Prólogo
El mas brillante orador de la España del siglo XIX
Agustín Sanchez Andrés
Político, periodista y literato, Emilio Castelar (1832-1899)
destacó sobre todo como orador parlamentario, llegando a ser uno de los
mas notables exponentes del discurso político decimonónico
español y, como tal, uno de los prohombres españoles que en su
época tuvieron una mayor proyección dentro y fuera de nuestras
fronteras.
Su pensamiento reproduce la evolución de un importante sector del liberalismo
español durante el siglo XIX. Como en el
caso de todos aquellos que protagonizaron la coyuntura reformista del sexenio revolucionario, la formación
política de Castelar estuvo marcada por la lucha de progresistas y
demócratas para eliminar lastrabas que impedían el correcto
funcionamiento del
sistema parlamentario durante el reinado de Isabel II. La revolución de
septiembre de 1868 supuso la llegada al poder de los sectores mas
avanzados del
liberalismo español y permitió implementa runa serie de medidas
dirigidas a democratizar la sociedad española en su conjunto. La resistencia opuesta por
los grupos mas reaccionarios, la crisis institucional vivida por el
país en algunos momentos y el temor de la burguesía liberal a una
revolución social frustraron este proceso y produjeron un desplazamiento
de la sociedad hacia posiciones mas conservadoras, reflejado en el
régimen de la Restauración. La mayoría de los antiguos
revolucionarios septembristas acabaron por adaptarse a la nuevasituación
y lograron consensuar un cierto grado de democratización del sistema político español con aquellos
grupos interesados en el mantenimiento del
statu quo.
La evolución política e ideológica de Castelar
respondió a la trayectoria de este sector del liberalismo español. Su
iniciación en el mundo de la política tuvo lugar a través
de la prensa demócrata. La intensa actividad política desplegada
por Castelar durante las décadas centrales del
siglo XIX convirtió a este gaditano en un activo propagandista del republicanismo y en uno de los críticos
mas mordaces del
régimen de Isabel II. Su firme convicción en relación con
la incompatibilidad esencial entre los conceptos de monarquía y
democracia le llevó a romper con la monarquía liberal. Esta
posición le impulsaría a promover la creación de un frente
revolucionario con el progresismo y a participar en el movimiento
revolucionario de junio de 1866, tras cuyo fracaso tuvo que exiliarse en
Francia. El triunfo de la revolución (La Gloriosa) permitió a
Castelar retornar a España y propició su entrada en el mundo de
la política activa.
Fue en aquella etapa cuando Castelar se consolidó como uno de los
mas brillantes oradores de la historia del parlamentarismo decimonónico
español, utilizando la tribuna parlamentaría para denunciar la
incapacidad de los sucesivos gobiernos revolucionarios para llevar a cabo las
reformas democratizadoras que habían constituido la bandera de la
revolución de septiembre. Sus discursos políticos,adornados con
una deslumbrante retórica y plagados de figuras y citas
históricas, alcanzaron gran notoriedad dentro y fuera de nuestro
país e hicieron de Castelar uno de los políticos españoles
mas conocidos de su tiempo en Europa, Iberoamérica e, incluso, en
los Estados Unidos. Su éxito como orador
parlamentario descansaba en su extraordinario dominio de los dos aspectos
basicos del
discurso político decimonónico: la dignidad de la actitud
oratoria y la oportunidad de los recursos retóricos empleados, pese a un
uso excesivo de la repetición y la antítesis. La
utilización de un estilo ampuloso pero facilmente comprensible, merced a la continua
utilización de esquematizaciones simplificadoras y analogías
históricas, permitió a Castelar conseguir un gran efecto sobre la
audiencia. El nivel alcanzado por su retórica parlamentaria con motivo
de la defensa de la forma republicana de gobierno, la abolición de la
esclavitud, la libertad religiosa y la separación entre Iglesia y Estado
alcanzó notoriedad internacional e hizo que sus discursos fueran
reeditados en varias ocasiones y traducidos a otros idiomas.
En febrero de 1873, la instauración de la Primera República
creó las bases para aplicar el programa modernizador propugnado por el
republicanismo. Sin embargo, la incapacidad de los republicanos para evitar la
creciente desintegración del poder
central del Estado provocó el desplazamiento de Castelar hacia
posiciones mas conservadoras, como puso
de manifiesto su breveactuación como
presidente de la República entre septiembre de 1873 y enero de 1874. Su
elección como presidente supuso el último intento de los sectores
conservadores y centristas del republicanismo para restablecer el orden
público y poner fin a la triple insurrección cantonal, carlista y
cubana, cuya continuidad amenazaba la propia supervivencia de la
República.
El tribuno republicano se reveló entonces como
un gobernante enérgico, que promovió una política
represiva dirigida al restablecimiento del
orden, como
paso previo y necesario para la aplicación de un proyecto
político de signo reformista. Ello le privó del respaldo de la mayoría de las
Cortes, donde federalistas y centristas presentaron una moción de
censura contra el Gobierno. La elocuencia del orador, que trató de
justificar la política seguida por su gabinete en un magnifico discurso
sobre las causas de la quiebra de la República, no pudo impedir su
destitución el 2 de enero de 1874.
La caída de Castelar arrastró a la Primera República. La
derrota de los sectores mas conservadores del
republicanismo y la perspectiva de una nueva administración federalista
desencadenaron ese mismo día un golpe de Estado dirigido por el
gobernador militar de Madrid,
Manuel Pavía. La disolución de las Cortes dejó un
vacío de poder que los golpistas trataron de llenar ofreciendo a
Castelar un poder dictatorial que el tribuno republicano rechazó
desdeñosamente. Consecuente con sus planteamientos políticos,
Castelar se negó a recurriramedios ¡legítimos para
mantenerse en el poder y publicó un manifiesto donde denunciaba el golpe
de Estado que había puesto fin a la legalidad republicana. Tras un breve
exilio voluntario, regresó a España para fundar un
periódico, con el significativo título de El Orden, y tratar de
organizar una oposición que pudiera servir de alternativa al gobierno
dictatorial establecido por el general Francisco Serrano y el antiguo
líder constitucionalista Praxedes Mateo Sagasta.
El pronunciamiento militar del general Arsenio
Martínez Campos y la restauración de los Borbones en el trono de
España frustraron el intento de instaurar una república
presidencialista en la persona del
general Serrano y provocaron un nuevo exilio de Cas-telar. El político
regresó pronto. El fracaso de la experiencia republicana de 1873 le
había convencido de que el país no estaba aún preparado
para la democracia. Ello le llevó a aceptar el marco político de
la Restauración. El ex presidente de la República fundó
con este fin el Partido Republicano Posibilista, que intentó convertir
en la alternativa política al conservadurismo canovista para, de esta
manera, poder impulsar desde el poder el proceso de modernización de la
sociedad española.
Único diputado republicano en las primeras Cortes de la
Restauración, sostuvo casi en solitario la oposición
parlamentaria a la reacción restauradora. Su brillante
reivindicación de las libertades conseguidas durante el sexenio
-recortadas ahora por el régimen canovista-incrementó aún
mas su prestigio como orador, si bien el
contenido de sus discursos fue moderandose progresivamente a raíz
de la propia evolución ideológica del parlamentario. La fragmentación del republicanismo y la creación del Partido Liberal Fusionista de Sagasta
frustraron los proyectos políticos de Castelar para volver al poder. Las
dos últimas décadas del siglo
contemplaron su declive político, aunque no el de su prestigio como orador
parlamentario, que no dejó de incrementarse pese a su retirada de la
arena política.
Agustín Sanchez Andrés es doctor en Historia por la
Universidad Complutense de Madrid. Es autor de varios libros sobre la
España del siglo XIX. En la actualidad es profesor-investigador en la
Universidad Michoacana (México)
Biografía
El republicano posibilista
José María Pons Altes
Emilio Castelar nació en Cadiz el año 1832, aún en
la llamada «década ominosa» (1823-1833) en la que Fernando
VII había restablecido el Antiguo Régimen en España. La
instauración de un sistema liberal y parlamentario en el país
implicaría en los siguientes años el estallido de graves
enfrentamientos, tanto contra los elementos absolutistas como
en el seno del
propio liberalismo español. La infancia de Castelar da fe de las
consecuencias de este complejo proceso: de hecho, nació en Cadiz
porque sus padres, de convicciones liberales, habían tenido que huir de Alicante.
Influido por esta vivencia, el compromiso político fundamental de
Castelar sería siempre lademocratización de la política
española. Así, su trayectoria estuvo marcada, a pesar de sus
cambios y contradicciones, por la defensa del sufragio universal masculino y de las
libertades individuales, en particular la libertad religiosa, de reunión
y de expresión.
Su oratoria, muy del
gusto romantico de la época, le reportó los mas
encendidos elogios y Castelar le dedicó siempre un gran interés:
«Amo mucho la democracia, pero no amo menos el arte. Tengo una verdadera
pasión por la oratoria». También destacó en su
faceta de escritor, con libros de viajes y novelas como
Ernesto o Fra Filippo Lippi, a los que hay que añadir su obra como historiador,
estudios jurídicos y artículos políticos y de
crítica artística. Fue catedratico en la Universidad
Central de Madrid y miembro de las Reales Academias de la Lengua, de la
Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
Castelar realizó sus estudios de bachillerato en Alicante,
y a continuación se instaló en Madrid, donde obtuvo las licenciaturas de
Derecho y Filosofía. Siendo todavía estudiante, ganó una
oposición como
profesor de la Escuela Normal de Filosofía.
