Prólogo Pablo de la Torriente Brau y el inicio de
la narrativa vanguardista cubana
Aunque la crítica ha reconocido determinadas innovaciones en la novela y el
cuento cubanos de las décadas del 20 y el 30, generalmente se ha mostrado
reacia, o al menos indiferente, a considerar la emergencia de una narrativa que
compartiera con la poesía, la pintura y aun el ensayo y la crítica la denominación
de vanguardista. Ello no es del todo ilógico, sobre todo porque los cambios que
se producían en la narrativa en ese período eran, en general, menos
espectaculares que en otros géneros o manifestaciones; sus novedades se
impondrían más lentamente, luchando —a veces dentro de un mismo texto— con el
naturalismo o el costumbrismo imperantes hasta entonces. Por otra parte, los
aires de vanguardia europeos se manifestaron con mayor fuerza en los textosde
divulgación y valoración de la poesía y la pintura, y los muy conocidos «ismos»
fueron más rápidamente adoptados como
códigos para establecer comparaciones a partir de los cambios en esas dos
manifestaciones. La comunicación, por tanto, con «el canon occidental», fue
mucho más directa en los poetas y pintores que en los narradores, cuya mayoría
sólo empezaba a darse a conocer en esos momentos. Por estas y otras razones,
muchos críticos cubanos reconocen —todavía hoy— el inicio del
cambio de signo estético en la novela y el cuento ya en la década de los años
40, como ha sucedido también en buena parte de
América Latina.
Es indudable, sin embargo, que ese cambio se inicia y tiene su primer
desarrollo en las décadas precedentes, y que la narrativa comparte con la
poesía (para limitarme al plano literario) varios de los aspectos que le han
ganado a esta la consideración de vanguardista. Ello, si consideramos el
término vanguardia como definidor de aquellas manifestaciones que
resquebrajaron valores establecidos y sentaron las bases de la modernización
cultural en este siglo, es decir, como ha dicho Klaus Müller-Bergh, si se
aplica al denominador común de manifestaciones diversas y varias, pero que
«promueven el cambio estético, artístico, ideológico en las letras»1
independientemente, digo yo, de la mayor o menor cercanía a determinados
«ismos» más o menos canonizados. En su ensayo «Indagación del vanguardismo en
las Antillas», elconocido profesor, refiriéndose más bien a la poesía,
relaciona una serie de características para la vanguardia en las Antillas que me
servirán de primer punto de comparación para lo que ocurre en la narrativa. Él
habla del afán reflexivo y de análisis de lo autóctono, de la idiosincrasia
nacional en sus relaciones con lo latinoamericano y universal; de la valoración
y el tratamiento de las culturas y el folklore populares, «predominantemente en
su modalidad afroantillana»; la búsqueda del aggiornamiento o afán de ponerse
al día a través de la inmersión en la contemporaneidad, y algunas otras
características que toma de Guillermo de Torre, como el antitradicionalismo,
«el cuestionamiento del status quo, mediante la ironía, irreverencia, humor
mordaz desestabilizador y el terrorismo verbal». Y termina diciendo: «Todo ello
en función de conciencia de una identidad cultural independiente frente a
España y Europa. En suma, reflexión y autoanálisis, unida al anhelo de
renovación artística, lingüística y formal, nacionalismo e internacionalismo,
afirmación de independencia cultural [].»2
Klaus Müller-Bergh, «Indagación del vanguardismo en las Antillas», en Prosa de
vanguardia, Madrid, Editorial Orígenes, 1987. 2 Ibídem.
La narrativa cubana de la época exhibe —quizás en mayor número que cualquier
otro país hispanoamericano— un grupo de textos que, con diferentes tendencias y
procedimientos, se separan en aspectos relevantes deldiscurso narrativo
tradicional y que en más de un aspecto cumplen las características que apunta
Klaus Müller-Bergh. Así, por ejemplo, Félix Pita Rodríguez experimenta, desde
1926 —antes de su encuentro con la estética surrealista— nuevas formas de
abordaje narrativo a partir de su admiración por autores como Edgar Allan Poe y
Horacio Quiroga, pero sin mimetismo limitador; Alejo Carpentier logra con
ÉcueYamba-O (1932) el mejor exponente, dentro de la ficción narrativa, del tema
negro, y vela, con determinados recursos expresivos, las armas de lo que sería
su definitivo método de configuración artística; Enrique Labrador Ruiz inaugura
en 1933, con El laberinto de sí mismo, sus novelas gaseiformes, con las que
quiebra tajantemente la noción tradicional de realismo como reproducción
inmediata del referente externo; Lino Novás Calvo, con técnicas de montaje
cercanas a lo cinematográfico, crea situaciones que, sin ser inverosímiles,
provocan una atmósfera de angustiosa irrealidad. Aun en autores todavía
influidos por la ideoestética naturalista, como Carlos Montenegro o Enrique
Serpa, lo novedoso, en términos generales, de sus temas y su tratamiento
literario — que en Montenegro llega en ocasiones al expresionismo y en Serpa, mediante
el tratamiento de los mecanismos psicológicos del individuo ante el medio
social, se acerca a una visión subjetiva de los asuntos que trata—, permiten
incluirlos entre los que, de una u otra forma, renovaron eldiscurso narrativo
cubano; mientras que otros, como Rubén Martínez Villena y Arístides Fernández,
desbrozaron el camino para el posterior auge de la literatura fantástica; y un
Luis Felipe Rodríguez, atado a los procedimientos composicionales de finales
del XIX y a la tendencia a desarrollar tesis en sus narraciones, no obstante,
aportaba al conjunto el tratamiento de personajes populares tomados del mundo
del trabajo rural. Influidos por la situación histórica nacional y mundial y
por los cambios que desde principios de siglo, pero sobre todo después de la
primera posguerra, se están produciendo en el ámbito cultural occidental, la
mayoría de los narradores de las décadas del 20 y especialmente del 30, están
motivados por un interés —explícito o subyacente en sus textos— en la
recuperación y redefinición de la identidad nacional y por el tratamiento de la
problemática social contemporánea a ellos. Aunque esa proyección informa buena
parte de su producción artística, esta se ha liberado, en sentido general, del discurso sociologizante que limitó la prosa de
ficción en las primeras décadas del
siglo XX cubano. Sus autores procuran encontrar nuevas formas artísticas para
los nuevos temas y preocupaciones, a fin de superar igualmente la visión
costumbrista superficial de los ya gastados modelos literarios, y penetrar, por
distintas vías, en las reacciones humanas ante las diversas y a veces
demoledoras circunstancias. Ese interés y esosprocedimientos se manifiestan de
varias maneras y por diferentes caminos. Entre los aspectos ideotemáticos más
representativos de lo que queremos demostrar está el tratamiento diferenciado
de la historia; por ejemplo, la revisión actualizada de los fenómenos
relacionados con la esclavitud, —como es el caso de Pedro Blanco, el negrero,
de Lino Novás Calvo, donde se pierde el halo romántico en el abordaje artístico
de la trata negrera y se someten a una nueva valoración, cercana al
expresionismo, algunos de los temas que fueron caros a la novelística
decimonónica, entre ellos el incesto, que pierde su inocencia romántica y se
carga de complejidad, culpa y angustia—, o la construcción simbólica de la
culpa blanca por el pecado de la esclavitud, como en Caniquí, de José Antonio
Ramos. La temática de las guerras de independencia, con distintos puntos de
vista y resultados estéticos, está presente en varios autores, sobre todo en el
cuento (Pablo de la Torriente, Montenegro, Serpa, por sólo citar a algunos). A
esta misma línea histórica, corresponden los textos que pretenden parodiar los
sucesos históricos, con voluntad desacralizadora de mitos sociopolíticos
dominantes; línea que representa de manera sobresaliente Pablo de la Torriente
Brau con Aventuras del Soldado Desconocido cubano, una de las novelas más
originales de la literatura cubana. En ella, no solamente se establece una
ruptura genérica al combinar lo periodístico con loficcional, lo histórico con
lo fantástico, sino que se ensayan procedimientos nada comunes en su momento,
como la intertextualidad, el tratamiento paródico, lo apócrifo, la doble
narración, la utilización
de personajes y léxico tomados de la marginalidad social, el humor negro, el
lenguaje mordaz y otros, que la crítica contemporánea está, tal fin!,
reconociendo como precursores de la más actual literatura cubana. La ruptura de
fronteras genéricas a que hice alusión antes no sólo se produce en Aventuras…
ni sólo en Pablo de la Torriente, aunque es él su mejor representante en la
etapa. Otro tanto hacen Carlos Montenegro, en algunos de sus cuentos —sobre
todo los que incluye en la primera parte («Cuentos de hombres libres») de El
renuevo y otros cuentos y en su única novela Hombres sin mujer—; y Enrique
Serpa en algunos relatos de Felisa y yo. Hay también otras transgresiones. Tal
es la exploración de zonas temáticas poco o nada abordadas anteriormente por la
narrativa cubana, como
los sectores marginales, según el discurso social hegemónico (cárcel,
prostíbulos, zonas portuarias, barrios suburbanos, solares, etcétera.); el
tratamiento de problemáticas obreras, el homosexualismo, etcétera. En estos
temas se destacan los autores mencionados, además de Enrique Labrador Ruiz,
sobre todo en sus novelas gaseiformes, en las que partiendo de un referente
real —casi siempre marginal— lo convierte, mediante el lenguaje sublimado y el
tratamientofantástico, en un espacio supra-real, pero que finalmente remite a
la atmósfera asfixiante de la sociedad que describe; y Alejo Carpentier con su
Écue-Yamba-O, cuyo protagonista va de una marginalidad a otra: de lo marginal
rural a lo marginal urbano, de una religiosidad marginada a otra, de una vida
marginada que muere, a otra que nace. De la misma forma que la narrativa de la
época toma como fuente de su sistema de personajes a individuos y sectores
marginados de la estructura social dominante, igualmente practica modalidades genéricas
o temáticas consideradas marginales, como el tratamiento de lo negro, que se
integra de ese modo a la llamada tendencia afrocubana, que se manifestaba en la
poesía, el ensayo, la etnología, la música, la pintura. Dos variables se pueden
encontrar en ello: la recuperación escrita de la literatura oral popular, ya
sea ritual o cuentera. En ambas líneas se destaca Lidia Cabrera, pero otros
autores-investigadores se dedicaron a esa labor de rescate escrito de la
oralidad popular negra, entre ellos Rómulo Lachatañeré y Gerardo del Valle, y
las obras de ficción a partir de la realidad y las creencias del negro cubano,
como es el caso de Écue Los cambios de signo de la narrativa en la etapa se
manifiestan igualmente en el relieve narrativo de novelas y cuentos en los que,
salvo excepciones, se disminuye la distancia entre el plano del narrador y el
mundo de los personajes, que en ocasiones asumen lafunción de narrar la
historia. Hay una voluntad de jerarquización de rasgos de personalidad que
individualizan a cada actor, sin negar su pertenencia a determinado sector
social. Se ensayan, por otra parte procedimientos estructurales novedosos y
todo ello mediante un tratamiento lingüístico en el que el habla popular cubana
ocupa lugar destacado. De esos recursos y procedimientos sólo voy a mencionar
unos pocos. Uno especialmente interesante es la jerarquización del espacio urbano.
Aunque no se abandonan totalmente la temática y la espacialidad ruralistas,
aparece con mayor frecuencia la ciudad, casi siempre no como cosmos globalizador, sino en pequeños
escorzos (barrios, zonas portuarias, fábricas). La ciudad no se presenta, por
otra parte, como un espacio en sí mismo
contaminador, agresivo y ajeno, tal como se
pintaba en algunas novelas de Luis Felipe Rodríguez o de Jesús Castellanos,
sino simplemente como
escenario donde ocurren las acciones. No hay, por tanto, oposición ciudad-campo
como un tema
jerarquizado en la mayoría de las obras. Se procura un discurso cercano a la
oralidad, al decir cotidiano, y expresado de una manera natural. Esto lo
diferencia de la narrativa anterior, en la que se forzaba el habla coloquial
con supuestas transcripciones «textuales», y se deslizaban innumerables
cultismos y casticismos. Al haber menor distancia entre el plano
del narrador
y el de los personajes, el lenguaje gana en naturalidad. Ya el narradorno
«viene de fuera», ni se coloca por encima de los que participan en la historia.
Es cierto que este proceso, como ha explicado
Luis Álvarez,3 tiene su culminación en la década de los 40; pero es innegable
que el paso
dado por la narrativa vanguardista fue imprescindible para lograrlo.
Véase Luis Álvarez Álvarez. «El relieve narrativo en la obra de Onelio Jorge
Cardoso.» En: Onelio Jorge Cardoso. Valoración múltiple. La Habana, Casa de las
Américas, 1988, pp. 207-19.
No se trata, por otra parte, de que en todos los casos hubiera una voluntad de
«coloquizar» el lenguaje. En Labrador Ruiz, por ejemplo, la intención estética
jerarquiza el valor del
lenguaje en la novela. En su caso hay una estilización muy personal del lenguaje narrativo,
mediante un vínculo artístico entre lo culto y lo popular, sin pretender ser lo
uno ni lo otro, sino un lenguaje literario propio. Otros autores (como Carlos
Enríquez, quien también en la narrativa estaba influido por el surrealismo)
intentaban garantizar la autonomía de la palabra por lo menos en su valor
fónico, mientras que un Pablo de la Torriente la utilizaba, en algunos de sus
cuentos, para, mediante procedimientos expresivos, entre ellos la hipérbole, la
alusión, la perífrasis, ampliar o variar su espectro de significaciones, casi
siempre con propósitos humorísticos. Aunque con algunos antecedentes, en el
sentido de reflexiones sobre el hecho de la escritura desde la diégesis de
unanovela o cuento, es en este período, y especialmente en la obra narrativa de
Labrador Ruiz, cuando esto se hace a partir de una evidente voluntad estética.
En Labrador ya hay una intención de hacer
novela de lenguaje, de ahí que la referencialidad social en sus textos es
bastante mediata. En varias de sus obras llama la atención hacia la propia
escritura, aunque no se podría hablar todavía de evidencias de un sentido de
autorreferencialidad en sus novelas. Existen otros rasgos que justificarían la
inclusión de la narrativa de los años 20 y 30 dentro de una categorización
vanguardista. No he querido detenerme en las directas asimilaciones de recursos
puntuales de algunas de las corrientes europeas, como los elementos cubistas y
surrealistas de Écue-Yamba-O, o los rasgos futuristas en los cuentos de Pablo,
porque no son esos préstamos los que, según creo, definen y caracterizan la
vanguardia narrativa cubana, sino precisamente su poder de cambio, su voluntad
—y en algunos casos capacidad— de hacer partícipe a la literatura de los
dinámicos acontecimientos de la época tanto nacional como internacionalmente
hablando, y el propósito de poner al día la narrativa cubana en relación con el
desarrollo de la literatura universal. Si bien la década de los años 40 fue una
época de oro de la narrativa cubana —comparable hasta ahora sólo con la del
60—, ello fue posible porque el proceso de cambio de signo estético comenzó
antes: precisamente con lavanguardia narrativa cubana, que reflejó, si hacemos
una mirada de conjunto, la atmósfera social y cultural de la Cuba de entonces;
que recogió y asimiló creativamente las nuevas corrientes del arte y el
pensamiento universal; que incorporó, desde los presupuestos de la creación
artística, los resultados de las investigaciones antropológicas y etnológicas
que se realizaban en Cuba; que estuvo inmersa en los acontecimientos sociales
con sentido de participación, y en algunos casos de compromiso; que no fue
ajena al estudio de nuestras raíces ni de nuestra historia, pero sin perder su
condición de producción artística, y que trató —y en varios casos logró—
desasirse de lo gastado sin caer en mimetismos de modas y modos.
Los cuentos de Pablo
Entre los narradores que inician la vanguardia en Cuba, tiene un lugar especial
Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), quien a pesar de su escasa obra
narrativa constituye, según mi criterio, uno de los más audaces y con mayor
potencialidad de escritor de todo el grupo de narradores de los años 30. Aunque
no pudo desarrollarla en toda su magnitud, por su temprana muerte en defensa de
la República española, lo que dejó escrito lo revela como un innovador de la narrativa cubana. Su
ideal estético tiene como base el propósito de
poner la literatura al nivel del
dinamismo de la época que le tocó vivir; que fuera a la vez crónica e
instrumento de transformación, sin traicionar su específica funciónestética. El
rigor ideológico de Pablo de la Torriente y su confianza en las potencialidades
de la literatura, le permiten realizar una obra cuya significación primera radica,
precisamente, en la fusión de la acción vital y la práctica
artística, con una marcada voluntad humanista. El acto de creación, aunque
vehículo de satisfacción personal, no sería para él refugio ni realización
sustitutiva, sino parte entrañable de la actuación social. El primer cuento
conocido de Pablo —no publicado hasta ahora— data de 1923. Se trata de «La
única hazaña del
médico rural», el cual, si bien se debe considerar dentro de la necesaria etapa
de aprendizaje de un narrador, exhibe ya algunos elementos que anuncian las
preferencias temáticas y de recursos literarios de su autor. Una de ellas es el
trabajo intertextual con el cine, quizás la mayor influencia, tanto temática como composicional, en la
narrativa de Pablo. En este caso escogió como
modelo de escenario un pequeño pueblo de los fundados por colonos
norteamericanos, en los inicios del
siglo XX, al norte de las antiguas provincias de Camagüey y Oriente. Ese
espacio le sirve al autor implícito para organizar la historia como un típico western y justificar las
acciones de los personajes principales. El cuento tiene una estructura
tradicional: descripción del
espacio, presentación y retrato de los personajes y narración de distintos
episodios que informan sobre el principal atributo delprotagonista —su
patológica cobardía— y preparan el sorpresivo desenlace. Sin embargo, ya se
aprecia el estilo desenfadado, el gusto por lo humorístico y la crítica
satírica a la situación nacional, que serían características de algunos de los
mejores cuentos de Pablo. Otro de sus cuentos tempranos —«Diálogo en el mesón»—
es un divertimento a partir de la sátira, basada en las polémicas acerca del
origen nacional de Cristóbal Colón y el estereotipo de avaros adjudicado a los
judíos. Por su parte, «Casi una novelita. Cuento-película», escrito en 1925 y como los anteriores
inédito hasta la presente edición, es mucho más informal que aquellos y, por lo
mismo, más novedoso. Dentro de una historia-marco —presentada explícitamente
como un guión cinematográfico— en la que los personajes coinciden
caracterológica y aun nominativamente con miembros del círculo de amigos del
autor (procedimiento utilizado por Torriente Brau en varios de sus cuentos
posteriores), se inserta un episodio que, en sí mismo, tiene una nueva complejidad:
la imbricación argumental de las acciones de la protagonista y las escenas de
una película que se está filmando, ambas estructuradas como una parodia del
melodrama, en la que no falta el desenlace feliz. El final del cuento es igualmente anticonvencional.
No sólo el narrador informa a posteriori el verdadero título del relato (que
resulta así una inversión de lo establecido), sino que hace aparecer al autor
como personaje, enuna especie de firma implícita en el cuerpo del relato: «He
aquí por qué esta historia que debió titularse “La novela de Victoria”, se
titula simplemente “Por qué se casa una protagonista de película”, y he aquí
también por qué la protagonista, para el día de su boda, ha invitado al Sr.
Pablo de la Torriente Brau en el 30 de agosto de 1925.»
Cuentos de Batey y otros cuentos
Si descontamos estos ensayos narrativos de su etapa de aprendizaje, sus
primeros cuentos son los incluidos en Batey,4 libro escrito en colaboración con
su amigo Gonzalo Mazas, y publicado en 1930. En conjunto, los cuentos de Pablo
aparecidos en esa colección, muestran ya una actitud nueva ante el hecho
literario, en relación con la narrativa cubana tradicional. Ello se manifiesta
en cambios en la base ideotemática y en los procedimientos composicionales, que
lo acercan a las audacias que propugnaban los «ismos» europeos. Lo vanguardista
en su obra, sin embargo, no está tanto en la utilización de determinadas
imágenes futuristas o el tratamiento de temas mediante recursos que remedan el
surrealismo, como en la concepción autoral de la literatura en tanto acto
vital, dinámico y polifacético, de lo que resulta una obra de gran fuerza
expresiva, desasida ya de modelos gastados y por lo mismo de indudable carácter
fundador.
Pablo de la Torriente Brau y Gonzalo Mazas Garbayo. Batey. La Habana, Cultural,
1930.
Aun en «El héroe», escrito en 1925 —el mástradicional de sus cuentos de Batey—,
el desenlace sorpresivo ofrece una nota inédita al sugerir una doble lectura de
un mismo enunciado: una humorística al convertir, mediante una ruptura de
sistema, una aparente tragedia en un hecho intrascendente, y otra que ratifica
la condición heroica del
protagonista. Los demás cuentos presentan una estructura más heterodoxa, en la
que destacan la intertextualidad y la inclusión de elementos novedosos en la
composición como la notación de una partida de ajedrez o un fragmento de
partitura musical, párrafos conformados sólo con onomatopeyas, doble narración,
interpolación de poemas, canciones, cheers y, sobre todo, dos aspectos del
relieve narrativo que individualizan al autor dentro del contexto epocal. El
primero es la presencia del autor implícito,
representado en tanto individuo creador del
relato y participante en los sucesos, sin disfraz de personaje fictivo y sin la
ajenidad que caracterizó la narración personal de un Jesús Castellanos o un
Luis Felipe Rodríguez. Tal técnica tiende, entre otros procedimientos, a la
supresión de las fronteras genéricas entre el testimonio y la ficción
narrativa, en los que Torriente Brau es más audaz que otros contemporáneos que
utilizaron el recurso, como Enrique Serpa o Carlos Montenegro. Textos como «Una
aventura de Salgari», «Nosotros solos», «Fiebre», «Páginas de la alegre
juventud», entre otras, se encuentran en una zona intermedia entre el
relatoautobiográfico y lo estrictamente literario, no siempre a partir de la
inclusión de aspectos ficcionales, sino mediante una efectiva composición
narrativa. La presencia del autor como narrador-personaje se muestra también en
«A fojas 72», en el que recurre al procedimiento del «documento encontrado»
para presentar la historia, y en «El viento sobre las tumbas», donde se
desarrollan dos historias: la que sirve de marco, con sus propias situaciones y
conflictos; y la enmarcada, relatada por un segundo narrador. En ambos cuentos
se apela a lo misterioso y lo macabro, sin llegar a una verdadera transgresión del orden racional. Otro
de los elementos casi constantes en Batey —y en buena parte de la obra
narrativa de Pablo de la Torriente— es la utilización del humor que, más que un recurso literario
es la expresión de su personalidad, por lo que se manifiesta en su prosa de una
manera natural y sincera. No se limita, por tanto, a ciertos giros lexicales o
la introducción de personajes cuya actuación provoque lo cómico; sino que está
presente en la totalidad del texto, desde la
perspectiva autoral, casi siempre satírica o francamente desenfadada, hasta los
elementos del plano composicional y el sistema lingüístico.
Dentro de esa integralidad, sin embargo, se pueden aislar recursos como la
ironía, el absurdo, la ruptura de sistema, la técnica antitética, el equívoco y
aun el uso ingenioso de la burla y el choteo criollos, rasgos de lapersonalidad
nacional que Pablo compartía y manejaba eficazmente. Siempre con intención
humorística, cuentos como «Caballo dos dama», «Una tragedia en el mar»,
«Asesinato en una casa de huéspedes», en los que se conjugan lo lúdicro, lo
macabro, lo onírico, lo misterioso, permiten inscribir a Pablo de la Torriente
Brau, junto con Arístides Fernández, Rubén Martínez Villena, Carlos Montenegro,
Félix Pita Rodríguez y otros, en el grupo precursor del cuento fantástico
moderno en Cuba,5 que tendría su mayor desarrollo después de 1940. La
flexibilidad de sus formas narrativas propicia, por otra parte, el tratamiento
de los más diversos asuntos y preocupaciones a partir de argumentos fantásticos
o humorísticos. De este modo expone y critica aspectos de la situación
sociopolítica de la Cuba de entonces, incluida la penetración imperialista;
satiriza determinadas actitudes morales y aun propone, mediante la visión
irónica de la literatura y la crítica al uso, una suerte de poética de la
espontaneidad y la frescura en la expresión. No se trata, en estos y otros
cuentos de PTB, que haya un sentido denotativo evidente, pero la experiencia
receptiva puede percibir un sentido alegórico subyacente en la estructura
profunda de los relatos. El propio autor define irónicamente las
características de su método narrativo en la autopresentación que incluye en
Batey:
Y acaso no sea lo de menos importancia destacar su desparpajo —íbamos a decir
su libertinaje— almezclar cosas perfectamente del vivir cotidiano con las
propias de la fantasía; personajes reales con otros de vida ficticia; con lo
que a veces sólo logra conseguir el que los sucesos de la realidad aparezcan
como momentos que nunca existieron, y que panoramas imaginativos y acaso
morbosos, tomen relieve vívido en temperamentos sensibles. 6
Acepto la conceptualización ofrecida por Roger Callois acerca de lo fantástico como «una ruptura del
orden reconocido, una irrupción de lo inadmisible en el seno de la inalterable
legalidad cotidiana». Véase Roger Callois. Imágenes, imágenes. Barcelona, Edhasa, 1970, pp. 10-11. 6 «N2.
Pablo de la Torriente Brau» [prólogo]. En: Batey. Ob. cit., p. 9.
Después de la publicación de Batey, Pablo de la Torriente sigue escribiendo
cuentos — algunos de ellos mientras guardaba prisión. «tMuchachos!», escrito en
1930 y publicado en la revista Social al año siguiente, es uno de los pocos que
—exceptuando los de Batey— fueron publicados en vida del autor. Ubicado, como «Casi una novelita», en un ambiente juvenil y
despreocupado, y teniendo igualmente como
motivación ideotemática episodios reales de la vida del autor, resulta finalmente —al contrario
de aquel— una tragedia. Su modelo genérico, por otra parte, también se
distancia del cuento aludido: en lugar de los recursos del melodrama, es la
«novela de aventuras» —como en varios cuentos de Batey— la que parece servir de
pre-texto composicional.Algunos de los cuentos escritos en los años 30 se
emparientan con la llamada «literatura ruralista» iniciada al principio de
siglo por Jesús Castellanos y continuada por otros autores a partir de la
década de los 20. En el período en que Pablo da a conocer algunos de sus
relatos, se identifican dos posiciones polares en cuanto a los procedimientos
artísticos del
cuento. Una se resume en la obra de Luis Felipe Rodríguez, quien lleva a un
punto de máximo compromiso el propósito enjuiciador de la realidad rural
cubana, pero con una actitud narrativa lastrada aún por los modelos
nonocentistas. La otra puede ejemplificarse en algunos cuentos de Carlos
Montenegro, cuya forma expresiva —generalmente cruda y descarnada— inaugura una
perspectiva hasta entonces inédita en la cuentística cubana. Los cuentos
rurales de Pablo se ubicarían en una tercera posición, más cercana a algunos
asuntos desarrollados posteriormente en la tendencia conocida como «criollista». Relatos como «Último acto» y «En la sombra»,
adelantan temas relacionados con el adulterio, la venganza, los celos, que se
reiterarían en el criollismo cubano de la década de los años 40. Como muchos de esos
cuentos, los de Pablo tienen un desenlace no sólo sorpresivo, sino de gran dramatismo.
«En la sombra» fue escrito en presidio, según consta en el original, y muestra
una situación narrativa novedosa y de mucha fuerza expresiva.7
Todo parece indicar que Pablo de la Torriente escribiódos versiones de este
cuento, ya que en el publicado en Lunes de Revolución (no. 42, 11 de enero,
1960, p. 13) aparecen variantes sustanciales en relación con el original que
posee el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
«El buey de oro», por su parte, además de hacer evidente la intención de denuncia
social, anuncia un procedimiento también usado por algunos narradores
ruralistas posteriores — especialmente Onelio Jorge Cardoso— y que el propio
Pablo utilizó en Batey y Presidio Modelo. Se trata de dejar contar la historia
a un personaje, que se convierte así en un segundo narrador. En este caso no se
trata del desarrollo de un conflicto puntual,
sino del
relato de las experiencias de un peón agrícola con un terrateniente avaro y
desalmado. El desenlace se traduce en la esperanza de que la futura revolución
social hará cambiar la relación dominador-dominado que implicaba el relato del segundo narrador. La
historia y el desenlace están dados no desde una perspectiva dramática ni
esquemáticamente politizada, sino como
una amena y casi divertida conversación entre los dos narradores. También de
tendencia social, pero ya no ruralista, «El sermón de la montaña» —que parece
ser uno de los últimos cuentos de Pablo— aúna armónicamente el tratamiento
revolucionario de lo social con un fino humorismo, referencias intertextuales y
un desenfadado sentido
antidogmático, en el que no faltan palabras non gratas a la pacatería
dederechas y de izquierdas. Centrado en dos personajes, el cuento va
directamente al tema —la reivindicación de Jesucristo como luchador revolucionario
de su tiempo—, pero, al contrario de muchos relatos de la llamada «tendencia
proletaria» que se desarrolla en parte de América Latina en el período de
entreguerras, la personalidad vehemente y popular del protagonista y el final
nada panfletario, lo separan —sin afectar el mensaje— de la literatura
sociologizante que lastró buena parte de la narrativa revolucionaria
latinoamericana.
Cuentos del presidio
La experiencia del presidio, en donde estuvo entre los años 1931 y 1933, 8
motiva nuevos cuentos, que se recogieron póstumamente en diversas
publicaciones. 9 En ellos, los presupuestos ideoestéticos de Pablo se
mantendrían, sólo que enriquecidos y mostrando una mayor madurez en la
configuración artística de los relatos. Si en Batey, por ejemplo, es su
experiencia juvenil y su personalidad aventurera y regocijada las que informan
la mayor parte de los argumentos, en sus relatos posteriores será su
experiencia participativa en los acontecimientos sociales la que le permita
expresar, desde dentro, su aprehensión de los hechos. Y si en aquel
generalmente envuelve «en el ropaje de su frondosidad, las ideas políticas,
morales y sociales que sustenta», 10 en los textos siguientes la denuncia y el
compromiso personal se jerarquizan y hacen explícitos. Ello no supone, sin
embargo, unasubordinación sociologizante de la literatura a lo politicosocial;
en ellos no sólo se mantienen procedimientos narrativos practicados en los
cuentos anteriores, sino que incluso ganan en organicidad expresiva, presentan
un mayor grado de interiorización de los sucesos, y el lenguaje gana en
plasticidad y cubanía.
Pablo de la Torriente sufrió presidio durante 27 meses, entre 1931 y 1933 en
las prisiones del Castillo del Príncipe y La Cabaña, en La Habana, y en la
cárcel de Nueva Gerona y el Presidio Modelo, en Isla de Pinos. Véase «Car ta a
José Antonio Fernández de Castro.» En: Cartas cruzadas. Selección, prólogo y
notas de Víctor Casaus. La Habana, Letras Cubanas, 1981, p. 35. 9 Véase Diana
Abad. «Pablo de la Toriente Brau: bibliografía activa.» Universidad de La Habana,
no. 206, abrildiciembre, 1977, pp. 157-94. 10 Pablo de la Toriente Brau.
Prólogo a Batey. Ob. cit.
No es de extrañar que esa nueva etapa de la cuentística de Pablo, esté marcada
por su estancia en presidio. Entre los cuentos con temas de prisión destacan
«La noche de los muertos» y «El cofre de granadillo», en los que la influencia
de Edgar Allan Poe, ya presente en algunos relatos anteriores, se manifiesta
con mayor fuerza, propiciada por la misma situación que narra. Ambos se pueden
inscribir en la literatura fantástica, no porque aparezcan seres sobrenaturales
o sucesos fuera de la comprensión objetiva, sino por la tensión e incluso
misterio que llegan a producir,gracias a la eficacia de la estructuración artística.
Esa condición no evita el registro de la cruda realidad del presidio, sino que lo destaca mediante
la literatura. En «La noche de los muertos», de clara filiación vanguardista,
Pablo desarrolla un tema más universal y de mayor reflexión que los anteriores:
la relación sueño-muerte, integrada con la oposición apariencia-realidad. El
trabajo del narrador-personaje es uno de los
mayores méritos del
cuento. A través de un monólogo, este describe su intromisión, mediante la
observación, en la conciencia de sus compañeros dormidos; sueño que, en la
cárcel, es una forma de muerte. El desenlace descubre que el único que, a
juicio del
narrador, fingía estar muerto, es el que ha fallecido durante la noche, con lo
que sus anteriores reflexiones deben ser valoradas nuevamente por el lector.
«El cofre de granadillo», por su parte, lleva a un punto climático la técnica
de Torriente Brau en cuanto a la coexistencia, en el mundo presentado, de lo
real cotidiano —con hechos a
todas luces verosímiles y hasta documentados— con situaciones inexplicables que
producen una atmósfera fantástica, y llega, como en este caso, a lo macabro.
«Luna de presidio» se separa de los anteriores en varios aspectos. No apela a
lo extraordinario dentro de la cotidianidad del
presidio, sino más bien a una reflexión poética, que toma la luna como leit motif. A pesar
de lo sencillo de su argumento, el cuento exhibe algunasnovedades, entre ellas
la inclusión de un poema que ayuda a la definición de la atmósfera melancólica
y opresiva de la historia, y el recurso del relato dentro del relato, además de
determinados giros lingüísticos vanguardistas. Sin desconocer su inmediata
función periodística, muchos de los reportajes de Pablo de la Torriente
presentan los recursos expresivos propios de su particular estilo narrativo.
Ello se aprecia, entre otros trabajos, en las series 105 días presos, La isla
de los 500 asesinatos11 y Tierra o sangre, también conocida como Realengo 18,
todos publicados en vida del autor.12 Será, sin embargo, Presidio Modelo, obra
que no pudo ver impresa,13 la paradigmática en este sentido. En ella la
asociación intergenérica ofrece un caso inclasificable según las teorías
tradicionales. En sus cincuenta y tres capítulos, organizados en diez partes,
aparecen desde evocaciones de la infancia del
escritor hasta reflexiones de diversa índole, pasando por episodios del presidio y retratos
de presos y carceleros. Entre estos últimos sobresale el realizado al jefe de
la prisión, el capitán Pedro Castell, de quien hace un análisis psicosociológico
a partir de diversas fuentes testimoniales. El resultado es un relato
biográfico del genocida director del presidio de Isla de
Pinos que, por sí sólo, puede ocupar un lugar en la narrativa cubana.
Posteriormente integrado en Presidio Modelo. 105 días preso fue publicado en El
Mundo desde el 26de abril hasta el 8 de mayo de 1931. La isla de los 500
asesinatos, en Ahora, del 8 al 24 de enero de 1934. Tierra o sangre apareció en
el mismo periódico entre el 16 y el 24 de noviembre del propio año. Fueron recogidos en Pluma en
ristre (selección de Raúl Roa), La Habana, Publicaciones del Ministerio de Educación, 1949, el último
con el título de Realengo 18. Posteriormente han aparecido en forma de libros o
formando parte de volúmenes con selecciones de la obra del autor. Véase Diana Abad. Ob. cit. 13
Presidio Modelo sólo pudo ser publicado en 1969 (La Habana, Editorial de
Ciencias Sociales). La segunda edición apareció en 1975.
Aunque en casi todo el libro se aprecia la capacidad literaria de Pablo de la
Torriente, y la madurez que ha ganado en la conformación de un nuevo lenguaje
artístico, en el que el habla popular nacional ha ganado mayor espacio, es
posible aislar algunas composiciones que integran, por derecho propio, su
bibliografía cuentística, si se analizan desde una perspectiva no reduccionista
y teniendo en cuenta los conceptos contemporáneos del género. La
conceptualización del cuento como género literario ha evolucionado al
ritmo de la de su creación. Muchos de los aspectos tomados por inviolables en
la configuración cuentística, han sido negados posteriormente. Incluso Horacio
Quiroga, considerado durante un buen tiempo el preceptista por excelencia de
esa zona de la narrativa —a partir de su «Decálogodel perfecto cuentista» (1927)14
—; declaró al año siguiente:
[C]on la historia breve, enérgica y aguda de un simple estado de ánimo, los
grandes maestros han creado relatos inmortales. En la extensión sin límites del tema y del
procedimiento en el cuento, dos calidades se han exigido siempre: en el autor,
el poder de trasmitir vivamente y sin demoras sus impresiones; y en la obra la
soltura, la energía y la brevedad del
relato, que la definen. 15
Horacio Quiroga. «Decálogo del perfecto cuentista.» (Babel, julio de 1927), en
Catharina V. de Vallejo (comp.). Teoría cuentística del siglo XX. (Aproximaciones hispánicas). Miami, Ediciones
Universal, 1989, pp. 69-71. 15 Horacio Quiroga. «La retórica del cuento.» En: Catharina V. de Vallejo.
Ob. cit., p. 72.
Tales aspectos están presentes en los textos de Presidio Modelo que hemos
seleccionado como cuentos, aunque carezcan de
elementos ficcionales, como
exige Enrique AndersonImbert,16 y no siempre muestren una estructura argumental
típica.
El autor —Pablo— no sólo puede trasmitir vivamente sus impresiones, sino que
quiere (lo considera un deber ineludible) hacerlo. En carta enviada a José
María Chacón y Calvo, explica sus razones:
Yo estoy completamente seguro de que no he sido capaz de reproducir con la
suficiente fuerza la bárbara, la monstruosa realidad. Pero estoy también
seguro, después de haber estado dos años en Presidio Modelo, de que nadie ha
sabido describir nunca laprofundidad insondable y lóbrega de la vida de los
prisioneros. En el propio presidio leí algunos libros de presos: Dostoievski y
Víctor Serge. Todo pura literatura al lado de lo tangible, al lado de las 24
horas infinitamente iguales; de los años iguales; al lado del olvido de los
hombres que viene a ser como el aprendizaje de la muerte, para que se vayan
acostumbrando a ella; al lado de la tragedia, la barbarie, el crimen, tan
repetidos que llegan a ser monótonos, al lado de los hombres tan inverosímiles,
que ninguna imaginación honrada puede hacer otra cosa que ponerse a la
observación con la intención más fiel. 17
16 17
Véase Enrique Anderson-Imbert. Teoría y técnica del cuento. Buenos Aires, 1979. Pablo de la Torriente
Brau. Cartas cruzadas. Op. cit., pp. 204-6.
Tal impresión autoral del
fragmento de la realidad que le sirve de asunto, unida al innegable talento narrativo
de Pablo, informan la «soltura, energía y brevedad» de sus relatos de Presidio
Modelo y su condición de cuentos. También se cumplen en ellos los
requerimientos que apunta Julio Cortázar en «Algunos aspectos del cuento»:
Un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida
y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me
permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una
síntesis viviente a la vez de una vida sintetizada, algo así como un temblor de
agua dentro de un cristal, unafugacidad en una permanencia. 18
Aunque el propósito explícito de Pablo de la Torriente fue denunciar los
horrores del presidio, a partir, sobre todo, de testimonios y documentos, es
innegable su voluntad estética en buena parte del texto. En él se fusionan las
dos fuerzas de que hablaba Cortázar como
indispensables para el escritor revolucionario: «la del
hombre plenamente comprometido con su realidad nacional y mundial, y la del escritor lúcidamente
seguro de su oficio».19 Esto se demuestra fehacientemente en los relatos
implícitos en Presidio Modelo. Hay un eficaz equilibrio entre el asunto (tomado
de la más inmediata realidad) y la creación estética. Ello garantiza la
recepción artística de esos textos, aun cuando las circunstancias contextuales
(temporales y espaciales) hayan variado; sin que por ello deje de funcionar la
reacción de rechazo a aquella terrible realidad.
Julio Cortázar, «Algunos aspectos del
cuento», en Catharina V. de Vallejo, ob. cit., p. 97. Ibídem, p. 105.
Si se realiza una simple comparación analítica entre esos relatos —sobre todo
algunos como «El tiempo», «Las pupilas» y «La mordaza»— con los cuentos de
presidio que aparecieron en diversas publicaciones sin dudar de su ubicación
genérica, se comprobará sus similitudes en cuanto a características temáticas,
morfológicas y estructurales; o sea, a los atributos del cuento considerado
desde un ángulo no reduccionista. Aunque cualquiera de losrelatos seleccionados
pudiera servir para esa demostración, los tres mencionados antes —quizás los
mejores cuentos de Pablo— son idóneos para ello. En «El tiempo», por ejemplo,
no se produce explícitamente una sucesión de acciones que pudieran conformar un
tradicional discurso narrativo; sin embargo —dentro de la traslación metafórica
que realiza el autor implícito— se narran sucesos, sólo que habituales,
durativos, para dar el alienante devenir de la vida de los prisioneros. Pablo
de la Torriente, quien siempre demostró un interés especial por el tiempo,20 en
este relato lo hace su tema mismo. El narrador organiza la historia a partir de
la animación de
elementos temporales y la personificación de objetos y animales, a los que
ubica implícitamente en un espacio siniestro que recuerda las narraciones de
horror del
romanticismo.
Un curioso ejemplo de ello es su cuento inconcluso «Vida del Caballero de Monte Cuervo.» Véase Pablo
de la Torriente Brau. Cuentos completos. La Habana, Centro Cultural Pablo de la
Torriente Brau, Ediciones La Memoria, 1998, pp. 279-95.
El tiempo —en las específicas circunstancias del presidio— se concreta en un implacable
monarca absoluto, con una cohorte de tétricos colaboradores: el almanaque y el
reloj. Este último se sirve de otros que el narrador identifica como ayudantes
de campo (la Corneta), agentes secretos (el Hambre, el Cansancio y el Sueño) y
atormentadores (el Insecto y el Espanto), asícomo un «auxiliar máximo»: la
Esperanza. Con estos personajes organiza un relato reflexivo que, apoyado por
el lenguaje utilizado, lleva al lector la sensación de opresión y estatismo del tiempo en el
presidio. «Las pupilas» inicia el conjunto de relatos que el autor tituló
«Escenas para el cinematógrafo». La innegable influencia del cine en la obra de Pablo cobra en esta
parte de Presidio Modelo una función explícita: las imágenes son más eficaces
que las palabras para presentar los horrores de la vida en prisión. El propio
Pablo introduce esta sección explicando su intención de «narrar con imágenes»
más que los hechos, las sensaciones, las angustias de un testigo-participante
de las tétricas escenas.
Mi palabra no sirve para transcribir, con la fuerza con que las siento vibrar
en mi imaginación, las bárbaras escenas del Presidio. [] Por eso yo quiero
que el lector venga ahora conmigo al cine; que me lea con los ojos cerrados
con la imaginación dispuesta a esta tiniebla roja, propia para el salón de
proyeccionestLa función va a comenzar!21
21
Pablo de la Torriente Brau. Presidio Modelo. La Habana, Editorial de Ciencias
Sociales, 1975, pp. 491-2.
En ese primer relato, las escenas se proyectan a través de los ojos agigantados
de un presidiario, convertidos, para el narrador, en pantalla cinematográfica.
Hasta que no se rompe —al final del cuento— la
impresionante ilusión de tinte surrealista, la narración se puededefinir como un guión de cine,
perfectamente filmable. El desenlace enfatiza la degradación moral que producen
en el individuo los diabólicos métodos carcelarios del Presidio de Castell. «La mordaza», por
su parte, se apoya en lo onírico y lo macabro para presentar uno de los
instrumentos de tortura del
presidio. Desde el punto de vista composicional es el mejor de los relatos
integrados en Presidio Modelo. El narrador-personaje se separa de su identidad
para asumir la de un testigo excepcional de un espectáculo macabro, digno de la
mejor literatura fantástica. Como «Las pupilas»,
este cuento recurre a la imagen móvil del
cine para ilustrar el horror de los prisioneros torturados. En estos tres
cuentos, el autor implícito no deforma la realidad para hacerla fantástica,
sino que resalta, mediante recursos expresivos, lo sórdido y horrorífico del
mundo carcelario, conformando un discurso en ocasiones expresionista y en otras
—sobre todo por la plasmación de la asfixiante atmósfera del presidio, en lo
que todo aparece como irracional y alienado— se acerca a las visualizaciones de
algunos surrealistas. Sin variar, en lo esencial, su estilo narrativo, estos
relatos proyectan un tono diferente al de sus cuentos anteriores. El humor ha
cedido terreno a la expresión grave y angustiada, con matices exclamativos que
refuerzan la actitud del
narrador ante los hechos. Si en Batey los «panoramas imaginativos y acaso
morbosos» se trataban como casosreales, con fines eminentemente humorísticos;
en estos relatos es el testimonio de la «increíble» realidad del presidio lo
que parece pertenecer a la literatura de horror.
El objetivo denunciador se desprende de la propia situación presentada en cada
cuento, lo que avala lo dicho por el propio autor: «Yo escribí el libro con el
propósito de denuncia, para que se conociera ese antro, y debo sacrificar
cualquier cosa a ese propósito.»22 Lo literario, sin embargo, no se resiente en
los relatos citados. El autor ha logrado un relieve narrativo
extraordinariamente eficaz. El ritmo composicional se adecua a las distintas
tramas: ya vertiginoso, ya lento y agobiante, según lo tratado. La
personificación de objetos, sentimientos, estados físicos, que muchas veces
resultan símbolos; y el lenguaje, en el que imperan metáforas y símiles de
corte futurista, contribuyen a dar a esos textos un carácter vanguardista, y
colocan a Pablo de la Torriente —con una obra que demuestra ya una madurez
expresiva— en el grupo fundador de la moderna narrativa cubana.
Denia García Ronda
Agosto, 1998
22
Pablo de la Torriente Brau. Cartas cruzadas. Ob. cit., p. 128.
CUENTOS DE BATEY
N2 Pablo de la Torriente Brau
Fundador y Presidente Perpetuo de la Sociedad Geográfica Internacional de
Excursiones Marítimo Terrestres, de la que también forman parte el Filipino
Nogales, el Polaco García, el Gallego Martínez, etc. Fundador y Presidente de
Honor de laSociedad de Críticos Internacionales de Paraíso , en los teatros
habaneros, a la que también prestigian Chaikowski Reguera, Pilín Pro, Radiero
Kellmann, etc. Miembro de Línea de la Real Academia de Fútbol Intercolegial del
Club Atlético de Cuba, en la que figuran el Loco Mañach, el Pollo y Titina
Álvarez, Florimón La Villa, el Espiritista Suárez, Mike Mazas, Dóctor Mazas, la
Foca Rodríguez, Mario Pelota, el Chino Puig, etc. Caballero Gran Medalla de
Oro, con distintivo negro-anaranjado, de la Orden de la Unión Atlética de
Amateurs de Cuba. Decano de la Sociedad de Empleados del
Bufete Giménez, Ortiz y
Barceló en comisión al servicio del
doctor Fernando Ortiz. Mecanógrafo de Mérito. Taquígrafo Graduado. Alumno de
Dibujo de la Escuela Libre dirigida por el pintor Víctor Manuel y domiciliada
en cualquier café de La Habana. Ex Redactor anónimo de periódicos desconocidos.
Socio de Pro Arte Musical. De la Hispano Cubana de Cultura. Del Centro de
Dependientes y de Gonzalo Mazas, etc., etc.
Confieso que después de ver cuánto título tengo, yo mismo me asombro de ser tan
perfectamente desconocido. sCómo es posible que un académico de tanto relieve,
permanezca ignorado en su país? He ahí, sin duda, otro de los muchos misterios
de la naturaleza Y como al doctor Mazas, pese a sus magníficos Poemas del
hospital, le ocurre casi lo mismo, un día, en la ducha del Club Atlético, acordamos,
despojándonos de nuestro ropaje académico, tomar unaresolución «Chico —me dijo él—, para salir de la falange del anonimato (es su
estilo, tqué se le va a hacer!), no nos queda otro recurso que cometer unos
cuantos crímenes Yo lo puedo hacer impunemente, pues para eso soy médico,
ahora tú, mira a ver cómo te las arreglas.» Yo, desde luego, estuve de acuerdo
en que el asesinato es una escuela del
éxito y que está pasando por su fase más próspera (Léase «Asesinato en una
casa de huéspedes».) Y he ahí explicada, con palabras sencillas y tranquilas,
la génesis de Batey. Excluyendo toda falsa modestia, nos parece que hemos
obtenido un triunfo en nuestro primer ensayo, pues a lo largo del libro ocurren unas quinientas veinte
defunciones anormales Hemos intentado hacer una estadística escrupulosa,
pero el hecho de no haber aparecido muchos de los cadáveres que sin duda motivó
la explosión de «El Valle», nos obliga a hacer este cálculo prudente. Creemos,
pues, que ya tenemos derecho a ocupar un lugar prominente en la sociedad
actual Otro hecho a explicar, con respecto a la ignorancia en que he
permanecido, es el de mis relaciones con el mundo de los famosos. A Rubén
Martínez Villena, ex versificador y actual poeta activo, lo conocí jugando a la
pelota en la azotea del
bufete. (Una vez entre él y yo les dimos los nueve ceros a otra novena, creo
que formada por el doctor Carreras, Gener y Jerónimo Blanco). Por entonces,
Rubén decía, junto con Julio Antonio Mella, que murió deasesinato en México,
cosas furibundas contra Alfredo Zayas tQuién les iba a decir que, a través
de la Historia que aquel nunca escribió, iba a aparecer más tarde como un
espíritu seráfico angélico perfecto perfecto perfecto! Y, desde
luego, Rubén sólo sabía de mí que tenía unas cuantas cosas locas detrás de las
pupilas, un tumulto físico metido por entre los músculos jóvenes y una docena
de dos de pecho que se negaban a salir por la garganta en otra forma que no
fuera la de insoportables gritos de vendedor de periódicos Y es claro, con
tales datos, cuando un día, que llegó acabando de hacer «El héroe» y se lo
presenté, le pareció, como a mí, muy bueno y atrevido se lo dio a Fernández
de Castro y este, con ilustración y todo, lo hizo publicar, lo mismo que unos
versos a los que suprimieron lo mejor que tenían, la dedicatoria, que era así:
A Teté Casuso, muchacha. Y este es todo el affaire literario que ha habido
entre Rubén Martínez Villena, ex versificador, aunque maravilloso, y actual
poeta activo, y yo. A Herminio Portell Vilá, el hombre que sabe más en Cuba y fuera de Cuba de Narciso López; joven de
voluntad espléndida y firme, periodista y profesor, le he hecho varios
capítulos de su obra. Y esta labor de mecanógrafo es todo lo de literatura que
conoce de mí el doctor Herminio Portell Vilá. Lo demás ha sido hablar de cosas
de sports, de las que todavía él presume un poco. Sobre todo de su punch, que
ha tenidosiempre en vigilia a ciertos académicos airados El doctor José
María Chacón y Calvo, amigo íntimo del sol y del mar, ha elogiado
siempre mi aspecto de pelotari en cancha y ha criticado, cada vez que se le
presentó ocasión, la fea costumbre que tengo de afeitarme solamente tres veces
por semana. Además, me ha
pronosticado que seré humorista, y como
crítico al fin, aunque inteligente, me ha encontrado ciertas influencias de
señores a los que jamás he leído (Señores, yo he leído mucho a Alejandro
Dumas, Emilio Salgari, Víctor Hugo, José Martí, y Edgar Poe) Sea dicho todo,
por honradez y agradecimiento. Finalmente, con el doctor Fernando Ortiz yo
estoy aprendiendo muchísimas cosas que en lo absoluto me interesan, pero que a
veces me hacen gracia, como por ejemplo, averiguar en una misma semana, y como
él dice, «todos los chismes» de la Virgen de la Caridad del Cobre y del Barón
de Humboldt. Por lo demás, y para que nunca se encuentren deficiencias en mi
perfecta labor mecanográfica, yo tendré buen cuidado en evitar que él sepa cómo
yo a veces me distraigo pensando alguna truculencia Como
se ve, mis relaciones con el mundo de los famosos son bien limitadas, y por eso
es que tengo que presentarme yo mismo y con todos los detalles, aun los
físicos, como
me exige Mazas, que presume justamente de los suyos. Yo creo que tendremos
alguna suerte y que habremos de salir en las revistas, con la mano en el
mentón, o en la sien,pensando algo, pero de todas maneras conviene que diga
aquí que tengo dos pulgadas menos de estatura que mi ecobio, dos años más y dos
docenas de libras menos. (Como
él da tantos detalles en su biografía, usted podrá informarse detenidamente de
mí, por comparación.) Como
bien dice Mazas, los dos escasos meses en que hemos hecho a saltos casi todo el
material de la zafra de este Batey de nosotros, nos han «permitido» intercalar
algunos «pequeños» defectos en nuestra obra, lo que desde luego facilitará
mucho la labor de los críticos Pero Mazas es más optimista que yo, y
temeroso de pasar por el bochorno de no merecer tan altos honores, voy a
hacerme yo mismo una crítica de más o menos importancia trascendental En
primer lugar me declaro maestro en onomatopeya. Me parece que esto es un asunto
indiscutible. En segundo lugar aunque no, así no se redacta una crítica
seria Diremos: «Hay que reconocer también que el joven escritor señor Torriente
se ha permitido, lo que no parece recomendado por muchas autoridades, envolver
con el ropaje de su frondosidad imaginativa las ideas políticas, morales y
sociales que sustenta, lo que únicamente queda disculpado por el hecho de ser
sus cuentos, como él dice, a€•sus periódicosa€–, y por tanto, la tribuna desde
donde puede exponer en forma bien moderada muchas de las cosas coléricas que a
veces lo exaltan »Bien. Y acaso no sea lo de menos importancia el destacar
su desparpajo —íbamos a decir sulibertinaje— al mezclar cosas perfectamente del
vivir cotidiano con las propias de la fantasía; personajes reales, con otros de
vida ficticia; con lo que a veces sólo logra conseguir el que los sucesos de la
realidad aparezcan como momentos que nunca existieron, y que panoramas
imaginativos y acaso morbosos tomen relieve vívido en temperamentos
sensibles» Bueno, yo voy a seguir en mi estilo, porque este me aburre, y voy
a tratar otro asunto. Mi nacionalidad es otro lío. Tuve la desgracia de nacer
frente a una de esas estatuas de Colón, en que aparece siempre encaramado en un
palo de mármol, con la mano sobre los ojos, como si el Almirante hubiera sido un infeliz
grumete, y comprendo que esto me va a traer mala suerte cuando sea famoso. Los
cubanos, porque he vivido siempre en Cuba, porque aprendí a leer en La Edad de
Oro de Martí, y por buena parte de mi ascendencia, por la línea de mi padre,
van a querer que yo sea cubano; los portorriqueños, porque nací en San Juan y
soy nieto —y estoy muy orgulloso de serlo— de Salvador Brau, el hombre echado
hoy al olvido por sus paisanos, que cuando se vio entre el estómago y la
dignidad supo ajustar su vida a esta regla que debiera servir de guía a todos
los hombres del mundo: «A los hijos se les debe dar antes que pan, vergüenza»,
también van a querer que yo sea de allá; los montañeses, los vizcaínos, los
catalanes, y hasta los mismos venezolanos van a encontrar la raíz de mi origen
en ellos,y va a ser una cosa tremenda el desasosiego con que voy a vivir en la
inmortalidad. tIgual que mi fatídico padrino el Almirante! Pero, en fin, todos
los riesgos son pocos para que los corra un hombre por la alegría de una
muchacha.
Y para que esa muchacha esté contenta y alegre de mí es que yo he hecho la
mitad de Batey. Para que con su puerilidad de
niña les presente el libro a sus compañeras y les diga: «tMira, esto lo hizo
Torriente!» Y sólo por decirlo ya crea ella que todo está maravilloso Por
eso en todo lo que yo he hecho no hay un cuento dedicado a los pocos familiares
míos, a los que yo quiero de veras, a los que se merecen también el libro
entero; ni hay un cuento tampoco para ninguno de mis amigos. tNi siquiera para
Rubén! Y aunque en mi parte hay tanto cuento raro y poco amable, todos son para
ponerles delante la misma sencilla dedicatoria que tanto le gusta al doctor
Chacón y Calvo: tPara Teté Casuso, muchacha! PABLO DE LA TORRIENTE BRAU Febrero
de 1930
El héroe
El panorama
Desde la tarde anterior habíamos llegado al ingenio y, ahora, almorzábamos con
apetito de guajiros debutantes, en el portal del bungalow que tenían los ingenieros. Cien
metros al frente, paralelas a la línea de casas del batey, se extendían las
vías del ferrocarril en una longitud aproximada de cuatrocientos metros,
perdiéndose por un extremo en una gruta de árboles, y por el otro, en la
traición de una curva. Eran las doce. El viento,como un perro jíbaro, había huido hacia el
monte. En el cielo, página fulgurante, el sol semejaba la palabra de fuego de
una maldición de luz. Los carriles eran como de
plata y fulguraban como
relámpagos cautivos. Eran las doce en el campo, en Cuba.
El personaje
El paradero, que nos quedaba casi enfrente, un tanto a nuestra izquierda,
estaba, contra la costumbre de todos los pueblecitos, solitario. El viejo
telegrafista, sentado en un taburete que se recostaba a la criolla en la puerta
de entrada, fumaba tranquilamente. De pronto se levantó y fue hacia la mesa de los puntos y
rayas (tUna tan sólo de las muchas estatuas a Morse!) Un muchacho fue a cambiar
el chucho de un desviadero de grúa. A lo lejos, intermitentes e imperiosos,
sonaron varios pitazos. «Un tren con vía libre» —dijo alguien. El telegrafista,
con esa calma peculiar en los viejos empleados de ferrocarriles, que nos
desespera a los que hemos leído en las novelas y visto en las cintas, toda la
veloz ceremonia que requiere el paso vertiginoso de un tren por los paraderos
intermedios, apareció en el andén con una banderola roja en la mano cuando ya
la máquina atacaba velozmente la curva, envuelta en humo y como salpicando
chispas.
La tragedia
El viejo empleado se acercó al borde del
andén para coger los papeles que le tirarían al pasar, pero su mala suerte le
hizo dar un traspié y cayó violentamente a la línea.
La locomotora, con un rugido de conquista, avanzabaincontenible y a los veinte
metros era una montaña que rodaba Nos sentimos oprimidos y angustiados igual
que en una pesadilla insoportable. Yo, que casi lo era, me sentí niño y hubiera
llorado por evitar aquello Como en algo
posible, pensé en que el tiempo y el espacio debían acabar en aquel segundo
interminable y que todo quedara como en el
vacío, con la locomotora perpetuamente a igual distancia del pobre viejecito, antes que permitir a
mis ojos el tormento de verlo aplastado por la máquina. Pero ttodo
inútil! El hombre, que se había dado un serio golpe al caer, no pudo sacar
una pierna de entre los polines, y a pesar de los esfuerzos titánicos del maquinista, la
locomotora llegó hasta él patinando rabiosamente sobre los raíles llenos de centellas.
El héroe
Llegamos en silencio, como
ante los muertos tendidos. El maquinista tenía la enorme mano soldada en la
palanca del freno, y con los ojos muy grandes,
miraba como por primera vez el mecanismo
inexplicable de la caldera o la insoportable angustia del paisaje. Y mientras, de sus ojos caían
lágrimas, como
campanadas de reloj Dimos la vuelta con temor. Allí estaba el viejo con las
manos apoyadas en la tierra, y el busto erguido ty con cara tranquila! «Que
den para atrás» —nos dijo— y, luego, al ver nuestro asombro, una risita
nerviosa y espeluznante hirió nuestros oídos y quedó en ellos para siempre.
Pensé, ante aquella muestra de valor espontáneo y tranquilo,cuán despreciables
eran las hazañas famosas de todos los héroes fanfarrones de la historia. Y como si empezara a
aburrirse, dijo luego, con una voz llena de urgencia: «Vamos, den marcha atrás,
que no voy a estar aquí toda la vida» El maquinista por fin hizo retroceder
la máquina, y los crujidos de los huesos rotos se oían en medio del fragor del coloso,
lastimeramente, como
el llanto de un niño que despierta durante una ovación en el teatro. tQué
profunda pena y qué profunda admiración sentí entonces hacia aquel viejecito
valeroso! Cuando el monstruo negro dejó libre el espacio entre el andén y
las vías, snos acercamos o fuimos atraídos? No lo sé Ya el telegrafista
estaba en pie, pálido pero tranquilo, recostado al muro de cemento, con su
pierna rota en la vía, y nos dijo con calma: «Vaya, vaya, tpor Dios!, dejen esa
cara. No ha sido nada. La pierna era de palo; la original está enterrada en el
campo de batalla de Ceja del Negro»
Una aventura de Salgari
Yo tenía dieciséis años perfectos. Tenía dieciséis años admirablemente
representados por un poco menos de seis pies de estatura, ciento cincuenta
libras de músculos ágiles y una loca imaginación de muchacho loco, de muchacho,
muchacho. Pero no se vaya a creer por esto que yo era uno de esos mataperros
incorregibles que dan escape al tumulto exuberante de su vida con una ininterrumpida
fiesta de pillerías. Nada de eso. tYo me daba cada atracón de lectura!…
Indiscutiblemente,era un «hombre culto» que no dejaba de tener cierto prestigio
tocado de respeto entre mis compañeros. Realmente, no es inmodestia ninguna
declarar con entereza que a esa edad ya yo era un «erudito» de las obras de
Mayne Reid, Julio Verne y, sobre todo, de Emilio Salgari. sY quién podía
recordar con más facilidad que yo un lance de Stoerte Becker, un duelo del Corsario Negro, una
hazaña de Wenonga, el jefe incomparable de los mohicanos heroicos, o de
Tecumpset, Mano Sangrienta, Satanta, Nube Roja, o Búfalo Bill? Yo sabía hablar,
con asombrosa seguridad, de los espantosos
efectos del
curare. Las cervatanas, los arcos, las flechas, las hachas de abordaje, los bumerangs
australianos, los kriss malayos, los alfanjes turcos, los yataganes persas, las
bolas de los gauchos y los lazos del cow-boy eran para mí instrumentos
familiares… Un día que hubo necesidad de abrir un cajón, yo entré en la cocina
de mi casa y en vez del hachuela doméstica y
mellada, como
la dentadura de una vieja, pedí distraídamente el tomahawk… —sToma qué?
