Todo empieza con una sola célula. La primera célula se divide para convertirse
en dos, estas dos se convierten en cuatro y así sucesivamente. Justodespués de
42 duplicaciones, tienes 10.000 billones (10.000.000.000.000) de células en el
cuerpo y estás listo para aflorar como un ser humano (En realidad, se
pierden muchísimas células en el proceso de desarrollo, así que el número con
que nacen no es más que una conjetura. Según la fuente que
consultes, puede variar en varios órdenes de magnitud. La cifra de
10.000 billones es de Microcosmos, de Margulis y Sagan. (N. del
A.). Y cada una de esas células sabe perfectamente qué es lo
que tiene que hacer para preservarte y nutrirte desde el momento de la
concepción hasta tu último aliento.
Tú no tienes secretos para tus células. Saben mucho más de ti que lo que sabes tú. Cada una de ellas lleva una copia del
código genético completo (el manual de instrucciones de tu cuerpo), así que
sabe cómo hacer no sólo su trabajo sino también todos los demás trabajos del cuerpo. Nunca en tu
vida tendrás que recordarle a una célula que vigile sus niveles de adenosín
trifosfato o que busque un sitio para el chorrito
extra de ácido fólico que acaba de aparecer inesperadamente. Hará
por ti eso y millones de cosas más.
Cada célula de la naturaleza es una especie de milagro.
Hasta las más simples superan los límites del ingenio humano.
Para construir, por ejemplo, la célula de la levadura más elemental tendrías
que miniaturizar aproximadamente el mismo número de piezas que tiene un reactor
de pasajeros Boeing 777 y encajarlas en una esfera de sólo cinco micras de
anchura; luego tendrías que arreglártelaspara convencer a la esfera de que
debía reproducirse.
Pero las células de levadura no son nada comparadas con las células humanas,
que no sólo son más variadas y complejas, sino muchísimo más fascinantes debido
a sus enrevesadas interacciones.
Tus células son un país de 10.000 billones de
ciudadanos, dedicados cada uno de ellos, de forma intensiva y específica, a tu
bienestar general. No hay nada que ellas no hagan por
ti. Te dejan sentir placer y formar pensamientos. Te
permiten estar de pie y estirarte, así como dar saltos y brincos. Cuando
comes, extraen los nutrientes, distribuyen la energía y expulsan los desechos
(todas aquellas cosas que aprendiste en las clases de biología), pero también
se acuerdan de hacer que sientas hambre antes y de recompensarte con una
sensación de bienestar después, para que no te olvides de comer otra vez. Por ellas crece el pelo, hay cerumen en los oídos, ronronea
quedamente el cerebro. Ellas se ocupan de todos los
rincones de tu cuerpo. Saltarán en tu defensa en el instante en
que estés amenazado. Morirán por ti sin vacilar, miles de millones de ellas lo hacen diariamente. Y ni
una sola vez en toda tu vida le has dado las gracias a una sola de ellas. Así
que dediquemos ahora un momento a considerarlas con la
admiración y el aprecio que se merecen.
Sabemos un poco de cómo las células hacen las cosas
que hacen (cómo se libran de la grasa o fabrican insulina o realizan muchos de
los otros actos que son necesarios para mantener una entidad complejacomo tú),
pero sólo un poco. Tienes como
mínimo 200.000 tipos diferentes de proteínas trabajando laboriosamente dentro
de ti y, hasta ahora, sólo entendemos aproximadamente un 2% de lo que hacen (Otros sitúan la cifra más bien en el 50%; parece ser que
depende de lo que se quiera decir con «entender».)
Aparecen constantemente sorpresas al hablar de células.
En la naturaleza, el óxido nítrico es una toxina temible y
uno de los componentes más comunes de la contaminación atmosférica. Así
que los científicos se sorprendieron un poco cuando
descubrieron a mediados de la década de los años ochenta que lo producían con
curioso fervor las células humanas. Su finalidad, era en principio, un misterio, pero luego los científicos empezaron a
encontrarlo por todas partes: controla el flujo sanguíneo y los niveles de
energía de las células, ataca cánceres y otros patógenos, regulan el sentido del olfato, ayudan
incluso al pene en sus erecciones… También explicaba por qué la nitroglicerina,
el famoso explosivo, alivia el dolor del corazón llamado angina. (Se
convierte en óxido nítrico en el torrente sanguíneo, relaja las
paredes musculares de los vasos y permite que la sangre fluya con más
libertad.) En el espacio de apenas una década, esta sustancia gaseosa pasó de
ser una toxina externa a convertirse en un ubicuo
elixir.
