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Bibliotecas monasticas y catedralicias




Objetivos:
Conocer las características y funciones de las bibliotecas monasticas y catedralicias

Trabajo Practico:
¿Qué características revisten las bibliotecas de monasterios y abadías? Señalar aspectos del copiado, almacenamiento, colección, etc.

¿Cómo dividían las horas los benedictinos?
¿Qué implicancias supone la Regla Benedictina “La ociosidad es enemiga del alma. Por eso los hermanos deben ocuparse en ciertos tiempos en el trabajo manual, y a ciertas horas en la lectura espiritual”? ¿En qué horas y lugar se dedicaban a la lectura? Actualmente, las órdenes benedictinas ¿siguen respetando estos horarios? Vincularlo con el tema de la lectura y las bibliotecas en el marco de la vida monacal. Relacionarlo con los artículos publicados en el Diario La Nación el 05/09/2004 y el 28/05/2005



Describir la Biblioteca de Carlomagno, teniendo en cuenta colección, función educativa, actividades de traducción y copiado entre otras cosas.

¿Cuales son las principales características y funciones de las Bibliotecas Catedralicias?

Bibliografía basica:
Eco, Umberto. El nombre de la rosa.

Guerriero, Leila. Monjes benedictinos: en el nombre de Dios. En: Diario Clarín, 5 de septiembre de 2004

Lerner, Fred. “La Edad Media”. En su: Historia de las bibliotecas del mundo. Buenos Aires: Troquel, 1999. pp. 99-114

Reglas de San Benito [en línea] https://www.sbenito.org/regla/rb.htm [Consultado el 18/03/2010]

Moreno, Elina.Benedictinos en Los Toldos. En: Diario Clarín, 28 de mayo de 2005
¿Qué características revisten las bibliotecas de monasterios y abadías? Señalar aspectos del copiado, almacenamiento, colección, etc.

No desaparecieron las bibliotecas monacales, incluso algunas se incrementaron con las donaciones y herencias hechas por nobles y reyes. Pero la copia decreció y desapareció de los escritorios monacales menos importantes.  Al estar alejados de los lugares donde se forjaba la nueva cultura su decadencia prosiguió hasta que por razones políticas fueron cerrados y sus libros incautados por los gobiernos, cuando no habían sido destruidos ya en las guerras religiosas. Muchas de estas incautaciones fueron entregadas a las nacientes bibliotecas universitarias, pero también muchos textos clasicos y antiguos se perdieron para siempre. Otras bibliotecas en esta época fueron las de la nobleza emperadores, duques y reyes, conformaron sendas colecciones que fueron usadas por sus familias y amigos intelectuales allegados de su corte de sabios.  Éstas conservaron durante mas tiempo el libro lujoso y ricamente encuadernado al mas puro estilo gótico y despreciaron el papel como material escritorio. 

¿Cómo dividían las horas los benedictinos?
¿Qué implicancias supone la Regla Benedictina “La ociosidad es enemiga del alma. Por eso los hermanos deben ocuparse en ciertos tiempos en el trabajo manual, y a ciertas horas en la lectura espiritual”? ¿En qué horas y lugar se dedicaban ala lectura? Actualmente, las órdenes benedictinas ¿siguen respetando estos horarios? Vincularlo con el tema de la lectura y las bibliotecas en el marco de la vida monacal. Relacionarlo con los artículos publicados en el Diario La Nación el 05/09/2004 y el 28/05/2005

El escenario escogido, una abadía benedictina, muestra las costumbres de la vida monacal de Siglo XIII. El día se dividía según el Libro de las Horas y por lo tanto, entre el Oficio, la oración y la contemplación, el trabajo material para proveer los medios de subsistencia de la comunidad, y la copia de libros de la biblioteca con destino a los letrados del mundo.
Las órdenes religiosas representaban uno de los problemas mas serios de la época. Tanto, que hubo que dedicarles un concilio y reglamentar que:

Para que una excesiva diversidad de religiones (es decir, de reglas y de fundaciones religiosas) no conduzca a una seria confusión en la Iglesia de Dios, prohibimos firmemente que en el futuro se funden nuevas religiones; y quienquiera que desee convertirse a una nueva religión, tome alguna de las ya aprobadas. Igualmente, aquellos que deseen fundar una casa religiosa en el futuro, adopten la regla e institución de las religiones ya aprobadas. Prohibimos también que nadie presuma tener la condición de monje en diversos monasterios y que ningún abad presida varios monasterios.

Describir la Biblioteca de Carlomagno, teniendo en cuenta colección, función educativa, actividades detraducción y copiado entre otras cosas.

La biblioteca tenía documentos cómo:
-Libros cristianos.
-Obras de escritores cómo Marcial, Cicerón o Viturbio.
-Documentos apócrifos, libros que fueron atribuidos a un autor sagrado.
-Historias de las hazañas de los guerreros.

Los documentos estaban escritos en escritura Germana o Francesa.
La letra con la que escribían era minúscula y cursiva.

Los libros tenían ilustraciones y desde que empezó la Edad Media se ilustraron todos los libros. Usaban códices, hechos de papiro.
A la biblioteca solo pudieron entrar Carlomagno y la corte, personas importantes. La gente normal, cómo los campesinos/as no.
El responsable de la biblioteca era Gerhoh.
Desgraciadamente no quedan resto de aquella biblioteca.