—vociferó la cocinera… —tEl tomahawk! tOh, Wenonga, Wenonga, mi invencible indio silencioso! Así era
yo a los dieciséis años sNo se me ve claramente a lo largo de estas líneas? sNo
se adivina mi sueño profundo de organismo joven y sano? sNo se ven las paredes
de mi cuarto llenas de cabezas de indios, imponentes y mudas tras el misterio
de sus ojos enigmáticos? sNo se comprende la fuga descabellada y frenética demi
fantasía a galope sobre los arenales de Arabia, perseguido por los beduinos del
desierto; escondido en la jungla, recogido de pavor, sintiendo cerca el olor
del tigre sanguinario y tremendo; amarrado al poste de tortura mientras alrededor
danzan y aúllan los comanches; náufrago sobre una balsa en el Pacífico y
rodeado al instante por las piraguas de los piratas malayos? sNo ve usted nada
de esto? sNada, señor? tEntonces qué pobre cosa es su imaginación, señor! No
siga leyendo. Usted no es digno de saber cómo es un bólido en la vida, llegar a
los dieciséis años… tLlegar, pasar y apagarse! tQué pena!… El hombre siempre
quiere trazar un paralelismo de acción con la vida de sus héroes, y yo,
naturalmente, me aburría de veras en La Habana. Esta ciudad es desesperante.
tTanta sirena de barco que se va!… Fuera de los ras de mar aquí nada se parece
al Far West… (Bueno, oiga, no se vaya a
figurar por lo que acabo de decir que yo no sé geografía. Yo quiero que usted
sepa que al fin y al cabo la aprobé en el Instituto, y hasta saqué
sobresaliente, y hasta me lo merecía. Es que yo he querido hacer una figura
retórica o algo así, señor. Una metáfora, creo). Pero en los jóvenes la
esperanza se inaugura todos los días al abrir los ojos tras el sueño hondo, y
si por las noches muchas veces regresaba a casa decepcionado, con cara de
hombre fracasado en la vida, por las mañanas yo siempre me levantaba con este
pensamiento clarísimo: «De hoy no pasa.»Pero bueno, esto hay que explicarlo,
porque desde luego no está tan claro lo que está clarísimo. «De hoy no pasa»
quería decir que ese día era sin duda el destinado por la suerte para que yo
tuviese alguna aventura tremenda. Porque yo hablaba con desprecio de aquella
pedrada que me rompió la ceja; y de la que escondió su cicatriz entre el pelo
de la sien; y del
estacazo rotundo y preciso que me dobló una costilla… Todo esto no era para mí
más que un flojo aprendizaje por más que mucho alarmase a mi familia. Yo le
preguntaba a mi padre y él me contestaba, pensando con vistas a los exámenes
del Instituto: «Mira, muchacho. Ya en Alaska
no hay buscadores de oro; en el África ya no se comen a los cazadores blancos;
los sioux estudian ahora en las universidades americanas y ya terminó la guerra
europea. Estudia, muchacho, estudia…» Pero, contra lo correcto, yo creía mucho
más a Salgari que a mi padre, y alguna noche que me quedaba solo en casa, en un
despoblado de la Víbora, tomaba inolvidables lecciones de espanto, cuando al
colarse el viento nocturno por las rendijas de la puerta, yo creía sorprender
la marcha sigilosa de un indio cortador de cabelleras… Un día tun gran día! el
señor Carbonell llegó a casa temprano. (El señor Carbonell era un ingeniero que
había sido profesor mío de matemáticas, de versos, de ajedrez, de inventos y de
cuentos de ladrones. Era un gran diplomático y podía convencer a cualquiera de
que el Sol era quienreflejaba la luz de la Luna y no la Luna la del Sol. Esto no es
exageración. Una vez convenció por completo a otro ingeniero de que la tabla de
logaritmos de Vázquez Queipo estaba llena de errores. Todo lo demostraba; y,
además, siempre tenía la razón.) Bien, el caso es que pudo convencer a papá
acerca de la conveniencia de que yo empezara a trabajar en un ingenio que se
estaba fomentando en Oriente por una poderosa compañía. A mí, sencillamente me
dijo en silencio esta palabra tembladora: «tCocodrilos!»
tCuánto tardaba en irse el tren! Yo había paseado por el andén con aire de
viajero profesional… Le había echado un vistazo a la locomotora y, al verla tan
brillante, tan por entero de hierro y respirando tan fuertemente con su penacho
de humo y su «actitud» retadora, me llenó la sensación de su parecido con un
guerrero antiguo de aquellos de la Edad Media que estaban siempre forrados de
acero, y tuve mis dudas acerca de la velocidad que pudiera desarrollar
«aquello». Honradamente, me dije: «a€—Esto‘ no me alcanza a mí.» Pero, no.
Corría, corría mucho, y hacía un ruido tremendo y delicioso. Yo me dormí a
pesar de mis deseos de «hacer la guardia» y el Sol tenía una cara burlona y
encendida de señor gordo y borrachín cuando me desperté por allá, por Santa Clara.
Ya aquello iba siendo otra cosa bien distinta a la calle de Obispo y a la
bodega de la esquina de casa. Todavía no había visto cocodrilos ni majaes, pero
ya se sentía un airecrudo y fresco; ya empezaba a ver potros encabritados,
toros inmóviles en la llanura vasta (a lo lejos parecían estatuitas de una
inmensa mesa de sala), sombreros anchos, figuras de cow-boys, espuelas,
polainas, látigos… Uno pasó en un caballito nervioso arrastrando un toro
inmenso… En una curva el tren frenó violentamente y pitaba, pitaba… Cuatro o
cinco reses, sin mucha prisa, corrían delante de la máquina al parecer sin
encontrar manera de apartarse de la vía, casi igual a como hacían los búfalos
cuando, en manadas interminables, lograban paralizar los trenes en el Oeste del
Norte. Ya aquello iba siendo otra cosa…
Al atardecer el tren dejó la llanura interminable y se metió de pronto por un
monte de árboles enormes, apretados, juntos, amigos, y pegados a la vía, tanto,
que apenas si se veía el cielo. Un rayo de sol que se coló intrépido, muriendo
enseguida, estrangulado por el follaje, hizo aparecer como un diamante el hacha enarbolada de un
hombre. El tren, con miedo entre los árboles gigantes, parecía un ratoncito que
huyera entre las piernas de unos señores grandes. Igual.
De anochecido llegamos. Bajo la débil claridad de una luna acabada de estrenar,
aquella fila de casas uniformadas y en orden, como soldaditos de revista, capitaneadas por
otra de dos pisos, realmente no ofrecía nada de particular. Yo miré con cierta
reserva al señor Carbonell y él, con su habilidad de Lloyd George, por toda
respuesta me señaló el lejanohorizonte incendiado por tres o cuatro puntos… tY yo
comprendí con toda mi imaginación!
Pero hubo otra cosa mejor. Aquella noche robaron, o trataron de robar, en una
de las casitas. Una repetición de tiros nos despertó y el ladrón pasó, como en una película, escondido
de un lado del
caballo huracanado y haciendo fuego. Yo no pude dormir más… Y al día siguiente,
un encuentro personal mucho más serio que el de las pedradas. Con cuchillo y
todo. Como
llegaban el señor Casuso, su señora y su hijita, fuimos a esperarlos. (Yo no
conocía a esta familia, pero luego fueron un señor un poco gordo, ayudante del
ingeniero, que cada dos meses repetía los cuentos y cada dos horas armaba una
perrera; una señora joven y rubia, que hacía versos y natillas con la misma
facilidad, y que cada dos horas no hacía caso ninguno a los entrometimientos
del señor Casuso; y una chiquita fea, malcriada y antipática que se llamaba
Teté y que ahora es una linda y graciosa muchacha a quien yo llamo
cariñosamente Nené. sUsted comprende, señor?) El tren llegó retrasado, en plena
noche. Yo fui a los equipajes y el de esta familia era un solo cajón, pero tan
grande como la séptima parte de un carro de
ferrocarril, y porque le dije a otro muchacho como yo alguna cosa se tiró al andén y vino
parriba e mí con un cuchillo brillante. Lo agarraron por detrás y mientras
tanto me separaron de él y nos decíamos insultos tremendos que hacían reír
muchísimo a unos hombresmentecatos. Cuando el tren se iba le grité algo
formidable, definitivo…
Como se ve, si se añade que ya un caballito me
había tirado por delante y luego por detrás, se comprenderá que aquel pedazo de
Cuba cobró para mí,
instantáneamente, un prestigio de rancho de Arizona. Y le estaba agradecido de veras al
señor Carbonell.
Aquello en realidad era un simulacro de batey. Frente a unas colonias cuidadas,
se habían colocado para una revista militar las casitas, y, a sus espaldas, un
reciente desmonte de varios kilómetros de profundidad, humeante todavía en
muchos puntos, en algunos aún alimentando fogaradas débiles, daba la sensación
del destrozo de un fuego de artillería. Al fondo de la casa del
«hotel» de Charles, varios venados nerviosos conservaban en los hermosos ojos
asustados el espanto del
incendio, y la misma noche que llegué comí por vez primera de esa carne
sabrosísima. Sabanazo no era más que un punto de apoyo en la línea del ferrocarril para poner en comunicación el gran
central que se iba a fomentar allá adentro, al otro lado del muro impenetrable de bosque que cerraba
el horizonte. La expedición era esta: meterse hasta allá, con el fango a las
rodillas, abrir trochas y picados, establecer campamentos que se escalonaran
para tener donde abastecerse cada mes, e ir haciendo el estudio del
ferrocarril, bajo un sol casi invisible pero agobiador, oyendo la perpetua
sinfonía de unos mosquitos y jejenes despiadados, crueles,voraces; innumerables
además. Allí era donde estaba la verdadera aventura. Allí, entre el monte tupido, obstinado, habría de ver los majaes
gigantescos al acecho perverso del
pájaro hipnotizado de pavor. Allí, tras el rudo bregar de muchos días,
llegaríamos hasta las márgenes anchurosas del Cauto, que, a la distancia,
bramaba como un toro en celo por la crecida imponente; y vería la marcha entre
dos aguas, silenciosa, disimulada, escondida, de los grandes caimanes merodeando
por las orillas, a la espera del paso imprudente de alguna bestia o del buey
que se acerca a abrevar por última vez. Y bajando la corriente, en el estuario
impreciso, el volteo de luchador joven y ágil del tiburón, color de tarde
triste, espeluznante y hambriento, al virarse para devorar las sobras arrojadas
del barco. tY acaso hasta verlo combatir feroz y sangrientamente! Todo eso
había allí, dentro del monte; y, además, la sed irritadora en espera de la
lluvia, por ser salados casi todos los caudales de agua de la región; y los
diez, los quince, los veinte días de aguacero cerrado recogidos en el
campamento, mientras se llenan las cañadas y el agua sube, sube…; y tel hambre!
tEl hambre por incomunicación! tY el incendio del bosque enrojeciendo la noche! tLa jauría
aulladora de los perros jíbaros y la peligrosa piara de machos cimarrones,
bravos como
jabalíes! tEl bandido de la capa negra, que ya había parado a dos colonos para
pedirles candela y luego les habíadesvalijado dejándolos, desnudos, amarrados a
un árbol! tLa fuga relampagueante de las astas, los ojos y las patas de un
venado! tEl silencio nocturno, en el
monte prieto y apretado, a veinte kilómetros de otra
voz de hombre! tEl campamento políglota e internacional de holandeses de Aruba,
ingleses de Barbados, jamaiquinos, haitianos, colombianos, gallegos,
venezolanos y criollos, lleno al atardecer, en la espera de la honda cazuela de
comida, de canciones tristes de todos los países! tY los cuentos! tLos cuentos
de miedo, de luchas de boas con el tigre en Colombia, de naufragios sin
recuerdos frente a Barbados, de negros colgados en racimos, como frutas
podridas, en Jamaica! tCuentos de miedo en la noche, en el
monte, en el silencio, en la soledad!…
Para allá adentro es que iba a ir Salgari.
Pero, squién era Salgari? Salgari era el muchacho de los dieciséis años
perfectos. Una noche, mientras en complicidad trataban de asustarlo con
posibles estrangulamientos de majaes, él había dicho muy serenamente: «Yo he
aprendido a matar las boas y los pitones en los libros de Salgari, y un majá es
poca cosa para mí.» Y como
resultaba que las enseñanzas de Salgari me habían prestado un escudo
invulnerable y experimentado para todas las aventuras posibles, creo que Reig,
un ingeniero simpático y cuentista, empezó a llamarme Salgari. Y a todo el
mundo, especialmente a mí, le gustó el nombrete.
Cuatro días lloviendo. Al quinto escampó. Al sextosalimos. Era una expedición
numerosa. Tres o cuatro ingenieros, unos cuantos ayudantes, hacheros,
macheteros, cadeneros, portamiras. Veinte acaso. Al tercer día nos dividimos y
al quinto nos subdividimos. Salgari iba siempre delante, infatigable y jovial,
cantando continuamente como
un mosquito de los millones que lo coreaban. Por la mañana una cápsula de
quinina, al mediodía otra, a la noche otra, y siempre un zumbido de oídos, como de aeroplano a lo lejos, todo por escapar del mortal paludismo. Al
cuarto día, en dos caballitos enfermos, habían pasado, antes de muertas, dos
cosas largas, pálidas, caídas, que habían sido hombres… Salgari se puso serio y
ese día todo el mundo tomó doble ración de quinina.
Marcial era un colombiano alegre, simpático y afectuoso. Sin ser corpulento,
manejaba el hacha como
un palillo de dientes, y acometía cantando la empresa homérica de derribar un
júcaro, un caguairán o un quiebrahacha. Tenía el color de un indio y además lo era. Era el único hombre
que sabía una canción alegre dentro del
monte, que empezaba así: «Ven acá, pollo, acá; ven acá, gato, acá, tun deu por
no conocer. Y bien que nos hace llorar…» Así o parecido empezaba la canción, y
por repeticiones interminables iba agregando todos los animales del mundo. Pero también
cantaba otra muy triste que decía:
tTristísimo panteón yo te saludo, yo te saludo sin temor ni espanto. Vengo a
regar con mi copioso llanto la fosa de mi madre la cual seencuentra aquí! (La
repetía) Permíteme que vuelva a esta morada, a esta morada lóbrega y desierta,
para decirle a mi adorada madre: tMadre, despierta, tu hijo se encuentra aquí!
El repetía también esta estrofa y su voz pesarosa y aguda de violín se colaba
por entre los árboles silenciosos cuando por las tardes, como
flechas, cruzaban las becasinas en busca del
nido. Yo aprendí a cantarla, y con mi plena voz estentórea alguna vez llenaba el monte de sonoros ecos,
se animaba la sonata ya moribunda de los pájaros y Marcial se callaba… Así,
después del rudísimo trabajo, cuando llegábamos al inolvidable Campamento del
hambre, con los hombros caídos por el peso abrumador del teodolito, las piernas
y los muslos rendidos, a fuerza de levantar la tonelada de fango pegado a los
zapatos y colado por arriba de las polainas, y la cara convertida en un
cementerio de mosquitos, pasábamos el resto de la tarde. Y, al anochecer, venía
la tanda de los cuentos. Todo el mundo contaba alguno de veras de muertos, o de
mentiras de vivos. Allí floreció en todo su esplendor el caudal de mi erudición
aventurera y no siento sonrojo ninguno en declarar que yo era la figura central
del
campamento. Si se nos hubiera ocurrido salimos, yo presidente y Marcial vice,
si no nos hacen trampa como
es costumbre acá afuera. Pero no se trate de disminuir mi importancia con la
creencia de que en el campamento estábamos solos yo y Marcial. Afortunadamente,
no. Con nosotrosestaban también Araque, otro indio de Venezuela que había
remontado el Orinoco y visto dormir en el barranco días seguidos la boa
constrictor al lado de los restos de una ternera bajeada; era también un
caminador infatigable y un cuentista «clásico» de sombras blancas en los montes
negros; de pumas que siguen como perros a los hombres y hasta los defienden de
las otras fieras… (Además, Araque, según decía Marcial, estaba siempre
arrutanao. Esto quiere decir… bueno, yo sé lo que quiere decir, pero más vale
que se lo explique a usted algún hombre del llano como ellos…) Un negro
jamaiquino, como quien reza una oración obligada, todos los días después de
comer se acostaba, y aquel hombrón gigantesco se dormía a sí mismo, como a un
niño, con una
canción lamentable y tristona… Nicasio, un robusto muchacho holandés de Aruba;
se comía dos cacerolas llenas de garbanzos —una menos que yo—, se reía con una
voz repleta de río, y una vez que un caballo lo derribó dándole un golpe, pudo
explicarse de esta manera inmortal y académica, señalando al potro: «Este que
se me le cayó el golpe que me le diste…» Y Ramón, el cocinero, un muchacho
cubano, siempre dispuesto al choteo, que se había huido de su casa «para estar
libre…» Era un «enciclopedista» de las narraciones y lo mismo hablaba de globos
de luz que salían de las ceibas y espantaban a los caballos hasta el pánico,
que del
naufragio reciente del Valbanera frente a La Habana. De paso siemprehabía
alguien más en el campamento, pero nosotros montábamos la guardia regular del mismo: éramos su
guarnición.
El Campamento del hambre estaba en un claro de monte, lo suficientemente grande
como para ver
de golpe un pelotón de nubes por el día y un puñado de estrellas por la noche.
Situado muy próximo al Cauto, el único río dulce del territorio lo rodeaba de cerca, formando
a su entrada una poceta de profundidad misteriosa. Dotado de un parecido a no
sé qué persona mala, odiosa, perversa, este río tenía crecidas dobles, las
suyas propias y las que, por ser su desembocadura en cierto modo contraria a la
corriente del Cauto, le motivaban las crecidas imponentes de este. En estas
crecidas el río se hinchaba con un rumor sordo de resaca, con algo parecido al
tumulto de una tropa en fuga, y luego se quedaba alto y en silencio, tanto, que
daba miedo el ver cómo rodeaba al campamento convertido en un islote, y estarse
así al acecho interminables horas, hasta que al fin se decidía a irse retirando
despacio… despacio… Allí nadie vivió jamás antes. Un día, sin embargo, en otro
claro mucho más pequeño y algo distante, encontramos un esqueleto blanquísimo
al lado de una cacerola de hierro rota y oxidada de antiguo. Yo opiné que debió
haber sido propiedad de algún cacique siboney, o de algún negro cimarrón, o de
algún mambí, o de algún guerrillero español perdido, o de un asesino en fuga,
siendo aceptado todo por unanimidad. Se llamaba elCampamento del hambre, porque una vez por poco se
mueren de hambre unos cuantos trabajadores sitiados por el agua que cayó por
diez días de una manera absolutamente continua. tLa cuarta parte del diluvio! A toda
aquella inmensa selva virgen se le decía allá dentro. Y allá dentro, Salgari se
sentía rey, lamentando, sin embargo, que ya no quedaran indios, aunque fueran
los mansos siboneyes. Todo el día con el machete al cinto; por la tarde, al llegar
al campamento, con el pretexto de que aprendiera a manejarla, Marcial le dejaba
el hacha y partía la leña durísima de los troncos de dagames y ácanas
destinados para la candela; y después de la comida —comiendo una vez bajo
apuesta Salgari derrotó al holandés Nicasio, lo que le ganó fama imperecedera—
se tendía en la hamaca y soltaba las riendas de su imaginación por los caminos
de la aventura. Marcial hablaba de las guerras de Colombia, de Bolívar y de
Páez, y comentaba: «Crea usted de que sí, compadre: aquellos sí eran hombres!»
Yo entonces narraba el rescate de Sanguily por Agramonte y las cargas al
machete de Sao del Indio y Las Guásimas… Del ambiente épico se pasaba a las
cosas absurdas de la fantasía, y toda aquella gente de pobre educación, partícula
mínima de los millares de braceros a los que se explota igual que a esclavos en
los campos de Cuba —jornaleros arrancados a sus países con la falsa promesa de
un bienestar que, en realidad, sólo ganan para los bribones ocupadores de
palcosdeslumbrantes en los teatros nocturnos de Broadway, alcanzando aún tan
dura explotación, para tirarles una miseria de riqueza a los bribonitos
sentados en los portales del Vedado—, aquella gente se entregaba con un placer
morboso a las narraciones de hechos sobrenaturales que, en aquel escenario
bravío y casi fantástico, alejado del mundo, cobraban un valor de realidad
posible y temedera. Ramón, el joven cocinero cubano, aunque de vez en cuando
contaba alguna historia de muertos que salen, prefería, como buen criollo, el chiste burlón o el
cuento de relajo… En realidad no podía tomar nada en serio y era el único en el
campamento que no daba toda la importancia debida a mi erudición sobre cosas de
aventuras. tNadie es profeta en su tierra!… (Era un muchacho jaranero y alegre
que siempre estaba cantando boleros tristes…) Una noche, cuando los cuentos de
fantasmas habían logrado una aprobación internacional completa en el
campamento, Ramón se escurrió y cubierto con una sábana blanca pasó a alguna
distancia, como una verdadera visión, por el
otro lado del
barracón de guano… Un frío de espanto nos conmovió hasta lo hondo y nos
agrupamos en el centro
temblando, derrengados, indefensos… Luego vino riendo a carcajadas y tuvo que
huir con un miedo real en las piernas, porque Araque, el indio de Venezuela, se
le fue encima con un machete para matarlo… Y a nadie le hubiera dado pena que
lo hubiese logrado en aquel momento… Estuvo después variosdías tranquilo y
hasta serio, pero por culpa de aquel muchacho la gente había tomado una actitud
de recelo miedoso durante las noches en el campamento. Por temor a la evocación
nadie hacía un cuento y esto era, como
dice la gente, «un remedio peor que la enfermedad». El silencio es casi siempre
el eco de una conversación interior, y, por dentro de cada uno, a juzgar por
los ojos, abiertos a la luna llena, en las noches insomnes, y los «tOíste,
Salgari!» «tOíste ahora, Marcial!», repetidos a cada graznido agorero de
lechuza o a cada thuhú! del
viento entre los árboles, tdebía haber cada monólogo espeluznante!… El miedo se
pega más fácilmente que la viruela, y yo ya, avergonzado, me figuraba que
poseía un verdadero monopolio del
mismo. Por eso, cuando una mañana llegó una pareja de rurales con un mensaje de
la compañía, en que nos ordenaban a mí y a Marcial que fuéramos a comprobar los
trabajos que se estaban terminando en la trocha que salía a Cauto del
Embarcadero, sentí una alegría restauradora… Pero mayor aún fue la de los
muchachos del
campamento; la pareja establecía allí el suyo por varios días, ya que, según
informes, el bandolero de la capa de agua negra rodeaba los contornos y lo
trataban de copar. Nos fuimos a la madrugada y de aquella excursión conservo
varios recuerdos imborrables que no vendrían a cuento si esto no fuera un
cuento. Apenas alejado seis horas del
campamento, presencié tpor fin! el bajear de un majá. Íbamospor un camino ya
abierto cuando Marcial me paró, apretándome la boca. En la rama más baja de una
ceiba un majá enroscado miraba con fijeza magnética a un pajarito infeliz, que
temblaba paralizado de espanto al extremo. Yo sentí miedo primero, pero
enseguida tuve unas ganas locas de sacar el machete y picotear aquel bicho
largo y repugnante. Marcial quería presenciar el bajeo para ver con ojo de
«virtuoso» la maniobra y me aguantó. Pero yo no podía soportar tranquilo
aquello, e hice ruido, grité… El majá se volvió hacia nosotros. El pájaro había
logrado escapar al sueño mortal y entonces el animal quiso huir, replegándose
como un oleaje perfecto por el tronco de la ceiba y luego por la tierra… pero
Marcial le voló la cabeza de un machetazo relampagueante… y enseguida, a pesar
de las duras polainas enfangadas, sentí el fuetazo tremendo que me tiró al
suelo… y todavía, con esa vitalidad increíble que tienen, estuvo un rato negándose
a morir, a estarse quieto, inmóvil, largo… Era un animal de más de tres metros
de longitud, oscuro y grueso como
el brazo de un estibador. A la orilla del Cauto, el día antes del regreso,
duplicado el caudal majestuoso por una avalancha de agua, vimos un enorme
caimán, color de agua sucia, tratando de esconderse con marcha traidora bajo
las hierbas de la margen, preparando el acecho de la res sin malicia. Marcial,
con su certera puntería, le envió tres balas de su pequeño revólver, y se alejó
sin prisa, sinmirarnos siquiera. Las balas no habían salpicado el agua. Guardo
también tya lo creo! el recuerdo del toro negro, solitario y bravío, que nos
hizo galopar furiosamente por el Camino Real de la Isla, pegados al cuello de
los caballos que volaban asustados, y que al fin se paró en seco y se puso a
mugir terriblemente sabe Dios cuántas cosas insultantes… Y el de mi primera
borrachera, cuando después de la huida ante el toro nos perdimos, y rotos los
estribos de mi montura, estuvimos todo el día sin comer y sin beber hasta que
por fin llegamos al campamento de La Seiba, ya de noche. Marcial entonces, como hombre
experimentado, sólo me dejó tomar, antes de reanudar la marcha a nuestro ya
próximo campamento, un poco de agua con ron. Fue aquella una borrachera
inolvidable, maravillosa, que se me fue metiendo en la cabeza con el sigilo de
un ladrón de hotel. Un momento hubo en que yo me di cuenta de la inmovilidad de
mi caballo y de que me recostaba en su cuello cansado. Después, poco a poco, me
fui rodando hasta el suelo, y al golpe con la tierra las estrellas innumerables
del cielo
fueron cayendo, despacio, descolgándose por hilos de oro fijos en el
firmamento, y tejiendo la más deslumbrante enredadera de luz que se pueda soñar
en el mundo. Sentí que alguien me besaba dulcemente y que voces de los ángeles
gritaban desde lejos: «tSalgari! tSalgari!…» Era mi apoteosis, sin duda… Pero
no, era Marcial, que extrañado de que me fueseretrasando tanto, se puso a
llamarme y al no oír mi respuesta tuvo miedo y desandó el camino. Sobre el
suelo yo estaba tendido y mi caballo me pasaba la lengua por la cara, como un perro… Se dio
cuenta de todo y metiéndome los dedos en la boca pudo conseguir que vomitara,
despejándome por completo en unos minutos. Al conocerse esta aventura en el
campamento; al saberse que un poco de ron con agua había dado lugar a tan
inexplicable borrachera, el prestigio de Salgari «sufrió un rudo golpe», como
se dice en las cartas de pésame. Todo estaba igual en el campamento a nuestro
regreso. Ramón continuaba amaestrando su majá. Ahora que yo, con el recuerdo
reciente del chuchazo recibido no tenía empeño
ninguno en enroscármelo al cuello como
él hacía. Todo estaba igual. La pareja se había ido aquella mañana porque «el
hombre» había sido visto en otro lado. Únicamente empezaba a producir alarma
entre la gente la crecida rumorosa del
río, que había empezado a levantarse aquella mañana y que a la tarde, en
silencio ya, vigilaba el campamento desde varios puntos. Era que la avalancha
de agua del Cauto tenía su reflejo acostumbrado, y una enorme cantidad de agua
remontaba la corriente. Todo el mundo se tranquilizó al cabo. Todos menos yo,
que estaba viendo en las caras una burla contenida por mi borrachera de la
noche anterior, que con todos los detalles, incluso los besos del caballo, había tenido la ingenuidad de
contar. Por fin Ramón se atrevió y me dijodescaradamente que yo no era hombre
para aquellas cosas de verdad; que en los libros todo era muy fácil, y que
quien no sabía tragarse un litro de ron sin pestañear no servía paquello. Yo me
indigné, y escapándome por la tangente, le aseguré que era más valiente que él
y que estaba dispuesto a probárselo cuando quisiera. Quedó en el aire una
sensación de violencia que Marcial, con habilidad, fue borrando, y ya a la hora
del almuerzo
nada quedaba entre nosotros. Ramón dijo un chiste y yo me reí escandalosamente
contagiando a todo el campamento. Pasamos bien la tarde en el trabajo fatigoso,
y por la noche, sin remedio, con el regreso de nosotros, después que yo conté
la peripecia del majá enseñando la piel arrancada por Marcial, y la fuga ante
el toro, la conversación se fue encaminando por los senderos del terror. Yo
había olvidado todo aquello con la ausencia, pero de pronto me invadió de nuevo
una sensación de quebranto, acaso de miedo. Y fue entonces cuando, para mi
pesar, Ramón se acordó de mi reto y me dijo, burlón, delante de todos: «sA que
no vas ahora a buscar agua al río? tAnda!» Todo el mundo me miraba desde todos
los extremos del
barracón y yo tuve un miedo inmenso de que descubrieran mi miedo. Yo tenía en
los labios esta pregunta: «sPara qué hace falta el agua ahora? El río ha subido
y está peligrosa la orilla. Yo no sé nadar.» Y también esta otra: «sPor qué no
vas tú primero?» Pero recordé mi reto imprudente, y además temíque me temblara
la voz y me levanté sin decir una palabra para buscar el cubo en la cocina. Y
luego me fui para el río. Había luna. Una luna mediada que dibujaba entre los
árboles sombras odiosas y claridades fantásticas. De todos los puntos del bosque los chichíes,
los grillos y los jubos modulaban silbidos humanos llenos de burla. A medida
que me alejaba del campamento, del que había salido con impulso vehemente, a mi pesar,
demoraba la marcha, parecía como
si el aire estuviera denso frente a mí. Por la espalda, en cambio, haciéndome
el vacío, una fuerza poderosa me atraía… Sentía unas ganas locas de tirar el
cubo y de huir para esconderme a llorar en el barracón… tTenía dieciséis años,
señor!… Pero aquella cara socarrona de Ramón, con su odioso majá dormido,
arrollado al cuello… tAquellos ojos burlones de todos, y llenos de dudas de mí!
tYo no podía, yo no podía volver atrás!… Lejos ya del campamento, lleno entonces de un
silencio temeroso, tuve la impresión de que desde él me miraban con asombro,
con respeto, con envidia… con mucho miedo también… Por fin llegué a la
pendiente enlodada del
río… Un chapoteo del
agua me paralizó, frío… pero luego bajé… Las cañas bravas espesas y una ceiba
enorme que cruzaba sus raíces en el caminito, cubriendo la poceta, hacían
negras sus aguas silenciosas… A ratos, como
en apariciones, la luna se filtraba a trechos dibujando extraños, irregulares
tableros de ajedrez… Me apoyé en una gruesa raíz dela ceiba y sumergí el cubo
en
el agua del
río… El blobló del agua al llenarlo me
estremeció… y ya lo sacaba, cuando debajo de la misma cavidad formada por la
raíz del
árbol un majá me surgió a los ojos y sentí el frío extraordinario e imborrable
de su cuerpo chorreante apoyarse en mi cara y huir enseguida ceiba arriba… Me
erguí instantáneamente erizado de pavor, pero resbalaron mis pies en la raíz
mojada y caí de golpe, con rudeza. Caí, quedando violentamente apresado entre
la raíz y la tierra. Sentí un dolor intenso, agudísimo, y lancé un grito
espantoso de miedo y de dolor… Fue entonces que la cabeza de Ramón, que me
había cortado el camino adelantándose a mi marcha demorada, salió por completo del agua ty se reía!…
«sTú no eras el que no tenía miedo… tAy! tAy!…» Alargó desesperadamente el
brazo y me enterró los dedos en la muñeca… Gritaba lleno de un espanto
inenarrable, con una voz que hacía temblar todas las hojas de todos los árboles
del monte, y
mientras mis huesos se astillaban, sin poder desprendérmelo y sin poder
rescatarlo, impotentes también, gritaban desde lo alto todos mis amigos, ttodos
sus amigos!… El caimán se lo comió vivo, mirándome a los ojos, acercándose a
mí, salpicándome a la cara agua, fango, sangre y peste, desesperado, aullando…
Marcial al fin, siempre sereno, espantó a la bestia arrojándole leña encendida,
poniéndosela en la misma parte que se comía… Así fue como únicamente retrocedió,
bramando,despacio, repugnante, terrible… pero para entonces ya sólo me había
dejado la mitad de un muerto que me apretaba la muñeca con más fuerza que diez
vivos… Sin que pudiera ya soltarlo, él la mitad de un muerto, medio muerto yo,
nos sacaron a los dos. De él, me contó luego Marcial, quedaban la cabeza
horrible, mi brazo y un pedazo de tronco… Yo tenía rotas las dos piernas y la
mano. Marcial envolvió en un saco los restos del pobre Ramón y me subió a un caballo.
Nadie se quedó aquella noche en el campamento, y yo, después de dos meses de
lucha desesperada con la muerte, enfermo ya de horror para toda la vida, curé
para siempre de mi afán de aventuras.
tNosotros solos!
(Sinfonía en acero)
Brillaba el sol y el viento dormía… La tarde anterior el vagón de reparaciones
había llegado para recomponer la vía en dirección a Omaha, y aprovechando que
estábamos en tiempo muerto, el capataz pidió permiso para situarlo en el chucho
que tenía en La Francia el transbordador de la caña y de esa manera no tener
que retroceder hasta Mir, a seis kilómetros del trabajo. Bien temprano, los
guerreros del
trabajo, con los picos y las mandarrias al hombro, emprendieron la caminata y
poco después se encontraban doblados sobre el fulgor de los raíles colocando
polines.
Fue en este momento en que los contemplé por primera vez. Era un enjambre de
hombres poderosos. Representación de varios pueblos y un solo vigor. Entre la
treintena muchos eran gallegos de ojosazules y pelo rubio; pero había también
algunos que revelaban ser levantinos a juzgar por la tiniebla de los ojos y la
noche tempestuosa de la cabellera; y mezclado con los mármoles sucios de los
obreros blancos, como alegorías de un monumento, aquí y allá, se veía el torso
broncíneo de algún que otro negro o mulato desafiando impasible los rayos del
sol, al aire la musculatura sudada y magnífica. Todos jadeaban a compás y desde
cierta distancia parecía como
que una locomotora arrastraba penosamente un largo convoy.
El trabajo en las líneas es tremendo. Se necesita para él hombres resistentes y
vigorosos, capaces de realizar grandes esfuerzos musculares y de mantenerse en
violentas posiciones, bajo la rabia del
sol, horas enteras. Todos los de la cuadrilla eran hombres hechos para esta
ruda tarea. Casi todos en la plenitud de la vida, respiraban como
bueyes y comían como
toros. En sus manos cuadradas, la mandarria de veinticinco libras era tan sólo
un juguete que volteaban a su antojo. Tenían los brazos y las muñecas como troncos de árboles
jóvenes. Cualquiera de ellos hubiera podido ser luchador en Grecia, gladiador
en Roma o pugilista en Norteamérica. Y en medio de todos se destacaba un
coloso: el capataz. El capataz era un Hércules que llevaba la cabeza rudamente
sustentada sobre los hombros ciclópeos, los que quedaban más altos que las
testas rebeldes de cualquiera de sus trabajadores. Parecía un bisonte entre un
rebaño de toros.Era demasiado conocido por los alrededores para que yo no
tuviese ya noticias de él; es más, de tan viva manera había oído hablar sobre
sus características extraordinariamente desarrolladas, que ya tenía un concepto
perfectamente delineado sobre el mismo y que, después, en los dos días escasos
que paró la cuadrilla frente a nosotros, vi confirmado en todas sus partes. En
tan breve tiempo pude comprobar la leyenda de su fuerza extraordinaria y de su
crueldad repugnante. Vi, por ejemplo, en la mañana del primer día, cómo
levantaba del suelo un enorme polín de júcaro y lo llevaba en los brazos un
buen trecho como si fuera un niño pequeño; y al mediodía, mientras almorzaba en
la fondita del batey, lleno de impotencia y de rabia, vi cómo desbarató de una
sola patada, con asquerosa tranquilidad, la boca de un grande y noble perro
negro que comía en mis manos con delicadezas de novia y que quiso tener el
atrevimiento de llegar hasta su mesa para agradecerle un pedazo de carne…
tPobre León! Era un hombre odioso, pero al mismo tiempo era un hombre temido.
Parecía estar siempre dispuesto a la violencia; no sé qué borrosas historias
ennegrecían su pasado, y esto, unido a su gigantesca figura y a la maligna
expresión de su semblante, le daba un aspecto terrible e imponente. Los
trabajadores temían sus furores más que a las luces de las madrugadas, y cuando
daba un grito, se enderezaban como resortes y
temblaban como
potros asustados.
La tardeterminaba. El sol, como
un héroe de La Ilíada, moría, lleno de vida, en el ocaso. Lentamente,
diseminada y en silencio, la cuadrilla retornó al vagón de reparaciones. Allí,
sin lavarse, esperaron los trabajadores el caldo aquel en que los granos de
garbanzos sobrenadaban con aspecto de náufragos hinchados, y cuando estuvo
listo se lo tomaron haciendo más ruido que cuando trabajaban, pero sin llevar
el compás. Después, a la hora en que ya el sol no era más que un recuerdo de
luz en el espacio, empezaron a brillar las chispas de algunos cigarros y a
escucharse tcomo allá lejos! unos cantos pequeñitos, lentos y preñados de
recuerdos ausentes. Un poco después dejaron de escucharse las canciones y todos
en el vagón comenzaron a prepararse para dormir. Miguel, el meridional de
cuarenta años, nuevo en la cuadrilla, de pelo crespo y brazos y muñecas como
troncos de árboles jóvenes, sin saber lo que hacía, al encontrar, en el sitio
en que por la mañana había puesto su hamaca, otra colgada, la desamarró y sin
más interés la puso debajo de la suya. Era la del capataz. Hacia medianoche algunos lo
sintieron llegar. Venía de dejar en Omaha hasta
el último centavo en las manos del dueño del café, hombre casi tan repulsivo como él. Tropezar con este gigante
encolerizado era lo mismo que dar contra un torpedo. En el estrecho recinto del carro, y a la indecisa luz del
farol que colgaba del
techo, su talla gigantesca, con aquellos pasos enormes quehacían saltar su
sombra, el capataz personificaba la imagen de un sueño monstruoso. Empezaron a
parpadear los ojos de los obreros como los de un
niño que miente, como
castañetean los dientes cuando hay frío. Bien porque hubiera bebido algo, bien
porque le sorprendiera el atrevimiento del
hombre, quedó un rato sin saber qué hacer, o mejor dicho, sin saber cómo dar
comienzo a la violencia y al insulto.
Pero de pronto soltó una bestial interjección, que en el silencio de la noche
resonó en el carro igual que el primer trueno de una tempestad imprevista, y
todos los trabajadores saltaron de las hamacas llenos de pavor. Por cada excusa
serena de Miguel respondía el capataz con un insulto amenazador y humillante, y
sucedió lo natural. Una escena impresionante de película tuvo lugar entonces.
El gigante hizo presa en Miguel por el cuello y lo lanzó contra el suelo. El
obrero se puso de pie, instantáneo, y con toda la furia que hay siempre en el
pecho de un hombre valiente se abalanzó inútilmente contra el coloso, que,
arrojándolo una vez más contra el piso, le plantó una rodilla sobre el tórax
agitado… Crujió el pecho como el costillaje de
un buque en la tormenta, y levantando entonces el puño enorme iba a descargarlo
sobre el cráneo del
vencido, cuando notó que la luz había huido de sus ojos, que estaba flojo, que
no peleaba… Tuvo miedo, se puso en pie, ty era mucho más grande que antes! Los
trabajadores los rodeaban, descoloridos einmóviles, como las velas apagadas de un altar. La
cólera del vencedor fue decreciendo como una tempestad que se
aleja. Miguel dormía un sueño profundo. Como
fantasmas se fueron acostando los hombres. La llama del farol tembló por última vez. La noche
reinaba. En su lecho de sombras reposaba el silencio. Brillaba el sol y el
viento dormía… Por la mañana la cuadrilla que repasaba la vía en dirección
contraria se ha encontrado con la que iba hacia Omaha, muy cerca de Coloradas, y ha habido un
momento de descanso. Durante él los obreros se han enterado del atropello brutal ocurrido la noche
anterior. Entre los trabajadores ha surgido un movimiento de funesta venganza,
pero el propio Miguel lo ha contenido con una sonrisa atroz: —tNosotros solos!
—ha dicho.
Toda la cuadrilla está otra vez doblada sobre el fulgor de los raíles colocando
polines, jadeando acompasadamente. Hay que empatar dos tramos. El capataz
quiere rematar el trabajo; coge una tajadera reluciente y sujetándola sobre el
carril con las manos rudas, llama a un obrero para iniciar el trabajo que pone
punto final a las obras de reparación. Un hombre poderoso, hecho a hachazos, se
ha acercado con la mandarria al hombro, pero un joven en quien ya apuntan
rasgos hercúleos se la ha arrebatado y con ella traza un vertiginoso
enlazamiento en el aire como
para demostrar lo que son sus brazos. A varios pasos de distancia está Miguel
todo erguido y en sus pupilas negrísimas hay un puntofulgurante, como si sus ojos fueran
el compendio de una noche uniestelar. El joven lo ve, y él lo mira, y se sonríen
espantosamente¼ La mandarria cae con una fuerza rara, extraña, y el capataz
está arrodillado ante el joven como
en un acto de contrición… Ya el carril muestra una herida brillante. La
mandarria cae con la fuerza y la velocidad de un martinete hidráulico, pero en
las manos del
capataz la tajadera apenas vibra… Parece como el
remate del
eje de la Tierra… La cuadrilla ha parado de trabajar. Hay en el aire una
sinfonía en acero que no conoció Wagner… Después… después… Yo no quisiera
recordar con tan honda evocación presente, cada vez que veo a un hombre
arrodillado ante el carril con la tajadera entre las manos mientras otro golpea
con la mandarria, aquella sensación de horror, de cosa desbaratada, aquel olor
sangriento… Y quisiera olvidarme también de aquellos dos hombres que se fueron,
serios y satisfechos, sin que nadie intentara ni detenerlos. tSerios y
satisfechos!… Que se pararon a la orilla del
monte denso
y se quedaron allí inmóviles hasta que el
monte se los fue tragando, poco a poco… poco a poco…
C2D Caballo dos dama
Blancas .. .. .. 43 T2CR + 44 C2D 45 s Negras .. .. .. R2TR
D6TR (!)
Cuando el campeón Alexander Aleckine, tras larga y elocuente meditación, dio su
jugada D6TR, se irguió descuidadamente. Era su cara la de un hombre
profundamente replegado dentro de sí. Pero tenía ese aireresuelto del que sabe que «tiene
que seguir haciendo bien una cosa bien comenzada». Respiró con pulmón ancho, como si no lo hubiera hecho desde una hora atrás, y esto
me hizo volver a la realidad; mejor, me hizo descender al plano natural. Tenía que contestar a su
jugada y miré el reloj que nos miraba. tMás de una hora para una jugada! Era
esto algo corriente para mí, que acostumbrado a jugar a una velocidad rarísima
entre los maestros de torneo, ello me permitía acumular tiempo abundante para
cuando llegaran las situaciones comprometidas. Aleckine rodó hacia atrás su
silla, y sin dejar de mirar al tablero, como
si estuviera hipnotizado, se levantó y estuvo un rato contemplando el campo de
batalla y las fuerzas desplegadas caprichosamente Luego, como
si hubiera recibido un aviso de mujer, se fue de prisa para el jardín del hotel. Un grupo de
aficionados soñolientos quedaba en el salón. También el juez del campeonato. Y también el comentarista de
The Times, que me miró desolado un momento En realidad yo estaba solo
Entonces volví los ojos a la partida y pensé, mientras miraba el score. Ante
todo tuve que reconocer que el campeón había realizado una labor insuperable.
Su juego había sido macizo, monolítico, incontrastable y todo él dirigido a un
solo objetivo: entablar la partida. Era una obra maestra de su estilo, que él
se complacía en llamar «de línea recta». Y ante este juego suyo que semejaba
una catedral, yo me habíalimitado a saltar de campanario en campanario, como una golondrina que
ha perdido el rumbo Y así había sido en realidad. De unas jugadas
brillantísimas había pasado a otras tan inútiles que el mismo profesor
Aleckine, pese a su estilo y al pleno conocimiento del mío en que se encontraba,
dudó largamente antes de responder a ellas, pensando con recelo en la partida
«inmortal» de Anderssen Como
la situación era en realidad, si no peligrosa, al menos por el momento, sí
oscura, hice entonces lo de siempre en tales casos; lo que hacía estremecer a
mis adversarios y regocijaba a mis amigos instantáneamente: apoyé los codos en
la mesa, hundí los dedos entre la libertina revolución de mis cabellos y me
puse a pensar (ta soñar!). Nadie estaba enterado de esto, y así, cuando
leía en las revistas y en los periódicos crónicas sobre mí, al ver tan repetida
la palabra genio, una sonrisa burlona era mi agradecimiento tY que eran los
propios maestros, mis rivales, quienes se habían encargado de aumentarme de esa
manera! Llegaron a tenerle un miedo físico a mis largas actitudes pensativas, y
cuando la cortesía lo toleraba me dejaban solo, como quien rehúye la compañía de un hombre
peligroso Después se encontraban, por lo general, con que yo volvía a jugar
a la velocidad exasperadora
de los comienzos, y de ahí salió la fama, inmerecida y fantástica, de que yo me
encerraba en mis silencios sólo para planear de golpe doce o catorcejugadas
Pero acaso al lector le interese conocer algo de la vida del que, frente a
frente a Aleckine, trataba de arrebatar a este el Campeonato del Mundo, que
hacía dos años le había ganado a su paisano Capablanca, allá en Buenos Aires.
Ya, desgraciadamente, están un poco lejanos los días en que, montando al pelo
sobre Tomeguín, oteaba desde lo alto de las lomas los caminos que rodeaban a mi
pueblo. A mi pueblo, allá en un rincón de Oriente, cerca del cual se hizo
sentir más de una vez el machete tremendo del tremendo Guillermón Moncada;
cerca de donde murió, como un soberbio león viejo que no quiere dejar su
guarida, José Maceo, el indomable hermano; cerca también de uno de los
campamentos en donde, rodeado de mambises hambrientos y dichosos de tenerlo con
ellos, echó a ondear al aire, igual que una bandera, su palabra maravillosa
José Martí, el que cayó poco después en Dos Ríos penetrado tan perfectamente
por una bala en mitad de la infinita frente pensativa, que pareció que de veras
había muerto fulminado por un rayo del Sol frente al que había pedido morir el
más sublime de los americanos Cerca de tanto recuerdo glorioso nací, que ya
no me da pena confesar que mi pueblo está muy lejos de la más próxima estación del tren, para llegar
hasta la cual, y si no llueve mucho, usted tiene que arrear al caballo si
quiere estar allá antes de que se acabe el día. Mi padre, un recio montuno
oriental de manos color de tierra, voz alta,hacienda escasa y honradez fuera de
moda, empeñado como todos los campesinos cubanos en alejar a los hijos del
calor de la tierra generosa, decidió demasiado temprano que yo dejase la amistad
fraterna de Tomeguín, mi potro veloz de los negros ojos jóvenes, de la nariz
humeante y dilatada, el de los duros cascos resonantes; que dejara también mi
baño a gritos en el río, bajo el sol alegre, entre los árboles verdes; mi
trepar fatigoso con Pirolo por las montañas, para desde lo alto ver a lo lejos
el horizonte el mar azul inmenso Toda esta maravilla de vida inolvidable
tuve yo que abandonarla para empezar a subir el calvario de la sabiduría
Pero mi padre se había equivocado con mi inteligencia. Para ser inteligente es
necesaria cierta práctica, un don de equilibrio mental parecido al de los
caminadores de cuerda floja en los circos, amarrar la imaginación a la pata de
la mesa de comer, y hasta tener, tcómo no!, cierta proclividad al pancismo Y
yo era nada más que un temperamento filosófico-imaginativo, un espíritu libre,
aunque asustado, que pronto descubrió esto: más fácil, cómodo y verdadero que
indigestarse con las cosas del
mundo de los otros es crear un mundo propio, real y vivo. Por otra parte, la
falta de un estímulo simpático en aquel viejo Instituto, con la estupidez de
tanto versito; de tanto «squién ganó la batalla del Gránico?»; de tanta
vidriera llena de viejos aparatos de física, y de tanto catedrático
mohosoincapaz para echarlos a andar, hubiera impedido todo intento formal de
disciplinar una inteligencia un poco precoz y descarriada Pero de todas
maneras, el río llega al mar, y pese al muro de piedra de la montaña que no se
mueve, le da la vuelta o se le escapa por las duras entrañas negras Así, en
vez de entrar en la clase de Geometría, empecé a aprender el ajedrez ante el
asombro creciente de mis condiscípulos y la admiración de los catedráticos, que
pronto, como si yo fuera un atleta de esos que nunca estudian y que al cabo
tienen un título de doctor y dieciséis medallas de oro, empezaron a aprobarme
en todas las asignaturas mediante unas cuantas preguntas sobre Lasker y
Capablanca
Bien, ya el lector me conoce y me parece que puedo suprimir en su obsequio multitud
de detalles de escasa importancia, relativos todos a mi ascenso rápido y
continuo desde mis primeras victorias del Instituto hasta este match por el
Campeonato del Mundo, en los salones del Rudolph, en el inmenso Nueva York. El
score marcaba cinco victorias mías, cinco el campeón Aleckine y nueve tablas.
Esta que estábamos jugando era la última partida del match concertado, y dándome alientos
para ella yo
había recibido un centenar de cables que gritaban: tVictoria!, casi todos de
cubanos, pero sin olvidar el hecho significativo de que había más de diez
procedentes de Rusia, de la tierra de los soviets. Esto sólo se explica por el
hecho de conocerse mi simpatíapor la causa comunista, y también por ser el ruso
Aleckine un partidario del
antiguo régimen ominoso de los zares. La situación realmente era muy seria. Se
trataba del Campeonato del Mundo, pendiente del error de una jugada o del éxito maravilloso de un movimiento
engranado científicamente con firmes jugadas sucesivas. Tenía más de una hora
para meditar en el movimiento que más me convenía hacer y me puse a pensar
profundamente. En la sala se estaba quieto un silencio que invitaba a dormir, a
sentirse inmortal Mi mirada terminaba en mi rey. La suerte de él iba a
depender de lo que se resolviera allá adentro, en donde empezaba mi mirada, en
la fragua inverosímilmente silenciosa de mi cerebro ardiendo. Este sentido de
la responsabilidad ante el futuro, del que yo
me llenaba cada vez que se me ofrecía una situación comprometida,
inevitablemente ponía siempre a mi presencia el asombroso parecido que hay
entre una partida de ajedrez y la vida del
hombre sobre el tablero del
mundo. Desde los primeros momentos, mi espíritu filosófico-imaginativo se
sintió fascinado ante la evidencia del
descubrimiento, y la fiebre mía por jugar no era otra cosa que el deseo de
comprobar esta verdad. Yo me sentía Dios ante el tablero y me ponía a tramar la
vida y la muerte de unos personajes que se llamaban el Rey, la Reina, las
Torres, los Caballos, los Alfiles y los Peones. Así, en mi papel de Dios, fue
como adquirí el sentido de la responsabilidad, y aldarme cuenta, comparando la
simplicidad del tablero de ajedrez al lado del tablero del mundo, y
reconociendo mi impotencia para determinar desde la primera jugada el resultado
de una partida, que, o el destino, que al cabo rige la vida de los hombres, es
una fuerza más poderosa que el Creador (hipótesis a la que mi pobreza mental de
humano me lanza), o este es un asombroso jugador de vidas que desde los
comienzos del mundo sabe cuál va a ser el final del drama humano y la suerte
reservada a cada protagonista y a cada partiquino
Un día en que por un error extraordinario perdí una partida contra un contrario
mediocre, mi orgullo herido me sirvió para comprobar la teoría. Realmente
molesto por la derrota, en la soledad
de mi cuarto rehice el juego, llegué hasta la jugada fatal y allí me detuve un
rato. Me dije: «Si yo no juego A3R squé puedo jugar? Pues puedo jugar A5CR+.
Obligado por el jaque él contestaría C3AR, y en seis jugadas más vendría el
mate. tAh! Luego es posible determinar el momento en que una partida se pierde.
Hay en ella una jugada que lo decide todo y a la cual se llega por movimientos
en apariencia humildemente anónimos. Hay un momento en que el jugador, como el hombre en la
vida, tiene ante su vista dos, tres oportunidades y para el futuro todo
depende de lo que haga en aquel momento. Pero la vida es más dura que el
ajedrez. Un hombre escoge un camino entre dos, y, al final, si se encuentra
ante la tumba delfracaso, la vida casi nunca le da tiempo para caminar por el
otro Además, thay tantas bifurcaciones! En el ajedrez a lo menos queda «el
consuelo de seguir la existencia»1 y de volver a poner las fichas sobre el
tablero con la esperanza de vengar la derrota «Por tanto, el ajedrez no es
más que un lienzo para trazar vidas —me dije—, ty sabe Dios cuántos hombres se
han hecho, sin saberlo, la propia biografía en el desarrollo de una partida
desastrosa, o de un triunfo inesperado, o de un ansioso pensar, firme y
valeroso!»
1
Rubén Martínez Villena. «Canción del sainete póstumo.»
Aquella partida rehecha en la soledad de mi cuarto fue para mí en lo adelante
una fuente inagotable de experiencia y de habilidad ajedrecística, y yo le
aconsejo a todo el que quiera aprender ajedrez, a todo el que quiera gozar con
el intenso perfume filosófico que hay en una hermosa partida de este juego
maravilloso, que se dedique no a jugar, sino a analizar partidas, del principio
al fin y, sobre todo, del fin al principio, como hacen los viejos, con dolorosa
amargura, cuando reconstruyendo sus vidas, y recordando los errores
irremediables de su juventud, lamentan: «tSi yo no hubiera hecho aquello!»
Aquella partida rehecha fue para mí un manantial de habilidad, pero también una
dolorosa punzada de impotencia en mis
briosos comienzos juveniles. Desde aquel día perdí la fe en la omnipotencia de
la visión total de mi genio. Incapaz de penetrarel secreto, no me preocupaba ya
de averiguar en gracia a qué encontraba yo con tanta frecuencia la solución acertada. Pero
en lo adelante esta virtud se fue desvaneciendo, muy lentamente, es cierto, y
con apariciones fulgurantes frecuentes también, para ir trocándose en una
ciencia pura que alcanzaba la visión absoluta de unas cuantas jugadas. Desde
aquel día adquirí el presentimiento perfecto de que alguien me pasaba a mí de
casilla a casilla, y que en algún momento ignorado por mí, e inevitable, me
haría hacer un movimiento determinante de todo mi futuro. Desde entonces, la
noción de que soy un pelele en el mundo me obsesiona, y, a veces,
instintivamente, miro asustado hacia arriba esperando ver bajar la mano
gigantesca que me maneja como
hago yo con los peones pequeñitos de mi tablero de estudio
Pues bien, como
ya dije, mi mirada terminaba en mi rey, y de lo que se acordara en el
laboratorio ardiendo de mi cerebro, donde comenzaba mi mirada, iba a depender
su suerte. Esto era todo lo que yo había pensado apoyándome en la ciega
creencia que profeso del
trabajo subterráneo de la mente. Y como la
situación era difícil, cierta emoción del
contraste que siempre ha presidido mi vida se hizo cargo de mí. Bajo mi gesto
grave y pensativo empezaron a deslizarse las cosas más absurdas de mis
panoramas imaginarios, desde las extravagancias más cómicas hasta las
ensoñaciones más poéticas, juntando recuerdos reales con
construccionesfantásticas. Así, por ejemplo, evocado tal vez por los telegramas
rusos recibidos durante el día, surgió ante mi mente, sentado en la silla de
Aleckine, el condecito Raúl, compañero mío del Instituto, cuyo padre, un rico
almacenista, había dado $30 000 por el título, motivo por el cual era
legítimamente despreciado por la verdadera, por la pura, por la única nobleza
americana, la que desciende en línea directa casi toda ella de los indignos
traficantes de infelices negros esclavos Pensando en estas cosas de los
poderosos fue que sin duda me sentí en el teatro, en donde he tenido muchas de
las más gratas liberaciones de mi imaginación. Empecé a sentirme en el paraíso del viejo Payret mirando
hacia abajo, hacia el faro brillante de una cabeza calva. Enseguida hice un
cuento influenciado por una reciente lectura de Fausto. Un hombre sin pelo,
desesperado porque una linda muchacha no lo quería a causa de esto, invoca al
demonio y le ofrece su alma a cambio de una buena melena. Lucifer entonces lo
lleva hasta lo alto del teatro y le dice que escoja la que quiera entre todas
las de la sala. El calvito ve en el centro de la platea una hermosa cabellera
bethoveniana y la señala con alegría ansiosa y muda. El diablo le recoge la
firma, y ante el escándalo tumultuoso de la sala le arranca la melena a uno y
se la pone al otro tEra un bisoñé! pero magnífico De pronto oigo una
música maravillosa. Era uno de los conciertos aristocráticos dePro Arte Musical
y tocaba Orloff. Me fijé en él y sentado ante el piano parecía un dentista
limpiándole la dentadura a un negro cubista Empezó a tocar la Gavota de
Gluck y yo le hice unos versos que decían así:
Como cristalinas gotas, milagrosas de luz, danzando ya van las notas de la
Gavota de Gluck.
Le dije a un amigo que eran de Rubén Darío y le pareció que tenían realmente
una música de gavota galante Ahora ya no cree que aquello de «La Princesa
está triste», etcétera sea del divino Rubén y a lo mejor tiene razón.
tTantos han hecho cosas parecidas!
*
La ronda de los duendes.
El sonido de cristal de Orloff me adurmió y tuve la visión poética de una nota
que salía del piano, transformada en perfume se esparcía por la sala, luego se
fundía en mariposa policromada, y, finalmente trocada en rayo de luz empezaba a
taladrar, despacio despacio el cielo azul, el espacio inmenso Pero
ahora siento un escalofrío irritante, como si me picara una chinche. Toca
Heifetz, el ovacionado como los boxeadores. Parece, de tan impecable, un
maniquí con cuerda, y de tan frío e igual siempre, una «violinola», como dice
un amigo mío, creo que el Polaco García. Hay una lluvia de pizzicatos, dobles y
triples cuerdas, golpes de caja, armónicos y glissandos Un clamor estremece
la sala, lo aplauden, le gritan, le piden La ronde des loutins* Los aires
bohemios Preludio y allegro Me indigno y le compongo una oda queempieza
de esta manera vanguardista:
tSalve a ti, oh insigne maromero del violín, Paganini sin alma!
El teatro, a la penumbra y al silencio, parece una asamblea de cadáveres que se
tornan gesticulantes y aulladores a la hora del aplauso Pero se han
encendido las luces Hay ahora otro espectáculo Se celebra un concurso de
homicultura El escenario está lleno de personajes Hay tantos niños
desnudos, gordos, feos y deformes que parece que se han quedado sin angelotes
todos los cuadros de Rafael y de Murillo El señor que preside la fiesta
nacional carga al niño premiado para darle un beso, como es costumbre de los
que desean las falsas manifestaciones de simpatía, pero el chiquito, al verle
los espejuelos se asusta y le orina irreverentemente la cara mientras el
público aplaude a rabiar Yo me indigno por la falta de respeto del público,
pero un joven estudiante que tenía al lado me dice: «Compadre, no se ponga así.
Usted no ve que el señor no ha hecho caso. Usted no ve que no le ha hecho mella
el insulto»
Una campanada del reloj me llama al orden. Han transcurrido diecisiete minutos
y no encuentro todavía mi jugada Me pongo a rehacer la partida desde cuatro
jugadas atrás y llego hasta la última. Caballo dos dama tQué evocación más
inoportuna! Todo mi problema vital, toda la honda indecisión de mi espíritu
salió a flote. tDos dama! La frase me hizo pasar, sin darme cuenta, del tablero
a la vida, yrevivir todo el tormento de mi tímida juventud amorosa. El caballo,
colocado en 2D tenía sus movimientos limitados por una pieza colocada en la
línea de partida y por tanto sólo podía hacer tres saltos. Dos de ellos, llenos
de audacia, podrían dar un destello brillante a la partida, darle sensación de
batalla y conducir a la victoria o la derrota, según se presentasen las
posiciones sucesivas. El otro movimiento, más prudente, acaso pudiera conducir,
jugando con serenidad, y pese al magnífico desarrollo realizado por Aleckine, a
unas tablas salvadoras
Yo también estaba colocado en la vida como mi caballo del tablero A un lado
Helena Margarita, al otro lado Alba Leonor y al otro, el vivir la vida sin
compañera, con frío, solo, pero sin responsabilidad, sin temor al fracaso
amoroso. Por un lado el triunfo de la nada y por el otro la peligrosa
experiencia del amor. Helena Margarita, a pesar de su nombre, es trigueña; y a
pesar de ser trigueña, no es una muchacha de temperamento ardiente y sensual.
