El concepto de lo político
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El concepto del Estado supone el de lo
político. De acuerdo con el uso actual del
término, el Estado es el status político de un pueblo organizado
en el interior de unas
fronteras territoriales. Esto es tan sólo una primera
aproximación, que no intenta
determinar conceptualmente el Estado, cosa que tampoco hace falta, pues lo que
interesa aquí es la esencia de lo político. Por el momento
podemos dejar en suspenso
cual es la esencia del Estado, si es una
maquina o un organismo, una persona o una
institución, una sociedad o una comunidad, una empresa, una colmena o
incluso una
«serie basica de procedimientos». Todas estas definiciones y
símiles presuponen o
anticipan demasiadas cosas en materia de interpretación, sentido,
ilustración y
construcción, y esto las hace poco adecuadas como punto de
partida para una
exposición sencilla y elemental. Por el sentido del término y por
la índole del fenómeno
histórico, el Estado representa un determinado modo de estar de un
pueblo, esto es el
modo que contiene en el caso decisivo la pauta concluyente y por esa
razón, frente a los
diversos status individuales y colectivos teóricamente posibles,
él es el status por
antonomasia. De momento no cabe decir mas.
Todos los rasgos de esta manera de
representarselo -status y pueblo- adquieren su sentido en virtud del
rasgo adicional de lo
político y se vuelven incomprensibles si no se entiende adecuadamente la
esencia de lo
político.
Es raro encontrar una definición clarade lo
político. En general, la palabra se utiliza
sólo negativamente, en oposición a otros conceptos diversos, por
ejemplo en antítesis
como la de política y economía, política y moral,
política y derecho, y a su vez, dentro
del derecho, entre derecho político y derecho civil etc. Es cierto que,
dependiendo del
contexto y de la situación concreta, este tipo de contraposiciones
negativas, en general
mas bien polémicas, pueden llegar a arrojar un sentido
suficientemente claro. Pero esto
no equivale todavía a una determinación de lo específico.
Casi siempre lo «político»
suele equipararse de un modo u otro con lo
«estatal», o al menos se lo suele referir al
Estado. Con ello el Estado se muestra como
algo Político, pero a su vez lo político se
muestra como
algo estatal, y éste es un circulo vicioso que obviamente no puede
satisfacer a nadie.
El concepto de lo político
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Si se aspira a obtener una determinación del concepto de lo
político, la única vía
consiste en proceder a constatar y a poner de manifiesto cuales son las
categorías
específicamente políticas. Pues lo político tiene sus
propios criterios, y éstos operan de
una manera muy peculiar en relación con los diversos dominios mas
o menos
independientes del
pensar y el hacer humanos, en particular por referencia a lo moral, lo
estético y lo económico. Lo político tiene que hallarse en
una serie de distinciones
propias últimas a las cuales pueda reconducirse todo cuanto sea
acción política en un
sentido específico.
Supongamos queen el dominio de lo moral la distinción dominio es la del bien y el mal
que en lo estético lo es la de lo bello
y lo feo; en lo económico la de lo beneficioso o lo
perjudicial, o tal vez de lo rentable y lo no rentable. El problema es si
existe alguna
distinción específica, comparable a esas otras aunque, claro
esta, no de la misma o
parecida naturaleza, independiente de ellas,
autónoma y que se imponga por sí misma
como criterio
simple de lo político; y si existe, ¿cual es?
Pues bien, la distinción política
específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las
acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y
enemigo. Lo que ésta proporciona
no es desde luego una definición exhaustiva de lo político, ni una descripción de su
contenido, pero sí una determinación de su concepto en el sentido
de un criterio. En la
medida en que no deriva de otros criterios, esa distinción se
corresponde en el dominio
de lo político con los criterios relativamente autónomos que
proporcionan distinciones
como la del bien y el mal en lo
moral, la de belleza y fealdad en lo estético, etc. Es desde
luego una distinción autónoma, pero no en el sentido de definir
por si misma un nuevo
campo de la realidad, sino en el sentido de que ni se funda en una o varias de
esas otras
distinciones ni se la puede reconducir a ellas.
Si la distinción entre el bien y el mal no puede ser identificada sin
mas con las de belleza
y fealdad, o beneficio y perjuicio, ni ser reducida a ellas de una manera
directa, mucho
menos debepoder confundirse la oposición amigo-enemigo con
aquéllas. El sentido es
marcar el grado maximo de intensidad de una unión no
separación, de una asociación o
disociación. Y este criterio puede sostenerse tanto en la teoría
como en la
practica sin
necesidad de aplicar simultaneamente todas aquellas otras distinciones
morales
estéticas, económicas y demas. El enemigo político
no necesita ser moralmente malo, ni
estéticamente feo, no hace falta que se erija en competidor económico,
e incluso puede
tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el
extraño, y para
determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y
extraño en un
sentido particularmente intensivo. En el último extremo pueden producirse
conflictos
con el que no puedan resolverse ni desde alguna
normativa general previa ni en virtud
del juicio o
sentencia de un tercero «no afectado» o «imparcial».
