La vida y la muerte en la poesía de Miguel
Hernandez
Juan CANO CONESA
LA VIDA Y LA MUERTE EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNANDEZ
Nota previa: Todas las referencias que hagamos a los números de
paginas citados en el presente trabajo se refieren a la obra Miguel
Hernandez. Antología poética. Edición y guía de lectura José Luis Ferris,
Ed. Espasa Calpe (Austral Poesía), Madrid, 2000, 2007.
Casi la totalidad de los especialistas en la obra de Miguel Hernandez, han observado la estrecha relación que existe entre
la biografía y la creación lírica del poeta. Y es cierto.
En todas las biografías de Miguel Hernandez, la
mejor de las cuales es, en nuestra opinión, Miguel Hernandez.
Pasiones, carcel y muerte de un poeta, de
José Luis Ferris, se hace una documentada relación de
acontecimientos asociados a la vida del poeta
y una incardinación muy acertada de dichos acontecimientos en la
producción poética del
escritor oriolano; en ella observamos cómo ambas realidades son
inseparables. Pero mas alla de los asuntos biograficos
–a los que, evidentemente, aludiremos cuando el analisis
tematico de su poesía lo requiera- iniciaremos una línea
de reflexión que tiene como objeto la contemplación de un
proceso: la obra de Miguel Hernandez es como una vida, con sus balbuceos
iniciales, sus momentos de empuje juvenil, sus alardes de autoafirmación
personal y sus convicciones de que no queda mas remedio que aceptar la
realidad como unapena, como una sucesión de heridas. Dicho esto, nos
podemos permitir adoptar una visión rotunda y definitiva sobre lo que
consideramos elemento infalible: la vida no es mas que una maquinaria de
destrucción o, como dice Heidegger, “el
hombre es un ser para la muerte”. Pues bien: parece que toda la
producción del
poeta es una constatación de la terrible definición del filósofo
existencialista.
En la poesía de Miguel Hernandez se da perfectamente un discurrir
dramatico que comienza con la vida mas elemental y balbuceante,
una vida casi festiva, inconsciente y de ficción, que poco a poco
–conforme se va configurando el sufrimiento y se va desarrollando la
historia personal del escritor- acaba por deslizarse por la pendiente de la
tragedia. Ahora es cuando ya podemos repetir sin prevención alguna lo
que anteriormente decíamos: la vida y la obra de Miguel Hernandez
son inseparables, porque el hombre vive para la poesía, al tiempo que la
poesía es el termómetro constante de las embestidas de su
humanidad desbordante, de su pasión, de su reciedumbre, de su vida, de
su obsesión poética: “En mis años de poeta
–afirma Pablo Neruda de Miguel Hernandez en Confieso que he
vivido-, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar
un fenómeno igual de vocación y de eléctrica
sabiduría verbal”.
Incluso en situaciones infaustas, demostró una gran
calidad humana. Lleno de humanidad, callado,
retraído y a vecesimpredecible, adquirió pronto la
sabiduría de la privación y de la escasez. Pero
también era espontaneo y dicharachero cuando la ocasión lo
requería: podía perfectamente contar chistes, canturrear para
animar a sus compañeros de carcel o ayudar generosamente a sus
vecinos de celda .
Sobrecoge el proceso vital que recorre la obra de Miguel
Hernandez. Independientemente de los estilos, tendencias
literarias o influencias a los que los adscribamos, la mayor parte de los
primeros poemas (fundamentalmente, hasta los que integran El rayo que no cesa),
contienen un soporte de cierta despreocupación consciente, de vitalismo
despreocupado y hasta, en ciertas ocasiones, de optimismo natural: en esta
época su vida va por un camino (sueña con poder vivir para
dedicarse a la poesía) y su obra por otro (contempla el mundo desde la
perspectiva de sus poeta leídos y admirados). Quizas sea una
osadía afirmarlo con rotundidad, pero podríamos afirmar que el
primer espacio poético hernandiano estaría contagiado por la idea
del
primer Jorge Guillén, el de Cantico, el de la armonía
esencial, el que proclamaba que el mundo estaba bien hecho.
Son muchos los poemas en los que se rinde homenaje a la naturaleza con un júbilo casi exultante: las plantas, las piedras,
los bichos todo lo vivo es bello,
todo lo vivo inspira una gracia contagiosa y sin aristas. Lo natural es fuente
de experiencia, en la que se presenta un rico caudal
de imagenes yuna especie de fundamento de vida dedicada a vivir, de vida
dedicada a leer y a escribir. En estos poemas se nos presenta un Miguel
alborozado y vital que busca en la Cruz de la Muela, en la colina de San Miguel
o en las huertas de Orihuela el refugio apetecible de los clasicos para
cantar los desdenes de la amada, la esperanza de una respuesta amorosa, los
silbos del ruiseñor, los quebrantos de las tórtolas, la flor del
trigo o, sencillamente, la armonía de la naturaleza. Pero mas
alla de la vida que confiere a las cosas, el vitalismo de Miguel
Hernandez percibe las cosas como si estuvieran vivas: la piedra
amenaza, la luna se diluye en las venas, la breva es una madrastra, la palmera
le pone tirabuzones a la luna, la espiga aplaude al día. La vida.