Negros sus ojos, tienen una mirada tranquila y serena. Parecen dos estanques en
noche sin luna Negra también su cabellera, le hace ondas suaves y
brillantes, y toda ella parece nada más que un ser que está en este mundo sólo
de pasada y como buscando un alma viva con que presentarse en la eternidad
Camina
silenciosamente, sin gracia femenina, pero su voz es de un timbre grato, aunque
un poco igual siempre. Me mira con unsentimiento parecido a la admiración, pero
sin calor, y aunque yo pienso que podría llegar a quererme mucho, tengo miedo
de su frialdad, de no encontrar en mi hogar con ella ese calor de amante con
que sueño en mis exuberancias juveniles Alba Leonor es rubia y transparente,
y a pesar de ser rubia es una muchacha fogosa de una precisa ardorosidad
sensual. Su voz, de una musicalidad maravillosa, penetra mi ser y lo
enardece Echa hacia atrás la graciosa cabeza y su risa penetradora descubre
las estalactitas impecables de sus dientes diminutos y blanquísimos Sus
ojos, color de un terciopelo que no existe, tienen un encanto de perversidad
Y toda ella es imperfecta y admirable, desde el ritmo elástico del paso hasta
la mano de nieve que tenía
A ella le interesan las líneas firmes de mi rostro trigueño de bronce, mi alta
estatura, la fortaleza flexible y ligera que me dieron el caballo y el río
pero yo tengo miedo de no encontrar con ella, en mi hogar, ese amor tranquilo y
suave con que también sueño en mis horas de filósofo y poeta Con Helena
Margarita me espera una vida desesperante, y con Alba Leonor, desesperada. Con
la primera, al huir instintivamente de su frialdad, acabaría por parar en uno
de esos hombres casados que se pasan la vida inventando escapadas nocturnas,
justificables siempre por los amigos enfermos, los negocios y los velorios; con
la segunda, al cansarme de sus empalagosas exigencias, me pasaría la vidaviendo
en cada salida suya un atentado a mi honor, y multiplicando en mi mente las
tiendas que en La Habana poseen puertas a dos calles y los disimulos elegantes
de los talleres de modistas Después de todo, yo vivo bastante bien mi joven
soltería de hombre famoso. Acaso yo exageraba. Acaso yo no estaba tan enamorado
cuando dudaba entre dos mujeres, cuando la razón era un obstáculo miedoso
Acaso algún día me llegará algo más perfecto Esperaría. Mejor es no
arriesgarse en la vida por caminos inexplorados cuando el que se sigue está
limpio de obstáculos, aunque este camino no ofrezca un horizonte terminado,
trascendente, lleno de una sola luz o de muchas, como el que a las tardes, allá
en La Habana, se va apagando en el mar poco a poco
tOtra campanada! sQué pasa en mi mente? tCaballo dos dama! tQué extraña
coincidencia! Nunca me había ocurrido comprobar con tan vehemente exactitud mi
idea entre el parecido de la vida con el ajedrez. Mientras yo jugaba mis
piezas, alguien me rodaba a mí en un inimaginable tablero en el cual había dos
damas sin que yo supiera aún cuál era la mía Miré hacia arriba con un temor
de niño, esperando como siempre ver la mano monstruosa y llena de poder y de
sabiduría del Dios que sin duda jugaba con mi vida Sólo había una luz
invibrátil y un silencio impenetrable y hondo, como el camino del cielo
sEstaría yo solo en el mundo a merced de mis fuerzas? tSi fuera así si
nadie jugaracon mi vida! Pero entonces un rayo de luz negra me anonadó para
siempre. Al ver una hormiguita que pasó de la mesa a mi mano, me dije: «sQué
pensará de mí esta hormiga a la que ahora le permito pasear por la llanura de
la palma de mi mano? Sin duda pensará que está caminando por un pedazo del
mundo inmenso y no podrá darse cuenta de que en este momento yo soy para ella
el Dios que puede disponer de su vida Soy para ella tan grande que no me
puede calcular ni ver. sAcaso no pasará lo mismo entre Dios y yo?» —me dije—,
iluminado de repente. Y envuelto ya en el sofisma orgulloso de la vana y
pretendida semejanza con el Creador, pensé adolorido que yo no era más que un
Dios limitado, en pequeño, que sólo podía ser el árbitro de una hormiga, de
cien, de un millón, ahora, un momento pero no de todas las hormigas ni en
todos los momentos, al paso que el Gigante Constructor de los Mundos, lo es del
astro lejano e inmenso y de la célula infinitamente pequeña que forma parte de
mí y que piensa con vanidad que está incluida en un mundo ilimitado, como
pienso yo del que acaso sólo sea una partícula cósmica en la que no soy más que
una célula insignificante y presuntuosa
sPero, y si esto tampoco era verdad? sSi Dios podía equivocarse también y hacer
conmigo una mala jugada? Angustiado ya, con el tiempo cayendo, hice la
jugada prudente, y tras una serie de movimientos metódicos y regulares, la partida
acabó en unas tablas porjaque perpetuo
..
Aleckine conservaba el Campeonato, y aunque yo había entablado el match, no era
ello gloria alguna, porque, como le dijo en una ocasión memorable el Gran
Capitán a García de Paredes, «Por mejor me habían enviado» Él jugó a tablas
y lo consiguió; yo debí jugar a ganar o perder, y al cabo me conformé con
hacerle el juego al Campeón. tY casi quedo encantado de haberlo conseguido! Así
fue como terminó la máxima oportunidad de mi vida, en un jaque perpetuo. Y en
jaque perpetuo he pasado el resto de ella Helena Margarita se cansó de
esperarme y Alba Leonor también se cansó. La primera, casada con un hombre
enriquecido en el vicio político, fue infeliz y murió enferma de tristeza, muy
joven todavía; la segunda, menos paciente, se aburrió al lado del hombre
desmedrado al que tal vez la riqueza la llevó y terminó multiplicando sus
escándalos Yo, rehaciendo la partida entablada, encontré el momento en el
que, si hubiera hecho otro movimiento, hubiese ganado el Campeonato del Mundo;
y rehaciendo mi vida, mirándome ya viejo, doblado, con el reumatismo
mordiéndome las articulaciones como un perro, pienso que le hubiera podido dar
a una un poco de espiritualidad y a la otra el amplio fuego de mi juventud, y
haber sido con cualquiera un poco feliz todo lo que se puede en el
mundo..
..
tY qué malo es perder a fines de mes «todos» los cuarenticinco quilos que uno
tiene, por meterse a jugar al dominó con el maldito barbero de la esquina de
casa! tSe pasa luego cada noche más disparatada y absurda!
Una tragedia en el mar
Alguien (no he podido averiguar quién), con la evidente intención de
perjudicarme en el buen concepto que siempre les he merecido a mis directores
espirituales, ha publicado bajo mi firma el absurdo cuento que sigue a estas
líneas. Y es preciso que yo me defienda ante la posteridad, no sea cosa que
vaya a ocurrir conmigo lo que con otros grandes hombres, respecto de los cuales
nadie está de acuerdo acerca de si dijo lo que dijo o no dijo lo que dijo. Me
parece que sólo tengo que hacer notar dos cosas para demostrar cómo el
esperpento que a continuación aparece no es un engendro de mi salud excelente.
El estilo no es el mío. Confieso que yo no me atrevería a expresar mis ideas
con esa libertad, con ese descaro que sólo puede brindar el anónimo. Hay veces
que eso parece una tremenda cosa vanguardista… El otro aspecto, el del
pensamiento, el del móvil ideológico que llevó a su desconocido autor, primero,
a escribir esa increíble y extravagante narración, y, después, a hacerla
aparecer como mía, es el que en realidad me obliga a una defensa calurosa de mi
equilibrada razón, de la sólidaestructuración de mis principios religiosos y
morales. sTiene en realidad un pensamiento capital ese cuento? Si no lo
tuviera, la burla hacia mí sería sangrienta. Pero, no. Aunque la escasa
habilidad de su técnica no le ha permitido lograr bien el objeto que se
proponía, a una mirada experta no se escapará que el autor, en el desarrollo de
la acción imposible, ha pretendido sentar esta conclusión:
El hombre es un autómata en el mundo, ty sólo en este mundo!; su mente
apasionada es un espejo curvo que refleja, falseadas, las sensaciones de su
aparato nervioso. A la hora de luz de su razón,
llegan panoramas que en realidad no son como los ve. Es como si la máquina del
ojo, por maravillosa tenida desde siempre, fuese una trampa puesta por Dios al
hombre, en las mismas puertas de su espíritu…
Y esa conclusión demoníaca, capaz sólo de germinar en un cerebro desordenado,
es, cabal y diametralmente, opuesta a la línea básica de mi fe, de mis
creencias religiosas. Por eso me defiendo. Yo creo en la clara sencillez de la
arquitectura del mundo. Creo que he nacido de veras, que viviré mucho tiempo, y
que después vendré a morir tranquilamente de alguna indigestión, para enseguida
subir al cielo, sentarme un rato a la diestra de Dios Padre, darle la mano, e
irme luego, camino abajo, por las laderas estelares saludando con arcangélica
dulzura inclusive a todos los bribones de la tierra, perdonados por la infinita
misericordia de NuestroSeñor… Hecha la defensa de mi fe, lea el que quiera esta
inverosímil «tragedia en el mar».
Retrato de un asesino ignorado
Confieso que no soy malo. Hasta parezco bobo. Vivo mi vida con calma. Tengo un
perro como si tuviera un hijo y gano un sueldo como si fuera una renta. No voy
a la iglesia, pero en cambio voy a Almendares a ver jugar a la pelota, todos
los domingos. Soy partidario del Fe, siguiendo la tradición de la familia. Leo
revistas atrasadas y me gustan las películas cómicas. Nunca he votado. Me gusta
la música, sobre todo la que no entiendo. (sHabrá alguna que se entienda?…)
Cuando estoy delante de amigas doy limosnas y buenos deseos cuando estoy solo.
No tengo novia, ni mujer, ni querida, pero gano un sueldo como si fuera una
renta… Soy, además, joven. Duermo como los niños y como igual que los
marineros. No soy feliz porque no puede ser, pero soy sano. Estoy bien. No voy
a los entierros. Un hombre así spuede ser malo? De ninguna manera. Y, sin
embargo… Una pena chiquita, pero dramática, aflige mi alma desde hace un
tiempo. Por mi culpa dos seres felices perdieron su tranquilidad y la vida,
descendiendo sus almas, finalmente, al fondo de los mares. Fui perverso ttriste
de mí! Mi conciencia, hasta ahora limpia y serena como un lago de ensueño, ha
perdido su pureza. Mi augusta calma ya está rota. tY yo que hablaba en
presente! tNadie me crea, yo era así, como lo dije antes, ya no! En confesión
de un remordimiento escribí estahistoria, relación fiel, sin pretensiones
literarias, del triste suceso. Día a día la leo, y así no he podido olvidar que
algún cargo tendré que hacerme cuando llegue la hora de presentar el saldo
final.
El lugar del crimen
Mi sala, carente de extravagancias de color y de forma, tiene, tenía, mejor,
una nota exótica y pintoresca. En una esquina, sobre una banqueta, una pecera
muy blanca era el inmenso océano de dos pececitos japoneses, llenos de color y
de gracia, que lo surcaban, ora raudos, relampagueantes, ora despacio,
majestuosos, como galeones antiguos. No había tiburones en aquel mar. La
tempestad la hacían ellos cuando querían, y había en la superficie pedacitos de
unas obleas deliciosas y en el fondo una piedras maravillosas en las que, a
ratos, se escondían para salir después llenos de ventura y sonriendo de
felicidad. Y uno era pez y la otra no. Aquel era el Paraíso otra vez… Sólo
tenían dos terrores. Uno era la caprichosa duración de los días y las noches
con ausencia de crepúsculos rosados; y otro, el más temible, las visitas frecuentes
de un monstruo, todo negro y enorme, con unos ojos como estrellas cercanas, que
se bebía con espantosa calma toda el agua del mar, mientras los miraba con
maligna expresión de curiosidad… A veces tronaba estremeciendo el agua…
Y nada más. Dios espantaba al monstruo y luego traía un torrente de agua, y al
poco rato, al principio con temor y después despreocupadamente, recorrían
lasislas y terminaban relampagueando por el agua como dos llamaradas
inextinguibles… Se miraban largamente; subían a besar la superficie y luego se
escondían con misterio en las piedras maravillosas del fondo…
Negros proyectos
Un día, terrible memoria, yo estaba delante de la pecera, viendo la felicidad,
si no en la tierra por lo menos en el agua, cuando un perverso pensamiento
cruzó por mi mente. El genio del mal me habló al oído y concebí algo
monstruoso. Decidí ser la nueva serpiente de aquel nuevo paraíso. Quise ser el
amigo cruel que manda el anónimo acusador que siembra el recelo y destruye la
felicidad. Profundamente me concentré. Todas mis fuerzas mentales, como
pelotones dispersos de una compañía que se reorganiza para entrar en línea,
acudieron en mi auxilio. Y, entonces, como una luz que violentamente avanza en
la noche hasta que pasa para hundirse de nuevo en la sombra, así recordé una
maldad infantil, le di aplicación, y no tardé en ver cómo de nuevo quedaba
detrás una estela de sombras…
sUstedes nunca han puesto un espejo delante de un gato? Es algo curioso. Yo los
he hecho enfurecerse, acobardarse, huir espantados… (sQué pensarán después para
toda la vida?… sCreerán en los fantasmas?…) Pues yo inventé hacerlo con los
pececitos, y haciendo la noche coloqué en una pared lateral un espejo grande y
bruñido. Hice el día y me senté a observar… No hay, amigos, drama semejante en
la humanidad, ni cerebro capaz deconcebirlo. Imaginad una felicidad
paradisíaca, imaginad pensamientos como rosas frescas del amanecer, imaginad
besos de la luz, suspiros de la sombra, risas argentinas y, de pronto, trocad
en asombro, cólera, duda, violencia, rabia y dolor todo eso y decidme squién lo
resiste?
El doble adulterio
Cuando hice el día, los pececitos salieron de nuevo a jugar, y, de súbito, como
un hachazo, se inmovilizaron llenos de asombro. Habían visto a los «otros»; a
los rivales desconocidos e ignorados… Se miraron como no lo habían hecho nunca,
con algo distinto en los ojos, y más adentro algo que crecía: era la duda. Se
retiraron a las piedras del fondo lentamente, y los «otros» también se fueron a
las piedras. Y entonces, en un descuido de él, ella vio cómo el infame miraba
afanosamente a la intrusa; y él se dio cuenta de que ella miraba al odiado
rival. Ella no se cansaba de mirar al «otro» y él se afanaba por la intrusa.
Eran hermosos los recién descubiertos y eso aumentaba el dolor de los hasta
entonces dueños del mar… Y en un momento imprecisable, la duda se transformó en
odio, en un odio inmenso, virginal… (Por las aguas tranquilas cruzó despacio el
Pez de la Muerte, con un cuerpo como un esqueleto y una sonrisa parecida a la de
una calavera.) Las aguas estaban inmóviles, pero los pececitos sentían dentro
una espantosa tempestad y una última pirueta de los rivales determinó el choque
violento. Ella se arrojó sobre él con la rabia de una pura mujerofendida y él
respondió al ataque con la cólera incontenible que corresponde al hombre fiel y
burlado.
Un cadáver sobre las aguas
Mugieron las aguas; las islas se estremecieron; el formidable oleaje desquició
los fondos felices. Los apacibles pececitos parecían monstruos encolerizados. Apenas
se paraban, como para tomar aire, cuando al ver nuevamente a los odiados
enemigos se lanzaban a la pelea con redoblada
furia, arrojando cataratas de agua como si fueran aluviones de alaridos… La
pecera era un torbellino cruzado de relámpagos… Y yo sonreía complacido hasta
que me aburrí. Entonces quité el espejo y me fui a acostar. Me dormí y no soñé
con Yago… A la mañana siguiente ella flotaba en la superficie, con el vientre,
tal vez fecundo, horriblemente hinchado, mientras él, desolado, la empujaba
blandamente hacia una de las islas desbaratadas por la tempestad. Los «otros»
se habían ido y él tenía en el cuerpo, como condecoraciones de guerra, varias
heridas sangrantes.
Expiación
Ya en las aguas no relampagueaban llamaradas inextinguibles. Como un antiguo
galeón, el pececito recorría despaciosamente sus recuerdos. Aquí, bajo esta
roca, la vio caer por la primera vez, maravillosa de color y de forma, y hacer
una ese roja e instantánea entre el campo azul del agua; un poco más allá, ella
lo quiso; al fondo, y sus ojos se encendían, apareció la odiada pareja, en la
que ella era igual a la suya; y en esta isla, llena de misterio y depaz, está
su sepultura. La mano del Dios que alimenta las aguas y alimenta los peces la
suspendió y se la llevó hacia océanos deliciosos… Cuando miraba la Isla del
Triste Sepulcro se quedaba extático, triste, abandonado, durante horas enteras.
Y conoció la inmensa soledad de ser el único ser humano del universo.
Languidecía. Como un anacoreta ante la cruz, ante la isla de su última visión
permanecía esperando la mano del Dios que lo llevará a los océanos inmortales…
El duelo. La muerte. tFeliz Eternidad!
Así lo sorprendí un día y otro día y otro. Llegó a aburrirme aquella eterna
quietud y en una ocasión, recordando la trágica movilidad de aquella noche,
irresistiblemente tentado por mi desconocido fondo perverso, quise hacer otra
prueba. Terrible peripecia. Desesperado momento que recordaré toda la vida.
Coloqué nuevamente el espejo y esperé. Terminó el pez su última oración y dio
la vuelta con el cansancio de un viejo… Instantáneamente relampaguearon las
aguas. Como antes, él se sintió joven, poderoso y ágil: había visto al rival y
venía solo, como a un desafío. Era un gigante. Las paredes del orbe se
estremecieron; las islas se inundaron; los fondos se desquiciaron. Lo persiguió
violentamente por todo el mar y aunque el «otro» también mostraba un ansia
salvaje de pelear, algo hasta entonces inconcebible, las paredes del mundo, los
separaban. Entonces se paró y tuvo un pensamiento genial, el mismo del primer
hombre que se lanzóa volar: descubrió que el mundo era más grande. Reaccionó, y
después de varias persecuciones vanas, en su cólera horrible se precipitó
enloquecido hacia el otro y de un salto trágico se lanzó al espacio… Intenté
salvarlo, pero fue inútil. En el aire, en el infinito, en la muerte, tmás
allá!, él había visto al rival rabioso a lo lejos y lo perseguía… [] Cuando
lo alcancé, frente al espejo grande de la sala, se moría, con la boca abierta
hasta la O, tragándose al otro que se lo tragaba. Y reflejaba en sus ojos de
agonía que de la mano de Dios ascendía hasta los océanos deliciosos para
sepultarse luego en el fondo de los mares, donde ella vive; tla adorada
ausente!… Y él sintió todo esto «antes» de morir…
tFiebre!
I De pronto me inmovilizo en el silencio despierto. Yo sentí como él abrió la
puerta y cómo luego, sabiamente, fue introduciendo su cuerpo hasta estar dentro
del cuarto Se paró a los pies de mi cama y allí se estuvo un año quieto,
como una sombra inmóvil Después se fue acercando hasta mi cabecera Sacó
un extraño utensilio y me lo puso cubriéndome toda la cara con un negro pañuelo
impenetrable En cuanto el cloroformo empezó a filtrárseme, allá, en el
hangar hermético del cráneo, empezaron a funcionar los motores de cien
aeroplanos iguales Entonces el ladrón, un cirujano fantasmagórico, con un
bisturí se puso febrilmente a cavar en mi tórax, como quien busca un tesoro
Llegó ya al corazón, y, alabrirlo, no encontró nada Sólo un tic, tac tic,
tac tic, tac, igual al de una máquina del tiempo del tiempo, que se va
marchando como un valiente que no retrocede jamás
..
II
Cuando cerré la puerta con sigilo y me volví con el índice en los labios, mi
amante estaba muerta en el suelo Un largo rato estuve parado ante su cadáver
esperando a que se levantara y viniera a besarme como una loca y a decirme que
todo había sido una broma Hasta creo que me sonreí En ese momento fue que
desde la alcoba me llegó, como el toque de una campana mayor, su voz terrible,
tranquila, burlona, feroz, humilde, colérica, vengativa, digna, cruel y
sangrienta Su voz que sólo me dijo con una espantosa calma contándome las
letras: «tA-de-l-a-n-t-e!» Se corrió la cortina y Él apareció en el
marco, inevitable como el destino y yo caí al lado de ella donde pronto un
hilo de sangre me taladró el pecho y se puso a dibujar arroyuelos rojos en el
piso blanco del mármol
..
III
Me llevaron encadenado ante el trono del tiranuelo repugnante, en el palacio
imponente y solitario Le habían dicho que yo era su enemigo implacable y que
yo lo había llamado asesino Mandó que me quitaran los hierros ominosos y con
suave palabra me dijo: «Es verdad lo que dicen que hasdicho de mí?» Yo le
afirmé que sí y le hablé de sus muertos, entre los cuales desde aquel día yo
sería uno más «Pues mira —me dijo—, para que veas como soy generoso, a ti te
perdono la vida, a pesar de la ofensa tVete! Yo te doy mi escolta»
..
Desde lo alto me decía adiós regiamente, y todavía asombrado fue cuando sus
mismos guardias me dieron cuatro mortales puñaladas por la espalda, al salir de
su feudo real
..
IV
La sombra del centinela, con el arma al hombro, se agigantaba en el piso de mi
celda, cuando, haciendo la guardia, pasaba lentamente entre la luna y la
reja El alcaide, por la tarde, me había leído la sentencia de muerte con una
voz brumosa y humana tMi último día! Cuando el reloj dejase caer los doce
toques solemnes de la medianoche, el verdugo me enviaría para la eternidad
..
..
La cuerda del reloj arañó el silencio y luego uno dos tres
cuatro cinco seis siete ocho nueve diez once El reloj
volvió a arañar el silencio y se quedó quieto, mudo «tMe he salvado!
—grité tNo ha cantado las
doce!»..
El péndulo brillante del hacha cayó sobre mi cuello Rodó mi cabeza sobre el
tablado y levantándola, el verdugo me gritó a la boca: «tLas doce!»
..
Desde el mundo en el que ella vivía, muy lejos, me llegó rota por la pena la
dulce vocecita de mi novia querida: «tSálvelo, doctor! tHace ya tres días que
delira, con cuarenta y un grados de fiebre!»
..
tOh, la loca y cobarde aventura de mi desesperanza suicida!
tPor este argumento sólo me dieron cien pesos…!
(Dos personajes para una película ingenua)
Yo soy la mitad de dos personas. La otra mitad es mi novia, una querida
muchacha de alegres ojos luminosos y cuerpo ligero y perfumado, como un ágil
frasco de esencia de Francia. sUsted quiere oír unas cuantas cosas de nosotros,
dichas sin apasionamiento alguno? Mire, yo gano ochenta pesos mensuales, y mi
novia es una muchacha de dieciocho años, inteligente, buena y cariñosa, y que,
además, a mí me parece, sin exagerar, la más linda y graciosa muchacha de la
Tierra Yo cobro los días primero de mes y cuando cojo todo ese pobre dinero
en mis manos, siempre me dan unas ganas alegres de llevárselo entero a ella,
para que lo guarde, para que lo junte con lo que ya tenemos, para que algún día
podamos casarnos y yo puedaverla, maravillosa de blanco, deslumbrarme a lo
hondo del ser con un largo estremecimiento inefable Pero qué va. Por más que
trabajo mucho sólo gano ochenta pesos, y por más que hago esfuerzos, sólo puedo
darle a ella una miseria que me abochorna Muchas veces me da tanta pena que
no se la doy Yo la quiero tanto, que cuando hablo de ella sólo sé decir que
la amo. tYo la amo, señor! Ella cree, por su parte, que el mundo da vueltas
alrededor mío y que no hay nadie que pueda ser tan inteligente como yo, ni tan
fuerte, ni tan valeroso Además, a ella le gusta mucho cierta onda que sobre
la frente forma mi cabello oscuro; mi perfil limpio de vacilaciones, mi voz,
alta, clara y viva, le agrada mucho y más aún cuando se hace profunda, seria.
También ella se complace en ponerse a mi lado para comparar su estatura con la
mía y se ve cómo se le alegra la cara cuando comprueba que le llevo casi toda
la cabeza Entonces, inclinando graciosamente la sonrisa hacia un lado, me
mira a lo alto, a los ojos, y me quiere y me lo dice, con esa voz suya de
música suave, como si fuera rosada, como si perfumara tEn esos momentos yo
quisiera abrazarla y besarla! Pero, bueno, si sigo voy a hacer toda nuestra
biografía. Y lo más importante es esto: a pesar de su optimismo contagioso y de
su aliento siempre renovado para que yo tuviese fe, lo cierto es que no
mejorábamos de posición para poder casarnos, y aunque lo disimulaba bien, me
daba muchapena su confiado: «tYa tú verás!» Esto sólo duró hasta un día en que
ella leyó que al autor del argumento de una película que ella había visto le
dieron por él «una partida» de miles de pesos Todo el día me estuvo
esperando y me recibió fuera de la casa con la noticia en la mano y con una
alegría desbordada y contagiosa. «tYa, Nene, ya!» —me decía. Y a pedazos,
atropellada, me iba dando su jubilosa seguridad en mi triunfo «Ahora sí es
verdad que nos vamos a poder casar pronto. Tú escribes
un argumento bien bonito y ya tú verás como te van a pagar muchísimo dinero por
él tYa tú verás!» La facilidad con que ella me contagiaba su loca esperanza
hizo desbordar en aquella ocasión mi cariño, y tanta bella cosa yo le dije a la
muchacha maravillada, que es una lástima que yo no las copiara luego en casa
para poder contárselas a usted ahora. Aquella tarde sí que nos dijimos una
multitud de cosas importantes Pero lo más grave fue el problema del viaje.
sCómo yo me iba a ir? A los dos se nos ocurrió simultáneamente el mismo
pensamiento, pero lo escondimos con miedo. Aquello, según juramento, era
sagrado. Estuvimos un rato en silencio, mirándonos con disimulo, y al fin ella,
con el campanilleo alegre de su voz niña, me dijo: «Sí, chico, lo cogemos, si
eso es seguro» Era «nuestro dinero», lo que teníamos reunido día a día,
moneda a moneda, para casarnos De pronto me pareció que era un crimen, que
sería mejor que me fuera depolizón, o a nado, o a pie Pero con esa facilidad
con que, desde que la quiero, siempre estoy convencido de que algo bueno me va
a pasar pronto, acepté al fin y nos pusimos a planear el viaje. Teníamos dinero
suficiente para que yo pudiera irme a Hollywood y estar allí unos cuantos días,
contar mi argumento, escoger la mejor oferta que me hicieran los doscientos o
trescientos directores, y volver para Cuba con un millón de regalos en la
maleta, y en La Habana casarme enseguida con ella y llevármela por todos los
lugares del mundo donde hubiera muchas cosas bonitas que comprarle Sólo
cuando yo estuve en casa fue que me di cuenta, aterrorizado, que habíamos
decidido el que yo fuera a Hollywood a vender «mi argumento» y que yo no
tenía argumento alguno que vender De pronto me dio la idea de ir corriendo a
donde ella y decírselo, pero me dio vergüenza. sQué diría? tElla que esperaba
tanto de mí! sQué iba a hacer yo? Yo no sé nada de cine. Como nunca tengo
dinero, voy de rareza a él, y por lo tanto no sé nada de cómo se hace una
película. Por otra parte, yo nunca me he puesto a contar cosas que no haya
visto. La maquinita de escribir me ha vuelto rutinario e igual y los números me
han hecho amigo de la verdad.
La tierra del mambí, traducción española de The mambí land de James O´Kelly,
con prólogo y biografía completa del autor trabajada por Fernando Ortiz.
*
Pero con todo, yo tenía que hacer un argumento para venderlo enHollywood. Confidencialmente
le diré que me puse a hacer uno, pero me estaba quedando tan parecido a como
soy yo, que me dio vergüenza y lo rompí. Yo estaba tan intranquilo que tenía
temor de que ella lo fuera a notar cuando la volviera a ver, allá, en su casita
blanca abrazada por las enredaderas, bajo las palmas que suenan, lejos de La
Habana Sin embargo, salí bastante bien del paso contándole alguna novela que
yo había leído y desde luego, cambiándole habilidosamente el nombre de los
protagonistas Pero algo providencial ayuda a los enamorados. Sucedió que
mientras mis inexpertos agentes mentales buscaban infructuosamente por las
recurvas del encéfalo, mi argumento ya estaba hecho y hasta impreso en un
libro,1 en la vida pintoresca de cuyo autor yo vi todos los elementos
necesarios para hacer una gran película. Era que en este caso, como en otros
muchos, la policía del cerebro hizo igual a la policía secreta de las ciudades,
que se pone casi siempre a buscar a los autores de robos y conspiradores contra
la patria por los barrios bajos, entre la gente humilde, honrada y trabajadora,
cuando los tiene a la vista, en lo mejor de la ciudad. Así pasa a veces, pero
después de todo es disculpable. tSon tan conocidos y están tan visibles! El
lector perdonará esta manera precipitada de contarle las cosas, pero es que yo
no tengo mucha práctica en ordenar mis ideas. Ahora lo que puede interesarle es
que yo me fui una mañana llena desol y de ruido en el vapor de Cayo Hueso. El
barco dio tres gritos grises y largos, y empezó a irse (Antes ella me había
dado un beso a escondidas y otro en público Bueno, quiero decir que fueron
unos cuantos, tpero me parecían tan pocos!) Cuando ya enfilábamos el canal,
y el buque, sereno como un automóvil negro de lujo, pasaba frente al Morro, yo
la vi en el extremo más saliente del rompeolas que rodea al Castillo de la
Punta, diciéndome adiós con el pañuelo, con los brazos, con la voz Si
parecía, con su traje blanco y
los brazos abiertos que era una paloma que iba a volar hasta el barco
Después, me escribió un amigo, que cuando ya nadie distinguía más que la mole
del vapor, ella seguía gritando, sin importarle las sonrisas irónicas de los
curiosos: «tTodavía lo veo! tMire, es aquel que me está diciendo adiós con el
pañuelo!» Y es seguro que fuera verdad, porque yo no pude quitarme de la
barandilla de popa hasta que Cuba se me ahogó en el mar
Ahora le diré a usted algo sobre aquella parte americana llena de interés.
Hollywood tiene muchas cosas para llamar la atención a un habanero. Uno se mete
en los estudios y lo que hoy es un escenario para un París del siglo XV, mañana
es una aldea de Borneo Además, hay tanta cara bonita de muchacha que da
gusto andar por las calles, aunque uno muchas veces siente deseos de mirarse furtivamente
en los espejos de las vidrieras, temeroso de estar haciendo un papelridículo.
Pero más que el espejo lo alivian a uno los tipos estrafalarios que también
abundan. Sin embargo, lo más interesante de Hollywood eran las cartas de mi
novia, de mi muchacha. Naturalmente que yo no se las voy a enseñar a nadie,
pero para que se vea qué gracia pícara es la de ella voy a decirle unos versos
que me mandó recordando un episodio que tuvimos. Nadie se fije mucho en las
faltas. Eso no vale. Ella no es literata. Lo único que hace algunas veces es
apropiarse descaradamente algunas frases que yo consigo por ahí, y mirarme al
poco rato, con mucho disimulo, para ver si me he dado cuenta. Cuando la
descubro dice con mucha inocencia que es que «se le pegan» Dicen así los
versos que me mandó para alegrarme con el recuerdo:
Tu risa, como una caricia me rozaba los ojos los labios Tus ojos me
llenaban de luz y de sombra y me dan locas ganas de besarte (Estábamos solos
en un rinconcito cariñoso y tibio del grande sofá Se oía tan sólo en la sala
el ruido del viejo sillón de mama) Toda acurrucada entre los cojines con los
ojos trémulos te pedí yo un beso Nos miramos hondo, hondo, apasionados Y
nos olvidamos, felices y solos, del ruido del viejo sillón de mamá
Pero, Hollywood no era tan acogedor como yo esperaba. A mí me parecía natural,
cuando estaba en La Habana, que al llegar yo allí y decir sencillamente que
tenía un argumento, enseguida me iban a hacer pasar, a retratarme dándole la
mano a alguien,como hacen con los boxeadores, y a rogarme que les vendiera el
argumento. Y no era así. Cuando llegaba a una oficina ya tenía mucha gente
antes que yo esperando turno. Venía un secretario y preguntaba: «sQué asunto
tiene usted, señor?» «Un argumento.» Se iba adentro y al poco rato regresaba
diciéndome que sobraban Así se me iban pasando los días a una velocidad
aterradora. tSi no hubiera sido por las cartas de ella! En el boarding la gente
me decía: «tQué lástima que usted no pueda ver ahora a Doug!» Y como yo había
ido allí para ver a todo el mundo, aunque fuese el Papa, pregunté dónde vivía
ese señor y allá me fui. Lo encontré, casi con agresividad le hice la narración
de mi asunto, que escuchó con interés sonriente, y cuando había terminado me
repitió la frase: «tQué lástima que usted no pueda ver ahora a Doug!» El muy
imbécil era un doble y le cuidaba la casa a la estrella, ausente en Europa
Ya estaba casi desesperado, cuando una noche, en la mesa de uno de esos
establecimientos americanos que lo mismo parecen boticas que puestos de
accesorios para automóviles, un hombre de aspecto serio e impresionante se
acercó y me dijo: —Joven, sen qué compañía trabaja usted? —En ninguna —le dije
con cierto orgullo—. Yo no soy artista, yo soy autor de argumentos. —Es
lástima. Me había interesado usted, pensativo como estaba, para una escena de
mi próxima cinta. Yo soy el director David Rodney Al oír este nombre, como
se diceen los cuentos, yo me hice cargo en el acto, instintivamente, de que mi
oportunidad había llegado y me dispuse, con astucia, a no dejarlo escapar sin
contarle mi argumento. Pero como ya tenía la triste experiencia de tanto
fracaso, se me ocurrió coquetear un poco y hacerme el interesante, como decimos
aquí en Cuba. Le dije con displicencia que pensaba embarcar pronto para Europa
en viaje de recreo y que no me habían convenido las proposiciones que varias
casas me habían hecho sobre mi último argumento. Así fue como cayó en el
anzuelo mi americano famoso y como conseguí que me preguntara con un tono de
disimulado interés sobre qué asunto giraba mi cinta; mi film, como dijo él. Yo
pedí unos helados, y en lo alto de la pirámide de fresa rosada vi los
espléndidos y maravillosos ojos de Nené y la gracia incomparable de su sonrisa
luminosa, llena de una frescura juvenil, dándome un formidable aliento de
esperanza Entonces, materialmente, me vi ya metiendo montones de paquetes de
regalos para ella en mi vieja maleta Y con todo el fuego de que soy capaz,
le hice a Rodney la historia del medio en que la cinta había de desenvolverse y
todo el desarrollo de esta. El director americano me escuchó con verdadera
atención, y cuando terminé me dijo con una encantadora sinceridad: —Joven, se
ve que usted conoce bastante la historia de su país, que está orgulloso de los
sacrificios con que logró su independencia, y de los hombres que larealizaron,
pero, si me lo permite, le diré que usted conoce muy poco de cine Como me lo
dijo tan amablemente, hasta tuve que sonreírme y agradecer sus frases. Pero como
el hombre estaba de buenas, me dijo: —Mire, le voy a hacer algunas
observaciones —Diga, diga —Es cierto lo que usted dice acerca de que hay
vidas que ofrecen al espectador un interés mayor que el de cualquier novela,
pero esto es sólo en las figuras que son ya universales, como el barrigón de
Bonaparte, por ejemplo (De la maleta, como si tuvieran piernas, empezaron a
salir corriendo muchísimas cosas preciosas que yo ya había metido) —Eso que
usted me cuenta sobre O´Kelly demuestra que este hizo una vida andariega y
emocionante propicia a la aventura; se ve que el hombre fue un temperamento
vehemente y audaz y que su vida está llena de colorido, pero, en realidad,
nosotros sólo hacemos películas para nuestro pueblo y ya desde este punto no interesa
tanto O´Kelly. Yo tuve que defenderme con valentía. —Espere —le dije—, es que
yo sólo le he hecho un cuadro general de la vida del hombre. Permítame
aclararle que el episodio más importante de su vida le aconteció en su calidad
de periodista «norteamericano» y en una empresa que tuvo gran simpatía durante
años en el pueblo de los Estados Unidos, aunque el Gobierno, por sus razones
políticas, no tomó cartas en el asunto hasta última hora. Usted comprenderá que
me refiero a las guerras por la independencia de Cuba. —Ah,desde luego. Mi
hermano tomó parte en la última. —Bien, en síntesis ocurrió esto. El pueblo
cubano, cansado de la opresión española, se fue a la guerra iniciando el
movimiento Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868. Naturalmente, el
pueblo americano quería una información veraz de los sucesos que aparecían
falseados por la censura militar española, y el New York Herald, dándose cuenta
del éxito que le representaría ofrecer una buena información, intentó hacer
llegar hasta el campo de la revolución cubana un corresponsal de guerra. El
primer enviado fracasó y entonces el Consejo
Directivo del New York Herald, en el que ya O´Kelly ocupaba un cargo
importante, pensó en aceptar los deseos expresados por este de ir él en persona
hasta el campo de la revolución mambisa —Mire, ya eso me interesa mucho más.
Aquí podríamos hacer aparecer la vida de un periódico de aquella época con sus
maquinarias presuntuosas y en él hacer surgir una discusión sobre la
imposibilidad de llegar hasta el campo de guerra cubano. Haríamos que alguien
picara el amor propio del irlandés y este entonces apostara a que él llegaba y
veía a Carlos Manuel de Céspedes. —Muy bien, muy ingenioso —dije yo con cierta
guataquería para halagar al hombre. —Además —dijo Rodney, imperturbable—, será
preciso fijar la época de la acción en Cuba, en los comienzos de la película.
Pero eso le corresponde a usted. (El americano me estaba dando una clase
espléndida.)—Sí, desde luego —respondí. —Se pondrían los acontecimientos más destacados,
lo que lanzó a los cubanos a la guerra y cómo se desenvolvía esta. Será preciso
dar algunas pinceladas fuertes, duras, que traigan todo el horror de aquella
época del olvido al recuerdo. —Sí, estamos de acuerdo. Y aunque la película hay
que hacerla preferentemente con vistas al público norteamericano, no hay que
olvidar el punto de vista cubano, que es importante. (Yo, señor, hasta este
momento no había descubierto que, como cubano al fin, tenía excelentes dotes de
orador Bien, sigo.) Sería muy conveniente una pequeña lección de historia
—Si, muy bien. El público siempre se interesa por títulos que empiecen: «Hace
70 años, cuando Edison vendía periódicos» —Muy bien, caramba. Usted tiene un
asombroso dominio de la técnica. —Gracias. (tQué hombre más seco!) —Pues usted
verá. Pondríamos la escena del levantamiento de La Demajagua. Con esto del cine
con ruidos, el sonido de la campana ayudaría poderosamente a obtener la emoción
patriótica. Sería también una escena muy viva, llena de movimiento y de
interés, la de la proclamación de la República Cubana en Guáimaro. Para los
cubanos sería profundamente emocionante ver aparecer el rostro de Céspedes,
altivo; el sereno de Agramonte, de quien dijo un compatriota de usted que era
bello como el apóstol San Juan, y que podría, sin ninguna mentira, ser
presentado con este título: el Bayardo cubano; el de FranciscoVicente Aguilera,
al que los neoyorquinos admiraron vivo y reverenciaron muerto, y en fin, el de
unas cuantas figuras más que le darían a la escena una gran vida. —tOh, ya lo
creo, este es un gran cuadro, amigo! Bien uniformados, con las espadas al aire
y gritando, esto sería magnífico Yo pestañeé un poco, pero al fin se lo
dije: —Bien, es cuestión de detalle, pero los mambises no tenían uniforme
Todo era un sombrero de yarey con un ala arrogantemente levantada en la frente
y en su medio una estrella. La espada tampoco era el arma que usaban, sino el
machete, con el que hacían sangrientas filigranas, y si a usted le parece, en
vez de gritar podríamos hacer que entonasen el Himno Bayamés, lo que sería
conmovedor de veras. —tAdmirable, estoy con usted en todo! —Gracias, gracias.
También podríamos recordar la crueldad indescriptible de los comienzos de
aquella guerra, haciendo la escena del fusilamiento de los estudiantes, que de
veras conmovió al mundo por el espanto de aquel crimen inolvidable. —Cuénteme
eso, cuéntemelo. Y yo, enardecido por la evocación patriótica, le hice a
Rodney, que escuchaba con interés, la narración de aquel tristísimo episodio
que hace hervir de la cólera por el infame sacrificio. Cuando terminé, Rodney,
con un admirable e instantáneo sentido de comprensión, me dijo: —Ahí sí que
podemos filmar unas escenas que estremezcan; una de esas que hacen llorar a las
mujeres y respirar hondo a los hombres. Además dela efervescencia del tumulto
de los
voluntarios desbordados, de la figura valiente de ese capitán español sCómo
usted le dice? Capdevila, eso es, defendiendo con vehemencia a los jóvenes,
entre las miradas de odio de los otros jefes, y de la misma escena
impresionante del fusilamiento, con el toque desgarrador de la corneta y los
secos disparos de fusilería, el episodio de ese muchacho, condenado por un
falso delito cometido cuando él, visitando a su novia, estaba a cien kilómetros
del lugar en que se pretendía que se había realizado, se presta para mover con
éxito la sensibilidad de los grandes públicos. —Ya lo creo que sí, y, además,
tenemos aún otra cosa que hacer. —sCuál? —Dar una muestra de cómo peleaban los cubanos,
sin armamentos, mal trajeados y sin tener apenas hábitos de guerra. —sY cómo lo
hacían? —tAh! Pues muchas veces sólo, como una vez lo exigió Agramonte, tcon la
vergüenza! —Un gran título, señor. —Hay un episodio en la historia de Cuba, ya
filmado, que nunca es viejo y que podría ser utilizado para este caso: el
rescate del general Sanguily. —Ah, sí. Yo he visto eso Ya lo creo que se
puede hacer una escena admirable. (Y de paso, obsérvese cómo yo había ido
consiguiendo que el americano me aceptara el ambiente cubano, tan propicio al
recuerdo de las gloriosas cosas olvidadas por la oscura realidad de la hora
presente.) —Bien, hecho el ambiente, usted debe poner a O´Kelly frente a la
autoridad española, elcapitán general Francisco de Ceballos, celebrando una
entrevista. Se puede sacar partido al patriotismo de los irlandeses haciendo
aparecer a O´Kelly lleno de dignidad y sereno ante la altivez y arrogancia del
jefe español. sQué le parece si titulamos esta escena «Un español y un irlandés
como hay muchos»? —tOh, eso sería un éxito! —dije yo. —Bueno, entonces hay que
acercar al héroe al escenario de la guerra, a Santiago de Cuba, donde las
autoridades lo vigilan y donde finalmente logra ponerse en contacto con los
simpatizadores de la revolución. Aquí se podrá intercalar alguna escena
interesante de mucha fuerza cómica. Usted sabe que no hay nada que provoque
tanto la risa como todo lo que fue considerado en un tiempo un gran adelanto.
—tYa lo creo! —Pues mire, squé le parece si ponemos la salida de un tren de
aquellos que caminaban tan aprisa como un caballo cansado, que echaban más humo
que un trasatlántico, partiendo de la estación de Santiago, e intentar escalar
alguna loma? —Sí, por allá hay muchas y bravas por un camino lleno de
paisajes admirables. —Acaso sería de buen efecto hacer que la locomotora se
parase y que todos los pasajeros, incluso O´Kelly, tuviesen que bajarse a
empujarla —Muy bien, todo me parece muy bien, como usted lo hace —dije yo, y
a través de la copa de cristal la sonrisa animadora de Nené seguía alentándome
por el buen éxito, y mientras tanto yo seguía metiendo regalos interminables en
mi vieja maleta,que crecía que crecía —Habrá —continuó Rodney— que
inventar algo para que O´Kelly evada la vigilancia española y podamos
presentarlo ya en el campo mambí en compañía de los cubanos sublevados. Y aquí
es donde es preciso darle más vida a la film. Usted daba poca importancia a
esto. Es preciso que O´Kelly pelee al lado de los cubanos A ver, susted no
me dijo que él era dibujante? —Sí, señor. —Pues mire qué escena podemos hacer
con esto: O´Kelly se sienta a hacerle un retrato al general Céspedes para
publicarlo en el Herald, cuando de pronto suenan unos disparos y una bala
atraviesa el papel El irlandés se indigna y carga junto con los mambises
Le podríamos poner a este cuadro, como título, «El retrato interrumpido». El
americano calló Se estuvo un momento pensando y al fin hizo un gesto
ambiguo, pero que pudiera ser de desaliento. Yo me alarmé Entonces fue que
él dijo:
—Pero, dígame, amigo: scómo terminó este asunto de O´Kelly y él mismo cómo
acabó? Yo le conté todo lo que sabía de aquella vida inquieta que terminó
cuando la guerra de Europa estaba en su centro. —Se podría —dijo— hacer este
final: Ya viejecito, en 1916, una aparición de él, despidiendo un contingente
de irlandeses que embarcaban para las trincheras de Francia a los sones de It´s
a long way to Tippereary y despliegue de banderas, podría resultar de un
magnífico efecto marcial muy en boga hoy Pero, vamos a ver. sUsted tiene
registrado eseargumento? —Ya lo creo, cómo no. —sY cuánto quiere por él? Con
toda tranquilidad yo dije: —Nada más que cien mil pesos Rodney se levantó
despacio y burlón —sUsted está loco, joven? tCien mil pesos por un argumento
que no tiene una gota de amor! Sí, sólo a un loco se le ocurre hacer una
película sin besos Sólo el amor interesa al mundo Si usted quiere cien
pesos por él vaya mañana a verme Acaso yo pueda meterle alguna historia
sentimental Y se fue se fue
Allá en la soledad de mi cuarto, en el boarding, en la madrugada inmóvil, yo
sufría con toda mi vehemencia de joven tCien pesos por mi argumento! tPara
eso me quedo en Cuba! Y el pensamiento de Cuba, de mi novia que me esperaba
allá, donde sin duda, con lo parlanchina que es y con lo mucho que siempre
espera de mí, le habría dicho mil exageraciones a las amigas burlonas y
descreídas, me llenó de angustia, de una pena inmensa, de un sufrimiento cruel
que me fue contando los minutos de las horas largas, que no se acababan
«sQué hago yo en este lugar odioso? —me dije—. Mañana me voy» Y cuando fui a
buscar mi dinero para hacer balance y ver qué podría comprarle a Nené, vi que
me hacían una falta casi desesperada aquellos cien pesos del director
americano Y tuve que ir a verlo, y enseñarle los dientes como un perro, en
una dura sonrisa, cuando me dio un solo billete tísico con la miseria de un uno
y dos ceros Después mi viaje mi regresomis ganas de que no me viera
al llegar de esconderme dentro de la maleta vacía, que yo había soñado con
traer tan llena de regalos para ella tElla! Ella, de blanco y
maravillosa, como si estuviera fabricada de luz Ella, que me dio un abrazo
tan estrecho, tan fuerte, que parecía un hombre joven, o una mamá al hijo que
llega inverosímilmente vivo de la guerra En el camino yo le conté muy bajito
mi fracaso. —tBobo, si tenía que ser! tNo ves que es la primera vez! tLa
próxima ya tú verás! Su optimismo imperturbable me iba ganando de nuevo,
pero cuando en su casa, ante el espejo roto de la sala se puso, coqueta, el
collar azul de piedras falsas que le compré por nada, y se volvió sonreída,
radiante y contenta para decirme: «tChico, qué bonito, qué bien me queda!»
todo mi hondo dolor se me salió del alma, y para que ella no viese las dos
gotas de agua en que yo pensaba que se me habían disuelto los ojos, me volví,
mientras un pensamiento de orgullo me llenaba el ser: «tEs todo mío el corazón
de esta muchacha, que vale mucho más que mil veces cien pesos!» tY pensar
que yo, que tengo tanto amor en mi vida, olvidé recordar que en el mundo, para
hacer algo bello, es preciso dejar el recuerdo de un beso en el perfume de una
gota de amor!
Asesinato en una casa de huéspedes
—fkrrsttppyuc Shiiiii sh tMi madre! sh ii prá pácata
tAy, mi madre! tBestia animal, mi brazo! tAy, ay!tHijo de mi
madre! tAnimal, con mi brazo! tMal rayo te parta, bájate pa que veas qué
clase de madre es la que yo tengo!
Desde luego que lo anterior no puede ser más que un retrato hecho por
Velázquez, una fotografía onomatopéyica de un choque de guaguas en La Habana; y
yo se la he puesto así, en los ojos, para que usted conozca enseguida el
momento psicológico en que nació dentro de mí el más deslumbrante y
trascendental de mis pensamientos: tcometer un asesinato!
(Antes de continuar la lectura el lector debe saber que el que esto escribe es
un asesino enamorado de su profesión y dispuesto en todo momento a repetir su
crimen si las circunstancias lo exigiesen. No se trata, pues, de un simple
escritor, de esos que «confeccionan» en cuentos y novelas, crímenes terribles
en los que hacen correr tanta sangre, que al cabo el Amazonas resulta un
ridículo arroyuelo tributario, y que, luego, cuando alguna noche descubren un
indigno ratero debajo de la cama, se ponen a dar más gritos que una mujer
pariendo Esta gentuza intelectual es de la que casi siempre manda a matar
las gallinas al carnicero, porque no pueden «resistir» ver eso Si el lector,
después de lo que ha leído, no tiene escrúpulos de señorita del siglo pasado,
puede seguir. Ya sabe que se trata de una narración hecha por un asesino
enamorado de su profesión, y que, por lo tanto, no tiene que buscar aquí
filigranas literarias ni argumentos de esos tancomplicados que más parecen
jugadas de ajedrez Aquí sólo hay lo que yo quiero que haya: unas reflexiones
que pueden servir de estímulo al crimen, por los fueros de la libertad
individual que tanta sangre costó en la Revolución francesa y tan escarnecida
hoy día por la policía y las leyes. Y también mucha veracidad en todo. Lo que
yo no puedo decir sin comprometer mi libertad, no lo digo. tY listo! tNada de
preparar coartadas ni dar falsos informes! Si alguno de esos individuos que
gustan de decir las cosas por la espalda piensa que yo no soy más que un
cínico, yo le diré que el civismo del cinismo es una virtud mucho más meritoria
y noble que la del cinismo del civismo falso, tan explotada por muchos de los
«grandes hombres» que ha padecido y padece el mundo El que quiera que lea,
que ya se acabó el paréntesis.)
sUsted nunca ha cometido un asesinato? Yo, honradamente, le confieso que
después de «haber perpetrado un crimen», como dicen las crónicas policiacas de
los periódicos, lamento de veras no haberme iniciado antes, haber desperdiciado
tantos años floridos en experimentos sentimentales sin trascendencia Usted
verá cuánta ventaja hay en hacer el aprendizaje del crimen. Yo voy a darle
cierta enunciación didáctica para que le sea más fácil comprender los puntos
principales.
Ventajas de ser asesino El asesino en la familia
Es asunto indiscutible por no sé qué ciencia, que el hombre anhela sobre todas
las cosas la conquistaabsoluta del poder en cualquiera o en todas sus fases.
Esto quiere decir, traducido al lenguaje del vulgo, que él desea, de todas
maneras, convertirse en el pez grande del refrán La lucha por esta conquista
comienza, individualmente, en la infancia. Yo, alumno del tercer grado, le doy
a los chiquitos del primero y del segundo; y mi hermano mayor, alumno del
quinto, me da a mí. Pero socialmente la batalla da comienzo en el seno de la
familia. Aquí es donde un carácter templado en el asesinato se impone. En
efecto, no existe hogar más tranquilo y feliz que el mío
desde que soy asesino. Aparte de las ventajas materiales que me reportó el
crimen (tsi hasta duermo mejor!), mi mujer y sus ayudantes (suegra,
hermanos, primos, etcétera.) sienten desde aquel día, sobre sí, una doble presión
que los humilla a su verdadero estado de siervos. Se sienten cómplices,
obligados por el silencio, y al mismo tiempo, profundamente temerosos de una
agresión sanguinaria. Mi mujer, por ejemplo, valga el caso, antes de ser yo
criminal, cada vez que le negaba algo, se ponía a dar unas pataditas nerviosas
que me afilaban los nervios como lápices Ahora ahora no le falta nunca un
botón al calzoncillo sY qué decir de la suegra? No se atreve a acusarme,
porque tendría que cargar con la hija de nuevo pero no me hace ya ni una
chispa cuando habla, por temor a que, por la noche, cuando todos duermen, haga
con ellos lo que con el sobrino de doñaFela Pero sy los hermanos? Hombres
de seis pies con perfectas voces de vicetiples nunca más me han dirigido la
palabra tY cuidado, que antes me ponían unas voces de trueno que daban ganas
de abrir el paraguas!
El asesino en la sociedad
La sociedad, por ser un cuerpo de engranaje mucho más complicado que el de la
familia, exige a sus triunfadores eminentes cualidades que no siempre aparecen
perfiladas por la mano generosa de la naturaleza (Antes de seguir, como
usted lo notará, yo debo confesarle que esta parte me la ha hecho un amigo mío
que es medio literato Por eso está así con tantas palabritas) Y aquí del
asesinato como profunda escuela para el perfeccionamiento de los atributos del
carácter. El hombre que ha cometido un crimen adquiere hasta su máximo la
facultad del dominio propio. Como en cada ser aprende a sospechar un
investigador de su delito, acaba por independizarse del mundo y formar él uno
propio regido por sí mismo. Este constituirse en un sistema solar autóctono lo
libra de los mil imperativos con que agobia al hombre la estupidez social y la
ñoña sensiblería burguesa propicia al escándalo llorón a cada pequeña desgracia
casera Y esta independencia de su ser sensitivo es lo que mayormente lo
capacita para trepar en la vida. Si el asesino, a más del placer puro del
crimen, sabe sacar provecho de su acto, he ahí la fórmula del hombre preparado
para merecer los más altos favores del poder y de lafama Ya sé que saltan a
la boca un puñado de nombres, antiguos y actuales Pero basta con citar un
nombre de todos conocido (Aquí me dan ganas de hacer una encuesta a los
lectores, para ver qué nombre pongo, como hacen los periódicos; pero ante la
dificultad, desisto.) Pondremos a Napoleón, cumbre del asesinato, genio del
crimen, que supo, inmune a las minucias del escrúpulo, deshacerse de quien le
estorbó, lo mismo en la vida pública que en la privada
Pero, tah, caramba! Mi entusiasmo al explicar los beneficios de la profesión me
habían hecho olvidar mi propio caso. Y realmente, para el hombre que no está
acostumbrado a «estas cosas de gabinete», lo mejor es poner un ejemplo. Así
resulta más fácil dar a conocer las ventajas del método empleado. En primer
lugar, hay que decir algún día, de una vez para siempre, que los crímenes no
reconocen más que una causa: el odio. Odio a la vida de otro, a su amor, a su
propiedad, a su gloria el mismo suicidio no es más que un odio a sí mismo.
Sí. Está probado. El odio es el único móvil del crimen, y el mío no iba a ser
una excepción. Yo también maté por odio; por un odio que fue creciendo sin
cesar, hasta convertirse en una pasión funesta y cegadora que llegaba a
manifestarse aun en contra de las conveniencias sociales y que hizo germinar en
mi mente, inédita para el delito, las más extrañas imágenes Pero fue preciso
que el choque de guaguas de que hablé al principio, y que porno sé qué ocultos
senderos me llevó al pensamiento del crimen, pusiera un poco de orden en mis
intenciones y me obligara a trazar un plan vengador. Porque cometer un
asesinato y hacer un edificio viene a ser lo mismo: se hace primero el plano y
luego lo demás. El crimen realmente sólo tiene dos fases difíciles y graves: el
acto mismo en sí y la ocultación del delito.
Yo, como es natural, sólo pienso dar algunos detalles de cómo cometí el
asesinato y algunas señas generales y vagas, aunque verdaderas, porque si las doy
todas la policía es capaz de dar conmigo
En una cama llena de chinches, dentro de un cuarto de película pobre, en la
azotea de la casa de doña Fela, vivíamos mi mujer, mi perro y yo. Doña Fela
tenía «un sobrino» Debo confesar que era joven y de bella presencia. Su
pelo, negrísimo, era citado con una frecuencia irritante, lo mismo que sus
gracias y sus conquistas En realidad no era sobrino de doña Fela, la dueña
de la casa de inquilinos donde vivíamos, pero creo que su mismo hijo, molesto
por la preferencia que se le concedía en la casa, y especialmente en la comida,
le dijo un día, casi violento: —tCaramba, mamá. Ni que fuera su sobrino! Y
se quedó ya con el apodo, aunque se comprendía que para él era mucho más
agradable que lo llamaran por su nombre sonoro que yo no puedo dar aquí, para
no comprometerme El mismo día que nos mudamos para aquella maldita casa
cobré por él uno de esos odiosinstintivos que nunca fallan Mi fox terrier,
con esa armonía con que siempre hemos llevado nuestras opiniones, pronto se
alió a mi inquina y se llegó a manifestar tan violentamente contra el
insoportable inquilino que tuve que encerrarlo. A mi mujer, en cambio, aunque
no se atrevía a decírmelo, se adivinaba que le caía bien aquel buen mozo sSe
concibe que un hombre violento pueda vivir al lado de un ser al que odia? Pues
yo estaba haciendo aquella vida, entre los: «tChico, no seas exagerado!» y los
gruñidos restauradores de Bob. Un día Bob pudo escaparse del cuarto, bajó la
escalera y en el corredor estrecho se le fue encima El corrió cobardemente
huyéndole al perro y al verse alcanzado se defendió chillando y manoteando como
si fuera un gato Aquel día hizo el ridículo ante todos los vecinos, y aunque
tuve que amarrar a mi perro en el cuarto, me sentí satisfecho hasta el fondo
Pero esto se acaba pronto. Yo me irrito todavía pensando en aquello. Se
acabó Se acabó Una noche, cuando todos dormían, yo entré de puntillas en
su habitación, con el hacha de la cocina en la mano Estaba tranquilo
dormía bien respiraba a compás no había ruido, en la madrugada de la
casa y yo le descargué el hacha con fiereza antigua y hambrienta de la
sangre Hizo un movimiento ágil con la cintura, pero se quedó Bob le saltó
encima y le clavó con furia los dientes y se puso a mover la cabeza como la
hélice de un vapor yo todavíalo aparté un poco y le di otro hachazo en la
cabeza destrozada Cuando uno empieza ya todo es como el agua de la catarata,
que se derrumba sin remedio Al acabar sólo tuve este reproche en mi
conciencia: Ya mi mujer más nunca lo mirará con esa zalamería hipócrita y
prometedora Eso fue todo, y me sentí tranquilo En realidad Bob fue más
cruel que yo Pero, scómo ocultarlo? tAh, amigo! Esta es la parte difícil. Por
mi parte sólo puedo decirle que, a pesar de todas sus pesquisas, doña Fela más
nunca supo a dónde había ido a parar «su sobrino» Ella misma, bien envuelto,
picado en pedazos, lo transportó, sin saberlo, en el latón grande de la basura
que recogen todas las mañanas a la puerta Fue cuestión de un par de días
y cuando yo vi, con mis propios ojos, que todo había terminado, pude dormir
tranquilo y soltar a Bob tYa no aullará más nunca a la puerta de mi cuarto
en las noches de frío!
A fojas 72
El misterio de un muerto que nunca estuvo vivo
sSe puede matar a un hombre que después de muerto su nombre no aparece entre la
lista de los vivos? sUn hombre a quien nadie jamás conoció; a quien nadie jamás
vio; de quien nadie jamás oyó hablar; un muerto que no reclamaba desde la
tumba, con las mil voces del recuerdo,
como hacen todos los seres difuntos, el lugar que dejó vacío en la vida? sSe
puede matar a un muerto; a quien nunca dijo, vivo: «tsoy!»? Este es el
problema. Si yo fuera rico haría como losperiódicos en los crímenes
sensacionales: «t$500.00 a quien descubra el enigma!»
El que trabaja en la máquina de escribir de un bufete se parece a un arriero de
mulas por las lomas de Oriente Todo el día un sonido monótono en vez de
subir y bajar las montañas, subir y bajar el papel por el rodillo en vez del
horizonte de la cima de las cuestas, el límite descansador de cada: «Por tanto,
a la Sala suplico» en vez del final de los pueblos, el horizonte de las
cinco de la tarde Todo el día un sonido monótono en vez del campanilleo
del arria, el triquitriqui, triquitriqui del tecleo Igual que un arriero un
empleado de bufete Pero a veces sucede algo como esto. Se encuentra uno la
copia de unos autos interesantes incoados hace años por doble asesinato. Tan
interesante me pareció la lectura, que al final pensé que algún día yo acaso
pudiera darle forma de un cuento de esos que asustan. Pero no he podido y todo
lo pongo como fue, que fue así: El prólogo es este: una mañana, los niños de la
escuela, escondida entre árboles grandes como sombras, al llegar a la misma se
encontraron al maestro sentado en su mesa, mirando fijamente un cuaderno, como
si en él hubiese un tremendo problema de multiplicar por cuatro cifras. Los
pupitres estaban desbandados, como si durante toda la noche sólo hubiese habido
en el aula un recreo de fin de curso, cuando van a empezar las vacaciones. No
se sabe por qué el maestro no contestó losbuenos días, pero en cambio, cuando
comenzaron los muchachos a moverse, levantó la cabeza y con los ojos feos,
grandes, amarillos, o tal vez rojos, igual que la yema de un huevo de gallina,
dijo, salpicando la saliva y con terrible voz, que no había clase porque no le
daba la gana de darla; y que se fueran pronto o los mataba a todos Tal vez
«un poco» temerosos por la expresión del maestro, pero sin duda «indignados»
por la noticia de que no había clase, porque el maestro no quería, como si el
maestro también pudiera «comerse las guásimas» como cualquiera de ellos,
salieron los niños de la escuela un poco más que aprisa yéndose para sus casas,
y por el camino, como hormiguitas que salen de la cueva, avisaron a los que
iban para ella, que se volvieran porque el maestro los iba a matar a todos. En
sus casas, como es natural, también lo dijeron; los papás se indignaron y
alguno, descendiente de Hernán Cortés, se dispuso para ir a pedir explicaciones
por esa actitud tan fuera de lugar. Pero no hizo falta Allá se fue el
alcalde, y el maestro, hasta entonces modelo de hombre pacífico, lo recibió
peor que a los niños y no tuvo otro camino que coger pronto el del pueblo con
un paso gimnástico que realmente no era el que requería su dignidad En
cuanto el señor alcalde se sintió fuera de la zona de influencia de la escuela,
se indignó y se fue al cuartel de la Guardia Rural contando lo ocurrido. En el
acto salieron para allá trescaballos, un sargento, dos soldados y el alcalde,
para prender al maestro. Pero no hizo falta. Antes de llegar vieron venir por
el camino al hombre, todo doblado, caminando trabajosamente. Tenía en la mano
un martillo. Lo rodearon y se paró. Entre la muralla de los caballos distinguió
al sargento y alargándole el martillo le dijo: —tCon este fue! El maestro se
sonrió un poquito y el alcalde se estremeció otro poco Entonces el sargento,
comprendiéndolo todo, puso esposas en las muñecas del maestro. En toda la casa
ni en sus alrededores se pudo encontrar el cadáver de la mujer. Sólo pudo verse
un charco de sangre en la puerta que daba al patio, y otro en el cuarto. Estos
dos charcos, el martillo, los ojos del maestro y su risita eran los únicos
elementos de que disponía el sargento y más tarde fueron todos los que tuvo el
Juez Instructor para formar el sumario. Las declaraciones de los testigos eran
todas iguales: la maestra era una mujer muy bonita, joven, quería mucho a los
niños y nadie le conocía nada malo. Era muy buena maestra. El maestro
tampoco era malo, pero se dormía en la clase por las mañanas
Nadie sabía mucho de ellos. Cuando se creó aquella escuela rural, ellos se
hicieron cargo de la misma. Resultó que sólo cobraban un sueldo, pero los dos
daban clase. No eran gente del campo. A la joven le regalaban gallinas y no se
las comía y las dejaba para criar. Parece que le daba pena matarlas. No se
sabía quiénes eran susamigos. Todo el sumario aparecía, como se ve, monótono y
cansado. A fojas 72 variaba la cosa y decía así, poco más o menos: «Señor Juez
Instructor: Señor: Estoy encarcelado. Bueno, sy qué? Antes estaba en
libertad Yo no soy asesino, es decir, sí lo soy, aunque no, porque el que
mata a una cochina y a un cochino no es asesino. sNo es así? Está claro
Usted tiene cara de ser hombre bueno e inteligente. Hasta ahora nadie ha podido
averiguar nada, y es muy difícil que nadie lo averigüe. tNadie puede decir
nada! tY ay del que encuentre la clave! tMe da pena, el pobre! Señor Juez,
yo hasta ayer no supe por qué me dormía tan temprano y tan profundamente. Ayer,
a los diez días del suceso, he caído en cuenta. Y sin embargo, está claro. Mi
mujer me dormía. tQué cochina, señor Juez! Me dormía, para irse con otro
tQué puerca! tY con cara de santa! tQué puerca! tYo no sé, no me lo
explico! tPorque yo, caramba no me lo explico por qué! Pero eso no es
lo asqueroso sesto no es asqueroso, señor Juez? Bueno, no será
asqueroso pero lo que sí es asqueroso es que él era tNo! sY a usted
qué le interesa, canalla? No, usted no Canalla, él tPero cómo un
hombre y una mujer, digo, dos puercos, llegan hasta ahí! Yo soy hombre
hombre es inverosímil Bueno, ella y él Dos asquerosos sí, señor
Dos asquerosos dos asquerosos dos cochinos Pero, óigame. Esto es
simpático: tLos maté amartillazos! tQué ruido más delicioso! tEso era
música! sUsted no me oyó aquella noche? tQué Caruso ni Sarasate, ni
nadie! Yo sí que soy músico Daba un martillazo en el cráneo de él y
sonaba qué sé yo un ruido nuevo luego daba en un seno de ella y hacía
juego con el ruido de él. Fue un gran concierto. Los aplasté por todos lados
tCochinos! Fue un gran concierto Óigame: tenían los sesos grises, y el
corazón medio gris también sNo se lo dije? Como la piel de los cochinos
Pero yo me di gusto Toda la noche estuve dando martillazos Era un buen
martillo Con él armé nuestras camas y la de ellos Era un buen
martillo, sí, señor Un poco rabioso creo que se ensañó Bueno, es
disculpable sY qué le parece? sMi mujer desde cuándo era tan puerca?
tNo lo sé! pero me di gusto con el martillo »Fue una casualidad O ella
me dio poco narcótico, o el viento de la noche era algo frío, lo cierto es que
me desperté a la mitad No me desperté de pronto Sentía en el cuarto de la
puerca unos ruidos lejanos que se aproximaban despacio Después comprendí que
eran besos, risitas cortadas, suspiros, cosquilleos, pellizcos, mordidas y
yo todavía no podía levantarme ni creía nada tQué sabio! Sí, el verdadero
sabio no sabe nada porque lo ignora todo tTodo! Y de instantáneo sentí
llegar la luz anonadándome, sorprendiéndome, asombrándome, como si Dios lanzase
al soldesde la medianoche al mediodía Óigame, ssu mujer no le engañará?