Tú posees, según el bioquímico belga Christian de Duve, «unos
cuantos centenares» de tipos diferentes de células. Éstas varían
enormemente en tamaño y forma, desde lascélulas nerviosas, cuyos filamentos
pueden extenderse más de un metro, a las células rojas de la sangre, pequeñas
yen forma de disco, y a las fotocélulas en forma de varillas que ayudan a
proporcionarnos la visión. Adoptan también una gama de
tamaños de suntuosa amplitud, lo que es especialmente impresionante en el momento
de la concepción, en que un solo y esforzado espermatozoo se enfrenta a un
huevo 85 .000 veces mayor que él (lo que relativiza bastante la idea de la
conquista masculina).
Sin embargo, una célula humana tiene como
media una anchura de 29 micras (es decir, unas dos centésimas de milímetro) lo
que es demasiado pequeño para que pueda verse, pero lo bastante espacioso para
albergar miles de complicadas estructuras como
las mitocondrias y millones y millones de moléculas. Las
células también varían, en el sentido más literal, en cuanto a su vivacidad.
Las de la piel están todas muertas. Es
una idea algo mortificante pensar que todos los centímetros de tu superficie
están muertos. Si eres un adulto de talla
media, andas arrastrando por ahí más de dos kilos de piel muerta, de los que se
desprenden cada día varios miles de millones de pequeños fragmentos. Recorre
con un dedo una estantería cubierta de polvo y estarás
dibujando una línea formada principalmente por piel vieja.
La mayoría de lis células vivas raras veces duran más de un
mes o así, pero hay algunas notables excepciones. Las células del hígado pueden
sobrevivir años, aunque los componentes que hay en ellas se puedanrenovar cada
pocos días. Las células cerebrales duran todo lo que dures
tú. Estás provisto de unos 100.000 millones de ellas
al nacer y eso es todo
lo que tendrás. Se ha calculado que se pierden 500 cada hora,
así que, si tienes que pensar en algo serio no tienes realmente tiempo que
perder. La buena noticia es que los componentes individuales de tus
células cerebrales se renuevan constantemente, como sucede con las
células hepáticas, por lo que ninguna parte de ellas es en realidad probable
que tenga más de un mes de vida. De hecho, se ha dicho que no hay ni un solo pedacito de cualquiera de nosotros (ni tan
siquiera una molécula perdida) que formase parte de nosotros hace nueve años. Puede que no dé esa sensación, pero al nivel celular somos todos
unos jovencitos.
La primera persona que describió una célula fue Robert Hooke, al que dejamos páginas
atrás peleándose con Isaac Newton por la atribución del invento de la
Ley del Cuadrado Inverso. Hooke consiguió hacer muchas cosas en sus sesenta y
ocho años de vida (fue al mismo tiempo un teórico consumado y un manitas
haciendo instrumentos ingeniosos y útiles), pero por nada de lo que hizo se le
admiró tanto como por su popular libro Micrografía, o algunas descripciones
fisiológicas de los cuerpos diminutos realizadas mediante cristales de aumento,
publicado en 1665. Reveló a un público fascinado un
universo de lo muy pequeño, que era mucho más diverso y estaba mucho más
poblado y delicadamente estructurado que nada que se hubiese llegadoa imaginar
hasta entonces.
Entre las características de lo microscópico que primero
identificó Hooke estaban las pequeñas cámaras de las plantas, que él llamó
«células» porque le recordaron las celdas de los monjes. Hooke calculó
que en una pulgada cuadrada de corcho había 1.259.712.000 de aquellas pequeñas
cámaras (la primera aparición de un número tan largo
en la ciencia). Los microscopios llevaban circulando por
entonces una generación o así, pero lo que distinguió los de Hooke fue su
superioridad técnica. Lograban ampliar los objetos treinta veces, lo que
los convirtió en lo mejorcito de la tecnología óptica del siglo XVII.