Aquí no hay muerte; si acaso, una muerte anunciada por la llegada de los
atardeceres, esos que sorprenden al poeta leyendo junto a un
ciprés, mientras se encienden las estrellas y se apaga la luz. Queda
flotando un silencio macizo que se recuesta sobre las
frondas mientras expira la belleza desgraciada de la tarde.
Sobrecoge el cariño arrebatador con que el poeta contempla la
naturaleza, esa exaltación de lo insignificante, ese
pulimento de hedonismo levantino con que canta la belleza del
vivir por el vivir: “Lagarto, mosca, grillo, reptil, sapo, asquerosos /
seres, para mi alma
sois hermosos. / Porque Iris, señala / señala con su regio
pincel, / vuestra sonora
ala yvuestra agreste piel. / Porque, por vuestra boca venenosa y satanica,
/ fluyen notas habidas en la siringa panica. / Y
porque todo es armonía y belleza / en la naturaleza”
(pagina 65). La naturaleza es uno de los grandes tópicos
de su obra, porque forma parte de su vida, de sus orígenes, de sus
lecturas. Sus primeros poemas son, según Ferris, “apuntes
líricos, de estampas ajustadas a la geografía levantina que
ilustró su niñez y que emplea oreandolas de bucolismo,
amparandose en su capacidad sensitiva para captar los matices, las
sensaciones que en él despierta el paisaje terruño” nos
explica José Luis Ferris. En sus poemas descubrimos una naturaleza
sentida como lector de
la poesía del
Siglo de Oro, una aire de égloga se escucha entre los versos, sobre
todo, de sus primeras creaciones. Nos encontramos con pastores enamorados,
ninfas y satiros que expresan sus sentimientos en un
entorno que evoca el locus amoenus.
Es el mismo Pablo Neruda quien se siente sorprendido por la lealtad que
profesaba Miguel a sus orígenes: “El canto de los
ruiseñores levantinos, sus torres de sonido erigidas entre la oscuridad
y los azahares, eran para él presencia obsesiva, y eran parte del
material de su sangre, de su poesía terrenal y silvestre en la que se
juntaban todos los excesos del color, del perfume y de la voz del Levante
español, con la abundancia y la fragancia de una poderosa y masculina
juventud”.
Francisco Umbral, en “MiguelHernandez, agricultura viva” afirma que el
oriolano “es el hijo pródigo de la naturaleza, que la abandona un
día, la sustituye por la cultura y luego volvera a ellas para
siempre. La historia de ese alejamiento y ese retorno, de esa reconquista lenta
de la naturaleza en su obra y en su vida, constituye la médula misma de
su biografía interior…”
Y si algo de pena se incrusta en la poesía de la época anterior a
la del Rayo que no cesa, e incluso a la de Perito en lunas, se trata de una
pena mas literaria que vivida, esa especie de melancolía que lo
acerca mas al dolor artificial e imitado que a la pena real en la que,
mas tarde, quedara existencialmente enredado. Esa pena a la que
aludimos es literaria, ficticia, virgiliana (el poema “Pastoril”,
en la pagina 70, recrea modulaciones bucólicas de los
clasicos latinos y españoles, como hemos dicho anteriormente),
pero legítima, porque, como dice el mismo Miguel Hernandez,
“la poesía es una bella mentira fingida”. Algunas de esas
mentiras fingidas se posan en las ramas de los arboles que pueblan los
arboles azules de luna (“Soneto
lunario”), se hunden en las albercas, dibujan la risa de “Un gesto
del alba”, o aprenden las lecciones de las aves que cantan su
lección de armonía en un “Día
armónico”. Hay una vida contemplada, ajena, vida
palpitante en sus primeros poemas. Según Gloria
Guardia, “hasta que no sufre la muerte de personas cercanas o las de la
guerra, la muerte es unsentimiento mas literario que real”.
A propósito de esta alusión a la muerte de personas cercanas,
permítaseme hacer un breve paréntesis
para desmentir algo que ha venido diciéndose con frecuencia: que la
primera experiencia de muerte de un ser querido fue la de Lolo, personaje al
que Miguel Hernandez dedica su “Elegía al
guardameta”. Y ello, porque el tal Lolo (Manuel
Soler, jugador del
equipo de fútbol de Orihuela), no murió durante el partido.
