Alquimia
NATURALEZA Y LENGUAJE DE LA ALQUIMIA
En nuestro libro sobre la naturaleza del arte sagrado7, varias veces nos vimos
obligados a tomar la alquimia como punto de comparación, y precisamente en todos
aquellos casos en los que consideramos la creación artísticano en su aspecto
externo o estético, sino en su proceso interno, que tiene por objeto una
maduración espiritual, una transformación o renacimiento del artista. La alquimia,
que sus maestros llaman también arte e incluso arte regio (ars regia), ofrece
-con su metáfora de la conversión de los metales ordinarios en los metales preciosos
de plata y oro–, una elocuente imagen de este proceso interior. En realidad, la
alquimia puede ser definida como el arte de las
transformaciones del alma. Con ello no pretendemos negar que la alquimia
conozca y realice también operaciones metalúrgicas, como la limpieza y
aleación de metales, con los procesos químicos correspondientes; pero su
verdadera obra –de la que todas estas manipulaciones no eran sino referencias
externas, símbolos de orden práctico– era la transformación del alma. A este respecto, el testimonio de los alquimistas es unánime.
Así, por ejemplo, en el 'Libro de los siete capítulos', atribuido a
Hermes Trismegisto, padre espiritual de la alquimia, se dice: «Mirad, os he revelado
lo que estaba escondido: la obra [alquímica] está con vosotros y en vosotros; y
porque se halla siempre en vosotros, siempre la tendréis presente, estéis donde
estéis, en la tierra o en el mar»8 Y en la famosa transcripción del diálogo
del rey moro Chalid con el sabio Morieno (o Mariano) se dice que el rey
preguntó al sabio dónde podía hallarse la cosa que servía para realizar la obra
hermética. Morieno guardó silencio largo tiempo y, alfin, respondió: «tOh,
Majestad, voy a confesaros la verdad, y ésta es la de que Dios, en su gran
misericordia, ha puesto esta cosa extraordinaria en vos mismo: en dondequiera
que estéis, está siempre con vos y de vos no puede separarse 9 Por tanto, lo que constituye el fundamento de la obra,
su verdadera «materia», es la propia naturaleza del hombre.
La diferencia entre la alquimia y cualquier otro arte
sagrado reside, pues, en que la maestría no está a la vista, como en la
arquitectura o la pintura, en un plano externo y «artesano», sino que se realiza
sólo interiormente, pues la transformación del plomo en oro, que es en lo que
consiste el magisterio alquímico, supera las posibilidades de la artesanía. Lo
prodigioso de este proceso, el cual supone un salto que, a juicio del
alquimista, la naturaleza puede dar sólo en un tiempo incalculable, constituye
precisamente la diferencia entre las posibilidades materiales y las
espirituales; mientras que la materia mineral –cuyas disoluciones,
cristalizaciones, fusiones y combustiones reflejan en cierto sentido las
transformaciones del alma– permanece sujeta a ciertas leyes físicas, el alma, gracias
a su encuentro con el espíritu que no está ligado a ninguna forma, puede vencer
las presiones psíquicas que ocupan el lugar de dichas leyes. El plomo reprsenta
el estado caótico, bruto y quebradizo del metal o del hombre interior, en contraposición
al cual el oro, «luz solidificada» y «sol terrenal» expresa la perfeccióntanto
en el reino de los tales como en la condición humana. En el concepto alquímico,
el oro es el verdadero objetivo de la naturaleza mineral; todos los demás metales
son etapas preliminares o tentativas para llegar a él; sólo el oro posee un
perfecto equilibrio de las propiedades de todos los metales y, por tanto,
también inmutabilidad. «El cobre no descansa hasta convertirse en oro», dice el
maestro Eckehart, al referirse al alma que añora su
naturaleza inmortal. Por tanto, los alquimistas no
pretendían, según se ha dicho, convertir en oro los metales ordinarios
aplicando ciertas fórmulas secretas en las que sólo ellos creían. El que
realmente deseaba esto, pertenecía a la clase de los llamados «carboneros»,
que, sin estar vinculados a la verdadera tradición alquímica, trataban de
realizar la «Gran Obra» mediante el simple estudio de los textos, que entendían
sólo superficialmente.