Así que se produjo toda una conmoción cuando, sólo una década después, Hooke y
el resto de los miembros de la Real Sociedad de Londres empezaron a recibir
dibujos e informes, de un iletrado comerciante de paños de la ciudad holandesa
de Delft, que conseguía ampliaciones de hasta 275 veces. El
pañero se llamaba Antoni van Leeuwenhoek. Aunque tenía escasos estudios
oficiales y carecía de bagaje científico, era un
observador sensible y fervoroso, así como
un genio técnico.
Aún no se sabe cómo consiguió unas ampliaciones tan magníficas con unos
instrumentos manuales tan simples, que eran poco más que unas modestas espigas
de madera, con una pequeña burbuja de cristal engastada en ellas, algo mucho
más parecido a una lupa que a lo que la mayoría de nosotros consideramos un
microscopio, pero tampoco demasiado parecido. Leeuwenhoek hacía un nuevo
instrumento paracada experimento que realizaba y era extremadamente reservado
sobre a sus técnicas, aunque brindó a veces sugerencias a los ingleses sobre cómo
podrían mejorar la resolución de su instrumental
Leeuwenhoek era íntimo amigo de otro notable de Delft, el pintor Jan Vermeer. A
mediados de la década De 1600, Vermeer, que antes había sido un
pintor competente pero no sobresaliente, pasó de pronto a dominar las técnicas
de la luz y de la perspectiva por lo que ha sido alabado desde entonces. Aunque
nunca se ha demostrado, hace tiempo que se sospecha que utilizaba una cámara
oscura, un instrumento para proyectar imágenes sobre
una superficie plana a través de una lente. No se enumeró ningún instrumento de
este tipo entre los efectos personales de Vermeer después de su muerte, pero da
la casualidad de que el albacea de su testamento era ni más ni menos que Antoni
van Leeuwenhoek, el fabricante de lentes más reservado de su tiempo. (N. del A.).
A lo largo de un periodo de cincuenta años (que se inició, bastante
notablemente, cuando él pasaba ya de los cuarenta), Leeuwenhoek hizo casi 200
informes para la Real Sociedad, todos escritos en bajo holandés, la única
lengua que él dominaba. No exponía ninguna interpretación, sólo los datos de lo
que había encontrado acompañados de exquisitos dibujos. Envió informes sobre
casi todo lo que podía resultar útil examinar, el moho
del pan, un
aguijón de abeja, las células sanguíneas, los dientes, el cabello humano, su
propia saliva, algo de excremento ysemen (esto último con preocupadas disculpas
por su carácter ineludiblemente sucio y desagradable). Ninguna
de aquellas cosas se había visto microscópicamente hasta entonces.
Después de que informó de haber hallado «animáculos » en una muestra de
infusión de pimienta negra en 1676, los miembros de la Real Sociedad pasaron un
año buscando, con los mejores instrumentos que era capaz de producir la
tecnología inglesa, los «animalitos» hasta que consiguieron, por fin, la
ampliación correcta. Lo que Leeuwenhoek había encontrado eran los protozoos. Calculó que había 8.280.000 de aquellos pequeños seres en una sola
gota de agua (más que el número de habitantes de Holanda). El mundo estaba repleto de vida en cantidades y formas que nadie
había sospechado hasta entonces.
Inspirados por los fantásticos hallazgos de Leeuwenhoek, hubo otros que
empezaron a atisbar por microscopios con tal ansia que
a veces encontraban cosas que, en realidad, no estaban allí. Un
respetado observador holandés, Nicolaus Hartsoecker, estaba convencido de haber
visto «hombrecillos preformados» en células espermáticas. Llamó a aquellos
pequeños seres «homúnculos» y, durante un tiempo,
mucha gente creyó que todos los seres humanos (en realidad, todas las
criaturas) eran sólo versiones infladas de seres precursores, chiquitines pero
completos. También el propio Leeuwenhoek se dejaba extraviar
de vez en cuando por sus entusiasmos. En uno de sus
experimentos menos felices intentó estudiar las propiedades explosivas de
lapólvora observando una pequeña explosión a corta distancia; estuvo a punto de
perder la vista.