CONVICCIONES DEMOCRATICAS
Empezó a tener presencia en la vida pública en 1854, año del movimiento insurreccional que acabó
transitoriamente con la hegemonía del
liberalismo conservador del
Partido Moderado. Su primer discurso en el Teatro Real de Madrid a favor de la
democracia cosechó grandes aplausos: frente a un liberalismo que
restringía el derecho al voto a una minoríade varones con
suficiente patrimonio o que tuvieran determinados cargos o estudios, los
demócratas como Castelar insistían
en las ventajas del
sufragio universal masculino. Durante el Bienio Progresista (1854-1856), sus
esperanzas se vieron frustradas y ni tan siquiera consiguió un acta de
diputado. En cambio, aprovechó la existencia de una mayor libertad de
prensa para iniciar su carrera periodística en El Tribuno y La Soberanía
Nacional. Posteriormente pasó al periódico del Partido Demócrata La
Discusión. Su vida académica también se consolidó
en aquella década, y en 1857 obtuvo la catedra de Historia
Filosófica y Crítica de España de la Universidad Central
de Madrid. En adelante, la defensa de la libertad de catedra
sería una constante, lo que le valió mas de un conflicto
pues, tal como
afirmaría posteriormente en el Parlamento, «la libertad es
necesaria, pero es mas necesaria que en ninguna parte en la esfera de la
inteligencia».
En la década de 1860 el partido demócrata fue ampliando sus
apoyos sociales, a pesar de la represión, favorecido por el progresivo
desprestigio del régimen y de la propia reina Isabel II. Castelar,
convertido en uno de los principales líderes demócratas del
país, fundó en 1864 el periódico La Democracia, desde
donde defendió lo que él denominó «fórmula de
progreso»: se trataba de un republicanismo individualista, que priorizaba
la libertad sobre la igualdad, y que le comportó enfrentarse con las
ideas de un Pi y Margall, mas próximo alfederalismo y a las
doctrinas socialistas.
Hacía tiempo que muchos conservadores estaban deseosos de expulsar a
Castelar de la Universidad y éste fue el motivo de una circular
gubernamental de 1864 que amenazaba a los catedraticos que propagaran
doctrinas contrarias a las leyes fundamentales del Estado.
El poder, sin embargo, no pudo coartar la libertad de Castelar, quien en
febrero de 1865 publicó en La Democracia su famoso artículo
«El Rasgo». En este texto criticó la supuesta generosidad de
Isabel II por haber cedido gratuitamente parte de su patrimonio al Estado
consideró que tras este «rasgo» de la monarquía en
realidad se escondía una estrategia que también reportaba dinero
a la reina (el 25 % del importe de las posteriores ventas) y que usurpaba
bienes que en realidad siempre debían haber sido de la nación.
Según Castelar, el proyecto de ley en cuestión era «desde
todos los puntos de vista uno de esos amaños de que el Partido Moderado
se vale para sostenerse en un poder que la voluntad de la nación
rechaza, que la conciencia de la nación maldice». En respuesta, el
Gobierno decidió destituir a Castelar de su catedra, al igual que
a otros profesores universitarios que se habían solidarizado con él
y hasta al mismo rector de la Universidad Central, que se había negado a
aplicar la orden recibida.
Cuando el nuevo rector debía tomar posesión de su cargo, el 10 de
abril de 1865, la protesta de estudiantes madrileños fue reprimida con
gran dureza por la Guardia Civil y elEjército, en unos hechos que
pasaron a ser conocidos como la Noche de San Daniel: según Castelar, el
balance de la jornada fue de 10 muertos y 200 heridos. La crisis acabó
con un cambio de Gobierno y la restitución de su catedra a
Castelar.
Posteriormente colaboró en algunos de los intentos insurreccionales de
demócratas y progresistas en los últimos años del reinado de Isabel II, como
el fracasado del
cuartel de San Gil (junio de 1866) protagonizado por sargentos de
artillería. Entonces Castelar fue condenado a la pena capital, de la que
se libró, al parecer, gracias a la intercesión de la propia
reina. Tuvo que exiliarse a Francia, aunque desde allí consiguió
participaren la revolución de septiembre de 1868 que provocó la
abdicación de Isabel II y, en consecuencia, el regreso de Castelar a
España. Pasó a formar parte de la dirección del Partido Republicano,
junto a Francisco Pi y Margall y Estanislao Figueras.
EL SEXENIO DEMOCRATICO
A partir de 1868, en el debate sobre el tipo de régimen político
que se debía implantar en España, Castelar destacó por su
defensa de la República como mejor sistema posible, propuesta que en
aquel momento fue inviable debido a la oposición del Gobierno
Provisional y por la existencia de una mayoría monarquica en las
Cortes constituyentes de 1869. En el Parlamento, Castelar, de firmes creencias
católicas, fue diputado por Zaragoza y alcanzó una gran
popularidad gracias a debates sobre cuestiones tan polémicas en la
época como
la libertad decultos. En uno de sus discursos mas famosos, en
controversia con el clérigo carlista Vicente Manterola,
señaló que la religión debía quedar siempre en el
ambito de lo privado: «El Estado no tiene religión, no la
puede tener, no la debe tener. El Estado no confiesa, el Estado no comulga, el
Estado no se muere».
Entre septiembre y octubre de 1869 el republicanismo mas exaltado
protagonizó, contra el criterio de Castelar, revueltas en diversos
territorios de España que fueron aplastadas por el Gobierno del general
Prim. Castelar, a pesar de todo, solicitó una amnistía para los
implicados. En aquellos años, como es
bien conocido, no fue facil encontraren Europa una persona que tuviera
los requisitos necesarios y que estuviera dispuesta a ocupar la Corona vacante de
España. Finalmente, el elegido fue Amadeo de Saboya, pero su reinado fue
muy breve (1871-1873), a causa de los fragiles apoyos que tuvo,
aún mas escasos tras el asesinato de su principal valedor, Juan
Prim. La abdicación del rey llevó, en febrero de 1873, a la
proclamación de la República, durante tanto tiempo deseada por
Castelar, pero que tendría una vida corta y demasiado agitada. En el
primer Gobierno, presidido por Figueras, Castelar ocupó el Ministerio de
Estado. Desde este cargo aprobó resoluciones tan importantes como la supresión
de los títulos nobiliarios y de las órdenes militares.
También, en coherencia con sus principios de defensa de la libertad
individual, se mostró contrario a la esclavitud en lascolonias y
consiguió su abolición en Puerto Rico.
En septiembre de 1873 Emilio Castelar fue nombrado presidente del Gobierno, en
un momento en que confluían crisis de orígenes diversos: la
guerra carlista, la insurrección cantonalista (sobre todo en Cartagena), la guerra de Cuba y, en consecuencia, la
inevitable crisis financiera. Así que a Castelar se le asignaron poderes
extraordinarios ocho días después de su elección, y poco
mas tarde decidió suspender el Parlamento y centralizar el poder,
aprobó una quinta extraordinaria de 100.000 soldados y otorgó el
mando de las operaciones militares a las personas que consideraba mejor
preparadas, al margen de sus ideas políticas. El propio Castelar
admitió la grave crisis que padecía España al afirmar en
el Parlamento: «Apenas tenemos patria, entregado casi todo el
mediodía a los excesos de la demagogia roja [federales y cantonalistas]
y entregado el norte a los excesos de la demagogia blanca [carlistas]».
Aquellos meses fueron, quiza, uno de los momentos en los que Castelar
mejor remarcó su nacionalismo español, por oposición a la
rebelión cantonalista, aunque siempre admitiera la necesidad de
descentralizar el Estado. Castelar también experimentó una
evolución conservadora, en buena parte obligado por las circunstancias
de la guerra, como
ilustra el hecho de que aceptara firmar penas de muerte a diferencia de su antecesor,
Nicolas Salmerón.
LA ADAPTACIÓN A LA RESTAURACIÓN
Su acción de gobierno se vio perjudicada por la falta deun partido
cohesionado que le apoyara de manera incondicional. Así, en enero de
1874, Castelar fue derrotado en las Cortes y, pocas horas después de su
dimisión, el general Pavía ocupó el edificio del Congreso.
La esperanza republicana se había desvanecido, a pesar de que
Pavía propuso a Castelar que formase un nuevo Gobierno, y aquel mismo año
se reimplantó la monarquía con Alfonso XII. Se iniciaba el
régimen de la Restauración, que se acabaría caracterizando
por la alternancia en el poder pactada entre conservadores y liberales.
Después de residir un tiempo en el extranjero, Castelar regresó a
España con motivo de la convocatoria de las primeras elecciones de la
Restauración y fue elegido diputado por Barcelona. De nuevo ganó una merecida
fama por sus discursos en favor de los principios republicanos, aunque con un
punto de vista cada vez mas moderado y pactista.
Por ejemplo, en mas de una ocasión insistió en que una
república debía ante todo asegurar el orden y que, por tanto, se
vería obligada a tener «mucha infantería, mucha
caballería y, sobre todo, mucha Guardia Civil»: la época de
las revueltas populares había terminado. Por otra parte, su defensa del servicio militar
obligatorio implicaba un ataque a los privilegios de una minoría de la
población que sí podía evitar dicho servicio a cambio de
una determinada contribución económica, frente a la gran mayoría
sin suficientes recursos económicos para librarse.
