El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
Armand Mattelart. Bélgica, 1936. En
1960 finalizó su doctorado en derecho
en la Universidad de Lovaina, Bélgica.
En 1962 consiguió un diploma de
especialización en demografía en la
Sorbonne, en Francia, y partió a
Chile, donde residió hasta 1973. Allí
comenzó su carrera universitaria en la
Escuela de Sociología de la Universidad
Católica. Trabajó como demógrafo sobre la
crítica a las políticas de control de
la natalidad formuladas en el marco del programa “Alianza para el Progreso” del presidente de EEUU
John Kennedy. En 1965, participó en
varias reuniones como experto de una comisión
nombrada por el Vaticano sobre el
tema. A partir de 1967 comenzó a
trabajar para las Naciones Unidas como experto en desarrollo social y se dedicó al estudio de los medios de
comunicación de masas. Con tal propósito,
constituyó un grupo de investigación con
Michèle Mattelart y Mabel Piccini en
el Centro de Estudios de la Realidad
Nacional
(CEREN). Con el triunfo electoral de Salvador Allende, se dedicó al desarrollo de políticas
de comunicación. Después del golpe de estado, huyó a Francia. Codirigió “La Spirale”, una
película documental sobre el periodo de la
Unidad Popular. Actualmente es profesor
catedrático en Ciencias de la Información y de la Comunicación en la Universidad de Paris
VIII (Vincennesa€Saint Denis). Ha mantenido estrechos contactos con varios centros sociales y universidades de Latinoamérica, a donde viaja frecuentemente. La mayoría de sus libros
ha sido traducida al castellano: Diagnóstico social sobre América Latina (Santiago de Chile,
1963); Manual de análisis demográfico
(Univ. Católica de Chile, 1964); Proyecto Maulea€
Norte. Antecedentes demográficos (Univ. Católica
de Chile, 1964); El reto espiritual
de la explosión demográfica (Editorial del
Pacífico, 1965); con Manuel Antonio
Garretón, Integración nacional y marginalidad,
ensayo de regionalización social en Chile
(Pacífico,
1965); Atlas social de las comunas de Chile (Editorial del Pacífico, 1965); con Raúl Urzúa,
Cuenca del Río Maule, estudio sociológico y demográfico (Univ. Católica de Chile, 1965); et
alii, Antecedentes demográficos del área de
regadío Punilla (Univ. de Concepción, 1965);
sAdónde va el control de la
natalidad? (Editorial Universitaria, 1967); con
Michèle
Mattelart, La mujer chilena en una nueva sociedad (Editorial del Pacífico, 1968); con Rene
Eyheralde y Alberto Peña, La vivienda
y los servicios comunitarios rurales
(ICIRA, 1968); con M. Mattelart y M.
Piccini, Los medios de comunicación de
masas. La ideología de la
prensa liberal (Cuadernos de la Realidad Nacional, 1970); con Michèle Mattelart, Juventud
chilena, rebeldía y conformismo (ed.
Universitaria, 1970); con C. Castillo y
L. Castillo, La
ideología de la dominación en una sociedad dependiente (Signos, 1970); con P. Biedma y S.
Funes, Comunicación masiva y revolución
socialista (Prensa Latinoamericana, 1971);
Comunicación y cultura de masas (Santiago de Chile, 1971); con A. Dorfman, Para leer al
Pato Donald. Comunicación de masa y
colonialismo (ed. Universitarias de Valparaíso,
1971); Agresión desde el espacio. Cultura
y napalm en la era de los
satélites (ed. Tercer Mundo, 1972); La
comunicación masiva en el proceso de
liberación (Siglo XXI, 1973); La cultura
como empresa multinacional (Galerna, 1974);
Prefiguración de la ideología
burguesa. El diagnóstico de Malthus (Schapire, 1975); con Luis Vargas et al., Chile bajo la
Junta. Economía y sociedad en la dictadura militar chilena (Zero, 1976); Multinacionales y
sistemas de comunicación (Siglo XXI, 1977);
con M. Mattelart, Frentes culturales y
movilización de masas (Anagrama, 1977); La cultura de la opresión femenina (Era, 1977);
con M. Mattelart, Comunicación e ideologías
de la seguridad (Anagrama, 1978); con
M. Mattelart, Los medios de comunicación
en tiempos de crisis (Siglo XXI,
1980); con J. M. Piemme, La
televisión alternativa (Anagrama, 1981);
Comunicación y transición al socialismo. El
caso Mozambique
(Era, 1981); con M. Mattelart, La
problemática de la población latinoamericana
(Premiá, 1982); con H. Schmucler, América
Latina en la encrucijada telemática (Paidós, 1983); con Y. Stourdzé, Tecnología, cultura y comunicación
(Mitre, Nuevos Signos, 1984); con M.
Mattelart y X. Delcourt, sLa cultura
contra la democracia? Lo audiovisual en
la época transnacional (Mitre, Nuevos Signos,
1984); con
M. Mattelart, Pensar sobre los medios (Fundesco, 1987); con M. Mattelart, El carnaval de
las imágenes, la ficción brasileña (Akal,
1988); La Internacional publicitaria (Fundesco,
1990); La publicidad (Paidós, 1991); La comunicacióna€mundo. Historia de las ideas y de las
estrategias (Fundesco, 1994); Los nuevos
escenarios de la comunicación internacional
(Centro de Investigación de la
Comunicación, 1994); La invención de la
comunicación (Bosch, 1995); con M. Mattelart, Historia de las teorías de la comunicación (Paidós, 1997);
La mundialización de la comunicación
(Paidós, 1998); Historia de la utopía
planetaria (Paidós, 2000); Historia de la
sociedad de la información (Paidós, 2002);
con Érik Neveu,
Introducción a los estudios culturales (Paidós, 2004).
Pensamiento crítico, ns 53, junio de 1971, La Habana, Instituto Cubano
del Libro
Fuente: filosofia.org/hem/dep/pch/n53p004.htm#kn03
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
No se trata aquí de un texto centralmente teorético, sino de la presentación ordenada de un conjunto de ideas concebidas al calor de la
problemática actual del proceso en Chile,
en discusiones de equipo y con
compañeros trabajadores de los propios
medios de comunicación de masas.
Descifrar la ideología de los
medios de comunicación de masas en
poder de la burguesía constituyó la
primera etapa de un quehacer que proyectaba
incorporar dichos instrumentos a la
dinámica de la acción revolucionaria1. Hoy
aquella fase debe ser superada o por
lo menos aprehendida sólo como un
peldaño en la tarea de creación de
un medio de comunicación identificado con el
contexto revolucionario. «Los filósofos hasta
el momento explicaron la realidad, se trata
ahora de trasformarla.» La trasposición en
el caso que nos interesa de la
frase tan manoseada de Marx ilumina
de inmediato
el sentido de nuestro propósito. Para no
caer en un acercamiento de tipo
profético y a fin de sacar provecho
de las lecciones históricas, citaremos dos
textos de
Lenin que a la vez nos permiten situar el papel
de los órganos de información en un
proceso
de cambios estructurales. En Pravda del 20 de
septiembre de 1918, Lenin escribía:
En nuestros periódicos se dedica demasiado
espacio a la agitación política sobre
viejos temas, al estrépito político. Se
reserva un espacio mínimo a la edificación de la
nueva vida: a la reproducción de
multitud de hechos que dan testimonio
de ella La prensa burguesa de los
«buenos tiempos
viejos de la burguesía» no tocaba el
«sancta sanctorum»: la situación interior
de las fábricas y empresas privadas.
Esta costumbre respondía a los intereses
de la burguesía. Nosotros tenemos que
desembarazarnos radicalmente de
ella. Aún no lo hemos hecho. El tipo
de nuestros periódicos no cambia todavía
tanto como debería en una sociedad
que está pasando del capitalismo al socialismo
No sabemos valernos de los periódicos
para sostener la lucha de clases,
como lo hacía la burguesía No
hacemos una guerra seria, verdaderamente
despiadada, revolucionaria contra los portadores
concretos del mal. Hacemos poca
educación de masas con ejemplos y
modelos vivos y concretos, tomados de
todos los dominios de la vida, y
sin embargo ésta es la tarea
principal de la prensa durante la
transición del capitalismo al comunismo. Prestamos
poca atención a la vida cotidiana de
las fábricas, del [6] campo, de los
regimientos, donde lo nuevo crece en
número, donde hace falta concentrar la
mayor atención,
desarrollar la publicidad, criticar a la
luz del día, estigmatizar los defectos y
llamar a asimilarse los buenos ejemplos.
Menos estrépito político.
Véase A. Mattelart y M. Piccini,
«Los medios de comunicación de masas:
la ideología de la prensa liberal en
Chile», en Cuadernos de la realidad
nacional ns 3, Santiago de Chile 1970; A. Mattelart
y L. Castillo, «La ideología de la dominación en una
sociedad dependiente», Ed. Signos, Buenos Aires 1970.
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
Menos razonamientos intelectualoides. Mantenerse
más cerca de la vida. Prestar más
atención a cómo la masa obrera y
campesina construye de hecho lo nuevo
en su diario esfuerzo. Comprobar más
hasta qué punto, esto nuevo es de
carácter comunista2.
pero vivos, de la edificación comunista,
tomados de la vida y contrastados en
la vida: tal es la consigna que
debemos repetirnos sin descanso todos,
nuestros escritores, agitadores,
propagandistas, organizadores, etc. Fijaos en
la burguesía. tQué
admirablemente sabe dar publicidad a lo
que le conviene a ella! tCómo exalta
las empresas «modelo» (a juicio de
los capitalistas) en los millones de
ejemplares de sus
periódicos! tCómo sabe hacer de las
instituciones burguesas «modelo» un motivo
de orgullo nacional! Nuestra prensa no
se cuida, o casi
no se cuida, de describir los mejores
comedores públicos o las mejores casasa€cuna;
de conseguir, insistiendo día tras día,
la trasformación de algunos de ellos en
establecimientos modelo Una producción
ejemplar, sábados comunistas ejemplares, un
cuidado y una honradez ejemplares en
la obtención y distribución de cada
pud de grano, comedores públicos
ejemplares, la limpieza ejemplar de una
vivienda obrera, de un barrio determinado,
todo esto tiene que ser, diez veces
más que ahora, objeto de atención y
cuidado tanto
por parte de nuestra prensa como por
parte de cada organización obrera y
campesina. Todo esto son
brotes de comunismo, y el cuidarlos es una
obligación primordial de todos nosotros3. [7]
Por cierto que en el momento
chileno actual, las fuerzas de izquierda están lejos de ejercer,
el control de los medios informativos.
El enemigo de clase conservó incólume
su aparato de dominación ideológica. La cuestión
es saber si la presencia del enemigo en la plaza
motivó a las fuerzas a buscar una
estrategia común en la lucha de
clases vertido en el ámbito ideológico.
sLograrán las fuerzas del cambio oponer
al poder de manipulación y adoctrinamiento
de la burguesía criolla e internacional
una respuesta que supere los
límites que el enemigo de clase sigue fijando?
sSe valdrán de un instrumental tradicional que
oscile en los márgenes del enemigo
impuesto
por la clase dominante? Es preciso señalar que
esta cuestión no se resuelve exigiendo
la nacionalización de los medios de
comunicación controlados y manejados por la
V. I. Lenin, «Una gran iniciativa
(el heroísmo de los obreros en la
retaguardia. Los 'sábados comunistas')», en
Obras escogidas, tomo III, págs. 210, 250a€51.
3
En julio de 1919 –cuando el poder del estado
proletario ya cumplía dieciocho meses–,
insistía:
He reproducido con el mayor detalle y
plenitud las informaciones
relativas a los «sábados comunistas» porque
nos encontramos, sin duda alguna, ante
una de las manifestaciones más importantes
de la edificación comunista, a la que
nuestros periódicos no dedican la
atención necesaria y que ninguno de
nosotros ha apreciado suficientemente todavía. Menos
estrépito político y mayor atención a
los hechos más simples, V. I.
Lenin, «Cómo deben ser nuestros
periódicos», en Obras completas, tomo
XXVIII, Ed.
Política, La Habana 1964, págs. 90a€92.
2
3
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
burguesía. Tal como lo precisáramos en
un artículo anterior4, esa reivindicación
constituye desde luego un eje fundamental del
proceso de trasformación del medio de
comunicación, pero no hay que atribuirle
un carácter de panacea absoluta. La
revolución empieza in domo: es en la
medida en que las fuerzas revolucionarias
replantean su
estrategia en sus propios medios de expresión
y divulgación (tanto los que controla
el gobierno popular como los que
pertenecen a las diferentes fuerzas
políticas de la coalición gubernamental)
que estarán capacitadas para ejercer una
presión –que supere el nivel del
discurso– para exigir dicha expropiación.
