Teoría y realidad
económica, Fondo de Cultura Económica, México, 1942. pp. 9-30
Gracias a la invitación de la Universidad de Londres, voy a dar algunas
conferencias, que no son para especialistas sino que estan destinadas a interesar a todos los estudiantes no graduados de
Economía Política. En la primera de ellas
trataré esta tarde de hacer una relación amplia y general acerca
de qué es lo que un economista tiene que hacer, algo que se
podría llamar, si se quisiera, la apología del economista.
En cierto modo no soy la persona indicada para disertar sobre este tema. El mejor apologista de cualquier cosa es el
hombre para el que no existe otra cosa como
ella, para el que se campo propio de estudio se presenta como
siendo indiscutiblemente la cosa mas importante del mundo. No soy de ellos. No puedo
pretender el considerar la búsqueda del conocimiento de la economía
política como la actividad mas
importante del
mundo. No puedo ni siquiera pretender el considerar en
esa categoría la búsqueda de ninguna clase de conocimiento.
Sabiduría, no somos enemigos,
Te busco asiduamente;
Pero el mundo se hincha con un fuerte viento
Lleno de luz, no viene de ti.
La búsqueda del saber es una
valiosa forma de actividad; pero no es la única ni la mas
importante a mi modo de ver.
No es esto lo peor de mi confesión. Dentro del campo limitado de la
investigación y del conocimiento, la parte
asignada al economista no es, a mi juicio, muyelevada. Cuando yo era muchacho
estaba de moda donde me eduqué trazar una rígida división
entre las profesiones y los negocios y considerar a cualquiera que
ejercía el comercio, o aun a aquel cuyo padre o abuelo lo había
ejercido, como
un ser esencialmente inferior. Esta curiosa actitud mental ha
desaparecido en su mayor parte, aunque aún sobrevive en algunos de sus
sacerdotes, y, en mayor numero, en algunas sacerdotisas. Desaparecido o
desapareciendo, este sentimiento puede servir para
ilustrar mi tesis presente. La economía es un
mercader entre las ciencias; tiene poco atractivo romantico; no
desmenuza atomos ni pesa estrellas; no bate desesperadamente sus alas en
la tenue atmósfera de la alta filosofía; es gris, es plebeya; no
tiene ni la libertad del
cielo ni de los mares; esta atada y encadenada a la tierra con
sórdidas cadenas. ¿Cual es pretensión
que pueda tener entonces? ¿Qué premio se
ofrece a sus cultivadores?
En la introducción a su libro “Muscular Movement in Man” el
profesor A. V. Hill nos cuenta que después de ofrecer una conferencia a
Filadelfia, titulada “El mecanismo del músculo”, fue
desafiado por un indignado oyente de edad madura a que explicase la utilidad
que encontraba en su intrincada de investigación en la ciencia de la
fisiología. Su respuesta: “Para
decirle la verdad, no la hacemos porque sea útil, sino porque es
divertida.” El auditorio aplaudió ruidosamente y al día
siguiente los periódicos aparecieron con encabezamientos aprobatorios de
“Lossabios cultivan la ciencia porque es divertida.” Para los
estudiantes de algunas ramas de la ciencia, es esta una respuesta admirable y
suficiente. Estos hombres de ciencia desean saber por el saber mismo; no
dan ni necesitan dar una justificación
extraña de su ocupación:
Maestro, somos los peregrinos
seguiremos siempre mas lejos, quizas
mas alla de la distante montaña azul,
coronada de nieve mas alla del
mar en furia,
o resplandeciente
Sin embargo ¿puede un economista adoptar esta actitud con dignidad? Hasta cierto punto, sí, indudablemente. Entender la
complicada interdependencia del mundo económico en su
eterna búsqueda de equilibrios que nunca se alcanzan en un
desafío intelectual. Los sistemas de ecuaciones en que Walras y Pareto
tratan de agrupar las partes relacionadas entre sí en un
todo unificado, tienen un atractivo estético. Pero
creo que esto es muy secundario. Nuestra disciplina no
se presenta a triunfos de razonamiento puro. En ese
aspecto nuestros problemas son demasiado faciles. En realidad, para los
periodistas el analisis que a veces es conveniente emprender en lo que Marshall ha llamado un pequeño calculo de cacerola, parece de una
dificultad aterradora. Para su exigua
visión habitamos una región inasequible al hombre de la calle:
“caminamos en compañía de la muerte y de la mañana,
en las colinas silenciosas.” Pero para el estudiante de
física teóricamente o de matematicas puras, que nos
observa desde el Everest, los mas austeros de losllamados economistas
matematicos no son sino moscas que se arrastran trabajosamente hacia la
cúspide de una loma insignificante. Visto como conocimiento en
sí mismo, es pobre el espectaculo que ofrece la economía
política.
