Entre los zapotecos, Fray Francisco de Burgoa
en el siglo XVII mencionó en su Geografica Descripción,
que “el acto xandú se celebra en el mes de noviembre y lo
considera, desde su visión evangelizadora, un
rito forjado por el Padre de la Tiniebla. Las vísperas de esta ceremonia
se llevaban a cabo, según este dominico, con
una gran matanza de gallinas, pero especialmente de guajolotes, preparados con
chiles secos molidos, pepitas de calabaza, hojas de yerba santa o aguacate y lo
cocían todo en agua.”
El historiador zapoteca Víctor Cata refiere que este guisado llamaron
los nahuas totolmole, mismo que era considerado por los zapotecos como un manjar y le
nombraban guiñado’ bere ( según el
fraile Juan de Córdova). Asimismo, preparaban unos tamales rituales en
estas fechas denominadas en mexicano petlaltamales y en zapoteco daa bere yee: este platillo se condimentaba con hojas de aguacate, y los
cocían en olas o en el hornillo de tierra.
“Cada familia preparaba estos guisados, los
ponían en cazolones o jícaras. Durante la noche los
colocaban en mesas o cañizos, para luego ofrendarlas a sus difuntos,
suplicando el perdón y que se dignaran llegar y comer aquellos manjares
que les habían preparado, así tuvieran a bienrogar a sus dioses
-a quienes servían alla en el otro mundo- les diera salud, tener
buenos temporales. Esta comida ritual era ofrecida con mucha solemnidad, pues
los señores de la casa se ponían en cuclillas ante el altar,
bajaban los ojos y cruzaban los brazos: el silencio
era profundo”
Así se pasaban toda la noche, en desvelo. Nadie osaba
levantar el rostro para no importunar a los difuntos, pues si lo hacían
molestaban a los muertos, quienes les enviarían grandes castigos y
calamidades. “Al día siguiente esa comida, sin probarla,
era repartida a los extranjeros y los pobres , en caso
de no hallarlos se tiraban en lugares ocultos porque lo consideraban sagrada y
bendita”, explicó el historiador.
Hoy en día, los zapotecas mantienen la tradición del xandú, al velar la
llegada de las almas
en un hogar ofreciéndoles la comida ofrendada; después se
reparten las ofrendas a los vecinos y amigos.
La muerte entre los zapotecas
Una zapoteca robusta de Tehuantepec, por alla de los años 20, era
famosa en el barrio Santa María por dedicarse a cargar en la cabeza
bultos y trastos de la gente a falta de vehículos; era conocida como la
“cargadora”. Ademas de fuerte, era de
temperamento explosivo. En su casa tenía varios perros alos que
nunca daba de comer, a pesar de que era costumbre entre los ancianos zapotecas
otorgarle a los perros negros una tortilla de la mesa, aunque ésta fuera
muy pobre.
Un día, la cargadora murió. Al llegar a
la ribera de un río de sangre, estaban dos
perros; el de color blanco no quiso pasarla a la otra orilla, el otro negro no
quiso guiarla porque nunca dio de comer a sus perros.
Mientras eso pasaba en la otra vida, en ésta, la cargadora, acostada en
medio de la casa durante su velorio, resucitó,
para sorpresa de todos los presentes. Del viaje trajo
la encomienda de darle de comer, a partir de allí, a sus perros.
Esta historia es contada por algunos ancianos de Tehuantepec para ilustrar lo
importante de ser buen cristiano en esta vida con todas las criaturas,
incluyendo a los animales, y de la cosmovisión de los zapotecas del
mas alla.
Los ancianos aseguran que el alma tiene que pasar un
gran río, en la rivera del
cual estan dos perros: uno blanco y otro negro. El perro blanco se niega
a transportar al difunto a la otra orilla porque dice que se va
a ensuciar. Es el perro negro quien se ofrece a
realizar esta actividad. Por eso los que saben, los tratan
bien.
Cuando un zapoteca muere, en su ataúd le
depositan en elinterior un peine, una jícara, un jabón, para que
el finado se bañe y llegue limpio ante Dios. También
le colocan dinero para que pague el responso que oira alla.
Lo calzan con huaraches nuevos para que no se lastime cuando camine hacia el
Señor.
Los zapotecas asumen muchos ritos antes, durante y
después del
proceso de muerte, pues es de suma importancia que el finado tenga un descanso
en paz, que no vague su espíritu por el mundo sin rumbo, ademas
de mantener una comunicación con los que dejó en este mundo.
El que se va, siempre es recordado; no se le olvida, hasta
la tercera generación. Por eso la persona que se encarga de los
funerales asume la obligación de vigilar que nadie pase por encima de la
cruz de tierra colocada en medio de la casa los
primeros 40 días de la muerte, porque de lo contrario, el alma quedara
atrapada en el mas alla.
Para los zapotecas del Istmo de Tehuantepec, los difuntos no son entes de
terror, sino de veneración, de reverencia, de amor; cuando alguien
muere, se vuelve como un santo pequeño, por lo que su imagen se coloca
ante el altar familiar, al lado de los santos católicos considerados
mayores, en donde comparte con ellos los inciensos, las flores, el agua, las
súplicas y las reverencias.