Afirma Pedro Collado Soler que sí se hizo una gran herida en la cabeza
al ir a parar un balón. Por tanto fue la
imaginación del
poeta la que creó esa muerte (Lolo sería conducido a la
carcel alicantina en la que murió Miguel, pero no tuvo
oportunidad de ver al poeta, que ya estaba agonizando). Esta elegía inspiró
una tremenda secuencia narrativa a Salvador García Jiménez, quien
en Coro de alucinados
dejó escrito lo siguiente:
Se escuchó el silbido de la fuerte respiración del jugador que
sacó el córner. El Comba avanzó hacia el portero;
saltó mas alla de sus manos; se aplastó su nariz
contra el balón que dio un segundo beso a las
redes. Pero de la cabeza del Comba brotó una
flor de sangre al rebotar en el larguero: sin peso, un segundo rebote en las
espaldas de un jugador le subió a las redes y quedó apresado por
ellas, sin tocar tierra, la mirada
hacia el cielo, muerto definitivamente, pescado por Dios para su reino.
Atrapado en las redes, parecía el jugador mas hermoso decuantos
existieran. Las gargantas enronquecían, los ojos se
desorbitaban. Jamas asistieron a un
espectaculo igual. Y sin saberlo, entonaron un requiem improvisado
–no podía ser otro para la inmensa sed del Comba–:
«¡A la bin bon ban; el Comba, el Comba, y nadie mas!» (1975: 287).
Lo dicho: que suena la vida, la lira y los torrentes. El poeta ordeña en
cuclillas, celebra la risa de las granadas o escucha “mas de un
trillón de aves” que cantan bajo la batuta del profesor Sol. Claro
que no hay canto mas impresionante a la vida que el bellísimo
poema en el que el amor se libera de la insoportable tristeza circundante
(hemos dado un salto grandísimo en la poesía y en la vida de
Miguel) e instala el centro del tiempo y del universo en el vientre de la mujer
amada: “Menos tu vientre, / todo es confuso” (pag. 291). Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos al transcurrir
convencional de la vida y de la muerte.
Tras la exaltación de la naturaleza, llega la melancolía, que no
es mas que una interiorización de la vida circundante: hay un toque de muerte que inunda de tristeza el paisaje y que unge
de tristeza al poeta. Sigue habiendo mucho de campo y de vida provinciana en
Perito en lunas, macerados en un gongorismo
hermético y de construcción sintactica compleja.
Imaginamos que esa complejidad formal respondería a una voluntad de
exhibición que, como algunos estudiosos sostienen,
supondría un intento de justificar sucompetencia, al margen de su
condición de cabrero provinciano. En cualquier caso, y al margen de las
interpretaciones y juicios de valor que se pudieren articular en torno a su
estilo, a nosotros nos corresponde concluir que ahí queda la vida como
concepto subyacente y aglutinador de vivencias y de temas. Porque Miguel
Hernandez va incorporando vivencias a su
poesía, de la misma manera que su vida se va nutriendo de poesía:
poesía vivida y vida dramaticamente poética, en
definitiva. Esa incorporación viene dictada por la enorme personalidad del propio poeta que
“tizna cuando estalla” (como
la pena), que oscurece o ilumina cuanto trata, cuanto toca con su palabra
encendida. En 1960 escribía Buero Vallejo “Miguel era un hombre a caballo entre la alegría y el dolor,
entre la luz y la sombra () Hay poemas suyos en los que las palabras
alegría, luz, sombra, se reiteran constantemente. ¿Por
qué? Porque Miguel era ya un gran poeta tragico […]
Él conoció tempranamente, dada su extracción humilde, el
dolor, y después tuvo sobradas ocasiones de conocerlo a fondo de manera
desgarradora; pero él, como verdadero hombre tragico que era,
quería a toda costa, denodadamente, alcanzar la alegría [] Recuerdo
cómo le gustaba cantar y hasta cómo nos canturreaba cosas
divertidas y un tanto chocarreras en ocasiones; solía contar
también chistes. Y es que este hombre
extraordinario era también un hombre como cualquiera de nosotros .