Pero no es sólo en buscar el conocimiento por sí mismo con lo que
se justifican las ciencias, pues para muchas de ellas
hay también una segunda apología, si se decidiera hacerla. El
conocimiento que a menudo alcanzan, y algunas veces por caminos sorprendentes e
inesperados, conduce a lo que los políticos y los reyes
del comercio
llaman “resultados de utilidad practica.” Las
investigaciones de hombres como el profesor A. V. Hill son de
grandes consecuencias practicas, no obstante el poco motivo utilitario
directo que puedan tener. La importancia de la fisiología para la
practica de la medicina es demasiado evidente para que no baste el mencionarla;
pero, en otros campos, una investigación a primera vista casi
notoriamente inútil ha demostrado ser la progenitora de practicas
futuras. Nada digo acerca de la fama que ha alcanzado la química como
proveedora de gases venenosos y de bombas altamente explosivas. Muchos beneficios menos dudosos debe el mundo a la ciencia pura.
La fuente original de la telegrafía inalambrica no fue la obra
experimental de Marconi, sino las ecuaciones fundamentales -prima fase
totalmente desprovistas de importancia practica- desarrolladas por Clerk
Maxwell. Es sobre este aspecto de su trabajo,
mas bien sobre su promesa de frutoque sobre su promesa de luz, sobre el
que debe construir su apología un economista.
Pero aquí es conveniente hacer una pausa para decir
unas palabras de advertencia contra posibles inferencias equivocadas. Si
bien se concede que la justificación del estudio de la
economía esta principalmente en su utilidad practica, esto
implica que los economistas deban limitarse a problemas practicos
inmediatos. Una época como ésta en la que todo el mundo
esta económicamente desajustado, en la que las cosechas de un
país que podrían alimentar a los que se mueren de hambre en otro
se queman para disminuir la superabundancia, y en la que en nuestro propio
país mas de dos millones de gentes buscan todavía trabajo
sin poderlo encontrar, representa en realidad para todos nosotros un poderoso
aliciente y hace concentrar nuestros pensamientos en la patología. Pero
la patología debe construirse sobre la fisiología y sería un mal servicio a la medicina el descuidarla. El cultivador de fruta no sólo cuida de la fruta misma, sino
que también vigila las raíces de sus arboles. La
experiencia de las ciencias naturales suministra pruebas abundantes de que es
siempre el estudio de los problemas practicos inmediatos lo que
mas ayuda a la practica. Mas remota,
fundamental y teórica, por así decirlo, la investigación
procura a veces las mas grandes cosechas. Los estudios de Clerk Maxwell
que acabo de mencionar son un ejemplo notable de esto.
Un economista cuya obra se encuentra en una
región remotaen apariencia, con la condición de que sea verdadera
y seria y no simple casa de muñecas frívolas, tiene el mismo
derecho a considerarse cultivador potencial de frutos que el que pertenece
apegado a los detalles de la vida real.