La denominación del partido que organizó, elRepublicano
Posibilista, al igual que el nombre del periódico que fundó, El
Orden, son significativos de los principios que le movían entonces:
juzgaba que la abolición de la Monarquía ya no era prioritaria,
mientras que sí era fundamental conseguir el sufragio universal
masculino y una ley del jurado. Una vez obtenidos ambos objetivos, Castelar
recomendó a sus seguidores que se integrasen en el Partido Liberal. En
su opinión, la monarquía era el sistema mas viable en
aquel momento, siempre y cuando fuera democratica, a diferencia de
aquellos gobiernos de Isabel II contra los que había luchado.
El último Castelar destacó por su pragmatismo, por su
colaboración con los partidos dinasticos, a la espera de que
tarde o temprano el propio progreso social acabara haciendo inevitable la
implantación de una república. Era lógico, ante este
programa posibilista, que su partido y él mismo hubieran tenido
dificultades para resultar convincentes. y que hasta en Cadiz se
suprimiera la lapida que existía en la casa donde había
nacido.
En 1888 Castelar abandonó la primera línea de la política,
y una de sus principales ocupaciones consistió en escribir
artículos de actualidad internacional para revistas extranjeras. Sin
embargo, ante la crisis del 98 y la
pérdida de Cuba,
no vaciló en criticar con dureza la incapacidad de los gobiernos
españoles. En mayo de 1899 llegó a anunciar su regreso a la
política para impulsar la proclamación de una nueva
República, pero pocos días mas tarde falleció enla
localidad murciana de San Pedro del Pinatar sin haber llevado a la
practica su último proyecto político.
Sobre las causas de la quiebra de la República
Discurso sobre su gestión al frente de la República tras la disolución
de las Cortes. Congreso de los Diputados, Madrid, 2 de enero de 1874
A las Cortes Constituyentes:
Señores diputados: el Gobierno de la nación, fiel a los
compromisos contraídos con vosotros, y a los deberes impuestos por su
conciencia y su mandato, viene a daros cuenta del ejercicio de su poder, y a
rendiros con este motivo el homenaje de su acatamiento y de su respeto.
Fatídicas predicciones se habían divulgado sobre la llegada de
este día; fatídicas predicciones desmentidas por la experiencia, que
ha demostrado una vez mas cómo en las repúblicas no
entorpece la fuerza del
poder al culto por la legalidad. Las generaciones contemporaneas,
educadas en la libertad y venidas a organizar la democracia, detestan
igualmente las revoluciones y los golpes de Estado, fiando sus progresos y la
realización de sus ideas a la misteriosa virtud de las fuerzas sociales
y a la practica constante de los derechos humanos. Tal es el
caracter de las modernas sociedades.
Pero si el desorden, si la anarquía, se apoderan de ellas y quieren
someterlas a su odioso despotismo, el instinto conservador se revela de
súbito, y las lleva a salvarse por la creación casi
instantanea de una verdadera autoridad.
Así, en el funestísimo período en que una
parteconsiderable de la nación se vio entregada a los horrores de la
demagogia, dividiéndose nuestras provincias en fragmentos, donde reinaba
todo género de desórdenes y de tiranías, las Cortes
ocurrieron al remedio de este grave daño, creando poderes vigorosos y
fuertes.
El Gobierno ha ejercido estos poderes, que eran omnímodos, con lenidad y
con prudencia, atento a vencer las dificultades extrañas mas que
a extremar su propia autoridad.
Dondequiera que ha habido un amago de desorden, allí ha estado su mano
con prontitud y con energía. Dondequiera que ha habido una conjura,
allí ha entrado con animo resuelto y verdadero celo. El orden
público se ha mantenido ileso, fuera del radio de la guerra, y las clases todas
se han entregado a su actividad y a su trabajo ().
No olvidéis, pues, que estamos en guerra; que debemos sostener esta
guerra; que todo a la guerra ha de subrogarse, que no hay política
posible fuera de la política de guerra. No olvidéis que peligran
en este trance nuestra recién nacida República y nuestra antigua
libertad, las conquistas de la civilización, los derechos que tenemos a
ser un pueblo moderno, un pueblo europeo.
Y no olvidéis que la política de guerra es una política
anormal, en que algunas funciones sociales se suspenden, y en que precisa
transitoriamente sacrificar alguna manifestación de la libertad, no de
otra suerte que en la fiebre se debe suspender por necesidad la
alimentación ordinaria, que es tan precisa a la vida.
Porque, señores diputados,o la guerra no es nada, o es por su propia
naturaleza una gran violencia contra otra gran violencia, un despotismo contra
otro despotismo, en que de algún lado se halla la razón, pero sin
contar para prevalecer con otro medio que la fuerza.
Permitidme aconsejaros, sin embargo, que uséis de estos medios de excepción
y de fuerza con la templanza y la energía con que en su guerra de
independencia y en su guerra de separación los usaron aquellos que se
llamaran en la historia moderna los fundadores de la democracia y de la
República.
Nosotros hemos tenido estos medios en nuestras manos, y los hemos usado con
toda moderación, prefiriendo que nos creyeran débiles a que nos
creyeran crueles, convencidos de que basta querer imponer la autoridad para que
la autoridad se imponga.
Ademas de estos medios políticos se necesitan fines
políticos también. Y estos fines políticos deben ser,
recordando en el nacimiento de nuestras instituciones que todos los seres
recién nacidos son seres imperfectos, proponeros, no una
República de escuela o de partido, sino una República nacional
ajustada por su flexibilidad a las circunstancias, transigente con las
creencias y las costumbres que encuentra a su alrededor, sensata para no
alarmar a ninguna clase, fuerte para intentar todas las reformas necesarias,
garantía de los intereses legítimos y esperanza de las
generaciones que nacen impacientes por realizar nuevos progresos en las
sociedades humanas ().
Pero no basta: para proseguir yterminar la guerra con los medios
políticos se necesitan al mismo tiempo los medios militares. Mucho se ha
declamado contra el Ejército, pero a medida que se avanza en la
experiencia de la vida se ve mas clara la necesidad imprescindible que
tienen los pueblos del Ejército. Mucho se ha extrañado la inmensa
importancia dada a la profesión militar; pero cuando se medita que en
medio del egoísmo general representa el Ejército la
abnegación de sí mismo, y la sujeción a las leyes
rigurosas, en las cuales se anula toda personalidad, llevando este grande y
continuo sacrificio hasta inmolar su vida propia por la vida y el reposo de los
demas, se comprende y se comparte el orgullo con que han mirado todos
los pueblos cultos las glorias de sus ejércitos ().
La verdad es que por la República el Ejército ha combatido en
Barbaricen Montejurra y Belavierre, en Estella, en Berga y en Monreal; por la
República el Ejército, antes indisciplinado, de Cataluña,
ha hecho en todas partes prodigios de heroísmo; por la República
ha empapado en sangre las montañas y las llanuras de Ares y Bocairente;
por la República ha engendrado en su fecundo seno nuevos héroes,
y ha tenido en sus gloriosos anales nuevos martires. Si la guerra civil
ha de proseguir con vigor y ha de acabar con éxito, precisa que
inmediatamente autoricen las Cortes el llamamiento de nuevas reservas que
caigan sobre el Centro,
sobre el Norte, sobre Cataluña, y contrasten la pujanza de los
absolutistas.
El pueblo armado hacontribuido también a sostener la causa de la
libertad. Desvanecidos los delirios separatistas, engendro fatídico de
un momento, el pueblo armado en todas partes corrió a defender nuestros
derechos, a salvar nuestras queridas instituciones. Así el Gobierno se
ha apresurado, en virtud de la autorización que le concedisteis, a
formar una milicia en la cual tomen parte todos los ciudadanos ().
Los que se quejan de la decadencia del espíritu público; los que
creen al pueblo indiferente entre el absolutismo y la República, pueden
recordar los voluntarios de Mora de Ebro, gastando hasta el último
cartucho sin perder la última esperanza; los voluntarios de Bilbao
aguijoneados de la misma decisión que sus padres; los voluntarios de
Olot, de Puigcerda, de Barbera, de Tolosa, de innumerables pueblos; los
voluntarios de Tortella, que después de haber perdido sus casas y
sus bienes se consolaban con haber conservado, en la desnudez y en el hambre,
su libertad y su República ().
Pero no basta con obras de consolidación; se necesitan obras de
progreso; no basta con atender a la conservación de nuestras
instituciones; se necesita mejorarlas y reformarlas, que no somos un Gobierno
exclusivo como
los antiguos; somos y debemos ser un Gobierno de estabilidad y de progreso aun
tiempo. Y las reformas que mas urgen son: establecimiento inmediato de
la instrucción primaria obligatoria y gratuita, pagandola por el
presupuesto general de la nación, a fin de evitar la miseria de los
maestros deescuela, mal y tarde retribuidos, por regla general, en los
ayuntamientos; separación de la Iglesia y del Estado para que a un
tiempo la conciencia consagre todos sus derechos, y el Gobierno tome el
caracter imparcial que entre todos los cultos le imponen nuestras
libertades; abolición de toda corvea, de toda servidumbre, de toda
esclavitud, para que sólo haya hombres libres en el seno de nuestra
República, lo mismo aquende que allende los mares.