La alquimia puede compararse con la mística en lo que tiene de camino que
permite al hombre llegar al conocimiento de su naturaleza inmortal. Y así lo
demuestra la adopción de expresiones
7 Vom Wesen heiliger Kunst in den Weltreligionen, Origo-Verlag, Zurich, 1955, y
Príncipes et méthodes de l’art sacré, Lyon, 1968.
8 Bibliothèque des Philosophes Chimiques, ed. por G. Salmon,
París, 1741.
9 Ibíd. II. El relato del diálogo entre el rey árabe Chalid y el
monje Morieno o Mariano fue probablemente el primer texto alquimico traducido del árabe al latín.
Alquimiaalquímicas en la mística cristiana y, de forma
más particular todavía, en la musulmana. Los símbolos alquímicos de la
perfección apuntan al dominio de la condición humana por el espíritu, al retorno
a los orígenes, a lo que la mística de las tres religiones monoteístas describe
como
recuperación del Paraíso terrenal. Nicolás Flamel (1330 a 1417), alquimista que
se expresa en el lenguaje de su fe cristiana, dice, acerca de la culminación de
la «Obra», que ésta «hace bueno al hombre porque de él arranca la raíz de todos
los pecados –o sea, la codicia–, haciéndole generoso, manso, piadoso, creyente
y temeroso de Dios, por malo que haya sido. Porque desde
ahora estará siempre lleno de la gracia y la misericordia que ha recibido de Dios
y de la profundidad de sus maravillosas obras»10. La extirpación de la
raíz de todos los pecados supone el retorno a la perfección adánica.
La esencia y el fin de la mística es la unión con Dios. De
esto no habla la alquimia. Pero en el camino de la mística figura el
restablecimiento de la «nobleza» primitiva de la condición humana, su
simbolización, pues la unión con Dios sólo es posible en razón de aquello que,
pese a la inmensa distancia a que se halla de Dios la criatura, vincula a ésta
con Aquél, y que es la «semejanza» de Adán, que, a causa del pecado
original, ha quedado desdibujada o inoperante. En primer lugar, hay que
recobrar la pureza del
símbolo hombre para que sus contornos puedan incrustarse de nuevo en la
infinita ydivina imagen original. De manera que la conversión del plomo en oro,
en su sentido espiritual, no es otra cosa sino la recuperación de la nobleza
original de la condición humana. Del mismo modo que las inimitables propiedades
del oro no se consiguen mediante la combinación externa de las distintas
cualidades de los metales, como masa, dureza, color, etc., así la perfección adánica
tampoco es una simple acumulación de virtudes; es inimitable como el oro, y el
hombre, que la ha realizado, no puede medirse con otros hombres; en él, todo se
da de primera mano, y, en este sentido, su naturaleza es original. Puesto que
la realización de este estado incumbe necesariamente a
la mística, la alquimia puede considerarse también como una rama de la mística.
Pero el «estilo» espiritual de la alquimia es tan
distinto del
de la mística –la cual se funda en una doctrina de fe– que, en ocasiones,
podría sentirse la tentación de calificarla de «mística sin Dios». Sin embargo,
la expresión es inadecuada, por no decir totalmente falsa, pues la alquimia presupone
la fe en Dios, y casi todos sus maestros conceden gran
importancia a la práctica de la oración. La expresión es correcta sólo por
cuanto la alquimia no tiene de antemano un marco teológico,
de manera que la caracterización teológica de la mística no abarca
necesariamente el horizonte espiritual de la alquimia. Las místicas judía,
cristiana o islámica son, de acuerdo con sus respectivos métodos, reflexión
sobre una verdadrevelada, un aspecto de Dios o una idea, en el sentido más
profundo del término; constituyen la unión espiritual con esta idea. Por el
contrario la al alquimia no se orienta, en principio, en un
sentido teológico (o metafísico) ni ético; observa el juego de las fuerzas del
alma desde un punto de vista puramente cosmológico y trata al alma como si fuera una
«materia» que se hubiese de purificar, disolver y cristalizar de nuevo. Actúa como una ciencia o un arte
natural, pues todos los estados de conocimiento interior son para ella sólo
manifestaciones de la Naturaleza, que abarca tanto las formas externas,
visibles y materiales, como
las internas y psíquicas.