Antes de que examinemos con mas atención lo que es este fruto, hay que hacer otra observación
preliminar. Algunas características especiales de la
materia de que se ocupa el economista le ponen en grandes aprietos. La
primera y mas importante puede exponerse de esta manera. Es posible
dividir los asuntos a estudiar en dos grandes clases,
según que la maquinaria mental empleada en ellos sea principalmente
privada o pública. En un asunto como la crítica literaria, el instrumental es
privado -el gusto educado y la delicada percepción del critico individual-. En física
teórica, hay un complicado aparato
público de técnica matematica. En una materia de estudio
donde se emplea un mecanismo público de
naturaleza compleja, no hay inconveniente en que los estudiantes serios
emprendan sus trabajo sin el asesoramiento de personas bien intencionadas que
no han tenido experiencia en él. En la física teórica,
sobre todo, la horripilante forma del calculo de tensores lo
impide. ¡Ni aun el político de mas aplomo, ni el mismísimo Winston Churchill, se atreve a pasar
frente a ese dragón! Las ciencias en que el mecanismo público del
pensamiento representa un papel menos importante, en que su aspecto es menos
impotente, no son tan afortunadas. Los biólogos seenteran algunas veces
por la prensa de que si se coloca a una vaca próxima a partir en un medio rojo, el becerro, al nacer, sera rojo. Pero el mecanismo público empleado en la economía
política es menos aparatoso aún que el empleado en
biología. Sin embargo -y este es un caso curioso-, cuando un
economista hace uso de una técnica formal, aun algo tan inocente como el
calculo diferencial elemental , el hombre de la calle, en vez de sentir
respeto, como cuando un físico emplea una fórmula que no
entiende, afirma sin mas que el economista es premeditada y alevosamente
oscuro. Por lo visto cree que debe comprender
cualquier libro de economía sin necesidad de esfuerzo, mientras descansa
tranquilamente en su sillón. Como consecuencia de este estado de cosas
los economistas tienen que hacer frente, no sólo a la tarea de buscar
soluciones justas a sus problemas, sino también, a veces, a la tarea
extra de quitar del camino grandes montones de basura: son como alpinistas en
una ladera empinada, que tienen que afrontar continuamente, ademas de
las dificultades naturales de ascenso, avalanchas desencadenadas por
rebaños de cabras que los acompañan, si se permite la expresión.
Una segunda característica especial de la materia de que se ocupa el
economista -en gran parte responsable de la situación que ha venido
describiendo- es que el argumento económico esta continuamente
desempeñando un papel cada vez mas
importante en los debates políticos secretarios. Los políticos
sectarios-uso el término deliberadamente para que cada quien pueda
eliminar a sus favoritos de la calumnias que voy a levantar- los
políticos secretarios, digo, acostumbran a decir primero lo que quieren
hacer y buscan después los argumentos en favor de ello. Para ellos, el razonamiento económico no es un medio de alcanzar la verdad, sino una especie de
tejoleta, útil a veces para hacer daño a sus oponentes. Se cuenta
de un Ministerio de Hacienda que, habiendo sido elegido un año para decretar
determinado impuesto y el siguiente para quitarlo, pidió a sus
consejeros que le suministraran los argumentos en favor de esta segunda
actitud; se vieron obligados a informarle de que en sus discursos del
año anterior en favor de la política contraría ya
habían incluido antídotos para todos los argumentos que ahora
solicitaba. Esta actitud de los partidistas políticos hacia el
razonamiento económico pone a los economistas en un
peligro constante -el mismo a que los físicos teóricos
estan expuestos en manos de los secretarios teológicos- : el
peligro de que se abuse de ellos. En cierta ocasión me sucedió a
mi mismo algo por el estilo: escribí apresuradamente en The Times algo
acerca de un proyecto de legislación que
implicaba un punto de analisis económico. El Primer Ministro de
entonces, a quien sin duda había informado su secretario de que mi
argumento era favorable a su política, pronunció un discurso en el cual salió a relucir, para
admiración de todos, “el gran economista deCambridge.”
Ocurrió que la opinión del
secretario del Primer Ministro de que mi argumento apoyaba su política
estaba equivocada, y me vi en la triste necesidad de señalarlo, por lo
cual, en el siguiente discurso de aquel hombre eminente, desapareció
“el gran economista de Cambridge”
y en su lugar surgió ese “simple teórico
académico.” Por supuesto que para los
estudiantes de espíritu independiente estas cosas son divertidas e
inofensivas. Pero es natural que un joven tenga
la ambición de desempeñar un papel importante en asuntos trascendentales
y puede ser mucha la tentación de hacer ligeros ajustes en sus puntos de
vista económicos, de tal manera que concuerden con la política de
uno o de otro partido. Como economista
conservador, liberal o laborista, tiene mas oportunidades de colocarse
cerca del centro de
acción que las que tienen como
economistas sin adjetivos. Pero para el estudiante el ceder a esa
tentación es un crimen intelectual, es vender
su primogenitura en el templo de la verdad por un plato político de
lentejas. Mas bien debía apuntar y tener siempre presentes las
dignas palabras de Marshall:
“Los estudiantes de ciencias sociales deben temer la aprobación
popular; cuando todo el mundo los alaba, el mal esta con ellos. Si hay
algún conjunto de opiniones por la defensa de las cuales un periódico puede aumentar sus ventas, entonces el
estudiante.esta obligado a insistir en las limitaciones, defectos y
errores, si los hay, de ese grupo de opiniones, nuncadefenderlas
incondicionalmente, aun en discusiones ad hoc. Es casi imposible
que un estudiante sea un verdadero patriota y al mismo tiempo goce de la
reputación de serlo”.