En esto la posibilidad de conocer y comprender adecuadamente, y en consecuencia
la
competencia para intervenir, estan dadas tan sólo en virtud de
una cierta participación
de un tomar parte en sentido existencias. Un conflicto extremo sólo
puede ser resuelto
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por los propios implicados; en rigor sólo cada uno de ellos puede
decidir por sí mismo
si la alteridad del extraño representa en el conflicto concreto y actual
la negación del
propio modo de existencia, y en consecuencia si hay que rechazarlo o combatirlo
para
preservar la propia forma esencial de vida. En el plano de la realidadpsicológica es
facil
que se trate al enemigo como
si fuese también malo y feo, ya que toda distinción, y
desde luego la de la política, que es la mas fuerte e intensa de
las distinciones y
agrupaciones, echa mano de cualquier otra distinción que encuentre con
tal de
procurarse apoyo. Pero esto no altera en nada la
autonomía de esas oposiciones.
Y esto se puede aplicar también en sentido inverso: lo que es moralmente
malo
estéticamente feo o económicamente perjudicial no tiene por
qué ser también
necesariamente hostil; ni tampoco lo que es moralmente bueno,
estéticamente hermoso
y económicamente rentable se convierte por sí mismo en amistoso
en el sentido
específico, esto es, político, del término. La objetividad y
autonomía propias del
ser de
lo político quedan de manifiesto en esta misma posibilidad de aislar una
distinción
específica como la de amigo-enemigo
respecto de cualesquiera otras y de concebirla
como dotada de
consistencia propia.
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Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse aquí en su sentido
concreto y
existencial, no como metaforas o símbolos; tampoco se los debe
confundir o debilitar
en nombre de ideas económicas, morales o de cualquier otro tipo; pero
sobre todo no
se los debe reducir a una instancia psicológica privada e individualista,
tomandolos
como expresión de sentimientos o tendencias privados. No se trata ni de una oposición
normativa ni de una distinción «puramente espiritual». En el
marco de un dilema
específico entre espíritu y economía, el liberalismo
intentadisolver el concepto de
enemigo, por el lado de lo económico, en el de un competidor, y por el
lado del
espíritu
en el de un oponente en la discusión. Bien es verdad que en el dominio
económico no
existen enemigos sino únicamente competidores, y que en un mundo moralizado y
reducido por completo a categorías éticas quiza ya no
habría tampoco otra cosa que
oponentes verbales. En cualquier caso, aquí no nos interesa saber si es
rechazable o no
el que los pueblos sigan agrupandose de hecho según que se
consideren amigos o
enemigos, ni si se trata de un resto atavico de épocas de
barbarie; tampoco vamos a
ocuparnos de las esperanzas de que algún día esa
distinción desaparezca de la faz de la
tierra, ni de la posible bondad o conveniencia de hacer, con fines educativos,
como si ya
no hubiese enemigos. No estamos tratando de ficciones ni
de normatividades, sino de la
realidad óntica y de la posibilidad real de esta distinción. Se
podran compartir o no esas
esperanzas y esos objetivos pedagógicos; pero
lo que no se puede negar razonablemente
es que los pueblos se agrupan como amigo y
enemigos, y que esta oposición sigue
estando en vigor, y esta dada como
posibilidad real, para todo pueblo que exista
políticamente.
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El concepto de lo político
Enemigo no es pues cualquier competidor o adversario. Tampoco es el
adversario
privado al que se detesta por cuestión de sentimientos o
antipatía. Enemigo es sólo un
conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con una
posibilidad real,se opone combativamente a otro
conjunto analogo. Solo es enemigo el
enemigo público pues todo cuanto hace referencia a un
conjunto tal de personas, o en
términos mas precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso
caracter público. Enemigo es en
suma bastis, no inimicus en sentido amplio; es p???µ no ??????. .A semejanza de lo
que ocurre también en muchas otras lenguas, la alemana no distingue
entre «enemigos»
privados y políticos, y ello da pie a multitud de, malentendidos y
falseamientos. La
famosa frase evangélica «amad a vuestros enemigos» (Mt. 5,
44; Lc. 6, 27) es en original
«diligite inimicus vestros, y no «diligite bostes vestros»;
aquí no se habla de enemigo político.
En la pugna milenaria entre el Cristianismo y el Islam
jamas se le ocurrió a cristiano
alguno entregar Europa al Islam en vez de defenderla de él por amor a
los sarracenos o
a los turcos. A un enemigo en sentido
político no hace falta odiarlo personalmente; sólo
en la esfera de lo privado tiene algún sentido amar a su
«enemigo», esto es, a su
adversario. La cita bíblica en cuestión tiene menos que ver con
la distinción política
entre amigo y enemigo que con un eventual intento de
cancelar la oposición entre
bueno y malo o entre hermoso y feo. Y desde luego no quiere decir en modo
alguno
que se deba amar a los enemigos del propio pueblo y apoyarles
frente a éste.