Por ello, la alquimia tiene cierto carácter
contemplativo; no consiste simplemente en un mero pragmatismo sin penetración
espiritual; su vertiente espiritual y contemplativa se asienta precisamente en
su forma concreta, en la analogía entre lo psíquico y lo mineral, pues esta semejanza
sólo puede establecerse mediante una observación que considere la materia desde
el punto de vista cualitativo, o sea, en su cualidad interior, y el alma, «materialmente»,
es decir, como si se tratara de un objeto. Dicho con otras palabras: la
cosmología alquímica contiene una teoría del ser, una ontología. El símbolo
metalúrgico no es sólo un recurso, una descripción
aproximada de unos procesos internos: como
todo símbolo auténtico, constituye una especie de revelación. Con su
observación «impersonal» del
mundo del alma, la alquimia seaproxima más al camino del
conocimiento, o gnosis, que al del
amor. Pues es prerrogativa de la gnosis –en el sentido auténtico de la palabra,
sin implicaciones heréticas– observar objetivamente el alma
propia, en veze sentirla de un modo subjetivo. Por ello, la mística orientada
hacia el saber emplea a veces
expresiones alquímicas para todo aquello a lo que ha
incorporado plenamente los procesos de la alquimia.
La expresión «mística» deriva de «secreto» o «sumirse»
(del griego myein); la esencia de la mística escapa a toda interpretación
racional, y lo mismo puede decirse de la alquimia. Otro de
los motivos por los que la enseñanza alquímica queda envuelta en el misterio es
el de que no está destinada a todos. El «arte regio» exige una extraordinaria
comprensión y cierta disposición del alma, virtud sin
la cual su práctica podría acarrear graves peligros espirituales. Artefius11,
célebre alquimista medieval, escribió: «sAcaso no se sabe que el nuestro es un
arte cabalístico Con esto quiero decir que se
revela sólo de palabra y que está lleno de secretos.
Pero
tú, pobre insensato, sserás lo bastante necio como para creer que
nosotros revelamos clara y abiertamente el más grande y más trascendental de
todos los secretos, de forma que pudieras tomar nuestras palabras al pie de la
letra? Te aseguro en verdad –pues no soy tan celoso como los otros filósofos–
que aquel que quiera interpretar deacuerdo con el significado ordinario de las palabras
lo que han escrito los otros filósofos -es decir, los otros alquimistas–, se
perderá en los pasadizos de un laberinto del que nunca podrá salir, pues le faltará
el hilo de Ariadna paraorientarse y hallar el camino»13 Y Sinesio, que
probablemente vivió en el siglo IV después de Jesucristo14, escribió: «[Los
verdaderos alquimistas] se expresan siempre a través de imágenes, figuras y
metáforas, para que puedan entenderlos sólo las almas sabias, santas e
iluminadas por el saber. Sin embargo, en sus obras han trazado cierto camino y
determinada regla, de manera que el sabio pueda entender y, finalmente, lograr,
tras algunas pruebas, todo cuanto ellos describen de manera encubierta 15 Por último, Geber, que en su Summa hace una
recopilación de la alquimia medieval, señala: «No se debe exponer este arte con palabras totalmente oscuras; pero tampoco hay
que explicarlo con tanta claridad como para que todos puedan
entenderlo. De aquí que lo explique de manera que los sabios puedan entenderlo,
aunque a los espíritus medianos les parezcabastante oscuro; por su parte, los
necios y los locos no podrán entender absolutamente nada»16 Es, pues,
sorprendente que, pese a estas advertencias y a otras muchas que podríamos
citar, haya habido tantos hombres –en especial durante el siglo XVII– que creyeran
que mediante un atento estudio de los escritos alquímicos encontrarían el medio
de fabricar oro.