La obra del economista tiene una tercera característica: su disciplina
es, en último término, la vida económica en toda su
concreción, es un proceso móvil, palpitante, que tiene lugar
entre hombres y mujeres reales, en sus fabricas y en sus hogares; pero
la gran mayoría de los economistas son, por la naturaleza misma de su
ocupación, personas mas o menos enclaustradas. En su mayor parte,
su contacto con lo que estudian no es directo, sino a través de
paginas impresas y, por lo tanto, carecen de esa compenetración,
de ese sentimiento de la realidad, que es
indispensable para una comprensión total. Hay elementos en la primera
línea de combate que un oficial de estado mayor
que trabajo en la retaguardia nunca puede comprender por completo; en la imagen
que se presenta de ellos habra inevitablemente cierta dureza y rigidez
de contornos. Me di cuenta de que esto es una cosa muy importante no en el
curso de mi labor económica, sino con la lectura de un
libro sobre alpinismo de un escritor americano. Cualquiera que haya tenido
alguna experiencia personal en este arte,
observara en seguida que la obra es una recopilación, un producto
sacado enteramente de los libros. No era simplemente que el escritor cometiera
errores de hecho -afirmaba que el Matterhorn
era mil pies mas alto de lo que es en realidad y
asísucesivamente-, sino que todo estaba equivocado. Aunque lo que el
libro decía hubiera sido totalmente cierto, hubiera seguido siendo
evidente que la experiencia personal del
escritor acerca del
verdadero alpinismo era nula. Para el alpinista, por lo tanto, el libro no tenía ningún
interés -excepto, quizas, en algunos lugares, el rasgo
cómico no buscado-. Ahora bien, el economista académico
que estudia la vida económica sufre con frecuencia de las mismas
desventajas que el escritor de ese libro. No puede
escribir con apego a la realidad porque carece de la experiencia personal
necesaria y, si no se propone escribir con apego a la realidad, sino que se
limita a un analisis de caracter general, del cual esta
excluido del detalle, su tarea se quedara sólo a mitad del camino. Por
lo tanto -doy ahora consejos que yo mismo he dejado evidentemente de seguir-,
corresponde al economista, cuando es joven y su mente es plastica,
aprovechar cualquier oportunidad que se le pueda ofrecer para adquirir el
conocimiento directo de la vida de los hombres y las mujeres, en las
fabricas y en los campos; para entender las maquinas, para ver sí
mismo, de la primera mano, cómo se organizan y manejan los negocios.
Marshall tuvo en su juventud lo que él llama su
Wanderjahr. En cierta ocasión me dijo que si le hubiera colocado en una
isla desierta, creía que podría haber
dibujado la gran mayoría de las maquinas importantes de uso
habitual, con excepción de las eléctricas. Acostumbrada a ir a lasfabricas y estudiar el trabajo que
hacía hasta poder adivinar, con aproximación de pocos chelines,
el tipo de salario que ganaban los hombres que veía. De esa manera -y si
volvéis a leer, como
yo lo he hecho últimamente, los primeros capítulos de La riqueza
de las naciones, observaréis que éste es ante todo el
método de Adam Smith- , así y no sentados ante nuestras mesas de
trabajo como hemos hecho algunos de nosotros, es
como se prepara
para su trabajo el economista verdaderamente grande.