En 1683, Leeuwenhoek descubrió las bacterias, pero eso fue
prácticamente todo lo que pudo avanzar la ciencia en el siglo y medio
siguiente, debido a las limitaciones de la tecnología microscópica. Hasta 1831 no vería nadie por primera vez el núcleo de una célula.
Ese alguien fue el botánico escocés Robert Brown, ese
visitante frecuente pero misterioso de la historia de la ciencia. Brown, que
vivió de 1773 a 1858, le llamó núcleo, de la palabra latina nucula, que
significa nuececita o almendra. Pero, hasta 1839, no hubo
nadie que se diera cuenta de que toda la materia viva era celular. Fue a
un alemán, Theodor Schwann, al que se le ocurrió esa
idea, y no sólo apareció con relativo retraso, tratándose de una idea
científica, sino que no se aceptó al principio de forma general.
Hasta la década de 1860, y la obra decisiva de Louis Pasteur
en Francia, no quedó demostrado concluyentemente que la vida no puede surgir de
forma espontánea, sino que debe llegar de células preexistentes. Esta
creencia pasó a conocerse como «teoría celular» y es la base
de toda la biología moderna. La célula se ha comparado con muchas cosas, desde
«una compleja refinería química» (el físico James Trefil) a «una vasta y
populosa metrópoli» (el bioquímico Guy Brown). Una célula es ambas cosas y
ninguna de ellas. Es como una refinería porque está consagrada a la
actividad química a gran escala y como
una metrópolis porque estámuy poblada y llena de actividad y de interacciones
que parecen confusas y al azar, pero que es evidentemente se atienen a cierto
sistematismo. Pero es mucho más un lugar de pesadilla
que cualquier ciudad o fábrica que hayas podido ver alguna vez. Para empezar, no hay arriba y abajo dentro de la célula
(la gravedad no tiene una importancia significativa a
escala celular) y no hay ni un átomo de espacio desaprovechado.
Hay actividad por todas partes y un repiqueteo constante
de energía eléctrica. Puede que no te sientas
terriblemente eléctrico, pero lo eres. La comida que comes
y el oxígeno que respiras se transforman, en las células, en electricidad. La
razón de que no nos propinemos unos a otros grandes
descargas o de que no chamusquemos el sofá cuando nos sentamos en él es que
está sucediendo todo a pequeña escala: se trata sólo de o,' voltios que
recorren distancias medidas en nanómetros. Sin embargo, si aumentases la
escala, se traduciría en una sacudida de 20 millones de voltios por metro,
aproximadamente la misma carga que contiene el cuerpo principal de un rayo.
Casi todas nuestras células, sean cuales sean su
tamaño y su forma, están construidas prácticamente sobre el mismo plano: tienen una cubierta
exterior o membrana, un núcleo en el que se halla la información genética
necesaria para mantenerte en marcha y un activo espacio entre ambas llamado
citoplasma.
La membrana no es, como
imaginamos la mayoría de nosotros, una cubierta correosa y duradera, algo que
necesitasesun alfiler de buena punta para pincharlo.
Está compuesta, en realidad, de un tipo de material graso conocido como lípido,
que es de la consistencia aproximada «de un aceite de máquina de tipo ligero»,
en palabras de Sherwin B. Nuland.
Si eso parece sorprendentemente insustancial, ten en cuenta que, a escala microscópica, las cosas se comportan de forma
diferente. A nivel molecular, el agua se convierte en una especie de gel muy
resistente y un lípido es como hierro.
Si pudieses visitar una célula, no te gustaría.
Hinchada hasta una escala en que los átomos fuesen del tamaño aproximado de
guisantes, una célula sería una esfera de unos 800 metros de anchura, sostenida
por un complejo entramado de vigas llamado citoesqueleto. Dentro de ella van de un lado a otro, como
balas, millones de objetos, unos del tamaño de
balones, otros del
tamaño de coches. No habría un sitio en el que
pudieras estar sin que te aporreasen y te despedazasen miles de veces por
segundo en todas las direcciones. El interior de una célula es un lugar peligroso hasta para sus ocupantes habituales. Cada
filamento de ADN es atacado o dañado una vez cada 8
segundos por sustancias químicas u otros agentes que lo aporrean o lo
atraviesan despreocupadamente, y cada una de esas heridas debe suturarse a toda
prisa para que la célula no perezca.
