Justo antes de la Navidad de 1887, un joven médico holandés, con un nombre tan
poco holandés como Marie Eugéne Francois Thomas Dubois, llegó a Sumatra,
entonces parte de las Indias Orientales Holandesas, con la intención de
encontrar los restos humanos más antiguos de la Tierra.
Había en todo esto varias cosas extraordinarias. Para empezar, nadie había ido nunca antes en busca de
huesos humanos antiguos. Todo lo que se había encontrado
hasta entonces se había encontrado por accidente, y no había nada en los
antecedentes personales de Dubois que indicase que pudiera ser el candidato
ideal para plantearse aquello deliberadamente. Era un
anatomista sin ninguna formación paleontológica. Tampoco
había ninguna razón especial para suponer que las Indias Orientales albergasen
restos humanos primitivos. La lógica dictaba que, si se podían encontrar
restos de gente antigua, se encontrarían en masas
continentales pobladas desde hacía mucho tiempo, no en el aislamiento relativo
de un archipiélago. A Dubois no le condujo a las Indias Orientales nada más
sólido que un barrunto, un empleo disponible y el conocimiento de que Sumatra
estaba llena de cuevas, el entorno en que se habían encontrado hasta entonces
la mayoría de los fósiles importantes de homínidos (A los humanos se los
incluye en la familia Hominidae. Entre los miembros de esa familia,
tradicionalmente denominados homínidos, figuran todas las criaturas (incluidas
las extintas) que están más estrechamente emparentadas con nosotros que con
cualquier chimpancé superviviente. A los monos, por otra parte,
se les amontona en una familia llamada Pongidae).
En la época en que Dubois concibió su plan de buscar un eslabón perdido,
elregistro fósil humano consistía en muy poco: cinco esqueletos incompletos de
neandertales, parte de una quijada de procedencia incierta y media docena de
humanos de la Edad del Hielo que habían encontrado recientemente unos obreros
ferroviarios en una cueva de un barranco llamado Cro-Magnon, cerca de Les
Eyzies (Francia). De los especímenes de neandertales, el
mejor conservado estaba en Londres, colocado en una estantería. Lo
habían encontrado unos trabajadores que extraían piedra de una cantera en Gibraltar en 1848, así que su preservación era un milagro, pero por desgracia nadie había llegado a darse
cuenta de lo que era. Se había descrito en una reunión de la Sociedad
Científica de Gibraltar y se había enviado luego al Museo Hunteriano, donde
nadie se ocupó de él más para limpiarle el polvo de vez en cuando durante más
de medio siglo. La primera descripción oficial no se redactó hasta 1907, y lo
hizo un geólogo llamado William Sollas «con
conocimientos superficiales de anatomía».
Así que el nombre y el crédito por el descubrimiento de los
primeros restos humanos primitivos fueron para el valle de Neander, en Alemania
(lo que no tenía nada de impropio, ya que, por una extraña coincidencia,
Neander significa en griego «hombre nuevo»). Allí, en 1856, trabajadores
de otra cantera hallaron en la pared de un barranco,
sobre el río Düssel, unos huesos de extraño aspecto que entregaron a un maestro
de la zona que sabían que estaba interesado por la historia natural. Este
maestro, Johann KarlFuhlrott tuvo el mérito de darse cuenta de que se trataba
de un tipo nuevo de «ser humano», aunque qué era y lo especial que era serían
motivo de polémica durante un tiempo.
Hubo muchos que se negaron a aceptar que los huesos de
neandertal fuesen antiguos. August Mayer, profesor de la Universidad de Bonn y
hombre influyente, insistió en que aquellos huesos no eran más que los de un
soldado cosaco mongol, que había resultado herido en combate en Alemania en
1814, y se había arrastrado hasta aquella cueva para morir en ella. T. H.
Huxley se limitó a comentar desde Inglaterra al oír esto que le resultaba muy
notable el que un soldado, pese a estar mortalmente herido, hubiese trepado
veinte metros por la pared de un precipicio, se hubiese desprendido de la ropa
y de los efectos personales, hubiese cerracluirse también los chimpancés, los
gorilas y los orangutanes en la familia de los Hominidae, con humanos y
chimpancés en una subfamilia llamada Homininae. El resultado final es que las
criaturas tradicionalmente denominadas homínidos se convirtieron, con este esquema, en homininos. (Leakey y
otros insisten en esa designación.) Hominoidea es el
nombre de la superfamilia de los monos, que nos incluye. (N. del A.)
Otro antropólogo, desconcertado por la gran cresta superciliar, explicó que era
debido a que el sujeto había mantenido el ceño fruncido durante
mucho tiempo debido al dolor que le causaba una fractura de antebrazo mal
curada. Las autoridades en la materia, en su afán de rechazarla idea de humanos
primitivos, estaban a menudo dispuestos a aferrarse a
las posibilidades más singulares. Más o menos al mismo tiempo que Dubois se
disponía a zarpar para Sumatra, se dictaminó
resueltamente que un esqueleto hallado en Périgueux
era el de un esquimal. Nunca se llegó a dar una explicación satisfactoria de
qué podía estar haciendo un antiguo esquimal en el
suroeste de Francia. Se trataba, en realidad, de un
antiguo cromañón.
Éste fue el telón de fondo con el que Dubois inició su búsqueda de huesos
humanos antiguos. No efectuó personalmente ninguna excavación, utilizó para
ello a cincuenta convictos que le prestaron las autoridades holandesas.
Trabajaron durante un año en Sumatra
y luego se trasladaron a Java. Y allí, en 1891, Dubois encontró (o más bien su
equipo, ya que él rara vez visitaba las excavaciones) una sección de un cráneo humano antiguo, conocido hoy como casquete de Trinil. Aunque era sólo
parte de un cráneo, revelaba que el propietario había
tenido rasgos claramente no humanos pero un cerebro mucho mayor que el de
cualquier simio. Dubois le llamó Anthropithecus erectus (se
cambió más tarde, por razones técnicas, por Pithecanthropus erectus) y proclamó
que era el eslabón perdido entre simios y humanos. El nombre se
popularizó enseguida como hombre de Java. Hoy lo
conocemos como
Horno erectus.