Vamos ahora a reflexionar, de manera mas directa,
acerca de la clase de fruto que los economistas tratan de cosechar. En
su reciente discurso presidencial en The Royal Economic Association, el
profesor Edwin Cannan -cuyos escritos aprendí a admirar por primera vez
cuando era estudiante y sigo admirando desde entonces- hablaba de la necesidad,
como él la entendía, de una economía política mas
sencilla. En un mundo caótico, en el que una legislación
desatinada estrangula el comercio, en el que los gobiernos, sin comprender lo
que significa el progreso, suprimen el beneficio del adelanto técnico
por medio de subsidios y cuotas, una de las tareas esenciales del economista no
es tanto la de buscar nuevos conocimientos como la de difundir por todas
partes, y en todas las ocasiones posibles, verdades económicas amplias y
elementales que desatienden de continuo quienes nos dirigen.
“Pido especialmente -concluye el profesor Cannan- a los profesores
mas jóvenes que piensen qué clase defuturo pueden esperar
si los periódicos populares ingleses continúan haciendo creer a
sus lectores que la libra esterlina puede valer al mismo tiempo 20
vigésimas partes de ella misma en Londres y en Lisboa, 31
vigésimas partes en Madrid y solamente 14 vigésimos en
París. No permitais que se contenten con taparse las narices y
apartar los ojos de la repugnante confusión, ni que corran a refugiarse
en las pulcras ecuaciones y en el algebra elegante, para encontrar paz y
consuelo.”
Es facil reforzar este alegato haciendo
extractos de los discursos de los hombres públicos. Por ejemplo, hace
poco tiempo se argüía en contra del Ministro de Agricultura que el
detener las importaciones de tocino por medio de un contingente, afecta a los
consumidores precisamente de la misma manera que excluyéndolas por un
derecho de importación, pero que, en tanto que con este derecho las
sumas extras pagadas van a la tesorería, con un contingente van a los
bolsillos de los productores extranjeros o de las casas importadoras. Hubiera
sido facil para el Ministro, en su contestación, admitir esta
verdad evidente y después argüir que, sin embargó, el
contingente era un conjunto mas satisfactorio, porque es un instrumento
mas flexible que el arancel, mas facilmente ajustable a
condiciones que cambian con rapidez; pero no se contentó con esto;
afirmó que de hecho era ventajoso para este país pagar precios
altos por el tocino extranjero, porque así los extranjeros compran
artículos britanicos.¿Puede imaginarse algo mas
grotesco? Sin duda no me beneficia que me roben a pesar de que el
ladrón, así enriquecido, pueda comprar mas ejemplares de
mi Theory of Unemployment y de mi Economics of Welfare que antes de robarme.
Recordemos otra anécdota, todavía mas notable, porque
provienen de un Primer Ministro. El
orador deseaba imponer derechos arancelarios sobre las importaciones y
descubrió, en sus estudios de estadística, que en épocas
de prosperidad de los precios son siempre altos. Ahora
bien, los derechos a las importaciones elevarían los precios; en
consecuencia los derechos a las importaciones promoverían la
prosperidad. En la época en que se dijo
semejante necedad, era yo joven y dinamico y me producía
escalofríos de placer poner en ridículo a los hombres eminentes.
A ese fin construí un paralelo a este argumento: la investigación
estadística revela que, en la gran mayoría de los casos, cuando
hay un salero en una mesa hay un pimentero también, de lo que resulta,
por un proceso de razonamiento exactamente analogo al de este Primer
Ministro, que si en este momento saco yo de bolsillo un salero y lo coloco en
la mesa, se escuchara un zumbido en el aire y un pimentero aparecera
ante mí, fiel a su compañero inseparable.
Pero no son falacias burdas y palpables como ésta las únicas
que demuestran la urgencia de extender el conocimiento económico. Si
así fuera, los estudiantes serios bien podrían replicar que
disertar acerca del
alfabeto es trabajo para nodrizas, nopara ellos. Ademas de estos
absurdos hay también innumerables falacias de índole mas
sutil, pensamientos digeridos a medias, tanto mas insidiosos porque son
verdaderos en parte, que penetran el pensamiento popular e influyen en la
acción pública; embrollos, confusiones y errores en los que
pueden caer incluso personas de gran inteligencia, que no han sido adiestradas
en nuestra disciplina. A mi modo de ver, las trampas en donde caen mas
víctimas son las que tienen el cebo de la estadística. Como ésta es una institución cultural, honremos al Ministro
de Educación. El 18 de julio último, en la Camara
de los Lores, Lord Halifax replicaba a la insinuación de que, si se
estimula la construcción de casas en gran escala, los fabricantes de
materiales de construcción podrían elevar indebidamente sus
precios. Según The Times, el Ministro de Educación declaró:
“la experiencia no siempre ha demostrado que un gran desarrollo en las
construcciones tenga el efecto de elevar los costos (aplausos) En marzo de
1924 el número total de casas construidas fue de 86,000, en tanto que en
marzo de 1934 el numero total fue de 266,000, o sea mas de tres veces
aquella cifra; sin embargo, los precios de materiales eran, en lo general,
mucho mas elevados en 1924 que en 1934. Estas cifras demostraron que un aumento en el volumen de las construcciones no trajo
necesariamente consigo una elevación de precios, como alguna gente temió”.
