ANIBAL PONCE
Aníbal Norberto Ponce (1898-1938) vivió una época de
profundas contradicciones y transformaciones, en su propio país, Argentina, y en
el mundo. La mayor parte de su obra esta compuesta por ensayos de
interpretación histórica, social y cultural. Una
problematica resulta recurrente en sus textos: se trata de la
reflexión acerca de la figura del intelectual y de su
función en la sociedad. En este estudio nos
preguntamos: ¿cómo, a través de sus discursos, Ponce construye y reconstruye la imagen del intelectual y de su function en la
sociedad? ¿En qué consiste, desde su perspectiva, el trabajo del
pensamiento? ¿Cuales son las condiciones, las relaciones de
poder, las luchas dentro del campo intelectual en las que
surge la reflexión ponceana acerca de la función social de la
actividad teórica? Intentamos algunas respuestas a partir de las obras
en las que Ponce
trabaja la problematica de manera explícita o implícita
Palabras claves: Intelectual/inteligencia - autonomía - compromiso -
“trabajo del pensamiento” - “cuidado de la verdad”
La vida de Aníbal Norberto Ponce fue corta, se extendió entre
1898 y 1938. Vivió una época de contradicciones profundas y de
transformaciones de la existencia social, política y cultural,
experimentadas en el ambito nacional y en el mundo. En el orden
nacional, conoció los resultados de la implementación del
proyecto de modernización liberal de la Generación del Ochenta y
experimentó el quiebre del sistema democratico favorecido por la
sanction de la Ley Saenz Peña –queestablecía el voto
secreto, obligatorio y masculinamente universal–, y el derrocamiento del
gobierno de Hipólito Irigoyen por el golpe militar liderado por el
General José Félix Uriburu en 1930. En el orden internacional
percibió el agotamiento de las fórmulas políticas basadas
en las ideas de orden y progreso y advirtió la necesidad de encontrar
nuevos esquemas interpretativos para un mundo que
había sufrido los horrores de una guerra mundial y conocía las
revoluciones de Rusia y México.
Héctor Agosti [1] sostiene que “1930
significó el gran tajo profundo en la vida argentina. De un lado
quedaba la belle époque de la inteligencia, que Ponce alcanzó a
disfrutar, () De este otro () comenzaba a mostrarse el ceño hosco
de una etapa inaugurada por la dictadura del General Uriburu Ponce fue la
transición entre esos dos momentos y participó de ambos No es
casual que su conferencia clave sobre «Los deberes de la
inteligencia» fuera pronunciada precisamente en esos días”.
En la trayectoria personal de Ponce, 1930 implica “la separación
entre el liberalismo de los bienamados arquetipos del ‘80 y el marxismo
que introduce la noción concreta de lucha de clases en la
valoración histórica” (Agosti, 1974, 11-12).
Aunque Ponce conoció ampliamente el espectro de concepciones
filosóficas de su época, se formó principalmente en el
positivismo junto a José Ingenieros; después de la muerte del
maestro, incorporó sobre base positivista los principios del
materialismo dialéctico como herramientas para el analisis de
losprocesos sociales y culturales. Su obra, predominantemente
ensayística, abarca diversas modalidades y tematicas.
Escribió ensayos literarios –en los que cultiva el género
de la biografía, como en La vejez de Sarmiento, Sarmiento constructor de
la nueva Argentina, Para una biografía de Ingenieros–,
psicológicos –La gramatica de los sentimientos, Problemas
de psicología infantil, Ambición y angustia de los adolescentes,
Diario íntimo de una adolescente– y de interpretación
socio-cultural –Humanismo burgués y humanismo proletario,
Educación y lucha de clases–, así como una serie de
conferencias y ensayos recogidos en el volumen El viento en el mundo.
Exceptuando los escritos de psicología, la producción de Ponce esta constituida principalmente por ensayos
de interpretación socio-histórica, dominados por el
interés en la eficacia política que pueda tener en el presente
una determinada imagen del pasado.
Una problematica resulta recurrente en los textos ponceanos; se trata de
la reflexión acerca de la figura del intelectual y de su
función en la sociedad. En este sentido nos preguntamos
¿cómo, a través de sus discursos, Ponce
construye y reconstruye la imagen del
intelectual y de su función en la sociedad
¿cómo la pone en practica? ¿En qué consiste,
desde su perspectiva, el trabajo del pensamiento?
¿Cuales son las condiciones, las relaciones de poder, las luchas
dentro del
campo intelectual en las que surge la reflexión ponceana acerca de la
función social de la actividad teórica? A los efectos de arrimar
algunasrespuestas, hemos seleccionado un conjunto de obras en las que Ponce
trabaja la problematica, en algunos casos de manera intencional, como en
el discurso acerca de “Los deberes de la inteligencia”; en otros
casos a propósito de temas históricos que, si bien no cuestionan
directamente la función del intelectual, pertenecen al mismo campo
problematico, como sucede en los textos consagrados a destacar las figuras
de Sarmiento e Ingenieros y los dedicados a los temas del humanismo y la
educación.
Acerca de “los dominios” de la actividad intelectual
Ahora bien, ¿qué es un intelectual
¿qué función cumple (descripción) y/o debe cumplir
(sentido normativo) en la sociedad? La cuestión acerca del lugar del
intelectual en la sociedad y su función específica ha estado
presente en la reflexión filosófica desde la antigüedad; se
replanteó, con renovado ímpetu, en los años posteriores a
la Primera Guerra y a la Revolución Rusa. Los escritos
ponceanos que hemos mencionado son contemporaneo de las anotaciones
acerca de “La formación de los intelectuales” de Antonio
Gramsci (Gramsci, [1932], 2004: 388-396). Recordemos que el autor de los
Cuadernos de la carcel sostiene que todo grupo social que surge en la
historia cumpliendo una función esencial en la producción
económica, se crea organicamente “una o mas capas de
intelectuales que le dan homogeneidad y consistencia a su propia
función, no sólo en el plano económico, sino
también en el social y político”, y genera las condiciones
favorables para la expansión de la propia clase.Pero al formarse a
partir de una estructura anterior, se encuentra con categorías
intelectuales preexistentes que parecen representar una continuidad
histórica ininterrumpida. Tal es el caso de los
clérigos que monopolizaron por mucho tiempo la religión, la
filosofía, la ciencia, la educación, la justicia, la moral, la
beneficencia, etc. Estos “intelectuales tradicionales” se
presentan como
autónomos e independientes del
grupo social dominante. El criterio metodológico para caracterizar las
distintas actividades intelectuales y para diferenciarlas de las actividades de
otros grupos sociales no se encuentra, según Gramsci, en el
núcleo intrínseco de la actividad, sino que hay que buscarlo en
el conjunto del sistema de relaciones sociales en el que dicha actividad se
encuentra. Dado que no hay actividad humana que pueda prescindir de la
intervención intelectual, la creación de una nueva capa
intelectual consiste en “elaborar críticamente la actividad
intelectual que existe en cada individuo () modificando su relación
con el esfuerzo nervioso- muscular en busca de un nuevo equilibrio, y
consiguiendo () que se convierta en fundamento de una concepción del
mundo nueva e integral”. (Gramsci, [1932] 2004: 392).