Si obedeciendo al doble movimiento de conservación y de progreso que
impulsa a las sociedades modernas entrais en una política
mesurada y conseguís un gobierno estable, sera reconocida por
Europa nuestra República ().
Nuestra situación, grave bajo varios aspectos, ha mejorado bajo otros.
El orden se halla mas asegurado, el respeto a la autoridad mas
exigido arriba y mas observado abajo. La fuerza pública ha
recobrado su disciplina y subordinación. Los motines diarios han cesado
por completo. Ya nadie se atreve a despojar de sus armas al Ejército, ni
el Ejército las arroja para entregarse a la orgía del desorden. Los
ayuntamientos no se declaran independientes del poder central, ni erigen esas dictaduras
locales que recordaban los peores días de la Edad Media. Las
diputaciones provinciales no se atreven a convertirse en jefes de la fuerza
pública. El orden y la autoridad tienen sólidos fundamentos, que
siéndolos de la República, lo son también de la democracia
y de la libertad.
Es necesario cerrar para siempre definitivamenteasí la era de los
motines populares, como
la era de los pronunciamientos militares. Es necesario que el pueblo sepa que
todo cuanto en justicia le corresponde puede esperarlo del sufragio universal, y que de las
barricadas y de los tumultos sólo puede esperar su ruina y su deshonra.
Es necesario que el Ejército sepa que ha sido formado, organizado,
armado para obedecer la legalidad, sea cual fuere: para obedecer a las Cortes,
dispongan lo que quieran; para ser el brazo de las leyes. Los hombres
públicos debían todos decir, así a los motines populares como a las sediciones
militares: si triunfaseis aunque invoquéis mi nombre, aunque os
cubrais con mi bandera, tenedlo entendido, nos encontraréis entre
los vencidos: que a una victoria por esos medios, preferimos la
proscripción y la muerte ().
Lo necesario, lo urgente es crear lo estable, erigirlo en las bases del
asentimiento universal, llamar con eficacia a todos los partidos liberales a su
seno, desposeerse del egoísmo que acompaña al poder para tornar
la expansión infinita que ha menester la democracia, atraerle todas las
clases, demostrando a unas que en ella el progreso es seguro, aunque
pacífico, y a otras que en ella la necesidad de la conservación
se impone con la mas incontrastable de las fuerzas, con las fuerzas de
toda la sociedad.
Proponiéndoos una conducta de conciliación y de paz, que aplaque
los animos y no los encone, que sea a un tiempo la libertad y la
autoridad, señores diputados, podéis apelar de lasinjusticias
presentes a la justicia definitiva, y cuando haya pasado el período de
lucha y de peligro, encerraros en el olvido del hogar, mereciendo a vuestra
conciencia y esperando de la historia el título de propagadores,
fundadores y conservadores de la República en España.
Señores diputados: hora es ya de que resolvamos esta crisis; a la altura
en que nos encontramos, opresa la Camara del sueño, opreso yo
mismo de la inquietud que me inspira mi grande responsabilidad, ya que ahora
soy arbitro del
tiempo, seré breve.
Seré breve, me defenderé brevemente, para que no se crea que
defiendo el poder que acepté casi impuesto, el poder que he mantenido
vigorosamente en mis manos, el poder que entrego íntegro a esta
Camara republicana.
Señores diputados, la situación en que se encuentra el presidente
del poder
ejecutivo ha sido con grande elocuencia resumida en breves frases por mi amigo
el señor Labra. Me ha dicho mi amigo el señor Labra que yo
inspiro recelos y sospechas al Partido Republicano. No trato de tachar de
inconsecuente al señor Labra, aun cuando su señoría me ha
tachado a mí de tal yo lo he confesado, y creo que la inconsecuencia
tiene una grande justificación cuando se inspira en grandes
móviles. Yo he consumido parte de mí tiempo en una sociedad literaria,
de la cual era miembro el señor Labra, y allí
contendíamos, él defendiendo la monarquía siendo un
niño, y yo defendiendo la República siendo muy joven.
¡Quién me había de decir a mí que el señor
Labra,monarquico hasta la última hora de la monarquía y
ahora desinteresado republicano, vendría a decirme que inspiro recelos a
un partido por el cual he sacrificado mi existencia y he sido condenado a
garrote vil por la tiranía de los Borbones!
Sin embargo, tengo que decir una cosa. Yo nunca le he sido sospechoso al
Partido Republicano en la oposición; le soy sospechoso cuando el Partido
Republicano tiene el poder, cuando es arbitro de la fortuna y de los tesoros de
la nación, y si le soy sospechoso, es porque le digo que él solo
no puede salvar la República; es porque le digo que esta
perturbado; es porque le digo que no gobernara como no condene
enérgicamente esa demagogia. ¿Y quién tiene derecho a
extrañarse de que yo represente en el Partido Republicano el elemento
mas conservador por excelencia? ¿Dónde estaba yo a los 21
años, cuando se empezó una lucha entre La Discusión y La
Soberanía Nacional} Estaba con el mas moderado de aquellos
periódicos, con La Discusión. Mas tarde vino la lucha que
ahora también nos separa, y en aquel gran debate, mientras unos
republicanos se encontraban de parte de la utopía socialista, que
prometía no sé qué edenes que no han podido traer a la
tierra, yo me encontraba de parte de los individualistas.
Adelantaron los tiempos, llegamos al terreno practico; unos republicanos
decían que no querían aliarse con los progresistas, ni aun para
derribar a los Borbones, y otros republicanos, en mi sentir mas
practicos y mas conservadores, decíamos que si nonos
aliabamos con los progresistas para esta obra común, ellos
entrarían en la Camara, acatarían a los Borbones,
serían llamados al poder y perderíamos toda esperanza para la
democracia y para la República en España. Por consecuencia, me
encuentro hoy casi en la misma situación en que me encontraba antes de
la revolución de septiembre. Yo estaba por la coalición; los que
ahora me combaten estaban por el aislamiento. Con vuestro aislamiento os
hubierais consumido en vuestras catedras, en vuestros periódicos
y en vuestras academias; con mi coalición ha venido la libertad, la
democracia y la República.
Vino después el momento de la revolución de septiembre; y yo,
teóricamente república no, teórica mente federal, dije,
sin embargo, a los hombres mas eminentes de aquella revolución:
habéis convenido en los derechos individuales y en el sufragio universal
aceptando la monarquía, pues yo soy mas conservador que vosotros:
yo no tengo inconveniente en que me limitéis el sufragio y los derechos
individuales, con tal que ante todo y sobre todo me deis nuestra querida República.
Y luego, señores, vino la grande inconsecuencia de la revolución,
que fue el haber levantado sobre tan generosos principios una monarquía,
y para mayor mengua, una monarquía extranjera. Yo entonces busqué
los procedimientos de acabar con aquella monarquía; una parte considerable
del Partido Republicano se inclinaba a los procedimientos de fuerza; y yo, como mas
conservador, me inclinaba a los procedimientosparlamentarios.
Pronuncióse en aquellos momentos la palabra benevolencia, que fue el
veneno que mató la monarquía democratica. Y yo desde el
momento en que pronuncié aquella palabra, ¿no fui un aliado
fidelísimo e incansable del
partido radical? ¿No le apoyé directamente con mis votos, e
indirectamente con mi silencio?
Vino la República, no traída por los republicanos, que no tienen
derecho a llamarse los fundadores de la República, sino traída
por los radicales; así es que yo entré a formar parte con gran
satisfacción de un ministerio en que había elementos radicales; y
la noche triste para la República del 24 de febrero, en que aquella
coalición se rompió, yo dije a la minoría republicana el
abismo a que se arrastraba a la República. Ya estamos en el fondo de ese
abismo ().
¿Por ventura he dejado de apoyar yo a
alguno de los hombres del
Partido Republicano? Yo apoyé al señor Figueras hasta el
último momento; yo apoyé constantemente al señor Pi, y no
me arrepiento de ese apoyo, y luego apoyé al señor
Salmerón con todo mi corazón, porque es mi amigo, mi condiscípulo,
mi discípulo, uno de los filósofos que mas ilustran nuestra
patria, y porque le quiero con toda la efusión de mi alma.
¿Y qué sucedió? Que un día, después de
agotados todos los medios de fuerza, el señor Salmerón no pudo
vencer ciertos obstaculos y ciertos escrúpulos nacidos de su
conciencia.
Entonces yo me encontraba en la Presidencia de esta Camara en una
beatitud perfecta, sin ningunaresponsabilidad, alejado del poder, que me repugna mascada
día, y tuve que bajar de mi Olimpo y venir a este potro. ¿Y por
qué bajé? Porque así me lo exigía el deber, porque
yo no podía volver la cara al peligro ni rehuir responsabilidades.
El señor Labra nos decía: ¿por qué no
imitais la conducta del
rey don Amadeo, que se fue antes de violar los principios democraticos?