Ahora bien estaréis conformes en que éste es un
argumentomuy fuerte. Todo lo que dice es correcto al pie de la letra; el
secretario del
ministro no engaño a su jefe. Pero que después de que algo ha
sucedido, en un precio no sera necesariamente
mas elevado que antes, es una proposición hasta evidente para
hacer mención de ella. Lo que el ministro intentó sugerir -si
intentó algo-, sólo pudo haber sido que
los precios de los materiales no tendrían necesariamente que ser
mas elevados si aumentaban las construcciones, de lo que la
serían si otras cosas permanecían iguales y las construcciones no
se desarrollan. Para fundar esto indica que el precio de los materiales en 1934
no era mas alto que en 1924, sin observar que el nivel general de los
precios de mayoreo, según los calcula el Board of Trade, era menos de
dos tercios que diez años antes. Ni por un
momento insinúo que el Ministro, o aun su secretario, suprimieran este
hecho deliberadamente; simplemente no se les ocurrió que la
situación general de los precios tuviera relación con su
argumento. Y, sin embargo, ¡el método estadístico elemental
es una rama -humilde, sin duda, pero de todas maneras
una rama- del
gran arbol de la educación en que se sienta el señor
ministro! Aquí va un segundo ejemplo, tanto
mas oportuno para mi argumento porque la persona que a mi pesar dio el
resbalón es un hombre de un alto espíritu público y gran
inteligencia. En su último libro acerca de la campaña en contra
de las viviendas insalubres, Sir Ernest Simon estaba interesado en demostrar
-loque sin duda es completamente cierto- que la disminución del
número de personas de la familia normal hace imperativo que el
número de casas habitables aumente mas que proporcionalmente a la
población. Para demostrar esto presenta cuadros en los que compara el
número de casas y el de familias registradas en los censos de 1921, en
una serie de ciudades. Los cuadros pretenden demostrar que las nuevas
construcciones emprendidas y llevadas a cabo desde 1921 han
estado contrarrestadas casi enteramente por el crecimiento del número de familias, de tal manera
que la escasez de alojamiento que existía a la terminación de la
guerra, apenas se ha reducido. Ahora bien, cualquiera que observe estos cuadros
con ojo estadístico no puede menos de ver que hay gato encerrado en
ellos: la correspondencia entre el número de casas nuevas construidas y
el aumento en el número de familias es demasiado estrecha; sospechara
automaticamente que aquí hay una trampa, y la hay en efecto, Una
familia, a los fines del censo, no es una familia en el sentido vulgar: es
“un grupo de personas que ocupa independientemente una casa o parte de
una casa”. De esto se desprende que la construcción de cada casa
nueva supone, por definición, una nueva familia con tal
de que esté ocupada. No es, pues, extraño que el número de
casas construidas y el aumento de familias de acuerdo con el censo, hayan
coincidido estrechamente en todas partes. Es evidentemente imposible derivar de
esta corrección ninguna conclusiónacerca de la relación
que hay entre el aumento que ha tenido lugar en las construcciones y el aumento
que ha habido en el número de familias naturales -familias tal y como
en tendemos el término corrientemente-. Aquí va
un ejemplo mas -un error elaborado en mi propio taller para esta
ocasión- y que, lamento decirlo, no ha sido cometido todavía, que
yo sepa, por ningún hombre público. Las cifras del censo de
Inglaterra y Gales para 1921 registran la existencia de 7’450,000 maridos
no viudos ni divorciados y de 7’590,000 esposas no viudas ni divorciadas;
esto es: un exceso de 140,000 en el número de esposas sobre el de
maridos. Solamente una conclusión es posible: en ese
momento debe haber habido en este país no menos de 140,000 maridos con
dos mujeres cada uno o, monstruo inconcebible y repugnante, ¡un marido
con no menos de 140,000 mujeres! Para el censo de 1930, debido sin duda al
tratamiento brutal que recibieron, 26,000 mujeres del monstruo
desapareciendo de su harén. Dejo a vuestra consideración el
resolver estos misterios o, si lo preferís, preparado en seguida un enérgico memorial para sus Eminencias el Arzobispo
de Canterbury y el de York. Podría, naturalmente,
seguir poniendo ejemplos de esta clase indefinidamente; pero no es necesario.