Mas cercano a nosotros, Pierre Bourdieu ha sostenido, a propósito
de la relación entre la actividad teórica y la acción
política, que esta última es posible porque sus agentes tienen un
conocimiento mas o menos preciso del mundo social y saben que pueden
actuar sobre él actuando sobre el conocimiento que deél se tiene.
Así se producen y reproducen, se impone o se destruyen
no sólo las representaciones, sino también los grupos que las
hacen visibles a los demas. El mundo
económico no ejerce una acción mecanica sobre las
personas, sino efectos de reconocimiento. La correspondencia entre los
esquemas clasificatorios y las estructuras objetivas vendrían a
fundamentar una especie de adhesión originaria al orden establecido.
Pero, “la política comienza con la denuncia de ese
contrato tacito de adhesión al orden establecido que define la
doxa originaria; dicho de otra forma, la subversión política
presupone una subversión cognitiva, una reconversión de la
visión del
mundo”. (Bourdieu, 1985: 96). Esa ruptura
permite explorar las posibilidades de cambiar el mundo objetivo, cambiando sus
representaciones, oponiendo una pre-visión paradójica,
utópica, un proyecto o programa.
El poder estructurante de la palabra se manifiesta tanto en el momento de la descripción
de lo que es, como en el momento de la propuesta proyectiva de lo que debe ser.
En esto consiste, precisamente, la función de categorización, es
decir, la actividad por la cual ciertas palabras –las categorías
[2] – funcionan como epítomes de la realidad y nos permiten
conocer e interpretar el mundo objetivo, social e histórico, así
como nuestra experiencia de él y las posibilidades de transformarlo. La
producción de nuevas categorías es un
trabajo de enunciación que permite exteriorizar nuevas interpretaciones
y experiencias del
mundo. Un ejemplo de este trabajo delpensamiento lo encontramos en algunos de
nuestros intelectuales decimonónicos –entre los que se cuentan
Sarmiento, Alberdi, Bilbao, Hostos, Martí–, que llevaron adelante
la labor teórica y practica de desmontar las representaciones del
mundo colonial e instituir nuevas categorías enderezadas a la
construcción de las jóvenes naciones latinoamericanas. No
obstante, como
también señala Bourdieu, toda tentativa por imponer un principio
de división tiene que contar con la resistencia
de quienes ocupan la posición dominante y tienen interés en la
perpetuación de una relación dóxica que lleva a aceptar como naturales las
divisiones establecidas, o a negarlas simbólicamente por la
afirmación de una unidad mayor (nación, familia). Pretenden
restaurar el estado de inocencia originario de la doxa, apoderandose del
lenguaje de la naturaleza, de manera semejante a lo que pretenden los
“intelectuales tradicionales” de los que habla Gramsci. Como tendremos
ocasión de analizar mas adelante, es precisamente en esa
tensión entre restauración y/o conservación de lo dado,
por una parte, y por otra, la exploración de nuevas posibilidades
–tensión entre doxa y alodoxa– donde Ponce sitúa la
actividad de Sarmiento como intelectual y, a partir de ese modelo, formula los
deberes de la inteligencia.
Al referirse a la relación de los intelectuales con el poder, Bourdieu
sostiene que es en la autonomía mas completa con respecto a todos
los poderes, donde reside el único fundamento posible de un poder propiamente intelectual e
intelectualmentelegítimo (Bourdieu, 2003: 171-172). Ello no implica
eludir el compromiso, pues el intelectual es un ser
paradójico, que no se puede pensar como
tal mientras se lo aprehenda a través de la alternativa clasica
de la autonomía y el compromiso, de la cultura pura y la
política. El intelectual es un personaje
bidimensional: solo existe y subsiste como
tal si, por una parte, existe y subsiste en un mundo intelectual
autónomo (es decir independiente de los poderes religioso,
político, económico), y si, por otra parte, la autoridad
específica que se elabora en este universo a favor de la
autonomía esta comprometida en las luchas políticas. Así,
lejos de existir, como se lo cree habitualmente, una antinomia entre la
búsqueda de la autonomía y la búsqueda de la eficacia
política, es incrementando su autonomía que los intelectuales
pueden incrementar la eficacia de una acción política cuyos fines
y medios encuentran su principio en la lógica específica de los
campos de producción cultural. Actos políticos como “Yo acuso” de Zola tienden a
maximizar las dos condiciones constitutivas de la identidad del intelectual: la “pureza” y
el “compromiso”. Implica la afirmación del derecho a
transgredir los valores mas sagrados de la colectividad, en nombre de
valores trascendentes a los de la ciudad, o en nombre de una forma particular
de universalismo ético y científico que puede servir de
fundamento no sólo a una suerte de magisterio moral, sino también
a una movilización colectiva con vistas a un combate destinado a
promover esosvalores. (Bourdieu, 2003: 190)
Por su parte, Michel Foucault sostiene que “el trabajo de un intelectual
no es modelar la voluntad política de los otros; es por los
analisis que lleva a cabo en sus dominios, volver a interrogar las
evidencias y los postulados, sacudir los habitos, las maneras de actuar
y de pensar, disipar las familiaridades admitidas, recobrar las medidas de las
reglas y de las instituciones y, a partir de esa reproblematización
(donde el intelectual desempeña su oficio específico), participar
en la formación de una voluntad política (donde ha de
desempeñar su papel de ciudadano)” (Foucault, 1999b: 378). Dicho analisis, que el intelectual realiza en “sus
dominios”, es precisamente la actividad de problematizar. La
problematización consiste en un conjunto de
practicas discursivas y no discursivas que hacen que algo entre en el
juego de lo verdadero y lo falso y lo constituye como
objeto para el pensamiento, ya sea en la forma de la reflexión moral, del conocimiento científico o del analisis político. El
trabajo arduo, lento y estudioso de modificación del propio pensamiento y del
de los demas, en constante cuidado de la verdad, es para Foucault la
razón de ser del
intelectual. Su función no consiste en situarse “un poco en
avanzadilla o un poco al margen” para decir la muda verdad de todos; el
papel del intelectual es, ante todo, luchar contra las formas de poder
allí donde éste es a la vez objeto e instrumento: en el orden del
“saber”, de la “verdad”, de la
“conciencia”, del “discurso”. (Foucault,1999a: 107). Podríamos decir que la tarea del
intelectual en “sus dominios” consiste en el “cuidado de la
verdad” mediante la problematización. Dicho cuidado produce
efectos sobre el conocimiento y sobre las relaciones de poder. Pero sobre todo
produce efectos en el propio sujeto de la actividad intelectual. En este sentido el trabajo del pensamiento es antes que nada una
experiencia de transformación de sí mismo.