La oposición o el antagonismo constituye la mas intensa y extrema
de todas las
oposiciones, y cualquier antagonismo concreto se aproximara tanto
mas a lo políticocuanto mayor sea su
cercanía al punto extremo, esto es, a la distinción entre amigo y
enemigo. Dentro del
Estado como unidad política organizada,
que decide por si misma
como un todo
sobre amigo y enemigo, y junto a las decisiones políticas primarias y en
su
apoyo, surgen numerosos conceptos secundarios adicionales de lo
«político». Esto ocurre
en primer lugar con ayuda de la equiparación de lo político y lo
estatal que
mencionabamos mas arriba. Entre sus consecuencias
esta el que se oponga por ejemplo
una actitud de «política de Estado» a otra de naturaleza
partidista, o que se pueda hablar
de una política religiosa, educativa, comunal, social, etc., del
propio Estado. Sin
embargo, también en estos casos el concepto de lo político se
sigue construyendo a
partir de una oposición antagónica dentro del
Estado, aunque eso sí, relativizada por la
mera existencia de la unidad política del Estado que encierra en
sí todas las demas
oposiciones. Y finalmente llegan a producirse también formas ulteriores
de «política»
aún mas debilitadas, degradadas hasta extremos parasitarios y
caricaturescos, en las cuales
de la agrupación original según el criterio de amigo y enemigo no
queda mas que un
momento de antagonismo cualquiera, que se expresa en tacticas y
practicas de todo
género, en formas diversas de competencia e intriga, y que acaba
calificando de
«políticos» los mas extravagantes negocios y
manipulaciones. Sin embargo la convicción
de que la esencia de las re laciones políticas se caracteriza por
lapresencia de un
antagonismo concreto sigue vigente en la forma usual de emplear el lenguaje en
este
terreno, incluso en aquellos casos en los que falta toda conciencia de hablar
«en serio».
Hay dos fenómenos que cualquiera puede comprobar y en
los cuales puede advertirse
esto a diario. En primer lugar: todos los conceptos, ideas y palabras
poseen un sentido
polémico; se formulan con vistas a un antagonismo concreto, estan
vinculados a una
situación concreta cuya consecuencia última es una
agrupación según amigos y
enemigos, (que se manifiestan en guerra o revolución), y se convierten
en abstracciones
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vacías y fantasmales en cuanto pierde vigencia esta situación.
Palabras como estado,
república; sociedad, clase, o también soberanía, estado de
derecho, absolutismo,
dictadura, plan, estado neutral, estado total, etc., resultan incomprensibles
si no se sabe
a quién en concreto se trata en cada caso de afectar, de combatir, negar
y refutar con
tales términos.
El caracter polémico domina sobre todo el uso del propio
término «político», ya sea que
se moteje al adversario de «apolítico» (en el sentido de
estar fuera del mundo, de no
tener acceso a lo concreto), ya que se lo pretenda a la inversa descalificar y
denunciar
como «político», con el fin de mostrarse uno mismo por
encima de él en su calidad de
«apolítico» (en el sentido de puramente objetivo, puramente
científico, puramente
moral, puramente jurídico, puramente estético, puramente
económico, o en virtud de
cualquier otra deestas purezas polémicas).
En segundo lugar en la manera usual de expresarse en el marco de las
polémicas
cotidianas intra estatales el término político aparece muchas
veces como equivalente a
propio de la política de partidos; la inevitable «falta de
objetividad» de toda decisión política,
defecto que no es sino reflejo de la distinción entre amigo y enemigo
inherente a toda
conducta política, se expresa en las penosas formas y horizontes que
dominan la
concesión de puestos y política de sinecuras de los partidos
políticos. Cuando por
referencia a esto se pide una «despolitización», lo que se
esta buscando no es sino una
superación del
aspecto partidista de lo político, etc. La ecuación
política = política de
partido se hace posible cuando empieza a perder fuerza la idea de una unidad política
(del Estado) capaz de relativizar a todos los partidos que operan en la
política interior
con sus correspondientes rivalidades, con lo cual éstas adquieren una
intensidad
superior a la de la oposición común, en la política
exterior, respecto de otros Estados.
Cuando dentro de un Estado las diferencias entre
partidos políticos se convierten en las
diferencias políticas a secas», es que se ha alcanzado el grado
extremo de la política
interior». Esto es, que lo que decide en materia de confrontación
armada ya no son las
agrupaciones de amigos y enemigos propias de la política exterior sino
las internas del
Estado. Esa posibilidad efectiva de lucha que tiene que estar siempre
dada para que
quepa hablar depolítica, cuando se da un «primado de la
política interior» como el
descrito, ya no se refiere con plena consecuencia a la guerra entre dos
unidades
populares organizadas (Estados o Imperios) sino a la guerra civil.
Pues es constitutivo del concepto de enemigo el que en
el dominio de lo real se dé la
eventualidad de una lucha. Y en este punto hay que
hacer abstracción de todas las
modificaciones en la técnica de la guerra y del
armamento, que, al hilo del desarrollo
histórico, se han ido produciendo al azar. Guerra es
una lucha armada entre unidades
políticas organizadas, y guerra civil es una lucha armada en el seno de
una unidad
organizada (que sin embargo se vuelve justamente por ello problematica).
