HACE MAS DE TRESCIENTOS AÑOS EN
LONDRES, un día del
segundo cuarto del
siglo XVI, nació un hijo a una
familia pobre, de apellido Canty, que no deseaba
tenerlo. El mismo día nació otro niño
inglés en una
familia rica, de apellido Tudor, que lo deseaba. Lo deseaba
Inglaterra. Este país lo había deseado ardientemente durante
mucho tiempo, y se lo había pedido a Dios con oraciones. Ahora
que había nacido, el pueblo estaba loco de regocijo. Personas
que eran simples conocidas se abrazaban. No hubo nadie
que no
festejara, ricos y pobres, banqueteaban, danzaban, cantaban y
se ponían alegres. Londres era de día digna de verse, con alegres
banderas ondeando en todos los balcones, mientras recorrían las
calles cortejos. No se hablaba en toda Inglaterra de
otra cosa
que del recién nacido, Eduardo Tudor, príncipe de Gales, que
descansaba envuelto en sedas, ajeno a tanta jarana, sin saber
que unos grandes señores y damas lo cuidaban y tenían puestos
los ojos en él. Sin saberlo y sin darsele un
comino por ello.
Nadie hablaba del
otro recién nacido, Tomas Canty, envuelto
en pobres harapos, como
no fuera lafamilia de pobres a la que
había venido a complicar con su presencia.
LOS PRIMEROS AÑOS DE TOMAS ASEMOS POR SOBRE
VARIOS AÑOS
Londres era ya una gran ciudad de mas de mil
quinientos años de existencia, y tenía, para aquel
entonces, cien mil habitantes, aunque hay quienes le calculaban
mas. Sus calles eran estrechas,
retorcidas y sucias, especialmente
en el barrio en que vivía Tomas Canty, vecino del Puente de
Londres. Las casas estaban construidas de madera, de tal forma
que el segundo piso sobresalía por delante del
primero, y el tercero
sacaba los codos por delante del
segundo. Cuanto mas subía la
casa, mas se iba ensanchando. Venían a ser esqueletos de fuertes
vigas cruzadas, rellenos de material sólido recubierto de una capa
de estuco. Las vigas estaban pintadas de rojo, azul o negro,
de
acuerdo con los gustos del
propietario, y esto daba a las casas un
aspecto muy pintoresco. Las ventanas eran angostas, con
pequeños paneles en forma de diamantes, y se abrían hacia afuera
sobre goznes, lo mismo que las puertas.
La casa en que vivía el padre de Tomas se hallaba al fondo
del
llamado Callejón delas Piltrafas, que arrancaba de Pudding
Lane. La casa era pequeña, destartalada y
estaba llena hasta los
topes de familias que vivían en la mas extensa pobreza. La tribu
de los Canty ocupaba una habitación en un
tercer piso. El padre
y la madre disponían de una especie de camastro en un
rincón.
Tomas, su abuela y sus dos hermanas, Isa y Nita, no
tenían sitio
fijo; todo el suelo era suyo y podían dormir donde se les antojara.
Disponían de los restos de un par de mantas y
de un montón de
paja que no se podía llamar a eso propiamente camas. Por las
mañanas se apilaba todo a puntapiés en un
solo montón.
Isa y Nita tenían quince años y eran mellizas.
Eran muchachas
de buen corazón, nada limpias, vestidas de harapos y muy
ignorantes. Se parecían en todo a la madre, pero el padre y la
abuela eran un par de demonios que se emborrachaban a menudo
y luego peleaban entre sí y con cuantos se les ponían por
delante.
Borrachos o sobrios, siempre estaban lanzando blasfemias y
peleando, Juan Canty era ladrón, y su madre, pordiosera. Pusieron
a los hijos a mendigar, pero no consiguieron convertirlos en
ladrones.Entre la pobre gente que vivía en la casa, aunque ajeno
a ella, se contaba un pobre sacerdote anciano, al que el rey había
echado de su casa, retirandolo con una pensión de algunas
monedas. Este cura solía llevarse con él a los hijos de la
familia
Canty, y les enseñaba en secreto buenas normas
de conducta. El
padre Andrés, tal era su nombre,
enseñó a Tomas latín, y también
a leer y a escribir. Eso mismo habría hecho con las muchachas
pero éstas temieron las burlas de sus amigas, que no les habrían
tolerado tales conocimientos.
Todo el Callejón de las Piltrafas era por el estilo de
la casa
de los Canty. Las borracheras, las peleas y las palabrotas estaban
allí a la orden del día. Sin embargo,
Tomas no se sentía desdichado.
Llevaba una vida dura pero lo ignoraba. Era la que
llevaban todos
los demas muchachos del Callejón de las
Piltrafas, y él la tomaba
como cosa
corriente y agradable. Sabía que, si regresaba por la
noche a casa con las manos vacías, empezaría su padre por
reprimirlo severamente y por azotarlo, y cuando el padre hubiese
acabado, la temible abuela repetiría la misma lección, con
algunas