Tenga cuidado, a lo mejor ya es tarde tPobrecito! »Bueno, pues me levanté
sin hacer ruido Es decir quise no hacerlo, pero cuando ya estaba casi en
pie, sonó un beso igual que un tiro de cerca, y sentí la herida, adentro,
afuera, en la cara, en toda la casa, en los años que se fueron y en los que
vendrán y se me salió el grito del dolor »Yo no sé lo que pasó después
Es difícil Sentí como que giraba dentro de un remolino que se parara de
pronto y volviera a comenzar Decidí no decidí nada pero de pronto me
di cuenta que que él, adivinando lo escaso de mi valor, se arriesgaba a
cualquier situación Yo sentí miedo miedo de mí, de que me viera y
huí pero al llegar a la puerta del patio vi brillar en la escalerita el
martillo Allí nos sentábamos ella y yo después de las clases tQué puerca!
tEs increíble! Yo la besaba y le decía y me escondí porque él, al
verme huir salía a arreglar la cosa tY se reía! Era valiente, sverdad?
Se reía se reía a carcajadas nerviosas Yo, escondido detrás de la puerta
también me reía me pegó su risa es bueno reírse Óigame y cuando
salió, de un martillazo le clavé toda mi felicidad en el cráneo y no se rió
más Rabiosamente seguí martilleándolo da gusto da gusto da gusto,
señor Juez
Luego entré de puntillas con el generoso martillo en lamano Ella estaba
desnuda, señor Juez (era muy bella muy blanca), arrodillada delante de
un Cristo La cama estaba en desorden y le metí dentro del cráneo mi
corazón un poco seco desenterré el martillo y desbaraté con él al Cristo
El martillo es una buena arma Le hundí los dientes de un martillazo y quedó
como una vieja muerta Estaba fea Canté un rato Lloré como los artistas
cómicos Reí como los enfermos Toda la vida cabe en una noche, señor
Juez La noche es más grande que el cráneo y desde que desbaraté el de ellos
ya no se ríen. Luego, si la vida cabe en un cráneo, cabe también en la noche,
que es más grande Yo estudié lógica en el Instituto La lógica es una
mentira los sofismas son silogismos bellos los silogismos son sofismas
feos toda la lógica es una necedad no sirve más que para aprobar el
bachillerato Uno y uno son dos luego junté los dos cadáveres en el patio,
en el sitio donde él se había caído, y bailé como los indios una danza
descompuesta aunque silenciosa una danza indo-egipcia yo la inventé
estaban horribles ya no suspiraban parecía que mascaban sangre
Pensé sí pensé y vi que tenían las rótulas sanas y se las astillé qué ruido
más curioso parecía como que se rompían huesos curioso muy curioso
pensé otra vez y entonces les partí los tobillos eran cuatro le di una
patada a ella y se viró para besarlo tQuécínica! Entonces me enfurecí y
los aplasté por todos lados otra vez por todos lados, por todos lados, señor
Juez Decidí ahogarlos para que acabaran de morirse y fui a buscar la sábana
de ellos que tenía mis iniciales tcochinos! Ella era una puerca, pero
él era un canalla porque él era él, y a usted no le importa Por tanto,
recogí todo lo suyo y le envolví en la sábana; lo llevé hasta el río y lo
lancé el río lo llevará hasta el mar y los tiburones Dejé pasar un rato
para que él se distanciara y la envolví a ella Era una puerca con cara de
santa Casi iba a amanecer cuando yo terminaba Fue una noche distraída
muy distraída, sí, señor Me lavé las manos y lavé el martillo, y me puse a
repasar las libretas de los muchachos hasta que un problema de multiplicar se
me hizo imposible 3 x 2 sUsted cree que mi mujer tuviera seis amantes?
tYo solo maté uno! tQué preocupación! Avíseme si conoce algún otro
Ella sí sabía mucha aritmética Bueno, me aturdió este problema de
multiplicar y los niños me sorprendieron tratando de resolverlo pero los
boté no tenía ganas de dar clase yo creo que merecía unas vacaciones
Óigame: mi mujer está en el cielo yo también iré allá y estaremos solos,
porque él no irá al cielo, porque los canallas son los únicos que no van a
él »Yo estoy tranquilo, pero si usted da a conocer esta carta cumplo mi
amenaza »Ya nos veremos esperosalir absuelto No se me puede probar
nada Muchas gracias, señor Juez De usted atentamente.» (Hay una firma.)
Nota: Aquí termina la carta que empezó a fojas 72. A fojas 70 y 71 hay una
comunicación del alcaide y otra del médico. La de este dice que el procesado ha
muerto por fractura del cráneo. En la del alcaide se consigna que como a las
doce de la noche el preso, después de haber estado escribiendo mucho rato,
había empezado a reírse como empiezan los perros a aullar y que lanzaba unas
carcajadas que espantaban al escolta que huyó hasta el extremo del pasadizo. El
hombre dice que unas veces sonaban como las voces con que responden los pozos y
otras estridentes y cortadas, como un pitico de globo de muchacho. Finalmente
llamó tres o cuatro veces a su mujer y se dio un golpe tremendo contra la
pared El escolta, hasta la primera luz del día no quiso volver a pasar por allí
En un estandarte rojo descansaba el preso y con las uñas desesperadas el muerto
escarbaba tranquilamente el piso
Otra Nota: sQuién sería el canalla? sExistió de verdad, o el asesino fue sólo
un loco atacado de repente? sSi el muerto estuvo vivo alguna vez, por qué nadie
lo reclamó? sAlguien tendría interés en ocultar tras la muerte su nombre?
sSería más vil el muerto que el matador? sSería? tHay tanta cosa
monstruosa en el mundo! sVerdad que se presta todo esto a un cuento?
Otra nota más: En la carta del suicida al Juez Instructorhay una posdata que
dice: «Le regalo el martillo; es un arma útil.» Vale.
El viento sobre las tumbas
Paderewski, con la bella cabeza estremecida, inexorable como el destino,
acababa de hacer desfilar bajo sus dedos geniales toda la lúgubre belleza de la
Marcha fúnebre, inmortal por sublime paradoja; y ahora, a la vehemencia
ardiente de sus manos, la tétrica hermosura del piano semejaba el regio
catafalco de un alma prisionera en el mundo, y el huracán de notas que
arrancaba al instrumento adolorido hacían parecer, como si el marfil uniforme
del teclado fuese un triste osario en orden de seres abandonados del recuerdo,
sobre el que pasara a ráfagas el viento tempestuoso de la noche Mi pobre
corazón, roto de angustia, allá, en lo alto del teatro, sufría el dolor de una
pena que no tiene nombre Acaso por la memoria de un ser a quien yo amé, hace
ya siglos Quizás por el presentimiento de un pesar que agobiará mi muerte
luego, bajo la eterna tierra en flor
* Chopin. Sonata No. 2. Tiempo final.
tEl viento sobre las tumbas! Pasó pasó sobre mi espíritu, y como una hélice
gigantesca hundió sus aspas en las aguas quietas de los dormidos recuerdos para
impulsar la nave de mis pensamientos por los senderos del pesar tPor qué
habrá tanto desgarramiento en el mundo! tPor qué, aunque el corazón sea
joven y el cuerpo alegre, el alma siempre ha de guardar tanto dolor en su fondo
hondo de mar! tChopin Padre de laangustia inexpresable! tEl viento
sobre las tumbas! Pasó pasó sobre mi espíritu y me puso quince años
atrás, en el escenario de aquella noche que merodea siempre por la tarde gris
de mi cerebro, enfermo y triste
Toda aquella noche pareció como si fuera un cuento escrito por alguien. Fue
así: La llama amarilla-rojo-negra del candil ondeaba como un gallardete de
playa y hacía un dibujo en vaivén, de círculos de luz sobre el piso de sombras.
El viento negro de la noche apretaba con furia el caserón y se metía silbando
por las rendijas, tejiendo hilos de frío adentro, en la habitación hueca y
enorme La lluvia apedreaba con rabia el techo de cinc y de pronto partía a
un galope frenético sobre las planchas trepidadoras, a pelotones cerrados y
delirantes Sultán, suelto e irritado, ladraba incansable, y su voz, profunda
y temible, se perdía como un hombre entre la multitud de cóleras del cielo
El dios Huracán destrozaba el monte con su loco torbellino, y los árboles,
desgarrados por la tempestad, unían el millar de sus quejas al inmenso lamento
de la noche atormentada Sultán dio una voz de bronce a la puerta y al mismo
tiempo un golpe tremendo nos conmovió a todos, mientras el perro huía entre
alaridos de dolor —Eso ha sido una rama gruesa de árbol que le ha dado a
Sultán —dijo el señor viejo—. Deberíamos entrarlo —continuó El perro vino
otra vez a aullar de cerca, débilmente, pero de súbito su grito se partió, yno
dijo nada más entre los silbidos rabiosos de la tormenta El señor nos miró a
los tres esperando, y yo comprendí Todos se pusieron a la puerta para
cerrarla en seguida al viento furioso, que a pesar de todo metió un zarpazo
apagando el candil y estremeciendo el techo Yo estuve solo entonces en aquel
mar de la noche, llena por el oleaje del viento negro y bravo —tSultán!
tSultán! Mi voz, como yo, se puso borracha en la ráfaga, e iba de mí a los
árboles y volvía de los árboles a mí, pero Sultán no contestaba En un
traspié caí sobre su cuerpo Una plancha de cinc arrancada lo había
decapitado horriblemente y la lluvia y las rachas del vendaval arrastraban de
lado a lado la hermosa cabeza del perro, llena de sangre y de fango Yo la
recogí del suelo y antes de llegar al secadero, las olas del soplo furioso
apartaron de mí las ramas en
remolino descuajadas de los árboles y los locos bandazos de una plancha de
cinc, que me zumbó de cerca como una peligrosa avispa inmensa
tEl ciclón en las montañas, en lo alto del mundo! tQué rabia del viento y de la
lluvia, que parecía un ser vivo y desesperado que en vano tratara de huir sobre
el monte! tYo, temblando de frío, anestesiado ya contra el espanto,
chorreando agua como un aguacero! tY la cabeza en sangre de Sultán sobre la
mesita, bajo la llama en fuga del candil, mirando impasible toda la vida atemorizada
del contorno desde las ventanas tranquilas desus ojos de muerto! sY para ver
todo eso había ido yo al campo a serenarme, a meter en mi espíritu enfermo un
poco del alma despreocupada y feliz de la vida de veras? No. (Y yo ya
monologaba, aislado de la noche y la tormenta.)
Para convalecer de una precoz enfermedad de mis nervios asustados; para que mi
palidez no asustara más a mamá, yo había ido a pasar un tiempo al campo, sobre
los caballos, entre los árboles, en las montañas, con el aire puro Era una
finca sobre las lomas, como a unas dos leguas de La Maya. Era de los García, y
yo iba a estar con ellos, con Constantino y Nicolás, mis dos compañeros de
colegio, que gozaban también las vacaciones de junio. (Eran dos muchachos que
un día llegaron hasta mi estatura, al siguiente me miraron desde lo alto,
bajando los párpados, y al otro, inclinando bastante la cabeza Tal vez hoy
sean ya como las palmas reales) A lo lejos, al frente, en el roto horizonte,
ponía un punto y aparte el supuesto aerolito que corona la mole gigantesca
negra-azul-verde-gris de la Gran Piedra. Y, hasta el confín, todo el rico valle
de Guantánamo a los pies de las lomas, con fragancia de cafetales y
plantaciones de cacao. Aún entonces en el valle no había más que lagunas de
caña. Hoy es todo un mar, verde y ondulante, que suena, que se lamenta como una
inmensa canción de guajiro desilusionado Y caminos ásperos para las bestias,
y caguairanes inconmovibles, majaguas numerosas, yagrumas llenas derumores en
el monte fresco y amable, pleno de canciones de pájaros innumerables (eran para
mí estrellitas fugaces, rojas, azules, verdes, amarillas) y cocoteros,
muchas clases de mangos, caimitos, nísperos, zapotes, mameyes, melones y
leche de vaca, espumosa y tibia, y paseo en carreta el domingo para comer
machito asado en pincho y alegres ladridos de Chiquitica; voces broncas,
repetidas por los ecos, de Sultán, enorme y encadenado Sol violento y agua a
torrentes tLa vida! Por la noche, en las hamacas, dormíamos en un rincón
de la casa que servía para extender el café en la recogida Dormíamos lejos
de la casa de familia, y como acabamos los tres de entrar en la juventud, a
todos nos gustaba presumir de haber sido protagonistas en alguna historia del
amor perverso del que no es amor Pero Constantino leía tanto, que era
invencible
Aquella noche era distinto. Con nosotros estaba en el secadero (yo no me
acuerdo ya si aquello era un secadero o qué bueno, no importa) el mismo
señor viejo que con la mirada me dijo que fuese a buscar el perro. Había
llegado a la finca casi de noche, con el ciclón ya encima, cruzando el río,
estrecho ya y precipitado, y ladrando igual que un perro enorme Era un señor
muy estimado en la casa, que tenía sana y limpia la dentadura y blanca como la
barba. Era un viejo señor de Santiago, de estos hombres de edad que saben
muchas cosas; que cuando cuentan cosas antiguas alos jóvenes les parece que a
ellos les va a ocurrir lo mismo en el futuro; que son fuertes y amables y que
prefieren siempre la compañía joven de los muchachos alegres tYo quisiera
ser así si llegara a ser viejo!
sCuánto tiempo estuve yo así, callado, evocando cosas lejanas a la noche
interminable y terrible? Yo no lo sé Sólo recuerdo la voz de la tormenta
tQuisiera encontrar palabras que soplaran, que silbaran, que descuajaran las
letras y las rompiesen en pedazos, para poder decir cómo fue todo aquello!
Después que yo salí de mi inexplicable tristeza en la evocación de tanto
panorama limpio y alegre, todo aquella noche siguió pareciendo como un cuento
escrito por alguien Al ver la cabeza inmóvil de Sultán, tan pronto a la luz
como a la penumbra, y al recordar los pases de torero que me dio la plancha de
cinc, yo tuve un pensamiento estremecedor Y lo dije en voz alta y como
preguntando: «sSi en vez de traer yo la cabeza del perro en la mano, hubiera
entrado por la puerta Sultán con mi cabeza en la boca?» Algo pondría yo en
la voz de misterioso, de triste, cuando nadie se rió En ese momento fue que
me di cuenta de que el ciclón estaba pasando Ya el viento sólo gemía como un
herido valiente y la lluvia se escalonaba a trechos de tiempo sobre el cinc
Ya empezaba a meterse en el espíritu el alma de desolación que sigue a los
grandes desastres Mi imaginación desesperada empezó a ver en cada
árboldesgajado un esqueleto en pie, inservible ya al refugio de tanto pájaro
huérfano La idea de la muerte me hizo recordar a Sultán, y me atormentó la
imagen de su cuerpo mutilado y muerto, la inclemencia del tiempo, del viento
sobre su cadáver, pasando como adioses Y todo lo dije con una profunda
tristeza Entonces fue que el señor hizo la historia inolvidable Entonces,
cuando el viento comenzó a quejarse en vez de rabiar cuando pedía con
angustia un abrigo, colándose medroso por las rendijas para esconderse en el
hueco de un rincón Yo lo recuerdo. No se me olvida. Así empezó: —tMuchacho,
lo que has dicho! Yo también siento algo extraño ahora. tPero tú estás enfermo!
Vas a parar en loco o en literato, como mi hijo, que no sé cuál de las dos
cosas es, o si es las dos a un tiempo. tEl viento triste sobre el cadáver del
perro! tEl viento sobre los muertos, sobre las tumbas, pasando por los
cementerios! De veras, es algo confuso el pensar cómo habrá sido el ciclón
pasando sobre el cementerio tQué voces más raras entre los sauces y las
cruces y las alas de mármol de los ángeles! No creas, se le ocurren cosas
raras y tremendas a los hombres como tú, pero en el mundo también pasan sucesos
espantosos Lo fue diciendo todo, así, extrañado al principio, lento después,
y acabó con un tono de tristeza rencorosa, como si hablase él mismo con algún
recuerdo a distancia Pero no hubo que hacerle otra pregunta que la denuestro
silencio absoluto. —tHay en el mundo hombres tan viles, que no tienen perdón!
Lo que yo les voy a contar es una historia de tiempos atrás, del siglo pasado,
cuando el cólera pasó su mano verde-amarilla y pegajosa sobre Santiago de Cuba.
Me parece que el cementerio aún estaba allá, por el Campo de Marte, detrás de
lo que ahora es la Escuela Normal. En aquella época oscura la gente imaginaba
que un sepulturero era algo parecido a un verdugo, de lóbrego y funesto, y en
cuyos labios acaso era blasfemia cualquier canción de alegría. Aquel ser, que
vivía al lado de los muertos, se pensaba que tenía también algo de muerto, y
por tanto, de terrible La gente le tenía tanto miedo como si fuera un muerto
con vida y como vivía en el cementerio, se contaba de él que por las noches
paseaba por entre las tumbas, pisando los fuegos fatuos y hablando con los
espectros De él se ha conservado el recuerdo gracias al odio engendrado en
la leyenda. Fue, según parece, un ser físicamente asqueroso, de espalda
montañosa y pecho en quilla de barco. Pequeño. Sucio. Con los brazos colgando.
Tuerto. Y era borracho además Realmente, echando el recuerdo hacia atrás, no
se explica uno bien cómo la humanidad vive y aumenta. Santiago, primero, tuvo
las invasiones de los piratas y corsarios, que mataban, robaban, violaban y se
despedían con el incendio y la degollación. Terremotos luego, y tla peste!
tEl cólera, el vómito negro, la viruela quedejaban vacías las casas como una
calavera hueca ya y podrida Y sin embargo, Santiago crece en el mismo lugar,
y está joven y tiene una vida viva tPero, el cólera! Mi memoria alcanza
hasta el espanto de una de las últimas invasiones Se cuenta que en la época
en que sucedió esto morirse era una cosa tremenda y violenta; un desgarramiento
agónico, un destrozarse las tripas como si ellas mismas lucharan;
un remolino de dolor y de rendimiento que todo era nada más que cuestión de
unas horas llenas de sangre y de pus vomitado Así cargaban a la gente y las
enterraban pronto, sin ceremonias religiosas muchas veces, para evitar el
contagio. El pánico se sobreponía al dolor familiar, porque cuando entraba en
una casa difícilmente se iba la peste sin dejarla vacía. Por eso, apenas el
espasmo de la agonía estremeciendo el cuerpo enfermo denotaba la muerte, se
sacaba primero el cadáver y luego se lloraba un poco y se baldeaba la casa, se
hacían humos y se rezaba a la Virgen del Cobre Años después se vio que mucha
gente fue enterrada viva. Hubo hombre fuerte y mujer sana, que después del
ataque tuvo fuerza para reaccionar y se encontró ya, espantado, bajo la tierra,
vestido de ataúd tQué cosa terrible! Y sin embargo, fue verdad muchas veces,
porque al desenterrar muchos cadáveres, cuando pasó la peste y se quiso, por el
que pudo, dar mejor sepultura a sus muertos, a más de uno se encontró con el
gesto en convulsióninenarrable, vencido por la asfixia, dentro del mundo negro
de la caja sepulta Esta historia, en realidad, fue un caso de estos y me la
ha recordado este muchacho —y señaló para mí, callado— con su evocación del
viento pasando sobre las tumbas del cementerio. Sólo que esto fue mucho más
terrible. Se cuenta que uno de los días que llevaron a enterrar más cadáveres,
ya al atardecer, trajeron en un carro blanco un ataúd lujoso y blanco también.
Lo dejaron, le dieron dos monedas de oro y se fue llorando y aprisa la gente
Aunque había contratado a varios peones para abrir los huecos, ya era muy tarde
y estaba cansado, y, además, aquella caja era para un nicho, según la
instrucción recibida. Aquel hombre, según se decía inmune por el ron a la
peste, robaba a los muertos. Cuando se fueron todos, medio borracho, levantó la
tapa y se encontró con la cara de una linda muchacha. A pesar de la palidez de
la muerte y de la angustia dolorosa de la enfermedad, en el ataúd blanco,
vestida de rosa, era aún una bella muchacha que dormía. Un pequeño crucifijo de
plata le habían puesto en las manos sobre el pecho y un collar de esmeraldas en
oro le daba vuelta al cuello y se metía por el busto. El sepulturero la miró
asombrado, acercándole el farol a la cara. Luego, le quitó el crucifijo; le
quitó las sortijas, cogió el collar y metió la mano en el busto tocando los
senos firmes y que aún no estaban fríos Los palpó largamente y los
apretaba Y todolo hizo en un desbordamiento monstruoso de lujuria de hombre
repugnado por las mujeres Cargó a la joven muerta y la violó en su cama
puerca Pensaba, «aquello» que era un hombre, que jamás una virgen muerta
reclamaría su honor estrujado de tan vil y repugnante manera Pero, a la
madrugada, el cuerpo estaba tibio respiraba débilmente Enloquecido de
miedo, espantado, le puso una venda en la boca y lo metió en el ataúd, clavando
rudamente la tapa, y cuando llegaron los peones, lo encontraron ya tapiando el
nicho tJamás pudieron explicarse cómo había podido llevar él solo la caja
hasta allí y subirla luego! Pero los muertos no se van por completo del
mundo, si no se van tranquilos, según dicen, y parece que es verdad. Ya aquel
hombre jamás estuvo bien. No tomó más nunca, por miedo a hablar, y se volvió
tan espantoso todo él como un loco que fuera asesino Cuando pasó la peste,
aquella familia rica quiso hacer un mausoleo de mármol a la memoria de aquel
ser querido Con un temblor indomable, delante de los familiares, el
sepulturero dio dos débiles golpes de mandarria en la boca del nicho le
respondió el vacío con su sorda voz y el hombre cayó convulsionado y lleno de
espanto. Intranquila la gente, uno tuvo valor para romper la débil pared de
ladrillos y cuando cayeron estos, dentro no había nada nada solo salió,
como una mano tibia y suave, un lamento largo y lastimero que pasó sobre los
hombresestremecidos, sobre las tumbas del cementerio, y se perdió en el aire
camino del cielo
Todo lo confesó, llorando; pero lleno de espanto, con un miedo terrible a que
las cosas no hubieran sido como él las había hecho, no pudo decir por qué el
cadáver no estaba allí Tampoco nadie pudo decir por qué el sepulturero fue
encontrado luego, con la cabeza aplastada, frente a la hilera de nichos
tPero hay delitos que en el mundo no tienen castigo!
Y cuando el viejo señor terminó, todos los que oímos su voz, repleta de tiempo
y de un rencor siempre joven, sospechamos ya, en el silencio asustado, que
aquello era algo más que una leyenda macabra
Páginas de la alegre juventud*
Para leer con emoción, cuando lleguemos a viejos PERSONAJES:
Un gridiron de fútbol intercolegial. El eleven invicto del Atlético. Un grupo
de graciosas muchachas normalistas. Otro grupo, vivo, de simpatizadores del
Club. Muchas de las reliquias de los Tigres. Un touchdown. Un punto adicional.
Los joyas! Y los tfuácatas! Todas las frases posibles del Club. Los fanáticos
de los stands. El trueno de los aplausos y el Tiempo, en el reloj del
timekeeper.
ESCENARIO:
Un poco del amor de los jóvenes.
«Formación A-55-42-43» «tSignos!» «Formación A-84-42-63»
«tSignos!» «Caballeros, por su madre, cállense que nos van a penalizar!»
«Formación A-77-42-27-19» tPrummmmmm! «tBuena entrada, Mañach!»
«Atlético segundo down, seis yardas porganar» «tSigno atrás, pronto!» Y
bajo la cúpula aritmética de diez espaldas fuertes, el quarterback escondió su
voz con la fórmula de un end run peligroso (Léase ahora bien bajito:
«Elpidio en la línea, Mario con la bola»)
Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla
Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla tJoooyá Joooyá Joooyá!
tCachúm! tCachúm! tRah! tRah! tCachúm! tCachúm! tRah! tRah! tJoooyá Joooyá!
tAtlético! tAtlético! tAtléticooooo!
Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla
Plaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplaplapla
«tNo, no valió!» «tCaballeros, no se entusiasmen que el Chino estaba agarrando
ancho!» tFuííí! tFuííí! «tLadrón!» «tBandolerooo!» tFuííí!
tFuííí! «tBandidooo!» «tCaballeros, qué robo!» «tEsto nada más que le
pasa al Atlético por permitir esos jueces!» «tSí, hombre, también el Chino
se está buscando líos!» «tPero qué piernas tiene ese Mario Pelota!» «tSe
iba, no se ocupen deso, que se iba!» (ttt!!!) (Estos signos representan las
palabras y exclamaciones de Florimón La Villa. No se ponen aquí, porque son
demasiado
conocidas y, además, todo el mundo pudo oírlas desde el stand El referee a
La Villa: — Cállate, o te boto del terreno! Cuando se acabó el escándalo y
se reanudó el juego, apenas el quarterback se puso a cantar la nueva formación,
el silbato del field judge vino a quitarle al Atlético su chance de anotar,
indicando el descansodel half.
Nota. Aquí no tiene que hacer nada ningún crítico con su opinión. No hace
falta. Todo está escrito con un admirable sentido de la despreocupación en el
estilo, como lo haría un muchacho del Club, donde «afortunadamente» no hay
literatos. Y esto no es un cuento, sino varios pedazos de historia. He tratado
de meter todos los personajes posibles. Si falta alguien del Atlético, hay que
echarle también algo de la culpa al Loco Mañach. Si alguna formación es tá
mala, la culpa es del Pollo. Y con respecto al team de la Universidad,
Torriente lamenta no acordarse así, de pronto, de más muchachos, pero cree que
citando a Guernica, que sabe dar la mano con sinceridad, lo mismo ganando que
perdiendo, todos pueden sentirse honrosamente aludidos. No ha podido darle más
vida en el juego al eleven de la Universidad, por desconocer su mecanismo
interno; el hecho de que ganemos tan sensacionalmente no puede sorprender a los
muchachos del uniforme rojo y blanco, porque más de una vez así sucedió de
verdad. Y que sea dicho con todo el sportmanship de que es capaz un tigre.-
P.T.B.
Grandes y cansados, poderosos y lentos, como bueyes bajo el mediodía, los once
atletas del Club, con un buen grupo de duras palabras en la boca para el
lineman, vinieron hacia el banco, en donde se enardecieron de nuevo en las
violentas discusiones, mientras Prats les echaba agua por la cabeza como a los
gallos de pelea Entonces fue que Pancho Fernández, elviejo tigre incansable,
el hombre «que más fútbol sabe en Cuba», metió su voz llena de serenidad entre
el tumulto airado de los muchachos violentos, y todo el mundo se calló: —No hay
nada perdido. Se están defendiendo muy bien. Ellos tienen seis puntos y
nosotros cero, pero queda la mitad del tiempo para empatar y ganar. No nos han
enseñado nada y últimamente estábamos dominando Con un touchdown empatamos,
y si hacemos el punto, el juego es de nosotros —Sí, hombre, sí —dijeron
Sergio Varona y Castillito, los periodistas de corazón atlético—. El Pollo lo
que tiene que hacer es barajar sus hombres más El coach Yeyo Adán, nervioso
y esperanzado, decía, como en el estribillo de un son: —tHay que tacklear y
blockear! Y se pasaba la mano, abierta en peine, por la cabeza sudada
Pero no todo el mundo estaba tan animoso. El que alguna vez se haya puesto la
armadura del traje de fútbol, sabe lo que es terminar el primer half con
anotación de seis por cero en contra. El team entero sabía que si los
contrarios no les habían enseñado nada, ellos tampoco habían podido enseñarles
nada a los contrarios. El Espiritista, con sus piernas maravillosas, en una
ocasión evitó un touchdown franco; pero también había perdido terreno dos veces
llevando la bola en los triples pases. La Foca Rodríguez y el Chino Puig habían
dado muchos tackles detrás de la línea de scrimmage; Elpidio Domínguez y el
Loco Mañach, a cabezazo limpio, barrenaron la líneavarias veces; pero, en
cambio, Mario Pelota y el Pollo Álvarez estaban corriendo sin interferencia
alguna. A Mike Mazas, el Beau Brummell del Atlético, le cayó en los brazos un
forward enemigo y antes de salir de su asombro ya estaba tackleado. Al Gallego
Soliño había que sacarlo del juego, porque según costumbre, ya estaba con el
tobillo fuera y gagueando más de la cuenta. A Angelito Álvarez, el formidable
tackle de otros tiempos, sin aire y sin training, no era justo usarlo más del
quarter que ya había estado en juego, y tampoco podía contar más con el Chino
Puig, expulsado por armar bronca, ni con Betancourt, ya con el brazo roto. No
está, pues, tan suave la cosa
Y en el lado contrario se sentía la alegre efervescencia de la victoria. Los
fotógrafos estaban retratando a todo el mundo. Allí estaba Guernica, el joven
center que había sido una revelación;
toda la gente de la línea, fuerte como en ningún otro año: Bolcheviqui, Viego,
Sarasa, Segundo Díaz, Rivas Vázquez, Hidalgo, Maceo, Cabal Y el backfield,
lleno de habilidad y de espíritu, en donde se destacaba Tino Argimón, que hacía
cambiar el aspecto del juego cuando entraba a cantar los números; Michelena, el
ex tigre siempre peligroso; el Camagüeyano González, indescifrable en sus
entradas por la línea y que poco después, por un golpe, tuvo que salir del
juego acaso para siempre; Figarolilla, los Hernández, Wilrick y Masó, el gran
pungleador. Rodeando al grupo, encuyo centro estaba mister Kendrigan,
ampliamente sonreído en la espera de ver, tpor fin!, cómo podía ganarle al
Atlético, había algunos de los antiguos jugadores, como Ronquillo y Campuzano,
otro atleta que fue del «Glorioso Anaranjado». Toda aquella gente estaba
animosa y entusiasmada, y había que contar con ellos No estaba, pues, tan
suave la cosa
En los stands
Ahora va a pasar sobre los stands la visión en recorrido de una lente
cinematográfica. Sígala el lector con interés, pues allí estaban sentados,
nerviosos y llenos de dignidad, los dieciséis años en que el Club había sido
campeón de Cuba Estaban el millar de fanáticos de «joyas» y «de banderita»,
como les dice Rafael García, y que llenan la sala del Atlético, orgullosa de
tanto trofeo, cada vez que se gana un campeonato más Había hombres de edad,
de los que empezaron a estudiar para fanáticos en tiempos de España, cuando se
daban moñas y todas esas cosas y muchachos de pantalón corto que se sabían
de memoria los nombres de todos los jugadores del team Uno, al entrar,
dándose importancia delante de los amigos, me dijo: —Torriente, déjame llevarte
la cabecera para poder entrar, tanda! Y yo, como si se tratara de un
escudero, lo pasé a la fuerza igual que un touchdown, ante la admiración de
tanta mirada de chiquillo, cargada de simpatía (tQué bueno es ser héroe
alguna vez!) Pero también estaban los alegres muchachos del Club, entre los
que habíaalgunos que habían interrumpido el training, como Pradas y el
Camagüeyano Ramírez, muchos que no eran jugadores porque no querían quemarse,
como Bernardino Rodríguez, el mejor blockeador de los Tigres, y Mariano Garrido
(El Perrito); y jugadores futuros, como Bebo Guerra, Titá, Italiano
Petriccione, Dosal, Kiski, el Profesor García Camero, Valdés Rodríguez, Gonzalo
Hernández, Boche González, el Americano Sellard y Matusalén, y también Pepe
Rodríguez Knight, Arredondo, Ramón y Luis Miguel, Masjuán, Pumariega,
Telesforo, Sevilla, Gálvez, Catalina San Martín, Roselló, Iglesias, Pepe Serra,
Avendaño, Foquita Rodríguez, Valiente, Ñico Unanue y Filipino Nogales,
emperrado siempre en correr los tres mil metros a paso de baratillero, y
Miguelito Batet y Felo Fernández que habían colgado, entre un grupo de tigres
viejos. Guamacaro, Calvito, Rafael García, Evelio, Viña hablando de «cuando
le ganamos a Tulane» allá en los tiempos en que todavía el Pollo pedía el
biberón Fernando Navarro evocaba los días en que le marcaba el reloj, al
finalizar los cinco mil metros, tdieciséis minutos! Y Troadio Hernández,
ponía como testigo a Torriente de que varias veces había pellizcado los ciento
cincuenta pies con el martillo Pero había ya algo mucho mejor en las gradas:
un grupo de lindas normalistas jóvenes, uniformadas, que llegaron al final del
primer half.
Pepe Serra y Pumariega tienen la palabra y se esmeran todo lo que pueden
—tOye,mira quiénes llegaron allí, tú —le dijo Puma a Pepe Serra—. tLas
normalistas! sDe dónde habrán venido, así, uniformadas, hoy domingo? —Viejo, de
algún desfile tSi esas chiquitas no faltan en ninguna parte! El Loco
Torriente dice que marchan mucho mejor que el ejército —Torriente es un
exagerado, chico.
—Ningún exagerado, Torriente sabe más de la Normal que la misma Directora.
Además, compadre, que marchan con mucha gracia y son más bonitas que los
soldados Él se pone a imitarlas en la ducha: «tAdelaaaaanté! Un Dos
Un Dos» —Torriente y el Pollo están guiñaos por dos chiquitas de esas
pero que va, viejo, eso no camina —Yo conozco algunas de esas: mira, es
aquella rubita que habla mucho la muchacha de Torriente. Es un personaje, dice
él: es recitadora, hace comedias, echa discursos tqué sé yo! Se llama
Teté Casuso La otra rubia —Sí viejo, ya me la sé de memoria, es Susana
Arredondo, la jugadora de basket, como su hermana Berta Veo mal al Pollo
ahí Por ese end no anota él —Bueno, mira aquella siempre seria y
simpática, la de los espejuelos negros, es Sylvia Rivas; aquella que está
siempre sonriéndose tiene un nombre extraño de artista Se llama Halevy
Yolanda León sQué te parece? —tFormidable, viejo! —La otra, la más alta y
gruesa, es Olga del Busto De seguro que está sentada sobre un puñado de
novelas; aquella otra chiquita, que cabe en un bolsillo, es Tina Morín
Fíjate,la que está hablando con Teté Casuso, es Dalia Íñiguez, que también es
recitadora y además pianista y cantante Esther Morales es aquella
muchacha es un milagro si no se está aprendiendo alguna lección en voz
alta Y la más trigueña de todas, esa que tiene un perfil dibujado de camafeo
antiguo, es Tina Pérez Si Torriente estuviera aquí te decía el nombre de
todas, pero yo ya no conozco a más ninguna tAh, no, mira! Aquella que
también habla mucho es Monona Acevedo, que siempre está imitando al
Gobelnadol —tBueno, viejo!, pero tú te has figurado que estás pasando lista
en algún colegio? tYo no te he preguntado nada, chico! Estaba pensando que
deberíamos decirle a esa gente que estas muchachas los están viendo jugar. —No te
ocupes, que el Pollo y Torriente se pegan como unos animales en cuanto lo
sepan Sobre todo el Torriente ese, que es más romántico que no sé qué
Siempre anda con un libro sTe has fijado? —tOye, viejo, es una idea
fenómena! tVamos a decírselo pronto! Atropellando a la gente bajaron
precipitados las gradas y llegaron hasta el grupo de los jugadores, tirados en
el suelo y masticando hielo —tOye, Torriente!, ssabes quiénes están ahí?
tLas normalistas, viejo! tY parece que están contentas con el score en
contra! —Y está también la chiquita esa de quien siempre estás hablando, y
la rubia a quien le está fajando el Pollo —Vaya, caballeros —dijo alguien—,
ahí tienen la oportunidad deno seguir haciendo el ridículo Hagan ahora como
en la película que vimos la otra noche: ganen el juego, y al final, ya saben
tComo en la película! tQue no hay muchacha que se resista a dar un beso
después de un touchdown!
El silbato del referee anunció el final del descanso, y Yeyo hizo las sustituciones:
Mazas, el médico, por Soliño; Pechín, por Mañach; Álvarez Morán, por Mike
Mazas; Rossen por El Espiritista; Garmendía, por Rodríguez; Torriente por el
Chino. Pero nadie se ponga a hacerle cosquillas, caballeros Y que nadie
hable y haga todo el mundo lo que le diga el Pollo, sin ponerse a discutir
tMucho corazón y a anotar! Primera vez en su vida que Yeyo botó la pelota
haciendo sustituciones —tArriba, Atlético! tCorazón y lo otro!
—animaron los muchachos del banco
Los tjoyas! estremecieron de nuevo el aire, y casi perdido, sonó el cheer
fresco de las muchachas simpatizadoras del Club:
tFuácata que fuácata que ja, ja, ja! tPrángana que prángana que chau chau chau!
tFuácata que prángana que who are we! tWe are the boys of the C. A. C.!
tCánibal cánibal sis bum bah! tAtlético! tAtlético! tRah! tRah! tRah!
dado por Estela y Josefina Rodríguez, Dora Mazas; María Rosa, Mimí y Elsie
Salmón, más atléticas que la bandera, Kila Bauzá y Victoria Torres, una pequeña
muchacha animosa. Y capitaneadas todas por Cuca, ya nada menos que la joven
señora de el Loco Mañach
En «la yerbita»
«tAtlético,ready!» «tReady!» «tCada uno a su hombre!»
..
«Bola en la yarda 60. Atlético, primer down, diez yardas por ganar.» «Formación
A-27-11-58-67-80» tPlummmmmmm! «tBuena, Pollito!» «Atlético, 21 down,
siete yardas por ganar» «Formación A-25-87-23-55-17-92» «tCuenta hasta
seis y sal enseguida, Torriente!» —tFumble! tPerdimos la bola! —tNo, no,
la recuperó Elpidio! —tMenos mal! —Oye, Mazas, viejo déjate de tanta poesía
y pasa mejor! —tColócate tú bien, es lo que tienes que hacer! «tAtlético,
tercer down, quince yardas por ganar!» «Formación de pateo:
53-99-24-57-18» «tDéjala, déjala, déjala! que es touchback!» Y así, de
la yarda ochenta a la ochenta, la pelota cambiaba de team, y el tiempo corría
«a paso de cuatrocientos metros» en la pista del reloj del timekeeper
Otra vez en el stand
—tCaballeros, se le acabó el cuento al Atlético! tAlguna vez tenía que ser! tYa
hay que ir pensando en el año que viene! —tCompadre, cállese! tUsted siempre
está de luto! tHasta el último segundo estoy yo esperando ver ganar al Club!
tTodo está en que Pelota se enrede con la bola y se va, no se ocupe deso!
Las burlas a los viejos tigres inconmovibles salpicaban la sartén hirviente del
stádium, ty quemaban, como la manteca de las papas fritas! tPero, qué rabia
que la muchacha a quien se quiere le empiece a tener lástimaa uno! Las
normalistas comenzaban a decir: —tLos pobres, ya no ganan! —tOye, ustedes no
eran a las que no les importaban el Pollo y Torriente! A un tiempo: —No, si no
nos importan, pero nos da pena que pierdan, los pobres después de tanto
golpe como están cogiendo. sTú has visto cómo se tiran? —Chica, yo no sé cómo
no se matan —tQué, si están más fuertes que un examen de junio, muchacha!
—tEl último quarter! tArriba, muchachos, arriba, que ahora anotamos! —gritaban
imperturbables ante las burlas, Cohete, Guanana y su hermano Luis el Gordo.
Pero se equivocó un signo y la bola se fue para atrás con la intención evidente
de anotarnos por su cuenta otro touchdown en contra Afortunadamente, el Loco
Mañach pudo llegar hasta ella, y, viéndose tackleado, para evitar el safety,
que nos marcaría dos puntos más quitándonos todo el poco chance que ya
teníamos, y estando completamente blockeado, tuvo la suerte de poder patear la
bola Y aunque corta, la patada nos sacó del apuro por el momento, pues el jugador
contrario más cercano a la bola, nervioso, la fumbleó, y Álvarez Morán cayó
entonces sobre ella como un perro Un paréntesis: Mañach ya estaba en juego,
porque Pechín pronto se fastidió una pierna y Yeyo no se quiso arriesgar a
tener mucho tiempo en juego a la Yegua Juliach, un novato duro y valiente a
quien el Gallego le dice Chachá Es claro, es lo que pasa las «estrellas»
son las únicas que juegan poreso yo el año que viene no me pongo el uniforme
más nunca —sTú no viste lo que pasó con la Bomba Rodríguez, que él solo ganó
un juego y lo sentaron y con Pizarro Chiquito, y con Lago? tQué! tSi
esto no es más que una «piña», viejo! Yeyo se «enamora» de un hombre y ya no
lo sienta más nunca sTú no ves lo que está pasando con Pizarro? Menos mal
que se metió a boxeador, si no yo sigo sentado toda la vida —tOye, tú!, sy
qué estás haciendo ahora? Todo esto ha pasado en el banco, donde están los
reclutas que se pasan el año haciendo training para «cepillar» después la
madera como buenos, durante todo el campeonato Oh, yo nunca me olvido de
aquel juego en que se dijo, rompiendo la tradición, y en vez de «Torriente,
entra por el Chino», «fulano entra tú» tEntusiastas muchachos suplentes
los que no entran en juego, los que sufren como un fanático de las gradas, los
que salen sin sudar del terreno, los que en vano piden: «Yeyo, déjeme entrar»,
con la esperanza orgullosa de que en alguna ocasión las novias los vean correr
sobre el terreno Los que son unas veces víctimas de las «piñas», y otras de
sus escasas libras, o de la capa densa de grasa sobre la barriga!
tEntusiastas muchachos suplentes! tYo les tengo a todos un recuerdo
simpático, y los siento en el banco del silencio, a donde no llega la voz poco
generosa de la burla! —tTime out!, referee —dijo el quarterback —Pancho
Fernández porGonzalo Mazas. —No hables, Pancho. Mazas, tírale la cabecera y sal
pronto. —Membrillo por Álvarez Morán. —No hables, Membri
«Bola en la línea treinta y tres. Atlético, primer down, diez yardas por
ganar» «Formación M-88-71-29-87-52» El zeppelín rotatorio de la bola
cruzó el terreno y aterrizó en los brazos de Mario Pelota, quien no pudo
abrirse, siendo tackleado enseguida. Pero la bola estaba en primer down otra
vez, y en la yarda cincuenta y dos —tGracias a Dios que tiraron un forward!
—gritó alguien con una voz de terremoto, desde el stand— tMuchos forward con
ellos, que los volvemos locos! —tCambien los palos! tAtlético, primer
down diez yardas por ganar! «tFormación H-25-38-97 Signo atrás,
pronto!» Y otra vez, bajo la cúpula aritmética de las amplias espaldas
numeradas, la voz del quarterback, sudada, cambió la ecuación de la fórmula por
la claridad de: —tPor el ocho, Pollo con la bola, al segundo número! Y el
Pollo, corriendo brutalmente, usando a la perfección el side step y el straight
arm, se cubrió de gloria con el manto tumultuoso del trueno de los aplausos y
la ronca voz de los
tJoooyá! tJoooyá! tJoooyá! tCachúm Cachúm!
tRah Rah! tCachúm Cachúm! tRah Rah! tJoooyá Joooyá! tAtlético! tAtlético!
tAtlético!
—Oye, Suzzy, squé te pareció eso, muchacha? tTodavía van a ganar! tPero, qué
manera más extraña de correr, chica! tSi iba para un lado y para otro,
adelante, y atrás, comosi estuviera bailando algo raro! tY todo el mundo en
pie! Mucha gente empezaba a irse, con cierta prudencia Pepe Navarro, con
su sonrisa de seguridad, decía: —No puede ser, al Club no se le puede ganar de
ninguna manera. !Ese Pollo es un fenómeno! tY ahora mira a ver quién puede
aguantar al Loco Mañach por la línea. «tBola en la línea noventa! tAtlético,
primer down, diez yardas por ganar!» «Signo atrás» Entonces Pancho Fernández
dijo: —Si me dejan dirigir, gano el juego Todos: —tSí, sí! Y el glorioso
tigre viejo, creyendo decir algo inesperado, dijo: —tMañach con la bola por
detrás de Rodríguez! tRammmmmmm! —tQué pasa allí! sSe fastidió alguien?
—tTime out, referee! tAgua, agua! Y llegó Pratts tirando esponjas y pedazos de
hielo.
—tMira, tú, es el quince, es Torriente el que está en el suelo! —tChica, por
Dios!, squé le habrá pasado? teste juego es tan bruto! tChica, yo no
quiero que juegue más, yo lo quiero mucho! —tEh!, sy eso? —No, chica
es que somos amigos desde muchachos No es por nada El jugador en el suelo
había sentido y visto lo clásico: que el sol, como un bombillo gigantesco se
apagó de pronto y que todo el stádium, junto con los gritos y aplausos, se
metió de lleno en la noche silenciosa Después, igual que con un regulador de
luz, el sol se fue abriendo hasta una O mayúscula; el stand se fue acercando
con los gritos, y los golpes en el estómago y el hielo en la cabezaempezaron a
ser cosas temibles Y ya en pie, mareado todavía, Torriente oyó el aplauso
animador, tan grato como un premio, y la voz de la Foca Rodríguez que le decía:
—tTorrientico, por tu madre, no te enfermes ahora, que vamos a ganar
enseguida! «Atlético, segundo down, siete yardas por ganar!t Ahora
Elpidio con la bola, por el tres, al primer Gip!» La Villa a Torriente: —tNo
metas más la cabeza, no seas animal! —tA mí qué me importa, lo que hay es
que ganar! tGip! tRammmmmmm! tAtlético, tercer down, tres yardas por
ganar!
En el banco
—tMira si son brutos! —gritaba Yeyo desesperado—. tAhora desbarata a los hombre
ahí, sin fijarse en que los contrarios tienen once hombres arrodillados en la
línea! Si el Pollo hace un end run se va! —tQué rayo end run ni end run!,
susted está loco, Yeyo? tAhí no queda más jugada que Mañach y Elpidio por la
línea y que se rompan los tarros! —tBueno, cállense, que nos van a
penalizar!
—tMañach por el uno, al segundo gip! —tGip! tOut side! —gritó el lineman.
—tHay la mitad del terreno por ganar! tNos salvamos! «tAtlético, tercer
down, yarda y media por ganar!» —tLa misma jugada! «tGip! tGip!
tPrummmmm! tFruííííí! tFruííííí!» —tAnotamos! tAnotamos! Los
cheers, los joyas y los fuácatas cubrieron de nubes tumultuosas el terreno
las banderitas del Club ondearon frenéticas y los brazos de los jugadores se
alzaban como gritos dejúbilo, mientras en el banco los muchachos se abrazaban y
Yeyo estaba satisfecho hasta la última muela, y le pedía a Dios el punto adicional
Y la patada del Loco Mañach cruzó matemáticamente por entre los postes,
acompañada de gritos delirantes de entusiasmo Todo el stand fue entonces una
enorme bandera negro-anaranjada, que ondeaba a voces tumultuosas y
frenéticas sDe dónde saldrá tanto fanático del Club? tSi la mitad fueran
socios, comprábamos el Centro Gallego! Luego el Tiempo cambió el paso
sQuién dice que el Tiempo es inmutable? Antes estaba practicando en el reloj de
Armando Ruz el paso de los cuatrocientos metros, pero ahora se había puesto a
practicar un maratón tarahumara lo menos de cien kilómetros —Pollo, pregunta
el tiempo que falta. —Referee, scuánto falta? —Tres minutos. —tCaballeros, tres
minutos, esto no se acaba nunca! Pero se acabó y el público se tiró al
terreno armado de cheers y de gesticulaciones y de abrazos Y vino luego el
paseo con la bandera, por Infanta Y el escándalo alegre en el Club La
multiplicación de Pancho, el conserje, llevando toallas y refrescos y la
ducha, el laboratorio de los músculos cansados y de las bromas simpáticas
Todo era comentarios honrosos. Cuando se gana un juego sensacionalmente todo el
mundo ha sido héroe tY es verdad! —tCaballeros, cómo han jugado ese Pollo y
ese Mario Pelota! —No, no, viejo, ty cómo han entrado ese Elpidio y
eseMañach! Entonces fue que Florimón La Villa se indignó y sacó la cara por
los muchachos anónimos de la línea. —Sí, mucho Mañach y mucho Elpidio Mira a
ver si la Foca y Mazas y el Chino, y Angelito y Garmendía y Morán y Torriente
no le abren los hoyos, por dónde se van a meter Ahí tienen a ese Torriente
que se lo llevaron para la Quinta, sin pescuezo Y terminó: —Pero conmigo sí
que no va nada deso, porque yo soy el os taqule os Quiuba indiscutible Y lo
dijo todo tan fanfarronamente, con su vozarrón de vendedor de periódicos y
dando unas tremendas trompadas sobre la mesa del dominó
—tVaya, Pollo! tAhora le puedes decir a la muchacha que se deje de visiones y
que se ponga pa su número! —Tú ahora tienes que hacer como el quarterback de la
película que vimos en el cine del barrio: después de ganar el juego, un beso
A las muchachas les interesan mucho más estas formas del touchdown —Menos
mal el Pollo, pero el pobre Torriente sabe Dios cuánto tiempo estará ahora en
la Quinta dándose masaje y corrientes, para quedarse a lo mejor con el pescuezo
virao Ese no juega más y por lo pronto perdió todo el chance con la
muchacha —tTú qué sabes! tA lo mejor ahora es que lo quiere; ahora que
está enfermo y con la cara amarilla! tLas mujeres son muy raras, viejo
nadie las conoce!
Pero Torriente, a los quince días se apareció por el Club, con el cuello
torcido, untado de antiflogistina, lleno de pelo y de barba,pálido y
sonreido Si le daban la mano con afecto fuerte, hacía una mueca disimulada,
y cuando lo llamaban, giraba todo el cuerpo igual que un vapor Los alegres
compañeros del Club lo rodearon y él explicó «que aquello no era nada
luxación de tres vértebras del cuello Yo creo que el año que viene podré
jugar otra vez». Y dirigiéndose al Pollo. —Oye: sy qué hubo de aquello?
sHiciste como en la película? —El Pollo es más cerrao que un candado,
chico Lo único que sabe decir es que le da lástima por ti. —sPor mí? tEl
pobre! tSi conmigo fue mucho mejor que en la película, muchacho! Y el
atleta, en la evocación feliz, hizo un gesto de alegre dolor satisfecho,
mientras en un silencio elocuente empezó a recordar todo aquello, que hubiera
interesado más que a sus amigos, a un grupo de muchachas enamoradas, cuando
ella lo fue a ver estando enfermo, y que allí, al verlo pálido y lleno de
dolor, misteriosamente conmovida en todo su ser por el rayo de sol de la piedad
amorosa que hay siempre escondido en el corazón de una muchacha, emocionada y
maravillosa, ella le confesó que hacía tiempo lo quería ya sin saberlo, y que
desde ese momento era ya para siempre tPara siempre!
CUENTOS DEL PRESIDIO
La noche de los muertos*
Una noche, cuando yo estaba preso, me ocurrió la más estrafalaria aventura de
mi vida, llena de sucesos raros y de extraordinarias emociones. Fue la noche en
que, cumpliendo con las penosasobligaciones del reglamento del penal, tuve
necesidad de cubrir un turno del servicio monótono y casi angustioso, de «cabo
de imaginaria» o «cuartelero de guardia», en la galera en que cumplía mi larga
y lenta condena. Fue la noche del 29 de julio de 1931. Será preciso que yo
hable antes de estas cosas, porque no todo el mundo ha estado en la cárcel, y,
por lo tanto, no todo el mundo puede comprender ni creer fácilmente lo que en
ella puede llegar a sucederle a un hombre. Estar en la cárcel, es vivir en la
penumbra; es adquirir la virtud del recelo y una misteriosa habilidad
subterránea del espíritu parecida a la doblez y más sutil -mucho más- que la
hipocresía. Estar en la cárcel es también perder para siempre la confianza en
el éxito del esfuerzo humano; sospechar que en realidad el mundo de afuera no
es más que una cárcel un poco mayor; es sumergirse en las esperanzas sin base y
dar pábulo a lo inverosímil y a lo
fantástico Estar en la cárcel cuando se es joven, es casi tan malo como
estar de niños en un colegio de curas
* Escrito en la Prisión Militar de la Cabaña, 30 de julio de 1931. Tomado de
Pluma en ristre, La Habana: Ediciones Venceremos, 1965, pp. 425-431.
El penal en que yo cumplía mi pena, era una típica y antigua fortaleza
española, intocada por la República a fuerza de parecer eterna, y a la que la
leyenda, como una neblina densa, envolvía con el recuerdo de héroes fusilados,
comunistas desaparecidos, hombrestorturados, pasadizos bajo la tierra, a cuyo
final la oscuridad hace negras y siniestras las aguas del mar, cruzadas de
tiburones, y lóbregas bartolinas, frías como la muerte, a donde nunca entró la
carcajada del sol, ni otra cosa que el jarro de agua y el pedazo de pan
Aplastada sobre las rocas, a la orilla del mar, parecía formar parte de la
naturaleza. Bastiones, reductos artillados con piezas antiquísimas, foso ancho
y profundo en el que croaban las ranas su imperturbable nocturno, barrotes
negros e inconmovibles y paredones ásperos y muros rodeando al hombre que por
primera vez entraba allí, derrumbaban sobre él un silencio de siglos La
angustia luego dominaba los primeros días, y, después, con serenidad fatalista
se aceptaba, casi como una esperanza, la muerte moral, el olvido del futuro
que, como resurrecciones parciales, se inyectaba de esperanzas cloroformadas en
la espera del tiempo Todas las galeras de la prisión eran más o menos iguales,
diferenciándose apenas por el tamaño. Eran largas, estrechas, bajas y
abovedadas, como la exacta sección de un tubo gigantesco cortado por su
diámetro. A pesar de estar pintada de blanco y de tener enormes rejas dobles en
sus extremos, la galera 11, en que me tocó vivir por algún tiempo, tenía una
especie de oscuridad tibia que vestía de un gris difuso las letras de los
libros. Era el escenario que convenía a los fines de la prisión: aplastar a los
hombres, exprimirlos ydevolverlos grises al mundo Muchos hasta negros: de un
negro profundo, eterno y abismal. Ni un detalle en la línea inflexible del
techo; ni una colilla de cigarro sobre el brillo pulido del cemento del piso;
ni un plumón de almohada volando y ascendiendo por un rayo de sol tEl mundo cruel
y perpetuamente igual! tLoca pesadilla de lo invariable!
sQué hombre que no haya estado en la cárcel puede saber nunca lo que es ser
«cabo de imaginaria»? «Allá afuera», eso es inconcebible. Y es inconcebible,
porque al verdugo se le pagan unas monedas, y al «cabo de imaginaria» no se le
paga más que con responsabilidades y con odio; sobre todo con odio. Con un odio
que asciende hasta el alma rencorosa de los pervertidos, desde los testículos
hinchados por la inhumana abstinencia forzada Porque el «cabo de imaginaria»
tiene que, como función fundamental «cuidar la sodomía», de la que responderá
con la celda, el pan y el agua y el castigo corporal ante las autoridades de la
prisión. Y «la sodomía» es en la cárcel, muerto o anestesiado el espíritu humano,
la lóbrega animalidad puesta en acecho, y la lujuria -persistente relámpago de
tigre- no perdona al cazador que la hace abandonar la presa Para mi fortuna,
cuando por mi desgracia fui designado para tal cargo, ya yo tenía la
experiencia del tiempo, de lo que había visto, y aunque era joven ya yo había
adquirido la sana costumbre de los viejos de «aprender en cabeza ajena», y no
tuve para nadiecomplacencias peligrosas Porque las miserables y corrompidas
«mujeres» llegan a adquirir celos auténticos de sus despreciables «maridos» y
el chisme, como un viento rápido, vuela hasta el cuerpo de guardia, de donde
instantáneamente vuelve convertido en algún castigo terrible. Por un lado el
castigo espantador y por el otro el odio de los compañeros. tY qué compañeros!
Asesinos, ladrones, rateros, hampones, chulos Una «escalera flor hasta el as
del vicio» tCuántas veces no se piensa sobrecogido en la terrible puñalada
que nos darán sin remedio dentro de tres años, cuando salgamos!
Enfermo de soledad, de aislamiento en mí, desesperanzado de esperanzas, cuando
entré en la cárcel era ya un cadáver. Cuando pasó el tiempo y llegué a «cabo de
imaginaria», apestaba ya de puro podrido. Desde entonces estoy seguro de que
algo se le pudre a uno antes de morirse. En las noches libres, con frecuencia
me daban pesadillas y venía al suelo. Despierto ya, lo ignoraba todo. Todo, lo
que me había atormentado en el sueño, cómo había llegado allí, quién era yo
mismo Para mí, salir de estas pesadillas, era como nacer de nuevo Yo
debía estar en el hospital de dementes o enterrado, pero tenía que prestar
servicio por las noches angustiosas de silencio, paseando bajo las luces
amarillentas de la galera, entre una doble fila de rencores tY me faltaban
todavía tres años!
Aquella noche del 29 de julio, en un largo espacio detiempo durante el cual los
«voy» y «sube» del movimiento a los servicios se calmaron por completo, el
silencio absoluto de la prisión era, dentro de mi cerebro, como una gran
llanura nevada Afuera, la plena luz lunar derramaba un tono de plata sobre
el ancho patio vacío Con pasos iguales y mecánicos, como si fuera un péndulo
humano, mis pasos marcaban los segundos que huían a lo largo de la noche,
mientras mi imaginación iba tejiendo sus cavilaciones trágicas por entre la
doble fila de camas, en las que mi vista apenas si ponía un poco de atención
sobre la cara de los compañeros dormidos.
tQué extrañas y locas figuraciones! Aquel pasadizo entre las camas era casi
siempre para mí un desfiladero de emboscadas y a mi paso por él me asaltaban
las tremendas dudas. La que cuajó ante mí aquella noche, y que varias veces
había rondado como un lobo en mi mente, llena mis recuerdos de angustia y
mantiene desde entonces mis nervios en una continua e implacable vibración,
como si fueran el timbre de un despertador eléctrico destinado a no dejar
dormir ni descansar nunca a mi espíritu agitado. tAquella noche! sCómo
recordar por qué caminos me llegó la sospecha aniquiladora? Sólo recuerdo que
poco a poco las caras de los compañeros dormidos me fueron preocupando en
aumento, hasta que me inmovilicé frente a uno. Estirado y tranquilo, parecía
muerto y sólo dormía. Una lectura vieja acudió a mi memoria: sdormir era estar
unas horas en latumba? sSería sólo la muerte un sueño eternamente prolongado?