Al año siguiente, los trabajadores de Dubois encontraron un
fémur casi completo que parecía sorprendentemente moderno. En
realidad, muchos antropólogos creen que esmoderno y que no tiene nada que ver
con el hombre de Java. Si es un hueso de
erectus, es diferente a todos los que se han encontrado desde entonces. Sin
embargo, Dubois utilizó el fémur para deducir (correctamente, como se vería) que
Pithecanthropus caminaba erguido. Construyó también, partiendo sólo de un fragmento de cráneo y un diente, un modelo del cráneo completo que
resultó también asombrosamente exacto.
Dubois regresó a Europa en 1895, esperando una recepción
triunfal. En realidad, se encontró casi con la
reacción opuesta. A la mayoría de los científicos le desagradó tanto sus
conclusiones como
la forma arrogante con que las expuso. La bóveda craneana era la de un simio, probablemente un gibón, y no la de un humano
primitivo. Dubois, con la esperanza de reforzar sus teorías, permitió en 1897
que un prestigioso anatomista de la Universidad de Estrasburgo, Gustav
Schwalbe, hiciese un molde de la boveda craneal. Pero Schwalbe, para gran
disgusto de Dubois, escribió una monografía, que recibió mucha más atención
favorable que todo lo que había escrito él, y emprendió a continuación una gira
dando conferencias en la que se le alabó casi tan encarecidamente como
si él hubiese desenterrado el cráneo. Consternado y amargado, Dubois puso punto
final a su carrera aceptando una modesta plaza de profesor de geología en la
Universidad de Amsterdam y, durante las dos décadas siguientes, no quiso que
nadie más volviera a ver sus valiosos fósiles. Murió amargado
en 1940.
Entre tanto, en 1924 ya medio mundo de allí, Raymond Dart, y el jefe del
departamento de anatomía de origen australiano de la Universidad de
Witwatersrand, Johannesburgo, recibió el cráneo, pequeño pero muy completo, de
un niño, con la cara intacta, una mandíbula inferior y lo que se denomina un
endomolde (un molde natural del cerebro), procedente de una cantera de piedra
caliza situada al borde del desierto de Kalahari, en un lugar polvoriento
llamado Taung. Dart se dio cuenta inmediatamente de que el cráneo de Taung no
era de un Horno erectus11 como el hombre de Java de Dubois, sino de una
criatura anterior, más simiesca. Le asignó una antigüedad de
dos millones de años y lo denominó Australopithecus africanus, u «hombre mono
meridional africano». En un artículo que escribió para Nature, Dart
calificaba los restos de Taung de «asombrosamente humanos» y explicaba que era
necesaria una familia completamente nueva, Horno sirniadae («los simios
hombres») para acomodar el hallazgo.
Las autoridades en la materia se mostraron aún menos favorablemente dispuestas
hacia Dart de lo que se habían mostrado con Dubois. Les
molestaban casi todos los aspectos de su teoría y les molestaba, en realidad,
casi todo en él. En primer lugar, se había comportado de un modo lamentablemente presuntuoso efectuando él mismo el
análisis en vez de pedir ayuda a especialistas más prestigiosos.
Hasta el nombre que eligió, Australopithecus, indicaba una falta de precisión
científica, al mezclar como lo hacía raíces griegas y
latinas.Sobre todo, sus conclusiones hacían caso omiso de los criterios
imperantes. Todos aceptaban que humanos y simios se habían separado hacía como mínimo 15 millones de años
atrás en Asia. Si los
humanos hubiésemos surgido en África, eso nos habría hecho a todos negroides,
por amor de Dios. Era como si alguien proclamase hoy que
había encontrado huesos ancestrales de humanos, por ejemplo, en Misuri. Era
sencillamente algo que no se ajustaba a lo que se
sabía.
El único apoyo importante con que contó Dart fue el de Robert Broom, médico y
paleontólogo de origen escocés, hombre de notable
inteligencia y de carácter encantadoramente excéntrico. Tenía,
por ejemplo, la costumbre de hacer su trabajo de campo desnudo cuando hacía
calor, lo que era frecuente. Se decía también de él que realizaba
experimentos anatómicos sospechosos con sus pacientes más pobres y más dóciles.
Cuando se morían los pacientes, lo que era también frecuente,
enterraba a veces los cadáveres en el huerto de detrás de su casa para poder
desenterrarlos más tarde y estudiarlos.
Broom era un paleontólogo consumado y, como vivía también en
Suráfrica, pudo examinar personalmente el cráneo de Taung. Se dio cuenta
inmediatamente de que era tan importante como suponía Dart y habló con vigor
en defensa de éste, pero sin resultado. Durante los cincuenta años siguientes,
el criterio imperante fue que el niño de Taung era un
simio y nada más. La mayoría de los libros de texto no lo mencionaba siquiera.
Dart se pasó cinco añosredactando una monografía, pero no pudo encontrar a
nadie que se la publicara. Finalmente renunció por completo a
publicarla (aunque siguió buscando fósiles). El cráneo (considerado hoy
uno de los máximos tesoros de la antropología) estuvo muchos años haciendo de
pisapapeles en el escritorio de un colega.
En 1924, cuando Dart comunicó su hallazgo, sólo se conocían
cuatro categorías de homínidos antiguos (Horno heidelbergensis, Horno
rhodesiensis, neandertales y el hombre de Java de Dubois), pero todo eso estaba
a punto de cambiar radicalmente.
Primero, un aficionado canadiense de grandes dotes
llamado Davidson Black se puso a husmear en China,
en un lugar llamado Colina del
Hueso de Dragón, que era famoso en la zona entre los que buscaban huesos
antiguos. Desgraciadamente, los chinos, en vez de preservar
los huesos para su estudio, los trituraban para hacer medicamentos.