Son especialmente vivaces las proteínas, que giran, palpitan
y vuelan unas en otras hasta mil millones de veces por segundo. Las
enzimas, que son también un tipo de proteínas,corren
por todas partes, realizando mil tareas por segundo. Construyen y reconstruyen
diligentemente moléculas, como hormigas obreras muy
aceleradas, sacando una pieza de ésta, añadiendo una pieza a aquélla. Algunas
controlan a las proteínas que pasan y marcan con una sustancia química las que
están irreparablemente dañadas o son defectuosas. Una vez
seleccionadas, las proteínas condenadas se dirigen a una estructura denominada
proteasoma, donde son despiezadas y sus componentes se utilizan para formar
nuevas proteínas. Algunos tipos de proteínas tienen
menos de media hora de existencia; otras sobreviven varias semanas. Pero todas llevan una vida increíblemente frenética. Como dice De Duve, «el mundo
molecular debe permanecer necesariamente fuera del alcance de nuestra imaginación debido a
la increíble velocidad con que suceden allí las cosas».
Pero aminora la marcha, hasta una velocidad en la que las
interacciones se puedan observar y las cosas no parezcan tan desquiciantes.
Podrás darte cuenta entonces de que una célula es sólo millones de objetos
(lisosomas, endosomas, ribosomas, ligandos, peroxisomas, proteínas de todas las
formas y tamaños…) chocando con otros millones de objetos y
realizando tareas rutinarias: extrayendo energía de nutrientes, montando
estructuras, deshaciéndose de desperdicios, rechazando a los intrusos, enviando
y recibiendo mensajes, efectuando reparaciones, etcétera.
Una célula suele contener unos 20.000 tipos diferentes de proteínas, y unos
2.000 tiposde ellas representarán cada una 50.000
moléculas como
mínimo. «Esto significa -dice Nuland-, que, aunque sólo contásemos las
moléculas presentes en cuantías de más de 50.000, el total es aún un mínimo de
100 millones de moléculas de proteínas en cada célula. Esa cifra tan asombrosa
nos da cierta idea de la pululante inmensidad de actividades bioquímicas que
hay dentro de nosotros
Se trata, en conjunto, de un proceso inmensamente
exigente. Para mantener esas células bien oxigenadas el corazón ha de bombear
343 litros de sangre por hora, unos 8.000 litros al día, 3 millones de litros
al año (lo suficiente para llenar cuatro piscinas olímpicas). (Y eso es en condiciones de descanso. Durante
el ejercicio, la cuantía puede llegar a ser de hasta seis veces más.) El oxígeno lo absorben las mitocondrias. Son las centrales
eléctricas de las células y suele haber unas 1.000 por
célula, aunque el número varía considerablemente según lo que la célula haga y
la cantidad de energía que necesite.
Puede que recuerdes de un capítulo anterior que las
mitocondrias se cree que fueron en principio bacterias cautivas y que viven
básicamente como
inquilinos en nuestras células, conservando sus propias instrucciones
genéticas, dividiéndose según su propio programa, hablando su propio idioma…
Puede que recuerdes también que estamos a merced de su buena voluntad. He aquí por qué. Prácticamente todo el
alimento y todo el oxígeno que entran en tu cuerpo se entregan, una vez
procesados, a las mitocondrias, enlas que se convierten en una molécula llamada
adenosín trifosfato o ATP.
Es posible que no hayas oído nunca hablar del ATP, pero es lo
que te mantiene en marcha. Las moléculas de ATP son
básicamente paquetitos de baterías que se desplazan por la célula,
proporcionando energía para todos los procesos celulares. Y gastas muchísimo de eso. Una célula
típica de tu cuerpo tendrá en cualquier momento dado unos 1.000 millones de
moléculas de ATP, y en dos minutos habrán quedado todas vaciadas y ocuparán su
lugar otros 1.000 millones. Produces y utilizas cada día un volumen de ATP equivalente aproximadamente a la mitad de
tu peso corporal. Aprecia el calor de tu piel. Es tu ATP que está trabajando.