Lo esencial en
el concepto del
armamento es que se trata de medios para producir la muerte física de
personas. Igual que en el caso de la palabra «enemigo», aquí
debe tomarse la palabra
«lucha» en su sentido esencial y originario. No significa
competencia, ni la pugna
«puramente intelectual» de la discusión, ni una
«porfía» simbólica que en realidad todo el
mundo lleva a cabo de una u otra forma, ya que toda vida humana no deja de ser
una
«lucha», y cada hombre es un «luchador» Los conceptos
de amigo, enemigo y lucha
adquieren su sentido real por el hecho de que estan y se mantienen en
conexión con la
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posibilidad real de matar físicamente. La guerra procede de la
enemistad, ya que esta es
una negación óntica de un ser distinto.
La guerra no es sino la realización extremade la
enemistad. No necesita ser nada cotidiano ni normal,
ni hace falta sentirlo como algo
ideal o deseable, pero tiene desde luego que estar dado como
posibilidad efectiva si es
que el concepto del
enemigo ha de tener algún sentido.
No hay que entender por lo tanto que la existencia política no sea sino
guerra
sangrienta, y que cada acción política sea una acción
militar de lucha, como si cada
pueblo se viese constante e ininterrumpidamente enfrentado, respecto de los
demas
con la alternativa de ser amigo o enemigo; y mucho menos aún que lo
políticamente
correcto no pueda consistir precisamente en la evitación de la guerra.
La definición de lo
político que damos aquí no es belicista o militarista, ni imperialista ni pacifista.
Tampoco pretende establecer como «ideal social» la
guerra victoriosa ni el éxito de una
revolución, pues la guerra y la revolución no son nada
«social» ni «ideal». La lucha
militar no es en sí misma la «prosecución de la
política con otros medios», como
acostumbra a citarse de modo incorrecto la frase de Clausewitz, sino que, como
tal, la
guerra, posee sus propias reglas, sus puntos de vista estratégicos,
tacticos y de otros
tipos, y todos ellos presuponen que esta dada previamente la
decisión política sobre
quién es el enemigo. En la guerra los adversarios suelen enfrentarse
abiertamente como
tales; incluso es normal que aparezcan caracterizados por un determinado
«uniforme» de
modo que la distinción entre amigo y enemigo no sea ya ningún
problema político que
tengaque resolver el soldado en acción. En esto estriba la razón
de la frase que dijo una
vez un diplomatico inglés: que el
político esta mejor entrenado para la lucha que el
soldado, porque se pasa la vida luchando, mientras que el soldado sólo
lo hace
excepcionalmente. La guerra no es pues en modo alguno objetivo o incluso
contenido
de la política, pero constituye el presupuesto que esta siempre
dado como
posibilidad real
que determina de una manera peculiar la acción y el pensamiento humanos
y origina así
una conducta específicamente política.
Por eso el criterio de la distinción entre amigo y enemigo tampoco
significa en modo
alguno que un determinado pueblo tenga que ser eternamente amigo o enemigo de
otro
o que la neutralidad no sea posible, o no pueda ser políticamente
sensata. Lo que ocurre
es que el concepto de la neutralidad, igual que cualquier otro concepto
político, se
encuentra también bajo ese supuesto
último de la posibilidad real de agruparse como
amigos o enemigos. Si sobre la tierra no hubiese mas que neutralidad, no
sólo se habría
terminado la guerra sino que se habría acabado también la
neutralidad misma, del
mismo modo que desaparecería cualquier política, incluida la de
la evitación de la lucha,
si dejase de existir la posibilidad de una lucha en general. Lo decisivo es
pues siempre y
sólo la posibilidad de este caso decisivo, el
de la lucha real, así como
la decisión de si se
da o no se da ese caso.
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Todo antagonismo u oposición religiosa, moral,económica,
étnica o de cualquier clase
se transforma en oposición política en cuanto gana la fuerza
suficiente como
para
agrupar de un modo efectivo a los hombres en amigos y enemigos. Lo
político no
estriba en la lucha misma; ésta posee a su vez sus propias leyes
técnicas, psicológicas y
militares. Lo político esta, como decíamos, en una conducta
determinada por esta
posibilidad real, en la clara comprensión de la propia situación
y de su manera de estar
determinada por ello, así como
en el cometido de distinguir correctamente entre amigos
y enemigos. Una comunidad religiosa que haga la guerra como tal, bien
contra
miembros de otras comunidades religiosas, bien en general, es, mas
alla de una
comunidad religiosa, también una unidad política. Sería
también una magnitud política
con sólo que ejerciese de un modo meramente negativo alguna influencia
sobre ese
proceso decisivo, si estuviese por ejemplo en condiciones de evitar guerras por
medio
de la correspondiente prohibición a sus seguidores, esto es, si poseyese
la autoridad
necesaria para negar efectivamente la condición de enemigo de un
determinado
adversario.
Lo mismo se aplica para una asociación de personas basada en un fundamento
económico, por ejemplo un consorcio industrial o un sindicato.