Un 28 demarzo de 1942, cuando moría el hombre, nacía un fuego inextinguible, aventado por el aliento
poético de quien pronto llegó a convertirse en emblema, en mito universal. Cada
poema de Miguel Hernandez lleva cosido un
jirón de vida y de muerte. Por eso, cuando se lee un
poema, se rememora una existencia, es decir, una aventura dolorida y un
desenlace atroz. Aquel aliento poético al que aludíamos fue
alimento de una voz que llevaba prendida en la garganta el dolor y la rabia (“y llevo al cuello un vendaval sonoro”,
afirma en el poema “Como el toro”,
aludiendo a los mugidos del toro, del poeta). Ese “vendaval sonoro” viene a ser una de las
figuras que mejor representan la coherencia del poeta: grito, mugido, rabia
indisimulada, fracaso amoroso anunciado, rebeldía disonante y ronca,
presagio de destrucción. La vida siempre se presenta amenazada por
fuerzas incontrolables. Todo es un sino sangriento, un
anuncio fatalista, una energía que encierra, en ocasiones, el germen de
la destrucción.
Miguel Hernandez llenó de vida –también de muerte- el centro
de su poesía. Y la vida y la muerte –lo sabemos-
configuraron la indisoluble asociación de una biografía y de una
producción literaria.
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue
[…]
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte (Viento del pueblo, pag. 215)
Todo lo que nace del corazónesta condenado a vivir. Todo lo que
nace del
vivir esta condenado a morir. Pero, en contra de cualquier idea
almibarada y nostalgica de la muerte, la poesía de Miguel
Hernandez, fabricada en las dilatadas estancias del corazón,
esta llena de un vitalismo tragico en el que todo queda envuelto
por un presentimiento funesto, por un fatalismo sobrecogedor
Me dejaré arrastrar hecho pedazos,
ya que así se lo ordenan a mi vida
la sangre y su marea,
los cuerpos y mi estrella ensangrentada.
Seré una sola y dilatada herida
hasta que dilatadamente sea
un cadaver de espuma: viento y nada. (pag. 201)
Retoma Miguel Hernandez el tópico literario que
institucionalizara Góngora en el soneto “Por competir con tu
cabello” y que continuara Calderón de la Barca en su auto
sacramental Los encantos de la culpa. La diferencia entre Góngora y el
poeta oriolano reside en que la certeza del final viene precedida en aquel
de una juventud representada por metaforas florales, mientras que en
éste predomina un campo léxico lleno de vocablos de
connotación abrupta y dolorosa. Allí estan el oro, el sol,
el lirio y el luciente cristal próximos a su transformación
“en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”, mientras que
aquí queda un ser hecho pedazos, su sangre, su estrella ensangrentada,
su herida, próximos a su transformación en “un
cadaver de espuma: viento y nada”
Todo es finalmente vida y muerte en lapoesía de Miguel Hernandez,
al margen de los reconocidos símbolos y temas que la definen y la
agrandan. Ese dualismo viene a significar un claro
discurrir existencial y la inevitable disolución final. Ambos elementos
configuran la imagen que Miguel posee del mundo. La vida y la muerte
viene a ser una discordia que escinde su
“yo”. La plenitud vital del toro, por ejemplo, esta
marcada por un destino tragico, por encima de esa masculinidad agresiva
con que muge y se desangra. Su propia experiencia amorosa –sirva también
como
ejemplo este tema recurrente- contiene una palpitación destructiva muy
cercana a la experiencia de la muerte (“los rostros manifiestan / la
expresión de morir que deja el beso”). Porque,
en definitiva, la muerte no es sino una fuerza interior indomable, que, en
muchas ocasiones, viene reclamada por el sufrimiento y la desesperación
inevitables. En El rayo que no cesa el poeta consigue
“una maduración íntima del
concepto del amor como
destino tragico del
hombre”, según José Luis Ferris. El amor es muerte,
al tiempo que supone un impulso irresistible que busca
la procreación, la búsqueda del vientre de esa criatura carnal que es la
amada.
No queda lejos de ese destino la sangre, tópico
que llega a constituir uno de los soportes fundamentales de la propia
biografía y biología líricas (“un edificio soy de
sangre y yeso”), ademas de una fuerza que convierte a los poetas
en camino y viento (“Mi sangre es uncamino”). También viene
a representar una fuerza descontrolada que destruye (“Citación
fatal”), una referencia mítica que proporciona gloria a los
toreros, un jugo vegetal que alimenta (“Nanas de
la cebolla”), una furia La sangre es vida porque sale del
corazón. Pero por encima de todo esto, la sangre es un
complemento de la tierra, porque es vehículo de vida. La sangre viene a
ser en Miguel Hernandez pura materia sagrada.
Toda la obra del
poeta oriolano esta cruzada por una exaltación vitalista que,
algunas ocasiones, llega a poner en duda el hecho de su propia existencia,
fundida, al estilo barroco, con la muerte. Se nos revela, por tanto, un Miguel
Hernandez proverbial, lector y admirador de las grandes paradojas
quevedescas (Gerardo Diego describe los sonetos del escritor oriolano como
llenos de 'sonora plenitud de quevedesco linaje”) y de las
proverbiales dudas calderonianas:
Sigo en la sombra, lleno de luz: ¿existe el día?