Nunca sabremos cuántos huesos de Homo erectus, de valor incalculable, acabaron como
una especie de equivalente chino de los polvos de Beecham. El lugar había sido
muy expoliado en la época en que Black llegó allí, pero encontró un molar fosilizado y, basándose sólo en él, proclamó
brillantemente el descubrimiento de Sinanthropus pekinensis, que no tardó en
conocerse corno el hombre de Pekín.
Se efectuaron luego, a instancias de Black,
excavaciones más decididas y se hallaron muchos más huesos. Desgraciadamente se
perdieron todos en 1944 al día siguiente del ataque japonés a Pearl Harbor,
cuando un contingente de infantesde Marina estadounidenses intentaba sacarlos
(y escapar) del país y fueron capturados por los japoneses. Los soldados
japoneses, al ver que aquellas cajas sólo contenían huesos, las dejaron a un lado de la carretera. Fue lo último que se supo de ellas.
Entretanto, en el viejo territorio de Dubois, en Java, un equipo dirigido por
Ralph von Koenigswald había encontrado otro grupo de humanos primitivos que
pasaría a conocerse como la gente de Solo, por hallarse el yacimiento en el río
Solo, en Ngandong. Los descubrimientos de Koenigswald podrían haber sido más impresionantes aún, pero se reparó en ello
demasiado tarde. Koenigswald había ofrecido a los habitantes
de la zona 10 centavos por cada fragmento de hueso de homínido que le llevasen.
Acabaría descubriendo horrorizado que se habían dedicado
afanosamente a romper piezas grandes para convertirlas en muchas pequeñas y
ganar más dinero.
En los años siguientes, a medida que fueron encontrándose e identificándose más
huesos, se produjo una riada de nuevos nombres: Homo aurignacensis,
Australopithecus transvaalensis,Paranthropus
crassidens, Zinjanthropus boisei y muchísimos más, casi todos relacionados con
un nuevo tipo de género además de una nueva especie. En la década de los
cincuenta el número de los tipos de homínidos designados se había elevado a
bastante más del
centenar. Para aumentar la confusión, las
formas individuales pasaban a menudo por una serie de nombres diferentes a
medida que los paleontólogos perfeccionaban yreestructuraban las
clasificaciones y se peleaban por ellas. La gente de
Solo recibió denominaciones tan diversas como Homo soloensis, Homo
primigenius asiaticus, Homo neanderthalensis soloensis, Homo sapiens soloensis,
Homo erectus erectus y, finalmente, sólo Homo erectus. En 1960, F. Clark
Howell, de la Universidad de Chicago, con el propósito de introducir cierto
orden, propuso, siguiendo las sugerencias que habían hecho en la década
anterior Ernst Mayr y otros más, que se redujese el número de géneros a sólo
dos (Australopithecus y Homo) y que se racionalizasen muchas de las especies. Los hombres de Java y de Pekín se convirtieron en Horno erectus.
El orden prevaleció durante un tiempo en el mundo de
los homínidos. Pero no duró mucho.
Tras una década, más o menos, de calma relativa, la
paleoantropología inició otro periodo de rápidos y numerosos descubrimientos,
que aún no ha cesado. La década de los cincuenta produjo Homo habilis,
considerado por algunos el eslabón perdido entre simios y humanos, pero que
otros no consideran en modo alguno una especie diferenciada. Luego llegaron
(entre muchos otros), los siguientes Homo: ergaster, louisleakeyi, rudolfensis,
microcranus y antecessor, así como un montón de
australopitecinos: afarensis, praegens, rarnidus, ivalkeri, anamensis,
etcétera. En la literatura científica actual se aceptan en total unos 20 tipos
de homínidos. Desgraciadamente, casi no hay dos especialistas
que acepten los mismos 20.
Algunos siguen fieles a los dos géneros dehomínidos que propuso Howell en 1960,
pero otros colocan a los australopitecinos en un
género diferente llamado Paranthropus, y hay otros incluso que añaden un grupo
anterior llamado Ardipithecus. Hay quien asigna praegens a los Australopithecus
y quien lo asigna a una nueva clasificación, Homo antiquus, pero la mayoría no
acepta, de ninguna manera, praegens como especie diferenciada. No hay
ninguna autoridad central que decida sobre estas clasificaciones. La única
manera de que se acepte una denominación es por consenso, y de eso suele haber muy poco.
Paradójicamente, la causa del problema es en gran parte la
escasez de pruebas. Han vivido desde el principio de los tiempos varios miles
de millones de seres humanos (o de humanoides), que aportaron cada uno de ellos
un poco de variabilidad genética a la reserva humana
general. De este vasto número, el total de nuestro conocimiento
de la prehistoria humana se basa en los restos, a menudo excesivamente
fragmentarios, de tal vez unos 5.000 individuos.
-Podrías meter todo lo que hay en la parte de atrás de una furgoneta si no te importase mucho que estuviese todo revuelto-me explicó
Jan Tattersall, el barbudo y amable conservador del Museo Americano de Historia
Natural de Nueva York, cuando le pregunté por el
tamaño del
archivo total de huesos de homínidos y humanos primitivos.
La escasez no sería un problema tan grave si los
huesos estuviesen distribuidos de un modo equitativo a lo largo del tiempo y del
espacio, pero por supuesto nolo están. Aparecen al azar, a
menudo de la forma más enrevesada. Homo erectus anduvo por la Tierra durante más de un millón de años y habitó en un territorio
que abarcaba desde el borde atlántico de Europa hasta las costas chinas del
Pacífico, pero si volvieses a la vida a todos los Homo erectus individuales de
cuya existencia podemos dar fe no podríamos llenar un autobús escolar. De Homo habilis disponemos de menos restos aún, sólo de dos
esqueletos incompletos y de una serie de huesos aislados de extremidades.
Algo tan efímero como
nuestra civilización es casi seguro que podría no conocerse en absoluto a
través del
registro fósil.