La misma observación se puede realizar
en el
dominio, del contenido propiamente dicho de
los medios de comunicación social. No
es suprimiendo todos los programas de
origen extranjero, especialmente los estadounidenses,
y sólo merced a esta
medida, que resolveremos la cuestión cabal de
la dependencia cultural. Un programa
«chilenizado» puede reproducir la misma
trama ideológica y por tanto padecer,
de modo más camuflado, eso sí, del
mismo vicio que el material foráneo.
4
Algunos observadores no han demorado en
notar que la mayoría de los elementos
en presencia prefiguran la pérdida de
la lucha ideológica cuyo terreno
constituyen los medios de comunicación de masas. tSi es que
fuera factible ponerse de acuerdo sobre
la realidad del enfrentamiento! En efecto,
es lícito preguntarse si en este
terreno la
burguesía tendrá un adversario que desista de
su [8] virtualidad y no sea solamente el reflejo
de la institucionalidad vigente. Las reflexiones
que siguen se resisten a contribuir a
un inventario de carencias y a un
nuevo libro de lamentaciones. Convergen
hacia una propuesta de acción. La
convicción que las anima nos hace
precisar algunas modalidades de la lucha
de clases que una concepción inmediatista
de la tarea por cumplir podría relegar
a un plano secundario y señalar la
gravedad de aquella eventual omisión. Dos
temas –en realidad se articulan en la
misma problemática– vertebran nuestro
planteamiento: —La burguesía posee la
dinámica de la información. El concepto
vigente de libertad de prensa y de
expresión legitima dicha dinámica. Asimismo contribuye
a legitimarlo, la concepción mítica que
preside la
organización y la actividad de la comunicación
masiva.
—Las clases trabajadoras han sido
tradicionalmente relegadas al papel pasivo de
consumidor de esta información. Se trata
de revertir esta situación, evitando el
peligro del populismo.
I. El concepto burgués de libertad de
prensa y de expresión nos encierra en su
argumentación
En los últimos tiempos cobró particular énfasis
la campaña desarrollada en defensa de
la libertad de prensa y de expresión
por la burguesía criolla y sus
comparsas internacionales de la Sociedad Interamericana
de Prensa. La compra y estatización
de la empresa editorial en quiebra
Zig Zag, y la investigación judicial
en la administración del diario El
Mercurio, acusada de irregularidades fiscales,
han servido de pretexto para denunciar supuestas
medidas coercitivas en
contra de la «prensa libre». Las respuestas que
intentaron contrarrestar la acción de la
parte
litigante nos merecen algunas reflexiones. Bien
se puede argüir acerca de si es
o no posible hacer la revolución
utilizando el andamiaje de las leyes
de la democracia instituida por la burguesía.
Pierde validez tal
alternativa cuando se trata de estatuir sobre la
factibilidad de valerse de su ideología
de
A. Mattelart, «Los medios de comunicación en un
proceso revolucionario», en Los Libros,
Buenos Aires, eneroa€febrero de 1971.
4
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
dominación para detener la ofensiva
ideológica de dicha clase o [9]
precaverse de ella. En otros términos
–para aludir a una expresión en boga
durante la revolución cultural china– no
es posible oponerse a la bandera de
la burguesía agitando la bandera de
la burguesía. A pesar de aparentarlo,
esta observación dista mucho de ser
obvia. Precisamente cuando la burguesía
lleva a su
adversario de clase en el campo de la libertad
de prensa y de expresión, se
comprueba de modo particularmente abierto
lo inerme que es el opositor. En
este dominio, la burguesía parece haber
monopolizado los claves del código que
permite establecer la existencia o la
inexistencia de tal libertad. Es su
noción clasista la que en última
instancia homologa, zanja los dudas y
dictamina. Esta noción particularista padece
de una tal proclividad a esfumar sus
raíces de clase, que en ella pudo
fundamentarse toda la mitología antisocialista
de los que se empeñaron en criticar
los regímenes socialistas. sAcaso no la
invocó Marcuse al criticar el marxismo
soviético? sAcaso no es una de las
argumentaciones de
Dumont al impugnar la denominada «sociedad
militar cubana»? A la misma recurren
los trásfugas de las democracias populares
albergados en los regímenes liberales. (Una de
las fallas maestras de las denuncias
–suelen presentarse como genuinos exámenes
de
conciencia– que los críticos «socialistas»
hacen de los regímenes socialistas estriba
precisamente en recurrir sin reservas,
hasta parece sin conciencia, a los propios mitos de la
ideología burguesa interpretados en tanto
normas de perfección democrática. Demás
está decir que llevan agua al molino
de la mitología macartista y el
anfitrión los atiende muy bien. En el
discurso de todo crítico reformista del
socialismo duermen las ecuaciones y
analogías simplistas del anticomunismo: socialismoa€totalitarismoa€
stalinismo. El segundo término de la antinomia
es siempre la glorificación de la democracia
burguesa y su noción de libertad. Democracia
representativaa€libertad del
individuo. La
«libertad de prensa y de expresión» constituye
el más apropiado ámbito a dicha forma
de colonización burguesa que contagia a
los que suelen autodenominarse los
defensores del humanismo, de cuya
administración exclusiva quieren adueñarse.)
En el banquillo improvisado de la
SIP, el acusado cree que debe hacer
frente a la acusación y se instala
en la polémica. A la ofensiva
contesta por la defensiva y al igual
que un niño pillado in fraganti se
empeña en desmentir, en hacer alarde de
su inocencia y
en probar que su política no derogó un código
«universalmente» [10] aceptado. Hasta propone
que una misión de «buenos oficios»
restablezca la verdad y borre la
difamación. Ahora bien, sdónde hace agua
esta actitud
defensiva que equivoca el objetivo?
El acusado se encierra en el círculo argumental
de su adversario de clase, trabajando
con las representaciones colectivas generadas
por el enemigo político y propias de
él. (Puede uno preguntarse si en última instancia esta actitud
no significa que el antagonista, identificado al
nivel discursivo como el enemigo de
clase, deja de serlo en tanto tal
al nivel latente, cuando dicho enemigo
de clase se reviste de su poder
oculto de dominación y hacer creer
que puede jugarse todavía el juego de
la conciliación defensora son tomados en
préstamo a la reserva de argumentos
que fundamentan su condición de dominada.
Así parece comprobarse de modo implícito que la
noción de libertad que maneja la burguesía es
un modelo absoluto. En esta forma, el
adversario desplaza a su antojo el
interés desde el centro neurálgico, es
decir el lugar donde trasluce la
dominación social y la defensa explícita
de su poder económico, hacia un
centro susceptible de enmascarar y diluir
esta dominación. En otros términos, la
defensa de la libertad de prensa no constituye
para la burguesía sino una coartada
que le permite interceptar la atención
de los dominados hacia un foco donde
no se dan conflictos manifiestos capaces
de poner al
5
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
desnudo la presencia de sus intereses de clase.
Es porque la acusación dirigida al
gobierno popular es una coartada –o
una medida de diversión– que en el
tribunal de la burguesía, el juez y
el abogado están en perpetua colusión
y que al acusado reducido a la
impotencia le queda el derecho al
pataleo de cólera. Para escaparse de
esta racionalidad de la
dominación –en la cual el acusado se acorrala–
se trata de provocar el estallido de
esa racionalidad y establecer un nuevo
concepto de libertad de prensa y de
expresión, hacer
incurrir a la burguesía en contradicción con su
propio concepto, y sobre todo materializar
la vigencia de este nuevo concepto de
libertad de prensa y de expresión en la realidad. Es lo
que nos proponemos más adelante. Por
el momento, acordémonos de examinar la
argumentación clásica y detengámonos en
algunos puntos donde la contradicción con su
concepto burgués puede ser sorprendida.
a. La libertad de prensa es la
libertad de la propiedad. Es funcional
a los intereses de los propietarios
de los medios de producción. El [12]
medio de comunicación de masas liberal
no puede emitir sino mensajes que apunten a
la protección de sus intereses. b.
La libertad de prensa pertenece al
registro del principismo burgués. La burguesía
misma
es incapaz de ponerlo en práctica en
toda su extensión y acepta tanto la
censura oficial como la autocensura, cuando
sus intereses están amenazados (leyes de
censura de Uruguay, de Brasil Frente
a la amenaza comunista, burguesías iluministas y dictaduras
militares recobran el unísono). c. La
burguesía criolla utiliza el ámbito
internacional como factor de convulsión
interna y de solidaridad imperialista. En
términos fuertes: los defensores de la libertad
de prensa no tienen patria. Su patria
es la de su capital. sCuál es
el mecanismo de la campaña montada
por la SIP? El mensaje
emitido por el diario burgués chileno regresa a
su punto de emisión, reforzado por la
autoridad que le confiere el hecho de
haber sido reproducido en el extranjero.
Se llega a
tales extremos que el editorialista de Santiago,
corresponsal chileno de un diario
argentino, comenta en su diario santiaguino
el editorial que escribió
dos días antes para el órgano de
información trasandino: se demuestra lo que
hay que demostrar por lo que hay
que demostrar. Estamos en presencia de
una SIP
tautológica. Su campaña se resume en ser una
gigantesca mordida de cola. Cuando el
editorialista de O Globo, por
ejemplo, parece dotado de cierta autonomía e
independencia, tales características no son
sino ilusorias y en realidad el
periodista no
hace más que aplicar las consignas tácitas que
los propietarios de la SIP han
acordado entre
ellos y que a grandes rasgos esbozaremos más
adelante.
II. La concepción rectora acerca del medio
de comunicación de masas participa de la
ideología dominante
El concepto de libertad de prensa que permite
que el poder de la información
pertenezca a una minoría propietaria, va
a la par con una concepción de
la organización del medio de comunicación
de masas. La que encuentra su
expresión en la verticalidad del mensaje.
Según el esquema burgués el medio de
comunicación masiva obedece a una dirección
unilineal, desde arriba hacia abajo, es
decir desde un emisor que trasmite la
superestructura del modo de [13] producción
capitalista hacia un receptor que
constituye una base cuya mayoría no
ve reflejadas sus preocupaciones y formas
de vida sino más bien aspiraciones,
valores y normas que la dominación
burguesa estima las más
convenientes para su propia sobrevivencia. Se
patentiza la imposición de un mensaje
envasado por un grupo de especialistas a una
base receptora, cuya única participación en la
orientación de los programas que va a
6
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
consumir la constituye el hecho de que
se preste periódicamente a las encuestas
de
sintonía que suelen resumirse en encuestas de
mercado sobre la viabilidad comercial de
un productoa€programa ya prefijado. Dichas
encuestas mercantiles de hecho son
plebiscitos a sí mismo. Integran por
tanto la red de los numerosos
sofismas que asientan las bases ideológicas
de la dominación burguesa. (En el
curso de una reunión de
prensa, el director de un diario liberal decía a
la asistencia: «Todos ustedes están en
contra
de la libertad de prensa arguyendo que es una
libertad de propiedad, pero los hechos
no les dan la razón. En efecto,
vender cada día 300.000 ejemplares
constituye un verdadero plebiscito. Ahora
bien, este plebiscito es la expresión
máxima de la libertad de decisión personal.»
Lo que silencia nuestro burgués es
que se trata de un plebiscito a
la institucionalidad burguesa que no sólo impone
sino que prefigura actitudes y gustos,
y una vez fijados estos últimos puede
darse el lujo de simular la democracia.)
A veces el pueblo abastece de materia
prima la información como actor de
sucesos. Al ser interpretados por el
profesional de la noticia, coartado él
mismo por el propietario del medio y
en general por la institucionalidad
burguesa, el suceso en que participa, el pueblo
suele transitar a través del crisol
de los
intereses de una clase: se asiste entonces a un
proceso de apropiación de un suceso o noticia
cuyo actor es el pueblo en provecho
de la
legitimación del sistema de dominación. Razón
por la cual podemos decir que en la sociedad
burguesa la burguesía tiene la dinámica
de la información. Cualquiera fuera el
actor del
hecho, les abona a su cuenta. De
hecho, concebido en esta perspectiva, el
mensaje refleja la práctica social de
la burguesía y jamás la práctica social del pueblo.
Anotemos que esta cadena de imposición
es múltiple, ya que aquí intervienen
todas las consecuencias de la dependencia cultural.
Obviamente, este esquema burgués releva de
una cultura jerárquica acorde con la
división en clases que perpetúa. Por
último digamos que no sólo la
burguesía nos ha impuesto un modo de
organizar la trasmisión de mensajes sino
que a la vez nos [14] ha
impuesto un concepto de comunicación. Hasta
ahora hemos sido incapaces de enfocar
la comunicación masiva
al margen de la alta tecnología. Lo que desde
luego va aparejado a un concepto autoritarista
de la comunicación, dado que los que
detentan el poder tecnológico son los
habilitados para trasmitir los mensajes.