Nadie negara que una difusión mas amplia de los
conocimientos económicos hoy existentes y del pensamiento crítico
ducho en asuntos económicos, es una necesidad pública urgente y
que, hasta donde los economistas puedancontribuir a ello, suministraran, a su
época y a su generación, frutos de verdadero valor.
Pero, ¿nos vamos a limitar a esto? ¿Vamos a ser simples educadores, propagandistas de los
resultados y métodos que ya nos son bien conocidos? Confieso que para mi esta actividad es una parte pequeña y
secundaria, en todo caso, de la tarea de los economistas académicos.
Los estatutos de mi Colegio incluyen entre sus
propósitos, junto con la educación, la investigación.
Es correcto y adecuado que la Universidad eduque y dé al mundo personas
competentes como
economistas practicos, por así decirlo, al igual que nuestra
escuela de medicina da hombres preparados como
médicos. A estos hombres incumbe el aplica al manejo de los negocios el
conocimiento científico que han adquirido
aquí. Pero, tras los practicos en asuntos ya conocidos, debe haber investigadores cuya tarea sea el acrecentar lo ya
conocido hasta donde sean capaces. La profesión médica descansa
en la ayuda y en el trabajo de exploración de los fisiólogos y
los bioquímicos, cuyo lugar esta en la Universidad. Aun
así, a modo de ver existente un lugar para los
economistas de laboratorio cuya tarea mas importante es el progreso del conocimiento, no su
venta al menudeo.
Nadie compare el estado de la economía política como ciencia, con
el estado, digamos, de la física o de la química, negara
la necesidad urgente de este trabajo. Nuestra ciencia es
todavía una ciencia nueva. No obstante los progresos que se han hecho en los métodosestadísticos y el aumento
de datos estadísticos, sus analisis son todavía en su
mayor parte, como observó Marshall hace casi
cincuenta años, cualitativos, no cuantitativos. Con esta
limitación, quiza tengamos una idea bastante aproximada del
caracter genial de las tendencias a largo plazo; pero del proceso del
cambio, del paso de una situación de equilibrio a otra, del orden de los
sucesos durante ese paso, de las condiciones en que ese movimiento es
acumulativo y, por así decirlo, se autopropaga, sabemos muy poco. Lo que
a veces se llama con propiedad la economía de plazo corto es un campo todavía tan escasamente laborado que su
cultivo bien puede producir rendimientos crecientes. Hay
grandes problemas de analisis general; hay la tarea de vestir los huesos
desnudos de la teoría con una envoltura apropiada de hechos
estadísticos; hay problemas mas concretos, privativos de
determinadas industrias o lugares. En verdad, los
economistas de laboratorio tienen una gran labor por realizar.
Quienes se esfuerzan por atravesar este laberinto no
necesitan de mis consejos. Sin embargo, desearía decir
algo en pro de la catolicidad y de la tolerancia. La controversia
llevada hasta cierto punto sirve, sin dudad alguna , para estimular y aclarar
el pensamiento; pero la controversia por sí misma es una perdida de
tiempo; particularmente la controversia acerca de los métodos de estudio
-el método histórico ver sus el método matematico y
así sucesivamente- debía hacerse tirado hacetiempo al cubo de la
basura. Los métodos divergentes son socios, no rivales:
¡Hay sesenta y nueve maneras de construir
y todas y cada una de ellas son correctas!