-En Europa -explicó Tattersall a modo de ejemplo-, disponemos de cráneos de
homínidos de Georgia fechados hace unos 1,7 millones de años, pero luego
tenernos un vacío de casi un millón de años hasta los restos siguientes que
aparecen en España, justo al otro extremo del continente. Después hay otro
vacío de 300.000 años hasta un Homo heidelbergensis de
Alemania… y ninguno de ellos se parece demasiado a cualquiera de los demás.
-Sonrió-. A partir de ese tipo de piezas fragmentarias
es como tenemos
que intentar descubrir la historia de especies enteras. Es
mucho pedir. La verdad es que tenemos muy poca idea de la relación entre
muchas especies antiguas… que conducen a nosotros y
que fueron callejones evolutivos sin salida. Algunas no hay
ninguna razón para considerarlas especies diferenciadas.
Es lo fragmentario del
registro lo que hace que cada nuevohallazgo parezca tan inesperado y tan
distinto de todos los demás. Si tuviésemos decenas de miles de esqueletos
distribuidos a intervalos regulares a lo largo del registro histórico,
habría una gama de matices mucho mayor. Las nuevas especies no surgen completas
instantáneamente, como
parece decirnos el registro fósil, sino de un modo gradual, a partir de otras
especies existentes. Cuanto más te remontas a un punto de divergencia, mayores
son las similitudes, de manera que resulta extraordinariamente difícil, y a
veces imposible, diferenciar a un Homo erectus tardío de un Homo sapiens
primitivo, puesto que es probable que los restos correspondan a ambos y a
ninguno. Pueden surgir a menudo discrepancias similares sobre cuestiones de
identificación de restos fragmentarios, cuando hay que decidir, por ejemplo, si
un hueso determinado corresponde a una mujer
Australopithecus boisei o a un Homo habilis varón.
Los científicos, con tan poco de lo que pueden estar seguros, suelen tener que
formular suposiciones basadas en otros objetos hallados cerca, y esas
suposiciones pueden no ser más que audaces conjeturas. Como han comentado
secamente Alan Walker y Pat Shipman, si correlacionases el descubrimiento de
herramientas con la especie de criatura que con mayor frecuencia se encuentra
cerca, tendrías que llegar a la conclusión de que las herramientas manuales
primitivas eran principalmente obra de antílopes.
Tal vez no haya nada que ejemplifique mejor la confusión que
el fardo fragmentario decontradicciones que fue Homo habilis. Hablando
con claridad, los huesos de habilis no tienen sentido. Si se ordenan en
secuencia, muestran machos y hembras evolucionando a ritmos distintos y en
direcciones distintas: los machos haciéndose menos simiescos y más humanos con
el tiempo, mientras que las hembras del mismo periodo parecen estar
alejándose de la condición humana y reforzando la condición simiesca. Algunas autoridades en la materia no creen en absoluto que habilis
sea una categoría válida.
Tattersall y su colega Jeffrey Schwartz lo rechazan como una simple
«especie cubo de basura», en la que se «podían echar cómodamente» fósiles no
relacionados. Ni siquiera los que consideran habilis una especie independiente
están de acuerdo en si es del mismo género que nosotros o de
una rama lateral que acabó en nada.
Por último, pero tal vez por encima de todo, la
naturaleza humana es un factor en todo esto. Los científicos tienen una
tendencia natural a interpretar los hallazgos del modo más
halagüeño para su prestigio. Es realmente raro que un
paleontólogo comunique que ha encontrado un depósito de huesos, pero que no
tienen nada de particular. Como
comenta sobriamente John Reader en el libro Eslabones perdidos: «Es notable la
frecuencia con que las primeras interpretaciones de nuevos testimonios han confirmado las ideas previas de su descubridor».
Todo esto deja un amplio espacio para las discusiones,
claro está, y no hay gente a la que le guste más discutir que los
paleontólogos. «Yde todas las disciplinas de la ciencia, la paleoantropología
es tal vez la que exhibe un mayor porcentaje de egos»,
dicen los autores del
reciente Java Man… [Hombre de Java] un libro, por
cierto, que dedica pasajes largos y maravillosamente despreocupados a atacar la
incompetencia de otros científicos, en especial la de Donald Johanson, antiguo
amigo del
autor.
Así pues, teniendo en cuenta que hay poco que puedas decir sobre la prehistoria
humana que no haya alguien en algún sitio que lo discuta, aparte del
hecho de que es seguro que tuvimos una, lo que creemos saber sobre quiénes
somos y de dónde venimos es más o menos esto.
Durante el primer 99,999% de nuestra historia como organismos,
estuvimos en la misma línea ancestral que los chimpancés. No se sabe
prácticamente nada de la prehistoria de los chimpancés, pero, fuesen lo que
fuesen, lo éramos nosotros. Luego, hace unos siete millones
de años sucedió algo importante. Un grupo de
nuevos seres salió de los bosques tropicales de África y empezó a moverse por
la sabana.
Se trataba de los australopitecinos y, durante los
cinco millones de años siguientes, serían la especie de homínidos dominante en
el mundo. (Austral significa en latín «del
sur» y no tiene ninguna relación en este contexto con Australia.)
Había diversas variedades de australopitecinos, unos esbeltos y gráciles, como
el niño de Taung de Raymond Dart, otros más fornidos y corpulentos, pero todos
eran capaces de caminar erguidos. Algunas de estas especies vivierondurante más
de un millón de años, otras durante un periodo más modesto de unos pocos
cientos de miles, pero conviene no olvidar que hasta los que tuvieron menos
éxito, contaron con historias mucho más prolongadas de la que hemos tenido
nosotros hasta ahora.
Los restos de homínidos más famosos del mundo son los de un australopitecino de
hace 3,18 millones de años hallados en Hadar, Etiopía, en 1974, por un equipo
dirigido por Donald Johanson. El esqueleto, conocido oficialmente como A. L. (Localidad de Afar) 288-1,
pasó a conocerse más familiarmente como
Lucy, por la canción de los Beatles «Lucy in the Sky with Diamonds». Johanson nunca ha dudado de su importancia. «Es nuestro ancestro más antiguo, el eslabón perdido entre simios y
humanos », ha dicho.