En un proceso revolucionario se trata
de demistificar este concepto de
colonización de una clase por Otra,
invirtiendo los términos autoritaristas, que
suelen disfrazarse de un cariz paternalista,
y restableciendo la relación basea€superestructura.
Es decir, se trata de
hacer del medio de comunicación de masas un
instrumento hacia el cual culmina la
práctica social de los grupos dominados. El mensaje ya
no se impone desde arriba, sino que el pueblo
mismo es el generador y el actor
de los mensajes que le son
destinados. El medio de
comunicación masiva pierde de este
modo su carácter epifenoménico o trascendentalista, al
desalojar a la burguesía nacional y
el polo imperialista de su estatuto
de gestador y árbitro de la cultura.
Por consecuencia, su noción de libertad de expresión y de prensa se
despoja de su abstraccionismo y cobra cuerpo.
Este mismo proceso de concretización rescata
el privilegio de la expresión de las
manos de una minoría monopolizadora. La
noción de libertad de expresión deja de
ser una utopía clasista.
III. Un medio de comunicación de
masas revolucionario le devuelve el habla
al pueblo
El objetivo fundamental, que cristaliza la
inspiración de la política del nuevo
medio de
7
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
comunicación de masas, es hacer del pueblo
un protagonista del medio de comunicación
de masas. Según la expresión de la revolución
cultural china, se trata de devolver el habla al
pueblo. 1. Esto significa primero quitarle
a la clase
dominante la dinámica de la información y, en
un sentido más global, de la cultura,
como lo veremos más adelante. Hasta
el presente, la
clase dominante estatuye sobre la jerarquía de
las prioridades; su criterio prevalece para
establecer la importancia de las noticias
y de
los temas que deben circular como elementos
de integración noticiosa entre los
distintos estratos sociales, y para definir
lo que en
última instancia debe [15] preocupar a lo que
se da en llamar la «opinión pública»
nacional (para qué decir la internacional).
La prepotencia de este criterio
particularista se verifica no solamente en
los órganos de información que relevan
directamente de su poder, sino que
irradia como norma vertebradora en la mayoría
de los mensajes emitidos por los
medios que pretenden
difundir una contraideología. Estos últimos en
efecto son de alguna forma víctimas
de un vicio de génesis, ya que
nacieron en un
contexto de referencias estructurada según las
líneas determinantes de la ideología burguesa
de dominación. Este criterio de selección
que privilegia la clase dominante es
directamente
funcional a su situación, sus aspiraciones,
su concepción del mundo, y servidor
de sus preocupaciones e intereses mayores.
La derecha es quien produce y
usufructúa las noticias. En algún tipo
de órganos de información, periodísticos o
radiales de
preferencia, vinculados con la problemática de
la Unidad Popular, las noticias enfatizadas por
los títulos a toda tinta no fueron precisamente
inspirados por un objetivo de movilización
de la audiencia. En primer lugar, el mero anunciar
y examinar las medidas de gobierno no
basta para diferenciar un periodismo de derecha de
un periodismo de izquierda y genera
la ambigüedad siguiente, al hacer creer
que el único actor de la revolución
es la entidad gubernamental. (Además este
hecho es
significativo de una concepción bien particular
y muy burguesa de lo político, sobre
la cual hemos de volver.) En segundo
lugar, los ataques a la derecha, al
ser formulados en términos sicologistas, si
bien son útiles en un momento
determinado de la lucha de clases, no
traspasan los hábitos argumentales tradicionales
de la democracia
formal, recuperados en el momento mismo en que se
profieren. En ambos casos, el enemigo
de clase permanece el animador del
juego discursivo, incluso sin estar presente. En tercer
lugar, se comprueba una tendencia a
hacer
avanzar la retórica de la revolución más allá de
los hechos, y a caer en la
verborrea que condenaba Lenin. A propósito
de la homologación demasiado apresurada de la
palabra «comuna» y «comunista», escribía:
La palabra «comuna» está siendo utilizada
entre nosotros demasiado fácilmente. Toda
empresa montada por los comunistas o
con su concurso es corriente e
inmediatamente proclamado «comuna»; se olvida
muchas veces que este título de honor
hay que conquistarlo por un trabajo
largo y encarnizado, por éxitos prácticos
verificados en la construcción verdaderamente
comunista Sería muy útil eliminar la
palabra «comuna» del uso corriente, de
prohibir [16] al primer llegado
apoderarse de esta palabra, en otros
términos de no reconocer este título sino
a las verdaderas comunas que han
demostrado verdaderamente en la práctica
(unánimemente
confirmada por la población local) su
capacidad, su aptitud para hacer marchar
las cosas de manera comunista5.
5
V. I. Lenin, «Una gran iniciativa», en op. cit.
8
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
Asimismo en nuestro medio y en
nuestra prensa, la palabra «socialista»
tiende a convertirse en un comodín. Por
último, sin caer en la crítica
pequeñoburguesa moralista a la crónica
roja, convengamos que la amplitud que
cobra tal crónica tiende a hacer del
pueblo una fuente inagotable de crímenes
y violaciones, sobre
todo cuando el agrandamiento de este tipo de
sucesos significa la subestimación de
hechos más edificadores y más significativos
de una vida nueva, también protagonizados
por el pueblo. sCómo devolverle el
habla al pueblo? sCómo
invertir la dinámica que acabamos de esbozar?
Cabe retroceder hacia los textos de Lenin que
citamos al comenzar este artículo. Es
preciso
vincular la noticia con las iniciativas populares
que van generándose en el proceso,
jornadas de trabajo voluntario efectuadas
por obreros, gestión popular de una
industria o de una nueva unidad
agrícola, acercamientos concretos entre los
distintos actores sociales del proceso de
cambio: he ahí algunas expresiones que
testimonian de la práctica social del pueblo. Nos conformamos con abrir
esta nueva posibilidad de planteamiento de la
noticia y de su comentario, a sabiendas que lo
medular detrás de este nuevo planteamiento
es el sitio que ocupa el pueblo en el centro de
la noticia y de su comentario. Eso
es susceptible de tener una ramificación
formidable, en la medida que exige rescribir la
historia del pasado y del presente a
la luz de
este concepto, cambiando el signo de la gesta
burguesa. Hace falta la historia de
los grupos dominados que remata en
una victoria electoral y la iniciación
de un proceso revolucionario. 2. Antes
de seguir más adelante, nos parece
importante abrir un paréntesis para precisar la
envergadura de una política de devolución del
habla al pueblo. En la sociedad
burguesa, el medio de comunicación tiene
una función esencialmente desorganizadora y
desmovilizadora de los grupos dominados. Se
encarga de operacionalizar cotidianamente la
norma del individualismo. Los modelos de
aspiraciones y de comportamientos que
vehiculizan aíslan los individuos [17] unos
de
otros, los atomizan. Es la ley de competencia o
la ley de la selva. Es así
como, por ejemplo, después de haberlos
regimentado en el trabajo o en la
escuela, el sistema burgués a través
de los cómics y sucedáneos sigue
rigiendo el descanso y el ocio. En
cambio, en un proceso revolucionario, el
medio de comunicación de masas debe
convertirse en
un organizador, un agente de movilización y a
la vez un agente de identificación de
los grupos dominados. Ahora bien, esta
movilización es un proceso acumulativo y
no puede responder a consignas que
reanudan con el esquema autoritarista: el
pueblo moviliza al pueblo. Los medios
de comunicación –a condición de permitir
esta identificación de los intereses de
los grupos
dominados que es previa a toda solidaridad, ni
campesinismo, ni obrerismo– serían posibles
eslabones de este fenómeno de movilización.
3. La definición del pueblo en tanto
protagonista implica sobre todo que las clases
trabajadoras elaboren sus noticias y las
discutan. Eso significa que pueda ser el emisor
directo de sus propias noticias, de
su comunicación. Para cumplir con esta necesidad
y esta exigencia, hace evidentemente falta
que tenga a su disposición y bajo
su responsabilidad la emisión y confección
de un órgano de comunicación, al nivel
y en la órbita donde
gravita su práctica social: diarios de fábrica, de
barrio, de centros de madres Precisamos
antes de seguir que tales iniciativas requieren
la creación de una infraestructura
específica, relativamente sencilla y exigiendo
nada más que los servicios de un
monitor cuando se trata de un medio
de manejo relativamente
fácil, como la hoja mimeografiada impresa en
un taller de barrio. Incluso se puede pensar en
una formación técnica elemental y rápida
y
sobre todo en la entrega de un material que la
9
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
misma comunidad puede ir adquiriendo.
Siempre al nivel del manejo de la
tecnicidad, las formas de colaboración
entre la base y el personal profesionalmente
capacitado van
adquiriendo complejidad. Así se puede pensar
en la realización de películas y láminas sobre la
práctica específica de un grupo de
trabajadores, en la cual participan en
forma concreta estos últimos asesorados por
los
camorógrafos y otros especialistas que les van
entregando su habilidad específica. Este
material elaborado con los trabajadores
serviría de base para la concientización
de
otros grupos y criticado por estos últimos sería
susceptible volver a su fuente de
emisión. Al
retornar a su punto de partida, se cumpliría el
movimiento de circulación dialéctica, entregando
a los trabajadores emisores la posibilidad
de aprovechar la crítica emitida por
los otros grupos y convertirse así el
material en una fuente de conciencia.
Incluso es posible idear que dichas
[18] películas elaboradas con y por
las clases trabajadoras
lleguen a integrar los programas masivos de la
televisión. Esta circulación debe pretender
establecer puentes de solidaridad y verdadera
comunicación entre los diversos sectores de
dominados, desde el campesinado hasta los
mineros. El objetivo preciso que apuntamos
aquí es refutar la perspectiva reformista
en materia de concientización que consiste
en
promover iniciativas compartimentadas, campañas y
estrategias sectoriales que se desarrollan
en enclaves, degenerando en campesinismo,
pescadorismo La lucha de clases requiere
la ruptura de este esquema tradicional.
Por ejemplo, no se puede seguir
pretendiendo crear conciencia, en las zonas de
reforma agraria, a partir de lo mera
práctica agraria. Si tenemos que enfrentar
la ofensiva ideológica de un enemigo
de clase, tanto nacional como
internacional, debemos vertebrar nuestra
respuesta según dos ejes, primero el
conocimiento de lo que es esta
ofensivo ideológica, y segundo el respaldo
de la solidaridad de los grupos subalternos creada
frente a esta práctica de la ofensiva ideológica.
El entregar al campesino un material polémico
y consignas agraristas es significativo de
una
política de enclave que revela ser en definitivo
una política de impasse. La lucha de clases no
tiene clientela especifica, la que
acostumbran
tener los distintos ministerios que se reparten
el poder del estado. Por supuesto,
detrás de esta problemática subyace una
muy fundamental, cual es la de
redefinir el papel de las instituciones
gubernativas en
un proceso de cambio revolucionario. Si se quiere
evitar un paralelismo entre dos iniciativas
–la de la institución gubernamental y
la de los
grupos dominados– hace falta decidir quién en
última instancia debe ser el gestador
de los
mensajes, vale decir quién en definitiva
tiene el poder, el estado o los
grupos dominados o
el estado de los grupos dominados. En vez de
entregar una publicación concientizadora establecida por los técnicos de una institución
agraria, por ejemplo, se trata de que el propio
campesinado pueda confeccionar, él mismo, este
material, integrando en su proyecto
crecitivo toda la problemática concreta de los
grupos dominados, es decir realizando un
encuentro con la comunidad de intereses
de las clases trabajadoras. Este
planteamiento para precaverse del utopismo
requiere precisar una infraestructura. La
identificación de los intereses de los
grupos dominados no llega a efectuarse
sin un proceso de conocimiento. sCuál
es la escuela del
trabajador? Básicamente sus organizaciones de
clase. Cada sector, cada fábrica, cada
fundo, constituirá el único lugar donde puede
afincarse el análisis y la discusión
de las
noticias, y donde puede crearse células de [19]
información. Estas células de información
no serían sino la extensión de los
órganos de participación de las masas,
más particularmente su forma de participar y pesar
en el poder ideológico. Su tarea de
discusión de las noticias, en última
instancia de análisis de la ofensiva
ideológica de su enemigo de clase,
tanto al nivel de su práctica
específica como aquél de la
práctica de los otros
10
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
sectores, no se concibe sino como una
extensión de su labor de formación de
las masas. La información cotidiana entregada por
la propia clase dominante –reflejo de
su praxis– sirve de materia prima a
la
concientización de las masas. De hecho, dichas
células son también los únicos centros –
verdaderos embriones de control popular– de
donde pueden surgir una auténtica prensa
popular. En efecto, además de su
misión de discusión, deberían asumir la
elaboración de informaciones tal como lo
propusimos en el principio del acápite.