El rey don Amadeo procedió noblemente, pero el señor Labra ha de
permitirme que le diga que al rey don Amadeo no le interesaba España
tanto como me
interesa a mí. Él iba a tierra donde reposan los huesos de sus
padres. Yo tenía que quedarme aquí hasta morir, si es preciso,
para que no perezcan en manos de la República la salud, la integridad de
la patria. Y me quedé. ¿Y en qué situación me
encontré? ¿Era, por ventura, la
situación del
momento la que me preocupaba y afligía? No; con gran patriotismo, con
gran energía, el ministerio Salmerón había dulcificado
aquella situación: pero yo veía los resultados del
desmembramiento cantonal, de la indisciplina militar, de la falta de toda
autoridad arriba y toda obediencia abajo; yo veía los peligros que se
cernían sobre nuestras cabezas, en el momento en que era necesario
arrancar a las madres sus hijos y lanzarlos a la lucha, a la muerte, y
pedí facultades extraordinarias. Las he usado, y desafío a todo
Gobierno que quiera seguir la guerra con vigor a que gobierne con los mismos
procedimientos en tiempos normales que en tiempos anormales ().
Yo soy demócrata portemperamento, por convicción, por historia:
pero así como amo el sol, y el sol tiene eclipses, así cuando los
fétidos pantanos de las antiguas creencias arrojan sus miasmas por todas
partes; cuando este suelo estremecido por tantas tradiciones absolutistas
levanta crateres que pueden incendiar hasta la médula de nuestra
libertad y de nuestros derechos, entonces consiento que el humo y los vapores
nublen el sol de la democracia, seguro de que ese sol ha de ser eterno y
esplendoroso. Pero antes que liberal, antes que demócrata, soy
republicano, y prefiero la peor de las repúblicas a la mejor de las
monarquías; y prefiero una dictadura militar dentro de la
República, al mas bondadoso de todos los reyes.
Porque, señores, esta en la naturaleza de las monarquías;
les sucede siempre a las monarquías, que, tarde o temprano, anulan los
derechos de las democracias; como sucede siempre a las Repúblicas que
admiten el espíritu de su siglo. Y si no, ¿creéis que
política ni aun socialmente es comparable el estado de las
monarquías europeas con tantos siglos de grandezas, de glorias y de
conquistas, con el estado político de las repúblicas de
América? Pero hay aquí una cosa, y es que si la República
de mis ideas y de mis ensueños pudiera realizarse, habría pocas
repúblicas tan hermosas. Yo le pondría todas las prendas y todas
las galas del
arte, y haría que en ella todos los hombres practicaran todas las
virtudes; pero, señores diputados, lo que yo tengo que hacer es la
República de la realidad; yos digo que es una ley, no histórica,
sino fisiológica, que todos los seres nazcan imperfectos. La encina que
ha de desafiar el huracan y los siglos, es en su nacimiento un
débil tallo que se doblega bajo el ala del insecto ().
La misma República de los Estados Unidos no pudo salvarse sino por diez
años de dictadura; que todos los seres, cuando mas perfectos han
de ser en su desarrollo nacen mas imperfectos y mas
débiles. Por consecuencia, lo que yo deseo es que tengamos la
República posible; y lo que quiero y se lo digo en su cara al Partido
Republicano, es que tenga la mayor abnegación posible; que se deshaga
cuanto pueda del
poder. Y que imite a aquellos artistas de la Edad Media que después de
haber levantado las mas maravillosas catedrales, no ponían su
nombre en una sola piedra.
¿Sabéis porqué? Porque yo no necesito la adhesión
de los republicanos a la República; lo que necesito es que la sostengan
los elementos que no son republicanos, o que lo son hace poco, y por eso
quiero, usando la frase vulgar, resellarlos para la República. No he
hecho esa política porque no he podido: los ministros que hay
aquí no son unionistas, no han apoyado a Posada Herrera, no han sido ni
siquiera progresistas, y por consiguiente no autorizan a que se diga que yo
traigo al poder los partidos contrarios a la República. Pero lo declaro
con franqueza: si algún día fuese arbitro de traerlos, si
tuviera confianza en que habían de ser republicanos por
convicción o por necesidad, os loaseguro, no me tachéis de
desleal, los traería al poder. Ya lo sabéis: proceded en
consecuencia, aquí veo a algún amigo mío arrojarme otra
vez las palabras «ahí tenéis a López: López
hizo lo mismo; trajo los otros partidos al poder y lo devoraron a
él». Pero, señores, ¿cual fue el primer
crimen de aquellos hombres? El haber combatido rudamente al general Espartero,
sacrificando lo real a lo perfecto.
luego llamó a aquellos partidos a que le ayudasen a
crear-¡inocente!- la mayoría de la reina. Si yo trajera a los
otros partidos, los traería precisamente para evitar la mayoría del príncipe
Alfonso ().
Yo creo, señores, que urge fundar el partido conservador republicano;
porque si no tenemos muchos matices, no podremos conservar mucho tiempo la
República. Y nosotros tenemos mas cualidades que nadie para ser
el partido conservador de la República, porque somos los que hemos
conseguido ya todo cuanto hemos predicado. Porque, después de todo,
tenemos la democracia; tenemos la libertad, tenemos los derechos individuales,
tenemos la República; no nos falta ya nada (Rumores en la izquierda). No
nos falta nada de cuanto hemos predicado; vosotros, los que queréis
reunir al mundo para dividirlo luego en cantones y poner un Contreras en cada
uno, sois los que tenéis aún mucho que desear.
Pero a nosotros con dos reformas nos basta: primera, la separación de la
Iglesia y el Estado; segunda, la abolición de la esclavitud (Una voz:
¿Y la federal?). La federal; eso es organizaciónmunicipal y
provincial, y hablaremos mas tarde; eso no vale la pena (Risas y
murmullos). El mas federal tiene que aplazarla por diez años (Una
voz: ¿Y el proyecto?). Lo quemaron en Cartagena (Grandes aplausos). No me
diréis que no soy franco (El señor Armentía: Se acaba la
paciencia). ¿Se le acaba la paciencia al señor Armentia? Pues,
señor Armentia, yo tengo derecho, como
su señoría, a decir a mi patria lo que pienso y lo que siento; la
Camara me juzgara; yo, antes que todo, soy hombre de honor y de
vergüenza (Aplausos).
¡Ah!, yo sería un traidor si dijese esto delante de una
Camara monarquica para conservar el poder, pero como se lo digo a una Camara
republicana federal intransigente, tengo en esto mucha dignidad, mucha
elevación y mucha honra (Aplausos).
Ya sé yo que me llamaréis apóstata, inconsecuente,
traidor; pero yo creo que hay una porción de ideas muy justas, que son
en este momento histórico irrealizables, y no quiero perder la
República por utopías. Me contento ahora con la República,
y creo que han contribuido mucho a traerla varios partidos, los hombres
políticos que la iniciaron, y a los cuales, sean cualesquiera las
disidencias que de ellos me separen, rendiré siempre fervoroso culto. La
han traído también aquellos partidos que, sea cualquiera el
móvil porque en los móviles no se puede entrar, aquellos partidos,
digo, que en Cadiz levantaron la bandera de la insurrección
contra la dinastía de los Borbones, y creo que esos hombres hicieron
mas por la Repúblicaque todos vuestros marinos cantonales
(Dirigiéndose a la izquierda. Risas).
Creo mas; creo que contribuyeron atraerla República los
demócratas a quienes tendía tan elocuentemente sus brazos esta
noche el señor Labra; ellos divulgaron los derechos individuales, ellos
los implantaron en una Constitución que ha de ser base de todas las
Constituciones futuras ().
Vosotros apartad de la demagogia al pueblo y hacedle ver que dentro de la
República tendra el pan del alma y el pan del cuerpo, y nosotros
apartemos a los elementos conservadores de la monarquía y
hagamosles ver que en la República tendran también
garantizados sus legítimos intereses (Aplausos). Hagamos esto,
unamonos todos en una gran fusión, teniendo todos la franqueza de
sus ideas. Si alguno de nosotros pasa en esto por impopular, ¡qué
remedio tiene!, es muy cómoda, es muy placentera la popularidad. Yo la
he devorado con anhelo, yo la he tenido, creo haberla perdido y creo en gran
parte que merezco perderla, porque si no la perdiera, me sentiría fuera
de aquella ley de que a toda realidad acompaña un gran desengaño:
que los Bautistas y los profetas estan destinados a ser bendecidos, y
los que gobiernan estan condenados a ser maldecidos, teniendo que
aceptar noble y virilmente esa maldición.
Y aquí viene como
de molde la cuestión de los ejércitos y los obispos.
Hace pocos días en una de las Camaras prusianas, le
dirigían al príncipe de Bismarck
una reconvención por haber cambiado ideas de secta en ciertasideas de
gobierno y le decían lo que de seguro me va a decir el señor
Armentia: «Apóstata». Bismarck
contestaba: «Es verdad, pero cuando estaba allí era el jefe de una
secta-, ahora estoy aquí y soy el jefe de una nación»; y como soy jefe de una
nación, aunque sin merecerlo, he sostenido en mis manos prerrogativas,
las regalías que por espacio de quince siglos ha tenido la nación
española. Yo no podía ni debía promover un conflicto
religioso. Les podra convenir a ciertos hombres de Estado de Prusia y de
Suiza suscitar conflictos religiosos, pero a un hombre de Estado español
en estas circunstancias, no le conviene tener un enemigo mas en la fe
religiosa, que es muy respetable, tan respetable o mas que cualquier
filosofía.