Lucy era pequeña, de sólo 1,05 metros de estatura. Podía caminar, aunque es motivo de cierta polémica lo bien que
podía hacerlo. Es evidente que era también buena
trepadora. No sabemos mucho más. No tenemos casi nada del cráneo, por lo que se puede decir poco con
seguridad del
tamaño de su cerebro, aunque los escasos fragmentos de que disponemos parecen
indicar que era pequeño. La mayoría de los libros dicen que disponemos de un 40
% del esqueleto, pero algunos hablan de casi la mitad y uno publicado por el
Museo Americano de Historia Natural de Nueva York dice que disponemos de dos
tercios de él. La serie de televisión de la BBC Ape Man llega a decir que se
trata de «un esqueleto completo», aunque mostraba que no era así ni mucho
menos.El cuerpo humano tiene 206 huesos, pero muchos de ellos están repetidos.
Si tienes el fémur izquierdo de un espécimen, no
necesitas el derecho para conocer sus dimensiones. Si prescindes de todos los
huesos superfluos, el total son 120, que es lo que se llama medio esqueleto.
Incluso con este criterio bastante acomodaticio,
considerando el más pequeño fragmento como
un hueso completo, Lucy constituye sólo el 28% de medio esqueleto (y sólo
aproximadamente el 20% de uno entero).
Alan Walker cuenta, en The Wisdom of the Bones [La sabiduría de los huesos],
que le preguntó una vez a Johanson de dónde había sacado la cifra del 40% y
éste replicó tranquilamente que había descontado los 106 huesos de las manos y
de los pies… más de la mitad del total del cuerpo, y una mitad bastante importante,
además, sin lugar a dudas, ya que el principal atributo definitorio de Lucy era
el uso de manos y pies para lidiar con un mundo cambiante. Lo cierto es que se
sabe de Lucy bastante menos de lo que generalmente se supone. Ni siquiera se sabe en realidad si era una hembra. Su sexo es una suposición basada en su diminuto tamaño.
Dos años después del
descubrimiento de Lucy, Mary Leakey encontró en Laetoli, Tanzania,
las huellas dejadas por dos individuos de (se supone) la misma familia de
homínidos. Las huellas las habían dejado dos
australopitecinos que habían caminado sobre ceniza cenagosa tras una erupción
volcánica. La ceniza se había endurecido más tarde, conservando las
impresiones de sus pies alo largo de unos 2.3 metros.
El Museo Americano de Historia Natural de Nueva York tiene un
fascinante diorama que reseña el momento del
paso de las dos criaturas por la ceniza cenagosa. Aparecen en él reproducciones
de tamaño natural de un macho y una hembra caminando,
uno al lado del
otro, por la antigua llanura africana. Son peludos, parecidos a chimpancés en
las dimensiones, pero tienen un porte y un paso que
sugieren la condición humana. El rasgo más sorprendente es
que el macho tiene echado el brazo izquierdo protectoramente sobre los hombros
de la hembra. Es un gesto tierno y afectuoso,
que sugiere un estrecho vínculo.
Este cuadro vivo se representa con tal convicción que
es fácil no acordarse de que prácticamente todo lo que hay por encima de las
pisadas es imaginario.
Casi todos los aspectos externos de los dos personajes, la densidad del vello,
los apéndices faciales (si tenían narices humanas o de chimpancés), las
expresiones, el color de la piel, el tamaño y la forma de los pechos de la
hembra, son inevitablemente hipotéticos. Ni siquiera podemos saber si eran una
pareja.
El personaje femenino podría haber sido, en realidad,
un niño. Tampoco podemos estar seguros de que fuesen
australopitecinos. Se supone que lo son porque no hay
ningún otro candidato conocido.
Me habían dicho que se les representó así porque, durante
la elaboración del
diorama, el personaje femenino no hacía más que caerse, pero Ian Tattersall
insistió con una carcajada en que esa historia esfalsa.
Es evidente que no sabemos si el macho le tenía el brazo echado por encima del hombro a la hembra o no,
pero sabemos, por las mediciones del paso, que
caminaban uno al lado del
otro y muy juntos… lo suficiente para que estuvieran tocándose. Era una zona bastante expuesta, así que es probable que se
sintieran vulnerables. Por eso procuramos que tuvieran
expresiones que reflejasen cierta preocupación.
Le pregunté si le preocupaba a él lo de que se
hubiesen tomado tantas libertades en la reconstrucción de los personajes.
Hacer reproducciones es siempre un problema -aceptó
sin reparos-. No te haces idea de lo que hay que
discutir para llegar a decidir detalles como
si los neandertales tenían cejas o no las tenían. Y lo mismo pasó con las
imágenes de Laetoli. La cuestión es que no podemos conocer los detalles de su
apariencia, pero podemos transmitir su talla y su porte.
Si tuviese que hacerlo otra vez, creo que tal vez los
habría hecho un poquito más simios y menos humanos.
Esas criaturas no eran humanas. Eran
simios bípedos.
Hasta hace muy poco se consideraba que éramos descendientes
de Lucy y de las criaturas de Laetoli, pero ahora muchas autoridades en la
materia no están tan seguras. Aunque ciertos rasgos físicos (por
ejemplo, los dientes) sugieran un posible vínculo
entre nosotros, otras partes de la anatomía de los australopitecinos son más
problemáticas. Tattersall y Schwartz señalan en su libro Extinct Humans
[Humanos extintos] que la porción superior del fémur humanoes muy parecida a la
de los monos, pero no es como la de los australopitecinos; así que, si está en
una línea directa entre los monos y los humanos modernos, eso significa que
debemos de haber adoptado un fémur de australopitecino durante un millón de
años o así y que, luego, volvimos a un fémur de simio al pasar a la fase
siguiente de nuestro desarrollo. No sólo creen que Lucy no fue antepasada
nuestra, sino que ni siquiera caminaba demasiado bien.