Para que tanto las discusiones como
dichas elaboraciones puedan llegar masivamente
a otros grupos, sería importante retornar,
adoptar la idea de Lenin acerca de
los corresponsales obreros cuya misión
consistiría en servir de cauce a
esta materia noticiosa nueva. Por último, es en
estas células que recalarían las diversas
iniciativas que apuntan a hacer de
las masas organizadas el generador de sus
mensajes (programas de televisión, cines,
etc.). Resulta imprescindible vincular esta
propuesta con estas organizaciones de base
que pueden diversificarse a lo largo
de todo el país y de todos los
sectores dominados. Su especificación es muy amplia, abarca desde los
sindicatos hasta los centros culturales,
los comités de Unidad Popular La
información da la oportunidad de anclar
en la realidad la
formación ideológica y entrega a las
clases
trabajadoras los antídotos al poder de la clase dominante. Estos requisitos son la garantía de
que en la lucha ideológica entablada en contra
de la derecha, el único interlocutor deje de ser
un gobierno que desmiente, y de que
dicha ofensiva encuentre su verdadero interlocutor,
el poder popular. El círculo de las
discusiones debe dejar de estar circunscrito a un vaivén de
argumentaciones que de hecho elude la
emergencia del actor principal de la
revolución. Bien puede el gobierno
experimentar la necesidad de aportar un
desmentido a las acusaciones del poder
burgués, pero no es tanto para
justificarse
frente a este último sino para ser consecuente
con la formación de un poder popular
y la
tarea de concientización de las masas. 4.
En la fase de transición al
socialismo, numerosos mensajes seguirán siendo
elaborados por los trabajadores técnicos de
los medios de comunicación de masas,
inscritos la mayoría de las veces en un ámbito
pequeñoburgués, y eso incluso en lo referente
a los medios [20] controlados por las
fuerzas revolucionarios. Nuestra propuesta de
devolver al pueblo el control sobre
los mensajes que recibe, permanece válida.
Hay que evitar que el criterio de
selección y apreciación escape al poder
de la comunidad interesada. Un ejemplo de cómo se realizaban
dichas operaciones de selección y apreciación
en una empresa antes de ser controlada por el
estado nos revela la aberración aparente
del antiguo sistema, aunque remita a
una concepción sumamente lógica del orden
imperialista, al cual devolvemos su
verdadero sentido de anarquía: limpiamente
envasadas, llegaban cada semana a la
dirección de la empresa, las láminas
con el guión apropiado destinadas a
llenar el interior de los comics
distribuidos por la casa editorial que
los compraba a un consorcio internacional.
Entre el momento que llegaban por correo y el
momento en que salían al público
(seis revistas quincenales con un promedio
de 40.000 números vendidos, lo que
representa un promedio de dos millones
cuatrocientos mil lectores) solamente la
podía apreciar llenando sus ratos de ocio,
la secretaria del director demasiado
ocupado, que daba ella misma el pase
al dictaminar: «No es fome, vale la
pena.» En realidad, no hacía sino
insertarse en la lógica burguesa para la cual el
comic no cumple sino una función de
entretenimiento. tQué hay que admirar más,
la perfección de la máquina empresarial
que
puede permitirse una tal confiabilidad en cada
uno de sus eslabones, o la paradójica
desproporción numérica entre la secretariaa€ juez y los 2.400.000 lectores!
11
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
Si bien en todos los casos el
interesado no puede generar el mensaje
que exprese las condiciones reales de
su situación, e interprete su problemática
de clase, es imprescindible quebrar el
carácter envasado del mensaje sea revista,
sea película,
programa de televisión, etc.; que hace perder
a este último la posibilidad de ser
enjuiciado, de someterse a una eventual
reformulación más adecuada, en última
instancia de quedar abierto para servir
mejor los objetivos que se propone.
Se trata de poner en jaque la
dimensión unilineal emisorreceptor, que no
establece una relación sino ficticia y mercantil
entre los dos polos. El material
elaborado debe cumplir con el requisito
de la circularidad, expresión genuina de
un
verdadero circuito de comunicación según una
acepción no mitificadora, es decir que largado
por su emisor a «las masas» debe
retornar a su emisor, desalienado y
enriquecido por los resultados de su
paso por las masas. La infraestructura
que posibilita esta vuelta al emisor
y la consecuente probación del «alimento
espiritual» por parte de los [21]
interesados, es muy similar a la que
hemos esbozado anteriormente. Desde luego
se moldea sobre las características del
público particular; la muestra de la
población que permite decidir de lo
adecuado y feliz que es
una historieta para niños de corta edad no va
a ser la misma que la que
interviene en el enjuiciamiento de un
programa de televisión
que requiere ser abonado. Lo que se trato de
evitar es que esta nueva versión de la censura
no esté monopolizada por grupos no
idóneos para penetrar la complejidad y
el carácter matizado del caso. Un
visto bueno emanado de una fuente
política, en el sentido burgués de la
palabra, no vendría obligatoriamente al
caso. Aceptarlo sin buscar más allá, equivaldría
en muchas oportunidades a volver a un
esquema autoritarista, donde el interesado es
sustituido por un representante. La
inadecuación de este esquema de relación
se
hace más patente cuando es susceptible de no
satisfacer en lo más mínimo las condiciones
recíprocas de representación. En el
caso por ejemplo del adulto, puede ser
el padre, a quien se pide orientar
una revista infantil, la idoneidad
ideológica de su juicio puede ser
irreprochable, pero sin embargo este asesoramiento
puede fallar al menospreciar rasgos
esenciales de lo imaginario infantil. Lo
importante es interrogarse a propósito de
cada material específico sobre el grupo
más adecuado para aportar una valiosa
colaboración en la reformulación del mensaje.
Si se puede avanzar algunas proposiciones
de base para fundamentar la formación
y el trabajo de lo que se
podría concebir como talleres situados en
poblaciones, barrios
obreros, asentamientos una anotación esencial
consiste en subrayar la necesidad de
quebrantar la vigencia de estereotipos que
alejan cada día más la posibilidad de
una
verdadera revolución cultural. En este sentido,
por ejemplo, y en el caso específico
que estamos tratando, la discusión de
una revista femenina no tiene por qué
aterrizar de manera forzosa y fatal
en un centro de madres. Es en
la vigencia de imágenes acerca de la
segregación de los sexos por ejemplo
que la cultura burguesa deposita su confianza
para que no se cumplan sino a
medias las iniciativas revolucionarias. La
palabra «experimental» nos merece dudas
para caracterizar este tipo de proyecto, aun en
su fase temprana. La envergadura de
este plan, que
no es otro sino el de la
creación de estructuras comunitarias y, por
tanto, la construcción del socialismo,
rebasa inevitablemente la línea burguesa
del plan piloto que se conforma en
la mayoría de los casos con crear
islotes de privilegiados, cuando no de
probar aspectos específicos de una técnica
sofisticada. El resultado, con [22] tal
que se pueda prever, precisaría aproximar
a lo siguiente: el medio de comunicación
tendería a cumplir la función de
concientización y movilización perpetua de
la audiencia. Para cumplir con estos
efectos, no propagaría necesariamente lemas
sino que
12
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
generaría y administraría una cultura que,
en una meta quizá lejana, se
caracterizaría por ser propiamente
revolucionaria. Al volver reiteradamente a
su base de discusión, evitaría el
escollo de la petrificación del género
y sería susceptible cobrar tanta
agilidad y actualidad revolucionaria recobrada
a diario o a semana como los diarios
murales de China. El lector puede
argüir sobre la existencia de fórmulas
de participación «equivalentes» en la misma
prensa burguesa. La más común es sin
lugar a dudas la sección de las
cartas del lector. Para refutar sin
lujo innecesario de detalles tal
argumentación,
digamos que este mecanismo de participación no
rebasa las normas explícitas de la
democracia representativa burguesa y que, en
un contexto que cotiza tanto la
democracia formal, esta apertura, que
aparenta burlarse del código de dominación,
además de poner raras veces el órganoa€magazine
en una instancia de enfrentamiento con
una mayoría de cortas protestas, viene
a ser un elemento de glorificación de
la revista por su
amplitud de criterio y surte beneficios y divisas.
Esta última observación nos encarrila a
contrarrestar cierto tipo de analogías. La
situación presente nos obliga a dar un sentido
radicalmente distinto a las mismas palabras
que evidentemente se utilizaron en el pasado.
Del mismo modo nos hace enfocar los
procesos según una nueva racionalidad. Pero
la asimilación de esta última ocasiona
desajustes. Un ejemplo nos permitirá precisar
hasta qué punto un concepto nuevo puede ser
desvirtuado por los resabios de los
hábitos y reflejos impresos por la racionalidad mercantil
de la empresa de comunicación de
masas burguesa. En una conversación con
un guionista de una revista de
aventuras recientemente adquirida por el
estado y
sometida a estudio y revisión del material que
incluye, surgió una discusión sobre la forma de
encarar la renovación de la revista.
El guionista dio su aprobación a la
proposición hecha de recurrir a la
base popular juvenil como variablea€control
en la orientación de la revista en
su nueva versión. Y de agregar:
«Totalmente de acuerdo con esta decisión.
Hay un departamento especial de promoción
que hasta el momento ha funcionado de
manera deficiente. Se trataría de
activarlo.» Volvía el guionista a la
clásica encuesta de mercado de inspiración
exclusivamente comercial y equivocaba por
entero la inspiración de la nueva
meta, fijando en el concepto «promoción»
[23] (implícitamente para él, de la venta),
sus reflejos condicionados de trabajador de
una empresa capitalista. Falta precisar,
para precaverse de la acusación de
la burguesía de que «los revolucionarios
no buscan el rendimiento», la
reivindicación de un nuevo concepto de
eficiencia. No perseguimos la quiebra. No
queremos empresas deficitarias. Anhelamos que
a esta revista la adquieran el doble de
lectores. Pero inscribimos este esfuerzo de
«promoción» en la prosecución de una tarea
de dignificación del comprador y de
acceso a
su propia identificación. El adquirir conciencia
no significa latearse (tan es cierto que
el burgués puede reírse de sí mismo
con la condición de no conocerse). La
burguesía ha creído monopolizar la risa.
Alcanzó a hacerlo en el ámbito de
lo frívolo. Pero el circo se
marginó, con la bohemia. 5. En la
democracia representativa el
mecanismo del representante está a tal punto
anclado, que en el último eslabón,
frente a sí
mismo, uno está finalmente representado por
otro que uno mismo: es la alienación.
Uno siempre ve la realidad y la interpreta por otro.
El primero es el emisor; el segundo
es el receptor. El planteamiento recién
delineado de la generación de un
nuevo medio de comunicación exige volver
sobre la necesidad de redefinir el
papel del profesional o del trabajador
de la noticia, y en un sentido
más general, el status del técnico del
medio de comunicación. En la sociedad
burguesa, el periodista, aun de izquierda,
excepto en un
diario de partido, no puede alcanzar a cumplir
con su misión de trabajador de lo que debería
13
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
ser un servicio público. Está aislado
en una empresa, a lo más en una
cooperativa. Las únicas iniciativas que
puede tomar desembocan siempre en islotes de «reforma».
Aislado estructuralmente, de hecho representa
por naturaleza profesional el que tiene
acceso, a veces muy coercionado, a la
noticia, y la interpreta. Son, para
hacer nuestra una expresión recientemente
escuchada, «los detentores del sentido».
Ahora bien, en una sociedad revolucionaria
y en un proceso de adquisición por
parte del
pueblo del derecho a producir y a usufructuar
sus noticias, si bien no desaparece
el periodista, debe desaparecer el
periodismo representativo, tal como lo
concibe la burguesía. De hecho, el
periodista incluso de izquierda dentro de
la sociedad burguesa
actúa en un periodismo representativo sin que
este concepto de representación haya sido
homologado por los que le incumbe al
periodista representar. Justamente es esta
situación la que, cortándolo de raíces legítimas
con el pueblo, ha hecho que el
periodismo protestatario contra la sociedad
burguesa, [24] salvo la prensa de
partido, se convirtiera la mayoría de
las veces en periodismo populista. Son
las condiciones estructurales
mismas que impiden la creación de una prensa
verdaderamente popular en una sociedad
burguesa. En la nueva perspectiva –y
con
ritmos muy distintos–, se trata que
el periodista reciba su mandato del
poder
popular y no merced a una delegación formal,
sino integrando todas las líneas que permiten
que a través de él el pueblo no
esté defraudado en su expresión. Adquiere
la calidad de monitor del sentido. La
dificultad mayor del asunto reside en
la necesidad de establecer una ósmosis
entre este nuevo periodismo y la idea
del poder popular. Esta nueva forma
de periodismo remite a una formación ideológica para evitar que el hecho
de recurrir a las bases se convierta en un mero
ejercicio formal de seleccionar y de
presentar las noticias. Los periodistas
tienen la responsabilidad de crear junto
al pueblo una prensa popular. 6. La
noción de representante es también
difusa en muchas de las formas tradicionales a
que recurren los medios de comunicación
de masas para presentar el mensaje a su público.