¿Cuales son las principales características y funciones de las Bibliotecas Catedralicias?
Una de las grandes bibliotecas del siglo trece, por la cantidad, pero principalmente por la riqueza de los volúmenes, fue la que reunieron Alfonso X el Sabio y su hijo Sancho IV para que sus colaboradores pudieran preparar y escribir las obras unidas a sus nombres. Los códices no debieron de estar todos juntos ordenados en una sala. Eran trasladados, como el equipaje, con el rey cuando este cambiaba de residencia y normalmente se guardaban en arcones. Sus sucesores acrecentaron la biblioteca y muchos de estos volúmenes llegaron a poder de Isabel la Católica y Felipe II. Entre las bibliotecas de la nobleza, destaca la delmarqués de Santillana, poeta y bibliófilo, que encargó códices muy bellos en Italia, bastantes de los cuales se encuentran hoy en la Biblioteca Nacional.
Los reyes franceses, empezando por San Luis, fueron amantes de los libros, muy en particular de los bellamente ilustrados. Uno de ellos, Carlos V, los guardaba en una torre del Louvre, se sentía atraído por las obras narrativas e históricas en francés, menos por las escritas en latín, y ordenó la traducción de Padres de la Iglesia, como San Agustín, de filósofos de la Antigüedad, como Aristóteles, e incluso de autores modernos, como Petrarca. También fueron buenos bibliófilos sus hermanos, Luis de Anjou, que llegó a ser rey de Napoles, Juan de Berry y Felipe el Atrevido, duque de Borgoña.
El prototipo de la biblioteca bajomedieval al servicio de la aristocracia es la de los duques de Borgoña, que gobernaban Borgoña y el Franco Condado, al este de Francia, y los Países Bajos al noroeste. En Dijon Juan sin Miedo había reunido unos doscientos cincuenta códices y su hijo y sucesor, Felipe el Bueno, aumentó la colección de modo considerable hasta superar los ochocientos. Al duque le gustaba escuchar a diario la lectura en voz alta de sus libros escritos en francés, ya fueran obras originales o traducciones, unas y otras copiadas con una clara letra bastarda y adornadas con bellísimas ilustraciones. El rey Felipe II, propietario y admirador de la colección, ordenó que quedara instalada en Bruselas como bibliotecareal.
Bibliotecas importantes fueron las de los normandos en Sicilia, favorecedores de las traducciones del arabe y del griego, con obras en latín, griego y arabe, la papal de Aviñon, Avenionensis, que llegó a reunir dos mil volúmenes y se disolvió cuando cesó el cisma. También fue rica y selecta la del rey Matías Corvino en Budapest, que tuvo corta vida pues en 1526 fue conquistada la capital por los turcos.
Pero, sin género de dudas, las mas notables fueron las surgidas en Italia, cuyos creadores, por un lado, buscaban manuscritos latinos antiguos y griegos rescatados de Bizancio. Por otro, encargaban libros lujosos bellamente ilustrados por los mejores artistas. Aunque no se puede dudar de su amor a la cultura escrita, estaban motivados fundamentalmente por la presunción.
En Florencia reunió un millar de volúmenes Coluccio Salutati, muerto al iniciarse el siglo quince, cantidad superior a la conseguida por su paisano y contemporaneo Niccolo Niccoli. Les superó Cósimo de Medici el Viejo, primera mitad del siglo quince, fundador de varias bibliotecas, y cuyos descendientes, entre los que destaca Lorenzo el Magnífico que da forma definitiva a la que sería llamada Laurenziana Medicea, se preocuparon igualmente de reunir libros valiosos. Otros bibliófilos notables fueron el cardenal Bessarion, bizantino radicado en Italia, que donó su magnífica biblioteca, en la que había mas de quinientos manuscritos griegos, a la ciudad de Venecia y fue el origen de laBiblioteca de San Marcos o Marciana.
Nicolas V, uno de los mas afamados cazadores de manuscritos, recreó en la segunda mitad del siglo quince la Biblioteca Vaticana, pues aunque desde los primeros tiempos había habido una biblioteca en la residencia papal, los libros fueron dispersados repetidamente por avatares históricos. Los papas siguientes, Gregorio IV y Sixto IV, se preocuparon de aumentar la colección y de instalarla dignamente. Así los escasos trescientos volúmenes que reunió Nicolas V se transformaron en mas de tres mil al finalizar la centuria. Posteriormente continuó creciendo en calidad y cantidad hasta convertirse hoy en una de las mas ricas del mundo.
Otra biblioteca notable fue la creada por los reyes aragoneses en Napoles formada por códices lujosos ilustrados por los mejores artistas, que ademas de códices griegos, latinos e italianos tenía bastantes en castellano. Al caer el reino de Napoles en poder de los franceses, 1495, éstos se llevaron a París mas de un millar. Otros códices han terminado en la Biblioteca Universitaria de Valencia, en donde se estableció el duque de Calabria, hijo del último rey de Napoles, y algunos llegaron a la Biblioteca escurialense.
Merece una mención entre las otras bibliotecas renacentistas, la formada por Federico de Montefeltro, duque de Urbino, mas apasionado por los bellos códices que por la lectura. Llegó a superar el millar de códices, entre los que no permitió que se pusiera ningún libro impreso.


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