-Lucy y su género no tenían una locomoción que se pareciese en nada a la forma
humana moderna -insiste Tattersall-. Esos homínidos sólo caminaban como
bípedos cuando tenían que desplazarse entre un hábitat arbóreo y otro, viéndose
«forzados» a hacerlo por su propia anatomía.
Johanson no acepta esto. «Las caderas de Lucy y la
disposición de los músculos de su pelvis -ha escrito- le habrían hecho tan
difícil trepar a los árboles como
lo es para los humanos modernos.»
La confusión aumentó aún más en los años 2001 y 2002 en que se hallaron unos
especímenes nuevos y excepcionales. Uno de ellos, descubierto por Meave Leakey,
de la famosa familia de buscadores de fósiles, en el lago Turkana, en Kenia,
recibió el nombre de Kenyanthropus platyops («hombre de Kenia de
rostro-plano»), es aproximadamente de la misma época que Lucy y se plantea la
posibilidad de que fuese ancestro nuestro y Lucy sólo una rama lateral fallida.
También se encontraron en 2001 Ardipithecus ramidus kadabba, al que se atribuye
una antigüedad de entre 5,2 y 5,8 millonesde años y Onorin turegensis, al que
se le atribuyeron 6 millones de años, con lo que se convirtió en el homínido
más antiguo… aunque lo sería por poco tiempo. En el verano de 2002, un equipo francés que trabajaba en el desierto de Djurab, en
el Chad
(una zona que no había proporcionado nunca huesos antiguos), halló un homínido
de casi siete millones de años de antigüedad, al que llamaron Sahelanthropus tchadensis.
(Algunos críticos creen que no era humano sino un mono
primitivo y, que por ello, debería llamarse Sahelpithecus.) Se trataba, en
todos los casos, de criaturas antiguas y muy
primitivas, pero caminaban erguidas y lo hacían mucho antes de lo que anteriormente
se pensaba.
El bipedalismo es una estrategia exigente y arriesgada.
Significa modificar la pelvis, convirtiéndola en un
instrumento capaz de soportar toda la carga. Para preservar la fuerza
necesaria, el canal del nacimiento de la hembra ha de
ser relativamente estrecho. Eso tiene dos consecuencias
inmediatas, muy importantes, y otra a largo plazo. Significa en primer
lugar mucho dolor para cualquier madre que dé a luz y
un peligro mucho mayor de muerte, tanto para la madre como para el niño. Además, para que la cabeza
del
bebé pueda pasar por un espacio tan pequeño, tiene que nacer cuando el cerebro
es aún pequeño y, por tanto, mientras el bebé es aún un ser desvalido. Eso
significa que hay que cuidarlo durante mucho tiempo,
lo que exige a su vez un sólido vínculo varón-hembra.
Todo esto resulta bastante problemáticocuando eres el dueño intelectual del
planeta, pero, cuando eres un a ustralopitecino pequeño y vulnerable, con un
cerebro del tamaño de una naranja,(El tamaño absoluto del cerebro no es lo que
explica todo, o puede que hasta ni siquiera te diga mucho. Tanto los elefantes como
las ballenas tienen cerebros mayores que el nuestro, pero no tendrías mucho
problema para engañarles negociando un contrato. Lo que importa es el tamaño
relativo, y es algo que suele pasarse por alto. Como dice Gould,
Australopithecus africanus tenía un cerebro de sólo 450 cc, más pequeño que el
de un gorila. Pero un varón africanus típico pesaba
menos de 45 kilos, y una hembra mucho menos aún, mientras que el gorila puede
fácilmente superar los 50 kilos. (N. del A.) el riesgo debe de haber sido enorme.
sPor qué, pues, Lucy y los de su género bajaron de los árboles y salieron del
bosque? Probablemente no tuviesen otra elección. El
lento afloramiento del
istmo de Panamá había cortado el flujo de las aguas del
Pacífico al Atlántico, desviando las corrientes
cálidas del Ártico y haciendo que se iniciase un periodo glacial extremadamente
intenso en las latitudes septentrionales. Esto habría producido en África una sequía
y un frío estacionales que habría ido convirtiendo
gradualmente la selva en sabana. «No se trató tanto de que Lucy y los suyos
quisieran abandonar los bosques -ha escrito John Gribbin-, como de que los bosques los abandonaron a
ellos.»
Pero salir a la sabana despejada de árboles dejó
tambiénclaramente mucho más expuestos a los homínidos. Un homínido en posición erguida podía ver mejor, pero
también se le podía ver mejor a él. Ahora, incluso, somos una
especie casi ridículamente vulnerable en campo abierto. Casi todos los
animales grandes que puedas mencionar son más fuertes,
más rápidos y tienen mejores dientes que nosotros.
El hombre moderno sólo tiene dos ventajas en caso de ataque.
Un buen cerebro, con el que podemos idear estrategias,
y las manos, con las que podemos tirar o blandir objetos que hagan daño. Somos la única criatura capaz de hacer daño a distancia.
Podemos permitirnos por ello ser físicamente vulnerables.
Da la impresión de que todos los elementos hubiesen estado dispuestos para la
rápida evolución de un cerebro potente y, sin embargo,
no parece haber sucedido así. Durante más de tres millones de
años, Lucy y sus compañeros australopitecinos apenas cambiaron. Su
cerebro no aumentó de tamaño y no hay indicio alguno de que se valiesen ni siquiera de los útiles más simples. Y lo que resulta más
extraño aún es que sabemos ahora que, durante aproximadamente un millón de
años, vivieron a su lado otros homínidos primitivos que utilizaban
herramientas, pero los australopitecinos nunca sacaron provecho de esa
tecnología tan útil que estaba presente en su medio.
