Vnos encontramos sigue tratandome con
absoluta indiferencia, a la que añade incluso un
desdén hostil. No intenta, lo veo claramente, disimular su
aversión hacia mí. Por otra parte, tampoco oculta que le soy
necesario y que me tiene como reserva para otras ocasiones
propicias.
Una relación extraña se ha establecido entre
nosotros. No me lo explico, dada la arrogancia y el orgullo con que
trata a todo el mundo.
Sabe, por ejemplo, que yo la amo con locura, y me permite,
incluso, hablarle de mi pasión, francamente, sin trabas. No
podía demostrarme mejor su desdén con este permiso
Ya ves, hago tan poco caso de tus sentimientos, que todo lo que puedas decirme
o experimentar me tiene absolutamente sin cuidado.
Ya antes me hablaba mucho de sus asuntos, pero jamas con entera
confianza. Por si eso fuera poco, en su desprecio hacia mí ponía
refinamientos del
siguiente género: sabiendo que me hallaba al corriente de tal o cual
circunstancia de su vida, de una grave preocupación, por ejemplo, me
contaba sólo una parte de los hechos si creía necesario
utilizarme para sus fines, o para alguna combinación, como un esclavo. Pero si ignoraba
todavía las consecuencias de los acontecimientos, si me veía
compartir sus sufrimientos o sus inquietudes, no se dignaba jamas
tranquilizarme con una explicación amable. Como
ella me confiaba a menudo misiones no solamente
delicadas, sino peligrosas, estimo que debería haber sido mas franca. Pero, ¡a
qué inquietarse de mis sentimientos, porel hecho de que yo
también me alarmase, y quiza me atormentase tres veces mas
que ella por sus preocupaciones y sus fracasos!
Yo conocía desde hacía tres semanas su intención de jugar
a la ruleta. Me había incluso avisado de que yo debía jugar en su
lugar, pues las conveniencias prohibían que ella
lo hiciese. En el tono de sus palabras comprendía, entonces, que ella experimentaba una honda inquietud y no el simple deseo
de ganar dinero. Poco le importa el dinero en sí.
En eso hay un objetivo, circunstancias que puedo
adivinar, pero que, hasta este momento, ignoro.
Naturalmente, la humillación y la esclavitud en que ella
me tiene, me darían -se da a menudo el caso- la posibilidad de
preguntarle a ella misma derechamente y sin ambajes. Puesto que soy para ella un esclavo, que no merece consideración a sus
ojos, no tiene que impresionarse por mi atrevida curiosidad. Pero
aunque me permita que le dirija preguntas, no por eso me las contesta.
Algunas veces ni siquiera me atiende.
¡Así estamos!
Ayer se habló mucho, entre nosotros, de un
telegrama enviado a Petersburgo hace cuatro días y que no ha sido
aún constestado. El General esta
visiblemente agitado y pensativo. Se trata, seguramente, de
la abuela.
El francés también esta desasosegado.
Ayer, por ejemplo, tuvieron, después de la comida, una
larga conversación. El francés afecta hacia nosotros un tono arrogante y despreocupado. Como dice el proverbio: Dejad que pongan un pie en vuestra casa y pronto habran puesto loscuatro.
Con Paulina finge igualmente una indiferencia que bordea la grosería. Sin embargo, se une de buena gana a nuestros paseos familiares por
el parque y a las excursiones a caballo por los alrededores.
Conozco desde hace tiempo algunas de las circunstancias que han
puesto al francés en relación con el General. En
Rusia proyectaban establecer, en sociedad, una fabrica. Ignoro si su proyecto ha fracasado o si hablan todavía de
él.
Ademas, me he enterado, por casualidad, de una parte de un secreto de familia. El francés
sacó efectivamente de apuros al General el año pasado,
facilitandole treinta mil rublos para completar la suma que éste
debía al Estado, cuando presentó la dimisión de su empleo.
Naturalmente, el General se halla a merced suya, pero ahora, sobretodo ahora,
es la señorita Blanche la que desempeña el principal papel en
todo eso. Estoy seguro de no equivocarme.
¿Que quién es la señorita Blanche?
Aquí, entre nosotros, dicen que es una francesa
distinguida, a la que acompaña su madre, una dama muy rica. Se sabe también que es una prima lejana de nuestro
marqués. Parece ser que antes de mi viaje a París el
francés y la señorita Blanche habían tenido relaciones
mucho mas ceremoniosas, vivían en un
plan mas reservado. Ahora su amistad y su parentesco
se manifiestan de una manera mas atrevida, mas íntima.
Quiza nuestros asuntos les parecen en tan mal estado que juzgan
inútil hacer cumplidos y disimular. Noté anteayer que Mr. Astley
hablaba con la señorita