Esta suposición alucinante me llevó en el acto hasta el recuerdo de mis
pesadillas sin recuerdos, el del tiempo, lleno de olvidos impenetrables, que va
de la noche a la madrugada en el silencioso carruaje del sueño; y de turbación
en turbación, sin remedio y sin freno, me vi envuelto en la fúnebre sospecha,
cargada de terror y pánico de que todos mis compañeros estaban muertos, y que
yo era testigo e intérprete, ante sus posiciones cambiantes, sus suspiros, sollozos
y estertores roncos, de la vida que estaban haciendo por las praderas infinitas
de la muerte La pavorosa interrogante me suspendió de espanto unos minutos,
y al fin, como hasta al terror se acostumbra uno en la cárcel, acabé por
considerarla como una posibilidad fascinadora y empecé a estudiar, con
paradójico empeño, la vida que llevaban en la muerte mis compañeros presos
La galera parecía un largo nicho blanqueado y las dos lívidas lámparas de la
bóveda, semejaban ofrendas votivas suspendidas en lo alto Sobre las camas
alineadas dormían los muertos
Uno por uno los fui mirando a todos, con el ánimo conmovido. Yo, que los
conocía bien y que había penetrado al fondo las manchas sombrías de sus
espíritus, tuve al irlos observando la percepción cierta de una infalible y
exacta relación entre sus vidas y delitos, y el aspecto que la muerte les hacía
tomar bajo el dominio absoluto del sueño El primerose quejaba con la
debilidad de un niño y era un estibador de los muelles Parecía como si, ante
un invisible tribunal sin perdón, llorara sus culpas más que humanas (tAquel
pobre muchacho destrozado!) Otro, matador de una anciana en despoblado,
crispaba las manos sobre el pecho y silbaba entre los dientes, como una
tempestad oída al microscopio; otro, habilísimo en la coartada, tejía con sus
brazos y piernas, finas como hilo de carretel, posiciones inverosímiles e
inexplicables; párpados morados le cerraban a un sometido del vicio, los ojos
de ojeras verdes; un muchacho fuerte y violador, rodeaba con las manos sus
genitales, al parecer amenazados, por su respiración agitada y su cara, mezcla
rara de agonía y reto; un viejo gordo calvo y cómico, excelente fullero y
prestidigitador de circo, con los brazos sobre la cabeza hacía una pirueta
grotesca de corista en desuso; el pecho amplio y velludo de otro y su boca
entreabierta y anhelante, tenían algo de un triunfo ganado (Y él era de
veras un robado a quien el ladrón había logrado meter en la cárcel) Un
asesino alevoso se recogía sobre la cama igual que un feto monstruoso, como si
estuviera obligado a nacer de nuevo, como supremo castigo. Envuelto en el
silencio y la obsesión, yo traducía en mi mente enferma la vida castigada de
los muertos, y veía con claridad tenebrosa el espectáculo de los sufrimientos
de ultratumba que poblaba mi imaginación de tempestuosasinterrogaciones, de
visiones dantescas y daba aliento furioso e inaudito a mi espíritu para estar
siempre en perpetua vigilia, para no querer dormir nunca, jamás tJamás!
Al fin proseguí la macabra inspección. Un compañero estaba oculto totalmente
por la sábana: se había hecho el propio sudario Sobre otro, las moscas se
habían posado al huir de la baranda de la cama a mi paso, volando hasta él como
a la carne muerta; al de al lado -y a otros muchos también- lo recorrían
laboriosamente, igual que si fueran gusanos, numerosas chinches, reventando de
tanto chupar Otro, al acercarme a verle la cara, abrió los ojos, verdes como
un poco de mar sucio y me miró sin vida: un espanto petrificador me inmovilizó
a su lado ty siguió muerto! Una gran mariposa negra de la luz, había ido
volando hasta posarse sobre un compañero del fondo de la galera. Yo fui hasta
allá para llenarme de asombro. Era este un sujeto ladino y astuto, que a no ser
por la «entrega» de un «consorte» nunca hubiera caído preso. Se había pasado la
vida engañando con éxito a toda la humanidad y ahora, ante mis ojos
sorprendidos, yo veía que también había logrado embaucar a la muerte. Acostado,
con una cierta serenidad en el rostro, daba la impresión de que su estupenda
astucia, con arte inverosímil, había podido cubrir sus delitos incontables ante
el penetrador tribunal de ultratumba Una especie de alegría humana me
produjo aquel descubrimiento del triunfo de un hombresobre la justicia
infalible de la eternidad. tAquella máscara seria del bribón producía
carcajadas resonantes en mi alma inconforme!
Cuando la guardia me fue relevada, mi compañero me miró atentamente. Luego me
dijo: «Estás demacrado, tienes cara de muerto, de calavera Tú estás enfermo:
pide mañana ingreso en la enfermería»
Yo me acosté, pero a la media hora aullaba como un lobo, según me contaron
Me volví a dormir, y me despertó la vibración de un estampido: había caído al
suelo Por fin, a la madrugada, el cansancio y la agonía me vencieron: pude
dormir.
Por la mañana todos los muertos se despertaron para volver a mirar el mundo con
recelo. Pero el compañero del fondo, el de la mariposa negra de la luz, no se
levantó: estaba muerto de verdad, dormía de veras El médico luego certificó
que estaba muerto desde la medianoche, antes de que yo lo contemplara como el
único embaucador de la muerte
Yo, desde aquel día no duermo. Estoy en el hospital hace ya dos meses, luchando
contra todos, contra los médicos, contra las medicinas, contra el cansancio del
cuerpo y la agonía del espíritu, para no dejarme vencer, para no caer nunca
bajo la gran sombra traidora del sueño!
El cofre de granadillo*
Cuando yo comencé a hacer el cofre de granadillo ya había adquirido cierta
experiencia en las maderas preciosas de Isla de Pinos. Abundaban de una manera
que maravillaba, y al principio, a nuestra llegada alPresidio con la primera
«cordillera» de presos políticos, el ver por primera vez tanta madera increíble
nos arrancó sinceros tah! de asombro. El aité o yaití, la maboa, el júcaro, el
yamaquey, el aceitillo, la baría, el guayacán, el ácana, la sangre de doncella,
la yarúa, la yayajabita, tan maravillosa que parece un caramelo envuelto en
papel cristal, la olorosa sabina, el ébano real, profunda, increíblemente
negro, y cien más, fueron para nosotros descubrimientos sorprendentes, gratos a
la vista por las tonalidades que muchos tenían y gratos al oído, porque los
nombres indios de las maderas son sonoros, de una sonoridad amable que hace
recordar el tiempo de la raza muerta. Pero sin duda, fue el granadillo la que
más admiración despertó en nosotros, por su aspecto a veces verdaderamente
fantástico. Nadie que no lo haya visto, al salir de la sierra —que chirría
ofendida por su dureza cruel— puede calcular la singular belleza de una tabla
de granadillo. Por eso es necesario que yo cuente algunas cosas de él para que
los lectores puedan calcular hasta qué punto es interesante este relato.
* Escrito en el Presidio Modelo el 20 de septiembre de 1932. Tomado de Pluma en
ristre. Ed. cit.
Yo tengo un amigo que es un sabio. Se llama Fernando Ortiz. Le gusta estudiar
los recuerdos de las desaparecidas razas indias, y a cada rato hace excursiones
por los lugares donde se presume que vivieron los tranquilos taínos y los
humildes y casi medrososciboneyes. Así una vez fue a recorrer las ciénagas de
la costa sur de Cuba, y allí, entre otras cosas interesantes, encontró en su
recorrido por las tembladeras, charcas y lagunatos pululantes de caimanes
escurridizos, patos lentos y garzilotes de estampas, una palizada hundida en la
laguna, cuya construcción —los sabios saben suponer las cosas— databa de mucho
antes del descubrimiento. Era de la época precolombina, en el período en que
los ciboneyes huyeron a las cuevas y ciénagas al ser sometidos por los taínos.
Él sacó dos de aquellas estacas tomándolas de diversos lugares y luego un
experto en maderas, en La Habana, con una simple escofina se pudo convencer que
las estacas, cubiertas por el légamo de los siglos, eran, una de guayacán, cuya
dureza es tal que se utiliza para las chumaceras de las embarcaciones, y la
otra de granadillo. Las dos tenían intacto el corazón y de ellas se hubieran
podido hacer preciosos regalos. He narrado esto para que se vea cuánta es la
nobleza de estas maderas de los montes de la Isla, tan despreciada por lo
demás, que hasta el imponente y sepulcral ébano real es utilizado para las
piras de hacer carbón. Pero esto es sólo un detalle. Y lo que más interesa
ahora es conocer esta otra peculiaridad del granadillo. Yo he visto ya
centenares de trozos de él y nunca he podido encontrar dos iguales. Aun, a
veces, pedazos de un mismo tronco suelen ser completamente distintos. Sólo su
coloración verdosa los haceclasificables para el ebanista. Y hay más todavía.
Hay que las coloraciones, los matices, los dibujos de la madera suelen ser
maravillosos. Yo, por ejemplo, guardé mucho rato, mucho tiempo, hasta meses
enteros, un corte de granadillo que semejaba a la perfección un atardecer
revuelto de nubes. Y he visto pedazos que eran marejadas rudas, de remolinos
aterradores. Y hasta una tabla tuve tan increíble que la dejé intacta, pues era
como la fuga de una bandada de extrañas aves nocturnas, tvampiros de fantasía!
Pero tuve y tengo otra aún de un interés muchísimo mayor. Tanto, que sólo por
ella es que escribo todo esto. Y, desde luego, que al escribirlo, dada su
extraña naturaleza, me veo obligado a decir, que, en el orden
filosófico, soy materialista puro. Lo extraordinario es la casualidad, cuyos
desconocidos encadenamientos son a veces tan sutiles que parecen obras de
poderes superiores y misteriosos. El caso es este: yo me había puesto a
trabajar en un pequeño cofre de granadillo, que era más bien una especie de
joyero. Me había conseguido unas tablas de un granadillo muy viejo, muy oscuro,
que al chocar unas con otras hacían saltar un sonido muy puro, como de
plata-cristal, tan limpio como el de las mejores claves. Era para mí grato el
hacerlas chocar para oír su voz. A medida que las fui puliendo este sonido se
hizo más brillante, más musical. Cuando ya el cofre estaba casi listo,
faltándole sólo la tapa, un empleado del pabellón delhospital en el que
estábamos aislados los presos políticos y que me había estado observando día a
día en mis trabajos por pulir lo mejor posible las maderas, me dijo: —Caramba,
yo le daría a usted un pedazo de madera que tengo. Pero a condición de que lo
ponga ahí, encima de la tapa de ese cofre. Yo quería conservarlo para mí, pero
la realidad es que yo no salgo hasta dentro de diecisiete años y sabe Dios
Uno en presidio no sabe hoy lo que será mañana Yo en el acto, como es
natural, acepté ambiciosamente la proposición del preso amigo; pero como me
había extrañado su insistencia porque se pusiera en la tapa del cofre —con su
dedo índice me había indicado la tapa, como con cierto temor de que yo no
quisiera—, le pregunté que por qué había de utilizarlo en el cofre este
precisamente. Entonces él me contestó: —Ah, usted no ve que yo me he dado
cuenta de que usted hace eso con mucho interés. Seguro, seguro, usted lo está
haciendo para regalárselo a una persona que quiere mucho. sEs así o no es así?
Yo le dije que sí, porque de veras lo estaba haciendo para regalárselo a Teté.
Y, entonces, él me dijo con satisfacción de guajiro vivo: —Ya usted ve. Yo
conozco a mi gente. Por eso yo quiero que vaya puesto ahí. Porque ahí durará
mucho tiempo y lo cuidarán bien. Y eso es lo que me interesa a mí. Si yo
estuviera seguro de poder conservarlo me quedaba con él. Pero, a lo mejor,
hacen un día una inspección y me lo quitan. Había conseguidointrigarme, y como
yo sabía que en el granadillo siempre hay una sorpresa, le expresé mi deseo de
verlo; pero él me dijo que lo tenía en la circular y que no me lo podía traer
hasta el día siguiente. Pero, al día siguiente, sí me lo trajo y era de verdad
un asombro aquel trozo de madera. Sólo le habían pasado una lija baja y
revelaba, con una perfección que tenía algo de misterioso, la cara de un chino.
Mas una cara en la que había tal aire de malevolencia, que al mirarla no se
podía dejar de sentir cierta sensación como de retirar la vista, lo que en
realidad no se conseguía sin trabajo, porque el asombro lo pasmaba a uno y cada
vez se maravillaba más en la contemplación. El pelo era largo y revuelto,
inclinado más hacia un lado, como tapando parte de la frente, de un dibujo
perfecto. Los ojos, en donde residía acaso toda la atracción del dibujo
increíble, aparecían marcados con toda claridad, un poco cerrados, ocultos bajo
los párpados y uno no podía dejar de creer que allá adentro, en lo interior de
la fibra durísima, dos pupilas miraban implacablemente, sin piedad, con cierta
burla maligna. La boca, amarga, corta y cruel, estaba un poco baja, y
completaba la impresión de desagrado que causaba toda la cara. Sobre la boca,
una nariz achatada, se dilataba casi de modo grotesco, casi como en una
caricatura, o con el movimiento de una persona que respira a toda amplitud.
Fascinante de veras, para cualquiera, era el rostro aquel, grabadoen la tabla
de granadillo. Si uno se ponía a pensar que de haberse dado el corte de la
sierra un centímetro arriba o abajo el encantamiento no hubiera existido, esto
aún hacía que el interés acreciera. Había una conjunción de sucesos
sorprendentes en la naturaleza para que aquello hubiera plasmado. Sin embargo,
todo era nada al lado de la historia que yo oí y que justificaba por completo
el afán del preso por que se conservara la tabla siempre. Yo ahora la doy a
conocer y trataré de que nada se vaya más allá de la realidad increíble. —Mire
—me dijo mi amigo preso— esta tabla la tengo yo desde hace algún tiempo. Usted
sabe que en el otro patio están los locos. Allí trabajaba antes de que vinieran
ustedes. Desde entonces yo la tengo. Yo me llevaba bien con los locos. Es
curioso. Uno tiene sangre para algunas cosas. Mire, por ejemplo, con los locos
me llevo bien, y en cambio no puedo ver un
perro sin que se me note que le tengo miedo: enseguida se me echan encima.
Pero, bueno, el caso es como para que nadie lo crea. Cuando yo estaba de
loquero, había un loco que no permitía que nadie más que yo entrara en su
celda. Era un hombre tranquilo, pero una vez que estuve enfermo por poco mata
al enfermero que le llevó la comida. Al pobre le dieron una mano de palos
Hasta que yo estuve bueno no comió. Se empeñó en decirme Ángel. Yo me pasaba
horas enteras con él, porque era un tipo divertido. Era inteligente, no se
crea. Sólo cuando leentraba la tristeza se ponía pesado y entonces no hacía más
que hablar de Li. Fue entonces que yo conocí la tabla esa, que él siempre
llevaba escondida. Una vez estuvo como diez días sin dormir, y a cualquier hora
que pasara la imaginaria por delante de su celda, lo veía mirando la tabla de
granadillo, sin quitar la vista ni un momento. Era una alucinación lo que
tenía. Yo siempre le contestaba que sí a todo. Y cuando me enseñaba la tabla me
decía: «sTe acuerdas, Ángel?», siempre le contestaba que sí. Pero un día tuve
la ocurrencia de decirle que no me acordaba y se me tiró al cuello y por poco
me ahoga. Entonces ni yo pude entrar en su celda por un tiempo. Pero al cabo,
volvió a hacerse amigo mío y me llamó. Estaba enfermo y débil. La falta de sol
le hacía mucho daño. Yo no sé por qué le había tomado cierto cariño. El trato,
el trato, es lo que pasa Pero, aunque ya estaba amigo mío, no se le había
olvidado el incidente. Los locos son así. Hay que estar con ellos para
conocerlos. Tienen memoria igual que nosotros. Si no fuera por ciertas cosas,
nadie creería que están locos Él un día me dijo bajito, como si tuviera
miedo a que nos oyeran: «sCómo es que no te acuerdas? Parece mentira. Tú debes
estarte volviendo loco. sNo te acuerdas de aquella noche, cuando ahorcamos a
Li, el chino de la charada, que nos vendía opio? sNo te acuerdas de cómo se
movía en el palo, allá al fondo del traspatio que daba al tren de lavado de él?
sCómo note acuerdas? Yo lo estoy viendo aún, pataleando en el aire, sin poder
gritar, con la cara espantada. tEra un ladrón. Nos había robado. Yo hay veces
que no me arrepiento! Tú te pudiste ir para el Norte. Yo no sé cómo te
cogieron. Contra mí no se pudo probar nada entonces. Pero luego me echaron
«brujo». Yo no sé lo que me pasó. Todos los días estaba inquieto. No podía ir
al traspatio. Me parecía verlo colgando del patio bamboleante y espantable. Por
las noches sí es verdad que por nada del mundo yo hubiera podido ir al
traspatio Bueno, pues usted verá. Se me hizo insoportable el árbol aquel.
Además, tenía miedo. Los chinos habían dicho que en el mismo árbol iban a
ahorcar al asesino. Esa gente mete miedo. Entonces decidí que lo tumbaran, que
lo aserraran y me trajeran las tablas para mandarlas a La Habana a que me
hicieran un cofre para regalarlo a Dulce María. Eso fue lo que me perdió. Porque
Li estaba dentro del árbol. Se había quedado. Miré, cuando me trajeron las
tablas, cuando lo vi retratado en una de ellas, me dio un arrebato horrible.
Huí por las calles del pueblo desolado, dando gritos espantosos. tEs que yo
tenía «brujo» ya! Eso fue lo que me perdió. La Rural me agarró y yo me puse a
hablar de Li, Li que estaba en el árbol, Li que miraba desde el árbol, y se
dieron cuenta. Un médico pagado por casa dijo que eran alucinaciones. Pero, en
un mal momento, yo fui tan estúpido que lo declaré todo. Entonces fue que usted
sehuyó para el Norte. sNo se acuerda? Mírelo, sno se acuerda ahora?» Y me lo
enseñaba con tanta fuerza, con cara tan espantable, y el relato había sido tan
extraño, y la cara del chino estaba tan clara, tan perversa mirándome, que él
se sonrió complacido, tristemente complacido, al notar que al fin yo también me
acordaba. Entonces, se echó en mis brazos y se puso a llorar como un niño
Esa es la historia que me contó el hombre que me regaló la cara del chino que
adorna la tapa de mi cofre de granadillo. Mejor dicho, que la adornaba. Sí,
porque el chino hundió a un hombre en el presidio y la locura, con su acusación
milagrosa, pero sirvió para salvar a otro. Bajo él, en el cofre, yo mandé para
la calle, fuera de la supervisión estrechísima de la censura, los datos y las
instrucciones necesarias para que se le salvase la vida a un compañero que
sabíamos que iba a ser asesinado a su salida, en una artificiosa libertad. Son
las cosas que uno aprende entre los presos. Ya algún día armaré de nuevo el
cofre de granadillo.
Luna del presidio*
Era un globo de silencio, transparente y azul. Así era la noche, y yo estaba
sentado a su lado, en el suelo, en uno de los corredores de uno de los patios,
de uno de los pabellones del hospital, en el Presidio, allá, en Isla de Pinos.
Yo había escrito unos versos que decían en una parte:
La luna sobre el filo del patio del Presidio es tan solo el cadáver de la
esperanza muerta, que asesinó a la tardeel toque del «recuento»
Y en otra parte decían:
Seis mil ojos de los presos, a través de las rejas, la están mirando ahora,
sobre el filo de las galeras del Presidio, marcar el doble tiempo indiferente
tde una noche menos! tde una noche más!
Y otra parte decía:
Hace treinta años, cuando llegaron los que ya son viejos la vieron sobre el
filo de las galeras del Presidio! tY ahora también platea las tumbas de los
hombres que se murieron en Presidio!
* Pueblo. Suplemento literario, Año 2, no. 623, 17 de diciembre de 1938, p. 15.
Y yo no recuerdo ahora más de aquellos versos, que no tenían importancia, sino
por la extraña fascinación que ejercieron sobre mi compañero, un viejo de
cuarenta años. Aquella noche, de verdad, algo de magnetizador tuve yo en mí
para lograr la revelación. Pero la luna —tOh, sobre todo la luna, lo recuerdo!—
también me ayudó. Y el silencio también. Cuando yo le recitaba los versos, la
redonda, la lenta luna llena fue ascendiendo en los cielos y hubo un momento en
que se puso
sobre el filo de las galeras del Presidio.
Fue entonces creo, que él dijo con una voz de enigma: —tLa luna! Él no dijo
entonces una sola palabra más, pero yo había notado en su voz la vibración de
profundidades secretas y tuve la maravillosa virtud del silencio Luego,
cuando la luna, lenta y llena fue ascendiendo, él habló, pero de una manera
rara, emocionante; de una manera tan lenta también, que su voz parecía
eltiempo, las horas del tiempo que pasaban. Yo lo recuerdo ahora. Siempre lo
recordaré. —tLa luna —dijo—. tSi hablara! Pero ella es el silencio. Nadie lo
sabe mejor que yo Y ella era mi único testigo! Bueno, pero estoy aquí
Estuvo tanto tiempo callado, que mi imaginación se cansó de aquel abismo de
sueños y entonces, en vez de hablar, algo instintivo, algo cargado de poderosa
fuerza llena de misterio, me llevó a chiflar en un tono muy bajo, una serenata
guajira que yo había aprendido de niño, cuando vivía en el campo. Hoy mismo me
asombro de aquel recuerdo musical tan dramático y tan dulce a la vez, que muy
pocas veces suena dentro de mí. Aquella noche, en mí produjo el efecto de un
encantamiento y me llevó hacia atrás en la vida, a mi colegio del Cristo, al
Guaninicún lleno de bambúes y a la muerte de mi perro León tPero mi
compañero! Mi compañero, conmovido desde los primeros compases, sólo me dijo:
«tOh, muchacho!» Y habló otra vez, con su voz de aquella noche, que no sé por
qué me pareció que había sido su voz de antes. Y habló sin preámbulos, como si
yo conociera su tragedia y todo lo que sé es lo de aquella noche. Porque nunca he
querido preguntarle más nada. —Mira, yo la quería. Yo no lo sé decir mejor. Yo
la quería, a pesar de lo que ya había ocurrido. Yo me iba a casar con ella muy
pronto, en cuanto reuniera el dinero. Pero se lo había dicho y se empeñó. Y
aquella noche su hermano, que era mi amigo, compañero desiempre en todo, me
esperó a la puerta y me dijo muy pálido: «Tenemos que hablar. Ven. Vamos al
manglar para estar solos.» Y fuimos. Él iba callado. Pero yo observaba su cara
contraída y pálida. Tal vez hasta tuve miedo. Por dos veces, antes de salir del
pueblo, intenté hablarle, y siempre me respondió rápido: «Vamos, vamos.»
Entonces yo también me decidí y me puse a su lado a caminar y las últimas
gentes del pueblo nos vieron salir y nos oyeron contestar a sus buenas noches
Luego oímos, mientras marchábamos, cómo se cerraban las puertas Delante de
nosotros, de manera monstruosa, se alargaban nuestras sombras Era la noche
así y estaba la luna llena y redonda Igual Y pareció que iba a callarse;
pero yo aquella noche era como un encantador de serpientes y volví a silbar,
más bajo aún, los compases de aquella serenata guajira, dulce y dramática, que
aprendí de niño, cuando vivía en el campo Y él siguió hablando. —Aquel
camino que habíamos hecho tantas veces juntos, de muchachos para ir a «pegar»
tomeguines, y de jóvenes para ir a pescar por las madrugadas, siempre cantando,
con el silencio lleno de ladridos y de cantíos de los gallos, lo hicimos esta
vez mudos. Y andábamos. Yo creo que él no era ya capaz de pararse. Porque hacía
rato que estábamos en el manglar y no se detenía. Yo tuve, por fin, valor y le
dije: «Aquí estamos solos.» Se paró un momento, miró a los lados sin mirarme a
mí y dijo: «No, vamos hasta allí.» Yseñaló un claro entre un grupo de uvas caletas.
La luna también brillaba en el manglar y se partía en las charcas de agua
estremecidas por el aire de la noche Volvió a callarse; pero yo no tuve que
silbar. En su cara yo estaba viendo una agitación conmovida y que apenas podía
contener. Y habló como si hablara consigo mismo, o con otro que no fuera yo:
—sPor qué fue tan violento que me atacó de pronto, por sorpresa, con una furia
llena de odio? tNi una palabra le pude oír! Me tiró al suelo y me agarró la
garganta mugiendo como un toro, sin decirme nada Yo recuerdo siempre su cara
a la luna, pálida, como la luz de la noche, sus dientes apretados, su cólera
silenciosa Tuve miedo, porque me iba a matar sin remedio, sin haberme oído,
arrebatado por la violencia inaudita de su temperamento. Por eso me defendí.
sAcaso no tenía derecho a defenderme? sAcaso yo no pensaba reparar el mal? tY
tuve que luchar con todas mis fuerzas exasperadas por el terror, porque en sus
ojos yo estaba viendo la venganza y la muerte. Y yo no quería morir. Yo me pude
zafar sus manos del cuello y rodamos los dos por la arena húmeda. Los dos nos
levantamos a un tiempo y nos quedamos mirando muy cerca y en silencio,
respirando hondo De pronto, los dos vimos una estaca clavada cerca. Y antes
de que lo pudiera evitar dio un salto y dio otro más Pero no dio más
ninguno! tAquella era la tembladera! tLa tembladera abierta por el último
ras! tYo me acuerdode su grito y del mío! Pero todo no sirvió para
nada Con su cuchillo, que había quedado sobre la arena cuando luchábamos
cuerpo a cuerpo, corté el gajo más largo de una mata y se lo alargué Pero ya
no tenía fuera más que la voz y las manos. tY el gajo no alcanzaba! Yo mismo
sentía bajar el fango y me retiré lleno de espanto La mano se le quedó fuera
mucho tiempo Yo me quedé allí inmóvil toda la noche La luna fue cambiando
mi sombra y la de la mano de él sobre la
tembladera No pensé más que en mirarle hasta que por la mañana nos
encontraron allí. tLa fatalidad! Cuando él terminó, yo no le dije una sola
palabra. Luego él sólo dijo dos cosas, a mucha distancia una de otra y siempre
mirando para el cielo profundamente azul: —tY sin embargo, ella era también un
poco de luna para mí! Y lo dijo con una voz llena de ternura y de emoción bien
honda. Sin embargo, tenía su acento cierta indiferencia cuando antes de irnos a
dormir dijo: —Yo no quiero irme libre una noche en que haya una luna así sobre
el mar!
El Tiempo*
Para ningún hombre —ni aun para el historiador o el astrónomo—, el tiempo ha
sido Señor tan absoluto como para el hombre preso. Es en el Presidio donde el
silencioso monarca caminante tiene su trono implacable y donde sus dos fríos e
inalterables consejeros —el Reloj y el Almanaque— ejercen su función con más
perversa lentitud y ceremonia El Reloj, funcionario infatigable, tiene su
ayudante decampo: la Corneta; varios agentes secretos: el Hambre, el Cansancio
y el Sueño; y dos atormentadores: el Insecto y el Espanto Como un mayoral de
negros esclavos, cruel y bárbaro, no suelta a sus hombres y los flagela
impíamente, desde el amanecer hasta la noche.
* Pablo de la Torriente Brau. Presidio Modelo. Quinta parte. Cap. XXVIII. La
Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1969, pp. 319-29.
La Corneta, perra perseguidora de cimarrones, en el tumulto estruendoso de la
diana, deja percibir su agudo ladrido y, después, durante el resto de la fría y
neblinosa madrugada, en la mañana tibia y luminosa, por el ardiente y brutal
mediodía, en la tarde lenta de fatiga, y en el anochecido melancólico, incansable,
ladra y aúlla, azora y precipita a los hombres y, como cabestro de ganado, los
lleva al trabajo, al baño, al médico, al comedor, al recuento, a la escuela y
al sueño Y a las nueve de la noche, fatigada ella también, acaso llena de
vergüenza en el alma de sus cobres, tradicionalmente heroicos y marciales,
lanza ese quejido, ese lamento inexpresable, que se escapa en el toque de
silencio, y que es largo, hondo, desgarrado y tembloroso como la queja de algo
que se muere con la pena de una vida inútil y desconocida tAsí es la Corneta
en el Presidio, perra perseguidora de cimarrones, y su mando es tan
autoritario, que los reclusos tienen los ojos en el oído! Pero el Reloj
cuenta con servidores aún más habilidosos, porqueson traidores; tno son perros,
sino parásitos crueles! tAhí está el Hambre! thistérica y convulsa, que
retuerce las tripas y afloja, como gajos muertos de un árbol, los brazos y las
piernas de los hombres, y les llena de nubes negras y fugaces las pupilas
anémicas! tAhí está el cansancio, amarillo y violáceo, cloroformo de los
músculos, que convierte la sangre en plomo lento y habla en voz baja con la
Angustia! tAhí está el Sueño, turbio, gris, que anubla la luz, que duerme
los ruidos y columpia su hamaca en las pestañas! Los tres servidores
terribles se coaligan unos con otros, forman terribles alianzas, hacen
restallar sobre los nervios irritados latigazos de sobresalto, y, mientras
tanto, el Canciller del día, el Reloj, con sus dos ceremoniosos lacayos
—Horario y Minutero— igual siempre, eternamente igual ante todo, contempla con
indiferencia el crepitar del horno de infierno en que el régimen bárbaro quema
las vidas de los reclusos Pero no son ya perros ni parásitos los dos
atormentadores de oficio con que cuenta el blanco Cajero de las horas (sPor
qué, por lo menos en el Presidio, el Reloj no es negro, pro-
fundamente negro, con agujas fosforescentes y diabólicas?) tLos dos
atormentadores son alimañas venenosas, arácnidos aterradores, escolopendras
sinuosas, escorpiones ponzoñosos, vampiros, pulpos, monstruos de la asfixia y
la succión! tAsí son el Insecto y el Espanto, atormentadores de oficio
delSeñor implacable de los veinticuatro pájaros de las veinticuatro canciones
perdidas y olvidadas! tEl Insecto! tMuerde el alacrán, con su embestida
de toro, bajo de la penca caída; salta la araña desde el fondo de su cueva y
huye, traidor, el ciempiés, por entre los fangos! tPero eso es nada! tLa
mosca, puerca, repugnante, vuela en nubes, se mete en la boca abierta del
bostezo y por la ventanilla de la nariz, después de posarse en el cadáver
podrido picoteado por las auras! tY son millones, millones que arrastra el
viento y trae desde las casimbas de la costa en donde el pescado se encharca y
muere, cocinado por el sol! tY en la comida vuela la mosca, y viene,
muerta, flotando sobre los caldos! Pero eso es nada tEn los pantanos, por
las ciénagas y por el fango, prueba el mosquito su cuerdecita de mal violín y,
como alfileres de una llovizna de fuego, va quemando las caras y las manos de
los hombres, que se revuelven coléricos o implorantes! El ácido aguijón
levanta ampollas y mientras tanto, el cruel jején, invisible, labra su anónima
mordedura; y las guasasas, como humo vivo, penetran a la garganta, caen en el
remolino de la respiración y se encharcan sobre la humedad de las pupilas,
irritando violentamente los lagrimales Pero eso, taún! es nada tPor las
noches, los cuerpos desnudos de los castigados en las celdas, tiemblan de frío
y de debilidad! to de terror! El mosquito ensaya entoncesmúsica de cámara
y en su vuelo hay algún vals burlón o sarcástico. El preso, mordido a un tiempo
por varios lados, se desespera en silencio tNunca la diabólica Sonata de
Tartini pudo tener intérpretes más crueles! tEl insecto, incansable, a la
madrugada, vuela hacia las charcas a esperar las cuadrillas! tEl Reloj puede
estar satisfecho de sus servicios! Y el Espanto! La divinidad negra,
iluminada de pálido, amanece con la luna de las celdas y por las madrugadas se
va con las cuadrillas! De día, buitre de sombrío vuelo, hace pasar su sombra
por encima de los hombres en el trabajo y su vigilancia es constante y su vista
incomparable Los hombres nunca le dan la espalda tDe vez en cuando, como
el alcatraz, desciende vertiginoso sobre aquella agua de hombres y se lleva
una víctima! Por las noches el buitre sufre un avatar misterioso y se
convierte en pantera de silenciosa marcha y pupilas fosfóricas Pasea por los
corredores de las circulares y su ágil contorno oscuro se perfila en la sombra
reflejada Se asoma a las bocas de las celdas y sus ojos lumínicos alumbran
el terror de los ojos insomnes, refugiados en el fondo tA veces se retira
rugiendo sordamente, pero otras, con elástico salto, cae sobre un hombre y
estalla el grito que hace temblar a la gigantesca circular, como si fuera un
monstruo vivo! tEl Espanto! tTambién el Reloj puede estar satisfecho de
sus servicios! tY cómo no va a estarsatisfecho, si ambos le prolongan la
vida, si el insecto se encarga de que el día nunca termine y el Espanto de que
la noche jamás se acabe! Pero con todo y tan eminentes servicios, el Tiempo,
caballero en cuyas armas campea la insolencia burlona del signo de infinito y
del cero de la Nada, siente un profundo desprecio por el Reloj, avaro del
minuto —centavo del tiempo— y aprecia mucho más a su otro Ministro: el
Almanaque, que más refinado y sutil, emplea auxiliares bien distintos a los del
Reloj. Los presos cuentan por almanaques su condena. Dicen: «tMe faltan cuatro
almanaques!» Abrumados por el tiempo que les ha de pasar por encima, toman
una unidad grande para hacerlo menos numeroso, menos sensible. Y por eso el
Almanaque lucha victoriosamente contra su propia estructura. Para ello cuenta,
como auxiliar máximo, con una insaciable y lúbrica mujer: la Esperanza, que
cohabita todas las noches con los presos y por el día les incita los deseos y
les da impulsos para todo para cualquier cosa tLa Esperanza es uno de los
vicios irremediables del hombre preso! Pero, además, el Almanaque tiene
otros eficaces ayudantes en las Fechas y en los Sueños, instrumentos que se
encarga de esgrimir con habilidad perversamente incomparable la Esperanza Y
ahí le quedan como anzuelos crueles, los indultos, las amnistías y las rebajas
de condenas
Nosotros conocimos presos para quienes, desde el mes de enero, iban siendo
oportunidadesbrillantes las fechas patrióticas todas del año: 24 de Febrero, 20
de Mayo, 10 de Octubre y 7 de Diciembre y aún los simples días festivos,
como los de Nochebuena y Año Nuevo, en cada uno de los cuales esperaban salir
del Presidio, o cuando menos, recibir una buena rebaja de pena Después, por
varios días, quedaban silenciosos, cohibidos, arrinconados Eran como pobres
muñecos a los que se les hubiera roto la cuerda! De las fechas se vale el
Almanaque para fragmentar su unidad demasiado grande y por lo mismo demasiado
noble Por ellas, el año para el recluso es como un grupo de años, y como
siempre florecen los débiles retoños de algunos indultos y rebajas, la
Esperanza se mantiene en pie, la agonía se prolonga, como el humo Pero los
Sueños son aún más malévolos y traicioneros. Carne de la imaginación, el sueño
del preso se alimenta con lo que no tiene, con lo que espera tener: la Calle y
la Mujer tLa Mujer! tLos hombres que no han estado presos no saben lo que
es la Mujer! tNi siquiera en el sentido animal y lúbrico de la palabra!
tNo lo pueden saber, como no sabe el rico lo que es el hambre del pobre!
tComo en los cuentos de la infancia, cuajados de héroes y aventuras
maravillosas, la Mujer cobra en la imaginación del preso magnitudes y perfiles
fantásticos, que para el hombre sensible no se limitan al sexo estricto, sino
que se extienden, como una enredadera milagrosa y perfumada, a lo más puro y
líricodel corazón humano! La Mujer, en los Sueños, sacude el látigo de todas
sus curvas sobre la carne encarcelada del preso, y lo exaspera, y le pone los
ojos pequeños, y le hace rabioso el deseo, la voluntad de salir tPor la
fiebre de un sueño de mujer estoy seguro que más de un hombre se ha sentido
capaz de estrangular a un compañero! Muchos por ella han caído en el
Presidio y por ella dentro de él muchos han cometido infamias sin paralelo
Por eso en los sueños, realidad de las esperanzas, se les presenta a los presos
con la persistencia de una maldición, con la crueldad de una sentencia Y
cada noche es una pesadilla dulce y venenosa, grata y enfermiza, como el
opio —tEsa mujer me tiene enfermo! —me dijo aquel preso una vez tY era
verdad, estaba enfermo, amarillo, y las manos flacas le parecían hojas secas de
un gajo muerto! A mí me impresionaba aquel hombre a quien la dulce
enfermedad de un sueño reiterado hacía retroceder hasta la adolescencia, procaz
y turbadora sY la Calle? La otra trampa perversa está tendida con todo el
refinamiento. Si la Mujer es el ángel libidinoso que tortura los sueños, la
Calle es el oro falso con que el Tiempo angustia las esperanzas del preso. tEl
oro falso, es la verdad! tPorque la imaginación del preso, tierra del
trópico, exuberante, lujuriosa, abona con las aguas lustrales la realidad del
matorral que dejó y sobre él hace crecer un bosque sonoro, pujante, espléndido
yhermoso, en el cual pájaros de inverosímiles colores cantan inverosímiles
canciones! tPara otros, para los que no tienen remedio, en cambio sólo moran
en el bosque los ofidios omnímodos de la venganza y el rencor! Pocos lo
confiesan, porque para eso está mezclado en todos el complejo de «hombres»,
pero bastante nos han dejado entrever el color de una esperanza: tLa Calle,
la Calle! y uno, en un momento de debilidad y de entusiasmo nos confesó, con
esa ingenuidad que sólo se encuentra en el niño, o en el hombre conmovido, todo
lo que pensaba resucitar en su vida cuando saliera a la calle, todo lo que
pensaba rehacer ttoda su alegría de comenzar a vivir! tLos pobres!
Sueñan con la Calle, con la Libertad, con salir a comenzar la vida, y la
Libertad los espera tcon los brazos cerrados! tPorque la Libertad es para
el preso, como la sombra de los viajeros que proyecta la luna en los caminos
blancos, que va siempre delante, que nunca se alcanza! tY es sombría también
la libertad del preso! Para muchos, la Libertad será llegar y no encontrar a
la mujer, o encontrarla con hijos de otro —ttorturadora obsesión de los
presos!—; tserá llegar y no encontrar amigos, tener que cambiar de pueblo,
buscar inútil y humildemente el derecho a comer la oportunidad de vivir
tPara
muchos, desesperados o perdidos, la libertad sólo será un retornar por el
camino de la cárcel, un descender por el plano inclinado delvicio hasta la
ergástula, hasta la sentina del asco, en donde, expertos ya, el terror será
menos y el hambre más suave! Y así es como, para un pavoroso número de
«libertados», el Presidio se convierte en un vértice vertiginoso que se traga a
muchos y que arroja hacia la periferia a otros, destrozados, que más tarde el
tumulto de las aguas volverá a llevar hacia el centro tY así, ya para
siempre, hasta la muerte! Retazos de reflexiones sombrías que se le escapan
a uno, como palomas negras, y caen sobre la blancura del papel. tEs mejor que
se queden así, como parte de una acusación no ya a un hombre, sino a toda una
sociedad cobarde y bribona, ruin y decadente, que derrama la leche artificial
de su bondad en creches de crónica social, en orfelinatos de recomendados, en
beneficios de teatros, mientras la virginidad del niño se pudre en la
promiscuidad de la pobreza y el corazón de los hombres, martillados en el
Presidio, se trueca en llaga hedionda! Acusaciones que se escapan, pero no
contra los presos, purificados por el martirio, sino contra todos tContra
todos los que pudiendo hacer algo no hacen nada! Contra muchos de los que
leerán esto y pensarán y dirán: «tQué horror!» ty ahí terminará su esfuerzo!
Como una acusación perpetua de la maldad humana, de la crueldad del tiempo,
conservo en la retina, clara, firme, fija, con todo de su figura vacilante y
borrosa, la imagen de Zabala, que entró en el Presidio en 1905y allí vivió
cerca de treinta años Que tuvo distintos jefes, unos que no se ocupaban del
Penal y otros que se ocupaban demasiado; que fue testigo silencioso de horrores
indescriptibles; que vivió al lado de criminales sin paralelo; que conoció de
vandalismos brutales, de astucias que repugnarían a una serpiente, de
traiciones sin apelativo tLa figura de Zabala, para quien la historia de
Cuba tenía un paréntesis mudo de treinta años durante los cuales nada había
pasado en el mundo! tAhí estaba la figura de Zabala, con su frente
agujereada por el suicidio, que inutilizó la perversa habilidad del cirujano, y
que vio entrar en Presidio y salir de él miles de hombres, mientras él se
quedaba! tAquí está en mi imaginación, caminando por los corredores marmóreos y
callados, con su uniforme de un azul tan desvaído ya, que parecía su
contemporáneo de prisión; mudo, con su paño de limpieza en la mano, espantando
las moscas del Hospital; silencioso como una sombra; autómata, anestesiado por
la brutalidad del tiempo, que algún día, no hará tanto, salió por fin a la
calle y se habrá perdido por el mundo para comenzar de nuevo la vida, a los
setenta años, medio ciego, desconocido, inconsciente hasta de su imbecilidad,
pero agarrado a la vida, como la raíz de un árbol seco a la tierra, ya estéril
por el tiempo! Contemplándolo un día, un preso, un hombre de treinta años,
me dijo: —Miren ese hombre tTreinta años en Presidio Y a mí mequedan
treinta «almanaques»! Voy a salir como él viejo, impotente, ciego
sordo! sPara qué quiero la vida entonces? tEl Tiempo! Ni el historiador
ni el astrónomo saben lo que es el Tiempo. Sólo los que hayan naufragado en él,
como los presos, pueden comprender lo terrible de su poder inalterable; su
grandeza y limite tÉl, padre de la vida único superviviente de la
muerte!
El Guanche*
Ahora que sopla el viento este, y pasan bajas y amenazadoras las nubes, y cae
fina y cortante la lluvia, en rachas insolentes, me acuerdo del relato del
Guanche Me acuerdo de esto, ahora que sopla el viento este y el cielo está
gris y no se puede salir a la calle Ahora, el mar debe estar lóbrego y
amenazador, allá, entre los cayos, por los Canarreos, en el Golfo de Batabanó,
y todo me hace pensar, aunque estoy en tierra firme, en aquella narración
que me hizo Cuna en el Presidio Modelo, una noche de viento y lluvia ruda, que
permitía hablar alto, sin que nadie nos escuchara, después del toque de
silencio. Y recuerdo no sólo el relato, sino cómo fue hecho y hasta muchas de
las experiencias de aquel casi selvático narrador de brazos hercúleos, que
salpicaba de gigantescos escupitajos su narración.
* Pablo de la Torriente Brau. Presidio Modelo. Octava parte. Cap. XL. Ed. cit.,
pp. 401-6.
Y es que la aventura del Guanche había sido tan bravía y feroz que exigía un
narrador semejante, de palabras puercas, y, comoescenario, una noche de viento
y tempestad en el Presidio Modelo, para que cobrara vigor de realidad Por
eso me viene ahora a la mente ahora, cuando sopla el viento este Habíamos
estado hablando de los presidios del mundo y de los distintos regímenes
carcelarios, y uno dijo, como lo último ya: —tLa Guayana! Mas nos había
estado oyendo Cuna, el Viejo Cuna, como le decíamos, con su sonrisa entre
despreciativa y burlona, y al oír mentar la famosa penitenciaría de la Isla del
Diablo, habló, con su lengua procaz, llena de dicharachos, y acompañándose,
según su costumbre, con singulares movimientos del cuerpo, la cabeza y los
brazos. —tLa Guayana! tLa Guayana es pinga al lado de esto, muchachos! tDe
la Guayana se ha ido la gente y de aquí no se va naidien! Sí porque se va
mucha gente porque le ponen la «forzosa» pero para donde se van es para
el otro mundo sPorque a dónde carajo se van a ir? Mira, una vez, cuando
el ciclón de octubre, ni se sabe la gente que «ñampearon» tNi se sabe!
Y se dio gusto separando las sílabas, paradójicamente acusadoras. —Además, en
La Guayana lo dejan a uno fajarse y hasta matarse en último caso Aquí, «te
come» el soldado y por la más mínima cosa ya «estás listo» tEstás
jugando! tAquí, el que «pestañea pierde»! tEsa Fuente Luminosa tEse
Cocodrilo! tLa Guayana es mierda al lado de esto! Soltó un escupitajo,
como una piedra, en el piso mojado por la lluviaLuego se puso a hablar de
los soldados y contó algunas cosas que otro día escribiré Otro día en que un
estímulo semejante a este del viento este, me traiga claros los recuerdos.
Porque aunque aquella noche nos hizo varios relatos de fugas, de atropellos
bestiales, ninguno nos impresionó tanto como el de la aventura del Guanche.
Dijo: —Sí, la gente puede irse, cómo no Hasta machetes tienen y no hay que
romper nada el cordón. Todo eso es cuento tNo van siempre las cuadrillas al
monte a trabajar? Ahí es donde se «pierden» Mira y hay muchos
maricones aquí, porque si se pusieran de acuerdo un día tAcabarían, así como
lo oyes! tA-ca-ba-rí-an! tCompadre, si hay veces que eso da vergüenza ver
como un soldadito así, una zarrupia, le cae a culatazos a un hombre y los demás
no hacen ni cojones por defenderlo! tY, además, esta isla tiene una suerte
que ni el coño‘e su madre! Sólo tres hombres han logrado llegar a Cuba y a
los tres los cogieron por verracos, asaltando bodegas Sólo Tomás murió como
un hombre Sí, porque ya que te vas y te rifas la vida, hazlo bien y no te
entregues, porque si vuelves ya sabes que «estás listo» Mira, te voy a hacer
un cuento para que tú veas cómo son las cosas aquí y la «mala leche» que tiene
esto La mejor manera que tiene esto, es que un soldado «te dé la mano»
Hay muchos de ellos que quieren y a veces se arrestan a la fuga. Pues bueno,
una vez vino aquí un soldaocastigado de Columbia y lo pusieron a cuidar las
cuadrillas. Dicen que a ese sí le «roncaban» Había hecho dos o tres
barbaridades en aquel campamento y decían que había dicho «que él lo mismo las
hacía aquí que allá» tLe decían el Guanche y era un tirador del coño‘e su
madre! Bueno tenía una pila de medallas. tNi el andarín Carbajal le hacía
ná! Una vez tuvo que llegar hasta el río con tres presos para hacer no sé
qué cosa. Pero que resultó que dos de ellos, creo, se habían fugado una vez
junto con él de la cárcel de Güines y le dijeron que tenía que ayudarlos Él
entonces, al ver un bote, les dijo a los presos, de pronto, y
sin pensarlo: «Bueno, muchachos sse quieren fugar?» tDime tú! tDecirle
al ratón que si quiere queso! Ahí comenzó la cosa, y lo primero que hicieron
fue matar al botero, pero que fueron tan brutos que lo dejaron allí y a las
pocas horas del cuento ya se sabía que se habían fugado Pero, bueno, bajaron
el río remando y con la ayuda de la vela, con viento favorable, los cogió la
noche sin que los alcanzaran Y hasta la Isla ni se veía ya y era seguro que
se iban a escapar, cuando en esto un viento opuesto se levantó, tigual,
igualito a este de ahora, y todo lo que habían adelantado por el día lo
atrasaron por la noche! No se viró el bote y se los comió el mar Cuando
vinieron a ver, a la madrugada, estaban otra vez frente a la Isla, con un
hambre y un cansancio que ya no podíanmás. El Guanche entonces decidió que de
todas maneras había que bajar a tierra a buscar algo —sA buscar qué
carajo? tAquí no hay más que palos! ty palos secos! tAquí se muere de
hambre un mosquito!— Pero, bueno, agua tan siquiera tenían que tomar, y
bajaron y se escondieron Pero que fueron tan brutos, que en vez de hundir el
bote o de esconderlo en el monte para irse otra vez, lo dejaron amarrado a la
orilla, en el río Júcaro, y allí lo encontraron ese mismo día y cayeron en
cuenta de que estaban por la Isla. Enseguida los prácticos y un cabo con unos
cuantos soldados se pusieron a buscarlos. Pero el Guanche los había metido a
todos en una cueva de la costa y de allí había salido a llenar su cantimplora
de agua. Parece que era un hombre sin prudencia, porque cualquier otro hubiera
pensado que le iban a tender una emboscada en la aguada, pero él se llegó hasta
allá, por entre los montes, y en el preciso momento en que se agachaba al
charco para llenar la cantimplora, sonó un disparo y el Guanche cayó al
suelo Pero que tan pronto como cayó jaló por la carabina y se aplastó en el
suelo a vigilar tEl balazo le había dado en el hombro y podía tirar y
decidió morir matando! Como en efecto, como a los dos o tres minutos no se
escuchaba en el monte más ruido que el de los pájaros, uno de los prácticos
salió a explorar pensando en que estaría muerto tCan! El Guanche se lo
llevó tEn esto, el otro práctico dioun salto para esconderse, y en el aire
lo cogió la bala! tY van tres! tBueno, así siguió el tiroteo, y para no
cansarte, «limpió» al cabo y a dos soldados más y lo vinieron a matar cuando ya
estaba muerto! tEso se llama morir como un hombre! Se llevó por delante
al cabo, a los dos prácticos, y son tres, y los dos soldados, son cinco
tAh! y el botero: tSeis! tBotó la pelota! Y Cuna, con un tártaro
espíritu, se reía, con una admiración tan profunda por la muerte del Guanche,
tque murió como un hombre!, sólo comparable a la que pudiera sentir un artista
leyendo la muerte de Sócrates en Platón Y cuando le preguntamos qué habían
hecho mientras tanto los tres presos huidos, nos dijo: —sQué carajo iban a
hacer? tSi eran unos ranas! tLos mataron a tiros, dentro de la cueva, por
pendejos! E hizo un tah! despreciativo que firmó con el estallido de un
salivazo sobre el piso empapado por la lluvia.
Presidio Modelo, 14-10-932.
Una «fuga»*
La fuga ha sido siempre una de las formas —la más temeraria— de la esperanza
del hombre preso. La literatura se ha ocupado largamente del asunto, y, desde
que el Conde de Montecristo logró escapar del Castillo de If, suplantando el
cadáver de su maestro, el tema ha sido explotado con diversa fortuna, pero de
manera sistemática. Lo mismo ha ocurrido en el cine y se debe confesar que,
como en tantas otras cosas, la ficción no ha hecho más que seguir los pasos de
la realidad.Evadirse, en efecto, es una de las torturas mentales del
presidiario. Muchos, durante años, han venido labrando su oportunidad, con una
paciencia única, de la que poco se habla en los
libros, que, sin embargo, citan a los benedictinos y a los chinos como ejemplos
clásicos: con la paciencia de los presidiarios. La palabra fuga es como una
ráfaga de libertad. Y los forzados de todas las prisiones del mundo, en
momentos supremos, no han vacilado en recurrir a ella en busca de la libertad o
para huir a la muerte.
* Presidio Modelo. Octava parte. Cap. XLIII. Ed. cit., pp. 421-32.
Por las estepas heladas de la Siberia, expuestos al hambre de los lobos, se han
fugado los presos; de la isla de Nueva Caledonia, perdida en la inmensa soledad
del Pacífico, en botes frágiles, han huido los presos, arrostrando el hambre
cruel y la locura alucinante de la sed en el mar ilímite; de la Isla del
Diablo, también se han evadido los proscriptos, desafiando las tribus de indios
cazadores de blancos, la garra del jaguar y la mordida fatal de las
serpientes y de la Isla de Pinos, menos pe1igrosa pero más terrible, también
se han escapado los reclusos, sin tener a quienes temer, pero sin tener agua
que tomar; sin tener indios a quienes temer, pero sin tener nada que comer
De allí también se han fugado los presos, sin tener otra cosa que inmundos
fangales por donde escapar y soldados de puntería infalible de quienes huir
Pero en ninguna otrapenitenciaría del mundo, como en el Presidio Modelo de Isla
de Pinos, la innegable verdad de la obsesión por la fuga en los presos ha dado
lugar a canalladas tan feroces y cobardes. La inmensa mayoría de las fugas
registradas han sido, como decían los presos «porque les ponían la forzosa»
Esto es, si no se fugaban los mataban, y, de morir quietos a morir corriendo,
preferían correr, en busca de una imaginaria eventualidad favorable que nunca
se produjo En muchas ocasiones les anunciaban la hora en punto en que harían
fuego sobre ellos En muchas ocasiones, a los reclusos sus propios escoltas
les daban determinado número de horas para «fugarse» Y los presos tenían que
huir, sin esperanzas y sin preparación, ciegos y aturdidos, como en vano salta
el ratón, dentro de la jaula de alambre, mientras el gato lo contempla
nervioso Los presos de Isla de Pinos, huían como los venados dentro del
monte, perseguidos por los perros y los tiros, sin rumbo, sin meta y sin otro
motivo que el pánico tSólo con pobres animales indefensos, como el ratón y
el venado, pueden compararse los confinados de Isla de Pinos! En las
prisiones que estuve, como preso político, supe de algunas historias de fugas.
En el Castillo del Príncipe, una vez, mientras presenciaba el entierro de un
recluso, me llamó la atención una ceremonia final. Al pasar el ataúd de brazos
de sus compañeros al carro fúnebre que lo trasladaría al cementerio,
previamente,se colocó sobre unos burros de madera y allí vino el médico,
destapó la caja y certificó que el muerto era el muerto Traté de averiguar a
qué se debía tan singular reconocimiento y supe que una vez, como en el libro
inmortal de Alejandro Dumas, un preso suplantó al cadáver y logró salir por el
rastrillo En otra ocasión, estando en el rastrillo, el hecho de que registraran
la propia máquina del Supervisor de la Prisión, también me llevó a inquirir la
causa, y supe que ello se debía a que un preso, con soberana paciencia, en los
talleres, se había preparado alojamiento en la misma para salir de la prisión.
De Isla de Pinos, algunas fugas menciono en el libro. Famosa es la de los
reclusos que se fugaron, y, no encontrando nada que comer, todas las noches
volvían al penal y se metían en el comedor a abastecerse de víveres hasta que
allí los mataron. Famosa es también la fuga del Guanche, que narro, y, más
famosa que ninguna, la del Gibarito (Armando Denis Díaz), que fue el prófugo
que más tiempo pudo evitar la muerte, pues vivió cuatro meses en libertad,
burlando las emboscadas, hasta que, ya con el pelo crecido y ropa nueva, cuando
iba a embarcar como un ciudadano cualquiera, un marinero lo abatió a balazos
dentro del mismo pueblo de Nueva Gerona. El Gibarito llevó un diario de su
fuga, que era de un interés extraordinario. Quise conseguirlo para darlo en
este libro, pero me fue imposible. Parece que era «demasiado»
interesante,porque desapareció del sumario de la causa contra Castells.
A falta de él, el que lea el relato que sigue, podrá hacerse una idea de lo que
fueron las fugas del Presidio Modelo. Luis Rivero Morejón era nuestro barbero,
y era delgado, de mediana estatura, de color blanco anémico Un poco rubio
creo que era también. Nosotros le decíamos el Barberito, como a otros que ya
habíamos tenido. En todo el tiempo que estuve en el Presidio, nunca me afeitó y
me peló sólo tres o cuatro veces, pero no fue sólo por esta razón por la cual
yo no intimé con nuestros barberos. Algo instintivo me hacía huir de ellos.
Algo me indicaba que por medio de ellos se ejercía espionaje sobre nosotros.
Puede ser que estuviera equivocado, pero el Presidio me enseñó el arte de la
prudencia. Y, por lo menos uno —un viejo catalán—, mostraba tal «curiosidad»
por nuestras cosas, que nos vimos en el caso de manifestarle al propio Jefe de
Pabellón que sabíamos el papel que estaba desempeñando aquel hombre. Poco
después lo cambiaron Mas ello no quiere decir que nosotros no mantuviéramos
relaciones con nuestros barberos. Al contrario, había quien tenía especial
predilección por charlar con ellos, y aun yo mismo, a pesar de mis prevenciones,
más de una vez sostuve con los barberos largas conversaciones, y con algunos
llegamos a tener bastante confianza. Ahora recuerdo a Morejón, a Luis Rivero, a
La Rosa y a Santos, el tallista. Pero de todos, el que más llamó
nuestraatención fue Luis Rivero, que estaba anémico, flaco, y que era
silencioso, casi sombrío. Matías y Bartolo Barceló lograron, sin embargo, hacer
intimidad con él, y pronto supimos que era un hombre que no nos venía a
«preguntar», sino a «contarnos». Y supimos pronto también cuál era la razón de
su aire sombrío Luis Rivero tenía ese aspecto impresionante del hombre en
quien se adivina un individuo dispuesto al suicidio. Y en sus acusaciones, que
formulaba concretamente, se veía el fondo de quien se niega a admitir el silencio
ante el crimen. Los horrores del Presidio le repugnaban. No era como esos
presos —la mayoría— para los cuales esos horrores no tenían nada más que un
mal: tla posibilidad de que ellos también fueran víctimas de los mismos!
Luis Rivero conservaba en el Presidio, irritada, la dignidad de la conciencia
humana. A causa precisamente de estas razones no tenía «amigos» e iba a tener
que cumplir íntegra su condena. El pensamiento de que no sobreviviría a su
condena le preocupaba intensamente y constituía para él una obsesión. Su pobre
constitución física, mal alimentado, presentía la muerte lenta del hombre que
se depaupera. Y ante estas reflexiones, sus palabras eran más violentas y sus
acusaciones más rudas. Al solo nombre de La Yana su imaginación evocaba la muerte.
Barbero, desmedrado, hambriento, de sobra sabía que no era capaz de resistir el
bárbaro esfuerzo que representaba aquel trabajo inhumano de loscastigados. —Yo
no resisto aquello una semana —nos decía—, y si alguna vez voy a dar allí, me
fugo el primer día Prefiero morir de un balazo, corriendo, a que se me
pudran las heridas en la celda y a morir ahogado en el fango, muerto de
fatiga
Y un día le ocurrió lo que temía. Parece que para «negociar» por comida, o por
el deseo de vestirse bien, muy frecuente entre los hombres de su oficio, Luis
Rivero mandó una carta a su casa en la que pedía que le mandaran ropa, cuyo
envío le notificaban en la última carta En Presidio era pecado mortal el
pedir nada a la calle. Ni un sello siquiera. El Capitán Castells tenía el
criterio cerrado de que ello no envolvía más que una explotación del hombre
criminal para con su familia, y que esta no debía remitirle sino lo que
buenamente quisiera. Y ni un sello se podía pedir Luis Rivero conocía esto
bien, pero aguzando su imaginación, llegó a concebir la idea de «inventar» ese
ofrecimiento de sus familiares; y, conociendo bien, asimismo, la memoria
prodigiosa de aquellos hombres de la censura, por si a estos «no les sonaba» lo
del tal ofrecimiento familiar en la última carta recibida para él, le añadió a
esta, imitando la letra, una posdata en la cual relacionaba todo lo que quería
pedir a su casa.
Efectivamente, a la censura «no le sonó» el ofrecimiento y le mandó a pedir la
carta. Mientras la investigación se llevaba a efecto, él continuó prestando
servicio en nuestro patio y le expusosu caso a varios. —Si descubren la
falsificación me enviarán a La Yana y me matarán. tY antes de que me maten me
fugo! Nosotros adivinamos que aquel hombre haría buena su palabra, y la tarde
aquella, cuando lo vimos recoger en su bulto, con la calma de siempre, los
polvos, las navajas, tijeras y correa de afilar, le dijimos adiós en la
seguridad de que no lo veríamos más nunca tY no nos impresionó más de la
cuenta al saber que iba hacia la muerte segura! tUno más! Su historia fue
así: En realidad, su caso allí era grave y algún severo castigo le hubiera
caído encima de todos modos. Pero es que, para su mayor desgracia, una funesta
circunstancia había venido a complicar extraordinariamente su situación.
Vázquez Bello, uno de los grandes sostenedores del machadato, había sido
escopeteado. Nosotros supimos la noticia al día siguiente. La censura, como
siempre que ocurría algún desastre al Gobierno, extremó sus cuidados inútilmente.
Rompió cartas y dejó de entregar muchas por cosas pueriles que ella sospechó se
referían a la muerte de Vázquez Bello. A Carbajal, una carta que según parece
esperaba con mucho interés, se le perdió y fue a reclamarla a Luis María, el
«mayor». Ante las mentiras de este, Carbajal no se pudo contener y cometió el
grave error de decirle: —Mire, déjense de tanta historia, que ya nosotros
sabemos que mataron a Vázquez Bello Esta imprudencia escapada concentró la
atención sobre el barbero, que era unode los pocos que podía habernos dado la
noticia y fue conducido ante Castells. Con él sostuvo un diálogo: —Usted
ingresó aquí en el 1927 y venía portándose bien, pero ya se desvió
—Comandante, me hacía falta Usted me debe perdonar —Yo no puedo perdonar
—Comandante uno siempre tiene momentos en que no sabe lo que hace —Sí
yo a cada rato tengo de esos momentos y siempre me da por hacer algo bueno
(Y Luis Rivero decía, para dentro de sí: «Tanta gente como estás matando
bandido!») Castells siguió, en su típico lenguaje: –Siempre aparece un
«congo loco» Por si acaso se revira, Periquera no da tiempo ni a tirarle «un
cachito» Trasládenmelo a la cuadrilla más mala Sesenta días a sacar yana,
nueve a ración corta y pérdida de la conducta
Al cumplirse los nueve días de incomunicación en la celda y a pan y agua, Luis
Rivero Morejón se había reafirmado en sus propósitos. Se dijo: «tPara poca
salud no quiero ninguna De que lo estén atropellando, es preferible que lo
maten a uno si me dan un a€•claroa€–, a€•me quitoa€–!» Y una madrugada
brumosa, débil y aterrado, tuvo que salir con la cuadrilla de los castigados
La cara feroz de los escoltas, el paso fatigoso a que los llevaban; la
expresión cínica de muchos de sus compañeros; la de espanto en otros; la fría
hostilidad del paisaje; el fango En su cabeza giraban los hombres y los
panoramas en medio de sus ideas fijas: la muerte y la fuga tla fuga yla
muerte! Cuando lo metieron por la sabana aguachenta, por las tembladeras, y
el frío del fango se le pegó a las ropas, comprendió que su imaginación había
acertado: él no podía resistir aquello «la candela era muy brava» Y
cuando tuvo que correr por los yanales, erizados de astillas, con un leño a
cuestas, hostigado por los soldados, concluyó que no podía dejar para otro día
la fuga, porque cada hora que pasaba le arrancaba una porción de energía que
con nada iba a recobrar Mientras desprendía raíces, cruzaba sobre el fango,
transportaba los troncos y recibía insultos, su cerebro en marcha fraguaba el
plan de la fuga, estudiaba el paisaje, pesaba las oportunidades, economizaba
fuerzas Y, cuando llegó la hora del almuerzo, ya todo lo tenía listo:
comería todo lo que pudiera, y, luego, procurando hacer reserva de fuerzas, sin
llamar la atención, estaría atento al tiempo, para esconderse cuando faltara
poco para la retirada y poder «perderse» El soldado se daría cuenta pronto,
pero ya él habría obtenido buena ventaja, y, además, la cuadrilla tendría que
ser conducida al Penal y llegaría la noche
Y llegó el almuerzo, y se tragó la harina hirviendo, hasta sentir dolor Y
llegó la hora, y tras de una pila de troncos se hundió en el fango y comenzó a
huir Poco después, los tiros y los bárbaros insultos del soldado, mientras
otro, que era paisano suyo decía: —A ese no se le puede matar tHay que
cogerlovivo!a€–
Por miedo a los cocodrilos y a los millones de cangrejos dejó los pantanos y,
con enorme sigilo, cuidando los ruidos, como el relojero cuida los más pequeños
tornillos, salió envuelto en fango a los caminos De oscurecido, tendieron el
cordón y cayó dentro de él Esperó entonces, quieto, la noche Con los ojos
penetraba angustiosamente las sombras Sabía que la emboscada era la muerte
por sorpresa Con un recelo inmenso llego hasta el corral, para apagar la sed
que lo angustiaba, y luego se fue hasta el guayabal a pasar la noche, espiando
todos los rumores humanos del viento Por el amanecer subió la Sierra, la
cruzó y llegó hasta la Zona 2, cerca de Nueva Gerona Se emboscó durante el
día, y, al atardecer, vio cruzar un camión lleno de soldados que iban a
apostarse Pero no conocía nada de aquello y se empeñó en cruzar el puente
Un viejito escolta le salió al paso y le dijo: «tAlto! tVira para atrás,
muchacho!» tEstaba cogido! Por la carretera venía ya un camión como con
veinte soldados y al verlo se tiraron para matarlo Pero eran tantos que no
se ponían de acuerdo En aquel torbellino, Luis Rivero sólo estaba esperando
la muerte Pudieron al fin, un sargento y un cabo, controlar a los soldados y
se lo llevaron por la carretera, a pie, rumbo al Presidio de nuevo Sin
embargo, Luis Rivero tenía que pasar aún nuevas angustias Casi al llegar al
Presidio vieron venir una máquina. En ella iba elteniente Máximo Gómez Jorge,
Jefe de la Compañía Provisional del Presidio y hombre implacable. Se acercó a
la pareja y, sin mirar casi al fugado, le dijo, sin más preámbulo: —Métanlo por
ahí y mátenlo tpara que aprenda a fugarse!. La pareja retrocedió con el
preso, escogiendo el lugar para matar al prófugo y este, ante la nueva
situación, iba ya estudiando la manera de escapar de ella En la primera
curva de la carretera, el cabo le dijo, palanqueando el rifle: —tPárate ahí!