En un momento concreto situado entre hace tres y dos
millones de años, parece haber habido hasta seis tipos de homínidos
coexistiendo en África. Pero sólo uno estaba destinado a perdurar: Homo,
queemergió de las brumas hace unos dos millones de años. Nadie sabe exactamente
qué relaciones había entre los australopitecinos y Homo, pero lo que sí se sabe
es que coexistieron algo más de un millón de años, hasta que todos los
australopitecinos, los robustos y los gráciles, se esfumaron misteriosa y puede
que bruscamente hace más de un millón de años. Nadie sabe por
qué desaparecieron. «Tal vez nos los comiésemos»,
sugiere Matt Ridley. La línea Homo se inicia convencionalmente con Homo
habilis, una criatura sobre la que no sabemos casi nada, y concluye con
nosotros, Homo sapiens (literalmente «hombre que sabe»). En medio, y
dependiendo de las opiniones que tengas en cuenta, ha habido media docena de
otras especies de Homo: ergaster, neanderthalensis, rudolfensis,
heidelbergensis, erectus y antecessor.
Homo habilis («hombre hábil») es una denominación que introdujeron Louis Leakey
y sus colegas en 1964, por tratarse del primer homínido que utilizaba
herramientas, aunque muy simples. Era una criatura bastante primitiva, con
mucho más de chimpancé que de humano, pero con un
cerebro un 50% mayor que el de Lucy en términos absolutos y no mucho menos
grande proporcionalmente, por lo que era el Einstein de su época. Aún no se ha aducido ninguna razón persuasiva que explique por qué
los cerebros humanos empezaron a crecer hace dos millones de años. Se
consideró durante mucho tiempo que había una relación
directa entre los grandes cerebros y el bipedalismo (que el abandono de los
bosques exigíaastutas y nuevas estrategias que alimentaron o estimularon el
desarrollo cerebral), así que constituyó toda una sorpresa, después de los
repetidos descubrimientos de tantos zoquetes bípedos, comprobar que no había
absolutamente ninguna conexión apreciable entre ambas cosas.
-No hay sencillamente, que sepamos, ninguna razón convincente que explique por
qué los cerebros humanos se hicieron grandes -dice Tattersall. Un cerebro
enorme es un órgano exigente: constituye sólo el 2% de la masa corporal, pero
devora el 20% de su energía. Si no volvieses a comer nunca
otro bocado de grasa, tu cerebro no se quejaría porque no toca la grasa.
Lo que quiere es glucosa, y en grandes cantidades, aunque eso signifique una
injusticia para otros órganos. Como
dice Guy Brown: «El cuerpo corre constantemente el peligro de que lo consuma un cerebro ávido» pero no puede permitirse dejar que el
cerebro pase hambre porque eso lleva enseguida a la muerte». Un
cerebro grande necesita más alimento y más alimento significa un mayor peligro.
Tattersall cree que la aparición de un cerebro grande
puede haber sido simplemente un accidente evolutivo.
Piensa, como
Stephen Jay Gould, que si hicieses volver atrás la cinta de la vida (incluso si
la hicieses retroceder sólo un poco, hasta la aparición de los homínidos) hay
«muy pocas» posibilidades de que hubiese aquí y ahora humanos modernos ni nada
que se les pareciese.
«Una de las ideas que más les cuesta aceptar a los seres humanos -dice Jay
Gould- es que no seamosla culminación de algo. No hay nada inevitable en el
hecho de que estemos aquí. Es parte de nuestra vanidad como humanos que tendamos a concebir la
evolución como
un proceso que estaba, en realidad, programado para producirnos. Hasta los
antropólogos tendían a pensar así hasta la década de 1970.»
De hecho, en una fecha tan reciente como 1991, C. Loring Brace se aferraba
tozudamente en el texto divulgativo Los estadios de la evolución humana a la
concepción lineal,44 aceptando sólo un callejón sin salida evolutivo, los
australopitecinos robustos.
Todo lo demás constituía una progresión en línea recta, en la que cada especie
de homínido iba portando el testigo de la evolución un
trecho y se lo pasaba luego a un corredor más joven y fresco.
Ahora, sin embargo, parece seguro que muchas de esas primeras
formas siguieron senderos laterales que no llevaban a ningún sitio.
Por suerte para nosotros, una acertó, un grupo de
usuarios de herramientas que pareció surgir de la nada y coincidió con el
impreciso y muy discutido Homo habilis. Se trata de Homo erectus,
la especie que descubrió Eugéne Dubois en Java en 1891. Vivió, según la
fuente que se consulte, entre hace aproximadamente 1,8
millones de años y una fecha tan reciente como
20.000 años atrás.
Según los autores de Java Man, Homo erectus es la línea divisoria: todo
lo que llegó antes que él era de carácter simiesco; todo lo que llegó después
de él era de carácter humano. Homo erectus fue el primero que
cazó, el primero que utilizóel fuego, el primero que fabricó utensilios
complejos, el primero que dejó pruebas de campamentos, el primero que se cuidó
de los débiles y frágiles. Comparado con todos los que lo habían
precedido, esa especie era extremadamente humana tanto en la forma como
en el comportamiento, sus miembros tenían largas extremidades y eran delgados,
muy fuertes (mucho más que los humanos modernos) y poseían el empuje y la
inteligencia necesarios para expandirse con éxito por regiones enormes. Debían de parecer a los otros homínidos aterradoramente grandes,
vigorosos, veloces y dotados. Su cerebro era muchísimo
más refinado que todo lo que el mundo había visto hasta entonces.
Erectus era «el velocirraptor de su época», según Alan Walker, de la
Universidad de Penn State, una de las primeras autoridades del mundo en este
campo. Si le mirase a uno a los ojos, podría parecer superficialmente humano,
pero «no conectarías: serías una presa». Según Walker, tenía el cuerpo de un humano adulto pero el cerebro de un bebé.