Las células, cuando ya no son necesarias, mueren con lo que sólo se puede
calificar de gran dignidad. Desmantelan todos los puntales y
contrafuertes que las sostienen y devoran tranquilamente los elementos que las
componen. El proceso se denomina apoptosis o muerte
celular programada. Miles de millones de células tuyas mueren cada día a
tu servicio y otras miles de millones de ellas limpian
los desechos. Las células pueden morir también violentamente (por ejemplo,
cuando resultan infectadas), pero mueren principalmente porque se les dice que
lo hagan. De hecho, si no se les dice que vivan, si no les da algún tipo de
instrucción activa alguna otra célula, se suicidan automáticamente. Las células necesitan muchísimo apoyo.
Cuando una célula, como a veces ocurre, no expira de la forma prescrita,sino
que en lugar de eso empieza a dividirse y a proliferar descontroladamente,
llamamos al resultado cáncer. Las células cancerosas
simplemente son células confundidas. Las células cometen ese error con bastante regularidad, pero el cuerpo ha
elaborado mecanismos para lidiar con él. Sólo muy raras veces
se descontrola el proceso. Los humanos padecen como media de un
tumor maligno por cada 100.000 billones de divisiones celulares. El cáncer es
mala suerte en todos los sentidos posibles del término.
Lo asombroso de las células es no que las cosas vayan mal a veces sino que
consigan que todo vaya tan bien durante décadas
seguidas. Consiguen que sea así enviando y controlando corrientes de mensajes (una cacofonía de
mensajes) de todo el conjunto del
cuerpo: instrucciones, preguntas, correcciones, peticiones de ayuda, puestas al
día, avisos de dividirse o de expirar… La mayoría de esas señales llegan por
medio de correos llamados hormonas, entidades químicas como la insulina, la adrenalina, el estrógeno y
la testosterona que transmiten información desde puestos destacados remotos, como las glándulas
tiroides y la endocrina. Hay otros mensajes más que llegan por telégrafo del
cerebro o de centros regionales, en un proceso denominado señalización
paracrina. Por último, las células se comunican directamente
con sus vecinas para cerciorarse de que sus acciones están coordinadas.
Lo más notable puede que sea el que se trate sólo de acción frenética al azar,
una serie de encuentrosinterminables gobernados únicamente por las reglas
elementales de atracción y repulsión. Es evidente que no hay
ninguna presencia pensante detrás de ninguna de las acciones de las células.
Sucede todo de una forma fluida y reiterada y tan fiable que raras veces
llegamos siquiera a darnos cuenta de ello; sin embargo, de alguna manera, todo
esto produce no sólo orden dentro de la célula sino una armonía perfecta en
todo el organismo. De modo que apenas si hemos empezado a entender, billones y
billones de reacciones químicas reflexivas dan como resultado total un tú que
se mueve, piensa y toma decisiones… o, ya puestos, un escarabajo pelotero
bastante menos reflexivo pero aun así increíblemente organizado. Cada ser vivo,
nunca lo olvides, es un milagro de ingeniería atómica.
De hecho, algunos organismos que nos parecen primitivos gozan de un grado de organización celular que hace parecer el tuyo
despreocupadamente pedestre. Disgrega las células de una esponja (haciéndolas
pasar por un cedazo, por ejemplo), échalas luego en
una solución y ellas solas encontrarán el medio de volver a unirse y
organizarse en una esponja. Puedes hacerles eso una y otra vez y se
reconstruirán obstinadamente porque, como
tú, como yo y como todos los demás seres vivos, tienen un
impulso imperativo: seguir siendo.
Y eso se debe a una molécula curiosa, decidida y apenas
entendida, que no está por su parte viva y que no hace en general absolutamente
nada. Le llamamos ADN y, para empezar a entender la suma importancia
quetiene para la ciencia y para nosotros, necesitamos retroceder unos 160 años,
hasta la Inglaterra decimonónica, hasta el momento en que el naturalista
Charles Darwin tuvo lo que se ha denominado «la mejor idea que haya tenido
nadie nunca»… y luego, por razones un poco largas de explicar, la metió en un
cajón y la dejó allí los quince años siguientes.