Mas el otro argumentó enseguida, con cierto pudor: —No, no, vamos a matarlo
allá dentro pa‘la manigua Y lo llevaron por la carretera hasta frente al
mogote llamado la Loma del Polaco, donde había en la cerca una especie de
portadita Cuando le dijeron: «tAbre la puerta y entra por ahí!», con
rapidez vertiginosa estudió el paisaje tComo a dos cordeles de la cerca
estaba la esperanza de un montecito! tSi cruzaba el espacio se podía
salvar Y abrió la puerta, ty antes de que la pareja lo pudiera evitar,
arrancó en una carrera desesperada, loca, en zigzag, mientras los disparos le
sonaban por la espalda Cuando lleg6 al montecito, una nube le pasó por los
ojos tEstaba herido de bala de Springfield! tPero no podía vacilar!
tLos soldados lo perseguían! tConservó aún serenidad y, buscando una
alcantarilla, se situó a la espalda de sus perseguidores y cruzó de nuevo para
los terrenos del Presidio! tHabía comprendido que eraimposible huir! Que
había que buscar, como única salvación, el milagro dentro del mismo Presidio.
Se refrescó los golpes y limpió con agua la herida tLa fiebre lo iba
acechando! tEl hambre! tLa sed! tIba a morir dentro del monte! como
un perro jíbaro Entonces recordó que era amigo de un escolta de la Granja y
cansado ya de luchar por la vida, se le presentó, dispuesto a morir. Su doble
fuga había causado sensación; su aspecto miserable, su herida, compadecieron al
escolta y lo llevó a la presencia de Castells Este supo que nosotros ya
estábamos enterados del episodio y que estábamos pendientes de la vida del
hombre en el Hospital no hubo otro remedio que conservarlo vivo Y fue
inútil que le enviáramos dulces y tabacos. Sus «compañeros» Lugo y Próspero se
los cogieron todos Si Luis Rivero fuera un barbero parlanchín. tQué pocos
colegas suyos tendrían tanta cosa interesante que contar! Pero él apenas
habla. Casi mudo lo dejaron sus recuerdos
Las pupilas*
tLas pupilas avanzan sobre el espectador crecen, crecen crecen se agigantan
ocupan toda la pantalla los ojos enormes! No hay más claridad que la que se
desprende de ellas tY en una superposición consecutiva de imágenes, sobre
los ojos dilatados, convertidos a su vez en pantalla, se abre el escenario
bárbaro y el cruel y angustioso episodio comienza a desarrollarse! Charcas
de fango negro, cubiertas a trechos por costras delamas verdosas, fermento de
las pudriciones Palmas jatas, urdimbre de las yanas, pujanza, espléndida y
verdecida de los manglares tA lo lejos, un guanabá gris desliza su velo
majestuoso! Comienza a oírse un rumor creciente. De vez en cuando, gritos
indescifrables también se escuchan tSe ve avanzar la fila! Es un plaf
plaf precipitado, casi de fuga, el que traen los hombres saltando sobre el lodo
tembloroso y traidor Traen sobre los hombros leños inmensos, de corteza
áspera La sangre les brota a cada movimiento y se les mezcla con un agrio
sudor interminable El chapoteo en el fango les salpica por todos lados
tTambién el fango se les mezcla con el sudor y la sangre! Los leños son
enormes e irregulares tAlgunos, como hormigas humanas, llevan una carga
mayor que ellos mismos! La fila se prolonga Un negro poderoso trae él
solo una gigante raíz de yana tLos primeros, los más potentes, humillan las
glorias de Caupolicán! tMuchos llevan ya meses cargando leños grávidos, sin
que les tiemblen las rodillas, domesticadas por el hambre y el terror! tAl
soldado a veces esto le da tanta rabia como la debilidad de los hombres y,
furioso, como el niño malcriado que desbarata un juguete para saber por qué
suena, de un balazo en el cráneo acaba con aquel inverosímil dinamo de
energía!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. XLVI. Ed. cit., pp. 493-6.
tPero la fila es terrible al final! Los primeroshombres, los fuertes,
soplan, rugen al respirar, como atletas cansados con un vaivén de oleaje en los
brillantes músculos del estómago; los últimos hipan, sollozan, tienen espasmos
agónicos en el alentar desesperado La fila entera, desde la cabeza a la
cola, es una canción del esfuerzo que muere tQue muere asesinado! No se
oye una voz tNo se oye más que la queja de los pulmones! Al fondo, de
pronto, irónica, sarcástica, cruel, casi divertida, se escucha la cantinela de
la muerte Es el cabo que se dispone a hacer algo. tResbala resbala
resbala y se levanta! Resbala resbala resbala tCae y se levanta!
Resbala Resbala Cae tY no se levanta más! tAlgunos, los que aún
están fuertes, sonríen con el bestial y humano egoísmo del que no ha de morir
tan pronto! Pero al fondo de la fila se ha entablado la más angustiosa de
las competencias que ha habido nunca Los hombres se disputan el último
lugar tY al que se quede en él definitivamente, la muerte lo alcanzará por
la espalda! tLos troncos les aplastan los hombros y se hunden en el fango,
pero ni Jesús Andreu ni Daniel Pérez Díaz flaquean! tDetrás, gozando con el
espectáculo, como quien ve el final de una carrera de cien metros, el escolta
trata de seleccionar para quién será la bala que tiene en el directo!
tDaniel Pérez tiene las piernas destrozadas; ya las uñas, a punto de
desprendérsele, le encharcan de sangre y agua elzapato roto! tPero es joven
y tiene un furioso deseo de vivir! Jesús Andreu sabe que está castigado, que
puede prolongar la vida un día más si consigue pasar a su compañero tSi
logra que la bala sea para este! tCada uno, en la desesperación de vivir, se
hace cómplice secreto del asesinato del otro! tLa competencia macabra se
prolonga, interminable, como un hilo desenrollado de un carretel! tPero el
hilo se acaba y suena el disparo! La fila entera, como si fuera un caballo
que recibiera un latigazo, da un arranque eléctrico, se hace más ágil tLos
leños les pesan menos a los hombres!
Los dos hombres del fondo de la fila sintieron en la misma milésima de segundo
el impulso intuitivo de acelerar el paso en un esfuerzo extrahumano tPero
sólo uno se dio cuenta de que no caía, de que volaba por sobre las charcas,
como si comenzara a trabajar! tUna alegría indescriptible lo invadió!
Pero para convencerse de que no estaba muerto, lanzó una relampagueante mirada
de refilón tEl otro estaba en el fango, con el cráneo destrozado! tLuego,
el cabo Canals quiso obligar «a la cañona» a Tomeguín y a Sandalio a que
cargaran el cadáver hasta la palmita de los muertos, de los fugados! Las
pupilas se disuelven en la pantalla y Daniel Pérez Díaz, el 13 876, está
hablando conmigo tPodría estar muerto! tEn sus ojos, iluminados por el
terror retrospectivo, he reproducido la escena mucho mejor que con suspalabras
inolvidables! Él no sabe que yo tengo tres de sus angustiadas cartas al
médico del Penal, doctor Francisco Santiesteban, suplicándole que intercediera
por él. En una, al final, le hace un desesperado llamamiento en unas
conmovedoras líneas que acaso, para comprender en toda su intensidad sencilla,
es necesario haber estado en el Presidio. Le dice:
Se me olvidaba decirle, que yo fui el que le dije adiós desde lejos el domingo.
Vi a su niño, tqué gracioso está y qué lindo! tQue Dios lo guarde! También
lo vi el día de Viernes Santo por la mañana, iba en los brazos de su aya
tSi alguien pudiera comprender, pudiera «ver» esto!
tEl grito! *
tEl padre oía el grito! tQuinientos hombres de la circular también lo
oían! tY todos tenían agua para darle al sediento y no se la podían dar!
—tPapá, que me muero de sed! tEl pobre también tenía agua que darle! tCon
sólo las lágrimas que le brotaban de los ojos le habrían calmado la sed al
hijo! —tPapá, que me muero de sed! tEl grito, como un pájaro herido, huía
desde lo alto, desde las celdas asesinas del sexto piso, y se desplomaba contra
el patio de la circular! tCon el estremecimiento del padre anciano, toda la
circular número uno temblaba! tY el pobre viejo ni al grito podía responder!
* Presidio Modelo. Octava parte. Cap. XLVIII. Ed. cit., pp. 500-2.
tLa esperanza, la estúpida y cruel esperanza, la cómplice más vil de los
asesinos! tLaesperanza, responsable única de que tanto hombre contuviera sus
ansias vengadoras! tSi no llega a ser por ella, por su traición, cuánta
puñalada merecida no se hubiera dado en el Presidio por centenares de hombres que
esperaron, para convencerse de la fatalidad de su sentencia, a que la muerte se
la notificara! tEscolástico Kindelán! sPor qué no acabaste a puñaladas
con los que te impedían llegar hasta arriba? sPor qué no mataste a Durán
después que murió tu hijo? tPrimero fue la esperanza, la gran prostituta de
los deseos! tDespués, el abatimiento, ese afeminamiento de la voluntad!
tY tu hijo se murió de sed! tLo mataron de sed! El pobre muchacho se tomó
primero, como todos, poco a poco, economizándola, el agua que se asienta en la
taza del inodoro de la celda Después, le cortaron el paso del agua y la sed
lo
angustió tQuién sabe qué esfuerzo no hizo para evitar la desesperación!
tPara que el padre no se desesperara también! tPero no pudo más y gritó!
—tPapá que me muero de sed! tGritó con la desesperación del que se muere,
con la angustia del que lucha porque siente el tantálico tormento de oír correr
el agua en la celda vecina y no poder tomarla! Dicen que aquel día, el padre
pidió permiso para quedarse en la circular, para estar más cerca de la agonía
del hijo, y no se lo concedieron Y por la tarde, a las tres, los asesinos
entraron en la celda: tAmado Kindelán Sánchez, el 12 506,con la horrible lengua
fuera, lamía, muerto, la cruel sequedad del piso! tDel piso que tantas otras
inútiles veces había estado tan húmedo! sQué cosa le haría a Durán, el
«mayor» Durán, que también lo fue de nosotros, y que era tan insignificante,
para que este optase por tan terrible castigo? tPero qué fantasía tengo
yo! sDe qué vale, entonces, el certificado médico del íntegro doctor
Santiesteban? sFue de edema de los pulmones de lo que murió Amado Kindelán,
el 7 de marzo de 1929?
Un antropófago*
Por las laderas de La Guinea, la loma mayor de la Sierra de Caballos, al fondo
del Presidio Modelo, bajábamos nosotros y frenábamos el impulso de la rápida
pendiente agarrándonos de los troncos de los ceibones y de las matas de
plátano. Ya casi al llegar abajo, un negro joven y sonriente, un típico negro
de Santiago de Cuba, nos salió al camino. Venía de retirada de su trabajo, de
limpiar los platanales, y, por ir hablando algo, al paso le pregunté que si
había estado en La Yana. Se sonrió más aún —la sonrisa era su costumbre, parece—
y dijo: —tUna vez el cabo Quintero me llevó el sombrero de un balazo! tPor
suerte, al segundo tiro se le escasquilló el rifle y ese mismo día me dejé caer
un leño en el pie para no tener que volver al día siguiente! Pero yo estuve
dos veces tUna vez vi cuando, a José de la Cruz, el cabo Claudino García le
hizo comerse su porquería! tLe puso entonces el pie en el pescuezo y
lerestregó en ella la cabeza! tAl día siguiente lo mataron! tY otro, que
no me acuerdo, lo hizo pasar con un renuevo de mangle, de parte a parte, y como
un macho asado así lo trajieron desde la ciénaga!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. XLIX. Ed. cit., pp. 503-5.
tY Pedro Ríos, el 11 827, me lo contaba todo, sonriendo, como si lo pasado no
despertara en su imaginación insensible ningún estremecimiento trágico
(tAcaso, acostumbrado a la bárbara realidad de la vida, pensaba con ironía
cruel que nada devolvería ya la vida a aquellos infelices y que la protesta y
la acusación serían cosas inútiles!) Pero Pedro Ríos vio más y le sucedieron
más cosas. Vio cuando a Jíquima, el negro de Victoria de las Tunas, por pedir
agua dos veces, el cabo Quintero, como en un tormento medieval, le llenó el
vientre hasta ponérselo tenso, igual que un tambor, y se le subió encima, pisoteándole
el estómago tLe dio un baño de María botaba el agua sucia! dice
Ríos tMas, a Pedro Ríos aún tenían que sucederle cosas más extraordinarias
que la vulgaridad de que una bala le llevara el sombrero! Y cuenta, siempre
sonriendo: —tAl día siguiente a lo de Jíquima, a Raulito (Raúl González
Aguilera, 13 621), un muchacho blanco, joven, se le ocurrió botar un pedacito
de pan! El cabo lo vio y le dijo: —El pan es bendito No se bota
—Nosotros estábamos comiendo allí, en el descanso. tSonó el tiro y Raulito se
dobló! Tenía unhoyo así en la cabeza tTodos los sesos se le botaron!
tEntonces el cabo hizo que yo y otro muchacho recogiéramos los sesos y se los
echáramos dentro del hueco de la cabeza!
Los recogimos, así, como pone uno las manos juntas para tomar agua tPues
igual! tY cuando acabamos me fui a limpiar las manos, aunque fuera en el
agua sucia, para seguir comiendo! Pero el cabo me dijo: —tQué! sTienes
asco? tVamos! tCómete el pan, negrito! tCómete el pan! —tY me tuve que
comer el pan embarrado con la sangre y con los sesos de Raulito!
El negro Arroz Amarillo*
Mientras La Rosa afeita a uno, yo escucho los cuentos que no se olvidan El
del pobre negro Arroz Amarillo; el de la muerte de el Imperial, que era un
niño que era un chiquillo para todas sus cosas y que la Comisión lo metió en
una celda por la tarde y por la noche se ahorcó Y aquel cuento tan doloroso
del infeliz que castigaron a morir de hambre, y que gritaba: «tAy mi madre!
tAy mis hijos! tDenme qué comer que me muero de hambre!» tY el pobre,
como a los quince días de castigo, cuando ya no podía ni tenerse en pie, le
levantaron la pena y lo sacaron a trabajar dentro del cordón y allí, sobre la
yerba menuda, se cayó muerto, apenas le dio el primer rayo de sol! La Rosa,
cuando fue barbero de la cuadrilla de los castigados, presenció espectáculos
inauditos. Nunca podrá él olvidar al cabo Quintero, el que mató al pobre negro
ArrozAmarillo ni a José Ramón, ni a Barcos, ni al Indio, ni a Albertico, ni
al haitiano Clark, el feroz capataz tLo que él vio aquel día nunca se puede
olvidar!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. L. Ed. cit., pp. 506-8.
Desde entonces le habían puesto a aquel negro Arroz Amarillo desde la vez en
que, hostigado por el hambre, se le ocurrió llevar «refuerzo» al trabajo, y se
llenó los bolsillos del arroz amarillo que daba el penal, para comérselo a
puñados en las horas de mayor agotamiento tY era un negro simpático! sPor
qué sus compañeros le hicieron aquella «maraña» y «asisañaron» al cabo para que
lo matara? Siempre hubo en las cuadrillas de los castigados alguno que, para
rehuir la muerte o el rigor implacable del trabajo, descendiendo a cobardías y
bajezas increíbles, fraternizaron con los escoltas que asesinaban a sus
compañeros. En su complacencia, ellos mismos se encargaban de buscarles
víctimas a los tiradores «expertos» Y procuraban escogerlas entre aquellos
que no eran sus amigos, que tenían que ser sus enemigos, porque no podían estar
de acuerdo con la lóbrega oscuridad de sus almas Arroz Amarillo fue una de
estas víctimas. Por sabe Dios qué razones, habían indispuesto al cabo Quintero
con el negro, que era un buen trabajador, y esa vez le empezaron a llenar la
tina de fango hasta un punto que ni el mismo Hércules hubiera podido realizar
el trabajo Pero Arroz Amarillo sabía que la vida le iba enpoder terminar
aquel día el trabajo, y los esfuerzos que hacía para sobrellevar el peso enorme
eran extraordinarios Sobre la cabeza, sobre los hombros, llegó a sustentar
una verdadera pirámide de fango tLa tina que apenas si podían izar hasta sus
hombros entre los cuatro traidores envilecidos, la tenía él que llevar, porque
la vida le iba en ello! Pero ya las piernas le temblaban como si hubiera
frío, y a cada nuevo viaje sus fuerzas disminuían y los «compañeros» le
aumentaban la carga inmunda La Rosa no se pudo contener y le dijo a
Quintero: —Cabo, tese compañero no puede más! —tCállese la boca, porque a
usted mismo lo matamos aquí! —Cabo tA ese hombre lo han matado! Y el
pobre Arroz Amarillo vencido, más que por el peso por la crueldad infinita,
había caído en el fango, flácido, ya con el deseo de la muerte Y le pusieron
encima la tina, y la llenaron de fango, y los cuatro «compañeros», José Ramón,
Baracoa, el Indio y Albertico, mandados por el cabo, se le pararon encima
Y se fue hundiendo en el fango negro En el fango que se mezcló con toda la
porquería verdosa que le salía de la boca en los estertores de la agonía Así
murió el pobre negro Arroz Amarillo. Y La Rosa, que no olvida aquel momento
terrible, mientras continúa afeitando a un compañero, me dice: —Oh, ni en
quince días Todavía le dicen a usted y no le dicen todo lo que pasó aquí
La mordaza*
Cuando yo la vi, ninguna conmociónme sobrecogió. Era de cuero, fuerte, con una
hebilla de hierro para cerrarla por la nuca, y por el frente, a la altura de la
boca, formada por varias capas superpuestas, tenía una especie de tacón que
obligaba a la lengua a retroceder, atropellada, contra la glotis, produciendo
una asfixia lenta y desesperante. En esta pieza se notaban, con toda claridad,
dos cosas espeluznantes: los dientes de los amordazados se habían clavado con
tanta rabia en el cuero que su huella persistía indeleble a pesar del tiempo;
parecían las marcas de los pasos que deja un hombre al marchar por un camino
reblandecido por la lluvia Pero todavía era capaz de producir una emoción
más violenta el contemplar las huellas de la sangre, de las convulsiones
agónicas, con un color ya casi negro, sobre el sucio carmelita del cuero,
semejantes a borrones de tinta sobre papeles viejos Y, sin embargo, ninguna
conmoción me sobrecogió Ni porque el escenario donde la examiné era el más
propicio a las funestas evocaciones, ya que fue en la casa del capitán
Castells; en su mismo cuarto, en donde tantas cosas macabras se planearon. Es
más, la mordaza la sacaron de la propia mesa de trabajo del Capitán para
enseñármela tY ninguna conmoción me sobrecogió!
* Presidio Modelo. Novena parte. Cap. LI. Ed. cit., pp. 509-13.
Pero más tarde, descansando en mi cuarto, tirado sobre la cama, con la cabeza
calenturienta por la búsqueda de tanto dato trágico, a plenaluz, a pleno día,
me ocurrió algo de lo más extraordinario que jamás me haya pasado: ttuve un
sueño despierto! Yo, que sólo recuerdo haber tenido un sueño en mi vida,
allá en la infancia, he sido propenso, por el contrario, a crear extrañas
fantasías y singulares elucubraciones en la hora preliminar del dormir. Pero
siempre lo he atribuido a una imaginación inquieta, estimulada por las lecturas
o por los sucesos. Esta vez, no obstante, no se trataba de nada de eso.
Simplemente, estaba descansando, sin deseos ningunos de dormir, con conciencia
plena de mí. Fue de pronto que me puse a pensar en la mordaza, en los dientes
clavados en ella y en la sangre, ennegrecida por el tiempo. Me sucedió entonces
que adquirí la convicción absoluta de que quien estaba pensando no era yo, sino
otro yo que no era yo mismo Algo muy raro, lo comprendo, pero absolutamente
cierto. Y vino lo inaudito: primero pensé en la mordaza -es decir, pensaba el
otro yo que no era yoenseguida, en los dientes clavados en ella y en la
sangre tE inmediatamente después los dientes se adhirieron a sus maxilares,
los maxilares se completaron en las cabezas y las cabezas en las figuras de los
presidiarios martirizados! tY todo aquel conjunto aterrador, se puso a
gesticular, primero, a aullar después, a quejarse con sobrehumanos gemidos, con
desgarradores lamentos y dirigidos todos a mí, amontonados sobre mis ojos
dilatados, unos me imploraban venganza, otros meincrepaban por mi silencio;
aquellos me suplicaban un recuerdo para la madre lejana y otros lloraban sobre
mis ojos lágrimas ardientes de cólera, de pena, de pavor, de angustia! Es
inenarrable, verdaderamente. tDe pronto alguna cara se destacaba del conjunto y
se aproximaba a mis pupilas y en ellas lanzaba un grito agudo, un chillido de
pánico, y se alejaba! tOtras veces, aunque era completamente de día, la
oscuridad de la noche rodeaba los contornos, y los ojos fosforescentes de un
preso taladraban los míos en una súplica aterrada!
tY una vez, de una de aquellas bocas convulsas, por las comisuras de los
labios, fluyó la sangre, hirviente y lenta, y me rodó por la cara como una
lágrima incendiada! Sumido en el singular estado que he descrito, observaba
con atención, pero sin emocionarme de modo extraordinario, la crisis violenta
que el espectáculo provocaba en el otro yo que no era yo mismo, y esperaba que
todo acabaría pronto, cuando ocurrió algo más fantástico aún. Ocurrió una
regresión; mejor pudiera decir, una fragmentación del grupo. Todos se callaron
y uno solo se puso frente a mis ojos, mientras los demás me miraban con ojos
severos, llenos de una tristeza indescriptible. Y el que estaba frente a mis
ojos comenzó a agitarse en convulsiones terribles, y a tomar su rostro
espantosas figuraciones del dolor. En su cara el miedo vibraba como un grito. Y
todo el cuerpo le temblaba con estremecimientos como de la fiebre.La mordaza
tapaba su boca y la angustia de la asfixia contraía su rostro e hinchaba las
grandes venas del cuello hasta ponerlas tensas y moradas, como gajos de
arbustos tPor los bordes de la mordaza, gritos estrangulados borbotaban, y
con un babeo asqueroso, espumoso de saliva y de sangre, se le escapaban
fragmentos de súplicas y maldiciones! tUn hombre se fue sustituyendo por
otro: caras negras que se ponían verdosas, violetas, rojo profundo; caras
mulatas que se ponían pálidas, lívidas y caras blancas, amarillas por la
anemia, que en un esfuerzo desesperado adquirían un rosado de enfermedad! tY
ojos, eternos ojos de angustia, inflamados por el esfuerzo, rojos por el llanto
o la cólera, dilatados por el terror! tGritos ahogados por las mordazas,
insultos abortados en la lengua estrujada por el cuerpo, sangre saltada de las
encías por la rabiosa presión de los dientes sobre el taco! tEl grupo todo
se agitó con estremecimiento aún más terrible cuando la evocación vino a
completarse ante mis ojos, que comenzaron a ser los míos! Los «mayores», los
repulsivos «mandantes» surgieron de las mismas bocas babeantes de los
martirizados, cobraron vida real, se perfilaron sus figuras y sus rostros
bestiales, y vi a Badell, a Domingo el Isleño, a Gómez Montero, a Durán,
Oropesa, Cabodevilla, Chilango Morales, Walfrido y toda la siniestra cohorte de
asesinos, acercarse a los presidiarios atormentados, tirárseles al
cuello,estrangularlos, golpearlos brutalmente, arrojarlos contra las paredes y
los pisos, mientras los infelices sangraban, impotentes para defenderse ni
gritar siquiera Al fin, una convulsión profunda me conmovió y di un salto en
la cama Como ratas huyeron los asesinos, pero ante mis ojos persistió la
imagen de los infelices atormentados con los rostros más conmovedores que
nunca, más imploradores también de venganza Y se esfumaron poco a poco, como
si se alejaran, y sus quejidos se fueron diluyendo en el silencio pensativo de
mi imaginación atormentada. Los recuerdo bien. Su aparición fue para mí como un
mandato de mí mismo, y haré que la ignominia caiga sobre los asesinos. Es todo
cuanto yo puedo hacer.
OTROS CUENTOS
La única hazaña del médico rural *
El pueblecito de Omaha, aparte de un parecido casi perfecto con los villorrios
del Oeste americano que el cine nos ha dado a conocer, es exactamente igual a
todos los pueblos de Oriente, de Cuba y, supongo yo, a todos los pueblos
pequeños del mundo. Su parecido con los villorrios que en el cine constituyen
los teatros de las estupendas hazañas de Tom Mix, Buck Jones, Elmo Lincoln,
William Hurt y otros, depende probablemente de dos causas. La primera, a las
condiciones del terreno que se extiende en dilatada llanura por los cuatro
puntos del horizonte, dando ello motivo al fomento del ganado. Es esta, sin
disputa, la parte de Cuba en que hay más caballos, en donde son más briosos,
ypor consecuencia natural, donde los jinetes son más diestros y arrojados. Y,
la segunda, porque en años pasados, no muchos, hubo de establecerse en él una
pequeña colonia americana que dedicó sus actividades al cultivo de frutas,
especialmente al de toronjas y naranjas. Esta colonia desapareció cuando la
Chambelona ofreció una oportunidad a toda clase de bandidos para destrozar por
gusto y para apoderarse de lo ajeno. Los plantíos fueron arrasados, y muy
pronto los espléndidos naranjales fueron ahogados por el constante crecimiento
de bejucos y hierbas a los que ninguna mano amiga trató de extirpar. El pueblo
de Omaha quizás hubiese desaparecido en aquella época junto con los americanos
que lo fundaron, si no se desarrolla, como se desarrolló, el negocio de la
explotación de maderas recias de las que eran, y son, muy ricos los inmensos
territorios que cubren los bosques casi vírgenes de la región.
* Escrito en 1923, parece ser el texto narrativo más antiguo de Pablo de la
Torriente que se conserva. (N. del E.)
El pueblo no ofrece nada de particular aparte de esto. Posee una anchísima
calle central, en la que, los domingos y días de fiestas, los jóvenes del
pueblo, que sueñan lo mismo o más que los jóvenes de la ciudad, montados en sus
briosos corceles, con enormes revólveres al cinto, sombrero tejano, camisas a
cuadros y polainas enormes con relucientes adornos plateados, lanzan sus
caballos en carrera desenfrenada, dejan, comoal descuido, caer el tejano, y
haciendo maniobrar hábilmente a la bestia, viran rápidamente y a galope tendido
recogen el sombrero del suelo. Después hacen apuestas y más tarde, cuando están
reunidos tres o cuatro jinetes acordando cualquier plan o acordando ninguno, un
gracioso saca su revólver y lo dispara al aire: los caballos, de suyo
majaderos, relinchan, se encabritan, corcovean, y por fin se desbocan, todo lo
cual regocija a los jinetes porque se les presenta oportunidad de lucir sus
habilidades, y dominando por fin al caballo queda demostrado una vez más que el
hombre es el rey de los animales. Con estas hazañas los jinetes se consideran
superiores a Tom Mix. Esta misma juventud, por la noche va a cualquiera de las
dos fondas que hay en el pueblo y allí, en oculto rincón, pierde o gana
cincuenta, cien o doscientos pesos al póker. El pueblo contaba con los
servicios de un barbero charlatán; de un boticario flaco y ladrón; de un médico
en combinación con el boticario; de cuatro o cinco bodegueros que le sacaban el
jugo hasta a un hueso de jamón abandonado por un perro; de dos fondas sucias;
de una estación terminal; de una iglesia Bautista; de un par de talleres de
aserrar maderas y de algún otro comercio. Las muchachas son casi tan raras como
lo son los tranvías limpios que hay en La Habana. En este preámbulo, ya
demasiado largo, he hecho indirecta mención de los dos protagonistas de este
drama que narro y ello me ha traído,como de la mano, a entrar de nuevo en el
asunto. He aquí los protagonistas: el médico y el dueño de uno de los aserríos.
El médico era un hombre alto, bien conformado, aunque algo grueso, y de bellas
facciones en las que se podía notar algo así como afeminamiento, o si se
quiere, aspecto aniñado. Hacía poco tiempo que dejara las aulas universitarias
y era, por tanto, joven. Era casado con una muchacha de la alta sociedad, a la
que también él pertenecía. Vivía solo en el pueblo. Hablando imparcialmente, el
físico de él podía impresionar a cualquier mujer.
La parte moral era un desastre. Dejando a un lado que pronto se comprendía que
era necio, bruto, ignorante e impertinente, nuestro médico, llamémosle Eduardo,
poseía estas magníficas cualidades: el vicio del juego lo dominaba, el ron era
su amigo con frecuencia y era tan explotador de los pobres como atrevido y
cobarde. Ganaba una barbaridad de dinero, porque siendo el único médico que
había, de todos los contornos le llegaban enfermos a los que cobraba exageradamente
la consulta, de la que siempre se derivaba una porción de recetas en las que
iba al partir con el boticario. Pero era su cobardía lo que resaltaba sobre
todas sus demás brillantes cualidades. En un pueblo como aquel, en que flotaba
un ambiente de valor de película y el que no hubiese hecho algo no era bien
mirado, la cobardía del médico pronto se hizo notar, brindando una oportunidad
de distracción a los jóvenes que notenían otra que hacer piruetas a caballo o
perder y ganar al póker. Le hicieron maldades que degeneraron en escenas
comiquísimas. Una vez, cuando estaba jugando en la fonda, entraron en su cuarto
y le dejaron un papel amenazándolo de muerte para esa noche a las doce. Volvió
corriendo a la fonda, en donde ya estaban los bromistas autores de la amenaza,
y tembloroso les dio a leer el papel. Armados de pavorosos revólveres y
poniendo las caras como si se tratase de algo tremendo, lo acompañaron a su
habitación, poniendo guardia en todas las puertas. Allí pasaron la noche
tomando a costillas del médico, no sin dejar de ponerlo en sobresalto a cada
momento con ruidos hechos adrede o con ficticias amenazas de retirada. Otro
episodio, el que voy a relatar, lo consagró. Un día, con mucha cautela le
sacaron las balas del revólver y le sustituyeron el plomo y la pólvora por
arena y cartón. Cuando llegó la noche, y después de terminar el juego, el
médico, que había ganado un buen chorro de pesos, se retiró con mil
precauciones, y después de cerrar bien puertas y ventanas, se acostó dejando el
arma sobre la mesa de noche. Pasada una media hora, empezó a sentir unos ruidos
extraños, que le alejaron el sueño por completo. Cesaron. Más tarde
recomenzaron y después volvieron a cesar. El susto estaba preparado
magistralmente. El terror del médico aumentaba por momentos y de buena gana
hubiera gritado si algo no le apretase la garganta. Se habíasentado en la cama
y con los ojos desmesuradamente abiertos miraba a todos lados a un tiempo. Veía
en las sombras, como un gato. El corazón, latiendo apresurado, lanzaba la
sangre a la cabeza por torrentes que le producían el efecto de martillazos
dados por un carpintero, diminuto, pero fuerte, que moraba en su cerebro. Las
manos, por el contrario, estaban heladas y sudorosas. Malamente sostenían el
revólver. De pronto, después de un prolongado y angustioso silencio, sintió el
ruido de pasos que inúltilmente se tratan de amortiguar cuando se dan sobre
maderas que ceden al peso. Los pasos cesaron en la puerta de su cuarto y
sintió, presa de un espanto sin límites, un breve y apagado rumor de voces
Luego, una llave introducida en la cerradura abrió la puerta lentamente,
produciendo un chillido débil pero continuo que crispó los nervios del médico,
el que al ver penetrar en el cuarto a tres enmascarados, en un supremo esfuerzo
apretó el gatillo, una, dos, tres, hasta las seis veces, sin que naturalmente
saliese bala alguna. Creyendo ver en cada enmascarado un asesino, se arrodilló
suplicante en la cama y balbuceando, como cualquier niño que se ha portado mal,
pidió perdón y dijo que no lo volvería a hacer. Esto sin que nadie le dijese
que había hecho algo malo. Los enmascarados, enmascarando también la voz, y a
punto de soltar las carcajadas, le exigieron que se ensuciase en la cama si
quería salvar la vida; pero la orden era ya inútil,porque el hombre hacía rato
que lo había hecho, como así lo expresó. El dueño del aserrío, hombre joven, y
que no ofrecía nada de particular para nadie, era por el contrario y como
sirviendo de anverso a la medalla que forman los dos protagonistas, un hombre
que presumía y era valiente. Las hazañas de él eran inversas a las del médico.
Se había entrado a tiros con dos o tres poco menos que por gusto; los caballos
más indómitos eran mansos corderos bajo el arco de sus piernas; perdía generosamente
el dinero y lo recogía con desdén cuando ganaba; su pulso era infalible y el
vino y el ron eran para él agua pura y
cristalina. En resumen, un cowboy pendenciero y valiente. Había sido el jefe de
todas las maldades al médico y lo despreciaba cordialmente, como sucede siempre
entre un valiente y un cobarde. Era rico y se casó con una muchacha bonita con
la que estaba metido de verdad. Como ya dije, las diversiones del pueblo se
reducían al juego, los caballos y las maldades al médico. El programa no era
muy variado, pero lo alternaban sabiamente. Estaba de turno el cobardón. La
oportunidad se presentó una noche en que no fue a jugar, y allí, a medianoche,
el dueño del aserrío propuso esta maldad: lo irían a buscar y lo obligarían a
batirse, de mentira por supuesto, con él, que estaría debidamente disfrazado.
La broma agradó y allá se fueron todos, penetrando en la habitación del médico
tocando antes, no fuera cosa de que disparase en sunerviosidad. Pero al entrar
no encontraron a nadie y con verdadero sentimiento se retiraron, pensando que
habría salido a hacer alguna visita en el campo. Después de hablar de cosas
vanas un corto rato, los expedicionarios se retiraron a sus respectivas casas.
El dueño del aserrío se retiró también a su casa, que estaba cerca de la del
médico, sin pensar en nada, como les sucede muchas veces a los hombres que no
tienen preocupación alguna. Como era ya algo tarde, aunque no tanto como la
hora en que solía retirarse, por miedo a despertar a su mujer entró de
puntillas, y tratando de hacer el menor ruido llegó hasta la puerta de su
cuarto. Pero la puerta estaba cerrada y llegó hasta sus oídos «un concierto
de besos y suspiros». Sintió cómo invadían las sombras de la tempestad su
cerebro, y de pronto brotó de esas sombras el relámpago con su luz intensa y
siniestra: la verdad se ofreció ante sus ojos. Pero la luz del relámpago es
lívida, es luz de muerte. En el cerebro de aquel hombre se desató la tormenta
que vino a acrecer los impulsos de un amante corazón. Ya aquella vida estaba
deshecha. Abrió la puerta con su llave, con impulso de autómata y la repugnante
visión se presentó a su vista extraviada: el médico, aquel cobarde y su mujer,
aquella pérfida, desnudos, impetuosos, delirantes, sobre su lecho nupcial;
haciendo una vida apócrifa, deshacían otra. El aserrador estaba inmóvil. Sentía
en la cabeza un mundo. Sus pies los sentía apoyarseen el vacío. Su mirada
relampagueaba en la sombra. No lo habían visto. Cuando el combate cesó y los
dos cuerpos, flácidos, desmayados, se tendieron uno al lado del otro, el
aserrador soltó una aguda carcajada y aplaudió rabiosamente. Estaba loco.
Habana 11/3/923
Diálogo en el mesón*
Cuando terminó la violenta polémica, en el mismo vestíbulo los dos encapotados
se citaron para un mesón de las afueras. Y cada uno por distinto camino, bajo
los portales en sombra, acudieron puntuales al mesón. Ya los ánimos se conoce
que desde antiguo venían agriándose, porque el caballero que había llegado
primero, en un rancio gallego del siglo XV, apostrofó con cierto aire insolente
al otro: —sPues qué pretendéis de mí? Harto he sufrido ya y no estoy dispuesto
a tolerar más imprudencias. Hoy habéis visto cómo mi defensor, el Muy Ilustre
Catedrático don Juan de Álvarez y Sotomayor, ha probado hasta la saciedad que
yo soy Cristóbal Colón, el verdadero Descubridor de las Indias, Gran Almirante.
Y que soy gallego. Gallego hasta la médula de los huesos. sOís bien? Sí,
gallego, gallego de Pontevedra, que es donde más gallego se puede ser. Y no
quiero que oséis molestarme más, porque no respondo de mí Idos a vuestra
Génova usurera, que no quiero veros más en mi camino Y ya se iba, con un
aire de arrogancia insoportable, cuando el caballero genovés, con cierto aire
zumbón, le cortó el paso:
—Aguardad, señor don Cristóbal, que aún tenemos más quearreglar. No vamos a
repartirnos la gloria gratuitamente, así así, porque vos queráis. La gloria
también vale dinero —Eso será para vos, que no sois más que un menguado
mercader —Pero escuchad, señor don Cristóbal. sPor ventura creéis que sea
cierto cuanto ha dicho ese viejo y furioso catedrático? Despertad de ese sueño,
que ya es hora. A ver, decidme. sHa dicho ese viejo en qué casa nacisteis? sY
se concibe acaso que un español no pueda decir «aquí nací yo, y mi padre y mi
abuelo, y mi quinto tatarabuelo»? tContestad, contestad, señor Descubridor!
—Vaya, estáis chistoso para el paso, señor genovés. Guardad ese bolso de
escudos de oro y dejadme en paz El caballero genovés toma con apresuramiento
los escudos, pero acude a detener al caballero español. —Oh, no os vayáis aún.
Recordad que si vos sois español e hidalgo, yo soy de Génova y mercader. sCómo
vamos a partir por tan bajo precio la gloria del Descubrimiento? —sCómo?
sTodavía osáis más, malandrín? Acaso no tenéis bastante con haberme injuriado
al recordar mi humilde y desconocida cuna? Tened cuidado, no olvidéis que soy
español y no consiento afrentas, tvive Dios! —y diciendo esto se embozó en la
manta y fue a partir. Pero el genovés se atrevió a detenerlo aún más y le dijo:
—Pues de eso se trata, señor caballero. El demostraros que tuvisteis tan
humilde cuna os costó un bolso de escudos de oro, pero otro más tenéis que
darme aún. Y no me atemoricéis, porque esinútil. Vos no sois español. —sCómo,
pardiez, osáis? sQue yo no soy español? —Sí, no sois español. A ver. sSi
hubierais sido un auténtico español, acaso no hubierais estado en el sitio de
Granada, combatiendo contra el moro, por vuestro rey y vuestro dios? Decidme.
tContestadme! Ah, quedáis mudo, sverdad? En efecto, el otro caballero está
humillado, tiene la cabeza baja. Se le ha descubierto la superchería, porque,
en efecto, un español de entonces no tenía otro sitio que el de Granada, al
lado de Isabel de Castilla, de Fernando de Aragón y Gonzalo de Córdova.
—Entonces, squé cosa soy? —Vamos, dejaos de engaños: sois sólo un simple judío
—respondió con desprecio el genovés. —Y, squé pretendéis? —Que me deis ahora
mismo otro bolso lleno de escudos, como el anterior El otro saca el dinero y
se lo da con toda humildad, humillado. El genovés lo recoge con avaricia y se
retira del mesón. Apenas sale, en la pared la luz de la vela refleja la sonrisa
de un perfil judío. —Qué infeliz Si era judío, scómo iba a darle buenos
escudos de oro?
Casi una novelita
Cuento-película* Primer episodio
(Aparece un aula del colegio María Corominas, en La Habana, en donde se prepara
para ingresar al Bachillerato y en la vida, entre sueños y estudios, un grupo
delicioso de chiquillas.) (Ahora se acerca el cameraman y la misma escena se
reproduce con más claridad. El aula está como a la hora del rezo, pero la
señorita —hay un close-up de la señorita—hace una pregunta y toda el aula se
torna un revoloteo de palomas blancas. Es que la pregunta ha sido esta: «sDónde
nació Martí?») (Sigue su proceso la clase y al final se reúnen las muchachas en
la azotea para descansar un rato. En grupo aparte hay tres muchachas —close-up
de cada una—.
Victoria, una trigueña gentil, diminuta como una estrella de cine, que tiene
una cosquilla en la mirada y un pensamiento entre los ojos, habla animadamente,
y cuando el cameraman la sorprende, la comisura de sus labios han sido llevadas
hacia atrás con un rictus de contrariedad aún no vencido. Seguidamente, como
sobre un redoblante, repiquetea nerviosamente sobre la rodilla. Está contando
algo que sucede). (Ahora hay un close-up de Carmen, maravillosa trigueña en
formación que nunca sabe nada, pero que en cambio tiene tres novios y más de
una docena de enamorados. Aparece con las piernas cruzadas y escucha con
maligna complacencia, como quien ve cumplido un proyecto pérfido. Está en el
grupo circunstancialmente y es amiga falaz de todas las compañeras y rival de
todas las que tienen novios. Está con las dos muchachas porque hay una
conversación confidencial; de lo contrario estaría con otras.) (Enseguida
aparece Teresa, la amiga íntima de Victoria. —sPor qué cada muchacha sólo tiene
una amiga íntima? Misterio. Esto no sale en la película, desde luego.— Teresa
es más bien rubia, más bien alta, más bien gruesa, más bien bonita, más bien
desaplicada ymás bien nada más. Tiene preferencia por las poses
cinematográficas; en lugar de un tdetente! lleva una cabecita preciosa de
Pierre Marmont. Los ojos verdes la atraen, la fascinan, la enloquecen, la
desconflautan Una vez Pero tocan a clase. Por lo demás, ya las compañeras
sabían que iba a contar lo del hombre hermoso y arrogante que vio en la
Terminal, con unos ojos fulgurantes y llenos de reflejos como los de un bravo
león encarcelado). Aquí termina la primera parte de la película. Se recomienda
que las escenas del aula se tomen a distancia media y que se destaquen bien las
figuras principales. La escena de la azotea ha de ser muy animada. Victoria ha
de aparecer en ella con una simpática nerviosidad, y ha de poner de vez en
cuando un mohín de disgusto en la expresión. Carmen ha de revelar una
majestuosa indolencia y Teresa expresará afectuosa atención al escuchar a
Victoria y un entusiasmo casi arrebatador al empezar la descripción de su
héroe. Es necesario un gran derroche de luz y una corriente de aire lo bastante
intensa como para permitir al espectador la contemplación de una escena
agradable y estética.
* Escrito en 1925.
Ahora empieza el cuento. Todo en la película está claro. Pero, no obstante, es
conveniente una explicación. Hay que descifrar la escena de la conversación de
las tres protagonistas. Hela aquí: Victoria, la trigueña nerviosa y diminuta
como una estrella de cine, tiene (tqué escándalo!) un novio; unchiquito
precioso, según ella, y muy aceptable, según otras. Raúl —lo llamaremos Raúl
para no descrubrir su verdadero patronímico— tiene buena estatura, usa
sombreros con cintas a dos colores, camina con estilo; es simpático; se para en
las esquinas con una gracia deliciosa; sabe pedir un beso a tiempo; y, sobre
todo, se da un «aire» que es casi un «ventarrón» a Ramón Novarro; en suma,
irresistible. Desde luego, que esto de irresistible no pasa de ser un decir,
porque en cambio, quienes no lo pueden resistir ni en un retrato al óleo con un
ligero aire de familia, son los padres de Victoria, sobre todo el papá, que en
cuanto lo ve pasar, con el sombrero de medio lado, le imprime a sus dedos una
agilidad más que suficiente para tocar correctísimamente la Campanella de Liszt
y terminar cerrando el piano con un acorde final que pararía de su asiento al
propio Ricardo Wagner. Y ya está casi descifrada la escena de la película.
Cariñosos consejos de la madre; imperativas amonestaciones del padre; varias
corridas por los «ends» de Raúl; lagrimitas de Victoria: he ahí el conjunto de
hechos que han motivado la escena en que la protagonista se muestra
contrariada. sPor qué lo está? Muy sencillo. El padre de Victoria ha tomado una
resolución definitiva y no es hombre que se vuelva atrás. Victoria se va. Es decir,
la embarcan. Allá en California hay un colegio para señoritas. Está entre Los
Angeles y San Diego. Verdes colinas, árboles gigantescos,cataratas, ríos,
lagos, sol, aire, cowboys, potros indomables, panoramas inmensos, tales son las
pinceladas maravillosas que pone su mamá para aliviarle la amargura del viaje.
Pero ella aún sólo piensa en él, y por eso, dándose en la rodilla dice: «tNo,
no y no!» Sin embargo, spor qué Raúl no pasa hace tres días por su casa? tY no
puede decir que no sabe que ella se va! Varias amiguitas se lo han dicho. sQué
pasará? tSí, la había olvidado! Después de todo los hombres oh, los
hombres tTodos igual! y nosotras que nos matamos para esto (Estas son
reflexiones de un momento psicológico de la protagonista.) Creo que está bien
explicada la actitud de Victoria en la película. Ahora veamos la de Carmen.
Desde que Próspero Merimeé y George Bizet animaron a la
cigarrera sevillana con el soplo de la tragedia, todas las Carmen son temibles.
Y esta de la película no es precisamente la excepción. Tiene un cuerpo
admirable y una cara maravillosa. Es como un gran edificio lleno de hermosos
relieves. Causa el mismo fascinador efecto de lejos que de cerca. Y maneja sus
armas con prodigiosa habilidad. Destrona a sus amigas en el corazón de sus
novios y juega luego con el de estos. Su figura enciende en los ojos de los
hombres unas misteriosas lucecitas. Hay en su mirada luces brillantes y
tenebrosas sombras; su boca dibuja sonrisas de felicidad y crueles carcajadas y
hay en sus gestos indolencias de reina e impetuosidades de tigresa.Sería una
gran artista si tuviera corazón. Pero tener esto es más difícil. Ella es como
el Moisés de Miguel Angel. A los dos sólo les falta una cosa para ser
perfectos. Al Moisés, que hable, y a ella, que sienta. sSabéis por qué sonríe
complacida? Pues porque Raúl ha caído en sus redes; porque al fin el más reacio
de sus conquistados se ha rendido; porque el triunfo ha sido el más penoso,
pero su resultado el más favorable; porque, en fin, goza con el dolor de su
rival que pronto sabrá con la rabia del que abandona la pelea sin quererlo, que
su amiga se queda disfrutando del cariño de su Raúl. Esta Carmen no tendrá
remedio nunca. Al fin, un don José, celoso y vengativo, hundirá, en su cuerpo
oloroso y palpitante, el puñal redentor de tanta maldad. (Esta parte ha quedado
muy trágica, pero, en fin, así se queda.) sY por qué Teresa escuchaba con
cariñosa complacencia a su amiga? sAcaso no era doloroso lo que ella contaba?
Desde luego, pero en el mundo no se resuelve nada con lamentarse. El corazón
será muy útil para escribir poesías y tocar la Serenade, pero habrá que
convenir en que, salvo en estos casos, sólo existía para evitar el desastre y
ser el violín concertino de esa orquesta en la que son músicos eminentes los
pulmones, el estómago, el hígado, los riñones, etcétera; magnos intérpretes de
la sinfonía compuesta por Dios y titulada La vida. Y, además, había estos datos
importantes: Teresa quería mucho a Victoria, eso es verdad y amí me consta, pero
también es cierto que adoraba una «puntica» a Ramón Novarro, dos «punticas» a
Lester Cunneo, tres «punticas» a Richard Barthelemus, 25 «punticas» a George
O´Bren, y como sin cuenta (50) «punticas» a Pierre Marmont, y Teresa contaba
con que Victoria le enviaría noticias de sus héroes, tal vez los conocería, les
hablaría de ella y tquién sabe! tquién sabe!
Ahora empieza la segunda parte de la película. (Aparece en primer lugar la
señora Corominas recibiendo en su despacho. Pasa Victoria con su mamá y la
señora Corominas las saluda afectuosamente y besa a Victoria. —Se comprende que
es una despedida.— La Directora habla a solas con la mamá de Victoria y esta
sale. El cameraman la sigue. Llorosa se despide de su maestra y abraza llena de
cariño a Teresa. Las dos lloran como si se tratase del final de un drama. El
hombre de la cámara se acerca imprudentemente, y, cariño aparte, las
protagonistas lucen muy feas llorando. Toda la clase está llorando a saltitos.
—Si esto sigue así, hasta yo voy a llorar.— Aparece una vista de la bahía de La
Habana. Dos trasatlánticos, grandes como camiones, echan humo sin apurarse
mucho. Parecen dos sultanes orientales; el ferry de Guanabacoa chapotea como
una pata orgullosa; la cámara pasa revista al puerto hasta llegar al espigón
del Arsenal, en el que está anclado el «Cuba», que va a salir para Cayo Hueso
(Key West). Un tumulto de pasajeros, vistas, policías y agentes de hotelesse
agita en los muelles. De pronto, entre su padre y su madre, distinguimos a
Victoria que viene elegantemente vestida de gris, con un ramo de flores y un
pequeño maletín algo más grande que una bolsa de paseo. Aparece casi risueña y
decidida. Lleva, —scómo no?— una libreta de cien páginas para escribir sus
impresiones de viaje. Hay varios cientos de pies en que ella aparece vista de
cerca. En una de esas partes, recostada a la borda, la brisa ligera deshoja con
cuidado una de las rosas de su bouquet. Ella lo observa y compara esto con sus
recuerdos que se desvanecen: amigas, amigos, parientes, todo, todo se borra, y
por fin, él, el ingrato, como un buque que se hunde en el horizonte, se esfuma
lentamente de su pensamiento hasta desaparecer. El buque puede retornar al
puerto, pero en el puerto de su corazón sería difícil volver a penetrar. Ríe
jubilosamente y lanza al mar todas las rosas como un reto valiente a sus
recuerdos. Se ve el humo de la sirena por tres veces y el barco comienza a
moverse con lentitud, como un gigante que despierta. Cruza los buques, cruza la
Aduana, el Observatorio, el Morro, la Punta; los pañuelos se han agitado
cariñosos en la Puntilla, casi cerca del barco que ahora va aprisa. La Habana
queda
detrás del Morro, la cola se hunde, se pierde, y el horizonte es entonces un
círculo. El «Cuba» salta sobre las olas como un ciervo juguetón. En la popa,
recostada en una silla de extensión, Victoria se dejadespeinar por la brisa. A
pocos pasos su padre lee un periódico, y de vez en cuando, como quien consulta
un reloj, dirige una mirada a la muchacha para ver qué tal anda ese corazón. La
noche, como el telón de un teatro, va cayendo rápidamente tEl Cayo!
Lucecitas que brincan, que se esconden, se agrandan, se fijan. Y luego el tren
galopando sobre las olas, y Victoria despacito, se va durmiendo en la
plataforma del último vagón, mientras, a los dos lados, ríos de moneditas de
oro, salpicadas de esmeraldas, cabrilleando, siguen precipitadamente al tren
Y ahora California. Un tren horada vigurosamente una montaña enorme, aparece
retador al borde de un vórtice pavoroso y se precipita como un bólido hasta el
fondo de un valle; aparece sobre una cresta y vomita el humo a bocanadas, como
juramentos. Una estación pequeña con un andén y una señorita vestida a cuadros:
es la profesora que va a recibir a Victoria para acompañarla al colegio. El tren
se aleja. Dos pañuelos se alejan hasta la traición de una curva. Cariñosamente
toca en un hombro la maestra a la protagonista extática y le indica dos
caballos. tPrimera sorpresa! Después de titubeos monta, ty a correr! Cerca,
como a dos leguas, se divisa una serie de hermosos edificios; un río, ancho
como un lago, se desliza majestuoso entre las montañas.)
Aquí termina la segunda parte de la película. Las escenas del puerto de La
Habana han de ser tomadas en día de mucho movimiento. Cuando laheroína ve
deshojarse su bouquet, en la mitad superior de la cinta se imprimirá la figura
de Raúl y se irá desdibujando poco a poco hasta desaparecer, al tiempo que
Victoria arroja las hojas al mar. Si es posible, debe simular el gesto del
olvido. Es indispensable un día luminoso. La escena del tren marchando sobre
las aguas en el puente de Cayo Hueso al continente requiere efectos de luz que
reflejen sobre las aguas tonos amarillos con algunos puntos verdes; para
simular el rielar de la luna y las luces de los faroles del tren. Los panoramas
californianos han de ser inmensos y hermosos como los que aparecen en las
películas de Tom Mix. Los tangos y valses constituyen la música más apropiada
para esta parte.
Ahora continúa el cuento. (tVictoria ha escrito! Teresa tiene una carta de ella
abundante en noticias, como un diccionario enciclopédico. En el Colegio la leen
por turno. Y hay sentimientos de rabia, de envidia, de entusiasmo; thasta las
niñas nuevas se interesan! Victoria se ha hecho una mujer célebre. Para Teresa
es una mujer inconmensurable. tVictoria ha visto pe-r-s-o-n-a-l-m-e-n-t-e a
Pierre Marmont! Para Carmen es una mujer odiada, insoportable. tVictoria es
amiga de Ramón Novarro, le ha hablado! Pero ella dice sarcásticamente y llena
de cólera y de odio que todo es mentira. Así se consuela. Pero lo cierto es que
Teresa tiene un retratico en que Victoria está a caballo y Ramón Novarro está
hablando con ella recostado alpescuezo del noble y bello animal. Es un retrato
que vale más que una medalla de fin de curso. Es un documento irrefutable. No
es posible negar lo evidente. sY cómo ha sido ello? Victoria le dice:
«chica, estamos pasando unos días deliciosos. Figúrate que una compañia
entera de películas se ha trasladado aquí para tomar varias escenas. Está Lila
Lee, que es muy cariñosa conmigo y me regala dulces a cada rato. Ella sabe
bastante español y nos entendemos bien, lo mismo que con Ramón Novarro, que es
muy simpático y más buen tipo que como aparece en las películas. Es amable
conmigo hasta el extremo, y si no fuera por pero no. Lo mismo es con Lila y
con las otras artistas. Con los hombres no se sabe nunca nada; en cambio si
él supiera lo triste que me voy a quedar cuando se vaya Pero la suerte me
protege, porque los días no se presentan claros y hay frecuentes tempestades
que impiden el trabajo. Chica, he tenido una suerte loca. Una hermanita de Lila
es mi compañera de cuarto y nos llevamos muy bien; por esta circunstancia la
Directora hace que yo la acompañe todas las tardes a visitar a Lila, y así de
paso lo veo a él» La carta seguía interminable, dando datos de todo el mundo
y mezclando en todos los párrafos a Ramón Novarro, hasta terminar con esta
conclusión maravillosa: «Chica, Ramón es mucho más bonito que Raúl.» Mientras
tanto, Raúl sufría tanto como Carmen. Su orgullo de
hombre que se creía recordado y querido habíasufrido un tremendo golpe. Porque
Teresa se lo había contado todo y sólo esperaba que como pago de ello Victoria
le hablaría a Pierre Marmont de ella y tquién sabe! tquién sabe!)
La tercera parte de la película va a dar comienzo. (El cine, como es natural,
está a oscuras. Aparece Ramón Novarro, vestido a la usanza de la frontera,
jinete de un soberbio bruto que se encabrita inútilmente en un ancho patio
embaldosado. Por fin se aquieta el animal y Ramón, de un salto, se pone en
tierra y por la brida amarra al caballo de la verja. En la ventana, una hermosa
muchacha le tiende las dos manos, que él estrecha con efusión: —Hay un corte.—
Aparece una taberna de los alrededores. En el interior, cuatro hombres de
siniestra catadura traman algo peligroso. Juan el Tuerto, jefe de la banda,
expone el proyecto. Se trata de un doble golpe en el que él tomará venganza y
cumplirá su deseo, y sus muchachos obtendrán unas cuantas monedas relucientes.
Juan el Tuerto explica los motivos: El padre de Marta —la linda muchacha que ha
aparecido antes— se la ha negado en matrimonio por varias razones: primera,
porque él es un bandido; segunda, porque no tiene dinero, y tercera, porque la
muchacha quiere a Guillermo —Ramón Novarro—, hijo de un rico ganadero amigo
suyo, y él está muy contento con ese compromiso. El modo de romper esta
negativa es la violencia. Para ello se secuestra primero al novio, cosa de que
no pueda evitar la consumación delmatrimonio; y luego se roba a la muchacha y
se amenaza al padre con llevársela definitivamente de su lado si no se la
concede en legítimo matrimonio, con derecho al usufructo de sus bienes. Juan el
Tuerto está seguro de que el padre de Marta no dudará un segundo en
salvaguardar el honor de su hija y el suyo propio a costa de su dinero. Así lo
creen también los otros bandidos y en el acto se planea el secuestro de
Guillermo para cuando regrese a su casa. —Hay un corte.— Guillermo, que a la
altura que está no puede besar a Marta, se conforma con cubrirle
apasionadamente de besos ambas manos y se despide. A los pocos pasos es
detenido en su marcha, y mientras dos pistolas le apuntan al pecho, es
desarmado y, amarrado, es conducido hasta una choza cercana, donde se queda a
vigilarlo uno de los bandidos. Socarronamente le cuenta el Tuerto su proyecto y
él tiene que escuchar con la rabia de la impotencia las viles sugestiones del
bandido. Hace un esfuerzo por romper sus ataduras y de un brutal estacazo es
arrojado al suelo sin sentido. De nuevo surge la casa del ganadero rodeada de
sombras. Los sicarios del Tuerto rodean la casa y penetran por una escalera a
las habitaciones de la muchacha. Sin un ruido se deslizan dentro y a poco salen
con un bulto que en vano lucha por libertarse. El galope de los caballos pone
en movimiento vertiginoso la acción. Mientras se alejan para un escondrijo del
monte, el padre duerme tranquilamente, ignorando queen el lecho de su hija sólo
queda un papel amenazador El héroe despierta. La desesperación lo hace
insensible a su dolor físico y con súplicas y amenazas logra sobornar a su
cancerbero y mientras su corcel en espantable [sic] cabalgata bordea
precipicios y traspasa montes para acortar camino, su mente torturada imagina
desgracias infinitas y espantosas venganzas. De pronto, como una burla, un río
que muge amenazador a sus plantas le cierra el paso. El héroe, desesperado,
comprende que es inútil empresa tratar de cruzarlo a nado, pero entonces
concibe algo desesperadamente temerario. Se acerca al caballo, desata el lazo y
lo arroja con tino a un tronco que se destaca en la orilla opuesta, prueba su
resistencia y se arroja decidido al agua, pero ya sea que la fuerza del turbión
es mucha, ya que el tronco estaba mal afirmado, lo cierto es que se desprende y
cae al agua dejando a merced de las aguas impetuosas al intrépido nadador que
lucha desesperado por salvar la vida Caen varios lazos al agua El nadador
es zarandeado violentamente Se hunde se pierde Un caballo con una
muchacha aparece y nada vigorosamente Un lazo ha caído cerca del hombre y
este se lo ha pasado por la cintura abandonándose; está agotado El caballo
domina la corriente y se salva el hombre) Aquí termina la tercera parte de
la película.
Ahora continúa el cuento. tCuánto comentario en el colegio! tHasta las maestras
se han interesado! sElmotivo? Un cable de El Mundo que decía lacónicamente:
«Ayer, durante la filmación de unas escenas de una película que está haciendo
Ramón Novarro, el bello actor cinematográfico, preferido de las damas, estuvo a
punto de perder la vida al romperse el cable
que le servía de apoyo para pasar un peligroso torrente. Gracias a la valerosa
intervención de una colegiala cubana que presenciaba la escena, y que con riesgo
de su vida se lanzó al agua, pudo el apuesto artista salir con bien de este
trance.» Teresa corrió a casa de Victoria. Ya el papá había recibido un extenso
cable de la Directora del colegio, en el que les decía que Victoria estaba
herida en una pierna, pero no de cuidado, que estaba bien asistida y que ella
misma le escribía ese día. La madre de Victoria estaba indignada: «tVaya una
disciplina! —decía—. Hay que traerla enseguida. Mejor está aquí con nosotros!»
Y el papá asentía: «Sí hay que traerla, pero hay que dejar que se cure.» Fueron
unos días interminables, pero al fin llegó la carta, copiosa, alegre, risueña.
Victoria sentía un orgullo profundo por el vendaje que cubría su pierna, pero
al mismo tiempo reconocía que le dolía. Pedía perdón por el atrevimiento que
había tenido, pero invocaba la nobleza de la acción como motivo. Esta era la
carta para los papás. La de Teresa era mucho más interesante. Se sentía feliz,
inmensamente feliz. Estaba enamorada. Sentía en su pecho como algo gigante, que
le hacía derramarlágrimas de felicidad y de ternura. A veces sentía una
tristeza profunda, pero eso era pasajero. Los días eran luminosos, las noches
claras, serenas. Estaba rodeada de estrellas, de compañeras, de él, que estaba
en el mismo hospital y que cada vez se le mostraba más agradecido, más
cariñoso, más bueno. «Creo que le gusto. tSanto Dios!, que sea verdad —decía
llena de vehemencia y explicaba luego el suceso—. Era domingo y no había clase.
El día estaba esplendoroso y se decidió seguir el film. Yo fui con la hermanita
de Lila y vi cuando él tqué valiente! se arrojó al agua después que estuvo
tendido el cable. Y entonces sucedió algo terrible: se partió el cable, o se
zafó y Ramón fue arrastrado por el torbellino. Yo estaba a caballo en la orilla
y seguía llena de desesperación la lucha por salvarlo. Los lazos no llegaban
hasta él y no había nadie que se lanzara al agua, que hervía colérica. Sentí
asco por aquellos hombres que lucen tan valientes en las cintas y aquí no se
atrevían a lanzarse al agua para salvar de verdad a un hombre. El torrente era
amenazador, pero te juro que si en él hubiese visto nadar cien monstruos
espantosos, lo mismo me hubiera lanzado. Fue algo divino que me impulsó, y ya
ves, lo salvé. Él se puso el lazo alrededor de la cintura y este, que le salvó
la vida, lo tiene hoy en el hospital tQué bello sueño convertido en realidad!
tSer heroína! Ahora creo que esta escena imprevista va a ser utilizada por el
director, haciendola suposición que Marta ha logrado escapar y llega a tiempo
para salvar a su novio; y luego vendrá una lucha entre este y los bandidos que
la perseguían. sQué te parece? Me quitan esa gloria; pero bueno, yo sé que para
él yo soy la verdadera salvadora. Por supuesto, chica, que el siniestro Juan el
Tuerto y sus no menos siniestros sicarios contribuyeron en lo que pudieron al
salvamento general. No le cuentes a nadie estas confidencias, y menos a Mamá y
Papá, que ahora quieren llevarme para allá. sHas visto qué desgraciada soy?»
Actualidades universales. Momento en que el actor Ramón Novarro sale de la
Iglesia, de contraer nupcias con la señorita Victoria Torres, la que hace poco
le salvó la vida. Carmen —a sus amigas—: «Es un escándalo. Yo no sé cómo una
madre deja casar a una hija tan joven y menos con un artista que nadie sabe
quién es y que el día menos pensado la abandona. Para eso yo, que Mamá ni
siquiera me permite tener amigos, etcétera.» Fragmentos de una carta de
Victoria a Teresa: «sQué cómo fue? Pues verás. Ya estábamos en la
convalecencia. Se improvisó una pequeña fiesta. Se bailó; la pianola sufría
pacientemente el martilleo de los fox. Yo no sé por qué estaba triste,
romántica. Me senté al piano y dos o tres acordes de Schubert espantaron a la
concurrencia. Me quedé sola. El cielo estaba tan lindo y había en mi alma un
efluvio tan grande de pasión, que dejé correr sobre el teclado los dedos
evocando al inmortal poetade la música. Creo que jamás he tocado ni tocaré como
en aquella noche. La Serenata surgía del teclado, sonora, limpia, apasionada,
vehemente Iba a terminar. Mi mano hizo por el teclado uno de esos recorridos
que son como un camino sonoro y al llegar a la última nota, encontré aún otra
que hizo vibrar en mi corazón todas las armonías: era su mano. Yo no sé más
nada. Sólo recuerdo que fui entonces la verdadera protagonista de uno de esos
finales de película que tanto te gustan. El mío parece que duró como mil pies,
porque nos
sorprendieron en él; pero aquí entre nosotras, yo creo que fue muy corto. Tuya
como siempre. Victoria. P.D.— Pierre Marmont es casado y tiene tres hijos.
Elige otro. Vale.»
Para el novelista aquí termina la relación, pero la realidad es esta:
Es el santo de Victoria: se hace música, se recita, se canta. Teresa Casuso
inspecciona a un chiquito tratando de encontrar en él cierto parecido con no sé
qué artista y parece que no está disgustada del todo con la comparación, porque
le sonríe. La mamá la mira a cada rato como si se la fueran a llevar y habla
con esta señora de modas y a la otra le dice que le gustan mucho los versos.
Torriente no hace otra cosa que oír y comer, porque son las dos cosas que sabe
hacer a la perfección. Aplaude a Victoria cuando termina muy plausiblemente La
Comparsa, y cuando pasa la bandeja coge con disimulo dos dulces en vez de uno.
Se ha prestado para repartirlos, pero hasido rechazada su oferta, no obstante
no cobrar nada por el servicio. La mamá de Victoria atiende solícitamente a
todo el mundo y entre ella y su esposo reparten tantas sonrisas y apretones de
mano que no hay manera de salir disgustado de la casa. Carmen, en una esquina,
habla mal de Victoria y dirige a Raúl miradas relampagueantes que este casi no
contesta. Galindo termina una romanza muy corta, porque apenas si le ha dado
tiempo a Victoria de contarle a Raúl el sueño que ha tenido con Ramón Novarro,
Carmen [ilegible] y Raúl, que se pone pensativo, se despide sin mirar a Carmen,
que lo fulmina. Se inicia el desfile: Galindo hace una genuflexión
absolutamente teatral y los demás caballeros, para no ser menos, también la
hacen, aunque la nota no salga muy clara y más parecen las gracias de un mozo
de café por la propina. Suenan tantos besos que dan ganas de pedir parte en el
reparto. Los besos suenan como goteras. Torriente se despide y le ruega a
Victoria que el año que viene, cuando cumpla los trece, lo invite de nuevo. Y
se retira, pero eso sí, sin doblar la cintura, porque el estómago se lo impide.
Ring ring «sQuiay?» «tTú!» «tYo!» «Hoy te voy a dar una
sorpresa» «sA mí?» «A ti, y a tu papá y a tu mamá y a todo el mundo»
«sY eso, chico?» «Nada; nada Me ha dado miedo lo que me contaste ayer Ya
verás» «tOye!» «Nada, tengo que hacer, hasta luego» «tOye!» «Hasta
luego» «ttOye!!» Clack. «sQuésería?»
Las siete de la noche. Un caballero vestido de negro toca en la puerta de la
casa de Victoria. «sEl señor Filo vive aquí?» «Adelante. Servidor de usted.»
«Yo lo soy de usted. He venido — porque ha llegado, desde luego— para pedir a
usted en nombre de mi hijo la mano de su hija, la señorita Victoria, y yo
espero etcétera.» (El novelista no está acostumbrado a hacer este papel, por
eso esta parte no ha quedado muy buena.)
He aquí por qué esta historia, que debió titularse «La novela de Victoria», se
titula simplemente «Por qué se casa una protagonista de película», y he aquí
también por qué la protagonista, para el día de su boda ha invitado al señor
Pablo de la Torriente Brau en el 30 de agosto de 1925. 15 de septiembre de 1925
tMuchachos!*
tAquello sí que era estupendo! tSol Sol Sol! Un sol violento y el
viento de la mañana sobre el mar Pero no. Esto suena bien. Está bonito y no
es así como debe empezar. Más vale
que yo vaya diciendo antes, por qué peripecias, después de aquella mañana, en
vez de capitán de buque soy mecanógrafo; Roberto estudió teneduría de libros en
lugar de estar en un circo haciendo maromas; Martínez, en vez de ser
violinista, es ahora sastre; García no pudo irse al Norte, porque vino a parar
en empleado del Gobierno, y Armando tArmando, el pobre!
Ya se nos acabó aquella ansia aventurera, aquel loco tumulto, aquel alegre
estruendo de ideas heroicas y desaforadas, decuando los cinco juntos no
teníamos la edad de un buen viejo de noventa años tranquilos Todo aquello se
nos terminó de pronto, en unos pocos minutos, decisivos de nuestra vida, como
si ella sólo fuera un ardiente trozo de leña que se sumergiera en el mar tEl
mar! tEl mar, negro-azul y hondo!
* Social, vol XVI, no. 11, noviembre de 1931, p. 31 y ss.
sQuién sería hoy capaz de reconocer en mí, serio y monótono, a aquel muchacho
desigual e inquieto, que fue suspendido cuatro veces en Algebra y sacó tres
sobresalientes en Geografía, Historia y Literatura? Hoy todo es esto: bajar por
la mañana por Trocadero; llegar a la oficina; trabajar hasta las doce (a las
diez y media vamos al «cafecito» y hablamos mal del Gobierno un rato); subir
por Trocadero; almorzar; bajar otra vez por Trocadero; trabajar hasta las cinco
y subir de nuevo por Trocadero hasta casa Esto es todo. Y mañana igual. Y
pasado. Y el jueves Y el viernes Y el sábado Pero el domingo voy al
cine Hoy, igual que a mi melena dispersa, echo el tiempo atrás, y me veo
entonces, con asombro, como si fuera otro, y me pregunto con extrañeza de qué
manera han cambiado, hasta qué punto han desaparecido en mí mis inquietos
impulsos anteriores tPero aquella mañana todo el fuego de mi vida se apagó
en el mar, negro-azul y hondo!
Yo, auto-expulsado del Instituto, me dediqué al mar, es decir, a la bahía, a
los muelles Esto, naturalmente, me buscó variasescenas en casa, que «no
estuve dispuesto a consentir», y, entonces, para encauzar por algún derrotero
mi vida, me indicaron que aspirase a ser guardiamarina. Y allá fui yo a los
exámenes. Todo iba bien cuando, en el último examen —que era de gramática
tonta— preguntaron qué diferencia había entre «senador» y «cenador». Yo, además
de indicar la poca que hay, añadí que entre nosotros, senador era sinónimo de
botellero Desde luego, esto fue dicho allá, por los tiempos de Zayas Hoy
yo no diría esto así Pero, a pesar de todo, la observación «me quitó el
chance» y no pude ingresar en la Escuela Naval. Llegué a casa diciendo que
tenía menos suerte que Jorge Washington, porque a aquel por decir la verdad lo
premiaban, y a mí, en cambio, me castigaban Y, efectivamente, a mi familia
lo único que se le ocurrió hacer fue indignarse conmigo hasta el extremo, y yo,
que no estaba en ánimo de «aguantar latas», me fui de mi casa.
Me fui a vivir a Regla, del otro lado de la bahía, en un solar que había en la
calle de Agramonte, entre Martí y Maceo Un lugar, como se ve, puramente
patriótico, en donde Martínez y yo alquilamos un cuarto.
Entonces decidí de veras aspirar a algo, y él, a ser un gran violinista. Y por
lo pronto, para ir pensándolo, comenzamos una rigurosa vida de hombres de mar,
remando desde por la mañana hasta por la noche A él se le llenaron de
ampollas las manos y se le «trancaron» los dedos por los músculos«agarrotados»;
a mí, una noche, me mordió desesperadamente un dolor por los
riñones y Martínez tuvo que darme cuatro píldoras de de —bueno, no
recuerdo ahora, pero eran negras— y, además, unas violentas fricciones con un
trapo empapado en agua que me hicieron mucho bien (Ah, ya me acuerdo: las
píldoras eran de esas de de «anófeles», creo Bueno de esas cosas
para el paludismo) Pero, a pesar de todo, íbamos adelante en nuestros
propósitos. Al mes, Martínez se compró la Serenata de los Ángeles y la
chapurreaba más o menos mal; y yo había tomado ya el color lógico de un hombre
de mar Allí conocimos a Armando, un muchacho escuálido, pálido y débil, como
esas yerbas amarillas que nacen bajo una tabla que les quita el sol. Pero en él
era el hambre El hambre desde niño; el hambre desde sus abuelos; desde su
madre tísica, siempre con un pañuelo color crema, como su cara, que vivía con
él en el último cuarto del solar, ancho y alegre, y lleno de chiquillos que
lloraban «maratones» enteros por las noches No sé, pero cuando uno es muchacho
enseguida se hace amigo de los muchachos pobres sPor qué será? Nosotros
nos hicimos amigos de Armando, y por las noches, cuando su mamá no estaba muy
mala —la pobre, todos los días, al salir uno al patio por las mañanas, oía a
dos mujeres hablando bajito, que decían siempre: «tLa pobre!» y meneaban la
cabeza antes de ir a la pila a coger agua—, por las noches, repito, élvenía al
cuarto de nosotros y se recostaba silencioso en una silla. Era por las noches,
cuando el ingenio tumultuoso de Martínez, con aquel espíritu burlón que lo hace
inolvidable, daba curso a su nunca terminada zafra de sacar chistes y de
recitar versos de manera estrafalaria Siempre lo evoco, con los ojos en
blanco y las manos sobre el corazón, conteniendo la carcajada, con aquellos
versos sentimentales que descaradamente se atribuía:
tOh, las pupilas tuyas, que son tuyas y mías porque en ellas a veces mis sueños
reflejé! tMansas pupilas tuyas que recuerdan los días más dichosos y alegres
del tiempo que se fue!
tEl Gallego Martínez! tMotor infatigable de alegría! Él fue el verdadero
y genial precursor de las «pegas» regocijadas y bribonas, cuando inventó, para
burlarse de García, aquello de «Polaco, aco, verraco Polaco, aco, te doy por
sanaco» Él fue el muchacho que tuvo siempre la intuición maravillosa de
llamar a cada amigo por un nombre burlón, que le venía mejor que el puesto por
los padres Él fue quien le puso a García, Polaco y Polea; a Roberto, Pancho
Villa y el Negro; a mí, Pato Macho, y, por ser el más grande de los cuatro, y
el que más había estudiado, el Alemán; a Pilín Pro, Coquito, desde que
bañándose cierto día en el mar, lo vio sólo con la cabeza mojada fuera; a
Kellman, el alemán auténtico, Radiante, porque componía radios; a un pescador
de Cojímar que nos alquilaba su bote, Pim-Pam, porquesiempre hacía así con la
boca; y a Reguera, cuando una mañana de concierto lo observó escuchando, con
más atención de la reglamentaria, la Quinta Sinfonía de Chaikowski, no lo llamó
desde ese día por otro, al que luego nosotros, al ir conociendo preferencias
ilustres, le fuimos amontonando cadáveres famosos, hasta que últimamente, para
llamarlo, sólo le gritábamos por la calle, como si fuera un portugués: Edgardo
Allan Chaikowski de la Reguera y Eça de Queiroz y Paganini Martí! «tVen acá,
tú!»
Luego, en las noches esas, como tenía melena de músico, de pintor, de poeta o
de barbero, agarraba el violín y rompía a tocar nueve compases de la Serenata
de los Ángeles, siete de la de Schubert, trece del Canto de la Primavera, de
Mendehlson, y como veinticinco de El Anillo de Hierro, lo que constituía su
repertorio clásico, según él hacía constar Enseguida daba el la Porque
resultaba que también era barítono. Para soltar el la, ponía un pie adelante y
expandía el
pecho Igual que un tenor Luego principiaba por un do, grave como un
moribundo, seguía: re, mi, fa, la, si, do, re, mi, fa, sol, la Y,
efectivamente lo daba. Daba un la, abierto y turbio, como la boca de un barril
de manteca, que claramente era un desgarramiento así: «tLARQRQRQRQRQR X»!
Armando, recostado en su silla, se reía con una extraña voz de hombre grande y
saludable Yo, a veces, me callaba para oírlo Ahora me parece recordar que
sólo se reía conla risa, y que tenía siempre tristes los ojos negros dentro de
la cara amarilla
Algunas veces, cuando los espiritistas no celebraban sesión en el primer
cuarto, casi todo el mundo venía a donde nosotros, y entonces Martínez, después
de tocar, ante el asombro y la expectación del auditorio, todo su repertorio
clásico, pasaba al repertorio plebeyo, y, como con cierta displicencia
afectada, le decía que cualquiera podía pedirle una pieza de moda. En el acto
él contestaba: «tAh, sí, sí!» Y la sonaba Hasta la mitad, por ejemplo, en
donde, haciendo un ligado desconcertante, se ponía a complacer otra petición
más urgente
Su violín, aunque era el más desnaturalizado descendiente de Stradivarius que
yo he conocido, era un robusto e infatigable cacharro musical, que soportaba
con estoicismo toda clase de ensayos sonoros tEra un violín-burro! tUn
violín modelo-Ford!
Ahora, que cuando había sesión en el primer cuarto, «la cosa era más seria», y
en todo el solar se estaba quieto un silencio de catedral cerrada Nosotros,
como sentíamos numerosos respetos por los muertos, esas noches nos íbamos por
ahí Y, mientras tanto, a pesar de no tener interés por el asunto, ya
conocíamos al «elemento» Todo el mundo era del solar menos el «medium». Era
este un marinero negro, bien negro y bien grande, de un buque de guerra, el
«Cuba» o el «Patria», que según decían, era un vidente «fenómeno» A mí,
honradamente, llegó apreocuparme el que un hombre tan grande, con tal tipo de
boxeador, y que tragaba tanto boniatillo del que hacía Ma, la madrina del
Gallego, pudiese ser un legítimo intérprete de muertos Martínez, por lo
pronto, le había puesto Muertovivo.
Fue una noche de estas, cuando ya no teníamos dinero para nada, que nos
quedamos en el solar En todos los cuartos, como de costumbre, tenían vasos
puestos, llenos a esa hora de burbujitas Hasta en el de nosotros había uno,
porque la mujer del estibador de al lado, que nos tenía pena «ttan jóvenes y
tan solos, los pobres!», se encargó de ponérnoslo por su cuenta para que
cogiera «buenos fluidos» Y estábamos aburriéndonos, tirados en las camas,
cuando empezaron a hacer ruido los que se sentaban en las sillas. —Oye, Gallego
—le dije a Martínez—, svamos a ver de una vez qué es eso? —Bueno, vamos, pero
desde fuera. Y nos asomamos. Todos estaban serios y sentados. El «medium», con
su traje de gala de marinero, empezaba a dormirse Y estaba un silencio
sagrado, dormido, casi terrible para mí Me parecía que toda aquella gente
acababa de morirse allá dentro El «medium», inmóvil, envuelto en la
penumbra Lo miramos un buen rato y todavía estaba inmóvil Entonces
sentimos un cuchicheo Pero todo se quedó otra vez inmóvil y mudo.
Ya teníamos miedo, miedo de no saber huir, cuando de pronto el marinero comenzó
a convulsionarse ligeramente, como cuando hay un poco de frío Y en elmomento
en que más atentos estábamos, abrió la boca tremenda y soltó un alarido feroz,
como si el espíritu de algún luchador muerto le hubiese puesto en el tobillo
una llave insoportable de jiu-jitsu o de grecoromana El Gallego y yo nos
lanzamos hacia atrás, casi rígidos, y entonces el hombre, más tranquilo, dijo
con una voz gruesa y acogedora: «Hermano Juan» «Pa´su madre!», dijo
Martínez, y nos «abrimos» hechos un tiro de allí Es posible que todo, en
aquella ocasión, lo viéramos de manera exagerada, pero aquella noche, la
verdad, dormimos con las piernas bien recogidas, por si acaso, y soñamos con
muertos que se sacudían las moscas, sacando las manos de los ataúdes y,
espantando a la gente de los velorios, pedían agua gritando igual que los
heridos Y también con esqueletos burlones que nos hacían maldades, como en
las películas de dibujitos que ahora se exhiben
Pero cuando aquello se ponía mejor era los sábados por la noche. Roberto y
García iban allá, y armábamos la bronca padre en el solar, ante la tremebunda
alegría de todos los chiquitos, que se volvían locos por oír a Martínez dar el
la y sonar el violín; a mí y a Roberto enredarnos a trompadas, y a García
reírse como una maquinita Todo se desenvolvía locamente bien. Roberto era
muy fuerte. Parecía un boxeador featherweight, y siempre estaba dando trompadas
por los brazos y al estómago, hasta que uno se ponía bravo y le soltaba un par
de mameyazos enforma Entonces, como era más duro que una piedra, se reía y
decía con burla: «tQué basura!» Nosotros le decíamos el Filipino Pancho Villa.
Martínez y él, después de discutir un buen rato sobre las cosas que ninguno de
los cuatro sabía, acababan diciéndose horrores por conducto mío y de García;
pero nunca llegaron a fajarse, por miedo respectivo Porque aun cuando
Roberto tenía delirio de boxeador y de maromero, Martínez, además de violinista
y barítono, resultaba que también era luchador de greco-romana, según él, y a
pesar de que cuando luchaba se mordía la lengua, en un campeonato que hubo en
el gimnasio, luchó cuatro veces y perdió las cuatro con gran alegría de
nosotros Por eso se respetaban ellos dos y sólo se decían horrores Él le
puso a Roberto, Negro, y Roberto a él Gallego, y así la cosa quedaba tablas
Y el Polaco, mientras tanto, se reía Se reía con aquella risa inimitable que
obligaba a interrumpir los chistes para oírla Era, a veces, como si un
grillo grande se pusiera a reírse, o como si lo hiciera una maquinita de pelar
naranjas Era no sé pero cuando él se reía nosotros nos mirábamos y
enseguida nos entraban ganas de hacer otro chiste para que volviera a reírse
Especialmente Martínez y yo, con cualquier gracia, conseguíamos que nos diera
tandas corridas de risa Porque el Polaco sólo sabía reírse Aunque algunas
veces se incomodaba, como, por ejemplo, cuando Martínez le advirtió en
unaocasión que el barítono Urgellés lo andaba buscando para sonarlo, porque él
había dicho que tenía bigotes de motorista y que no daba bien el la El
Polaco también iba al gimnasio con nosotros, pero sus ejercicios eran siempre
con las poleas, por lo que llegaron a echarle la culpa de que todas estuvieran
rotas. Y, en consecuencia, también le pusimos Polea. Todo lo hacía al revés
este muchacho. Lo único que aprendió a decir bien fue «tJmm!» Para él todo
era decir «tJmm!» Si Dempsey noqueaba a Carpenter, «tJmm!» Si el
Almendares vencía al Habana «tJmm!» Todo era «tJmm!», y por eso nosotros
acabamos por empezar y terminar todas las conversaciones con él diciendo
«tJmm!» y «tJmm!» tMal rayo lo parta! Y que parecía decirlo con los
espejuelos, de una convexidad extraordinaria, que le hacían los ojos como de
pescado Porque los espejuelos eran la víscera más importante del
cuerpo de García. Tanto, que una vez, por no tenerlos, se buscó el lío padre.
Fue así. Ustedes verán qué bueno fue.
Nosotros comíamos muchas veces juntos, en La Habana, en las fonditas de chinos,
y, naturalmente, como nunca andábamos abundantes de «manguá», casi siempre nos
las componíamos para no tener que pagar La técnica era muy sencilla,
elemental, primitiva: después de comer bien, tomábamos té y luego nos
desprendíamos a correr (tOh, los «flijole neglo con aló otlo y son do
casualidá si cabó!») tLas fonditas de chinos, llenas dehombres comiendo con el
sombrero puesto; llenas de chinitos musicales que cantan con indiscreción todo
lo que uno va a comer! tLa vez que me comí seguidos cuatro platos de arroz
con frijoles negros, y salió hasta el cocinero, con sus ojitos pícaros, a
conocerme! La vez que nos metimos en un chop-suey de lujo, que estaba en una
azotea empinada del barrio chino de Zanja, mandamos a hacer no me acuerdo qué
cosa extraña, y cuando ya estuvo hecha, al preguntar lo que valía no teníamos
bastante dinero con que pagarla, y entonces nos fuimos, con más miedo que el
demonio, mientras todos los chinos, llenos de cólera, decían cosas de tal
manera que parecía como si en vez de palabras hablasen por la boca alacranes,
arañas y escarabajos (sPor qué cuando uno es muchacho le dan tanto miedo los
chinos?) Pero claro, llegamos a desacreditarnos tanto que en muchos lugares no
nos admitían ya, y tuvimos que ir a parar, para fastidiar un poco, a los
puestos de frituras Lo que yo iba a contar —porque ya lo había olvidado— fue
así: Un día, en el puesto que hay por San Ignacio, cerca de la Catedral,
empezamos a comer platanitos, bollitos, pitos de auxilio y chicharrones
hasta que nos llenamos bien, y entonces nos fuimos tranquilamente Pero esta
vez el chino salió a la puerta y empezó a gritar: «tOye, tú, paga platanito
paga platanito paga platanito, tú oye!» Y se puso a seguirnos por San
Ignacio, por O´Reilly, por Cuba, porObrapía hasta que no nos quedó otro
remedio que mandarnos a correr, a las doce de la mañana, con las calles llenas
de policías y de gente que comenzó a tocar pitos y a dar atajas Pero qué
va Roberto y yo éramos unos toros corriendo García fue el que quedó
último, lo acorralaron en una esquina y allí pudo alcanzarlo el chino, que le
volvió a decir: «Paga platanito, tladlón ladlón!» tAh caramba, pero como
esto de ladrón ya era un insulto, el Polaco empujó violentamente al chino, y
este, agarrándose de sus espejuelos, que eran lo más saliente de su persona, se
los hizo caer al suelo García, entonces, al verse ciego, y creyendo sin duda
que el chino iba a picotearlo, se puso a disparar trompadas en todas
direcciones hasta que pudo conectar en un cuerpo duro, al que, con sus brazos
mecanizados por las poleas, aplicó una paliza feroz antes de que pudiera ser
reducido El estropeado no era el chino, sino el vigilante, que a los pitos
de auxilio había acudido para hacerse cargo de todos los golpes disparados por
el Polaco El policía, como es natural, era barrigón, y estaba sofocado por
la carrera y por los piñazos recibidos, todo lo cual hizo que se indignara
violentamente y agarrando por el cuello del saco a García, le dijo: «tEcha
pa´lante, ladrón!» tY todos los muchachos del barrio se fueron detrás! Y la
gente sacaba la cabeza desde la ventanilla de los carros y de las guaguas
preguntando qué se habían robado Y unodijo que le había dado una puñalada a
un chino Y otro dijo que había matado a un guardia Y el chinito iba a
pie, en chinelas, diciendo, como en un pregón interminable: «Paga platanito,
tladlón ladlón, paga platanitot» Y menos mal que pudo comprobarse que sin
espejuelos no veía nada, porque si no lo parte un rayo, por desacato y atentado
a la autoridad, según le dijo el señor Juez. Le salió la fiesta en esto:
pagarle al chino: 22 centavos; espejuelos perdidos en la reyerta: $18,00;
espejuelos nuevos: $12,00 Total: $50,22, que tuvo que sacar de su fondo de
reserva para «irse al Norte».
Después el Polaco siempre decía: «La culpa fue del Negro por convidar y no
pagar tJmm!» Martínez, a cada rato, le sacaba la historia, para reírse hasta
el límite del dolor de barriga
Caramba, pero cómo se va uno de lo que quiere decir, cuando lo que quiere decir
uno está allá dentro del tiempo que se fue y se llevó al irse, como rico
equipaje, los momentos felices y despreocupados de cuando uno es muchacho
tde cuando uno no tiene nada! Ni hambre ni cansancio, ni lógica, ni que
bajar todos los días por Trocadero y subir todos los días por Trocadero, menos
los domingos, cuando uno va al cine! tUno debiera morirse, muchacho! Por eso
hay que perdonarme el que me haya fugado de lo que estaba diciendo, y que todo
lo haya dicho con mi lenguaje de entonces, con palabras que no usaban corbata.
Naturalmente, entre la «metralla»que formábamos, Armando, que era un muchacho
serio, que iba al trabajo todos los días, por la mañana y por la tarde, tenía
que sentirse un poco extraño (y aun para nosotros, a veces, era un engorro),
pero como hasta entonces no tuvo otros amigos, porque nunca los buscó ni sabía
juntarse —yo creo hoy que no tenía fuerzas para tener amigos—, pasaba a nuestro
lado sus ratos libres. Ahora me acuerdo que Armando trabajaba en no sé qué cosa
de cueros o de cartón. Lo cierto es que siempre le vimos con el dedo gordo
hinchado y áspera la mano La tenía muy fuerte y él era muy flaco
Me parece que ya dije otra vez que su mamá estaba mala Muy mala Para mí
que él también estaba enfermo Se le habían muerto cuatro hermanos cuando aún
eran niños, y la mamá ya sólo era como un pañuelo al viento Algunas veces,
cuando yo la veía, pasaba un rato sin estar contento No sé, romanticismos
que tiene uno
Bueno, pero el caso es que el dinamismo de nosotros de alguna manera le
contagió el entusiasmo al muchacho, y un domingo por la mañana se decidió a
decirnos que nos quería acompañar. (A lo mejor él no lo pidió antes por miedo a
tener que dar algo Pero total, no hacía falta, porque nosotros pagábamos el
bote a peseta cada uno, y a mí me lo prestaba siempre Roberto.) tAquello sí era
estupendo! tSol Sol Sol Un sol violento y el viento de la mañana sobre
el mar! tEl mar negro-azul y hondo! El mar movido La mañana,limpia
como la cara de una muchacha bonita y alegre Y los vapores sucios echando
humo Y los cocineros de los barcos y de las goletas de los muelles tirando
al agua las cáscaras de las papas peladas tOh, qué vida maravillosa y
despreocupada! Cuánto minuto muerto resucita en mis ojos cuando, como si fuera
mi melena dispersa, echo el tiempo hacia atrás y me veo entonces, inquieto y
desigual, como un pez relampagueante y juguetón!
tCómo nos gustaba que el tiempo se pusiera bravo, para que la cachucha saltara
sobre las olas como una pelota, y las olas nos salpicaran por todos los
lados! tCómo nos gustaba huir por delante de los remolcadores, que pitaban
sus sirenas con el aire imperioso de un viejo conserje del Instituto, y
«levantar la boga», apurados, para meternos en el oleaje que hacían los
vaporcitos de Regla y de Casa Blanca, y cuando el bote se inclinaba de banda a
banda, hasta entrarle el agua, asustar al Polaco que no sabía nadar, y verlo
ponerse serio serio y agarrarse con fuerza a las dos bordas, diciendo
repetidamente, hasta que salíamos del peligro: «Oye, chico, no juegues no
juegues tJmm!»
tY por supuesto que decía también «una mano de malas palabras que eso era el
horror!»
Allá como a las diez, cuando el sol se espejeaba, fracturándose en millones de
fragmentos sobre la bahía, nos íbamos hasta la ensenada de los buques viejos,
la de Marimelena, que viene a ser un cementerio debarcos El agua, como si
fuera de tierra, estaba siempre sucia y tranquila Allí fue que un viejo
marinero descalzo nos dijo un día, mientras se arremangaba los pantalones hasta
la rodilla, sobre un lanchón podrido en que estábamos luchando, y cuando le
hicimos una pregunta sobre los tiburones: «Muchachos, no crean nada, tírense
donde quieran: los tiburones de la bahía están todos gordos y hartos tírense
donde quiera» Y desde entonces, hacíamos, en cueros, persecuciones por las
lanchas encalladas, para lanzarnos, despreocupados del peligro, por todos los
costados Luego, al fin, nadábamos hasta el bote, nos encaramábamos en él, y
huíamos, dejando a García, hambriento como un náufrago, por la mañana continua
de sol y de remos, que gritaba desde el barco al ver que nos íbamos, dejándolo
solo y desnudo, para comernos su comida
Había un barco rojo de orín del mar, que era grande y magnífico para nosotros.
Un día lo descubrimos y lo asaltamos, y con el calzoncillo de Roberto le
pusimos una bandera en la popa tYa nos parecía que el barco andaba por alta
mar! Entonces, armados de trozos de cabillas, acordamos ponerle «El
Relámpago de los Mares» Y desde aquel día no almorzamos más debajo de los
muelles, viejos y carcomidos, ante el pánico de los cangrejos y las jaibas que
huían hacia abajo por los horcones, incrustados de ostras Y las ratas,
grandes como gatos pequeños, pasaban insolentemente por entre los polines y
lasvigas, con sus ojos brillantes y sus largos bigotes Y las «isabelitas»
venían en bandadas a los círculos concéntricos que hacían al caer los pedazos
de pan, y de queso, y de guayaba y de plátanos que tirábamos al agua, para
verlas moverse como pelotones de soldados bien instruidos
Un día, como siempre, andábamos desnudos por la cubierta de «El Relámpago de
los Mares», para tirarnos por las bordas y subir corriendo, nos vieron desde la
Capitanía del Puerto, y vino volando una lancha con dos policías para «cargar»
con nosotros Sin embargo, esta vez nos perdonaron, porque yo les eché un
discurso, diciéndoles que otros muchachos nos habían llevado la ropa a Regla y
que «seguro, seguro» no nos la iban a traer hasta por la tarde, así que si
querían «cargar con nosotros», no les quedaba más remedio que llevarnos en
cueros Y se fueron diciendo que éramos unos «mataperros», que ya los
teníamos «muy cansados», y que si no sabíamos que allí había muchos tiburones y
mantas Otro día, como el Polaco no sabía nadar, se nos ocurrió amarrarlo por
la cintura con una soga y traerlo a remolque, mientras chapoteaba igual que un
gato, pudiendo apenas sacar la cabeza del agua turbia de la ensenada Y
nosotros nos reíamos Pero de pronto la soga se soltó y García se hundió para
salir enseguida con la cara y las manos desesperadas, gritando: «Me ahogo
Me a hogo». Cada vez salía con más trabajo, y cuando conseguimos que agarrarala
soga, se fue al fondo de puro cansancio, y lo tuvimos que izar como un bulto,
como un gran sábalo pescado Se tiró en el bote y se puso a vomitar Luego
nos mentó la madre a todos.
tCaballeros, pero cuánta cosa hay que contar! —tCuando nos íbamos a Cojímar, y
más allá, se nos hacía la noche remando, y volvíamos a oscuras, oyendo la
respiración ancha del mar en las rocas de la costa! tLas veces que nos
metíamos por el gran majá dormido del río, que se iba llenando de silencio cada
vez más adentro De un silencio tal, que los gritos que dábamos entre los
grandes
paredones arborecidos que custodiaban las márgenes, eran como peces que
saltaban del agua y huían por el aire, río abajo, río arriba Huían junto con
las auras negras, las garzas lentas y con la caraira única que pasó una vez!
tEl desembarco en las playas! tLa lucha con la resaca y con las rompientes,
para que no se estropeara el bote de Pim-Pam! Luego, tlas carreras por la
«Playa de los Tarahumaras»! El avance trabajoso por entre los residuos de
las basuras de La Habana, que la corriente del Golfo echa contra la costa, y
sobre las olas, como hábiles marineros en balsas pequeñas! tCuando
decidimos, una tarde, irnos hasta Cayo Hueso en bote, porque unos mambises lo
habían hecho una vez Y a la hora de estar al remo, horizonte allá, subiendo
y bajando por la cordillera de las olas, pensamos que «cómo nos la íbamos a
arreglar con los aduanerosamericanos, sin saber inglés». —tCuánta cosa que se
queda ahogada entre tanto recuerdo del mar!
Bien, yo creo que lo dije antes. Armando le cogió el gusto a venir con nosotros
los domingos por la mañana, cuando su mamá no estaba muy mala, porque los
domingos, como decía con tristeza, «no tenía trabajo en la fábrica». Aunque
parezca mentira, se las entendía en el mar mejor que nosotros; preparaba
siempre los estrobos de manera que durasen más y que fuesen más fuertes; si se
partía un remo, con el que aún teníamos, podíamos llegar fácilmente a la
orilla; y, aunque era menos fuerte que todos los del grupo, remaba mejor, y el
bote se deslizaba por el agua sin esfuerzo cuando Armando cogía los remos A
nosotros nos preocupaba eso un poco, y al fin yo conseguí unas explicaciones
absolutamente científicas del fenómeno, comparando esto del remar con los
boxeadores que tienen punch y con los pitchers que lanzan la pelota como
cañonazos, no obstante ser flacos muchas veces. Todos aprobaron mi tesis, y
Armando se rió con sólo dos risas pequeñas. Sabía también manejar la vela, y la
cachuchita de nosotros, en las mañanas de viento alborotado, era como una
paloma sobre la bahía Una paloma que se pusiera a bailar el minué sobre las
olas, mientras que nosotros nos poníamos más contentos que no sé qué, y el
Polaco pestañeaba, como el timbre de un despertador, a cada viraje violento que
metía un golpe de agua en el bote. tAquella mañana! Lamañana aquella era de
esas mañanas en que hay un sol espléndido y fuerte, y al mismo tiempo hace
frío. Era de esas con que terminan los nortes, cuando ya las olas, en La
Habana, no saltan al galope sobre el Malecón, como una impetuosa carrera de
caballos blancos, pero que todavía al estallar contra el muro, se revientan en
millones de alfileritos salados, y la gente extraña y los incorregibles, se dan
gusto paseándose junto al contén para salpicarse. Era una de esas mañanas en
las que uno, por mucho que reme, no suda, pero siente calentarse la piel bajo
el sol ardiente. tY tanta luz! Y el mar alegre, y azul, mientras una nube
blanca y gorda, como una galleguita, pasa por el cielo de la bahía
Ya nosotros habíamos estado bajo los muelles, donde el agua no deja nunca de
hacer plaf-plaf plaf contra los espigones que rechinan mueve las
lanchas pequeñas; hace gemir las bordas de las goletas y, separando los barcos,
pone tirantes los cables, como las cuerdas flojas de los circos Ya también
habíamos estado en «El Relámpago de los Mares», y nos habíamos zambullido en
las mismas hoyas que hay al pie de la Cabaña, donde dicen que duermen los
tiburones Ya habíamos remado hasta la ensenada de Guasabacoa, donde existía
una enorme cantidad de pilotes de cemento tan bien acostados, como si fueran a
dormir allí muchos años Parecían los ataúdes de piedra de un millar de
postes de telégrafos, muertos por el viento de la tempestad
Ya habíamos bromeado con el marinero noruego de un barco inglés, que se estaba
comiendo un plátano con las manos, y que cuando Roberto le gritó, riéndose:
«Saramanvich, americano» nos tiró las cáscaras, que le dieron a García,
poniéndolo furioso. Ya todo lo habíamos visto en una inspección general, cuando
de pronto, enorme y negro, anclado en mitad del puerto, el «Espagne» gritó con
su gran voz de bajo: MHMHM MHM MHM —tCorre, que se va el francés!
—grité yo, y nos pusimos a remar desesperadamente.
Pero el francés no se iba. Sólo estaba virando para acercarse al espigón y
atracar. Viraba lleno de majestad, con mucha rapidez para su tamaño, y al mismo
tiempo recogía el ancla, que empezaba a salir llena de fango. Cuando volvimos la
cabeza un momento para verlo, la gente se apiñaba en las bordas. Me acuerdo que
vi un oficial, todo vestido de blanco, con una gorra blanca. Y Roberto y yo,
levantando la boga hasta lo último, hacíamos avanzar la cachuchita, como si
fuera un buen caballo trotón —tA coger el oleaje! —grité. Ya el «Espagne»
estaba cerca, y entonces fue que el oficial empezó a gritar. Armando dijo con
su voz gruesa: —tCuidado con la propela! —tQué cuidado ni cuidado! tA coger el
oleaje! Y hundimos los remos en el agua. A la tercera boga, como ya la
marejada era tan fuerte y desigual, cogí «un cangrejo», fallando y con todo el
impulso que llevaba me fui de espaldas violentamente; di en el costadodel bote
y, perdiendo el equilibrio me caí al mar En el agua, con la espalda rota, lo
vi todo espantado Como Roberto hizo su boga con todo vigor y yo no, la
cachucha se desvió con violencia Además, el «Espagne» estaba virando El
bote entró de lleno en el remolino poderoso del agua hecho por la hélice, y sin
fuerza ya para dominarlo, se precipitó hacia él Un clamor inmenso se asomó a
las bordas y el oficial vestido de blanco gritaba desesperado hacia no sé
quién, con la gorra en la mano
Los periódicos lo relataron todo con un letrero que decía: «Espantosa tragedia
esta mañana en el puerto.»
Pero yo jamás podré olvidar aquellos segundos en que todo el fuego de mi vida
se apagó, como si sólo fuera un pedazo de leña encendida que cayera al agua
Yo no puedo recordar sin estremecerme, aquellos segundos gigantescos, cuando
Roberto, con su tremendo vigor, agarrado por García que se ahogaba, luchaba
brutalmente por desprendérselo y salir del remolino de la hélice. Ni tampoco
las voces continuas de Martínez, que se tiró con tiempo del bote y subía y
bajaba en el oleaje, para gritarme a cada ascensión que huyera pronto del
remolino de la propela —tAlemán, la propela! tLa propela, Alemán! Y es
más imposible aún que yo olvide aquella espantosa lucha de los brazos flacos y
amarillos de Armando, que nadaba desesperadamente por escapar, mientras todo el
pasaje de popa gritaba, y se asomaban los marineros por lasventanillas redondas
del casco negro, diciendo cosas en francés Pero él había caído más cerca que
ninguno, y al fin un golpe de mar empujó al bote y este a él, y la hélice, como
un pulpo, lo atrajo, lo enredó, y le dio dos vueltas mortales dentro del
agua tYo lo vi salir las dos veces afuera! tYo lo vi! Y a la tercera,
cuando la máquina paró de pronto, parte de la hélice quedó arriba chorreando agua
y él tYo lo vi! tYo lo vi! Y se cayó muerto al mar, tcomo una gota de
agua!
tCuánto detalle se apresa en un segundo de angustia! Al mismo tiempo que
Armando caía al mar, desde lo alto de la paleta de la hélice, yo vi cómo
Roberto, vencido por la desesperación de García que se ahogaba, era arrastrado
al fondo y sacaba las manos del agua Y vi también cómo yo me hundía, muerto,
con los brazos hacia atrás mientras varios hombres desde lo alto del
trasatlántico se caían despacio se descolgaban entre gritos lejanos e
inmensos
En la Capitanía se agolpaba la gente Cien caras y mil ojos me veían los
ojos.
Nosotros no pudimos ir al entierro de Armando, ni al de su mamá, que se murió
llorando, «poco a poco y muy pronto», según nos contó Ma cuando lo supo todo.
Allá están, en el cementerio de Regla, a donde todo el pueblo los llevó
conmovido, y que se ve desde lo alto de las lomas peladas, como un huerto de
arbolitos blancos La Habana, 20 de noviembre de 1930
Relato de la guerra*
Es un relato de larevolución, y, en realidad, no es ni más ni menos
extraordinario que otros de los muchos oídos en la prisión. Es la guerra, la
guerra civil la que trae tales cosas tan propias para ser contadas. El hombre
había llegado barbudo y con los pantalones llenos de sangre y los zapatos de
fango. Aquellos días fumaba mucho y en silencio se pasaba todo el día
Aquellos días las más espantables noticias corrían y misteriosos traslados de
presos ocurrían. A uno, a dos mejor dicho, se los llevaron una noche y todavía
no tenemos noticias de ellos. Sin embargo, más tarde entramos en intimidad,
cuando el gobierno logró aplastar el movimiento, y entre la banda de asquerosos
políticos, victoriosos y vencidos, comenzó el consabido movimiento por una «ley
de amnistía que borre los errores y quite la barrera que separa a los hermanos
de una misma patria» tEl cuento de siempre! El triunfo de la canalla,
mientras el grupo interminable de los infelices había dejado la vida en el
monte y su pánico en las cárceles y cuarteles.
*Unión, año IX, no. 27, abril-junio de 1997, pp. 66-70.
Bueno, pero el caso es que por entonces fue que comenzamos a hablar, y un día
entre bromas yo le hablé de su impresionante silencio de los primeros días. No
hizo más que sonreírse muy pálidamente. Y luego, al otro día o después, me
contó su episodio, que en realidad no era de él. Fue así: El doctor Alvarado
era abogado en Camagüey y él trabajaba con el doctor Alvarado. El
doctorAlvarado era político oposicionista, y hasta orador de combate en ocasiones,
y él se hizo también oposicionista. El doctor Alvarado, cuando llegó el momento
del alzamiento, cogió el caballo y se fue para el monte, hacia el lugar en que
debía alzarse y él, naturalmente, lo acompañó. Después de todo, una revolución
no suele ser una cosa tan peligrosa como aparece luego en la historia. Y si no
fuera así scómo explicar la existencia de tantos veteranos de todas las
revoluciones? tVamos!
Sin embargo, spor qué negarlo? Ya una vez sobre el caballo oscuro y
desconocido, bajo la ceiba gigante, a la salida, en la noche negra, algo
impresionante comenzó a sentir. No era miedo de seguro, pero tanto él como el
doctor Alvarado, comenzaron a hablar muy bajito, como si alguien los viera
desde lo alto del árbol. Un aura aleteó lentamente para cambiar de palo y los
dos se estremecieron. tBien que se acuerda! Cuando el guía que debía
acompañarlos se acercó tan silenciosa e invisiblemente que sólo vinieron a
verlo cuando les habló, fue un verdadero sobresalto lo que sintieron Tres
hombres, sin embargo, sienten muchos menos miedo que dos, y así ellos partieron
por un trillo lateral a la carretera internándose por un monte espeso, negro,
profundo e interminable. Trotaban los caballos a veces, y a veces chapoteaban
por el fango de las charcas hasta manchar los estribos. Un vez, impresionado
por la lobreguez del monte, el doctor Alvarado, comenzó asilbar muy bajo una
canción y el guía en el acto lo hizo callar. Otra vez quiso él mismo encender
un tabaco para ver algo y apenas el guía sintió rayar el fósforo, le gritó en
voz baja que apagara enseguida, y habló de emboscadas a la salida del cayo y de
que había que llegar sin ser vistos hasta la cantina. No hacer nada da miedo.
Y, además, la noche, el silencio, el aletear lento y bajo de las lechuzas, la
imprevista respiración honda de los caballos Todo da miedo cuando uno va
para la guerra. Esa es la verdad, qué caramba, decía mi compañero. Y, sobre
todo, lo que da más miedo es lo que se deja detrás: la casa, la mujer de uno en
la cueva del enemigo, el hambre de la familia si se pierde o si se muere. «Ya
cuando uno está en camino, dentro del monte, es que se da cuenta de que lo que
dice la historia es verdad La guerra es algo serio» Llegaron por fin a la
cantina aislada, en mitad de la sabana interminable, como a las tres y media de
la madrugada, y aunque la luz estaba apagada, el cantinero, viejo negro
veterano, los esperaba. Antes de que se desmontaran les dijo: «Hace una hora
pasó la rural por aquí y dijeron que iban en vuelta de La Luisa. Los mandaba el
teniente Portal. Eran como treinta. Ya saben que la revolución ha estallado»
Este aviso nos puso un poco nerviosos, es la verdad, pero nunca pensamos que
fuera a impresionar tanto al guía como para dejarnos plantados. Porque nos
dejó. No pudimos evitar que se fuera,alegando que ya había hecho bastante, que
tenía familia y que no quería morir colgado de una guásima Le dijimos que
era un cobarde y un traidor, pero se fue. Debimos haberlo matado, la verdad
El doctor Alvarado reflexionó un momento y me dijo: «Nosotros no podemos echar
para atrás. Cueste lo que nos cueste, tenemos que seguir. Hay hombres, muchos
hombres esperándonos y no podemos dejarlos enganchados. Además, ya yo había
contado con esto.» Y registrando sus alforjas, sacó un largo plano en
ferroprusiato. Le pregunté al cantinero si podía encender el candil y como este
respondiera que sí, nos bajamos de los caballos y entramos en la cantina,
donde, sobre una vieja mesa, extendió el plano que traía marcados los caminos.
Por él comprobamos que a unos dos kilómetros de la cantina el camino se partía
en dos, cogiendo el de la derecha para La Luisa y el de la izquierda para La
Matilde, que era precisamente la finca en la cual debían concentrarse los
alzados. El doctor Alvarado pensó breves momentos y comprobó con el cantinero
si en efecto los caminos se dirigían a esas fincas, si había llovido mucho
aquellos días, y el tiempo que tardaríamos en llegar, y como los informes
fueran favorables, montamos de nuevo a caballo y continuamos el camino. «Si
tenemos suerte llegamos al aclarar a La Matilde, me dijo Alvarado al poco rato.
Y no habló más en el camino hasta que de pronto paró el caballo en seco y
volviéndose hacia mí me expresó sududa instantánea: «sY si han dejado una
emboscada en el cruce?» La pregunta daba frío. Porque el teniente Portal
sabía ya la noticia del alzamiento y conocía la condición de oposicionista del
doctor Alvarado. Además, eran enemigos personales por varios motivos que más
vale no nombrar El cuento de que iba a visitar a unos clientes y que estaba
preparado de antemano, para la cuestión de unos deslindes, no valía ya. «Pero
ya no queda más remedio que seguir» —dijo Alvarado— y con una serenidad que
daba alientos, puso el caballo al trote y pronto pasamos al galope por el cruce
con los ojos abiertos hasta el límite y los revólvers en la mano, dispuestos a
no dejarnos coger Un kilómetro más allá, cuando aguantamos los caballos,
todavía el corazón nos latía con fuerza. «tPor fin!» —dije yo—, y Alvarado se
rió de buena gana. Al aclarar, en efecto, divisamos La Matilde al salir del
último cayo del monte. La casa se divisaba a un kilómetro en la sabana abierta.
Ni un hombre cruzaba el camino ni circulaba por todo el contorno. Alvarado me
dijo: «Francamente, no me gusta esto. Parece que la gente no ha venido todavía.
Porque si no, aquí debían haber puesto una guardia» Y luego, como si hablara
consigo mismo, dijo: «Pero bueno, si el ejército hubiera llegado antes no
hubiera dejado de poner aquí una emboscada Vamos, vamos para allá» Y para
allá nos fuimos, y sólo las vacas de ojos inmensos y asombrados nos miraban
pasar. A lapuerta de la finca nos paramos por última vez; pero era pueril, caso
de haber alguien ya no había chance de escapar y nos acercamos a la casa. Antes
de llegar a ella lo primero que oímos fueron las carcajadas y el entrecejo se
nos desarrugó. Efectivamente, las carcajadas no hicieron más que preceder a los
diez springfields de reglamento y al teniente Portal que reía de una manera
insolente y cruel «tAh, cabrón, caíste en la trampa —decía dirigiéndose a
Alvarado—. Ya van cuatro tQué brutos son! Si así van a tumbar al gobierno
que me lo claven aquí» Y hacía un gesto grosero que aumentaba sus
carcajadas, que acompañaban los soldados de muy buena gana por cierto. Luego,
como concediéndolo, dijo: «Sí, llevénselos, que acompañen a los otros» Y
cuatro soldados y un cabo nos hicieron rodear la casa hasta llegar al muro del
traspatio Allí había en el suelo dos hombres fusilados, llenos de sangre
Alvarado, al verlos, se puso más pálido aún, pero sólo dijo: «tLos pobres!» Yo
no los conocía. Parecían guajiros El cabo, con una crueldad brutal nos dijo
tranquilamente: «Bueno, pues los fusilaremos.» Y se sentó sobre una tinaja grande
de la esquina. Un soldado yo lo conocía y me dijo: «Con nosotros está tu
hermano» Con una última esperanza le supliqué: «sNo lo puedo ver? Aunque sea
un momento!» «Él está hablando con el teniente» —me respondió. Mi hermano es
guardia rural. Tanto Alvarado como yo, tuvimos desde ese momentograndes
esperanzas, pero los minutos pasaban con una lentitud atroz, y los soldados
contaban con gestos grotescos el terror de los infelices compañeros fusilados
poco antes y en sus caras se veía que no esperaban que el teniente dejara de
fusilarnos también Aunque en voz baja, Alvarado me dijo: «tQué chusma, esta
fuerza estaba también comprometida. El sargento era de la causa y había hablado
conmigo varias veces. Hasta dinero me debe!». Luego, con una serenidad que admiraré
siempre, me dijo más bajo aún, en medio de las burlas de los soldados: «Si
tienes un chance procura hacer desaparecer la lista que tengo en mi bolsillo
interior. Por suerte no nos han registrado» Pegados al muro, con los dos
muertos al lado, estuvimos más de veinte minutos. Al fin vino el teniente con
mi hermano que me abrazó y dijo: «Este los ha salvado por ahora. El sargento
los llevará hasta Camagüey. Pero tú no te escaparás tan fácil» —y se dirigió a
Alvarado—. Este sonrió con todo el desprecio que es permitido en semejantes
circunstancias a un hombre que prefiere la prudencia a la temeridad inútil. Sin
soltarnos las amarras de la espalda, nos encaramaron en dos caballos y nos
pusieron delante de la pareja que iba a acompañar al sargento Como este
conocía bien a Alvarado, se había mostrado ante todo más áspero que ninguno, al
poco de ir caminando, mi compañero me dijo: «He llegado a la conclusión de que
toda esta gente tiene miedo de que la creanvendida» Su voz había sido muy
baja pero el rumor les llegó a los soldados y el sargento picando con la
espuela al tejano de dos saltos se puso a nuestro lado y nos dijo casi con
fiereza: «sDe qué hablan?» Y luego, imperceptiblemente, agregó: «Hay que
disimular doctor. Ya hablaremos» Al poco rato nos dieron el alto. Creo que
fue el momento en que más miedo tuvimos, porque habíamos oído cómo el teniente
Portal, con una desfachatez asquerosa le había dicho al sargento: «Sargento, ya
sabe, póngalos a la cabeza, y si son tiroteados los dos primeros balazos
métaselos a estos» Pero el sargento respondió: «tFuerzas leales!» Y del
mismo lugar donde habíamos divisado la soledad inexplicable de La Matilde,
salió la emboscada del Ejército, que sin duda nos había tenido enfocada con sus
rifles, pero que sólo tenía la orden de detener a los que regresaban de la
finca y no a los que iban hacia ella. «tLa trampa!»
En el primer alto que hicimos, después de varias horas de marcha bajo el sol
terrible, sin tomar agua, estropeados por la emoción y el camino, el doctor
Alvarado, que tenía dotes persuasivas, le preguntó al sargento delante de los
soldados: «Sargento, susted ha recibido órdenes de matarnos los primeros si son
acometidos, verdad?» «Sí, sí —se apresuró a contestar el guardia rural—. Y
añadió: «Y que lo cumplo, no digo yo» «Bueno, yo no digo que no nos mate —le
alegó hábilmente Alvarado—, pero fíjese en esto. Si usted nos mata y
porcasualidad las fuerzas lo vencen en el tiroteo, lo que puede suceder, al
cogerlo prisionero lo fusilarán también a usted y a estos pobres soldados al
ver que han matado a amigos suyos. Usted lo que debe hacer es sostener el
fuego, y después, si le parece, nos mata» «Sargento, yo creo que tiene
razón» —dijo uno de los soldados, mientras el otro asentía. Y con su voz apresurada
de bruto, el sargento respondió: «Sí, sí yo creo que tiene razón Bueno, de
todas maneras, ya veremos lo que se presenta.» Aunque poco, algo nos parecía
que habíamos obtenido. El sargento nos dejó alejarnos deliberadamente y
Alvarado aprovechó para contarme que aquel hombre era cliente suyo, que tiempos
atrás lo había defendido de una acusación de violación, que aún le debía parte
de los honorarios que ya no pensaba en cobrar, y que era de la causa, pero de
los más comprometidos Hasta esperanzas tengo de que nos dé una oportunidad
de escaparnos. Yo sólo dije, «Jum». No sé, no me gustaba el tipo aquel. Como a
las tres de la tarde hicimos otro alto y esta vez Alvarado con su habilidad,
obtuvo el que nos soltaran las manos, elogiando antes la buena puntería que
debían tener y que hacía inútil todo intento de huida. Esta vez, también, la
vanidad halagada cedió. Y Alvarado consiguió lo que quería: un chance para
comerse la lista que llevaba en el bolsillo. Por el atardecer, cuando ya
avistábamos casi al final de la sabana, una casa en donde obtendríamos
comida,el sargento se nos acercó y le dijo a Alvarado: «Sígame doctor.» Y
adelantó un buen trecho su caballo. Era, indudablemente, para hablar con él. Un
cuarto de hora después dejaron que los alcanzáramos. A pesar de su disimulo, yo
descubrí en la cara de Alvarado una alegría tremendamente contenida. Con mucho
disimulo, tropezando los caballos, Alvarado me lo fue contando todo: «Tú estas
salvado. Tu hermano es muy querido del teniente y le concedió tu vida. Pero la
mía está en el hilo. Ese canalla le ha dicho al sargento que procure
eliminarme. Mi suerte es grande. Este me va facilitar la fuga. Cuando lleguemos
a la casa se llevará a comer a los soldados atrás y me escaparé escondiéndome
en el cayo que está cerca. Intentaran seguirme un buen tramo y yo les quedaré
detrás. Tengo muy buenas noticias. El sargento me asegura que sigue siendo
nuestro, pero que todos están esperando el cuartelazo en la ciudad para
secundarlo. Me ha hablado horrores del bribón de Portal. Dice que parece que
tuvieron una confidencia y por eso se anticiparon a llegar a La Matilde.
«Cogieron a la familia y la llevaron amarrada hasta dentro del monte. Los dos
guajiros ahorcados fueron los primeros en llegar. Según me dijo el sargento
piensa guindar a todo el que aparezca allí en el día de hoy. Fíjate que
situación. Y sin tener con quien avisar. Si consigo un caballo en cuanto me
escape vuelvo hacia atrás y trataré de burlar la guardia para avisarle a
alguien. Eshorroroso pensar en la muerte estéril e inútil de tanto buen
amigo» Yo le expresé mis dudas a Alvarado, le dije que no me gustaba el tipo
aquel, mitad bruto y mitad ladino Pero Alvarado disipó toda polémica cuando
me aseguró que el hombre era de la causa, que él mismo le había entregado
dinero en dos ocasiones y que personalmente le debía la defensa del juicio por
violación. Y, además, en último término, tenía que escaparse para dar lugar al
tiroteo a fin de que el sargento se justificase ante el teniente, pues este le había
dado órdenes claras de que le facilitaran la fuga a fin de tener un pretexto
No quedaba más camino y tenía muchas esperanzas de que fuera bueno. Nosotros
llegamos al atardecer a la casa que hacía una hora estábamos divisando desde la
sabana. Estaba cerca de una línea de monte que se prolongaba en la distancia
hasta unas lomas, tan lejanas, que se confundían con las nubes. De la casa a
los primeros árboles no habría más de cien metros. «Ya tú ves» —me dijo
Alvarado—. Yo ya empecé a tener esperanzas. Y hasta me alegró, como si fuera un
hombre libre, ver a dos perros que jugueteaban a la puerta de la finca,
revolcándose por el suelo y dando locas corridas, y que de pronto, al vernos
llegar por el
camino, se plantaron recelosos y comenzaron a ladrar. No sé por qué me
impresionó tan amablemente aquel pedazo campesino de la tarde. Bueno, como ya
habíamos llegado a la casa —donde nos recibieron con un grantemor, por cierto—
nos dispusimos a realizarlo todo de acuerdo con las instrucciones. El sargento
ordenó a la familia que se retiraran al fondo, a la cocina, y que preparara
enseguida algo de comer, lo mejor que tuviera y café. Todos nos bajamos y nos
sentamos en el portal y cuando estuvo lista la comida como había convenido con
Alvarado, pedí al sargento que me llevaran al excusado de la casa, tanto para
justificar el que se dejara solo al otro prisionero como para alejarme de mi
compañero y evitarme una complicación en algún juicio. Porque el Sargento había
exigido que yo no me fugara también. Todo se hizo bien y yo comenzaba a sentir
la secreta alegría del éxito. Cuando pedí que me llevaran al excusado, los
soldados y el sargento acababan de oír la voz que les anunciaba que ya la
comida estaba lista y caliente, y el sargento dijo: «Sí, acompáñenlo, y vengan
enseguida a comer.» Y entramos todos en la casa para ir hasta el comedor del
fondo a comer. Había tal silencio en la casa que parecía abandonada. Cuando
llegamos al colgadizo del fondo, dobló el sargento a la derecha y le quitó el
rifle a un soldado. Vi en su cara una sonrisa malévola y traidora que me lo
hizo adivinar todo. En mi segundo de vacilación él había comprendido que yo iba
a gritar y fue entonces que sin escrúpulo ninguno me dio un culatazo en la boca
que casi me hace perder el sentido Por eso me faltan los dientes Y abrió
la boca como si ello fuera preciso para queyo viera que efectivamente le
faltaban, pero a pedazos Cuando me vine a dar cuenta, la sangre caliente me
corría por la cara y la ropa y me apuntaba un soldado. En la esquina de la
casa, el sargento, de rodillas, apuntaba. Todo estaba silencioso y parecía la
trampa de alguna cacería. La muchacha de la casa que había traído la comida,
estaba pálida de susto a mi lado. tQué minuto de angustia! Yo no sé como
Alvarado no se dio cuenta de tanto silencio. Por fin el sargento, con una
risita asquerosa, hizo fuego dos veces seguidas y yo oí como entre sueños el
grito del amigo Luego, lo fue a ver muerto, ordenó a gritos la comida y
cuando pasamos por su lado le movió la cabeza muerta con el pie enfangado y le
dijo con sorna «tYa te pagué, ya estamos en paz y no me vendrás con más
historias tY tú dale gracias a Dios! —me dijo a mí Esto es todo, nada más
que un relato de la revolución.
La Nochebuena del año que viene *
Y hacía frío y hacía poco la mamá se había muerto «Por eso es que papá
está triste» —pensaba el muchacho con sus nueve años angustiados por tanto
silencio tQué distinto era todo! El año pasado, en la casa su hermanita y
él comían dulces y gritaban y vinieron los amiguitos del barrio y los
compañeros de la escuela y todos hablaban y se contaban cosas «del otro año» y
de que habían visto muchísimos juguetes, y dulces grandes, así «como casas de
muñecas, casi» Todo había sido una alegría tumultuosaesperando que al día
siguiente, cuando llegara la Nochebuena, todavía había de haber más dulces, más
avellanas, nueces, manzanas y turrones.. Y traerían un puerquito asado, con
su rabito tostado, que se rompería como un caramelo Y el pescado muy grande
con la salsa amarilla por encima, y las lechugas y los rabanitos colorados. Y,
luego, el arbolito de navidad, lleno de luces, de velitas azules, rosadas y
verdes y de bolas de cristal brillante, y muñequitos y juguetes colgando de las
ramitas del pino tAh! tPero entonces mamá estaba viva! tQué mamá!
tMamá sí que era alegre más que un muchacho era alegre como la playa
como la arena y el agua que siempre juegan! Mamá siempre jugaba con nosotros
y el arbolito de navidad la ponía contenta, contenta que se sentaba en el
suelo y le daba vueltas y hacía pasar aprisa los juguetes y los muñecos, con
los brazos abiertos, parecía que pedían auxilio de tan aprisa que
mamá los hacía dar vueltas tMamá era muy bonita, pero tenía cosas de muchacho,
de muchacho varón, como yo!