¿Esto es mi tumba o mi bóveda materna?
. . . . . . . .
es posible que no haya nacido todavía,
o que haya muerto siempre. La sombra me gobierna.
Si esto es vivir, morir no sé yo qué sería
ni sé lo que persigo con ansia tan eterna.
Llega a decir Miguel Hernandez que la existencia es un
rodar constante “a la desnuda vida creciente de la nada”. Y en esta
carrera desbocada de paradojas, nos llama poderosamente la atención ese verso
en el que en el limitado espacio ocupado porcatorce sílabas se viven
sensaciones interminables: no acaba de llegar la muerte que libera y, sometido
al sobrecogedor dominio de la fugacidad, el poeta canta la hermosura de la
vida, sinónimo del dolor: “¡Ay la vida: qué hermoso
penar tan moribundo!”. La pena es la
consecuencia de mil heridas cobradas en el campo de batalla del vivir. Pero en absoluta concordancia con
el “hermoso penar” hernandiano, y a pesar de tantas heridas de amor
y de muerte, todavía queda al poeta un
último aliento… dolorido y agonizante, pero aliento. En “El
hombre acecha”, el poeta ofrece en nombre de la libertad o, mejor, ofrece
a la misma libertad sus ojos, sus manos, sus pies, sus
brazos, su casa, todo: “Retoñaran aladas de savia sin
otoño / reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. / Porque soy como
el arbol talado, que retoño: / porque aún tengo la
vida”. El poema es una indisoluble unidad de vida mutilada y de aliento
gozoso: el que proclama en el último verso.
Es muy característica esa lucha constante del poeta por
conseguir la plenitud de cuanto va viviendo. Y el poeta absorbe todos los jugos
de la naturaleza, vive todas las sensaciones de sus lectura favoritas, vive con
pasión el amor como descubrimiento (Maruja Mallo), el amor como
trémulo intento (Carmen Samper, apodada “la Calabacica”) el
amor como ausencia (Josefina Manresa) y el amor como lejanía
platónica (María Cegarra). Se va
consumiendo en un sinvivir de búsquedas ydefiniciones que le encierran
en el desconcierto, en la duda y en el pesimismo. De todo ese
vivir quedan heridas profundas (“seré una dilatada herida”),
ocasionadas por huracanes, tormentos, cuchillos, espadas, rayos e
incertidumbres.
La vida y la muerte forman parte de un entramado
sensual y arrebatado. Llegara la muerte cuando al
poeta se le niegue el amor, cuando se le resista la plenitud gozosa de amar.
Sin embargo, esa sensación de desaliento no dara la cara hasta que el poeta conozca la noticia de la muerte de
Ramón Sijé. Ahí sí que sus versos se
llenaran de rabia, de dolor, de hachazos, de
heridas, de “rastrojos de difuntos”, de piedras, rayos y hachas, de
dentelladas Vivir es penar y morir: “No podra con la pena mi
persona / circundada de penas y de cardos: / ¡cuanto penar para
morirse uno!
La muerte como asunto
poético de primer orden es tema recurrente en Miguel Hernandez, como lo fuera en Quevedo.
En este sentido, José María Balcells
analiza la presencia de Quevedo en el poeta oriolano: “el morirse a cada
instante es una de las coincidencias entre los dos, pero el oriolano no
poseía la suficiente disciplina mental como para controlar la idea de la
muerte”. Concluye el profesor Balcells afirmando que la
muerte es una tragedia para Miguel Hernandez, mientras que para Quevedo
es una tragicomedia.