Muchas de estas apreciaciones acerca de la función del intelectual fueron genialmente anticipadas
por José Martí en el “Prólogo” al Poema del Niagara, del
poeta venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde. Allí Martí
reflexiona acerca de los problemas de la producción y la interpretación
de textos literarios en una sociedad inestable, en que con la quiebra del
orden colonial sobrevino la incertidumbre de los códigos que
regían la organización de la vida y de la producción de
bienes materiales y simbólicos. El escrito martiano data de 1881,
momento en que el proceso modernizador, al mismo tiempo deseado y amenazante,
no ha cuajado en nuevos códigos, y el ensayo se convierte en un modo alternativo y privilegiado para hablar de
política y llevar adelante una hermenéutica capaz de resolver el
enigma de la identidad. (Ramos, 1989: 16)
“Nadie tiene hoy su fe segura –dice
Martí–. Los mismos que lo creen, se
engañan. Los mismos que escriben su fe se muerden, acosados de
hermosas fieras interiores, los puños con que escriben (…) No hay
obra permanente, porque las obras en tiempos de reenquiciamiento y remolde
sonesencias mudables e inquietas; no hay caminos constantes,
vislúmbranse apenas los altares nuevos, grandes y abiertos como bosques.
De todas partes solicitan la mente ideas diversas –y las ideas son como pólipos, y como la luz de las estrellas, y como
las olas del
mar. Se anhela incesantemente saber algo que confirme, o se teme saber algo que
cambie las creencias actuales. La elaboración del nuevo estado
social hace insegura la batalla por la existencia personal (…)
desprestigiadas y desnudas las imagenes que antes se reverenciaban;
desconocidas aún las imagenes futuras” (Martí, 1975:
225).
A través de las palabras de Martí podemos descubrir que el
trabajo del pensamiento como cuidado de la verdad, es decir, la actividad del
intelectual se juega en medio de múltiples tensiones, que se presentan
como un drama desgarrador entre el pasado y el futuro, lo que es y lo que debe
ser, lo que la sociedad contradictoriamente a un tiempo reclama y teme, y la
experiencia íntima –“acosado por hermosas fieras
interiores”– de la propia transformación en el cuidado de la
verdad. Dice Martí
“De esta manera, lastimados los pies y los ojos de ver y andar por ruinas
que aún humean, reentra en sí el poeta lírico (…)
Cuando la vida se asiente, surgira el Dante venidero (…) Hoy Dante
vive en sí, y de sí. Ugolino roía a su hijo; mas él
a sí propio; no hay ahora mendrugo mas denteado que un alma de poeta (…
¡Mas, cuanto trabajo cuesta hallarse a sí mismo! El hombre, apenas entra en el goce de la razón que desde su
cuna le oscurecen, tiene quedeshacerse para entrar verdaderamente en sí.
Es un braceo hercúleo contra los obstaculos que le alza al paso
su propia naturaleza y los que amontonan las ideas convencionales”
(Martí, 1975: 229 – 230
También Aníbal Ponce experimenta el doloroso drama y reflexiona
acerca de los deberes de la inteligencia. Pero lo hace desde un
espacio y un momento histórico diferentes a los de Martí. El
proceso de modernización puesto en marcha en la Argentina por los hombres del
Ochenta muestra, al finalizar el primer tercio del siglo XX, su primera crisis importante,
junto al recrudecimiento de los intereses conservadores. Inmerso
en esta tensión, no se trata para Ponce
de negar el pasado para partir de cero. Ya hay un
camino señalado, ya se han esbozado los primeros códigos nuevos,
existe ya una tradición en qué apoyarse –Sarmiento,
Ingenieros–, la misma que esta amenazada por los intereses
conservadores. De ahí su empeño por recuperar
recrear– cierta imagen de estos intelectuales. Al
mismo tiempo se abren en el mundo nuevos horizontes por explorar.
De la reconstrucción biografica a los deberes de la inteligencia
El volumen La vejez de Sarmiento, publicado por primera vez en 1927,
esta dedicado a desplegar episodios e ideas relevantes en la
construcción de la Argentina moderna, a través de la
biografía de figuras representativas de la Generación del
Ochenta, tales como el mismo Domingo Faustino Sarmiento en la última
etapa de su vida, Amadeo Jacques, Nicolas Avellaneda, Lucio V. Mansilla,
Eduardo Wilde, Lucio V. López,Miguel
Cané. La selección de los personajes constituye un recorte de la realidad realizado con la intención
de componer modelos ejemplares representativos de la imagen nacional que Ponce procura
reconstruir. A través de las narraciones biograficas y del juego de las oposiciones, a
lo largo del
texto va decantando una imagen de lo que es y debe ser un intelectual. Es nuestro propósito reconstruir esa imagen y seguir sus
avatares en escritos posteriores.
Las biografías narradas por Aníbal Ponce mantienen la
ilusión –de la que habla Bourdieu (Bourdieu, 1986: 69-82 y 1991:
94-97)– por la cual los acontecimientos de la vida de una persona un todo
coherente y cronológicamente ordenado [3] . En sus manos la
biografía es presentada como
recurso que permite definir posiciones ideológicas dentro de un contexto
histórico en que figuras emblematicas como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Manuel
de Rosas sintetizan proyectos políticos contrapuestos. La escritura del
texto tiene que ver con la necesidad de autoidentificación, en el marco
de la construcción de la moderna cultura nacional. Así, Sarmiento
aparece como “el
eje alrededor del cual gira todo” ya que
su influencia renovadora abarca tanto las letras como la educación, la política,
la investigación científica, permitiendo una explicación
total de nuestra cultura. Amadeo Jacques, el profesor, representa el deseo de
regeneración por la cultura. Nicolas Avellaneda
es el defensor de la unidad nacional y la democracia frente a los resabios
aldeanos. Lucio V. Mansilla es elintelectual erudito y lector formidable
no exento de anfibologías; su Excursión a los indios ranqueles es
considerada por Ponce, junto a La cautiva de Echeverría y El Facundo de Sarmiento,
las mas sobre salientes y mejor documentadas descripciones de la
naturaleza y la vida del hombre en el desierto. Eduardo Wilde, educado en las
ciencias naturales, expresa una visión de la naturaleza humana despojada
de dogmatismos, al tiempo que defiende la escuela laica y el matrimonio civil.
Lucio V. López, liberal sincero, describe en La
gran aldea la transformación del viejo Buenos Aires en capital
orgullosa e inquieta. Miguel Cané, antirromantico por naturaleza
y por educación, representa la nueva generación de intelectuales
en los que predomina la naturalidad y la proporción. Como
el mismo Ponce lo señala, a través de sus obras y sus acciones, este conjunto de intelectuales impulsó un estilo de
modernización cuya vigencia fue predominante desde las últimas
décadas del siglo XIX hasta el primer
tercio del
siglo XX. En efecto, dicho modelo modernizador se implantó en
países como la Argentina, donde la economía fue organizada por un
sector social dinamico que tuvo éxito en su capacidad de dar respuestas
a la demanda de productos primarios en el mercado mundial, y encaró al
mismo tiempo la construcción del Estado nacional sobre bases liberales,
tanto en la dimensión material como simbólica. Dicho
proceso estuvo marcado por contradicciones sociales y luchas
ideológicas.