Inerva el formato y consecuentemente el
contenido de ciertos programas radiales o
televisivos, por ejemplo. En realidad se
efectúa una trasposición de los mecanismos
de la democracia formal. El formato
del foro,
por ejemplo, permite reunir con el objetivo de
debatir democráticamente los acontecimientos o
ciertos temas de fondo, a algunas
personalidades, que suelen adquirir una
especialidad en la materia foro, además
de contar con un título específico
que les habilita a actuar como
representantes del mundo político y
científico y afines. Por su condición
o por su saber tienden a monopolizar
y calcificar los hechos y les confieren
su propia imagen y apreciación de
clase, inhabilitando al público para que
tenga una visión que escape a los
marcos interpretativos estrechos de las
seudodiscusiones de la democracia formal.
Incluso buscan modos de democratización formales,
al tratar una gama muy variada de
temas desde el fútbol hasta la política,
sin cuestionar jamás el formato mismo
del programa y el pedigree de los
que componen el panel. Y eso vale
sobre todo para los programas permanentes
que pretenden
orientar la reflexión sobre los acontecimientos
semanales. Raras veces hace irrupción la
temática del pueblo,
tampoco se asoman sus protagonistas, y
estos foros hasta en su dimensión
estilística reproducen los salones burgueses
donde en la ligereza y el consenso
siempre recuperado se esfuma la realidad
concreta de un país donde los
enemigos del
poder popular arman [25] una lucha
encarnizada. Además, la prioridad nítida de los
temas llamados políticos actúa como
vivificador de la representación colectiva que
14
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
ha creado la burguesía sobre lo que
es y qué debe ser la política6. No
habría que deducir de lo anterior una
adhesión a la tendencia que se comprueba de
parte de algunos realizadores bien
intencionados y románticos, de volverse
obsesivamente e inmediatamente al pueblo,
cámara al hombro, para lograr borrar
la ausencia crónica de la imagen del
pueblo en los programas y materiales
legados por el
antiguo régimen. Esta tendencia muy legítima,
ya que traduce una liberación individual
«sCómo entender la política? –escribía Lenin–. De
entenderla en el viejo sentido, se puede incurrir en
un error grande y grave. Política es lucha entre las
clases, son las relaciones del proletariado que lucha
por su emancipación contra la burguesía
mundial. Pero en nuestra lucha se destacan dos aspectos de
la cuestión: por un lado, la tarea
de destruir la herencia del régimen
burgués, de aniquilar las
tentativas de aplastar el poder soviético, reiteradas
por toda la burguesía. Hasta la fecha esta tarea es
la que más ha ocupado nuestra
atención e impedido pasar a la otra
tarea, a la tarea de la edificación.
Según la concepción burguesa, la política
diríase que estaba desligada de la
economía.» (Discurso pronunciado ante la
Conferencia de toda Rusia de los
órganos de instrucción política de las
secciones provinciales y
distritales de instrucción pública, el 3 de noviembre
de 1920, en Obras escogidas, tomo III, pp, 524a€25.)
6
después de una coerción relativa, releva
más bien del espontaneísmo. El cual
es contraproducente en la medida en que
la revolución es la revolución de las
masas organizadas y que esto vale
también como
norma para la emisión de los mensajes.
El acceso vuelto posible de las
clases trabajadoras de la gestación de
los mensajes plantea contemporáneamente para
los técnicos la necesidad de revisar
el modo que tienen de acercarse
técnicamente a la generación de mensajes.
Ciertas formas, ciertas técnicas deben ser
privilegiadas para permitir la expresión de
la práctica social de grupos de
trabajadores. Para facilitar
el acercamiento con el medio es
imprescindible
sacrificar el refinamiento tecnicista. En efecto,
el aprendizaje de la ideología de la
burguesía se realizó junto con el aprendizaje
del oficio, de la habilidad específica.
Desde luego, este
último punto no abarca sino una vertiente del interrogante
técnico. Se integra en una problemática
cultural de mucha más envergadura. En
efecto, el problema de la
revolución cultural implica redefinir la relación
de los grupos dominados frente a la
técnica.
En 1919, Lenin, al discutir la noción de libertad
de prensa en la sociedad socialista,
indicaba que tal libertad no podía
existir mientras los grupos de trabajadores
no gozaran en un plano de igualdad
del derecho de utilizar las
imprentas y el papel que pertenece a
la sociedad. [26] Ahora bien, lo que
se advierte en muchos textos de Lenin
es la necesidad de revisar las
relaciones de los trabajadores no sólo frente a
los medios de producción material sino
también a los medios de producción
ideológica. Mientras subsiste el privilegio de la
técnica, especialmente en el ámbito de la
generación de fuentes de concientización, y de
lo que se podría llamar la cortina de la técnica
que inhabilita al individuo o grupos
enteros que no entraron en los
arcanos del oficio, a
emitir y trasmitir su práctica social sin recurrir
al perito en la materia, subsistirá
el margen para que entre de lleno
la nueva forma de
dominación burguesa, cual es la tecnocracia, y
cuyo instrumento más poderosamente desvinculado
de la realidad concreto del
pueblo es la televisión.
IV. La respuesta a la ofensiva
ideológica de la derecha debe vertebrarse
sobre un
análisis global de sus características
El tema de la reformulación de los contenidos
de los medios de comunicación de
masas se puso de moda en nuestro
medio. Se suele enfocar esta
reformulación poniendo en estado de alerta
a todos los recursos de la
15
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
invención y de la imaginación. También
se apela a las experiencias más
diversificados en
materia de comunicación masiva que tuvieron
lugar en otros países. Ahora bien,
para ser consecuentes con nuestra
concepción acerca de la ineludible
vinculación del mensaje con una práctica
social, no se puede hacer
descansar los temas que preferentemente van
a circular, sobre la imaginación o la
intuición,
cuando no la improvisación, de representantes
de la pequeña burguesía. No existen
profesionales de la readecuación de los
contenidos. Esta readecuación se gestó en una
respuesta dialéctica con el enemigo de
clase. El nuevo contenido del medio de
comunicación de masas está dado por la praxis
de la lucha. Es la razón por la cual cobra tanta
importancia como elemento de concientización
la creación de las células de
información –al nivel de las organizaciones de
base– que discuten a partir de un análisis de la
información misma entregada por la clase
dominante. 1. Es conveniente tener presente
las grandes líneas del contenido de
esta ofensiva ideológica, con el fin
de poder asentar –a
título ilustrativo– algunos ejes de la respuesta
que le deben oponer los medios de
comunicación de masas. Dicha ofensiva que se
desarrolla [27] principalmente en los
medios informativos en manos de la
burguesía, tanto
a nivel local, provincial, nacional e
internacional, reconoce por lo menos tres
áreas estratégicas: a. Creación de una imagen de caos. En el área
económica, en el área de las
relaciones
exteriores, en el área de los conflictos sociales,
se trata de difundir la imagen de un gobierno
rebasado por los acontecimientos y los
problemas concretos y que al mismo
tiempo está obligado a rebasar
(ineficiencia de las medidas de gobierno)
la legalidad que
heredara, a la que se presenta como
garantía del status de todos los
sectores de la vida chilena. El
carácter de esta ofensiva es polivalente,
y prepara el clima tanto para los
intentos de sedición como para la
oposición parlamentaria. En cuanto al terrorismo,
adelanta la posibilidad de su existencia,
introduciéndolo como un factor revulsivo permanente.
b. Creación y consolidación de una clientela de
apoyo. La derecha busca o fortalece
sus alianzas. En el ámbito interno, llama
a la solidaridad entre organizaciones de
clase de los sectores dominantes, avanza
la proposición de una alianza política
liderada por representantes confiables de
esos sectores, y fundamentalmente anhela la
adscripción de los sectores medios a
los términos de esa alianza. En el
ámbito
internacional, utiliza sus alianzas como
factor de convulsión interna y de
solidaridad imperialista. Valga como ejemplo el caso de la
SIP tautológica sobre el cual nos detuvimos al
principio del
presente artículo. Por fin, la derecha
prepara sus hombresa€símbolos, que estarán
en condiciones de cristalizar sus
soluciones, provengan ellos del método
privilegiado por los acontecimientos que lleve
a su efectivización. c. Gestión
desintegradora de la organización de sus
adversarios. Su acción se propone un
objetivo divisionista, tanto respecto a las
diversas fracciones de la Unidad Popular como
en relación con las propias organizaciones
sindicales y políticas de la base. Se
propone también un plan de división
entre los
diferentes poderes, así como entre el gobierno
y las fuerzas armadas. Interesa asimismo
a la
derecha estimular las contradicciones públicas
entre el gobierno y la izquierda que
públicamente no participa en él. Hemos
visto que, frente a esta ofensiva,
las fuerzas revolucionarias se encuentran
en
situación defensiva, y esa defensa no alcanza a
cubrir espacialmente el frente de ataque.
Hemos visto también que la [28] respuesta se
mueve públicamente dentro del círculo
delimitado por la argumentación adversaria.
16
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
2. Si es válido este esquemático
diagnóstico inicial, la primera prioridad
deberá ser la articulación coherente de
las disponibilidades
de las fuerzas revolucionarias en este ámbito,
para producir una efectiva capacidad de
respuesta. Articulación que no deberá ser
meramente planteada en términos de
respuesta, sino que se constituirá en el primer
objetivo de un plan de mayor alcance,
apto
para poner el gobierno popular en condiciones
de ofensiva. Y tal como la señalamos
al introducir este acápite, esta respuesta
inicial tendrá que vertebrarse sobre las
grandes líneas de la embestida ideológica
de derecha, no descuidando ninguno de
los planos a los que tradicionalmente
se consideran secundarios. Con este
propósito, recalcamos una primera necesidad:
la de alejarse de la noción de política que ha creado la burguesía,
de dejar de percibirla sólo en los ámbitos y en
los tópicos abiertos bajo este rubro específico
por la derecha. Ejemplo: un editorial
de un diario derechista sobre la cancióna€protesta
o sobre la noción de patriotismo, se
integra en el mismo frente de ataque
ideológico que los
editoriales publicados en la misma semana en
contra de los tribunales populares, de
la reforma agraria, de la estatización
bancaria, etc. Se trata de despojar la noción de política,
comúnmente aceptada, de la antinomia que
alberga implícitamente el concepto burgués
entre cultura y política, entendiendo
política
como política partidista o política contingente.
En otros términos, no se trata, como
lo dice entender la derecha, de
politizar todos los
ámbitos, sino de actuar con una nueva idea de
cultura. Haremos incurrir a este respecto
a la burguesía en contradicción con
su propio planteamiento, al demostrarle que lo que ella
define como el espacio neutro del
entretenimiento, del deporte, de los
espectáculos, sirve tanto para defender sus
intereses de clase como sus argumentos sobre
la democracia y la libertad puras. Razón por la
cual la respuesta a esta ofensiva
explícita y
camuflada a la vez debe emanar de los grupos
más distintos y hacerse presente en todos los
dominios de la actividad creativa y
conformadora de una nueva sociedad. A
la supuesta búsqueda, a que la burguesía quiere
reducir el proceso en marcha, de la
creación de un nuevo homo politicus,
se trata de sustituir la búsqueda de
la creación de un hombre nuevo, que
reabsorba las antiguas antinomias que
permitieron que estuviera el
propio agente de su dominación. [29]
Obviamente –y aquí abrimos un paréntesis– el
éxito de la respuesta que el conjunto
de las fuerzas revolucionarias, opondrán a
la embestida ideológica de la burguesía,
depende de una planificación mínima de
las respuestas procedentes de los
diferentes
sectores y ámbitos. Esta necesidad se
relaciona íntimamente con aquélla que ya
señalamos: la de evitar el espontaneísmo.
En esta perspectiva, recalcamos la exigencia
de planificar la producción de mensajes.
Así, no se puede permitir, por
ejemplo, que cada institución estatal tenga
su propio criterio, muchas veces intuitivo
(o no lo tenga), sobre lo que
es la ofensiva ideológica y de cómo
responderla, sobre los valores y normas
que deben constituir el nuevo contenido
de los mensajes, de sus publicaciones,
sus textos de concientización, etc. Por
lo demás, esta producción invertebrada de
mensajes corre siempre el riesgo de
oscilar entre dos
posiciones al parecer extremas. Por una parte,
la respuesta directa o indirecta en
términos tecnocráticos, es decir, una
respuesta que permanece en el círculo
argumental del adversario de clase. Por
otra, la respuesta en términos efectistas,
que busca hacer la revolución en la
revolución pero desemboca en el reformismo.
