No soy un conocedor exhaustivo de la filmografía tarantinesca, pero me
da la sensación de que tampoco hace falta desarrollar esa
erudición pop que sus personajes practican, para advertir
rapidamente las mañas y los yeites de este director tan entregado
a la autocomplacencia para reconocer sus 'marcas autorales'. Por un
lado, porque esa sabiduría pop no es mas que una vanidad
minúscula que acopia referencias a la cultura chatarra con
excitación fetichista. Los mas atolondrados fans de Tarantino
pueden reconocer las tipografías usadas en cada una de sus
películas aunque no sepan para qué podría servir ese dato.
O detectar el referente blaxploitation en el que se basa tal situación o
en el cual sonaba aquella canción ahora evocadas por Quentin en su
reversión cool.
Pero, ademas, no me dan ganas de someterme a esa exhaustividad
tarantiniana, porque constituye un ejemplo de auteurismo entendido de la manera
mas banal: una operación de marketing por la cual un habil
propagandista de sí mismo se posiciona en el mercado como una marca, en
base a unos pocos guiños esparcidos con astucia desde la primera media
hora de la primera película, mas que la creación de un
cineasta que explora terrenos desconocidos en los que halla su propio estilo
sólo a posteriori, sometido a un rigor que es lo contrario de la
auto-indulgencia que consiste en hacerle guiños a sus fans. Como exponentes de un
auteurismo mas veraz (involuntario, pero a lalarga inevitable) prefiero
a Fassbinder o a Sokurov, cineastas personalísimos que se reinventan
cada tres o cuatro películas y recién al cabo de un recorrido no
lineal se hacen merecedores de una unidad de estilo.
Bien, sin ser un perito en la materia, creo que esta Inglorious basterds
podría ser un punto de inflexión en la carrera de Tarantino, si
se atreve a volverse menos canchero, a refrenar sus impulsos narcisistas y a
trabajar menos para sus fans y mas por el cine.
Lo que hace subir las acciones de Tarantino es su ingenio infatigable para
combinar elementos ya vistos en contextos nuevos y su talento habitual para ser
burdo sin perder la elegancia. Pero en esas mismas habilidades se esconden los
motivos por los que parece casi imposible que aún en sus momentos
mas brillantes pueda siquiera rozar la grandeza: uno espera de él
siempre los desplantes de un muchachón, aunque ya sea un muchacho grande.
Ese cancherismo es especialmente irritante cuando su pirotecnia desbordada
atasca su propia maquinaria, como
es el caso de Kill Bill (no me pregunten si la 1 o la 2, porque no
llegué a ver una entera y no me acuerdo cual fue) o la
inmensamente estúpida Death proof.
Pero así como me disgustó tanto su
película del
año pasado, Inglorous basterds me parece buenísima. Muchos
estan discutiendo acerca de la 'transgresión' de hacer
una película sobre el fin de la segunda guerra mundial que termina con
la masacre de toda la jerarquía nazi en un atentado puramente
ficticio.Discusión al pedo si las hay, ya que a esta altura nadie
necesita que le vengan a contar cómo terminó esa guerra y uno lo
necesita de Tarantino menos que de nadie, por tratarse de un cineasta que
siempre ha expulsado de su cine cualquier marca historizante. Tarantino
construye su estilo en base a looks y la historia sólo aparece en sus
películas como
vintage. Es un estilista en el sentido mas peluqueril de la palabra. Y
aún así hay en la nueva película una inflexión
inédita: su fantasía de venganza judía contra la barbarie
nazi, su previsible mecanismo del
ojo por ojo, diente por diente, esta vez puede llevarnos hacia otro lado que no
sea el de la banal celebración de la violencia abyecta.
La película muestra un imaginario ajuste de cuentas con los malvados
nazis que van a ser víctimas de dos atentados accidentalmente
simultaneos: una escuadra de feroces vengadores judíos comandados
por el mas bien idiota e impiadoso Aldo Raine (encarnado por Brad Pitt,
recuerda a los personajes mas despreciables salidos de la
imaginación de los hermanos Coen), que se dedica a cazar nazis y
arrancarles el cuero cabelludo antes de matarlos, o marcarles con su cuchillo
una cruz svastica en la frente a aquellos nazis que por algún
motivo deben sobrevivir. La patrulla cazanazis tiene un modus operandi tan
asqueroso como el del peor de los criminales nazis, pero por
algún misterio de los mecanismos de identificación sus atroces
torturas son festejadas ruidosamente por las plateas. Tarantinojuega a complacerlos.
Pero simultaneamente hay otra venganza en marcha, esta vez planeada por
Shosanna (la bonita Melanie Laurent), una chica judía que ha visto morir
a toda su familia en manos del
cazajudíos Hans Landa (el extraordinario Christoph Waltz, un hallazgo del casting). La chica
sobrevive y mas tarde aparece como
dueña de una sala de cine en París, en la que planea llevar a
cabo su ajuste de cuentas contra la jerarquía nazi en pleno. El asunto
es tan disparatado como para que no merezca ser
considerado como un discurso acerca del nazismo, la segunda
guerra mundial ni ninguna otra dimensión histórica. No hay nada
de transgresor ni de particularmente inquietante en que Tarantino haga que la
guerra termine de un modo distinto a cómo terminó. Pero sobre todo
me parece muy desafortunado el comentario de Javier Porta Fouz en el
último número del El Amante, celebrando un
'ajusticiamiento' imaginario consumado en una película en la
que los malvados reciben el trato que supuestamente habrían merecido y
en la historia no tuvieron, una especie de Cromañón tramado con
frialdad y ejecutado con fiereza. Vaya a saber uno la idea de justicia de Porta
Fouz pero, si esa fuera la validación de esta película, se
trataría de una mezcla despreciable de cobardía y sadismo.
¿Dice algo la película sobre la posibilidad de una venganza
judía por el Holocausto sufrido? Habla mas bien de un deseo de
venganza, pero en este terreno del deseo las
víctimas se vuelven tan parecidas alos victimarios que lo menos que
reclaman es la complacencia del
público. Sin embargo, es un elemento del dispositivo tarantiniano que la platea
festeje la violencia explícita: eso parece a esta altura inevitable. Se
ven varios planos detalles de torturas y mutilaciones que son los que diluyen
la violencia formal que sería necesaria para que la operación se
vuelva interesante y no simplemente vomitiva. Tarantino prodiga detalles
'impresionantes', que serían mas significativos si los
hubiera sabido dosificar. Pero si la película puede ser 'la obra
maestra' de este cineasta (como él mismo parece señalar a
través de dos líneas de dialogo colocadas hacia el final)
no es por esos regodeos, sino por una imprevista inversión del punto de
vista.
Primero, porque el personaje mas fascinante de la película no es
ninguno de los dos vengadores sino el refinado y cerebral nazi Hans Landa,
retratado como un auténtico genio de la racionalidad política y
policíaca, el hombre que puede permitir que la cúpula nazi sea
aniquilada y establecer la negociación necesaria para que el final de la
guerra sea tramitado por la vía diplomatica. Frente a su sutil
ingeniería, la brutalidad del personaje que hace Brad Pitt queda
definitvamente imposibilitada de ser percibida como un acto de heroísmo
o de mínima justicia. ¿Se siente identificado Tarantino con el
vengativo Raine? No lo sé, pero en todo caso, sus intenciones subjetivas
carecen de importancia ante el sentido a la que la película se abre.