Por otra parte, la búsqueda de autoidentificación rebasa
elambito de lo personal y es presentada como una
indagación generacional de las propias posibilidades históricas.
Dice Ponce:
“Cada generación que entra en la vida renueva
sus ideales, impone un ritmo distinto, anuncia la posibilidad de algo mejor.
La rebeldía es por eso el mas urgente de sus deberes, y todas las
ambiciones noveles comienzan por decapitar la historia. Es la
edad de las negativas rotundas y de las irreverencias despiadadas. Se
vive en la tensión permanente del futuro, y nadie tiene tiempo
de volver los ojos al pasado. Muchas veces se comprueba, sin embargo, que
algunas de las inquietudes del
momento vienen resonando en grandes figuras que se fueron y se descubre entonces
no sin cierta sorpresa, que admirar es también una manera de
reconocerse” (Ponce, [1927] 1974, I: 219) [4
¿Cual es la justificación para la elección de los
personajes a través de los cuales se produce el reconocimiento ¿por qué la recuperación de estos
personajes es una manera de experimentar la inquietud del presente y la tensión hacia el
futuro? Puede intentarse alguna respuesta si se tiene en
cuenta el contexto de producción de esta obra de Ponce publicada en 1927.
Cabe recordar que para esa fecha el proyecto de la Generación del Ochenta ya había mostrado síntomas de
severo quebranto. La inserción de la Argentina
y de otras naciones latinoamericanas en los mercados mundiales, a fines del
siglo XIX, se había producido en el marco de un sistema capitalista en
expansión; de modo que la relación entre las economías
periféricas y lade los países industrializados se
caracterizó por ser cada vez mas asimétrica, hecho que
limitaba fuertemente sus posibilidades futuras. Después de la Primera
Guerra Mundial, las industrias surgidas de la segunda revolución
industrial experimentaron un importante incremento, sobre todo en los Estados
Unidos, al mismo tiempo que nuevas técnicas empresariales
(concentraciones, holdings) y de producción (taylorismo, fordismo)
favorecían el proceso de expansión. La irrupción de
capitales norteamericanos en la Argentina
se produce en la segunda mitad de la década del veinte. En el
orden interno, con la vigencia de la ley electoral de 1912 se integró a
la participación política una masa de población hasta
entonces excluida. Un fenómeno que
acentuó la participación de las capas medias fue la Reforma
Universitaria iniciada en Córdoba en 1918, que contribuyó a
eliminar los criterios elitistas y anacrónicos de los claustros
universitarios. Como consecuencia de las transformaciones económicas, se produjo
una intensa movilidad social que acarreó una modificación de la
estructura social. Adquirieron significación
los sectores medios, los estratos de asalariados urbanos dependientes, el sector
ligado al comercio y la industria, aumentando el número de los obreros
urbanos. A los conflictos políticos antioligarquicos, se
sumó la conflictividad social, impulsada por el movimiento obrero, a
través de las organizaciones sindicales y las sociedades de resistencia
(Rapoport, 2003: 136 y ss.).
Por otro lado, como
corolario de lacreciente conflictividad social tuvo lugar el surgimiento de
grupos nacionalistas. La elite liberal conservadora percibió como una amenaza los resultados del sufragio libre establecido
por la ley Saenz Peña. Ello abonó el terreno para el
surgimiento de un pensamiento reaccionario, que
incorporó elementos elitistas, prejuicios racistas y reservas sobre el
ejercicio de la democracia. En 1919 se fundó la Liga
Patriótica Argentina
que propiciaba sentimientos xenófobos, antiobreros, anticomunistas y
especialmente antijudíos. Durante la década del veinte se multiplicó
la actividad destinada a configurar el ideario del nacionalismo reaccionario. A
través de periódicos como La Fronda y La Nueva
República se difundieron convicciones antiliberales y corporativistas.
Leopoldo Lugones fundamentó el nacionalismo militarista y anunció
en 1924 “la hora de la espada” que jugó un rol significativo
en la preparación del clima revolucionario de 1930. Entre los
ideólogos del nacionalismo predominaban los modelos europeos
–Maurras, Mussolini– y la cosmovisión basada en el
tradicionalismo católico que reivindicaban el orden feudal colonial y
encontraban en el régimen de Juan Manuel de Rosas un modelo
histórico que debía ser restaurado por su política
exterior altiva y su política interior fuertemente impregnada por las
tradiciones hispano-coloniales. (Rapoport, 2003: 220-221). Frente a esta
orientación de pensamiento que ganaba adeptos entre los sectores
dirigentes del país, Ponce reivindica el ideario liberal:
civilización, cosmopolitismo,progreso, y encuentra en la figura de
Sarmiento un ejemplo proseguido en la obra cultural y política de los
mas jóvenes (N. Avellaneda, L.V. Mansilla, E. Wilde, L. V.
López, M. Cané).
Dado que Ponce considera que la influencia de
Sarmiento era dominante en las letras tanto como en la política, la educación
y el desarrollo de la ciencia y la técnica, lo toma como
eje en torno del
cual hace girar “la explicación total de la cultura entre
nosotros” (Ponce, [1927] 1974, I: 215). La exaltación de la figura
de Sarmiento llega al punto de producir una superposición o
identificación entre las categorías de analisis utilizadas
por Ponce y la
estructura categorial con que Sarmiento describe su propia realidad e impulsa
el proyecto de civilización. En efecto, Ponce asiente y reproduce el
esquema interpretativo de Sarmiento que, en términos de la
contradicción barbariecivilización, polariza entre la descripción
de lo que es y la proyección de lo que debe ser, afirmando la necesidad
de una emancipación mental.
“La Revolución había planteado el problema con claridad
inequívoca: el mal estaba en nosotros, en la sociedad envejecida, en las
costumbres de la Colonia () esos habitos habían arraigado de
tal modo en la mentalidad de la época, que treinta años
después de la Revolución, la Tiranía seguía siendo
el feudalismo y la colonia. () no se habían extinguido las dianas de Caseros,
cuando Sarmiento afirmaba que a los ejércitos iba a suceder la escuela;
a la represión, el desarrollo. () Las ideas no eran
para élrepresentaciones palidas desvinculadas de la vida ()
“Son ideas –había dicho– todas las que regeneran o
pierden a los pueblos”. La falta de ideas es la barbarie
pura” (Ponce, [1927] 1974, I: 217-218).