También una «clase» en
el sentido marxista del término deja de ser algo puramente
económico y se convierte en
una magnitud política desde el momento en que alcanza el punto decisivo
de tomar en
serio la lucha de clases y tratar al adversario de clasecomo verdadero enemigo
y
combatirlo, bien de Estado a Estado, bien en una guerra civil dentro de un
mismo
Estado. La lucha real no podra ya discurrir según leyes económicas,
sino que, junto a los
métodos de lucha en el sentido técnico restrictivo del término,
poseera sus propias
necesidades y orientaciones políticas, y realizara las
correspondientes coaliciones
compromisos, etc. Si el proletariado se apodera del poder político dentro de un
Estado
habra nacido un Estado proletario, que no sera una unidad menos
política que cualquier
Estado nacional, sacerdotal, comercial o militar, que un Estado funcionaria lo
que
cualquier otra categoría de unidad política. Si se llegara a
agrupar de acuerdo con el
criterio amigo / enemigo a la humanidad entera partiendo de la oposición
entre
burgueses y proletarios, formando Estados proletarios y estados capitalistas,
eliminando
con ello todas las demas agrupaciones de amigos y enemigos, el resultado
sería que se
pondría de manifiesto la plena realidad de lo político que
contenían estos conceptos en
apariencia «puramente» económicos. Y si la fuerza
política de una clase o cualquier otro
grupo dentro de un pueblo tiene entidad suficiente como para excluir cualquier
guerra
exterior, pero ese grupo carece por su parte de la capacidad o de la voluntad
necesarias
para asumir el poder estatal, para realizar por sí mismo la
distinción entre amigo y
enemigo y, en caso de necesidad, para hacer la guerra, la unidad
política quedara
destruida.
Lo político puede extraersu fuerza de los ambitos mas
diversos de la vida humana, de
antagonismos religiosos, económicos, morales, etc. Por sí mismo
lo político no acota un
campo propio de la realidad, sino sólo un cierto grado de intensidad de
la asociación de
hombres. Sus motivos pueden ser de naturaleza religiosa, nacional (en sentido
étnico o
cultural), económica, etc., y tener como consecuencia en
cada momento y época
uniones y separaciones diferentes. La agrupación real en amigos y
enemigos es en el
plano de ser algo tan fuerte y decisivo que, en el momento en que una
oposición no
política produce una agrupación de esa índole, pasan a
segundo plano los anteriores
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criterios «puramente» religiosos, «puramente»
económicos o «puramente» culturales, y
dicha agrupación queda sometida a las condiciones y consecuencias
totalmente nuevas y
peculiares de una situación convertida en política, con
frecuencia harto inconsecuentes e
«irracionales» desde la óptica desde aquel punto de partida
«puramente» religioso,
«puramente» económico o fundado en cualquier otra
«pureza». En cualquier caso es
política siempre toda agrupación que se orienta por referencia al
caso «decisivo». Por
eso es siempre la agrupación humana que marca la pauta, y de ahí
que, siempre que existe
una unidad política, ella sea la decisiva, y sea «soberana»
en el sentido de que siempre,
por necesidad conceptual, posea la competencia para decidir en el caso
decisivo, aunque
se trate de un caso excepcional.
El término«soberanía» tiene
aquí su sentido correcto, igual que el de «unidad».
Ninguna
de las dos cosas quiere decir que cada detalle de la existencia de toda persona
que
pertenece a una unidad política tenga que estar determinado por lo
político o sometido
a sus órdenes, ni que un sistema centralista
haya de aniquilar cualquier otra organización
o corporación. Puede ocurrir que las consideraciones de naturaleza
económica estén por
encima de cualquier otra cosa que pueda querer el gobierno de un Estado
económicamente neutral en apariencia; y no es raro que el poder, en un
Estado
aparentemente neutral en lo confesional, tropiece con su propio limite en
cuanto entran
en juego las convicciones religiosas. Lo que decide es siempre y sólo el
caso de
conflicto. Si los antagonismos económicos, culturales o religiosos
llegan a poseer tanta
fuerza que determinan por sí mismos la decisión en el caso
límite, quiere decir ellos son
la nueva sustancia de la unidad política. Y si carecen de la fuerza
necesaria para evitar
una guerra acordada en contra de sus propios intereses y principios, eso
significa que no
han alcanzado todavía el punto decisivo de lo
político. Si poseen fuerza suficiente como
para evitar una guerra por la dirección política pero contraria a
sus intereses o
principios, pero no tanta como para determinar por sí mismos una
guerra por propia
decisión, es que ya no existe una magnitud política unitaria. Sea
ello como fuere: como
consecuencia de la referencia a la posibilidad límite de la lucha
efectiva contra unenemigo efectivo, una de dos: o la unidad política es
la que decide la agrupación de
amigos y enemigos, y es soberana en este sentido (no en algún sentido
absolutista), o
bien es que no existe en absoluto.
Cuando se descubrió hasta qué punto poseen importancia
política las asociaciones
económicas dentro del Estado, y se advirtió en particular la
expansión de los sindicatos
constatando que contra su instrumento de poder político, la huelga, las
leyes del Estado
resultaban un tanto impotentes, se proclamó con alguna
precipitación la muerte y el
final del Estado. Como doctrina propiamente dicha esto no aparece, que yo sepa, hasta
los años 1906-1907, entre los sindicalistas franceses. De los
teóricos del Estado que
habría que mencionar aquí el mas conocido es Duguit. Desde
1901 estuvo intentando
refutar el concepto de soberanía y la idea de que el Estado posee una
personalidad
propia, y aportó algunos argumentos atinados contra una
metafísica acrítica del Estado
y contra ciertas personificaciones de éste que, en definitiva, no eran
sino residuos del
mundo de los príncipes absolutos. Sin embargo en lo esencial pasó
de largo ante el
sentido propiamente político de la idea de soberanía.
