
Hernan Cortés se embarcó hacia México y
destruyó la gran ciudad de Tenochtitlan. Lo cuentan las voces de
los vencidos.MEXICANA —¡Lo recuerdo, no se me borra! ¡Se
aturdían las orejas! ¡Venían con truenos, lluvia de fuego,
y en venados altos, de hierro!
En América no se conocían los caballos, ni las armaduras ni la
pólvora. Ante el estampido de los cañones y los arcabuces, los
indios se espantaban, huían. De nada les servía la flecha ni el
escudo de guerra.
MEXICANA —Con los tesoros del templo, hicieron una gran bola de oro. Y
dieron fuego a todo lo demas. Como si fueran monos buscaban el oro,
tenían hambre furiosa de oro. Como puercos hambrientos lo deseaban
Pero no se saciaban nunca. Fueron hacia el sur. En el Perú, el emperador
inca Atahualpa trató de aplacar a Pizarro llenando un cuarto entero de
oro y dos de plata. No bastó para salvar su vida ni la del imperio del
sol. El español lo degolló y se lanzó sobre el Cuzco a
golpes de hacha. Francisco Pizarro, un analfabeto que había sido criador
de cerdos, rompió los adornos de las ceremonias sagradas, las joyas
antiguas, los dioses, los brazaletes, las diademas de la fiesta Todo se
convirtió en barras de oro español.
PERUANO —Nada dejaron los recién llegados. Trabajo de años
y mano suave, todo rompieron. Nada para alegrar a la madre tierra. Nada donde
pueda reflejarse el padre sol.
Fundieron todo el oro y lo embarcaron hacia España. Pero querían
mas. Buscaban oro en las lagunas, en las selvas, en el fondo de los
volcanes. Buscando oro, llegó Núñezde Balboa al
Pacífico y Alvarado a Guatemala. Buscando oro, Pedro de Valdivia
atravesó el desierto hasta Chile. Y Lope de Aguirre enloqueció
tratando de hallar aquella ciudad de El Dorado que nunca aparecía
ABUELO —La conclusión que saco de lo que aquí se ha dicho
—si esos datos son ciertos— es que los de alla eran unos
grandísimos ladrones. Y los de aca, unos perfectos idiotas.
VECINA —Ay, no, señor, no hable así de los muertos
ABUELO —Pero, señora, cómo es posible que imperios tan
grandes se dejaran ganar tan sosamente.
COMPADRE —No se olvide de la pólvora, de las enfermedades. Y una
enfermedad peor que todas: la desunión. Cuando los españoles
llegaron, nuestros pueblos estaban muy divididos. Los tlaxcaltecas odiaban a
los aztecas, los caribes le hacían la guerra a los taínos, los de
Quito contra los del Cusco Atahualpa y Huascar eran hermanos. Pero
hermanos enemigos. Los españoles aprovecharon estas divisiones y nos
traicionamos unos a otros. Yo creo que el mayor error de nuestros abuelos fue
ése: estar desunidos frente a los invasores.
VECINA —¿Y son esas cosas tan horribles las que celebramos el 12
de octubre, ese que llaman Día de la Raza? ¡Pues vaya una
celebración!
ABUELO —Bueno, señora, celebramos el descubrimiento de
América.
COMPADRE —El desangramiento, querra decir usted.
VECINA —Y dígalo bien alto. Que si el comienzo fue así,
¡¿cómo sera lo que vino detras?!