Sarmiento es para Ponce el intelectual que ha realizado sobre sí mismo
el trabajo de trasmutar la barbarie en civilización, tal como surge de
la descripción de los años de infancia y juventud del sanjuanino
en su obra Sarmiento constructor de la nueva Argentina (Ponce, [1932] 1974, I:
337-435). Mas esa experiencia subjetiva se traduce en
la formulación de las categorías que estructuran su
percepción del
presente y su proyección de futuro, la dicotomía
“barbarie-civilización”.
El sistema de opuestos con los que abona Ponce su propia argumentación
agrupa por el lado de la barbarie a “la sociedad envejecida”,
“el feudalismo”, “la colonia monarquica y
teológica”, “la política menuda”, “la
semicultura literaria” y “el viejo humanismo complaciente”
(mas preocupado por la forma del estilo que por el alcance de los
conceptos); mientras que por el lado de la civilización afirma “el
trabajo que emancipa”, “la ciencia que destruye temores”, “la
cultura nueva”, “la renovación de la enseñanza y la
escuela laica”.
Un esquema semejante encontramos a propósito de
cada uno de los personajes cuyas biografías son narradas por Ponce. A su
turno, destaca con signo positivo en unos casos la inquietud renovadora, en
otros el deseo de desarrollar el conocimiento científico, o bien la
búsqueda de la verdad sin credos, o bien la practica de
lafilosofía como
especulación desinteresada. La dicotomía categorial sarmientina
es resemantizada en términos de “coloniademocracia”, siendo
la primera sinónimo de esclavitud, prejuicios, tiranía, imperio
de la fuerza y autoritarismo, sostenido mediante la apelación a
metodologías de sugestión para el convencimiento de la multitud;
mientras que la segunda se caracteriza por el ejercicio libre de la
ciudadanía, la educación, la apelación al juicio razonable
para integrarse constructivamente a una sociedad civil organizada bajo el
imperio de la ley, en una nación constituida.
En síntesis, Ponce presenta una imagen de la Argentina que, como
resultado de los afanes de la generación romantica, primero, y
del accionar de los hombres del Ochenta, después, impulsó un
proyecto de modernización basado en un ideario liberal que
promovía la libertad de comercio, de culto y de pensamiento, la
educación popular, obligatoria y laica, el desarrollo del conocimiento
científico y la aspiración a una cultura cosmopolita. Sus
interpretaciones totalizantes colocan a Sarmiento como la figura
catalizadora. Es el intelectual que construye las categorías con que se
analiza la realidad (barbarie) y se diseña el programa de
transformación (civilización); pero, ademas, es el hombre
de acción que llegado al poder pone en practica el programa de
modernización (Ponce, [1932] 1974, I: 337 - 435).
Cabría preguntar: ¿cual es el propósito de Ponce al ofrecer su
versión de la vida de Sarmiento? En notas publicadas en El Hogar y Mundo
Argentino entre 1928y 1932, Ponce comenta otras biografías de Sarmiento,
entre ellas las escritas por José Ingenieros, en un capítulo de
su Sociología, Leopoldo Lugones a través de su Historia de
Sarmiento, Ricardo Rojas en el discurso preliminar a la Bibliografía y
Carlos Octavio Bunge en su Sarmiento. De este
último trabajo dice Ponce que “es la mas exacta
visión histórica y crítica de la personalidad total del grande hombre”
(El Hogar, 17 de febrero de 1928, en: Ponce, 1974, IV: 387). Con motivo de la
reedición del libro de Lugones, comenta: “Lo mejor y lo peor de
Lugones de han reunido allí para hacer la obra un libro
único”, sin dejar de señalar que el libro había sido
escrito en momentos en que el autor adhería a la ideología
liberal que mas tarde abandonó, convirtiéndose en desertor
de sí mismo (Mundo Argentino, 24 de febrero de 1932, en: Ponce, 1974, N:
392). Ahora bien, a través de estas biografías se pone de
manifiesto que la figura de Sarmiento, como símbolo de la
nacionalidad, es apropiada con diferente signo por los grupos en pugna. En
medio de las tensiones que precedieron al motín militar del 6 de
setiembre de 1930, se producen por parte de “flamantes revistas
apostólicas” agravios a la figura de Sarmiento, que ponen en jaque
el principio liberal del pensamiento desplegandose libremente frente a
los dogmatismos de todo tipo, y preanuncian las formas de persecución
que se implementarían con posterioridad. Tal vez éste es el
episodio que permite explicar los motivos de Ponce
para ofrecer una nueva versión de la vida deSarmiento, en tono
fuertemente laudatorio y enfatizando su labor como “constructor de la nueva Argentina”.
Dice Ponce:
“Algunos agravios recientes a la figura de sarmiento, venidos del campo
de la derecha conservadora y católica, nos llevan a reconocer una vez
mas cómo la historia es un proceso viviente y cómo las
fuerzas inconciliables que se disputaron en otro tiempo el predominio de la
escena continúan luchando bajo nuestros ojos cualesquiera que sean las
diferencias en los actores y en el público. Hay hombres predestinados a
encarnar los ideales de una época con tan poderosa energía que
aun después de muchos años de morir continúan sonando
ruidos de armas sobre sus tumbas de guerreros. Por la batalladora vehemencia de
su vida de apóstol, Sarmiento sigue entremezclado todavía a las
preocupaciones mas modernas de nuestra cultura, y de él puede
decirse lo que Sainte-Beuve dijo de Voltaire: cuando se lo elogie es porque la
república vive grandes días, cuando se lo denigre es porque la
república esta a punto de morir.” (El
Hogar, 4 de enero de 1929, en: Ponce, 1974, N: 387-388).
Frente a esa tensión, Ponce toma partido
con su biografía de Sarmiento, donde prevalece la idea del intelectual como “constructor” de sí
mismo y de la nación. El texto responde a cabalidad a la
pretensión de las biografías moralizantes que buscan marcar una
dirección en coyunturas históricas críticas en que se pone
en peligro no ya un modo de racionalidad, sino la
misma posibilidad del
libre ejercicio de la razón. En este sentido
cabeafirmar que la representación de Sarmiento producida por Ponce revela un modelo de intelectual capaz de conjugar
dos principios en apariencia contradictorios, los de autonomía
(entendido como
independencia de pensamiento, trabajo sobre sí mismo,
autoafirmación) y compromiso (asimilado a la idea de construcción
de la nación).
De manera semejante, en la biografía de José Ingenieros podemos
leer parrafos como los siguientes
“Bajo la influencia vigorosa de Darío, la literatura dejó
de ser, como lo fuera hasta entonces, un
pasatiempo o una coquetería, para convertirse en una verdadera
disciplina que exigía, como
virtud primera, la voluntad laboriosa”. (Ponce, [1926] 1974, I: 142)
“ había en todos la misma esperanza en
la lucha y el mismo regocijo en el esfuerzo”. (Ponce [1926] 1974: 143
“La dignidad estoica aparece entonces en la cima de las virtudes humanas
y para llegar hasta ella fuerza es emprender la conquista de la personalidad
interior, por el trabajo y por el estudio, fuentes de libertad y de
optimismo”. (Ponce [1926] 1974: 171)
“Por la severa belleza de su vida, por la ejemplar
rectitud de su conducta, por el amor entusiasmado hacia la verdad y por la
valentía indomable con que la sirviera, Ingenieros es, desde ya, una de
las «fuerzas morales» de nuestro pueblo”. (Ponce [1926] 1974: 208).