Algo parecido puede decirse de la llamada teoría pluralista del Estado, formulada algo
mas tarde en los países anglosajones por G. D. H. Cole y Harold
J. Laski. Su pluralismo
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consiste en negar la unidad soberana del Estado, esto es, la unidad
política, y poner una
y otra vez de relieve que cadaindividuo particular desarrolla su vida en el
marco de
numerosas vinculaciones y asociaciones sociales: es miembro de una comunidad
religiosa, de una nación, de un sindicato, de una familia, de un club
deportivo y de
muchas otras «asociaciones», que lo determinan en cada caso con
intensidad variable y
lo vinculan a una «pluralidad de obligaciones y lealtades». sin que quepa decir de alguna
de estas asociaciones que es la incondicionalmente decisiva y soberana. Al
contrario,
cada una de las diversas «asociaciones» puede resultar ser la
mas fuerte en un dominio
diferente, de modo que el conflicto entre los diversos vínculos,
obligaciones y lealtades
sólo puede resolverse de caso en caso. Se puede imaginar por ejemplo que
un sindicato
difunda entre sus miembros la consigna de no volver a la Iglesia, y que
éstos lo hagan a
pesar de todo, pero que a su vez se nieguen a obedecer un requerimiento a
abandonar el
sindicato emanado de la Iglesia.
El hecho de que el Estado sea una unidad, y que sea justamente la que marca la
pauta
reposa sobre su caracter político. Una teoría pluralista
es, o la teoría de un Estado que
alcanza su unidad en virtud de un federalismo de asociaciones sociales, o bien
simplemente una teoría de la disolución o refutación del
Estado. Si discute su unidad y
pretende equipararlo en esencia, en calidad de «asociación
política», a otras asociaciones
de tipo religioso, económico, etc., tendra que dar una respuesta
al problema del
contenido específico de lo político. Sin
embargo enninguno de los cuatro libros de
Laski se encuentra una definición clarad e lo político aunque no
se deje de hablar una y
otra vez de Estado, política, soberanía y gouverment.
El Estado se transforma simplemente en una asociación en competencia con
otras
viene a ser una sociedad junto a y entre otras, que se desenvuelven dentro o
fuera del
Estado.
Este es el «pluralismo» de esta teoría del Estado, que
vuelca toda su agudeza crítica
contra las viejas hipertrofias del Estado, contra su «majestad» y
su «personalidad»,
contra su «monopolio» de la unidad suprema, y que deja en penumbra
qué es entonces
lo que todavía puede considerarse la unidad política. Esta
aparece unas veces, en el mas
rancio estilo liberal, como mera servidora de
una sociedad determinada en lo esencial
por la economía; otras, al modo pluralista, como
un tipo especial de sociedad, esto es
como una asociación entre otras; o
aparece finalmente también como el
producto de un
federalismo de asociaciones sociales o como
una asociación-techo de otras asociaciones.
Pero lo que habría que aclarar sobre todo es por qué razón
los hombres forman, junto a
sus asociaciones religiosas, culturales, económicas, etc.,
también una asociación política
una, una gouvermental association, y en qué consiste el sentido
específicamente político de
esta última. No se advierte aquí una línea de pensamiento clara y segura; como
concepto
último, abarcante, desde luego monista-universal y nada pluralista,
aparece en Cole la
society y en Laski la humanity.
Estateoría pluralista del Estado es sobre todo pluralista en sí
misma, esto es, carece de
un centro propiamente dicho y toma sus motivos e ideas de los mas
diversos dominios
conceptuales (religión, economía, liberalismo, socialismo, etc.);
ignora ese concepto
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central de toda teoría del Estado que es el de lo político, y ni
siquiera se ocupa de la
posibilidad de que el pluralismo de las asociaciones pueda conducir a una
unidad
política de naturaleza federalista; se queda pura y simplemente en un
individualismo
liberal, ya que en el fondo se limita a confrontar una asociación con
otra, al servicio del
individuo libre y de sus libres asociaciones, y confía la
resolución de todo problema o
conflicto a la decisión del individuo.
En realidad no existe ninguna sociedad o asociación política; lo
que hay es sólo una
unidad política, una comunidad política. La posibilidad real de
agruparse como
amigos y
enemigos basta para crear una unidad que marca la pauta, mas alla
de lo meramente
social-asociativo, una unidad que es específicamente diferente y que
frente a las demas
asociaciones tiene un caracter decisivo. Si ésta se degrada como
algo eventual, se elimina
también lo político. Sólo la ignorancia o inadvertencia de
la esencia de lo político hace
posible esa concepción pluralista de una «asociación»
política junto a las de tipo
religioso, cultural, económico y demas, incluso en competencia
con ellas. Es cierto que
del concepto de lo político, como mostraremos mas
adelante,derivan consecuencias
pluralistas, pero no en el sentido de que dentro de una misma unidad
política, y en lugar
de la distinción decisiva entre amigos y enemigos, pueda darse un
pluralismo que, al
acabar con la unidad, destruiría también lo político.