No sería discreto que sentaramos aún las reglas mas
generales para cada uno, pues bien pronto podríamos vernos obligados a infringir esas reglas nosotros mismos. No hace mucho
tiempo uno de mis mas distinguidos colegas urgió a los
demas economistas a “evadir los tratados,
aprovechar el tiempo, lanzar planfletos al viento” [Keynes]. Pocos
años después él mismo ofreció, y nosotros recibimos
con agradecimiento, una obra con el título de Tratado y que
comprendía dos pesados tomos. Sugiero que aún
es menos diplomatico persuadirnos a nosotros mismos de nuestra propia
inteligencia vituperando la obra de otros. Se ha criticado a Marshall
por su lealtad a los grandes escritores clasicos; por interpretar su
pensamiento quiza con exceso de generosidad; por ver siempre la
contribución positiva que han aportado pasando
por alto sus defectos e imperfecciones. Si la generosidad de esa clase puede
ser un defecto, es un defecto de gran hombre, no de
hombre mezquino. Mejórese por todos los medios la
hecho; constrúyase sobre ello; fortalézcance y pónganse a
prueba sus fundamentos; pero no se utilice y desprecie. Por supuesto no
sugiero que los economistas deban adoptar ese acuerdo
que entre médicos prohibe cualquier crítica adversa de un
compañero; pero semejante crítica adversa bien podría
ocupar un lugar mucho mas pequeñodel que ocupa en nuestros estudios y en
nuestro interés.
Y aún mas. ¿Estamos, en lo
íntimo de nuestro corazón, totalmente satisfecho con la manera o
maneras como
se llevan a cabo algunas de nuestra controversia? Hace un
año o dos, después de la publicación de un importante
libro, apareció una critica detallada y cuidadosa de cierto
número de pasajes concretos de él. ¡La contestación del autor
consistió, no en refutar las críticas; sino en atacar con
violencia otro libro que el crítico mismo había escrito algunos
años antes ! Lucha cuerpo a cuerpo! ¡El
método del
duelo! Esto es una equivocación, y lo es no
sólo en sentido general y abstracto, sino también por una fuerte
razón de estado. Los economistas de este
país carecen de la influencia que -en su propia opinión-
deberían tener, en gran parte porque el público cree que
estan en desacuerdo absoluto sobre todos los problemas. Las controversias llevadas a la manera de los gastos de Kilkenny no
lo ayudan a disipar esta opinión. Y, sin
embargo, en realidad la opinión es errónea en gran parte. Entre estudiosos serios los puntos de acuerdo sobre problemas
fundamentales son muchos mas numerosos que los controversia. Los economistas que toman diferente partido en asuntos
practicos, generalmente estan mucho mas cerca uno de otro,
en lo sustancial de su pensamiento, de lo que cualquiera de ellos esta
de partidarios no bien informados de su propio bando. No puede
beneficiar a nadie que la mala educación en las controversiasoscurezcan este hecho.
No puede beneficiar a nadie por la siguiente razón: concédase al
economista que en su ciencia, como en las otras, la verdad no
surge siempre de su asidua búsqueda; pero no es suficiente encontrar la
verdad, si la justificación final de su obra es fruto de la
practica, el beneficio que su conocimiento proporcione al bienestar
humano. Hay que transportar de alguna manera la verdad de la
sala de estudio al mercado. De alguna manera la verdad
debe llevarse el espíritu de aquellas que dirigen los negocios y
utilizarse en su obra. No podemos esperar que esto suceda
rapidamente. El hombre practico no es, como se ha dicho
rudamente, el hombre que practica los errores de sus antepasados; pero es
inevitable que la mayor parte de su capital intelectual consista en lo que
aprendió en su juventud, antes de que las actividades practicas
lo absorbieran. En una compleja comunidad moderna el tiempo que media entre el
pensamiento y la acción tiene que ser grande; pero el economista,
buscando lo mejor que puede, a través de caminos tortuosos, una meta incierta, cree, o cuando menos espera, que este tiempo
no sea interminable, que al fin. quizas
después de toda una generación, la humanidad empleara lo
que ha conquistado. Esta es su profesión de fe.
La garantía de esto sera mas firme si las diferencias que
necesariamente existen entre estudiosos de una ciencia en continuo progreso, no
se hace aparecer, por un énfasis equivocado,
mas grandes de lo que son en realidad.