Después de todo, figurémonos que el Gobierno no hubiera querido
usar de esta prerrogativa; el Papa hubiera nombrado los obispos y los
arzobispos, y entonces el Gobierno hubiera tenido que usar de principios
contrarios a la libertad de la Iglesia, impidiendo que estos obispos, que a los
ojos de la ley escrita no eran tales obispos, hubieran tomado posesión
de sus sillas. De suerte que tenía que violar los principios de la
libertad religiosa, si es que a vosotros no os parece que esos principios no se
violan cuando se violan en contra de los obispos. Es necesario no tener las
preocupaciones volterianas, y después de todo, lo que hemos hecho en
esto ha sido dar una nueva prueba de nuestro acatamiento, así a las
leyes del Estado, como
a la libertad de laIglesia. Porque el argumento de que hay presentado un
proyecto de ley es un argumento baladí, que me extraña haya
empleado el señor Labra. Pues qué, porque se haya traído
un proyecto de ley repartiendo los bienes de propios a censo, ¿no
podemos venderlos? Pues lo estamos vendiendo.
Las leyes no lo son en el régimen parlamentario hasta que se discuten y
aprueban. ¡Pues no faltaba mas sino que todos los delirios que los
señores diputados tuvieran por conveniente presentar sobre la mesa fueran leyes
desde luego!
¿Y qué digo del Ejército, señores diputados?
¿Teníamos nosotros tiempo ni medios para organizarlo de otra
manera? ¿Qué era lo urgente? Organizarlo en la forma que se
podía. Y créame mi amigo el señor Salmerón; no era
posible en aquel momento supremo improvisar esos medios. Gracias que vimos
vestida, armada y equipada en lo posible una parte de ese Ejército, para
lo cual hemos tenido que gastar 400 millones en estos cuatro meses, y ahora hay
que aumentar mas ese Ejército, porque si no hay 50.000 hombres en
las Provincias Vascongadas, 30.000 en Cataluña y 15.000 en el centro, y
15 o 16.000 caballos, y en vez de esto nos ocupamos en la
desorganización del Ejército y en promover la indisciplina,
créanlo los señores diputados, el peligro que no corrieron
nuestros padres lo correremos nosotros; pues mientras nosotros discutimos los
mayores o menores grados de federación, los carlistas se organizan, y si
pronto no les ponemos un ejército bastante a contenerlos, ellos
procuraranvenir sobre la ciudad santa de su rey, que es Madrid.
Si por algo lamento con profundo dolor los sucesos de esa insurrección
que ha condenado a los habitantes de una importante ciudad a abandonarla; que
ha abierto los presidios y convertido esa ciudad en un nido de piratas; que ha
traído la intervención extranjera, y que ayer mismo quemó
50 millones al destruir la Tetuan, es porque podríamos haber
dispuesto de esa fuerza para hacer frente a la insurrección carlista;
por eso creo yo que la República no tiene mas que un enemigo
temible: la demagogia, y entiendo que es necesario evitarla a todo trance.
Ahora, señores diputados, sólo me resta deciros que, si soy
sospechoso al Partido Republicano, si es que me habéis de sustituir, lo
hagais pronto; porque si algo me apena es el poder, y si alguna cosa me
halaga es el retiro de mi hogar, al que llevaré la satisfacción
de haber dado a mi país cuatro meses de paz en lo que me ha sido
posible, y en él pediré a Dios os dé el oportuno acierto
para salvar las dificultades que nos rodean y llevar adelante la
República; lo que ciertamente no creo pueda conseguirse sin los medios
que os acabo de indicar, y que son los que exige la naturaleza de los sucesos
por que atraviesa la nación, pues delante de la guerra no hay mas
política que seguir que la de la guerra.
Nada hay tan voluntario como
la religión
Discurso sobre la libertad religiosa y la separación entre la Iglesia y
el Estado. Congreso de los Diputados,
Madrid, 12 de abrilde 1869
Señores diputados:
Decía mi ilustre amigo el señor Ríos Rosas en la
última sesión, con la autoridad que le da su palabra, su talento,
su alta elocuencia, su íntegro caracter, decíame que
dudaba si tenía derecho a darme consejos. Yo creo que su
señoría lo tiene siempre: como
orador, lo tiene para darselos a un principiante; como
hombre de Estado, lo tiene para darselos al que no aspira a este
título; como
hombre de experiencia, lo tiene para darselos al que entra por vez
primera en este respetado recinto. Yo los recibo, y puedo decir que el
día en que el señor Ríos Rosas me aconsejó que no
tratara a la Iglesia católica con cierta aspereza, yo dudaba si
había obrado bien; yo dudaba si había procedido bien, yo dudaba
si había sido justo o injusto, si había sido cruel, y sobre todo,
si había sido prudente.
¿Qué dije yo, señores, qué dije yo entonces? Yo no
ataqué ninguna creencia, yo no ataqué el culto, yo no
ataqué el dogma. Yo dije que la Iglesia católica, organizada como
vosotros la organizais, organizada como un poder del Estado, no puede
menos de traernos grandes perturbaciones y grandes conflictos, porque la
Iglesia católica con su ideal de autoridad, con su ideal de
infalibilidad, con la ambición que tiene de extender estas ideas sobre
todos los pueblos, no puede menos de ser en el organismo de los Estados libres
causa de una continua perturbación en todas las conciencias, causa de
una constante amenaza a todos los derechos.
Si alguna duda pudierais tener,si algún remordimiento pudiera asaltaros,
señores, ¿no se ha levantado el señor Manterola con la
autoridad que le da su ciencia, con la autoridad que le dan sus virtudes, con
la autoridad que le da su alta representación en la Iglesia, con la
autoridad que le da la altísima representación que tiene en este
sitio, no se ha levantado a decirnos en breves, en sencillas, en
elocuentísimas palabras, cual es el criterio de la Iglesia sobre
el derecho, sobre la soberanía nacional, sobre la tolerancia o
intolerancia religiosa, sobre el porvenir de las naciones? Si en todo su
discurso no habéis encontrado lo que yo decía, si no
habéis hallado que reprueba el derecho, que reprueba la conciencia
moderna, que reprueba la filosofía novísima, yo declaro que no ha
dicho nada, yo declaro que todos vosotros tenéis razón y yo
condeno mi propio pensamiento ().
Señores, nadie como yo ha aplaudido la
presencia en este sitio del señor
Manterola, la presencia en este sitio del
ilustre obispo de Jaén, la presencia en este sitio del
ilustre cardenal de Santiago.
Yo creía, yo creo que esta Camara no sería la
expresión de España si a esta Camara no hubieran venido
los que guardan todavía el sagrado depósito de nuestras antiguas
creencias, y los que aún dirigen la moral de nuestras familias. Yo los
miro con mucho respeto, yo los considero con gran veneración, por sus
talentos, por su edad, por el altísimo ministerio que representan.
Consagrado desde edad temprana al cultivo de las ideas abstractas,de las ideas
puras, en medio de una sociedad entregada con exceso al culto de la materia, en
medio de una sociedad muy aficionada a la letra de cambio, en esta especie de
indiferentismo en que ha caído un poco la conciencia olvidada del ideal,
admito, sí, admito algo de divino, si es que ha de vivir el mundo
incorruptible y ha de conservar el equilibrio, la armonía entre el
espíritu y la naturaleza, que es el secreto de su grandeza y de su
fuerza ().
Ya sabe el señor Manterola lo que san
Pablo dijo: «Nihil tam voluntarium quam
religio». Nada hay tan voluntario como
la religión. El gran Tertuliano, en su carta a Escapula,
decía también: «Non est religionis cogeré
religioneni». No es propio de la religión obligar por fuerza,
cohibir para que se ejerza la religión. ¿Y qué ha estado
pidiendo durante toda esta tarde el señor Manterola? ¿Qué
ha estado exigiendo durante todo su largo discurso a los señores de la
comisión? Ha estado pidiendo, ha estado exigiendo que no se pueda ser
español, que no se pueda tener el título de español, que
no se puedan ejercer derechos civiles, que no se pueda aspirar a las altas
magistraturas políticas del país sino llevando impresa sobre la
carne la marca de una religión forzosamente impuesta, no de una
religión aceptada por la razón y por la conciencia.
Por consiguiente, el señor Manterola, en todo su discurso, no ha hecho
mas que pedir lo que pedían los antiguos paganos, los cuales no
comprendían esta gran idea de la separación de laIglesia y del
Estado; lo que pedían los antiguos paganos, que consistía en que
el rey fuera al mismo tiempo papa, o, lo que es igual, que el pontífice
sea al mismo tiempo, en alguna parte y en alguna medida, rey de España.
Y sin embargo, en la conciencia humana ha concluido para siempre el dogma de la
protección de las Iglesias por el Estado. El Estado no tiene
religión, no la puede tener, no la debe tener. El Estado no confiesa, el
Estado no comulga, el Estado no se muere. Yo quisiera que el señor
Manterola tuviese la bondad de decirme en qué sitio del
valle de Josafat va a estar el día del juicio el alma del Estado que se llama
España ().
Y si no, ¿en nombre de qué condenaba el señor Manterola,
al finalizar su discurso, los grandes errores, los grandes excesos, causa tal
vez de su perdición, que en materia religiosa cometieron los
revolucionarios franceses? No crea el señor Manterola que nosotros
estamos aquí para defender los errores de nuestros mismos amigos: como
no nos creemos infalibles, no nos creemos impecables, ni depositarios de la
verdad absoluta; como no creemos tener las reglas eternas de la moral y del
derecho, cuando nuestros amigos se equivocan, condenamos sus equivocaciones,
cuando yerran los que nos han precedido en la defensa de la idea republicana,
decimos que han errado porque nosotros no tenemos desde hace 19 siglos el
espíritu humano amarrado en nuestros altares ().