Sin un análisis global y un criterio
común (por lo menos a grandes rasgos)
la política llamada de comunicaciones y
de concientización se expone a sufrir
todos los embates de la producción de
sello individualista de miembros de la
pequeña burguesía, por cierto con
imaginación, pero despegados de las masas
y de una praxis política. Lo más
que logran muchos de estas
17
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
publicaciones efectistas que tratan de sublevar
a las masas es asustar al burgués, «epatar» al
pequeño burgués y rozar la lucha de clases.
3. El otro criterio de la
programación de una respuesta es el
de la necesidad de la movilización de
los grupos oprimidos, a que
apuntan los desarrollos anteriores. Para que el
medio de comunicación de masas se convierta
en el medio de comunicación de las masas, no
cabe ningún demiurgo, «ninguna mano
mágica» según la expresión de Fanon. El único
demiurgo es el pueblo: no un pueblo abstracto
como
lo quieren hacer entender los portavoces
de la opinión burguesa, sino un
pueblo organizado y movilizado en contra
de la minoría privilegiada, que se arrogó
el derecho de representar a las
mayorías y hablar en su nombre. Una
minoría que no escatimará argumentos para
seguir
convenciendo a la opinión pública, al país, de
que el «pueblo» es un ente abstracto.
Son los funcionarios quienes asumen la
representación de los intereses y de
la voluntad populares. En otras palabras,
la libertad, que en [30] nuestra
democracia tienen los chilenos todos, se
trasferiría a ciertos chilenos. Los
intendentes, gobernadores, banqueros,
periodistas y jueces «populares»
serán mucho más libres que los que desempeñan
esas funciones en nuestra actual
democracia, pero los ciudadanos que forman
el pueblo real han de quedar
sometidos a la arbitrariedad y a la
persecución en nombre precisamente de la
libertad y de la democracia. (El Mercurio,
editorial del 28 de febrero de 1971.)
En sus sofismas y juegos de
palabras, la minoría que detenta el
poder de información de la clase
dominante pretende enjuiciar el proceso de
construcción del socialismo en el ámbito
nacional acusándolo de lesionar los
derechos de la persona. Por esta
artimaña oratoria, el discurso de esta
minoría que no tiene derecho legítimo
de representatividad salvo en lo atinente
a la acumulación de la plusvalía
percibida en el proceso histórico a
expensas de este pueblo pretendidamente
«abstracto», desvirtúa los fines y métodos
de la revolución.
En efecto, un proceso de cambio que conduce
al socialismo no apunta a la
destrucción maquiavélica y revanchista del
burgués en tanto individuo, sino al
desplazamiento de la clase explotadora y
apropiadora del producto de las fuerzas sociales. El discurso burgués nos
revela que la minoría poseedora de los medios
de producción material e ideológica es víctima
de su propia ley de la selva y
cuando se encuentra acometido en sus
intereses, congrega alrededor de la defensa
de estos
intereses particulares a la masa indiferenciada
de los que dice representar. Y aquí asistimos a
un doble proceso de apropiación: primero,
esta minoría exclusivista se arroga el
derecho de representar a todos los
burgueses; y segundo, a la
globalidad de la ciudadanía: se cierra
el sofisma. El discurso burgués, en
efecto, no otorga individualidad e
identificación a los grupos sociales y revela ser
el propio inventor del abstraccionismo de
su
taxonomía: opinión pública, masa, ciudadanía, y
en definitiva pueblo. He aquí una muestra
cristalizadora, extraída del mismo material
anterior:
Sin que muchos lo adviertan, la
propia democracia, que ahora llaman
burguesa, empieza a servir
de instrumento para esta legalidad y libertad
«populares». Mediante el control del
crédito, de la tierra, de las minas,
de los tribunales, de los medios
informativos y de la policía, el «pueblo» suplanta la libertad real
de las personas y ese ente adquiere
los atributos que han constituido por siglos el fuero de los ciudadanos
18
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
libres. Ahora bien, en esta doctrina
el «pueblo» no son todos [31] los
chilenos, sino una clase social
determinada. Los pequeños burgueses son
tolerados en un primer esquema
«pluriclasista», pero el socialismo marxista
quiere, con Lenin, que haya democracia y
libertad paro los proletarios, lo que
exige persecución y aniquilamiento
para los burgueses, y larga dictadura
educativa para todos El combate por
la libertad en Chile es, pues, entre
dos concepciones de este valor: el de
la libertad de las
personas de carne y hueso, y el de la
abstracta libertad del «pueblo», que es
en concreto la dictadura de una
minoría.
sino un movimiento. No parte de los principios
sino de los hechos»7. 4. Por
fin, llegamos a dar a manera de
ilustración algunos de los principales
componentes de los temas que deberían
vertebrar la respuesta ideológica a la ofensiva
de la clase dominante. Estos temas se podrían
concebir como
criterios de coherencia. Representan algunas
preocupaciones esenciales que implícita o
explícitamente deberían constituir la trama
de los mensajes de los medios de
comunicación de masas revolucionarios. Señalemos,
sin embargo, que estas grandes temáticas no
se encaran como recetas sino como las
más susceptibles de provocar un encuentro
dialéctico entre la
práctica social de los grupos trabajadores y los
mismos medios informativos. a. La vinculación
del medio de comunicación de masas
con los cambios encarados en la base
económica, que constituyen la infraestructura
de la nueva sociedad. En este
proceso, dichos medios se configuran como
instrumentos para hacer avanzar las
conciencias más allá de la base social; es decir,
7
que pretenden preparar a la población para la
recepción positiva y activa de los
cambios estructurales que introduce la
acción del gobierno popular en la
economía y otros ámbitos. Respaldará los
cambios introducidos,
incorporando su fuerza de penetración masiva
para protegerlos a través del desarrollo de una solidaridad crecientemente consciente. [32]
b. La promoción de una conciencia
nacional. Los cuestionamientos de los
conceptos de patria, nación, propio e
idiosincrásico son imprescindibles. Hay que
entender fundamentalmente la promoción de
una conciencia nacional en el sentido
de la búsqueda de lo propio del
pueblo chileno, desprendiéndose de conceptos
que ha impuesto la burguesía en
términos de idiosincrasia concebida en la
línea de una democracia formal y
otros rasgos que no son del conjunto
del pueblo sino sólo los que aspira
a detentar la propia burguesía. Es
preciso vincular la noción de lo propio con «los
elementos democráticos y socialistas» que
comporta cada cultura nacional; entiéndase
que cada cultura nacional alberga dichos
elementos –en un sentido minoritario, por
supuesto–, porque en cada nación existe
una
masa laboriosa y explotada, cuyas condiciones
El mejor cierre de esta polémica,
lo constituiría la respuesta de Engels
a Karl Heinzen, uno de los primeros
anticomunistas, en 1847: «Heinzen se
imagina que el
comunismo es una cierta doctrina que partiría
de un principio teórico determinado –el
núcleo– de donde se sacaría ulteriores
consecuencias. El señor Heinzen está muy
equivocado. El comunismo no es una doctrina,
F. Engels, «Les communistes et Karl
Heinzen» (octubre de 1847), en C.
Marx, Textes 1842a€1847, Cuadernos Spartacus,
París, abrila€mayo de 1970, pág. 33.
19
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
de vida engendran forzosamente una
ideología democrática y socialista. Cabe,
a esta altura, poner en tela de
juicio la expresión: respeto de la
tradición. La
burguesía la interpretó como la conservación y
la perpetuación del patrimonio cultural que le
permitió mantenerse como clase en el
poder.
En su empresa de mistificación, opone respeto
de la tradición a revolución, zanjando
toda posibilidad de reconciliación entre
los dos
términos: la revolución destruye lo establecido de
manera indiscriminada, significa la
negación de lo pasado, de las tradiciones, etc.
Ahora bien, el tema de la tradición es un tema
idealista por excelencia, en la medida
en que la tradición se reduce a
la sublimación de un conjunto de
valores y estructuras, unificadas
bajo el nombre de pasado, que se abstraen de
las condiciones efectivas de su desarrollo,
y, por tanto, se evacuan de su
sentido conflictivo. Además, en esta
referencia subyace la ecuación según la
cual el término de tradicióna€idiosincrasia tiene por corolario el
de civilización. Para la burguesía,
respetar los valores de la civilización
significa de hecho respetar el marco
de los valores de la democracia
formal, es decir los valores de la
dominación. Consecuentemente su noción de
pasado predetermina el futuro, del cual
hace
una mera repetición. «Lo invariable es
el presupuesto de todas las variaciones.»
El término de tradición, al cual nos referimos,
que se circunscribe a la tradición de las luchas
populares, y la noción de pasado que,
de ahí se desprende, abren el futuro
en vez de empantanarlo. La burguesía
se sorprende de que puedan existir dos
códigos para definir lo nacional, y
así de todas las nociones a las cuales imprimió
[33] un sentido unívoco, deteniendo el
proceso histórico en la fase que
pretende culminante, cual es la de su
propia emancipación como clase dominante.
Así, la civilización versus la barbarie
queda definida en el marco de su
hegemonía. En la lucha de clases que
estamos viviendo, la burguesía va
siempre a querer establecer su concepto de lo
nacional, de lo propio, como el
único. Incluso en nombre de lo
nacional perjudica los intereses de la
nación, propiciando campañas de difamación
antipatrióticas a partir de las
bases estratégicas del capital internacional. En
una página significativa de Literatura y
revolución, Trotski apuntaba el hecho del
enfrentamiento de las dos concepciones de lo
nacional en un proceso revolucionario:
sQué es eso de «nacional»? Hay que volver al
ABC. sNo era nacional Puschkin, que
no creía en los íconos y no
vivía con cucarachas?
Pilniak considera el siglo XVII como
«nacional». Pedro el Grande sería
«antinacional». Por tanto, sólo sería
nacional lo que representa el peso
muerto de la evolución y de donde
se ha evaporado el espíritu de la
acción, lo que el cuerpo de la
nación en los siglos pasados ha
digerido y
excrementado. De aquí se deduce que sólo los
excrementos de la historia serían
nacionales. Pensamos exactamente lo contrario.
El
bárbaro Pedro el Grande fue más nacional que
todo el pasado barbudo y sobrecargado que se
opuso a él. Los decembristas fueron
más nacionales que todos los funcionarios
de Nicolás I con su servilismo, sus
íconos burocráticos y sus cucarachas
nacionales. El bolchevismo es más nacional
que los emigrados monárquicos o cualquier
otro tipo de emigrados, y Budieni es
más nacional que Wrangel, digan lo
que digan los ideólogos, místicos y poetas
de los excrementos nacionales. El
autor, dando a sus reflexiones un
alcance teórico, sigue en estos términos:
La vida y el movimiento de una
noción sigue su camino a través de
las contradicciones que representan los
partidos, clases y grupos. En su
dinamismo, los elementos
20
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
nacionales y los elementos de clase
coinciden. En todos los períodos
críticos de su desarrollo, es decir, en
los períodos más llenos de
responsabilidades, la nación se
rompe en dos mitades, y la nacional
es la que eleva al pueblo a un plano
cultural y económico más alto8. (El
subrayado es nuestro.)
comunicación es facilitar este acceso a
la
identificación de la comunidad de intereses.
En esta búsqueda de una conciencia nacional,
por fin, también se deberá tratar de captar las
alianzas de sectores «flotantes» de la
población, que la derecha ansía enrolar, como
por ejemplo la pequeña burguesía y
los
medianos propietarios. Al respecto, es preciso
hacer explotar este concepto genérico de
clase media con el cual el medio televisivo o la
publicidad han trabajado implícitamente,
estereotipando una imagen de estratificación
social y ubicando en esta categoría
un conjunto de contradicciones y heterogeneidades.
Más particularmente, en este proceso de
gestación de una conciencia nacional
aparece la necesidad de cuestionar las
pautas extranjerizantes que circulan y que
son función del proyecto de dominio
imperialista. Dicho cuestionamiento es imprescindible si se
tiene en cuenta que ocultan
las contradicciones de una sociedad, impidiéndole
enfrentarse con su propia identidad. c.
La formación de una conciencia nacional,
para eludir un nacionalismo simplista,
deberá acompañarse de una conciencia
paralela de solidaridad con el tercer
mundo, conjunto de naciones, que atraviesan
por problemas y
períodos de desarrollo similares a los de Chile.
De hecho, apunta a erigir la solidaridad de los
oprimidos en contra de la solidaridad
imperialista.
Dicha temática cobra particular relieve cuando
se considera el carácter genuino que
parece
revestir el proceso revolucionario chileno y las
modalidades específicas de la lucha de
clases que en él se libra. Si
es cierto que toda revolución en una
sociedad dependiente es
antiburguesa y antimperialista, no lo es menos
que la presencia del enemigo de clase
en el
terreno mismo del proceso confiere particular
relevancia al aspecto antiburgués de la
revolución. En nuestra opinión, esta
característica marcará el proceso de cambio
cultural chileno. Muy diferentes han sido
las
condiciones de la [35] lucha de clases en Cuba.
