Freed Eduardo Ortega
Cabral 3s D Albert Einstein Presentación Mi nombre es Albert Einstein, nací en Ulm, Alemania, el
14 de marzo de 1879 en el seno de una familia judía.
Fuí proclamado como el
«personaje del
siglo XX» y el más pre-eminente científico por mis grandes descubrimientos. Juventud y Madurez Inicié mis estudios en 1888 y los terminé en
1900. Destaque en : matemáticas, física,
álgebra, geometría y trigonometría.
Me gradué obteniendo el diploma de profesor de
matemáticas y de física. Familia En 1898, conocí
a Mileva Maric.
Mileva y yo tuvimos una hija, Lieserl Einstein, después
tuvimos otros dos hijos, Eduard Einstein y Hans Albert Einstein.
Trayectoria científica - En 1901, Atracción capilar
- En 1903, Termodinámica
- En 1905, Movimiento Browniano
- Efecto fotoeléctrico (Premio Nobel de Física)
- En 1915, Teoría general de la relatividad
- Equivalencia de masa- energía (E=mc^2) Muerte El 17 de abril de 1955, sufrí
de una hemorragia interna por un aneurisma de la aorta
abdominal.
Rechacé la cirugía, diciendo:
'Quiero irme cuando lo quiera. Es de mal gusto prolongar
artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de
irse. Yo lo haré con elegancia.' Gracias
por su atención.Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán
hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos
Zapotlán. Es un valle redondo de maíz, un circo de
montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna
que viene y se va como
un delgado sueño. Desde mayo hasta diciembre, se ve la
estatura pareja y creciente de las milpas. A veces le
decimos Zapotlán de Orozco porque allí nació José Clemente, el de los pinceles
violentos. Como
paisano suyo, siento que nací al pie de un volcán. A
propósito de volcanes, la orografía de mi pueblo incluye otras dos cumbres,
además del
pintor: el Nevado que se llama de Colima, aunque todo él está en tierra de Jalisco.
Apagado, el hielo en el invierno lo decora. Pero el otro está vivo. En 1912 nos cubrió de cenizas y los
viejos recuerdan con pavor esta leve experiencia pompeyana: se hizo la noche en
pleno día y todos creyeron en el Juicio Final. Para
no ir más lejos, el año pasado estuvimos asustados con brotes de lava, rugidos
y fumarolas. Atraídos por el fenómeno, los geólogos vinieron a saludarnos, nos
tomaron la temperatura y el pulso, les invitamos una copa de ponche de granada
y nos tranquilizaron en plan científico: esta bomba que tenemos bajola almohada
puede estallar tal vez hoy en la noche o un día cualquiera dentro de los
próximos diez mil años.
Yo soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce y que viven todavía
para contarlo, gracias a Dios. Como
ustedes ven, no soy un niño consentido. Arreolas y
Zúñigas disputan en mi alma
como perros su
antigua querella doméstica de incrédulos y devotos. Unos y otros parecen unirse
allá muy lejos en común origen vascongado. Pero
mestizos a buena hora, en sus venas circulan sin discordia
las sangres que hicieron a México, junto con la de una monja francesa que les
entró quién sabe por dónde. Hay historias de familia que más valía no contar
porque mi apellido se pierde o se gana bíblicamente entre los sefarditas de
España. Nadie sabe si don Juan Abad, mi bisabuelo, se
puso el Arreola para borrar una última fama de converso (Abad, de abba, que es
padre en arameo). No se preocupen, no voy a plantar aquí un
árbol genealógico ni a tender la arteria que me traiga la sangre plebeya desde
el copista del Cid, o el nombre de la espuria Torre de Quevedo. Pero hay
nobleza en mi palabra. Palabra de honor. Procedo en
línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y
carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal por
el lenguaje.
Nací el añode 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo
Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes,
vacas, burros y caballos. Di los primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salió del corral. Tal es el antecedente de la
angustia duradera que da color a mi vida, que concreta en mí el aura neurótica
que envuelve a toda la familia y que por fortuna o desgracia no ha llegado a
resolverse nunca en la epilepsia o la locura. Todavía este
mal borrego negro me persigue y siento que mis pasos tiemblan como
los del
troglodita perseguido por una bestia mitológica.
Como casi todos los niños, yo también fui a la escuela. No pude
seguir en ella por razones que sí vienen al caso pero
que no puedo contar: mi infancia transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución
Cristera. Cerradas las iglesias y los colegios religiosos, yo, sobrino de
señores curas y de monjas escondidas, no debía ingresar a las aulas oficiales
so pena de herejía. Mi padre, un
hombre que siempre sabe hallarle salida a los callejones que no la tienen, en
vez de enviarme a un seminario clandestino o a una escuela del gobierno, me puso sencillamente a
trabajar. Y así, a los doce años de edad entré como aprendiz al taller de don
José María Silva, maestroencuadernador, y luego a la imprenta del Chepo
Gutiérrez. De allí nace el gran amor que tengo a los libros
en cuanto objetos manuales. El otro, el amor a los textos, había nacido
antes por obra de un maestro de primaria a quien rindo
homenaje: gracias a José Ernesto Aceves supe que había poetas en el mundo,
además de comerciantes, pequeños industriales y agricultores. Aquí debo una
aclaración: mi padre, que sabe de todo, le ha hecho al comercio, a la industria
y a la agricultura (siempre en pequeño) pero ha fracasado en todo: tiene alma
de poeta.
Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en
Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales
fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de
otros nombres más y menos ilustres Y oía canciones y los
dichos populares y me gustaba mucho la conversación de la gente de campo.
Desde 1930 hasta la fecha he desempeñado más de veinte oficios y empleos
diferentes He sido vendedor ambulante y periodista; mozo
de cuerda y cobrador de banco. Impresor, comediante y
panadero. Lo que ustedes quieran.
Sería injusto si no mencionara aquí al hombre que me cambió
la vida. Louis Jouvet, a quien conocí a su paso por Guadalajara, me llevó a
París hace veinticinco años. Ese viaje es
unsueño que en vano trataría de revivir; pisé las tablas de la Comedia
Francesa: esclavo desnudo en las galeras de Antonio y Cleopatra, bajo las
órdenes de Jean Louis Barrault y a los pies de Marie Bell.
A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Económica me
acogió en su departamento técnico gracias a los buenos oficios de Antonio
Alatorre, que me hizo pasar por filólogo y gramático. Después
de tres años de corregir pruebas de imprenta, traducciones y originales, pasé a
figurar en el catálogo de autores (Varia invención apareció en Tezontle, 1949).
Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo
de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas
posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero
a los que mediante la palabra han manifestado el
espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda
la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras
clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por
los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea
que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas
horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente.