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Prólogo Pablo de la Torriente Brau y el inicio de la narrativa vanguardista cubana



Prólogo Pablo de la Torriente Brau y el inicio de la narrativa vanguardista cubana

Aunque la crítica ha reconocido determinadas innovaciones en la novela y el cuento cubanos de las décadas del 20 y el 30, generalmente se ha mostrado reacia, o al menos indiferente, a considerar la emergencia de una narrativa que compartiera con la poesía, la pintura y aun el ensayo y la crítica la denominación de vanguardista. Ello no es del todo ilógico, sobre todo porque los cambios que se producían en la narrativa en ese período eran, en general, menos espectaculares que en otros géneros o manifestaciones; sus novedades se impondrían más lentamente, luchando —a veces dentro de un mismo texto— con el naturalismo o el costumbrismo imperantes hasta entonces. Por otra parte, los aires de vanguardia europeos se manifestaron con mayor fuerza en los textosde divulgación y valoración de la poesía y la pintura, y los muy conocidos «ismos» fueron más rápidamente adoptados como códigos para establecer comparaciones a partir de los cambios en esas dos manifestaciones. La comunicación, por tanto, con «el canon occidental», fue mucho más directa en los poetas y pintores que en los narradores, cuya mayoría sólo empezaba a darse a conocer en esos momentos. Por estas y otras razones, muchos críticos cubanos reconocen —todavía hoy— el inicio del cambio de signo estético en la novela y el cuento ya en la década de los años 40, como ha sucedido también en buena parte de América Latina. Es indudable, sin embargo, que ese cambio se inicia y tiene su primer desarrollo en las décadas precedentes, y que la narrativa comparte con la poesía (para limitarme al plano literario) varios de los aspectos que le han ganado a esta la consideración de vanguardista. Ello, si consideramos el término vanguardia como definidor de aquellas manifestaciones que resquebrajaron valores establecidos y sentaron las bases de la modernización cultural en este siglo, es decir, como ha dicho Klaus Müller-Bergh, si se aplica al denominador común de manifestaciones diversas y varias, pero que «promueven el cambio estético, artístico, ideológico en las letras»1 independientemente, digo yo, de la mayor o menor cercanía a determinados «ismos» más o menos canonizados. En su ensayo «Indagación del vanguardismo en las Antillas», elconocido profesor, refiriéndose más bien a la poesía, relaciona una serie de características para la vanguardia en las Antillas que me servirán de primer punto de comparación para lo que ocurre en la narrativa. Él habla del afán reflexivo y de análisis de lo autóctono, de la idiosincrasia nacional en sus relaciones con lo latinoamericano y universal; de la valoración y el tratamiento de las culturas y el folklore populares, «predominantemente en su modalidad afroantillana»; la búsqueda del aggiornamiento o afán de ponerse al día a través de la inmersión en la contemporaneidad, y algunas otras características que toma de Guillermo de Torre, como el antitradicionalismo, «el cuestionamiento del status quo, mediante la ironía, irreverencia, humor mordaz desestabilizador y el terrorismo verbal». Y termina diciendo: «Todo ello en función de conciencia de una identidad cultural independiente frente a España y Europa. En suma, reflexión y autoanálisis, unida al anhelo de renovación artística, lingüística y formal, nacionalismo e internacionalismo, afirmación de independencia cultural [].»2


Klaus Müller-Bergh, «Indagación del vanguardismo en las Antillas», en Prosa de vanguardia, Madrid, Editorial Orígenes, 1987. 2 Ibídem.

La narrativa cubana de la época exhibe —quizás en mayor número que cualquier otro país hispanoamericano— un grupo de textos que, con diferentes tendencias y procedimientos, se separan en aspectos relevantes deldiscurso narrativo tradicional y que en más de un aspecto cumplen las características que apunta Klaus Müller-Bergh. Así, por ejemplo, Félix Pita Rodríguez experimenta, desde 1926 —antes de su encuentro con la estética surrealista— nuevas formas de abordaje narrativo a partir de su admiración por autores como Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga, pero sin mimetismo limitador; Alejo Carpentier logra con ÉcueYamba-O (1932) el mejor exponente, dentro de la ficción narrativa, del tema negro, y vela, con determinados recursos expresivos, las armas de lo que sería su definitivo método de configuración artística; Enrique Labrador Ruiz inaugura en 1933, con El laberinto de sí mismo, sus novelas gaseiformes, con las que quiebra tajantemente la noción tradicional de realismo como reproducción inmediata del referente externo; Lino Novás Calvo, con técnicas de montaje cercanas a lo cinematográfico, crea situaciones que, sin ser inverosímiles, provocan una atmósfera de angustiosa irrealidad. Aun en autores todavía influidos por la ideoestética naturalista, como Carlos Montenegro o Enrique Serpa, lo novedoso, en términos generales, de sus temas y su tratamiento literario — que en Montenegro llega en ocasiones al expresionismo y en Serpa, mediante el tratamiento de los mecanismos psicológicos del individuo ante el medio social, se acerca a una visión subjetiva de los asuntos que trata—, permiten incluirlos entre los que, de una u otra forma, renovaron eldiscurso narrativo cubano; mientras que otros, como Rubén Martínez Villena y Arístides Fernández, desbrozaron el camino para el posterior auge de la literatura fantástica; y un Luis Felipe Rodríguez, atado a los procedimientos composicionales de finales del XIX y a la tendencia a desarrollar tesis en sus narraciones, no obstante, aportaba al conjunto el tratamiento de personajes populares tomados del mundo del trabajo rural. Influidos por la situación histórica nacional y mundial y por los cambios que desde principios de siglo, pero sobre todo después de la primera posguerra, se están produciendo en el ámbito cultural occidental, la mayoría de los narradores de las décadas del 20 y especialmente del 30, están motivados por un interés —explícito o subyacente en sus textos— en la recuperación y redefinición de la identidad nacional y por el tratamiento de la problemática social contemporánea a ellos. Aunque esa proyección informa buena parte de su producción artística, esta se ha liberado, en sentido general, del discurso sociologizante que limitó la prosa de ficción en las primeras décadas del siglo XX cubano. Sus autores procuran encontrar nuevas formas artísticas para los nuevos temas y preocupaciones, a fin de superar igualmente la visión costumbrista superficial de los ya gastados modelos literarios, y penetrar, por distintas vías, en las reacciones humanas ante las diversas y a veces demoledoras circunstancias. Ese interés y esosprocedimientos se manifiestan de varias maneras y por diferentes caminos. Entre los aspectos ideotemáticos más representativos de lo que queremos demostrar está el tratamiento diferenciado de la historia; por ejemplo, la revisión actualizada de los fenómenos relacionados con la esclavitud, —como es el caso de Pedro Blanco, el negrero, de Lino Novás Calvo, donde se pierde el halo romántico en el abordaje artístico de la trata negrera y se someten a una nueva valoración, cercana al expresionismo, algunos de los temas que fueron caros a la novelística decimonónica, entre ellos el incesto, que pierde su inocencia romántica y se carga de complejidad, culpa y angustia—, o la construcción simbólica de la culpa blanca por el pecado de la esclavitud, como en Caniquí, de José Antonio Ramos. La temática de las guerras de independencia, con distintos puntos de vista y resultados estéticos, está presente en varios autores, sobre todo en el cuento (Pablo de la Torriente, Montenegro, Serpa, por sólo citar a algunos). A esta misma línea histórica, corresponden los textos que pretenden parodiar los sucesos históricos, con voluntad desacralizadora de mitos sociopolíticos dominantes; línea que representa de manera sobresaliente Pablo de la Torriente Brau con Aventuras del Soldado Desconocido cubano, una de las novelas más originales de la literatura cubana. En ella, no solamente se establece una ruptura genérica al combinar lo periodístico con loficcional, lo histórico con lo fantástico, sino que se ensayan procedimientos nada comunes en su momento, como la intertextualidad, el tratamiento paródico, lo apócrifo, la doble narración, la utilización


de personajes y léxico tomados de la marginalidad social, el humor negro, el lenguaje mordaz y otros, que la crítica contemporánea está, tal fin!, reconociendo como precursores de la más actual literatura cubana. La ruptura de fronteras genéricas a que hice alusión antes no sólo se produce en Aventuras… ni sólo en Pablo de la Torriente, aunque es él su mejor representante en la etapa. Otro tanto hacen Carlos Montenegro, en algunos de sus cuentos —sobre todo los que incluye en la primera parte («Cuentos de hombres libres») de El renuevo y otros cuentos y en su única novela Hombres sin mujer—; y Enrique Serpa en algunos relatos de Felisa y yo. Hay también otras transgresiones. Tal es la exploración de zonas temáticas poco o nada abordadas anteriormente por la narrativa cubana, como los sectores marginales, según el discurso social hegemónico (cárcel, prostíbulos, zonas portuarias, barrios suburbanos, solares, etcétera.); el tratamiento de problemáticas obreras, el homosexualismo, etcétera. En estos temas se destacan los autores mencionados, además de Enrique Labrador Ruiz, sobre todo en sus novelas gaseiformes, en las que partiendo de un referente real —casi siempre marginal— lo convierte, mediante el lenguaje sublimado y el tratamientofantástico, en un espacio supra-real, pero que finalmente remite a la atmósfera asfixiante de la sociedad que describe; y Alejo Carpentier con su Écue-Yamba-O, cuyo protagonista va de una marginalidad a otra: de lo marginal rural a lo marginal urbano, de una religiosidad marginada a otra, de una vida marginada que muere, a otra que nace. De la misma forma que la narrativa de la época toma como fuente de su sistema de personajes a individuos y sectores marginados de la estructura social dominante, igualmente practica modalidades genéricas o temáticas consideradas marginales, como el tratamiento de lo negro, que se integra de ese modo a la llamada tendencia afrocubana, que se manifestaba en la poesía, el ensayo, la etnología, la música, la pintura. Dos variables se pueden encontrar en ello: la recuperación escrita de la literatura oral popular, ya sea ritual o cuentera. En ambas líneas se destaca Lidia Cabrera, pero otros autores-investigadores se dedicaron a esa labor de rescate escrito de la oralidad popular negra, entre ellos Rómulo Lachatañeré y Gerardo del Valle, y las obras de ficción a partir de la realidad y las creencias del negro cubano, como es el caso de Écue Los cambios de signo de la narrativa en la etapa se manifiestan igualmente en el relieve narrativo de novelas y cuentos en los que, salvo excepciones, se disminuye la distancia entre el plano del narrador y el mundo de los personajes, que en ocasiones asumen lafunción de narrar la historia. Hay una voluntad de jerarquización de rasgos de personalidad que individualizan a cada actor, sin negar su pertenencia a determinado sector social. Se ensayan, por otra parte procedimientos estructurales novedosos y todo ello mediante un tratamiento lingüístico en el que el habla popular cubana ocupa lugar destacado. De esos recursos y procedimientos sólo voy a mencionar unos pocos. Uno especialmente interesante es la jerarquización del espacio urbano. Aunque no se abandonan totalmente la temática y la espacialidad ruralistas, aparece con mayor frecuencia la ciudad, casi siempre no como cosmos globalizador, sino en pequeños escorzos (barrios, zonas portuarias, fábricas). La ciudad no se presenta, por otra parte, como un espacio en sí mismo contaminador, agresivo y ajeno, tal como se pintaba en algunas novelas de Luis Felipe Rodríguez o de Jesús Castellanos, sino simplemente como escenario donde ocurren las acciones. No hay, por tanto, oposición ciudad-campo como un tema jerarquizado en la mayoría de las obras. Se procura un discurso cercano a la oralidad, al decir cotidiano, y expresado de una manera natural. Esto lo diferencia de la narrativa anterior, en la que se forzaba el habla coloquial con supuestas transcripciones «textuales», y se deslizaban innumerables cultismos y casticismos. Al haber menor distancia entre el plano del narrador y el de los personajes, el lenguaje gana en naturalidad. Ya el narradorno «viene de fuera», ni se coloca por encima de los que participan en la historia. Es cierto que este proceso, como ha explicado Luis Álvarez,3 tiene su culminación en la década de los 40; pero es innegable que el paso dado por la narrativa vanguardista fue imprescindible para lograrlo.


Véase Luis Álvarez Álvarez. «El relieve narrativo en la obra de Onelio Jorge Cardoso.» En: Onelio Jorge Cardoso. Valoración múltiple. La Habana, Casa de las Américas, 1988, pp. 207-19.


No se trata, por otra parte, de que en todos los casos hubiera una voluntad de «coloquizar» el lenguaje. En Labrador Ruiz, por ejemplo, la intención estética jerarquiza el valor del lenguaje en la novela. En su caso hay una estilización muy personal del lenguaje narrativo, mediante un vínculo artístico entre lo culto y lo popular, sin pretender ser lo uno ni lo otro, sino un lenguaje literario propio. Otros autores (como Carlos Enríquez, quien también en la narrativa estaba influido por el surrealismo) intentaban garantizar la autonomía de la palabra por lo menos en su valor fónico, mientras que un Pablo de la Torriente la utilizaba, en algunos de sus cuentos, para, mediante procedimientos expresivos, entre ellos la hipérbole, la alusión, la perífrasis, ampliar o variar su espectro de significaciones, casi siempre con propósitos humorísticos. Aunque con algunos antecedentes, en el sentido de reflexiones sobre el hecho de la escritura desde la diégesis de unanovela o cuento, es en este período, y especialmente en la obra narrativa de Labrador Ruiz, cuando esto se hace a partir de una evidente voluntad estética. En Labrador ya hay una intención de hacer novela de lenguaje, de ahí que la referencialidad social en sus textos es bastante mediata. En varias de sus obras llama la atención hacia la propia escritura, aunque no se podría hablar todavía de evidencias de un sentido de autorreferencialidad en sus novelas. Existen otros rasgos que justificarían la inclusión de la narrativa de los años 20 y 30 dentro de una categorización vanguardista. No he querido detenerme en las directas asimilaciones de recursos puntuales de algunas de las corrientes europeas, como los elementos cubistas y surrealistas de Écue-Yamba-O, o los rasgos futuristas en los cuentos de Pablo, porque no son esos préstamos los que, según creo, definen y caracterizan la vanguardia narrativa cubana, sino precisamente su poder de cambio, su voluntad —y en algunos casos capacidad— de hacer partícipe a la literatura de los dinámicos acontecimientos de la época tanto nacional como internacionalmente hablando, y el propósito de poner al día la narrativa cubana en relación con el desarrollo de la literatura universal. Si bien la década de los años 40 fue una época de oro de la narrativa cubana —comparable hasta ahora sólo con la del 60—, ello fue posible porque el proceso de cambio de signo estético comenzó antes: precisamente con lavanguardia narrativa cubana, que reflejó, si hacemos una mirada de conjunto, la atmósfera social y cultural de la Cuba de entonces; que recogió y asimiló creativamente las nuevas corrientes del arte y el pensamiento universal; que incorporó, desde los presupuestos de la creación artística, los resultados de las investigaciones antropológicas y etnológicas que se realizaban en Cuba; que estuvo inmersa en los acontecimientos sociales con sentido de participación, y en algunos casos de compromiso; que no fue ajena al estudio de nuestras raíces ni de nuestra historia, pero sin perder su condición de producción artística, y que trató —y en varios casos logró— desasirse de lo gastado sin caer en mimetismos de modas y modos.

Los cuentos de Pablo
Entre los narradores que inician la vanguardia en Cuba, tiene un lugar especial Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), quien a pesar de su escasa obra narrativa constituye, según mi criterio, uno de los más audaces y con mayor potencialidad de escritor de todo el grupo de narradores de los años 30. Aunque no pudo desarrollarla en toda su magnitud, por su temprana muerte en defensa de la República española, lo que dejó escrito lo revela como un innovador de la narrativa cubana. Su ideal estético tiene como base el propósito de poner la literatura al nivel del dinamismo de la época que le tocó vivir; que fuera a la vez crónica e instrumento de transformación, sin traicionar su específica funciónestética. El rigor ideológico de Pablo de la Torriente y su confianza en las potencialidades de la literatura, le permiten realizar una obra cuya significación primera radica, precisamente, en la fusión de la acción vital y la práctica


artística, con una marcada voluntad humanista. El acto de creación, aunque vehículo de satisfacción personal, no sería para él refugio ni realización sustitutiva, sino parte entrañable de la actuación social. El primer cuento conocido de Pablo —no publicado hasta ahora— data de 1923. Se trata de «La única hazaña del médico rural», el cual, si bien se debe considerar dentro de la necesaria etapa de aprendizaje de un narrador, exhibe ya algunos elementos que anuncian las preferencias temáticas y de recursos literarios de su autor. Una de ellas es el trabajo intertextual con el cine, quizás la mayor influencia, tanto temática como composicional, en la narrativa de Pablo. En este caso escogió como modelo de escenario un pequeño pueblo de los fundados por colonos norteamericanos, en los inicios del siglo XX, al norte de las antiguas provincias de Camagüey y Oriente. Ese espacio le sirve al autor implícito para organizar la historia como un típico western y justificar las acciones de los personajes principales. El cuento tiene una estructura tradicional: descripción del espacio, presentación y retrato de los personajes y narración de distintos episodios que informan sobre el principal atributo delprotagonista —su patológica cobardía— y preparan el sorpresivo desenlace. Sin embargo, ya se aprecia el estilo desenfadado, el gusto por lo humorístico y la crítica satírica a la situación nacional, que serían características de algunos de los mejores cuentos de Pablo. Otro de sus cuentos tempranos —«Diálogo en el mesón»— es un divertimento a partir de la sátira, basada en las polémicas acerca del origen nacional de Cristóbal Colón y el estereotipo de avaros adjudicado a los judíos. Por su parte, «Casi una novelita. Cuento-película», escrito en 1925 y como los anteriores inédito hasta la presente edición, es mucho más informal que aquellos y, por lo mismo, más novedoso. Dentro de una historia-marco —presentada explícitamente como un guión cinematográfico— en la que los personajes coinciden caracterológica y aun nominativamente con miembros del círculo de amigos del autor (procedimiento utilizado por Torriente Brau en varios de sus cuentos posteriores), se inserta un episodio que, en sí mismo, tiene una nueva complejidad: la imbricación argumental de las acciones de la protagonista y las escenas de una película que se está filmando, ambas estructuradas como una parodia del melodrama, en la que no falta el desenlace feliz. El final del cuento es igualmente anticonvencional. No sólo el narrador informa a posteriori el verdadero título del relato (que resulta así una inversión de lo establecido), sino que hace aparecer al autor como personaje, enuna especie de firma implícita en el cuerpo del relato: «He aquí por qué esta historia que debió titularse “La novela de Victoria”, se titula simplemente “Por qué se casa una protagonista de película”, y he aquí también por qué la protagonista, para el día de su boda, ha invitado al Sr. Pablo de la Torriente Brau en el 30 de agosto de 1925.»

Cuentos de Batey y otros cuentos
Si descontamos estos ensayos narrativos de su etapa de aprendizaje, sus primeros cuentos son los incluidos en Batey,4 libro escrito en colaboración con su amigo Gonzalo Mazas, y publicado en 1930. En conjunto, los cuentos de Pablo aparecidos en esa colección, muestran ya una actitud nueva ante el hecho literario, en relación con la narrativa cubana tradicional. Ello se manifiesta en cambios en la base ideotemática y en los procedimientos composicionales, que lo acercan a las audacias que propugnaban los «ismos» europeos. Lo vanguardista en su obra, sin embargo, no está tanto en la utilización de determinadas imágenes futuristas o el tratamiento de temas mediante recursos que remedan el surrealismo, como en la concepción autoral de la literatura en tanto acto vital, dinámico y polifacético, de lo que resulta una obra de gran fuerza expresiva, desasida ya de modelos gastados y por lo mismo de indudable carácter fundador.




Pablo de la Torriente Brau y Gonzalo Mazas Garbayo. Batey. La Habana, Cultural, 1930.

Aun en «El héroe», escrito en 1925 —el mástradicional de sus cuentos de Batey—, el desenlace sorpresivo ofrece una nota inédita al sugerir una doble lectura de un mismo enunciado: una humorística al convertir, mediante una ruptura de sistema, una aparente tragedia en un hecho intrascendente, y otra que ratifica la condición heroica del protagonista. Los demás cuentos presentan una estructura más heterodoxa, en la que destacan la intertextualidad y la inclusión de elementos novedosos en la composición como la notación de una partida de ajedrez o un fragmento de partitura musical, párrafos conformados sólo con onomatopeyas, doble narración, interpolación de poemas, canciones, cheers y, sobre todo, dos aspectos del relieve narrativo que individualizan al autor dentro del contexto epocal. El primero es la presencia del autor implícito, representado en tanto individuo creador del relato y participante en los sucesos, sin disfraz de personaje fictivo y sin la ajenidad que caracterizó la narración personal de un Jesús Castellanos o un Luis Felipe Rodríguez. Tal técnica tiende, entre otros procedimientos, a la supresión de las fronteras genéricas entre el testimonio y la ficción narrativa, en los que Torriente Brau es más audaz que otros contemporáneos que utilizaron el recurso, como Enrique Serpa o Carlos Montenegro. Textos como «Una aventura de Salgari», «Nosotros solos», «Fiebre», «Páginas de la alegre juventud», entre otras, se encuentran en una zona intermedia entre el relatoautobiográfico y lo estrictamente literario, no siempre a partir de la inclusión de aspectos ficcionales, sino mediante una efectiva composición narrativa. La presencia del autor como narrador-personaje se muestra también en «A fojas 72», en el que recurre al procedimiento del «documento encontrado» para presentar la historia, y en «El viento sobre las tumbas», donde se desarrollan dos historias: la que sirve de marco, con sus propias situaciones y conflictos; y la enmarcada, relatada por un segundo narrador. En ambos cuentos se apela a lo misterioso y lo macabro, sin llegar a una verdadera transgresión del orden racional. Otro de los elementos casi constantes en Batey —y en buena parte de la obra narrativa de Pablo de la Torriente— es la utilización del humor que, más que un recurso literario es la expresión de su personalidad, por lo que se manifiesta en su prosa de una manera natural y sincera. No se limita, por tanto, a ciertos giros lexicales o la introducción de personajes cuya actuación provoque lo cómico; sino que está presente en la totalidad del texto, desde la perspectiva autoral, casi siempre satírica o francamente desenfadada, hasta los elementos del plano composicional y el sistema lingüístico. Dentro de esa integralidad, sin embargo, se pueden aislar recursos como la ironía, el absurdo, la ruptura de sistema, la técnica antitética, el equívoco y aun el uso ingenioso de la burla y el choteo criollos, rasgos de lapersonalidad nacional que Pablo compartía y manejaba eficazmente. Siempre con intención humorística, cuentos como «Caballo dos dama», «Una tragedia en el mar», «Asesinato en una casa de huéspedes», en los que se conjugan lo lúdicro, lo macabro, lo onírico, lo misterioso, permiten inscribir a Pablo de la Torriente Brau, junto con Arístides Fernández, Rubén Martínez Villena, Carlos Montenegro, Félix Pita Rodríguez y otros, en el grupo precursor del cuento fantástico moderno en Cuba,5 que tendría su mayor desarrollo después de 1940. La flexibilidad de sus formas narrativas propicia, por otra parte, el tratamiento de los más diversos asuntos y preocupaciones a partir de argumentos fantásticos o humorísticos. De este modo expone y critica aspectos de la situación sociopolítica de la Cuba de entonces, incluida la penetración imperialista; satiriza determinadas actitudes morales y aun propone, mediante la visión irónica de la literatura y la crítica al uso, una suerte de poética de la espontaneidad y la frescura en la expresión. No se trata, en estos y otros cuentos de PTB, que haya un sentido denotativo evidente, pero la experiencia receptiva puede percibir un sentido alegórico subyacente en la estructura profunda de los relatos. El propio autor define irónicamente las características de su método narrativo en la autopresentación que incluye en Batey:


Y acaso no sea lo de menos importancia destacar su desparpajo —íbamos a decir su libertinaje— almezclar cosas perfectamente del vivir cotidiano con las propias de la fantasía; personajes reales con otros de vida ficticia; con lo que a veces sólo logra conseguir el que los sucesos de la realidad aparezcan como momentos que nunca existieron, y que panoramas imaginativos y acaso morbosos, tomen relieve vívido en temperamentos sensibles. 6
Acepto la conceptualización ofrecida por Roger Callois acerca de lo fantástico como «una ruptura del orden reconocido, una irrupción de lo inadmisible en el seno de la inalterable legalidad cotidiana». Véase Roger Callois. Imágenes, imágenes. Barcelona, Edhasa, 1970, pp. 10-11. 6 «N2. Pablo de la Torriente Brau» [prólogo]. En: Batey. Ob. cit., p. 9.


Después de la publicación de Batey, Pablo de la Torriente sigue escribiendo cuentos — algunos de ellos mientras guardaba prisión. «tMuchachos!», escrito en 1930 y publicado en la revista Social al año siguiente, es uno de los pocos que —exceptuando los de Batey— fueron publicados en vida del autor. Ubicado, como «Casi una novelita», en un ambiente juvenil y despreocupado, y teniendo igualmente como motivación ideotemática episodios reales de la vida del autor, resulta finalmente —al contrario de aquel— una tragedia. Su modelo genérico, por otra parte, también se distancia del cuento aludido: en lugar de los recursos del melodrama, es la «novela de aventuras» —como en varios cuentos de Batey— la que parece servir de pre-texto composicional.Algunos de los cuentos escritos en los años 30 se emparientan con la llamada «literatura ruralista» iniciada al principio de siglo por Jesús Castellanos y continuada por otros autores a partir de la década de los 20. En el período en que Pablo da a conocer algunos de sus relatos, se identifican dos posiciones polares en cuanto a los procedimientos artísticos del cuento. Una se resume en la obra de Luis Felipe Rodríguez, quien lleva a un punto de máximo compromiso el propósito enjuiciador de la realidad rural cubana, pero con una actitud narrativa lastrada aún por los modelos nonocentistas. La otra puede ejemplificarse en algunos cuentos de Carlos Montenegro, cuya forma expresiva —generalmente cruda y descarnada— inaugura una perspectiva hasta entonces inédita en la cuentística cubana. Los cuentos rurales de Pablo se ubicarían en una tercera posición, más cercana a algunos asuntos desarrollados posteriormente en la tendencia conocida como «criollista». Relatos como «Último acto» y «En la sombra», adelantan temas relacionados con el adulterio, la venganza, los celos, que se reiterarían en el criollismo cubano de la década de los años 40. Como muchos de esos cuentos, los de Pablo tienen un desenlace no sólo sorpresivo, sino de gran dramatismo. «En la sombra» fue escrito en presidio, según consta en el original, y muestra una situación narrativa novedosa y de mucha fuerza expresiva.7
Todo parece indicar que Pablo de la Torriente escribiódos versiones de este cuento, ya que en el publicado en Lunes de Revolución (no. 42, 11 de enero, 1960, p. 13) aparecen variantes sustanciales en relación con el original que posee el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.


«El buey de oro», por su parte, además de hacer evidente la intención de denuncia social, anuncia un procedimiento también usado por algunos narradores ruralistas posteriores — especialmente Onelio Jorge Cardoso— y que el propio Pablo utilizó en Batey y Presidio Modelo. Se trata de dejar contar la historia a un personaje, que se convierte así en un segundo narrador. En este caso no se trata del desarrollo de un conflicto puntual, sino del relato de las experiencias de un peón agrícola con un terrateniente avaro y desalmado. El desenlace se traduce en la esperanza de que la futura revolución social hará cambiar la relación dominador-dominado que implicaba el relato del segundo narrador. La historia y el desenlace están dados no desde una perspectiva dramática ni esquemáticamente politizada, sino como una amena y casi divertida conversación entre los dos narradores. También de tendencia social, pero ya no ruralista, «El sermón de la montaña» —que parece ser uno de los últimos cuentos de Pablo— aúna armónicamente el tratamiento revolucionario de lo social con un fino humorismo, referencias intertextuales y un desenfadado sentido


antidogmático, en el que no faltan palabras non gratas a la pacatería dederechas y de izquierdas. Centrado en dos personajes, el cuento va directamente al tema —la reivindicación de Jesucristo como luchador revolucionario de su tiempo—, pero, al contrario de muchos relatos de la llamada «tendencia proletaria» que se desarrolla en parte de América Latina en el período de entreguerras, la personalidad vehemente y popular del protagonista y el final nada panfletario, lo separan —sin afectar el mensaje— de la literatura sociologizante que lastró buena parte de la narrativa revolucionaria latinoamericana.

Cuentos del presidio
La experiencia del presidio, en donde estuvo entre los años 1931 y 1933, 8 motiva nuevos cuentos, que se recogieron póstumamente en diversas publicaciones. 9 En ellos, los presupuestos ideoestéticos de Pablo se mantendrían, sólo que enriquecidos y mostrando una mayor madurez en la configuración artística de los relatos. Si en Batey, por ejemplo, es su experiencia juvenil y su personalidad aventurera y regocijada las que informan la mayor parte de los argumentos, en sus relatos posteriores será su experiencia participativa en los acontecimientos sociales la que le permita expresar, desde dentro, su aprehensión de los hechos. Y si en aquel generalmente envuelve «en el ropaje de su frondosidad, las ideas políticas, morales y sociales que sustenta», 10 en los textos siguientes la denuncia y el compromiso personal se jerarquizan y hacen explícitos. Ello no supone, sin embargo, unasubordinación sociologizante de la literatura a lo politicosocial; en ellos no sólo se mantienen procedimientos narrativos practicados en los cuentos anteriores, sino que incluso ganan en organicidad expresiva, presentan un mayor grado de interiorización de los sucesos, y el lenguaje gana en plasticidad y cubanía.
Pablo de la Torriente sufrió presidio durante 27 meses, entre 1931 y 1933 en las prisiones del Castillo del Príncipe y La Cabaña, en La Habana, y en la cárcel de Nueva Gerona y el Presidio Modelo, en Isla de Pinos. Véase «Car ta a José Antonio Fernández de Castro.» En: Cartas cruzadas. Selección, prólogo y notas de Víctor Casaus. La Habana, Letras Cubanas, 1981, p. 35. 9 Véase Diana Abad. «Pablo de la Toriente Brau: bibliografía activa.» Universidad de La Habana, no. 206, abrildiciembre, 1977, pp. 157-94. 10 Pablo de la Toriente Brau. Prólogo a Batey. Ob. cit.


No es de extrañar que esa nueva etapa de la cuentística de Pablo, esté marcada por su estancia en presidio. Entre los cuentos con temas de prisión destacan «La noche de los muertos» y «El cofre de granadillo», en los que la influencia de Edgar Allan Poe, ya presente en algunos relatos anteriores, se manifiesta con mayor fuerza, propiciada por la misma situación que narra. Ambos se pueden inscribir en la literatura fantástica, no porque aparezcan seres sobrenaturales o sucesos fuera de la comprensión objetiva, sino por la tensión e incluso misterio que llegan a producir,gracias a la eficacia de la estructuración artística. Esa condición no evita el registro de la cruda realidad del presidio, sino que lo destaca mediante la literatura. En «La noche de los muertos», de clara filiación vanguardista, Pablo desarrolla un tema más universal y de mayor reflexión que los anteriores: la relación sueño-muerte, integrada con la oposición apariencia-realidad. El trabajo del narrador-personaje es uno de los mayores méritos del cuento. A través de un monólogo, este describe su intromisión, mediante la observación, en la conciencia de sus compañeros dormidos; sueño que, en la cárcel, es una forma de muerte. El desenlace descubre que el único que, a juicio del narrador, fingía estar muerto, es el que ha fallecido durante la noche, con lo que sus anteriores reflexiones deben ser valoradas nuevamente por el lector. «El cofre de granadillo», por su parte, lleva a un punto climático la técnica de Torriente Brau en cuanto a la coexistencia, en el mundo presentado, de lo real cotidiano —con hechos a


todas luces verosímiles y hasta documentados— con situaciones inexplicables que producen una atmósfera fantástica, y llega, como en este caso, a lo macabro. «Luna de presidio» se separa de los anteriores en varios aspectos. No apela a lo extraordinario dentro de la cotidianidad del presidio, sino más bien a una reflexión poética, que toma la luna como leit motif. A pesar de lo sencillo de su argumento, el cuento exhibe algunasnovedades, entre ellas la inclusión de un poema que ayuda a la definición de la atmósfera melancólica y opresiva de la historia, y el recurso del relato dentro del relato, además de determinados giros lingüísticos vanguardistas. Sin desconocer su inmediata función periodística, muchos de los reportajes de Pablo de la Torriente presentan los recursos expresivos propios de su particular estilo narrativo. Ello se aprecia, entre otros trabajos, en las series 105 días presos, La isla de los 500 asesinatos11 y Tierra o sangre, también conocida como Realengo 18, todos publicados en vida del autor.12 Será, sin embargo, Presidio Modelo, obra que no pudo ver impresa,13 la paradigmática en este sentido. En ella la asociación intergenérica ofrece un caso inclasificable según las teorías tradicionales. En sus cincuenta y tres capítulos, organizados en diez partes, aparecen desde evocaciones de la infancia del escritor hasta reflexiones de diversa índole, pasando por episodios del presidio y retratos de presos y carceleros. Entre estos últimos sobresale el realizado al jefe de la prisión, el capitán Pedro Castell, de quien hace un análisis psicosociológico a partir de diversas fuentes testimoniales. El resultado es un relato biográfico del genocida director del presidio de Isla de Pinos que, por sí sólo, puede ocupar un lugar en la narrativa cubana.
Posteriormente integrado en Presidio Modelo. 105 días preso fue publicado en El Mundo desde el 26de abril hasta el 8 de mayo de 1931. La isla de los 500 asesinatos, en Ahora, del 8 al 24 de enero de 1934. Tierra o sangre apareció en el mismo periódico entre el 16 y el 24 de noviembre del propio año. Fueron recogidos en Pluma en ristre (selección de Raúl Roa), La Habana, Publicaciones del Ministerio de Educación, 1949, el último con el título de Realengo 18. Posteriormente han aparecido en forma de libros o formando parte de volúmenes con selecciones de la obra del autor. Véase Diana Abad. Ob. cit. 13 Presidio Modelo sólo pudo ser publicado en 1969 (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales). La segunda edición apareció en 1975.


Aunque en casi todo el libro se aprecia la capacidad literaria de Pablo de la Torriente, y la madurez que ha ganado en la conformación de un nuevo lenguaje artístico, en el que el habla popular nacional ha ganado mayor espacio, es posible aislar algunas composiciones que integran, por derecho propio, su bibliografía cuentística, si se analizan desde una perspectiva no reduccionista y teniendo en cuenta los conceptos contemporáneos del género. La conceptualización del cuento como género literario ha evolucionado al ritmo de la de su creación. Muchos de los aspectos tomados por inviolables en la configuración cuentística, han sido negados posteriormente. Incluso Horacio Quiroga, considerado durante un buen tiempo el preceptista por excelencia de esa zona de la narrativa —a partir de su «Decálogodel perfecto cuentista» (1927)14 —; declaró al año siguiente:
[C]on la historia breve, enérgica y aguda de un simple estado de ánimo, los grandes maestros han creado relatos inmortales. En la extensión sin límites del tema y del procedimiento en el cuento, dos calidades se han exigido siempre: en el autor, el poder de trasmitir vivamente y sin demoras sus impresiones; y en la obra la soltura, la energía y la brevedad del relato, que la definen. 15
Horacio Quiroga. «Decálogo del perfecto cuentista.» (Babel, julio de 1927), en Catharina V. de Vallejo (comp.). Teoría cuentística del siglo XX. (Aproximaciones hispánicas). Miami, Ediciones Universal, 1989, pp. 69-71. 15 Horacio Quiroga. «La retórica del cuento.» En: Catharina V. de Vallejo. Ob. cit., p. 72.


Tales aspectos están presentes en los textos de Presidio Modelo que hemos seleccionado como cuentos, aunque carezcan de elementos ficcionales, como exige Enrique AndersonImbert,16 y no siempre muestren una estructura argumental típica.


El autor —Pablo— no sólo puede trasmitir vivamente sus impresiones, sino que quiere (lo considera un deber ineludible) hacerlo. En carta enviada a José María Chacón y Calvo, explica sus razones:
Yo estoy completamente seguro de que no he sido capaz de reproducir con la suficiente fuerza la bárbara, la monstruosa realidad. Pero estoy también seguro, después de haber estado dos años en Presidio Modelo, de que nadie ha sabido describir nunca laprofundidad insondable y lóbrega de la vida de los prisioneros. En el propio presidio leí algunos libros de presos: Dostoievski y Víctor Serge. Todo pura literatura al lado de lo tangible, al lado de las 24 horas infinitamente iguales; de los años iguales; al lado del olvido de los hombres que viene a ser como el aprendizaje de la muerte, para que se vayan acostumbrando a ella; al lado de la tragedia, la barbarie, el crimen, tan repetidos que llegan a ser monótonos, al lado de los hombres tan inverosímiles, que ninguna imaginación honrada puede hacer otra cosa que ponerse a la observación con la intención más fiel. 17
16 17

Véase Enrique Anderson-Imbert. Teoría y técnica del cuento. Buenos Aires, 1979. Pablo de la Torriente Brau. Cartas cruzadas. Op. cit., pp. 204-6.

Tal impresión autoral del fragmento de la realidad que le sirve de asunto, unida al innegable talento narrativo de Pablo, informan la «soltura, energía y brevedad» de sus relatos de Presidio Modelo y su condición de cuentos. También se cumplen en ellos los requerimientos que apunta Julio Cortázar en «Algunos aspectos del cuento»:
Un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez de una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, unafugacidad en una permanencia. 18

Aunque el propósito explícito de Pablo de la Torriente fue denunciar los horrores del presidio, a partir, sobre todo, de testimonios y documentos, es innegable su voluntad estética en buena parte del texto. En él se fusionan las dos fuerzas de que hablaba Cortázar como indispensables para el escritor revolucionario: «la del hombre plenamente comprometido con su realidad nacional y mundial, y la del escritor lúcidamente seguro de su oficio».19 Esto se demuestra fehacientemente en los relatos implícitos en Presidio Modelo. Hay un eficaz equilibrio entre el asunto (tomado de la más inmediata realidad) y la creación estética. Ello garantiza la recepción artística de esos textos, aun cuando las circunstancias contextuales (temporales y espaciales) hayan variado; sin que por ello deje de funcionar la reacción de rechazo a aquella terrible realidad.


Julio Cortázar, «Algunos aspectos del cuento», en Catharina V. de Vallejo, ob. cit., p. 97. Ibídem, p. 105.

Si se realiza una simple comparación analítica entre esos relatos —sobre todo algunos como «El tiempo», «Las pupilas» y «La mordaza»— con los cuentos de presidio que aparecieron en diversas publicaciones sin dudar de su ubicación genérica, se comprobará sus similitudes en cuanto a características temáticas, morfológicas y estructurales; o sea, a los atributos del cuento considerado desde un ángulo no reduccionista. Aunque cualquiera de losrelatos seleccionados pudiera servir para esa demostración, los tres mencionados antes —quizás los mejores cuentos de Pablo— son idóneos para ello. En «El tiempo», por ejemplo, no se produce explícitamente una sucesión de acciones que pudieran conformar un tradicional discurso narrativo; sin embargo —dentro de la traslación metafórica que realiza el autor implícito— se narran sucesos, sólo que habituales, durativos, para dar el alienante devenir de la vida de los prisioneros. Pablo de la Torriente, quien siempre demostró un interés especial por el tiempo,20 en este relato lo hace su tema mismo. El narrador organiza la historia a partir de la animación de


elementos temporales y la personificación de objetos y animales, a los que ubica implícitamente en un espacio siniestro que recuerda las narraciones de horror del romanticismo.
Un curioso ejemplo de ello es su cuento inconcluso «Vida del Caballero de Monte Cuervo.» Véase Pablo de la Torriente Brau. Cuentos completos. La Habana, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, Ediciones La Memoria, 1998, pp. 279-95.


El tiempo —en las específicas circunstancias del presidio— se concreta en un implacable monarca absoluto, con una cohorte de tétricos colaboradores: el almanaque y el reloj. Este último se sirve de otros que el narrador identifica como ayudantes de campo (la Corneta), agentes secretos (el Hambre, el Cansancio y el Sueño) y atormentadores (el Insecto y el Espanto), asícomo un «auxiliar máximo»: la Esperanza. Con estos personajes organiza un relato reflexivo que, apoyado por el lenguaje utilizado, lleva al lector la sensación de opresión y estatismo del tiempo en el presidio. «Las pupilas» inicia el conjunto de relatos que el autor tituló «Escenas para el cinematógrafo». La innegable influencia del cine en la obra de Pablo cobra en esta parte de Presidio Modelo una función explícita: las imágenes son más eficaces que las palabras para presentar los horrores de la vida en prisión. El propio Pablo introduce esta sección explicando su intención de «narrar con imágenes» más que los hechos, las sensaciones, las angustias de un testigo-participante de las tétricas escenas.
Mi palabra no sirve para transcribir, con la fuerza con que las siento vibrar en mi imaginación, las bárbaras escenas del Presidio. [] Por eso yo quiero que el lector venga ahora conmigo al cine; que me lea con los ojos cerrados con la imaginación dispuesta a esta tiniebla roja, propia para el salón de proyeccionestLa función va a comenzar!21
21

Pablo de la Torriente Brau. Presidio Modelo. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, pp. 491-2.

En ese primer relato, las escenas se proyectan a través de los ojos agigantados de un presidiario, convertidos, para el narrador, en pantalla cinematográfica. Hasta que no se rompe —al final del cuento— la impresionante ilusión de tinte surrealista, la narración se puededefinir como un guión de cine, perfectamente filmable. El desenlace enfatiza la degradación moral que producen en el individuo los diabólicos métodos carcelarios del Presidio de Castell. «La mordaza», por su parte, se apoya en lo onírico y lo macabro para presentar uno de los instrumentos de tortura del presidio. Desde el punto de vista composicional es el mejor de los relatos integrados en Presidio Modelo. El narrador-personaje se separa de su identidad para asumir la de un testigo excepcional de un espectáculo macabro, digno de la mejor literatura fantástica. Como «Las pupilas», este cuento recurre a la imagen móvil del cine para ilustrar el horror de los prisioneros torturados. En estos tres cuentos, el autor implícito no deforma la realidad para hacerla fantástica, sino que resalta, mediante recursos expresivos, lo sórdido y horrorífico del mundo carcelario, conformando un discurso en ocasiones expresionista y en otras —sobre todo por la plasmación de la asfixiante atmósfera del presidio, en lo que todo aparece como irracional y alienado— se acerca a las visualizaciones de algunos surrealistas. Sin variar, en lo esencial, su estilo narrativo, estos relatos proyectan un tono diferente al de sus cuentos anteriores. El humor ha cedido terreno a la expresión grave y angustiada, con matices exclamativos que refuerzan la actitud del narrador ante los hechos. Si en Batey los «panoramas imaginativos y acaso morbosos» se trataban como casosreales, con fines eminentemente humorísticos; en estos relatos es el testimonio de la «increíble» realidad del presidio lo que parece pertenecer a la literatura de horror.


El objetivo denunciador se desprende de la propia situación presentada en cada cuento, lo que avala lo dicho por el propio autor: «Yo escribí el libro con el propósito de denuncia, para que se conociera ese antro, y debo sacrificar cualquier cosa a ese propósito.»22 Lo literario, sin embargo, no se resiente en los relatos citados. El autor ha logrado un relieve narrativo extraordinariamente eficaz. El ritmo composicional se adecua a las distintas tramas: ya vertiginoso, ya lento y agobiante, según lo tratado. La personificación de objetos, sentimientos, estados físicos, que muchas veces resultan símbolos; y el lenguaje, en el que imperan metáforas y símiles de corte futurista, contribuyen a dar a esos textos un carácter vanguardista, y colocan a Pablo de la Torriente —con una obra que demuestra ya una madurez expresiva— en el grupo fundador de la moderna narrativa cubana.

Denia García Ronda
Agosto, 1998
22

Pablo de la Torriente Brau. Cartas cruzadas. Ob. cit., p. 128.

CUENTOS DE BATEY

N2 Pablo de la Torriente Brau
Fundador y Presidente Perpetuo de la Sociedad Geográfica Internacional de Excursiones Marítimo Terrestres, de la que también forman parte el Filipino Nogales, el Polaco García, el Gallego Martínez, etc. Fundador y Presidente de Honor de laSociedad de Críticos Internacionales de Paraíso , en los teatros habaneros, a la que también prestigian Chaikowski Reguera, Pilín Pro, Radiero Kellmann, etc. Miembro de Línea de la Real Academia de Fútbol Intercolegial del Club Atlético de Cuba, en la que figuran el Loco Mañach, el Pollo y Titina Álvarez, Florimón La Villa, el Espiritista Suárez, Mike Mazas, Dóctor Mazas, la Foca Rodríguez, Mario Pelota, el Chino Puig, etc. Caballero Gran Medalla de Oro, con distintivo negro-anaranjado, de la Orden de la Unión Atlética de Amateurs de Cuba. Decano de la Sociedad de Empleados del Bufete Giménez, Ortiz y


Barceló en comisión al servicio del doctor Fernando Ortiz. Mecanógrafo de Mérito. Taquígrafo Graduado. Alumno de Dibujo de la Escuela Libre dirigida por el pintor Víctor Manuel y domiciliada en cualquier café de La Habana. Ex Redactor anónimo de periódicos desconocidos. Socio de Pro Arte Musical. De la Hispano Cubana de Cultura. Del Centro de Dependientes y de Gonzalo Mazas, etc., etc.

Confieso que después de ver cuánto título tengo, yo mismo me asombro de ser tan perfectamente desconocido. sCómo es posible que un académico de tanto relieve, permanezca ignorado en su país? He ahí, sin duda, otro de los muchos misterios de la naturaleza Y como al doctor Mazas, pese a sus magníficos Poemas del hospital, le ocurre casi lo mismo, un día, en la ducha del Club Atlético, acordamos, despojándonos de nuestro ropaje académico, tomar unaresolución «Chico —me dijo él—, para salir de la falange del anonimato (es su estilo, tqué se le va a hacer!), no nos queda otro recurso que cometer unos cuantos crímenes Yo lo puedo hacer impunemente, pues para eso soy médico, ahora tú, mira a ver cómo te las arreglas.» Yo, desde luego, estuve de acuerdo en que el asesinato es una escuela del éxito y que está pasando por su fase más próspera (Léase «Asesinato en una casa de huéspedes».) Y he ahí explicada, con palabras sencillas y tranquilas, la génesis de Batey. Excluyendo toda falsa modestia, nos parece que hemos obtenido un triunfo en nuestro primer ensayo, pues a lo largo del libro ocurren unas quinientas veinte defunciones anormales Hemos intentado hacer una estadística escrupulosa, pero el hecho de no haber aparecido muchos de los cadáveres que sin duda motivó la explosión de «El Valle», nos obliga a hacer este cálculo prudente. Creemos, pues, que ya tenemos derecho a ocupar un lugar prominente en la sociedad actual Otro hecho a explicar, con respecto a la ignorancia en que he permanecido, es el de mis relaciones con el mundo de los famosos. A Rubén Martínez Villena, ex versificador y actual poeta activo, lo conocí jugando a la pelota en la azotea del bufete. (Una vez entre él y yo les dimos los nueve ceros a otra novena, creo que formada por el doctor Carreras, Gener y Jerónimo Blanco). Por entonces, Rubén decía, junto con Julio Antonio Mella, que murió deasesinato en México, cosas furibundas contra Alfredo Zayas tQuién les iba a decir que, a través de la Historia que aquel nunca escribió, iba a aparecer más tarde como un espíritu seráfico angélico perfecto perfecto perfecto! Y, desde luego, Rubén sólo sabía de mí que tenía unas cuantas cosas locas detrás de las pupilas, un tumulto físico metido por entre los músculos jóvenes y una docena de dos de pecho que se negaban a salir por la garganta en otra forma que no fuera la de insoportables gritos de vendedor de periódicos Y es claro, con tales datos, cuando un día, que llegó acabando de hacer «El héroe» y se lo presenté, le pareció, como a mí, muy bueno y atrevido se lo dio a Fernández de Castro y este, con ilustración y todo, lo hizo publicar, lo mismo que unos versos a los que suprimieron lo mejor que tenían, la dedicatoria, que era así: A Teté Casuso, muchacha. Y este es todo el affaire literario que ha habido entre Rubén Martínez Villena, ex versificador, aunque maravilloso, y actual poeta activo, y yo. A Herminio Portell Vilá, el hombre que sabe más en Cuba y fuera de Cuba de Narciso López; joven de voluntad espléndida y firme, periodista y profesor, le he hecho varios capítulos de su obra. Y esta labor de mecanógrafo es todo lo de literatura que conoce de mí el doctor Herminio Portell Vilá. Lo demás ha sido hablar de cosas de sports, de las que todavía él presume un poco. Sobre todo de su punch, que ha tenidosiempre en vigilia a ciertos académicos airados El doctor José María Chacón y Calvo, amigo íntimo del sol y del mar, ha elogiado siempre mi aspecto de pelotari en cancha y ha criticado, cada vez que se le presentó ocasión, la fea costumbre que tengo de afeitarme solamente tres veces por semana. Además, me ha


pronosticado que seré humorista, y como crítico al fin, aunque inteligente, me ha encontrado ciertas influencias de señores a los que jamás he leído (Señores, yo he leído mucho a Alejandro Dumas, Emilio Salgari, Víctor Hugo, José Martí, y Edgar Poe) Sea dicho todo, por honradez y agradecimiento. Finalmente, con el doctor Fernando Ortiz yo estoy aprendiendo muchísimas cosas que en lo absoluto me interesan, pero que a veces me hacen gracia, como por ejemplo, averiguar en una misma semana, y como él dice, «todos los chismes» de la Virgen de la Caridad del Cobre y del Barón de Humboldt. Por lo demás, y para que nunca se encuentren deficiencias en mi perfecta labor mecanográfica, yo tendré buen cuidado en evitar que él sepa cómo yo a veces me distraigo pensando alguna truculencia Como se ve, mis relaciones con el mundo de los famosos son bien limitadas, y por eso es que tengo que presentarme yo mismo y con todos los detalles, aun los físicos, como me exige Mazas, que presume justamente de los suyos. Yo creo que tendremos alguna suerte y que habremos de salir en las revistas, con la mano en el mentón, o en la sien,pensando algo, pero de todas maneras conviene que diga aquí que tengo dos pulgadas menos de estatura que mi ecobio, dos años más y dos docenas de libras menos. (Como él da tantos detalles en su biografía, usted podrá informarse detenidamente de mí, por comparación.) Como bien dice Mazas, los dos escasos meses en que hemos hecho a saltos casi todo el material de la zafra de este Batey de nosotros, nos han «permitido» intercalar algunos «pequeños» defectos en nuestra obra, lo que desde luego facilitará mucho la labor de los críticos Pero Mazas es más optimista que yo, y temeroso de pasar por el bochorno de no merecer tan altos honores, voy a hacerme yo mismo una crítica de más o menos importancia trascendental En primer lugar me declaro maestro en onomatopeya. Me parece que esto es un asunto indiscutible. En segundo lugar aunque no, así no se redacta una crítica seria Diremos: «Hay que reconocer también que el joven escritor señor Torriente se ha permitido, lo que no parece recomendado por muchas autoridades, envolver con el ropaje de su frondosidad imaginativa las ideas políticas, morales y sociales que sustenta, lo que únicamente queda disculpado por el hecho de ser sus cuentos, como él dice, a€•sus periódicosa€–, y por tanto, la tribuna desde donde puede exponer en forma bien moderada muchas de las cosas coléricas que a veces lo exaltan »Bien. Y acaso no sea lo de menos importancia el destacar su desparpajo —íbamos a decir sulibertinaje— al mezclar cosas perfectamente del vivir cotidiano con las propias de la fantasía; personajes reales, con otros de vida ficticia; con lo que a veces sólo logra conseguir el que los sucesos de la realidad aparezcan como momentos que nunca existieron, y que panoramas imaginativos y acaso morbosos tomen relieve vívido en temperamentos sensibles» Bueno, yo voy a seguir en mi estilo, porque este me aburre, y voy a tratar otro asunto. Mi nacionalidad es otro lío. Tuve la desgracia de nacer frente a una de esas estatuas de Colón, en que aparece siempre encaramado en un palo de mármol, con la mano sobre los ojos, como si el Almirante hubiera sido un infeliz grumete, y comprendo que esto me va a traer mala suerte cuando sea famoso. Los cubanos, porque he vivido siempre en Cuba, porque aprendí a leer en La Edad de Oro de Martí, y por buena parte de mi ascendencia, por la línea de mi padre, van a querer que yo sea cubano; los portorriqueños, porque nací en San Juan y soy nieto —y estoy muy orgulloso de serlo— de Salvador Brau, el hombre echado hoy al olvido por sus paisanos, que cuando se vio entre el estómago y la dignidad supo ajustar su vida a esta regla que debiera servir de guía a todos los hombres del mundo: «A los hijos se les debe dar antes que pan, vergüenza», también van a querer que yo sea de allá; los montañeses, los vizcaínos, los catalanes, y hasta los mismos venezolanos van a encontrar la raíz de mi origen en ellos,y va a ser una cosa tremenda el desasosiego con que voy a vivir en la inmortalidad. tIgual que mi fatídico padrino el Almirante! Pero, en fin, todos los riesgos son pocos para que los corra un hombre por la alegría de una muchacha.


Y para que esa muchacha esté contenta y alegre de mí es que yo he hecho la mitad de Batey. Para que con su puerilidad de niña les presente el libro a sus compañeras y les diga: «tMira, esto lo hizo Torriente!» Y sólo por decirlo ya crea ella que todo está maravilloso Por eso en todo lo que yo he hecho no hay un cuento dedicado a los pocos familiares míos, a los que yo quiero de veras, a los que se merecen también el libro entero; ni hay un cuento tampoco para ninguno de mis amigos. tNi siquiera para Rubén! Y aunque en mi parte hay tanto cuento raro y poco amable, todos son para ponerles delante la misma sencilla dedicatoria que tanto le gusta al doctor Chacón y Calvo: tPara Teté Casuso, muchacha! PABLO DE LA TORRIENTE BRAU Febrero de 1930

El héroe
El panorama
Desde la tarde anterior habíamos llegado al ingenio y, ahora, almorzábamos con apetito de guajiros debutantes, en el portal del bungalow que tenían los ingenieros. Cien metros al frente, paralelas a la línea de casas del batey, se extendían las vías del ferrocarril en una longitud aproximada de cuatrocientos metros, perdiéndose por un extremo en una gruta de árboles, y por el otro, en la traición de una curva. Eran las doce. El viento,como un perro jíbaro, había huido hacia el monte. En el cielo, página fulgurante, el sol semejaba la palabra de fuego de una maldición de luz. Los carriles eran como de plata y fulguraban como relámpagos cautivos. Eran las doce en el campo, en Cuba.

El personaje
El paradero, que nos quedaba casi enfrente, un tanto a nuestra izquierda, estaba, contra la costumbre de todos los pueblecitos, solitario. El viejo telegrafista, sentado en un taburete que se recostaba a la criolla en la puerta de entrada, fumaba tranquilamente. De pronto se levantó y fue hacia la mesa de los puntos y rayas (tUna tan sólo de las muchas estatuas a Morse!) Un muchacho fue a cambiar el chucho de un desviadero de grúa. A lo lejos, intermitentes e imperiosos, sonaron varios pitazos. «Un tren con vía libre» —dijo alguien. El telegrafista, con esa calma peculiar en los viejos empleados de ferrocarriles, que nos desespera a los que hemos leído en las novelas y visto en las cintas, toda la veloz ceremonia que requiere el paso vertiginoso de un tren por los paraderos intermedios, apareció en el andén con una banderola roja en la mano cuando ya la máquina atacaba velozmente la curva, envuelta en humo y como salpicando chispas.

La tragedia
El viejo empleado se acercó al borde del andén para coger los papeles que le tirarían al pasar, pero su mala suerte le hizo dar un traspié y cayó violentamente a la línea.


La locomotora, con un rugido de conquista, avanzabaincontenible y a los veinte metros era una montaña que rodaba Nos sentimos oprimidos y angustiados igual que en una pesadilla insoportable. Yo, que casi lo era, me sentí niño y hubiera llorado por evitar aquello Como en algo posible, pensé en que el tiempo y el espacio debían acabar en aquel segundo interminable y que todo quedara como en el vacío, con la locomotora perpetuamente a igual distancia del pobre viejecito, antes que permitir a mis ojos el tormento de verlo aplastado por la máquina. Pero ttodo inútil! El hombre, que se había dado un serio golpe al caer, no pudo sacar una pierna de entre los polines, y a pesar de los esfuerzos titánicos del maquinista, la locomotora llegó hasta él patinando rabiosamente sobre los raíles llenos de centellas.

El héroe
Llegamos en silencio, como ante los muertos tendidos. El maquinista tenía la enorme mano soldada en la palanca del freno, y con los ojos muy grandes, miraba como por primera vez el mecanismo inexplicable de la caldera o la insoportable angustia del paisaje. Y mientras, de sus ojos caían lágrimas, como campanadas de reloj Dimos la vuelta con temor. Allí estaba el viejo con las manos apoyadas en la tierra, y el busto erguido ty con cara tranquila! «Que den para atrás» —nos dijo— y, luego, al ver nuestro asombro, una risita nerviosa y espeluznante hirió nuestros oídos y quedó en ellos para siempre. Pensé, ante aquella muestra de valor espontáneo y tranquilo,cuán despreciables eran las hazañas famosas de todos los héroes fanfarrones de la historia. Y como si empezara a aburrirse, dijo luego, con una voz llena de urgencia: «Vamos, den marcha atrás, que no voy a estar aquí toda la vida» El maquinista por fin hizo retroceder la máquina, y los crujidos de los huesos rotos se oían en medio del fragor del coloso, lastimeramente, como el llanto de un niño que despierta durante una ovación en el teatro. tQué profunda pena y qué profunda admiración sentí entonces hacia aquel viejecito valeroso! Cuando el monstruo negro dejó libre el espacio entre el andén y las vías, snos acercamos o fuimos atraídos? No lo sé Ya el telegrafista estaba en pie, pálido pero tranquilo, recostado al muro de cemento, con su pierna rota en la vía, y nos dijo con calma: «Vaya, vaya, tpor Dios!, dejen esa cara. No ha sido nada. La pierna era de palo; la original está enterrada en el campo de batalla de Ceja del Negro»

Una aventura de Salgari
Yo tenía dieciséis años perfectos. Tenía dieciséis años admirablemente representados por un poco menos de seis pies de estatura, ciento cincuenta libras de músculos ágiles y una loca imaginación de muchacho loco, de muchacho, muchacho. Pero no se vaya a creer por esto que yo era uno de esos mataperros incorregibles que dan escape al tumulto exuberante de su vida con una ininterrumpida fiesta de pillerías. Nada de eso. tYo me daba cada atracón de lectura!… Indiscutiblemente,era un «hombre culto» que no dejaba de tener cierto prestigio tocado de respeto entre mis compañeros. Realmente, no es inmodestia ninguna declarar con entereza que a esa edad ya yo era un «erudito» de las obras de Mayne Reid, Julio Verne y, sobre todo, de Emilio Salgari. sY quién podía recordar con más facilidad que yo un lance de Stoerte Becker, un duelo del Corsario Negro, una hazaña de Wenonga, el jefe incomparable de los mohicanos heroicos, o de Tecumpset, Mano Sangrienta, Satanta, Nube Roja, o Búfalo Bill? Yo sabía hablar, con asombrosa seguridad, de los espantosos


efectos del curare. Las cervatanas, los arcos, las flechas, las hachas de abordaje, los bumerangs australianos, los kriss malayos, los alfanjes turcos, los yataganes persas, las bolas de los gauchos y los lazos del cow-boy eran para mí instrumentos familiares… Un día que hubo necesidad de abrir un cajón, yo entré en la cocina de mi casa y en vez del hachuela doméstica y mellada, como la dentadura de una vieja, pedí distraídamente el tomahawk… —sToma qué? —vociferó la cocinera… —tEl tomahawk! tOh, Wenonga, Wenonga, mi invencible indio silencioso! Así era yo a los dieciséis años sNo se me ve claramente a lo largo de estas líneas? sNo se adivina mi sueño profundo de organismo joven y sano? sNo se ven las paredes de mi cuarto llenas de cabezas de indios, imponentes y mudas tras el misterio de sus ojos enigmáticos? sNo se comprende la fuga descabellada y frenética demi fantasía a galope sobre los arenales de Arabia, perseguido por los beduinos del desierto; escondido en la jungla, recogido de pavor, sintiendo cerca el olor del tigre sanguinario y tremendo; amarrado al poste de tortura mientras alrededor danzan y aúllan los comanches; náufrago sobre una balsa en el Pacífico y rodeado al instante por las piraguas de los piratas malayos? sNo ve usted nada de esto? sNada, señor? tEntonces qué pobre cosa es su imaginación, señor! No siga leyendo. Usted no es digno de saber cómo es un bólido en la vida, llegar a los dieciséis años… tLlegar, pasar y apagarse! tQué pena!… El hombre siempre quiere trazar un paralelismo de acción con la vida de sus héroes, y yo, naturalmente, me aburría de veras en La Habana. Esta ciudad es desesperante. tTanta sirena de barco que se va!… Fuera de los ras de mar aquí nada se parece al Far West… (Bueno, oiga, no se vaya a figurar por lo que acabo de decir que yo no sé geografía. Yo quiero que usted sepa que al fin y al cabo la aprobé en el Instituto, y hasta saqué sobresaliente, y hasta me lo merecía. Es que yo he querido hacer una figura retórica o algo así, señor. Una metáfora, creo). Pero en los jóvenes la esperanza se inaugura todos los días al abrir los ojos tras el sueño hondo, y si por las noches muchas veces regresaba a casa decepcionado, con cara de hombre fracasado en la vida, por las mañanas yo siempre me levantaba con este pensamiento clarísimo: «De hoy no pasa.»Pero bueno, esto hay que explicarlo, porque desde luego no está tan claro lo que está clarísimo. «De hoy no pasa» quería decir que ese día era sin duda el destinado por la suerte para que yo tuviese alguna aventura tremenda. Porque yo hablaba con desprecio de aquella pedrada que me rompió la ceja; y de la que escondió su cicatriz entre el pelo de la sien; y del estacazo rotundo y preciso que me dobló una costilla… Todo esto no era para mí más que un flojo aprendizaje por más que mucho alarmase a mi familia. Yo le preguntaba a mi padre y él me contestaba, pensando con vistas a los exámenes del Instituto: «Mira, muchacho. Ya en Alaska no hay buscadores de oro; en el África ya no se comen a los cazadores blancos; los sioux estudian ahora en las universidades americanas y ya terminó la guerra europea. Estudia, muchacho, estudia…» Pero, contra lo correcto, yo creía mucho más a Salgari que a mi padre, y alguna noche que me quedaba solo en casa, en un despoblado de la Víbora, tomaba inolvidables lecciones de espanto, cuando al colarse el viento nocturno por las rendijas de la puerta, yo creía sorprender la marcha sigilosa de un indio cortador de cabelleras… Un día tun gran día! el señor Carbonell llegó a casa temprano. (El señor Carbonell era un ingeniero que había sido profesor mío de matemáticas, de versos, de ajedrez, de inventos y de cuentos de ladrones. Era un gran diplomático y podía convencer a cualquiera de que el Sol era quienreflejaba la luz de la Luna y no la Luna la del Sol. Esto no es exageración. Una vez convenció por completo a otro ingeniero de que la tabla de logaritmos de Vázquez Queipo estaba llena de errores. Todo lo demostraba; y, además, siempre tenía la razón.) Bien, el caso es que pudo convencer a papá acerca de la conveniencia de que yo empezara a trabajar en un ingenio que se estaba fomentando en Oriente por una poderosa compañía. A mí, sencillamente me dijo en silencio esta palabra tembladora: «tCocodrilos!»

tCuánto tardaba en irse el tren! Yo había paseado por el andén con aire de viajero profesional… Le había echado un vistazo a la locomotora y, al verla tan brillante, tan por entero de hierro y respirando tan fuertemente con su penacho de humo y su «actitud» retadora, me llenó la sensación de su parecido con un guerrero antiguo de aquellos de la Edad Media que estaban siempre forrados de acero, y tuve mis dudas acerca de la velocidad que pudiera desarrollar «aquello». Honradamente, me dije: «a€—Esto‘ no me alcanza a mí.» Pero, no. Corría, corría mucho, y hacía un ruido tremendo y delicioso. Yo me dormí a pesar de mis deseos de «hacer la guardia» y el Sol tenía una cara burlona y encendida de señor gordo y borrachín cuando me desperté por allá, por Santa Clara.

Ya aquello iba siendo otra cosa bien distinta a la calle de Obispo y a la bodega de la esquina de casa. Todavía no había visto cocodrilos ni majaes, pero ya se sentía un airecrudo y fresco; ya empezaba a ver potros encabritados, toros inmóviles en la llanura vasta (a lo lejos parecían estatuitas de una inmensa mesa de sala), sombreros anchos, figuras de cow-boys, espuelas, polainas, látigos… Uno pasó en un caballito nervioso arrastrando un toro inmenso… En una curva el tren frenó violentamente y pitaba, pitaba… Cuatro o cinco reses, sin mucha prisa, corrían delante de la máquina al parecer sin encontrar manera de apartarse de la vía, casi igual a como hacían los búfalos cuando, en manadas interminables, lograban paralizar los trenes en el Oeste del Norte. Ya aquello iba siendo otra cosa…

Al atardecer el tren dejó la llanura interminable y se metió de pronto por un monte de árboles enormes, apretados, juntos, amigos, y pegados a la vía, tanto, que apenas si se veía el cielo. Un rayo de sol que se coló intrépido, muriendo enseguida, estrangulado por el follaje, hizo aparecer como un diamante el hacha enarbolada de un hombre. El tren, con miedo entre los árboles gigantes, parecía un ratoncito que huyera entre las piernas de unos señores grandes. Igual.

De anochecido llegamos. Bajo la débil claridad de una luna acabada de estrenar, aquella fila de casas uniformadas y en orden, como soldaditos de revista, capitaneadas por otra de dos pisos, realmente no ofrecía nada de particular. Yo miré con cierta reserva al señor Carbonell y él, con su habilidad de Lloyd George, por toda respuesta me señaló el lejanohorizonte incendiado por tres o cuatro puntos… tY yo comprendí con toda mi imaginación!

Pero hubo otra cosa mejor. Aquella noche robaron, o trataron de robar, en una de las casitas. Una repetición de tiros nos despertó y el ladrón pasó, como en una película, escondido de un lado del caballo huracanado y haciendo fuego. Yo no pude dormir más… Y al día siguiente, un encuentro personal mucho más serio que el de las pedradas. Con cuchillo y todo. Como llegaban el señor Casuso, su señora y su hijita, fuimos a esperarlos. (Yo no conocía a esta familia, pero luego fueron un señor un poco gordo, ayudante del ingeniero, que cada dos meses repetía los cuentos y cada dos horas armaba una perrera; una señora joven y rubia, que hacía versos y natillas con la misma facilidad, y que cada dos horas no hacía caso ninguno a los entrometimientos del señor Casuso; y una chiquita fea, malcriada y antipática que se llamaba Teté y que ahora es una linda y graciosa muchacha a quien yo llamo cariñosamente Nené. sUsted comprende, señor?) El tren llegó retrasado, en plena noche. Yo fui a los equipajes y el de esta familia era un solo cajón, pero tan grande como la séptima parte de un carro de ferrocarril, y porque le dije a otro muchacho como yo alguna cosa se tiró al andén y vino parriba e mí con un cuchillo brillante. Lo agarraron por detrás y mientras tanto me separaron de él y nos decíamos insultos tremendos que hacían reír muchísimo a unos hombresmentecatos. Cuando el tren se iba le grité algo formidable, definitivo…


Como se ve, si se añade que ya un caballito me había tirado por delante y luego por detrás, se comprenderá que aquel pedazo de Cuba cobró para mí, instantáneamente, un prestigio de rancho de Arizona. Y le estaba agradecido de veras al señor Carbonell.

Aquello en realidad era un simulacro de batey. Frente a unas colonias cuidadas, se habían colocado para una revista militar las casitas, y, a sus espaldas, un reciente desmonte de varios kilómetros de profundidad, humeante todavía en muchos puntos, en algunos aún alimentando fogaradas débiles, daba la sensación del destrozo de un fuego de artillería. Al fondo de la casa del «hotel» de Charles, varios venados nerviosos conservaban en los hermosos ojos asustados el espanto del incendio, y la misma noche que llegué comí por vez primera de esa carne sabrosísima. Sabanazo no era más que un punto de apoyo en la línea del ferrocarril para poner en comunicación el gran central que se iba a fomentar allá adentro, al otro lado del muro impenetrable de bosque que cerraba el horizonte. La expedición era esta: meterse hasta allá, con el fango a las rodillas, abrir trochas y picados, establecer campamentos que se escalonaran para tener donde abastecerse cada mes, e ir haciendo el estudio del ferrocarril, bajo un sol casi invisible pero agobiador, oyendo la perpetua sinfonía de unos mosquitos y jejenes despiadados, crueles,voraces; innumerables además. Allí era donde estaba la verdadera aventura. Allí, entre el monte tupido, obstinado, habría de ver los majaes gigantescos al acecho perverso del pájaro hipnotizado de pavor. Allí, tras el rudo bregar de muchos días, llegaríamos hasta las márgenes anchurosas del Cauto, que, a la distancia, bramaba como un toro en celo por la crecida imponente; y vería la marcha entre dos aguas, silenciosa, disimulada, escondida, de los grandes caimanes merodeando por las orillas, a la espera del paso imprudente de alguna bestia o del buey que se acerca a abrevar por última vez. Y bajando la corriente, en el estuario impreciso, el volteo de luchador joven y ágil del tiburón, color de tarde triste, espeluznante y hambriento, al virarse para devorar las sobras arrojadas del barco. tY acaso hasta verlo combatir feroz y sangrientamente! Todo eso había allí, dentro del monte; y, además, la sed irritadora en espera de la lluvia, por ser salados casi todos los caudales de agua de la región; y los diez, los quince, los veinte días de aguacero cerrado recogidos en el campamento, mientras se llenan las cañadas y el agua sube, sube…; y tel hambre! tEl hambre por incomunicación! tY el incendio del bosque enrojeciendo la noche! tLa jauría aulladora de los perros jíbaros y la peligrosa piara de machos cimarrones, bravos como jabalíes! tEl bandido de la capa negra, que ya había parado a dos colonos para pedirles candela y luego les habíadesvalijado dejándolos, desnudos, amarrados a un árbol! tLa fuga relampagueante de las astas, los ojos y las patas de un venado! tEl silencio nocturno, en el monte prieto y apretado, a veinte kilómetros de otra voz de hombre! tEl campamento políglota e internacional de holandeses de Aruba, ingleses de Barbados, jamaiquinos, haitianos, colombianos, gallegos, venezolanos y criollos, lleno al atardecer, en la espera de la honda cazuela de comida, de canciones tristes de todos los países! tY los cuentos! tLos cuentos de miedo, de luchas de boas con el tigre en Colombia, de naufragios sin recuerdos frente a Barbados, de negros colgados en racimos, como frutas podridas, en Jamaica! tCuentos de miedo en la noche, en el monte, en el silencio, en la soledad!…

Para allá adentro es que iba a ir Salgari. Pero, squién era Salgari? Salgari era el muchacho de los dieciséis años perfectos. Una noche, mientras en complicidad trataban de asustarlo con posibles estrangulamientos de majaes, él había dicho muy serenamente: «Yo he aprendido a matar las boas y los pitones en los libros de Salgari, y un majá es poca cosa para mí.» Y como resultaba que las enseñanzas de Salgari me habían prestado un escudo invulnerable y experimentado para todas las aventuras posibles, creo que Reig, un ingeniero simpático y cuentista, empezó a llamarme Salgari. Y a todo el mundo, especialmente a mí, le gustó el nombrete.


Cuatro días lloviendo. Al quinto escampó. Al sextosalimos. Era una expedición numerosa. Tres o cuatro ingenieros, unos cuantos ayudantes, hacheros, macheteros, cadeneros, portamiras. Veinte acaso. Al tercer día nos dividimos y al quinto nos subdividimos. Salgari iba siempre delante, infatigable y jovial, cantando continuamente como un mosquito de los millones que lo coreaban. Por la mañana una cápsula de quinina, al mediodía otra, a la noche otra, y siempre un zumbido de oídos, como de aeroplano a lo lejos, todo por escapar del mortal paludismo. Al cuarto día, en dos caballitos enfermos, habían pasado, antes de muertas, dos cosas largas, pálidas, caídas, que habían sido hombres… Salgari se puso serio y ese día todo el mundo tomó doble ración de quinina.

Marcial era un colombiano alegre, simpático y afectuoso. Sin ser corpulento, manejaba el hacha como un palillo de dientes, y acometía cantando la empresa homérica de derribar un júcaro, un caguairán o un quiebrahacha. Tenía el color de un indio y además lo era. Era el único hombre que sabía una canción alegre dentro del monte, que empezaba así: «Ven acá, pollo, acá; ven acá, gato, acá, tun deu por no conocer. Y bien que nos hace llorar…» Así o parecido empezaba la canción, y por repeticiones interminables iba agregando todos los animales del mundo. Pero también cantaba otra muy triste que decía:
tTristísimo panteón yo te saludo, yo te saludo sin temor ni espanto. Vengo a regar con mi copioso llanto la fosa de mi madre la cual seencuentra aquí! (La repetía) Permíteme que vuelva a esta morada, a esta morada lóbrega y desierta, para decirle a mi adorada madre: tMadre, despierta, tu hijo se encuentra aquí!

El repetía también esta estrofa y su voz pesarosa y aguda de violín se colaba por entre los árboles silenciosos cuando por las tardes, como flechas, cruzaban las becasinas en busca del nido. Yo aprendí a cantarla, y con mi plena voz estentórea alguna vez llenaba el monte de sonoros ecos, se animaba la sonata ya moribunda de los pájaros y Marcial se callaba… Así, después del rudísimo trabajo, cuando llegábamos al inolvidable Campamento del hambre, con los hombros caídos por el peso abrumador del teodolito, las piernas y los muslos rendidos, a fuerza de levantar la tonelada de fango pegado a los zapatos y colado por arriba de las polainas, y la cara convertida en un cementerio de mosquitos, pasábamos el resto de la tarde. Y, al anochecer, venía la tanda de los cuentos. Todo el mundo contaba alguno de veras de muertos, o de mentiras de vivos. Allí floreció en todo su esplendor el caudal de mi erudición aventurera y no siento sonrojo ninguno en declarar que yo era la figura central del campamento. Si se nos hubiera ocurrido salimos, yo presidente y Marcial vice, si no nos hacen trampa como es costumbre acá afuera. Pero no se trate de disminuir mi importancia con la creencia de que en el campamento estábamos solos yo y Marcial. Afortunadamente, no. Con nosotrosestaban también Araque, otro indio de Venezuela que había remontado el Orinoco y visto dormir en el barranco días seguidos la boa constrictor al lado de los restos de una ternera bajeada; era también un caminador infatigable y un cuentista «clásico» de sombras blancas en los montes negros; de pumas que siguen como perros a los hombres y hasta los defienden de las otras fieras… (Además, Araque, según decía Marcial, estaba siempre arrutanao. Esto quiere decir… bueno, yo sé lo que quiere decir, pero más vale que se lo explique a usted algún hombre del llano como ellos…) Un negro jamaiquino, como quien reza una oración obligada, todos los días después de comer se acostaba, y aquel hombrón gigantesco se dormía a sí mismo, como a un niño, con una


canción lamentable y tristona… Nicasio, un robusto muchacho holandés de Aruba; se comía dos cacerolas llenas de garbanzos —una menos que yo—, se reía con una voz repleta de río, y una vez que un caballo lo derribó dándole un golpe, pudo explicarse de esta manera inmortal y académica, señalando al potro: «Este que se me le cayó el golpe que me le diste…» Y Ramón, el cocinero, un muchacho cubano, siempre dispuesto al choteo, que se había huido de su casa «para estar libre…» Era un «enciclopedista» de las narraciones y lo mismo hablaba de globos de luz que salían de las ceibas y espantaban a los caballos hasta el pánico, que del naufragio reciente del Valbanera frente a La Habana. De paso siemprehabía alguien más en el campamento, pero nosotros montábamos la guardia regular del mismo: éramos su guarnición.

El Campamento del hambre estaba en un claro de monte, lo suficientemente grande como para ver de golpe un pelotón de nubes por el día y un puñado de estrellas por la noche. Situado muy próximo al Cauto, el único río dulce del territorio lo rodeaba de cerca, formando a su entrada una poceta de profundidad misteriosa. Dotado de un parecido a no sé qué persona mala, odiosa, perversa, este río tenía crecidas dobles, las suyas propias y las que, por ser su desembocadura en cierto modo contraria a la corriente del Cauto, le motivaban las crecidas imponentes de este. En estas crecidas el río se hinchaba con un rumor sordo de resaca, con algo parecido al tumulto de una tropa en fuga, y luego se quedaba alto y en silencio, tanto, que daba miedo el ver cómo rodeaba al campamento convertido en un islote, y estarse así al acecho interminables horas, hasta que al fin se decidía a irse retirando despacio… despacio… Allí nadie vivió jamás antes. Un día, sin embargo, en otro claro mucho más pequeño y algo distante, encontramos un esqueleto blanquísimo al lado de una cacerola de hierro rota y oxidada de antiguo. Yo opiné que debió haber sido propiedad de algún cacique siboney, o de algún negro cimarrón, o de algún mambí, o de algún guerrillero español perdido, o de un asesino en fuga, siendo aceptado todo por unanimidad. Se llamaba elCampamento del hambre, porque una vez por poco se mueren de hambre unos cuantos trabajadores sitiados por el agua que cayó por diez días de una manera absolutamente continua. tLa cuarta parte del diluvio! A toda aquella inmensa selva virgen se le decía allá dentro. Y allá dentro, Salgari se sentía rey, lamentando, sin embargo, que ya no quedaran indios, aunque fueran los mansos siboneyes. Todo el día con el machete al cinto; por la tarde, al llegar al campamento, con el pretexto de que aprendiera a manejarla, Marcial le dejaba el hacha y partía la leña durísima de los troncos de dagames y ácanas destinados para la candela; y después de la comida —comiendo una vez bajo apuesta Salgari derrotó al holandés Nicasio, lo que le ganó fama imperecedera— se tendía en la hamaca y soltaba las riendas de su imaginación por los caminos de la aventura. Marcial hablaba de las guerras de Colombia, de Bolívar y de Páez, y comentaba: «Crea usted de que sí, compadre: aquellos sí eran hombres!» Yo entonces narraba el rescate de Sanguily por Agramonte y las cargas al machete de Sao del Indio y Las Guásimas… Del ambiente épico se pasaba a las cosas absurdas de la fantasía, y toda aquella gente de pobre educación, partícula mínima de los millares de braceros a los que se explota igual que a esclavos en los campos de Cuba —jornaleros arrancados a sus países con la falsa promesa de un bienestar que, en realidad, sólo ganan para los bribones ocupadores de palcosdeslumbrantes en los teatros nocturnos de Broadway, alcanzando aún tan dura explotación, para tirarles una miseria de riqueza a los bribonitos sentados en los portales del Vedado—, aquella gente se entregaba con un placer morboso a las narraciones de hechos sobrenaturales que, en aquel escenario bravío y casi fantástico, alejado del mundo, cobraban un valor de realidad posible y temedera. Ramón, el joven cocinero cubano, aunque de vez en cuando contaba alguna historia de muertos que salen, prefería, como buen criollo, el chiste burlón o el cuento de relajo… En realidad no podía tomar nada en serio y era el único en el campamento que no daba toda la importancia debida a mi erudición sobre cosas de aventuras. tNadie es profeta en su tierra!… (Era un muchacho jaranero y alegre que siempre estaba cantando boleros tristes…) Una noche, cuando los cuentos de fantasmas habían logrado una aprobación internacional completa en el


campamento, Ramón se escurrió y cubierto con una sábana blanca pasó a alguna distancia, como una verdadera visión, por el otro lado del barracón de guano… Un frío de espanto nos conmovió hasta lo hondo y nos agrupamos en el centro temblando, derrengados, indefensos… Luego vino riendo a carcajadas y tuvo que huir con un miedo real en las piernas, porque Araque, el indio de Venezuela, se le fue encima con un machete para matarlo… Y a nadie le hubiera dado pena que lo hubiese logrado en aquel momento… Estuvo después variosdías tranquilo y hasta serio, pero por culpa de aquel muchacho la gente había tomado una actitud de recelo miedoso durante las noches en el campamento. Por temor a la evocación nadie hacía un cuento y esto era, como dice la gente, «un remedio peor que la enfermedad». El silencio es casi siempre el eco de una conversación interior, y, por dentro de cada uno, a juzgar por los ojos, abiertos a la luna llena, en las noches insomnes, y los «tOíste, Salgari!» «tOíste ahora, Marcial!», repetidos a cada graznido agorero de lechuza o a cada thuhú! del viento entre los árboles, tdebía haber cada monólogo espeluznante!… El miedo se pega más fácilmente que la viruela, y yo ya, avergonzado, me figuraba que poseía un verdadero monopolio del mismo. Por eso, cuando una mañana llegó una pareja de rurales con un mensaje de la compañía, en que nos ordenaban a mí y a Marcial que fuéramos a comprobar los trabajos que se estaban terminando en la trocha que salía a Cauto del Embarcadero, sentí una alegría restauradora… Pero mayor aún fue la de los muchachos del campamento; la pareja establecía allí el suyo por varios días, ya que, según informes, el bandolero de la capa de agua negra rodeaba los contornos y lo trataban de copar. Nos fuimos a la madrugada y de aquella excursión conservo varios recuerdos imborrables que no vendrían a cuento si esto no fuera un cuento. Apenas alejado seis horas del campamento, presencié tpor fin! el bajear de un majá. Íbamospor un camino ya abierto cuando Marcial me paró, apretándome la boca. En la rama más baja de una ceiba un majá enroscado miraba con fijeza magnética a un pajarito infeliz, que temblaba paralizado de espanto al extremo. Yo sentí miedo primero, pero enseguida tuve unas ganas locas de sacar el machete y picotear aquel bicho largo y repugnante. Marcial quería presenciar el bajeo para ver con ojo de «virtuoso» la maniobra y me aguantó. Pero yo no podía soportar tranquilo aquello, e hice ruido, grité… El majá se volvió hacia nosotros. El pájaro había logrado escapar al sueño mortal y entonces el animal quiso huir, replegándose como un oleaje perfecto por el tronco de la ceiba y luego por la tierra… pero Marcial le voló la cabeza de un machetazo relampagueante… y enseguida, a pesar de las duras polainas enfangadas, sentí el fuetazo tremendo que me tiró al suelo… y todavía, con esa vitalidad increíble que tienen, estuvo un rato negándose a morir, a estarse quieto, inmóvil, largo… Era un animal de más de tres metros de longitud, oscuro y grueso como el brazo de un estibador. A la orilla del Cauto, el día antes del regreso, duplicado el caudal majestuoso por una avalancha de agua, vimos un enorme caimán, color de agua sucia, tratando de esconderse con marcha traidora bajo las hierbas de la margen, preparando el acecho de la res sin malicia. Marcial, con su certera puntería, le envió tres balas de su pequeño revólver, y se alejó sin prisa, sinmirarnos siquiera. Las balas no habían salpicado el agua. Guardo también tya lo creo! el recuerdo del toro negro, solitario y bravío, que nos hizo galopar furiosamente por el Camino Real de la Isla, pegados al cuello de los caballos que volaban asustados, y que al fin se paró en seco y se puso a mugir terriblemente sabe Dios cuántas cosas insultantes… Y el de mi primera borrachera, cuando después de la huida ante el toro nos perdimos, y rotos los estribos de mi montura, estuvimos todo el día sin comer y sin beber hasta que por fin llegamos al campamento de La Seiba, ya de noche. Marcial entonces, como hombre experimentado, sólo me dejó tomar, antes de reanudar la marcha a nuestro ya próximo campamento, un poco de agua con ron. Fue aquella una borrachera inolvidable, maravillosa, que se me fue metiendo en la cabeza con el sigilo de un ladrón de hotel. Un momento hubo en que yo me di cuenta de la inmovilidad de mi caballo y de que me recostaba en su cuello cansado. Después, poco a poco, me fui rodando hasta el suelo, y al golpe con la tierra las estrellas innumerables del cielo fueron cayendo, despacio, descolgándose por hilos de oro fijos en el firmamento, y tejiendo la más deslumbrante enredadera de luz que se pueda soñar


en el mundo. Sentí que alguien me besaba dulcemente y que voces de los ángeles gritaban desde lejos: «tSalgari! tSalgari!…» Era mi apoteosis, sin duda… Pero no, era Marcial, que extrañado de que me fueseretrasando tanto, se puso a llamarme y al no oír mi respuesta tuvo miedo y desandó el camino. Sobre el suelo yo estaba tendido y mi caballo me pasaba la lengua por la cara, como un perro… Se dio cuenta de todo y metiéndome los dedos en la boca pudo conseguir que vomitara, despejándome por completo en unos minutos. Al conocerse esta aventura en el campamento; al saberse que un poco de ron con agua había dado lugar a tan inexplicable borrachera, el prestigio de Salgari «sufrió un rudo golpe», como se dice en las cartas de pésame. Todo estaba igual en el campamento a nuestro regreso. Ramón continuaba amaestrando su majá. Ahora que yo, con el recuerdo reciente del chuchazo recibido no tenía empeño ninguno en enroscármelo al cuello como él hacía. Todo estaba igual. La pareja se había ido aquella mañana porque «el hombre» había sido visto en otro lado. Únicamente empezaba a producir alarma entre la gente la crecida rumorosa del río, que había empezado a levantarse aquella mañana y que a la tarde, en silencio ya, vigilaba el campamento desde varios puntos. Era que la avalancha de agua del Cauto tenía su reflejo acostumbrado, y una enorme cantidad de agua remontaba la corriente. Todo el mundo se tranquilizó al cabo. Todos menos yo, que estaba viendo en las caras una burla contenida por mi borrachera de la noche anterior, que con todos los detalles, incluso los besos del caballo, había tenido la ingenuidad de contar. Por fin Ramón se atrevió y me dijodescaradamente que yo no era hombre para aquellas cosas de verdad; que en los libros todo era muy fácil, y que quien no sabía tragarse un litro de ron sin pestañear no servía paquello. Yo me indigné, y escapándome por la tangente, le aseguré que era más valiente que él y que estaba dispuesto a probárselo cuando quisiera. Quedó en el aire una sensación de violencia que Marcial, con habilidad, fue borrando, y ya a la hora del almuerzo nada quedaba entre nosotros. Ramón dijo un chiste y yo me reí escandalosamente contagiando a todo el campamento. Pasamos bien la tarde en el trabajo fatigoso, y por la noche, sin remedio, con el regreso de nosotros, después que yo conté la peripecia del majá enseñando la piel arrancada por Marcial, y la fuga ante el toro, la conversación se fue encaminando por los senderos del terror. Yo había olvidado todo aquello con la ausencia, pero de pronto me invadió de nuevo una sensación de quebranto, acaso de miedo. Y fue entonces cuando, para mi pesar, Ramón se acordó de mi reto y me dijo, burlón, delante de todos: «sA que no vas ahora a buscar agua al río? tAnda!» Todo el mundo me miraba desde todos los extremos del barracón y yo tuve un miedo inmenso de que descubrieran mi miedo. Yo tenía en los labios esta pregunta: «sPara qué hace falta el agua ahora? El río ha subido y está peligrosa la orilla. Yo no sé nadar.» Y también esta otra: «sPor qué no vas tú primero?» Pero recordé mi reto imprudente, y además temíque me temblara la voz y me levanté sin decir una palabra para buscar el cubo en la cocina. Y luego me fui para el río. Había luna. Una luna mediada que dibujaba entre los árboles sombras odiosas y claridades fantásticas. De todos los puntos del bosque los chichíes, los grillos y los jubos modulaban silbidos humanos llenos de burla. A medida que me alejaba del campamento, del que había salido con impulso vehemente, a mi pesar, demoraba la marcha, parecía como si el aire estuviera denso frente a mí. Por la espalda, en cambio, haciéndome el vacío, una fuerza poderosa me atraía… Sentía unas ganas locas de tirar el cubo y de huir para esconderme a llorar en el barracón… tTenía dieciséis años, señor!… Pero aquella cara socarrona de Ramón, con su odioso majá dormido, arrollado al cuello… tAquellos ojos burlones de todos, y llenos de dudas de mí! tYo no podía, yo no podía volver atrás!… Lejos ya del campamento, lleno entonces de un silencio temeroso, tuve la impresión de que desde él me miraban con asombro, con respeto, con envidia… con mucho miedo también… Por fin llegué a la pendiente enlodada del río… Un chapoteo del agua me paralizó, frío… pero luego bajé… Las cañas bravas espesas y una ceiba enorme que cruzaba sus raíces en el caminito, cubriendo la poceta, hacían negras sus aguas silenciosas… A ratos, como en apariciones, la luna se filtraba a trechos dibujando extraños, irregulares tableros de ajedrez… Me apoyé en una gruesa raíz dela ceiba y sumergí el cubo en


el agua del río… El blobló del agua al llenarlo me estremeció… y ya lo sacaba, cuando debajo de la misma cavidad formada por la raíz del árbol un majá me surgió a los ojos y sentí el frío extraordinario e imborrable de su cuerpo chorreante apoyarse en mi cara y huir enseguida ceiba arriba… Me erguí instantáneamente erizado de pavor, pero resbalaron mis pies en la raíz mojada y caí de golpe, con rudeza. Caí, quedando violentamente apresado entre la raíz y la tierra. Sentí un dolor intenso, agudísimo, y lancé un grito espantoso de miedo y de dolor… Fue entonces que la cabeza de Ramón, que me había cortado el camino adelantándose a mi marcha demorada, salió por completo del agua ty se reía!… «sTú no eras el que no tenía miedo… tAy! tAy!…» Alargó desesperadamente el brazo y me enterró los dedos en la muñeca… Gritaba lleno de un espanto inenarrable, con una voz que hacía temblar todas las hojas de todos los árboles del monte, y mientras mis huesos se astillaban, sin poder desprendérmelo y sin poder rescatarlo, impotentes también, gritaban desde lo alto todos mis amigos, ttodos sus amigos!… El caimán se lo comió vivo, mirándome a los ojos, acercándose a mí, salpicándome a la cara agua, fango, sangre y peste, desesperado, aullando… Marcial al fin, siempre sereno, espantó a la bestia arrojándole leña encendida, poniéndosela en la misma parte que se comía… Así fue como únicamente retrocedió, bramando,despacio, repugnante, terrible… pero para entonces ya sólo me había dejado la mitad de un muerto que me apretaba la muñeca con más fuerza que diez vivos… Sin que pudiera ya soltarlo, él la mitad de un muerto, medio muerto yo, nos sacaron a los dos. De él, me contó luego Marcial, quedaban la cabeza horrible, mi brazo y un pedazo de tronco… Yo tenía rotas las dos piernas y la mano. Marcial envolvió en un saco los restos del pobre Ramón y me subió a un caballo. Nadie se quedó aquella noche en el campamento, y yo, después de dos meses de lucha desesperada con la muerte, enfermo ya de horror para toda la vida, curé para siempre de mi afán de aventuras.

tNosotros solos!
(Sinfonía en acero)
Brillaba el sol y el viento dormía… La tarde anterior el vagón de reparaciones había llegado para recomponer la vía en dirección a Omaha, y aprovechando que estábamos en tiempo muerto, el capataz pidió permiso para situarlo en el chucho que tenía en La Francia el transbordador de la caña y de esa manera no tener que retroceder hasta Mir, a seis kilómetros del trabajo. Bien temprano, los guerreros del trabajo, con los picos y las mandarrias al hombro, emprendieron la caminata y poco después se encontraban doblados sobre el fulgor de los raíles colocando polines.

Fue en este momento en que los contemplé por primera vez. Era un enjambre de hombres poderosos. Representación de varios pueblos y un solo vigor. Entre la treintena muchos eran gallegos de ojosazules y pelo rubio; pero había también algunos que revelaban ser levantinos a juzgar por la tiniebla de los ojos y la noche tempestuosa de la cabellera; y mezclado con los mármoles sucios de los obreros blancos, como alegorías de un monumento, aquí y allá, se veía el torso broncíneo de algún que otro negro o mulato desafiando impasible los rayos del sol, al aire la musculatura sudada y magnífica. Todos jadeaban a compás y desde cierta distancia parecía como que una locomotora arrastraba penosamente un largo convoy.


El trabajo en las líneas es tremendo. Se necesita para él hombres resistentes y vigorosos, capaces de realizar grandes esfuerzos musculares y de mantenerse en violentas posiciones, bajo la rabia del sol, horas enteras. Todos los de la cuadrilla eran hombres hechos para esta ruda tarea. Casi todos en la plenitud de la vida, respiraban como bueyes y comían como toros. En sus manos cuadradas, la mandarria de veinticinco libras era tan sólo un juguete que volteaban a su antojo. Tenían los brazos y las muñecas como troncos de árboles jóvenes. Cualquiera de ellos hubiera podido ser luchador en Grecia, gladiador en Roma o pugilista en Norteamérica. Y en medio de todos se destacaba un coloso: el capataz. El capataz era un Hércules que llevaba la cabeza rudamente sustentada sobre los hombros ciclópeos, los que quedaban más altos que las testas rebeldes de cualquiera de sus trabajadores. Parecía un bisonte entre un rebaño de toros.Era demasiado conocido por los alrededores para que yo no tuviese ya noticias de él; es más, de tan viva manera había oído hablar sobre sus características extraordinariamente desarrolladas, que ya tenía un concepto perfectamente delineado sobre el mismo y que, después, en los dos días escasos que paró la cuadrilla frente a nosotros, vi confirmado en todas sus partes. En tan breve tiempo pude comprobar la leyenda de su fuerza extraordinaria y de su crueldad repugnante. Vi, por ejemplo, en la mañana del primer día, cómo levantaba del suelo un enorme polín de júcaro y lo llevaba en los brazos un buen trecho como si fuera un niño pequeño; y al mediodía, mientras almorzaba en la fondita del batey, lleno de impotencia y de rabia, vi cómo desbarató de una sola patada, con asquerosa tranquilidad, la boca de un grande y noble perro negro que comía en mis manos con delicadezas de novia y que quiso tener el atrevimiento de llegar hasta su mesa para agradecerle un pedazo de carne… tPobre León! Era un hombre odioso, pero al mismo tiempo era un hombre temido. Parecía estar siempre dispuesto a la violencia; no sé qué borrosas historias ennegrecían su pasado, y esto, unido a su gigantesca figura y a la maligna expresión de su semblante, le daba un aspecto terrible e imponente. Los trabajadores temían sus furores más que a las luces de las madrugadas, y cuando daba un grito, se enderezaban como resortes y temblaban como potros asustados.

La tardeterminaba. El sol, como un héroe de La Ilíada, moría, lleno de vida, en el ocaso. Lentamente, diseminada y en silencio, la cuadrilla retornó al vagón de reparaciones. Allí, sin lavarse, esperaron los trabajadores el caldo aquel en que los granos de garbanzos sobrenadaban con aspecto de náufragos hinchados, y cuando estuvo listo se lo tomaron haciendo más ruido que cuando trabajaban, pero sin llevar el compás. Después, a la hora en que ya el sol no era más que un recuerdo de luz en el espacio, empezaron a brillar las chispas de algunos cigarros y a escucharse tcomo allá lejos! unos cantos pequeñitos, lentos y preñados de recuerdos ausentes. Un poco después dejaron de escucharse las canciones y todos en el vagón comenzaron a prepararse para dormir. Miguel, el meridional de cuarenta años, nuevo en la cuadrilla, de pelo crespo y brazos y muñecas como troncos de árboles jóvenes, sin saber lo que hacía, al encontrar, en el sitio en que por la mañana había puesto su hamaca, otra colgada, la desamarró y sin más interés la puso debajo de la suya. Era la del capataz. Hacia medianoche algunos lo sintieron llegar. Venía de dejar en Omaha hasta el último centavo en las manos del dueño del café, hombre casi tan repulsivo como él. Tropezar con este gigante encolerizado era lo mismo que dar contra un torpedo. En el estrecho recinto del carro, y a la indecisa luz del farol que colgaba del techo, su talla gigantesca, con aquellos pasos enormes quehacían saltar su sombra, el capataz personificaba la imagen de un sueño monstruoso. Empezaron a parpadear los ojos de los obreros como los de un niño que miente, como castañetean los dientes cuando hay frío. Bien porque hubiera bebido algo, bien porque le sorprendiera el atrevimiento del hombre, quedó un rato sin saber qué hacer, o mejor dicho, sin saber cómo dar comienzo a la violencia y al insulto.


Pero de pronto soltó una bestial interjección, que en el silencio de la noche resonó en el carro igual que el primer trueno de una tempestad imprevista, y todos los trabajadores saltaron de las hamacas llenos de pavor. Por cada excusa serena de Miguel respondía el capataz con un insulto amenazador y humillante, y sucedió lo natural. Una escena impresionante de película tuvo lugar entonces. El gigante hizo presa en Miguel por el cuello y lo lanzó contra el suelo. El obrero se puso de pie, instantáneo, y con toda la furia que hay siempre en el pecho de un hombre valiente se abalanzó inútilmente contra el coloso, que, arrojándolo una vez más contra el piso, le plantó una rodilla sobre el tórax agitado… Crujió el pecho como el costillaje de un buque en la tormenta, y levantando entonces el puño enorme iba a descargarlo sobre el cráneo del vencido, cuando notó que la luz había huido de sus ojos, que estaba flojo, que no peleaba… Tuvo miedo, se puso en pie, ty era mucho más grande que antes! Los trabajadores los rodeaban, descoloridos einmóviles, como las velas apagadas de un altar. La cólera del vencedor fue decreciendo como una tempestad que se aleja. Miguel dormía un sueño profundo. Como fantasmas se fueron acostando los hombres. La llama del farol tembló por última vez. La noche reinaba. En su lecho de sombras reposaba el silencio. Brillaba el sol y el viento dormía… Por la mañana la cuadrilla que repasaba la vía en dirección contraria se ha encontrado con la que iba hacia Omaha, muy cerca de Coloradas, y ha habido un momento de descanso. Durante él los obreros se han enterado del atropello brutal ocurrido la noche anterior. Entre los trabajadores ha surgido un movimiento de funesta venganza, pero el propio Miguel lo ha contenido con una sonrisa atroz: —tNosotros solos! —ha dicho.

Toda la cuadrilla está otra vez doblada sobre el fulgor de los raíles colocando polines, jadeando acompasadamente. Hay que empatar dos tramos. El capataz quiere rematar el trabajo; coge una tajadera reluciente y sujetándola sobre el carril con las manos rudas, llama a un obrero para iniciar el trabajo que pone punto final a las obras de reparación. Un hombre poderoso, hecho a hachazos, se ha acercado con la mandarria al hombro, pero un joven en quien ya apuntan rasgos hercúleos se la ha arrebatado y con ella traza un vertiginoso enlazamiento en el aire como para demostrar lo que son sus brazos. A varios pasos de distancia está Miguel todo erguido y en sus pupilas negrísimas hay un puntofulgurante, como si sus ojos fueran el compendio de una noche uniestelar. El joven lo ve, y él lo mira, y se sonríen espantosamente¼ La mandarria cae con una fuerza rara, extraña, y el capataz está arrodillado ante el joven como en un acto de contrición… Ya el carril muestra una herida brillante. La mandarria cae con la fuerza y la velocidad de un martinete hidráulico, pero en las manos del capataz la tajadera apenas vibra… Parece como el remate del eje de la Tierra… La cuadrilla ha parado de trabajar. Hay en el aire una sinfonía en acero que no conoció Wagner… Después… después… Yo no quisiera recordar con tan honda evocación presente, cada vez que veo a un hombre arrodillado ante el carril con la tajadera entre las manos mientras otro golpea con la mandarria, aquella sensación de horror, de cosa desbaratada, aquel olor sangriento… Y quisiera olvidarme también de aquellos dos hombres que se fueron, serios y satisfechos, sin que nadie intentara ni detenerlos. tSerios y satisfechos!… Que se pararon a la orilla del monte denso


y se quedaron allí inmóviles hasta que el monte se los fue tragando, poco a poco… poco a poco…

C2D Caballo dos dama
Blancas .. .. .. 43 T2CR + 44 C2D 45 s Negras .. .. .. R2TR D6TR (!)

Cuando el campeón Alexander Aleckine, tras larga y elocuente meditación, dio su jugada D6TR, se irguió descuidadamente. Era su cara la de un hombre profundamente replegado dentro de sí. Pero tenía ese aireresuelto del que sabe que «tiene que seguir haciendo bien una cosa bien comenzada». Respiró con pulmón ancho, como si no lo hubiera hecho desde una hora atrás, y esto me hizo volver a la realidad; mejor, me hizo descender al plano natural. Tenía que contestar a su jugada y miré el reloj que nos miraba. tMás de una hora para una jugada! Era esto algo corriente para mí, que acostumbrado a jugar a una velocidad rarísima entre los maestros de torneo, ello me permitía acumular tiempo abundante para cuando llegaran las situaciones comprometidas. Aleckine rodó hacia atrás su silla, y sin dejar de mirar al tablero, como si estuviera hipnotizado, se levantó y estuvo un rato contemplando el campo de batalla y las fuerzas desplegadas caprichosamente Luego, como si hubiera recibido un aviso de mujer, se fue de prisa para el jardín del hotel. Un grupo de aficionados soñolientos quedaba en el salón. También el juez del campeonato. Y también el comentarista de The Times, que me miró desolado un momento En realidad yo estaba solo Entonces volví los ojos a la partida y pensé, mientras miraba el score. Ante todo tuve que reconocer que el campeón había realizado una labor insuperable. Su juego había sido macizo, monolítico, incontrastable y todo él dirigido a un solo objetivo: entablar la partida. Era una obra maestra de su estilo, que él se complacía en llamar «de línea recta». Y ante este juego suyo que semejaba una catedral, yo me habíalimitado a saltar de campanario en campanario, como una golondrina que ha perdido el rumbo Y así había sido en realidad. De unas jugadas brillantísimas había pasado a otras tan inútiles que el mismo profesor Aleckine, pese a su estilo y al pleno conocimiento del mío en que se encontraba, dudó largamente antes de responder a ellas, pensando con recelo en la partida «inmortal» de Anderssen Como la situación era en realidad, si no peligrosa, al menos por el momento, sí oscura, hice entonces lo de siempre en tales casos; lo que hacía estremecer a mis adversarios y regocijaba a mis amigos instantáneamente: apoyé los codos en la mesa, hundí los dedos entre la libertina revolución de mis cabellos y me puse a pensar (ta soñar!). Nadie estaba enterado de esto, y así, cuando leía en las revistas y en los periódicos crónicas sobre mí, al ver tan repetida la palabra genio, una sonrisa burlona era mi agradecimiento tY que eran los propios maestros, mis rivales, quienes se habían encargado de aumentarme de esa manera! Llegaron a tenerle un miedo físico a mis largas actitudes pensativas, y cuando la cortesía lo toleraba me dejaban solo, como quien rehúye la compañía de un hombre peligroso Después se encontraban, por lo general, con que yo volvía a jugar a la velocidad exasperadora


de los comienzos, y de ahí salió la fama, inmerecida y fantástica, de que yo me encerraba en mis silencios sólo para planear de golpe doce o catorcejugadas

Pero acaso al lector le interese conocer algo de la vida del que, frente a frente a Aleckine, trataba de arrebatar a este el Campeonato del Mundo, que hacía dos años le había ganado a su paisano Capablanca, allá en Buenos Aires. Ya, desgraciadamente, están un poco lejanos los días en que, montando al pelo sobre Tomeguín, oteaba desde lo alto de las lomas los caminos que rodeaban a mi pueblo. A mi pueblo, allá en un rincón de Oriente, cerca del cual se hizo sentir más de una vez el machete tremendo del tremendo Guillermón Moncada; cerca de donde murió, como un soberbio león viejo que no quiere dejar su guarida, José Maceo, el indomable hermano; cerca también de uno de los campamentos en donde, rodeado de mambises hambrientos y dichosos de tenerlo con ellos, echó a ondear al aire, igual que una bandera, su palabra maravillosa José Martí, el que cayó poco después en Dos Ríos penetrado tan perfectamente por una bala en mitad de la infinita frente pensativa, que pareció que de veras había muerto fulminado por un rayo del Sol frente al que había pedido morir el más sublime de los americanos Cerca de tanto recuerdo glorioso nací, que ya no me da pena confesar que mi pueblo está muy lejos de la más próxima estación del tren, para llegar hasta la cual, y si no llueve mucho, usted tiene que arrear al caballo si quiere estar allá antes de que se acabe el día. Mi padre, un recio montuno oriental de manos color de tierra, voz alta,hacienda escasa y honradez fuera de moda, empeñado como todos los campesinos cubanos en alejar a los hijos del calor de la tierra generosa, decidió demasiado temprano que yo dejase la amistad fraterna de Tomeguín, mi potro veloz de los negros ojos jóvenes, de la nariz humeante y dilatada, el de los duros cascos resonantes; que dejara también mi baño a gritos en el río, bajo el sol alegre, entre los árboles verdes; mi trepar fatigoso con Pirolo por las montañas, para desde lo alto ver a lo lejos el horizonte el mar azul inmenso Toda esta maravilla de vida inolvidable tuve yo que abandonarla para empezar a subir el calvario de la sabiduría Pero mi padre se había equivocado con mi inteligencia. Para ser inteligente es necesaria cierta práctica, un don de equilibrio mental parecido al de los caminadores de cuerda floja en los circos, amarrar la imaginación a la pata de la mesa de comer, y hasta tener, tcómo no!, cierta proclividad al pancismo Y yo era nada más que un temperamento filosófico-imaginativo, un espíritu libre, aunque asustado, que pronto descubrió esto: más fácil, cómodo y verdadero que indigestarse con las cosas del mundo de los otros es crear un mundo propio, real y vivo. Por otra parte, la falta de un estímulo simpático en aquel viejo Instituto, con la estupidez de tanto versito; de tanto «squién ganó la batalla del Gránico?»; de tanta vidriera llena de viejos aparatos de física, y de tanto catedrático mohosoincapaz para echarlos a andar, hubiera impedido todo intento formal de disciplinar una inteligencia un poco precoz y descarriada Pero de todas maneras, el río llega al mar, y pese al muro de piedra de la montaña que no se mueve, le da la vuelta o se le escapa por las duras entrañas negras Así, en vez de entrar en la clase de Geometría, empecé a aprender el ajedrez ante el asombro creciente de mis condiscípulos y la admiración de los catedráticos, que pronto, como si yo fuera un atleta de esos que nunca estudian y que al cabo tienen un título de doctor y dieciséis medallas de oro, empezaron a aprobarme en todas las asignaturas mediante unas cuantas preguntas sobre Lasker y Capablanca

Bien, ya el lector me conoce y me parece que puedo suprimir en su obsequio multitud de detalles de escasa importancia, relativos todos a mi ascenso rápido y continuo desde mis primeras victorias del Instituto hasta este match por el Campeonato del Mundo, en los salones del Rudolph, en el inmenso Nueva York. El score marcaba cinco victorias mías, cinco el campeón Aleckine y nueve tablas. Esta que estábamos jugando era la última partida del match concertado, y dándome alientos para ella yo


había recibido un centenar de cables que gritaban: tVictoria!, casi todos de cubanos, pero sin olvidar el hecho significativo de que había más de diez procedentes de Rusia, de la tierra de los soviets. Esto sólo se explica por el hecho de conocerse mi simpatíapor la causa comunista, y también por ser el ruso Aleckine un partidario del antiguo régimen ominoso de los zares. La situación realmente era muy seria. Se trataba del Campeonato del Mundo, pendiente del error de una jugada o del éxito maravilloso de un movimiento engranado científicamente con firmes jugadas sucesivas. Tenía más de una hora para meditar en el movimiento que más me convenía hacer y me puse a pensar profundamente. En la sala se estaba quieto un silencio que invitaba a dormir, a sentirse inmortal Mi mirada terminaba en mi rey. La suerte de él iba a depender de lo que se resolviera allá adentro, en donde empezaba mi mirada, en la fragua inverosímilmente silenciosa de mi cerebro ardiendo. Este sentido de la responsabilidad ante el futuro, del que yo me llenaba cada vez que se me ofrecía una situación comprometida, inevitablemente ponía siempre a mi presencia el asombroso parecido que hay entre una partida de ajedrez y la vida del hombre sobre el tablero del mundo. Desde los primeros momentos, mi espíritu filosófico-imaginativo se sintió fascinado ante la evidencia del descubrimiento, y la fiebre mía por jugar no era otra cosa que el deseo de comprobar esta verdad. Yo me sentía Dios ante el tablero y me ponía a tramar la vida y la muerte de unos personajes que se llamaban el Rey, la Reina, las Torres, los Caballos, los Alfiles y los Peones. Así, en mi papel de Dios, fue como adquirí el sentido de la responsabilidad, y aldarme cuenta, comparando la simplicidad del tablero de ajedrez al lado del tablero del mundo, y reconociendo mi impotencia para determinar desde la primera jugada el resultado de una partida, que, o el destino, que al cabo rige la vida de los hombres, es una fuerza más poderosa que el Creador (hipótesis a la que mi pobreza mental de humano me lanza), o este es un asombroso jugador de vidas que desde los comienzos del mundo sabe cuál va a ser el final del drama humano y la suerte reservada a cada protagonista y a cada partiquino

Un día en que por un error extraordinario perdí una partida contra un contrario mediocre, mi orgullo herido me sirvió para comprobar la teoría. Realmente molesto por la derrota, en la soledad de mi cuarto rehice el juego, llegué hasta la jugada fatal y allí me detuve un rato. Me dije: «Si yo no juego A3R squé puedo jugar? Pues puedo jugar A5CR+. Obligado por el jaque él contestaría C3AR, y en seis jugadas más vendría el mate. tAh! Luego es posible determinar el momento en que una partida se pierde. Hay en ella una jugada que lo decide todo y a la cual se llega por movimientos en apariencia humildemente anónimos. Hay un momento en que el jugador, como el hombre en la vida, tiene ante su vista dos, tres oportunidades y para el futuro todo depende de lo que haga en aquel momento. Pero la vida es más dura que el ajedrez. Un hombre escoge un camino entre dos, y, al final, si se encuentra ante la tumba delfracaso, la vida casi nunca le da tiempo para caminar por el otro Además, thay tantas bifurcaciones! En el ajedrez a lo menos queda «el consuelo de seguir la existencia»1 y de volver a poner las fichas sobre el tablero con la esperanza de vengar la derrota «Por tanto, el ajedrez no es más que un lienzo para trazar vidas —me dije—, ty sabe Dios cuántos hombres se han hecho, sin saberlo, la propia biografía en el desarrollo de una partida desastrosa, o de un triunfo inesperado, o de un ansioso pensar, firme y valeroso!»
1

Rubén Martínez Villena. «Canción del sainete póstumo.»

Aquella partida rehecha en la soledad de mi cuarto fue para mí en lo adelante una fuente inagotable de experiencia y de habilidad ajedrecística, y yo le aconsejo a todo el que quiera aprender ajedrez, a todo el que quiera gozar con el intenso perfume filosófico que hay en una hermosa partida de este juego maravilloso, que se dedique no a jugar, sino a analizar partidas, del principio al fin y, sobre todo, del fin al principio, como hacen los viejos, con dolorosa


amargura, cuando reconstruyendo sus vidas, y recordando los errores irremediables de su juventud, lamentan: «tSi yo no hubiera hecho aquello!» Aquella partida rehecha fue para mí un manantial de habilidad, pero también una dolorosa punzada de impotencia en mis briosos comienzos juveniles. Desde aquel día perdí la fe en la omnipotencia de la visión total de mi genio. Incapaz de penetrarel secreto, no me preocupaba ya de averiguar en gracia a qué encontraba yo con tanta frecuencia la solución acertada. Pero en lo adelante esta virtud se fue desvaneciendo, muy lentamente, es cierto, y con apariciones fulgurantes frecuentes también, para ir trocándose en una ciencia pura que alcanzaba la visión absoluta de unas cuantas jugadas. Desde aquel día adquirí el presentimiento perfecto de que alguien me pasaba a mí de casilla a casilla, y que en algún momento ignorado por mí, e inevitable, me haría hacer un movimiento determinante de todo mi futuro. Desde entonces, la noción de que soy un pelele en el mundo me obsesiona, y, a veces, instintivamente, miro asustado hacia arriba esperando ver bajar la mano gigantesca que me maneja como hago yo con los peones pequeñitos de mi tablero de estudio

Pues bien, como ya dije, mi mirada terminaba en mi rey, y de lo que se acordara en el laboratorio ardiendo de mi cerebro, donde comenzaba mi mirada, iba a depender su suerte. Esto era todo lo que yo había pensado apoyándome en la ciega creencia que profeso del trabajo subterráneo de la mente. Y como la situación era difícil, cierta emoción del contraste que siempre ha presidido mi vida se hizo cargo de mí. Bajo mi gesto grave y pensativo empezaron a deslizarse las cosas más absurdas de mis panoramas imaginarios, desde las extravagancias más cómicas hasta las ensoñaciones más poéticas, juntando recuerdos reales con construccionesfantásticas. Así, por ejemplo, evocado tal vez por los telegramas rusos recibidos durante el día, surgió ante mi mente, sentado en la silla de Aleckine, el condecito Raúl, compañero mío del Instituto, cuyo padre, un rico almacenista, había dado $30 000 por el título, motivo por el cual era legítimamente despreciado por la verdadera, por la pura, por la única nobleza americana, la que desciende en línea directa casi toda ella de los indignos traficantes de infelices negros esclavos Pensando en estas cosas de los poderosos fue que sin duda me sentí en el teatro, en donde he tenido muchas de las más gratas liberaciones de mi imaginación. Empecé a sentirme en el paraíso del viejo Payret mirando hacia abajo, hacia el faro brillante de una cabeza calva. Enseguida hice un cuento influenciado por una reciente lectura de Fausto. Un hombre sin pelo, desesperado porque una linda muchacha no lo quería a causa de esto, invoca al demonio y le ofrece su alma a cambio de una buena melena. Lucifer entonces lo lleva hasta lo alto del teatro y le dice que escoja la que quiera entre todas las de la sala. El calvito ve en el centro de la platea una hermosa cabellera bethoveniana y la señala con alegría ansiosa y muda. El diablo le recoge la firma, y ante el escándalo tumultuoso de la sala le arranca la melena a uno y se la pone al otro tEra un bisoñé! pero magnífico De pronto oigo una música maravillosa. Era uno de los conciertos aristocráticos dePro Arte Musical y tocaba Orloff. Me fijé en él y sentado ante el piano parecía un dentista limpiándole la dentadura a un negro cubista Empezó a tocar la Gavota de Gluck y yo le hice unos versos que decían así:
Como cristalinas gotas, milagrosas de luz, danzando ya van las notas de la Gavota de Gluck.

Le dije a un amigo que eran de Rubén Darío y le pareció que tenían realmente una música de gavota galante Ahora ya no cree que aquello de «La Princesa está triste», etcétera sea del divino Rubén y a lo mejor tiene razón. tTantos han hecho cosas parecidas!


*

La ronda de los duendes.

El sonido de cristal de Orloff me adurmió y tuve la visión poética de una nota que salía del piano, transformada en perfume se esparcía por la sala, luego se fundía en mariposa policromada, y, finalmente trocada en rayo de luz empezaba a taladrar, despacio despacio el cielo azul, el espacio inmenso Pero ahora siento un escalofrío irritante, como si me picara una chinche. Toca Heifetz, el ovacionado como los boxeadores. Parece, de tan impecable, un maniquí con cuerda, y de tan frío e igual siempre, una «violinola», como dice un amigo mío, creo que el Polaco García. Hay una lluvia de pizzicatos, dobles y triples cuerdas, golpes de caja, armónicos y glissandos Un clamor estremece la sala, lo aplauden, le gritan, le piden La ronde des loutins* Los aires bohemios Preludio y allegro Me indigno y le compongo una oda queempieza de esta manera vanguardista:
tSalve a ti, oh insigne maromero del violín, Paganini sin alma!

El teatro, a la penumbra y al silencio, parece una asamblea de cadáveres que se tornan gesticulantes y aulladores a la hora del aplauso Pero se han encendido las luces Hay ahora otro espectáculo Se celebra un concurso de homicultura El escenario está lleno de personajes Hay tantos niños desnudos, gordos, feos y deformes que parece que se han quedado sin angelotes todos los cuadros de Rafael y de Murillo El señor que preside la fiesta nacional carga al niño premiado para darle un beso, como es costumbre de los que desean las falsas manifestaciones de simpatía, pero el chiquito, al verle los espejuelos se asusta y le orina irreverentemente la cara mientras el público aplaude a rabiar Yo me indigno por la falta de respeto del público, pero un joven estudiante que tenía al lado me dice: «Compadre, no se ponga así. Usted no ve que el señor no ha hecho caso. Usted no ve que no le ha hecho mella el insulto»

Una campanada del reloj me llama al orden. Han transcurrido diecisiete minutos y no encuentro todavía mi jugada Me pongo a rehacer la partida desde cuatro jugadas atrás y llego hasta la última. Caballo dos dama tQué evocación más inoportuna! Todo mi problema vital, toda la honda indecisión de mi espíritu salió a flote. tDos dama! La frase me hizo pasar, sin darme cuenta, del tablero a la vida, yrevivir todo el tormento de mi tímida juventud amorosa. El caballo, colocado en 2D tenía sus movimientos limitados por una pieza colocada en la línea de partida y por tanto sólo podía hacer tres saltos. Dos de ellos, llenos de audacia, podrían dar un destello brillante a la partida, darle sensación de batalla y conducir a la victoria o la derrota, según se presentasen las posiciones sucesivas. El otro movimiento, más prudente, acaso pudiera conducir, jugando con serenidad, y pese al magnífico desarrollo realizado por Aleckine, a unas tablas salvadoras

Yo también estaba colocado en la vida como mi caballo del tablero A un lado Helena Margarita, al otro lado Alba Leonor y al otro, el vivir la vida sin compañera, con frío, solo, pero sin responsabilidad, sin temor al fracaso amoroso. Por un lado el triunfo de la nada y por el otro la peligrosa experiencia del amor. Helena Margarita, a pesar de su nombre, es trigueña; y a pesar de ser trigueña, no es una muchacha de temperamento ardiente y sensual. Negros sus ojos, tienen una mirada tranquila y serena. Parecen dos estanques en noche sin luna Negra también su cabellera, le hace ondas suaves y brillantes, y toda ella parece nada más que un ser que está en este mundo sólo de pasada y como buscando un alma viva con que presentarse en la eternidad Camina


silenciosamente, sin gracia femenina, pero su voz es de un timbre grato, aunque un poco igual siempre. Me mira con unsentimiento parecido a la admiración, pero sin calor, y aunque yo pienso que podría llegar a quererme mucho, tengo miedo de su frialdad, de no encontrar en mi hogar con ella ese calor de amante con que sueño en mis exuberancias juveniles Alba Leonor es rubia y transparente, y a pesar de ser rubia es una muchacha fogosa de una precisa ardorosidad sensual. Su voz, de una musicalidad maravillosa, penetra mi ser y lo enardece Echa hacia atrás la graciosa cabeza y su risa penetradora descubre las estalactitas impecables de sus dientes diminutos y blanquísimos Sus ojos, color de un terciopelo que no existe, tienen un encanto de perversidad Y toda ella es imperfecta y admirable, desde el ritmo elástico del paso hasta
la mano de nieve que tenía

A ella le interesan las líneas firmes de mi rostro trigueño de bronce, mi alta estatura, la fortaleza flexible y ligera que me dieron el caballo y el río pero yo tengo miedo de no encontrar con ella, en mi hogar, ese amor tranquilo y suave con que también sueño en mis horas de filósofo y poeta Con Helena Margarita me espera una vida desesperante, y con Alba Leonor, desesperada. Con la primera, al huir instintivamente de su frialdad, acabaría por parar en uno de esos hombres casados que se pasan la vida inventando escapadas nocturnas, justificables siempre por los amigos enfermos, los negocios y los velorios; con la segunda, al cansarme de sus empalagosas exigencias, me pasaría la vidaviendo en cada salida suya un atentado a mi honor, y multiplicando en mi mente las tiendas que en La Habana poseen puertas a dos calles y los disimulos elegantes de los talleres de modistas Después de todo, yo vivo bastante bien mi joven soltería de hombre famoso. Acaso yo exageraba. Acaso yo no estaba tan enamorado cuando dudaba entre dos mujeres, cuando la razón era un obstáculo miedoso Acaso algún día me llegará algo más perfecto Esperaría. Mejor es no arriesgarse en la vida por caminos inexplorados cuando el que se sigue está limpio de obstáculos, aunque este camino no ofrezca un horizonte terminado, trascendente, lleno de una sola luz o de muchas, como el que a las tardes, allá en La Habana, se va apagando en el mar poco a poco

tOtra campanada! sQué pasa en mi mente? tCaballo dos dama! tQué extraña coincidencia! Nunca me había ocurrido comprobar con tan vehemente exactitud mi idea entre el parecido de la vida con el ajedrez. Mientras yo jugaba mis piezas, alguien me rodaba a mí en un inimaginable tablero en el cual había dos damas sin que yo supiera aún cuál era la mía Miré hacia arriba con un temor de niño, esperando como siempre ver la mano monstruosa y llena de poder y de sabiduría del Dios que sin duda jugaba con mi vida Sólo había una luz invibrátil y un silencio impenetrable y hondo, como el camino del cielo sEstaría yo solo en el mundo a merced de mis fuerzas? tSi fuera así si nadie jugaracon mi vida! Pero entonces un rayo de luz negra me anonadó para siempre. Al ver una hormiguita que pasó de la mesa a mi mano, me dije: «sQué pensará de mí esta hormiga a la que ahora le permito pasear por la llanura de la palma de mi mano? Sin duda pensará que está caminando por un pedazo del mundo inmenso y no podrá darse cuenta de que en este momento yo soy para ella el Dios que puede disponer de su vida Soy para ella tan grande que no me puede calcular ni ver. sAcaso no pasará lo mismo entre Dios y yo?» —me dije—, iluminado de repente. Y envuelto ya en el sofisma orgulloso de la vana y pretendida semejanza con el Creador, pensé adolorido que yo no era más que un Dios limitado, en pequeño, que sólo podía ser el árbitro de una hormiga, de cien, de un millón, ahora, un momento pero no de todas las hormigas ni en todos los momentos, al paso que el Gigante Constructor de los Mundos, lo es del astro lejano e inmenso y de la célula infinitamente pequeña que forma parte de mí y que piensa con vanidad que está incluida en un mundo ilimitado, como pienso yo del que acaso sólo sea una partícula cósmica en la que no soy más que una célula insignificante y presuntuosa

sPero, y si esto tampoco era verdad? sSi Dios podía equivocarse también y hacer conmigo una mala jugada? Angustiado ya, con el tiempo cayendo, hice la jugada prudente, y tras una serie de movimientos metódicos y regulares, la partida acabó en unas tablas porjaque perpetuo .. Aleckine conservaba el Campeonato, y aunque yo había entablado el match, no era ello gloria alguna, porque, como le dijo en una ocasión memorable el Gran Capitán a García de Paredes, «Por mejor me habían enviado» Él jugó a tablas y lo consiguió; yo debí jugar a ganar o perder, y al cabo me conformé con hacerle el juego al Campeón. tY casi quedo encantado de haberlo conseguido! Así fue como terminó la máxima oportunidad de mi vida, en un jaque perpetuo. Y en jaque perpetuo he pasado el resto de ella Helena Margarita se cansó de esperarme y Alba Leonor también se cansó. La primera, casada con un hombre enriquecido en el vicio político, fue infeliz y murió enferma de tristeza, muy joven todavía; la segunda, menos paciente, se aburrió al lado del hombre desmedrado al que tal vez la riqueza la llevó y terminó multiplicando sus escándalos Yo, rehaciendo la partida entablada, encontré el momento en el que, si hubiera hecho otro movimiento, hubiese ganado el Campeonato del Mundo; y rehaciendo mi vida, mirándome ya viejo, doblado, con el reumatismo mordiéndome las articulaciones como un perro, pienso que le hubiera podido dar a una un poco de espiritualidad y a la otra el amplio fuego de mi juventud, y haber sido con cualquiera un poco feliz todo lo que se puede en el mundo.. .. tY qué malo es perder a fines de mes «todos» los cuarenticinco quilos que uno tiene, por meterse a jugar al dominó con el maldito barbero de la esquina de casa! tSe pasa luego cada noche más disparatada y absurda!

Una tragedia en el mar
Alguien (no he podido averiguar quién), con la evidente intención de perjudicarme en el buen concepto que siempre les he merecido a mis directores espirituales, ha publicado bajo mi firma el absurdo cuento que sigue a estas líneas. Y es preciso que yo me defienda ante la posteridad, no sea cosa que vaya a ocurrir conmigo lo que con otros grandes hombres, respecto de los cuales nadie está de acuerdo acerca de si dijo lo que dijo o no dijo lo que dijo. Me parece que sólo tengo que hacer notar dos cosas para demostrar cómo el esperpento que a continuación aparece no es un engendro de mi salud excelente. El estilo no es el mío. Confieso que yo no me atrevería a expresar mis ideas con esa libertad, con ese descaro que sólo puede brindar el anónimo. Hay veces que eso parece una tremenda cosa vanguardista… El otro aspecto, el del pensamiento, el del móvil ideológico que llevó a su desconocido autor, primero, a escribir esa increíble y extravagante narración, y, después, a hacerla aparecer como mía, es el que en realidad me obliga a una defensa calurosa de mi equilibrada razón, de la sólidaestructuración de mis principios religiosos y morales. sTiene en realidad un pensamiento capital ese cuento? Si no lo tuviera, la burla hacia mí sería sangrienta. Pero, no. Aunque la escasa habilidad de su técnica no le ha permitido lograr bien el objeto que se proponía, a una mirada experta no se escapará que el autor, en el desarrollo de la acción imposible, ha pretendido sentar esta conclusión:
El hombre es un autómata en el mundo, ty sólo en este mundo!; su mente apasionada es un espejo curvo que refleja, falseadas, las sensaciones de su aparato nervioso. A la hora de luz de su razón,


llegan panoramas que en realidad no son como los ve. Es como si la máquina del ojo, por maravillosa tenida desde siempre, fuese una trampa puesta por Dios al hombre, en las mismas puertas de su espíritu…

Y esa conclusión demoníaca, capaz sólo de germinar en un cerebro desordenado, es, cabal y diametralmente, opuesta a la línea básica de mi fe, de mis creencias religiosas. Por eso me defiendo. Yo creo en la clara sencillez de la arquitectura del mundo. Creo que he nacido de veras, que viviré mucho tiempo, y que después vendré a morir tranquilamente de alguna indigestión, para enseguida subir al cielo, sentarme un rato a la diestra de Dios Padre, darle la mano, e irme luego, camino abajo, por las laderas estelares saludando con arcangélica dulzura inclusive a todos los bribones de la tierra, perdonados por la infinita misericordia de NuestroSeñor… Hecha la defensa de mi fe, lea el que quiera esta inverosímil «tragedia en el mar».

Retrato de un asesino ignorado
Confieso que no soy malo. Hasta parezco bobo. Vivo mi vida con calma. Tengo un perro como si tuviera un hijo y gano un sueldo como si fuera una renta. No voy a la iglesia, pero en cambio voy a Almendares a ver jugar a la pelota, todos los domingos. Soy partidario del Fe, siguiendo la tradición de la familia. Leo revistas atrasadas y me gustan las películas cómicas. Nunca he votado. Me gusta la música, sobre todo la que no entiendo. (sHabrá alguna que se entienda?…) Cuando estoy delante de amigas doy limosnas y buenos deseos cuando estoy solo. No tengo novia, ni mujer, ni querida, pero gano un sueldo como si fuera una renta… Soy, además, joven. Duermo como los niños y como igual que los marineros. No soy feliz porque no puede ser, pero soy sano. Estoy bien. No voy a los entierros. Un hombre así spuede ser malo? De ninguna manera. Y, sin embargo… Una pena chiquita, pero dramática, aflige mi alma desde hace un tiempo. Por mi culpa dos seres felices perdieron su tranquilidad y la vida, descendiendo sus almas, finalmente, al fondo de los mares. Fui perverso ttriste de mí! Mi conciencia, hasta ahora limpia y serena como un lago de ensueño, ha perdido su pureza. Mi augusta calma ya está rota. tY yo que hablaba en presente! tNadie me crea, yo era así, como lo dije antes, ya no! En confesión de un remordimiento escribí estahistoria, relación fiel, sin pretensiones literarias, del triste suceso. Día a día la leo, y así no he podido olvidar que algún cargo tendré que hacerme cuando llegue la hora de presentar el saldo final.

El lugar del crimen
Mi sala, carente de extravagancias de color y de forma, tiene, tenía, mejor, una nota exótica y pintoresca. En una esquina, sobre una banqueta, una pecera muy blanca era el inmenso océano de dos pececitos japoneses, llenos de color y de gracia, que lo surcaban, ora raudos, relampagueantes, ora despacio, majestuosos, como galeones antiguos. No había tiburones en aquel mar. La tempestad la hacían ellos cuando querían, y había en la superficie pedacitos de unas obleas deliciosas y en el fondo una piedras maravillosas en las que, a ratos, se escondían para salir después llenos de ventura y sonriendo de felicidad. Y uno era pez y la otra no. Aquel era el Paraíso otra vez… Sólo tenían dos terrores. Uno era la caprichosa duración de los días y las noches con ausencia de crepúsculos rosados; y otro, el más temible, las visitas frecuentes de un monstruo, todo negro y enorme, con unos ojos como estrellas cercanas, que se bebía con espantosa calma toda el agua del mar, mientras los miraba con maligna expresión de curiosidad… A veces tronaba estremeciendo el agua…


Y nada más. Dios espantaba al monstruo y luego traía un torrente de agua, y al poco rato, al principio con temor y después despreocupadamente, recorrían lasislas y terminaban relampagueando por el agua como dos llamaradas inextinguibles… Se miraban largamente; subían a besar la superficie y luego se escondían con misterio en las piedras maravillosas del fondo…

Negros proyectos
Un día, terrible memoria, yo estaba delante de la pecera, viendo la felicidad, si no en la tierra por lo menos en el agua, cuando un perverso pensamiento cruzó por mi mente. El genio del mal me habló al oído y concebí algo monstruoso. Decidí ser la nueva serpiente de aquel nuevo paraíso. Quise ser el amigo cruel que manda el anónimo acusador que siembra el recelo y destruye la felicidad. Profundamente me concentré. Todas mis fuerzas mentales, como pelotones dispersos de una compañía que se reorganiza para entrar en línea, acudieron en mi auxilio. Y, entonces, como una luz que violentamente avanza en la noche hasta que pasa para hundirse de nuevo en la sombra, así recordé una maldad infantil, le di aplicación, y no tardé en ver cómo de nuevo quedaba detrás una estela de sombras…

sUstedes nunca han puesto un espejo delante de un gato? Es algo curioso. Yo los he hecho enfurecerse, acobardarse, huir espantados… (sQué pensarán después para toda la vida?… sCreerán en los fantasmas?…) Pues yo inventé hacerlo con los pececitos, y haciendo la noche coloqué en una pared lateral un espejo grande y bruñido. Hice el día y me senté a observar… No hay, amigos, drama semejante en la humanidad, ni cerebro capaz deconcebirlo. Imaginad una felicidad paradisíaca, imaginad pensamientos como rosas frescas del amanecer, imaginad besos de la luz, suspiros de la sombra, risas argentinas y, de pronto, trocad en asombro, cólera, duda, violencia, rabia y dolor todo eso y decidme squién lo resiste?

El doble adulterio
Cuando hice el día, los pececitos salieron de nuevo a jugar, y, de súbito, como un hachazo, se inmovilizaron llenos de asombro. Habían visto a los «otros»; a los rivales desconocidos e ignorados… Se miraron como no lo habían hecho nunca, con algo distinto en los ojos, y más adentro algo que crecía: era la duda. Se retiraron a las piedras del fondo lentamente, y los «otros» también se fueron a las piedras. Y entonces, en un descuido de él, ella vio cómo el infame miraba afanosamente a la intrusa; y él se dio cuenta de que ella miraba al odiado rival. Ella no se cansaba de mirar al «otro» y él se afanaba por la intrusa. Eran hermosos los recién descubiertos y eso aumentaba el dolor de los hasta entonces dueños del mar… Y en un momento imprecisable, la duda se transformó en odio, en un odio inmenso, virginal… (Por las aguas tranquilas cruzó despacio el Pez de la Muerte, con un cuerpo como un esqueleto y una sonrisa parecida a la de una calavera.) Las aguas estaban inmóviles, pero los pececitos sentían dentro una espantosa tempestad y una última pirueta de los rivales determinó el choque violento. Ella se arrojó sobre él con la rabia de una pura mujerofendida y él respondió al ataque con la cólera incontenible que corresponde al hombre fiel y burlado.

Un cadáver sobre las aguas
Mugieron las aguas; las islas se estremecieron; el formidable oleaje desquició los fondos felices. Los apacibles pececitos parecían monstruos encolerizados. Apenas se paraban, como para tomar aire, cuando al ver nuevamente a los odiados enemigos se lanzaban a la pelea con redoblada


furia, arrojando cataratas de agua como si fueran aluviones de alaridos… La pecera era un torbellino cruzado de relámpagos… Y yo sonreía complacido hasta que me aburrí. Entonces quité el espejo y me fui a acostar. Me dormí y no soñé con Yago… A la mañana siguiente ella flotaba en la superficie, con el vientre, tal vez fecundo, horriblemente hinchado, mientras él, desolado, la empujaba blandamente hacia una de las islas desbaratadas por la tempestad. Los «otros» se habían ido y él tenía en el cuerpo, como condecoraciones de guerra, varias heridas sangrantes.

Expiación
Ya en las aguas no relampagueaban llamaradas inextinguibles. Como un antiguo galeón, el pececito recorría despaciosamente sus recuerdos. Aquí, bajo esta roca, la vio caer por la primera vez, maravillosa de color y de forma, y hacer una ese roja e instantánea entre el campo azul del agua; un poco más allá, ella lo quiso; al fondo, y sus ojos se encendían, apareció la odiada pareja, en la que ella era igual a la suya; y en esta isla, llena de misterio y depaz, está su sepultura. La mano del Dios que alimenta las aguas y alimenta los peces la suspendió y se la llevó hacia océanos deliciosos… Cuando miraba la Isla del Triste Sepulcro se quedaba extático, triste, abandonado, durante horas enteras. Y conoció la inmensa soledad de ser el único ser humano del universo. Languidecía. Como un anacoreta ante la cruz, ante la isla de su última visión permanecía esperando la mano del Dios que lo llevará a los océanos inmortales…

El duelo. La muerte. tFeliz Eternidad!
Así lo sorprendí un día y otro día y otro. Llegó a aburrirme aquella eterna quietud y en una ocasión, recordando la trágica movilidad de aquella noche, irresistiblemente tentado por mi desconocido fondo perverso, quise hacer otra prueba. Terrible peripecia. Desesperado momento que recordaré toda la vida. Coloqué nuevamente el espejo y esperé. Terminó el pez su última oración y dio la vuelta con el cansancio de un viejo… Instantáneamente relampaguearon las aguas. Como antes, él se sintió joven, poderoso y ágil: había visto al rival y venía solo, como a un desafío. Era un gigante. Las paredes del orbe se estremecieron; las islas se inundaron; los fondos se desquiciaron. Lo persiguió violentamente por todo el mar y aunque el «otro» también mostraba un ansia salvaje de pelear, algo hasta entonces inconcebible, las paredes del mundo, los separaban. Entonces se paró y tuvo un pensamiento genial, el mismo del primer hombre que se lanzóa volar: descubrió que el mundo era más grande. Reaccionó, y después de varias persecuciones vanas, en su cólera horrible se precipitó enloquecido hacia el otro y de un salto trágico se lanzó al espacio… Intenté salvarlo, pero fue inútil. En el aire, en el infinito, en la muerte, tmás allá!, él había visto al rival rabioso a lo lejos y lo perseguía… [] Cuando lo alcancé, frente al espejo grande de la sala, se moría, con la boca abierta hasta la O, tragándose al otro que se lo tragaba. Y reflejaba en sus ojos de agonía que de la mano de Dios ascendía hasta los océanos deliciosos para sepultarse luego en el fondo de los mares, donde ella vive; tla adorada ausente!… Y él sintió todo esto «antes» de morir…

tFiebre!
I De pronto me inmovilizo en el silencio despierto. Yo sentí como él abrió la puerta y cómo luego, sabiamente, fue introduciendo su cuerpo hasta estar dentro del cuarto Se paró a los pies de mi cama y allí se estuvo un año quieto, como una sombra inmóvil Después se fue acercando hasta mi cabecera Sacó un extraño utensilio y me lo puso cubriéndome toda la cara con un negro pañuelo impenetrable En cuanto el cloroformo empezó a filtrárseme, allá, en el hangar hermético del cráneo, empezaron a funcionar los motores de cien aeroplanos iguales Entonces el ladrón, un cirujano fantasmagórico, con un bisturí se puso febrilmente a cavar en mi tórax, como quien busca un tesoro Llegó ya al corazón, y, alabrirlo, no encontró nada Sólo un tic, tac tic, tac tic, tac, igual al de una máquina del tiempo del tiempo, que se va marchando como un valiente que no retrocede jamás ..

II
Cuando cerré la puerta con sigilo y me volví con el índice en los labios, mi amante estaba muerta en el suelo Un largo rato estuve parado ante su cadáver esperando a que se levantara y viniera a besarme como una loca y a decirme que todo había sido una broma Hasta creo que me sonreí En ese momento fue que desde la alcoba me llegó, como el toque de una campana mayor, su voz terrible, tranquila, burlona, feroz, humilde, colérica, vengativa, digna, cruel y sangrienta Su voz que sólo me dijo con una espantosa calma contándome las letras: «tA-de-l-a-n-t-e!» Se corrió la cortina y Él apareció en el marco, inevitable como el destino y yo caí al lado de ella donde pronto un hilo de sangre me taladró el pecho y se puso a dibujar arroyuelos rojos en el piso blanco del mármol ..

III
Me llevaron encadenado ante el trono del tiranuelo repugnante, en el palacio imponente y solitario Le habían dicho que yo era su enemigo implacable y que yo lo había llamado asesino Mandó que me quitaran los hierros ominosos y con suave palabra me dijo: «Es verdad lo que dicen que hasdicho de mí?» Yo le afirmé que sí y le hablé de sus muertos, entre los cuales desde aquel día yo sería uno más «Pues mira —me dijo—, para que veas como soy generoso, a ti te perdono la vida, a pesar de la ofensa tVete! Yo te doy mi escolta» .. Desde lo alto me decía adiós regiamente, y todavía asombrado fue cuando sus mismos guardias me dieron cuatro mortales puñaladas por la espalda, al salir de su feudo real ..

IV
La sombra del centinela, con el arma al hombro, se agigantaba en el piso de mi celda, cuando, haciendo la guardia, pasaba lentamente entre la luna y la reja El alcaide, por la tarde, me había leído la sentencia de muerte con una voz brumosa y humana tMi último día! Cuando el reloj dejase caer los doce toques solemnes de la medianoche, el verdugo me enviaría para la eternidad .. ..


La cuerda del reloj arañó el silencio y luego uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve diez once El reloj volvió a arañar el silencio y se quedó quieto, mudo «tMe he salvado! —grité tNo ha cantado las doce!».. El péndulo brillante del hacha cayó sobre mi cuello Rodó mi cabeza sobre el tablado y levantándola, el verdugo me gritó a la boca: «tLas doce!» .. Desde el mundo en el que ella vivía, muy lejos, me llegó rota por la pena la dulce vocecita de mi novia querida: «tSálvelo, doctor! tHace ya tres días que delira, con cuarenta y un grados de fiebre!» .. tOh, la loca y cobarde aventura de mi desesperanza suicida!

tPor este argumento sólo me dieron cien pesos…!
(Dos personajes para una película ingenua)
Yo soy la mitad de dos personas. La otra mitad es mi novia, una querida muchacha de alegres ojos luminosos y cuerpo ligero y perfumado, como un ágil frasco de esencia de Francia. sUsted quiere oír unas cuantas cosas de nosotros, dichas sin apasionamiento alguno? Mire, yo gano ochenta pesos mensuales, y mi novia es una muchacha de dieciocho años, inteligente, buena y cariñosa, y que, además, a mí me parece, sin exagerar, la más linda y graciosa muchacha de la Tierra Yo cobro los días primero de mes y cuando cojo todo ese pobre dinero en mis manos, siempre me dan unas ganas alegres de llevárselo entero a ella, para que lo guarde, para que lo junte con lo que ya tenemos, para que algún día podamos casarnos y yo puedaverla, maravillosa de blanco, deslumbrarme a lo hondo del ser con un largo estremecimiento inefable Pero qué va. Por más que trabajo mucho sólo gano ochenta pesos, y por más que hago esfuerzos, sólo puedo darle a ella una miseria que me abochorna Muchas veces me da tanta pena que no se la doy Yo la quiero tanto, que cuando hablo de ella sólo sé decir que la amo. tYo la amo, señor! Ella cree, por su parte, que el mundo da vueltas alrededor mío y que no hay nadie que pueda ser tan inteligente como yo, ni tan fuerte, ni tan valeroso Además, a ella le gusta mucho cierta onda que sobre la frente forma mi cabello oscuro; mi perfil limpio de vacilaciones, mi voz, alta, clara y viva, le agrada mucho y más aún cuando se hace profunda, seria. También ella se complace en ponerse a mi lado para comparar su estatura con la mía y se ve cómo se le alegra la cara cuando comprueba que le llevo casi toda la cabeza Entonces, inclinando graciosamente la sonrisa hacia un lado, me mira a lo alto, a los ojos, y me quiere y me lo dice, con esa voz suya de música suave, como si fuera rosada, como si perfumara tEn esos momentos yo quisiera abrazarla y besarla! Pero, bueno, si sigo voy a hacer toda nuestra biografía. Y lo más importante es esto: a pesar de su optimismo contagioso y de su aliento siempre renovado para que yo tuviese fe, lo cierto es que no mejorábamos de posición para poder casarnos, y aunque lo disimulaba bien, me daba muchapena su confiado: «tYa tú verás!» Esto sólo duró hasta un día en que ella leyó que al autor del argumento de una película que ella había visto le dieron por él «una partida» de miles de pesos Todo el día me estuvo esperando y me recibió fuera de la casa con la noticia en la mano y con una alegría desbordada y contagiosa. «tYa, Nene, ya!» —me decía. Y a pedazos, atropellada, me iba dando su jubilosa seguridad en mi triunfo «Ahora sí es verdad que nos vamos a poder casar pronto. Tú escribes


un argumento bien bonito y ya tú verás como te van a pagar muchísimo dinero por él tYa tú verás!» La facilidad con que ella me contagiaba su loca esperanza hizo desbordar en aquella ocasión mi cariño, y tanta bella cosa yo le dije a la muchacha maravillada, que es una lástima que yo no las copiara luego en casa para poder contárselas a usted ahora. Aquella tarde sí que nos dijimos una multitud de cosas importantes Pero lo más grave fue el problema del viaje. sCómo yo me iba a ir? A los dos se nos ocurrió simultáneamente el mismo pensamiento, pero lo escondimos con miedo. Aquello, según juramento, era sagrado. Estuvimos un rato en silencio, mirándonos con disimulo, y al fin ella, con el campanilleo alegre de su voz niña, me dijo: «Sí, chico, lo cogemos, si eso es seguro» Era «nuestro dinero», lo que teníamos reunido día a día, moneda a moneda, para casarnos De pronto me pareció que era un crimen, que sería mejor que me fuera depolizón, o a nado, o a pie Pero con esa facilidad con que, desde que la quiero, siempre estoy convencido de que algo bueno me va a pasar pronto, acepté al fin y nos pusimos a planear el viaje. Teníamos dinero suficiente para que yo pudiera irme a Hollywood y estar allí unos cuantos días, contar mi argumento, escoger la mejor oferta que me hicieran los doscientos o trescientos directores, y volver para Cuba con un millón de regalos en la maleta, y en La Habana casarme enseguida con ella y llevármela por todos los lugares del mundo donde hubiera muchas cosas bonitas que comprarle Sólo cuando yo estuve en casa fue que me di cuenta, aterrorizado, que habíamos decidido el que yo fuera a Hollywood a vender «mi argumento» y que yo no tenía argumento alguno que vender De pronto me dio la idea de ir corriendo a donde ella y decírselo, pero me dio vergüenza. sQué diría? tElla que esperaba tanto de mí! sQué iba a hacer yo? Yo no sé nada de cine. Como nunca tengo dinero, voy de rareza a él, y por lo tanto no sé nada de cómo se hace una película. Por otra parte, yo nunca me he puesto a contar cosas que no haya visto. La maquinita de escribir me ha vuelto rutinario e igual y los números me han hecho amigo de la verdad.
La tierra del mambí, traducción española de The mambí land de James O´Kelly, con prólogo y biografía completa del autor trabajada por Fernando Ortiz.
*

Pero con todo, yo tenía que hacer un argumento para venderlo enHollywood. Confidencialmente le diré que me puse a hacer uno, pero me estaba quedando tan parecido a como soy yo, que me dio vergüenza y lo rompí. Yo estaba tan intranquilo que tenía temor de que ella lo fuera a notar cuando la volviera a ver, allá, en su casita blanca abrazada por las enredaderas, bajo las palmas que suenan, lejos de La Habana Sin embargo, salí bastante bien del paso contándole alguna novela que yo había leído y desde luego, cambiándole habilidosamente el nombre de los protagonistas Pero algo providencial ayuda a los enamorados. Sucedió que mientras mis inexpertos agentes mentales buscaban infructuosamente por las recurvas del encéfalo, mi argumento ya estaba hecho y hasta impreso en un libro,1 en la vida pintoresca de cuyo autor yo vi todos los elementos necesarios para hacer una gran película. Era que en este caso, como en otros muchos, la policía del cerebro hizo igual a la policía secreta de las ciudades, que se pone casi siempre a buscar a los autores de robos y conspiradores contra la patria por los barrios bajos, entre la gente humilde, honrada y trabajadora, cuando los tiene a la vista, en lo mejor de la ciudad. Así pasa a veces, pero después de todo es disculpable. tSon tan conocidos y están tan visibles! El lector perdonará esta manera precipitada de contarle las cosas, pero es que yo no tengo mucha práctica en ordenar mis ideas. Ahora lo que puede interesarle es que yo me fui una mañana llena desol y de ruido en el vapor de Cayo Hueso. El barco dio tres gritos grises y largos, y empezó a irse (Antes ella me había dado un beso a escondidas y otro en público Bueno, quiero decir que fueron unos cuantos, tpero me parecían tan pocos!) Cuando ya enfilábamos el canal, y el buque, sereno como un automóvil negro de lujo, pasaba frente al Morro, yo la vi en el extremo más saliente del rompeolas que rodea al Castillo de la Punta, diciéndome adiós con el pañuelo, con los brazos, con la voz Si parecía, con su traje blanco y


los brazos abiertos que era una paloma que iba a volar hasta el barco Después, me escribió un amigo, que cuando ya nadie distinguía más que la mole del vapor, ella seguía gritando, sin importarle las sonrisas irónicas de los curiosos: «tTodavía lo veo! tMire, es aquel que me está diciendo adiós con el pañuelo!» Y es seguro que fuera verdad, porque yo no pude quitarme de la barandilla de popa hasta que Cuba se me ahogó en el mar

Ahora le diré a usted algo sobre aquella parte americana llena de interés. Hollywood tiene muchas cosas para llamar la atención a un habanero. Uno se mete en los estudios y lo que hoy es un escenario para un París del siglo XV, mañana es una aldea de Borneo Además, hay tanta cara bonita de muchacha que da gusto andar por las calles, aunque uno muchas veces siente deseos de mirarse furtivamente en los espejos de las vidrieras, temeroso de estar haciendo un papelridículo. Pero más que el espejo lo alivian a uno los tipos estrafalarios que también abundan. Sin embargo, lo más interesante de Hollywood eran las cartas de mi novia, de mi muchacha. Naturalmente que yo no se las voy a enseñar a nadie, pero para que se vea qué gracia pícara es la de ella voy a decirle unos versos que me mandó recordando un episodio que tuvimos. Nadie se fije mucho en las faltas. Eso no vale. Ella no es literata. Lo único que hace algunas veces es apropiarse descaradamente algunas frases que yo consigo por ahí, y mirarme al poco rato, con mucho disimulo, para ver si me he dado cuenta. Cuando la descubro dice con mucha inocencia que es que «se le pegan» Dicen así los versos que me mandó para alegrarme con el recuerdo:
Tu risa, como una caricia me rozaba los ojos los labios Tus ojos me llenaban de luz y de sombra y me dan locas ganas de besarte (Estábamos solos en un rinconcito cariñoso y tibio del grande sofá Se oía tan sólo en la sala el ruido del viejo sillón de mama) Toda acurrucada entre los cojines con los ojos trémulos te pedí yo un beso Nos miramos hondo, hondo, apasionados Y nos olvidamos, felices y solos, del ruido del viejo sillón de mamá

Pero, Hollywood no era tan acogedor como yo esperaba. A mí me parecía natural, cuando estaba en La Habana, que al llegar yo allí y decir sencillamente que tenía un argumento, enseguida me iban a hacer pasar, a retratarme dándole la mano a alguien,como hacen con los boxeadores, y a rogarme que les vendiera el argumento. Y no era así. Cuando llegaba a una oficina ya tenía mucha gente antes que yo esperando turno. Venía un secretario y preguntaba: «sQué asunto tiene usted, señor?» «Un argumento.» Se iba adentro y al poco rato regresaba diciéndome que sobraban Así se me iban pasando los días a una velocidad aterradora. tSi no hubiera sido por las cartas de ella! En el boarding la gente me decía: «tQué lástima que usted no pueda ver ahora a Doug!» Y como yo había ido allí para ver a todo el mundo, aunque fuese el Papa, pregunté dónde vivía ese señor y allá me fui. Lo encontré, casi con agresividad le hice la narración de mi asunto, que escuchó con interés sonriente, y cuando había terminado me repitió la frase: «tQué lástima que usted no pueda ver ahora a Doug!» El muy imbécil era un doble y le cuidaba la casa a la estrella, ausente en Europa


Ya estaba casi desesperado, cuando una noche, en la mesa de uno de esos establecimientos americanos que lo mismo parecen boticas que puestos de accesorios para automóviles, un hombre de aspecto serio e impresionante se acercó y me dijo: —Joven, sen qué compañía trabaja usted? —En ninguna —le dije con cierto orgullo—. Yo no soy artista, yo soy autor de argumentos. —Es lástima. Me había interesado usted, pensativo como estaba, para una escena de mi próxima cinta. Yo soy el director David Rodney Al oír este nombre, como se diceen los cuentos, yo me hice cargo en el acto, instintivamente, de que mi oportunidad había llegado y me dispuse, con astucia, a no dejarlo escapar sin contarle mi argumento. Pero como ya tenía la triste experiencia de tanto fracaso, se me ocurrió coquetear un poco y hacerme el interesante, como decimos aquí en Cuba. Le dije con displicencia que pensaba embarcar pronto para Europa en viaje de recreo y que no me habían convenido las proposiciones que varias casas me habían hecho sobre mi último argumento. Así fue como cayó en el anzuelo mi americano famoso y como conseguí que me preguntara con un tono de disimulado interés sobre qué asunto giraba mi cinta; mi film, como dijo él. Yo pedí unos helados, y en lo alto de la pirámide de fresa rosada vi los espléndidos y maravillosos ojos de Nené y la gracia incomparable de su sonrisa luminosa, llena de una frescura juvenil, dándome un formidable aliento de esperanza Entonces, materialmente, me vi ya metiendo montones de paquetes de regalos para ella en mi vieja maleta Y con todo el fuego de que soy capaz, le hice a Rodney la historia del medio en que la cinta había de desenvolverse y todo el desarrollo de esta. El director americano me escuchó con verdadera atención, y cuando terminé me dijo con una encantadora sinceridad: —Joven, se ve que usted conoce bastante la historia de su país, que está orgulloso de los sacrificios con que logró su independencia, y de los hombres que larealizaron, pero, si me lo permite, le diré que usted conoce muy poco de cine Como me lo dijo tan amablemente, hasta tuve que sonreírme y agradecer sus frases. Pero como el hombre estaba de buenas, me dijo: —Mire, le voy a hacer algunas observaciones —Diga, diga —Es cierto lo que usted dice acerca de que hay vidas que ofrecen al espectador un interés mayor que el de cualquier novela, pero esto es sólo en las figuras que son ya universales, como el barrigón de Bonaparte, por ejemplo (De la maleta, como si tuvieran piernas, empezaron a salir corriendo muchísimas cosas preciosas que yo ya había metido) —Eso que usted me cuenta sobre O´Kelly demuestra que este hizo una vida andariega y emocionante propicia a la aventura; se ve que el hombre fue un temperamento vehemente y audaz y que su vida está llena de colorido, pero, en realidad, nosotros sólo hacemos películas para nuestro pueblo y ya desde este punto no interesa tanto O´Kelly. Yo tuve que defenderme con valentía. —Espere —le dije—, es que yo sólo le he hecho un cuadro general de la vida del hombre. Permítame aclararle que el episodio más importante de su vida le aconteció en su calidad de periodista «norteamericano» y en una empresa que tuvo gran simpatía durante años en el pueblo de los Estados Unidos, aunque el Gobierno, por sus razones políticas, no tomó cartas en el asunto hasta última hora. Usted comprenderá que me refiero a las guerras por la independencia de Cuba. —Ah,desde luego. Mi hermano tomó parte en la última. —Bien, en síntesis ocurrió esto. El pueblo cubano, cansado de la opresión española, se fue a la guerra iniciando el movimiento Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868. Naturalmente, el pueblo americano quería una información veraz de los sucesos que aparecían falseados por la censura militar española, y el New York Herald, dándose cuenta del éxito que le representaría ofrecer una buena información, intentó hacer llegar hasta el campo de la revolución cubana un corresponsal de guerra. El primer enviado fracasó y entonces el Consejo


Directivo del New York Herald, en el que ya O´Kelly ocupaba un cargo importante, pensó en aceptar los deseos expresados por este de ir él en persona hasta el campo de la revolución mambisa —Mire, ya eso me interesa mucho más. Aquí podríamos hacer aparecer la vida de un periódico de aquella época con sus maquinarias presuntuosas y en él hacer surgir una discusión sobre la imposibilidad de llegar hasta el campo de guerra cubano. Haríamos que alguien picara el amor propio del irlandés y este entonces apostara a que él llegaba y veía a Carlos Manuel de Céspedes. —Muy bien, muy ingenioso —dije yo con cierta guataquería para halagar al hombre. —Además —dijo Rodney, imperturbable—, será preciso fijar la época de la acción en Cuba, en los comienzos de la película. Pero eso le corresponde a usted. (El americano me estaba dando una clase espléndida.)—Sí, desde luego —respondí. —Se pondrían los acontecimientos más destacados, lo que lanzó a los cubanos a la guerra y cómo se desenvolvía esta. Será preciso dar algunas pinceladas fuertes, duras, que traigan todo el horror de aquella época del olvido al recuerdo. —Sí, estamos de acuerdo. Y aunque la película hay que hacerla preferentemente con vistas al público norteamericano, no hay que olvidar el punto de vista cubano, que es importante. (Yo, señor, hasta este momento no había descubierto que, como cubano al fin, tenía excelentes dotes de orador Bien, sigo.) Sería muy conveniente una pequeña lección de historia —Si, muy bien. El público siempre se interesa por títulos que empiecen: «Hace 70 años, cuando Edison vendía periódicos» —Muy bien, caramba. Usted tiene un asombroso dominio de la técnica. —Gracias. (tQué hombre más seco!) —Pues usted verá. Pondríamos la escena del levantamiento de La Demajagua. Con esto del cine con ruidos, el sonido de la campana ayudaría poderosamente a obtener la emoción patriótica. Sería también una escena muy viva, llena de movimiento y de interés, la de la proclamación de la República Cubana en Guáimaro. Para los cubanos sería profundamente emocionante ver aparecer el rostro de Céspedes, altivo; el sereno de Agramonte, de quien dijo un compatriota de usted que era bello como el apóstol San Juan, y que podría, sin ninguna mentira, ser presentado con este título: el Bayardo cubano; el de FranciscoVicente Aguilera, al que los neoyorquinos admiraron vivo y reverenciaron muerto, y en fin, el de unas cuantas figuras más que le darían a la escena una gran vida. —tOh, ya lo creo, este es un gran cuadro, amigo! Bien uniformados, con las espadas al aire y gritando, esto sería magnífico Yo pestañeé un poco, pero al fin se lo dije: —Bien, es cuestión de detalle, pero los mambises no tenían uniforme Todo era un sombrero de yarey con un ala arrogantemente levantada en la frente y en su medio una estrella. La espada tampoco era el arma que usaban, sino el machete, con el que hacían sangrientas filigranas, y si a usted le parece, en vez de gritar podríamos hacer que entonasen el Himno Bayamés, lo que sería conmovedor de veras. —tAdmirable, estoy con usted en todo! —Gracias, gracias. También podríamos recordar la crueldad indescriptible de los comienzos de aquella guerra, haciendo la escena del fusilamiento de los estudiantes, que de veras conmovió al mundo por el espanto de aquel crimen inolvidable. —Cuénteme eso, cuéntemelo. Y yo, enardecido por la evocación patriótica, le hice a Rodney, que escuchaba con interés, la narración de aquel tristísimo episodio que hace hervir de la cólera por el infame sacrificio. Cuando terminé, Rodney, con un admirable e instantáneo sentido de comprensión, me dijo: —Ahí sí que podemos filmar unas escenas que estremezcan; una de esas que hacen llorar a las mujeres y respirar hondo a los hombres. Además dela efervescencia del tumulto de los


voluntarios desbordados, de la figura valiente de ese capitán español sCómo usted le dice? Capdevila, eso es, defendiendo con vehemencia a los jóvenes, entre las miradas de odio de los otros jefes, y de la misma escena impresionante del fusilamiento, con el toque desgarrador de la corneta y los secos disparos de fusilería, el episodio de ese muchacho, condenado por un falso delito cometido cuando él, visitando a su novia, estaba a cien kilómetros del lugar en que se pretendía que se había realizado, se presta para mover con éxito la sensibilidad de los grandes públicos. —Ya lo creo que sí, y, además, tenemos aún otra cosa que hacer. —sCuál? —Dar una muestra de cómo peleaban los cubanos, sin armamentos, mal trajeados y sin tener apenas hábitos de guerra. —sY cómo lo hacían? —tAh! Pues muchas veces sólo, como una vez lo exigió Agramonte, tcon la vergüenza! —Un gran título, señor. —Hay un episodio en la historia de Cuba, ya filmado, que nunca es viejo y que podría ser utilizado para este caso: el rescate del general Sanguily. —Ah, sí. Yo he visto eso Ya lo creo que se puede hacer una escena admirable. (Y de paso, obsérvese cómo yo había ido consiguiendo que el americano me aceptara el ambiente cubano, tan propicio al recuerdo de las gloriosas cosas olvidadas por la oscura realidad de la hora presente.) —Bien, hecho el ambiente, usted debe poner a O´Kelly frente a la autoridad española, elcapitán general Francisco de Ceballos, celebrando una entrevista. Se puede sacar partido al patriotismo de los irlandeses haciendo aparecer a O´Kelly lleno de dignidad y sereno ante la altivez y arrogancia del jefe español. sQué le parece si titulamos esta escena «Un español y un irlandés como hay muchos»? —tOh, eso sería un éxito! —dije yo. —Bueno, entonces hay que acercar al héroe al escenario de la guerra, a Santiago de Cuba, donde las autoridades lo vigilan y donde finalmente logra ponerse en contacto con los simpatizadores de la revolución. Aquí se podrá intercalar alguna escena interesante de mucha fuerza cómica. Usted sabe que no hay nada que provoque tanto la risa como todo lo que fue considerado en un tiempo un gran adelanto. —tYa lo creo! —Pues mire, squé le parece si ponemos la salida de un tren de aquellos que caminaban tan aprisa como un caballo cansado, que echaban más humo que un trasatlántico, partiendo de la estación de Santiago, e intentar escalar alguna loma? —Sí, por allá hay muchas y bravas por un camino lleno de paisajes admirables. —Acaso sería de buen efecto hacer que la locomotora se parase y que todos los pasajeros, incluso O´Kelly, tuviesen que bajarse a empujarla —Muy bien, todo me parece muy bien, como usted lo hace —dije yo, y a través de la copa de cristal la sonrisa animadora de Nené seguía alentándome por el buen éxito, y mientras tanto yo seguía metiendo regalos interminables en mi vieja maleta,que crecía que crecía —Habrá —continuó Rodney— que inventar algo para que O´Kelly evada la vigilancia española y podamos presentarlo ya en el campo mambí en compañía de los cubanos sublevados. Y aquí es donde es preciso darle más vida a la film. Usted daba poca importancia a esto. Es preciso que O´Kelly pelee al lado de los cubanos A ver, susted no me dijo que él era dibujante? —Sí, señor. —Pues mire qué escena podemos hacer con esto: O´Kelly se sienta a hacerle un retrato al general Céspedes para publicarlo en el Herald, cuando de pronto suenan unos disparos y una bala atraviesa el papel El irlandés se indigna y carga junto con los mambises Le podríamos poner a este cuadro, como título, «El retrato interrumpido». El americano calló Se estuvo un momento pensando y al fin hizo un gesto ambiguo, pero que pudiera ser de desaliento. Yo me alarmé Entonces fue que él dijo:

—Pero, dígame, amigo: scómo terminó este asunto de O´Kelly y él mismo cómo acabó? Yo le conté todo lo que sabía de aquella vida inquieta que terminó cuando la guerra de Europa estaba en su centro. —Se podría —dijo— hacer este final: Ya viejecito, en 1916, una aparición de él, despidiendo un contingente de irlandeses que embarcaban para las trincheras de Francia a los sones de It´s a long way to Tippereary y despliegue de banderas, podría resultar de un magnífico efecto marcial muy en boga hoy Pero, vamos a ver. sUsted tiene registrado eseargumento? —Ya lo creo, cómo no. —sY cuánto quiere por él? Con toda tranquilidad yo dije: —Nada más que cien mil pesos Rodney se levantó despacio y burlón —sUsted está loco, joven? tCien mil pesos por un argumento que no tiene una gota de amor! Sí, sólo a un loco se le ocurre hacer una película sin besos Sólo el amor interesa al mundo Si usted quiere cien pesos por él vaya mañana a verme Acaso yo pueda meterle alguna historia sentimental Y se fue se fue

Allá en la soledad de mi cuarto, en el boarding, en la madrugada inmóvil, yo sufría con toda mi vehemencia de joven tCien pesos por mi argumento! tPara eso me quedo en Cuba! Y el pensamiento de Cuba, de mi novia que me esperaba allá, donde sin duda, con lo parlanchina que es y con lo mucho que siempre espera de mí, le habría dicho mil exageraciones a las amigas burlonas y descreídas, me llenó de angustia, de una pena inmensa, de un sufrimiento cruel que me fue contando los minutos de las horas largas, que no se acababan «sQué hago yo en este lugar odioso? —me dije—. Mañana me voy» Y cuando fui a buscar mi dinero para hacer balance y ver qué podría comprarle a Nené, vi que me hacían una falta casi desesperada aquellos cien pesos del director americano Y tuve que ir a verlo, y enseñarle los dientes como un perro, en una dura sonrisa, cuando me dio un solo billete tísico con la miseria de un uno y dos ceros Después mi viaje mi regresomis ganas de que no me viera al llegar de esconderme dentro de la maleta vacía, que yo había soñado con traer tan llena de regalos para ella tElla! Ella, de blanco y maravillosa, como si estuviera fabricada de luz Ella, que me dio un abrazo tan estrecho, tan fuerte, que parecía un hombre joven, o una mamá al hijo que llega inverosímilmente vivo de la guerra En el camino yo le conté muy bajito mi fracaso. —tBobo, si tenía que ser! tNo ves que es la primera vez! tLa próxima ya tú verás! Su optimismo imperturbable me iba ganando de nuevo, pero cuando en su casa, ante el espejo roto de la sala se puso, coqueta, el collar azul de piedras falsas que le compré por nada, y se volvió sonreída, radiante y contenta para decirme: «tChico, qué bonito, qué bien me queda!» todo mi hondo dolor se me salió del alma, y para que ella no viese las dos gotas de agua en que yo pensaba que se me habían disuelto los ojos, me volví, mientras un pensamiento de orgullo me llenaba el ser: «tEs todo mío el corazón de esta muchacha, que vale mucho más que mil veces cien pesos!» tY pensar que yo, que tengo tanto amor en mi vida, olvidé recordar que en el mundo, para hacer algo bello, es preciso dejar el recuerdo de un beso en el perfume de una gota de amor!

Asesinato en una casa de huéspedes

—fkrrsttppyuc Shiiiii sh tMi madre! sh ii prá pácata tAy, mi madre! tBestia animal, mi brazo! tAy, ay!tHijo de mi madre! tAnimal, con mi brazo! tMal rayo te parta, bájate pa que veas qué clase de madre es la que yo tengo!

Desde luego que lo anterior no puede ser más que un retrato hecho por Velázquez, una fotografía onomatopéyica de un choque de guaguas en La Habana; y yo se la he puesto así, en los ojos, para que usted conozca enseguida el momento psicológico en que nació dentro de mí el más deslumbrante y trascendental de mis pensamientos: tcometer un asesinato!

(Antes de continuar la lectura el lector debe saber que el que esto escribe es un asesino enamorado de su profesión y dispuesto en todo momento a repetir su crimen si las circunstancias lo exigiesen. No se trata, pues, de un simple escritor, de esos que «confeccionan» en cuentos y novelas, crímenes terribles en los que hacen correr tanta sangre, que al cabo el Amazonas resulta un ridículo arroyuelo tributario, y que, luego, cuando alguna noche descubren un indigno ratero debajo de la cama, se ponen a dar más gritos que una mujer pariendo Esta gentuza intelectual es de la que casi siempre manda a matar las gallinas al carnicero, porque no pueden «resistir» ver eso Si el lector, después de lo que ha leído, no tiene escrúpulos de señorita del siglo pasado, puede seguir. Ya sabe que se trata de una narración hecha por un asesino enamorado de su profesión, y que, por lo tanto, no tiene que buscar aquí filigranas literarias ni argumentos de esos tancomplicados que más parecen jugadas de ajedrez Aquí sólo hay lo que yo quiero que haya: unas reflexiones que pueden servir de estímulo al crimen, por los fueros de la libertad individual que tanta sangre costó en la Revolución francesa y tan escarnecida hoy día por la policía y las leyes. Y también mucha veracidad en todo. Lo que yo no puedo decir sin comprometer mi libertad, no lo digo. tY listo! tNada de preparar coartadas ni dar falsos informes! Si alguno de esos individuos que gustan de decir las cosas por la espalda piensa que yo no soy más que un cínico, yo le diré que el civismo del cinismo es una virtud mucho más meritoria y noble que la del cinismo del civismo falso, tan explotada por muchos de los «grandes hombres» que ha padecido y padece el mundo El que quiera que lea, que ya se acabó el paréntesis.)

sUsted nunca ha cometido un asesinato? Yo, honradamente, le confieso que después de «haber perpetrado un crimen», como dicen las crónicas policiacas de los periódicos, lamento de veras no haberme iniciado antes, haber desperdiciado tantos años floridos en experimentos sentimentales sin trascendencia Usted verá cuánta ventaja hay en hacer el aprendizaje del crimen. Yo voy a darle cierta enunciación didáctica para que le sea más fácil comprender los puntos principales.

Ventajas de ser asesino El asesino en la familia
Es asunto indiscutible por no sé qué ciencia, que el hombre anhela sobre todas las cosas la conquistaabsoluta del poder en cualquiera o en todas sus fases. Esto quiere decir, traducido al lenguaje del vulgo, que él desea, de todas maneras, convertirse en el pez grande del refrán La lucha por esta conquista comienza, individualmente, en la infancia. Yo, alumno del tercer grado, le doy a los chiquitos del primero y del segundo; y mi hermano mayor, alumno del quinto, me da a mí. Pero socialmente la batalla da comienzo en el seno de la familia. Aquí es donde un carácter templado en el asesinato se impone. En efecto, no existe hogar más tranquilo y feliz que el mío


desde que soy asesino. Aparte de las ventajas materiales que me reportó el crimen (tsi hasta duermo mejor!), mi mujer y sus ayudantes (suegra, hermanos, primos, etcétera.) sienten desde aquel día, sobre sí, una doble presión que los humilla a su verdadero estado de siervos. Se sienten cómplices, obligados por el silencio, y al mismo tiempo, profundamente temerosos de una agresión sanguinaria. Mi mujer, por ejemplo, valga el caso, antes de ser yo criminal, cada vez que le negaba algo, se ponía a dar unas pataditas nerviosas que me afilaban los nervios como lápices Ahora ahora no le falta nunca un botón al calzoncillo sY qué decir de la suegra? No se atreve a acusarme, porque tendría que cargar con la hija de nuevo pero no me hace ya ni una chispa cuando habla, por temor a que, por la noche, cuando todos duermen, haga con ellos lo que con el sobrino de doñaFela Pero sy los hermanos? Hombres de seis pies con perfectas voces de vicetiples nunca más me han dirigido la palabra tY cuidado, que antes me ponían unas voces de trueno que daban ganas de abrir el paraguas!

El asesino en la sociedad
La sociedad, por ser un cuerpo de engranaje mucho más complicado que el de la familia, exige a sus triunfadores eminentes cualidades que no siempre aparecen perfiladas por la mano generosa de la naturaleza (Antes de seguir, como usted lo notará, yo debo confesarle que esta parte me la ha hecho un amigo mío que es medio literato Por eso está así con tantas palabritas) Y aquí del asesinato como profunda escuela para el perfeccionamiento de los atributos del carácter. El hombre que ha cometido un crimen adquiere hasta su máximo la facultad del dominio propio. Como en cada ser aprende a sospechar un investigador de su delito, acaba por independizarse del mundo y formar él uno propio regido por sí mismo. Este constituirse en un sistema solar autóctono lo libra de los mil imperativos con que agobia al hombre la estupidez social y la ñoña sensiblería burguesa propicia al escándalo llorón a cada pequeña desgracia casera Y esta independencia de su ser sensitivo es lo que mayormente lo capacita para trepar en la vida. Si el asesino, a más del placer puro del crimen, sabe sacar provecho de su acto, he ahí la fórmula del hombre preparado para merecer los más altos favores del poder y de lafama Ya sé que saltan a la boca un puñado de nombres, antiguos y actuales Pero basta con citar un nombre de todos conocido (Aquí me dan ganas de hacer una encuesta a los lectores, para ver qué nombre pongo, como hacen los periódicos; pero ante la dificultad, desisto.) Pondremos a Napoleón, cumbre del asesinato, genio del crimen, que supo, inmune a las minucias del escrúpulo, deshacerse de quien le estorbó, lo mismo en la vida pública que en la privada

Pero, tah, caramba! Mi entusiasmo al explicar los beneficios de la profesión me habían hecho olvidar mi propio caso. Y realmente, para el hombre que no está acostumbrado a «estas cosas de gabinete», lo mejor es poner un ejemplo. Así resulta más fácil dar a conocer las ventajas del método empleado. En primer lugar, hay que decir algún día, de una vez para siempre, que los crímenes no reconocen más que una causa: el odio. Odio a la vida de otro, a su amor, a su propiedad, a su gloria el mismo suicidio no es más que un odio a sí mismo. Sí. Está probado. El odio es el único móvil del crimen, y el mío no iba a ser una excepción. Yo también maté por odio; por un odio que fue creciendo sin cesar, hasta convertirse en una pasión funesta y cegadora que llegaba a manifestarse aun en contra de las conveniencias sociales y que hizo germinar en mi mente, inédita para el delito, las más extrañas imágenes Pero fue preciso que el choque de guaguas de que hablé al principio, y que porno sé qué ocultos senderos me llevó al pensamiento del crimen, pusiera un poco de orden en mis intenciones y me obligara a trazar un plan vengador. Porque cometer un asesinato y hacer un edificio viene a ser lo mismo: se hace primero el plano y luego lo demás. El crimen realmente sólo tiene dos fases difíciles y graves: el acto mismo en sí y la ocultación del delito.


Yo, como es natural, sólo pienso dar algunos detalles de cómo cometí el asesinato y algunas señas generales y vagas, aunque verdaderas, porque si las doy todas la policía es capaz de dar conmigo

En una cama llena de chinches, dentro de un cuarto de película pobre, en la azotea de la casa de doña Fela, vivíamos mi mujer, mi perro y yo. Doña Fela tenía «un sobrino» Debo confesar que era joven y de bella presencia. Su pelo, negrísimo, era citado con una frecuencia irritante, lo mismo que sus gracias y sus conquistas En realidad no era sobrino de doña Fela, la dueña de la casa de inquilinos donde vivíamos, pero creo que su mismo hijo, molesto por la preferencia que se le concedía en la casa, y especialmente en la comida, le dijo un día, casi violento: —tCaramba, mamá. Ni que fuera su sobrino! Y se quedó ya con el apodo, aunque se comprendía que para él era mucho más agradable que lo llamaran por su nombre sonoro que yo no puedo dar aquí, para no comprometerme El mismo día que nos mudamos para aquella maldita casa cobré por él uno de esos odiosinstintivos que nunca fallan Mi fox terrier, con esa armonía con que siempre hemos llevado nuestras opiniones, pronto se alió a mi inquina y se llegó a manifestar tan violentamente contra el insoportable inquilino que tuve que encerrarlo. A mi mujer, en cambio, aunque no se atrevía a decírmelo, se adivinaba que le caía bien aquel buen mozo sSe concibe que un hombre violento pueda vivir al lado de un ser al que odia? Pues yo estaba haciendo aquella vida, entre los: «tChico, no seas exagerado!» y los gruñidos restauradores de Bob. Un día Bob pudo escaparse del cuarto, bajó la escalera y en el corredor estrecho se le fue encima El corrió cobardemente huyéndole al perro y al verse alcanzado se defendió chillando y manoteando como si fuera un gato Aquel día hizo el ridículo ante todos los vecinos, y aunque tuve que amarrar a mi perro en el cuarto, me sentí satisfecho hasta el fondo Pero esto se acaba pronto. Yo me irrito todavía pensando en aquello. Se acabó Se acabó Una noche, cuando todos dormían, yo entré de puntillas en su habitación, con el hacha de la cocina en la mano Estaba tranquilo dormía bien respiraba a compás no había ruido, en la madrugada de la casa y yo le descargué el hacha con fiereza antigua y hambrienta de la sangre Hizo un movimiento ágil con la cintura, pero se quedó Bob le saltó encima y le clavó con furia los dientes y se puso a mover la cabeza como la hélice de un vapor yo todavíalo aparté un poco y le di otro hachazo en la cabeza destrozada Cuando uno empieza ya todo es como el agua de la catarata, que se derrumba sin remedio Al acabar sólo tuve este reproche en mi conciencia: Ya mi mujer más nunca lo mirará con esa zalamería hipócrita y prometedora Eso fue todo, y me sentí tranquilo En realidad Bob fue más cruel que yo Pero, scómo ocultarlo? tAh, amigo! Esta es la parte difícil. Por mi parte sólo puedo decirle que, a pesar de todas sus pesquisas, doña Fela más nunca supo a dónde había ido a parar «su sobrino» Ella misma, bien envuelto, picado en pedazos, lo transportó, sin saberlo, en el latón grande de la basura que recogen todas las mañanas a la puerta Fue cuestión de un par de días y cuando yo vi, con mis propios ojos, que todo había terminado, pude dormir tranquilo y soltar a Bob tYa no aullará más nunca a la puerta de mi cuarto en las noches de frío!

A fojas 72
El misterio de un muerto que nunca estuvo vivo
sSe puede matar a un hombre que después de muerto su nombre no aparece entre la lista de los vivos? sUn hombre a quien nadie jamás conoció; a quien nadie jamás vio; de quien nadie jamás oyó hablar; un muerto que no reclamaba desde la tumba, con las mil voces del recuerdo,


como hacen todos los seres difuntos, el lugar que dejó vacío en la vida? sSe puede matar a un muerto; a quien nunca dijo, vivo: «tsoy!»? Este es el problema. Si yo fuera rico haría como losperiódicos en los crímenes sensacionales: «t$500.00 a quien descubra el enigma!»

El que trabaja en la máquina de escribir de un bufete se parece a un arriero de mulas por las lomas de Oriente Todo el día un sonido monótono en vez de subir y bajar las montañas, subir y bajar el papel por el rodillo en vez del horizonte de la cima de las cuestas, el límite descansador de cada: «Por tanto, a la Sala suplico» en vez del final de los pueblos, el horizonte de las cinco de la tarde Todo el día un sonido monótono en vez del campanilleo del arria, el triquitriqui, triquitriqui del tecleo Igual que un arriero un empleado de bufete Pero a veces sucede algo como esto. Se encuentra uno la copia de unos autos interesantes incoados hace años por doble asesinato. Tan interesante me pareció la lectura, que al final pensé que algún día yo acaso pudiera darle forma de un cuento de esos que asustan. Pero no he podido y todo lo pongo como fue, que fue así: El prólogo es este: una mañana, los niños de la escuela, escondida entre árboles grandes como sombras, al llegar a la misma se encontraron al maestro sentado en su mesa, mirando fijamente un cuaderno, como si en él hubiese un tremendo problema de multiplicar por cuatro cifras. Los pupitres estaban desbandados, como si durante toda la noche sólo hubiese habido en el aula un recreo de fin de curso, cuando van a empezar las vacaciones. No se sabe por qué el maestro no contestó losbuenos días, pero en cambio, cuando comenzaron los muchachos a moverse, levantó la cabeza y con los ojos feos, grandes, amarillos, o tal vez rojos, igual que la yema de un huevo de gallina, dijo, salpicando la saliva y con terrible voz, que no había clase porque no le daba la gana de darla; y que se fueran pronto o los mataba a todos Tal vez «un poco» temerosos por la expresión del maestro, pero sin duda «indignados» por la noticia de que no había clase, porque el maestro no quería, como si el maestro también pudiera «comerse las guásimas» como cualquiera de ellos, salieron los niños de la escuela un poco más que aprisa yéndose para sus casas, y por el camino, como hormiguitas que salen de la cueva, avisaron a los que iban para ella, que se volvieran porque el maestro los iba a matar a todos. En sus casas, como es natural, también lo dijeron; los papás se indignaron y alguno, descendiente de Hernán Cortés, se dispuso para ir a pedir explicaciones por esa actitud tan fuera de lugar. Pero no hizo falta Allá se fue el alcalde, y el maestro, hasta entonces modelo de hombre pacífico, lo recibió peor que a los niños y no tuvo otro camino que coger pronto el del pueblo con un paso gimnástico que realmente no era el que requería su dignidad En cuanto el señor alcalde se sintió fuera de la zona de influencia de la escuela, se indignó y se fue al cuartel de la Guardia Rural contando lo ocurrido. En el acto salieron para allá trescaballos, un sargento, dos soldados y el alcalde, para prender al maestro. Pero no hizo falta. Antes de llegar vieron venir por el camino al hombre, todo doblado, caminando trabajosamente. Tenía en la mano un martillo. Lo rodearon y se paró. Entre la muralla de los caballos distinguió al sargento y alargándole el martillo le dijo: —tCon este fue! El maestro se sonrió un poquito y el alcalde se estremeció otro poco Entonces el sargento, comprendiéndolo todo, puso esposas en las muñecas del maestro. En toda la casa ni en sus alrededores se pudo encontrar el cadáver de la mujer. Sólo pudo verse un charco de sangre en la puerta que daba al patio, y otro en el cuarto. Estos dos charcos, el martillo, los ojos del maestro y su risita eran los únicos elementos de que disponía el sargento y más tarde fueron todos los que tuvo el Juez Instructor para formar el sumario. Las declaraciones de los testigos eran todas iguales: la maestra era una mujer muy bonita, joven, quería mucho a los niños y nadie le conocía nada malo. Era muy buena maestra. El maestro tampoco era malo, pero se dormía en la clase por las mañanas


Nadie sabía mucho de ellos. Cuando se creó aquella escuela rural, ellos se hicieron cargo de la misma. Resultó que sólo cobraban un sueldo, pero los dos daban clase. No eran gente del campo. A la joven le regalaban gallinas y no se las comía y las dejaba para criar. Parece que le daba pena matarlas. No se sabía quiénes eran susamigos. Todo el sumario aparecía, como se ve, monótono y cansado. A fojas 72 variaba la cosa y decía así, poco más o menos: «Señor Juez Instructor: Señor: Estoy encarcelado. Bueno, sy qué? Antes estaba en libertad Yo no soy asesino, es decir, sí lo soy, aunque no, porque el que mata a una cochina y a un cochino no es asesino. sNo es así? Está claro Usted tiene cara de ser hombre bueno e inteligente. Hasta ahora nadie ha podido averiguar nada, y es muy difícil que nadie lo averigüe. tNadie puede decir nada! tY ay del que encuentre la clave! tMe da pena, el pobre! Señor Juez, yo hasta ayer no supe por qué me dormía tan temprano y tan profundamente. Ayer, a los diez días del suceso, he caído en cuenta. Y sin embargo, está claro. Mi mujer me dormía. tQué cochina, señor Juez! Me dormía, para irse con otro tQué puerca! tY con cara de santa! tQué puerca! tYo no sé, no me lo explico! tPorque yo, caramba no me lo explico por qué! Pero eso no es lo asqueroso sesto no es asqueroso, señor Juez? Bueno, no será asqueroso pero lo que sí es asqueroso es que él era tNo! sY a usted qué le interesa, canalla? No, usted no Canalla, él tPero cómo un hombre y una mujer, digo, dos puercos, llegan hasta ahí! Yo soy hombre hombre es inverosímil Bueno, ella y él Dos asquerosos sí, señor Dos asquerosos dos asquerosos dos cochinos Pero, óigame. Esto es simpático: tLos maté amartillazos! tQué ruido más delicioso! tEso era música! sUsted no me oyó aquella noche? tQué Caruso ni Sarasate, ni nadie! Yo sí que soy músico Daba un martillazo en el cráneo de él y sonaba qué sé yo un ruido nuevo luego daba en un seno de ella y hacía juego con el ruido de él. Fue un gran concierto. Los aplasté por todos lados tCochinos! Fue un gran concierto Óigame: tenían los sesos grises, y el corazón medio gris también sNo se lo dije? Como la piel de los cochinos Pero yo me di gusto Toda la noche estuve dando martillazos Era un buen martillo Con él armé nuestras camas y la de ellos Era un buen martillo, sí, señor Un poco rabioso creo que se ensañó Bueno, es disculpable sY qué le parece? sMi mujer desde cuándo era tan puerca? tNo lo sé! pero me di gusto con el martillo »Fue una casualidad O ella me dio poco narcótico, o el viento de la noche era algo frío, lo cierto es que me desperté a la mitad No me desperté de pronto Sentía en el cuarto de la puerca unos ruidos lejanos que se aproximaban despacio Después comprendí que eran besos, risitas cortadas, suspiros, cosquilleos, pellizcos, mordidas y yo todavía no podía levantarme ni creía nada tQué sabio! Sí, el verdadero sabio no sabe nada porque lo ignora todo tTodo! Y de instantáneo sentí llegar la luz anonadándome, sorprendiéndome, asombrándome, como si Dios lanzase al soldesde la medianoche al mediodía Óigame, ssu mujer no le engañará? Tenga cuidado, a lo mejor ya es tarde tPobrecito! »Bueno, pues me levanté sin hacer ruido Es decir quise no hacerlo, pero cuando ya estaba casi en pie, sonó un beso igual que un tiro de cerca, y sentí la herida, adentro, afuera, en la cara, en toda la casa, en los años que se fueron y en los que vendrán y se me salió el grito del dolor »Yo no sé lo que pasó después Es difícil Sentí como que giraba dentro de un remolino que se parara de pronto y volviera a comenzar Decidí no decidí nada pero de pronto me di cuenta que que él, adivinando lo escaso de mi valor, se arriesgaba a cualquier situación Yo sentí miedo miedo de mí, de que me viera y huí pero al llegar a la puerta del patio vi brillar en la escalerita el martillo Allí nos sentábamos ella y yo después de las clases tQué puerca! tEs increíble! Yo la besaba y le decía y me escondí porque él, al verme huir salía a arreglar la cosa tY se reía! Era valiente, sverdad? Se reía se reía a carcajadas nerviosas Yo, escondido detrás de la puerta también me reía me pegó su risa es bueno reírse Óigame y cuando salió, de un martillazo le clavé toda mi felicidad en el cráneo y no se rió más Rabiosamente seguí martilleándolo da gusto da gusto da gusto, señor Juez


Luego entré de puntillas con el generoso martillo en lamano Ella estaba desnuda, señor Juez (era muy bella muy blanca), arrodillada delante de un Cristo La cama estaba en desorden y le metí dentro del cráneo mi corazón un poco seco desenterré el martillo y desbaraté con él al Cristo El martillo es una buena arma Le hundí los dientes de un martillazo y quedó como una vieja muerta Estaba fea Canté un rato Lloré como los artistas cómicos Reí como los enfermos Toda la vida cabe en una noche, señor Juez La noche es más grande que el cráneo y desde que desbaraté el de ellos ya no se ríen. Luego, si la vida cabe en un cráneo, cabe también en la noche, que es más grande Yo estudié lógica en el Instituto La lógica es una mentira los sofismas son silogismos bellos los silogismos son sofismas feos toda la lógica es una necedad no sirve más que para aprobar el bachillerato Uno y uno son dos luego junté los dos cadáveres en el patio, en el sitio donde él se había caído, y bailé como los indios una danza descompuesta aunque silenciosa una danza indo-egipcia yo la inventé estaban horribles ya no suspiraban parecía que mascaban sangre Pensé sí pensé y vi que tenían las rótulas sanas y se las astillé qué ruido más curioso parecía como que se rompían huesos curioso muy curioso pensé otra vez y entonces les partí los tobillos eran cuatro le di una patada a ella y se viró para besarlo tQuécínica! Entonces me enfurecí y los aplasté por todos lados otra vez por todos lados, por todos lados, señor Juez Decidí ahogarlos para que acabaran de morirse y fui a buscar la sábana de ellos que tenía mis iniciales tcochinos! Ella era una puerca, pero él era un canalla porque él era él, y a usted no le importa Por tanto, recogí todo lo suyo y le envolví en la sábana; lo llevé hasta el río y lo lancé el río lo llevará hasta el mar y los tiburones Dejé pasar un rato para que él se distanciara y la envolví a ella Era una puerca con cara de santa Casi iba a amanecer cuando yo terminaba Fue una noche distraída muy distraída, sí, señor Me lavé las manos y lavé el martillo, y me puse a repasar las libretas de los muchachos hasta que un problema de multiplicar se me hizo imposible 3 x 2 sUsted cree que mi mujer tuviera seis amantes? tYo solo maté uno! tQué preocupación! Avíseme si conoce algún otro Ella sí sabía mucha aritmética Bueno, me aturdió este problema de multiplicar y los niños me sorprendieron tratando de resolverlo pero los boté no tenía ganas de dar clase yo creo que merecía unas vacaciones Óigame: mi mujer está en el cielo yo también iré allá y estaremos solos, porque él no irá al cielo, porque los canallas son los únicos que no van a él »Yo estoy tranquilo, pero si usted da a conocer esta carta cumplo mi amenaza »Ya nos veremos esperosalir absuelto No se me puede probar nada Muchas gracias, señor Juez De usted atentamente.» (Hay una firma.) Nota: Aquí termina la carta que empezó a fojas 72. A fojas 70 y 71 hay una comunicación del alcaide y otra del médico. La de este dice que el procesado ha muerto por fractura del cráneo. En la del alcaide se consigna que como a las doce de la noche el preso, después de haber estado escribiendo mucho rato, había empezado a reírse como empiezan los perros a aullar y que lanzaba unas carcajadas que espantaban al escolta que huyó hasta el extremo del pasadizo. El hombre dice que unas veces sonaban como las voces con que responden los pozos y otras estridentes y cortadas, como un pitico de globo de muchacho. Finalmente llamó tres o cuatro veces a su mujer y se dio un golpe tremendo contra la pared El escolta, hasta la primera luz del día no quiso volver a pasar por allí En un estandarte rojo descansaba el preso y con las uñas desesperadas el muerto escarbaba tranquilamente el piso

Otra Nota: sQuién sería el canalla? sExistió de verdad, o el asesino fue sólo un loco atacado de repente? sSi el muerto estuvo vivo alguna vez, por qué nadie lo reclamó? sAlguien tendría interés en ocultar tras la muerte su nombre? sSería más vil el muerto que el matador? sSería? tHay tanta cosa monstruosa en el mundo! sVerdad que se presta todo esto a un cuento?

Otra nota más: En la carta del suicida al Juez Instructorhay una posdata que dice: «Le regalo el martillo; es un arma útil.» Vale.


El viento sobre las tumbas

Paderewski, con la bella cabeza estremecida, inexorable como el destino, acababa de hacer desfilar bajo sus dedos geniales toda la lúgubre belleza de la Marcha fúnebre, inmortal por sublime paradoja; y ahora, a la vehemencia ardiente de sus manos, la tétrica hermosura del piano semejaba el regio catafalco de un alma prisionera en el mundo, y el huracán de notas que arrancaba al instrumento adolorido hacían parecer, como si el marfil uniforme del teclado fuese un triste osario en orden de seres abandonados del recuerdo, sobre el que pasara a ráfagas el viento tempestuoso de la noche Mi pobre corazón, roto de angustia, allá, en lo alto del teatro, sufría el dolor de una pena que no tiene nombre Acaso por la memoria de un ser a quien yo amé, hace ya siglos Quizás por el presentimiento de un pesar que agobiará mi muerte luego, bajo la eterna tierra en flor
* Chopin. Sonata No. 2. Tiempo final.

tEl viento sobre las tumbas! Pasó pasó sobre mi espíritu, y como una hélice gigantesca hundió sus aspas en las aguas quietas de los dormidos recuerdos para impulsar la nave de mis pensamientos por los senderos del pesar tPor qué habrá tanto desgarramiento en el mundo! tPor qué, aunque el corazón sea joven y el cuerpo alegre, el alma siempre ha de guardar tanto dolor en su fondo hondo de mar! tChopin Padre de laangustia inexpresable! tEl viento sobre las tumbas! Pasó pasó sobre mi espíritu y me puso quince años atrás, en el escenario de aquella noche que merodea siempre por la tarde gris de mi cerebro, enfermo y triste

Toda aquella noche pareció como si fuera un cuento escrito por alguien. Fue así: La llama amarilla-rojo-negra del candil ondeaba como un gallardete de playa y hacía un dibujo en vaivén, de círculos de luz sobre el piso de sombras. El viento negro de la noche apretaba con furia el caserón y se metía silbando por las rendijas, tejiendo hilos de frío adentro, en la habitación hueca y enorme La lluvia apedreaba con rabia el techo de cinc y de pronto partía a un galope frenético sobre las planchas trepidadoras, a pelotones cerrados y delirantes Sultán, suelto e irritado, ladraba incansable, y su voz, profunda y temible, se perdía como un hombre entre la multitud de cóleras del cielo El dios Huracán destrozaba el monte con su loco torbellino, y los árboles, desgarrados por la tempestad, unían el millar de sus quejas al inmenso lamento de la noche atormentada Sultán dio una voz de bronce a la puerta y al mismo tiempo un golpe tremendo nos conmovió a todos, mientras el perro huía entre alaridos de dolor —Eso ha sido una rama gruesa de árbol que le ha dado a Sultán —dijo el señor viejo—. Deberíamos entrarlo —continuó El perro vino otra vez a aullar de cerca, débilmente, pero de súbito su grito se partió, yno dijo nada más entre los silbidos rabiosos de la tormenta El señor nos miró a los tres esperando, y yo comprendí Todos se pusieron a la puerta para cerrarla en seguida al viento furioso, que a pesar de todo metió un zarpazo apagando el candil y estremeciendo el techo Yo estuve solo entonces en aquel mar de la noche, llena por el oleaje del viento negro y bravo —tSultán! tSultán! Mi voz, como yo, se puso borracha en la ráfaga, e iba de mí a los árboles y volvía de los árboles a mí, pero Sultán no contestaba En un traspié caí sobre su cuerpo Una plancha de cinc arrancada lo había decapitado horriblemente y la lluvia y las rachas del vendaval arrastraban de lado a lado la hermosa cabeza del perro, llena de sangre y de fango Yo la recogí del suelo y antes de llegar al secadero, las olas del soplo furioso apartaron de mí las ramas en


remolino descuajadas de los árboles y los locos bandazos de una plancha de cinc, que me zumbó de cerca como una peligrosa avispa inmensa

tEl ciclón en las montañas, en lo alto del mundo! tQué rabia del viento y de la lluvia, que parecía un ser vivo y desesperado que en vano tratara de huir sobre el monte! tYo, temblando de frío, anestesiado ya contra el espanto, chorreando agua como un aguacero! tY la cabeza en sangre de Sultán sobre la mesita, bajo la llama en fuga del candil, mirando impasible toda la vida atemorizada del contorno desde las ventanas tranquilas desus ojos de muerto! sY para ver todo eso había ido yo al campo a serenarme, a meter en mi espíritu enfermo un poco del alma despreocupada y feliz de la vida de veras? No. (Y yo ya monologaba, aislado de la noche y la tormenta.)

Para convalecer de una precoz enfermedad de mis nervios asustados; para que mi palidez no asustara más a mamá, yo había ido a pasar un tiempo al campo, sobre los caballos, entre los árboles, en las montañas, con el aire puro Era una finca sobre las lomas, como a unas dos leguas de La Maya. Era de los García, y yo iba a estar con ellos, con Constantino y Nicolás, mis dos compañeros de colegio, que gozaban también las vacaciones de junio. (Eran dos muchachos que un día llegaron hasta mi estatura, al siguiente me miraron desde lo alto, bajando los párpados, y al otro, inclinando bastante la cabeza Tal vez hoy sean ya como las palmas reales) A lo lejos, al frente, en el roto horizonte, ponía un punto y aparte el supuesto aerolito que corona la mole gigantesca negra-azul-verde-gris de la Gran Piedra. Y, hasta el confín, todo el rico valle de Guantánamo a los pies de las lomas, con fragancia de cafetales y plantaciones de cacao. Aún entonces en el valle no había más que lagunas de caña. Hoy es todo un mar, verde y ondulante, que suena, que se lamenta como una inmensa canción de guajiro desilusionado Y caminos ásperos para las bestias, y caguairanes inconmovibles, majaguas numerosas, yagrumas llenas derumores en el monte fresco y amable, pleno de canciones de pájaros innumerables (eran para mí estrellitas fugaces, rojas, azules, verdes, amarillas) y cocoteros, muchas clases de mangos, caimitos, nísperos, zapotes, mameyes, melones y leche de vaca, espumosa y tibia, y paseo en carreta el domingo para comer machito asado en pincho y alegres ladridos de Chiquitica; voces broncas, repetidas por los ecos, de Sultán, enorme y encadenado Sol violento y agua a torrentes tLa vida! Por la noche, en las hamacas, dormíamos en un rincón de la casa que servía para extender el café en la recogida Dormíamos lejos de la casa de familia, y como acabamos los tres de entrar en la juventud, a todos nos gustaba presumir de haber sido protagonistas en alguna historia del amor perverso del que no es amor Pero Constantino leía tanto, que era invencible

Aquella noche era distinto. Con nosotros estaba en el secadero (yo no me acuerdo ya si aquello era un secadero o qué bueno, no importa) el mismo señor viejo que con la mirada me dijo que fuese a buscar el perro. Había llegado a la finca casi de noche, con el ciclón ya encima, cruzando el río, estrecho ya y precipitado, y ladrando igual que un perro enorme Era un señor muy estimado en la casa, que tenía sana y limpia la dentadura y blanca como la barba. Era un viejo señor de Santiago, de estos hombres de edad que saben muchas cosas; que cuando cuentan cosas antiguas alos jóvenes les parece que a ellos les va a ocurrir lo mismo en el futuro; que son fuertes y amables y que prefieren siempre la compañía joven de los muchachos alegres tYo quisiera ser así si llegara a ser viejo!

sCuánto tiempo estuve yo así, callado, evocando cosas lejanas a la noche interminable y terrible? Yo no lo sé Sólo recuerdo la voz de la tormenta tQuisiera encontrar palabras que soplaran, que silbaran, que descuajaran las letras y las rompiesen en pedazos, para poder decir cómo fue todo aquello!

Después que yo salí de mi inexplicable tristeza en la evocación de tanto panorama limpio y alegre, todo aquella noche siguió pareciendo como un cuento escrito por alguien Al ver la cabeza inmóvil de Sultán, tan pronto a la luz como a la penumbra, y al recordar los pases de torero que me dio la plancha de cinc, yo tuve un pensamiento estremecedor Y lo dije en voz alta y como preguntando: «sSi en vez de traer yo la cabeza del perro en la mano, hubiera entrado por la puerta Sultán con mi cabeza en la boca?» Algo pondría yo en la voz de misterioso, de triste, cuando nadie se rió En ese momento fue que me di cuenta de que el ciclón estaba pasando Ya el viento sólo gemía como un herido valiente y la lluvia se escalonaba a trechos de tiempo sobre el cinc Ya empezaba a meterse en el espíritu el alma de desolación que sigue a los grandes desastres Mi imaginación desesperada empezó a ver en cada árboldesgajado un esqueleto en pie, inservible ya al refugio de tanto pájaro huérfano La idea de la muerte me hizo recordar a Sultán, y me atormentó la imagen de su cuerpo mutilado y muerto, la inclemencia del tiempo, del viento sobre su cadáver, pasando como adioses Y todo lo dije con una profunda tristeza Entonces fue que el señor hizo la historia inolvidable Entonces, cuando el viento comenzó a quejarse en vez de rabiar cuando pedía con angustia un abrigo, colándose medroso por las rendijas para esconderse en el hueco de un rincón Yo lo recuerdo. No se me olvida. Así empezó: —tMuchacho, lo que has dicho! Yo también siento algo extraño ahora. tPero tú estás enfermo! Vas a parar en loco o en literato, como mi hijo, que no sé cuál de las dos cosas es, o si es las dos a un tiempo. tEl viento triste sobre el cadáver del perro! tEl viento sobre los muertos, sobre las tumbas, pasando por los cementerios! De veras, es algo confuso el pensar cómo habrá sido el ciclón pasando sobre el cementerio tQué voces más raras entre los sauces y las cruces y las alas de mármol de los ángeles! No creas, se le ocurren cosas raras y tremendas a los hombres como tú, pero en el mundo también pasan sucesos espantosos Lo fue diciendo todo, así, extrañado al principio, lento después, y acabó con un tono de tristeza rencorosa, como si hablase él mismo con algún recuerdo a distancia Pero no hubo que hacerle otra pregunta que la denuestro silencio absoluto. —tHay en el mundo hombres tan viles, que no tienen perdón! Lo que yo les voy a contar es una historia de tiempos atrás, del siglo pasado, cuando el cólera pasó su mano verde-amarilla y pegajosa sobre Santiago de Cuba. Me parece que el cementerio aún estaba allá, por el Campo de Marte, detrás de lo que ahora es la Escuela Normal. En aquella época oscura la gente imaginaba que un sepulturero era algo parecido a un verdugo, de lóbrego y funesto, y en cuyos labios acaso era blasfemia cualquier canción de alegría. Aquel ser, que vivía al lado de los muertos, se pensaba que tenía también algo de muerto, y por tanto, de terrible La gente le tenía tanto miedo como si fuera un muerto con vida y como vivía en el cementerio, se contaba de él que por las noches paseaba por entre las tumbas, pisando los fuegos fatuos y hablando con los espectros De él se ha conservado el recuerdo gracias al odio engendrado en la leyenda. Fue, según parece, un ser físicamente asqueroso, de espalda montañosa y pecho en quilla de barco. Pequeño. Sucio. Con los brazos colgando. Tuerto. Y era borracho además Realmente, echando el recuerdo hacia atrás, no se explica uno bien cómo la humanidad vive y aumenta. Santiago, primero, tuvo las invasiones de los piratas y corsarios, que mataban, robaban, violaban y se despedían con el incendio y la degollación. Terremotos luego, y tla peste! tEl cólera, el vómito negro, la viruela quedejaban vacías las casas como una calavera hueca ya y podrida Y sin embargo, Santiago crece en el mismo lugar, y está joven y tiene una vida viva tPero, el cólera! Mi memoria alcanza hasta el espanto de una de las últimas invasiones Se cuenta que en la época en que sucedió esto morirse era una cosa tremenda y violenta; un desgarramiento agónico, un destrozarse las tripas como si ellas mismas lucharan;


un remolino de dolor y de rendimiento que todo era nada más que cuestión de unas horas llenas de sangre y de pus vomitado Así cargaban a la gente y las enterraban pronto, sin ceremonias religiosas muchas veces, para evitar el contagio. El pánico se sobreponía al dolor familiar, porque cuando entraba en una casa difícilmente se iba la peste sin dejarla vacía. Por eso, apenas el espasmo de la agonía estremeciendo el cuerpo enfermo denotaba la muerte, se sacaba primero el cadáver y luego se lloraba un poco y se baldeaba la casa, se hacían humos y se rezaba a la Virgen del Cobre Años después se vio que mucha gente fue enterrada viva. Hubo hombre fuerte y mujer sana, que después del ataque tuvo fuerza para reaccionar y se encontró ya, espantado, bajo la tierra, vestido de ataúd tQué cosa terrible! Y sin embargo, fue verdad muchas veces, porque al desenterrar muchos cadáveres, cuando pasó la peste y se quiso, por el que pudo, dar mejor sepultura a sus muertos, a más de uno se encontró con el gesto en convulsióninenarrable, vencido por la asfixia, dentro del mundo negro de la caja sepulta Esta historia, en realidad, fue un caso de estos y me la ha recordado este muchacho —y señaló para mí, callado— con su evocación del viento pasando sobre las tumbas del cementerio. Sólo que esto fue mucho más terrible. Se cuenta que uno de los días que llevaron a enterrar más cadáveres, ya al atardecer, trajeron en un carro blanco un ataúd lujoso y blanco también. Lo dejaron, le dieron dos monedas de oro y se fue llorando y aprisa la gente Aunque había contratado a varios peones para abrir los huecos, ya era muy tarde y estaba cansado, y, además, aquella caja era para un nicho, según la instrucción recibida. Aquel hombre, según se decía inmune por el ron a la peste, robaba a los muertos. Cuando se fueron todos, medio borracho, levantó la tapa y se encontró con la cara de una linda muchacha. A pesar de la palidez de la muerte y de la angustia dolorosa de la enfermedad, en el ataúd blanco, vestida de rosa, era aún una bella muchacha que dormía. Un pequeño crucifijo de plata le habían puesto en las manos sobre el pecho y un collar de esmeraldas en oro le daba vuelta al cuello y se metía por el busto. El sepulturero la miró asombrado, acercándole el farol a la cara. Luego, le quitó el crucifijo; le quitó las sortijas, cogió el collar y metió la mano en el busto tocando los senos firmes y que aún no estaban fríos Los palpó largamente y los apretaba Y todolo hizo en un desbordamiento monstruoso de lujuria de hombre repugnado por las mujeres Cargó a la joven muerta y la violó en su cama puerca Pensaba, «aquello» que era un hombre, que jamás una virgen muerta reclamaría su honor estrujado de tan vil y repugnante manera Pero, a la madrugada, el cuerpo estaba tibio respiraba débilmente Enloquecido de miedo, espantado, le puso una venda en la boca y lo metió en el ataúd, clavando rudamente la tapa, y cuando llegaron los peones, lo encontraron ya tapiando el nicho tJamás pudieron explicarse cómo había podido llevar él solo la caja hasta allí y subirla luego! Pero los muertos no se van por completo del mundo, si no se van tranquilos, según dicen, y parece que es verdad. Ya aquel hombre jamás estuvo bien. No tomó más nunca, por miedo a hablar, y se volvió tan espantoso todo él como un loco que fuera asesino Cuando pasó la peste, aquella familia rica quiso hacer un mausoleo de mármol a la memoria de aquel ser querido Con un temblor indomable, delante de los familiares, el sepulturero dio dos débiles golpes de mandarria en la boca del nicho le respondió el vacío con su sorda voz y el hombre cayó convulsionado y lleno de espanto. Intranquila la gente, uno tuvo valor para romper la débil pared de ladrillos y cuando cayeron estos, dentro no había nada nada solo salió, como una mano tibia y suave, un lamento largo y lastimero que pasó sobre los hombresestremecidos, sobre las tumbas del cementerio, y se perdió en el aire camino del cielo

Todo lo confesó, llorando; pero lleno de espanto, con un miedo terrible a que las cosas no hubieran sido como él las había hecho, no pudo decir por qué el cadáver no estaba allí Tampoco nadie pudo decir por qué el sepulturero fue encontrado luego, con la cabeza aplastada, frente a la hilera de nichos tPero hay delitos que en el mundo no tienen castigo!


Y cuando el viejo señor terminó, todos los que oímos su voz, repleta de tiempo y de un rencor siempre joven, sospechamos ya, en el silencio asustado, que aquello era algo más que una leyenda macabra

Páginas de la alegre juventud*
Para leer con emoción, cuando lleguemos a viejos PERSONAJES:
Un gridiron de fútbol intercolegial. El eleven invicto del Atlético. Un grupo de graciosas muchachas normalistas. Otro grupo, vivo, de simpatizadores del Club. Muchas de las reliquias de los Tigres. Un touchdown. Un punto adicional. Los joyas! Y los tfuácatas! Todas las frases posibles del Club. Los fanáticos de los stands. El trueno de los aplausos y el Tiempo, en el reloj del timekeeper.

ESCENARIO:
Un poco del amor de los jóvenes.

«Formación A-55-42-43» «tSignos!» «Formación A-84-42-63» «tSignos!» «Caballeros, por su madre, cállense que nos van a penalizar!» «Formación A-77-42-27-19» tPrummmmmm! «tBuena entrada, Mañach!» «Atlético segundo down, seis yardas porganar» «tSigno atrás, pronto!» Y bajo la cúpula aritmética de diez espaldas fuertes, el quarterback escondió su voz con la fórmula de un end run peligroso (Léase ahora bien bajito: «Elpidio en la línea, Mario con la bola»)
Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla tJoooyá Joooyá Joooyá! tCachúm! tCachúm! tRah! tRah! tCachúm! tCachúm! tRah! tRah! tJoooyá Joooyá! tAtlético! tAtlético! tAtléticooooo! Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla

«tNo, no valió!» «tCaballeros, no se entusiasmen que el Chino estaba agarrando ancho!» tFuííí! tFuííí! «tLadrón!» «tBandolerooo!» tFuííí! tFuííí! «tBandidooo!» «tCaballeros, qué robo!» «tEsto nada más que le pasa al Atlético por permitir esos jueces!» «tSí, hombre, también el Chino se está buscando líos!» «tPero qué piernas tiene ese Mario Pelota!» «tSe iba, no se ocupen deso, que se iba!» (ttt!!!) (Estos signos representan las palabras y exclamaciones de Florimón La Villa. No se ponen aquí, porque son demasiado


conocidas y, además, todo el mundo pudo oírlas desde el stand El referee a La Villa: — Cállate, o te boto del terreno! Cuando se acabó el escándalo y se reanudó el juego, apenas el quarterback se puso a cantar la nueva formación, el silbato del field judge vino a quitarle al Atlético su chance de anotar, indicando el descansodel half.
Nota. Aquí no tiene que hacer nada ningún crítico con su opinión. No hace falta. Todo está escrito con un admirable sentido de la despreocupación en el estilo, como lo haría un muchacho del Club, donde «afortunadamente» no hay literatos. Y esto no es un cuento, sino varios pedazos de historia. He tratado de meter todos los personajes posibles. Si falta alguien del Atlético, hay que echarle también algo de la culpa al Loco Mañach. Si alguna formación es tá mala, la culpa es del Pollo. Y con respecto al team de la Universidad, Torriente lamenta no acordarse así, de pronto, de más muchachos, pero cree que citando a Guernica, que sabe dar la mano con sinceridad, lo mismo ganando que perdiendo, todos pueden sentirse honrosamente aludidos. No ha podido darle más vida en el juego al eleven de la Universidad, por desconocer su mecanismo interno; el hecho de que ganemos tan sensacionalmente no puede sorprender a los muchachos del uniforme rojo y blanco, porque más de una vez así sucedió de verdad. Y que sea dicho con todo el sportmanship de que es capaz un tigre.- P.T.B.

Grandes y cansados, poderosos y lentos, como bueyes bajo el mediodía, los once atletas del Club, con un buen grupo de duras palabras en la boca para el lineman, vinieron hacia el banco, en donde se enardecieron de nuevo en las violentas discusiones, mientras Prats les echaba agua por la cabeza como a los gallos de pelea Entonces fue que Pancho Fernández, elviejo tigre incansable, el hombre «que más fútbol sabe en Cuba», metió su voz llena de serenidad entre el tumulto airado de los muchachos violentos, y todo el mundo se calló: —No hay nada perdido. Se están defendiendo muy bien. Ellos tienen seis puntos y nosotros cero, pero queda la mitad del tiempo para empatar y ganar. No nos han enseñado nada y últimamente estábamos dominando Con un touchdown empatamos, y si hacemos el punto, el juego es de nosotros —Sí, hombre, sí —dijeron Sergio Varona y Castillito, los periodistas de corazón atlético—. El Pollo lo que tiene que hacer es barajar sus hombres más El coach Yeyo Adán, nervioso y esperanzado, decía, como en el estribillo de un son: —tHay que tacklear y blockear! Y se pasaba la mano, abierta en peine, por la cabeza sudada

Pero no todo el mundo estaba tan animoso. El que alguna vez se haya puesto la armadura del traje de fútbol, sabe lo que es terminar el primer half con anotación de seis por cero en contra. El team entero sabía que si los contrarios no les habían enseñado nada, ellos tampoco habían podido enseñarles nada a los contrarios. El Espiritista, con sus piernas maravillosas, en una ocasión evitó un touchdown franco; pero también había perdido terreno dos veces llevando la bola en los triples pases. La Foca Rodríguez y el Chino Puig habían dado muchos tackles detrás de la línea de scrimmage; Elpidio Domínguez y el Loco Mañach, a cabezazo limpio, barrenaron la líneavarias veces; pero, en cambio, Mario Pelota y el Pollo Álvarez estaban corriendo sin interferencia alguna. A Mike Mazas, el Beau Brummell del Atlético, le cayó en los brazos un forward enemigo y antes de salir de su asombro ya estaba tackleado. Al Gallego Soliño había que sacarlo del juego, porque según costumbre, ya estaba con el tobillo fuera y gagueando más de la cuenta. A Angelito Álvarez, el formidable tackle de otros tiempos, sin aire y sin training, no era justo usarlo más del quarter que ya había estado en juego, y tampoco podía contar más con el Chino Puig, expulsado por armar bronca, ni con Betancourt, ya con el brazo roto. No está, pues, tan suave la cosa

Y en el lado contrario se sentía la alegre efervescencia de la victoria. Los fotógrafos estaban retratando a todo el mundo. Allí estaba Guernica, el joven center que había sido una revelación;


toda la gente de la línea, fuerte como en ningún otro año: Bolcheviqui, Viego, Sarasa, Segundo Díaz, Rivas Vázquez, Hidalgo, Maceo, Cabal Y el backfield, lleno de habilidad y de espíritu, en donde se destacaba Tino Argimón, que hacía cambiar el aspecto del juego cuando entraba a cantar los números; Michelena, el ex tigre siempre peligroso; el Camagüeyano González, indescifrable en sus entradas por la línea y que poco después, por un golpe, tuvo que salir del juego acaso para siempre; Figarolilla, los Hernández, Wilrick y Masó, el gran pungleador. Rodeando al grupo, encuyo centro estaba mister Kendrigan, ampliamente sonreído en la espera de ver, tpor fin!, cómo podía ganarle al Atlético, había algunos de los antiguos jugadores, como Ronquillo y Campuzano, otro atleta que fue del «Glorioso Anaranjado». Toda aquella gente estaba animosa y entusiasmada, y había que contar con ellos No estaba, pues, tan suave la cosa

En los stands
Ahora va a pasar sobre los stands la visión en recorrido de una lente cinematográfica. Sígala el lector con interés, pues allí estaban sentados, nerviosos y llenos de dignidad, los dieciséis años en que el Club había sido campeón de Cuba Estaban el millar de fanáticos de «joyas» y «de banderita», como les dice Rafael García, y que llenan la sala del Atlético, orgullosa de tanto trofeo, cada vez que se gana un campeonato más Había hombres de edad, de los que empezaron a estudiar para fanáticos en tiempos de España, cuando se daban moñas y todas esas cosas y muchachos de pantalón corto que se sabían de memoria los nombres de todos los jugadores del team Uno, al entrar, dándose importancia delante de los amigos, me dijo: —Torriente, déjame llevarte la cabecera para poder entrar, tanda! Y yo, como si se tratara de un escudero, lo pasé a la fuerza igual que un touchdown, ante la admiración de tanta mirada de chiquillo, cargada de simpatía (tQué bueno es ser héroe alguna vez!) Pero también estaban los alegres muchachos del Club, entre los que habíaalgunos que habían interrumpido el training, como Pradas y el Camagüeyano Ramírez, muchos que no eran jugadores porque no querían quemarse, como Bernardino Rodríguez, el mejor blockeador de los Tigres, y Mariano Garrido (El Perrito); y jugadores futuros, como Bebo Guerra, Titá, Italiano Petriccione, Dosal, Kiski, el Profesor García Camero, Valdés Rodríguez, Gonzalo Hernández, Boche González, el Americano Sellard y Matusalén, y también Pepe Rodríguez Knight, Arredondo, Ramón y Luis Miguel, Masjuán, Pumariega, Telesforo, Sevilla, Gálvez, Catalina San Martín, Roselló, Iglesias, Pepe Serra, Avendaño, Foquita Rodríguez, Valiente, Ñico Unanue y Filipino Nogales, emperrado siempre en correr los tres mil metros a paso de baratillero, y Miguelito Batet y Felo Fernández que habían colgado, entre un grupo de tigres viejos. Guamacaro, Calvito, Rafael García, Evelio, Viña hablando de «cuando le ganamos a Tulane» allá en los tiempos en que todavía el Pollo pedía el biberón Fernando Navarro evocaba los días en que le marcaba el reloj, al finalizar los cinco mil metros, tdieciséis minutos! Y Troadio Hernández, ponía como testigo a Torriente de que varias veces había pellizcado los ciento cincuenta pies con el martillo Pero había ya algo mucho mejor en las gradas: un grupo de lindas normalistas jóvenes, uniformadas, que llegaron al final del primer half.

Pepe Serra y Pumariega tienen la palabra y se esmeran todo lo que pueden
—tOye,mira quiénes llegaron allí, tú —le dijo Puma a Pepe Serra—. tLas normalistas! sDe dónde habrán venido, así, uniformadas, hoy domingo? —Viejo, de algún desfile tSi esas chiquitas no faltan en ninguna parte! El Loco Torriente dice que marchan mucho mejor que el ejército —Torriente es un exagerado, chico.

—Ningún exagerado, Torriente sabe más de la Normal que la misma Directora. Además, compadre, que marchan con mucha gracia y son más bonitas que los soldados Él se pone a imitarlas en la ducha: «tAdelaaaaanté! Un Dos Un Dos» —Torriente y el Pollo están guiñaos por dos chiquitas de esas pero que va, viejo, eso no camina —Yo conozco algunas de esas: mira, es aquella rubita que habla mucho la muchacha de Torriente. Es un personaje, dice él: es recitadora, hace comedias, echa discursos tqué sé yo! Se llama Teté Casuso La otra rubia —Sí viejo, ya me la sé de memoria, es Susana Arredondo, la jugadora de basket, como su hermana Berta Veo mal al Pollo ahí Por ese end no anota él —Bueno, mira aquella siempre seria y simpática, la de los espejuelos negros, es Sylvia Rivas; aquella que está siempre sonriéndose tiene un nombre extraño de artista Se llama Halevy Yolanda León sQué te parece? —tFormidable, viejo! —La otra, la más alta y gruesa, es Olga del Busto De seguro que está sentada sobre un puñado de novelas; aquella otra chiquita, que cabe en un bolsillo, es Tina Morín Fíjate,la que está hablando con Teté Casuso, es Dalia Íñiguez, que también es recitadora y además pianista y cantante Esther Morales es aquella muchacha es un milagro si no se está aprendiendo alguna lección en voz alta Y la más trigueña de todas, esa que tiene un perfil dibujado de camafeo antiguo, es Tina Pérez Si Torriente estuviera aquí te decía el nombre de todas, pero yo ya no conozco a más ninguna tAh, no, mira! Aquella que también habla mucho es Monona Acevedo, que siempre está imitando al Gobelnadol —tBueno, viejo!, pero tú te has figurado que estás pasando lista en algún colegio? tYo no te he preguntado nada, chico! Estaba pensando que deberíamos decirle a esa gente que estas muchachas los están viendo jugar. —No te ocupes, que el Pollo y Torriente se pegan como unos animales en cuanto lo sepan Sobre todo el Torriente ese, que es más romántico que no sé qué Siempre anda con un libro sTe has fijado? —tOye, viejo, es una idea fenómena! tVamos a decírselo pronto! Atropellando a la gente bajaron precipitados las gradas y llegaron hasta el grupo de los jugadores, tirados en el suelo y masticando hielo —tOye, Torriente!, ssabes quiénes están ahí? tLas normalistas, viejo! tY parece que están contentas con el score en contra! —Y está también la chiquita esa de quien siempre estás hablando, y la rubia a quien le está fajando el Pollo —Vaya, caballeros —dijo alguien—, ahí tienen la oportunidad deno seguir haciendo el ridículo Hagan ahora como en la película que vimos la otra noche: ganen el juego, y al final, ya saben tComo en la película! tQue no hay muchacha que se resista a dar un beso después de un touchdown!

El silbato del referee anunció el final del descanso, y Yeyo hizo las sustituciones: Mazas, el médico, por Soliño; Pechín, por Mañach; Álvarez Morán, por Mike Mazas; Rossen por El Espiritista; Garmendía, por Rodríguez; Torriente por el Chino. Pero nadie se ponga a hacerle cosquillas, caballeros Y que nadie hable y haga todo el mundo lo que le diga el Pollo, sin ponerse a discutir tMucho corazón y a anotar! Primera vez en su vida que Yeyo botó la pelota haciendo sustituciones —tArriba, Atlético! tCorazón y lo otro! —animaron los muchachos del banco

Los tjoyas! estremecieron de nuevo el aire, y casi perdido, sonó el cheer fresco de las muchachas simpatizadoras del Club:

tFuácata que fuácata que ja, ja, ja! tPrángana que prángana que chau chau chau! tFuácata que prángana que who are we! tWe are the boys of the C. A. C.! tCánibal cánibal sis bum bah! tAtlético! tAtlético! tRah! tRah! tRah!

dado por Estela y Josefina Rodríguez, Dora Mazas; María Rosa, Mimí y Elsie Salmón, más atléticas que la bandera, Kila Bauzá y Victoria Torres, una pequeña muchacha animosa. Y capitaneadas todas por Cuca, ya nada menos que la joven señora de el Loco Mañach

En «la yerbita»
«tAtlético,ready!» «tReady!» «tCada uno a su hombre!» .. «Bola en la yarda 60. Atlético, primer down, diez yardas por ganar.» «Formación A-27-11-58-67-80» tPlummmmmmm! «tBuena, Pollito!» «Atlético, 21 down, siete yardas por ganar» «Formación A-25-87-23-55-17-92» «tCuenta hasta seis y sal enseguida, Torriente!» —tFumble! tPerdimos la bola! —tNo, no, la recuperó Elpidio! —tMenos mal! —Oye, Mazas, viejo déjate de tanta poesía y pasa mejor! —tColócate tú bien, es lo que tienes que hacer! «tAtlético, tercer down, quince yardas por ganar!» «Formación de pateo: 53-99-24-57-18» «tDéjala, déjala, déjala! que es touchback!» Y así, de la yarda ochenta a la ochenta, la pelota cambiaba de team, y el tiempo corría «a paso de cuatrocientos metros» en la pista del reloj del timekeeper

Otra vez en el stand
—tCaballeros, se le acabó el cuento al Atlético! tAlguna vez tenía que ser! tYa hay que ir pensando en el año que viene! —tCompadre, cállese! tUsted siempre está de luto! tHasta el último segundo estoy yo esperando ver ganar al Club! tTodo está en que Pelota se enrede con la bola y se va, no se ocupe deso! Las burlas a los viejos tigres inconmovibles salpicaban la sartén hirviente del stádium, ty quemaban, como la manteca de las papas fritas! tPero, qué rabia que la muchacha a quien se quiere le empiece a tener lástimaa uno! Las normalistas comenzaban a decir: —tLos pobres, ya no ganan! —tOye, ustedes no eran a las que no les importaban el Pollo y Torriente! A un tiempo: —No, si no nos importan, pero nos da pena que pierdan, los pobres después de tanto golpe como están cogiendo. sTú has visto cómo se tiran? —Chica, yo no sé cómo no se matan —tQué, si están más fuertes que un examen de junio, muchacha!

—tEl último quarter! tArriba, muchachos, arriba, que ahora anotamos! —gritaban imperturbables ante las burlas, Cohete, Guanana y su hermano Luis el Gordo. Pero se equivocó un signo y la bola se fue para atrás con la intención evidente de anotarnos por su cuenta otro touchdown en contra Afortunadamente, el Loco Mañach pudo llegar hasta ella, y, viéndose tackleado, para evitar el safety, que nos marcaría dos puntos más quitándonos todo el poco chance que ya teníamos, y estando completamente blockeado, tuvo la suerte de poder patear la bola Y aunque corta, la patada nos sacó del apuro por el momento, pues el jugador contrario más cercano a la bola, nervioso, la fumbleó, y Álvarez Morán cayó entonces sobre ella como un perro Un paréntesis: Mañach ya estaba en juego, porque Pechín pronto se fastidió una pierna y Yeyo no se quiso arriesgar a tener mucho tiempo en juego a la Yegua Juliach, un novato duro y valiente a quien el Gallego le dice Chachá Es claro, es lo que pasa las «estrellas» son las únicas que juegan poreso yo el año que viene no me pongo el uniforme más nunca —sTú no viste lo que pasó con la Bomba Rodríguez, que él solo ganó un juego y lo sentaron y con Pizarro Chiquito, y con Lago? tQué! tSi esto no es más que una «piña», viejo! Yeyo se «enamora» de un hombre y ya no lo sienta más nunca sTú no ves lo que está pasando con Pizarro? Menos mal que se metió a boxeador, si no yo sigo sentado toda la vida —tOye, tú!, sy qué estás haciendo ahora? Todo esto ha pasado en el banco, donde están los reclutas que se pasan el año haciendo training para «cepillar» después la madera como buenos, durante todo el campeonato Oh, yo nunca me olvido de aquel juego en que se dijo, rompiendo la tradición, y en vez de «Torriente, entra por el Chino», «fulano entra tú» tEntusiastas muchachos suplentes los que no entran en juego, los que sufren como un fanático de las gradas, los que salen sin sudar del terreno, los que en vano piden: «Yeyo, déjeme entrar», con la esperanza orgullosa de que en alguna ocasión las novias los vean correr sobre el terreno Los que son unas veces víctimas de las «piñas», y otras de sus escasas libras, o de la capa densa de grasa sobre la barriga! tEntusiastas muchachos suplentes! tYo les tengo a todos un recuerdo simpático, y los siento en el banco del silencio, a donde no llega la voz poco generosa de la burla! —tTime out!, referee —dijo el quarterback —Pancho Fernández porGonzalo Mazas. —No hables, Pancho. Mazas, tírale la cabecera y sal pronto. —Membrillo por Álvarez Morán. —No hables, Membri

«Bola en la línea treinta y tres. Atlético, primer down, diez yardas por ganar» «Formación M-88-71-29-87-52» El zeppelín rotatorio de la bola cruzó el terreno y aterrizó en los brazos de Mario Pelota, quien no pudo abrirse, siendo tackleado enseguida. Pero la bola estaba en primer down otra vez, y en la yarda cincuenta y dos —tGracias a Dios que tiraron un forward! —gritó alguien con una voz de terremoto, desde el stand— tMuchos forward con ellos, que los volvemos locos! —tCambien los palos! tAtlético, primer down diez yardas por ganar! «tFormación H-25-38-97 Signo atrás, pronto!» Y otra vez, bajo la cúpula aritmética de las amplias espaldas numeradas, la voz del quarterback, sudada, cambió la ecuación de la fórmula por la claridad de: —tPor el ocho, Pollo con la bola, al segundo número! Y el Pollo, corriendo brutalmente, usando a la perfección el side step y el straight arm, se cubrió de gloria con el manto tumultuoso del trueno de los aplausos y la ronca voz de los
tJoooyá! tJoooyá! tJoooyá! tCachúm Cachúm!

tRah Rah! tCachúm Cachúm! tRah Rah! tJoooyá Joooyá! tAtlético! tAtlético! tAtlético!

—Oye, Suzzy, squé te pareció eso, muchacha? tTodavía van a ganar! tPero, qué manera más extraña de correr, chica! tSi iba para un lado y para otro, adelante, y atrás, comosi estuviera bailando algo raro! tY todo el mundo en pie! Mucha gente empezaba a irse, con cierta prudencia Pepe Navarro, con su sonrisa de seguridad, decía: —No puede ser, al Club no se le puede ganar de ninguna manera. !Ese Pollo es un fenómeno! tY ahora mira a ver quién puede aguantar al Loco Mañach por la línea. «tBola en la línea noventa! tAtlético, primer down, diez yardas por ganar!» «Signo atrás» Entonces Pancho Fernández dijo: —Si me dejan dirigir, gano el juego Todos: —tSí, sí! Y el glorioso tigre viejo, creyendo decir algo inesperado, dijo: —tMañach con la bola por detrás de Rodríguez! tRammmmmmm! —tQué pasa allí! sSe fastidió alguien? —tTime out, referee! tAgua, agua! Y llegó Pratts tirando esponjas y pedazos de hielo.

—tMira, tú, es el quince, es Torriente el que está en el suelo! —tChica, por Dios!, squé le habrá pasado? teste juego es tan bruto! tChica, yo no quiero que juegue más, yo lo quiero mucho! —tEh!, sy eso? —No, chica es que somos amigos desde muchachos No es por nada El jugador en el suelo había sentido y visto lo clásico: que el sol, como un bombillo gigantesco se apagó de pronto y que todo el stádium, junto con los gritos y aplausos, se metió de lleno en la noche silenciosa Después, igual que con un regulador de luz, el sol se fue abriendo hasta una O mayúscula; el stand se fue acercando con los gritos, y los golpes en el estómago y el hielo en la cabezaempezaron a ser cosas temibles Y ya en pie, mareado todavía, Torriente oyó el aplauso animador, tan grato como un premio, y la voz de la Foca Rodríguez que le decía: —tTorrientico, por tu madre, no te enfermes ahora, que vamos a ganar enseguida! «Atlético, segundo down, siete yardas por ganar!t Ahora Elpidio con la bola, por el tres, al primer Gip!» La Villa a Torriente: —tNo metas más la cabeza, no seas animal! —tA mí qué me importa, lo que hay es que ganar! tGip! tRammmmmmm! tAtlético, tercer down, tres yardas por ganar!

En el banco
—tMira si son brutos! —gritaba Yeyo desesperado—. tAhora desbarata a los hombre ahí, sin fijarse en que los contrarios tienen once hombres arrodillados en la línea! Si el Pollo hace un end run se va! —tQué rayo end run ni end run!, susted está loco, Yeyo? tAhí no queda más jugada que Mañach y Elpidio por la línea y que se rompan los tarros! —tBueno, cállense, que nos van a penalizar!

—tMañach por el uno, al segundo gip! —tGip! tOut side! —gritó el lineman. —tHay la mitad del terreno por ganar! tNos salvamos! «tAtlético, tercer down, yarda y media por ganar!» —tLa misma jugada! «tGip! tGip! tPrummmmm! tFruííííí! tFruííííí!» —tAnotamos! tAnotamos! Los cheers, los joyas y los fuácatas cubrieron de nubes tumultuosas el terreno las banderitas del Club ondearon frenéticas y los brazos de los jugadores se alzaban como gritos dejúbilo, mientras en el banco los muchachos se abrazaban y Yeyo estaba satisfecho hasta la última muela, y le pedía a Dios el punto adicional Y la patada del Loco Mañach cruzó matemáticamente por entre los postes, acompañada de gritos delirantes de entusiasmo Todo el stand fue entonces una enorme bandera negro-anaranjada, que ondeaba a voces tumultuosas y frenéticas sDe dónde saldrá tanto fanático del Club? tSi la mitad fueran socios, comprábamos el Centro Gallego! Luego el Tiempo cambió el paso sQuién dice que el Tiempo es inmutable? Antes estaba practicando en el reloj de Armando Ruz el paso de los cuatrocientos metros, pero ahora se había puesto a practicar un maratón tarahumara lo menos de cien kilómetros —Pollo, pregunta el tiempo que falta. —Referee, scuánto falta? —Tres minutos. —tCaballeros, tres minutos, esto no se acaba nunca! Pero se acabó y el público se tiró al terreno armado de cheers y de gesticulaciones y de abrazos Y vino luego el paseo con la bandera, por Infanta Y el escándalo alegre en el Club La multiplicación de Pancho, el conserje, llevando toallas y refrescos y la ducha, el laboratorio de los músculos cansados y de las bromas simpáticas Todo era comentarios honrosos. Cuando se gana un juego sensacionalmente todo el mundo ha sido héroe tY es verdad! —tCaballeros, cómo han jugado ese Pollo y ese Mario Pelota! —No, no, viejo, ty cómo han entrado ese Elpidio y eseMañach! Entonces fue que Florimón La Villa se indignó y sacó la cara por los muchachos anónimos de la línea. —Sí, mucho Mañach y mucho Elpidio Mira a ver si la Foca y Mazas y el Chino, y Angelito y Garmendía y Morán y Torriente no le abren los hoyos, por dónde se van a meter Ahí tienen a ese Torriente que se lo llevaron para la Quinta, sin pescuezo Y terminó: —Pero conmigo sí que no va nada deso, porque yo soy el os taqule os Quiuba indiscutible Y lo dijo todo tan fanfarronamente, con su vozarrón de vendedor de periódicos y dando unas tremendas trompadas sobre la mesa del dominó

—tVaya, Pollo! tAhora le puedes decir a la muchacha que se deje de visiones y que se ponga pa su número! —Tú ahora tienes que hacer como el quarterback de la película que vimos en el cine del barrio: después de ganar el juego, un beso A las muchachas les interesan mucho más estas formas del touchdown —Menos mal el Pollo, pero el pobre Torriente sabe Dios cuánto tiempo estará ahora en la Quinta dándose masaje y corrientes, para quedarse a lo mejor con el pescuezo virao Ese no juega más y por lo pronto perdió todo el chance con la muchacha —tTú qué sabes! tA lo mejor ahora es que lo quiere; ahora que está enfermo y con la cara amarilla! tLas mujeres son muy raras, viejo nadie las conoce!


Pero Torriente, a los quince días se apareció por el Club, con el cuello torcido, untado de antiflogistina, lleno de pelo y de barba,pálido y sonreido Si le daban la mano con afecto fuerte, hacía una mueca disimulada, y cuando lo llamaban, giraba todo el cuerpo igual que un vapor Los alegres compañeros del Club lo rodearon y él explicó «que aquello no era nada luxación de tres vértebras del cuello Yo creo que el año que viene podré jugar otra vez». Y dirigiéndose al Pollo. —Oye: sy qué hubo de aquello? sHiciste como en la película? —El Pollo es más cerrao que un candado, chico Lo único que sabe decir es que le da lástima por ti. —sPor mí? tEl pobre! tSi conmigo fue mucho mejor que en la película, muchacho! Y el atleta, en la evocación feliz, hizo un gesto de alegre dolor satisfecho, mientras en un silencio elocuente empezó a recordar todo aquello, que hubiera interesado más que a sus amigos, a un grupo de muchachas enamoradas, cuando ella lo fue a ver estando enfermo, y que allí, al verlo pálido y lleno de dolor, misteriosamente conmovida en todo su ser por el rayo de sol de la piedad amorosa que hay siempre escondido en el corazón de una muchacha, emocionada y maravillosa, ella le confesó que hacía tiempo lo quería ya sin saberlo, y que desde ese momento era ya para siempre tPara siempre!

CUENTOS DEL PRESIDIO

La noche de los muertos*
Una noche, cuando yo estaba preso, me ocurrió la más estrafalaria aventura de mi vida, llena de sucesos raros y de extraordinarias emociones. Fue la noche en que, cumpliendo con las penosasobligaciones del reglamento del penal, tuve necesidad de cubrir un turno del servicio monótono y casi angustioso, de «cabo de imaginaria» o «cuartelero de guardia», en la galera en que cumplía mi larga y lenta condena. Fue la noche del 29 de julio de 1931. Será preciso que yo hable antes de estas cosas, porque no todo el mundo ha estado en la cárcel, y, por lo tanto, no todo el mundo puede comprender ni creer fácilmente lo que en ella puede llegar a sucederle a un hombre. Estar en la cárcel, es vivir en la penumbra; es adquirir la virtud del recelo y una misteriosa habilidad subterránea del espíritu parecida a la doblez y más sutil -mucho más- que la hipocresía. Estar en la cárcel es también perder para siempre la confianza en el éxito del esfuerzo humano; sospechar que en realidad el mundo de afuera no es más que una cárcel un poco mayor; es sumergirse en las esperanzas sin base y dar pábulo a lo inverosímil y a lo


fantástico Estar en la cárcel cuando se es joven, es casi tan malo como estar de niños en un colegio de curas
* Escrito en la Prisión Militar de la Cabaña, 30 de julio de 1931. Tomado de Pluma en ristre, La Habana: Ediciones Venceremos, 1965, pp. 425-431.

El penal en que yo cumplía mi pena, era una típica y antigua fortaleza española, intocada por la República a fuerza de parecer eterna, y a la que la leyenda, como una neblina densa, envolvía con el recuerdo de héroes fusilados, comunistas desaparecidos, hombrestorturados, pasadizos bajo la tierra, a cuyo final la oscuridad hace negras y siniestras las aguas del mar, cruzadas de tiburones, y lóbregas bartolinas, frías como la muerte, a donde nunca entró la carcajada del sol, ni otra cosa que el jarro de agua y el pedazo de pan Aplastada sobre las rocas, a la orilla del mar, parecía formar parte de la naturaleza. Bastiones, reductos artillados con piezas antiquísimas, foso ancho y profundo en el que croaban las ranas su imperturbable nocturno, barrotes negros e inconmovibles y paredones ásperos y muros rodeando al hombre que por primera vez entraba allí, derrumbaban sobre él un silencio de siglos La angustia luego dominaba los primeros días, y, después, con serenidad fatalista se aceptaba, casi como una esperanza, la muerte moral, el olvido del futuro que, como resurrecciones parciales, se inyectaba de esperanzas cloroformadas en la espera del tiempo Todas las galeras de la prisión eran más o menos iguales, diferenciándose apenas por el tamaño. Eran largas, estrechas, bajas y abovedadas, como la exacta sección de un tubo gigantesco cortado por su diámetro. A pesar de estar pintada de blanco y de tener enormes rejas dobles en sus extremos, la galera 11, en que me tocó vivir por algún tiempo, tenía una especie de oscuridad tibia que vestía de un gris difuso las letras de los libros. Era el escenario que convenía a los fines de la prisión: aplastar a los hombres, exprimirlos ydevolverlos grises al mundo Muchos hasta negros: de un negro profundo, eterno y abismal. Ni un detalle en la línea inflexible del techo; ni una colilla de cigarro sobre el brillo pulido del cemento del piso; ni un plumón de almohada volando y ascendiendo por un rayo de sol tEl mundo cruel y perpetuamente igual! tLoca pesadilla de lo invariable!

sQué hombre que no haya estado en la cárcel puede saber nunca lo que es ser «cabo de imaginaria»? «Allá afuera», eso es inconcebible. Y es inconcebible, porque al verdugo se le pagan unas monedas, y al «cabo de imaginaria» no se le paga más que con responsabilidades y con odio; sobre todo con odio. Con un odio que asciende hasta el alma rencorosa de los pervertidos, desde los testículos hinchados por la inhumana abstinencia forzada Porque el «cabo de imaginaria» tiene que, como función fundamental «cuidar la sodomía», de la que responderá con la celda, el pan y el agua y el castigo corporal ante las autoridades de la prisión. Y «la sodomía» es en la cárcel, muerto o anestesiado el espíritu humano, la lóbrega animalidad puesta en acecho, y la lujuria -persistente relámpago de tigre- no perdona al cazador que la hace abandonar la presa Para mi fortuna, cuando por mi desgracia fui designado para tal cargo, ya yo tenía la experiencia del tiempo, de lo que había visto, y aunque era joven ya yo había adquirido la sana costumbre de los viejos de «aprender en cabeza ajena», y no tuve para nadiecomplacencias peligrosas Porque las miserables y corrompidas «mujeres» llegan a adquirir celos auténticos de sus despreciables «maridos» y el chisme, como un viento rápido, vuela hasta el cuerpo de guardia, de donde instantáneamente vuelve convertido en algún castigo terrible. Por un lado el castigo espantador y por el otro el odio de los compañeros. tY qué compañeros! Asesinos, ladrones, rateros, hampones, chulos Una «escalera flor hasta el as del vicio» tCuántas veces no se piensa sobrecogido en la terrible puñalada que nos darán sin remedio dentro de tres años, cuando salgamos!


Enfermo de soledad, de aislamiento en mí, desesperanzado de esperanzas, cuando entré en la cárcel era ya un cadáver. Cuando pasó el tiempo y llegué a «cabo de imaginaria», apestaba ya de puro podrido. Desde entonces estoy seguro de que algo se le pudre a uno antes de morirse. En las noches libres, con frecuencia me daban pesadillas y venía al suelo. Despierto ya, lo ignoraba todo. Todo, lo que me había atormentado en el sueño, cómo había llegado allí, quién era yo mismo Para mí, salir de estas pesadillas, era como nacer de nuevo Yo debía estar en el hospital de dementes o enterrado, pero tenía que prestar servicio por las noches angustiosas de silencio, paseando bajo las luces amarillentas de la galera, entre una doble fila de rencores tY me faltaban todavía tres años!

Aquella noche del 29 de julio, en un largo espacio detiempo durante el cual los «voy» y «sube» del movimiento a los servicios se calmaron por completo, el silencio absoluto de la prisión era, dentro de mi cerebro, como una gran llanura nevada Afuera, la plena luz lunar derramaba un tono de plata sobre el ancho patio vacío Con pasos iguales y mecánicos, como si fuera un péndulo humano, mis pasos marcaban los segundos que huían a lo largo de la noche, mientras mi imaginación iba tejiendo sus cavilaciones trágicas por entre la doble fila de camas, en las que mi vista apenas si ponía un poco de atención sobre la cara de los compañeros dormidos.

tQué extrañas y locas figuraciones! Aquel pasadizo entre las camas era casi siempre para mí un desfiladero de emboscadas y a mi paso por él me asaltaban las tremendas dudas. La que cuajó ante mí aquella noche, y que varias veces había rondado como un lobo en mi mente, llena mis recuerdos de angustia y mantiene desde entonces mis nervios en una continua e implacable vibración, como si fueran el timbre de un despertador eléctrico destinado a no dejar dormir ni descansar nunca a mi espíritu agitado. tAquella noche! sCómo recordar por qué caminos me llegó la sospecha aniquiladora? Sólo recuerdo que poco a poco las caras de los compañeros dormidos me fueron preocupando en aumento, hasta que me inmovilicé frente a uno. Estirado y tranquilo, parecía muerto y sólo dormía. Una lectura vieja acudió a mi memoria: sdormir era estar unas horas en latumba? sSería sólo la muerte un sueño eternamente prolongado? Esta suposición alucinante me llevó en el acto hasta el recuerdo de mis pesadillas sin recuerdos, el del tiempo, lleno de olvidos impenetrables, que va de la noche a la madrugada en el silencioso carruaje del sueño; y de turbación en turbación, sin remedio y sin freno, me vi envuelto en la fúnebre sospecha, cargada de terror y pánico de que todos mis compañeros estaban muertos, y que yo era testigo e intérprete, ante sus posiciones cambiantes, sus suspiros, sollozos y estertores roncos, de la vida que estaban haciendo por las praderas infinitas de la muerte La pavorosa interrogante me suspendió de espanto unos minutos, y al fin, como hasta al terror se acostumbra uno en la cárcel, acabé por considerarla como una posibilidad fascinadora y empecé a estudiar, con paradójico empeño, la vida que llevaban en la muerte mis compañeros presos La galera parecía un largo nicho blanqueado y las dos lívidas lámparas de la bóveda, semejaban ofrendas votivas suspendidas en lo alto Sobre las camas alineadas dormían los muertos

Uno por uno los fui mirando a todos, con el ánimo conmovido. Yo, que los conocía bien y que había penetrado al fondo las manchas sombrías de sus espíritus, tuve al irlos observando la percepción cierta de una infalible y exacta relación entre sus vidas y delitos, y el aspecto que la muerte les hacía tomar bajo el dominio absoluto del sueño El primerose quejaba con la


debilidad de un niño y era un estibador de los muelles Parecía como si, ante un invisible tribunal sin perdón, llorara sus culpas más que humanas (tAquel pobre muchacho destrozado!) Otro, matador de una anciana en despoblado, crispaba las manos sobre el pecho y silbaba entre los dientes, como una tempestad oída al microscopio; otro, habilísimo en la coartada, tejía con sus brazos y piernas, finas como hilo de carretel, posiciones inverosímiles e inexplicables; párpados morados le cerraban a un sometido del vicio, los ojos de ojeras verdes; un muchacho fuerte y violador, rodeaba con las manos sus genitales, al parecer amenazados, por su respiración agitada y su cara, mezcla rara de agonía y reto; un viejo gordo calvo y cómico, excelente fullero y prestidigitador de circo, con los brazos sobre la cabeza hacía una pirueta grotesca de corista en desuso; el pecho amplio y velludo de otro y su boca entreabierta y anhelante, tenían algo de un triunfo ganado (Y él era de veras un robado a quien el ladrón había logrado meter en la cárcel) Un asesino alevoso se recogía sobre la cama igual que un feto monstruoso, como si estuviera obligado a nacer de nuevo, como supremo castigo. Envuelto en el silencio y la obsesión, yo traducía en mi mente enferma la vida castigada de los muertos, y veía con claridad tenebrosa el espectáculo de los sufrimientos de ultratumba que poblaba mi imaginación de tempestuosasinterrogaciones, de visiones dantescas y daba aliento furioso e inaudito a mi espíritu para estar siempre en perpetua vigilia, para no querer dormir nunca, jamás tJamás! Al fin proseguí la macabra inspección. Un compañero estaba oculto totalmente por la sábana: se había hecho el propio sudario Sobre otro, las moscas se habían posado al huir de la baranda de la cama a mi paso, volando hasta él como a la carne muerta; al de al lado -y a otros muchos también- lo recorrían laboriosamente, igual que si fueran gusanos, numerosas chinches, reventando de tanto chupar Otro, al acercarme a verle la cara, abrió los ojos, verdes como un poco de mar sucio y me miró sin vida: un espanto petrificador me inmovilizó a su lado ty siguió muerto! Una gran mariposa negra de la luz, había ido volando hasta posarse sobre un compañero del fondo de la galera. Yo fui hasta allá para llenarme de asombro. Era este un sujeto ladino y astuto, que a no ser por la «entrega» de un «consorte» nunca hubiera caído preso. Se había pasado la vida engañando con éxito a toda la humanidad y ahora, ante mis ojos sorprendidos, yo veía que también había logrado embaucar a la muerte. Acostado, con una cierta serenidad en el rostro, daba la impresión de que su estupenda astucia, con arte inverosímil, había podido cubrir sus delitos incontables ante el penetrador tribunal de ultratumba Una especie de alegría humana me produjo aquel descubrimiento del triunfo de un hombresobre la justicia infalible de la eternidad. tAquella máscara seria del bribón producía carcajadas resonantes en mi alma inconforme!

Cuando la guardia me fue relevada, mi compañero me miró atentamente. Luego me dijo: «Estás demacrado, tienes cara de muerto, de calavera Tú estás enfermo: pide mañana ingreso en la enfermería»

Yo me acosté, pero a la media hora aullaba como un lobo, según me contaron Me volví a dormir, y me despertó la vibración de un estampido: había caído al suelo Por fin, a la madrugada, el cansancio y la agonía me vencieron: pude dormir.

Por la mañana todos los muertos se despertaron para volver a mirar el mundo con recelo. Pero el compañero del fondo, el de la mariposa negra de la luz, no se levantó: estaba muerto de verdad, dormía de veras El médico luego certificó que estaba muerto desde la medianoche, antes de que yo lo contemplara como el único embaucador de la muerte


Yo, desde aquel día no duermo. Estoy en el hospital hace ya dos meses, luchando contra todos, contra los médicos, contra las medicinas, contra el cansancio del cuerpo y la agonía del espíritu, para no dejarme vencer, para no caer nunca bajo la gran sombra traidora del sueño!

El cofre de granadillo*
Cuando yo comencé a hacer el cofre de granadillo ya había adquirido cierta experiencia en las maderas preciosas de Isla de Pinos. Abundaban de una manera que maravillaba, y al principio, a nuestra llegada alPresidio con la primera «cordillera» de presos políticos, el ver por primera vez tanta madera increíble nos arrancó sinceros tah! de asombro. El aité o yaití, la maboa, el júcaro, el yamaquey, el aceitillo, la baría, el guayacán, el ácana, la sangre de doncella, la yarúa, la yayajabita, tan maravillosa que parece un caramelo envuelto en papel cristal, la olorosa sabina, el ébano real, profunda, increíblemente negro, y cien más, fueron para nosotros descubrimientos sorprendentes, gratos a la vista por las tonalidades que muchos tenían y gratos al oído, porque los nombres indios de las maderas son sonoros, de una sonoridad amable que hace recordar el tiempo de la raza muerta. Pero sin duda, fue el granadillo la que más admiración despertó en nosotros, por su aspecto a veces verdaderamente fantástico. Nadie que no lo haya visto, al salir de la sierra —que chirría ofendida por su dureza cruel— puede calcular la singular belleza de una tabla de granadillo. Por eso es necesario que yo cuente algunas cosas de él para que los lectores puedan calcular hasta qué punto es interesante este relato.
* Escrito en el Presidio Modelo el 20 de septiembre de 1932. Tomado de Pluma en ristre. Ed. cit.

Yo tengo un amigo que es un sabio. Se llama Fernando Ortiz. Le gusta estudiar los recuerdos de las desaparecidas razas indias, y a cada rato hace excursiones por los lugares donde se presume que vivieron los tranquilos taínos y los humildes y casi medrososciboneyes. Así una vez fue a recorrer las ciénagas de la costa sur de Cuba, y allí, entre otras cosas interesantes, encontró en su recorrido por las tembladeras, charcas y lagunatos pululantes de caimanes escurridizos, patos lentos y garzilotes de estampas, una palizada hundida en la laguna, cuya construcción —los sabios saben suponer las cosas— databa de mucho antes del descubrimiento. Era de la época precolombina, en el período en que los ciboneyes huyeron a las cuevas y ciénagas al ser sometidos por los taínos. Él sacó dos de aquellas estacas tomándolas de diversos lugares y luego un experto en maderas, en La Habana, con una simple escofina se pudo convencer que las estacas, cubiertas por el légamo de los siglos, eran, una de guayacán, cuya dureza es tal que se utiliza para las chumaceras de las embarcaciones, y la otra de granadillo. Las dos tenían intacto el corazón y de ellas se hubieran podido hacer preciosos regalos. He narrado esto para que se vea cuánta es la nobleza de estas maderas de los montes de la Isla, tan despreciada por lo demás, que hasta el imponente y sepulcral ébano real es utilizado para las piras de hacer carbón. Pero esto es sólo un detalle. Y lo que más interesa ahora es conocer esta otra peculiaridad del granadillo. Yo he visto ya centenares de trozos de él y nunca he podido encontrar dos iguales. Aun, a veces, pedazos de un mismo tronco suelen ser completamente distintos. Sólo su coloración verdosa los haceclasificables para el ebanista. Y hay más todavía. Hay que las coloraciones, los matices, los dibujos de la madera suelen ser maravillosos. Yo, por ejemplo, guardé mucho rato, mucho tiempo, hasta meses enteros, un corte de granadillo que semejaba a la perfección un atardecer revuelto de nubes. Y he visto pedazos que eran marejadas rudas, de remolinos aterradores. Y hasta una tabla tuve tan increíble que la dejé intacta, pues era como la fuga de una bandada de extrañas aves nocturnas, tvampiros de fantasía! Pero tuve y tengo otra aún de un interés muchísimo mayor. Tanto, que sólo por ella es que escribo todo esto. Y, desde luego, que al escribirlo, dada su extraña naturaleza, me veo obligado a decir, que, en el orden


filosófico, soy materialista puro. Lo extraordinario es la casualidad, cuyos desconocidos encadenamientos son a veces tan sutiles que parecen obras de poderes superiores y misteriosos. El caso es este: yo me había puesto a trabajar en un pequeño cofre de granadillo, que era más bien una especie de joyero. Me había conseguido unas tablas de un granadillo muy viejo, muy oscuro, que al chocar unas con otras hacían saltar un sonido muy puro, como de plata-cristal, tan limpio como el de las mejores claves. Era para mí grato el hacerlas chocar para oír su voz. A medida que las fui puliendo este sonido se hizo más brillante, más musical. Cuando ya el cofre estaba casi listo, faltándole sólo la tapa, un empleado del pabellón delhospital en el que estábamos aislados los presos políticos y que me había estado observando día a día en mis trabajos por pulir lo mejor posible las maderas, me dijo: —Caramba, yo le daría a usted un pedazo de madera que tengo. Pero a condición de que lo ponga ahí, encima de la tapa de ese cofre. Yo quería conservarlo para mí, pero la realidad es que yo no salgo hasta dentro de diecisiete años y sabe Dios Uno en presidio no sabe hoy lo que será mañana Yo en el acto, como es natural, acepté ambiciosamente la proposición del preso amigo; pero como me había extrañado su insistencia porque se pusiera en la tapa del cofre —con su dedo índice me había indicado la tapa, como con cierto temor de que yo no quisiera—, le pregunté que por qué había de utilizarlo en el cofre este precisamente. Entonces él me contestó: —Ah, usted no ve que yo me he dado cuenta de que usted hace eso con mucho interés. Seguro, seguro, usted lo está haciendo para regalárselo a una persona que quiere mucho. sEs así o no es así? Yo le dije que sí, porque de veras lo estaba haciendo para regalárselo a Teté. Y, entonces, él me dijo con satisfacción de guajiro vivo: —Ya usted ve. Yo conozco a mi gente. Por eso yo quiero que vaya puesto ahí. Porque ahí durará mucho tiempo y lo cuidarán bien. Y eso es lo que me interesa a mí. Si yo estuviera seguro de poder conservarlo me quedaba con él. Pero, a lo mejor, hacen un día una inspección y me lo quitan. Había conseguidointrigarme, y como yo sabía que en el granadillo siempre hay una sorpresa, le expresé mi deseo de verlo; pero él me dijo que lo tenía en la circular y que no me lo podía traer hasta el día siguiente. Pero, al día siguiente, sí me lo trajo y era de verdad un asombro aquel trozo de madera. Sólo le habían pasado una lija baja y revelaba, con una perfección que tenía algo de misterioso, la cara de un chino. Mas una cara en la que había tal aire de malevolencia, que al mirarla no se podía dejar de sentir cierta sensación como de retirar la vista, lo que en realidad no se conseguía sin trabajo, porque el asombro lo pasmaba a uno y cada vez se maravillaba más en la contemplación. El pelo era largo y revuelto, inclinado más hacia un lado, como tapando parte de la frente, de un dibujo perfecto. Los ojos, en donde residía acaso toda la atracción del dibujo increíble, aparecían marcados con toda claridad, un poco cerrados, ocultos bajo los párpados y uno no podía dejar de creer que allá adentro, en lo interior de la fibra durísima, dos pupilas miraban implacablemente, sin piedad, con cierta burla maligna. La boca, amarga, corta y cruel, estaba un poco baja, y completaba la impresión de desagrado que causaba toda la cara. Sobre la boca, una nariz achatada, se dilataba casi de modo grotesco, casi como en una caricatura, o con el movimiento de una persona que respira a toda amplitud. Fascinante de veras, para cualquiera, era el rostro aquel, grabadoen la tabla de granadillo. Si uno se ponía a pensar que de haberse dado el corte de la sierra un centímetro arriba o abajo el encantamiento no hubiera existido, esto aún hacía que el interés acreciera. Había una conjunción de sucesos sorprendentes en la naturaleza para que aquello hubiera plasmado. Sin embargo, todo era nada al lado de la historia que yo oí y que justificaba por completo el afán del preso por que se conservara la tabla siempre. Yo ahora la doy a conocer y trataré de que nada se vaya más allá de la realidad increíble. —Mire —me dijo mi amigo preso— esta tabla la tengo yo desde hace algún tiempo. Usted sabe que en el otro patio están los locos. Allí trabajaba antes de que vinieran ustedes. Desde entonces yo la tengo. Yo me llevaba bien con los locos. Es curioso. Uno tiene sangre para algunas cosas. Mire, por ejemplo, con los locos me llevo bien, y en cambio no puedo ver un


perro sin que se me note que le tengo miedo: enseguida se me echan encima. Pero, bueno, el caso es como para que nadie lo crea. Cuando yo estaba de loquero, había un loco que no permitía que nadie más que yo entrara en su celda. Era un hombre tranquilo, pero una vez que estuve enfermo por poco mata al enfermero que le llevó la comida. Al pobre le dieron una mano de palos Hasta que yo estuve bueno no comió. Se empeñó en decirme Ángel. Yo me pasaba horas enteras con él, porque era un tipo divertido. Era inteligente, no se crea. Sólo cuando leentraba la tristeza se ponía pesado y entonces no hacía más que hablar de Li. Fue entonces que yo conocí la tabla esa, que él siempre llevaba escondida. Una vez estuvo como diez días sin dormir, y a cualquier hora que pasara la imaginaria por delante de su celda, lo veía mirando la tabla de granadillo, sin quitar la vista ni un momento. Era una alucinación lo que tenía. Yo siempre le contestaba que sí a todo. Y cuando me enseñaba la tabla me decía: «sTe acuerdas, Ángel?», siempre le contestaba que sí. Pero un día tuve la ocurrencia de decirle que no me acordaba y se me tiró al cuello y por poco me ahoga. Entonces ni yo pude entrar en su celda por un tiempo. Pero al cabo, volvió a hacerse amigo mío y me llamó. Estaba enfermo y débil. La falta de sol le hacía mucho daño. Yo no sé por qué le había tomado cierto cariño. El trato, el trato, es lo que pasa Pero, aunque ya estaba amigo mío, no se le había olvidado el incidente. Los locos son así. Hay que estar con ellos para conocerlos. Tienen memoria igual que nosotros. Si no fuera por ciertas cosas, nadie creería que están locos Él un día me dijo bajito, como si tuviera miedo a que nos oyeran: «sCómo es que no te acuerdas? Parece mentira. Tú debes estarte volviendo loco. sNo te acuerdas de aquella noche, cuando ahorcamos a Li, el chino de la charada, que nos vendía opio? sNo te acuerdas de cómo se movía en el palo, allá al fondo del traspatio que daba al tren de lavado de él? sCómo note acuerdas? Yo lo estoy viendo aún, pataleando en el aire, sin poder gritar, con la cara espantada. tEra un ladrón. Nos había robado. Yo hay veces que no me arrepiento! Tú te pudiste ir para el Norte. Yo no sé cómo te cogieron. Contra mí no se pudo probar nada entonces. Pero luego me echaron «brujo». Yo no sé lo que me pasó. Todos los días estaba inquieto. No podía ir al traspatio. Me parecía verlo colgando del patio bamboleante y espantable. Por las noches sí es verdad que por nada del mundo yo hubiera podido ir al traspatio Bueno, pues usted verá. Se me hizo insoportable el árbol aquel. Además, tenía miedo. Los chinos habían dicho que en el mismo árbol iban a ahorcar al asesino. Esa gente mete miedo. Entonces decidí que lo tumbaran, que lo aserraran y me trajeran las tablas para mandarlas a La Habana a que me hicieran un cofre para regalarlo a Dulce María. Eso fue lo que me perdió. Porque Li estaba dentro del árbol. Se había quedado. Miré, cuando me trajeron las tablas, cuando lo vi retratado en una de ellas, me dio un arrebato horrible. Huí por las calles del pueblo desolado, dando gritos espantosos. tEs que yo tenía «brujo» ya! Eso fue lo que me perdió. La Rural me agarró y yo me puse a hablar de Li, Li que estaba en el árbol, Li que miraba desde el árbol, y se dieron cuenta. Un médico pagado por casa dijo que eran alucinaciones. Pero, en un mal momento, yo fui tan estúpido que lo declaré todo. Entonces fue que usted sehuyó para el Norte. sNo se acuerda? Mírelo, sno se acuerda ahora?» Y me lo enseñaba con tanta fuerza, con cara tan espantable, y el relato había sido tan extraño, y la cara del chino estaba tan clara, tan perversa mirándome, que él se sonrió complacido, tristemente complacido, al notar que al fin yo también me acordaba. Entonces, se echó en mis brazos y se puso a llorar como un niño Esa es la historia que me contó el hombre que me regaló la cara del chino que adorna la tapa de mi cofre de granadillo. Mejor dicho, que la adornaba. Sí, porque el chino hundió a un hombre en el presidio y la locura, con su acusación milagrosa, pero sirvió para salvar a otro. Bajo él, en el cofre, yo mandé para la calle, fuera de la supervisión estrechísima de la censura, los datos y las instrucciones necesarias para que se le salvase la vida a un compañero que sabíamos que iba a ser asesinado a su salida, en una artificiosa libertad. Son las cosas que uno aprende entre los presos. Ya algún día armaré de nuevo el cofre de granadillo.

Luna del presidio*


Era un globo de silencio, transparente y azul. Así era la noche, y yo estaba sentado a su lado, en el suelo, en uno de los corredores de uno de los patios, de uno de los pabellones del hospital, en el Presidio, allá, en Isla de Pinos. Yo había escrito unos versos que decían en una parte:
La luna sobre el filo del patio del Presidio es tan solo el cadáver de la esperanza muerta, que asesinó a la tardeel toque del «recuento»

Y en otra parte decían:
Seis mil ojos de los presos, a través de las rejas, la están mirando ahora, sobre el filo de las galeras del Presidio, marcar el doble tiempo indiferente tde una noche menos! tde una noche más!

Y otra parte decía:
Hace treinta años, cuando llegaron los que ya son viejos la vieron sobre el filo de las galeras del Presidio! tY ahora también platea las tumbas de los hombres que se murieron en Presidio!
* Pueblo. Suplemento literario, Año 2, no. 623, 17 de diciembre de 1938, p. 15.

Y yo no recuerdo ahora más de aquellos versos, que no tenían importancia, sino por la extraña fascinación que ejercieron sobre mi compañero, un viejo de cuarenta años. Aquella noche, de verdad, algo de magnetizador tuve yo en mí para lograr la revelación. Pero la luna —tOh, sobre todo la luna, lo recuerdo!— también me ayudó. Y el silencio también. Cuando yo le recitaba los versos, la redonda, la lenta luna llena fue ascendiendo en los cielos y hubo un momento en que se puso
sobre el filo de las galeras del Presidio.

Fue entonces creo, que él dijo con una voz de enigma: —tLa luna! Él no dijo entonces una sola palabra más, pero yo había notado en su voz la vibración de profundidades secretas y tuve la maravillosa virtud del silencio Luego, cuando la luna, lenta y llena fue ascendiendo, él habló, pero de una manera rara, emocionante; de una manera tan lenta también, que su voz parecía eltiempo, las horas del tiempo que pasaban. Yo lo recuerdo ahora. Siempre lo recordaré. —tLa luna —dijo—. tSi hablara! Pero ella es el silencio. Nadie lo sabe mejor que yo Y ella era mi único testigo! Bueno, pero estoy aquí


Estuvo tanto tiempo callado, que mi imaginación se cansó de aquel abismo de sueños y entonces, en vez de hablar, algo instintivo, algo cargado de poderosa fuerza llena de misterio, me llevó a chiflar en un tono muy bajo, una serenata guajira que yo había aprendido de niño, cuando vivía en el campo. Hoy mismo me asombro de aquel recuerdo musical tan dramático y tan dulce a la vez, que muy pocas veces suena dentro de mí. Aquella noche, en mí produjo el efecto de un encantamiento y me llevó hacia atrás en la vida, a mi colegio del Cristo, al Guaninicún lleno de bambúes y a la muerte de mi perro León tPero mi compañero! Mi compañero, conmovido desde los primeros compases, sólo me dijo: «tOh, muchacho!» Y habló otra vez, con su voz de aquella noche, que no sé por qué me pareció que había sido su voz de antes. Y habló sin preámbulos, como si yo conociera su tragedia y todo lo que sé es lo de aquella noche. Porque nunca he querido preguntarle más nada. —Mira, yo la quería. Yo no lo sé decir mejor. Yo la quería, a pesar de lo que ya había ocurrido. Yo me iba a casar con ella muy pronto, en cuanto reuniera el dinero. Pero se lo había dicho y se empeñó. Y aquella noche su hermano, que era mi amigo, compañero desiempre en todo, me esperó a la puerta y me dijo muy pálido: «Tenemos que hablar. Ven. Vamos al manglar para estar solos.» Y fuimos. Él iba callado. Pero yo observaba su cara contraída y pálida. Tal vez hasta tuve miedo. Por dos veces, antes de salir del pueblo, intenté hablarle, y siempre me respondió rápido: «Vamos, vamos.» Entonces yo también me decidí y me puse a su lado a caminar y las últimas gentes del pueblo nos vieron salir y nos oyeron contestar a sus buenas noches Luego oímos, mientras marchábamos, cómo se cerraban las puertas Delante de nosotros, de manera monstruosa, se alargaban nuestras sombras Era la noche así y estaba la luna llena y redonda Igual Y pareció que iba a callarse; pero yo aquella noche era como un encantador de serpientes y volví a silbar, más bajo aún, los compases de aquella serenata guajira, dulce y dramática, que aprendí de niño, cuando vivía en el campo Y él siguió hablando. —Aquel camino que habíamos hecho tantas veces juntos, de muchachos para ir a «pegar» tomeguines, y de jóvenes para ir a pescar por las madrugadas, siempre cantando, con el silencio lleno de ladridos y de cantíos de los gallos, lo hicimos esta vez mudos. Y andábamos. Yo creo que él no era ya capaz de pararse. Porque hacía rato que estábamos en el manglar y no se detenía. Yo tuve, por fin, valor y le dije: «Aquí estamos solos.» Se paró un momento, miró a los lados sin mirarme a mí y dijo: «No, vamos hasta allí.» Yseñaló un claro entre un grupo de uvas caletas. La luna también brillaba en el manglar y se partía en las charcas de agua estremecidas por el aire de la noche Volvió a callarse; pero yo no tuve que silbar. En su cara yo estaba viendo una agitación conmovida y que apenas podía contener. Y habló como si hablara consigo mismo, o con otro que no fuera yo: —sPor qué fue tan violento que me atacó de pronto, por sorpresa, con una furia llena de odio? tNi una palabra le pude oír! Me tiró al suelo y me agarró la garganta mugiendo como un toro, sin decirme nada Yo recuerdo siempre su cara a la luna, pálida, como la luz de la noche, sus dientes apretados, su cólera silenciosa Tuve miedo, porque me iba a matar sin remedio, sin haberme oído, arrebatado por la violencia inaudita de su temperamento. Por eso me defendí. sAcaso no tenía derecho a defenderme? sAcaso yo no pensaba reparar el mal? tY tuve que luchar con todas mis fuerzas exasperadas por el terror, porque en sus ojos yo estaba viendo la venganza y la muerte. Y yo no quería morir. Yo me pude zafar sus manos del cuello y rodamos los dos por la arena húmeda. Los dos nos levantamos a un tiempo y nos quedamos mirando muy cerca y en silencio, respirando hondo De pronto, los dos vimos una estaca clavada cerca. Y antes de que lo pudiera evitar dio un salto y dio otro más Pero no dio más ninguno! tAquella era la tembladera! tLa tembladera abierta por el último ras! tYo me acuerdode su grito y del mío! Pero todo no sirvió para nada Con su cuchillo, que había quedado sobre la arena cuando luchábamos cuerpo a cuerpo, corté el gajo más largo de una mata y se lo alargué Pero ya no tenía fuera más que la voz y las manos. tY el gajo no alcanzaba! Yo mismo sentía bajar el fango y me retiré lleno de espanto La mano se le quedó fuera mucho tiempo Yo me quedé allí inmóvil toda la noche La luna fue cambiando mi sombra y la de la mano de él sobre la


tembladera No pensé más que en mirarle hasta que por la mañana nos encontraron allí. tLa fatalidad! Cuando él terminó, yo no le dije una sola palabra. Luego él sólo dijo dos cosas, a mucha distancia una de otra y siempre mirando para el cielo profundamente azul: —tY sin embargo, ella era también un poco de luna para mí! Y lo dijo con una voz llena de ternura y de emoción bien honda. Sin embargo, tenía su acento cierta indiferencia cuando antes de irnos a dormir dijo: —Yo no quiero irme libre una noche en que haya una luna así sobre el mar!

El Tiempo*
Para ningún hombre —ni aun para el historiador o el astrónomo—, el tiempo ha sido Señor tan absoluto como para el hombre preso. Es en el Presidio donde el silencioso monarca caminante tiene su trono implacable y donde sus dos fríos e inalterables consejeros —el Reloj y el Almanaque— ejercen su función con más perversa lentitud y ceremonia El Reloj, funcionario infatigable, tiene su ayudante decampo: la Corneta; varios agentes secretos: el Hambre, el Cansancio y el Sueño; y dos atormentadores: el Insecto y el Espanto Como un mayoral de negros esclavos, cruel y bárbaro, no suelta a sus hombres y los flagela impíamente, desde el amanecer hasta la noche.
* Pablo de la Torriente Brau. Presidio Modelo. Quinta parte. Cap. XXVIII. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1969, pp. 319-29.

La Corneta, perra perseguidora de cimarrones, en el tumulto estruendoso de la diana, deja percibir su agudo ladrido y, después, durante el resto de la fría y neblinosa madrugada, en la mañana tibia y luminosa, por el ardiente y brutal mediodía, en la tarde lenta de fatiga, y en el anochecido melancólico, incansable, ladra y aúlla, azora y precipita a los hombres y, como cabestro de ganado, los lleva al trabajo, al baño, al médico, al comedor, al recuento, a la escuela y al sueño Y a las nueve de la noche, fatigada ella también, acaso llena de vergüenza en el alma de sus cobres, tradicionalmente heroicos y marciales, lanza ese quejido, ese lamento inexpresable, que se escapa en el toque de silencio, y que es largo, hondo, desgarrado y tembloroso como la queja de algo que se muere con la pena de una vida inútil y desconocida tAsí es la Corneta en el Presidio, perra perseguidora de cimarrones, y su mando es tan autoritario, que los reclusos tienen los ojos en el oído! Pero el Reloj cuenta con servidores aún más habilidosos, porqueson traidores; tno son perros, sino parásitos crueles! tAhí está el Hambre! thistérica y convulsa, que retuerce las tripas y afloja, como gajos muertos de un árbol, los brazos y las piernas de los hombres, y les llena de nubes negras y fugaces las pupilas anémicas! tAhí está el cansancio, amarillo y violáceo, cloroformo de los músculos, que convierte la sangre en plomo lento y habla en voz baja con la Angustia! tAhí está el Sueño, turbio, gris, que anubla la luz, que duerme los ruidos y columpia su hamaca en las pestañas! Los tres servidores terribles se coaligan unos con otros, forman terribles alianzas, hacen restallar sobre los nervios irritados latigazos de sobresalto, y, mientras tanto, el Canciller del día, el Reloj, con sus dos ceremoniosos lacayos —Horario y Minutero— igual siempre, eternamente igual ante todo, contempla con indiferencia el crepitar del horno de infierno en que el régimen bárbaro quema las vidas de los reclusos Pero no son ya perros ni parásitos los dos atormentadores de oficio con que cuenta el blanco Cajero de las horas (sPor qué, por lo menos en el Presidio, el Reloj no es negro, pro-


fundamente negro, con agujas fosforescentes y diabólicas?) tLos dos atormentadores son alimañas venenosas, arácnidos aterradores, escolopendras sinuosas, escorpiones ponzoñosos, vampiros, pulpos, monstruos de la asfixia y la succión! tAsí son el Insecto y el Espanto, atormentadores de oficio delSeñor implacable de los veinticuatro pájaros de las veinticuatro canciones perdidas y olvidadas! tEl Insecto! tMuerde el alacrán, con su embestida de toro, bajo de la penca caída; salta la araña desde el fondo de su cueva y huye, traidor, el ciempiés, por entre los fangos! tPero eso es nada! tLa mosca, puerca, repugnante, vuela en nubes, se mete en la boca abierta del bostezo y por la ventanilla de la nariz, después de posarse en el cadáver podrido picoteado por las auras! tY son millones, millones que arrastra el viento y trae desde las casimbas de la costa en donde el pescado se encharca y muere, cocinado por el sol! tY en la comida vuela la mosca, y viene, muerta, flotando sobre los caldos! Pero eso es nada tEn los pantanos, por las ciénagas y por el fango, prueba el mosquito su cuerdecita de mal violín y, como alfileres de una llovizna de fuego, va quemando las caras y las manos de los hombres, que se revuelven coléricos o implorantes! El ácido aguijón levanta ampollas y mientras tanto, el cruel jején, invisible, labra su anónima mordedura; y las guasasas, como humo vivo, penetran a la garganta, caen en el remolino de la respiración y se encharcan sobre la humedad de las pupilas, irritando violentamente los lagrimales Pero eso, taún! es nada tPor las noches, los cuerpos desnudos de los castigados en las celdas, tiemblan de frío y de debilidad! to de terror! El mosquito ensaya entoncesmúsica de cámara y en su vuelo hay algún vals burlón o sarcástico. El preso, mordido a un tiempo por varios lados, se desespera en silencio tNunca la diabólica Sonata de Tartini pudo tener intérpretes más crueles! tEl insecto, incansable, a la madrugada, vuela hacia las charcas a esperar las cuadrillas! tEl Reloj puede estar satisfecho de sus servicios! Y el Espanto! La divinidad negra, iluminada de pálido, amanece con la luna de las celdas y por las madrugadas se va con las cuadrillas! De día, buitre de sombrío vuelo, hace pasar su sombra por encima de los hombres en el trabajo y su vigilancia es constante y su vista incomparable Los hombres nunca le dan la espalda tDe vez en cuando, como el alcatraz, desciende vertiginoso sobre aquella agua de hombres y se lleva una víctima! Por las noches el buitre sufre un avatar misterioso y se convierte en pantera de silenciosa marcha y pupilas fosfóricas Pasea por los corredores de las circulares y su ágil contorno oscuro se perfila en la sombra reflejada Se asoma a las bocas de las celdas y sus ojos lumínicos alumbran el terror de los ojos insomnes, refugiados en el fondo tA veces se retira rugiendo sordamente, pero otras, con elástico salto, cae sobre un hombre y estalla el grito que hace temblar a la gigantesca circular, como si fuera un monstruo vivo! tEl Espanto! tTambién el Reloj puede estar satisfecho de sus servicios! tY cómo no va a estarsatisfecho, si ambos le prolongan la vida, si el insecto se encarga de que el día nunca termine y el Espanto de que la noche jamás se acabe! Pero con todo y tan eminentes servicios, el Tiempo, caballero en cuyas armas campea la insolencia burlona del signo de infinito y del cero de la Nada, siente un profundo desprecio por el Reloj, avaro del minuto —centavo del tiempo— y aprecia mucho más a su otro Ministro: el Almanaque, que más refinado y sutil, emplea auxiliares bien distintos a los del Reloj. Los presos cuentan por almanaques su condena. Dicen: «tMe faltan cuatro almanaques!» Abrumados por el tiempo que les ha de pasar por encima, toman una unidad grande para hacerlo menos numeroso, menos sensible. Y por eso el Almanaque lucha victoriosamente contra su propia estructura. Para ello cuenta, como auxiliar máximo, con una insaciable y lúbrica mujer: la Esperanza, que cohabita todas las noches con los presos y por el día les incita los deseos y les da impulsos para todo para cualquier cosa tLa Esperanza es uno de los vicios irremediables del hombre preso! Pero, además, el Almanaque tiene otros eficaces ayudantes en las Fechas y en los Sueños, instrumentos que se encarga de esgrimir con habilidad perversamente incomparable la Esperanza Y ahí le quedan como anzuelos crueles, los indultos, las amnistías y las rebajas de condenas


Nosotros conocimos presos para quienes, desde el mes de enero, iban siendo oportunidadesbrillantes las fechas patrióticas todas del año: 24 de Febrero, 20 de Mayo, 10 de Octubre y 7 de Diciembre y aún los simples días festivos, como los de Nochebuena y Año Nuevo, en cada uno de los cuales esperaban salir del Presidio, o cuando menos, recibir una buena rebaja de pena Después, por varios días, quedaban silenciosos, cohibidos, arrinconados Eran como pobres muñecos a los que se les hubiera roto la cuerda! De las fechas se vale el Almanaque para fragmentar su unidad demasiado grande y por lo mismo demasiado noble Por ellas, el año para el recluso es como un grupo de años, y como siempre florecen los débiles retoños de algunos indultos y rebajas, la Esperanza se mantiene en pie, la agonía se prolonga, como el humo Pero los Sueños son aún más malévolos y traicioneros. Carne de la imaginación, el sueño del preso se alimenta con lo que no tiene, con lo que espera tener: la Calle y la Mujer tLa Mujer! tLos hombres que no han estado presos no saben lo que es la Mujer! tNi siquiera en el sentido animal y lúbrico de la palabra! tNo lo pueden saber, como no sabe el rico lo que es el hambre del pobre! tComo en los cuentos de la infancia, cuajados de héroes y aventuras maravillosas, la Mujer cobra en la imaginación del preso magnitudes y perfiles fantásticos, que para el hombre sensible no se limitan al sexo estricto, sino que se extienden, como una enredadera milagrosa y perfumada, a lo más puro y líricodel corazón humano! La Mujer, en los Sueños, sacude el látigo de todas sus curvas sobre la carne encarcelada del preso, y lo exaspera, y le pone los ojos pequeños, y le hace rabioso el deseo, la voluntad de salir tPor la fiebre de un sueño de mujer estoy seguro que más de un hombre se ha sentido capaz de estrangular a un compañero! Muchos por ella han caído en el Presidio y por ella dentro de él muchos han cometido infamias sin paralelo Por eso en los sueños, realidad de las esperanzas, se les presenta a los presos con la persistencia de una maldición, con la crueldad de una sentencia Y cada noche es una pesadilla dulce y venenosa, grata y enfermiza, como el opio —tEsa mujer me tiene enfermo! —me dijo aquel preso una vez tY era verdad, estaba enfermo, amarillo, y las manos flacas le parecían hojas secas de un gajo muerto! A mí me impresionaba aquel hombre a quien la dulce enfermedad de un sueño reiterado hacía retroceder hasta la adolescencia, procaz y turbadora sY la Calle? La otra trampa perversa está tendida con todo el refinamiento. Si la Mujer es el ángel libidinoso que tortura los sueños, la Calle es el oro falso con que el Tiempo angustia las esperanzas del preso. tEl oro falso, es la verdad! tPorque la imaginación del preso, tierra del trópico, exuberante, lujuriosa, abona con las aguas lustrales la realidad del matorral que dejó y sobre él hace crecer un bosque sonoro, pujante, espléndido yhermoso, en el cual pájaros de inverosímiles colores cantan inverosímiles canciones! tPara otros, para los que no tienen remedio, en cambio sólo moran en el bosque los ofidios omnímodos de la venganza y el rencor! Pocos lo confiesan, porque para eso está mezclado en todos el complejo de «hombres», pero bastante nos han dejado entrever el color de una esperanza: tLa Calle, la Calle! y uno, en un momento de debilidad y de entusiasmo nos confesó, con esa ingenuidad que sólo se encuentra en el niño, o en el hombre conmovido, todo lo que pensaba resucitar en su vida cuando saliera a la calle, todo lo que pensaba rehacer ttoda su alegría de comenzar a vivir! tLos pobres! Sueñan con la Calle, con la Libertad, con salir a comenzar la vida, y la Libertad los espera tcon los brazos cerrados! tPorque la Libertad es para el preso, como la sombra de los viajeros que proyecta la luna en los caminos blancos, que va siempre delante, que nunca se alcanza! tY es sombría también la libertad del preso! Para muchos, la Libertad será llegar y no encontrar a la mujer, o encontrarla con hijos de otro —ttorturadora obsesión de los presos!—; tserá llegar y no encontrar amigos, tener que cambiar de pueblo, buscar inútil y humildemente el derecho a comer la oportunidad de vivir tPara


muchos, desesperados o perdidos, la libertad sólo será un retornar por el camino de la cárcel, un descender por el plano inclinado delvicio hasta la ergástula, hasta la sentina del asco, en donde, expertos ya, el terror será menos y el hambre más suave! Y así es como, para un pavoroso número de «libertados», el Presidio se convierte en un vértice vertiginoso que se traga a muchos y que arroja hacia la periferia a otros, destrozados, que más tarde el tumulto de las aguas volverá a llevar hacia el centro tY así, ya para siempre, hasta la muerte! Retazos de reflexiones sombrías que se le escapan a uno, como palomas negras, y caen sobre la blancura del papel. tEs mejor que se queden así, como parte de una acusación no ya a un hombre, sino a toda una sociedad cobarde y bribona, ruin y decadente, que derrama la leche artificial de su bondad en creches de crónica social, en orfelinatos de recomendados, en beneficios de teatros, mientras la virginidad del niño se pudre en la promiscuidad de la pobreza y el corazón de los hombres, martillados en el Presidio, se trueca en llaga hedionda! Acusaciones que se escapan, pero no contra los presos, purificados por el martirio, sino contra todos tContra todos los que pudiendo hacer algo no hacen nada! Contra muchos de los que leerán esto y pensarán y dirán: «tQué horror!» ty ahí terminará su esfuerzo! Como una acusación perpetua de la maldad humana, de la crueldad del tiempo, conservo en la retina, clara, firme, fija, con todo de su figura vacilante y borrosa, la imagen de Zabala, que entró en el Presidio en 1905y allí vivió cerca de treinta años Que tuvo distintos jefes, unos que no se ocupaban del Penal y otros que se ocupaban demasiado; que fue testigo silencioso de horrores indescriptibles; que vivió al lado de criminales sin paralelo; que conoció de vandalismos brutales, de astucias que repugnarían a una serpiente, de traiciones sin apelativo tLa figura de Zabala, para quien la historia de Cuba tenía un paréntesis mudo de treinta años durante los cuales nada había pasado en el mundo! tAhí estaba la figura de Zabala, con su frente agujereada por el suicidio, que inutilizó la perversa habilidad del cirujano, y que vio entrar en Presidio y salir de él miles de hombres, mientras él se quedaba! tAquí está en mi imaginación, caminando por los corredores marmóreos y callados, con su uniforme de un azul tan desvaído ya, que parecía su contemporáneo de prisión; mudo, con su paño de limpieza en la mano, espantando las moscas del Hospital; silencioso como una sombra; autómata, anestesiado por la brutalidad del tiempo, que algún día, no hará tanto, salió por fin a la calle y se habrá perdido por el mundo para comenzar de nuevo la vida, a los setenta años, medio ciego, desconocido, inconsciente hasta de su imbecilidad, pero agarrado a la vida, como la raíz de un árbol seco a la tierra, ya estéril por el tiempo! Contemplándolo un día, un preso, un hombre de treinta años, me dijo: —Miren ese hombre tTreinta años en Presidio Y a mí mequedan treinta «almanaques»! Voy a salir como él viejo, impotente, ciego sordo! sPara qué quiero la vida entonces? tEl Tiempo! Ni el historiador ni el astrónomo saben lo que es el Tiempo. Sólo los que hayan naufragado en él, como los presos, pueden comprender lo terrible de su poder inalterable; su grandeza y limite tÉl, padre de la vida único superviviente de la muerte!

El Guanche*
Ahora que sopla el viento este, y pasan bajas y amenazadoras las nubes, y cae fina y cortante la lluvia, en rachas insolentes, me acuerdo del relato del Guanche Me acuerdo de esto, ahora que sopla el viento este y el cielo está gris y no se puede salir a la calle Ahora, el mar debe estar lóbrego y amenazador, allá, entre los cayos, por los Canarreos, en el Golfo de Batabanó, y todo me hace pensar, aunque estoy en tierra firme, en aquella narración


que me hizo Cuna en el Presidio Modelo, una noche de viento y lluvia ruda, que permitía hablar alto, sin que nadie nos escuchara, después del toque de silencio. Y recuerdo no sólo el relato, sino cómo fue hecho y hasta muchas de las experiencias de aquel casi selvático narrador de brazos hercúleos, que salpicaba de gigantescos escupitajos su narración.
* Pablo de la Torriente Brau. Presidio Modelo. Octava parte. Cap. XL. Ed. cit., pp. 401-6.

Y es que la aventura del Guanche había sido tan bravía y feroz que exigía un narrador semejante, de palabras puercas, y, comoescenario, una noche de viento y tempestad en el Presidio Modelo, para que cobrara vigor de realidad Por eso me viene ahora a la mente ahora, cuando sopla el viento este Habíamos estado hablando de los presidios del mundo y de los distintos regímenes carcelarios, y uno dijo, como lo último ya: —tLa Guayana! Mas nos había estado oyendo Cuna, el Viejo Cuna, como le decíamos, con su sonrisa entre despreciativa y burlona, y al oír mentar la famosa penitenciaría de la Isla del Diablo, habló, con su lengua procaz, llena de dicharachos, y acompañándose, según su costumbre, con singulares movimientos del cuerpo, la cabeza y los brazos. —tLa Guayana! tLa Guayana es pinga al lado de esto, muchachos! tDe la Guayana se ha ido la gente y de aquí no se va naidien! Sí porque se va mucha gente porque le ponen la «forzosa» pero para donde se van es para el otro mundo sPorque a dónde carajo se van a ir? Mira, una vez, cuando el ciclón de octubre, ni se sabe la gente que «ñampearon» tNi se sabe! Y se dio gusto separando las sílabas, paradójicamente acusadoras. —Además, en La Guayana lo dejan a uno fajarse y hasta matarse en último caso Aquí, «te come» el soldado y por la más mínima cosa ya «estás listo» tEstás jugando! tAquí, el que «pestañea pierde»! tEsa Fuente Luminosa tEse Cocodrilo! tLa Guayana es mierda al lado de esto! Soltó un escupitajo, como una piedra, en el piso mojado por la lluviaLuego se puso a hablar de los soldados y contó algunas cosas que otro día escribiré Otro día en que un estímulo semejante a este del viento este, me traiga claros los recuerdos. Porque aunque aquella noche nos hizo varios relatos de fugas, de atropellos bestiales, ninguno nos impresionó tanto como el de la aventura del Guanche. Dijo: —Sí, la gente puede irse, cómo no Hasta machetes tienen y no hay que romper nada el cordón. Todo eso es cuento tNo van siempre las cuadrillas al monte a trabajar? Ahí es donde se «pierden» Mira y hay muchos maricones aquí, porque si se pusieran de acuerdo un día tAcabarían, así como lo oyes! tA-ca-ba-rí-an! tCompadre, si hay veces que eso da vergüenza ver como un soldadito así, una zarrupia, le cae a culatazos a un hombre y los demás no hacen ni cojones por defenderlo! tY, además, esta isla tiene una suerte que ni el coño‘e su madre! Sólo tres hombres han logrado llegar a Cuba y a los tres los cogieron por verracos, asaltando bodegas Sólo Tomás murió como un hombre Sí, porque ya que te vas y te rifas la vida, hazlo bien y no te entregues, porque si vuelves ya sabes que «estás listo» Mira, te voy a hacer un cuento para que tú veas cómo son las cosas aquí y la «mala leche» que tiene esto La mejor manera que tiene esto, es que un soldado «te dé la mano» Hay muchos de ellos que quieren y a veces se arrestan a la fuga. Pues bueno, una vez vino aquí un soldaocastigado de Columbia y lo pusieron a cuidar las cuadrillas. Dicen que a ese sí le «roncaban» Había hecho dos o tres barbaridades en aquel campamento y decían que había dicho «que él lo mismo las hacía aquí que allá» tLe decían el Guanche y era un tirador del coño‘e su madre! Bueno tenía una pila de medallas. tNi el andarín Carbajal le hacía ná! Una vez tuvo que llegar hasta el río con tres presos para hacer no sé qué cosa. Pero que resultó que dos de ellos, creo, se habían fugado una vez junto con él de la cárcel de Güines y le dijeron que tenía que ayudarlos Él entonces, al ver un bote, les dijo a los presos, de pronto, y


sin pensarlo: «Bueno, muchachos sse quieren fugar?» tDime tú! tDecirle al ratón que si quiere queso! Ahí comenzó la cosa, y lo primero que hicieron fue matar al botero, pero que fueron tan brutos que lo dejaron allí y a las pocas horas del cuento ya se sabía que se habían fugado Pero, bueno, bajaron el río remando y con la ayuda de la vela, con viento favorable, los cogió la noche sin que los alcanzaran Y hasta la Isla ni se veía ya y era seguro que se iban a escapar, cuando en esto un viento opuesto se levantó, tigual, igualito a este de ahora, y todo lo que habían adelantado por el día lo atrasaron por la noche! No se viró el bote y se los comió el mar Cuando vinieron a ver, a la madrugada, estaban otra vez frente a la Isla, con un hambre y un cansancio que ya no podíanmás. El Guanche entonces decidió que de todas maneras había que bajar a tierra a buscar algo —sA buscar qué carajo? tAquí no hay más que palos! ty palos secos! tAquí se muere de hambre un mosquito!— Pero, bueno, agua tan siquiera tenían que tomar, y bajaron y se escondieron Pero que fueron tan brutos, que en vez de hundir el bote o de esconderlo en el monte para irse otra vez, lo dejaron amarrado a la orilla, en el río Júcaro, y allí lo encontraron ese mismo día y cayeron en cuenta de que estaban por la Isla. Enseguida los prácticos y un cabo con unos cuantos soldados se pusieron a buscarlos. Pero el Guanche los había metido a todos en una cueva de la costa y de allí había salido a llenar su cantimplora de agua. Parece que era un hombre sin prudencia, porque cualquier otro hubiera pensado que le iban a tender una emboscada en la aguada, pero él se llegó hasta allá, por entre los montes, y en el preciso momento en que se agachaba al charco para llenar la cantimplora, sonó un disparo y el Guanche cayó al suelo Pero que tan pronto como cayó jaló por la carabina y se aplastó en el suelo a vigilar tEl balazo le había dado en el hombro y podía tirar y decidió morir matando! Como en efecto, como a los dos o tres minutos no se escuchaba en el monte más ruido que el de los pájaros, uno de los prácticos salió a explorar pensando en que estaría muerto tCan! El Guanche se lo llevó tEn esto, el otro práctico dioun salto para esconderse, y en el aire lo cogió la bala! tY van tres! tBueno, así siguió el tiroteo, y para no cansarte, «limpió» al cabo y a dos soldados más y lo vinieron a matar cuando ya estaba muerto! tEso se llama morir como un hombre! Se llevó por delante al cabo, a los dos prácticos, y son tres, y los dos soldados, son cinco tAh! y el botero: tSeis! tBotó la pelota! Y Cuna, con un tártaro espíritu, se reía, con una admiración tan profunda por la muerte del Guanche, tque murió como un hombre!, sólo comparable a la que pudiera sentir un artista leyendo la muerte de Sócrates en Platón Y cuando le preguntamos qué habían hecho mientras tanto los tres presos huidos, nos dijo: —sQué carajo iban a hacer? tSi eran unos ranas! tLos mataron a tiros, dentro de la cueva, por pendejos! E hizo un tah! despreciativo que firmó con el estallido de un salivazo sobre el piso empapado por la lluvia.

Presidio Modelo, 14-10-932.

Una «fuga»*
La fuga ha sido siempre una de las formas —la más temeraria— de la esperanza del hombre preso. La literatura se ha ocupado largamente del asunto, y, desde que el Conde de Montecristo logró escapar del Castillo de If, suplantando el cadáver de su maestro, el tema ha sido explotado con diversa fortuna, pero de manera sistemática. Lo mismo ha ocurrido en el cine y se debe confesar que, como en tantas otras cosas, la ficción no ha hecho más que seguir los pasos de la realidad.Evadirse, en efecto, es una de las torturas mentales del presidiario. Muchos, durante años, han venido labrando su oportunidad, con una paciencia única, de la que poco se habla en los


libros, que, sin embargo, citan a los benedictinos y a los chinos como ejemplos clásicos: con la paciencia de los presidiarios. La palabra fuga es como una ráfaga de libertad. Y los forzados de todas las prisiones del mundo, en momentos supremos, no han vacilado en recurrir a ella en busca de la libertad o para huir a la muerte.
* Presidio Modelo. Octava parte. Cap. XLIII. Ed. cit., pp. 421-32.

Por las estepas heladas de la Siberia, expuestos al hambre de los lobos, se han fugado los presos; de la isla de Nueva Caledonia, perdida en la inmensa soledad del Pacífico, en botes frágiles, han huido los presos, arrostrando el hambre cruel y la locura alucinante de la sed en el mar ilímite; de la Isla del Diablo, también se han evadido los proscriptos, desafiando las tribus de indios cazadores de blancos, la garra del jaguar y la mordida fatal de las serpientes y de la Isla de Pinos, menos pe1igrosa pero más terrible, también se han escapado los reclusos, sin tener a quienes temer, pero sin tener agua que tomar; sin tener indios a quienes temer, pero sin tener nada que comer De allí también se han fugado los presos, sin tener otra cosa que inmundos fangales por donde escapar y soldados de puntería infalible de quienes huir Pero en ninguna otrapenitenciaría del mundo, como en el Presidio Modelo de Isla de Pinos, la innegable verdad de la obsesión por la fuga en los presos ha dado lugar a canalladas tan feroces y cobardes. La inmensa mayoría de las fugas registradas han sido, como decían los presos «porque les ponían la forzosa» Esto es, si no se fugaban los mataban, y, de morir quietos a morir corriendo, preferían correr, en busca de una imaginaria eventualidad favorable que nunca se produjo En muchas ocasiones les anunciaban la hora en punto en que harían fuego sobre ellos En muchas ocasiones, a los reclusos sus propios escoltas les daban determinado número de horas para «fugarse» Y los presos tenían que huir, sin esperanzas y sin preparación, ciegos y aturdidos, como en vano salta el ratón, dentro de la jaula de alambre, mientras el gato lo contempla nervioso Los presos de Isla de Pinos, huían como los venados dentro del monte, perseguidos por los perros y los tiros, sin rumbo, sin meta y sin otro motivo que el pánico tSólo con pobres animales indefensos, como el ratón y el venado, pueden compararse los confinados de Isla de Pinos! En las prisiones que estuve, como preso político, supe de algunas historias de fugas. En el Castillo del Príncipe, una vez, mientras presenciaba el entierro de un recluso, me llamó la atención una ceremonia final. Al pasar el ataúd de brazos de sus compañeros al carro fúnebre que lo trasladaría al cementerio, previamente,se colocó sobre unos burros de madera y allí vino el médico, destapó la caja y certificó que el muerto era el muerto Traté de averiguar a qué se debía tan singular reconocimiento y supe que una vez, como en el libro inmortal de Alejandro Dumas, un preso suplantó al cadáver y logró salir por el rastrillo En otra ocasión, estando en el rastrillo, el hecho de que registraran la propia máquina del Supervisor de la Prisión, también me llevó a inquirir la causa, y supe que ello se debía a que un preso, con soberana paciencia, en los talleres, se había preparado alojamiento en la misma para salir de la prisión. De Isla de Pinos, algunas fugas menciono en el libro. Famosa es la de los reclusos que se fugaron, y, no encontrando nada que comer, todas las noches volvían al penal y se metían en el comedor a abastecerse de víveres hasta que allí los mataron. Famosa es también la fuga del Guanche, que narro, y, más famosa que ninguna, la del Gibarito (Armando Denis Díaz), que fue el prófugo que más tiempo pudo evitar la muerte, pues vivió cuatro meses en libertad, burlando las emboscadas, hasta que, ya con el pelo crecido y ropa nueva, cuando iba a embarcar como un ciudadano cualquiera, un marinero lo abatió a balazos dentro del mismo pueblo de Nueva Gerona. El Gibarito llevó un diario de su fuga, que era de un interés extraordinario. Quise conseguirlo para darlo en este libro, pero me fue imposible. Parece que era «demasiado» interesante,porque desapareció del sumario de la causa contra Castells.


A falta de él, el que lea el relato que sigue, podrá hacerse una idea de lo que fueron las fugas del Presidio Modelo. Luis Rivero Morejón era nuestro barbero, y era delgado, de mediana estatura, de color blanco anémico Un poco rubio creo que era también. Nosotros le decíamos el Barberito, como a otros que ya habíamos tenido. En todo el tiempo que estuve en el Presidio, nunca me afeitó y me peló sólo tres o cuatro veces, pero no fue sólo por esta razón por la cual yo no intimé con nuestros barberos. Algo instintivo me hacía huir de ellos. Algo me indicaba que por medio de ellos se ejercía espionaje sobre nosotros. Puede ser que estuviera equivocado, pero el Presidio me enseñó el arte de la prudencia. Y, por lo menos uno —un viejo catalán—, mostraba tal «curiosidad» por nuestras cosas, que nos vimos en el caso de manifestarle al propio Jefe de Pabellón que sabíamos el papel que estaba desempeñando aquel hombre. Poco después lo cambiaron Mas ello no quiere decir que nosotros no mantuviéramos relaciones con nuestros barberos. Al contrario, había quien tenía especial predilección por charlar con ellos, y aun yo mismo, a pesar de mis prevenciones, más de una vez sostuve con los barberos largas conversaciones, y con algunos llegamos a tener bastante confianza. Ahora recuerdo a Morejón, a Luis Rivero, a La Rosa y a Santos, el tallista. Pero de todos, el que más llamó nuestraatención fue Luis Rivero, que estaba anémico, flaco, y que era silencioso, casi sombrío. Matías y Bartolo Barceló lograron, sin embargo, hacer intimidad con él, y pronto supimos que era un hombre que no nos venía a «preguntar», sino a «contarnos». Y supimos pronto también cuál era la razón de su aire sombrío Luis Rivero tenía ese aspecto impresionante del hombre en quien se adivina un individuo dispuesto al suicidio. Y en sus acusaciones, que formulaba concretamente, se veía el fondo de quien se niega a admitir el silencio ante el crimen. Los horrores del Presidio le repugnaban. No era como esos presos —la mayoría— para los cuales esos horrores no tenían nada más que un mal: tla posibilidad de que ellos también fueran víctimas de los mismos! Luis Rivero conservaba en el Presidio, irritada, la dignidad de la conciencia humana. A causa precisamente de estas razones no tenía «amigos» e iba a tener que cumplir íntegra su condena. El pensamiento de que no sobreviviría a su condena le preocupaba intensamente y constituía para él una obsesión. Su pobre constitución física, mal alimentado, presentía la muerte lenta del hombre que se depaupera. Y ante estas reflexiones, sus palabras eran más violentas y sus acusaciones más rudas. Al solo nombre de La Yana su imaginación evocaba la muerte. Barbero, desmedrado, hambriento, de sobra sabía que no era capaz de resistir el bárbaro esfuerzo que representaba aquel trabajo inhumano de loscastigados. —Yo no resisto aquello una semana —nos decía—, y si alguna vez voy a dar allí, me fugo el primer día Prefiero morir de un balazo, corriendo, a que se me pudran las heridas en la celda y a morir ahogado en el fango, muerto de fatiga

Y un día le ocurrió lo que temía. Parece que para «negociar» por comida, o por el deseo de vestirse bien, muy frecuente entre los hombres de su oficio, Luis Rivero mandó una carta a su casa en la que pedía que le mandaran ropa, cuyo envío le notificaban en la última carta En Presidio era pecado mortal el pedir nada a la calle. Ni un sello siquiera. El Capitán Castells tenía el criterio cerrado de que ello no envolvía más que una explotación del hombre criminal para con su familia, y que esta no debía remitirle sino lo que buenamente quisiera. Y ni un sello se podía pedir Luis Rivero conocía esto bien, pero aguzando su imaginación, llegó a concebir la idea de «inventar» ese ofrecimiento de sus familiares; y, conociendo bien, asimismo, la memoria prodigiosa de aquellos hombres de la censura, por si a estos «no les sonaba» lo del tal ofrecimiento familiar en la última carta recibida para él, le añadió a esta, imitando la letra, una posdata en la cual relacionaba todo lo que quería pedir a su casa.


Efectivamente, a la censura «no le sonó» el ofrecimiento y le mandó a pedir la carta. Mientras la investigación se llevaba a efecto, él continuó prestando servicio en nuestro patio y le expusosu caso a varios. —Si descubren la falsificación me enviarán a La Yana y me matarán. tY antes de que me maten me fugo! Nosotros adivinamos que aquel hombre haría buena su palabra, y la tarde aquella, cuando lo vimos recoger en su bulto, con la calma de siempre, los polvos, las navajas, tijeras y correa de afilar, le dijimos adiós en la seguridad de que no lo veríamos más nunca tY no nos impresionó más de la cuenta al saber que iba hacia la muerte segura! tUno más! Su historia fue así: En realidad, su caso allí era grave y algún severo castigo le hubiera caído encima de todos modos. Pero es que, para su mayor desgracia, una funesta circunstancia había venido a complicar extraordinariamente su situación. Vázquez Bello, uno de los grandes sostenedores del machadato, había sido escopeteado. Nosotros supimos la noticia al día siguiente. La censura, como siempre que ocurría algún desastre al Gobierno, extremó sus cuidados inútilmente. Rompió cartas y dejó de entregar muchas por cosas pueriles que ella sospechó se referían a la muerte de Vázquez Bello. A Carbajal, una carta que según parece esperaba con mucho interés, se le perdió y fue a reclamarla a Luis María, el «mayor». Ante las mentiras de este, Carbajal no se pudo contener y cometió el grave error de decirle: —Mire, déjense de tanta historia, que ya nosotros sabemos que mataron a Vázquez Bello Esta imprudencia escapada concentró la atención sobre el barbero, que era unode los pocos que podía habernos dado la noticia y fue conducido ante Castells. Con él sostuvo un diálogo: —Usted ingresó aquí en el 1927 y venía portándose bien, pero ya se desvió —Comandante, me hacía falta Usted me debe perdonar —Yo no puedo perdonar —Comandante uno siempre tiene momentos en que no sabe lo que hace —Sí yo a cada rato tengo de esos momentos y siempre me da por hacer algo bueno (Y Luis Rivero decía, para dentro de sí: «Tanta gente como estás matando bandido!») Castells siguió, en su típico lenguaje: –Siempre aparece un «congo loco» Por si acaso se revira, Periquera no da tiempo ni a tirarle «un cachito» Trasládenmelo a la cuadrilla más mala Sesenta días a sacar yana, nueve a ración corta y pérdida de la conducta

Al cumplirse los nueve días de incomunicación en la celda y a pan y agua, Luis Rivero Morejón se había reafirmado en sus propósitos. Se dijo: «tPara poca salud no quiero ninguna De que lo estén atropellando, es preferible que lo maten a uno si me dan un a€•claroa€–, a€•me quitoa€–!» Y una madrugada brumosa, débil y aterrado, tuvo que salir con la cuadrilla de los castigados La cara feroz de los escoltas, el paso fatigoso a que los llevaban; la expresión cínica de muchos de sus compañeros; la de espanto en otros; la fría hostilidad del paisaje; el fango En su cabeza giraban los hombres y los panoramas en medio de sus ideas fijas: la muerte y la fuga tla fuga yla muerte! Cuando lo metieron por la sabana aguachenta, por las tembladeras, y el frío del fango se le pegó a las ropas, comprendió que su imaginación había acertado: él no podía resistir aquello «la candela era muy brava» Y cuando tuvo que correr por los yanales, erizados de astillas, con un leño a cuestas, hostigado por los soldados, concluyó que no podía dejar para otro día la fuga, porque cada hora que pasaba le arrancaba una porción de energía que con nada iba a recobrar Mientras desprendía raíces, cruzaba sobre el fango, transportaba los troncos y recibía insultos, su cerebro en marcha fraguaba el plan de la fuga, estudiaba el paisaje, pesaba las oportunidades, economizaba fuerzas Y, cuando llegó la hora del almuerzo, ya todo lo tenía listo: comería todo lo que pudiera, y, luego, procurando hacer reserva de fuerzas, sin llamar la atención, estaría atento al tiempo, para esconderse cuando faltara poco para la retirada y poder «perderse» El soldado se daría cuenta pronto, pero ya él habría obtenido buena ventaja, y, además, la cuadrilla tendría que ser conducida al Penal y llegaría la noche


Y llegó el almuerzo, y se tragó la harina hirviendo, hasta sentir dolor Y llegó la hora, y tras de una pila de troncos se hundió en el fango y comenzó a huir Poco después, los tiros y los bárbaros insultos del soldado, mientras otro, que era paisano suyo decía: —A ese no se le puede matar tHay que cogerlovivo!a€–

Por miedo a los cocodrilos y a los millones de cangrejos dejó los pantanos y, con enorme sigilo, cuidando los ruidos, como el relojero cuida los más pequeños tornillos, salió envuelto en fango a los caminos De oscurecido, tendieron el cordón y cayó dentro de él Esperó entonces, quieto, la noche Con los ojos penetraba angustiosamente las sombras Sabía que la emboscada era la muerte por sorpresa Con un recelo inmenso llego hasta el corral, para apagar la sed que lo angustiaba, y luego se fue hasta el guayabal a pasar la noche, espiando todos los rumores humanos del viento Por el amanecer subió la Sierra, la cruzó y llegó hasta la Zona 2, cerca de Nueva Gerona Se emboscó durante el día, y, al atardecer, vio cruzar un camión lleno de soldados que iban a apostarse Pero no conocía nada de aquello y se empeñó en cruzar el puente Un viejito escolta le salió al paso y le dijo: «tAlto! tVira para atrás, muchacho!» tEstaba cogido! Por la carretera venía ya un camión como con veinte soldados y al verlo se tiraron para matarlo Pero eran tantos que no se ponían de acuerdo En aquel torbellino, Luis Rivero sólo estaba esperando la muerte Pudieron al fin, un sargento y un cabo, controlar a los soldados y se lo llevaron por la carretera, a pie, rumbo al Presidio de nuevo Sin embargo, Luis Rivero tenía que pasar aún nuevas angustias Casi al llegar al Presidio vieron venir una máquina. En ella iba elteniente Máximo Gómez Jorge, Jefe de la Compañía Provisional del Presidio y hombre implacable. Se acercó a la pareja y, sin mirar casi al fugado, le dijo, sin más preámbulo: —Métanlo por ahí y mátenlo tpara que aprenda a fugarse!. La pareja retrocedió con el preso, escogiendo el lugar para matar al prófugo y este, ante la nueva situación, iba ya estudiando la manera de escapar de ella En la primera curva de la carretera, el cabo le dijo, palanqueando el rifle: —tPárate ahí! Mas el otro argumentó enseguida, con cierto pudor: —No, no, vamos a matarlo allá dentro pa‘la manigua Y lo llevaron por la carretera hasta frente al mogote llamado la Loma del Polaco, donde había en la cerca una especie de portadita Cuando le dijeron: «tAbre la puerta y entra por ahí!», con rapidez vertiginosa estudió el paisaje tComo a dos cordeles de la cerca estaba la esperanza de un montecito! tSi cruzaba el espacio se podía salvar Y abrió la puerta, ty antes de que la pareja lo pudiera evitar, arrancó en una carrera desesperada, loca, en zigzag, mientras los disparos le sonaban por la espalda Cuando lleg6 al montecito, una nube le pasó por los ojos tEstaba herido de bala de Springfield! tPero no podía vacilar! tLos soldados lo perseguían! tConservó aún serenidad y, buscando una alcantarilla, se situó a la espalda de sus perseguidores y cruzó de nuevo para los terrenos del Presidio! tHabía comprendido que eraimposible huir! Que había que buscar, como única salvación, el milagro dentro del mismo Presidio. Se refrescó los golpes y limpió con agua la herida tLa fiebre lo iba acechando! tEl hambre! tLa sed! tIba a morir dentro del monte! como un perro jíbaro Entonces recordó que era amigo de un escolta de la Granja y cansado ya de luchar por la vida, se le presentó, dispuesto a morir. Su doble fuga había causado sensación; su aspecto miserable, su herida, compadecieron al escolta y lo llevó a la presencia de Castells Este supo que nosotros ya estábamos enterados del episodio y que estábamos pendientes de la vida del hombre en el Hospital no hubo otro remedio que conservarlo vivo Y fue inútil que le enviáramos dulces y tabacos. Sus «compañeros» Lugo y Próspero se los cogieron todos Si Luis Rivero fuera un barbero parlanchín. tQué pocos colegas suyos tendrían tanta cosa interesante que contar! Pero él apenas habla. Casi mudo lo dejaron sus recuerdos


Las pupilas*
tLas pupilas avanzan sobre el espectador crecen, crecen crecen se agigantan ocupan toda la pantalla los ojos enormes! No hay más claridad que la que se desprende de ellas tY en una superposición consecutiva de imágenes, sobre los ojos dilatados, convertidos a su vez en pantalla, se abre el escenario bárbaro y el cruel y angustioso episodio comienza a desarrollarse! Charcas de fango negro, cubiertas a trechos por costras delamas verdosas, fermento de las pudriciones Palmas jatas, urdimbre de las yanas, pujanza, espléndida y verdecida de los manglares tA lo lejos, un guanabá gris desliza su velo majestuoso! Comienza a oírse un rumor creciente. De vez en cuando, gritos indescifrables también se escuchan tSe ve avanzar la fila! Es un plaf plaf precipitado, casi de fuga, el que traen los hombres saltando sobre el lodo tembloroso y traidor Traen sobre los hombros leños inmensos, de corteza áspera La sangre les brota a cada movimiento y se les mezcla con un agrio sudor interminable El chapoteo en el fango les salpica por todos lados tTambién el fango se les mezcla con el sudor y la sangre! Los leños son enormes e irregulares tAlgunos, como hormigas humanas, llevan una carga mayor que ellos mismos! La fila se prolonga Un negro poderoso trae él solo una gigante raíz de yana tLos primeros, los más potentes, humillan las glorias de Caupolicán! tMuchos llevan ya meses cargando leños grávidos, sin que les tiemblen las rodillas, domesticadas por el hambre y el terror! tAl soldado a veces esto le da tanta rabia como la debilidad de los hombres y, furioso, como el niño malcriado que desbarata un juguete para saber por qué suena, de un balazo en el cráneo acaba con aquel inverosímil dinamo de energía!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. XLVI. Ed. cit., pp. 493-6.

tPero la fila es terrible al final! Los primeroshombres, los fuertes, soplan, rugen al respirar, como atletas cansados con un vaivén de oleaje en los brillantes músculos del estómago; los últimos hipan, sollozan, tienen espasmos agónicos en el alentar desesperado La fila entera, desde la cabeza a la cola, es una canción del esfuerzo que muere tQue muere asesinado! No se oye una voz tNo se oye más que la queja de los pulmones! Al fondo, de pronto, irónica, sarcástica, cruel, casi divertida, se escucha la cantinela de la muerte Es el cabo que se dispone a hacer algo. tResbala resbala resbala y se levanta! Resbala resbala resbala tCae y se levanta! Resbala Resbala Cae tY no se levanta más! tAlgunos, los que aún están fuertes, sonríen con el bestial y humano egoísmo del que no ha de morir tan pronto! Pero al fondo de la fila se ha entablado la más angustiosa de las competencias que ha habido nunca Los hombres se disputan el último lugar tY al que se quede en él definitivamente, la muerte lo alcanzará por la espalda! tLos troncos les aplastan los hombros y se hunden en el fango, pero ni Jesús Andreu ni Daniel Pérez Díaz flaquean! tDetrás, gozando con el espectáculo, como quien ve el final de una carrera de cien metros, el escolta trata de seleccionar para quién será la bala que tiene en el directo! tDaniel Pérez tiene las piernas destrozadas; ya las uñas, a punto de desprendérsele, le encharcan de sangre y agua elzapato roto! tPero es joven y tiene un furioso deseo de vivir! Jesús Andreu sabe que está castigado, que puede prolongar la vida un día más si consigue pasar a su compañero tSi logra que la bala sea para este! tCada uno, en la desesperación de vivir, se hace cómplice secreto del asesinato del otro! tLa competencia macabra se prolonga, interminable, como un hilo desenrollado de un carretel! tPero el hilo se acaba y suena el disparo! La fila entera, como si fuera un caballo que recibiera un latigazo, da un arranque eléctrico, se hace más ágil tLos leños les pesan menos a los hombres!


Los dos hombres del fondo de la fila sintieron en la misma milésima de segundo el impulso intuitivo de acelerar el paso en un esfuerzo extrahumano tPero sólo uno se dio cuenta de que no caía, de que volaba por sobre las charcas, como si comenzara a trabajar! tUna alegría indescriptible lo invadió! Pero para convencerse de que no estaba muerto, lanzó una relampagueante mirada de refilón tEl otro estaba en el fango, con el cráneo destrozado! tLuego, el cabo Canals quiso obligar «a la cañona» a Tomeguín y a Sandalio a que cargaran el cadáver hasta la palmita de los muertos, de los fugados! Las pupilas se disuelven en la pantalla y Daniel Pérez Díaz, el 13 876, está hablando conmigo tPodría estar muerto! tEn sus ojos, iluminados por el terror retrospectivo, he reproducido la escena mucho mejor que con suspalabras inolvidables! Él no sabe que yo tengo tres de sus angustiadas cartas al médico del Penal, doctor Francisco Santiesteban, suplicándole que intercediera por él. En una, al final, le hace un desesperado llamamiento en unas conmovedoras líneas que acaso, para comprender en toda su intensidad sencilla, es necesario haber estado en el Presidio. Le dice:
Se me olvidaba decirle, que yo fui el que le dije adiós desde lejos el domingo. Vi a su niño, tqué gracioso está y qué lindo! tQue Dios lo guarde! También lo vi el día de Viernes Santo por la mañana, iba en los brazos de su aya

tSi alguien pudiera comprender, pudiera «ver» esto!

tEl grito! *
tEl padre oía el grito! tQuinientos hombres de la circular también lo oían! tY todos tenían agua para darle al sediento y no se la podían dar! —tPapá, que me muero de sed! tEl pobre también tenía agua que darle! tCon sólo las lágrimas que le brotaban de los ojos le habrían calmado la sed al hijo! —tPapá, que me muero de sed! tEl grito, como un pájaro herido, huía desde lo alto, desde las celdas asesinas del sexto piso, y se desplomaba contra el patio de la circular! tCon el estremecimiento del padre anciano, toda la circular número uno temblaba! tY el pobre viejo ni al grito podía responder!
* Presidio Modelo. Octava parte. Cap. XLVIII. Ed. cit., pp. 500-2.

tLa esperanza, la estúpida y cruel esperanza, la cómplice más vil de los asesinos! tLaesperanza, responsable única de que tanto hombre contuviera sus ansias vengadoras! tSi no llega a ser por ella, por su traición, cuánta puñalada merecida no se hubiera dado en el Presidio por centenares de hombres que esperaron, para convencerse de la fatalidad de su sentencia, a que la muerte se la notificara! tEscolástico Kindelán! sPor qué no acabaste a puñaladas con los que te impedían llegar hasta arriba? sPor qué no mataste a Durán después que murió tu hijo? tPrimero fue la esperanza, la gran prostituta de los deseos! tDespués, el abatimiento, ese afeminamiento de la voluntad! tY tu hijo se murió de sed! tLo mataron de sed! El pobre muchacho se tomó primero, como todos, poco a poco, economizándola, el agua que se asienta en la taza del inodoro de la celda Después, le cortaron el paso del agua y la sed lo


angustió tQuién sabe qué esfuerzo no hizo para evitar la desesperación! tPara que el padre no se desesperara también! tPero no pudo más y gritó! —tPapá que me muero de sed! tGritó con la desesperación del que se muere, con la angustia del que lucha porque siente el tantálico tormento de oír correr el agua en la celda vecina y no poder tomarla! Dicen que aquel día, el padre pidió permiso para quedarse en la circular, para estar más cerca de la agonía del hijo, y no se lo concedieron Y por la tarde, a las tres, los asesinos entraron en la celda: tAmado Kindelán Sánchez, el 12 506,con la horrible lengua fuera, lamía, muerto, la cruel sequedad del piso! tDel piso que tantas otras inútiles veces había estado tan húmedo! sQué cosa le haría a Durán, el «mayor» Durán, que también lo fue de nosotros, y que era tan insignificante, para que este optase por tan terrible castigo? tPero qué fantasía tengo yo! sDe qué vale, entonces, el certificado médico del íntegro doctor Santiesteban? sFue de edema de los pulmones de lo que murió Amado Kindelán, el 7 de marzo de 1929?

Un antropófago*
Por las laderas de La Guinea, la loma mayor de la Sierra de Caballos, al fondo del Presidio Modelo, bajábamos nosotros y frenábamos el impulso de la rápida pendiente agarrándonos de los troncos de los ceibones y de las matas de plátano. Ya casi al llegar abajo, un negro joven y sonriente, un típico negro de Santiago de Cuba, nos salió al camino. Venía de retirada de su trabajo, de limpiar los platanales, y, por ir hablando algo, al paso le pregunté que si había estado en La Yana. Se sonrió más aún —la sonrisa era su costumbre, parece— y dijo: —tUna vez el cabo Quintero me llevó el sombrero de un balazo! tPor suerte, al segundo tiro se le escasquilló el rifle y ese mismo día me dejé caer un leño en el pie para no tener que volver al día siguiente! Pero yo estuve dos veces tUna vez vi cuando, a José de la Cruz, el cabo Claudino García le hizo comerse su porquería! tLe puso entonces el pie en el pescuezo y lerestregó en ella la cabeza! tAl día siguiente lo mataron! tY otro, que no me acuerdo, lo hizo pasar con un renuevo de mangle, de parte a parte, y como un macho asado así lo trajieron desde la ciénaga!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. XLIX. Ed. cit., pp. 503-5.

tY Pedro Ríos, el 11 827, me lo contaba todo, sonriendo, como si lo pasado no despertara en su imaginación insensible ningún estremecimiento trágico (tAcaso, acostumbrado a la bárbara realidad de la vida, pensaba con ironía cruel que nada devolvería ya la vida a aquellos infelices y que la protesta y la acusación serían cosas inútiles!) Pero Pedro Ríos vio más y le sucedieron más cosas. Vio cuando a Jíquima, el negro de Victoria de las Tunas, por pedir agua dos veces, el cabo Quintero, como en un tormento medieval, le llenó el vientre hasta ponérselo tenso, igual que un tambor, y se le subió encima, pisoteándole el estómago tLe dio un baño de María botaba el agua sucia! dice Ríos tMas, a Pedro Ríos aún tenían que sucederle cosas más extraordinarias que la vulgaridad de que una bala le llevara el sombrero! Y cuenta, siempre sonriendo: —tAl día siguiente a lo de Jíquima, a Raulito (Raúl González Aguilera, 13 621), un muchacho blanco, joven, se le ocurrió botar un pedacito de pan! El cabo lo vio y le dijo: —El pan es bendito No se bota —Nosotros estábamos comiendo allí, en el descanso. tSonó el tiro y Raulito se dobló! Tenía unhoyo así en la cabeza tTodos los sesos se le botaron! tEntonces el cabo hizo que yo y otro muchacho recogiéramos los sesos y se los echáramos dentro del hueco de la cabeza!


Los recogimos, así, como pone uno las manos juntas para tomar agua tPues igual! tY cuando acabamos me fui a limpiar las manos, aunque fuera en el agua sucia, para seguir comiendo! Pero el cabo me dijo: —tQué! sTienes asco? tVamos! tCómete el pan, negrito! tCómete el pan! —tY me tuve que comer el pan embarrado con la sangre y con los sesos de Raulito!

El negro Arroz Amarillo*
Mientras La Rosa afeita a uno, yo escucho los cuentos que no se olvidan El del pobre negro Arroz Amarillo; el de la muerte de el Imperial, que era un niño que era un chiquillo para todas sus cosas y que la Comisión lo metió en una celda por la tarde y por la noche se ahorcó Y aquel cuento tan doloroso del infeliz que castigaron a morir de hambre, y que gritaba: «tAy mi madre! tAy mis hijos! tDenme qué comer que me muero de hambre!» tY el pobre, como a los quince días de castigo, cuando ya no podía ni tenerse en pie, le levantaron la pena y lo sacaron a trabajar dentro del cordón y allí, sobre la yerba menuda, se cayó muerto, apenas le dio el primer rayo de sol! La Rosa, cuando fue barbero de la cuadrilla de los castigados, presenció espectáculos inauditos. Nunca podrá él olvidar al cabo Quintero, el que mató al pobre negro ArrozAmarillo ni a José Ramón, ni a Barcos, ni al Indio, ni a Albertico, ni al haitiano Clark, el feroz capataz tLo que él vio aquel día nunca se puede olvidar!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. L. Ed. cit., pp. 506-8.

Desde entonces le habían puesto a aquel negro Arroz Amarillo desde la vez en que, hostigado por el hambre, se le ocurrió llevar «refuerzo» al trabajo, y se llenó los bolsillos del arroz amarillo que daba el penal, para comérselo a puñados en las horas de mayor agotamiento tY era un negro simpático! sPor qué sus compañeros le hicieron aquella «maraña» y «asisañaron» al cabo para que lo matara? Siempre hubo en las cuadrillas de los castigados alguno que, para rehuir la muerte o el rigor implacable del trabajo, descendiendo a cobardías y bajezas increíbles, fraternizaron con los escoltas que asesinaban a sus compañeros. En su complacencia, ellos mismos se encargaban de buscarles víctimas a los tiradores «expertos» Y procuraban escogerlas entre aquellos que no eran sus amigos, que tenían que ser sus enemigos, porque no podían estar de acuerdo con la lóbrega oscuridad de sus almas Arroz Amarillo fue una de estas víctimas. Por sabe Dios qué razones, habían indispuesto al cabo Quintero con el negro, que era un buen trabajador, y esa vez le empezaron a llenar la tina de fango hasta un punto que ni el mismo Hércules hubiera podido realizar el trabajo Pero Arroz Amarillo sabía que la vida le iba enpoder terminar aquel día el trabajo, y los esfuerzos que hacía para sobrellevar el peso enorme eran extraordinarios Sobre la cabeza, sobre los hombros, llegó a sustentar una verdadera pirámide de fango tLa tina que apenas si podían izar hasta sus hombros entre los cuatro traidores envilecidos, la tenía él que llevar, porque la vida le iba en ello! Pero ya las piernas le temblaban como si hubiera frío, y a cada nuevo viaje sus fuerzas disminuían y los «compañeros» le aumentaban la carga inmunda La Rosa no se pudo contener y le dijo a Quintero: —Cabo, tese compañero no puede más! —tCállese la boca, porque a usted mismo lo matamos aquí! —Cabo tA ese hombre lo han matado! Y el pobre Arroz Amarillo vencido, más que por el peso por la crueldad infinita, había caído en el fango, flácido, ya con el deseo de la muerte Y le pusieron encima la tina, y la llenaron de fango, y los cuatro «compañeros», José Ramón, Baracoa, el Indio y Albertico, mandados por el cabo, se le pararon encima


Y se fue hundiendo en el fango negro En el fango que se mezcló con toda la porquería verdosa que le salía de la boca en los estertores de la agonía Así murió el pobre negro Arroz Amarillo. Y La Rosa, que no olvida aquel momento terrible, mientras continúa afeitando a un compañero, me dice: —Oh, ni en quince días Todavía le dicen a usted y no le dicen todo lo que pasó aquí

La mordaza*
Cuando yo la vi, ninguna conmociónme sobrecogió. Era de cuero, fuerte, con una hebilla de hierro para cerrarla por la nuca, y por el frente, a la altura de la boca, formada por varias capas superpuestas, tenía una especie de tacón que obligaba a la lengua a retroceder, atropellada, contra la glotis, produciendo una asfixia lenta y desesperante. En esta pieza se notaban, con toda claridad, dos cosas espeluznantes: los dientes de los amordazados se habían clavado con tanta rabia en el cuero que su huella persistía indeleble a pesar del tiempo; parecían las marcas de los pasos que deja un hombre al marchar por un camino reblandecido por la lluvia Pero todavía era capaz de producir una emoción más violenta el contemplar las huellas de la sangre, de las convulsiones agónicas, con un color ya casi negro, sobre el sucio carmelita del cuero, semejantes a borrones de tinta sobre papeles viejos Y, sin embargo, ninguna conmoción me sobrecogió Ni porque el escenario donde la examiné era el más propicio a las funestas evocaciones, ya que fue en la casa del capitán Castells; en su mismo cuarto, en donde tantas cosas macabras se planearon. Es más, la mordaza la sacaron de la propia mesa de trabajo del Capitán para enseñármela tY ninguna conmoción me sobrecogió!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. LI. Ed. cit., pp. 509-13.

Pero más tarde, descansando en mi cuarto, tirado sobre la cama, con la cabeza calenturienta por la búsqueda de tanto dato trágico, a plenaluz, a pleno día, me ocurrió algo de lo más extraordinario que jamás me haya pasado: ttuve un sueño despierto! Yo, que sólo recuerdo haber tenido un sueño en mi vida, allá en la infancia, he sido propenso, por el contrario, a crear extrañas fantasías y singulares elucubraciones en la hora preliminar del dormir. Pero siempre lo he atribuido a una imaginación inquieta, estimulada por las lecturas o por los sucesos. Esta vez, no obstante, no se trataba de nada de eso. Simplemente, estaba descansando, sin deseos ningunos de dormir, con conciencia plena de mí. Fue de pronto que me puse a pensar en la mordaza, en los dientes clavados en ella y en la sangre, ennegrecida por el tiempo. Me sucedió entonces que adquirí la convicción absoluta de que quien estaba pensando no era yo, sino otro yo que no era yo mismo Algo muy raro, lo comprendo, pero absolutamente cierto. Y vino lo inaudito: primero pensé en la mordaza -es decir, pensaba el otro yo que no era yoenseguida, en los dientes clavados en ella y en la sangre tE inmediatamente después los dientes se adhirieron a sus maxilares, los maxilares se completaron en las cabezas y las cabezas en las figuras de los presidiarios martirizados! tY todo aquel conjunto aterrador, se puso a gesticular, primero, a aullar después, a quejarse con sobrehumanos gemidos, con desgarradores lamentos y dirigidos todos a mí, amontonados sobre mis ojos dilatados, unos me imploraban venganza, otros meincrepaban por mi silencio; aquellos me suplicaban un recuerdo para la madre lejana y otros lloraban sobre mis ojos lágrimas ardientes de cólera, de pena, de pavor, de angustia! Es inenarrable, verdaderamente. tDe pronto alguna cara se destacaba del conjunto y se aproximaba a mis pupilas y en ellas lanzaba un grito agudo, un chillido de pánico, y se alejaba! tOtras veces, aunque era completamente de día, la oscuridad de la noche rodeaba los contornos, y los ojos fosforescentes de un preso taladraban los míos en una súplica aterrada!

tY una vez, de una de aquellas bocas convulsas, por las comisuras de los labios, fluyó la sangre, hirviente y lenta, y me rodó por la cara como una lágrima incendiada! Sumido en el singular estado que he descrito, observaba con atención, pero sin emocionarme de modo extraordinario, la crisis violenta que el espectáculo provocaba en el otro yo que no era yo mismo, y esperaba que todo acabaría pronto, cuando ocurrió algo más fantástico aún. Ocurrió una regresión; mejor pudiera decir, una fragmentación del grupo. Todos se callaron y uno solo se puso frente a mis ojos, mientras los demás me miraban con ojos severos, llenos de una tristeza indescriptible. Y el que estaba frente a mis ojos comenzó a agitarse en convulsiones terribles, y a tomar su rostro espantosas figuraciones del dolor. En su cara el miedo vibraba como un grito. Y todo el cuerpo le temblaba con estremecimientos como de la fiebre.La mordaza tapaba su boca y la angustia de la asfixia contraía su rostro e hinchaba las grandes venas del cuello hasta ponerlas tensas y moradas, como gajos de arbustos tPor los bordes de la mordaza, gritos estrangulados borbotaban, y con un babeo asqueroso, espumoso de saliva y de sangre, se le escapaban fragmentos de súplicas y maldiciones! tUn hombre se fue sustituyendo por otro: caras negras que se ponían verdosas, violetas, rojo profundo; caras mulatas que se ponían pálidas, lívidas y caras blancas, amarillas por la anemia, que en un esfuerzo desesperado adquirían un rosado de enfermedad! tY ojos, eternos ojos de angustia, inflamados por el esfuerzo, rojos por el llanto o la cólera, dilatados por el terror! tGritos ahogados por las mordazas, insultos abortados en la lengua estrujada por el cuerpo, sangre saltada de las encías por la rabiosa presión de los dientes sobre el taco! tEl grupo todo se agitó con estremecimiento aún más terrible cuando la evocación vino a completarse ante mis ojos, que comenzaron a ser los míos! Los «mayores», los repulsivos «mandantes» surgieron de las mismas bocas babeantes de los martirizados, cobraron vida real, se perfilaron sus figuras y sus rostros bestiales, y vi a Badell, a Domingo el Isleño, a Gómez Montero, a Durán, Oropesa, Cabodevilla, Chilango Morales, Walfrido y toda la siniestra cohorte de asesinos, acercarse a los presidiarios atormentados, tirárseles al cuello,estrangularlos, golpearlos brutalmente, arrojarlos contra las paredes y los pisos, mientras los infelices sangraban, impotentes para defenderse ni gritar siquiera Al fin, una convulsión profunda me conmovió y di un salto en la cama Como ratas huyeron los asesinos, pero ante mis ojos persistió la imagen de los infelices atormentados con los rostros más conmovedores que nunca, más imploradores también de venganza Y se esfumaron poco a poco, como si se alejaran, y sus quejidos se fueron diluyendo en el silencio pensativo de mi imaginación atormentada. Los recuerdo bien. Su aparición fue para mí como un mandato de mí mismo, y haré que la ignominia caiga sobre los asesinos. Es todo cuanto yo puedo hacer.

OTROS CUENTOS


La única hazaña del médico rural *
El pueblecito de Omaha, aparte de un parecido casi perfecto con los villorrios del Oeste americano que el cine nos ha dado a conocer, es exactamente igual a todos los pueblos de Oriente, de Cuba y, supongo yo, a todos los pueblos pequeños del mundo. Su parecido con los villorrios que en el cine constituyen los teatros de las estupendas hazañas de Tom Mix, Buck Jones, Elmo Lincoln, William Hurt y otros, depende probablemente de dos causas. La primera, a las condiciones del terreno que se extiende en dilatada llanura por los cuatro puntos del horizonte, dando ello motivo al fomento del ganado. Es esta, sin disputa, la parte de Cuba en que hay más caballos, en donde son más briosos, ypor consecuencia natural, donde los jinetes son más diestros y arrojados. Y, la segunda, porque en años pasados, no muchos, hubo de establecerse en él una pequeña colonia americana que dedicó sus actividades al cultivo de frutas, especialmente al de toronjas y naranjas. Esta colonia desapareció cuando la Chambelona ofreció una oportunidad a toda clase de bandidos para destrozar por gusto y para apoderarse de lo ajeno. Los plantíos fueron arrasados, y muy pronto los espléndidos naranjales fueron ahogados por el constante crecimiento de bejucos y hierbas a los que ninguna mano amiga trató de extirpar. El pueblo de Omaha quizás hubiese desaparecido en aquella época junto con los americanos que lo fundaron, si no se desarrolla, como se desarrolló, el negocio de la explotación de maderas recias de las que eran, y son, muy ricos los inmensos territorios que cubren los bosques casi vírgenes de la región.
* Escrito en 1923, parece ser el texto narrativo más antiguo de Pablo de la Torriente que se conserva. (N. del E.)

El pueblo no ofrece nada de particular aparte de esto. Posee una anchísima calle central, en la que, los domingos y días de fiestas, los jóvenes del pueblo, que sueñan lo mismo o más que los jóvenes de la ciudad, montados en sus briosos corceles, con enormes revólveres al cinto, sombrero tejano, camisas a cuadros y polainas enormes con relucientes adornos plateados, lanzan sus caballos en carrera desenfrenada, dejan, comoal descuido, caer el tejano, y haciendo maniobrar hábilmente a la bestia, viran rápidamente y a galope tendido recogen el sombrero del suelo. Después hacen apuestas y más tarde, cuando están reunidos tres o cuatro jinetes acordando cualquier plan o acordando ninguno, un gracioso saca su revólver y lo dispara al aire: los caballos, de suyo majaderos, relinchan, se encabritan, corcovean, y por fin se desbocan, todo lo cual regocija a los jinetes porque se les presenta oportunidad de lucir sus habilidades, y dominando por fin al caballo queda demostrado una vez más que el hombre es el rey de los animales. Con estas hazañas los jinetes se consideran superiores a Tom Mix. Esta misma juventud, por la noche va a cualquiera de las dos fondas que hay en el pueblo y allí, en oculto rincón, pierde o gana cincuenta, cien o doscientos pesos al póker. El pueblo contaba con los servicios de un barbero charlatán; de un boticario flaco y ladrón; de un médico en combinación con el boticario; de cuatro o cinco bodegueros que le sacaban el jugo hasta a un hueso de jamón abandonado por un perro; de dos fondas sucias; de una estación terminal; de una iglesia Bautista; de un par de talleres de aserrar maderas y de algún otro comercio. Las muchachas son casi tan raras como lo son los tranvías limpios que hay en La Habana. En este preámbulo, ya demasiado largo, he hecho indirecta mención de los dos protagonistas de este drama que narro y ello me ha traído,como de la mano, a entrar de nuevo en el asunto. He aquí los protagonistas: el médico y el dueño de uno de los aserríos. El médico era un hombre alto, bien conformado, aunque algo grueso, y de bellas facciones en las que se podía notar algo así como afeminamiento, o si se quiere, aspecto aniñado. Hacía poco tiempo que dejara las aulas universitarias y era, por tanto, joven. Era casado con una muchacha de la alta sociedad, a la que también él pertenecía. Vivía solo en el pueblo. Hablando imparcialmente, el físico de él podía impresionar a cualquier mujer.


La parte moral era un desastre. Dejando a un lado que pronto se comprendía que era necio, bruto, ignorante e impertinente, nuestro médico, llamémosle Eduardo, poseía estas magníficas cualidades: el vicio del juego lo dominaba, el ron era su amigo con frecuencia y era tan explotador de los pobres como atrevido y cobarde. Ganaba una barbaridad de dinero, porque siendo el único médico que había, de todos los contornos le llegaban enfermos a los que cobraba exageradamente la consulta, de la que siempre se derivaba una porción de recetas en las que iba al partir con el boticario. Pero era su cobardía lo que resaltaba sobre todas sus demás brillantes cualidades. En un pueblo como aquel, en que flotaba un ambiente de valor de película y el que no hubiese hecho algo no era bien mirado, la cobardía del médico pronto se hizo notar, brindando una oportunidad de distracción a los jóvenes que notenían otra que hacer piruetas a caballo o perder y ganar al póker. Le hicieron maldades que degeneraron en escenas comiquísimas. Una vez, cuando estaba jugando en la fonda, entraron en su cuarto y le dejaron un papel amenazándolo de muerte para esa noche a las doce. Volvió corriendo a la fonda, en donde ya estaban los bromistas autores de la amenaza, y tembloroso les dio a leer el papel. Armados de pavorosos revólveres y poniendo las caras como si se tratase de algo tremendo, lo acompañaron a su habitación, poniendo guardia en todas las puertas. Allí pasaron la noche tomando a costillas del médico, no sin dejar de ponerlo en sobresalto a cada momento con ruidos hechos adrede o con ficticias amenazas de retirada. Otro episodio, el que voy a relatar, lo consagró. Un día, con mucha cautela le sacaron las balas del revólver y le sustituyeron el plomo y la pólvora por arena y cartón. Cuando llegó la noche, y después de terminar el juego, el médico, que había ganado un buen chorro de pesos, se retiró con mil precauciones, y después de cerrar bien puertas y ventanas, se acostó dejando el arma sobre la mesa de noche. Pasada una media hora, empezó a sentir unos ruidos extraños, que le alejaron el sueño por completo. Cesaron. Más tarde recomenzaron y después volvieron a cesar. El susto estaba preparado magistralmente. El terror del médico aumentaba por momentos y de buena gana hubiera gritado si algo no le apretase la garganta. Se habíasentado en la cama y con los ojos desmesuradamente abiertos miraba a todos lados a un tiempo. Veía en las sombras, como un gato. El corazón, latiendo apresurado, lanzaba la sangre a la cabeza por torrentes que le producían el efecto de martillazos dados por un carpintero, diminuto, pero fuerte, que moraba en su cerebro. Las manos, por el contrario, estaban heladas y sudorosas. Malamente sostenían el revólver. De pronto, después de un prolongado y angustioso silencio, sintió el ruido de pasos que inúltilmente se tratan de amortiguar cuando se dan sobre maderas que ceden al peso. Los pasos cesaron en la puerta de su cuarto y sintió, presa de un espanto sin límites, un breve y apagado rumor de voces Luego, una llave introducida en la cerradura abrió la puerta lentamente, produciendo un chillido débil pero continuo que crispó los nervios del médico, el que al ver penetrar en el cuarto a tres enmascarados, en un supremo esfuerzo apretó el gatillo, una, dos, tres, hasta las seis veces, sin que naturalmente saliese bala alguna. Creyendo ver en cada enmascarado un asesino, se arrodilló suplicante en la cama y balbuceando, como cualquier niño que se ha portado mal, pidió perdón y dijo que no lo volvería a hacer. Esto sin que nadie le dijese que había hecho algo malo. Los enmascarados, enmascarando también la voz, y a punto de soltar las carcajadas, le exigieron que se ensuciase en la cama si quería salvar la vida; pero la orden era ya inútil,porque el hombre hacía rato que lo había hecho, como así lo expresó. El dueño del aserrío, hombre joven, y que no ofrecía nada de particular para nadie, era por el contrario y como sirviendo de anverso a la medalla que forman los dos protagonistas, un hombre que presumía y era valiente. Las hazañas de él eran inversas a las del médico. Se había entrado a tiros con dos o tres poco menos que por gusto; los caballos más indómitos eran mansos corderos bajo el arco de sus piernas; perdía generosamente el dinero y lo recogía con desdén cuando ganaba; su pulso era infalible y el vino y el ron eran para él agua pura y


cristalina. En resumen, un cowboy pendenciero y valiente. Había sido el jefe de todas las maldades al médico y lo despreciaba cordialmente, como sucede siempre entre un valiente y un cobarde. Era rico y se casó con una muchacha bonita con la que estaba metido de verdad. Como ya dije, las diversiones del pueblo se reducían al juego, los caballos y las maldades al médico. El programa no era muy variado, pero lo alternaban sabiamente. Estaba de turno el cobardón. La oportunidad se presentó una noche en que no fue a jugar, y allí, a medianoche, el dueño del aserrío propuso esta maldad: lo irían a buscar y lo obligarían a batirse, de mentira por supuesto, con él, que estaría debidamente disfrazado. La broma agradó y allá se fueron todos, penetrando en la habitación del médico tocando antes, no fuera cosa de que disparase en sunerviosidad. Pero al entrar no encontraron a nadie y con verdadero sentimiento se retiraron, pensando que habría salido a hacer alguna visita en el campo. Después de hablar de cosas vanas un corto rato, los expedicionarios se retiraron a sus respectivas casas. El dueño del aserrío se retiró también a su casa, que estaba cerca de la del médico, sin pensar en nada, como les sucede muchas veces a los hombres que no tienen preocupación alguna. Como era ya algo tarde, aunque no tanto como la hora en que solía retirarse, por miedo a despertar a su mujer entró de puntillas, y tratando de hacer el menor ruido llegó hasta la puerta de su cuarto. Pero la puerta estaba cerrada y llegó hasta sus oídos «un concierto de besos y suspiros». Sintió cómo invadían las sombras de la tempestad su cerebro, y de pronto brotó de esas sombras el relámpago con su luz intensa y siniestra: la verdad se ofreció ante sus ojos. Pero la luz del relámpago es lívida, es luz de muerte. En el cerebro de aquel hombre se desató la tormenta que vino a acrecer los impulsos de un amante corazón. Ya aquella vida estaba deshecha. Abrió la puerta con su llave, con impulso de autómata y la repugnante visión se presentó a su vista extraviada: el médico, aquel cobarde y su mujer, aquella pérfida, desnudos, impetuosos, delirantes, sobre su lecho nupcial; haciendo una vida apócrifa, deshacían otra. El aserrador estaba inmóvil. Sentía en la cabeza un mundo. Sus pies los sentía apoyarseen el vacío. Su mirada relampagueaba en la sombra. No lo habían visto. Cuando el combate cesó y los dos cuerpos, flácidos, desmayados, se tendieron uno al lado del otro, el aserrador soltó una aguda carcajada y aplaudió rabiosamente. Estaba loco. Habana 11/3/923

Diálogo en el mesón*
Cuando terminó la violenta polémica, en el mismo vestíbulo los dos encapotados se citaron para un mesón de las afueras. Y cada uno por distinto camino, bajo los portales en sombra, acudieron puntuales al mesón. Ya los ánimos se conoce que desde antiguo venían agriándose, porque el caballero que había llegado primero, en un rancio gallego del siglo XV, apostrofó con cierto aire insolente al otro: —sPues qué pretendéis de mí? Harto he sufrido ya y no estoy dispuesto a tolerar más imprudencias. Hoy habéis visto cómo mi defensor, el Muy Ilustre Catedrático don Juan de Álvarez y Sotomayor, ha probado hasta la saciedad que yo soy Cristóbal Colón, el verdadero Descubridor de las Indias, Gran Almirante. Y que soy gallego. Gallego hasta la médula de los huesos. sOís bien? Sí, gallego, gallego de Pontevedra, que es donde más gallego se puede ser. Y no quiero que oséis molestarme más, porque no respondo de mí Idos a vuestra Génova usurera, que no quiero veros más en mi camino Y ya se iba, con un aire de arrogancia insoportable, cuando el caballero genovés, con cierto aire zumbón, le cortó el paso:

—Aguardad, señor don Cristóbal, que aún tenemos más quearreglar. No vamos a repartirnos la gloria gratuitamente, así así, porque vos queráis. La gloria también vale dinero —Eso será para vos, que no sois más que un menguado mercader —Pero escuchad, señor don Cristóbal. sPor ventura creéis que sea cierto cuanto ha dicho ese viejo y furioso catedrático? Despertad de ese sueño, que ya es hora. A ver, decidme. sHa dicho ese viejo en qué casa nacisteis? sY se concibe acaso que un español no pueda decir «aquí nací yo, y mi padre y mi abuelo, y mi quinto tatarabuelo»? tContestad, contestad, señor Descubridor! —Vaya, estáis chistoso para el paso, señor genovés. Guardad ese bolso de escudos de oro y dejadme en paz El caballero genovés toma con apresuramiento los escudos, pero acude a detener al caballero español. —Oh, no os vayáis aún. Recordad que si vos sois español e hidalgo, yo soy de Génova y mercader. sCómo vamos a partir por tan bajo precio la gloria del Descubrimiento? —sCómo? sTodavía osáis más, malandrín? Acaso no tenéis bastante con haberme injuriado al recordar mi humilde y desconocida cuna? Tened cuidado, no olvidéis que soy español y no consiento afrentas, tvive Dios! —y diciendo esto se embozó en la manta y fue a partir. Pero el genovés se atrevió a detenerlo aún más y le dijo: —Pues de eso se trata, señor caballero. El demostraros que tuvisteis tan humilde cuna os costó un bolso de escudos de oro, pero otro más tenéis que darme aún. Y no me atemoricéis, porque esinútil. Vos no sois español. —sCómo, pardiez, osáis? sQue yo no soy español? —Sí, no sois español. A ver. sSi hubierais sido un auténtico español, acaso no hubierais estado en el sitio de Granada, combatiendo contra el moro, por vuestro rey y vuestro dios? Decidme. tContestadme! Ah, quedáis mudo, sverdad? En efecto, el otro caballero está humillado, tiene la cabeza baja. Se le ha descubierto la superchería, porque, en efecto, un español de entonces no tenía otro sitio que el de Granada, al lado de Isabel de Castilla, de Fernando de Aragón y Gonzalo de Córdova. —Entonces, squé cosa soy? —Vamos, dejaos de engaños: sois sólo un simple judío —respondió con desprecio el genovés. —Y, squé pretendéis? —Que me deis ahora mismo otro bolso lleno de escudos, como el anterior El otro saca el dinero y se lo da con toda humildad, humillado. El genovés lo recoge con avaricia y se retira del mesón. Apenas sale, en la pared la luz de la vela refleja la sonrisa de un perfil judío. —Qué infeliz Si era judío, scómo iba a darle buenos escudos de oro?

Casi una novelita
Cuento-película* Primer episodio
(Aparece un aula del colegio María Corominas, en La Habana, en donde se prepara para ingresar al Bachillerato y en la vida, entre sueños y estudios, un grupo delicioso de chiquillas.) (Ahora se acerca el cameraman y la misma escena se reproduce con más claridad. El aula está como a la hora del rezo, pero la señorita —hay un close-up de la señorita—hace una pregunta y toda el aula se torna un revoloteo de palomas blancas. Es que la pregunta ha sido esta: «sDónde nació Martí?») (Sigue su proceso la clase y al final se reúnen las muchachas en la azotea para descansar un rato. En grupo aparte hay tres muchachas —close-up de cada una—.


Victoria, una trigueña gentil, diminuta como una estrella de cine, que tiene una cosquilla en la mirada y un pensamiento entre los ojos, habla animadamente, y cuando el cameraman la sorprende, la comisura de sus labios han sido llevadas hacia atrás con un rictus de contrariedad aún no vencido. Seguidamente, como sobre un redoblante, repiquetea nerviosamente sobre la rodilla. Está contando algo que sucede). (Ahora hay un close-up de Carmen, maravillosa trigueña en formación que nunca sabe nada, pero que en cambio tiene tres novios y más de una docena de enamorados. Aparece con las piernas cruzadas y escucha con maligna complacencia, como quien ve cumplido un proyecto pérfido. Está en el grupo circunstancialmente y es amiga falaz de todas las compañeras y rival de todas las que tienen novios. Está con las dos muchachas porque hay una conversación confidencial; de lo contrario estaría con otras.) (Enseguida aparece Teresa, la amiga íntima de Victoria. —sPor qué cada muchacha sólo tiene una amiga íntima? Misterio. Esto no sale en la película, desde luego.— Teresa es más bien rubia, más bien alta, más bien gruesa, más bien bonita, más bien desaplicada ymás bien nada más. Tiene preferencia por las poses cinematográficas; en lugar de un tdetente! lleva una cabecita preciosa de Pierre Marmont. Los ojos verdes la atraen, la fascinan, la enloquecen, la desconflautan Una vez Pero tocan a clase. Por lo demás, ya las compañeras sabían que iba a contar lo del hombre hermoso y arrogante que vio en la Terminal, con unos ojos fulgurantes y llenos de reflejos como los de un bravo león encarcelado). Aquí termina la primera parte de la película. Se recomienda que las escenas del aula se tomen a distancia media y que se destaquen bien las figuras principales. La escena de la azotea ha de ser muy animada. Victoria ha de aparecer en ella con una simpática nerviosidad, y ha de poner de vez en cuando un mohín de disgusto en la expresión. Carmen ha de revelar una majestuosa indolencia y Teresa expresará afectuosa atención al escuchar a Victoria y un entusiasmo casi arrebatador al empezar la descripción de su héroe. Es necesario un gran derroche de luz y una corriente de aire lo bastante intensa como para permitir al espectador la contemplación de una escena agradable y estética.
* Escrito en 1925.

Ahora empieza el cuento. Todo en la película está claro. Pero, no obstante, es conveniente una explicación. Hay que descifrar la escena de la conversación de las tres protagonistas. Hela aquí: Victoria, la trigueña nerviosa y diminuta como una estrella de cine, tiene (tqué escándalo!) un novio; unchiquito precioso, según ella, y muy aceptable, según otras. Raúl —lo llamaremos Raúl para no descrubrir su verdadero patronímico— tiene buena estatura, usa sombreros con cintas a dos colores, camina con estilo; es simpático; se para en las esquinas con una gracia deliciosa; sabe pedir un beso a tiempo; y, sobre todo, se da un «aire» que es casi un «ventarrón» a Ramón Novarro; en suma, irresistible. Desde luego, que esto de irresistible no pasa de ser un decir, porque en cambio, quienes no lo pueden resistir ni en un retrato al óleo con un ligero aire de familia, son los padres de Victoria, sobre todo el papá, que en cuanto lo ve pasar, con el sombrero de medio lado, le imprime a sus dedos una agilidad más que suficiente para tocar correctísimamente la Campanella de Liszt y terminar cerrando el piano con un acorde final que pararía de su asiento al propio Ricardo Wagner. Y ya está casi descifrada la escena de la película. Cariñosos consejos de la madre; imperativas amonestaciones del padre; varias corridas por los «ends» de Raúl; lagrimitas de Victoria: he ahí el conjunto de hechos que han motivado la escena en que la protagonista se muestra contrariada. sPor qué lo está? Muy sencillo. El padre de Victoria ha tomado una resolución definitiva y no es hombre que se vuelva atrás. Victoria se va. Es decir, la embarcan. Allá en California hay un colegio para señoritas. Está entre Los Angeles y San Diego. Verdes colinas, árboles gigantescos,cataratas, ríos, lagos, sol, aire, cowboys, potros indomables, panoramas inmensos, tales son las pinceladas maravillosas que pone su mamá para aliviarle la amargura del viaje. Pero ella aún sólo piensa en él, y por eso, dándose en la rodilla dice: «tNo, no y no!» Sin embargo, spor qué Raúl no pasa hace tres días por su casa? tY no puede decir que no sabe que ella se va! Varias amiguitas se lo han dicho. sQué pasará? tSí, la había olvidado! Después de todo los hombres oh, los hombres tTodos igual! y nosotras que nos matamos para esto (Estas son reflexiones de un momento psicológico de la protagonista.) Creo que está bien explicada la actitud de Victoria en la película. Ahora veamos la de Carmen. Desde que Próspero Merimeé y George Bizet animaron a la


cigarrera sevillana con el soplo de la tragedia, todas las Carmen son temibles. Y esta de la película no es precisamente la excepción. Tiene un cuerpo admirable y una cara maravillosa. Es como un gran edificio lleno de hermosos relieves. Causa el mismo fascinador efecto de lejos que de cerca. Y maneja sus armas con prodigiosa habilidad. Destrona a sus amigas en el corazón de sus novios y juega luego con el de estos. Su figura enciende en los ojos de los hombres unas misteriosas lucecitas. Hay en su mirada luces brillantes y tenebrosas sombras; su boca dibuja sonrisas de felicidad y crueles carcajadas y hay en sus gestos indolencias de reina e impetuosidades de tigresa.Sería una gran artista si tuviera corazón. Pero tener esto es más difícil. Ella es como el Moisés de Miguel Angel. A los dos sólo les falta una cosa para ser perfectos. Al Moisés, que hable, y a ella, que sienta. sSabéis por qué sonríe complacida? Pues porque Raúl ha caído en sus redes; porque al fin el más reacio de sus conquistados se ha rendido; porque el triunfo ha sido el más penoso, pero su resultado el más favorable; porque, en fin, goza con el dolor de su rival que pronto sabrá con la rabia del que abandona la pelea sin quererlo, que su amiga se queda disfrutando del cariño de su Raúl. Esta Carmen no tendrá remedio nunca. Al fin, un don José, celoso y vengativo, hundirá, en su cuerpo oloroso y palpitante, el puñal redentor de tanta maldad. (Esta parte ha quedado muy trágica, pero, en fin, así se queda.) sY por qué Teresa escuchaba con cariñosa complacencia a su amiga? sAcaso no era doloroso lo que ella contaba? Desde luego, pero en el mundo no se resuelve nada con lamentarse. El corazón será muy útil para escribir poesías y tocar la Serenade, pero habrá que convenir en que, salvo en estos casos, sólo existía para evitar el desastre y ser el violín concertino de esa orquesta en la que son músicos eminentes los pulmones, el estómago, el hígado, los riñones, etcétera; magnos intérpretes de la sinfonía compuesta por Dios y titulada La vida. Y, además, había estos datos importantes: Teresa quería mucho a Victoria, eso es verdad y amí me consta, pero también es cierto que adoraba una «puntica» a Ramón Novarro, dos «punticas» a Lester Cunneo, tres «punticas» a Richard Barthelemus, 25 «punticas» a George O´Bren, y como sin cuenta (50) «punticas» a Pierre Marmont, y Teresa contaba con que Victoria le enviaría noticias de sus héroes, tal vez los conocería, les hablaría de ella y tquién sabe! tquién sabe!

Ahora empieza la segunda parte de la película. (Aparece en primer lugar la señora Corominas recibiendo en su despacho. Pasa Victoria con su mamá y la señora Corominas las saluda afectuosamente y besa a Victoria. —Se comprende que es una despedida.— La Directora habla a solas con la mamá de Victoria y esta sale. El cameraman la sigue. Llorosa se despide de su maestra y abraza llena de cariño a Teresa. Las dos lloran como si se tratase del final de un drama. El hombre de la cámara se acerca imprudentemente, y, cariño aparte, las protagonistas lucen muy feas llorando. Toda la clase está llorando a saltitos. —Si esto sigue así, hasta yo voy a llorar.— Aparece una vista de la bahía de La Habana. Dos trasatlánticos, grandes como camiones, echan humo sin apurarse mucho. Parecen dos sultanes orientales; el ferry de Guanabacoa chapotea como una pata orgullosa; la cámara pasa revista al puerto hasta llegar al espigón del Arsenal, en el que está anclado el «Cuba», que va a salir para Cayo Hueso (Key West). Un tumulto de pasajeros, vistas, policías y agentes de hotelesse agita en los muelles. De pronto, entre su padre y su madre, distinguimos a Victoria que viene elegantemente vestida de gris, con un ramo de flores y un pequeño maletín algo más grande que una bolsa de paseo. Aparece casi risueña y decidida. Lleva, —scómo no?— una libreta de cien páginas para escribir sus impresiones de viaje. Hay varios cientos de pies en que ella aparece vista de cerca. En una de esas partes, recostada a la borda, la brisa ligera deshoja con cuidado una de las rosas de su bouquet. Ella lo observa y compara esto con sus recuerdos que se desvanecen: amigas, amigos, parientes, todo, todo se borra, y por fin, él, el ingrato, como un buque que se hunde en el horizonte, se esfuma lentamente de su pensamiento hasta desaparecer. El buque puede retornar al puerto, pero en el puerto de su corazón sería difícil volver a penetrar. Ríe jubilosamente y lanza al mar todas las rosas como un reto valiente a sus recuerdos. Se ve el humo de la sirena por tres veces y el barco comienza a moverse con lentitud, como un gigante que despierta. Cruza los buques, cruza la Aduana, el Observatorio, el Morro, la Punta; los pañuelos se han agitado cariñosos en la Puntilla, casi cerca del barco que ahora va aprisa. La Habana queda


detrás del Morro, la cola se hunde, se pierde, y el horizonte es entonces un círculo. El «Cuba» salta sobre las olas como un ciervo juguetón. En la popa, recostada en una silla de extensión, Victoria se dejadespeinar por la brisa. A pocos pasos su padre lee un periódico, y de vez en cuando, como quien consulta un reloj, dirige una mirada a la muchacha para ver qué tal anda ese corazón. La noche, como el telón de un teatro, va cayendo rápidamente tEl Cayo! Lucecitas que brincan, que se esconden, se agrandan, se fijan. Y luego el tren galopando sobre las olas, y Victoria despacito, se va durmiendo en la plataforma del último vagón, mientras, a los dos lados, ríos de moneditas de oro, salpicadas de esmeraldas, cabrilleando, siguen precipitadamente al tren Y ahora California. Un tren horada vigurosamente una montaña enorme, aparece retador al borde de un vórtice pavoroso y se precipita como un bólido hasta el fondo de un valle; aparece sobre una cresta y vomita el humo a bocanadas, como juramentos. Una estación pequeña con un andén y una señorita vestida a cuadros: es la profesora que va a recibir a Victoria para acompañarla al colegio. El tren se aleja. Dos pañuelos se alejan hasta la traición de una curva. Cariñosamente toca en un hombro la maestra a la protagonista extática y le indica dos caballos. tPrimera sorpresa! Después de titubeos monta, ty a correr! Cerca, como a dos leguas, se divisa una serie de hermosos edificios; un río, ancho como un lago, se desliza majestuoso entre las montañas.)

Aquí termina la segunda parte de la película. Las escenas del puerto de La Habana han de ser tomadas en día de mucho movimiento. Cuando laheroína ve deshojarse su bouquet, en la mitad superior de la cinta se imprimirá la figura de Raúl y se irá desdibujando poco a poco hasta desaparecer, al tiempo que Victoria arroja las hojas al mar. Si es posible, debe simular el gesto del olvido. Es indispensable un día luminoso. La escena del tren marchando sobre las aguas en el puente de Cayo Hueso al continente requiere efectos de luz que reflejen sobre las aguas tonos amarillos con algunos puntos verdes; para simular el rielar de la luna y las luces de los faroles del tren. Los panoramas californianos han de ser inmensos y hermosos como los que aparecen en las películas de Tom Mix. Los tangos y valses constituyen la música más apropiada para esta parte.

Ahora continúa el cuento. (tVictoria ha escrito! Teresa tiene una carta de ella abundante en noticias, como un diccionario enciclopédico. En el Colegio la leen por turno. Y hay sentimientos de rabia, de envidia, de entusiasmo; thasta las niñas nuevas se interesan! Victoria se ha hecho una mujer célebre. Para Teresa es una mujer inconmensurable. tVictoria ha visto pe-r-s-o-n-a-l-m-e-n-t-e a Pierre Marmont! Para Carmen es una mujer odiada, insoportable. tVictoria es amiga de Ramón Novarro, le ha hablado! Pero ella dice sarcásticamente y llena de cólera y de odio que todo es mentira. Así se consuela. Pero lo cierto es que Teresa tiene un retratico en que Victoria está a caballo y Ramón Novarro está hablando con ella recostado alpescuezo del noble y bello animal. Es un retrato que vale más que una medalla de fin de curso. Es un documento irrefutable. No es posible negar lo evidente. sY cómo ha sido ello? Victoria le dice: «chica, estamos pasando unos días deliciosos. Figúrate que una compañia entera de películas se ha trasladado aquí para tomar varias escenas. Está Lila Lee, que es muy cariñosa conmigo y me regala dulces a cada rato. Ella sabe bastante español y nos entendemos bien, lo mismo que con Ramón Novarro, que es muy simpático y más buen tipo que como aparece en las películas. Es amable conmigo hasta el extremo, y si no fuera por pero no. Lo mismo es con Lila y con las otras artistas. Con los hombres no se sabe nunca nada; en cambio si él supiera lo triste que me voy a quedar cuando se vaya Pero la suerte me protege, porque los días no se presentan claros y hay frecuentes tempestades que impiden el trabajo. Chica, he tenido una suerte loca. Una hermanita de Lila es mi compañera de cuarto y nos llevamos muy bien; por esta circunstancia la Directora hace que yo la acompañe todas las tardes a visitar a Lila, y así de paso lo veo a él» La carta seguía interminable, dando datos de todo el mundo y mezclando en todos los párrafos a Ramón Novarro, hasta terminar con esta conclusión maravillosa: «Chica, Ramón es mucho más bonito que Raúl.» Mientras tanto, Raúl sufría tanto como Carmen. Su orgullo de


hombre que se creía recordado y querido habíasufrido un tremendo golpe. Porque Teresa se lo había contado todo y sólo esperaba que como pago de ello Victoria le hablaría a Pierre Marmont de ella y tquién sabe! tquién sabe!)

La tercera parte de la película va a dar comienzo. (El cine, como es natural, está a oscuras. Aparece Ramón Novarro, vestido a la usanza de la frontera, jinete de un soberbio bruto que se encabrita inútilmente en un ancho patio embaldosado. Por fin se aquieta el animal y Ramón, de un salto, se pone en tierra y por la brida amarra al caballo de la verja. En la ventana, una hermosa muchacha le tiende las dos manos, que él estrecha con efusión: —Hay un corte.— Aparece una taberna de los alrededores. En el interior, cuatro hombres de siniestra catadura traman algo peligroso. Juan el Tuerto, jefe de la banda, expone el proyecto. Se trata de un doble golpe en el que él tomará venganza y cumplirá su deseo, y sus muchachos obtendrán unas cuantas monedas relucientes. Juan el Tuerto explica los motivos: El padre de Marta —la linda muchacha que ha aparecido antes— se la ha negado en matrimonio por varias razones: primera, porque él es un bandido; segunda, porque no tiene dinero, y tercera, porque la muchacha quiere a Guillermo —Ramón Novarro—, hijo de un rico ganadero amigo suyo, y él está muy contento con ese compromiso. El modo de romper esta negativa es la violencia. Para ello se secuestra primero al novio, cosa de que no pueda evitar la consumación delmatrimonio; y luego se roba a la muchacha y se amenaza al padre con llevársela definitivamente de su lado si no se la concede en legítimo matrimonio, con derecho al usufructo de sus bienes. Juan el Tuerto está seguro de que el padre de Marta no dudará un segundo en salvaguardar el honor de su hija y el suyo propio a costa de su dinero. Así lo creen también los otros bandidos y en el acto se planea el secuestro de Guillermo para cuando regrese a su casa. —Hay un corte.— Guillermo, que a la altura que está no puede besar a Marta, se conforma con cubrirle apasionadamente de besos ambas manos y se despide. A los pocos pasos es detenido en su marcha, y mientras dos pistolas le apuntan al pecho, es desarmado y, amarrado, es conducido hasta una choza cercana, donde se queda a vigilarlo uno de los bandidos. Socarronamente le cuenta el Tuerto su proyecto y él tiene que escuchar con la rabia de la impotencia las viles sugestiones del bandido. Hace un esfuerzo por romper sus ataduras y de un brutal estacazo es arrojado al suelo sin sentido. De nuevo surge la casa del ganadero rodeada de sombras. Los sicarios del Tuerto rodean la casa y penetran por una escalera a las habitaciones de la muchacha. Sin un ruido se deslizan dentro y a poco salen con un bulto que en vano lucha por libertarse. El galope de los caballos pone en movimiento vertiginoso la acción. Mientras se alejan para un escondrijo del monte, el padre duerme tranquilamente, ignorando queen el lecho de su hija sólo queda un papel amenazador El héroe despierta. La desesperación lo hace insensible a su dolor físico y con súplicas y amenazas logra sobornar a su cancerbero y mientras su corcel en espantable [sic] cabalgata bordea precipicios y traspasa montes para acortar camino, su mente torturada imagina desgracias infinitas y espantosas venganzas. De pronto, como una burla, un río que muge amenazador a sus plantas le cierra el paso. El héroe, desesperado, comprende que es inútil empresa tratar de cruzarlo a nado, pero entonces concibe algo desesperadamente temerario. Se acerca al caballo, desata el lazo y lo arroja con tino a un tronco que se destaca en la orilla opuesta, prueba su resistencia y se arroja decidido al agua, pero ya sea que la fuerza del turbión es mucha, ya que el tronco estaba mal afirmado, lo cierto es que se desprende y cae al agua dejando a merced de las aguas impetuosas al intrépido nadador que lucha desesperado por salvar la vida Caen varios lazos al agua El nadador es zarandeado violentamente Se hunde se pierde Un caballo con una muchacha aparece y nada vigorosamente Un lazo ha caído cerca del hombre y este se lo ha pasado por la cintura abandonándose; está agotado El caballo domina la corriente y se salva el hombre) Aquí termina la tercera parte de la película.

Ahora continúa el cuento. tCuánto comentario en el colegio! tHasta las maestras se han interesado! sElmotivo? Un cable de El Mundo que decía lacónicamente: «Ayer, durante la filmación de unas escenas de una película que está haciendo Ramón Novarro, el bello actor cinematográfico, preferido de las damas, estuvo a punto de perder la vida al romperse el cable


que le servía de apoyo para pasar un peligroso torrente. Gracias a la valerosa intervención de una colegiala cubana que presenciaba la escena, y que con riesgo de su vida se lanzó al agua, pudo el apuesto artista salir con bien de este trance.» Teresa corrió a casa de Victoria. Ya el papá había recibido un extenso cable de la Directora del colegio, en el que les decía que Victoria estaba herida en una pierna, pero no de cuidado, que estaba bien asistida y que ella misma le escribía ese día. La madre de Victoria estaba indignada: «tVaya una disciplina! —decía—. Hay que traerla enseguida. Mejor está aquí con nosotros!» Y el papá asentía: «Sí hay que traerla, pero hay que dejar que se cure.» Fueron unos días interminables, pero al fin llegó la carta, copiosa, alegre, risueña. Victoria sentía un orgullo profundo por el vendaje que cubría su pierna, pero al mismo tiempo reconocía que le dolía. Pedía perdón por el atrevimiento que había tenido, pero invocaba la nobleza de la acción como motivo. Esta era la carta para los papás. La de Teresa era mucho más interesante. Se sentía feliz, inmensamente feliz. Estaba enamorada. Sentía en su pecho como algo gigante, que le hacía derramarlágrimas de felicidad y de ternura. A veces sentía una tristeza profunda, pero eso era pasajero. Los días eran luminosos, las noches claras, serenas. Estaba rodeada de estrellas, de compañeras, de él, que estaba en el mismo hospital y que cada vez se le mostraba más agradecido, más cariñoso, más bueno. «Creo que le gusto. tSanto Dios!, que sea verdad —decía llena de vehemencia y explicaba luego el suceso—. Era domingo y no había clase. El día estaba esplendoroso y se decidió seguir el film. Yo fui con la hermanita de Lila y vi cuando él tqué valiente! se arrojó al agua después que estuvo tendido el cable. Y entonces sucedió algo terrible: se partió el cable, o se zafó y Ramón fue arrastrado por el torbellino. Yo estaba a caballo en la orilla y seguía llena de desesperación la lucha por salvarlo. Los lazos no llegaban hasta él y no había nadie que se lanzara al agua, que hervía colérica. Sentí asco por aquellos hombres que lucen tan valientes en las cintas y aquí no se atrevían a lanzarse al agua para salvar de verdad a un hombre. El torrente era amenazador, pero te juro que si en él hubiese visto nadar cien monstruos espantosos, lo mismo me hubiera lanzado. Fue algo divino que me impulsó, y ya ves, lo salvé. Él se puso el lazo alrededor de la cintura y este, que le salvó la vida, lo tiene hoy en el hospital tQué bello sueño convertido en realidad! tSer heroína! Ahora creo que esta escena imprevista va a ser utilizada por el director, haciendola suposición que Marta ha logrado escapar y llega a tiempo para salvar a su novio; y luego vendrá una lucha entre este y los bandidos que la perseguían. sQué te parece? Me quitan esa gloria; pero bueno, yo sé que para él yo soy la verdadera salvadora. Por supuesto, chica, que el siniestro Juan el Tuerto y sus no menos siniestros sicarios contribuyeron en lo que pudieron al salvamento general. No le cuentes a nadie estas confidencias, y menos a Mamá y Papá, que ahora quieren llevarme para allá. sHas visto qué desgraciada soy?»

Actualidades universales. Momento en que el actor Ramón Novarro sale de la Iglesia, de contraer nupcias con la señorita Victoria Torres, la que hace poco le salvó la vida. Carmen —a sus amigas—: «Es un escándalo. Yo no sé cómo una madre deja casar a una hija tan joven y menos con un artista que nadie sabe quién es y que el día menos pensado la abandona. Para eso yo, que Mamá ni siquiera me permite tener amigos, etcétera.» Fragmentos de una carta de Victoria a Teresa: «sQué cómo fue? Pues verás. Ya estábamos en la convalecencia. Se improvisó una pequeña fiesta. Se bailó; la pianola sufría pacientemente el martilleo de los fox. Yo no sé por qué estaba triste, romántica. Me senté al piano y dos o tres acordes de Schubert espantaron a la concurrencia. Me quedé sola. El cielo estaba tan lindo y había en mi alma un efluvio tan grande de pasión, que dejé correr sobre el teclado los dedos evocando al inmortal poetade la música. Creo que jamás he tocado ni tocaré como en aquella noche. La Serenata surgía del teclado, sonora, limpia, apasionada, vehemente Iba a terminar. Mi mano hizo por el teclado uno de esos recorridos que son como un camino sonoro y al llegar a la última nota, encontré aún otra que hizo vibrar en mi corazón todas las armonías: era su mano. Yo no sé más nada. Sólo recuerdo que fui entonces la verdadera protagonista de uno de esos finales de película que tanto te gustan. El mío parece que duró como mil pies, porque nos


sorprendieron en él; pero aquí entre nosotras, yo creo que fue muy corto. Tuya como siempre. Victoria. P.D.— Pierre Marmont es casado y tiene tres hijos. Elige otro. Vale.»

Para el novelista aquí termina la relación, pero la realidad es esta:

Es el santo de Victoria: se hace música, se recita, se canta. Teresa Casuso inspecciona a un chiquito tratando de encontrar en él cierto parecido con no sé qué artista y parece que no está disgustada del todo con la comparación, porque le sonríe. La mamá la mira a cada rato como si se la fueran a llevar y habla con esta señora de modas y a la otra le dice que le gustan mucho los versos. Torriente no hace otra cosa que oír y comer, porque son las dos cosas que sabe hacer a la perfección. Aplaude a Victoria cuando termina muy plausiblemente La Comparsa, y cuando pasa la bandeja coge con disimulo dos dulces en vez de uno. Se ha prestado para repartirlos, pero hasido rechazada su oferta, no obstante no cobrar nada por el servicio. La mamá de Victoria atiende solícitamente a todo el mundo y entre ella y su esposo reparten tantas sonrisas y apretones de mano que no hay manera de salir disgustado de la casa. Carmen, en una esquina, habla mal de Victoria y dirige a Raúl miradas relampagueantes que este casi no contesta. Galindo termina una romanza muy corta, porque apenas si le ha dado tiempo a Victoria de contarle a Raúl el sueño que ha tenido con Ramón Novarro, Carmen [ilegible] y Raúl, que se pone pensativo, se despide sin mirar a Carmen, que lo fulmina. Se inicia el desfile: Galindo hace una genuflexión absolutamente teatral y los demás caballeros, para no ser menos, también la hacen, aunque la nota no salga muy clara y más parecen las gracias de un mozo de café por la propina. Suenan tantos besos que dan ganas de pedir parte en el reparto. Los besos suenan como goteras. Torriente se despide y le ruega a Victoria que el año que viene, cuando cumpla los trece, lo invite de nuevo. Y se retira, pero eso sí, sin doblar la cintura, porque el estómago se lo impide.

Ring ring «sQuiay?» «tTú!» «tYo!» «Hoy te voy a dar una sorpresa» «sA mí?» «A ti, y a tu papá y a tu mamá y a todo el mundo» «sY eso, chico?» «Nada; nada Me ha dado miedo lo que me contaste ayer Ya verás» «tOye!» «Nada, tengo que hacer, hasta luego» «tOye!» «Hasta luego» «ttOye!!» Clack. «sQuésería?»

Las siete de la noche. Un caballero vestido de negro toca en la puerta de la casa de Victoria. «sEl señor Filo vive aquí?» «Adelante. Servidor de usted.» «Yo lo soy de usted. He venido — porque ha llegado, desde luego— para pedir a usted en nombre de mi hijo la mano de su hija, la señorita Victoria, y yo espero etcétera.» (El novelista no está acostumbrado a hacer este papel, por eso esta parte no ha quedado muy buena.)

He aquí por qué esta historia, que debió titularse «La novela de Victoria», se titula simplemente «Por qué se casa una protagonista de película», y he aquí también por qué la protagonista, para el día de su boda ha invitado al señor Pablo de la Torriente Brau en el 30 de agosto de 1925. 15 de septiembre de 1925

tMuchachos!*
tAquello sí que era estupendo! tSol Sol Sol! Un sol violento y el viento de la mañana sobre el mar Pero no. Esto suena bien. Está bonito y no es así como debe empezar. Más vale


que yo vaya diciendo antes, por qué peripecias, después de aquella mañana, en vez de capitán de buque soy mecanógrafo; Roberto estudió teneduría de libros en lugar de estar en un circo haciendo maromas; Martínez, en vez de ser violinista, es ahora sastre; García no pudo irse al Norte, porque vino a parar en empleado del Gobierno, y Armando tArmando, el pobre!

Ya se nos acabó aquella ansia aventurera, aquel loco tumulto, aquel alegre estruendo de ideas heroicas y desaforadas, decuando los cinco juntos no teníamos la edad de un buen viejo de noventa años tranquilos Todo aquello se nos terminó de pronto, en unos pocos minutos, decisivos de nuestra vida, como si ella sólo fuera un ardiente trozo de leña que se sumergiera en el mar tEl mar! tEl mar, negro-azul y hondo!
* Social, vol XVI, no. 11, noviembre de 1931, p. 31 y ss.

sQuién sería hoy capaz de reconocer en mí, serio y monótono, a aquel muchacho desigual e inquieto, que fue suspendido cuatro veces en Algebra y sacó tres sobresalientes en Geografía, Historia y Literatura? Hoy todo es esto: bajar por la mañana por Trocadero; llegar a la oficina; trabajar hasta las doce (a las diez y media vamos al «cafecito» y hablamos mal del Gobierno un rato); subir por Trocadero; almorzar; bajar otra vez por Trocadero; trabajar hasta las cinco y subir de nuevo por Trocadero hasta casa Esto es todo. Y mañana igual. Y pasado. Y el jueves Y el viernes Y el sábado Pero el domingo voy al cine Hoy, igual que a mi melena dispersa, echo el tiempo atrás, y me veo entonces, con asombro, como si fuera otro, y me pregunto con extrañeza de qué manera han cambiado, hasta qué punto han desaparecido en mí mis inquietos impulsos anteriores tPero aquella mañana todo el fuego de mi vida se apagó en el mar, negro-azul y hondo!

Yo, auto-expulsado del Instituto, me dediqué al mar, es decir, a la bahía, a los muelles Esto, naturalmente, me buscó variasescenas en casa, que «no estuve dispuesto a consentir», y, entonces, para encauzar por algún derrotero mi vida, me indicaron que aspirase a ser guardiamarina. Y allá fui yo a los exámenes. Todo iba bien cuando, en el último examen —que era de gramática tonta— preguntaron qué diferencia había entre «senador» y «cenador». Yo, además de indicar la poca que hay, añadí que entre nosotros, senador era sinónimo de botellero Desde luego, esto fue dicho allá, por los tiempos de Zayas Hoy yo no diría esto así Pero, a pesar de todo, la observación «me quitó el chance» y no pude ingresar en la Escuela Naval. Llegué a casa diciendo que tenía menos suerte que Jorge Washington, porque a aquel por decir la verdad lo premiaban, y a mí, en cambio, me castigaban Y, efectivamente, a mi familia lo único que se le ocurrió hacer fue indignarse conmigo hasta el extremo, y yo, que no estaba en ánimo de «aguantar latas», me fui de mi casa.

Me fui a vivir a Regla, del otro lado de la bahía, en un solar que había en la calle de Agramonte, entre Martí y Maceo Un lugar, como se ve, puramente patriótico, en donde Martínez y yo alquilamos un cuarto.

Entonces decidí de veras aspirar a algo, y él, a ser un gran violinista. Y por lo pronto, para ir pensándolo, comenzamos una rigurosa vida de hombres de mar, remando desde por la mañana hasta por la noche A él se le llenaron de ampollas las manos y se le «trancaron» los dedos por los músculos«agarrotados»; a mí, una noche, me mordió desesperadamente un dolor por los


riñones y Martínez tuvo que darme cuatro píldoras de de —bueno, no recuerdo ahora, pero eran negras— y, además, unas violentas fricciones con un trapo empapado en agua que me hicieron mucho bien (Ah, ya me acuerdo: las píldoras eran de esas de de «anófeles», creo Bueno de esas cosas para el paludismo) Pero, a pesar de todo, íbamos adelante en nuestros propósitos. Al mes, Martínez se compró la Serenata de los Ángeles y la chapurreaba más o menos mal; y yo había tomado ya el color lógico de un hombre de mar Allí conocimos a Armando, un muchacho escuálido, pálido y débil, como esas yerbas amarillas que nacen bajo una tabla que les quita el sol. Pero en él era el hambre El hambre desde niño; el hambre desde sus abuelos; desde su madre tísica, siempre con un pañuelo color crema, como su cara, que vivía con él en el último cuarto del solar, ancho y alegre, y lleno de chiquillos que lloraban «maratones» enteros por las noches No sé, pero cuando uno es muchacho enseguida se hace amigo de los muchachos pobres sPor qué será? Nosotros nos hicimos amigos de Armando, y por las noches, cuando su mamá no estaba muy mala —la pobre, todos los días, al salir uno al patio por las mañanas, oía a dos mujeres hablando bajito, que decían siempre: «tLa pobre!» y meneaban la cabeza antes de ir a la pila a coger agua—, por las noches, repito, élvenía al cuarto de nosotros y se recostaba silencioso en una silla. Era por las noches, cuando el ingenio tumultuoso de Martínez, con aquel espíritu burlón que lo hace inolvidable, daba curso a su nunca terminada zafra de sacar chistes y de recitar versos de manera estrafalaria Siempre lo evoco, con los ojos en blanco y las manos sobre el corazón, conteniendo la carcajada, con aquellos versos sentimentales que descaradamente se atribuía:
tOh, las pupilas tuyas, que son tuyas y mías porque en ellas a veces mis sueños reflejé! tMansas pupilas tuyas que recuerdan los días más dichosos y alegres del tiempo que se fue!

tEl Gallego Martínez! tMotor infatigable de alegría! Él fue el verdadero y genial precursor de las «pegas» regocijadas y bribonas, cuando inventó, para burlarse de García, aquello de «Polaco, aco, verraco Polaco, aco, te doy por sanaco» Él fue el muchacho que tuvo siempre la intuición maravillosa de llamar a cada amigo por un nombre burlón, que le venía mejor que el puesto por los padres Él fue quien le puso a García, Polaco y Polea; a Roberto, Pancho Villa y el Negro; a mí, Pato Macho, y, por ser el más grande de los cuatro, y el que más había estudiado, el Alemán; a Pilín Pro, Coquito, desde que bañándose cierto día en el mar, lo vio sólo con la cabeza mojada fuera; a Kellman, el alemán auténtico, Radiante, porque componía radios; a un pescador de Cojímar que nos alquilaba su bote, Pim-Pam, porquesiempre hacía así con la boca; y a Reguera, cuando una mañana de concierto lo observó escuchando, con más atención de la reglamentaria, la Quinta Sinfonía de Chaikowski, no lo llamó desde ese día por otro, al que luego nosotros, al ir conociendo preferencias ilustres, le fuimos amontonando cadáveres famosos, hasta que últimamente, para llamarlo, sólo le gritábamos por la calle, como si fuera un portugués: Edgardo Allan Chaikowski de la Reguera y Eça de Queiroz y Paganini Martí! «tVen acá, tú!»

Luego, en las noches esas, como tenía melena de músico, de pintor, de poeta o de barbero, agarraba el violín y rompía a tocar nueve compases de la Serenata de los Ángeles, siete de la de Schubert, trece del Canto de la Primavera, de Mendehlson, y como veinticinco de El Anillo de Hierro, lo que constituía su repertorio clásico, según él hacía constar Enseguida daba el la Porque resultaba que también era barítono. Para soltar el la, ponía un pie adelante y expandía el


pecho Igual que un tenor Luego principiaba por un do, grave como un moribundo, seguía: re, mi, fa, la, si, do, re, mi, fa, sol, la Y, efectivamente lo daba. Daba un la, abierto y turbio, como la boca de un barril de manteca, que claramente era un desgarramiento así: «tLARQRQRQRQRQR X»!

Armando, recostado en su silla, se reía con una extraña voz de hombre grande y saludable Yo, a veces, me callaba para oírlo Ahora me parece recordar que sólo se reía conla risa, y que tenía siempre tristes los ojos negros dentro de la cara amarilla

Algunas veces, cuando los espiritistas no celebraban sesión en el primer cuarto, casi todo el mundo venía a donde nosotros, y entonces Martínez, después de tocar, ante el asombro y la expectación del auditorio, todo su repertorio clásico, pasaba al repertorio plebeyo, y, como con cierta displicencia afectada, le decía que cualquiera podía pedirle una pieza de moda. En el acto él contestaba: «tAh, sí, sí!» Y la sonaba Hasta la mitad, por ejemplo, en donde, haciendo un ligado desconcertante, se ponía a complacer otra petición más urgente

Su violín, aunque era el más desnaturalizado descendiente de Stradivarius que yo he conocido, era un robusto e infatigable cacharro musical, que soportaba con estoicismo toda clase de ensayos sonoros tEra un violín-burro! tUn violín modelo-Ford!

Ahora, que cuando había sesión en el primer cuarto, «la cosa era más seria», y en todo el solar se estaba quieto un silencio de catedral cerrada Nosotros, como sentíamos numerosos respetos por los muertos, esas noches nos íbamos por ahí Y, mientras tanto, a pesar de no tener interés por el asunto, ya conocíamos al «elemento» Todo el mundo era del solar menos el «medium». Era este un marinero negro, bien negro y bien grande, de un buque de guerra, el «Cuba» o el «Patria», que según decían, era un vidente «fenómeno» A mí, honradamente, llegó apreocuparme el que un hombre tan grande, con tal tipo de boxeador, y que tragaba tanto boniatillo del que hacía Ma, la madrina del Gallego, pudiese ser un legítimo intérprete de muertos Martínez, por lo pronto, le había puesto Muertovivo.

Fue una noche de estas, cuando ya no teníamos dinero para nada, que nos quedamos en el solar En todos los cuartos, como de costumbre, tenían vasos puestos, llenos a esa hora de burbujitas Hasta en el de nosotros había uno, porque la mujer del estibador de al lado, que nos tenía pena «ttan jóvenes y tan solos, los pobres!», se encargó de ponérnoslo por su cuenta para que cogiera «buenos fluidos» Y estábamos aburriéndonos, tirados en las camas, cuando empezaron a hacer ruido los que se sentaban en las sillas. —Oye, Gallego —le dije a Martínez—, svamos a ver de una vez qué es eso? —Bueno, vamos, pero desde fuera. Y nos asomamos. Todos estaban serios y sentados. El «medium», con su traje de gala de marinero, empezaba a dormirse Y estaba un silencio sagrado, dormido, casi terrible para mí Me parecía que toda aquella gente acababa de morirse allá dentro El «medium», inmóvil, envuelto en la penumbra Lo miramos un buen rato y todavía estaba inmóvil Entonces sentimos un cuchicheo Pero todo se quedó otra vez inmóvil y mudo.


Ya teníamos miedo, miedo de no saber huir, cuando de pronto el marinero comenzó a convulsionarse ligeramente, como cuando hay un poco de frío Y en elmomento en que más atentos estábamos, abrió la boca tremenda y soltó un alarido feroz, como si el espíritu de algún luchador muerto le hubiese puesto en el tobillo una llave insoportable de jiu-jitsu o de grecoromana El Gallego y yo nos lanzamos hacia atrás, casi rígidos, y entonces el hombre, más tranquilo, dijo con una voz gruesa y acogedora: «Hermano Juan» «Pa´su madre!», dijo Martínez, y nos «abrimos» hechos un tiro de allí Es posible que todo, en aquella ocasión, lo viéramos de manera exagerada, pero aquella noche, la verdad, dormimos con las piernas bien recogidas, por si acaso, y soñamos con muertos que se sacudían las moscas, sacando las manos de los ataúdes y, espantando a la gente de los velorios, pedían agua gritando igual que los heridos Y también con esqueletos burlones que nos hacían maldades, como en las películas de dibujitos que ahora se exhiben

Pero cuando aquello se ponía mejor era los sábados por la noche. Roberto y García iban allá, y armábamos la bronca padre en el solar, ante la tremebunda alegría de todos los chiquitos, que se volvían locos por oír a Martínez dar el la y sonar el violín; a mí y a Roberto enredarnos a trompadas, y a García reírse como una maquinita Todo se desenvolvía locamente bien. Roberto era muy fuerte. Parecía un boxeador featherweight, y siempre estaba dando trompadas por los brazos y al estómago, hasta que uno se ponía bravo y le soltaba un par de mameyazos enforma Entonces, como era más duro que una piedra, se reía y decía con burla: «tQué basura!» Nosotros le decíamos el Filipino Pancho Villa. Martínez y él, después de discutir un buen rato sobre las cosas que ninguno de los cuatro sabía, acababan diciéndose horrores por conducto mío y de García; pero nunca llegaron a fajarse, por miedo respectivo Porque aun cuando Roberto tenía delirio de boxeador y de maromero, Martínez, además de violinista y barítono, resultaba que también era luchador de greco-romana, según él, y a pesar de que cuando luchaba se mordía la lengua, en un campeonato que hubo en el gimnasio, luchó cuatro veces y perdió las cuatro con gran alegría de nosotros Por eso se respetaban ellos dos y sólo se decían horrores Él le puso a Roberto, Negro, y Roberto a él Gallego, y así la cosa quedaba tablas Y el Polaco, mientras tanto, se reía Se reía con aquella risa inimitable que obligaba a interrumpir los chistes para oírla Era, a veces, como si un grillo grande se pusiera a reírse, o como si lo hiciera una maquinita de pelar naranjas Era no sé pero cuando él se reía nosotros nos mirábamos y enseguida nos entraban ganas de hacer otro chiste para que volviera a reírse Especialmente Martínez y yo, con cualquier gracia, conseguíamos que nos diera tandas corridas de risa Porque el Polaco sólo sabía reírse Aunque algunas veces se incomodaba, como, por ejemplo, cuando Martínez le advirtió en unaocasión que el barítono Urgellés lo andaba buscando para sonarlo, porque él había dicho que tenía bigotes de motorista y que no daba bien el la El Polaco también iba al gimnasio con nosotros, pero sus ejercicios eran siempre con las poleas, por lo que llegaron a echarle la culpa de que todas estuvieran rotas. Y, en consecuencia, también le pusimos Polea. Todo lo hacía al revés este muchacho. Lo único que aprendió a decir bien fue «tJmm!» Para él todo era decir «tJmm!» Si Dempsey noqueaba a Carpenter, «tJmm!» Si el Almendares vencía al Habana «tJmm!» Todo era «tJmm!», y por eso nosotros acabamos por empezar y terminar todas las conversaciones con él diciendo «tJmm!» y «tJmm!» tMal rayo lo parta! Y que parecía decirlo con los espejuelos, de una convexidad extraordinaria, que le hacían los ojos como de pescado Porque los espejuelos eran la víscera más importante del


cuerpo de García. Tanto, que una vez, por no tenerlos, se buscó el lío padre. Fue así. Ustedes verán qué bueno fue.

Nosotros comíamos muchas veces juntos, en La Habana, en las fonditas de chinos, y, naturalmente, como nunca andábamos abundantes de «manguá», casi siempre nos las componíamos para no tener que pagar La técnica era muy sencilla, elemental, primitiva: después de comer bien, tomábamos té y luego nos desprendíamos a correr (tOh, los «flijole neglo con aló otlo y son do casualidá si cabó!») tLas fonditas de chinos, llenas dehombres comiendo con el sombrero puesto; llenas de chinitos musicales que cantan con indiscreción todo lo que uno va a comer! tLa vez que me comí seguidos cuatro platos de arroz con frijoles negros, y salió hasta el cocinero, con sus ojitos pícaros, a conocerme! La vez que nos metimos en un chop-suey de lujo, que estaba en una azotea empinada del barrio chino de Zanja, mandamos a hacer no me acuerdo qué cosa extraña, y cuando ya estuvo hecha, al preguntar lo que valía no teníamos bastante dinero con que pagarla, y entonces nos fuimos, con más miedo que el demonio, mientras todos los chinos, llenos de cólera, decían cosas de tal manera que parecía como si en vez de palabras hablasen por la boca alacranes, arañas y escarabajos (sPor qué cuando uno es muchacho le dan tanto miedo los chinos?) Pero claro, llegamos a desacreditarnos tanto que en muchos lugares no nos admitían ya, y tuvimos que ir a parar, para fastidiar un poco, a los puestos de frituras Lo que yo iba a contar —porque ya lo había olvidado— fue así: Un día, en el puesto que hay por San Ignacio, cerca de la Catedral, empezamos a comer platanitos, bollitos, pitos de auxilio y chicharrones hasta que nos llenamos bien, y entonces nos fuimos tranquilamente Pero esta vez el chino salió a la puerta y empezó a gritar: «tOye, tú, paga platanito paga platanito paga platanito, tú oye!» Y se puso a seguirnos por San Ignacio, por O´Reilly, por Cuba, porObrapía hasta que no nos quedó otro remedio que mandarnos a correr, a las doce de la mañana, con las calles llenas de policías y de gente que comenzó a tocar pitos y a dar atajas Pero qué va Roberto y yo éramos unos toros corriendo García fue el que quedó último, lo acorralaron en una esquina y allí pudo alcanzarlo el chino, que le volvió a decir: «Paga platanito, tladlón ladlón!» tAh caramba, pero como esto de ladrón ya era un insulto, el Polaco empujó violentamente al chino, y este, agarrándose de sus espejuelos, que eran lo más saliente de su persona, se los hizo caer al suelo García, entonces, al verse ciego, y creyendo sin duda que el chino iba a picotearlo, se puso a disparar trompadas en todas direcciones hasta que pudo conectar en un cuerpo duro, al que, con sus brazos mecanizados por las poleas, aplicó una paliza feroz antes de que pudiera ser reducido El estropeado no era el chino, sino el vigilante, que a los pitos de auxilio había acudido para hacerse cargo de todos los golpes disparados por el Polaco El policía, como es natural, era barrigón, y estaba sofocado por la carrera y por los piñazos recibidos, todo lo cual hizo que se indignara violentamente y agarrando por el cuello del saco a García, le dijo: «tEcha pa´lante, ladrón!» tY todos los muchachos del barrio se fueron detrás! Y la gente sacaba la cabeza desde la ventanilla de los carros y de las guaguas preguntando qué se habían robado Y unodijo que le había dado una puñalada a un chino Y otro dijo que había matado a un guardia Y el chinito iba a pie, en chinelas, diciendo, como en un pregón interminable: «Paga platanito, tladlón ladlón, paga platanitot» Y menos mal que pudo comprobarse que sin espejuelos no veía nada, porque si no lo parte un rayo, por desacato y atentado a la autoridad, según le dijo el señor Juez. Le salió la fiesta en esto: pagarle al chino: 22 centavos; espejuelos perdidos en la reyerta: $18,00; espejuelos nuevos: $12,00 Total: $50,22, que tuvo que sacar de su fondo de reserva para «irse al Norte».


Después el Polaco siempre decía: «La culpa fue del Negro por convidar y no pagar tJmm!» Martínez, a cada rato, le sacaba la historia, para reírse hasta el límite del dolor de barriga

Caramba, pero cómo se va uno de lo que quiere decir, cuando lo que quiere decir uno está allá dentro del tiempo que se fue y se llevó al irse, como rico equipaje, los momentos felices y despreocupados de cuando uno es muchacho tde cuando uno no tiene nada! Ni hambre ni cansancio, ni lógica, ni que bajar todos los días por Trocadero y subir todos los días por Trocadero, menos los domingos, cuando uno va al cine! tUno debiera morirse, muchacho! Por eso hay que perdonarme el que me haya fugado de lo que estaba diciendo, y que todo lo haya dicho con mi lenguaje de entonces, con palabras que no usaban corbata.

Naturalmente, entre la «metralla»que formábamos, Armando, que era un muchacho serio, que iba al trabajo todos los días, por la mañana y por la tarde, tenía que sentirse un poco extraño (y aun para nosotros, a veces, era un engorro), pero como hasta entonces no tuvo otros amigos, porque nunca los buscó ni sabía juntarse —yo creo hoy que no tenía fuerzas para tener amigos—, pasaba a nuestro lado sus ratos libres. Ahora me acuerdo que Armando trabajaba en no sé qué cosa de cueros o de cartón. Lo cierto es que siempre le vimos con el dedo gordo hinchado y áspera la mano La tenía muy fuerte y él era muy flaco

Me parece que ya dije otra vez que su mamá estaba mala Muy mala Para mí que él también estaba enfermo Se le habían muerto cuatro hermanos cuando aún eran niños, y la mamá ya sólo era como un pañuelo al viento Algunas veces, cuando yo la veía, pasaba un rato sin estar contento No sé, romanticismos que tiene uno

Bueno, pero el caso es que el dinamismo de nosotros de alguna manera le contagió el entusiasmo al muchacho, y un domingo por la mañana se decidió a decirnos que nos quería acompañar. (A lo mejor él no lo pidió antes por miedo a tener que dar algo Pero total, no hacía falta, porque nosotros pagábamos el bote a peseta cada uno, y a mí me lo prestaba siempre Roberto.) tAquello sí era estupendo! tSol Sol Sol Un sol violento y el viento de la mañana sobre el mar! tEl mar negro-azul y hondo! El mar movido La mañana,limpia como la cara de una muchacha bonita y alegre Y los vapores sucios echando humo Y los cocineros de los barcos y de las goletas de los muelles tirando al agua las cáscaras de las papas peladas tOh, qué vida maravillosa y despreocupada! Cuánto minuto muerto resucita en mis ojos cuando, como si fuera mi melena dispersa, echo el tiempo hacia atrás y me veo entonces, inquieto y desigual, como un pez relampagueante y juguetón!

tCómo nos gustaba que el tiempo se pusiera bravo, para que la cachucha saltara sobre las olas como una pelota, y las olas nos salpicaran por todos los lados! tCómo nos gustaba huir por delante de los remolcadores, que pitaban sus sirenas con el aire imperioso de un viejo conserje del Instituto, y «levantar la boga», apurados, para meternos en el oleaje que hacían los vaporcitos de Regla y de Casa Blanca, y cuando el bote se inclinaba de banda a banda, hasta entrarle el agua, asustar al Polaco que no sabía nadar, y verlo ponerse serio serio y agarrarse con fuerza a las dos bordas, diciendo repetidamente, hasta que salíamos del peligro: «Oye, chico, no juegues no juegues tJmm!»

tY por supuesto que decía también «una mano de malas palabras que eso era el horror!»

Allá como a las diez, cuando el sol se espejeaba, fracturándose en millones de fragmentos sobre la bahía, nos íbamos hasta la ensenada de los buques viejos, la de Marimelena, que viene a ser un cementerio debarcos El agua, como si fuera de tierra, estaba siempre sucia y tranquila Allí fue que un viejo marinero descalzo nos dijo un día, mientras se arremangaba los pantalones hasta la rodilla, sobre un lanchón podrido en que estábamos luchando, y cuando le hicimos una pregunta sobre los tiburones: «Muchachos, no crean nada, tírense donde quieran: los tiburones de la bahía están todos gordos y hartos tírense donde quiera» Y desde entonces, hacíamos, en cueros, persecuciones por las lanchas encalladas, para lanzarnos, despreocupados del peligro, por todos los costados Luego, al fin, nadábamos hasta el bote, nos encaramábamos en él, y huíamos, dejando a García, hambriento como un náufrago, por la mañana continua de sol y de remos, que gritaba desde el barco al ver que nos íbamos, dejándolo solo y desnudo, para comernos su comida

Había un barco rojo de orín del mar, que era grande y magnífico para nosotros. Un día lo descubrimos y lo asaltamos, y con el calzoncillo de Roberto le pusimos una bandera en la popa tYa nos parecía que el barco andaba por alta mar! Entonces, armados de trozos de cabillas, acordamos ponerle «El Relámpago de los Mares» Y desde aquel día no almorzamos más debajo de los muelles, viejos y carcomidos, ante el pánico de los cangrejos y las jaibas que huían hacia abajo por los horcones, incrustados de ostras Y las ratas, grandes como gatos pequeños, pasaban insolentemente por entre los polines y lasvigas, con sus ojos brillantes y sus largos bigotes Y las «isabelitas» venían en bandadas a los círculos concéntricos que hacían al caer los pedazos de pan, y de queso, y de guayaba y de plátanos que tirábamos al agua, para verlas moverse como pelotones de soldados bien instruidos

Un día, como siempre, andábamos desnudos por la cubierta de «El Relámpago de los Mares», para tirarnos por las bordas y subir corriendo, nos vieron desde la Capitanía del Puerto, y vino volando una lancha con dos policías para «cargar» con nosotros Sin embargo, esta vez nos perdonaron, porque yo les eché un discurso, diciéndoles que otros muchachos nos habían llevado la ropa a Regla y que «seguro, seguro» no nos la iban a traer hasta por la tarde, así que si querían «cargar con nosotros», no les quedaba más remedio que llevarnos en cueros Y se fueron diciendo que éramos unos «mataperros», que ya los teníamos «muy cansados», y que si no sabíamos que allí había muchos tiburones y mantas Otro día, como el Polaco no sabía nadar, se nos ocurrió amarrarlo por la cintura con una soga y traerlo a remolque, mientras chapoteaba igual que un gato, pudiendo apenas sacar la cabeza del agua turbia de la ensenada Y nosotros nos reíamos Pero de pronto la soga se soltó y García se hundió para salir enseguida con la cara y las manos desesperadas, gritando: «Me ahogo Me a hogo». Cada vez salía con más trabajo, y cuando conseguimos que agarrarala soga, se fue al fondo de puro cansancio, y lo tuvimos que izar como un bulto, como un gran sábalo pescado Se tiró en el bote y se puso a vomitar Luego nos mentó la madre a todos.

tCaballeros, pero cuánta cosa hay que contar! —tCuando nos íbamos a Cojímar, y más allá, se nos hacía la noche remando, y volvíamos a oscuras, oyendo la respiración ancha del mar en las rocas de la costa! tLas veces que nos metíamos por el gran majá dormido del río, que se iba llenando de silencio cada vez más adentro De un silencio tal, que los gritos que dábamos entre los grandes


paredones arborecidos que custodiaban las márgenes, eran como peces que saltaban del agua y huían por el aire, río abajo, río arriba Huían junto con las auras negras, las garzas lentas y con la caraira única que pasó una vez! tEl desembarco en las playas! tLa lucha con la resaca y con las rompientes, para que no se estropeara el bote de Pim-Pam! Luego, tlas carreras por la «Playa de los Tarahumaras»! El avance trabajoso por entre los residuos de las basuras de La Habana, que la corriente del Golfo echa contra la costa, y sobre las olas, como hábiles marineros en balsas pequeñas! tCuando decidimos, una tarde, irnos hasta Cayo Hueso en bote, porque unos mambises lo habían hecho una vez Y a la hora de estar al remo, horizonte allá, subiendo y bajando por la cordillera de las olas, pensamos que «cómo nos la íbamos a arreglar con los aduanerosamericanos, sin saber inglés». —tCuánta cosa que se queda ahogada entre tanto recuerdo del mar!

Bien, yo creo que lo dije antes. Armando le cogió el gusto a venir con nosotros los domingos por la mañana, cuando su mamá no estaba muy mala, porque los domingos, como decía con tristeza, «no tenía trabajo en la fábrica». Aunque parezca mentira, se las entendía en el mar mejor que nosotros; preparaba siempre los estrobos de manera que durasen más y que fuesen más fuertes; si se partía un remo, con el que aún teníamos, podíamos llegar fácilmente a la orilla; y, aunque era menos fuerte que todos los del grupo, remaba mejor, y el bote se deslizaba por el agua sin esfuerzo cuando Armando cogía los remos A nosotros nos preocupaba eso un poco, y al fin yo conseguí unas explicaciones absolutamente científicas del fenómeno, comparando esto del remar con los boxeadores que tienen punch y con los pitchers que lanzan la pelota como cañonazos, no obstante ser flacos muchas veces. Todos aprobaron mi tesis, y Armando se rió con sólo dos risas pequeñas. Sabía también manejar la vela, y la cachuchita de nosotros, en las mañanas de viento alborotado, era como una paloma sobre la bahía Una paloma que se pusiera a bailar el minué sobre las olas, mientras que nosotros nos poníamos más contentos que no sé qué, y el Polaco pestañeaba, como el timbre de un despertador, a cada viraje violento que metía un golpe de agua en el bote. tAquella mañana! Lamañana aquella era de esas mañanas en que hay un sol espléndido y fuerte, y al mismo tiempo hace frío. Era de esas con que terminan los nortes, cuando ya las olas, en La Habana, no saltan al galope sobre el Malecón, como una impetuosa carrera de caballos blancos, pero que todavía al estallar contra el muro, se revientan en millones de alfileritos salados, y la gente extraña y los incorregibles, se dan gusto paseándose junto al contén para salpicarse. Era una de esas mañanas en las que uno, por mucho que reme, no suda, pero siente calentarse la piel bajo el sol ardiente. tY tanta luz! Y el mar alegre, y azul, mientras una nube blanca y gorda, como una galleguita, pasa por el cielo de la bahía

Ya nosotros habíamos estado bajo los muelles, donde el agua no deja nunca de hacer plaf-plaf plaf contra los espigones que rechinan mueve las lanchas pequeñas; hace gemir las bordas de las goletas y, separando los barcos, pone tirantes los cables, como las cuerdas flojas de los circos Ya también habíamos estado en «El Relámpago de los Mares», y nos habíamos zambullido en las mismas hoyas que hay al pie de la Cabaña, donde dicen que duermen los tiburones Ya habíamos remado hasta la ensenada de Guasabacoa, donde existía una enorme cantidad de pilotes de cemento tan bien acostados, como si fueran a dormir allí muchos años Parecían los ataúdes de piedra de un millar de postes de telégrafos, muertos por el viento de la tempestad
Ya habíamos bromeado con el marinero noruego de un barco inglés, que se estaba comiendo un plátano con las manos, y que cuando Roberto le gritó, riéndose: «Saramanvich, americano» nos tiró las cáscaras, que le dieron a García, poniéndolo furioso. Ya todo lo habíamos visto en una inspección general, cuando de pronto, enorme y negro, anclado en mitad del puerto, el «Espagne» gritó con su gran voz de bajo: MHMHM MHM MHM —tCorre, que se va el francés! —grité yo, y nos pusimos a remar desesperadamente.

Pero el francés no se iba. Sólo estaba virando para acercarse al espigón y atracar. Viraba lleno de majestad, con mucha rapidez para su tamaño, y al mismo tiempo recogía el ancla, que empezaba a salir llena de fango. Cuando volvimos la cabeza un momento para verlo, la gente se apiñaba en las bordas. Me acuerdo que vi un oficial, todo vestido de blanco, con una gorra blanca. Y Roberto y yo, levantando la boga hasta lo último, hacíamos avanzar la cachuchita, como si fuera un buen caballo trotón —tA coger el oleaje! —grité. Ya el «Espagne» estaba cerca, y entonces fue que el oficial empezó a gritar. Armando dijo con su voz gruesa: —tCuidado con la propela! —tQué cuidado ni cuidado! tA coger el oleaje! Y hundimos los remos en el agua. A la tercera boga, como ya la marejada era tan fuerte y desigual, cogí «un cangrejo», fallando y con todo el impulso que llevaba me fui de espaldas violentamente; di en el costadodel bote y, perdiendo el equilibrio me caí al mar En el agua, con la espalda rota, lo vi todo espantado Como Roberto hizo su boga con todo vigor y yo no, la cachucha se desvió con violencia Además, el «Espagne» estaba virando El bote entró de lleno en el remolino poderoso del agua hecho por la hélice, y sin fuerza ya para dominarlo, se precipitó hacia él Un clamor inmenso se asomó a las bordas y el oficial vestido de blanco gritaba desesperado hacia no sé quién, con la gorra en la mano

Los periódicos lo relataron todo con un letrero que decía: «Espantosa tragedia esta mañana en el puerto.»

Pero yo jamás podré olvidar aquellos segundos en que todo el fuego de mi vida se apagó, como si sólo fuera un pedazo de leña encendida que cayera al agua Yo no puedo recordar sin estremecerme, aquellos segundos gigantescos, cuando Roberto, con su tremendo vigor, agarrado por García que se ahogaba, luchaba brutalmente por desprendérselo y salir del remolino de la hélice. Ni tampoco las voces continuas de Martínez, que se tiró con tiempo del bote y subía y bajaba en el oleaje, para gritarme a cada ascensión que huyera pronto del remolino de la propela —tAlemán, la propela! tLa propela, Alemán! Y es más imposible aún que yo olvide aquella espantosa lucha de los brazos flacos y amarillos de Armando, que nadaba desesperadamente por escapar, mientras todo el pasaje de popa gritaba, y se asomaban los marineros por lasventanillas redondas del casco negro, diciendo cosas en francés Pero él había caído más cerca que ninguno, y al fin un golpe de mar empujó al bote y este a él, y la hélice, como un pulpo, lo atrajo, lo enredó, y le dio dos vueltas mortales dentro del agua tYo lo vi salir las dos veces afuera! tYo lo vi! Y a la tercera, cuando la máquina paró de pronto, parte de la hélice quedó arriba chorreando agua y él tYo lo vi! tYo lo vi! Y se cayó muerto al mar, tcomo una gota de agua!

tCuánto detalle se apresa en un segundo de angustia! Al mismo tiempo que Armando caía al mar, desde lo alto de la paleta de la hélice, yo vi cómo Roberto, vencido por la desesperación de García que se ahogaba, era arrastrado al fondo y sacaba las manos del agua Y vi también cómo yo me hundía, muerto, con los brazos hacia atrás mientras varios hombres desde lo alto del trasatlántico se caían despacio se descolgaban entre gritos lejanos e inmensos

En la Capitanía se agolpaba la gente Cien caras y mil ojos me veían los ojos.

Nosotros no pudimos ir al entierro de Armando, ni al de su mamá, que se murió llorando, «poco a poco y muy pronto», según nos contó Ma cuando lo supo todo. Allá están, en el cementerio de Regla, a donde todo el pueblo los llevó conmovido, y que se ve desde lo alto de las lomas peladas, como un huerto de arbolitos blancos La Habana, 20 de noviembre de 1930

Relato de la guerra*
Es un relato de larevolución, y, en realidad, no es ni más ni menos extraordinario que otros de los muchos oídos en la prisión. Es la guerra, la guerra civil la que trae tales cosas tan propias para ser contadas. El hombre había llegado barbudo y con los pantalones llenos de sangre y los zapatos de fango. Aquellos días fumaba mucho y en silencio se pasaba todo el día Aquellos días las más espantables noticias corrían y misteriosos traslados de presos ocurrían. A uno, a dos mejor dicho, se los llevaron una noche y todavía no tenemos noticias de ellos. Sin embargo, más tarde entramos en intimidad, cuando el gobierno logró aplastar el movimiento, y entre la banda de asquerosos políticos, victoriosos y vencidos, comenzó el consabido movimiento por una «ley de amnistía que borre los errores y quite la barrera que separa a los hermanos de una misma patria» tEl cuento de siempre! El triunfo de la canalla, mientras el grupo interminable de los infelices había dejado la vida en el monte y su pánico en las cárceles y cuarteles.
*Unión, año IX, no. 27, abril-junio de 1997, pp. 66-70.

Bueno, pero el caso es que por entonces fue que comenzamos a hablar, y un día entre bromas yo le hablé de su impresionante silencio de los primeros días. No hizo más que sonreírse muy pálidamente. Y luego, al otro día o después, me contó su episodio, que en realidad no era de él. Fue así: El doctor Alvarado era abogado en Camagüey y él trabajaba con el doctor Alvarado. El doctorAlvarado era político oposicionista, y hasta orador de combate en ocasiones, y él se hizo también oposicionista. El doctor Alvarado, cuando llegó el momento del alzamiento, cogió el caballo y se fue para el monte, hacia el lugar en que debía alzarse y él, naturalmente, lo acompañó. Después de todo, una revolución no suele ser una cosa tan peligrosa como aparece luego en la historia. Y si no fuera así scómo explicar la existencia de tantos veteranos de todas las revoluciones? tVamos!


Sin embargo, spor qué negarlo? Ya una vez sobre el caballo oscuro y desconocido, bajo la ceiba gigante, a la salida, en la noche negra, algo impresionante comenzó a sentir. No era miedo de seguro, pero tanto él como el doctor Alvarado, comenzaron a hablar muy bajito, como si alguien los viera desde lo alto del árbol. Un aura aleteó lentamente para cambiar de palo y los dos se estremecieron. tBien que se acuerda! Cuando el guía que debía acompañarlos se acercó tan silenciosa e invisiblemente que sólo vinieron a verlo cuando les habló, fue un verdadero sobresalto lo que sintieron Tres hombres, sin embargo, sienten muchos menos miedo que dos, y así ellos partieron por un trillo lateral a la carretera internándose por un monte espeso, negro, profundo e interminable. Trotaban los caballos a veces, y a veces chapoteaban por el fango de las charcas hasta manchar los estribos. Un vez, impresionado por la lobreguez del monte, el doctor Alvarado, comenzó asilbar muy bajo una canción y el guía en el acto lo hizo callar. Otra vez quiso él mismo encender un tabaco para ver algo y apenas el guía sintió rayar el fósforo, le gritó en voz baja que apagara enseguida, y habló de emboscadas a la salida del cayo y de que había que llegar sin ser vistos hasta la cantina. No hacer nada da miedo. Y, además, la noche, el silencio, el aletear lento y bajo de las lechuzas, la imprevista respiración honda de los caballos Todo da miedo cuando uno va para la guerra. Esa es la verdad, qué caramba, decía mi compañero. Y, sobre todo, lo que da más miedo es lo que se deja detrás: la casa, la mujer de uno en la cueva del enemigo, el hambre de la familia si se pierde o si se muere. «Ya cuando uno está en camino, dentro del monte, es que se da cuenta de que lo que dice la historia es verdad La guerra es algo serio» Llegaron por fin a la cantina aislada, en mitad de la sabana interminable, como a las tres y media de la madrugada, y aunque la luz estaba apagada, el cantinero, viejo negro veterano, los esperaba. Antes de que se desmontaran les dijo: «Hace una hora pasó la rural por aquí y dijeron que iban en vuelta de La Luisa. Los mandaba el teniente Portal. Eran como treinta. Ya saben que la revolución ha estallado» Este aviso nos puso un poco nerviosos, es la verdad, pero nunca pensamos que fuera a impresionar tanto al guía como para dejarnos plantados. Porque nos dejó. No pudimos evitar que se fuera,alegando que ya había hecho bastante, que tenía familia y que no quería morir colgado de una guásima Le dijimos que era un cobarde y un traidor, pero se fue. Debimos haberlo matado, la verdad El doctor Alvarado reflexionó un momento y me dijo: «Nosotros no podemos echar para atrás. Cueste lo que nos cueste, tenemos que seguir. Hay hombres, muchos hombres esperándonos y no podemos dejarlos enganchados. Además, ya yo había contado con esto.» Y registrando sus alforjas, sacó un largo plano en ferroprusiato. Le pregunté al cantinero si podía encender el candil y como este respondiera que sí, nos bajamos de los caballos y entramos en la cantina, donde, sobre una vieja mesa, extendió el plano que traía marcados los caminos. Por él comprobamos que a unos dos kilómetros de la cantina el camino se partía en dos, cogiendo el de la derecha para La Luisa y el de la izquierda para La Matilde, que era precisamente la finca en la cual debían concentrarse los alzados. El doctor Alvarado pensó breves momentos y comprobó con el cantinero si en efecto los caminos se dirigían a esas fincas, si había llovido mucho aquellos días, y el tiempo que tardaríamos en llegar, y como los informes fueran favorables, montamos de nuevo a caballo y continuamos el camino. «Si tenemos suerte llegamos al aclarar a La Matilde, me dijo Alvarado al poco rato. Y no habló más en el camino hasta que de pronto paró el caballo en seco y volviéndose hacia mí me expresó sududa instantánea: «sY si han dejado una emboscada en el cruce?» La pregunta daba frío. Porque el teniente Portal sabía ya la noticia del alzamiento y conocía la condición de oposicionista del doctor Alvarado. Además, eran enemigos personales por varios motivos que más vale no nombrar El cuento de que iba a visitar a unos clientes y que estaba preparado de antemano, para la cuestión de unos deslindes, no valía ya. «Pero ya no queda más remedio que seguir» —dijo Alvarado— y con una serenidad que daba alientos, puso el caballo al trote y pronto pasamos al galope por el cruce con los ojos abiertos hasta el límite y los revólvers en la mano, dispuestos a no dejarnos coger Un kilómetro más allá, cuando aguantamos los caballos,


todavía el corazón nos latía con fuerza. «tPor fin!» —dije yo—, y Alvarado se rió de buena gana. Al aclarar, en efecto, divisamos La Matilde al salir del último cayo del monte. La casa se divisaba a un kilómetro en la sabana abierta. Ni un hombre cruzaba el camino ni circulaba por todo el contorno. Alvarado me dijo: «Francamente, no me gusta esto. Parece que la gente no ha venido todavía. Porque si no, aquí debían haber puesto una guardia» Y luego, como si hablara consigo mismo, dijo: «Pero bueno, si el ejército hubiera llegado antes no hubiera dejado de poner aquí una emboscada Vamos, vamos para allá» Y para allá nos fuimos, y sólo las vacas de ojos inmensos y asombrados nos miraban pasar. A lapuerta de la finca nos paramos por última vez; pero era pueril, caso de haber alguien ya no había chance de escapar y nos acercamos a la casa. Antes de llegar a ella lo primero que oímos fueron las carcajadas y el entrecejo se nos desarrugó. Efectivamente, las carcajadas no hicieron más que preceder a los diez springfields de reglamento y al teniente Portal que reía de una manera insolente y cruel «tAh, cabrón, caíste en la trampa —decía dirigiéndose a Alvarado—. Ya van cuatro tQué brutos son! Si así van a tumbar al gobierno que me lo claven aquí» Y hacía un gesto grosero que aumentaba sus carcajadas, que acompañaban los soldados de muy buena gana por cierto. Luego, como concediéndolo, dijo: «Sí, llevénselos, que acompañen a los otros» Y cuatro soldados y un cabo nos hicieron rodear la casa hasta llegar al muro del traspatio Allí había en el suelo dos hombres fusilados, llenos de sangre Alvarado, al verlos, se puso más pálido aún, pero sólo dijo: «tLos pobres!» Yo no los conocía. Parecían guajiros El cabo, con una crueldad brutal nos dijo tranquilamente: «Bueno, pues los fusilaremos.» Y se sentó sobre una tinaja grande de la esquina. Un soldado yo lo conocía y me dijo: «Con nosotros está tu hermano» Con una última esperanza le supliqué: «sNo lo puedo ver? Aunque sea un momento!» «Él está hablando con el teniente» —me respondió. Mi hermano es guardia rural. Tanto Alvarado como yo, tuvimos desde ese momentograndes esperanzas, pero los minutos pasaban con una lentitud atroz, y los soldados contaban con gestos grotescos el terror de los infelices compañeros fusilados poco antes y en sus caras se veía que no esperaban que el teniente dejara de fusilarnos también Aunque en voz baja, Alvarado me dijo: «tQué chusma, esta fuerza estaba también comprometida. El sargento era de la causa y había hablado conmigo varias veces. Hasta dinero me debe!». Luego, con una serenidad que admiraré siempre, me dijo más bajo aún, en medio de las burlas de los soldados: «Si tienes un chance procura hacer desaparecer la lista que tengo en mi bolsillo interior. Por suerte no nos han registrado» Pegados al muro, con los dos muertos al lado, estuvimos más de veinte minutos. Al fin vino el teniente con mi hermano que me abrazó y dijo: «Este los ha salvado por ahora. El sargento los llevará hasta Camagüey. Pero tú no te escaparás tan fácil» —y se dirigió a Alvarado—. Este sonrió con todo el desprecio que es permitido en semejantes circunstancias a un hombre que prefiere la prudencia a la temeridad inútil. Sin soltarnos las amarras de la espalda, nos encaramaron en dos caballos y nos pusieron delante de la pareja que iba a acompañar al sargento Como este conocía bien a Alvarado, se había mostrado ante todo más áspero que ninguno, al poco de ir caminando, mi compañero me dijo: «He llegado a la conclusión de que toda esta gente tiene miedo de que la creanvendida» Su voz había sido muy baja pero el rumor les llegó a los soldados y el sargento picando con la espuela al tejano de dos saltos se puso a nuestro lado y nos dijo casi con fiereza: «sDe qué hablan?» Y luego, imperceptiblemente, agregó: «Hay que disimular doctor. Ya hablaremos» Al poco rato nos dieron el alto. Creo que fue el momento en que más miedo tuvimos, porque habíamos oído cómo el teniente Portal, con una desfachatez asquerosa le había dicho al sargento: «Sargento, ya sabe, póngalos a la cabeza, y si son tiroteados los dos primeros balazos métaselos a estos» Pero el sargento respondió: «tFuerzas leales!» Y del mismo lugar donde habíamos divisado la soledad inexplicable de La Matilde, salió la emboscada del Ejército, que sin duda nos había tenido enfocada con sus rifles, pero que sólo tenía la orden de detener a los que regresaban de la finca y no a los que iban hacia ella. «tLa trampa!»


En el primer alto que hicimos, después de varias horas de marcha bajo el sol terrible, sin tomar agua, estropeados por la emoción y el camino, el doctor Alvarado, que tenía dotes persuasivas, le preguntó al sargento delante de los soldados: «Sargento, susted ha recibido órdenes de matarnos los primeros si son acometidos, verdad?» «Sí, sí —se apresuró a contestar el guardia rural—. Y añadió: «Y que lo cumplo, no digo yo» «Bueno, yo no digo que no nos mate —le alegó hábilmente Alvarado—, pero fíjese en esto. Si usted nos mata y porcasualidad las fuerzas lo vencen en el tiroteo, lo que puede suceder, al cogerlo prisionero lo fusilarán también a usted y a estos pobres soldados al ver que han matado a amigos suyos. Usted lo que debe hacer es sostener el fuego, y después, si le parece, nos mata» «Sargento, yo creo que tiene razón» —dijo uno de los soldados, mientras el otro asentía. Y con su voz apresurada de bruto, el sargento respondió: «Sí, sí yo creo que tiene razón Bueno, de todas maneras, ya veremos lo que se presenta.» Aunque poco, algo nos parecía que habíamos obtenido. El sargento nos dejó alejarnos deliberadamente y Alvarado aprovechó para contarme que aquel hombre era cliente suyo, que tiempos atrás lo había defendido de una acusación de violación, que aún le debía parte de los honorarios que ya no pensaba en cobrar, y que era de la causa, pero de los más comprometidos Hasta esperanzas tengo de que nos dé una oportunidad de escaparnos. Yo sólo dije, «Jum». No sé, no me gustaba el tipo aquel. Como a las tres de la tarde hicimos otro alto y esta vez Alvarado con su habilidad, obtuvo el que nos soltaran las manos, elogiando antes la buena puntería que debían tener y que hacía inútil todo intento de huida. Esta vez, también, la vanidad halagada cedió. Y Alvarado consiguió lo que quería: un chance para comerse la lista que llevaba en el bolsillo. Por el atardecer, cuando ya avistábamos casi al final de la sabana, una casa en donde obtendríamos comida,el sargento se nos acercó y le dijo a Alvarado: «Sígame doctor.» Y adelantó un buen trecho su caballo. Era, indudablemente, para hablar con él. Un cuarto de hora después dejaron que los alcanzáramos. A pesar de su disimulo, yo descubrí en la cara de Alvarado una alegría tremendamente contenida. Con mucho disimulo, tropezando los caballos, Alvarado me lo fue contando todo: «Tú estas salvado. Tu hermano es muy querido del teniente y le concedió tu vida. Pero la mía está en el hilo. Ese canalla le ha dicho al sargento que procure eliminarme. Mi suerte es grande. Este me va facilitar la fuga. Cuando lleguemos a la casa se llevará a comer a los soldados atrás y me escaparé escondiéndome en el cayo que está cerca. Intentaran seguirme un buen tramo y yo les quedaré detrás. Tengo muy buenas noticias. El sargento me asegura que sigue siendo nuestro, pero que todos están esperando el cuartelazo en la ciudad para secundarlo. Me ha hablado horrores del bribón de Portal. Dice que parece que tuvieron una confidencia y por eso se anticiparon a llegar a La Matilde. «Cogieron a la familia y la llevaron amarrada hasta dentro del monte. Los dos guajiros ahorcados fueron los primeros en llegar. Según me dijo el sargento piensa guindar a todo el que aparezca allí en el día de hoy. Fíjate que situación. Y sin tener con quien avisar. Si consigo un caballo en cuanto me escape vuelvo hacia atrás y trataré de burlar la guardia para avisarle a alguien. Eshorroroso pensar en la muerte estéril e inútil de tanto buen amigo» Yo le expresé mis dudas a Alvarado, le dije que no me gustaba el tipo aquel, mitad bruto y mitad ladino Pero Alvarado disipó toda polémica cuando me aseguró que el hombre era de la causa, que él mismo le había entregado dinero en dos ocasiones y que personalmente le debía la defensa del juicio por violación. Y, además, en último término, tenía que escaparse para dar lugar al tiroteo a fin de que el sargento se justificase ante el teniente, pues este le había dado órdenes claras de que le facilitaran la fuga a fin de tener un pretexto No quedaba más camino y tenía muchas esperanzas de que fuera bueno. Nosotros llegamos al atardecer a la casa que hacía una hora estábamos divisando desde la sabana. Estaba cerca de una línea de monte que se prolongaba en la distancia hasta unas lomas, tan lejanas, que se confundían con las nubes. De la casa a los primeros árboles no habría más de cien metros. «Ya tú ves» —me dijo Alvarado—. Yo ya empecé a tener esperanzas. Y hasta me alegró, como si fuera un hombre libre, ver a dos perros que jugueteaban a la puerta de la finca, revolcándose por el suelo y dando locas corridas, y que de pronto, al vernos llegar por el


camino, se plantaron recelosos y comenzaron a ladrar. No sé por qué me impresionó tan amablemente aquel pedazo campesino de la tarde. Bueno, como ya habíamos llegado a la casa —donde nos recibieron con un grantemor, por cierto— nos dispusimos a realizarlo todo de acuerdo con las instrucciones. El sargento ordenó a la familia que se retiraran al fondo, a la cocina, y que preparara enseguida algo de comer, lo mejor que tuviera y café. Todos nos bajamos y nos sentamos en el portal y cuando estuvo lista la comida como había convenido con Alvarado, pedí al sargento que me llevaran al excusado de la casa, tanto para justificar el que se dejara solo al otro prisionero como para alejarme de mi compañero y evitarme una complicación en algún juicio. Porque el Sargento había exigido que yo no me fugara también. Todo se hizo bien y yo comenzaba a sentir la secreta alegría del éxito. Cuando pedí que me llevaran al excusado, los soldados y el sargento acababan de oír la voz que les anunciaba que ya la comida estaba lista y caliente, y el sargento dijo: «Sí, acompáñenlo, y vengan enseguida a comer.» Y entramos todos en la casa para ir hasta el comedor del fondo a comer. Había tal silencio en la casa que parecía abandonada. Cuando llegamos al colgadizo del fondo, dobló el sargento a la derecha y le quitó el rifle a un soldado. Vi en su cara una sonrisa malévola y traidora que me lo hizo adivinar todo. En mi segundo de vacilación él había comprendido que yo iba a gritar y fue entonces que sin escrúpulo ninguno me dio un culatazo en la boca que casi me hace perder el sentido Por eso me faltan los dientes Y abrió la boca como si ello fuera preciso para queyo viera que efectivamente le faltaban, pero a pedazos Cuando me vine a dar cuenta, la sangre caliente me corría por la cara y la ropa y me apuntaba un soldado. En la esquina de la casa, el sargento, de rodillas, apuntaba. Todo estaba silencioso y parecía la trampa de alguna cacería. La muchacha de la casa que había traído la comida, estaba pálida de susto a mi lado. tQué minuto de angustia! Yo no sé como Alvarado no se dio cuenta de tanto silencio. Por fin el sargento, con una risita asquerosa, hizo fuego dos veces seguidas y yo oí como entre sueños el grito del amigo Luego, lo fue a ver muerto, ordenó a gritos la comida y cuando pasamos por su lado le movió la cabeza muerta con el pie enfangado y le dijo con sorna «tYa te pagué, ya estamos en paz y no me vendrás con más historias tY tú dale gracias a Dios! —me dijo a mí Esto es todo, nada más que un relato de la revolución.

La Nochebuena del año que viene *
Y hacía frío y hacía poco la mamá se había muerto «Por eso es que papá está triste» —pensaba el muchacho con sus nueve años angustiados por tanto silencio tQué distinto era todo! El año pasado, en la casa su hermanita y él comían dulces y gritaban y vinieron los amiguitos del barrio y los compañeros de la escuela y todos hablaban y se contaban cosas «del otro año» y de que habían visto muchísimos juguetes, y dulces grandes, así «como casas de muñecas, casi» Todo había sido una alegría tumultuosaesperando que al día siguiente, cuando llegara la Nochebuena, todavía había de haber más dulces, más avellanas, nueces, manzanas y turrones.. Y traerían un puerquito asado, con su rabito tostado, que se rompería como un caramelo Y el pescado muy grande con la salsa amarilla por encima, y las lechugas y los rabanitos colorados. Y, luego, el arbolito de navidad, lleno de luces, de velitas azules, rosadas y verdes y de bolas de cristal brillante, y muñequitos y juguetes colgando de las ramitas del pino tAh! tPero entonces mamá estaba viva! tQué mamá! tMamá sí que era alegre más que un muchacho era alegre como la playa como la arena y el agua que siempre juegan! Mamá siempre jugaba con nosotros y el arbolito de navidad la ponía contenta, contenta que se sentaba en el suelo y le daba vueltas y hacía pasar aprisa los juguetes y los muñecos, con los brazos abiertos, parecía que pedían auxilio de tan aprisa que


mamá los hacía dar vueltas tMamá era muy bonita, pero tenía cosas de muchacho, de muchacho varón, como yo!
*Ahora [La Habana], Sección Dominical, domingo 23 de diciembre de 1934, p. 8.

Y al niño, al calor de los recuerdos maternales, se le fue iluminando la cara con una alegría triste, con una tristeza sonreída, que acabó por sacar al padre de su melancólica abstracción. —sEn qué piensas? —le preguntó. —tEn mamá la pobrecita mamá! Si ella estuviera aquí tú estarías alegre y mañanahabría fiesta y cenaríamos con el arbolito que ella preparaba todos los años! sTe acuerdas el del año pasado qué bonito fue? —Sí, me acuerdo, como no Pero este año, aunque estuviera mamá, no habría fiesta Ya yo no tengo nada yo no tengo trabajo Todavía no sé si comeremos algo siquiera tEs mejor que se haya muerto, la pobre! —tEh! scómo no iba a haber nada? tMamá nunca estaba triste, como tú! Tú no debieras estar triste, callado ahí en el sillón, que das miedo de hablar Si mamá viviera no estaría triste ahora, como tú sPor qué no te ríes? También tú antes jugabas con nosotros y con ella, cuando nos tirábamos todos en la cama, ste acuerdas? Al padre casi se le escapa un sollozo por los recuerdos cariñosos del niño y le dice muy serio, tratando de ser sereno, casi infantil: —Mira, tú eres un niño todavía Tú no puedes comprender ciertas cosas Yo estoy triste por muchas cosas Precisamente porque mamá era tan alegre yo estoy triste sno comprendes? Además, yo estoy sin trabajo no tengo dinero y me da vergüenza pedir prestado cuando sé que no lo voy a poder pagar en mucho tiempo Y me da pena no poder hacer una cena alegre y bonita mañana y regalarles cosas a ti y a tu hermanita El niño se quedó un rato pensativo y después, sin parar, rompió a hablar, rápido y contento: —Eh, bobo, no estés triste Nosotros nada más que lo estamos porque lo estás tú tClaro! Si tú estás serio ycallado y no juegas ni nada, pues a nosotros nos da [tristeza] y nos ponemos a pensar en cosas. Pero mira, si no hace falta cenar ni nada, porque total, a Lila, como no hay juguetes, pues le entra sueño enseguida Y tomando una actitud cómicamente seria, prosiguió: —Y ya yo soy un hombre que ni necesita juguetes ni le hace falta cenar Lo que no se debe es estar triste Una vez que yo vine llorando del colegio, porque me habían dado una nota mala, mamá me dijo que «no era una esperanza, sino una obligación, ser feliz, estar alegre». sTú no te acuerdas cómo ella siempre lo decía? El padre, conmovido, acarició la cabeza del hijo a quien la vida, prematuramente transformaba en hombre, y aunque pensaba en que Lila era muy pequeña aún para exigirle cualquier sacrificio, una luminosa esperanza comenzaba a abrírsele en el pecho, lleno de orgullo por el hijo alegre por el buen recuerdo de la mamá muerta Algo como una inundación de alegría echaba a andar su antiguo jocundo optimismo, y el hijo, como un sutil acompañante, canturreaba una risueña canción infantil De pronto dijo: —Ven, vamos a la calle, vamos a pasear. Y aunque la noche estaba fresca y un viento de burla se llevaba los sombreros, se fueron para la calle, a pasear, a mirar la animación de todo, a contemplar los juguetes y los dulces y las frutas a ponerse alegres con la alegría de los demás ta recordar los recuerdos alegres y dichosos de la otra Navidad!Un hombre pasó con una canasta de manzanas que parecía una pirámide de rosas: otro, en un carrito, hacía humear las tibias castañas, y en un puestecito de cristales, tres lechoncitos con muecas burlonas, como si no les doliera, se dejaban picar en sabrosos pedazos tDe todo había por las calles! Un pobre pasó ofreciendo mil pesos en un pedacito de billete Al chiquillo se le abrieron los ojos:

—tOye, papá, mil pesos mil pesos! tOye, con eso sí que tendríamos cosas! sQué tú harías si tuvieras mil pesos? —sCon mil pesos? Pues mira tú, mañana tendríamos la gran cena Compraríamos un lechoncito, y un pavo, y turrones y frutas, dátiles, higos, almendras, dulces, membrillos, un arbolito con juguetes y luces la mar de cosas, muchacho, y todavía sobraban muchísimos pesos Mil pesos son muchos pesos Bueno sy tú? sTú qué harías si tuvieras mil pesos? —sCon mil pesos? tMuchísimas cosas! Mira tú, yo también haría todas esas compras, pero como nos iba a sobrar mucho dinero, pues me compraba una finquita y allí iba a tener lechones, y pavos, y gallinas Y en un río que pasara, muchísimos pescados y patos y un bote tAh, y una vaquita con su ternero, y un chivito, y caballos también y bastantes perros Y tendría sembradas lechugas y rabanitos y de todo, y así, cuando llegara todos los años la Nochebuena, pues tendríamos siempre con qué celebrarla Y habría allí pájaros de verdad y no de cuerda ypinos verdes para los arbolitos tDe todo habría! Y ni juguetes harían falta porque cuando vivíamos en el campo con Tribilín, el carrito y el chivito Ramón, teníamos de sobra y muchas veces lo llenábamos de guayabas sTe acuerdas? Y así, de imaginación en imaginación el padre y el hijo fueron haciendo fantásticos repartos del dinero que no tenían, realizando viajes, comprando cosas y distribuyendo una parte que siempre les sobraba Y tan contentos se habían ido poniendo que al llegar a la casa los dos dijeron: «La Nochebuena que viene sí que va a ser alegre» Pero una duda le vino al padre en el último momento y se le puso sombrío el rostro: —sY Lila? sQué le decimos a Lila si mañana no hay nada, si no tenemos cena? El muchacho se quedó un momento pensativo y, luego, resuelto, aseguró: —Yo le diré que había que matar animalitos y que a mamá nunca le gustaba eso tElla también se acuerda de mamá! Y, alegres, entraron pensando en lo alegre que iba a ser la Nochebuena del año que viene

El buey de oro*
—Mire, ahí va el «buey de oro» de to´ esto —me dijo el negro Encarnación. Yo miré para la línea y por ella pasaban, montados en unos estupendos caballos ingleses, el «buey de oro», su hija, y el encargado de la finca, un tipo vividor que prestaba dinero a interés. Encarnación era el sereno que me sustituía, al entrar la noche, para cuidar el gigantesco tejar inactivo y siempre me hablaba de las matas; de cuando élvivía «por en vuelta de Matanzas»; o de la falta diagua, o de las mágicas que hacía un moreno para coger los nidos de avispas sin que le picaran A mí me gustaba oírlo hablar. A lo mejor era porque como estaba todo el día solo en el enorme tejar vacío, al llegar la noche sentía la necesidad de conversar con alguien. Pero esta vez el negro Encarnación habló «por lo claro». —sY usted conoce a ese «buey de oro»? —le pregunté. —sQué si lo conozco? Mire, fíjese cómo la calva le brilla, igual que una moneda de oro Y era verdad, la calva brillaba sudorosa al sol, a los reflejos del poniente, a cada salto de la marcha trotadora del caballo. Y así sucedió hasta que lo dejamos de ver cuando entró en el pueblo.
* Lunes de Revolución, no. 42, 11 de enero de 1960.

—Bueno —siguió Encarnación—, pues así como le brilla la cabeza por afuera, como si fuera de oro, así debe de brillarle por dentro Le debe sonar toda a monedas tAlabao! tPero si ese hombre no hace más que ajuntar dinero! tY de qué manera!

—Oiga, una vez yo estuve trabajando en la finca de ese hombre y le aseguro que no me cambio por él. tSi se pasa la vida rabiando por los centavos! tParece un limosnero, un pedigüeño de esos de la calle! tY tiene el alma más negra que un lobo! En esa casa no se le da un plato de comida a nadie! Una vez dijo que había comprado la finca tan lejos del pueblo precisamente para que no lo molestaran pidiéndole nada Y tieneunos perros, grandes como burros, que desbaratan al que se atreva a entrar allí, porque los tiene muertos de hambre Dice que es para que vigilen bien Sí, porque la cosa es que él siempre encuentra un pretexto para no hacer gastos, y es como el carpintero de la funeraria, tque sólo viene al pueblo cuando alguien se está muriendo! tBueno! sUsted lo vio pasar que parecía que iba de paseo con la hija? Bueno, pues me atrevo a apostarle que sólo ha venido aquí para quitarle, por una hipoteca vencía, la finquita a algún infeliz que está en la miseria A lo mejor es la casita del pobre Águedo, que la tendrá que entregar para pagar la gravedad de la hija tAsí es como ha llegado a tener tanto, arrebatándole a la gente lo poquito que tienen! tY todavía hay gente bruta que le está agradecía! tYo le digo a usted, compadre! tBueno, más vale ni hablar! —Cuando yo trabajé en casa de ese hombre me tuve que ir de allí porque no hacía más que estar diciendo siempre que gracias a él, al trabajo que nos daba, podían comer nuestras familias Que si no fuera por él todos nos moriríamos de hambre Y así por el estilo Y, mientras tanto, le teníamos que trabajar doce horas bárbaras, que mientras los bueyes los desenyugaba y los ponía a descansar, nosotros teníamos que seguir trabajando Un día, cuando uno se lo dijo, que cómo era que él tenía compasión con los bueyes y no con los hombres, se puso furioso y le gritó«que para eso los bueyes no cobraban jornal como nosotros» Pero un día ya yo no pude aguantar más que siempre estuviera vendiéndonos el favor de darnos una limosna y le grité que lo que él era un bandido, un explotador de los hombres, que la miseria que nos daba se la pagábamos de sobra con el trabajo que le rendíamos, que valía diez veces más, que no fuera a creer que nadie lo tenía por un santo, sino por un bandolero, tpor un canalla! Le grité que lo que él tenía era tipo de sacristán y se puso verde y amarillo y casi ni podía hablar de rabioso que estaba Y cuando vino el tipo adulón ese que tiene de encargado y que no es más que un servil, les tiré a la cara la pala llena de tierra y me fui Luego me tuve que perder de aquí por un tiempo, porque me puso a mal con el Jefe del Puesto El negro Encarnación había hablado claro y estaba de mal humor a fuerza de recordar los malos días. Yo, para mortificarlo un poco, le dije: —Oiga, pues está gordo y saludable el hombre, seh? Parece que la conciencia no lo acusa de nada, seh? —tLa conciencia! sUsted ha visto bestias con conciencia? —tVamos! tQue está gordo! —tSí, cómo no va a estar gordo! tPónganme a mí a ese plan y verá si engordo o no! tDebe pesar como diez arrobas lo menos! —sCómo? tDiez arrobas! sY usted pesa a los hombres como a los cochinos? —sY qué otra cosa que cochinos son esta gente? tSi parecen criados con palmiche, de barrigones que están!sCuántos trabajadores con barriga usted ha visto? Pero Encarnación se tranquilizó, y hasta los ojos se le alumbraron con brillo alegre, cuando yo le afirmé que algún día, muy pronto, a todos estos «bueyes de oro» los llevaríamos al mercado de la revolución y en él los venderíamos al por mayor, a tanto la arroba, como si fueran puercos! —tEso, eso es lo que hay que hacer! tY que suelten entonces, gota por gota toda la manteca que han amontonado en la panza mientras los pobres nos moríamos de hambre! tY el negro Encarnación soltó su carcajada, pensando en el día del desquite!

Ultimo acto*


En el ángulo del patio, allí donde se alzaba la palma real, el hombre esperaba. La noche profunda y silenciosa lo envolvía todo. Sólo el mugido del ingenio disfrazaba a lo lejos de un ruido monótono el silencio. Su traje de overol, azul oscuro, lo convertía en sombra. Sus antebrazos, poderosos, velludos, manchados por la grasa, apenas si se distinguían. Estaba inmóvil. Esperaba. Aquel era su patio y aquella era su casa, pero en la medianoche llena de frío, él esperaba. Dentro del amplio bolsillo, junto con un puñado de estopa, su mano ruda de hombre de las máquinas, estrujaba el papel, hallado casualmente sobre una mesa de la oficina hacía apenas una hora, cuando fue a hacer una consulta al Ingeniero Jefe. Había visto un sobre dirigido a su mujer, abandonado sobre la mesa, lo había cogido, y ahora estaba detrás de la palma, a la hora dela cita trágica. El papel decía: «Esta noche está de guardia en la casa de máquinas tu marido y a las doce iré de todas maneras» «De todas maneras» estaba subrayado. Era el administrador del ingenio quien lo firmaba. Solamente había tenido tiempo para correr del batey a su casa y apostarse en el fondo del patio. Todavía su cerebro estaba turbio de sorpresa, de cólera, de humillación. Detrás de la palma él sólo era un hombre, es decir, una fiera.
* Salvador Bueno. Los mejores cuentos cubanos. La Habana, Editora Popular de Cuba y el Caribe, 1960, pp.31-3.

Y poco antes de las doce apareció el otro. Empinándose por sobre la cerca, su cabeza oteó medrosamente el patio y la noche. Luego, con cuidados infinitos saltó. Venía con camisa de caqui. Pegado a la cerca se estuvo un rato escuchando los rumores de la noche, el estruendo de su corazón precipitado (Desde detrás de la palma los dos ojos de acero que lo espiaban, llegaron a esta conclusión despectiva: «tSí es un cobarde!») Fue avanzando con cuidado y llegó hasta la misma palma Es extraño, pero no percibió el silencio tumultuoso del enemigo Sin embargo, sólo el espesor de la palma real los separaba, y en lo alto el viento sonaba las pencas Fue todo rápido, eléctrico. La mano de acero del hombre de las máquinas apretó su garganta y ahogó el espanto terrible. Y el bárbaro golpe lo dejó en el acto sin sentido. El hombre de las máquinas rudo y violento, no tuvo lapaciencia que se había propuesto y ahora estaba de pie, a su lado, contemplando su puño lleno de sangre y con el cerebro vacío de impresiones. Así estuvo un rato quieto, inmóvil, como la sombra de un tronco, cuando pensó: «Si no puede hablar con él, hablaré con ella.» Y le pegó una patada brutal al caído, dirigiéndose a su casa Iba con la silenciosa e invisible velocidad de un gato negro. Cerca de la puerta del fondo se detuvo. Un raro miedo lo había paralizado. Por un momento lo asaltó la extraña emoción perturbadora de que él era en realidad el amante, que a él era en realidad a quien ella esperaba. Y el corazón se le agitó con perversa esperanza y tuvo miedo del burlador. Pero llegó a la puerta. Se puso a escuchar y no se oía nada. Sin embargo sintió como que cerca estaba ella. Hizo una suave presión sobre la puerta y a su débil quejido un sillón, dentro de la casa, respondió con su característico balanceo Pensó sordamente: «tLo espe-raba!» Y la rabia le hizo proyectar con furia el amplio hombro hasta hacer saltar el pestillo de la puerta Pero antes de llegar a dar dos pasos sintió el balazo en el cuerpo y la voz de ella que decía: «tCanalla, te lo dije!» A su «tAh!» de dolor y de sorpresa, ella llenó un espacio de silencio y de asombro. Luego, cuando encendió corriendo la luz, él vio su cara cuajada de una pena inaudita Arrodillada estaba a su lado y decía: «sPor qué, por qué?» sin comprender nada todavía Pero ya surostro, con el balazo en el cuerpo, comenzaba a ser alegre, alegre, como la cara de un niño que mejora. Más que el disparo, la angustia de la voz había disipado todas las sospechas. Avergonzado y feliz le extendió el papel y se quedó mudo. Y ella lo vio y le gritó, con la duda más llena de dolor aún: «sPero lo leíste todo? sViste lo mío, lo que le contesté?» Y, desdoblando el papel, le dijo: «tMira, mira!»


El papel decía con su letra: «Canalla, no insista. Si se atreve a venir lo mato». Y la cara del hombre se iba poniendo cada vez más pálida, pero cada vez era más clara su sonrisa bajo el llanto inconsolable de la mujer arrodillada

En la sombra*
tSin nombres, sin lugar, sin tiempo: en las tinieblast

Siempre uno tiene algo que conviene dejar en la sombra Además, en la sombra ocurrió todo Por eso no es extraño que esto quede oscuro, en la sombra también, sin nombre, sin lugar

Cuando el hombre salió por la puerta del fondo, ya yo estaba oculto entre el tupido follaje del mamoncillo, como de costumbre, y a la hora de siempre Yo había empezado a perder el miedo Todas las noches era lo mismo: a las doce se abría la puerta del fondo y él salía para el turno de su trabajo Al poco rato, el ruido de sus pasos se escuchaba lejos, por la carretera, camino del pueblo Los perros ladraban por fórmula Todo era sencillo; pero emocionante, sin embargo. tSobre todo ahora! tHoy! tY mañana! tYsiempre!
* Lunes de Revolución, no. 42, 11 de enero de 1960. En el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau existe una fotocopia de un original mecanografiado de «En la sombra», probablemente anterior a esta. (N. del E.)

Aquella noche, desde las once yo estaba en el árbol, bien alto, donde nadie me hubiera visto. Pero esa vez, el hombre, al salir, en lugar de coger la carretera y el camino del pueblo, vino derecho hacia el mamoncillo, como si yo lo hubiera citado en él Un espanto desconocido, se apoderó de mí! Un espanto sólo comparable por lo inmovilizador, al que tuve de niño, cuando un ladrón nocturno llegó hasta el pie de mi cama, y lo sentí mirarme a los ojos cerrados, y el miedo inexpresable me produjo una parálisis de la lengua que me impidió hablar por mucho tiempo

tY el hombre vino hacia el mamoncillo como si yo le hubiera dado cita en él! Se detuvo a unos pasos del árbol y allí permaneció tPermaneció un tiempo interminable! Ahora recuerdo bien que lo que más me aterrorizaba era su silencio tSu silencio absoluto! tY su cabeza que miraba alternativamente para el cielo y para la tierra! Eso es lo que más recuerdo todavía

Pero al fin dio unos pasos y llegó hasta el mismo pie del tronco viejo y ancho del mamoncillo. Miró hacia arriba Ya entonces despejé todas las sospechas y para mí fue una realidad evidente y terrible que alguien —sQuién?— nos había traicionado tY una fuerzatorturadora, mantenía mis ojos abiertos hasta el límite, penetrando, alumbrando la noche! tHubiera querido poder cerrar los ojos para apagar las sombras! tPero era imposible! tMis ojos veían los suyos, tan claros, tan sencillos —thumildes ojos de hombre cordial!— como si aún durara la tarde plena en que había estado hablando con él! tMis ojos iluminaban todo el árbol! Y, sin embargo, los suyos no parecían verme, aunque miraban hacia arriba y ensayaban descansar la vista entre el ramaje en sombras sSonreían?

sQuién sabrá el tiempo que estuvo al pie del árbol? Al cabo se alejó. Automáticamente mis ojos lo siguieron Fue hasta la cerca próxima y desató un ternero de respiración ancha y cálida, que estremeció como una caricia a la noche Tenía algo de suspiro y de pena la honda respiración del ternero, tendido sobre la yerba, húmeda del rocío de la noche.

Y vino con la soga hacia el árbol Recuerdo que hice entonces un esfuerzo sobrehumano para pensar algo, para hacer algo Pero no pude Yo era una estatua hecha de espantos tYa sabía que iba a morir, y esto es algo terrible tAlgo que nadie podrá decir jamás!

Llegó de nuevo hasta el pie del mamoncillo y miró otra vez hacia arriba, hacia donde yo estaba Un aire malévolo apartaba las hojas de mi cara, descubriéndome Pero la rama más baja estaba alta para él y entonces cogió la soga, la boleó dos veces con un silbar maligno y la arrojópor encima del gajo. Luego le fue fácil unir los extremos de la soga: tYa tenía la escalera para subir a buscarme! Pero antes de subir escribió algo en un papel que se guardó tYo oí el lápiz correr sobre el papel como un rápido tren de pasajeros! tYo lo oí! Y su voz era tranquila y llena, como la luna ahora, cuando dijo unas palabras que no pondré aquí, pero que estremecieron mi corazón torturado para siempre por la acusación, y que volaron en el silencio de la noche como lechuzas!tY nunca olvidaré aquello! En el silencio, su voz y el alentar del ternero, me parecieron cosas vivas, corpóreas, alas lentas que giraban sobre mí! tY nunca lo olvidaré, porque fue en aquel momento en que lo adiviné todo! tY lo más terrible: que yo ni podía ni debía gritar! tQue yo, como castigo bárbaro, inaudito, estaba obligado a ser el testigo de la tragedia, que siempre me acompañaría como una penumbra, como una tiniebla, como una perpetua sombra, visible sólo para mí! Y esta impotencia de mi situación en aquella hora es la que aún hoy torna sombríos y enfermos mis recuerdos!

Y estuvo un rato de pie sobre la piedra grande Miró luego hacia la casa y comenzó a trepar por las sogas, sin esfuerzo, pero con lentitud tAscendía, yo creo! Comencé a sentir al tiempo algo como la agonía y el consuelo de terminar la vida, de que acabase de una vez aquella crueldad incomparable Y cerré por fin los ojos y sentí unaasfixia de garfio brutal que rompía mi garganta, muda negra muerta! La sacudida violenta me hizo abrir de nuevo los ojos Pero no me atreví a mirar El árbol ttan grande! temblaba como un niño con fiebre Luego no se movió más! tSólo el aire de la noche y unas hojas que me arañaron la cara! tÉl, abajo, pendía inmóvil!

Hubo un momento en que pude descolgarme y huir! Y hubo también un día de angustia eterna en que supe lo que él había escrito entonces: «tLo sé todo! Y hay un solo testigo de mi muerte Pero ese no podrá hablar nunca!» Y el que quiso adivinar quién era ese testigo, dijo, recordando el misterio, la soledad y la noche: «tEra Dios, que todo lo ve!» Presidio, julio de 1932.


El sermón de la montaña *
—tSalud, camarada! —Y el saludo del pequeño compañero era jovial y al mismo tiempo estaba lleno de simpatía. Pero es que era nada menos que el camarada Pedro, que acababa de cumplir su condena en la cárcel, porque lo habían agarrado en una agitación por el campo, organizando a los trabajadores de los ingenios. Su palabra era violenta y ruda. Y su cuello fuerte, poderosos sus puños y audaz y hasta insolente su mirada. Era un agitador. Uno de los mejores agitadores del Partido. Y el joven camarada Miguel Ángel, miembro de la Liga, lo conocía mucho ya de nombre y era para él una satisfacción personal, con un poquito de orgullo, el saludarlo y andar con él por la calle. Con su palabraprecipitada y vehemente, el camarada Pedro se puso a hablar:
* Ruta, Xalapa, 3a. época, nos. 46-47, diciembre 1937-enero 1938.

—Está estupenda la mañana. Hay un sol que de veras parece especial para hoy Y hoy es Jueves Santo, sno sabes? Si, hombre, sí Si por eso andan tantas mujeres endomingadas por la calle, porque van a la iglesia Miguel Ángel hizo un gesto un poco despreciativo y se alegró de poder decir con énfasis: —Pues a mí nada de eso me importa Un Jueves Santo es lo mismo que cualquier otro Eso es cosa de los curas El camarada Pedro lo miró cara a cara, y le dijo, casi con fiereza, con su impulsividad natural: —tMuchacho, no hables por boca de ganso! Eso será cosa de los curas, porque nosotros se lo hemos dejado a los curas Pero el Jesucristo ese fue un tipo formidable, un revolucionario de veras Estos bribones son los que lo han falsificado por todos lados Acabo de leer en la prisión unos libros de Barbusse sobre él y lo coloca en su lugar Fue un agitador, un revolucionario de veras ese Jesucristo Y Barbusse sabe lo que dice Ese sí que no habla por boca de ganso, porque estudia a fondo —Bueno —replicó Miguel Ángel—, sentonces por qué no se le coge de bandera sí fue tan tremendo agitador? —tAh! eso, vete tú a saber Barbusse no dice nada de eso Pero yo creo que debe ser porque fue un agitador de otro tiempo y de otra revolución. Algo así debe ser. Pero de todas manerasfue un revolucionario, un hombre de acción; un hombre que murió por la «causa de la justicia universal», como dijo no sé quién; por echar este mundo «a rodar hacia adelante», como dijo otro Además, en todo caso, si no se hace agitación con su nombre, eso, en último caso, será culpa de los intelectuales del Partido que no aclaran bien lo que él fue Pero yo te aseguro que es un tipo que me interesa. Es formidable, hombre, formidable. Debía ser un hombre fuerte como un toro, una especie de Julio Antonio Mella, de grande, con una voz poderosa como un tren, y un pecho como un tambor para darse trompadas en él con las palabras y las acusaciones violentas Sí, porque esos cabrones lo han falsificado hasta tal punto, que hasta lo pintan como si fuera un pobrecito tuberculoso, flaco, con las costillas fuera y los músculos caídos tMentira, compañero! Yo te aseguro que para haberse puesto frente a los romanos soberbios y, sobre todo, a aquella piara hipócrita de explotadores judíos, el hombre tenía que ser algo muy serio Si no, fíjate cómo no han podido quitar de su historia el incidente ese de cuando entró a fuetazos en el templo y botó de allí a los mercaderes sQué crees tú que fue eso en realidad? Un mitin, hombre, una demostración de calle brutal, encabezada por él en Jerusalén, a pesar de los romanos y de su ejército insolente y cruel —Cálmate, Pedro, cálmate —le aconsejó el joven compañero, porque el militanterojo, vehemente y apasionado como siempre, en realidad estaba dando un mitin en mitad de la calle, y muchas de las mujeres y los hombres que pasaban para la iglesia se paraban a su lado, atraídos por el fuego de su personalidad.


Los dos compañeros cogieron entonces calle abajo y se perdieron.

—Mira —dijo Pedro, me has dado una idea. Voy a proponer en mi célula que se discutan estas cosas; que se aclaren y, si es posible, que se tome este día como de agitación Tiene la ventaja de que no hay trabajo. —Ten van a tomar por loco sA quién se le ocurre eso? —No digas boberías. A nadie se le ocurre nada hasta que a alguien se le ocurre algo. Eso es todo —Sí, pero date cuenta de que ese Jesucristo es, después de todo, un tipo en que se apoya la burguesía para muchas de sus mentiras, según he oído —Pues, precisamente por eso. sPara qué estamos nosotros? sAcaso nuestro fin no es destronar la burguesía, desenmascarar sus embustes y patrañas? Además, es una injusticia que un hombre semejante a ese permanezca por más tiempo desconocido. Hay que arrebatárselo. Te lo digo. Mira, era un hombre tal, según he leído, que el mismo Lenin lo hubiera metido en el Partido tEstáte seguro de eso! —Bueno, allá tú Y cuando el diálogo terminaba e iba a derivar hacia la organización de los sindicatos, los dos compañeros se encontraron en la plazoleta colonial, frente a la imponente, pétrea y centenaria Catedral.

El sol batía defrente y las piedras viejas se bañaban en el oro de la mañana. Los gorriones saltaban por las hiedras verdecidas y los helechos que los siglos habían hecho brotar de entre los muros. De lo alto, como si fuera un símbolo, se lanzó un gorrión con una ramita en el pico, trazó un arco geométrico en el espacio azul y penetró por la puerta enorme, por donde la multitud entraba en silencio, sin duda en busca de su nido en el interior del «templo de Dios» Los dos compañeros se quedaron un rato callados. Había asombrosas mujeres. Pedro, por fin, dijo: —Miguel Ángel, estoy pensando una cosa. —sQué? —Mira, aunque falsamente, aquí es donde únicamente se rinde hoy homenaje a aquel luchador caído. Nosotros honramos la memoria de los mártires de Chicago, el primero de mayo; y la de Julio Antonio, el diez de enero, y veinte más, pero no tenemos ningún día para este Y, total, este luchó contra el imperialismo romano y la alta burguesía hebrea y su casta sacerdotal que se aliaron para matarlo Francamente, eso es una injusticia Yo creo que debemos entrar, squé te parece? —tNo, qué va! sCómo vamos a entrar, camarada? Una cosa es hablar, pero otra es hacer. Estará bien eso en los libros, pero la verdad, yo no sé Me parece que hasta nos pueden llevar hasta la Comisión de Control Yo siempre he oído decir que la Iglesia es uno de los pilares de la burguesía Acuérdate que Marx dijo que era «el opio de los pueblos» sCómovamos a entrar, camarada? —Mira, muchacho, no me violentes. Todas esas son pendejadas, puras pendejadas Pensando así no se va a ninguna parte. Una cosa es hablar y otra hacer. Nosotros estamos para hacer lo que hablamos. Y si no, el mundo queda parado. Eso es todo. Si Lenin no hace lo que piensa, todavía estaría el zar fueteando mujiks Esa que tú dices sí es una máxima burguesa, puramente burguesa: «Una cosa es hablar y otra hacer» tClaro, como que es lo que les conviene a ellos!.. Por eso es que te dejan publicar tanto libro rojo; porque se encargan de regar antes «que una cosa es hablar y otra hacer» Pero conmigo no va eso. Ya yo he aprendido mi poco de dialéctica y tengo la espalda muy llena de planazos de la Guardia Rural por hacer lo que pienso. Y mira, tqué cojones!, ni una palabra más. Si tú no entras, yo entro. La Comisión de


Control no me va a castigar sin oírme y sin comprender razones. Además, sólo vamos a entrar aquí para aprender cómo engañan al pueblo estos cabrones, para denunciarlos mejor, entonces Y Pedro se puso a convencer a Miguel Ángel, con todo su fuego, de que lo acompañara «allá dentro»; que había oído decir que era el día del «Sermón de la montaña», que era el más famoso discurso de Jesucristo, y que era la costumbre reproducirlo ese día y comentarlo. Por fin, Miguel Ángel entró.

Cien mil abejas zumbaban debajo de la bóveda inmensa. La Catedral entera hacía: mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm Depronto, una campanilla como de mantecadero sonó dos o tres veces. Pedro miró a ver por dónde estaba el mantecadero, para comprar helados, porque hacía mucho calor. Pero no era el vendedor, sino el Arzobispo o no se quién el que la tocaba, allá en el altar, y hacía dos o tres ceremonias ridículas de arrodillarse y levantarse; y otro tipo, un fiñe, le levantaba la falda por detrás, lo que era algo obsceno inclusive Pedro hizo un gesto de desagrado y le dijo a Miguel Ángel: «No me gusta esto. Es ridículo. Y mira la cara que tiene ese Jesucristo. Hasta miedo parece que tiene Hay que quitarle a los curas este compañero. tY pronto!» Antes de que lo mandaran a callar, un gran silencio general le dio el aviso. Estaba justamente al lado del púlpito. El arzobispo, famoso orador sagrado, subió con trabajo su redonda [mutilado]. —tVa disfrazado!, dijo Pedro. Y el sermón del Jueves Santo, sobre la palabra inmortal de Jesús al bajar de la montaña, dio comienzo. El camarada Pedro se puso intranquilo. El Arzobispo, con su voz gangosa, hablaba de la humildad cristiana; de la resignación de los espíritus valerosos; de la esperanza en Dios, siempre justiciero Se refirió a las palabras del Maestro sublime, llenas de ternura y de amor hacia la humanidad entera. Y le dijo a los pobres: «tBienaventurados vosotros, porque serán saciados! tBienaventurados vosotros, porque vuestro será el reino de los cielos!» Y luego se dirigió a los ricos, ycon voz hipócrita tronó: «tAy de vosotros, ricos, porque ya tenéis recibido vuestro consuelo, porque ya tendréis hambre!» Como un trueno estalló bajo las bóvedas un grito furioso: «tMentira, mentira, bribón!» Y Pedro, sin poder contenerse, con el asombro de todos, hasta del mismo Miguel Ángel, subió al púlpito, le dio un violento empellón al Arzobispo, cubierto de palidez, y su voz poderosa, voz de torrente hirviendo, bulló como el agua de la catarata, bajos las bóvedas inmensas cubiertas de santos enmascarados como para un baile de carnaval. Dominando los segundos de estupefacción general, por tanta audacia, Pedro grito: —tMiente este viejo bribón! Esas no son las palabras de Jesús. Jesús fue un hombre, un luchador. Un hombre entero, no un tipo castrado y miserable, arrastrado como una culebra, conforme con todo Miente este viejo sCómo se atreve el hipócrita —y lo miró con sus ojos terribles y furiosos— a amenazar con cataclismos a los ricos, si él mismo es un rico, un hombre de tripa llena, que tiene automóvil y palacio donde vivir? Y ustedes, hombres y mujeres pobres, gentes de mi clase, no se dejen dormir más por la mentira y la esperanza. No hay esperanza, hay lucha. Nada más que lucha hay en el mundo. Y no hay reino de los cielos. Eso es mentira. Hay reino de la tierra. Ese sí que lo hay, y para que no se lo arrebaten, la burguesía ladrona, usurpadora de él, ha inventado el otro, el que no existe, para dormirnosa los pobres tA conquistar el reino de la tierra, pobres del mundo, todos unidos, como lo pidió Carlos Marx y lo consiguió Lenin! El respeto sagrado y milenario que siempre inspiró el Jueves Santo, quedó roto al rodar por la nave románica el nombre, rojo como una bandera roja, de Lenin Pero Pedro, a pesar de sus brazos hercúleos, fue arrojado del púlpito, magullado, bastoneado y roto el cráneo de luchador


En el calabozo de la estación de policía, a Miguel Ángel, que también había sido apaleado al dar un viva iracundo a Vladimir Ilich, entusiasmado por la fogosa y ardiente palabra de su compañero, le decía Pedro, cubierto de heridas y vendajes, y alegre como un muchacho —tOye, ese sí que fue un sermón de la montaña! Te aseguro que el verdadero discurso de Jesucristo fue así más o menos Así es como hay que empezar a reconquistar a ese compañero que se ha robado esa gente —Y que te tiraron del púlpito como si fuera a un barranco —No importa. Ya algún día lo tiraremos a ellos Y, por lo pronto, mucha gente allí ya se enteró de quién fue de veras Jesús Y los dos camaradas, discípulos de Lenin, soltaron una carcajada sana, sin heridas, que pasó por entre los barrotes de la reja como un pájaro que fuera a hacer su nido al viento libre de la mañana El sargento de carpeta dijo, moviendo la cabeza con desaliento: —tEsa gente es terrible! tNo tienen remedio!

AVENTURAS DEL SOLDADO DESCONOCIDOCUBANO

Prólogo Aventuras del soldado desconocido cubano. Novedad y trascendencia
El 4 de agosto de 1936, Pablo de la Torriente Brau le escribe a Raúl Roa desde Nueva York: «Tengo casi concluso mis Aventuras del soldado desconocido, que son una coña terrible []».1 Ya ha decidido irse a España, y pretende lograr que se mantengan encauzadas las múltiples tareas que se ha impuesto como revolucionario, incluyendo dejar encaminados los trabajos por la unidad de las izquierdas; garantizar la organización y el cuidado de los archivos de ORCA y del Club José Martí; terminar algunos artículos periodísticos y ensayos, y otras muchas gestiones, varias de ellas relacionadas con su ilusión de participar en la defensa de la República española.
1 Pablo de la Torriente Brau. Cartas cruzadas. Selección, prólogo y notas de Víctor Casaus La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981, p. 407.

El hecho de querer terminar esa, su única novela, en medio de tan febril actividad, tanto política como intelectual y personal, es algo que invita a la reflexión. Como lo es la aparente


paradoja de escribir una novela contra la guerra y estar ansioso «hasta el insomnio» por participar en una, siquiera como corresponsal. La negación de tal paradoja la ofrece, por una parte, el concepto del propio Pablo sobre las características de la guerra de España, contrarias a las que, de manera original, estaba criticando en su novela; y por otra la propia construcción desentidos de Aventuras que no se limita, como veremos, a hacer un paródico diagnóstico de la Primera Guerra Mundial, sino un pronóstico de lo que podía pasar en el inmediato futuro, además de otras funciones ideoestéticas. El triunfo de las fuerzas progresistas en España lograría, según Pablo expresó en varias cartas, variar el destino del mundo y dentro de este el de América Latina y especialmente el de Cuba, hacia donde «todo lo proyect[a]».2 A Raúl Roa le dice:
[N]o me cabe duda ninguna de que el mundo entero gira hoy alrededor de la revolución española. Si triunfa, el frente popular francés se robustecerá e, inclusive, podrá precipitar el engendro de revolución —de contrarrevolución— que sin duda hay en Francia; en general, la tinta roja se hará más intensa en Europa. Pero si la revolución se pierde, Francia verá todas sus fronteras rodeadas de fascistas; Alemania e Italia armarán precipitadamente a España; caerá el frente popular francés; y se romperá el pacto franco-ruso y será poco menos que imposible [evitar] la guerra contra Rusia. La resonancia de todo esto en nuestros pueblos coloniales es tan clara, que no hay que hablar de ello. 3

Y en otra:
[L]a revolución cubana pende en estos momentos de la española; porque allí está el prólogo; porque si hay fracaso allí, podemos esperar un buen tiempo, probablemente ya, hasta que ocurra la gran crisis definitiva de Europa.4

También a Ramiro Valdés Daussá le expone suscriterios:
La importancia de la revolución española es mundial, y la guerra europea puede desencadenarse con ella; con respecto a Cuba, hay esa evidencia de la lucha del pueblo contra el ejército y por su liberación y por la conquista de todo lo que se le ha detentado sin razón ni derecho. En la América Latina, y aquí, nada se te ocultará de cuánto puede representar. Allí hay hoy pendiente este enigma, fascismo o socialismo. Y el triunfo de cualquiera de ambas cosas modificará toda la política europea y del mundo.5
Ibídem, p. 417. Ibídem, p. 408. 4 Ibídem. p. 417. 5 Ibídem, p. 409.
2 3

Su viaje a España y su inmediata transformación en un combatiente de la república no se oponen, de entrada, a los criterios vertidos en su novela. No se trata en ella de un pacifismo acrítico y absoluto, sino de una disección de las guerras hechas por ambiciones territoriales o de poder, —«matadero de bueyes anónimos», como diría Roa—, para descaracterizar sus mitos propagandísticos, y exponer su verdadera esencia. Aunque Aventuras del soldado desconocido cubano quedó finalmente inconclusa, el desarrollo del capítulo V —relacionado con los avances del fascismo y con la casi segura posibilidad de una nueva confrontación mundial— hace pensar que la idea de la novela no estaba alejada del propósito de su autor de participar en la revolución española. Si de esta dependía el desencadenamiento o no de una nueva guerra en Europa, con intenciones similares a laanterior en cuanto a ambiciones territoriales y demagogias nacionalistas, pero seguramente mucho más definitoria del destino de la humanidad, el revolucionario Pablo de la Torriente tendría que participar en ella, porque «contribuir a la victoria española —que será dura y difícil— es contribuir a que el cuadro general de los acontecimientos cambie a nuestro favor».6 De modo similar, mediante las específicas vías de comunicación del discurso literario, Aventuras podría contribuir al esclarecimiento de las verdaderas intenciones de las potencias


capitalistas en la confrontación que se avecinaba, y de paso vincularlas con la situación de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos.
6

Ibídem, p. 423.

Sus indudables objetivos políticos han hecho olvidar, en muchos casos, los aspectos estrictamente literarios que convierten a Aventuras en una de las novelas más originales y novedosas de la narrativa cubana. Ambos aspectos, sin embargo, no pueden ser separados sin afectar el resultado de la obra y la intención ideoestética de su autor. Desde la estructura externa esta intencionalidad se hace evidente. La novela está organizada en dos grandes bloques: el «Prólogo» y la historia contada, complementarios en ese sentido. El primero, además de marcar el tipo de recepción que se espera, y de presentar el espacio, el tiempo y el personaje principal del relato, tiene la función de relacionar el contexto cubano — desde la políticainmediata hasta aspectos de la idiosincrasia nacional— con los acontecimientos universales que centran la diégesis. El recurso más utilizado en esta parte de Aventuras es la ironía. Mediante ella, el autor enfoca con sentido crítico la obligada subordinación de Cuba a los designios norteamericanos, sobre todo a partir de la Enmienda Platt, tomando como pretexto motivador la «participación» cubana en la Primera Guerra Mundial, y llevando hasta el absurdo humorístico la real rebaja del precio del azúcar para su venta a los aliados:
[N]osotros, al sacrificar el precio de nuestro azúcar, hicimos factible el envío de esta en grandes cantidades a Europa, con lo cual, como fácilmente se colige, fue posible el que se les sirviera café a todos los soldados en las trincheras, trayendo esto como consecuencia, según la opinión de los más sesudos críticos militares alemanes y aliados, que los soldados de esta zona permanecieran desvelados largas horas, al paso que los soldados alemanes eran vencidos por el sueño, y enseguida derrotados por los asaltos nocturnos. Y todo ello, a causa de nuestro azúcar, por donde se ve nuestro gran aporte, no ya al triunfo de la guerra, sino a salvar la civilización. 7
Pablo de la Torriente Brau. Aventuras del soldado desconocido cubano y otras páginas. La Habana, Instituto del Libro, 1968, pp. 31-2.
7

En una especie de mise en abime preliminar, en el «Prólogo» se ofrecen claves que se desarrollarán en lahistoria, como la alusión —también irónica— al dominio de las grandes potencias sobre los pueblos pequeños. Al hacer variar los factores de la relación dominador/dominado —y aparecer Cuba como un potencial peligro para la seguridad norteamericana—se pone en evidencia, por contraste, el afán expansionista de los Estados Unidos, los subterfugios utilizados por su gobierno para justificarlo, y aun la condición neocolonial de la pequeña isla y de otros países latinoamericanos. Del mismo modo, esa introducción alude a uno de los aspectos centrales de la novela: el relacionado con el concepto de héroe, en este caso refiriéndose al olvido en que la sociedad cubana de la época tenía a los verdaderos héroes de las luchas cubanas; en contraposición a la interesada algazara propagandística sobre los soldados desconocidos en el mundo desarrollado. Manteniendo el tono humorístico, Pablo «justifica» la escritura de este «libro de la guerra» mediante una reflexión que toca tanto el estado de la literatura en la época — aludido también en algunos relatos de Batey— como la desidia con que el discurso oficial mantiene en el olvido a las grandes figuras históricas:
sPor qué habríamos de alardear de nuestro triunfo en la guerra mundial, si tan poco nos habíamos ocupado de nuestras propias guerras, las cuales, las pobres, apenas si han servido para que unos cuantos venerables devotos hayan ido malviviendo de los recuerdos de sus héroes, y eso, con lamurmuración pública? sPara qué ocuparnos del aviador Rosillo, catalán de origen, pero cubano de corazón, que según aseguran algunos estuvo en Francia, si apenas nos hemos ocupado de José Martí, de Antonio Maceo, de Ignacio Agramonte y de otros del mismo prócer linaje? [] Si


tenemos un héroe, un artista o un sabio, allá él, que, después de todo, si tal ha resultado ser, será porque la naturaleza así lo quiso.8

Finalmente, el «Prólogo» sugiere lo que, según mi criterio, constituye el punto focal de la intención ideotemática de Aventuras del soldado desconocido cubano, cuyo desarrollo quedó interrumpido al no poder ser concluida la novela: la convicción del autor implícito de la inevitabilidad de una nueva guerra mundial:
Y si alguien alega que es muy tarde para salirse ahora con un libro de la gran guerra, que esto no sea obstáculo, porque, como la próxima gran guerra está al caerse de la mata, como vulgarmente se dice, estos libros cubanos serán precursores de esa gran contienda y, alguna vez, habremos sido nosotros los iniciadores de una nueva corriente literaria. 9
8 9

Ibídem, p. 33. Ibídem, p. 39.

Uno de los recursos que Pablo de la Torriente toma de su experiencia narrativa anterior es su inclusión en tanto personaje en el mundo presentado; o sea, el autor implícito crea un personaje-narrador que coincide —en una especie de desdoblamiento casi documental— con la experiencia de vida, ideas políticas, personalidad, yaun el nombre del autor real. De ahí que muchos críticos hayan visto una combinación de testimonio y ficción en Aventuras Hay efectivamente, según mi criterio, una ruptura genérica, a partir del procedimiento de tomar hechos o condiciones del contexto referencial para que formen parte del relato; pero no creo que se pueda hablar de combinación o superposición de lo testimonial y lo ficcional, sino que lo que correspondería a la primera categoría se convierte en lo segundo al interactuar en un cosmos narrativo donde prima la ficción. Esto se evidencia, sobre todo, en los diálogos del primer narrador —Pablo— con el verdadero sujeto del enunciado y de la enunciación, Hiliodomiro del Sol. Tomando procedimientos de la crónica y la entrevista, el primer narrador conduce el relato, ubica el espacio, describe algunos lugares y objetos, y cumple una función de narratario implícito; pero los episodios que configuran la diégesis los narra Hiliodomiro. La presencia de este personaje —muerto en la guerra, pero actuante en la historia como un espíritu encarnado— define el carácter de la novela, la cual se puede catalogar, dentro de lo fantástico, en la tipología que reconoce la «presencia contrastiva de lo ordinario y lo extraordinario», 10 es decir, ambos órdenes conviven en la historia, y lo hacen de manera armónica. En el «Prólogo», hay un intento de explicación «lógica» de la posibilidad de esa convivencia, a partir del espiritismo, lo queharía variar un tanto esa tipología. Tal justificación, sin embargo, debe ser tomada dentro de la intención humorística de la obra y no como un interés de otorgar categoría racional a los sucesos. La aparición de Hiliodomiro no responde a los métodos espíritas para convocar a los muertos, y su apariencia, salvo en los momentos en que se describe el proceso de su «condensación», no es la de un ser sobrenatural, sino el de una persona viviente.
Edelweiss Serra. «El cuento fantástico.» En: Catharina V. de Vallejo. Teoría cuentística del siglo XX. Miami, Ediciones Universal, 1989, pp. 222-41.
10

Desde el punto de vista de la proyección semántica, la creación de ese personaje — narrador-testigo y evaluador de los acontecimientos que se desarrollan en la diégesis— es uno de los mayores méritos de Aventuras Identificar al Soldado Desconocido de Arlington, supuesta representación de los héroes norteamericanos de la Primera Guerra Mundial, como un cubano mulato, pobre y descreído tiene más de una significación. En primer lugar, esas cualidades identitarias lo oponen polarmente al ideal de hombre norteamericano (blanco, anglosajón, rico, protestante), con lo que, de entrada, supone una transgresión de los valores que, según la propaganda, connota el soldado de Arlington, y de paso una especie de «venganza» satírica de los pueblos considerados inferiores. Hiliodomiro del Sol representa


igualmente a sectores marginados del discursosociocultural hegemónico de cualquier sociedad capitalista, incluyendo la cubana de entonces, por lo que, desde lo semántico, representa tanto a los «pueblos pequeños» como a aquellos grupos que supuestamente no tienen voz en los grandes acontecimientos de la humanidad. Su dibujo, en tanto personaje, como un «tipo de relajo» permite consolidar la proyección humorística de la novela y hacer más eficaces los recursos narrativos puestos en juego.11 Es él quien porta la visión paródica del «heroísmo» guerrerista al descaracterizar el mito de los soldados desconocidos, empezando por él mismo, quien ni era norteamericano, ni quiso ir a la guerra, ni murió en acción heroica. El relato acerca de cómo fue reclutado, su entrenamiento y su traslado al campo de batalla —literariamente un relato de enredos y malentendidos— es un excelente recurso para aludir a la conformación de los mitos, en este caso el de los héroes, en el imaginario colectivo, y de paso satirizar la demagogia de los discursos oficiales y su manipulación de la verdad histórica. Después de relatar cómo su indignación ante la aleccionada histeria bélica de la multitud fue entendida como gritos de ardor patriótico, confiesa:
Debo reconocer que yo fui el héroe del embarque. Mi nombre corrió a todo lo largo del regimiento y me llamó el Coronel para felicitarme por mi ardor patriótico, reconociendo delante del Estado Mayor la tradición bélica del pueblo cubano y el heroísmo de Roosevelten la batalla de San Juan y el Caney, donde unos cuantos españoles bragados pusieron en ridículo a los yanquis que tuvieron que apelar, por último, a la astucia y la audacia de los mambises de Calixto García. 12
En el «Prólogo» se dice, cuando se califica al soldado desconocido cubano como «un tipo de relajo», que es «ni más, ni menos que cualquiera de nuestras grandes figuras». Es significativo que ese mismo año 1936, en un artículo titulado «El muñeco de turno» (Frente Unico, Órgano de ORCA, año 1, no. 3, 28 de enero de 1936), Pablo se refiera a Miguel Mariano Gómez, presidente de Cuba en esos momentos, como «uno de los más notables tipos de relajo de la enciclopedia del choteo nacional», lo que le otorga un sentido adicional a la caracterización de Hiliodomiro del Sol. En el artículo hay también una valoración irónica del falso heroísmo, que lo emparienta con la novela que Pablo escribe ese mismo año. 12 Pablo de la Torriente Brau. Aventuras del soldado desconocido cubano y otras páginas. Ed. cit., p. 50.
11

Otro tanto pasa en el episodio de su llegada a Europa y su encuentro con el mariscal Joffre, cuando —en medio de los gritos y vivas de la tropa a Francia y a los Estados Unidos—, introduce La Chambelona. La explicación de Hiliodomiro a Joffre del sentido de la conocida guaracha de los liberales es un verdadero collage de referencias que logra un resultado cómico y que —ante la credulidad del Mariscal y del resto de losmiembros del regimiento— evidencia el total desconocimiento sobre los pueblos no europeos, y la consecuente discriminación a que son sometidas su cultura y su historia.
[Y]o salí con facilidad del apuro, explicándole que La Chambelona era el grito de guerra de los más feroces indios siboneyes, cuyo desayuno consistía en un daiquirí de corazón de español y pólvora de arcabuz. El mariscal Joffre, emocionado por el símbolo sangriento del himno de mi país, recordando que ciertos pueblos salvajes se frotan la nariz en señal de amistad, delante de todo el Ejército primero me besó ambas mejillas a la francesa y luego se frotó ampliamente conmigo la nariz, pensando que este era el saludo que correspondía a las feroces tribus cubanas de La Chambelona.13
13

Ibídem, p. 54.

Además de los hechos, que van argumentando por sí mismos la falacia de la heroicidad de los combatientes y de su inmolación voluntaria en la Primera Guerra Mundial, el autor implícito expone a través de Hiliodomiro —con una argumentación que lo obliga a justificar la capacidad teórica de su personaje— su concepto de héroe y las razones para su manipulación en y después de esa confrontación bélica. En uno de los fragmentos más significativos de la novela —tanto, que se puede considerar su síntesis temática— se dice:


La guerra mundial ha sido la única que no ha tenido héroes Fíjate que es curioso Y es lo siguiente: sTú conoces la leyenda de algún buey héroe, que sehaya rebelado en el matadero? Pues eso fue lo que pasó. Como la Guerra Mundial no fue más que un matadero en donde el heroísmo revistió una forma negativa, una forma que nunca ha tenido: la resignación, la paciencia, la resistencia a sufrir, a rebelarse, es que podemos decir que en ella no hubo héroes Tú sabes, perfectamente, que el héroe siempre ha sido un impulsivo, un rebelde. 14
14

Ibídem, p. 57.

Y se explica el porqué de la creación de la leyenda del héroe en las guerras, especialmente en la que trata la novela:
[E]l caso es que, hasta ahora, el pueblo ha venido tolerando esto de las guerras sólo porque se le recompensa con la leyenda de los héroes. Y, efectivamente, en otras guerras ha habido sus héroes, no te lo niego [] Y por eso es que, a falta de héroes reales, y para compensar al pueblo de la enorme tragedia de esos campos interminables de cruces blancas en que nadie ha hecho nada, algún tipo inteligente, que a lo mejor fue periodista, lanzó la primera piedra de elegir héroes desconocidos para honrar al resto, suponiendo que todos habían sido héroes. 15
15

Ibídem, pp. 57-8.

Pablo de la Torriente Brau nos dejó, a lo largo de su vida, su visión profunda —creadora y antirretórica— del héroe. En su obra literaria se trata muchas veces ese tema de manera implícita o explícita. Su primer cuento publicado se titula precisamente «El héroe» y en él se reconoce, en medio de la configuración humorística delrelato, la verdadera condición heroica del protagonista; y en su periodismo —especialmente en sus crónicas desde España— el heroísmo, excepcional o cotidiano, es reconocido por quien, finalmente, también ganó esa condición. Para él, la heroicidad no es un don gratuito ni casual. Requiere «el sacrificio, el valor, el desinterés y la constancia. tY sólo se otorga con la victoria o con la muerte!». 16 Aunque en otros textos se reconoce el carácter heroico de diversas personalidades,17 es en «Hombres de la Revolución» (de donde se ha tomado la cita anterior), en el que está más diáfanamente expuesto su criterio en cuanto a la condición heroica: «Ningún héroe es verdadero —dice en ese artículo—, si no es más grande en la muerte que en la vida, si no queda más vivo que nunca, después de su muerte. Si no es capaz de engendrar alientos en los que no lo conocieron sino por la leyenda, que es la única historia de los héroes verdaderos». 18 No es, por tanto, raro —aunque sí significativo— que la temática de su única novela gire en torno a este asunto y que, desde la parodia, el autor implícito reflexione sobre el concepto. Hiliodomiro del Sol va destruyendo —mediante la relación de episodios que se pueden considerar historias insertadas en el marco novelístico—, la leyenda heroica de los soldados desconocidos de varios países involucrados en la guerra. Ninguno, por supuesto, murió en acción, y su glorificación como símbolos del heroísmo de cadanación ocurrió por las vías más desconcertantes: desde el que ni siquiera pisó el frente de combate, hasta un pacifista camino del Tíbet, o un enloquecido boticario, obcecado por La Marsellesa. Muchos, como el propio Hiliodomiro, no eran siquiera del país que representaban, y aun —como el Soldado Desconocido alemán y el italiano— pertenecían a naciones enemigas de la que los exaltó a esa condición. Con la narración de sus verdaderas acciones ratifica su discurso acerca de la inexistencia de héroes en la Primera Guerra Mundial. Todas estas historias están narradas con una gran dosis de humorismo que destaca, por contraste, las muy serias apreciaciones de Pablo de la Torriente sobre la injusticia de la guerra, el pseudo-nacionalismo, la superficialidad propagandística y otras, así como sus concepciones sobre el real heroísmo. Por otra parte, la estructura narrativa que ha practicado garantiza, sin clausurar lo semántico, la autonomía estética de la obra, que puede ser apreciada aun sin conocer sus referentes específicos.


Pablo de la Torriente Brau. «Hombres de la Revolución.» En: Pablo, páginas escogidas. [Prólogo de Fernando Martínez; selección de Diana Abad.] La Habana, Impresora Universitaria André Voisin, 1973,p. 331. [Serie Hombres de la Revolución] 17 Véase «La voz de Martí», «Mella, Rubén y Machado», «La última sonrisa de Rafael Trejo», entre otros artículos. 18 Pablo de la Torriente Brau. «Hombres de la Revolución.» Ob. cit., pp.333-4.
16

La novedad literaria
Además de los valores ideotemáticos señalados, Aventuras del soldado desconocido cubano exhibe procedimientos novedosos para la época —como la intertextualidad, la doble narración, la igualación en la diégesis de lo real y lo fantástico y otros recursos— que han permitido que resulte uno de los mejores ejemplos de la narrativa cubana de vanguardia. Como he dicho en otras oportunidades,19 alrededor del año 1930 se empieza a manifestar en Cuba un cambio de signo estético en la narrativa que se puede considerar —como estaba pasando en la poesía y en la pintura— como vanguardista. Dentro del grupo de narradores que se insertan dentro de esa renovación, Pablo de la Torriente Brau sobresale por su especial sentido de las funciones de la obra literaria. Contrario al arte autocomplaciente, su narrativa resulta, en primera o última instancia, alegórica de situaciones, conflictos, aspiraciones, que generalmente tienen que ver con lo social. Sin embargo, su confianza en las potencialidades de la literatura y su propio talento le permiten garantizar la autonomía estética de sus producciones. Ello se manifiesta desde sus cuentos incluidos en Batey y se hace aún más evidente en los relatos que escribe acerca de las terribles condiciones del presidio. El clímax de esa intencionalidad ideoestética es precisamente Aventuras del soldado desconocido cubano — a pesar de su condición de obra inconclusa y, por tanto, sinuna revisión final que hubiera eliminado algunas incorrecciones.
Véase Denia García Ronda. «Pablo de la Torriente Brau y el inicio de la narrativa vanguardista cubana.» Prólogo a Pablo de la Torriente Brau. Cuentos completos. La Habana, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 1998. Se incluye en la presente edición.
19

La acción de la novela transcurre fundamentalmente en Nueva York, con un solo desplazamiento del primer narrador a Washington. Esos espacios «terrenales» sirven para hacer posible el equívoco que da pie a la historia y a su significancia. Sin embargo, los que se crean a partir de los relatos del protagonista son los que ofrecen mayores claves de novedad y de semantización. El lugar donde se encuentran los muertos no se describe como «cielo», «infierno» o cualquier otro proveniente de imaginarios religiosos. Hilidiomiro lo califica como «allá», en contraposición implícita con el acá donde desarrolla sus relatos. Aunque no se describe explícitamente en ningún momento, la propia trama lo presenta como infinito, de acuerdo con la también inconmensurable temporalidad. La presentación de ese cronotopo coincide con elementos de las distintas épocas que se señalan en la diégesis. Es una especie de doble del mundo real —en concordancia con las actitudes, nada «celestiales» de sus habitantes—, pero con la característica de su sincronía, en una suerte de eterno presente. Cuando los soldados desconocidos atacan con armasmodernas a los héroes clásicos, la reacción de pánico es descrita de la siguiente manera:
Los griegos se encaramaron todos en las Termópilas; los chinos se treparon a su Muralla; los árabes enterraron la cabeza en la arena; los indios huyeron en sus caballos; los romanos se refugiaron en el Capitolio. Se hizo un gran silencio. Y entonces salimos nosotros del tanque. Uno cayó desde un avión con paracaídas. Con ametralladoras de mano y careta. Animales más extraordinarios jamás se han visto sobre la tierra. Hasta el hombre de Neardhental, al contemplarnos, pegó un aullido de pavor y huyó hacia su caverna []. 20
20

Pablo de la Torriente Brau, Aventuras del soldado desconocido cubano. Ed. cit., p. 104.


Varias de las innovaciones de Aventuras sobrepasan las logradas por el conjunto de narradores de la década de los años 30, para proyectarse hacia el futuro. No hay que olvidar que es en los 60 cuando se hace común el tratamiento paródico de la historia en la literatura hispanoamericana, por lo que Aventuras resulta una adelantada de esa tendencia, aunque — por ser tan desconocida como su soldado, en el ámbito latinoamericano— no se puede considerar que haya influido en ella. Lo paródico —que forma parte de una de las categorías de la intertextualidad21— se instrumenta en la novela mediante dos vías: la transgresión del discurso histórico oficial, y la transformación humorística de determinados textos, no en forma de citas,sino mediante las alusiones a ellos en boca de Hiliodomiro. Dentro del primer caso, se incluye, además de lo relacionado con lo contemporáneo, la utilización del recurso de lo apócrifo para estructurar las «hazañas» épicas de decenas de personajes históricos. Aunque las referencias a ellos y los acontecimientos históricos «reconstruidos» recorren todo el libro, es, sobre todo, en la «asamblea de héroes» donde ello se manifiesta con mayor claridad y eficacia. En el relato de Hiliodomiro aparecen —en un solo espacio y tiempo— personajes célebres de distintas épocas y de los más diversos países centrando historias que generalmente niegan el discurso oficial de su actuación en vida. La versión sobre Napoleón Bonaparte puede servir de ejemplo:
[N]o has visto tú individuo más parecido a Greta Garbo que el tal Napoleón. Siempre enigmático, silencioso y empeñado siempre en poner cara de inteligente, o de individuo a quien le aprietan los zapatos. [] Alejandro dice que quiso imitarlo y fracasó con su conquista de Egipto en donde lo mejor que hizo fue el discurso de las Pirámides; Aníbal asegura que su campaña de Italia, aparte de que no fue contra romanos, fue una mala copia de la suya; César asegura cínicamente que lo único que le interesa de Napoleón son sus cuerpos de hermosos y gigantescos granaderos de la Guardia Imperial; Carlos XII de Suecia dice que sus triunfos fueron debidos a que no tuvo contrarios de categoría, sino unapartida de aguantagolpes. 22
Véase Julia Kristeva. «Bajtin, la palabra, el diálogo y la novela.» En: Intertextualité. Selección y traducción de Desiderio Navarro. La Habana, UNEAC/Casa de las Américas/Embajada de Francia, 1987, pp. 1-24; Michael Riffaterre. «Semiótica intertextual: el interpretante.» Ibídem, pp. 147-62; Charles Grivel. «Tesis preparatorias sobre los intertextos.» Ibídem, pp. 64-74. 22 Pablo de la Torriente Brau, Aventuras de soldado desconocido cubano. Ed. cit., p. 99.
21

Por el juicio ridiculizante de Hiliodomiro pasan personalidades como Julio César, el Cid, Carlomagno, Lafayette, Guillermo el Conquistador, Federico el Grande y otros muchos, así como los historiadores, escritores y artistas que los alabaron o criticaron en su momento. Las actitudes y el lenguaje de esos «héroes» —dados a través de la versión del Soldado Desconocido cubano—, responden a las circunstancias y la retórica contemporánea; muchas veces con alusiones a categorías del marxismo, lo que amplía el sentido cómico del fragmento y facilita la sátira que lo informa:
La heroicidad, como casi todos los oficios, está en crisis. Hay «exceso de producción». Yo, por muy héroe que sea, no me ciega la pasión. Los héroes —casi todos, desde luego, porque hay sus excepciones— son como las tiples. En cuanto surge otro héroe, ya saben que tienen que pasar a otro plano y no se resignan. No quieren que nadie cante más que ellos. Son como esas «damas jóvenes» delteatro, que cuando al cabo de cuarenta años de tablas, las quieren pasar a características, patean y chillan, alegando que las quitan del puesto, precisamente, cuando ya tienen gran experiencia. Bueno, pues así son los héroes. Tienen furor de publicidad y no se resignan a que otro salga en los periódicos.23
23

Ibídem, p. 92.

La figura de Espartaco se trata como una especie de líder obrero, y es uno de los pocos que cuenta con la simpatía del narrador:


Quiso buscar apoyo en las «masas populares», y allí lo desenmascaró Espartaco, quien dijo que todo lo que se traía eran unas maniobras asquerosas con la burguesía romana y que nada tenía que hacer con ellos, aconsejándole, en tono despectivo, que se fuera a donde los Gracos, que esos eran unos «oportunistas de izquierda».24

Aunque todos entran en el mundo de la ficción, estos héroes «clásicos» se diferencian, en el plano de la estructuración narrativa, de los soldados desconocidos precisamente por su carácter de representaciones paródicas de seres reales, mientras los segundos son creaciones totalmente ficcionales. De ahí la condición de apócrifas de sus historias. Esta tendencia, también con sentido humorístico, se manifestó en obras universales posteriores, como Decadencia y caída de casi todo el mundo, de Will Cuppy,25 Apócrifos, del checo Karel Capek.26 Pero en el momento en que Pablo de la Torriente escribe su novela, no era común este procedimiento.
Ibídem, pp. 94-5.Will Cuppy. Decadencia y caída de casi todo el mundo. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1971. 26 Karel Capek. Apócrifos. Praga, Artia, 1962. (Hay edición cubana.)
24 25

En cuanto a los comentarios paródicos de textos —literarios, históricos, artísticos— estos abundan en Aventuras Una referencia básica es la novela Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, (sobre todo su versión cinematográfica) que le sirve a Pablo de motivación y de pretexto para la suya, a la que califica de «réplica cubana» de la anterior. En este caso no se trata de una parodia strictu sensu, si se considera que para ello debe haber un sentido crítico del hipotexto;27 pero es evidente que —aunque desde el punto de vista ideológico coinciden en términos generales,28 es esta una versión satírica de los hechos que sirven de asunto a esa y otras novelas. Y si aquella quiere demostrar el drama de la guerra y de los que fueron enviados a ella, la de Pablo lo demuestra por la vía de la transgresión de lo solemne y patético. Por ello puede catalogarse dentro de la intertextualidad paródica en relación con la de Remarque, aunque la parodia no se manifieste en la inmanencia de la forma. Más evidente es la parodización de los discursos codificados sobre el heroísmo y, en general, de la retórica épica. Así, por ejemplo, Hiliodomiro dice: «caí gloriosamente en los campos de Francia»,29 y también «se pronunciaron sobre mi tumba las primeras oracionesfúnebres en elogio de mi desinterés, de mi heroísmo, de mi generosidad sin límites, de mi abnegación por la causa de los pueblos pequeños y de la libertad del mundo»;30 lugares comunes que la parodia irónica pone en evidencia para construir su propio discurso transgresor. Del mismo modo se ironiza sobre los lemas propagandísticos de la prensa norteamericana de la época, como «A pagarle la deuda a Lafayette» o «A pelear por la libertad de los pueblos pequeños».
Charles Grivet considera que «la parodia [] amplifica excesivamente la apariencia del modelo, a fin de producir la irrisión del mismo (un texto paródico no posee, en principio, un efecto positivo propio, concentrado como está en la negación). «Tesis preparatorias sobre los intertextos.» Ob. cit. 28 En «Inicial», introducción a la primera edición de Aventuras del soldado desconocido cubano (1940), Raúl Roa dice: «Hasta Henry Barbusse y Erich María Remarque la guerra capitalista no cuenta con realizaciones ejemplares de signo contrario. El fuego y Sin novedad en el frente, inauguran y consagran la genuina y eficaz literatura antibélica. Formidables admoniciones contra la guerra, constituyen ya la referencia obligada, el clásico precedente de los auténticos cultivadores del género.» 29 Pablo de la Torriente Brau, Aventuras Ed. cit., p. 55. 30 Ibídem, p. 59.
27

Las referencias a obras y autores de diversas épocas son numerosas y todas se producen mediante los parlamentos deHiliodomiro. Así encontramos menciones a la Historia de la Revolución francesa, de Michelet; la «Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano», La retirada de los diez mil, de Jenofonte, las novelas de Rocambole, la literatura policial, los textos de historiadores de la Antigüedad, etcétera. Igualmente se mencionan óperas, filmes, obras de teatro, ejemplos de música popular, himnos, y aun estribillos como La Chambelona o It´s a long way to Tipperary.


Otra vía de intertextualidad paródica se manifiesta en la reminiscencia de El Quijote en el episodio del Soldado Desconocido francés, en este caso no con referencia explícita, sino reproduciendo la causa de la locura del personaje:
Como te dije, es un boticario de Burdeos que tiene un rostro pacífico y que hasta parece un poco aguantón [] Parece que, allá en Burdeos, entre receta y receta, el hombre leía sus libros de historia y sus versos. Allá, bajo el Arco de Triunfo, tiene su biblioteca con libros de Lamartine, Víctor Hugo y una pandilla más. Tantas lecturas dicen que acabaron por crearle una doble personalidad, y aunque el hombre era pacífico, y cuarentón, y con su ya discreta barriga, pues le entraban rachas, y unas veces le daba por escribir versos y otras por irse de cacería, matar boches como le decía a ir a tirar sobre los conejos y las perdices. La revolución francesa lo había vuelto loco. 31
31

Ibídem, pp. 82-3.

A todo lo anterior se añade la sátira a lasidentidades nacionales a partir de estereotipos (el aristocratismo inglés, el cientificismo alemán, el comercialismo norteamericano, etcétera). Esta multiplicidad intertextual no le resta organicidad a la novela, cuyo marco, a partir del diálogo entre los dos personajes, se mantiene bien estructurado. No hay, por tanto, un estallido del texto como pasa con algunas obras posmodernas, pero es indudable que varios de los recursos y procedimientos que caracterizan a las más actuales tendencias de la narrativa ya estaban en Aventuras del soldado desconocido cubano, sobre todo en lo referente a la intertextualidad paródica. Muchos de esos procedimientos son posibles por el desacostumbrado punto de vista que asume el autor implícito: el diálogo de dos personajes, uno de los cuales es un muerto. Aunque tal recurso no es nuevo en la literatura, siempre crea una situación excepcional que permite determinadas libertades tanto composicionales como lingüísticas. La intencionalidad alegórica de Aventuras puede desarrollarse con mayor eficacia literaria por la utilización de lo fantasmagórico. La condición de conviviente en un espacio extraterreno, donde se sincronizan todas las etapas humanas, le confiere a Hiliodomiro el poder de comentar y juzgar las actitudes «heroicas» de individuos de los más disímiles espacios y tiempos, aspectos que entran en la intención ideotemática de la novela, como ya hemos visto. Igualmente, esa mezcla de losórdenes ordinario y extraordinario, facilita el cumplimiento del sentido humorístico de la novela, que, como se ha dicho, se apoya fundamentalmente en la parodia y dentro de ella en recursos como la ironía y la sátira, y también en el llamado choteo cubano, utilizado con una doble intencionalidad: caracterizar lingüísticamente al protagonista y aprovechar sus posibilidades para una mayor libertad expresiva. Al contrario de otras obras que cuentan con seres sobrenaturales en su sistema de personajes, entre los procedimientos humorísticos de Aventuras no se apela a lo macabro. Ni aun en la descripción de las muertes de los diferentes soldados desconocidos este recurso es utilizado. A lo más que llegan las narraciones del protagonista es a acercarse a lo patético, como en la muerte del francés:
[] El boticario de Burdeos se quedó solo en el hospital. Los ojos le brillaban de cólera. sDónde está la Francia? —gritaba— sDónde están los galos? Y levantaba los brazos, con su brocha y su cubo de yodo. Puesto a la puerta del hospital, solo, sombrío, terrible, esperó a los boches. Y cuando las primeras patrullas asomaron, desolado corrió hacia ellas cantando a borbotones La Marsellesa. Las primeras filas se detuvieron sin saber por qué durante un momento; las segundas miraron; las terceras vieron a un hombre que, en medio de la destrucción, cantaba avanzando, loco, y confundieron el cubo de yodo y la brocha con una bomba espantosa y lamecha32
32 33

Ibídem, p. 87. Ibídem, pp. 87-8.

Finalmente, el boticario, confundido por su propia gente con un traidor, es fusilado «por pasarse al enemigo con las armas en la mano».33


Por otra parte, los hechos extraordinarios no presentan problematicidad en relación con los ordinarios, como generalmente ocurre en la narrativa fantástica. El personaje Pablo acepta como real la posibilidad de entrevistarse con Hiliodomiro, así como la veracidad de sus historias. Ello conforma el nivel semántico de la novela, independientemente de su carácter alegórico. Esta variante de lo fantástico tampoco era común en la época en que Pablo escribe su obra y ha sido muy practicada posteriormente en la literatura latinoamericana. Uno de los aspectos de mayor interés en Aventuras del soldado desconocido cubano es lo logrado en el plano lingüístico. El protagonista era en vida —social e individualmente hablando— un marginal, como ya se ha dicho, y su habla refiere, en ocasiones, esa condición. Es efectivamente un lenguaje excéntrico: procaz por momentos, «repleto de expresiones zafias y frases gruesas», como lo califica Raúl Roa; pero al mismo tiempo es portador de conocimientos catalogados tradicionalmente dentro de la «alta cultura», con un léxico coherente con ello. No hay en esto contradicción, ni error en la identidad lingüística del personaje, porque su «adelanto» cultural está justificado en la diégesis. Hay sí una cercanía al habla delautor y aun de varios miembros de su generación —un ejemplo de ello es Raúl Roa— que conscientemente incluyen en su discurso, en un mismo nivel de importancia, manifestaciones del léxico popular (a veces hasta del vulgar) y de lo canónico culto, lo que ha llegado a considerarse una característica generacional. La estructura lingüística de Aventuras se basa en la oralidad, a partir de su condición dialógica. En general, el léxico y la sintaxis remiten al español oral de Cuba, reforzado por expresiones coloquiales como «chico», «no te creas», «no te ocupes», «figúrate», y otras. Ello es importante en varios sentidos: por una parte, garantiza el punto de vista popular de las proposiciones semánticas de la novela, por otra remite a lo cubano que se ha aludido en el «Prólogo» y en el título; y además contribuye al carácter antiépico de los relatos de Hiliodomiro y proyectivamente de la obra. Como se ha podido apreciar, la única novela de Pablo de la Torriente Brau trasciende la crítica a la propaganda belicista contemporánea al autor, aunque este aspecto reviste una gran importancia en el objetivo ideoestético de la obra. Su indagación se proyecta hacia sentidos más amplios y diversos, como la manifestación de la identidad cubana; la denuncia de la expoliación imperialista de los «pueblos pequeños», y en general del colonialismo económico y político; el emplazamiento de los valores burgueses mediante la reinterpretación paródica de lahistoria oficial; la validación del discurso popular y de los verdaderos intereses y necesidades del hombre. Y todo ello mediante una configuración artística muy eficaz y procedimientos composicionales novedosos en la literatura latinoamericana.

Denia García Ronda
diciembre de 1999

Inicial
Para Pablo de la Torriente Brau, el oficio de escritor jamás estuvo desvinculado de la actividad práctica revolucionaria. En él, como en José Carlos Mariátegui y Rubén Martínez Villena, verbo y acción se conjugaron en armónica y fecunda recíprocidad. Nada escribió que no fuera expresión militante de su conducta. Nada hizo que no se ajustara indisolublemente a su pensamiento. La historia de sus hechos tuvo gloriosa culminación y es ya del dominio público.


La historia de sus dichos permanece todavía inédita en gran parte. Me propongo ahora irla dando a la estampa en cumplimiento de un mandato imperativo suyo y de un deber ineludible mío que trasciende ese mandato. Fui yo, entre sus amigos, el designado por él para recoger y publicar sus «papeles» si no regresaba vivo del frente. Ni siquiera ha regresado muerto: los jugos de su carne redentora aún alimentan, generosamente, los surcos ensangrentados de España. Había sido el primer hombre de América poseído por la fiebre de la revolución española. Y será, por eso mismo, el último en abandonarla. Ya sólo volverá a nosotros, a esta tierra caliente que le dio el ímpetu heroico y la pupila sinsombras, cuando el pueblo español corone victoriosamente, para todos los pueblos, la gesta emprendida en 1936. La publicación de la obra inédita de Pablo de la Torriente Brau —cuajada de fuertes realizaciones— se inicia con estas Aventuras del soldado desconocido cubano. Inmediatamente habrá de seguirle una recopilación de crónicas y documentos de la revolución española. El material de este libro, de vivísimo interés político y humano, me ha sido facilitado — comprometiendo inextinguiblemente mi gratitud— por José Luis Galbe, Primer Fiscal del Tribunal Popular de Madrid. Estas crónicas y documentos irán precedidas de un prólogo mío y de una semblanza del héroe arrancada por Galbe de sus memorias de guerra próximas a ver la luz. Y las colofonará condignamente Gabriela Mistral con una página henchida de cordial plenitud. El turno subsiguiente lo he reservado para su prolija y bizarra denuncia de los crímenes cometidos en el Presidio Modelo durante el machadato. Y, finalmente, es mi propósito recoger en dos apretados volúmenes sus cuentos y crónicas, sus reportajes políticos y los trozos inteligibles de sus proyectadas biografías de Gabriel Barceló, Julio Antonio Mella y Carlos Aponte. Acaso me decida a exhumar de la intimidad en que yacen algunos poemas fragantes a tierra mojada y un manojo de versos en que resuena triunfalmente el candor dionisíaco de su juventud. Las Aventuras del soldado desconocido cubano fueron compuestas por Pablo de laTorriente Brau en New York y quedaron bruscamente interrumpidas por su viaje a España. No tuvo nunca tiempo de concluirlas. El tiempo le faltaba para ver y ser útil. Y realizó así, involuntariamente, una de sus más caras aspiraciones, confesada más de una vez en los diálogos temblorosos de luceros de la cárcel de Nueva Gerona: dejar un libro suyo con la propia advertencia al lector que puso Federico Engels al último tomo de El Capital. Hasta Henri Barbusse y Erich María Remarque la guerra capitalista no cuenta con realizaciones ejemplares de signo contrario. El fuego y Sin novedad en el frente, inauguran y consagran la genuina y eficaz literatura antibélica. Formidables admoniciones contra la guerra, constituyen ya la referencia obligada, el clásico precedente de los auténticos cultivadores del género. Sus autores no lograron, sin embargo —menos Barbusse que Remarque—, desembarazarse totalmente del virtuosismo profesional, que asoma la oreja pulida a cada vuelta de hoja. En las Aventuras del soldado desconocido cubano, el hombre, el agonista, el revolucionario suplanta al escritor y señorea sobre él. Si algo pervive de este, es únicamente su personalísima capacidad de comunicación. La palabra —limpia de viciosas limitaciones— es aquí vitalmente leal a sí misma, retozando con fruiciosa y proteica libertad. Es bueno que se sepa de entrada. Las Aventuras del soldado desconocido cubano, es un libro crudo y veraz, traspasado por unhumorismo aséptico y repleto de expresiones zafias y frases gruesas, sin concesiones a la pudibundez de sacristía y a contrapelo del Manual de Carreño, hecho para los que gustan de verdades como puños y desprecian las mentiras enguantadas, para los que nada humano les es ajeno y están prestos a sacrificar la propia para restituirle a la vida sus fueros arrebatados. La esencia de la guerra capitalista —matadero de bueyes anónimos— queda expuesta a plena luz en estas páginas. Y, asimismo, apuntada la vía para transformarla revolucionariamente en guerra de liberación, en guerra de héroes, dirigida al aniquilamiento definitivo del régimen social cuya vigencia conlleva la muerte del hombre sin sábado de gloria. El pacifismo ojeroso, delicuescente y romántico, propio para arrullar melancólicamente los remordidos desvelos de un mariscal jubilado, sirve sólo, a lo sumo, para obtener el Premio Nobel y pagar la proeza en un campo de concentración. La pugna que asuela hoy a Europa y afecta ya a este hemisferio imprime a las Aventuras del soldado desconocido cubano, una relevante y candente actualidad. Es hoy, en 1940, que la


lectura de este libro, escrito en 1936, cobra plenitud de sentido. Todo cuanto se narra y denuncia en sus páginas está ahora aconteciendo de nuevo. Millares de soldados desconocidos, lanzados a la muerte por los imperialismos rivales, están frente a frente luchando contra su propia liberación. Morir, para perpetuar la guerra,es lo que se está haciendo otra vez en Europa. Morir, para extirparla radicalmente, es lo que hizo el pueblo español en duelo imponente con todas las potencias regresivas de la historia criminalmente concertadas. Fue aquella una pelea en función de humanidad, una guerra contra la guerra, una guerra por la paz y la justicia, una guerra contra la enemistad constitutiva de la sociedad de clase. Y, porque eso fue, Pablo de la Torriente Brau, soldado de la revolución y autor de un libro destinado a desenmascarar el heroísmo postizo de la guerra capitalista, cayó de pie sobre la nieve de Romanillos como un héroe auténtico. «De veras hay que morir —dice en carta memorable— para acabar con la guerra.» Y acabar con la guerra, cegar el hontanar nutricio del sistema de relaciones sociales que la engendra y reproduce, es renacer a la vida. Esa es la postura que propugna Pablo de la Torriente Brau en este libro impar en la literatura cubana y la única válida en esta coyuntura dramática y creadora de la historia. Hagámosla nuestra. Y luchemos como él, con desesperación esperanzada, para hacernos acreedores a merecerla, por una vida más bella y más justa, por el derecho al pan y el derecho al canto, por el libre acceso de todos al banquete platónico, por un mundo donde el recuerdo del soldado desconocido advenga símbolo trágico de la prehistoria de la convivencia humana.

Raúl Roa

Prólogo
Entre otras cosas de menor importancia, nuestraliteratura carece de su libro de la guerra. Desde Sin novedad en el frente —y aún antes, según tengo entendido— Alemania, Francia, Inglaterra, los Estados Unidos, Italia y hasta España —que no tomó parte en la contienda—, han producido una serie de obras de diversa notoriedad, constituyendo todas ellas lo que se ha venido llamando la literatura de la guerra. Cuba, por su parte, en nada ha contribuido a enriquecer este episodio de la literatura universal. Y, sin embargo, Cuba, fatalmente, tenía que producir también su literatura de la guerra, puesto que nadie negará el importantísimo papel que desempeñamos los cubanos en aquella, por fortuna, lejana conflagración. A pesar de aquella famosa caricatura, de quién sabe qué osado ignorante, que pintaba al Kaiser y a su Estado Mayor buscando a Cuba en un mapa, al recibir la noticia de que esta le había declarado la guerra a Alemania, lo cierto es que puede afirmarse que la Guerra Europea la ganamos nosotros. Acostumbrados como estamos a no darle importancia a lo nuestro, no me extrañaría que algún sabio de café sonriera, irónicamente, asegurando que se trataba de una pequeña exageración de mi parte. Mas no es necesario argumentar mucho. Por lo pronto, para los que piensan demasiado en nuestra insignificancia, es necesario recordar que el vaso ya lleno hasta los topes, se desborda con una gota de agua; y ya, cuando nosotros, conscientes de nuestro deber de humanidad, decidimos intervenir para ponerpunto final a la guerra, aliados y alemanes estaban con los hígados fuera, como dos boxeadores que no pueden más y no tienen más esperanza que la de la campana. La lucha estaba realmente en estas condiciones, cuando se supo por todas las potencias que Cuba, la Perla de las Antillas, «la tierra más fermosa que ojos humanos hayan visto», como dijera Cristóforo Colombo, iba a lanzar su peso formidable en la balanza para decidir la justa. Quien niegue esto, ni sabe un comino de historia, ni es capaz de ninguna grandeza. Y, aun más, desprecia a su propio país y merece, en consecuencia, no sólo la excomunión, sino también el ostracismo.


Hay que aclarar, no obstante, que en este hecho histórico, como en tantos otros, se nos ha tratado de robar toda la gloria. sNo pretenden los americanos que no fue nuestro gran Finlay, sino el mayor Gorgas, quien venció a la fiebre amarilla? No es nuevo, por desgracia, esto de que nos arrebaten las cosas Yo debo, pues, ponerlo todo en su lugar, y con vista a una serie de documentos irrefutables, que no cito para evitar que otros historiadores, como se hace siempre, los interpreten al revés, aclararé los hechos punto por punto, y dejaré definitivamente establecido que no fueron los Estados Unidos, sino los cubanos, quienes decidimos la guerra mundial con nuestra actitud. Para analizar el problema en su dimensión de profundidad, hay que recordar lo siguiente: por aquella época —periódo de 1914-18—,existía en la Constitución de la República de Cuba un apéndice denominado Enmienda Platt, a virtud del cual, nosotros, para declarar la guerra a cualquier otra nación, teníamos que contar con la venía de los Estados Unidos. Algunos han considerado esto como vejaminoso para nuestra nacionalidad. Muchos de nuestros más sapientes críticos, tácticos y estrategas militares, consideran en cambio, que esta Enmienda Platt no ha sido otra cosa que un tratado de alianza ofensiva y defensiva entre Cuba y los Estados Unidos, obtenido por estos que necesitaban una fuerte aliada, frente a su Canal de Panamá, y, temerosos, más que nada, de que Cuba firmara un tratado similar con Inglaterra, en cuyo caso, no ya sólo se vería en peligro el susodicho Canal, sino que también era muy probable que Cuba, a la larga, conquistara la Florida y aun la Lousiana. Acéptese o no esta tesis de los peritos militares, lo cierto es, y no habrá quien lo ponga en duda, que Cuba y los Estados Unidos, por razón de la Enmienda Platt —tan severamente enjuiciada por todos esos nuevos revolucionarios rojos vendidos al oro de Moscú— han devenido en potencias aliadas y gracias a esa alianza se ha mantenido el equilibrio norteamericano, como dicen los estadistas y diplomáticos. A fuer de justos, precisa subrayar el hecho de que en esta alianza ofensiva y defensiva, quien en realidad ha salido más beneficiado han sido los Estados Unidos, ya que nosotros, francamente, no teníamosproblemas que nos abrumaran. Según los mismos críticos militares en quienes fundamento mi argumentación, ni Haití, ni Santo Domingo han estado durante mucho tiempo en capacidad de hacernos agresión; ni tampoco las Bahamas, ni el Archipiélago de los Canarreos, que han sido nuestros más peligrosos rivales. A todos, no hay duda de que, en un momento determinado, podríamos aplastar. tQue por algo nos han llamado la Inglaterra del Nuevo Mundo! No así los Estados Unidos. Por el norte, la gran frontera canadiense, propicia a cualquier invasión inglesa en caso de conflicto, y por el sur, la frontera mexicana, ocasión de constantes choques y posible punto de desembarco de la infantería japonesa, llegada la coyuntura de una guerra contra el Imperio del Sol Naciente. Si a esto se añadía la posibilidad de una invasión cubana por la Florida, utilizando Cayo Hueso y Tampa, ya pasados al enemigo, se comprenderá que la situación de los Estados Unidos, en esa dramática circunstancia, sería desesperada. Por ello, sus críticos militares convinieron en que, cuanto antes, se contara con nuestra alianza. Y de ahí que firmáramos la Enmienda Platt. Ni qué decir tiene que nuestros estadistas y estrategas, también han tratado de obtener ventajas de la tal Enmienda. Por lo pronto, se exigió la cuestión de las Carboneras de Caimanera, con el fin de intensificar la vida comercial de Guantánamo y de evitar un nuevo ataque de los ingleses, como ya lo habían realizado conanterioridad, en 1762. Y añádase que esta alianza con los Estados Unidos, nos ha evitado la reconquista española, como le ocurrió a México. Y nada quiero decir en cuanto a consideraciones de índole política y económica, pues de todos es sabido cuántos cubanos han triunfado en el orden político y prosperado en punto a riqueza, gracias, única y exclusivamente, a la tan calumniada Enmienda Platt. Es en virtud de este vituperado apéndice, pues, que nosotros, cuando decidimos, después de meditarlo con toda justicia, arrojar nuestra espada en la balanza de la guerra, a favor de los aliados, que eran los que luchaban por «la libertad de los pueblos pequeños», nos vimos compelidos a notificar, por conducto de nuestra Cancillería, a la norteamericana, la decisión que habíamos tomado de poner glorioso término a la guerra con nuestra presencia. Esto aconteció tal día como hoy, y al siguiente, cuando esperábamos la respuesta de Washington, para cumplir con


la fórmula, los periódicos nos sorprendieron con la noticia de que los Estados Unidos le habían declarado la guerra a Alemania. Sin duda, se había cometido una violación «moral» del tratado entre las dos potencias, cubana y americana. Si bien es cierto, en efecto, que, por un olvido, en la Enmienda Platt no se especifíca que los Estados Unidos se encuentren en la obligación de consultar a Cuba cuando ellos, a su vez, deseen declarar la guerra a otra nación, es claro que, aunque sea porpura cortesía, debían contar con nosotros, ya que nosotros contamos con ellos, en la Enmienda Platt, aunque siempre, desde luego, de potencia a potencia. Analizado el caso, y haciendo un poquito de historia —sin que ello quiera decir que estamos atizando la candela para producir un rompimiento entre las dos naciones— lo cierto es lo siguiente: por sobre todo hay que convenir en que nuestra aliada —los Estados Unidos— heredera legítima de la pérfida Albión, jamás se ha embarcado en zafarrancho de combate sino con la seguridad ya plena de robar. Examínese su historia y se comprobará esto: anexión de Texas; guerra con México; guerra con España y otros pequeños affaires. Además, en este caso concreto, nuestra aliada, aunque estaba desesperada por entrar en la guerra, puesto que advertía que si Alemania triunfaba se iba a quedar sin cobrar un centavo de los miles de millones de pesos que había prestado a Inglaterra, Francia e Italia, aparte de que «la defensa de los pueblos pequeños», de los cuales tradicionalmente se ha considerado ella matrona, por lo menos en América, se iba a ver en peligro, no se decidía porque, como se ha dicho, quería estar segura de nuestra actitud, ya que no podía lanzarse a la aventura, en tanto existiera la posibilidad de que los cubanos, mientras las tropas yanquis marchaban hacia Europa, invadiéramos la Florida y conquistáramos el Canal de Panamá, separando, de esa manera, sus flotas. Esto es claro y sencillocomo un día de abril. Ahora bien, una vez en posesión los Estados Unidos de la seguridad nuestra, no sólo de que íbamos a permanecer neutrales, sino de que asimismo íbamos a combatir «por la libertad de los pueblos pequeños», nos robaron la arrancada y se llevaron toda la gloria de la declaración de guerra a Alemania, aprovechándose del desdichado olvido de nuestros estadistas de no incluir en la Enmienda Platt una simple clausulita, según la cual también los Estados Unidos se vieran precisados a contar con nosotros para declararle la guerra a cualquier otra potencia. Y así, mientras el presidente Wilson se pasea hoy entre las grandes figuras de la historia, el general Menocal sólo se pasea por el Vedado, cuando no se cree obligado a hacerlo por Miami Beach. Todo, sin embargo, con el tiempo se aclara, y ya algún día el espionaje alemán, siempre astuto, pondrá los puntos sobre las íes. Ya sé que, como toda esta argumentación es irrefutable, los que siempre se empeñan en desmoralizarnos, dirán que con qué derecho reclamamos la gloria de haber decidido la guerra si no fuimos a ella. Esto no debiera discutirse, por baladí. Tampoco fueron al frente ni Wilson, ni Clemenceau, Lord Edward ni siquiera Joffre, Foch ni ningún otro mariscal, a los que, no obstante, todo el mundo les atribuye la paternidad de la victoria. Con igual razón nosotros podemos alegar esa paternidad por control remoto, como se dice ahora. Además, ciertos autores estarán deacuerdo en atribuirnos, cuando menos, un decisivo factor psicológico, ya que los alemanes, al recibir cada día la noticia de un nuevo pueblo que se les echaba encima, pudieron sabiamente, ir descifrando el origen, la causa, el motivo, el por qué de esa nueva agresión, pero al conocer que un pueblo cuya existencia ignoraban —y lo prueba la caricatura ya mencionada de una manera irrebatible— y cuyos odios, inquinas o razones se les ocultaba a todo el esfuerzo de sus molleras concentradas, sufrieron un colapso parecido al que experimenta el que no puede construir un rompecabezas o falla al resolver un crucigrama: shock moral, que se llama en medicina. De lo que se aprovecharon los Aliados, como es natural. Mas si todo esto es cierto también, alguien, por último, se aparecerá —toh, ruindad de los hombres!— recordando, a los que reclamamos nuestra tajada de gloria en la gloria de la guerra mundial, que cuando se lanzó la idea de enviar cubanos al frente, por millares se casaron y que de aquella época data el verdadero descubrimiento de muchos de nuestros impenetrables montes. sCómo un pueblo que tanta tirria le cogió a la guerra puede ahora alegar su participación en la victoria? La impugnación de este argumento resulta, en verdad, ociosa. Salta


a la vista su fragilidad. Si franceses y alemanes no se escondieron fue, sencillamente, porque no tenían donde hacerlo, ya que, el terror a ser soldado desconocido es algo que viene de antesdel descubrimiento de Cuba. De haber contado ellos con las montañas de Oriente, no los encuentra ni un detective inglés. Además, para dejar aclarado este punto de una manera definitiva: el arte de la guerra siempre ha sido el arte de esconderse. Tanto más guerrero y audaz ha sido un pueblo cuanto mejor se ha escondido. Nada más despreciable, a mi juicio, que las referencias eruditas. Vale la pena recordar, sin embargo, que ya los guerreros antiguos se escondían detrás de cascos y escudos de metal; los salvajes más feroces utilizan máscaras para no parecerse a nadie, cuando van a la pelea; las ciudades se han acurrucado medrosamente detrás de las murallas; los guerreros más legendarios de la Edad Media se refugiaron en la cúspide de inaccesibles montañas, y, no encontrándose seguros ni en esa forma, se aislaron por medio de fosos y puentes levadizos y aun fabricaron inexpugnables castillos. Y en los tiempos modernos, squé otra cosa que escondrijos han sido las trincheras? sY los tanques? sSe conoce algo más parecido a una tortuga, el animal más escondido de la creación? El mismo avión, sacaso no es el aparato mejor preparado para la fuga que conoce la historia humana? La guerra, pues, no es sino el arte de esconderse bien, como ya dije. Y pueblo que se esconde, pueblo vencedor es. De ahí nuestra gran victoria en la Guerra Europea. Y, el que no trague, que consulte serenamente las estadísticas. Ni Francia, ni Inglaterra, ni Rusia, niItalia, ni el Japón, pudieron vencer a los poderes centrales durante cuatro años. Entramos nosotros y a los pocos meses todo había acabado y pudimos celebrar el Armisticio en Santiago y en La Habana, con sendos arrollaos y congas. Por otra parte, mientras murieron franceses, ingleses, italianos, rusos y japoneses por racimos, los cubanos, con nuestra enjundiosa táctica militar, nos eludimos de una muerte inútil. Y, a no haber sido por la funesta influenza, se hubiera sentado el caso de un pueblo vencedor que no había sacrificado en su epónima victoria ni una sola vida. Por último, para los que aún no estén del todo convencidos de que fuimos nosotros los que verdaderamente inclinamos la balanza de la victoria del lado aliado, me veré obligado a recordar —aunque siempre luce feo el estar sacando los favores1— que nosotros, al sacrificar el precio de nuestro azúcar, hicimos factible el envío de esta en grandes cantidades a Europa, con lo cual, como fácilmente se colige, fue posible el que se les sirviera café a todos los soldados en las trincheras, trayendo esto como consecuencia, según la opinión de los más sesudos críticos militares alemanes y aliados, que los soldados de esta zona permanecieran desvelados largas horas, al paso que los soldados alemanes eran vencidos por el sueño, y enseguida derrotados por los asaltos nocturnos. Y todo ello, a causa de nuestro azúcar, por donde se ve nuestro gran aporte, no ya al triunfo de la guerra,sino a salvar la civilización. Pues de haber triunfado Alemania, squé hubiera sido de la libertad de los pueblos pequeños? Sólo con haber subido el precio del azúcar a lo que hubiéramos querido, se hubiera producido lo siguiente, según el análisis hecho por avisados técnicos: de inmediato, imposibilidad de los Aliados de comprarnos el azúcar; después, imposibilidad de darles café a sus soldados y, en consecuencia, como sucedía la mayor parte de las veces en las trincheras alemanas, se hubiera dado el caso de haberse tenido que cancelar la guerra por sueño, ya que ambos ejércitos, incapaces de despertarse unos a otros hubieran permanecido inalterablemente en las mismas posiciones, lo que hubiera, a su vez, originado una baja enorme en la venta de los periódicos y, correlativamente un pánico bursátil que hubiera puesto fin a la guerra sin vencedores ni vencidos. Gracias, pues, a nuestro azúcar barato, fue posible la terminación de la guerra. Sin hipérbole puede afirmarse que cualquier machetero de nuestros campos de caña hizo más, mucho más, por la causa aliada, que el propio mariscal Foch. Cada caña de tres trozos cortada, era azúcar para una taza de café aliada, y por ende, desvelo victorioso para un héroe a punto de caer en el insomnio.
Fea costumbre que tiene nuestra aliada, los Estados Unidos, con su historia de la ayuda que nos prestaron en la guerra de independencia.
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Creo haber pulverizado, punto por punto, todas las falacesy precarias argumentaciones que suelen oponerse al crédito que, universalmente, debía reconocérsenos como vencedores de la Gran Guerra. Mas, lo cierto es que, no obstante su participación decisiva en la magna contienda, Cuba no ha producido su literatura de la guerra. sPor qué? En rigor, no hay que alarmarse. sEs que Cuba tiene su literatura de la paz? A mí me parece que ello debe atribuirse a nuestro carácter radicalmente generoso. sCómo darle importancia, sin mixtificar nuestra idiosincrasia, a nuestros sacrificios, ni siquiera a nuestra homérica victoria? sPor qué habíamos de alardear de nuestro triunfo en la guerra mundial, si tan poco nos habíamos ocupado de nuestras propias guerras, las cuales, las pobres, apenas si han servido para que unos cuantos venerables devotos hayan ido malviviendo de los recuerdos de sus héroes, y eso, con la murmuración pública? sPara qué ocuparnos del aviador Rosillo, catalán de origen, pero cubano de corazón, que según aseguran algunos estuvo en Francia, si apenas nos hemos ocupado de José Martí, de Antonio Maceo, de Ignacio Agramonte y de otros del mismo prócer linaje? En el fondo, nosotros poseemos una elegancia helénica. Hacemos las cosas y luego no les damos relevancia. Todo es natural para nosotros. Si tenemos un héroe, un artista o un sabio, allá él, que, después de todo, si tal ha resultado ser, será porque la naturaleza así lo quiso. Las culminaciones de esta están reñidas con el bally hoo.En esto le llevamos cuantiosa ventaja a nuestra aliada. En los Estados Unidos, apenas un individuo inventa, por ejemplo, un vulgar cosmético, ya sale en los periódicos, le escriben biografías y se les asegura a todos los muchachos que, al lado de semejante químico, Lavoisier mismo no era sino un principiante un poco bruto. sQué de extraño tiene, pues, que no tuviéramos hasta hoy nuestro libro de la guerra? Y, aun, dado nuestro carácter, y la acusación que sobre mí pesa, de vivir protegido por el oro de Moscú, squé de extraño tendrá que se me acuse de falsario, de irrespetuoso y aun de humorista, por dar a la estampa este libro, réplica cubana de Sin novedad en el frente? Como buen cubano, me contentaré con no hacer mucho caso a la crítica vernácula, en la seguridad de qué ya vendrá mi reivindicación algún día. Sí otra cosa buena tenemos nosotros, es precisamente la gran paciencia de que disponemos para todo y el no apurarnos por nada. Y he aquí hallada, casi sin querer, otra de las razones fundamentales para no haber producido aún nuestra literatura de guerra: nosotros, por tomarnos nuestro tiempo, siempre empezamos a producir con un retraso sobre cualquier corriente literaria o artística, de quince, veinte y hasta cien años. También esta morosidad nuestra es una gran virtud. Nunca incurrimos en exageraciones que ya no se conozcan. En todo caso, empero, como se trata de un libro de rigurosa fundamentación científica y cimentado,principalmente, en revelaciones espiritistas —ciencia en la cual los aportes cubanos marchan a la cabeza del mundo2—, debo rechazar de plano algunas acusaciones que, seguramente, se me harán.
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Nuestro espiritismo tiene manifestaciones múltiples: literarias, musicales, coreográficas y económicas.

En primer término, el hecho de que mamá sea una enfebrecida beata del espiritismo y de que, por ello, en casa muchas veces no haya un vaso listo para tomar agua, por estar todos ocupados en oraciones a los distintos espíritus de los cuales ella es devota —Juan Bruno Zayas, la hermana María y muchos más— me exime de la imputación de irreverente hacia una creencia que es, sobre todo, una cuestión de familia. Si los muertos salen, el Soldado Desconocido, que también es un muerto como otro cualquiera, tiene derecho a salir también. Mucho se ha argumentado en contra y a favor de la salida de los muertos. Yo, por ejemplo, a pesar de mi fe, no puedo dejar de constatar el hecho, de que, en una larga prisión en que estuve, en la cual mis camaradas casi todos tenían en las costillas algún asesinato, y que, en conjunto, por los alrededores de la cárcel debía haber un par de miles de espíritus, lo cierto es que ninguno salió jamás, ni hizo la menor señal de su presencia. sDebe esto considerarse como definitivo? Falso. Y ello porque, ante todo, hay que partir de la base de que los muertos también son humanos, y scómo iban a pensar en salir, a presenciade semejante grupo de forajidos? Los muertos —no debe olvidarse— no pierden su condición de vivos, y la puñalada por la espalda


que recibieron como pasaporte para el otro mundo, les enseñó que con hombres dispuestos a ir a presidio, no se puede andar con jueguitos, ni lucecitas, ni nada de eso. Por eso, los espíritus no aparecen en las cárceles, donde, además, la disciplina es extremadamente rígida y peligrosa. El argumento a favor es que, por el contrario, hay muertos que salen en todas partes y que le salen a cualquiera, por muy buen resguardado que esté. Y esto refuerza sólidamente mi tesis de que los muertos siguen siendo vivos en todos los sentidos. En efecto, squién no recuerda los sustos que hemos pasado nosotros por andar sacándole a la gente determinados muertecitos? No hay duda, desde luego, que este problema, como todos, pertenece a la relatividad y, si se me permite, yo formularé la teoría de la aparición espiritual de esta suerte: el que ha sido vivo antes de estar muerto, ese sale de todas maneras; y el que ha estado muerto antes de morir, ese no sale de ningún modo ni a nadie. De otro modo: hay muertos, amigos del descanso, muertos de temperamento abúlico, que no salen de ninguna forma y otros que, por el contrario, por mucho que se guarezcan los que les temen, salen siempre, por encima de todos los obstáculos, y, como suelen ser muertos con propósitos determinados, en definitiva se salen con la suya. Y, claro está,que estos son sólo principios generales, porque si me pusiera a clasificar los muertos, de acuerdo con sus actividades y temperamentos, necesitaría otro ensayo, que no este lugar. Sentada ya sobre bases firmes la evidencia científica de la salida de los muertos, me resta sólo desvirtuar ciertas insinuaciones de la crítica llamada seria sobre la veracidad de mi trabajo. Si en Cuba muy pocos se atreverían a negar el espiritismo, en cambio, sí hay muchos que dudarán de mi capacidad para ponerme en comunicación mediumnímica con cualquier ser. Estos individuos objetarán de fijo, que yo no he sido favorecido realmente durante mi estancia en Nueva York por las visitas del Soldado Desconocido sino que, más bien, influido, yo, como don Quijote, por la lectura de los libros de la guerra, y aun por las películas que de ellos se han filmado, me he dispuesto al truco y he escrito falsas narraciones. Muy fácil me resulta destruir esa presunción. Jamás he leído, uno solo, de entre los famosos libros de la guerra. Si no lo sabían, ya lo saben. Ni de Remarque, ni de Arnold Zweig, ni de Barbusse. Ello no significa que me haya podido sustraer totalmente a su influencia. Largo y tendido he escuchado a mis compañeros hablar de ellos. Por si también lo ignoraban ya lo saben: una de las formas que más he aprovechado yo para aprender es dejar que otros lean y luego me cuenten sus impresiones. De esa manera, he ahorrado una barbaridad de tiempo. En cuanto alas películas de guerra, de estas sí he visto varias, no lo niego. Pero de ahí, a decir que mis lecturas de oídas y sesiones cinegráficas he sacado yo mis relatos, hay enorme diferencia. Véase por qué. Yo he leído sobre astronomía y botánica y otra porción de cosas, sobre las cuales no he escrito por mucho que me interesen e impresionen. Y en punto a películas, si algunas de guerra he visto, muchas más las he sufrido de gángsters, reinas, policías, bandidos, cowboys y niñas ingenuas que se casan con millonarios. Y, a pesar de que estas suelen ser tan malas como las de guerra, jamás me ha dado ni por escribir la biografía de Al Capone, ni aventuras de Tom Mix, ni amores inéditos para Janet Gaynor. Echados por tierra todos estos argumentos, sólo me queda por rebatir ya el tan poco gentil de «spor qué he sido yo y no otro el favorecido por la amistad y las confesiones de Hiliodomiro del Sol, Soldado Desconocido de Arlington?». Como buen marxista, yo podría en este caso ir desdoblando la serie de causalidades que fueron propiciando el que un día, por casualidad, nos encontráramos Hiliodomiro y yo. Mas rechazo hacer esto para no cansar y me acojo al crédito público. Hay quien se encuentra un billete de cien pesos y todo el mundo se lo cree. Cuando un novelista necesita que se acabe el libro, hace que determinado personaje mate al protagonista, y todo el mundo está conforme y nadie protesta. Cuando en las películas del Oeste, un cowboydispara cien tiros con un revólver de seis cápsulas, todo el mundo se emociona y admite la creación del revólver-ametralladora, no sólo sin protestar, sino encantado. Cuando compra cualquiera un billete de lotería y durante veinte años no se saca un centavo nadie protesta y todo el mundo sigue jugando. Cuando se casa uno con una mujer nacida en Borneo, nadie se pone a indagar la razón del misterio de esa realidad. Cuando, en fin, un vendedor de rábanos llega a lo que ni él mismo soñó llegar jamás, nadie protesta tampoco sY se me va a negar ahora, a mí, el derecho de haber tropezado con el


Soldado Desconocido, y el que este me diera su confianza? tVamos, hombre! No hay que hacer caso a tales suposiciones y dejar el asunto a un lado. Y el que quiera creer que crea y el que no, que dude o que niegue. tQue si, por casualidad, se le ocurre al Soldado Desconocido protegerme y conseguirme algún alto puesto, ya tendré yo también quien venga a reunirse conmigo por casualidad! No quiero terminar esta ya larga, pero necesaria disquisición introductoria, sin rebatir las críticas sobre la interpretación que puedo haber dado yo a las confesiones de Hiliodomiro. Rechazo enérgicamente esas suposiciones. Y, la mejor prueba de ello, está en que él sigue siendo mi amigo y que nuevas revelaciones me hace a cada rato, que si tengo tiempo alguna vez, recogeré. Por lo demás, él no ha dejado de ser cubano, por muy soldado desconocido que sea, y nopuede, por tanto, dejar de tirar a relajo un poco su alta posición. Y esta es la mejor prueba de la fidelidad de mi interpretación: el que Hiliodomiro, soldado desconocido, no sea otra cosa, en el fondo, que un tipo de relajo. Ni más, ni menos, que cualquiera de nuestras grandes figuras. Sea, pues, este libro, el comienzo de una fecunda literatura cubana sobre la guerra mundial. No tengo ambiciones de gloria y de triunfo con él, y únicamente reclamo, si se me permite, el derecho de haber sido el precursor. Y si alguien alega que es muy tarde para salirse ahora con un libro de la gran guerra, que esto no sea obstáculo, porque, como la próxima gran guerra está al caerse de la mata, como vulgarmente se dice, estos libros cubanos serán precursores de esa gran contienda y, alguna vez, habremos sido nosotros los iniciadores de una nueva corriente literaria. Nueva York, 1936

I
Cuando conocí al Soldado Desconocido, ya este tenía la experiencia que sólo dan los años y había perdido un poco de resabios y de pretensiones. Por ello, y por un complejo de circunstancias que nos atrajeron con mutua simpatía, fue conmigo enteramente franco y cordial y me narró interesantísimos episodios de su vida. En realidad, desde aquel momento yo llegué a la conclusión de que el Soldado Desconocido debía ser más conocido. Y, por eso, me he dispuesto a dar a conocer, con la exactitud que demanda la historia, la biografía de un ente, extraordinario a la fuerza,verdadero infarto mitológico en medio de la claridad de nuestro tiempo. El motivo inicial de estos relatos, debe ser, desde luego, cómo conocí al Soldado Desconocido, entre otras razones, por lo interesante que la cuestión fue, así para mí como para él. Sucedió ello el cuatro de julio de 1935, en la ciudad de Nueva York. Tal día, es el de la fiesta nacional norteamericana. Aprovechando la circunstancia de que vacaban las oficinas y factorías, los revolucionarios cubanos habíamos convocado a un mitin en el Club Cubano Julio Antonio Mella, en la Quinta Avenida y la 116, con el propósito de recabar el apoyo moral y material del movimiento popular norteamericano para la lucha contra los nuevos tiranuelos de nuestro país. El mitin fue magnífico. Se llenaron los salones y se prodigaron generosamente los aplausos a todos los oradores. Particularmente, yo obtuve un éxito extraordinario. Ocurrió que, por ser el último orador, cuando me llegó el turno para hablar casi no me quedaba nada interesante que decir sobre la situación cubana y, entonces, exprimiéndome la imaginación, ocurrióseme ligar los acontecimientos mundiales del día, la experiencia de la historia y ciertos conceptos filosóficos deliberadamente vagos, con los aspectos de la lucha


contra el imperialismo en Cuba y, como les suele ocurrir a los que no son oradores, que improvisando quedan mejor, coronó mi trabajo el más rotundo triunfo. Como procede, al objeto de esta explicación,debo referirme a la parte del discurso en que hice mención a la pasada guerra mundial y a la posibilidad de que se repitiese el «espectáculo». Recuerdo que estuve feliz al referirme a las patrañas de que se habían valido las potencias para justificar y glorificar la horrenda carnicería. Entre estas patrañas hice referencia concreta a la deificación del Soldado Desconocido y tuve un acierto singular cuando señalé cómo ninguna de las innumerables estatuas que se han levantado a este mártir anónimo de la matanza, tenía ni la figura ni las facciones de un negro. La idea produjo impresión en la asamblea, que la acogió como una revelación. De todas maneras, lo interesante de toda esta afortunada especulación oratoria es que motivó la entrevista que voy a referir inmediatamente. Cuando terminó el mitin, yo, como presidente, o chairman, como se dice acá, hice una petición de dinero para luchar contra la guerra y contra el imperialismo en Cuba. Comencé, prudentemente, solicitando un simpatizante que tuviera cinco pesos para dar. (Ustedes saben. Se acostumbra hacer un ingenuo truco que consiste en dar de antemano esta cantidad para que alguien se decida a romper el hielo y los demás no tarden en emularlo.) Y sucedió lo inverosímil. Se adelantó, inmediatamente, a dar los cincos pesos convenidos nuestro compañero encargado del truco y, entre aplausos, otro oyente se levantó para ofrecer diez pesos para la lucha contra la guerra. En la mesa nosmiramos unos a otros para averiguar quién era el autor de semejante reforma genial a nuestra estrategia. El resultado fue tan estupendo que rompimos todos los récords de recaudación aquella noche. La afluencia de donantes fue tal que apenas si tuvimos tiempo de fijarnos en el hombre que había dado «diez pesos para la lucha contra la guerra». Pero, a la salida, el hombre me estaba esperando. Era un mulato alto, bastante bien vestido, aunque se notaba que la ropa era un poco anticuada. Era más bien delgado, pero fuerte, de rostro simpático y charla fluente en la que pronto noté algo raro, algo que me traía recuerdos de la infancia y de la adolescencia. El hombre, saliendo del Club, se me presentó y enseguida todo quedó aclarado entre nosotros. —Me llamo Hiliodomiro del Sol, y soy de Cuba, de Santiago de Cuba —tCómo! —le interrumpí—. sUsted es Hiliodomiro del Sol? —Yo mismo tQué! sUsted me conoció, acaso? Me extraña, porque usted es muy joven Sin embargo (Y el hombre se quedó pensando un rato.) Venga acá —me dijo—. sPor casualidad usted es hijo de don Félix de la Torriente, aquel maestro que tenía un colegio en Santiago, allá por el año 14? —Claro que sí, que soy hijo de don Félix —le dije— y, aunque yo era un muchacho, me acuerdo perfectamente de usted. Entramos en una cafetería de Lenox y tomamos algo en una bandeja para propiciar la conversación evocadora. —Caramba —comencé— yo me acuerdo de usted, porque usted era unhombre famoso para los muchachos allá en Santiago. Nosotros le decíamos el Habanero, porque decíase que una vez había ido a La Habana y traído dichos de allá. Usted siempre estaba de guaracha y de rumba. Y tenía bronca por los cafés con aquel Aparicio que era tan grande. O andaba de serenata con Sindo Garay, el guitarrista. Era un hombre alegre y guapo, por eso los muchachos lo conocíamos. Usted cuando llegaba la fiesta de carnaval de Santa Ana, Santa Cristina y Santiago, arrollaba con la comparsa de los Hijos de Quirino y una vez me acuerdo que, frente al Club San Carlos, con un grupo de amigos, plantaron un catre en la calle y orinales nuevos y los llenaron de cerveza La gente se reía a carcajadas y ustedes estaban borrachos y nosotros los seguíamos en pandilla cuando tomaron por San Félix para abajo y se llevaron de la Plaza de Armas varios músicos tocando clarinetes y bebiendo cerveza en orinales, que parecía que bebían meao. Así llegamos hasta el barrio de Los Hoyos y allí se armó la gran parranda que hasta nosotros arrollamos


Noté que mi evocación había llenado de complacencia a mi interlocutor. Desde luego, había halagado su vanidad y, sobre todo, le había refrescado recuerdos agradables de su turbulenta juventud. Impresionado favorablemente hacia mí, fue que asumió aquella actitud tan rápida en lugar de emplear los rodeos que, sin duda, hubiera utilizado, para darme a conocer su verdadera personalidad. Por ello,cuando le pregunté, para infundirle nueva vida a la conversación, qué hacía en Nueva York y por qué había desaparecido de Santiago, me dijo, sin más rodeos: —Yo sólo estoy en Nueva York de visita hoy. Yo soy el Soldado Desconocido de Arlington Mi estupefacción fue silenciosa y hondamente pensativa. Al pronto, saqué recuerdos de mis abigarradas lecturas y admití la posibilidad de una locura sifilítica, cosa bastante natural en quien había hecho una vida tan correntona. Pero Hiliodomiro me atajó enseguida y con esa efectiva clarividencia que sólo los espiritistas han tenido el talento de reconocer en los muertos, me dijo: —No, no se trata de ninguna locura. Recuerda y obsérvame. Yo soy otro hombre. Yo era más joven que lo que eres tú y sólo han pasado unos quince años desde entonces Consideré que lo mejor era dejarlo hablar. —sNo te acuerdas de cuando vino la guerra? Bueno, tú eras muy muchacho y yo era muy borracho para que le diéramos importancia a aquello Pero seguro estoy de que tú tomarías parte en las «guerrillas» del Tivolí, Los Hoyos y la Plaza e‘Marta y que alguna pedrada cogerías en ellas. Y yo, por mi parte discutí violentamente en el café, a favor de Francia, hasta «jumarme» y cantar La Marsellesa. »Pero de La Chambelona sí te acordarás mejor, porque esa fue en Cuba y nos tocó directamente y el mismo Santiago fue tomado y perdido por los alzados, cuando nos retiramos para Songo, con Rigoberto y Loret de Mola. Bueno,los liberales no quedamos muy bien parados que digamos y cuando vino la cuestión de meter a Cuba en la guerra, por guataquería a los yanquis, nos metieron los monos en el cuerpo con aquello del Servicio Militar Obligatorio sNo te acuerdas de aquel desbande que se armó de todo el mundo a casarse para no tener que ir a la guerra? A mí se me ocurrió lo mismo. Pero scon quién me iba a casar? Tenía cuatro o cinco muchachas donde escoger, pero si me decidía por una me iba a tener que pelear con las otras y pensando pensando se me ocurrió que lo mejor era huírme un tiempo de Santiago, «perderme», para salvarme de ir a la Guerra donde nada se me había perdido. Y, como era amigo de parrandas de tantos marinos, me fue fácil embarcar sin pasaporte ni nada y venir a dar a Nueva York. »Aquí no quiero decirte. Ya tú conoces esto. Al principio escapé bien y por el sólo hecho de andar «jumao» y de no hablar inglés me libré dos o tres veces de ir a parar a un campo de entrenamiento. Ya estaba preparando mi viaje para la Argentina, cuando un día, al salir del subway me encontré con un cordón de policías que iban separando a los hombres de edad militar, sin preguntarles si eran americanos o no. Para mi desgracia, ese día no había probado ni jota y parece que, por ello, mis argumentos carecían de esa lucidez que da el buen alcohol. »Nada me sirvió. Por último, de estúpido, quise utilizar los servicios del Cónsul y del Ministro, pero estos tipos seensañaron conmigo y no sólo no me ayudaron a escapar sino que impidieron que yo fuera con las tropas americanas que fueron a la guerra, a jugar la pelota allá, en el valle de San Juan, cerca de Santiago. »Fui a dar a un campo de entrenamiento en Texas. Monté en unos caballos que parecían mulos; rompí a bayonetazos qué sé yo cuántos muñecos de cuero y arena; me tiraron desde aeroplanos con paracaídas; hice túneles para poner minas; cargué alambres de púas para plantar trincheras de alambre y, por último, como era grande y fuerte, me pusieron a practicar el lanzamiento de granadas Te aseguro que nunca en mi vida he estado tan fuerte. Esa gente parecía que se había propuesto prepararme para quitarle el campeonato a Jack Johnson. Y, en efecto, como si la guerra fuera a ser a puñetazos, todas las tardes me metían en el ring con boxeadores profesionales encargados de darnos tremendas palizas. Una vez que no pude aguantar más golpes, me acordé de cómo nos fajamos en Santiago y le pegué una terrible patada


por los cojones al instructor que por poco lo mato. A poco más me salvo de ir a la guerra porque se me hizo Consejo de Guerra y se me iba a juzgar severamente por insubordinación e indisciplina; pero me defendí tan estúpidamente que el tribunal reconoció en mí defectos naturales en un temperamento combativo y valeroso y acordó enviarme para Francia antes de terminar el entrenamiento »No te quiero contar Por lo pronto, nosembarcaron para Nueva York. Allí nos pasearon por las calles atestadas de un público inmenso que había ido a comprobar que otros se iban por él y nos aplaudía a rabiar, en el fondo exteriorizando su alegría de quedarse, y por donde quiera nos tocaban el Tiperary y el Over there Ni sé cuántas viejas me abrazaron llorando, llamándome. tHijo! Y qué sé yo cuántas muchachas me besaron. Yo iba marchando nada más que vigilante a la oportunidad de salirme de filas y desaparecer, pero el entusiasmo de la multitud por quedarse y vernos partir era tal, que había hecho una verdadera muralla a lo largo de todo Broadway hasta los muelles y nadie en el mundo hubiera podido barrenar aquella pared humana. Al cabo, convencido ya de que, por lo menos hasta el barco, no tenía ninguna oportunidad, y, como además, los admiradores me habían ido ofreciendo tragos de whiskey por el camino, determiné poner a mal tiempo buena cara y comencé a marchar con una marcialidad digna de un prusiano de los que despanzurré en Francia más tarde. Y, como entonces apenas había españoles en Nueva York, pues aproveché para gritar todos los tMe cago en Dios! tViva Cuba! tMuera Francia! y tViva el Kaiser! que me dieron la gana de gritar, y los gritos se confundían con los overtheres y el entusiasmo de la juventud Muchas muchachas al reconocerme extranjero me imaginaban un caballero moderno que iba a sacrificar mi juventud y mi vida por la libertad y me besuqueaban y serestregaban conmigo emocionadas hasta el espasmo Yo respondía a estas efusiones con gritos de tMuera Washington, coño! y ellas entendiendo lo de Washington aplaudían frenéticamente »La multitud aleccionada por los periódicos gritaba: «tA pagarle la deuda a Lafayette! tViva Francia!» Yo, indignado, me preguntaba cómo esta gente había esperado siglo y medio hasta que yo estuviera en edad militar, para ir a pagarle la deuda a Lafayette Con el sentido comercial que tiene este pueblo —pensaba yo— los intereses que tendrán que pagar ahora serán enormes Pero, sobre todo, lo que me indignaba era que tuviera que ir yo también a pagarle la deuda a Lafayette Porque squé le debía Cuba a Francia? Como no fueran los saqueos de los corsarios franceses capitaneados por Jacques de Sores, ninguna otra cosa le debía. »Pero, de pronto, otros gritos brotaron bajo los auspicios del interminable It is so long to Tiperary«tA pelear por la libertad de los pueblos pequeños!» »No pude más. Me indigné hasta el colmo y comencé a vociferar: —tPartía de cabrones! tQué pueblos pequeños ni qué carajo! tAcaso no son pequeños Cuba, Puerto Rico, Haití, Filipinas, Hawai, Panamá, Nicaragua, y los tienen ustedes jodidos hasta no poder más! Lleno de rabia tiré el fusil en tierra y una avalancha de pueblo se me tiró encima y me cargó en hombros vitoreándome hasta desgañitarse Habían oído los nombres de tantos pueblos oprimidos ycomprendieron instintivamente que yo había pedido la libertad de esos pueblos Por eso, vociferaban a más y mejor y me proclamaban a priori paladín ayudándome a irme para Francia a pelear allí por la libertad de lo que podían dar en Washington tranquilamente »Debo reconocer que yo fui el héroe del embarque. Mi nombre corrió a todo lo largo del regimiento y me llamó el Coronel para felicitarme por mi ardor patriótico, reconociendo delante del Estado Mayor la tradición bélica del pueblo cubano y el heroísmo de Roosevelt en la batalla de San Juan y el Caney, donde unos cuantos españoles bien bragados pusieron en ridículo a los yanquis que tuvieron que apelar, por último, a la astucia y la audacia de los mambises de Calixto García. »Y así comenzó mi carrera de héroe de la guerra. En el barco ya, acorralados como reses, entre pitazos, La Marsellesa, los alaridos de la multitud, el Stardt Spangler Banner y el God Save the King, partimos de los muelles. Así pasamos ante la Estatua de la Libertad, más rígida que nunca, aunque agitada por todos los lados con banderitas francesas, inglesas y americanas, que nos despedían para la matanza.

»Frente a la Estatua de la Libertad, y ya seguro de que nadie me entendía, comencé de nuevo mis insultos, gritando: —Adiós, thija de la gran puta! tOjalá te destroce un avión, so cabrona! »Un soldado me tocó en el hombro y, mirándome con gran seriedad, me dijo en un perfecto español de México: —Choque esoscinco hermano que, por culpa de esa gran chingada de la libertad, es que nos llevan a que nos pinchen por todos los lados Nosotros también vamos a pagarle la deuda a Lafayette cuando todavía debíamos cobrarnos más lo de Maximiliano! »Del viaje tampoco quiero contarte nada. Íbamos, como ya te dije, acorralados, como rebaños, y, apenas salimos de Sandy Hook y comenzaron los primeros golpes de mar, toda aquella gente que no había visto nunca el agua ni para tomarla, muchos, comenzaron a marearse y vomitar y el asco fue tal que los que no nos mareábamos por el mar teníamos que arrojar por la porquería de todo aquello. No había un lugar limpio en donde sentarse y, para dormir, hubo que echar cubos de agua por dondequiera con el resultado de que la porquería se quedó, pero más abundante, aparte de la humedad. »Sin embargo, las noches eran peor que los días, porque apenas alguien soltaba la primera leyenda sobre los submarinos ya a todos se nos subían los huevos al pescuezo, a pesar de que íbamos rodeados por aquellos buques mosquitos que tan bien protegían los transportes contra los torpedamientos. »A lo mejor, de pronto, sonaban las cornetas y las sirenas y había que precipitarse a los botes, con un frío del carajo, porque al Coronel se le había ocurrido un simulacro de naufragio tMe cago en su madre! Y luego resultaba un problema encontrar el equipo de uno Y si no se encontraba, corte militar segura »Por eso, cuando,por fin, arribamos a Francia, aunque sabíamos que allí íbamos a dejar el pellejo y el alma, vimos los cielos abiertos. Quien más quien menos, después de tanto tiempo de abstinencia forzada, recordó con delicia las delicias de las habilidades de las francesas sNo te acuerdas de Barracones y Marina? Allí cogí una gonorrea de «garabatillo» que todavía, con los años que llevo en Arlington, me corre por los huevos como si con ella no fuera lo de la muerte Te aseguro que este problema de mi gonorrea francesa es lo más que me ha hecho pensar en eso de la inmortalidad de la Francia y en que, efectivamente, yo también le debía algo a Lafayette.3
Yo, al transcribir, con toda la fidelidad que reclama la historia, estas declaraciones que no dejan de parecerme un tanto cínicas, del Soldado Desconocido, comprendo que me escapo de recibir el día menos pensado la cruz de la Legión de Honor Pero el historiador todo lo debe arrostrar por el esclarecimiento de la verdad.
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»Llegados a Francia, la imaginación se nos abrió a todas las especulaciones. Miles de viuditas rubias, finas y cariñosas, nos vieron desfilar con nuestra pestilente marcialidad por las calles de Brest. El recibimiento, teniendo en cuenta las proporciones, fue parecido a la despedida de Nueva York. Sólo que allá nos recibían como los héroes que venían a matar más boches; a evitarles la violación y a sustituirles los esposos »Yo, para contribuir a pagar la deuda deLafayette, in mente me propuse un festín de francesitas, acordándome de aquella casa que había tenido con Margot, Lilly, Renée y tantas otras que tan buenas ganancias me dejaron. »Para nuestra desgracia, la cosa estaba en extremo difícil por Los Argones, por Chateau Tierry, por Iprès, y por qué sé yo cuántos lugares, de manera que apenas cruzamos la ciudad nos acorralaron de nuevo en un tren interminable y nos pusieron camino de Chalons. Por los pueblecitos salían viudas y más viudas a saludarnos. Estaban frescas como lechugas, pero nosotros no parábamos en ningún lado. Por fin, llegamos a Chalons y allí nos revistó el mariscal Joffre, gordo, amplio, bigotudo, con más cara de médico de pueblo que de general. Pero lo cierto fue que echó un discurso corto y al final gritó: tVive La France! tVive les États Unis! tVive Lafayette! tVive Washington! y todo el mundo levantó los rifles y comenzó a gritar, rebuznar y relinchar a más y mejor. Yo, indignado, por el olvido en que se tenía a Cuba, representada por mí, comencé a cantar a todo pecho La Chambelona:


Aé Aé.Aé la Chambelona Aspiazo me dio botella y yo voté por Varona.

»Como mi voz era terriblemente alta, al cabo se hizo notar más de la cuenta y tuve el honor de que el mariscal Joffre se me acercara para preguntarme qué canto era el mío. »El regimiento hizo un silencio mortal. Era para impresionar a cualquiera. Pero yo salí con facilidad del apuro, explicándole que LaChambelona era el grito de guerra de los más feroces indios siboneyes, cuyo desayuno consistía en un daiquirí de corazón de español y pólvora de arcabuz. El mariscal Joffre, emocionado por el símbolo sangriento del himno de mi país, recordando que ciertos pueblos salvajes se frotan la nariz en señal de amistad, delante de todo el Ejército primero me besó ambas mejillas a la francesa y luego se frotó ampliamente conmigo la nariz, pensando que este era el saludo que correspondía a las feroces tribus cubanas de La Chambelona. El Ejército rugió de entusiasmo ante el gesto democrático del Mariscal de Francia y todavía yo recuerdo las ganas que me entraron de morderle el bigote apestoso de vino que me restregó por la cara »De la Guerra realmente puedo contarte poco. Cometí el error de contarle al Coronel de mi Regimiento, que pertenecía a la Ciencia Cristiana, algunas de las costumbres de los indios «chambeloneros», de los cuales yo descendía. Le aseguré que pensaba encuadernar todos los libros de la Biblioteca Nacional de Cuba con pellejo de alemanes como construían mis antepasados sus chozas con huesos de conquistadores españoles, y el Coronel se horrorizó. Pensó que los alemanes iban a utilizar para propaganda política mis desafueros, y dispuso que yo pasara a la retaguardia, al sector de Sanidad Militar. Allí, asegurando que ningún plato podía ser tan sabroso como una buena nalga de boche bien estofada, el jefe se espeluznó por mis instintosantropófagos, y, aunque se habló de licenciarme, me pasaron aún más atrás, a los hospitales, en donde, sólo de tarde en tarde, oía el ruido de algún avión que dejaba caer su bombita y que acababa por caer él, envuelto en llamas. »En realidad, el bluff me iba salvando de tomar parte verdaderamente en la guerra al paso que, por otro lado, tenía ya mi problema resuelto con las heroicas enfermeras, a las que parece que no les caía mal mi color un poco trigueño y mi forma de feroz guerrero, descendiente del cacique Rigoberto, y la historia de mis sombríos apetitos de carne humana »Pero la dicha no puede durar mucho en la tierra y al fin caí gloriosamente en los campos de Francia. La guerra es la guerra. Ya tú sabes que vino aquella terrible epidemia de influenza. Bueno, pues yo, aunque fui citado varias veces en la Orden del Día, por mi heroísmo en la cura de los enfermos, no pude evitar la enfermedad y, por lo mismo que estaba bien alimentado por mis enfermeras, no pude resistir y morí como un valiente entre espantosos escalofríos y rodeado por las lágrimas de todo el cuerpo de nurses de aquel hospital de convalecientes. Fue algo conmovedor que aún recuerdo. »Pero la guerra es la guerra, como ya te dije, y ni después de muerto puedes considerarte tranquilo. A mí me mataron después de muerto. »Parece que los alemanes se enteraron por su servicio de espionaje que había muerto su más implacable enemigo, y, procediendo con la falta desentido de caballerosidad innata en ellos, ya que habían sido incapaces de hacerme frente mientras tuve vida, decidieron atacar mi entierro, y cuando iba camino de mi hoyo reglamentario, un Taube cobarde dejó caer una bomba desde considerable altura y no quedó nadie del cortejo. Yo que fui el que mejor parado quedé, me quedé en cueros, sin identificación y con diez o doce huesos de menos. El Taube, alcanzado por una bala perdida, cayó cerca de nosotros. Y, por esta hazaña, fui de nuevo mencionado en la Orden del Día, aunque nadie pudo identificarme. Y así terminó mi historia en la Guerra Mundial. Caminando caminando, ya habíamos llegado hasta Riverside Drive y nos acercábamos al monumento erigido a la altura de la calle 125, creo, a la memoria del Soldado Desconocido, que estaba cubierto de coronas de flores, y donde iba a pernoctar Hiliodomiro quien no quería irse hasta el día siguiente para su tumba en el Cementerio Nacional de Arlington.


No dejó de extrañarme que el día en que, precisamente, se le hacían más festejos allá, él hubiera abandonado el lugar y le interrogué. Pero parece que tenía otra cosa en la cabeza y me contestó: —Más adelante te hablaré de ello. Llegamos al monumento, rematado por un águila que parece en trance de parir, de puro angustiada que está. Hiliodomiro echó un vistazo por los contornos. Sólo había una pareja arrinconada que se besaba de la manera más ensimismática, prolongada y penetrantemente posible.—Aquí podemos hablar porque a esos no los separaría ni el bombardeo de un Taube, comentó Hiliodomiro, siempre con sus imágenes de la guerra. »Debo contarte ahora —de acuerdo con tus preguntas— cómo fue que llegué a soldado desconocido. Tú sabes que a raíz de la guerra, cuando comenzaron a publicarse las primeras fotografías de aquellos campos enormes de cruces blancas, donde a trechos se veían mujeres vestidas de negro llorando, la conmoción fue tan grande que se hizo necesario hallar un paliativo. Yo, después de muerto, por mi contacto con cierto elemento superior del que ya te hablaré, he adquirido alguna cultura. Por eso, te puedo trasmitir esta observación, que, desde luego, no es mía. La guerra mundial ha sido la única que no ha tenido héroes Fíjate que es curioso Y es lo siguiente. sTú conoces la leyenda de algún buey héroe, que se haya rebelado en el matadero? Pues eso fue lo que pasó. Como la Guerra Mundial no fue más que un matadero en donde el heroísmo revistió una forma negativa, una forma que nunca ha tenido: la resignación, la paciencia, la resistencia a sufrir, a rebelarse, es que podemos decir que en ella no hubo héroes Tú sabes, perfectamente, que el héroe siempre ha sido un impulsivo, un rebelde. Por eso, si acaso, por paradoja, los únicos héroes que tuvo la guerra mundial fueron los rusos, que fueron los primeros en «rajarse», en negarse a pelear Bien, pues el caso es que, hasta ahora, el pueblo ha venidotolerando esto de las guerras sólo porque se le recompensa con la leyenda de los héroes. Y, efectivamente, en otras guerras ha habido sus héroes, no te lo niego. Tan es así, que te diré que a nosotros estos otros héroes de verdad nos miran con cierto retintín de desprecio que el día menos pensado va a acabar mal Y por eso es que, a falta de héroes reales, y para compensar al pueblo de la enorme tragedia de esos campos interminables de cruces blancas en que nadie ha hecho nada, algún tipo inteligente, que a lo mejor fue periodista, lanzó la primera piedra de elegir héroes desconocidos para honrar al resto, suponiendo que todos habían sido héroes. »Y hay que reconocer que la idea es ingeniosa y que produjo muy buen efecto, pero la desproporción del premio es tan enorme que tú no sabes los líos que ha traído tImagínate tú un soldado desconocido en Verdún! tHay lo que ustedes llamarían un terrible problema de desempleo entre los soldados desconocidos! »Pero te voy a contar ya cómo fue que me hicieron soldado desconocido. »Ya te dije que me mataron después de muerto. Esto, te advierto que ha sido bastante frecuente en la guerra. Es más, hay soldado a quien han matado diez y hasta quince veces, porque la artillería, como habrás visto en la película Sin novedad en el frente, no respetaba cementerios ni nada, y cuando tú llevabas ya tu mes de enterrado y creías que todo se estaba tranquilizando y que los gusanos podrían trabajar sinsobresaltos, caía una avalancha de metralla y te destrozaban de nuevo. Más tarde, cuando venía la contraofensiva, allí mismo mataban a los contrarios y a seguidas el entierro en común, la confusión de huesos y quedabas ya, hasta el próximo bombardeo, con un brazo de alemán, la pata de un inglés y la cabeza de un negro sudanés de la infantería. Esto, aunque te parezca raro, ha dado origen a numerosas controversias entre los soldados desconocidos y yo mismo no estoy exento de algunos de estos problemas. La jurisprudencia sentada en el asunto me ha salvado. »El caso es que yo tuve más leche y sólo tengo en el cuerpo dos o tres costillas de una nurse francesa que era más celosa que el diablo, y por este detalle, cuando escogieron en el Cementerio de Chalons el soldado desconocido que había de descansar en Arlington, tuve la suerte de parecerles muy completo y armónico a los encargados de la selección. Debo advertirte que se tenía cierto cuidado en seleccionar un soldado desconocido. Quien más quien menos


trataba de comprobar que el soldado en cuestión, por lo menos, pertenecía a su país; asimismo, se rechazaron esqueletos de negros y hasta hubo quien prefirió escoger los lugares donde habían peleado determinados regimientos. Pero, con todo, la realidad es que, en general, somos bastante desconocidos. »Ya, después que fui seleccionado, se contrató una banda militar, un regimiento; el Presidente de la República Francesa; el generalPershing; el Alcalde de Chalons; un grupo de lisiados de la guerra y a las doce del día, con un sol espléndido, se pronunciaron sobre mi tumba las primeras oraciones fúnebres en elogio de mi desinterés, de mi heroísmo, de mi generosidad sin límites, de mi abnegación por la causa de los pueblos pequeños y de la libertad del mundo. El Presidente de Francia dijo que yo era tan excelso como Lafayette; más excelso aún que Lafayette y que yo había unido a través del océano, por mi sacrificio, a los dos pueblos más grandes del mundo, asegurando que mi alma sería recibida triunfalmente por las almas de los inmortales guerreros galos y que, a mi entrada en el cielo de la gloria, Napoleón Bonaparte se quitaría su tricornio para saludar mi paso, mientras me presentaría armas un regimiento todo formado por mariscales de la Francia Cuando dijo esto, te confieso que sentí un escalofrío de emoción. Todo el que estaba presente lloró. Los cañones ladraron como gigantescos perros. Las banderas arrastraron sus pliegues sobre mi tumba. Los rifles de los soldados se pusieron a la funerala. Te aseguro que jamás en la vida he presenciado nada comparable Ni los arrollaos de Santiago se le pueden comparar Después uno, como a todo, se va acostumbrando, pero al principio estos actos son terribles. Te aseguro que los huesos se me arrugaban de emoción »Después del presidente de Francia, habló un general inglés quien con gran solemnidad dijo que el puebloamericano era hijo del pueblo inglés y que él sentía que en aquel acto, al honrárseme a mí, se honraba a toda Inglaterra. Un ministro español, que el día antes había asistido al desenterramiento del Soldado Desconocido alemán, rabiaba por hablar y lamentaba que España no hubiera tomado parte en la guerra, en la seguridad de que ese argumento de los pueblos hijos y los pueblos madres lo hubiera él «movido» con más dramaticidad que el inglés. Pero el protocolo lo obligó a callarse, y se limitó a movilizar su dedo índice, como quien dice «ha dado en el clavo». Yo, por mi parte, al sentirme reconocido como un hijo del pueblo inglés, recordé la toma de La Habana por los ingleses y supuse que a lo mejor mi sexto abuelo fue muerto, ignominiosamente, en algunas de las emboscadas tendidas por Pepe Antonio, el héroe de Guanabacoa. »Mas todo acaba, hasta los discursos fúnebres, y el general Pershing con el sentido americano de que time is money, pronunció su discurso con toda brevedad y con la secular falta de talento que se le reconoce universalmente desde la pateadura que le dio Pancho Villa. Dijo que agradecía el homenaje que se rendía al pueblo americano, que era el que había ganado la guerra en realidad, y que así como él había tratado de civilizar a México, también había venido a Europa a poner un poco de orden; que gracias a las ideas del presidente Wilson los pueblos pequeños disfrutarían de libertad y que, gracias a mi sacrificio, sehabía vencido en Chateau Tierry. Dijo, por último, que el pueblo americano me pondría en el mismo plano que a Lincoln, Edison y Ford, porque yo representaba el esfuerzo por conquistar el record de la inmortalidad al menor tiempo posible. Y que, sin duda, yo descendía de los peregrinos del «Mayflower» »Y me metieron en una caja de hierro, como si yo fuera un tesoro; me encaramaron en un armón y entre himnos y banderas me llevaron para el tren. Las flores me caían desde los aeroplanos y, de vez en cuando, me estremecía temiendo un bombardeo. Por fin, llegamos al barco y te aseguro que vi los cielos abiertos cuando el barco se alejó y se fueron perdiendo las últimas marsellesas y los últimos discursos Pero, con todo, no pude dormir tranquilo en toda la travesía, porque uno de los soldados de la «guardia de honor» se la pasó aprendiendo a tocar La Marsellesa en una filarmónica Y, desde entonces, le cogí tal odio a los himnos, que en cuanto hay alguna fiesta, como pueda, me escapo de Arlington


II
Hablando y hablando se nos había hecho muy tarde. Los dos amantes seguían «haciendo un silencioso trabajo nocturno de alambradas» —según expresión de Hiliodomiro— y acaso todavía continúen en el mismo, pero nosotros tuvimos que separarnos, no sin que antes el Soldado Desconocido me invitara a pasarme un weekend en el Cementerio de Arlington para conocer el resto de sus aventuras. Yo cogí a lo largo de Riverside y él, como en unarepresentación de Don Juan Tenorio, pero a la inversa, se fue introduciendo en el mármol del monumento, tan sutilmente como una neblina que se diluía. Y al primer weekend que tuve libre —que han sido todos los de mi estancia en este país— me fui hasta Washington, para visitar el Cementerio Nacional, pero, en el fondo, con la duda prendida de si, efectivamente, se me aparecería de nuevo el Soldado Desconocido. Llegué, según me había indicado Hiliodomiro, al atardecer, a la hora en que se hace el último cambio de guardia hasta la madrugada, y cuando el soldado que había sido relevado se alejó, me acerqué a su relevo, quien me presentó el arma, y ante mi más profunda estupefacción, en un cómico español chapurreado, me dijo: —tCarajo, Pablo, chico, Hiliodomiro te está esperando a ti! —Y, con la misma, me dio un afectuoso palmetón en los hombros, como si me conociera. Inmediatamente, sin embargo, mi estupefacción cambió de motivo, cuando una tenue bruma se fue condensando alrededor del monumento, adquiriendo, a poco, ese aspecto lácteo y denso de las fotografías del ectoplasma. Poco después, todo cobró forma y voz y ya no me cupo duda ninguna de que Hiliodomiro del Sol, el Habanero, famoso parrandero de Santiago de Cuba, era el auténtico Soldado Desconocido de Arlington. De paso, comprobé que el espiritismo es una realidad y, al efecto, Hiliodomiro, con la videncia innata en los espíritus, según ya dije, me advirtió: —Ya ves. Soy unarealidad. Soy, luego existo, como dice todavía mi amigo Renato Descartes, quiero decir, sabes, pero nos tuteamos, porque le he caído bien ty de vez en cuando le gusta su toque de Bacardí! Y que no se te ocurra en tu libro hacer ninguna alusión despectiva al espiritismo, porque entonces le vas a quitar verosimilitud a todo esto y voy a tener que presentarme en todos los «centros» como Juan Bruno Zayas para dar fe de la realidad Enseguida se puso a hablar, mitad en inglés mitad en español, con el soldado, que entre risas sacó de no sé dónde, una botella de ron Bacardí, y nos dimos un trago para entrar en calor, porque ya las nochecitas se estaban poniendo frescas. —Este —me dijo Hiliodomiro refiriéndose al soldado— es el gran cabrón Nos llevamos muy bien y todas la noches o charlamos, o nos vamos de parranda por ahí, o se va él solo y así no tiene que estarse pasando el tiempo marcha que te marcha delante de este monumento estúpido y pesado Yo tengo influencia bastante para que lo dejen siempre con este trabajo y así, aun cuando venga la guerra, pues se libra de ser un soldado desconocido, como yo, y verse obligado a estar de retén ad perpetuam, como dice Santo Tomás de Aquino, que es un coñón de mil demonios »Porque no te quiero decir lo terrible que es estar fijo de posta en un solo lugar toda la vida O toda la muerte, como tú quieras tTú no sabes las ganas que tengo de ir a pasarme unos carnavales a Santiago! Perome es por completo imposible Las obligaciones de mi cargo me lo impiden en lo absoluto. tY gracias que yo he sabido «trabajar» al tipo este y puedo pasar mis noches por ahí! Mi silencio interrogativo fue suficiente para que Hiliodomiro comprendiera y se extendiese en las consideraciones necesarias. —Te voy a explicar —me dijo. No pienses que es una «botella» lo que tengo. Nosotros, los soldados desconocidos, tenemos un trabajo muy intenso que realizar. »Debes saber que, al principio, no hacíamos nada más que recibir honores; mas cuando se generalizó esta idea de honrar a los héroes anónimos, la avalancha fue tal que hubo que poner un poco de orden y hacer una especie de Liga de las Naciones lo suficientemente elástica para ir


culipandeando entre tantas protestas y limar asperezas, como dicen todos los diplomáticos, vivos y muertos. »Como comprenderás, se formó un Consejo Supremo de la Liga, atendiendo a las categorías, y yo, como Soldado Desconocido de Arlington, entré a formar parte del mismo. Inmediatamente, surgieron las envidias y los insultos y los ataques. Los otros soldados desconocidos de este país rechazaron, indignados, la idea de que yo, un mulato, y cubano además, un spanish como ellos dicen despectivamente, fuese quien los representase. Pero yo me defendí con la elocuencia de un candidato a Senador, y a uno le dije: Si usted es judío sa qué viene a decirme que soy extranjero? A otro: Si usted es alemán y noyanqui, y, en realidad no ha sido más que un traidor, sa qué viene a combatirme? A otro más: Si usted es un italiano que debió irse a pelear tres años antes, sa qué viene a protestar? Y así, uno por uno, fui rechazando soldados desconocidos americanos, húngaros, rusos, franceses, polacos y hasta finlandeses Sólo quedaba uno que, por casualidad, era realmente americano, y para más señas, de Boston, graduado de Harvard y descendiente de los peregrinos del «Mayflower», pero el pobre era tan estúpido e hipócrita que como el día de la asamblea caía domingo, temía asistir a ella, para cumplir con las Leyes Azules de Massachusetts, y al fin fui acatado por la gran mayoría. Esto aparte, desde luego, de la declaración del Soldado Desconocido inglés, quien, pensando que, por no tener yo muchas simpatías por los yanquis, sería un buen aliado suyo en el Consejo de la Liga, afirmó que sólo me reconocería a mí, oído lo cual por los americanos y temiendo una nueva cuchufleta de Bernard Shaw, se apresuraron a ratificarme en el puesto. »Yo sólo te cuento lo mío, porque no me gusta chismear. Esto que te voy a contar es sólo para ti, desde luego (El soldado de posta ya se había dormido, después del décimo trago.) Mira, lo que pasó conmigo, pasó con todos más o menos. Con el inglés no. Ese sí es inglés legítimo. Esa gente todo lo prevén y, por eso, aunque dicen que lo recogieron en Iprès, la realidad es que nunca estuvo en Francia, porque losencargados de hacer su selección, para no incurrir en errores, dirigidos por el Ministerio de la Guerra, enterraron antes a un miembro de la Cámara de los Lores, y a ese fue al que le hicieron los honores Sí, porque ellos pensaban con muy buen juicio, que a la Guerra sólo habían mandado a toda la canalla de los barrios bajos de Londres, o a irlandeses que no podían ver a Inglaterra, o escoceses de quienes ellos se burlaban Sin contar, claro está, a los indios y negros y canadienses y australianos, que bastante honor habían recibido ya con habérseles permitido morir por Inglaterra En cuanto al soldado italiano, resultó ser un tirolés y el pobre, en realidad, no sabía si era italiano o austríaco, por lo que el soldado inglés lo rechazó enérgicamente y, contando con mi apoyo —no te negaré que entonces tenía yo mis prejuicios raciales— impuso a un negro de Trípoli que no podía ver a los italianos El soldado francés resultó ser francés, pero por casualidad. Para comprobarlo, no hubo más que tocarle La Marsellesa, y aunque el pobre había sido un modesto y pacífico boticario de Lyon, apenas escuchó los acordes de La Marsellesa, su rostro se puso tan feroz que parecía un antiguo galo No hubo duda ninguna No te ocupes, para los franceses La Marsellesa es como para los cubanos La Chambelona o para los mejicanos La Cucaracha En cuanto al soldado ruso, después de lo de Kerenski, se nos pasó a los bolcheviques y allá está en laPlaza Roja, en Moscú »Pero no te he contado lo mejor. Lo que nos ocurrió con el soldado alemán. Esto sí fue fenomenal Yo no sé, a esta gente con tantos cálculos y tantos estudios, siempre les coge la noche, igual que a nosotros los negros Nosotros, no, qué carajo, que yo no soy negro que estoy bien «adelantao» Pues el caso fue, según hemos averiguado, que los alemanes, para perfeccionarle la obra a los ingleses, escogieron una comisión de antropólogos eminentísimos, que dictaminaron cuál era el arquetipo del alemán entre una montaña de huesos Y verás lo cómico: escogiendo un cráneo aquí, una clavícula allá; un fémur en un lado y un hioides por otro, con un talento maravilloso completaron los quinientos y pico de huesos que tiene el esqueleto humano, según me ha contado mi amigo Ambrosio Paré, con tal precisión y exactitud milagrosa que todos correspondieron, efectivamente, a un sólo individuo, con sus mismas muelas, colmillos y dientes, inclusive uno que tenía medio picado Es algo para pasmar a cualquiera, te lo aseguro. Puesto en su ataúd, «armado» como suele decirse, el hombre tenía seis pies, era calvo, robusto, barrigón (claro esto se desprendía de la configuración de las costillas,

stú entiendes, no?). En fin, tera tan alemán aquel esqueleto que parecía que estaba bebiendo cerveza! Bien, pues lo enterraron y lo desenterraron de nuevo y entre músicas van y vienen, Deutschland uber Alles, estampidos decañón, taconeos de infantería prusiana y coros de miles de voces, fue enterrado bajo el Arco de la Avenida de los Tilos, le encendieron su lamparita para todos los siglos venideros y a reposar se ha dicho, siempre bajo una montaña de rosas. »Pero, resultó, chico, lo inaudito, lo increíble, lo que debía ocurrirle a cualquiera menos a unos científicos alemanes Resultó que el alemán reconstruido no era alemán Y no sólo no era alemán, sino que era francés, francés del Rosellón, cerca de España, y que era un misionero pacifista, que la guerra le había sorprendido en París con el encargo de ir hasta el Tibet »Y sucedió lo natural. El hombre, francés y pacifista, al verse objeto de tantos homenajes en Berlín, casi al terminar la horrenda carnicería de la guerra, sufrió una conmoción tan terrible, se emocionó de tal manera ante semejante transformación de la especie humana, que loco acaso, delirante de alegría, salió de su tumba, abrazó al soldado alemán que lo custodiaba, y que quedó medio muerto de espanto, y se lanzó, sin conocer a Berlín y sin saber alemán, en busca del primer Centro Espiritista en que poder manifestarse, sin presentarse antes, como era su obligación, al Comité Central de Almas. Al fin lo encontró. Otros espíritus estaban hablando y se puso en fila para coger su turno. Él sólo entendía lo de «la France» que citaban tanto, y casi se derretía de amor por el pueblo alemán. Pero cuando él habló todo se desencadenó. Como erade esperarse, todos aquellos alemanes allí presentes, vivos y muertos, eran poliglotas y entendieron a la perfección sus confesiones. Confesó que era francés, misionero pacifista francés, que la guerra lo cogió en París y que no había tenido más remedio que matar a bayonetazos ni sabía cuántos boches; que, al fin, fue hecho prisionero y entonces, internado en un campamento de prisioneros en Alemania, había concebido el proyecto de fugarse, vistiéndose de soldado alemán, y huir, atravesando toda Polonia y Rusia, para comenzar en el Tibet la misión pacifista que se le había encargado y civilizar un poco aquellas gentes feroces Confesó que ante su proyecto no pensó en dificultades y, venciendo escrúpulos, asesinó una noche al centinela para encasquetarse su uniforme, pasó a terreno libre y, como no sabía alemán, se fingió mudo. Por fin, cuando ya estaba a punto de dejar a Prusia para comenzar su odisea al Tibet, fue identificado y, previo al trato correspondiente, fusilado en el acto, dejándose para más tarde el Consejo de Guerra necesario. Su fusilamiento fue tan rápido que le dejaron el uniforme alemán, y así le echaron unas cuantas paletadas de tierra encima. Después, una tarde, pasando un convoy de artillería por los alrededores, hizo explosión una caja de dinamita, explotaron otras consecutivamente, y todos los huesos salieron a danzar De entre todos los cementerios alemanes, por haber sido este el más protegido contra labarbarie, fue el escogido para seleccionar al alemán arquetipo, fuera o no soldado Y, al ver los homenajes que después de su muerte se le rendían, a pesar de ser francés y a pesar de ser pacifista, no podía menos que dar las gracias »Apenas pudo terminar su discurso. Bismarck, que estaba presente en espíritu, lo abofeteó; el conde Von Moltke, ordenó su fusilamiento inmediato por segunda vez; Federico el Grande soltó tres carajos, en alemán, por supuesto; Schopenhauer bufó contra todas las mujeres, causantes de todas las guerras desde Helena de Troya hasta la madre del Kaiser, por haberlo parido; Goethe con su orgullo de siempre se había negado a asistir a una reunión tan plebeya y vino a resolver el problema el Barón de Humboldt quien dijo, con docta palabra, que, ante todo, había que salvar a la ciencia alemana y que no se podía desacreditar la antropología alemana por un error tan enorme, por lo que la mejor solución era nacionalizar a aquel francés, porque, al cabo, él siempre había sido partidario de la unión universal Su idea de salvar, ante todo, la ciencia alemana, prevaleció inmediatamente y el misionero pacifista francés fue naturalizado en Postdam, en Prusia, creo. Asimismo, se tomó el acuerdo de enviar a los antropólogos que habían hecho la selección, a realizar estudios por veinticinco años más a la Universidad de Jena »Y, ahí tienes tú, por qué el Soldado inglés —concluyó Hiliodomiro— no puso reparos ningunos aeste Soldado alemán, a pesar de ser francés, porque este, por ser pacifista en el fondo, si se consigue que no le toquen La Marsellesa, irá acostumbrándose a todo, y ni defenderá a Alemania, porque no le interesa, ni se ocupará de otra cosa que de su frustrada misión de pacificar al Tibet


III
Parece mentira. Hasta cuando se está hablando con muertos, el tiempo no deja de caminar. Para mí, fue un asombro el comprobar que el alba se acercaba a lentos pero inevitables pasos, mientras Hiliodomiro hablaba sin parar. Aun, para él mismo, fue una contrariedad aquello. Como buen muerto, tenía que descansar forzosamente durante el día. Mas se conoce que me había tomado verdadera simpatía, pues por su cuenta resolvió el problema y me citó para la noche siguiente, lo que me produjo mucha alegría, ya que me había ido interesando cada vez más en sus relatos y quería que me puntualizara varios detalles. Por ello, no falté a la cita y, apenas caída la tarde, ya estaba yo en Arlington, de donde a poco salí del brazo de Hiliodomiro para irnos a dar unos tragos por alguna barra cercana. No me fue difícil traer la conversación al terreno deseado. Había barruntos de guerra entre Rusia y Japón, como siempre, y, además, Italia amenazaba con invadir Etiopía, y, como quiera que Hiliodomiro era, a la vez militar y diplomático, comprendí que el tema le interesaría. Habló enseguida. Pero yo prefiero colocar aquí, todas las aclaraciones que me hizo, alfinal de la noche, ya medio borracho, y que pudiéramos considerar como biografías de varios soldados desconocidos. Porque yo tenía curiosidad vivísima por que me aclarase algunos puntos que había dejado incompletos. —Es claro —me dijo— lo que pasó conmigo entre los soldados desconocidos americanos, ha ocurrido, más o menos, con todos los demás. Es más —continuó— y esto es ya un verdadero secreto que sólo te confío porque tú eres paisano, hay casos en que el primitivo soldado desconocido ha sido desplazado por las intrigas y las maniobras y, actualmente, hay otro en su lugar. El caso a que me refiero es el de Alemania. Tú verás lo que pasó: »Ya te conté cómo, para «salvar la ciencia alemana» Humboldt había conseguido que se dejara de Soldado Desconocido alemán a un ventrudo pacifista francés. Viejo, tenemos que comprender que, en realidad, esto era demasiado para Alemania. Date cuenta: pacifista y francés. Era demasiado. Y, por eso, a la primera oportunidad, sucedió lo que tenía que suceder. Se apareció un soldado desconocido con un poco de demagogia y nos derribó al pacifista que según creo, anda ahora, al cabo, por el Tibet, tratando de cumplir su misión. »Todas estas intrigas nos han hecho mucho daño y han contribuido a desprestigiar nuestra organización. Porque te advierto una cosa: este nuevo Soldado Desconocido alemán no vale más que el otro. Al contrario. Se trata de una verdadera rata. Con decirte que es un perfecto maricón yaestá dicho todo. Imagínate que hemos investigado rigurosamente sus orígenes y resulta que, antes de la guerra, era maestro de escuela de aquellos que estimulaban a los jóvenes para ir al combate y a las trincheras, pero cuando le llegó su turno, desapareció misteriosamente de su pueblo y más nada se supo de él por mucho tiempo. Luego, fingiéndose el inválido, como si ya hubiera regresado del servicio, se aprovechaba de la hipótesis, y vistiendo el uniforme de alguna víctima a quién había robado o matado, disfrutaba de todos los beneficios del héroe sin ninguno de sus inconvenientes. No sé, a derechas, por qué causa fue identificado, y entonces sí que se portó como un valiente. Su persecución fue feroz y tenaz y, por último, rodeado por todas partes, desapareció en el interior de una fábrica de cerveza. Se rodeó el edificio y se hizo un registro cabal. Nada. De veras, se lo había tragado la tierra. En realidad, no era esto propiamente dicho. En realidad, se lo había tragado pues a los dos días ya no pudo aguantar más la debilidad y salió dentro de un enorme tonel, chorreando cerveza por todos lados. Parecía que se meaba por todos los poros Capturado al fin, y temblando de miedo y de frío, confesó de plano su terror a la guerra y al frente. Naturalmente, fue enviado al frente y murió en la retaguardia de disentería incontenible. Sobre su cementerio hubo un furioso combate de infantería y de ahí que, en aquel lugar, se escogiese unsoldado desconocido. »Todos estos datos han sido obtenidos por nuestra Sección de Investigación y se han comprobado con retratos, fechas, huellas digitales, etcétera, y el Soldado Desconocido inglés los conserva para esgrimirlos a la primera coyuntura favorable (porque como tú sabes estos ingleses no hacen nada sino es al seguro o a la desesperada) pero, por lo pronto, el estado de ánimo de


los soldados desconocidos alemanes, está con él: «la masa», como dicen ustedes, lo apoya, porque, como maestro que era, se sabía unos cuantos «discos» de historia, y les habló de los antiguos guerreros germanos del Walhalla, y de Federico el Grande, y de la vergüenza de que un pacifista, y francés por añadidura, fuera el representante de ellos. Imagínate, con esto, y con las ganas que tenía el pacifista francés de mandar a Alemania para el carajo y seguir su viaje hacia el Tibet, no le resultó difícil conseguir sus objetivos. Y hubo que admitirlo en el Consejo Supremo y contemporizar con él. Aunque nos desacreditaba a todos y sus aires de afeminado — porque parece mentira, esto, ni con la muerte se pierde— ha provocado más de un disgusto serio, particularmente con cierto grupo de antiguos guerreros. Inclusive alemanes —Bueno, sy el Soldado Desconocido italiano? —le pregunté. —Mira —me contestó—, ya te conté lo que pasó al principio. Fue seleccionado un soldado tirolés, que, en realidad, no sabía si era austríaco o italiano. Era un perfectoimbécil, el pobre. Cuando Austria entró en la guerra cruzó la frontera y se declaró italiano. Y de allí no pudo escapar cuando Italia entró en guerra. Y tuvo una suerte negra. Apenas llegado al frente, como para entrenarlo le habían metido una de marchas forzadas y de escalamiento de montañas, el infeliz estaba agotado al extremo, y la primera noche que entró en servicio de vigilancia, de puro cansancio se quedó dormido y cuando vino a abrir los ojos tenía dos cuartas de bayoneta en la barriga. Una avanzadilla austríaca lo había sorprendido. Mas un perro que lo acompañaba en la posta, tuvo tiempo de ladrar con furia y esto despertó a varios; se generalizó el tiroteo, y, aunque al principio los austríacos, con la ventaja de la sorpresa, llevaron la mejor parte, los italianos, estratégicamente protegidos por la altura, al cabo pudieron retirarse sin mucho desorden, dejando sólo unas 20 000 víctimas en aquella acción de los Alpes, que fue el comienzo de una terrible ofensiva austríaca. Después de la guerra, se reconoció que allí había habido un héroe, y, al lado del cadáver del perro, se halló el de un soldado clavado a la tierra, por una bayoneta. No cupo duda alguna de que este había sido el verdadero héroe de la acción. Y se le eligió. »Pero, como ya te dije, este resultó ser un aldeano estúpido, que se envaneció demasiado con su inesperada elevación, y el inglés se las arregló para obtener que fuera un soldado tripolitano, que odiaba aItalia, quien la representara. Además, debo advertirte que este soldado tripolitano era un tipo del demonio, con su buena punta de ladrón y negociante. Se robaba ciertos productos muy necesitados por los soldados y una vez, huroneando en la botica de un hospital de sangre, ingirió precipitadamente qué sé yo qué líquido, creo que permanganato, estirando la pata. El médico certificó su muerte como consecuencia de los gases. »Y en esto le pasó al inglés como con el Soldado Desconocido alemán, que al fin y al cabo fue destituido. Yo no sé —Hiliodomiro se puso a monologar— pero hay veces que parece que al inglés «se le está yendo el santo al cielo», como decimos en Cuba. Porque ha querido apretar tanto y dominar tanto, que ha enseñado a bandoleros a muchos y se le está virando la tortilla por dondequiera. Él pudo ser más inteligente en estos casos. Pero la ambición rompe el saco, no te ocupes. El caso es que un día se apareció un italiano y derribó al tripolitano casi de la misma manera utilizada por el alemán. Indiscutiblemente, hay que reconocer que tiene condiciones el muy cabrón. Figúrate, como italiano al fin, era medio cantante, barítono de ópera ambulante, sin «escuela», como dicen los periodistas críticos de música, pero con mucho torrente de voz; además, había sido saltimbanqui de circo y había aprendido un poco de magia y transformismo, y, desde luego, sabía todos esos cuentos de César y la legiones romanas. Y hablaba que parecía queestaba representando Aída o La fuerza del destino Pues este tipo tanto dio con sus historias y sus maromas y sus discursos, que un día ya los soldados desconocidos italianos no pudieron más, y recordando que una vez «Roma la eterna», como él decía, se había sacudido la sarna de Aníbal, se sacudieron al tripolitano y fue exaltado el nuevo héroe que, por sus condiciones, durante la guerra había sido el cómico del regimiento, y había hecho las delicias de los soldados, ora cantando Torna a Sorrento, ora sacando conejos de la gorra de un oficial, ora dando saltos mortales. Además, había tenido una muerte gloriosa: en una ocasión, estando en una trinchera, habiendo hecho una apuesta de que se zafaría de cualquier amarre dentro de un corto tiempo determinado, los austríacos asaltaron la trinchera por sorpresa, y por rápido que


anduvo, a fuerza de tiros y de bayonetas fue como le cortaron las ligaduras que tenía con la vida. Por eso, al encontrar su esqueleto, envuelto en sogas, se le supuso martirizado por el enemigo. Y esto contribuyó no poco a aumentar su prestigio, no te creas. Yo tenía verdaderos deseos de oírle hablar sobre sus colegas el inglés y el francés y así fue que le pregunté sobre ellos. Hiliodomiro me habló con gran admiración del inglés. —Es un pícaro redomado —me dijo—. Ya te expliqué que de la guerra se enteró por los periódicos. Es un miembro de la Cámara de los Lores, de aquellos que al principio de laconflagración —que es como se decía entonces— se inscribieron de voluntarios, siguiendo el ejemplo del Príncipe de Gales y de otros duques, con el fin de impresionar a «la canalla», como ellos dicen. Y no te creas, hasta se llegaron a poner uniformes de coroneles, y aun, hasta desfilaron por las calles de Londres, Edimburgo y Dublín, sonando gaitas y con sayas escocesas, con todos los pelos al aire. Pero tú figúrate. Para ser miembro de la Cámara de los Lores e ir a la Guerra es necesario estar loco. Y, si se es loco, no se puede ser miembro de la Cámara de los Lores. Por eso, lo que hacían todos estos condenados, como le cogían el gusto a los uniformes, porque era un «gancho» tremendo con las mujeres, era incorporarse a los «servicios especiales», en donde se llenaron de cruces el pecho. Este, por ejemplo, era un especialista de vuelos a Francia, a donde lo conducía un famoso piloto, trayendo y llevando mensajes sobre la llegada de más soldados canadienses, australianos, indios, irlandeses y escoceses y alguno que otro inglés, y la necesidad de que siguieran remitiendo contingentes a los sectores de Iprès y del Somme. Por estos servicios recibió la Cruz de la Legión de Honor y el Cordón de San Jorge, la más alta condecoración inglesa, aparte de otras numerosas insignias y condecoraciones de todos los países aliados. Con esto de las cruces, como habrás observado, ocurre que tan pronto le conceden una a determinado individuo, todas la otras vienenpor su peso. Y, por eso, no existe aún el hombre que tenga una cruz. Naturalmente, alto, buen tipo, noble y héroe reconocido por varios países, le sucedió lo natural durante un período en que un hombre se cotizaba a alto precio: las mujeres acabaron con él. Y que caiga la culpa de su muerte sobre las mujeres francesas e inglesas a partes iguales. Aconteció el funesto desenlace una tarde reverberante. Mientras en el Somme morían las tropas inglesas triunfalmente a montones, rodeado de francesas e inglesas que se miraban sin compasión porque para ellas la guerra había terminado con la muerte de él, como si una explosión de granada le hubiera destrozado el pecho, murió el héroe inglés, echando esputos por la boca. No tuvo tiempo de ver en el periódico su nombre a todo título, junto al de la victoria que inició la ofensiva inglesa. »En realidad, aunque toda Inglaterra lo sabe y está satisfecha con ello, lo cierto es que vino a parar en soldado desconocido por una intriga de sus mujeres, por celos entre ellas. Una inglesa, mujer del Ministro de la Guerra, y a la que él no había hecho demasiado caso en gracia a la poca cantidad de curvas de que disponía la pobre, y también, por la preferencia insultante que le dio a una famosa querida del Embajador de Francia, al enterarse de que se iba a crear un soldado desconocido inglés, en parte para insultar la memoria de su despreciador y en parte, principalmente, para ofender a su triunfante rival,la francesa del Embajador, se las arregló de manera que el esqueleto del Lord desapareciera misteriosamente y, previamente depositado ad hoc, resultara el escogido para soldado desconocido. Ella, desde luego, como por su marido sabía que este homenaje era una cosa puramente artificial, pensó que, a la larga, carecía de importancia tal maniobra y que, pasados los años, todo el mundo se habría olvidado del Soldado Desconocido. Ella se dijo: A tipo tan pretencioso, nada le molestará tanto como el que se le haga pasar por «desconocido». Y, encantada de su habilidad, todo lo dispuso para que la francesita se enterara, haciéndola rabiar hasta la desesperación. »Pero nunca sabe uno cuando siembra para el vecino. El negocio este de los soldados desconocidos, inesperadamente se convirtió en uno de los rackets más grandes de la posguerra. Los escultores hicieron su agosto. Los poetas y los novelistas fueron laureados. Y, hasta los pintores ingleses, reconocidos como los peores del mundo, desesperadamente buscaron en él la inspiración. Las canteras de Italia han estado a punto de agotarse. Y, como los reyes, los presidentes y ministros siempre prefieren retratarse al lado de un majestuoso monumento que puede darles realce, tomaron la costumbre de acudir a los homenajes al Monumento del Soldado


Desconocido, y de ahí la importancia que estos han llegado a tener para la prensa gráfica, y, por tanto, para el público. »En consecuencia, lamaniobra de la Ministra inglesa se desmoronó. En realidad, esto ha sido un fracaso más de la diplomacia británica. El Lord, que ya estaría medio olvidado como tal Lord, es universalmente conocido como el Soldado Desconocido inglés. Y la francesa del Embajador, ni se sabe el prestigio que ha ganado, los contratos que ha obtenido para los mejores cabarets de Europa y los queridos regios que ha disfrutado. Todavía, vieja y todo, es terrible No descansa la muy puta. En cambio, la inglesa, despreciada por todos, incluso por su marido, no tuvo otro recurso que crear una especie de Ejército de Salvación y despedirse para siempre de toda aventura publicable. Puesto a averiguar —el vicio del periodismo me ha tornado incansable—, y así, aunque ya era muy tarde, no quise dejar pasar la noche sin que me contara algo sobre el Soldado Desconocido francés. Y, como, por otra parte, tenía ganas de oír la historia de un verdadero héroe, le interrogué: —Bien, y sa qué debió su cargo el Soldado Desconocido de Francia? Hiliodomiro estaba complaciente, y, además, como ya dije, un poco alcohólico. Fue una cosa fácil el seguir charlando con él. Mejor dicho, conseguir que siguiera dando palique. Hiliodomiro comenzó con un tono de admiración: —Pues ese, chico, te diré que es un tipo raro. Como te dije, es un boticario de Burdeos que tiene un rostro pacífico y que hasta parece un poco aguantón. Y en realidad lo es. Pero tiene un defecto gravísimo: en cuanto letocan La Marsellesa, ya no puede contenerse. Le produce un efecto fulminante y terrible. El rostro se le transforma. Los mostachos se le erizan. Y mira hacia todos lados con ánimo insolente y bravío. Mas lo curioso es toda su vida. Parece que, allá en Burdeos, entre receta y receta, el hombre leía sus libros de historia y sus versos. Allá bajo el Arco de Triunfo, tiene su biblioteca, con libros de Lamartine, Víctor Hugo y una pandilla más. Tantas lecturas dicen que acabaron por crearle una doble personalidad, y aunque el hombre era pacífico, y cuarentón, y con su ya discreta barriga, pues le entraban rachas, y a veces le daba por escribir versos y otras por irse de cacería, «matar boches» como le decía a ir a tirar sobre los conejos y las perdices. La Revolución francesa lo había vuelto loco. Para él, Napoleón; después, los mariscales de la Francia; después, Víctor Hugo, después, Lamartine: luego, los galos. Y todo así. El mundo entero giraba alrededor de la Francia, si es que quería girar. Y toda la historia alrededor de la Revolución francesa. Su gran amargura era la Guerra Franco-Prusiana. Y por eso, algunos domingos, se iba a matar liebres y pájaros, boches »Pero ya tú sabes como son estos hombres imaginativos. Pura musaraña todo, por supuesto. En realidad, era un honesto boticario bien querido por todos sus vecinos. »Cuando vino la declaración de guerra, ya, con tanta alarma por los periódicos, su sistema nervioso estaba encrisis. En Burdeos la movilización lo exasperó. Corrió a inscribirse; por de pronto, no le tocaba. Sin embargo, su caso se tomó como un pretexto de propaganda y salió retratado en los periódicos: primera mención en la Orden del Día, de hecho. Las primeras derrotas lo pusieron furioso; y cuando el avance alemán hizo casi necesario el traslado del gobierno a Burdeos, sintió casi un alivio pensando en la muerte heroica que iba a encontrar en el sitio. «Siempre el sur ha salvado la Francia», decía, y recordaba la marcha de los marselleses sobre París. Por las noches, su imaginación no descansaba. En un sueño, puñal en mano, entró hasta la cámara del Kaiser y allí lo había acribillado y luego, dando un grito de tVive la France! se clavó el puñal en el corazón. El grito y el puñetazo, claro está que lo despertaron, y pudo ver a su infeliz mujer llorando en un rincón. Colérico, la increpó con dureza: «sDe dónde eres tú, entonces? tTú no eres francesa!» Otro día, dormido también, él había sido el salvador de Burdeos. Su estatua se levantaba a la entrada de la ciudad. Por la noche, había logrado pasar las líneas francesas. Al llegar a las líneas alemanas, haciéndose el muerto, esperó el paso de alguna ronda nocturna. El cañoneo regulaba los minutos, como sucede muchas veces en estos combates. Un obús estalló cerca e hizo un gran hoyo. La suerte lo favorecía. Se refugió en él. A poco pasó una cuadrilla de reconocimiento alemana. Un oficial venía conella. Todos fueron deslizándose y, al quedarse solo, el oficial tropezó con él. Le dio una patada y se hizo el herido.


Entonces el oficial se agachó para reconocerlo y registrarlo y le pegó un balazo en el corazón. Inmediatamente, se puso su ropa y, como sabía alemán, pudo entrar sin dificultad en la primera línea de trincheras. De ahí pasó a atrás y, llegando hasta las líneas de la artillería alemana, hizo estallar, volando él también, por supuesto, la gran batería de artillería pesada que venía destruyendo a Burdeos. Todo el estado mayor alemán desapareció. El pánico fue enorme. La infantería francesa realizó un asalto incontenible y ya no pararon los alemanes hasta el Rhin. Poco después, registrando el campo, se encontró su carnet que decía simplemente: «tMuero por salvar a Burdeos! tVive la France!» Y así eran todos sus sueños. Hubiera parado en loco de remate si, por fin, a fuerza de reveses, Francia no hubiera necesitado, y urgentemente, toda su reserva militar. Fue llamado al servicio activo, y cruzó por todo Burdeos, con cara ya de matador de boches, con su rifle al hombro, y, en la mochila, los cuatro tomos de Michelet, Historia de la Revolución francesa, para leérselos a los soldados en las trincheras, «porque el espíritu necesita alimento en las horas de desaliento», decía. Su alegría era realmente frenética y en los desfiles, tan pronto sonaba La Marsellesa, se ponía ora rígido, imponente, ora arrebatado y sublime.»Sin embargo, en cuanto llegó el regimiento a los campos atrincherados, como era boticario, lo pasaron al servicio de hospitales. A poco lo mata la rabia. Se volvió terriblemente sombrío. Con un cubo de yodo, inclemente, desfilaba por entre las camas, dando brochazos terribles a todos sus heridos. Sus lamentos y sus relatos de los combates lo desesperaban; pero el deber era el deber. Y seguía dando brochazos de yodo con la débil esperanza de que algún día los alemanes asaltaran repentinamente el hospital de sangre y entonces se librara un feroz combate en el cual entregar su vida por la Francia. Cuando, de vez en vez, volaba sobre el hospital algún avión alemán, dejando caer las consiguientes bombas, salía a los patios con su cubo de yodo y su brocha y miraba radiante a los cielos con sus ojos azules, iluminados por la gloria. Esto, y su falta de corazón para con los heridos —pensaba con desprecio profundo de todo el que se quejaba por haber sido herido combatiendo por la Francia— acabó por llamar la atención de algunos jefes, que, de haber tenido más tiempo disponible, tal vez hubieran dedicado atención a su caso. Por lo pronto, les extrañó este éxtasis ante los aviones alemanes y el que supiera hablar alemán y el que fuera hombre de libros de historia, de planos de batallas, etcétera. —Al cabo, como en la guerra todo puede suceder, se cumplieron los deseos del heroico boticario. Los alemanes, secretamente, prepararon una feroz yarrolladora ofensiva. La artillería tronó sin cesar día y noche y, luego, al asalto furioso, nubes de infantería delirante tomaron la primera trinchera; se lanzaron a la segunda y rompieron aquel tramo de sector, asaltando y tomando la tercera línea. Todo en tan breve tiempo, que el pánico, al cundir, desmoralizó toda la retaguardia, las reservas, avituallamiento, hospitales, facilitando un triunfal recorrido de la caballería hulana y de agresivos y vandálicos regimientos que tomaron aldea tras aldea. No hubo tiempo de organizar nada; y, desde que comenzaron a pasar los primeros fugitivos, hasta que se pensó en organizar el traslado de los heridos, transcurrió el suficiente tiempo como para que ya se acercaran los boches. Un pánico de naufragio invadió el Hospital. El Coronel médico no aparecía. Una escuadrilla de aviones combatía en el cielo y bombardeaba. Los heridos, huían a montones, a más velocidad que los enfermeros, descubriéndose que muchos estaban matando el tiempo. Un oficial daba una orden y desaparecía. Otro hacía lo mismo. Todos aseguraban que, o iban a «contener al enemigo» o iban a «detener a balazos a los fugitivos cobardes». Mas ninguno regresaba. Del boticario de Burdeos nadie se ocupaba. Y, mientras tanto, las reservas se organizaban, se rehacían los regimientos de «valientes poilus» y, por fin, se iba a poner fin a aquella racha brutal. »El espectáculo fue emocionante. El boticario de Burdeos se quedó solo en elhospital. Los ojos le brillaban de cólera. «sDónde está la Francia?» —gritaba. sDónde están los galos? Y levantaba los brazos, con su brocha y su cubo de yodo. Puesto a la puerta del hospital, solo, sombrío, terrible, esperó a los boches. Y cuando las primeras patrullas asomaron, desolado corrió hacia ellas cantando a borbotones La Marsellesa. Las primeras filas se detuvieron sin saber por qué durante un momento; las segundas miraron; las terceras vieron a un hombre que, en medio de la destrucción, cantaba avanzando, loco, y confundieron el cubo de yodo y la


brocha, con una bomba espantosa y la mecha Es un galo, dijo uno. Un alemán que ya apuntaba, al oír, soltó el arma. Uno viró la espalda y tronó el cañón francés en ese momento. El boticario de Burdeos corría hacía ellos, ya perseguidos, cantando La Marsellesa. Pero no pudo darles alcance. Detrás de él, avanzaba la infantería francesa. Un oficial le puso la mano en el hombro y lo viró violentamente: «tTraidor!» —lo increpó—. Se pasaba usted al enemigo. El boticario se quedó mudo de asombro. El oficial era uno de los jefes que había huido del hospital «a contener al enemigo» La mudez del boticario fue tomada por el pánico de ser cogido infraganti Allí mismo se formó juicio sumarísimo y, condenado a muerte, fue fusilado contra el paredón del hospital, por «pasarse al enemigo con las armas en la mano», según el Código Penal Militar. «No en balde se le alegraban tanto los ojoscuando veía un avión alemán —decía el Coronel—. Era un traidor a la Francia» —comentó—. Y en esto, nuevo asalto de la infantería alemana y nueva fuga de los franceses, con el Coronel a la cabeza, por supuesto. Y el mismo día, nuevo asalto de los franceses y nueva fuga de los alemanes. Y la misma función como siete veces más, hasta que, al fin, ganaron los franceses por resistencia y allí mismo comenzó la debacle alemana. Por eso, escogieron este lugar para recoger el Soldado Desconocido de Francia. Pero en este sitio, tanto cañoneo no dejó a nadie sano. Además, allí nadie hubiera podido decir quién era alemán o francés. Pero quiso la fortuna que una granada que estalló detrás de él, lanzara sobre el cadáver del boticario fusilado, todo el paredón del Hospital; y cuando vino el escombreo mucho después, ya descompuesto del todo, se le encontró. No tenía identificación ninguna, porque antes de fusilársele se le arrancaron las insignias y documentos Sin embargo, un hecho conmovió a toda Francia: con tinta china, en los calzoncillos, tenía escrita la Declaración de los Derechos del Hombre sQuién mejor que él para Soldado Desconocido de Francia? El tiempo estaba vencido. Y, aunque lo hubiera querido, aquella noche no me hubiera podido contar nada del Soldado Desconocido ruso, de quien tenía ganas de oírle hablar. Todo se quedó para otra ocasión en que quedamos citados.

IV
Una tarde, cuando llegué a mi cuarto, al abrir lapuerta, noté con sorpresa, y hasta con un poco de susto, que un hombre estaba sentado en mi balance, de espaldas a la puerta, leyendo un libro y con las piernas, a la americana, sobre mi cama. Francamente, por esos días tenía yo olvidado a Hiliodomiro del Sol, el Soldado Desconocido de Arlington, amigo mío, pero en esa fracción de segundo en que se pasa de la inercia del miedo a la de la reacción contra él, yo relacioné el hecho de que hubiera dentro de mi cuarto —que estaba cerrado con llave— un hombre aparentemente despreocupado de ser sorprendido y el recuerdo de Hiliodomiro. En efecto, sin abandonar la puerta, y como él no se volvía, pregunté: —tEh! Y me respondió, mientras estiraba el cuerpo con toda confianza: —Pasa, pasa. Aquí estaba esperándote hace un rato. Estaba leyendo este libro que tienes aquí, a cuyo autor conozco «allá». De vez en cuando, me vas a prestar algunos de tus libros para conversar con mis amigos de «allá», sobre sus obras. El libro era La retirada de los diez mil, de Jenofonte. No puedo negar que algunas veces tengo aciertos psicológicos. Comprendí que Hiliodomiro estaba dispuesto a platicar sobre sus amigos de «allá», como él les decía. Y le di por la vena del gusto. —Bueno, sy qué te parece el libro? —Te diré. Con todos los griegos estos no me llevo muy bien que digamos; y por eso no siento muchas simpatías por sus hazañas y sus libros. A este Jenofonte, francamente, no lo puedo ver. Porque tú verás. En unaocasión, una de las tantas veces que se planteó el problema de nosotros, los «soldados desconocidos», con los «verdaderos héroes», como ellos se llaman —y te advierto que esta es una discriminación que va por muy mal camino y el día menos


pensado se produce una hecatombe— vino con mucho casco con pluma, y una sayita de tiras colgantes, bastante indecente por cierto, a dirigirse a mí con un tono burlón a lo Aristófanes — que, entre paréntesis, es uno de los hombres más simpáticos que te puedas encontrar— preguntándome que con qué títulos me mezclaba yo, un refugiado de hospitales, en una asamblea de héroes de todas las edades. Después que se apaciguó un poco la asamblea, gracias a la vozarrona del Cid Campeador, que con la Tizona en alto se cagaba en Dios y amenazaba con retirarse de la presidencia si no se imponía el orden y cesaban las burlas que se me dirigían, yo le contesté que estaba allí con el mismo derecho que él, todo cuyo mérito consistía en ser el guerrero de la historia que más facultades había demostrado tener para las retiradas Muchacho, acabé con el griego. No encontró más ironías en su repertorio. Bramaba de cólera, y pedía un duelo a muerte conmigo. Yo le pregunté que si para «retirarse» otra vez y le dio un ataque epiléptico al pobre y se lo llevaron dos generales de Alejandro Magno, quien, por cierto, me tiene alguna simpatía porque le he hecho creer que, aunque no lo digan, en la gran guerra, todos losfamosos mariscales no hacían más que estudiar sus planes. Por eso, ahora estaba leyendo este libro. Realmente, fui injusto con el pobre Jenofonte, porque para hacer esta retirada hacía falta más valor que para pelear con persas y medos, que no fueron sino unos «jaibas» totalmente desacreditados por «allá». Tanto, que esto ha motivado algunas polémicas muy serias entre Alejandro Magno y Aníbal el Carteginés, por decir este que aquel no supo más que derrotar a unos pueblos pendejos, mientras que él siempre combatió a ejércitos bragados. Gracias a que nunca se está más seguro de que no pase nada que cuando se está entre guapos, no ha habido muertos por esta discusión. Alejandro se desquita diciendo que las campañas de Aníbal en Italia, al lado de las suyas en Asia, son como una zarzuela al lado de una ópera, y que, después de todo, al fin y al cabo, mientras a él nadie lo venció a Aníbal vino a darle la puntilla un don nadie como Escipión el Africano Su estúpido orgullo lo hizo cometer esta pifia y ahora tienes tú que los romanos, al sentirse ofendidos por Alejandro, son aliados de Aníbal frente a aquel Y así en todo. Ah, y gracias a esto nos defendemos y vamos tirando, que si algún día se disponen a hacer el frente único revolucionario acaban con todos nosotros. Pero yo tenía ganas de conocer más detalles de todo esto y le pregunté: —Bueno, y spor qué tanta inquina contra ustedes de parte de esa gente? —Ah, chico, te voy a decir. Laheroicidad, como casi todos los oficios, está en crisis. Hay «exceso de producción». Yo, por muy héroe que sea, no me ciega la pasión. Los héroes —casi todos, desde luego, porque hay sus excepciones— son como las tiples. En cuanto surge otro héroe, ya saben que tienen que pasar a otro plano y no se resignan. No quieren que nadie cante más que ellos. Son como esas «damas jóvenes» del teatro, que, cuando al cabo de cuarenta años de tablas, las quieren pasar a «características», patean y chillan, alegando que las quitan del puesto, precisamente, cuando ya tienen gran experiencia. Bueno, pues así son los héroes. Tienen furor de publicidad y no se resignan a que otro salga en los periódicos. Por eso, en cuanto empezamos a llegar nosotros «allá», y todo el mundo no hacía más que hablar de nosotros, se irritaron. Inclusive hubo alguno de nosotros que por su ignorancia «metió la pata», pues cuando nos presentaron a algunos tipos famosos, preguntaron: Bueno, sy usted, quién es? tPreguntarle eso a un mariscal de Francia o a un conquistador español! Naturalmente, por todas esas razones hemos estado en difícil situación de tirantez siempre. Y, ahora, más que nunca. Yo, siempre en función de periodista, le pregunté a Hiliodomiro: sY qué han argüido ellos contra ustedes? —Pues, chico, intrigas, como en todas partes. Figúrate que, como tú comprenderás, «allá» no se puede andar con «misterios» y todo, más o menos, se sabe. Menos mal que el idioma nosayuda un poco Sí, porque se intentó utilizar el esperanto y, por fin es el que se usa, aunque por fortuna casi nadie se entiende en él, porque en cuanto un italiano se encuentra algo en italiano dentro del esperanto, sigue en italiano, no te ocupes, y la gente empieza a chiflar en las asambleas igualito a como cuando en el cine la película va por un lado y el vitaphone por otro. Bien, como te decía, la cosa comenzó como te conté, por las puyitas, las risas, las burlas, el estarnos sacando nuestras pobres o ningunas hazañas y compararlas con las suyas, que esas sí, según ellos, habían estremecido al mundo. Y, de mayor en mayor, la cosa se puso tan fea que


llegó hasta la categoría de asambleas en las que, inclusive, algún imprudente llegó a plantear la cuestión de nuestra expulsión del «Seno de los Inmortales», como se dice «allá». Figúrate, hubo que defenderse. Y aquí fue donde vino bien el que yo hubiera dado algunas clases de historia con tu padre, don Félix; y, sobre todo, que el Soldado Desconocido inglés, no fuera soldado. Si no, a patadas nos botan de allá. Te voy a contar. »Por lo pronto, celebramos nosotros una reunión secreta. Algo así, como dicen los comunistas, «reunión de célula». Consideramos los problemas y, después de un análisis lo más profundo de la situación, sin ocultarnos la gravedad de la misma, acordamos un plan, inspirado casi todo por el inglés. Este dijo que teníamos que hacer frente a dos problemas:primero, dividirlos a ellos y, simultáneamente, fortalecernos nosotros. Dentro de este plan general, nos pusimos a considerar cuáles serían las posibilidades de dividirlos y encontramos que unas eran positivas y otras negativas; es decir, que unas podían ser propiciadas por nosotros y otras existían ya y no había sino que utilizarlas inteligentemente. En cuanto a fortalecernos, aunque ninguno nos podíamos ver entre nosotros, la habilidad del inglés para concertar coaliciones venció el problema. En realidad, —ya yo lo he estudiado— esta habilidad no consiste más que en hacer creer a todos que su problema es el mismo y que su problema es el más urgente. Y les disfraza el análisis, creándoles problemas de manera que no los deja pensar. Por eso, inmediatamente, se dispuso que cada uno de nosotros, picando el nacionalismo, nos atrayéramos a los guerreros de nuestras naciones respectivas, diciéndoles que una expulsión nuestra era una mancha de infamia para nuestros países. —sY cuál fue el resultado de esas gestiones? —inquirí. —Bueno, así así. Desde luego, el Soldado Desconocido italiano, se apareció con sus artes oratorias haciendo el elogio de las legiones romanas, de Manlio Capitolino, de Muscio Scévola, de los Escipiones, de Valerio Corbo, de Lúculo, César, Pompeyo y toda la traílla y como todos estos tipos estaban acostumbrados a la retórica de Cicerón, este les resultó un mal barbero. Figúrate, César, que siempre tan maricón, tenía pormarido al feroz y gigantesco Maximino, relajeó a nuestro comisionado de una manera implacable y le demostró que no sabía nada de lo que estaba hablando. Y, como para apaciguar la crítica de César, sabiendo lo vanidoso que era, elogió demasiado sus triunfos, se puso a mal con Pompeyo y todos los republicanos. Quiso buscar apoyo en las «masas populares», y allí lo desenmascaró Espartaco quien dijo que todo lo que se traía eran unas maniobras asquerosas con la burguesía romana y que nada tenía que hacer con ellos, aconsejándole, en tono despectivo, que se fuera a donde los Gracos, que esos eran unos «oportunistas de izquierda». Y estos, por no estar presente su madre, doña Cornelia, no pudieron tomar acuerdos. Y así en todas partes. Y si no llega a ser por Fabio el Contemporizador, Catón, con su estribillo de que «tenía que ser destruido», se hubiera salido con la suya, y no regresa ni el nombre de Soldado Desconocido de Italia. Pensó entonces buscar apoyo en tiempos más modernos y como después de aquellos tiempos, los héroes desaparecieron por completo por ni se sabe cuántos siglos, tuvo que venir a recalar en el Renacimiento. Pero he aquí que en cuanto le hablaba a un «héroe», este le preguntaba de qué ducado era, y florentinos, venecianos, genoveses, romanos y napolitanos, al comprobar que no era paisano suyo —porque en realidad era de Roma, pero, ya por temor a opacar el brillo paterno de Rómulo y Remo, no se atrevía a decir que éltambién era hijo de una loba del Arno— enseguida trataban de envenenarlo o de meterle una daga por la espalda, viéndose obligado a usar siempre cota de malla, como en las novelas de Rocambole, mientras trató con ellos. Por fin, vino a parar a los tiempos de Garibaldi; mas este le dijo que para asuntos diplomáticos se entendiera con el conde de Cavour y lo dejara a él tranquilo oír los discursos de Mussolini. »El Soldado Desconocido alemán fue peor recibido aún. Federico el Grande lo vejó y le dijo que con qué cara se titulaba héroe cuando había sido vencido. Moltke declaró que la deshonra de Alemania se hacía eterna con su eterno recuerdo en tal Soldado Desconocido; y allá por el Walhalla retumbó tal trueno que el desdichado creyó que había estallado algún Gran Berta. Y no quieras oír los horrores que le dijeron, por cobarde, Rodolfo de Habsburgo y Federico Barbarroja. Blucher lo fulminó con una frase terrible. Le dijo que para tener el apoyo de los alemanes tenía que ser alemán primero, es decir, invencible. Y nuestro infeliz «comisionado»


seguro de que también había tenido su Waterloo, no hizo ninguna otra gestión, y ahíto de tanta cerveza antigua como había bebido regresó a dar cuenta de su fracaso. »Yo, por mi parte, tuve problemas de otra índole. Me puse a buscar un héroe norteamericano y no lo encontré por ningún lugar. Según me explicó despectivamente el general español Vara del Rey, que, al enterarse de que yo era de Santiago,se hizo amigo mío, para tener con quien evocar sus «hazañas» por Barracones y Marina que le interesaban más que las del Caney, «todos esos yanquis, en cuanto el negocio vino a mal, huyeron de aquí y ahora están creo que metidos con las estrellas de cine, con Valentino y comparsa». Y así fue como supe que Paul Revere, al menor indicio de crisis económica, montó de nuevo a caballo y huyó a todo galope al grito de ahí vienen los ingleses, que tanta alarma puso siempre en sus compatriotas. Y dicen que el del «Mensaje a García» anda ahora metido, como buen periodista, a entrevistador de todos los que van llegando de alguna importancia, sobre todo si son gángsters o miembros de la Sociedad de Amigos de la Silla Eléctrica. Al único héroe americano que pude encontrar fue a Lafayette, al pobre marqués de Lafayette, siempre asistiendo a todas las convenciones, muy decrépito y venido a menos, porque después de su fracaso durante la Revolución francesa no vivía de «otro cuento», como decimos en Cuba, más que del de la deuda que los americanos tenían con él, y ahora, no sólo se la habían pagado, sino que Francia se había quedado debiendo, según había leído en los periódicos Lafayette, naturalmente, en cuanto me vio la piel un poco morena, creyó que yo tenía que ver con Toussaint Louverture y se puso en guardia, y, desde luego, comprendí que tenía poca importancia tener o no el apoyo de este héroe americano, que ya había cobrado sus bonos,que me puse a hablar con él de la Revolución y de la Guardia Nacional, pero en el acto le entró un fulminante dolor de cabeza y casi que huyó de mi lado, pensando acaso que había dado, de manos a boca, con uno de esos biógrafos modernos, a los que tanto terror tiene, y los cuales, como detectives de Poe o de Conan Doyle, averiguan todas las debilidades de la vida de un hombre, con sólo saber que tiene la quijada un poco corta, o el bigote ralo, o el gusto por las corbatas azules tSon terribles, sin duda!, comentó Hiliodomiro. Y cuando Lafayette, se iba aprisa, cojeando con su inseparable mochila de marqués llena de proyectos de «derechos del hombre», el conde de Turena, que acababa de leer a Voltaire, me dijo: «sA qué no sabe usted en qué se parece el buen marqués de Lafayette a un hombre ahorcado injustamente?» «No sé», —le dije—. «Pues es que ha sido condenado sin merecerlo, y su fama la tiene por lo que no hizo y no por lo que hizo» »En cuanto a Rolando Bayardo de Burdeos —que este es el nombre que ha adoptado en ultratumba el buen boticario de Burdeos, soldado desconocido francés, temeroso por instinto del inglés, y sin olvidar jamás lo de la quema de Juana de Arco, y, pensando que, de todas maneras, a él lo único que le interesaba era estar bien con sus franceses, se fue a contarle a estos lo que había planeado el inglés. Inmediatamente, sus colegas reconocieron que, puesto que era francés, galo, no había duda ninguna de quese trataba de un héroe y que, por consiguiente, todos los manes de la Francia tenían que protegerlo. Carlos Martel le dio tan terrible espaldarazo para armarlo caballero, que por poco le parte los riñones; Breno le regaló un escudo de oro de los que se había llevado cuando la toma de Roma; Felipe Augusto, le dio un título de duque; Carlomagno lo nombró caballero de la Orden de la Mesa Redonda; Rolando le dio permiso para usar su nombre y le aconsejó que tuviera mucho cuidado con los españoles que eran una partida de estúpidos incapaces de respetar ningún prestigio, advirtiéndole que no fuera a pasar por Roncesvalles; Bayardo, finamente le agradeció que hubiera decidido usar su nombre y le recomendó que se cuidara mucho de los españoles puesto «que estos eran nobles caballeros pero asaz forzudos»; el duque de Crillón lo invitó gentilmente a cruzar su espada en amable asalto; el príncipe de Condé, lo nombró Ayudante de Campo honorario y, por último, cayó en la gloria, cuando compareció ante Napoleón Bonaparte y este, sin decirle una palabra, mientras tocaban La Marsellesa todos esos tamborcillos heroicos que pinta Víctor Hugo, le impuso la Cruz de la Legión de Honor. De seguida, con el simple gesto de uno de los dedos que tenía metidos en la barriga, hizo que se le acercara el mariscal Ney, quien, dirigiéndose a Napoleón III, que arrinconado y humilde tuvo que escucharlo, le dijo que este hombre sencillo, procedente como ellos delpueblo, había rescatado el honor de la Francia, manchado desde su vergonzosa


rendición. Y marsellesas de nuevo. Ya, hasta Carlomagno canta La Marsellesa Sin embargo, con todo su triunfo, se encontró algunas dificultades. Por lo pronto, le exigieron que no tuviera contacto ninguno con el Soldado Desconocido alemán y que nunca estuviera de acuerdo con el inglés. Además, toda «su gente» de la revolución, como él la llamaba, estimó indispensable que rompiera todo contacto con los otros, y así se vio entre los galos y los sans-culottes, como quien se queda entre dos fuegos. Por otra parte, aunque no lo dijo, Napoleón fue su gran decepción, a pesar de la Cruz de Honor y de todo. Y, en efecto, no has visto tú individuo más parecido a Greta Garbo que el tal Napoleón. Siempre enigmático, silencioso y empeñado siempre en poner cara de inteligente, o de individuo a quien le aprietan los zapatos. Yo con él no me llevo más que de «abur, abur», de afuera a fuera. Y la realidad es que nadie lo puede ver. Alejandro dice que quiso imitarlo y fracasó en su conquista de Egipto en donde lo mejor que hizo fue el discurso de las Pirámides; Aníbal asegura que su campaña de Italia, aparte de que no fue contra romanos, fue una mala copia de la suya; César asegura cínicamente que lo único que le interesa de Napoleón son sus cuerpos de hermosos y gigantescos granaderos de la Guardia Imperial; Carlos XII de Suecia dice que sus triunfos fueron debidos a que notuvo contrarios de categoría, sino una partida de «aguantagolpes». Y así por el estilo todos, y esto sin contar el odio a muerte que le tienen los primeros generales de la propia Revolución y todos los «libertadores», más o menos importantes, que ha tenido el mundo. Sólo por medio de Víctor Hugo, que es una especie de valet de su fama, y le ha catalogado las victorias y retocado las derrotas, como quien ordena trajes de ceremonias, resulta accesible. Sólo Víctor Hugo lo hace sonreír sombríamente de satisfacción. Y si según te digo, Napoleón se parece a Greta Garbo, no has visto escritor que más se parezca a Napoleón que Víctor Hugo. Siempre anda, imponente y solitario, escribiendo, según asegura, obras maestras. Lleva con él una libreta, y tan pronto se le ocurre una frase, la apunta, y entonces escribe un capítulo sobre ella. Y algunas veces hasta un libro. De nosotros nos ha dicho con desprecio que éramos «como águilas de plomo, pintadas de oro, enanos sobre escalas de gigantes, ranas uniformadas, héroes a franco la tonelada», y otras cosas por el estilo. Naturalmente, todo el mundo lo odia, y está tan pasado de moda y es tan ridículo que si viviera hoy sería poeta de tangos tDe buena se han salvado ustedes! Bien, el caso es que nuestro hombre regresó sin otra conclusión que la de que él era francés, y, por lo tanto, héroe. Con todo lo cual, y siempre como francés, no tardó en imaginar que todo el mundo estaría pendiente deél y que todos nosotros giraríamos a su alrededor. Como primera medida nos declaró que «la Francia, una indivisible e inmortal, lo apoya a él y nada más que a él». Y, acto seguido, comenzó a cantar La Marsellesa con todo furor. »El inglés, a pesar de su aspecto, no le hizo gran caso, seguro de controlarlo al cabo, como un loquero que conoce ya las debilidades de su loco y sabe que lo mejor es dejarlo desangrar a gritos. Por eso, se limitó a informar que la Sección Inglesa, unánimemente estaba a nuestro lado. Y que Ricardo Corazón de León, atemorizado por la marcha de los acontecimientos, había sido el primero en pedir ayuda a todos para apoyarnos; que Guillermo el Conquistador —quien por cierto no se cansa de decir que si conquistó Inglaterra sólo fue porque ya no podía soportar más a los franceses, sus paisanos—, Enrique Plantagenet, Cromwell, y Wellington, estando de acuerdo en que Inglaterra había ganado la guerra, necesario resultaba apoyar todas sus conquistas, de las cuales una de las más notables era esta de los soldados desconocidos, que de haberla conocido ellos bien les hubiera servido para eliminar algunos cuantos ambiciosos con ínfulas. »Y, claro está, que se calló las instrucciones sobre la manera de utilizar al francés azuzándolo contra el alemán y al alemán azuzándolo contra el francés, poniéndose en el medio como salvador, en tanto que no hubiera algo que ganar. »A primera vista nada habíamos obtenido. Más tú no puedesimaginarte las cosas que es capaz de hacer un inglés con la diplomacia. Por lo pronto, nos dijo: «Ahora podemos descansar nosotros, porque ahora comenzaron las peleas entre ellos». Y, efectivamente, en la próxima asamblea, cuando parecía que se iba a tratar el problema de nosotros, los «nuevos», los «héroes desconocidos», como nos llamaban, se armó enseguida una tartaria descomunal.

»Feidípides, el soldado de Maratón, se atrevió a hacer una interpelación no sé con cuál motivo, y lo interrumpió Leonidas, el espartano de las Termópilas, diciéndole que él no era tal héroe y que toda su fama se debía al hecho de haber querido llegar a Atenas antes que Milciades, para correrle la mujer Se levantó este héroe de «casco palpitante» —como decía Homero, quien por cierto ni es ciego ni Cristo que lo fundó, sino un vividor de siete suelas que se pasó la vida guataquéandole a todos los príncipes acaienos y troyanos— y furioso se dirigió por igual contra Feidípides y contra Leonidas, al primero por haberlo tarreado y al segundo por proclamar su desdicha, y después de decirles de quiénes descendía, y que su padre había sido domador de caballos, y su abuelo había cohabitado con una náyade de Poseidón, la cual era su abuela, y que, por tanto, era descendiente de los dioses, como Teseo y Heracleo, los retó a funesta lucha, de todo lo cual estaba tomando nota Sófocles, quien según Tirteo, no sabe hacer un drama sino es a base de cosas bárbaras ygrotescas. Alguien gritó: «tQué se callen esos griegos charlatanes!» Y entonces se armó más gorda la bronca, porque Alejandro y Filipo se lavantaron llenos de majestad a protestar y un romano les gritó que de qué protestaban, puesto que ellos no eran griegos, sino macedonios, como dándoles a entender que no era lo mismo ser de Santiago que del Caney, tú sabes. Bueno, inmediatamente se formaron las falanges macedónicas por un lado y por otro las legiones romanas, y, dado el odio que los cartagineses tenían por los romanos y el deseo de que también se acabara con los cuentos de Alejandro Magno, Aníbal, que era el único autorizado para intervenir allí, se abstenía regocijado, y era evidente que hubiera proporcionado una hecatombe de la historia antigua, si los héroes de la Edad Media, interesados en que ello no fuera así, no hubieran mediado, pues, de producirse tal hecatombe, y quedarse el mundo antiguo sin romanos que vencer, ni los galos hubieran valido nada en la Historia, ni los árabes, ni los vándalos, ni Atila, ni, en fin, todos los que cogieron los «mangos bajitos» cuando ellos empezaron a echar pa‘tras. Así es que intervinieron todos y después de un gran tumulto comenzaron a disolverse las falanges y las legiones y a restablecerse la calma. Mas en esto, los conquistadores españoles y sus antecesores, Pelayo y sus asturianos, al ver moros metidos en la polémica, se metieron ellos también con el Cid a la cabeza y entonces fueAlmanzor quien formó sus hordas. Y cuando todo el mundo se disponía ya a presenciar algunas de esas feroces luchas entre «moros y cristianos», ciertos guerreros de las Cruzadas creyeron que era el momento de resucitar la cuestión de Jerusalén y el Santo Sepulcro y de nuevo se formó la trifulca, pues los héroes anteriores al nacimiento de Cristo no tenían por qué creer en él y los posteriores a su nacimiento lo consideraban únicamente como un gran negocio, por lo que fueron desenmascarados. Y en esta discusión, los griegos, romanos, cartagineses y persas y los galos se unieron con los árabes y los franceses, italianos, alemanes, ingleses y otros se unieron con los españoles y ya sí que parecía inminente el más feroz conflicto de la historia, cuando al inglés se le ocurrió que era el momento de que actuáramos de una vez para dominar la situación. »En efecto, aparecimos en medio de un estallido ensordecedor de granadas, dentro de un tanque, con caretas contra los gases asfixiantes, y el pánico fue espantoso. Los griegos se encaramaron todos en las Termópilas; los chinos se treparon a su Muralla; los árabes enterraron la cabeza en la arena; los indios huyeron en sus caballos; los romanos se refugiaron en el Capitolio. Se hizo un gran silencio. Y entonces salimos nosotros del tanque. Uno cayó desde un avión con paracaídas. Con ametralladoras de mano y careta. Animales más extraordinarios jamás se han visto sobre la tierra. Hasta el hombre deNeardhenthal, al contemplarnos, pegó un aullido de pavor y huyó hacia su caverna, soltando el descomunal garrote. Naturalmente, aprovechamos como era debido el momento, y previa una ceremonia más de aterrorizamiento, en la cual echamos un poco de gas lacrimógeno, que puso flojos del vientre a casi todos los adalides antiguos, expresamos bien claro que exigíamos «cierta compostura y cierto decoro» para convivir, como «héroes desconocidos», con quienes, a pesar de ser tan conocidos como héroes no sabían comportarse sino como una mano de pendejos, cuando no como mujerzuelas histéricas. Y la gente comenzó a acercarse con cierta prudencia y recelos hasta que algunos, como el Cid, probaron sus tizonas sobre el tanque, en cuyas planchas, naturalmente, se


quebraron todas. Desde entonces, puedes creerlo, no hemos tenido más tropiezos con los héroes conocidos

V
Meses discurrieron sin que yo volviera a tener contacto con Hiliodomiro del Sol. Habíase este esfumado precisamente al iniciar Mussolini sus pantomimas etiópicas. Mi fe, sin embargo, permaneció inquebrantable. Para mí no había duda de su real existencia. Y por eso, ni por un momento, di albergue en mi cabeza a la idea de que cuanto va aquí narrado fuese el resultado de un proceso alucinatorio o de debilidad cerebral, diagnóstico este último, que los médicos suelen utilizar cuando algún individuo se da súbita cuenta de que está pensando e imaginando y viviendo de maneradistinta y más brillante que antes y, asustado, acude a su consultorio por la razón de lo que le acontece. La verdad monda y lironda es que nunca he gozado de mayor lucidez que en esta sazón. Estaba —estoy— en mis cabales. Y aquí me surge, de pronto, una duda tremenda: stendrá algo que ver esto de mis cabales con las reservas de hambre que llevo acumuladas en este exilio? He oído decir por ahí, que el equilibrio mental y la panza repleta se excluyen radicalmente. No sé si tendrá esa opinión una base científica. Ni me importa. Por lo pronto, mi caso personal parece confirmar definitivamente el dicho. Con todo, mi más cara aspiración en estos momentos es poder sumergirme en una bañadera rebosante de arroz con frijoles y no salir de ella hasta ingerir su contenido íntegramente. Sin duda, que para cualquier otro que no fuera yo, la prolongada ausencia de Hiliodomiro hubiera sido la demostración más evidente de que la videncia es un cuento. Pero, a tal extremo estaba fija en mí la idea de su existencia concreta que a pesar de ser un espíritu, y, por añadidura, un inmortal entre los inmortales, ante su desaparición sin rastros me asaltó más de una vez la sospecha de si no había muerto de alguna enfermedad o de algún accidente imprevisto. Todo, en efecto, puede suceder. Aun en ultratumba. sCómo si no habría la manera de explicar el por qué unos espíritus permanecen vivos, y, como quien dice, saliendo cotidianamente en los periódicos, y otros, porel contrario, ni salen jamás, ni dan muestra de vida alguna, ni más ni menos que si fueran miembros de una academia científica, literaria o artística? Muy pronto los hechos vendrían a confirmar plenamente mi fe. Un día, cuando ya la crisis de Abisinia había pasado, al salir del trabajo, a la puerta de la escalerilla del sótano, que daba a la calle 145, allí estaba Hiliodomiro esperándome, leyendo un periódico con las últimas noticias. Realmente, estaba demacrado, como individuo que ha pasado por larga enfermedad o por un período de angustias morales y mentales. Lucía un poco ictérico también. Después de los saludos de rigor, así se lo dije, afectuosamente, preguntándole la causa de aquella apariencia física un tanto deplorable. —Chico, la guerra, me contestó. No te puedes imaginar los problemas que nos ha traído esta guerra, y Mussolini con sus bravatas, y el relajo de la Liga de las Naciones, que se nos ha choteado definitivamente, y las amenazas de Inglaterra, y la actitud de Hitler, por último, y todo sin contar con las amenazas izquierdista en Francia y en España, en estas elecciones que se avecinan. Mientras caminábamos por la Quinta Avenida, contemplando, a su mejor hora, el arroyo multicolor y aromado de mujeres, Hiliodomiro no habló. Le gustaban, como en sus tiempos de Santiago, rumberos y provocadores, las hembras, las buenas hembras de todos los países que pasan por la Quinta Avenida, a las horas de tiendas; le encantabaaquel río humano con perfume sutil de sexo; aquel avance hacia los ojos de senos rotundos, iluminados por ojos brillantes de todos los colores del mundo; aquel juego de curvas, de caderas ágiles y elásticas, que se perdían unas entre otras, que se alejaban de la vista dejando una estela de fragancias recónditas; aquellas piernas escultóricas, por millares, por millones, que evocan audacias arquitectónicas de los árabes o los florentinos; aquel río de curvas y de colores, en el que nadaban raudos, hundiéndose, flotando, perdiéndose, huyendo ante los ojos voraces, el encendido rojo de las


bocas ansiosas, el brillo de azabache, o zafiro, o esmeralda, o turquesa, o amatista de los ojos de misterio o audacia; el jardín de las manos en guantes lilas, azules, verdes, amarillos, blancos como infinitas flores; y las cabezas magníficas, cubiertas de inverosímiles sombreros inimaginables, cada uno como un audaz pájaro desconocido o como una nueva y jamás repetida especie de orquídea salvaje —Y en cada una de estas mujeres maravillosas, una pasión, una esperanza, un desastre La vida en cada una La vida entera tY cómo amo la vida! Hiliodomiro, ante aquel espectáculo femenino único, de los millares de bellezas en la Quinta Avenida, asumía una actitud melancólica; la actitud de un hombre en decadencia, algo parecido a esa pena por el recuerdo de hazañas y triunfos de la juventud que tienen algunos hombres viejos, todavía con externaprestancia otoñal. Pero Hiliodomiro era un hombre joven, y, por eso, su fervor imaginativo y a la vez melancólico, ante tanta esplendidez femenina, me trajo entonces a la imaginación una pregunta un poco terriblemente curiosa. Bueno, sy «allá» no? Pero decidí callarme por no herir su susceptibilidad varonil Él dice bien: —tCómo amo la vida! Porque, si en efecto, no hay en ultratumba una Quinta Avenida; sí es falsa la promesa de las huríes del profeta, spara qué va a ir un hombre joven al cielo? sPara escuchar los sermones de San Pedro, o los sofismas de Sócrates? tSi siquiera hubiera cuentos de Quevedo! La tarde, a fuerza de bella se había puesto tan tristona para Hiliodomiro que este parecía ausente de todo intento de contarme nada. Momentáneamente se había vuelto introspectivo y recordaba, para sí, algunos días mejores, felices, vibrantes y anónimos de su juventud exuberante de parrandero infatigable, allá, en el caliente, sucio y bello Santiago de Cuba, en donde las montañas tiemblan como senos de mujer. Por fortuna, un escandaloso periódico de Hearst lo arrebató de su mundo imaginario. Un titular negro e inmenso como la muerte llenaba media plana anunciando que Hitler no reconocía pactos de Locarno ni de ningún lado y que la guerra era cuestión de una edición más o menos del periódico. Compró Hiliodomiro el periódico y a poco lo botó. —Son unos ladrones estos periodistas, dijo. Tan ladrones como Hitler. Como que nome explico por qué Hitler no es periodista. Y que son iguales en todas partes, aunque aquí sean más mentirosos y alarmistas que en ninguna otra parte. Despídete del escándalo que han armado con todo eso de Etiopía. Bueno, claro, ya te habrás enterado. Yo, comprendiendo que había llegado el momento de hacerle hablar sobre todo el largo período en que no lo había visto, le dije: «sQué? sHas tenido muchos líos con esto de Abisinia?». —tCalcúlate! Porque no era la cuestión de Abisinia. Era la cuestión de una posible nueva guerra mundial, que nos tiene a todos nerviosos hace años Hasta al inglés inclusive. —tCómo! —le dije—, sa ustedes también puede afectarles la nueva guerra mundial? Yo creía que eso sólo podía perjudicarnos a nosotros. —sQue si nos perjudica? No lo puedes calcular Piensa nada más en lo siguiente: la nueva guerra nos trae este dilema terrible. Si se triunfa, quiero decir, si alguien triunfa —lo que no es lo más probable— tendremos una nueva avalancha incontenible de soldados desconocidos con la consiguiente agravación del problema del desempleo entre nosotros; nueva situación difícil con los héroes antiguos; desplazamiento posible de muchos de nosotros por los nuevos, que ya organizados con mayor conciencia de clase, harán su gremio y nos plantearán a cada momento «reivindicaciones inmediatas». tMenudo «titingó» tenemos en perspectiva! Y esto, si se gana, si es que hay alguien que salga ganando en esta nuevaguerra. Que si se pierde, que es lo más probable, despídete. Por lo pronto, no hay quien evite la hecatombe, la revolución. La teoría que tiene el Soldado Desconocido rojo —como lo llamamos nosotros para molestarlo— de que todo esto del homenaje al soldado desconocido no es más que un insulto al carnerismo popular que no hay «soldado desconocido», si no «oveja desconocida»; que en la guerra, en la verdadera guerra de liberación de los pueblos, no hay, no puede haber héroes desconocidos, porque el pueblo conoce a todos los que lo aman y se sacrifican por él, esta teoría demagógica y endemoniada, que nos está haciendo estragos, se va a imponer sin remedio. Por eso, nuestra oposición a la guerra; oposición a muerte. Por eso, no te extrañará que yo contribuya con


ustedes a esta campaña contra la guerra, porque, si los beneficia a ustedes, en mayor medida nos beneficia a nosotros. Puedes tener la seguridad más absoluta de que, hoy por hoy, no hay nadie que sea más antifascista que nosotros, los soldados desconocidos. Esto es, por eso que ustedes llaman en su lenguaje las «contradicciones internas» Gracias a tales «contradicciones internas», nosotros, producto de la guerra, que por ella tenemos gloria, prestigio, honores y posición, la combatimos, la tememos, la odiamos y luchamos por que no se repita Es, para que tú lo comprendas mejor, ya que eres escritor y te codeas con artistas, como cuando un escritor o pintor o músico, llegaa la fama y luego no le da el chance a ningún discípulo. Y si se lo da, es únicamente a condición de que se parezca a él y sea capaz de prolongar en cierto sentido su gloria y sus triunfos Ni más ni menos, chico. Todo es así en este cabrón mundo, desengáñate. —sAsí que tú piensas que Mussolini y Hitler han estado provocando la guerra, con esto de Abisinia y del Rhin? —le pregunté a Hiliodomiro para traerlo a las confesiones que más me interesaban. —Te voy a decir. Lo cierto es que nos han hecho sudar de lo lindo. Pero a nosotros no se nos puede engañar. Y no se nos puede engañar porque, aparte de que somos espíritus, tenemos, como internacionales que somos, un servicio de espionaje que el de los alemanes y los japoneses no sirve para nada a su lado. Yo, por ejemplo, cuando Mussolini lanzó sus primeras tropas contra Abisinia y en respuesta a ello Inglaterra comenzó a almacenar barcos en el Mediterráneo, que parecía aquello un lago en día de regatas, me ericé, francamente. Dije para mí, aquí se va a armar un dale al que no te da que ni la Chambelona le va a hacer nada. Y por si acaso, recordando que yo, después de todo, no soy sino Soldado Desconocido de Arlington, el Soldado Desconocido norteamericano, me dispuse, prudentemente, a lanzar mis declaraciones de que América, la tierra de la libertad y la democracia, se mantendría alejada de los problemas europeos. Esto, te advierto, sobre todo, ahora que pronto vendrá el períodoelectoral, era un gran golpe político de mi parte, porque aquí nadie quiere pelear, con lo que se demuestra un buen juicio magnífico. Pero el caso fue que no se hizo necesario el que yo publicara mis declaraciones; al enterarse los otros soldados desconocidos de lo que yo pensaba hacer, corrieron a verme y me explicaron con claridad cuál era el proceso real de las cosas. Así, el Soldado Desconocido italiano, me dijo: —Vamos, no seas bobo. sNo conoces a Benito? sNo ves que lo que él quiere hacer es distraer un poco a nuestros paisanos, salir en los balcones sobre las plazas y hablarle a la muchedumbre; ir al Coliseo a evocar las grandezas de César, y, si es posible, conquistar Etiopía, aunque provisionalmente, y traerse algún mariscal de allá y recibirlo a la antigua, como se hacia con las legiones romanas? Esto es todo, chico, porque él sabe que ni Inglaterra tira, ni Alemania tira, ni Francia tira. Y, él mismo, a la primera oportunidad que se le presente, tampoco tira nada. Aquí, no te ocupes, que todos quieren «ir al segurete», como tú dices cuando te pones a jugar el pocker. Y por eso él tira su «farol». Está viendo que Egipto, y Siria y la India están poniéndose belicosos y sabe que a la primera de cambio se sacuden las cadenas y se va a quedar sin imperio y sin esclavos. Y no le conviene. Mientras más barcos tú veas en el Mediterráneo, más miedo puedes calcularle a los ingleses. Y si no, pregúntale a este —y se dirigió al SoldadoDesconocido inglés—, del que ya te he hablado antes. —Bueno, miedo no, porque Inglaterra jamás ha sentido miedo, dijo orgullosamente. Pero lo cierto es que Mussolini está poniéndose atrevido en demasía y es necesario contenerlo. Y no es ningún bruto en el fondo. En realidad, él no sólo busca un pedazo más en África, sino que quiere ir ganando preeminencia en el Mediterráneo hasta desalojarnos de él. Este es su sueño. Y pretende olvidarse que nosotros, que Inglaterra, es la reina de los mares, como dicen todos los periódicos. De pasar el Mediterráneo a manos italianas, a la cultura latina, que es el disco de Mussolini, vendrá un gran atraso para la Humanidad, pues de nuevo, para explotar hasta el colmo la memoria de los romanos, impondrá el uso de la vela latina, y la navegación a remos en trirremes y quinquirremes. Y hasta puede ser que, para demostrar definitivamente que Colón era italiano, se le ocurra armar nuevas carabelas y mandarlas al descubrimiento de América y, enseguida, a su conquista


El inglés, creyéndose que había dado con el gran argumento para hacerme salir de mi anunciada neutralidad en la próxima guerra, lo que significa* * Aquí se interrumpe el manuscrito. R.R.

Contenido
Cuentos completos
Pablo de la Torriente Brau y el inicio de la narrativa vanguardista cubana. Denia García Ronda / 7 Cuentos de Batey N2. Pablo de la Torriente Brau / 39 El héroe / 45 Una aventura de Salgari / 48 tNosotros solos! / 67 C2D.Caballo dos dama / 73 Una tragedia en el mar / 89 tFiebre! / 97 tPor este argumento sólo me dieron cien pesos! / 100 Asesinato en una casa de huéspedes / 116 A fojas 72 / 123 El viento sobre las tumbas / 131 Páginas de la alegre juventud / 141 Cuentos del presidio La noche de los muertos / 163 El cofre de granadillo / 171 Luna de presidio / 179 El Tiempo / 184 El Guanche / 193 Una «fuga» / 198 Las pupilas / 209 tEl grito! / 213 Un antropófago / 215 El negro Arroz Amarillo / 217 La mordaza / 220 Otros cuentos La única hazaña del médico rural / 227 Diálogo en el mesón / 234 Casi una novelita / 237

tMuchachos! / 253 Relato de la guerra / 275 La Nochebuena del año que viene / 286 El buey de oro / 291 Último acto / 295 En la sombra / 298 El sermón de la montaña / 303

Aventuras del soldado desconocido cubano
Aventuras del soldado desconocido cubano. Novedad y trascendencia. Denia García Ronda / 313 Inicial. Raúl Roa / 339 Prólogo/ 343 I / 359 II / 377 III / 385 IV / 399 V / 413

 


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