El señor Manterola ha sostenido esta tarde que el Estado puede y debe
imponer unareligión, () pues el señor Manterola no
tenía razón () o creemos en la religión porque
así nos lo dicta nuestra conciencia, o no creemos en la religión
porque también la conciencia nos lo dicta así. Si creemos en la
religión porque nos lo dicta nuestra conciencia, es inútil,
completamente inútil, la protección del Estado; si no creemos en
la religión porque nuestra conciencia nos lo dicta, en vano es que el
Estado nos imponga la creencia; no llegara hasta el fondo de nuestro
ser, no llegara al fondo de nuestro espíritu: y como la
religión, después de todo, no es tanto una relación social
como una relación del hombre con Dios, podréis engañar con
la religión impuesta por el Estado a los demas hombres, pero no
engañaréis jamas a Dios, a Dios, que escudriña con
su mirada el abismo de la conciencia.
Hay en la Historia dos ideas que no se han realizado nunca; hay en la sociedad
dos ideas que nunca se han realizado: la idea de una nación, y la idea
de una religión para todos. Yo me detengo en este punto, porque me ha
admirado mucho la seguridad con que el señor Manterola decía que
el catolicismo progresaba en Inglaterra, que el catolicismo progresaba en los
Estados Unidos, que el catolicismo progresaba en Oriente. Señores, el
catolicismo no progresa en Inglaterra. Lo que allí sucede es que los
liberales, esos liberales tenidos siempre por réprobos y herejes en la
escuela de su señoría, reconocen el derecho que tiene el campesino
católico, que tiene el pobre irlandés, a nopagar de su bolsillo
una religión en que no cree su conciencia. Esto ha sucedido y sucede en
Inglaterra. En cuanto a los Estados Unidos diré que allí hay 34
ó 35 millones de habitantes; de estos 34 ó 35 millones de
habitantes, hay 31 millones de protestantes y 4 millones de católicos,
si es que llega; y estos 4 millones se cuentan, naturalmente, porque
allí hay muchos europeos, y porque aquella nación ha anexionado
la Luisiania, Nueva Texas, la California, y, en fin, una porción de
territorios cuyos habitantes son de origen católico ().
Señores, entremos ahora en algunas de las particularidades del discurso del
señor Manterola. Decíanos su señoría:
«¿Cuando han tratado mal, en qué tiempo han tratado
mal los católicos y la Iglesia católica a los
judíos?». Y al decir esto se dirigía a mí, como
reconviniéndome añadía: «Esto lo dice el
señor Castelar, que es catedratico de Historia». Es verdad
que lo soy, y lo tengo a mucha honra; y por consiguiente, cuando se trata de
historia es una cosa bastante difícil el tratar con un
catedratico que tiene ciertas nociones muy frescas, como para mí
sería muy difícil el tratar de teología con persona tan
altamente caracterizada como el señor Manterola. Pues bien, cabalmente
en los apuntes de hoy para la explicación de mi catedra
tenía el siguiente: «En la escritura de fundación del
monasterio de San Cosme y San Damian, que lleva la fecha de 978, hay un
inventario que los frailes hicieron de la manera siguiente: primero
ponían 'varios objetos';y luego ponen '50 yeguas', y
después '30 moros y 20 moras': es decir, que ponían sus
50 yeguas antes que sus 30 moros y sus 20 moras esclavas».
De suerte que para aquellos sacerdotes de la libertad, de la igualdad y de la
fecundidad, eran antes sus bestias de carga que sus criados, que sus esclavos,
lo mismo, exactamente lo mismo que para los antiguos griegos y para los
antiguos romanos.
Señores, sobre esto de la unidad religiosa hay en España una
preocupación de la cual me quejo, como
me quejaba el otro día de la preocupación monarquica. Nada
mas facil que a ojo de buen cubero decir las cosas. España
es una nación eminentemente monarquica, se recoge esa idea y
cunde y se repite por todas partes hasta el fin de los siglos. España es
una nación intolerante en materias religiosas, y se sigue esto
repitiendo, y ya hemos convenido todos en ello.
Pues bien yo le digo a su señoría que hay épocas, muchas
épocas en nuestra historia de la Edad Media en que España no ha
sido nunca, absolutamente nunca, una nación tan intolerante como el
señor Manterola supone. Pues qué, ¿hay, por ventura, en el
mundo nada mas ilustre, nada mas grande, nada mas digno de
la corona material y moral que lleva, nada que en el país esté
tan venerado, como el nombre ilustre del inmortal Fernando III,de Fernando III
el Santo? ¿Hay algo? ¿Conoce el señor Manterola
algún rey que pueda ponerse a su lado? Mientras su hijo conquistaba
Murcia, él conquistaba Sevilla y Córdoba. ¿Y qué
hacía, señor Manterola, conlos moros vencidos? Les daba el fuero
de los jueces, les permitía tener sus mezquitas, les dejaba sus alcaldes
propios, les dejaba su propia legislación. Hacía mas:
cuando era robado un cristiano, al cristiano se devolvía lo mismo que se
le robaba; pero cuando era robado un moro, al moro se le devolvía doble.
Esto tiene que estudiarlo el señor Manterola en las grandes leyes, en
los grandes fueros, en esa gran tradición de la legislación
mudéjar, tradición que nosotros podríamos aplicar ahora
mismo a las religiones de los diversos cultos el día que
estableciésemos la libertad religiosa y diéramos la prueba de
que, como dijo Madame Staël, en España lo antiguo es la libertad,
lo moderno el despotismo.
Hay, señores, una gran tendencia en la escuela neocatólica a
convertir la religión en lo que decían los antiguos; los antiguos
decían que la religión sólo servía para amedrentar
a los pueblos; por eso decía el patricio romano: Religio idest, metus:
la religión quiere decir miedo. Yo podría decir a los que hablan
así de la religión aquello que dice la Biblia: «Cognovit
bos posesorem suum, et asinus proesepe dominisunt, et Israel non cognovit, et
populus meusnon intelexit», que quiere decir que el buey conoce su amo,
el asno su pesebre, y los neocatólicos no conocen a su Dios ().
Me preguntaba el señor Manterola si yo había estado en Roma.
Sí, he estado en Roma, he visto sus ruinas, he contemplado sus 300
cúpulas, he asistido a las ceremonias de la Semana Santa, he mirado
lasgrandes sibilas de Miguel Angel, que parecen repetir, no ya las
bendiciones, sino eternas maldiciones sobre aquella ciudad; he visto la puesta
del sol tras la basílica de San Pedro, me he arrobado en el
éxtasis que inspiran las artes con su eterna irradiación, he
querido encontrar en aquellas cenizas un atomo de fe religiosa, y
sólo he encontrado el desengaño y la duda ().
Nos decía el señor Manterola: «¿Qué
tenéis que decir de la Iglesia, qué tenéis que decir de
esa gran institución, cuando ella os ha amamantado a sus pechos, cuando
ella ha creado las universidades?». Es verdad, yo no trato nunca,
absolutamente nunca, de ser injusto con mis enemigos.
Cuando la Europa entera se descomponía, cuando el feudalismo reinaba,
cuando el mundo era un caos, entonces (pues qué, ¿vive tanto
tiempo una institución sin servir para algo al progreso?), ciertamente,
indudablemente, las teorías de la Iglesia refrenaron a los poderosos,
combatieron a los fuertes, levantaron el espíritu de los débiles
y extendieron rayos de luz, rayos benéficos, sobre todas las tierras de
Europa, porque era el único elemento intelectual y espiritual que
había en el caos de la barbarie. Por eso se fundaron las universidades.
Pero ¡ah, señor Manterola! ¡Ah, señores diputados! Me
dirijo a la Camara: comparad las universidades que permanecieron fieles,
muy fieles, a la idea tradicional después del siglo XVI, con las
universidades que se separaron de esta idea en los siglos XVI, XVII y XVIII.
Pues qué,¿puede comparar el señor Manterola nuestra
magnífica Universidad de Salamanca, puede compararla hoy con la
Universidad de Oxford, con la de Cambridge o con la de Heidelberg? No.
¿Por qué aquellas universidades, como el señor Manterola
me dice y afirma, son mas ilustres, son mas grandes, han seguido
los progresos del espíritu humano y han engendrado las unas a los
grandes filósofos, las otras a los grandes naturalistas? No es porque
hayan tenido mas razón, mas inteligencia que nosotros,
sino porque no han tenido sobre su cuello la infame coyunda de la
Inquisición, que abrasó hasta el tuétano de nuestros
huesos y hasta la savia de nuestra inteligencia.
El señor Manterola se levanta y, dice: «¿Qué
tenéis que decir de Descartes, de Mallebranche, de Orígenes y de
Tertuliano?». Descartes no pudo escribir en Francia, tuvo que escribir en
Holanda. ¿Por qué en Francia no pudo escribir? Porque allí
había catolicismo y monarquía, en tanto que en Holanda
había libertad de conciencia y República. Mallebranche fue casi
tachado de panteísta por su idea platónica de los cuerpos y las
ideas de Dios. ¿Y por qué me cita el señor Manterola a
Tertuliano? ¿No sabe que Tertuliano murió en el
montañismo? ¿A qué me cita Su Señoría
también a Orígenes? ¿No sabe que Orígenes ha sido
rechazado por la Iglesia? ¿Y por qué? ¿Por negar a Dios?