A través de estos fragmentos se dibuja la imagen del intelectual que,
inmerso en las contradicciones de su propia época, es capaz de conjugar
disciplina, laboriosidad, esfuerzo en la conquista de su propia
personalidadinterior, a través del amor y la valentía en la tarea
deservir a la verdad. En efecto, el quehacer de la inteligencia no es para Ponce la “búsqueda” de la verdad, como
si ella estuviera ya determinada pero oculta, de modo que bastaría con
descubrirla para dar por cumplida la tarea y colmadas las expectativas. Se
trata, antes bien, de ese trabajo cotidiano y siempre
renovado de problematizar lo dado, lo sabido, lo aceptado como forma de poder, lo tenido por verdadero.
Trabajo del pensamiento al cuidado amoroso de la verdad, que conmueve
–transgede– las propias seguridades y es, por ello, conquista de
sí, al mismo tiempo que compromiso con los demas.
En “Los deberes de la inteligencia” [5
Ponce hace explícito su concepto de lo que es/debe ser un intelectual. Reflexiona sobre la tensión entre autonomía y
compromiso. Sostiene que el intelectual tiene deberes para consigo mismo
y para con los demas. Sitúa en el Renacimiento el momento en que
la inteligencia rompe con la tutela del dogma y comienza a dar sus
primeros pasos autónomos. Pero lamenta que aún
hoy existan ligaduras de servidumbre, sutiles pero eficaces. El drama del
investigador es que la inteligencia resulta siempre un arma de dos filos, pues
aun cuando se acerca sinceramente a la verdad, se recela de las consecuencias
sociales de su pensamiento. Afirma que
“Mientras el intelectual aguarde una dadiva, aspire a un favor,
cuide una prebenda, seguira revelando todavía en la marcha
insegura y en la voz cortesana el rastro profundo de la
antiguahumillación”. De ahí su primer deber: “la
inteligencia no podra alcanzar la posesión completa sino
después de haber conseguido su absoluta
autonomía. La obediencia del
hombre a sí mismo (…) exige a su vez la única virtud que
puede darle vida: el culto a la dignidad personal como norma directriz de la conducta”
(Ponce, [1933] 1974, III: 169).
Por otra parte, dado que el hombre es a la vez un ser de razón y
voluntad, de pensamiento y acción, posee la capacidad de inclinarse,
desde la cumbre de la racionalidad con que fundamenta la teoría
mas compleja, sobre el teatro de la vida, compartir sus inquietudes y
sus dolores, y desplegar su conocimiento y su ciencia en la tarea de apaciguar
la existencia. Pero cuando la sociedad comienza a valorar el rendimiento
practico de la inteligencia, le crea bibliotecas, le instala
laboratorios, le regala premios… y al mismo tiempo se apresura a no
dejarla salir de “sus dominios”, a fin de evitar que el examen
llegue a poner bajo la lupa los propios principios del orden social. Así
nació el sofisma del
intelectual como
ser aislado y sin partido, extraño por completo a las luchas de la
política, tolerante e imparcial. Frente a esto, Ponce
sostiene
“El que siente las propias ideas como
siente latir la sangre en las arterias tiene de antemano dictada su actitud
frente a los hombres (…) Ante la terrible realidad social
¿Quién tendría el valor de declararse indiferente?”
(Ponce [1933] 1974, III: 171 - 172)
Tal es, precisamente, el deber de la inteligencia para con los demas: el
compromiso, que hacedel intelectual un lector de los
signos de desarmonía, un consejero, inspirador y guía de la
transformación social. Sin disimular su entusiasmo por el significado de
la Revolución Rusa, dice
“En las confusas manifestaciones del
vivir contemporaneo asoma ya un alma
nueva. Elevarla a plena luz, traducirla en doctrina,
encenderla en ideales, esa es la obra de la inteligencia: bajo su aliento lo
que no era hasta entonces sino sorda rebeldía asciende ahora a
Revolución. (…) ayer la Enciclopedia y el
Contrato Social; hoy el caudal de las ciencias y el pensamiento de Marx”
(Ponce [1933] 1974, III: 173 - 174).
Ponce dibuja una línea del
progreso histórico que va de la Revolución Francesa a la
Revolución Rusa, como si la historia, con
sus pliegues y contradicciones, estuviera impulsada por fuerzas que exceden las
posibilidades humanas hacia estadios superadores del presente. Sin embargo tal
apreciación es paradójica, pues al mismo tiempo afirma que el
hombre, no sólo es intérprete, sino creador y constructor de la
historia: “Aunque la historia se va haciendo en la conciencia de los
hombres, obedecemos en el fondo a corrientes
poderosas que nos mueven” (Ponce [1933] 1974, III: 174). Por un lado el torrente
de la historia, por otro la conciencia subjetiva, capaz de tomar distancia y
emerger. En medio del
drama, la inteligencia librando su batalla por la autonomía: “Hay
una guerra de todos los días, de todas las horas”. (Ponce [1933] 1974, III: 176). Se trata, no obstante, de una
autonomía que no es sinónimo de aislamientoo indiferencia, sino
condición de posibilidad del compromiso con los hombres
concretos, búsqueda de una sabiduría practica que permita
aliviar los sufrimientos y corregir las injusticias. Trabajo del pensamiento
que pone en juego no sólo conocimientos, sino también
valoraciones, y que es experimentada como una transformación interior
liberadora de antiguas servidumbres
“Por la meditación y por el estudio podéis incorporar a
vuestra personalidad la preocupación social que la anime y que la
oriente … capaz de sufrir y comprender la compleja diversidad del
mundo” (Ponce [1933] 1974, III: 175).
En “sus dominios”, la inteligencia desgarrada libra su batalla de cada
día y busca superar constructivamente la tensión entre
autonomía y compromiso, sabiendo que la verdad es una sombra escurridiza
que nunca podra poseer por completo, porque ella
misma se transforma con cada nueva mirada.