No es necesario recurrir a los estudiosos de la obra de Miguel Hernandez
para concluir que los tresgrandes temas de su poesía son los que
él mismo declara en “Llegó con tres heridas”, poema
perteneciente a Cancionero y romancero de ausencias:
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Estas tres heridas vienen a configurar el ambito
tematico de la poesía hernandiana. Si consideramos que la
“herida” viene ocasionada por instrumentos o situaciones que
agreden al poeta, llegaremos a la conclusión de que aquélla, la
herida, es un elemento rematico, consecuencia de los numerosos
tópicos que configuran no pocos poemas de El rayo que no cesa. Veamos
algunos casos: ‘cuchillo’, ‘rayo’,
‘espadas’, cornadas’, ‘cuernos’,
‘puñales’, ‘turbio acero’, ‘hierro
infernal’, ‘pétalos de lumbre’, etc. De todos es
sabido que estos instrumentos del dolor que proporcionan alguna
suerte de herida, adquieren una expresividad dramatica, agónica y
desesperanzada en la elegía dedicada a Ramón Sijé. En ella
aparecen unos términos que, acompañados por sus correspondientes
adyacentes, configuran un mosaico de rabia y de dolor inconsolables:
‘manotazo duro’, ‘golpe helado’, ‘hachazo
invisible y homicida’, ‘empujón brutal’,
‘tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes’,
‘dentelladas secas y calientes’ Es insólito y
decididamente genial el hecho de llenar de lirismo unos conceptos tan poco
líricos como
los citados. También podríamos aludir a las situaciones que
originan las heridas mas espirituales (éstas sí
quecontienen toda la esencia de una poesía mas ortodoxa y
convencional); estas situaciones estan descritas con hermosas
imagenes que reflejan lo que podemos llamar heridas de ausencia o de
desesperanza: ‘pena’, ‘naufragio’, ‘noche
oscura’, ‘llanto’, ‘triste instrumento del
camino’ (bellísima metonimia referida al propio “yo”
poético), ‘huracanado’, ‘invierno’,
‘diluviado’, ‘amoroso cataclismo’, ‘agonía’,
‘adiós’
Decíamos que la vida y la muerte configuran una
indisoluble asociación. Esta claro que cuando el poeta
trata como
tema la vida, esta tratando también la muerte. Por eso, desde la
espléndida paradoja mística del “vivo sin vivir en
mí” hasta el rotundo juego de identificaciones e identidades
hernandianas, el vivir y el morir confluyen en un único cauce expresivo,
tan de inspiración quevedesca como el
Callo después de muerto.
Hablas después de viva.
Pobres conversaciones
desusadas por dichas
nos llevan a lo mejor
de la muerte y la vida.
La muerte es un acontecimiento no lejano a las propias vivencias del poeta
(claro que ajeno a las mismas –al menos hasta el 28 de marzo de 1942-,
por aquello de que sólo se mueren los otros, como dijera Heidegger),
pues mueren tres de sus hermanas, muere su primogénito a los pocos meses
de nacer y se le mueren conocidos y amigos, entre los que destacamos a
Ramón Sijé, personaje universalmente conocido gracias a la famosa
“Elegía” del poeta oriolano. “El fuegode la vida
estaba en su alma”,
afirma Vicente Aleixandre en carta enviada al poeta canario Juan Maderos en
1946. Él, que tanto cantó a la muerte,
calificandola incluso de “muerte enamorada”. Procede
recordar el espléndido verso en que Miguel llega a conjuntar conceptos
tan expresivos como ‘vida’, ‘hermoso’,
‘penar’, y ‘moribundo’: “¡Ay, la vida:
qué hermoso penar tan moribundo!”
Aludíamos a la muerte de Manolillo, de tan sólo diez meses de
edad, “consumido por la enfermedad y muerto en un rincón con los
ojos espantados y abiertos –estamos citando a José Luis Ferris,
pagina 392 de Miguel Hernandez. Pasiones, carcel y muerte
de un poeta-. Esta muerte supuso un
mazazo inmisericorde en el corazón de un hombre que amaba a los
niños con pasión y que, por entonces, iba sobreviviendo (o
sobremuriendo, si se nos permite la expresión), a golpe de desgracia. A
Cancionero y romancero de ausencias pertenece el poema “A mi hijo”,
del que entresacamos los siguientes versos
Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
su color coronado
de junios, ya es rocío
alejandose a ciertas regiones matutinas.
Hoy, que es un día como bajo la tierra,
oscuro
como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la
tierra quiero haberte enterrado.
Este hijo muerto sera objeto de una constante pena.
En El hombre acecha escribe lassiguientes palabras, dirigidas a Neruda:
“Pablo: un rosal sombrío viene y se cierne sobre mí, sobre
una cuna familiar que se desfonda poco a poco, hasta entreverse dentro de ella,
ademas de un niño de sufrimiento, el fondo de la tierra
Basandonos en los versos anteriores, queremos llamar la atención
sobre una dramatica coincidencia: también Miguel Hernandez
permaneció con los ojos abiertos después de haber
muerto. He aquí el estremecedor relato del entierro de Miguel:
Amortajado por sus propios amigos, fue conducido hasta el patio de la
prisión, donde a media tarde, formada la población reclusa en
perfecto duelo, la Dirección del establecimiento permitió que los
presos desfilaran ante el poeta y que la banda del reformatorio interpretase la
Marcha fúnebre de Chopin. El humilde ataúd fue sacado a hombros
por Antonio Ramón Cuenca, Luis Fabregat, Ambrosio, Monera y Pérez
Alvarez hasta el exterior del recinto, donde fue entregado a la empresa
de pompas fúnebres y a la familia de Miguel. Allí esperaba un modesto coche de caballos
y cinco personas: Elvira Hernandez, Consuelo (una vecina de aquella),
Miguel Abad Miró, Ricardo Fuente y la esposa del poeta. “El largo camino al
cementerio –relata Josefina- era de bancales a un lado y a otro. Los campesinos, en el barbecho, se
incorporaban apoyandose en los riñones quitandose el
sombrero. Muchos de ellos se quedaban largo rato
mirando el entierro”. Llegados al camposanto
deNuestra Señora de los Remedios, nadie pudo quedarse a velar el cuerpo
de Hernandez aquella noche, por ser lugar a donde aún llevaban a
fusilar a los presos condenados. Fue a la
mañana siguiente cuando se le dio sepultura en el nicho 1009.