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Al Estado, en su condición de unidad esencialmente política, le
es atribución inherente
el ius belli esto es, la posibilidad real de, llegado el caso, determinar por
propia decisión
quién es el enemigo y combatirlo. Los medios técnicos de combate,
la organización de
los ejércitos, las perspectivas de ganar la guerra no cuentan
aquí mientras el pueblo
unido políticamente esté dispuesto a luchar por su existencia y
por su independencia
habiendo determinado por propia decisión en qué consisten su
independencia y
libertad. Se diría que el desarrollo actual de la técnica militar
va a acabar haciendo que
sólo queden unos pocos Estados con suficiente poder industrial como para
hacer la
guerra con alguna perspectiva de éxito, mientras que Estados mas
pequeños o mas
débiles prescindiran o tendran que prescindir del ius
belli, a no ser que consigan
salvaguardar su autonomía por medio de una política de alianzas
acertada. Esta
evolución no demuestra que se hayan terminado la guerra, el Estado y la
política. Todas
las innumerables modificaciones y vuelcos de la historia y de la
evolución h umanas han
hecho surgir nuevas formas y nuevas dimensiones de la agrupación
política, han
aniquilado viejas construcciones políticas, han concitado guerras
exteriores yciviles, y
han acrecentado unas veces, y reducido otras, el número de las unidades
políticas
organizadas.
El Estado en su condición de unidad política determinante,
concentra en sí una
competencia aterradora: la posibilidad de declarar la guerra, y en consecuencia
de
disponer abiertamente de la vida de las personas. Pues el ius belli implica tal capacidad de
disposición: significa la doble posibilidad de requerir por un aparte de
los miembros del
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propio pueblo de la disponibilidad
para matar y ser muertos, y por la otra de matar a las
personas que se encuentran del lado del enemigo. Sin embargo, la
aportación de un
Estado normal consiste sobre todo en producir dentro del Estado y su territorio
una
pacificación completa, esto es, en procurar la «paz, seguridad y
orden» y crear así la
situación normal que constituye el presupuesto necesario para que las
normas jurídicas
puedan tener vigencia en general, ya que toda norma presupone una
situación normal y
ninguna norma puede tener vigencia en una situación totalmente
anómala por referencia
a ella.
Esta necesidad de pacificación dentro del
Estado tiene como consecuencia, en caso de
situación crítica, que el Estado como
unidad política, mientras exista como
tal, esta
capacitado para determinar por sí mismo también al «enemigo
interior». Tal es la razón
por la que en todo Estado se da una forma u otra lo que en derecho publico de
las
repúblicas griegas se conocía como declaración de hostis y
en el romano como
declaración dehostis: formas de proscripción, destierro,
ostracismo, de poner fuera de la
ley, en una palabra, de declarar a alguien enemigo dentro del Estado; formas
automaticas o de eficacia regulada judicialmente por leyes especiales,
formas abiertas u
ocultas en circunloquios oficiales. Según sea el comportamiento del que ha sido
declarado enemigo el Estado, tal declaración sera la señal
de la guerra civil, esto es, de la
disolución del Estado como unidad política organizada,
internamente apaciguada
territorialmente cerrada sobre sí e impermeable para extraños. La
guerra civil decidira
entonces sobre el destino ulterior de esa unidad. Y a despecho de todas las
ataduras
constitucionales que vinculan al Estado de derecho burgués
constitucional, tal cosa vale
para él en la misma medida, si no en medida aún mayor, que para
cualquier otro Estado.
Pues, siguiendo una expresión de Lorenz von Stein «en el Estado
constitucional» la
constitución es «la expresión del orden social, la
existencia misma de la sociedad
ciudadana. En cuanto es atacada, la lucha ha de decidirse fuera de la
constitución y del
derecho, en consecuencia por la fuerza de las armas».
De modo que un pueblo que existe políticamente
no puede prescindir de distinguir por
sí mismo, llegado el caso, entre amigo y enemigo, y de asumir el riesgo
correspondiente.
Podra hacer una declaración solemne de que condena la guerra como
medio de resolver
los conflictos internacionales, y de que renuncia a ella «como
instrumento de política
nacional», como se hahecho en el llamado «Pacto Kellogg de 1928.