Aunque Homo erectus ya era conocido desde hace casi un
siglo lo era sólo por fragmentos dispersos, insuficientes para aproximarse
siquiera a poder construir un esqueleto entero. Así que su importancia (o su
posible importancia al menos) como precursor de los humanos
modernos no pudo apreciarse hasta que no se efectuó un descubrimiento
extraordinario en África en los años ochenta. El remoto valle del lago Turkana (antiguamente lago Rodolfo) de
Kenia es uno de los yacimientos de restos humanosprimitivos más productivos del mundo, pero durante
muchísimo tiempo nadie había pensado en mirar allí. Richard Leakey se dio
cuenta de que podría ser un lugar más prometedor de lo
que se había pensado, porque iba en un vuelo que se desvió y pasó por encima del valle. Se envió un equipo a investigar y al principio no encontró nada. Un buen día, al final de la tarde, Kamoya Kimeu, el buscador
de fósiles más renombrado de Leakey, encontró una pequeña pieza de frente de
homínido en una colina a bastante distancia del lago. No era probable que aquel lugar
concreto proporcionase mucho, pero cavaron de todos modos por respeto a los
instintos de Kimeu y se quedaron asombrados cuando encontraron un esqueleto casi completo de Homo erectus.
Era de un niño de entre nueve y doce años que había muerto 1,54 millones de
años atrás.46 El esqueleto tenía «una estructura corporal completamente moderna
», dice Tattersall, lo que en cierto modo no tenía precedente. El niño de Turkana era «muy enfáticamente uno de nosotros».
Kimeu encontró también en el lago Turkana a KNM-EP, 808, una hembra de 1,7 millones de años de antigüedad, lo que dio a los
científicos su primera clave de que Homo erectus era más interesante y complejo
de lo que se había pensado anteriormente.
Los huesos de la mujer estaban deformados y cubiertos de toscos bultos,
consecuencia de un mal torturante llamado
hipervitaminosis A, que sólo podía deberse a haber comido el hígado de un
carnívoro. Esto nos indicaba, en primer lugar, queHomo
erectus comía carne. Era aún más sorprendente el hecho de que la
cantidad de bultos indicase que llevaba semanas o incluso meses viviendo con la
enfermedad. Alguien había cuidado de ella. Era el primer indicio de ternura en la evolución homínida.
Se descubrió también que en los cráneos de Homo erectus había (o, en opinión de
algunos, posiblemente había) un área de Broca, una
región del lóbulo frontal del cerebro relacionada con el lenguaje.
Los chimpancés no tienen esa característica. Alan
Walker considera que el canal espinal no tenía el tamaño y la complejidad
necesarios para permitir el habla, lo más probable era que Homo erectus se
hubiese comunicado más o menos del modo en que lo hacen los
chimpancés modernos. Otros, especialmente Richard Leakey,
están convencidos de
que podían hablar.
Parece ser que, durante un tiempo, Homo erectus fue la
única especie homínida. Se trataba de unas criaturas con un
espíritu aventurero sin precedentes que se esparcieron por el globo
aparentemente con lo que parece haber sido una rapidez pasmosa. El testimonio
fósil, si se interpreta literalmente, indica que algunos miembros de la especie
llegaron a Java al mismo tiempo que dejaban África, o incluso un poco antes. Esto ha llevado a algunos científicos
optimistas a decir que tal vez el hombre moderno no
surgió ni mucho menos en África, sino en Asia…
lo que sería notable, por no decir milagroso, pues nunca se ha hallado ninguna
especie precursora posible nunca fuera de África. Los homínidosasiáticos
habrían tenido que aparecer por generación espontánea, como si dijésemos. Y
de todos modos, un inicio asiático no haría más que
invertir el problema de su expansión; aún habría que explicar cómo la gente de
Java llegó luego tan deprisa a África.
Hay varias alternativas más plausibles para explicar cómo Homo erectus se las
arregló para aparecer tan pronto en Asia
después de su primera aparición en África. En primer lugar,
hay sus más y sus menos en la datación de restos humanos primitivos. Si
la antigüedad real de los huesos africanos es el extremo más elevado del ámbito de estimaciones o la
de los de Java el extremo más bajo, habría habido tiempo de sobra para qué el
Homo erectus africano pudiese llegar hasta Asia.
Es también muy posible que aún puedan descubrirse huesos de
Homo erectus más antiguos en África. Además, las
fechas de Java podrían ser completamente erróneas.
Lo que es seguro es que en un momento de hace bastante
más de un millón de años, algunos seres nuevos, relativamente modernos y que
caminaban erguidos abandonaron África y se esparcieron audazmente por gran
parte del
globo. Es posible que lo hiciesen muy deprisa, aumentando su ámbito de
ocupación hasta 4o kilómetros al año como media, todo ello teniendo que salvar
cadenas de montañas, ríos, desiertos y otros obstáculos y que adaptarse a
diferencias de clima y de fuentes de alimentación. Es especialmente misterioso
cómo pasaron por la orilla occidental del
mar Rojo, una zona famosa por su terrible aridez hoy,pero
aún más seca en el pasado. Es una curiosa ironía que las condiciones que les
impulsaron a dejar África hiciesen que les resultase mucho más difícil hacerlo.
Pero lo cierto es que consiguieron dar con una ruta que les permitió sortear
todos los obstáculos y poder prosperar en las tierras que había más allá.
Y me temo que es ahí donde se acaban las coincidencias.Lo que pasó después en
la historia del
desarrollo humano es tema de largo y rencoroso debate, como veremos en el capítulo siguiente.
Pero, antes de continuar, conviene que recordemos que todos esos tejemanejes
evolutivos, a lo largo de 5.000 millones de años, desde el lejano y
desconcertado australopitecino al humano plenamente moderno, produjeron una
criatura que aún es genéticamente indiferenciable en un 98,4%
del chimpancé
moderno. Hay más diferencias entre una cebra y un
caballo, o entre un delfín y una marsopa, que la que hay entre tú y las
criaturas peludas que dejaron atrás tus lejanos ancestros cuando se disponían a
apoderarse del
mundo.