La exigencia de la movilización en contra de un
enemigo externo ha conformado un proceso
de gestación cultural puesto bajo el
signo del antimperialismo. Por lo demás,
sería muy interesante ver hasta qué
punto dicho presupuesto antimperialista
–condición
histórica ineludible– ha sido a la vez un factor
positivo y un limitante a la creación
de una nueva cultura. Sería también
interesante ver de qué manera ha
repercutido sobre la organización misma de
los medios de comunicación de masas.
Ahora bien,
si recalcamos de paso este hecho es para poner
de relieve un hecho fundamental: el de cierta
La búsqueda de lo que constituye lo nacional,
lo propio, se da como una tarea
de envergadura, en la medida en que
no sólo implica rescribir la historia,
tomando como protagonista al pueblo y
a todos los [34] que facilitaron su acceso
a una victoria, leer el folklore para
podarlo de sus injertos de
expresión aburguesada, etc., sino estar atento
a la acción cotidiana de los grupos
que ahora determinan la historia. En
este proceso de conformación de lo
propio, se darán a conocer, se
analizarán y se publicitarán las
iniciativas populares que van generándose
en el camino. La promoción de la
conciencia
nacional al nivel de los grupos oprimidos pasa
por un proceso de identificación por parte de
los mismos grupos. La tarea del medio de
L. Trotski, «Los compañeros de viaje
de la revolución», en Literatura y
revolución, Ed. Ruedo
Ibérico, París 1969, pág. 62.
8
21
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
proclividad a encerrarse en un ámbito definido
de manera demasiado estrecha por las
condiciones de la lucha antiburguesa. Es
sorprendente, por ejemplo, observar qué poco
recurre la prensa en manos de las
fuerzas de cambio a los ejemplos de
la lucha de los
grupos oprimidos de otras naciones del tercer
mundo. Es lo que explica que la
prensa de derecho domine ampliamente el
terreno cuando estallan noticias de
acontecimientos seudoviolentos en el país.
Atribuye a un disparo escuchado en un
fundo del sur un espacio noticioso
mucho más importante que
el que reserva a las ráfagas de ametralladoras
que barren con veinte estudiantes en
un país del hemisferio. La prensa de
izquierda en vez de subrayar los
eventos que atestiguan la represión en
un país que impulsa una campaña
difamatoria en contra del gobierno popular,
admite paradójicamente esta
presentación desproporcionada de los hechos. d.
La crítica de una cultura. La
práctica de los medios de comunicación
masiva deberá estar atenta a todos
los esquemas ideológicos que
sirven de referencias culturales para la acción
individual y social. Así se deberá impugnar los
estereotipos sociales que han alimentado
muchos de los mensajes sobre los grupos
dominados y su práctica social: flojera,
anormalidad, etc. Pero esta tarea debe ir más
allá y abarcar la discusión y el replanteamiento
de una serie de conceptos que la burguesía ha
connotado, lo que hace ambiguo su empleo en
un proceso de cambio estructural. No
podemos seguir recurriendo, por ejemplo, a la
noción de orden sin vincularla con el régimen
represivo burgués. El orden no es un
dogma,
un patrón intocable, sino el ritmo creador del
proceso de liberación del pueblo. Asimismo,
los conceptos de eficiencia, rendimiento,
producción, no pueden permanecer en su
incolumidad dominante. La lista sería numerosa
para todas las nociones que orientan
actitudes en que nos arrincona la
burguesía cotidianamente: trabajo, paz, ocio,
justicia, literatura, arte, poder y
representación, política y político, [36]
represión, etc. No se trata de dictar
cátedras sobre conceptos sino de
hacerlos aflorar detrás de situaciones anodinas, cotidianas, de
tal manera que el dominado pueda percibir los
mecanismos de su dominación cultural. Hasta
el momento, la imagen de cultura que
trasmitieron los medios de comunicación de
masas burgueses se caracterizó por ser
una imagen cultural elitaria, restringida y
unívoca, conjunto de estereotipos y mitos
segregados
por la burguesía, y los sectores dominados no
tuvieron acceso sino a esta imagen
privativa.
Una cultura «oficial» que se otorgaba como un
privilegio en una extensión progresiva de
los beneficios de una «sociedad de
consumo».
Incluso muchos sectores sociales están
apartados del «goce» de algunos de
estos medios, principalmente la televisión,
que se les ofrece como un bien
a adquirir en el mercado. La nueva
tarea consistirá por tanto en la
búsqueda de formas concretas de reversión de
esta deformación, de un proceso de
demitificación de los valores de la burguesía y
descubrimiento de los valores implícitos en la
práctica social del pueblo. Estos valores
se manifiestan en la participación popular
en el proceso de cambios. Por otra parte, insistimos
sobre el hecho de que el medio
de comunicación de masas deberá asumir a todos
los sectores de la vida chilena que
hasta el presente han sido marginados
social y geográficamente. Ello implica la
articulación de formas de acción que
permitan evitar la exclusión. En este
sentido, el medio de comunicación de
masas se convertirá en
elemento efectivo de la integración nacional9.
El criterio de la integración social tiene que entrar en colusión con otro criterio que se basa en la edad
o el sexo. Por ejemplo, hasta el
momento se encaró implícitamente a las
mujeres como un
grupo subalterno. Desde luego, el grupo femenino
reconoce tantas segregaciones cuando existen
capas sociales y niveles de capacitación.
Sin embargo, es objeto de una
marginación por el único hecho de su
sexo. De ahí que habría que
9
22
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
Se trata de superar los efectos del
colonialismo interno y la imposición
metropolitana así como los de la
dominación
clasista. Entiéndase como integración, la de las
clases populares y de sus aliados
frente al enemigo de clase y no
el concepto que ha impuesto el
reformismo, que se resume en
una integración [37] de los «marginados» a las
normas y pautas de la burguesía y a su política
de conciliación y paz social.
V. La problemática de trasformación del
medio de comunicación de masas se
inscribe en la problemática de una
revolución cultural que tenga como meta
la quiebra de las antinomias burguesas
El conjunto de los desarrollos anteriores
nos
lleva a percibir que la estrategia de cambio de
los medios de comunicación de masas no
se
encarar la política en materia específica
de programas femeninos, respetando dos
instancias fundamentales: primero, la destrucción
de una imagen de la mujer basada
en habilidades específicas y reducidos al ámbito de lo doméstico y
de lo privado; segundo, el desenmascaramiento de
la falsedad e inocuidad del modelo
uniforme, universal, extranjerizante (vehiculizado
por
las revistas femeninas o la publicidad), y la restitución
a la realidad femenina de su historicidad concreta.
inspira sino, en la necesidad que inerva todos
los dominios donde se debe efectuar
el cambio: la de movilizar los grupos
oprimidos
en la creación del nuevo hombre y de la nueva
sociedad, es decir, determinar quién es
en definitiva el actor del proceso
revolucionario. Uno puede argüir que
existen exigencias tácticas que fijan
prioridades frente a la necesidad de
vulnerar los medios de comunicación de
masas en poder de la clase dominante.
Pero parece indiscutible la necesidad de
fijar una estrategia que hago participar
el poder popular en la lucha
ideológica.
En segundo lugar, pudimos intuir que el medio
de comunicación burgués se inscribe en
un
sistema cultural que descansa sobre una serie
de antinomias que si se deja intocado lleva a la
perpetuación de esta cultura de dominación. A
través, por ejemplo, de la antinomia trabajoa€
ocio, el dominio del trabajo es impermeable a
la esfera de los medios de
comunicación de
masas que pretenden llenar el ocio, eludiendo
todas las referencias a la condición
concreta del hombre cotidiano y escindiendo
su personalidad y su realidad en una
compartimentación alienante. Al buscar la
nueva política de comunicación de masas,
la reconciliación del hombre consigo mismo
no
puede seguir gestando su mensaje a partir de
un divorcio entre dos esferas de
acción,
divorcio que descansa él mismo sobre
una concepción unidimensional, no concientizante,
no movilizadora del medio de comunicación.
Significativo en definitiva del objetivo
desorganizador y atomizador tanto de la
realidad individual como de la realidad
social del medio de comunicación burgués.
Lo que
desemboca sobre la explicación de por qué el
medio que lleva este cuño es
epifenoménico: porque no inscribe al hombre
en su
historicidad cotidiana y concreta. [38] El
medio de comunicación liberal en sí
es altamente representativo de la
concepción que tiene la burguesía acerca
de la cultura y de la clásica
llamada política cultural. Dicha cultura
constituye un conjunto de bienes y
productos elaborados por el genio creativo,
que pasan a integrar el acervo de
una determinada clase, incluso si su inspiración es
subversiva del orden en que se
inscribe. Esta cultura que se define
como elitaria y se reserva al consumo
de una determinada clientela, consiente
ciertas adulteraciones, cierta bastardización al
cumplir con la exigencia de servir de
núcleo para la elaboración de la
cultura llamada «popular». Como lo
recalcamos en una circunstancia
anterior, lo popular en la perspectiva burguesa
es el calco de sus valores de clase, puestos en
un gesto paternalista y con una
propuesta mercantil, a disposición del pueblo.
23
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
La calidad burguesa no está necesariamente
inherente, al contrario, en el producto mismo
que nace bajo el techo de la
sociedad capitalista. Pero la burguesía
monopoliza, al detentar la distribución
mercantil como la distribución del
significado de las obras
que pasan a ser su patrimonio, tanto el acceso que
a dichas obras puede tener el público, como el
códigoa€sésamo de su valor artístico. Un
ejemplo notable lo constituye la exposición
patrocinada por la empresa Mercurial, titulado
«De Cezanne a Miró», representativa de
la cultura que llega en paracaídas,
en forma envasada. Momentáneamente se
realizaba frente a los cuadros de la
exposición una integración de todos los sectores y se disolvía
aparentemente la segregación frente a la obra
de arte. Pero adentrándonos en las
condiciones de la recepción del mensaje
artístico, descubrimos que la única vía
de desciframiento del enigma artístico que
tenía la clase trabajadora en su
conjunto la constituía la globalidad del
sistema cultural burgués. Lo que criticamos no es desde luego
el hecho de que se dé acceso a
las clases trabajadoras a un conjunto
de obras que integran los logros de
la creatividad artística,
sino primero la ausencia de un mecanismo de
participación activa en el goce de estas obras,
que patentiza por lo demás la
concepción
burguesa del contacto con la obra de arte que
se caracteriza por el privilegio de
la «revelación» o por el éxtasis,
relegando toda tentativa analítica y por
tanto evaporando el
sentido histórico de la obra. En segundo lugar,
lo que impugnamos es el hecho de
definir la cultura y la política
cultural fuera de la órbita
donde se gesta la vida cotidiana del individuo,
hasta el término de sacralizarla. En
lo que se
refiere a la cultura, observamos en realidad un
proceso paralelo a lo que en la
sociedad burguesa atañe a la política:
al igual que [39] esta última se
refugia en el recinto parlamentario, protagonizada
por los representantes afines, la cultura
crea un territorio autónomo, su museo
provisto por
representantes también afines. Obviamente se
trata de una cultura estática que va
a la par
con la propuesta conservadora de la clase que
detenta el poder.
La concepción de la cultura que fundamento el
nuevo proyecto acerca del medio de
comunicación de masas descansa sobre un
hecho que es el único que puede
despojar la cultura reinante
de su índole autoritaria y del carácter
privilegiado de su beneficio: la necesidad
de que la cultura no se diferencie
de la práctica social de las masas.
Una vez establecido esto, nos lleva a
puntualizar ciertas reflexiones acerca de
la
meta definitiva de la cultura socialista
y del periodo transicional. 1. Como lo
dejamos entender, el objetivo a que
apunta la cultura socialista podría
definirse como la superación de las antinomias
que fundan la cultura burguesa. Antinomias
que la burguesía ha erigido en tanto dogmas y
ha institucionalizado, por ejemplo,
universidad=académico versus política, para
escapar a sus contradicciones aparentes,
que se resumen a grandes rasgos en
el hecho de que la minoría se
aprovecha del producto elaborado por la
mayoría. La antinomia más
importante es sin lugar a dudas el divorcio que
ha establecido la burguesía entre la teoría y la
práctica. No solamente de ella ha
brotado el concepto de cultura libresca o erudita y lo que
constituye la base de la alienación
en el
trabajo, a saber la compartimentación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual.