Pero con ello ni ha
renunciado a la guerra como
instrumento de política internacional (y una guerra al
servicio de la política internacional puede ser peor que la que sirve
sólo a una política
nacional), ni ha «condenado» o «desterrado» la guerra
en general. En primer lugar, una
declaración de esa índole se encuentra por entero bajo una
determinada serie de reservas
que, expresa o tacitamente, se entienden por sí solas, por
ejemplo, la reserva de la propia
existencia Estado y la de la legítima defensa, la reserva de los pactos
y alianzas
contraídos, el derecho a subsistir libre e independientemente, etc. En
segundo lugar
estas reservas, por lo que hace a su estructura lógica, no constituyen
meras excepciones
a la norma, sino que son realmente las que confieren a la norma su contenido
concreto;
no son restricciones que limiten las obligaciones, que impliquen reservas
excepcionales,
sino reservas que marcan la norma y sin las cuales las obligaciones
permanecerían vacías
de contenido. En tercer lugar, mientras exista un
Estado de modo independiente, esté
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decidira siempre por sí mismo, en virtud de su independencia, si
se da o no uno de esos
casos de reserva (legítima defensa, agresión por el adversario,
ruptura de pactos
existentes, incluido el propio Pacto Kellogg, etc.). Y finalmente, en cuarto
lugar, no es
posible «desterrar», « la guerra» en general, sino
sólo a cierta persona, pueblos, Estados,
clases sociales,religiones, etc., a los que se trata de declarar enemigos
mediante la
declaración de destierro. La declaración solemne de «
condena de la guerra» no cancela
pues la distinción amigo-enemigo, sino que le proporciona un nuevo contenido y una
nueva vida a través de las nuevas posibilidades de la declaración
internacional de alguien
como hostis.
Y si desaparece esa distinción, desaparece la vida
política en general. Ningún pueblo con
existencia política es libre de sustraerse a
esa fatal distinción por la vía de las
proclamaciones solemnes. Si una parte del
pueblo declara que ya no conoce enemigos
lo que esta haciendo en realidad es ponerse del lado de los enemigos y ayudarles, pero
desde luego con ello no se cancela la distinción entre amigos y
enemigos. Y si los
ciudadanos de un Estado afirman de sí mismos que personalmente no tienen
enemigos
eso no tiene nada que ver con nuestro problema, pues una personalidad privada
no
tiene enemigos políticos. Con una declaración de esa naturaleza
podra a lo sumo querer
decir que su intención es apartarse de la totalidad política a la
que pertenece por su
existencia y vivir únicamente como personalidad privada.
Sería ademas equivocado creer
que un pueblo cualquiera esta en condiciones de
apartar de sí la distinción entre amigos
y enemigos por medio de una declaración de amistad universal o
procediendo a un
desarme voluntario. No es así el mundo ni como se lo traslada a un
estado de moralidad
pura, juridicidad pura o economicidad pura. Si un pueblo tiene miedo delos
riesgos y
penalidades vinculados a la existencia política, lo que ocurrira
es que aparecera otro
pueblo que le exima de unos y otras, asumiendo su protección contra los
enemigos
exteriores y en consecuencia el dominio político; sera entonces
el protector el que
determine quién es el enemigo, sobre la base del nexo eterno de
protección y obediencia.
No es sólo que el ordenamiento feudal y la relación de
señor y vasallo, de líder y
seguidores, de patrón y clientela, repose sobre este
principio, y, que estas relaciones
simplemente lo reflejen con singular nitidez y publicidad. Es que no hay
subordinación
ni jerarquía, no hay legitimidad ni legalidad
racional fuera del
nexo de protección y
obediencia. El protego ergo obligo es el cogito ergo sum del
Estado, y una teoría del Estado que
sostenga una ignorancia sistematica de este principio sera
siempre insuficiente y
fragmentaria. En la conclusión de la edición inglesa de 1651, p.
396, del Leviatan Hobbes
califica de verdadero objetivo de su tratado el de poner de manifiesto
nuevamente ante
los hombres la «mutual relation between Protection and Obedience». su observancia
inquebrantable estaría exigida tanto por la naturaleza humana como por el derecho
divino.
Hobbes tuvo experiencia de esta verdad en los duros tiempos de la guerra civil,
que es
cuando se desvanecen todas las ilusiones legitimistas y normativitas con las
que en
tiempos de seguridad no estorbada gustan los hombres de engañarse a
sí mismos acerca
de las realidades políticas. Y sidentro de un
Estado existen partidos organizados
capaces de proporcionar a sus miembros mas protección que el
Estado, éste se reducira
a lo sumo a un mero apéndice de tales partidos, y cada ciudadano sabe
siempre bien a
quién tiene que obedecer. Esto puede justificar una «teoría
pluralista del Estado» como
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la que hemos tratado mas arriba. En las relaciones de política
exterior y entre Estados
aún es mas clara la elemental veracidad
de este axioma de protección y obediencia: el
protectorado internacional, la liga o federación hegemónica de
estados, los tratados de
protección y garantía de todo tipo hallan en él su
fórmula mas simple.
Sería una torpeza creer que un pueblo sin
defensa no tiene mas que amigos, y un calculo
escandaloso suponer que la falta de resistencia
va a conmover al enemigo. Nadie creería
posible que el mundo entre en un estado de moralidad pura por renuncia a toda
productividad estética o económica, por poner un ejemplo; pues
bien, aún es mucho
menos imaginable que un pueblo, por renunciar a toda decisión
política, pueda llevar a
la humanidad a una estado puramente moral o puramente económico. Porque un
pueblo haya perdido la fuerza o la voluntad de sostenerse en la esfera de lo
político no
va a desaparecer lo político del
mundo. Lo único que desaparecera en ese
caso es un
pueblo débil.
Este documento ha sido reproducido con fines exclusivamente docentes para uso de los estudiantes del
Instituto Latinoamericano de Ciencia y Artes, A. C.
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