No, por negar el dogma del infierno y el dogma del diablo.
Decía el señor Manterola: «La filosofía de Hegel ha
muerto en Alemania». Éste es el error, no de laIglesia
católica, sino de la Iglesia en sus relaciones con la ciencia y la
política. Yo hablo de la Iglesia en su aspecto civil, en su aspecto
social. De lo relativo al dogma hablo con todo respeto, con el gran respeto que
todas las instituciones históricas me merecen; hablo de la Iglesia en su
conducta política, en sus relaciones con la ciencia moderna. Pues bien;
yo digo una cosa: si la filosofía de Hegel ha muerto en Alemania,
señores diputados, ¿sabéis dónde ha ido a
refugiarse? Pues ha ido a refugiarse en Italia, donde tiene sus grandes
maestros; en Florencia, donde esta Ferrari; en Napoles, donde esta
Vera. ¿Y sabe su señoría por qué sucede eso? Porque
Italia, opresa durante mucho tiempo; la Italia, que ha visto a su papa oponerse
completamente a su unidad e independencia; la Italia, que ha visto arrebatar
niños como Mortara, levantar patíbulos como los que se levantaron
para Monti y Tognetti, cada día se va separando de la Iglesia y se va
echando en brazos de la ciencia y de la razón humanas.
Y aquí viene la teoría que el señor Manterola no comprende
de los derechos ilegislables, por lo cual atacaba con toda cortesía a mi
amigo el señor Figueras; y comoquiera que mi amigo el señor
Figueras no puede contestar por estar un poco enfermo de la garganta, debo
decir en su nombre al señor Manterola que casualmente, si a alguna cosa
se puede llamar derechos divinos, es a los derechos fundamentales humanos, ilegislables.
¿Y sabe su señoría por qué? Porque después
de todo, si en nombrede la religión decís lo que yo creo, que la
música de los mundos, que la mecanica celeste es una de las
demostraciones de la existencia de Dios, de que el universo esta
organizado por una inteligencia superior, suprema; los derechos individuales,
las leyes de la naturaleza, las leyes de nuestra organización, las leyes
de nuestra voluntad, las leyes de nuestra conciencia, las leyes de nuestro
espíritu, son otra mecanica celeste no menos grande, y muestran
que la mano de Dios ha tocado a la frente de este pobre ser, humano y lo ha
hecho a Dios semejante.
Después de todo, como hay algo que no se puede olvidar, como hay algo en
el aire que se respira, en la tierra en que se nace, en el sol que se recibe en
la frente, algo de aquellas instituciones en que hemos vivido, el señor
Manterola, al hablar de las Provincias Vascongadas, al hablar de aquella
República con esa emoción extraordinaria que yo he compartido con
su señoría, porque yo celebro que allí se conserve esa
gran democracia histórica para desmentir a los que creen que nuestra
patria no puede llegar a ser una república, una república
federativa; al hablar de aquel arbol cuyas hojas los soldados de la
Revolución francesa trocaban en escarapelas (buena prueba de que si
puede haber disidencias entre los reyes, no puede haberla entre los pueblos),
de aquel arbol que, desde Ginebra saludaba Rousseau como el mas
antiguo testimonio de la libertad en el mundo; al hablarnos de todo esto el
señor Manterola, se ha conmovido, me haconmovido a mí, ha
conmovido elocuentemente a la Camara. ¿Y por qué,
señores diputados? Porque ésta era la única centella de
libertad que había en su elocuentísimo discurso. Así
decía el señor Manterola que era aquélla una
república modelo, porque se respetaba el domicilio: pues yo le pido al
señor Manterola que nos ayude a formar la República modelo, la
república divina, aquella en que se respete el asilo de Dios, el asilo
de la conciencia humana, el verdadero hogar, el eterno domicilio del
espíritu.
Decíanos el señor Manterola que los judíos no se llevaron
nada de España, absolutamente nada, que los judíos lo mas
que sabían hacer eran babuchas; que los judíos no brillaban en
ciencias, no brillaban en artes; que los judíos no nos han quitado nada.
Yo, al vuelo, voy a citar unos cuantos nombres europeos de hombres que brillan
en el mundo y que hubieran brillado en España sin la expulsión de
los judíos.
Espinoza: podréis participar o no de sus ideas, pero no podéis
negar que Espinoza es quiza el filósofo mas alto de toda
la filosofía moderna; pues Espinoza, si no fue engendrado en
España, fue engendrado por progenitores españoles, y a causa de
la expulsión de los judíos fue parido lejos de España, y
la intolerancia nos arrebató esa gloria.
Y sin remontarnos a tiempos remotos, ¿no se gloria hoy la Inglaterra con
el ilustre nombre de Disraeli, enemigo nuestro en política, enemigo del
gran movimiento moderno; tory, conservador reaccionario, aunque ya quisiera yo
que muchosprogresistas fueran como los conservadores ingleses? Pues Disraeli es
un judío, pero de origen español; Disraeli es un gran novelista,
un grande orador, un grande hombre de Estado, una gloria que debía
reivindicar hoy la nación española.
Pues qué, señores diputados, ¿no os acordais del
nombre mas ilustre de Italia, del nombre de Manin? Dije el otro
día que Garibaldi era muy grande, pero al fin era un soldado. Manin es
un hombre civil, el tipo de los hombres civiles que nosotros hoy tanto
necesitamos, y que tendremos, si no estamos destinados a perder la libertad:
Manin, solo, aislado, fundó una república bajo las bombas del
Austria, proclamó la libertad; sostuvo la independencia de la patria,
del arte y de tantas ideas sublimes, y la sostuvo interponiendo su pecho entre
el poder del Austria y la indefensa Italia. ¿Y quién era ese
hombre cuyas cenizas ha conservado París, y cuyas exequias tomaron las
proporciones de una perturbación del orden público en
París, porque había necesidad de impedir que fueran sus admiradores,
los liberales de todos los países, a inspirarse en aquellos restos
sagrados (porque no hay ya fronteras en el mundo, todos los amantes de la
libertad se confunden en el derecho), quién era, digo, aquel hombre que
hoy descansa, no donde descansan los antiguos dux, sino en el pórtico de
la mas ilustre, de la mas sublime basílica oriental, de la
basílica de San Marcos? ¿Qué era Manin? Descendiente de
judíos. ¿Y qué eran esos judíos? Judíos
españoles. De suerte queal quitarnos a los judíos nos
habéis quitado infinidad de nombres que hubieran sido una gloria para la
patria.
Señores diputados, yo no sólo fui a Roma, sino que también
fui a Liorna y me encontré con que Liorna era una de las mas
ilustres ciudades de Italia. No es una ciudad artística ciertamente, no
es una ciudad científica, pero es una ciudad mercantil e industrial de
primer orden. Inmediatamente me dijeron que lo único que había
que ver allí era la sinagoga de marmol blanco, en cuyas paredes
se leen nombres como García, Rodríguez, Ruiz, etcétera. Al
ver esto, acerquéme al guía y le dije: «Nombres de mi
lengua, nombres de mi patria»; a lo cual me contestó:
«Nosotros todavía enseñamos el hebreo en la hermosa lengua
española, todavía tenemos escuelas de español,
todavía enseñamos a traducir las primeras paginas de la
Biblia en lengua española, porque no hemos olvidado nunca,
después de mas de tres siglos de injusticia, que allí
estan, que en aquella tierra estan los huesos de nuestros padres».
Y había una inscripción y esta inscripción decía que
la habían visitado reyes españoles, creo que eran Carlos IV y
María Luisa, y habían ido allí y no se habían
conmovido y no habían visto los nombres españoles allí
esculpidos. Los Médicis, mas tolerantes; los Médicis,
mas filósofos; los Médicis, mas previsores y
mas ilustrados, recogieron lo que el absolutismo de España
arrojaba de su seno, y los restos, los residuos de la nación
española los aprovecharon para alimentar su granciudad, su gran puerto,
y el faro que le alumbra arde todavía alimentado por el espíritu
de la libertad religiosa.
Señores diputados: me decía el señor Manterola (y ahora me
siento) que renunciaba a todas sus creencias, que renunciaba a todas sus ideas,
si los judíos volvían a juntarse y volvían a levantar el
templo de Jerusalén. Pues qué, ¿cree el señor
Manterola en el dogma terrible de que los hijos son responsables de las culpas
de sus padres? ¿Cree el señor Manterola que los judíos de
hoy son los que mataron a Cristo? Pues yo no lo creo; yo soy mas
cristiano que todo eso, yo creo en la justicia y en la misericordia divinas.
Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le
acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan;
pero hay un Dios mas grande, mas grande todavía, que no es
el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado
en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios, y
sin embargo, diciendo: «¡Padre mío, perdónalos,
perdona a mis verdugos, perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que se
hacen!».Grande es la religión del poder, pero es mas grande
la religión del amor; grande es la religión de la justicia
implacable, pero es mas grande la religión del perdón
misericordioso; y yo, en nombre del Evangelio, vengo aquí, a pediros que
escribais en vuestro código fundamental la libertad religiosa, es
decir, libertad, fraternidad, igualdad entre todos los hombres.