Dicha antinomia se ramifica al infinito,
y para nombrar algunos de sus vástagos
citemos las antítesis siguientes: cuerpo
versus alma o materia versus espíritu,
fuente del «idealismo», la ya citada
trabajo versus ocio, ciencia versus
ideología, etc. Todas estas antinomias que
constituyen la trama fundamental de los
mensajes de la cultura liberal legitiman
la división en clases de la sociedad,
que se ramifica ella misma en la
24
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
división del trabajo y del espacio
territorial (ciudad versus campo). La meta
de la cultura socialista es construir
una sociedad donde se reabsorban estas
contradicciones que no hacen sino sustentar
la ideología de la dominación, y que hacen del individuo que los
alberga en su mentalidad de dominado
el propio agente de su alienación. La
nueva cultura apunta a una sociedad
donde están suprimidas las clases, donde
ciertos grupos [40] dejan de apropiarse
del trabajo del otro
«a causa del lugar diferente que ocupa en una
estructura determinada de la economía
social». Como escribía Lenin:
Por cierto que para suprimir enteramente
las clases, no sólo hay que derribar
a los explotadores, los grandes
propietarios latifundistas y los capitalistas,
no sólo abolir su propiedad; hace
falta además abolir toda propiedad privada
de los medios de producción: hay que
borrar tanto la diferencia entre la
ciudad y el campo, como aquella entre
los trabajadores manuales e intelectuales10.
2. A través de esta reconciliación
entre la teoría y la práctica, la
cultura socialista busca lo que se ha
dado en llamar el «politecnicismo».
En una organización comunista de la
sociedad desaparece la inclusión del artista
en la limitación local y nacional,
que responde pura y únicamente a la división del trabajo,
y la inclusión del individuo en este
determinado arte, de tal modo que
sólo haya exclusivamente pintores, escultores,
etc.; y ya el nombre mismo expresa
con bastante elocuencia la limitación de su
desarrollo profesional y su supeditación a
la división del
trabajo. En una sociedad comunista, no
habrá pintores sino, a lo sumo,
hombres que, entre otras cosas, se
ocupen también de pintar11.
Si bien es cierto que esta noción de cultura, en
la fase superior del la existencia
del comunismo como sistema de vida, constituye
una meta relativamente lejana, de todos
modos la transición del capitalismo hacia
el
11
10
V. I. Lenin, «Una gran iniciativa», en op. cit.
C. Marx y F. Engels, La
ideología alemana, Ed.
Revolucionaria, La Habana 1966, pág. 445.
socialismo debe tenerla siempre presente
como fuente de inspiración para la
acción y
sacar sus grandes líneas de esta meta final. De
hecho, la nueva perspectiva de un
medio de comunicación de masas
revolucionario descansa sobre esta idea de
la necesidad de zanjar la diferencia
entre representantes privilegiados y las
masas. Esta idea puede servir de
punto de partida para numerosos
desarrollos, y entre ellos uno de los
más importantes nos parece el de
replantear el papel y el status de
la pequeña burguesía intelectual y de
los técnicos frente a un proceso
revolucionario. Si estas categorías no
quieren aprovecharse inconscientemente de
un proceso para mantener incólume un status
–e incluso abonarlo– que ha definido
y consagrado el sistema burgués, deberían
admitir que la meta de la
desaparición de las clases implica en
un cierto sentido [41] la negación de
un status cuajado. En primer lugar,
en tanto significa la permeabilidad o
el acceso de las clases trabajadoras
a la posibilidad de la creación artística, del trabajo
intelectual y del manejo de la
técnica, etc., y
en segundo lugar, en tanto significa la pérdida
del status de representante monopolizador
del saber, o de la habilidad, y
asimismo de todo detentor del código. Es
inconcebible entrar en una revolución con
un status definido por el sistema
burgués y legitimado
25
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
por las estructuras de la antigua
sociedad, y llegar a la fase
culminante del proceso revolucionario con
este status incólume, es decir sin que
en éste haya repercutido el
remezón de las estructuras. En este sentido, la
revolución significa la muerte del status
burgués. En otras palabras, el nacimiento
del hombre nuevo –en las categorías
anteriormente favorecidas– significa la muerte
del viejo hombre. Es también la
muerte del
autoritarismo y del paternalismo, que derivan
de la concepción del saber reservado. 3.
La cultura socialista no se elabora
en un laboratorio o en un microcosmos,
a partir de la imaginación. El
proceso de formación de una cultura
es dialéctico: es a la vez, la
negación de la anterior, su superación
y también su recuperación. No hay que
olvidar que la revolución la hace una
clase que ha recibido los elementos
de su revuelta de una sociedad
burguesa. La burguesía, como ya lo
hemos dicho, presenta su cultura como la fase
culminante y en este sentido estancada, de un
proceso de superación del feudalismo, y
pretende cristalizar todos los valores del
humanismo.
La cultura proletaria no surge de
fuente desconocida, no es la invención
de hombres que se dicen
12
especialistas en la materia. Todo esto
es pura tontería. La cultura proletaria
debe ser el desarrollo lógico de la
suma de conocimientos que la humanidad
ha acumulado bajo el yugo de la
sociedad capitalista, de la sociedad de
los latifundistas y de los burócratas.
Todos esos caminos y senderos han
llevado y siguen llevando hacia la
cultura proletaria, de la misma manera
que la economía política, trasformada por
Marx, nos ha
mostrado adónde tiene que llegar la
sociedad humana, nos ha indicado el paso
a la lucha de clases, al comienzo
de la revolución proletaria12 El
marxismo ha conquistado su significación
histórica universal como ideología del
proletariado revolucionario porque no ha
rechazado en modo alguno las más
valiosas conquistas de la época burguesa,
sino, por el contrario, ha
asimilado y [42] reelaborado todo lo que
hubo de valioso en más de dos
mil años de desarrollo
del pensamiento y la cultura humanos13.
Es en esta perspectiva que hay
que entender
la necesidad de permitir el acceso del pueblo a
un conjunto de obras, literarias u
otras. Sin embargo, para no caer en
la política cultural en su versión
burguesa, es necesario encarar
la entrega de las obras, teniendo en cuenta la
posibilidad de su penetración e internalización
efectiva al prever una infraestructura de
recepción. No basta por ejemplo lanzar ediciones
populares «de bolsillo» –lo hizo el
propio sistema capitalista inventor del
pocket
book–. Para que el libro se vuelva un vehículo
acumulativo
de cultura, debe seguir el mismo circuito
crítico a que se quiere someter
justamente el mensaje del nuevo medio
de
comunicación de masas. Desde luego, la crítica
literaria o de arte se halla en
el mismo momento despojado de su
carácter de exclusividad y de su
función monopolizadora de la interpretación de la obra, una crítica que
pone y quita reyes a los antojos
de los intereses de clase. 4. Quizá
sea en el dominio de los medios
de
comunicación de masas que los resabios de la
V. I. Lenin, «Tareas de las
juventudes
comunistas», en op. cit., tomo III, pág. 504.
13
V. I. Lenin, «La cultura
proletaria», en op. cit., tomo III, pág. 517.
26
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
cultura burguesa traslucen más y que
se evidencia a la vez con más
claridad esta dificultad de discernir entre
lo que es recuperable en la cultura
burguesa y lo que
definitivamente no lo es. Un primer escollo lo
constituye la suma de los hábitos, de
los prejuicios y de los reflejos
adquiridos en una empresa de elaboración
de la información capitalista: no solamente hay esta división del
trabajo que impedía a un grupo
discutir en conjunto la realización de
su trabajo con un objetivo cultural
explícito, sino que hay también esta
costumbre que ha creado el autoritarismo
del medio de comunicación de
masas: incluso si el técnico de los medios de la
sociedad burguesa estaba en condiciones de
dominado y de coaccionado directa o
indirectamente por la clase dominante, nunca
ha puesto en tela de juicio su propia creación.
De hecho, la sociedad burguesa bien
puede haber desarrollado su orgullo
profesional, su sentido de la perfección,
etc.; en cambio, ha
dejado en barbecho su responsabilidad social.
Para la sociedad burguesa la única definición
de la responsabilidad del trabajador es
la de cumplir con su trabajo sin
preocuparse de las
repercusiones que su mensaje puede tener en
el público, resumiéndose su sentido
profesional en lograr la perfección formal
y técnica, y la eficiencia mercantil. [43]
Otra área donde se palpa la necesidad
de
recuperar la herencia burguesa y de someterla
a la crítica drástica, es la de
los formatos y
géneros que ha impuesto el negocio capitalista
del medio de comunicación de masas.
Hagamos particular referencia, a título
ilustrativo, a la fotonovela y al
comic. En el primer caso, en un proceso
revolucionario se
trata de utilizar un formato de mucha clientela
y alta vulgarización, luchando contra
la «memoria» colectiva que ha venido otorgando
a este tipo de género seudoamoroso su
significado caracterizado por los objetivos
de fuga de la realidad y ensueño,
es decir,
disolver la connotación ideológica de este tipo
de mensaje. La operación que consiste
en cambiar el contenido de este
género y que a grandes rasgos se
resume en sustituir por nuevos valores
la visión mistificada de la
realidad que vehiculaba antes, es la expresión
de la lucha de clases que se gesta en el interior
mismo del medio durante la etapa
transicional. Con la forma de presentar
un determinado contenido que manipulaba el
medio burgués, se trata de hacer
pasar un nuevo contenido. Con una
técnica connotada por sus servicios
cumplidos en el régimen
burgués, se trata de trasmitir un mensaje que
apunta a crear un nuevo orden de
valores. Si bien la problemática de
readecuación del comic tiene mucho parecido
con la de la
fotonovela, reconoce también ciertos rasgos
distintivos, los que imprimen las
modalidades propias del género. Tributario
de la sociedad que lo inauguró en
el mercado, el comic estaba destinado
a llenar el ocio de esta mismo
sociedad, cimentando sus valores y
realizando la conformación con su orden.
Ahora no se trata de desvirtuar su función de
entretenimiento, sino más bien de hacerle
cumplir su función dentro de un nuevo
concepto del ocio, y en el contexto global del
cambio, utilizarlo como un agente que permita
el afincamiento y lo internalización de
una nueva concepción del mundo y de
las relaciones sociales. (No nos referimos
desde luego a las publicaciones que utilizan
los dibujos animados para hacer pasar
un determinado mensaje explícitamente politizado
y actúan con lemas y consignas.) El
problema que se plantea en el caso del comic
es el de desvirtuar la vigencia del concepto de
la eficiencia mercantil que se proponía
responder a gustos, estereotipados y
deformados, del consumidor: la tradición
del género, en efecto, ha impuesto
esquematizaciones, tipificaciones al nivel
gráfico que remiten a cánones estéticos
propios del polo imperialista y de la
sociedad de consumo que patrocina. Se
trata paulatinamente de infundirle un
sentido que hasta en la expresión
gráfica remita a una
27
Armand Mattelart: El medio de comunicación de masas en la lucha de clases
realidad concreta y no a la
seudorealidad universal, socialmente amorfa, que
proyecta míticamente la realidad del emisor
[44] imperialista. Estos dos ejemplos
apuntan tan sólo a hacer visualizar una aseveración que ya
hicimos acerca de la necesidad de
cuestionar el instrumento técnico mismo con
que se puede lograr la mejor participación
de las masas y generar un nuevo
tipo de medio de comunicación de
masas. Un cambio de este medio exige
un cambio en la concepción que
tenemos de los instrumentos que contribuyen
a permitir la expresión de la realidad.
De hecho, esta existencia de la lucha de clases
en un material gráfico simboliza bien
el descuartizamiento que caracteriza en la
transición hacia el socialismo todos los
intentos para cambiar el contenido de
los
medios de comunicación de masas, para crear
una nueva cultura. Además, al tener
que respetar las condiciones que nos
impone el
marco de la democracia formal, el principio de
la competencia se presenta como uno
de los elementos del juego al cual nos enfrentamos y
que no podemos eludir. Bastó que el
estado comprara una empresa editorial de
revistas
para que a la semana siguiente el consorcio de
distribución latinoamericano de comics, situado
en México, inundaron de publicidad diversos
órganos de información o de entretenimiento
y que programara una avalancha de héroes made in USA. Incluso sin
concertarse los diferentes agentes del sistema
burgués permiten que se restablezca el
metabolismo de un cuerpo dañado en uno de
sus miembros. De los desarrollos anteriores se
desprende claramente que todas las esferas
de problemas que giran alrededor del
medio de comunicación de masas son
significativos del conjunto de obstáculos
que las fuerzas revolucionarias deben
superar en todas las áreas del
cambio, en un enfrentamiento económicoa€político
e ideológico con su enemigo de clase.
Este enfrentamiento no
precisa de árbitros ni de jueces espectadores.
Del mismo que la denuncia desde
cátedras individuales queda superada, la
actitud enjuiciadora debe volcarse hacia la
construcción colectivo del nuevo orden, y sólo
se logrará si la acción cultural
surge de la presión de la masa
movilizada. Este proceso
compromete la responsabilidad de todos.
Santiago de Chile, marzo de 1971
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