Humanismo y educación: el cuidado de la verdad
Humanismo burgués y humanismo proletario. De Erasmo a Romain Roland fue
publicado por primera vez en México en 1938, sus paginas
corresponden al curso dictado por Ponce en el Colegio Libre de Estudios
Superiores en 1935, ante la proximidad del cuarto centenario de la muerte de
Erasmo. Se trata, según declara el autor, de una
reflexión sobre los problemas que planteó el humanismo
burgués y que ha retomado y resuelto el humanismo proletario. La
figura de Erasmo sintetiza los rasgos del
humanista del Renacimiento, que estan a la base del humanismo burgués. Ellos son el
culto a los libros, elodio a la guerra como el peor de los crímenes, una
forma satírica de referirse a la Iglesia, la defensa del ideal de
fraternización de los grandes espíritus. En él se
establece un contraste entre el humanismo
burgués de ayer y la las posiciones adoptadas por la burguesía en
el siglo XX. Ésta marcha del brazo de la Iglesia y busca en
la guerra la solución a una crisis sin remedio. En sus manos
–sostiene Ponce–
el humanismo esta en trance de morir. Sólo el proletariado, capaz
de echar por tierra la explotación burguesa, podría construir
“sobre la base de una nueva economía, las premisas necesarias que
asegurasen a las grandes masas el acceso a una vida embellecida por la dignidad
y la cultura” (Ponce, [1938] 1974, III: 456).
Nuestro autor realiza un lúcido analisis
del significado del humanismo, poniendo de manifiesto las
condiciones sociales en que se produce ese movimiento filosófico. En este sentido su texto podría ser leído como un intento de caracterización de la
función social del
intelectual humanista. Dice Ponce
“El interés por lo inmediato y terrenal ha substituido a la fe en
la inmortalidad del
individuo, y el consuelo de un Paraíso para después de la muerte
empalidece frente a la confianza en el progreso indefinido y en el concepto
humano de la gloria. () Y si Colón y Copérnico avanzan como
dos gigantes en el umbral de la “época de los
descubrimientos”, otro descendiente de tejedores, Jacobo Fugger, va a
demostrar lo que vale en manos de la burguesía ese torrente de oro que
Colón ha volcado en Europa”(Ponce [1938] 1974, III: 460).
“Racionalistas en su concepción del mundo, indiferentes frente a las diversas
religiones, pacifistas porque así lo exigía el interés de
sus caravanas y de sus navíos, los banqueros del siglo XV y XVI crearon la
atmósfera en que el humanismo nació y lo apoyaron después
con sus fortunas y sus honores. Porque, subrayémoslo una vez mas:
sobre el plano de la
cultura, el humanismo fue una derrota del
feudalismo católico frente a la burguesía comerciante. Entre los mercaderes nació el culto a la Antigüedad, y
ellos, los mercaderes, fueron quiénes lo impusieron a los prelados y los
príncipes” (Ponce [1938] 1974, III: 463).
En pocas palabras, el humanismo como trabajo del pensamiento, es decir, como
actividad propia de los intelectuales, es considerado por Ponce como una forma
de racionalidad que acompaña y justifica el despliegue de la
burguesía en su etapa de emergencia histórica y, en este sentido,
contribuye a la derrota del feudalismo. Sin embargo, su influencia social tiene
un límite, no puede avanzar mas
alla de lo que la burguesía puede permitir. En
efecto, para crecer la burguesía necesita ejércitos de obreros
libres dispuestos a vender su fuerza de trabajo y convertirse en trabajadores
asalariados. Los humanistas, en cuanto
ideólogos de la burguesía y “pedagogos de los hijos de
banqueros”, no sólo no se interesan por los trabajadores, sino que
“aconsejan para el pueblo la enseñanza de las
supersticiones”, contribuyendo a mantener su ignorancia y prolongar su
mansedumbre. “Cuando ala cultura se la disfruta como a un privilegio –concluye Ponce–,
la cultura envilece tanto como
el oro” (Ponce [1938] 1974, III: 487). Así, el humanismo, que
en un principio fue instrumento de lucha contra los privilegios del orden
feudal y de la Iglesia, se convirtió en un instrumento para estabilizar
los privilegios de la burguesía
“ y por eso (porque enseñó como nadie a desinteresarse
de la acción y a aceptar el orden constituido) el humanismo,
transformado en ‘humanidades’ pasó a ser desde entonces
hasta hoy, el ideal educativo de las clases gobernantes” (Ponce [1938]
1974, III: 493).
Pero, la experiencia histórica vivida en su inmediatez, la Guerra y la
Revolución, conmueve profundamente al intelectual comprometido
auténticamente en el cuidado de la verdad y, como en la caso de Romain
Rolland, le llevan a reconocer la suma enorme de errores, prejuicio y mentiras
acumuladas por la educación, y la necesidad de ponerse a la
búsqueda de “ideas vivientes”, que se encuentran “bajo
la corteza de ese mundo nuevo, cuyo aspecto rugoso no nos inspiraba
confianza” (Ponce [1938] 1974, III: 501).
Recordemos que el intelectual “esta en sus dominios”, no
cuando se aísla del acontecer mundano para
meditar, sino cuando sirve a la verdad con criterio propio a fin de comprender
e intervenir en la transformación de lo dado. En esta línea de
argumentación, la reivindicación del sentido histórico de la
Revolución Rusa no implica traicionar el sentido auténtico del trabajo del
pensamiento como
cuidado de la verdad. Antesbien, surge de ese
“braceo hercúleo” que implica luchar contra
obstaculos internos (temores, comodidades) y externos (ideologías
dominantes, regímenes autoritarios). Lo contrario sería someter a
servidumbre a la inteligencia como sucede en las dictaduras. A
propósito de un hecho sucedido en Milan, el 30 de marzo de 1926,
Ponce escribe un apunte breve sobre “Mussolini y la servidumbre de la
inteligencia”, en el que define:
“Mas que por el abuso o la arbitrariedad, las dictaduras son
funestas por la manera como envilecen a los pueblos ()
Hay algo mucho mas grave que la humillación de los inferiores: la
servidumbre de la inteligencia ()
En el ambiente innoble de las dictaduras, toda palabra de rebeldía
adquiere así un significado profundo. Y cuando alguien alza la voz para
decir la verdad con masculino entusiasmo, hay una sensación de alivio en
el corazón de todos los hombres libres”. (Ponce,
1974, VI: 534-535).
Como
quedó señalado, Ponce
apela reiteradamente a la idea de construcción. Ella esta presente en textos referidos a Sarmiento, incluso
en el título de uno de ellos, Sarmiento constructor de la nueva Argentina.
En él, el concepto de construcción funciona como
articulación entre momentos históricos diferentes. Alude por una
parte al fin de una época –la colonia– y enfatiza, por otra
parte, el comienzo de una nueva etapa –la república–, que se
anuncia como posible en la voluntad transformadora de los sujetos,
representados por Sarmiento. Es decir que el proceso constructivo muestra dos caras: por unlado, se critican los elementos del pasado que
obstaculizan la tarea de levantar un nuevo edificio; por otro lado, se
señalan los factores que contribuyen a la edificación. Es un trabajo del
pensamiento, en cuanto es a la vez crítica y proyección
utópica, que se plasma en hechos concretos cuando
Sarmiento actúa desde un lugar de poder. De la misma manera, en
Humanismo burgués y humanismo proletario se aplica la idea de
construcción a las transformaciones en la técnica, la industria,
la cultura y a la misma vida de los hombres, que –según
Ponce– han dejado de ser esclavos para transformarse en dueños
completos de sus propias fuerzas y factores conscientes de la evolución.