Abad Miró relata, con evocadora dureza, que él y Ricardo Fuente,
antes de introducir el ataúd en el hosco agujero, decidieron
“abrir la caja porque no sabíamos si estaba desnudo, si estaba
vestido, porque nos lo entregaron cerrado en un féretro [] me
encontré con esa cosa que aún me obsesiona: el cadaver de
Miguel era una especie de ninot de falla, tan flaco, tan extremadamente flaco y
con los ojos abiertos. Entonces me salió del alma
el comentario: “Ni siquiera le han cerrado los ojos”. A la media
hora, el director del
reformatorio sabía lo que yo había dicho. Y el mismo día
llamó a Ricardo Fuente, que era el último que había salido
del
reformatorio, para decirle que Miguel no tenía los ojos cerrados porque
no se le podían cerrar”. Mas adelante,
José Luis Ferris presenta el parte médico, elaborado y rubricado
por Pérez Miralles, en el que dicho médico certifica que Miguel
padecía una enfermedad metabólica (síndrome de Kraus) que
explicaría dicha circunstancia.
Y ya que hemos citado El hombre acecha, digamos que, durante
su composición, Miguel se convierte –según palabras de
María Zambrano- en “un hombre vuelto hacia adentro,
enmudecido”. Su intimismo se puebla de una
visióndesalentadora ante tantas heridas, muertes, rencores y odios sin
fin. Las dos españas se han declarado la guerra
(“Alarga la llama el odio / y el amor cierra las puertas. / Voces como lanzas vibran, / voces como bayonetas”),
ha desaparecido el entusiasmo hernandiano y los poemas se tiñen de
dolor. Cuando pasa la guerra, los poemas se oscurecen
con el desengaño y la tristeza. En la carcel compone lo
que podríamos describir como diario de la desolación, un poemario
cercano a la desnudez de la verdad mas dura y terrible, que es lo que
viene a ser el Cancionero y romancero de ausencias: ha muerto su primer hijo
(“Ropas con su olor”, “Negros ojos negros”, “El
cementerio esta cerca”), ha sido condenado a muerte, conoce la
vida de la carcel, es azotado por una enfermedad médicamente mal
tratada y vive en las mas absoluta soledad (“Ausencia en todo veo:
/ tus ojos la reflejan”). Pero por encima de todas las
calamidades, quedan el amor y la libertad (“Antes del odio”).
La fuerza y la rebeldía de Miguel Hernandez comienzan a
resquebrajarse y vislumbra un final inevitable en el que canta los pedazos de
vida que va dejando en el camino, la agonía hacia la que vuela
(“voy alado a la agonía”), la tristeza de las guerras, de
las armas y de los hombres. Y en medio de tanta negrura y de tanta
sangre (“tiempo que se queda atras / decididamente negro, /
indeleblemente rojo) la voz nada retórica del poeta se reviste de nostalgia y habla al
hijo ya la esposa en el bellísimo poema “Hijo de la luz”
(pags. 288 y 289):
Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.
Hablo y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa. Yo soy el
mediodía.
Ha llegado la hora de la resignación (“todo lo he perdido, tierra
/ todo lo has ganado”, pag. 305). No obstante, los últimos
poemas son tal vez los mas tiernos y
melancólicos de toda la obra hernandiana. Se cierra el ciclo volviendo
al amor, porque no hay salvación ni
redención posible si no se ama. Aparecen constantemente la amada, el
hijo, la infinita añoranza del que mientras se muere a
chorros, respira por la esperanza de la inmortalidad. El amor pone alas al
poeta: “sólo quien ama vuela”, leemos en el poema
“Vuelo”.
Se han cumplido los presentimientos de muerte que
sobrevuelan el destino tragico del
poeta. Muchos de los acontecimientos que marcan dramaticamente su
biografía penetran en la obra y definen a su autor como un ser que casi
desde siempre convive con la idea de la muerte, desde aquellas primitivas
ceremonias religiosas a las que jugaba desde niño. Dice Odón
Betanzos:
Tiene conciencia el poeta del origen de su sino y de
su muerte, detalles que se manifiestande muchas maneras en su obra. Existe en
el poeta un recreo en el dolor, en la muerte, como si ya se hubiera acostumbrado
a ambos […] Hay palabras que marcan a los creadores. Marcan
su voz y su destino. Al expresarlas y escribirlas se perpetúan
con la sombra de las palabras pero también les marcan el caminar en la
obra. Así, sangre, navaja y muerte en Federico García Lorca, y su
muerte fue con sangre; lienzo, tules, campanas de muerte, olvido y en olvido y
tristeza murió Bécquer; camino, tan usado por Antonio Machado es
por donde sus pasos van al exilio. En Miguel Hernandez
vulnerar es herir, herir la vida con la palabra misma. Todo acto de
creación es intuitivo, por encima del ser y mas alla del querer y de la vida
misma. En “vuelo vulnerado”, por ejemplo, se
vulnera el cielo y, sin quererlo, se atraviesa y corta la vida. Góngora, San Juan de la Cruz van de la mano de
Hernandez, pero ya el levantino se perfila con su propia voz.
[…]
El poeta nos fue dando signos en su obra para interpretar su sino y su destino
en muerte: nueve años de su muerte, en la figura del
Hombre, en su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y
sombra de lo que eras, se vera muerto el poeta con los detalles precisos
de su propia tragedia […] ¡Venid! ¡Llegad! ¡Cargadme! Aquí estoy muerto y de cuerpo presente.
La poesía de Miguel es agónica y fuerte; parece como si estuviera
escrita por un toro que levantara versos de la tierra con lafuerza de un
“huracan de lava”. Los versos de Miguel se van dibujando a
gritos, porque jamas se resignó al trato que le
proporcionó la vida: “No me conformo, no: me desespero”.
Muestro y señalo su poesía concisa,
reconcentrada, dolorida, cadenciosa, en filo de vida y en filo de muerte
alargada y presentida. Rejas sin mirada de esperanzas,
halito de sencilleces que se filtra y en humanidad infinita se recuesta.
Cancionero… que tiene angeles llorosos, palabra
mordida, emoción en respiro. Poesía testimonial del
dolor y las ausencias, de la luz que se muere porque se muere la vida. Así de grande es esa poesía que estremece al fuerte y
lo hace llorar por las entrañas arriba”.
La obra lírica se articula en torno a
instrumentos de muerte. Mientras García Lorca vuelve a
Granada con el
miedo metido en la sangre, Miguel Hernandez lee el poema “Sino
sangriento” (pags. 198-201) en una emisora de radio. Como una funesta premonición –que bien
pudiera atribuírsele al desdichado de Federico, pasajero del retorno definitivo a su
tierra y del viaje sin fin al fondo del valle de Viznar-, el largo poema se construye sobre
cimientos de sangre, sobre sementeras de la nada en donde se horroriza un alma color de amapola. Y
se hunde en un mar malherido “un planeta de azafran”,
“una nube roja enfurecida”, “un cielo”. Un “dolor de cuchillada” recibió al poeta
mientras mamaba leche de tuera y exprimía las espadas. Persigue la sangre al poeta yuna fuerza desarrollada por la madre
le empuja a la fosa inapelablemente. A la madre tierra ha de llegar
herido por los zarpazos de la vida, por borbotones de sangre, dardos de avena,
ansias de muerte, hachas, piedras, cadenas, serpientes, alcobas llenas de
vacío, de nuevo un puñado de sangre trepadora que crece y se
desborda y arrastra y despedaza y hunde y atropella y hiere…. hasta
convertir al poeta en un “cadaver de espuma”. Él
mismo lo dijo y nosotros, para terminar, lo repetimos:
Me dejaré arrastrar hecho pedazos
ya que así se lo ordenan a mi vida
la sangre y su marea,
los cuerpos y mi estrella ensangrentada.
Seré una sola y dilatada herida
hasta que dilatadamente sea
un cadaver de espuma: viento y nada.
“Cierto
preso miraba preocupado una fotografía de su hija, que dentro de unos
días celebraría su onomastica y para la que no
tenía nada que poderle mandar. Miguel, al saberlo, tomó
prestada la foto y le dedicó ese precioso poema que se titula “El
pez mas viejo del río” () Para concluir que “esta
obra de Miguel () expresa magistralmente esa lucha entre el dolor y la
alegría del poeta tragico que era. Del grande, dolorido y solitario hombre que fue () Así de
radicalmente humano era Miguel Hernandez” (Buero Vallejo).
Cuadernos
hispanoamericanos, nº 230, febrero de 1969
Esta novela, Premio
Cuidad de Murcia 1974, fue publicada en Ediciones Marte, Barcelona, 1975.