También en este caso hay un pasado
caracterizado por el modo capitalista de producción que debe ser
removido para dar paso a la nueva sociedad. “Al socializar () los
instrumentos de producción () el proletariado por vez primera en el
mundo comienza a trazar la historia del hombre con plena conciencia de
lo que quiere y lo que hace y por vez primera, también, adquieren
validez universal los grandes valores que hasta entonces sólo
enmascaraban los intereses de las clases dominantes” (Ponce, 1974, VI:
549). El proletariado es, por tanto, el sujeto social que
abre el camino al “humanismo pleno”. Es una manera diferente
de llevar adelante el trabajo del pensamiento, no exenta de
riesgos.
Hemos sugerido que los escritos de Ponce a los que nos venimos refiriendo
pueden ser leídos como
un intento de caracterizar la función social del
intelectual.En efecto, es posible señalar ciertas afinidades entre las
elaboraciones de Ponce y Gramsci acerca del
asunto. En primer lugar, es dable advertir la semejanza en cuanto al criterio
metodológico subyacente a las elaboraciones de ambos autores, el cual
consiste en buscar lo propio de la actividad intelectual en el conjunto de
relaciones sociales en que esta inserta antes que en el contenido de la
propia actividad. Así es posible diferenciar, por una parte, a los
intelectuales tradicionales, que a partir de una interpretación
inadecuada de la autonomía, monopolizan la superestructura considerando
que sus productos son independientes respecto del modo de producción dominante;
por otra parte, estan aquellos intelectuales que acompañan la
emergencia de una clase social, dando consistencia y creando las condiciones
económicas, políticas y sociales de su expansión. Tal es
el caso, para Ponce, de los humanistas del renacimiento, que proveyeron los
fundamentos de una nueva concepción del mundo congruente con el ascenso
histórico de la burguesía, y de los intelectuales
organicos del proletariado, que al modificar el equilibrio establecido
entre la actividad física y la teórica generan lo que Ponce llama
“el verdadero humanismo”, el humanismo proletario.
Asimismo, es posible mencionar algunos aspectos en que los
planteos de Gramsci y Ponce se separan parcial o totalmente. Gramsci
acentúa el examen de las relaciones recíprocas entre estructura y
superestructura de la sociedad e intenta liberar al marxismo de
impregnacionespositivistas, del determinismo económico
y de la interpretación mecanicista de los acontecimientos sociales.
Ponce, por su parte, incorpora la metodología de analisis
marxista en una matriz de base científica positivista, de ahí el
riesgo de quedar preso el determinismo económico y el mecanicismo,
incluso en los estudios de la relación entre educación y lucha de
clases (Ponce, [1937] 1974, III).
“los ideales pedagógicos
–dice– no son creaciones artificiales que un pensador descubre en
la soledad y
que trata de imponerlas después por creerlas justas. Formulaciones
necesarias de las clases que luchan, esos ideales no son capaces de transformar
la sociedad sino después que la clase que los inspira ha triunfado y
deshecho a las clases rivales. La clase que domina materialmente es la
que domina también con su moral, su educación y sus ideas.
Ninguna reforma pedagógica fundamental puede imponerse con anterioridad
al triunfo de la clase revolucionaria que la reclama (Ponce [1937] 1974, III:
434).
El eje de la argumentación es la lucha de clases, que tendría,
para Ponce,
atributos universales y estables en el curso de la historia. La escuela fija su
propósito ligado a la estructura económica de la clase social
dominante, sin poder ser otra cosa que el reflejo de los intereses y
aspiraciones de esa clase. En estos puntos la reflexión ponceana difiere
categóricamente de la gramsciana que, al privilegiar una perspectiva
política, tanto en la caracterización de la función del
intelectual como en la consideración de laeducación, evita el
determinismo economicista y el inmediatismo.
Oscar Teran refiriéndose a los escritos ponceanos de la
última etapa, espacialmente aEducación y lucha de clases,
sostiene que se asiste en ellos “a una adhesión al marxismo que no
conlleva el replanteamiento del problema nacional, y que persiste en desplazar
hacia la penumbra el relevamiento de aquellas zonas nacionales que desde otras
perspectivas la intelectualidad argentina comenzaba a reconocer”
(Teran, 1986: 155). En efecto, se puede considerar como un aporte positivo la introducción
de la metodología marxista para el analisis de la
educación y de la función del
intelectual a través de la historia. Ello permite
introducir una perspectiva de analisis diferente en la
consideración de estos temas. Así, el discurso ponceano se
presenta como una alternativa en el universo discursivo de los años
treinta, frente a las reivindicaciones de la jerarquía, el orden y la
disciplina promovidas por un Ricardo Rojas o un Manuel Galvez, a la
arenga militarista de Lugones y al apoyo de la Iglesia Católica al
gobierno conservador de la época. Sin embargo, el analisis no es
lo suficientmente diferenciado como
para lograr una apreciación de la especificidad de las condiciones
contextuales del capitalismo en América
Latina, y especialmente en Argentina.
Cabe preguntar, si la función social del intelectual se agota en este
acompañar a la clase social en ascenso como expresión de su
“conciencia”, o si el trabajo del pensamiento, la
“problematización”, no excede esa actividadde la conciencia.
Recordemos con Bourdieu que el mundo económico produce efectos de
reconocimiento que sostienen la adhesión al orden establecido y que la acción
del
conocimiento permite fisurar esa doxa originaria. Dicha acción es ya un hecho político que abre la posibilidad de explorar
otras alternativas. Lo propio del
intelectual es, pues, llevar adelante ese arduo trabajo de
problematización, del que habla
Foucault, acerca de aquello que se constituye como objeto de conocimiento. Trabajo que
consiste en interrogar una y otra vez lo que aparece como evidente y
sacudir los habitos de las clasificaciones admitidas, perseverando en el
cuidado de la verdad.
Esa tensión entre polos aparentemente excluyentes
–conservación o transformación, restauración o
exploración de nuevas posibilidades, conquista de sí mismo o
compromiso social– queda transparentada en los analisis ponceanos
sobre las figuras de nuestro pasado, sobre la función del intelectual
humanista y sobre la educación. A través de sus textos se
recuperan unas categorías –barbarie-civilización– y
se proponen otras –autonomía-compromiso –, a través
de las cuales se interpreta la realidad y la función de la inteligencia.
Si bien sus analisis se recortan –digamoslo– sobre el
trasfondo de una concepción de la historia como progreso
lineal. Tal concepción, sin embargo, forma parte del entramado de tensiones epocales en que se
inscribe la reflexión de Aníbal Ponce, reflexión que no flaqueó
en el trabajo de servir a la verdad.