*Ahora [La Habana], Sección Dominical, domingo 23 de diciembre de 1934, p. 8.
Y al niño, al calor de los recuerdos maternales, se le fue iluminando la cara
con una alegría triste, con una tristeza sonreída, que acabó por sacar al padre
de su melancólica abstracción. —sEn qué piensas? —le preguntó. —tEn mamá la
pobrecita mamá! Si ella estuviera aquí tú estarías alegre y mañanahabría fiesta
y cenaríamos con el arbolito que ella preparaba todos los años! sTe acuerdas
el del año pasado qué bonito fue? —Sí, me acuerdo, como no Pero este año,
aunque estuviera mamá, no habría fiesta Ya yo no tengo nada yo no tengo
trabajo Todavía no sé si comeremos algo siquiera tEs mejor que se haya
muerto, la pobre! —tEh! scómo no iba a haber nada? tMamá nunca estaba
triste, como tú! Tú no debieras estar triste, callado ahí en el sillón, que
das miedo de hablar Si mamá viviera no estaría triste ahora, como tú sPor
qué no te ríes? También tú antes jugabas con nosotros y con ella, cuando nos
tirábamos todos en la cama, ste acuerdas? Al padre casi se le escapa un
sollozo por los recuerdos cariñosos del niño y le dice muy serio, tratando de
ser sereno, casi infantil: —Mira, tú eres un niño todavía Tú no puedes
comprender ciertas cosas Yo estoy triste por muchas cosas Precisamente
porque mamá era tan alegre yo estoy triste sno comprendes? Además, yo
estoy sin trabajo no tengo dinero y me da vergüenza pedir prestado cuando
sé que no lo voy a poder pagar en mucho tiempo Y me da pena no poder hacer
una cena alegre y bonita mañana y regalarles cosas a ti y a tu hermanita El
niño se quedó un rato pensativo y después, sin parar, rompió a hablar, rápido y
contento: —Eh, bobo, no estés triste Nosotros nada más que lo estamos porque
lo estás tú tClaro! Si tú estás serio ycallado y no juegas ni nada, pues a
nosotros nos da [tristeza] y nos ponemos a pensar en cosas. Pero mira, si no
hace falta cenar ni nada, porque total, a Lila, como no hay juguetes, pues le
entra sueño enseguida Y tomando una actitud cómicamente seria, prosiguió:
—Y ya yo soy un hombre que ni necesita juguetes ni le hace falta cenar Lo
que no se debe es estar triste Una vez que yo vine llorando del colegio,
porque me habían dado una nota mala, mamá me dijo que «no era una esperanza,
sino una obligación, ser feliz, estar alegre». sTú no te acuerdas cómo ella
siempre lo decía? El padre, conmovido, acarició la cabeza del hijo a quien
la vida, prematuramente transformaba en hombre, y aunque pensaba en que Lila
era muy pequeña aún para exigirle cualquier sacrificio, una luminosa esperanza
comenzaba a abrírsele en el pecho, lleno de orgullo por el hijo alegre por el
buen recuerdo de la mamá muerta Algo como una inundación de alegría echaba a
andar su antiguo jocundo optimismo, y el hijo, como un sutil acompañante,
canturreaba una risueña canción infantil De pronto dijo: —Ven, vamos a la
calle, vamos a pasear. Y aunque la noche estaba fresca y un viento de burla se
llevaba los sombreros, se fueron para la calle, a pasear, a mirar la animación
de todo, a contemplar los juguetes y los dulces y las frutas a ponerse
alegres con la alegría de los demás ta recordar los recuerdos alegres y
dichosos de la otra Navidad!Un hombre pasó con una canasta de manzanas que
parecía una pirámide de rosas: otro, en un carrito, hacía humear las tibias
castañas, y en un puestecito de cristales, tres lechoncitos con muecas
burlonas, como si no les doliera, se dejaban picar en sabrosos pedazos tDe
todo había por las calles! Un pobre pasó ofreciendo mil pesos en un pedacito de
billete Al chiquillo se le abrieron los ojos:
—tOye, papá, mil pesos mil pesos! tOye, con eso sí que tendríamos
cosas! sQué tú harías si tuvieras mil pesos? —sCon mil pesos? Pues mira
tú, mañana tendríamos la gran cena Compraríamos un lechoncito, y un pavo, y
turrones y frutas, dátiles, higos, almendras, dulces, membrillos, un arbolito
con juguetes y luces la mar de cosas, muchacho, y todavía sobraban
muchísimos pesos Mil pesos son muchos pesos Bueno sy tú? sTú qué
harías si tuvieras mil pesos? —sCon mil pesos? tMuchísimas cosas! Mira
tú, yo también haría todas esas compras, pero como nos iba a sobrar mucho dinero,
pues me compraba una finquita y allí iba a tener lechones, y pavos, y
gallinas Y en un río que pasara, muchísimos pescados y patos y un bote
tAh, y una vaquita con su ternero, y un chivito, y caballos también y bastantes
perros Y tendría sembradas lechugas y rabanitos y de todo, y así, cuando
llegara todos los años la Nochebuena, pues tendríamos siempre con qué
celebrarla Y habría allí pájaros de verdad y no de cuerda ypinos verdes para
los arbolitos tDe todo habría! Y ni juguetes harían falta porque cuando
vivíamos en el campo con Tribilín, el carrito y el chivito Ramón, teníamos de
sobra y muchas veces lo llenábamos de guayabas sTe acuerdas? Y así, de
imaginación en imaginación el padre y el hijo fueron haciendo fantásticos repartos
del dinero que no tenían, realizando viajes, comprando cosas y distribuyendo
una parte que siempre les sobraba Y tan contentos se habían ido poniendo que
al llegar a la casa los dos dijeron: «La Nochebuena que viene sí que va a ser
alegre» Pero una duda le vino al padre en el último momento y se le puso
sombrío el rostro: —sY Lila? sQué le decimos a Lila si mañana no hay nada, si
no tenemos cena? El muchacho se quedó un momento pensativo y, luego,
resuelto, aseguró: —Yo le diré que había que matar animalitos y que a mamá
nunca le gustaba eso tElla también se acuerda de mamá! Y, alegres,
entraron pensando en lo alegre que iba a ser la Nochebuena del año que viene
El buey de oro*
—Mire, ahí va el «buey de oro» de to´ esto —me dijo el negro Encarnación. Yo
miré para la línea y por ella pasaban, montados en unos estupendos caballos
ingleses, el «buey de oro», su hija, y el encargado de la finca, un tipo
vividor que prestaba dinero a interés. Encarnación era el sereno que me
sustituía, al entrar la noche, para cuidar el gigantesco tejar inactivo y
siempre me hablaba de las matas; de cuando élvivía «por en vuelta de Matanzas»;
o de la falta diagua, o de las mágicas que hacía un moreno para coger los nidos
de avispas sin que le picaran A mí me gustaba oírlo hablar. A lo mejor era
porque como estaba todo el día solo en el enorme tejar vacío, al llegar la
noche sentía la necesidad de conversar con alguien. Pero esta vez el negro
Encarnación habló «por lo claro». —sY usted conoce a ese «buey de oro»? —le
pregunté. —sQué si lo conozco? Mire, fíjese cómo la calva le brilla, igual
que una moneda de oro Y era verdad, la calva brillaba sudorosa al sol, a los
reflejos del poniente, a cada salto de la marcha trotadora del caballo. Y así
sucedió hasta que lo dejamos de ver cuando entró en el pueblo.
* Lunes de Revolución, no. 42, 11 de enero de 1960.
—Bueno —siguió Encarnación—, pues así como le brilla la cabeza por afuera, como
si fuera de oro, así debe de brillarle por dentro Le debe sonar toda a
monedas tAlabao! tPero si ese hombre no hace más que ajuntar dinero!
tY de qué manera!
—Oiga, una vez yo estuve trabajando en la finca de ese hombre y le aseguro que
no me cambio por él. tSi se pasa la vida rabiando por los centavos! tParece
un limosnero, un pedigüeño de esos de la calle! tY tiene el alma más negra que
un lobo! En esa casa no se le da un plato de comida a nadie! Una vez dijo
que había comprado la finca tan lejos del pueblo precisamente para que no lo
molestaran pidiéndole nada Y tieneunos perros, grandes como burros, que
desbaratan al que se atreva a entrar allí, porque los tiene muertos de
hambre Dice que es para que vigilen bien Sí, porque la cosa es que él
siempre encuentra un pretexto para no hacer gastos, y es como el carpintero de
la funeraria, tque sólo viene al pueblo cuando alguien se está muriendo!
tBueno! sUsted lo vio pasar que parecía que iba de paseo con la hija?
Bueno, pues me atrevo a apostarle que sólo ha venido aquí para quitarle, por
una hipoteca vencía, la finquita a algún infeliz que está en la miseria A lo
mejor es la casita del pobre Águedo, que la tendrá que entregar para pagar la
gravedad de la hija tAsí es como ha llegado a tener tanto, arrebatándole a
la gente lo poquito que tienen! tY todavía hay gente bruta que le está
agradecía! tYo le digo a usted, compadre! tBueno, más vale ni hablar!
—Cuando yo trabajé en casa de ese hombre me tuve que ir de allí porque no hacía
más que estar diciendo siempre que gracias a él, al trabajo que nos daba,
podían comer nuestras familias Que si no fuera por él todos nos moriríamos
de hambre Y así por el estilo Y, mientras tanto, le teníamos que trabajar
doce horas bárbaras, que mientras los bueyes los desenyugaba y los ponía a
descansar, nosotros teníamos que seguir trabajando Un día, cuando uno se lo
dijo, que cómo era que él tenía compasión con los bueyes y no con los hombres,
se puso furioso y le gritó«que para eso los bueyes no cobraban jornal como
nosotros» Pero un día ya yo no pude aguantar más que siempre estuviera
vendiéndonos el favor de darnos una limosna y le grité que lo que él era un
bandido, un explotador de los hombres, que la miseria que nos daba se la
pagábamos de sobra con el trabajo que le rendíamos, que valía diez veces más,
que no fuera a creer que nadie lo tenía por un santo, sino por un bandolero,
tpor un canalla! Le grité que lo que él tenía era tipo de sacristán y se
puso verde y amarillo y casi ni podía hablar de rabioso que estaba Y cuando
vino el tipo adulón ese que tiene de encargado y que no es más que un servil,
les tiré a la cara la pala llena de tierra y me fui Luego me tuve que perder
de aquí por un tiempo, porque me puso a mal con el Jefe del Puesto El negro
Encarnación había hablado claro y estaba de mal humor a fuerza de recordar los
malos días. Yo, para mortificarlo un poco, le dije: —Oiga, pues está gordo y
saludable el hombre, seh? Parece que la conciencia no lo acusa de nada, seh?
—tLa conciencia! sUsted ha visto bestias con conciencia? —tVamos! tQue está
gordo! —tSí, cómo no va a estar gordo! tPónganme a mí a ese plan y verá si
engordo o no! tDebe pesar como diez arrobas lo menos! —sCómo? tDiez
arrobas! sY usted pesa a los hombres como a los cochinos? —sY qué otra cosa
que cochinos son esta gente? tSi parecen criados con palmiche, de barrigones
que están!sCuántos trabajadores con barriga usted ha visto? Pero
Encarnación se tranquilizó, y hasta los ojos se le alumbraron con brillo
alegre, cuando yo le afirmé que algún día, muy pronto, a todos estos «bueyes de
oro» los llevaríamos al mercado de la revolución y en él los venderíamos al por
mayor, a tanto la arroba, como si fueran puercos! —tEso, eso es lo que hay
que hacer! tY que suelten entonces, gota por gota toda la manteca que han
amontonado en la panza mientras los pobres nos moríamos de hambre! tY el
negro Encarnación soltó su carcajada, pensando en el día del desquite!
Ultimo acto*
En el ángulo del patio, allí donde se alzaba la palma real, el hombre esperaba.
La noche profunda y silenciosa lo envolvía todo. Sólo el mugido del ingenio
disfrazaba a lo lejos de un ruido monótono el silencio. Su traje de overol,
azul oscuro, lo convertía en sombra. Sus antebrazos, poderosos, velludos,
manchados por la grasa, apenas si se distinguían. Estaba inmóvil. Esperaba.
Aquel era su patio y aquella era su casa, pero en la medianoche llena de frío,
él esperaba. Dentro del amplio bolsillo, junto con un puñado de estopa, su mano
ruda de hombre de las máquinas, estrujaba el papel, hallado casualmente sobre
una mesa de la oficina hacía apenas una hora, cuando fue a hacer una consulta
al Ingeniero Jefe. Había visto un sobre dirigido a su mujer, abandonado sobre
la mesa, lo había cogido, y ahora estaba detrás de la palma, a la hora dela
cita trágica. El papel decía: «Esta noche está de guardia en la casa de
máquinas tu marido y a las doce iré de todas maneras» «De todas maneras»
estaba subrayado. Era el administrador del ingenio quien lo firmaba. Solamente
había tenido tiempo para correr del batey a su casa y apostarse en el fondo del
patio. Todavía su cerebro estaba turbio de sorpresa, de cólera, de humillación.
Detrás de la palma él sólo era un hombre, es decir, una fiera.
* Salvador Bueno. Los mejores cuentos cubanos. La Habana, Editora Popular de
Cuba y el Caribe, 1960, pp.31-3.
Y poco antes de las doce apareció el otro. Empinándose por sobre la cerca, su
cabeza oteó medrosamente el patio y la noche. Luego, con cuidados infinitos
saltó. Venía con camisa de caqui. Pegado a la cerca se estuvo un rato
escuchando los rumores de la noche, el estruendo de su corazón precipitado
(Desde detrás de la palma los dos ojos de acero que lo espiaban, llegaron a
esta conclusión despectiva: «tSí es un cobarde!») Fue avanzando con cuidado
y llegó hasta la misma palma Es extraño, pero no percibió el silencio
tumultuoso del enemigo Sin embargo, sólo el espesor de la palma real los
separaba, y en lo alto el viento sonaba las pencas Fue todo rápido, eléctrico.
La mano de acero del hombre de las máquinas apretó su garganta y ahogó el
espanto terrible. Y el bárbaro golpe lo dejó en el acto sin sentido. El hombre
de las máquinas rudo y violento, no tuvo lapaciencia que se había propuesto y
ahora estaba de pie, a su lado, contemplando su puño lleno de sangre y con el
cerebro vacío de impresiones. Así estuvo un rato quieto, inmóvil, como la
sombra de un tronco, cuando pensó: «Si no puede hablar con él, hablaré con
ella.» Y le pegó una patada brutal al caído, dirigiéndose a su casa Iba con
la silenciosa e invisible velocidad de un gato negro. Cerca de la puerta del
fondo se detuvo. Un raro miedo lo había paralizado. Por un momento lo asaltó la
extraña emoción perturbadora de que él era en realidad el amante, que a él era
en realidad a quien ella esperaba. Y el corazón se le agitó con perversa
esperanza y tuvo miedo del burlador. Pero llegó a la puerta. Se puso a escuchar
y no se oía nada. Sin embargo sintió como que cerca estaba ella. Hizo una suave
presión sobre la puerta y a su débil quejido un sillón, dentro de la casa,
respondió con su característico balanceo Pensó sordamente: «tLo
espe-raba!» Y la rabia le hizo proyectar con furia el amplio hombro hasta
hacer saltar el pestillo de la puerta Pero antes de llegar a dar dos pasos
sintió el balazo en el cuerpo y la voz de ella que decía: «tCanalla, te lo
dije!» A su «tAh!» de dolor y de sorpresa, ella llenó un espacio de silencio
y de asombro. Luego, cuando encendió corriendo la luz, él vio su cara cuajada
de una pena inaudita Arrodillada estaba a su lado y decía: «sPor qué, por
qué?» sin comprender nada todavía Pero ya surostro, con el balazo en el
cuerpo, comenzaba a ser alegre, alegre, como la cara de un niño que mejora. Más
que el disparo, la angustia de la voz había disipado todas las sospechas.
Avergonzado y feliz le extendió el papel y se quedó mudo. Y ella lo vio y le
gritó, con la duda más llena de dolor aún: «sPero lo leíste todo? sViste lo
mío, lo que le contesté?» Y, desdoblando el papel, le dijo: «tMira, mira!»
El papel decía con su letra: «Canalla, no insista. Si se atreve a venir lo
mato». Y la cara del hombre se iba poniendo cada vez más pálida, pero cada vez
era más clara su sonrisa bajo el llanto inconsolable de la mujer arrodillada
En la sombra*
tSin nombres, sin lugar, sin tiempo: en las tinieblast
Siempre uno tiene algo que conviene dejar en la sombra Además, en la sombra
ocurrió todo Por eso no es extraño que esto quede oscuro, en la sombra
también, sin nombre, sin lugar
Cuando el hombre salió por la puerta del fondo, ya yo estaba oculto entre el
tupido follaje del mamoncillo, como de costumbre, y a la hora de siempre Yo
había empezado a perder el miedo Todas las noches era lo mismo: a las doce
se abría la puerta del fondo y él salía para el turno de su trabajo Al poco
rato, el ruido de sus pasos se escuchaba lejos, por la carretera, camino del
pueblo Los perros ladraban por fórmula Todo era sencillo; pero
emocionante, sin embargo. tSobre todo ahora! tHoy! tY mañana! tYsiempre!
* Lunes de Revolución, no. 42, 11 de enero de 1960. En el Centro Cultural Pablo
de la Torriente Brau existe una fotocopia de un original mecanografiado de «En
la sombra», probablemente anterior a esta. (N. del E.)
Aquella noche, desde las once yo estaba en el árbol, bien alto, donde nadie me
hubiera visto. Pero esa vez, el hombre, al salir, en lugar de coger la
carretera y el camino del pueblo, vino derecho hacia el mamoncillo, como si yo
lo hubiera citado en él Un espanto desconocido, se apoderó de mí! Un
espanto sólo comparable por lo inmovilizador, al que tuve de niño, cuando un
ladrón nocturno llegó hasta el pie de mi cama, y lo sentí mirarme a los ojos
cerrados, y el miedo inexpresable me produjo una parálisis de la lengua que me
impidió hablar por mucho tiempo
tY el hombre vino hacia el mamoncillo como si yo le hubiera dado cita en él!
Se detuvo a unos pasos del árbol y allí permaneció tPermaneció un tiempo
interminable! Ahora recuerdo bien que lo que más me aterrorizaba era su
silencio tSu silencio absoluto! tY su cabeza que miraba alternativamente
para el cielo y para la tierra! Eso es lo que más recuerdo todavía
Pero al fin dio unos pasos y llegó hasta el mismo pie del tronco viejo y ancho
del mamoncillo. Miró hacia arriba Ya entonces despejé todas las sospechas y
para mí fue una realidad evidente y terrible que alguien —sQuién?— nos había
traicionado tY una fuerzatorturadora, mantenía mis ojos abiertos hasta el
límite, penetrando, alumbrando la noche! tHubiera querido poder cerrar los
ojos para apagar las sombras! tPero era imposible! tMis ojos veían los
suyos, tan claros, tan sencillos —thumildes ojos de hombre cordial!— como
si aún durara la tarde plena en que había estado hablando con él! tMis ojos
iluminaban todo el árbol! Y, sin embargo, los suyos no parecían verme,
aunque miraban hacia arriba y ensayaban descansar la vista entre el ramaje en
sombras sSonreían?
sQuién sabrá el tiempo que estuvo al pie del árbol? Al cabo se alejó.
Automáticamente mis ojos lo siguieron Fue hasta la cerca próxima y desató un
ternero de respiración ancha y cálida, que estremeció como una caricia a la
noche Tenía algo de suspiro y de pena la honda respiración del ternero,
tendido sobre la yerba, húmeda del rocío de la noche.
Y vino con la soga hacia el árbol Recuerdo que hice entonces un esfuerzo
sobrehumano para pensar algo, para hacer algo Pero no pude Yo era una
estatua hecha de espantos tYa sabía que iba a morir, y esto es algo
terrible tAlgo que nadie podrá decir jamás!
Llegó de nuevo hasta el pie del mamoncillo y miró otra vez hacia arriba, hacia
donde yo estaba Un aire malévolo apartaba las hojas de mi cara, descubriéndome
Pero la rama más baja estaba alta para él y entonces cogió la soga, la boleó
dos veces con un silbar maligno y la arrojópor encima del gajo. Luego le fue
fácil unir los extremos de la soga: tYa tenía la escalera para subir a
buscarme! Pero antes de subir escribió algo en un papel que se guardó tYo
oí el lápiz correr sobre el papel como un rápido tren de pasajeros! tYo lo
oí! Y su voz era tranquila y llena, como la luna ahora, cuando dijo unas
palabras que no pondré aquí, pero que estremecieron mi corazón torturado para
siempre por la acusación, y que volaron en el silencio de la noche como
lechuzas!tY nunca olvidaré aquello! En el silencio, su voz y el alentar
del ternero, me parecieron cosas vivas, corpóreas, alas lentas que giraban
sobre mí! tY nunca lo olvidaré, porque fue en aquel momento en que lo
adiviné todo! tY lo más terrible: que yo ni podía ni debía gritar! tQue
yo, como castigo bárbaro, inaudito, estaba obligado a ser el testigo de la
tragedia, que siempre me acompañaría como una penumbra, como una tiniebla, como
una perpetua sombra, visible sólo para mí! Y esta impotencia de mi situación
en aquella hora es la que aún hoy torna sombríos y enfermos mis recuerdos!
Y estuvo un rato de pie sobre la piedra grande Miró luego hacia la casa y
comenzó a trepar por las sogas, sin esfuerzo, pero con lentitud tAscendía,
yo creo! Comencé a sentir al tiempo algo como la agonía y el consuelo de
terminar la vida, de que acabase de una vez aquella crueldad incomparable Y
cerré por fin los ojos y sentí unaasfixia de garfio brutal que rompía mi
garganta, muda negra muerta! La sacudida violenta me hizo abrir de
nuevo los ojos Pero no me atreví a mirar El árbol ttan grande!
temblaba como un niño con fiebre Luego no se movió más! tSólo el aire de
la noche y unas hojas que me arañaron la cara! tÉl, abajo, pendía
inmóvil!
Hubo un momento en que pude descolgarme y huir! Y hubo también un día de
angustia eterna en que supe lo que él había escrito entonces: «tLo sé todo!
Y hay un solo testigo de mi muerte Pero ese no podrá hablar nunca!» Y el
que quiso adivinar quién era ese testigo, dijo, recordando el misterio, la
soledad y la noche: «tEra Dios, que todo lo ve!» Presidio, julio de 1932.
El sermón de la montaña *
—tSalud, camarada! —Y el saludo del pequeño compañero era jovial y al mismo
tiempo estaba lleno de simpatía. Pero es que era nada menos que el camarada
Pedro, que acababa de cumplir su condena en la cárcel, porque lo habían
agarrado en una agitación por el campo, organizando a los trabajadores de los
ingenios. Su palabra era violenta y ruda. Y su cuello fuerte, poderosos sus
puños y audaz y hasta insolente su mirada. Era un agitador. Uno de los mejores
agitadores del Partido. Y el joven camarada Miguel Ángel, miembro de la Liga,
lo conocía mucho ya de nombre y era para él una satisfacción personal, con un
poquito de orgullo, el saludarlo y andar con él por la calle. Con su
palabraprecipitada y vehemente, el camarada Pedro se puso a hablar:
* Ruta, Xalapa, 3a. época, nos. 46-47, diciembre 1937-enero 1938.
—Está estupenda la mañana. Hay un sol que de veras parece especial para hoy
Y hoy es Jueves Santo, sno sabes? Si, hombre, sí Si por eso andan tantas
mujeres endomingadas por la calle, porque van a la iglesia Miguel Ángel hizo
un gesto un poco despreciativo y se alegró de poder decir con énfasis: —Pues a
mí nada de eso me importa Un Jueves Santo es lo mismo que cualquier otro
Eso es cosa de los curas El camarada Pedro lo miró cara a cara, y le dijo,
casi con fiereza, con su impulsividad natural: —tMuchacho, no hables por boca
de ganso! Eso será cosa de los curas, porque nosotros se lo hemos dejado a
los curas Pero el Jesucristo ese fue un tipo formidable, un revolucionario
de veras Estos bribones son los que lo han falsificado por todos lados
Acabo de leer en la prisión unos libros de Barbusse sobre él y lo coloca en su
lugar Fue un agitador, un revolucionario de veras ese Jesucristo Y
Barbusse sabe lo que dice Ese sí que no habla por boca de ganso, porque
estudia a fondo —Bueno —replicó Miguel Ángel—, sentonces por qué no se le
coge de bandera sí fue tan tremendo agitador? —tAh! eso, vete tú a
saber Barbusse no dice nada de eso Pero yo creo que debe ser porque fue
un agitador de otro tiempo y de otra revolución. Algo así debe ser. Pero de
todas manerasfue un revolucionario, un hombre de acción; un hombre que murió
por la «causa de la justicia universal», como dijo no sé quién; por echar este
mundo «a rodar hacia adelante», como dijo otro Además, en todo caso, si no
se hace agitación con su nombre, eso, en último caso, será culpa de los
intelectuales del Partido que no aclaran bien lo que él fue Pero yo te aseguro
que es un tipo que me interesa. Es formidable, hombre, formidable. Debía ser un
hombre fuerte como un toro, una especie de Julio Antonio Mella, de grande, con
una voz poderosa como un tren, y un pecho como un tambor para darse trompadas
en él con las palabras y las acusaciones violentas Sí, porque esos cabrones
lo han falsificado hasta tal punto, que hasta lo pintan como si fuera un
pobrecito tuberculoso, flaco, con las costillas fuera y los músculos caídos
tMentira, compañero! Yo te aseguro que para haberse puesto frente a los
romanos soberbios y, sobre todo, a aquella piara hipócrita de explotadores
judíos, el hombre tenía que ser algo muy serio Si no, fíjate cómo no han
podido quitar de su historia el incidente ese de cuando entró a fuetazos en el
templo y botó de allí a los mercaderes sQué crees tú que fue eso en
realidad? Un mitin, hombre, una demostración de calle brutal, encabezada por
él en Jerusalén, a pesar de los romanos y de su ejército insolente y cruel
—Cálmate, Pedro, cálmate —le aconsejó el joven compañero, porque el
militanterojo, vehemente y apasionado como siempre, en realidad estaba dando un
mitin en mitad de la calle, y muchas de las mujeres y los hombres que pasaban
para la iglesia se paraban a su lado, atraídos por el fuego de su personalidad.
Los dos compañeros cogieron entonces calle abajo y se perdieron.
—Mira —dijo Pedro, me has dado una idea. Voy a proponer en mi célula que se
discutan estas cosas; que se aclaren y, si es posible, que se tome este día
como de agitación Tiene la ventaja de que no hay trabajo. —Ten van a tomar
por loco sA quién se le ocurre eso? —No digas boberías. A nadie se le
ocurre nada hasta que a alguien se le ocurre algo. Eso es todo —Sí, pero
date cuenta de que ese Jesucristo es, después de todo, un tipo en que se apoya
la burguesía para muchas de sus mentiras, según he oído —Pues, precisamente
por eso. sPara qué estamos nosotros? sAcaso nuestro fin no es destronar la
burguesía, desenmascarar sus embustes y patrañas? Además, es una injusticia
que un hombre semejante a ese permanezca por más tiempo desconocido. Hay que
arrebatárselo. Te lo digo. Mira, era un hombre tal, según he leído, que el
mismo Lenin lo hubiera metido en el Partido tEstáte seguro de eso! —Bueno,
allá tú Y cuando el diálogo terminaba e iba a derivar hacia la organización
de los sindicatos, los dos compañeros se encontraron en la plazoleta colonial,
frente a la imponente, pétrea y centenaria Catedral.
El sol batía defrente y las piedras viejas se bañaban en el oro de la mañana.
Los gorriones saltaban por las hiedras verdecidas y los helechos que los siglos
habían hecho brotar de entre los muros. De lo alto, como si fuera un símbolo,
se lanzó un gorrión con una ramita en el pico, trazó un arco geométrico en el
espacio azul y penetró por la puerta enorme, por donde la multitud entraba en
silencio, sin duda en busca de su nido en el interior del «templo de Dios»
Los dos compañeros se quedaron un rato callados. Había asombrosas mujeres.
Pedro, por fin, dijo: —Miguel Ángel, estoy pensando una cosa. —sQué? —Mira,
aunque falsamente, aquí es donde únicamente se rinde hoy homenaje a aquel
luchador caído. Nosotros honramos la memoria de los mártires de Chicago, el
primero de mayo; y la de Julio Antonio, el diez de enero, y veinte más, pero no
tenemos ningún día para este Y, total, este luchó contra el imperialismo
romano y la alta burguesía hebrea y su casta sacerdotal que se aliaron para
matarlo Francamente, eso es una injusticia Yo creo que debemos entrar,
squé te parece? —tNo, qué va! sCómo vamos a entrar, camarada? Una cosa
es hablar, pero otra es hacer. Estará bien eso en los libros, pero la verdad,
yo no sé Me parece que hasta nos pueden llevar hasta la Comisión de Control
Yo siempre he oído decir que la Iglesia es uno de los pilares de la
burguesía Acuérdate que Marx dijo que era «el opio de los pueblos»
sCómovamos a entrar, camarada? —Mira, muchacho, no me violentes. Todas esas
son pendejadas, puras pendejadas Pensando así no se va a ninguna parte. Una
cosa es hablar y otra hacer. Nosotros estamos para hacer lo que hablamos. Y si
no, el mundo queda parado. Eso es todo. Si Lenin no hace lo que piensa, todavía
estaría el zar fueteando mujiks Esa que tú dices sí es una máxima burguesa,
puramente burguesa: «Una cosa es hablar y otra hacer» tClaro, como que es lo
que les conviene a ellos!.. Por eso es que te dejan publicar tanto libro rojo;
porque se encargan de regar antes «que una cosa es hablar y otra hacer» Pero
conmigo no va eso. Ya yo he aprendido mi poco de dialéctica y tengo la espalda
muy llena de planazos de la Guardia Rural por hacer lo que pienso. Y mira, tqué
cojones!, ni una palabra más. Si tú no entras, yo entro. La Comisión de
Control no me va a castigar sin oírme y sin comprender razones. Además, sólo
vamos a entrar aquí para aprender cómo engañan al pueblo estos cabrones, para
denunciarlos mejor, entonces Y Pedro se puso a convencer a Miguel Ángel, con
todo su fuego, de que lo acompañara «allá dentro»; que había oído decir que era
el día del «Sermón de la montaña», que era el más famoso discurso de
Jesucristo, y que era la costumbre reproducirlo ese día y comentarlo. Por fin,
Miguel Ángel entró.
Cien mil abejas zumbaban debajo de la bóveda inmensa. La Catedral entera hacía:
mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm Depronto, una campanilla como de mantecadero sonó dos o
tres veces. Pedro miró a ver por dónde estaba el mantecadero, para comprar
helados, porque hacía mucho calor. Pero no era el vendedor, sino el Arzobispo o
no se quién el que la tocaba, allá en el altar, y hacía dos o tres ceremonias
ridículas de arrodillarse y levantarse; y otro tipo, un fiñe, le levantaba la
falda por detrás, lo que era algo obsceno inclusive Pedro hizo un gesto de
desagrado y le dijo a Miguel Ángel: «No me gusta esto. Es ridículo. Y mira la
cara que tiene ese Jesucristo. Hasta miedo parece que tiene Hay que quitarle
a los curas este compañero. tY pronto!» Antes de que lo mandaran a callar,
un gran silencio general le dio el aviso. Estaba justamente al lado del
púlpito. El arzobispo, famoso orador sagrado, subió con trabajo su redonda
[mutilado]. —tVa disfrazado!, dijo Pedro. Y el sermón del Jueves Santo, sobre
la palabra inmortal de Jesús al bajar de la montaña, dio comienzo. El camarada
Pedro se puso intranquilo. El Arzobispo, con su voz gangosa, hablaba de la
humildad cristiana; de la resignación de los espíritus valerosos; de la
esperanza en Dios, siempre justiciero Se refirió a las palabras del Maestro
sublime, llenas de ternura y de amor hacia la humanidad entera. Y le dijo a los
pobres: «tBienaventurados vosotros, porque serán saciados! tBienaventurados
vosotros, porque vuestro será el reino de los cielos!» Y luego se dirigió a
los ricos, ycon voz hipócrita tronó: «tAy de vosotros, ricos, porque ya tenéis
recibido vuestro consuelo, porque ya tendréis hambre!» Como un trueno
estalló bajo las bóvedas un grito furioso: «tMentira, mentira, bribón!» Y
Pedro, sin poder contenerse, con el asombro de todos, hasta del mismo Miguel
Ángel, subió al púlpito, le dio un violento empellón al Arzobispo, cubierto de
palidez, y su voz poderosa, voz de torrente hirviendo, bulló como el agua de la
catarata, bajos las bóvedas inmensas cubiertas de santos enmascarados como para
un baile de carnaval. Dominando los segundos de estupefacción general, por
tanta audacia, Pedro grito: —tMiente este viejo bribón! Esas no son las
palabras de Jesús. Jesús fue un hombre, un luchador. Un hombre entero, no un
tipo castrado y miserable, arrastrado como una culebra, conforme con todo
Miente este viejo sCómo se atreve el hipócrita —y lo miró con sus ojos
terribles y furiosos— a amenazar con cataclismos a los ricos, si él mismo es un
rico, un hombre de tripa llena, que tiene automóvil y palacio donde vivir? Y
ustedes, hombres y mujeres pobres, gentes de mi clase, no se dejen dormir más
por la mentira y la esperanza. No hay esperanza, hay lucha. Nada más que lucha
hay en el mundo. Y no hay reino de los cielos. Eso es mentira. Hay reino de la
tierra. Ese sí que lo hay, y para que no se lo arrebaten, la burguesía ladrona,
usurpadora de él, ha inventado el otro, el que no existe, para dormirnosa los
pobres tA conquistar el reino de la tierra, pobres del mundo, todos unidos,
como lo pidió Carlos Marx y lo consiguió Lenin! El respeto sagrado y
milenario que siempre inspiró el Jueves Santo, quedó roto al rodar por la nave
románica el nombre, rojo como una bandera roja, de Lenin Pero Pedro, a pesar
de sus brazos hercúleos, fue arrojado del púlpito, magullado, bastoneado y roto
el cráneo de luchador
En el calabozo de la estación de policía, a Miguel Ángel, que también había
sido apaleado al dar un viva iracundo a Vladimir Ilich, entusiasmado por la
fogosa y ardiente palabra de su compañero, le decía Pedro, cubierto de heridas
y vendajes, y alegre como un muchacho —tOye, ese sí que fue un sermón de la
montaña! Te aseguro que el verdadero discurso de Jesucristo fue así más o
menos Así es como hay que empezar a reconquistar a ese compañero que se ha
robado esa gente —Y que te tiraron del púlpito como si fuera a un
barranco —No importa. Ya algún día lo tiraremos a ellos Y, por lo pronto,
mucha gente allí ya se enteró de quién fue de veras Jesús Y los dos camaradas,
discípulos de Lenin, soltaron una carcajada sana, sin heridas, que pasó por
entre los barrotes de la reja como un pájaro que fuera a hacer su nido al
viento libre de la mañana El sargento de carpeta dijo, moviendo la cabeza
con desaliento: —tEsa gente es terrible! tNo tienen remedio!
AVENTURAS DEL SOLDADO DESCONOCIDOCUBANO
Prólogo Aventuras del soldado desconocido cubano. Novedad y trascendencia
El 4 de agosto de 1936, Pablo de la Torriente Brau le escribe a Raúl Roa desde
Nueva York: «Tengo casi concluso mis Aventuras del soldado desconocido, que son
una coña terrible []».1 Ya ha decidido irse a España, y pretende lograr que
se mantengan encauzadas las múltiples tareas que se ha impuesto como
revolucionario, incluyendo dejar encaminados los trabajos por la unidad de las
izquierdas; garantizar la organización y el cuidado de los archivos de ORCA y
del Club José Martí; terminar algunos artículos periodísticos y ensayos, y
otras muchas gestiones, varias de ellas relacionadas con su ilusión de
participar en la defensa de la República española.
1 Pablo de la Torriente Brau. Cartas cruzadas. Selección, prólogo y notas de
Víctor Casaus La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981, p. 407.
El hecho de querer terminar esa, su única novela, en medio de tan febril
actividad, tanto política como intelectual y personal, es algo que invita a la
reflexión. Como lo es la aparente
paradoja de escribir una novela contra la guerra y estar ansioso «hasta el
insomnio» por participar en una, siquiera como corresponsal. La negación de tal
paradoja la ofrece, por una parte, el concepto del propio Pablo sobre las
características de la guerra de España, contrarias a las que, de manera
original, estaba criticando en su novela; y por otra la propia construcción
desentidos de Aventuras que no se limita, como veremos, a hacer un paródico
diagnóstico de la Primera Guerra Mundial, sino un pronóstico de lo que podía
pasar en el inmediato futuro, además de otras funciones ideoestéticas. El
triunfo de las fuerzas progresistas en España lograría, según Pablo expresó en
varias cartas, variar el destino del mundo y dentro de este el de América
Latina y especialmente el de Cuba, hacia donde «todo lo proyect[a]».2 A Raúl
Roa le dice:
[N]o me cabe duda ninguna de que el mundo entero gira hoy alrededor de la
revolución española. Si triunfa, el frente popular francés se robustecerá e,
inclusive, podrá precipitar el engendro de revolución —de contrarrevolución—
que sin duda hay en Francia; en general, la tinta roja se hará más intensa en
Europa. Pero si la revolución se pierde, Francia verá todas sus fronteras
rodeadas de fascistas; Alemania e Italia armarán precipitadamente a España;
caerá el frente popular francés; y se romperá el pacto franco-ruso y será poco
menos que imposible [evitar] la guerra contra Rusia. La resonancia de todo esto
en nuestros pueblos coloniales es tan clara, que no hay que hablar de ello. 3
Y en otra:
[L]a revolución cubana pende en estos momentos de la española; porque allí está
el prólogo; porque si hay fracaso allí, podemos esperar un buen tiempo,
probablemente ya, hasta que ocurra la gran crisis definitiva de Europa.4
También a Ramiro Valdés Daussá le expone suscriterios:
La importancia de la revolución española es mundial, y la guerra europea puede
desencadenarse con ella; con respecto a Cuba, hay esa evidencia de la lucha del
pueblo contra el ejército y por su liberación y por la conquista de todo lo que
se le ha detentado sin razón ni derecho. En la América Latina, y aquí, nada se
te ocultará de cuánto puede representar. Allí hay hoy pendiente este enigma,
fascismo o socialismo. Y el triunfo de cualquiera de ambas cosas modificará
toda la política europea y del mundo.5
Ibídem, p. 417. Ibídem, p. 408. 4 Ibídem. p. 417. 5 Ibídem, p. 409.
2 3
Su viaje a España y su inmediata transformación en un combatiente de la
república no se oponen, de entrada, a los criterios vertidos en su novela. No
se trata en ella de un pacifismo acrítico y absoluto, sino de una disección de
las guerras hechas por ambiciones territoriales o de poder, —«matadero de
bueyes anónimos», como diría Roa—, para descaracterizar sus mitos
propagandísticos, y exponer su verdadera esencia. Aunque Aventuras del soldado
desconocido cubano quedó finalmente inconclusa, el desarrollo del capítulo V —relacionado
con los avances del fascismo y con la casi segura posibilidad de una nueva
confrontación mundial— hace pensar que la idea de la novela no estaba alejada
del propósito de su autor de participar en la revolución española. Si de esta
dependía el desencadenamiento o no de una nueva guerra en Europa, con
intenciones similares a laanterior en cuanto a ambiciones territoriales y
demagogias nacionalistas, pero seguramente mucho más definitoria del destino de
la humanidad, el revolucionario Pablo de la Torriente tendría que participar en
ella, porque «contribuir a la victoria española —que será dura y difícil— es
contribuir a que el cuadro general de los acontecimientos cambie a nuestro
favor».6 De modo similar, mediante las específicas vías de comunicación del
discurso literario, Aventuras podría contribuir al esclarecimiento de las
verdaderas intenciones de las potencias
capitalistas en la confrontación que se avecinaba, y de paso vincularlas con la
situación de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos.
6
Ibídem, p. 423.
Sus indudables objetivos políticos han hecho olvidar, en muchos casos, los
aspectos estrictamente literarios que convierten a Aventuras en una de las
novelas más originales y novedosas de la narrativa cubana. Ambos aspectos, sin
embargo, no pueden ser separados sin afectar el resultado de la obra y la
intención ideoestética de su autor. Desde la estructura externa esta
intencionalidad se hace evidente. La novela está organizada en dos grandes
bloques: el «Prólogo» y la historia contada, complementarios en ese sentido. El
primero, además de marcar el tipo de recepción que se espera, y de presentar el
espacio, el tiempo y el personaje principal del relato, tiene la función de
relacionar el contexto cubano — desde la políticainmediata hasta aspectos de la
idiosincrasia nacional— con los acontecimientos universales que centran la
diégesis. El recurso más utilizado en esta parte de Aventuras es la ironía.
Mediante ella, el autor enfoca con sentido crítico la obligada subordinación de
Cuba a los designios norteamericanos, sobre todo a partir de la Enmienda Platt,
tomando como pretexto motivador la «participación» cubana en la Primera Guerra
Mundial, y llevando hasta el absurdo humorístico la real rebaja del precio del
azúcar para su venta a los aliados:
[N]osotros, al sacrificar el precio de nuestro azúcar, hicimos factible el
envío de esta en grandes cantidades a Europa, con lo cual, como fácilmente se
colige, fue posible el que se les sirviera café a todos los soldados en las trincheras,
trayendo esto como consecuencia, según la opinión de los más sesudos críticos
militares alemanes y aliados, que los soldados de esta zona permanecieran
desvelados largas horas, al paso que los soldados alemanes eran vencidos por el
sueño, y enseguida derrotados por los asaltos nocturnos. Y todo ello, a causa
de nuestro azúcar, por donde se ve nuestro gran aporte, no ya al triunfo de la
guerra, sino a salvar la civilización. 7
Pablo de la Torriente Brau. Aventuras del soldado desconocido cubano y otras
páginas. La Habana, Instituto del Libro, 1968, pp. 31-2.
7
En una especie de mise en abime preliminar, en el «Prólogo» se ofrecen claves
que se desarrollarán en lahistoria, como la alusión —también irónica— al
dominio de las grandes potencias sobre los pueblos pequeños. Al hacer variar
los factores de la relación dominador/dominado —y aparecer Cuba como un
potencial peligro para la seguridad norteamericana—se pone en evidencia, por
contraste, el afán expansionista de los Estados Unidos, los subterfugios
utilizados por su gobierno para justificarlo, y aun la condición neocolonial de
la pequeña isla y de otros países latinoamericanos. Del mismo modo, esa
introducción alude a uno de los aspectos centrales de la novela: el relacionado
con el concepto de héroe, en este caso refiriéndose al olvido en que la
sociedad cubana de la época tenía a los verdaderos héroes de las luchas
cubanas; en contraposición a la interesada algazara propagandística sobre los
soldados desconocidos en el mundo desarrollado. Manteniendo el tono
humorístico, Pablo «justifica» la escritura de este «libro de la guerra»
mediante una reflexión que toca tanto el estado de la literatura en la época —
aludido también en algunos relatos de Batey— como la desidia con que el
discurso oficial mantiene en el olvido a las grandes figuras históricas:
sPor qué habríamos de alardear de nuestro triunfo en la guerra mundial, si tan
poco nos habíamos ocupado de nuestras propias guerras, las cuales, las pobres,
apenas si han servido para que unos cuantos venerables devotos hayan ido
malviviendo de los recuerdos de sus héroes, y eso, con lamurmuración pública?
sPara qué ocuparnos del aviador Rosillo, catalán de origen, pero cubano de
corazón, que según aseguran algunos estuvo en Francia, si apenas nos hemos ocupado
de José Martí, de Antonio Maceo, de Ignacio Agramonte y de otros del mismo
prócer linaje? [] Si
tenemos un héroe, un artista o un sabio, allá él, que, después de todo, si tal
ha resultado ser, será porque la naturaleza así lo quiso.8
Finalmente, el «Prólogo» sugiere lo que, según mi criterio, constituye el punto
focal de la intención ideotemática de Aventuras del soldado desconocido cubano,
cuyo desarrollo quedó interrumpido al no poder ser concluida la novela: la
convicción del autor implícito de la inevitabilidad de una nueva guerra
mundial:
Y si alguien alega que es muy tarde para salirse ahora con un libro de la gran
guerra, que esto no sea obstáculo, porque, como la próxima gran guerra está al
caerse de la mata, como vulgarmente se dice, estos libros cubanos serán
precursores de esa gran contienda y, alguna vez, habremos sido nosotros los
iniciadores de una nueva corriente literaria. 9
8 9
Ibídem, p. 33. Ibídem, p. 39.
Uno de los recursos que Pablo de la Torriente toma de su experiencia narrativa
anterior es su inclusión en tanto personaje en el mundo presentado; o sea, el
autor implícito crea un personaje-narrador que coincide —en una especie de
desdoblamiento casi documental— con la experiencia de vida, ideas políticas,
personalidad, yaun el nombre del autor real. De ahí que muchos críticos hayan
visto una combinación de testimonio y ficción en Aventuras Hay
efectivamente, según mi criterio, una ruptura genérica, a partir del
procedimiento de tomar hechos o condiciones del contexto referencial para que
formen parte del relato; pero no creo que se pueda hablar de combinación o
superposición de lo testimonial y lo ficcional, sino que lo que correspondería
a la primera categoría se convierte en lo segundo al interactuar en un cosmos
narrativo donde prima la ficción. Esto se evidencia, sobre todo, en los
diálogos del primer narrador —Pablo— con el verdadero sujeto del enunciado y de
la enunciación, Hiliodomiro del Sol. Tomando procedimientos de la crónica y la
entrevista, el primer narrador conduce el relato, ubica el espacio, describe
algunos lugares y objetos, y cumple una función de narratario implícito; pero
los episodios que configuran la diégesis los narra Hiliodomiro. La presencia de
este personaje —muerto en la guerra, pero actuante en la historia como un
espíritu encarnado— define el carácter de la novela, la cual se puede
catalogar, dentro de lo fantástico, en la tipología que reconoce la «presencia
contrastiva de lo ordinario y lo extraordinario», 10 es decir, ambos órdenes
conviven en la historia, y lo hacen de manera armónica. En el «Prólogo», hay un
intento de explicación «lógica» de la posibilidad de esa convivencia, a partir
del espiritismo, lo queharía variar un tanto esa tipología. Tal justificación,
sin embargo, debe ser tomada dentro de la intención humorística de la obra y no
como un interés de otorgar categoría racional a los sucesos. La aparición de
Hiliodomiro no responde a los métodos espíritas para convocar a los muertos, y
su apariencia, salvo en los momentos en que se describe el proceso de su
«condensación», no es la de un ser sobrenatural, sino el de una persona
viviente.
Edelweiss Serra. «El cuento fantástico.» En: Catharina V. de Vallejo. Teoría
cuentística del siglo XX. Miami, Ediciones Universal, 1989, pp. 222-41.
10
Desde el punto de vista de la proyección semántica, la creación de ese
personaje — narrador-testigo y evaluador de los acontecimientos que se
desarrollan en la diégesis— es uno de los mayores méritos de Aventuras
Identificar al Soldado Desconocido de Arlington, supuesta representación de los
héroes norteamericanos de la Primera Guerra Mundial, como un cubano mulato,
pobre y descreído tiene más de una significación. En primer lugar, esas
cualidades identitarias lo oponen polarmente al ideal de hombre norteamericano
(blanco, anglosajón, rico, protestante), con lo que, de entrada, supone una
transgresión de los valores que, según la propaganda, connota el soldado de
Arlington, y de paso una especie de «venganza» satírica de los pueblos
considerados inferiores. Hiliodomiro del Sol representa
igualmente a sectores marginados del discursosociocultural hegemónico de
cualquier sociedad capitalista, incluyendo la cubana de entonces, por lo que,
desde lo semántico, representa tanto a los «pueblos pequeños» como a aquellos
grupos que supuestamente no tienen voz en los grandes acontecimientos de la
humanidad. Su dibujo, en tanto personaje, como un «tipo de relajo» permite
consolidar la proyección humorística de la novela y hacer más eficaces los
recursos narrativos puestos en juego.11 Es él quien porta la visión paródica
del «heroísmo» guerrerista al descaracterizar el mito de los soldados
desconocidos, empezando por él mismo, quien ni era norteamericano, ni quiso ir
a la guerra, ni murió en acción heroica. El relato acerca de cómo fue
reclutado, su entrenamiento y su traslado al campo de batalla —literariamente
un relato de enredos y malentendidos— es un excelente recurso para aludir a la
conformación de los mitos, en este caso el de los héroes, en el imaginario
colectivo, y de paso satirizar la demagogia de los discursos oficiales y su
manipulación de la verdad histórica. Después de relatar cómo su indignación
ante la aleccionada histeria bélica de la multitud fue entendida como gritos de
ardor patriótico, confiesa:
Debo reconocer que yo fui el héroe del embarque. Mi nombre corrió a todo lo
largo del regimiento y me llamó el Coronel para felicitarme por mi ardor
patriótico, reconociendo delante del Estado Mayor la tradición bélica del
pueblo cubano y el heroísmo de Roosevelten la batalla de San Juan y el Caney,
donde unos cuantos españoles bragados pusieron en ridículo a los yanquis que
tuvieron que apelar, por último, a la astucia y la audacia de los mambises de
Calixto García. 12
En el «Prólogo» se dice, cuando se califica al soldado desconocido cubano como
«un tipo de relajo», que es «ni más, ni menos que cualquiera de nuestras
grandes figuras». Es significativo que ese mismo año 1936, en un artículo
titulado «El muñeco de turno» (Frente Unico, Órgano de ORCA, año 1, no. 3, 28
de enero de 1936), Pablo se refiera a Miguel Mariano Gómez, presidente de Cuba
en esos momentos, como «uno de los más notables tipos de relajo de la
enciclopedia del choteo nacional», lo que le otorga un sentido adicional a la
caracterización de Hiliodomiro del Sol. En el artículo hay también una
valoración irónica del falso heroísmo, que lo emparienta con la novela que
Pablo escribe ese mismo año. 12 Pablo de la Torriente Brau. Aventuras del
soldado desconocido cubano y otras páginas. Ed. cit., p. 50.
11
Otro tanto pasa en el episodio de su llegada a Europa y su encuentro con el
mariscal Joffre, cuando —en medio de los gritos y vivas de la tropa a Francia y
a los Estados Unidos—, introduce La Chambelona. La explicación de Hiliodomiro a
Joffre del sentido de la conocida guaracha de los liberales es un verdadero
collage de referencias que logra un resultado cómico y que —ante la credulidad
del Mariscal y del resto de losmiembros del regimiento— evidencia el total
desconocimiento sobre los pueblos no europeos, y la consecuente discriminación
a que son sometidas su cultura y su historia.
[Y]o salí con facilidad del apuro, explicándole que La Chambelona era el grito
de guerra de los más feroces indios siboneyes, cuyo desayuno consistía en un
daiquirí de corazón de español y pólvora de arcabuz. El mariscal Joffre,
emocionado por el símbolo sangriento del himno de mi país, recordando que
ciertos pueblos salvajes se frotan la nariz en señal de amistad, delante de
todo el Ejército primero me besó ambas mejillas a la francesa y luego se frotó
ampliamente conmigo la nariz, pensando que este era el saludo que correspondía
a las feroces tribus cubanas de La Chambelona.13
13
Ibídem, p. 54.
Además de los hechos, que van argumentando por sí mismos la falacia de la
heroicidad de los combatientes y de su inmolación voluntaria en la Primera
Guerra Mundial, el autor implícito expone a través de Hiliodomiro —con una
argumentación que lo obliga a justificar la capacidad teórica de su personaje—
su concepto de héroe y las razones para su manipulación en y después de esa
confrontación bélica. En uno de los fragmentos más significativos de la novela
—tanto, que se puede considerar su síntesis temática— se dice:
La guerra mundial ha sido la única que no ha tenido héroes Fíjate que es
curioso Y es lo siguiente: sTú conoces la leyenda de algún buey héroe, que
sehaya rebelado en el matadero? Pues eso fue lo que pasó. Como la Guerra
Mundial no fue más que un matadero en donde el heroísmo revistió una forma
negativa, una forma que nunca ha tenido: la resignación, la paciencia, la
resistencia a sufrir, a rebelarse, es que podemos decir que en ella no hubo
héroes Tú sabes, perfectamente, que el héroe siempre ha sido un impulsivo,
un rebelde. 14
14
Ibídem, p. 57.
Y se explica el porqué de la creación de la leyenda del héroe en las guerras,
especialmente en la que trata la novela:
[E]l caso es que, hasta ahora, el pueblo ha venido tolerando esto de las
guerras sólo porque se le recompensa con la leyenda de los héroes. Y,
efectivamente, en otras guerras ha habido sus héroes, no te lo niego [] Y
por eso es que, a falta de héroes reales, y para compensar al pueblo de la
enorme tragedia de esos campos interminables de cruces blancas en que nadie ha
hecho nada, algún tipo inteligente, que a lo mejor fue periodista, lanzó la
primera piedra de elegir héroes desconocidos para honrar al resto, suponiendo
que todos habían sido héroes. 15
15
Ibídem, pp. 57-8.
Pablo de la Torriente Brau nos dejó, a lo largo de su vida, su visión profunda
—creadora y antirretórica— del héroe. En su obra literaria se trata muchas
veces ese tema de manera implícita o explícita. Su primer cuento publicado se
titula precisamente «El héroe» y en él se reconoce, en medio de la
configuración humorística delrelato, la verdadera condición heroica del
protagonista; y en su periodismo —especialmente en sus crónicas desde España—
el heroísmo, excepcional o cotidiano, es reconocido por quien, finalmente,
también ganó esa condición. Para él, la heroicidad no es un don gratuito ni
casual. Requiere «el sacrificio, el valor, el desinterés y la constancia. tY
sólo se otorga con la victoria o con la muerte!». 16 Aunque en otros textos se
reconoce el carácter heroico de diversas personalidades,17 es en «Hombres de la
Revolución» (de donde se ha tomado la cita anterior), en el que está más
diáfanamente expuesto su criterio en cuanto a la condición heroica: «Ningún
héroe es verdadero —dice en ese artículo—, si no es más grande en la muerte que
en la vida, si no queda más vivo que nunca, después de su muerte. Si no es
capaz de engendrar alientos en los que no lo conocieron sino por la leyenda,
que es la única historia de los héroes verdaderos». 18 No es, por tanto, raro
—aunque sí significativo— que la temática de su única novela gire en torno a
este asunto y que, desde la parodia, el autor implícito reflexione sobre el
concepto. Hiliodomiro del Sol va destruyendo —mediante la relación de episodios
que se pueden considerar historias insertadas en el marco novelístico—, la leyenda
heroica de los soldados desconocidos de varios países involucrados en la
guerra. Ninguno, por supuesto, murió en acción, y su glorificación como
símbolos del heroísmo de cadanación ocurrió por las vías más desconcertantes:
desde el que ni siquiera pisó el frente de combate, hasta un pacifista camino
del Tíbet, o un enloquecido boticario, obcecado por La Marsellesa. Muchos, como
el propio Hiliodomiro, no eran siquiera del país que representaban, y aun —como
el Soldado Desconocido alemán y el italiano— pertenecían a naciones enemigas de
la que los exaltó a esa condición. Con la narración de sus verdaderas acciones
ratifica su discurso acerca de la inexistencia de héroes en la Primera Guerra
Mundial. Todas estas historias están narradas con una gran dosis de humorismo
que destaca, por contraste, las muy serias apreciaciones de Pablo de la
Torriente sobre la injusticia de la guerra, el pseudo-nacionalismo, la
superficialidad propagandística y otras, así como sus concepciones sobre el
real heroísmo. Por otra parte, la estructura narrativa que ha practicado
garantiza, sin clausurar lo semántico, la autonomía estética de la obra, que
puede ser apreciada aun sin conocer sus referentes específicos.
Pablo de la Torriente Brau. «Hombres de la Revolución.» En: Pablo, páginas
escogidas. [Prólogo de Fernando Martínez; selección de Diana Abad.] La Habana,
Impresora Universitaria André Voisin, 1973,p. 331. [Serie Hombres de la
Revolución] 17 Véase «La voz de Martí», «Mella, Rubén y Machado», «La última
sonrisa de Rafael Trejo», entre otros artículos. 18 Pablo de la Torriente Brau.
«Hombres de la Revolución.» Ob. cit., pp.333-4.
16
La novedad literaria
Además de los valores ideotemáticos señalados, Aventuras del soldado
desconocido cubano exhibe procedimientos novedosos para la época —como la
intertextualidad, la doble narración, la igualación en la diégesis de lo real y
lo fantástico y otros recursos— que han permitido que resulte uno de los
mejores ejemplos de la narrativa cubana de vanguardia. Como he dicho en otras oportunidades,19
alrededor del año 1930 se empieza a manifestar en Cuba un cambio de signo
estético en la narrativa que se puede considerar —como estaba pasando en la
poesía y en la pintura— como vanguardista. Dentro del grupo de narradores que
se insertan dentro de esa renovación, Pablo de la Torriente Brau sobresale por
su especial sentido de las funciones de la obra literaria. Contrario al arte
autocomplaciente, su narrativa resulta, en primera o última instancia,
alegórica de situaciones, conflictos, aspiraciones, que generalmente tienen que
ver con lo social. Sin embargo, su confianza en las potencialidades de la
literatura y su propio talento le permiten garantizar la autonomía estética de
sus producciones. Ello se manifiesta desde sus cuentos incluidos en Batey y se
hace aún más evidente en los relatos que escribe acerca de las terribles
condiciones del presidio. El clímax de esa intencionalidad ideoestética es
precisamente Aventuras del soldado desconocido cubano — a pesar de su condición
de obra inconclusa y, por tanto, sinuna revisión final que hubiera eliminado
algunas incorrecciones.
Véase Denia García Ronda. «Pablo de la Torriente Brau y el inicio de la
narrativa vanguardista cubana.» Prólogo a Pablo de la Torriente Brau. Cuentos
completos. La Habana, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 1998. Se
incluye en la presente edición.
19
La acción de la novela transcurre fundamentalmente en Nueva York, con un solo
desplazamiento del primer narrador a Washington. Esos espacios «terrenales»
sirven para hacer posible el equívoco que da pie a la historia y a su
significancia. Sin embargo, los que se crean a partir de los relatos del
protagonista son los que ofrecen mayores claves de novedad y de semantización.
El lugar donde se encuentran los muertos no se describe como «cielo»,
«infierno» o cualquier otro proveniente de imaginarios religiosos. Hilidiomiro
lo califica como «allá», en contraposición implícita con el acá donde
desarrolla sus relatos. Aunque no se describe explícitamente en ningún momento,
la propia trama lo presenta como infinito, de acuerdo con la también
inconmensurable temporalidad. La presentación de ese cronotopo coincide con
elementos de las distintas épocas que se señalan en la diégesis. Es una especie
de doble del mundo real —en concordancia con las actitudes, nada «celestiales»
de sus habitantes—, pero con la característica de su sincronía, en una suerte
de eterno presente. Cuando los soldados desconocidos atacan con armasmodernas a
los héroes clásicos, la reacción de pánico es descrita de la siguiente manera:
Los griegos se encaramaron todos en las Termópilas; los chinos se treparon a su
Muralla; los árabes enterraron la cabeza en la arena; los indios huyeron en sus
caballos; los romanos se refugiaron en el Capitolio. Se hizo un gran silencio.
Y entonces salimos nosotros del tanque. Uno cayó desde un avión con paracaídas.
Con ametralladoras de mano y careta. Animales más extraordinarios jamás se han
visto sobre la tierra. Hasta el hombre de Neardhental, al contemplarnos, pegó
un aullido de pavor y huyó hacia su caverna []. 20
20
Pablo de la Torriente Brau, Aventuras del soldado desconocido cubano. Ed. cit.,
p. 104.
Varias de las innovaciones de Aventuras sobrepasan las logradas por el
conjunto de narradores de la década de los años 30, para proyectarse hacia el
futuro. No hay que olvidar que es en los 60 cuando se hace común el tratamiento
paródico de la historia en la literatura hispanoamericana, por lo que
Aventuras resulta una adelantada de esa tendencia, aunque — por ser tan
desconocida como su soldado, en el ámbito latinoamericano— no se puede
considerar que haya influido en ella. Lo paródico —que forma parte de una de
las categorías de la intertextualidad21— se instrumenta en la novela mediante
dos vías: la transgresión del discurso histórico oficial, y la transformación
humorística de determinados textos, no en forma de citas,sino mediante las
alusiones a ellos en boca de Hiliodomiro. Dentro del primer caso, se incluye,
además de lo relacionado con lo contemporáneo, la utilización del recurso de lo
apócrifo para estructurar las «hazañas» épicas de decenas de personajes
históricos. Aunque las referencias a ellos y los acontecimientos históricos
«reconstruidos» recorren todo el libro, es, sobre todo, en la «asamblea de héroes»
donde ello se manifiesta con mayor claridad y eficacia. En el relato de
Hiliodomiro aparecen —en un solo espacio y tiempo— personajes célebres de
distintas épocas y de los más diversos países centrando historias que
generalmente niegan el discurso oficial de su actuación en vida. La versión
sobre Napoleón Bonaparte puede servir de ejemplo:
[N]o has visto tú individuo más parecido a Greta Garbo que el tal Napoleón.
Siempre enigmático, silencioso y empeñado siempre en poner cara de inteligente,
o de individuo a quien le aprietan los zapatos. [] Alejandro dice que quiso
imitarlo y fracasó con su conquista de Egipto en donde lo mejor que hizo fue el
discurso de las Pirámides; Aníbal asegura que su campaña de Italia, aparte de
que no fue contra romanos, fue una mala copia de la suya; César asegura
cínicamente que lo único que le interesa de Napoleón son sus cuerpos de
hermosos y gigantescos granaderos de la Guardia Imperial; Carlos XII de Suecia
dice que sus triunfos fueron debidos a que no tuvo contrarios de categoría,
sino unapartida de aguantagolpes. 22
Véase Julia Kristeva. «Bajtin, la palabra, el diálogo y la novela.» En:
Intertextualité. Selección y traducción de Desiderio Navarro. La Habana,
UNEAC/Casa de las Américas/Embajada de Francia, 1987, pp. 1-24; Michael
Riffaterre. «Semiótica intertextual: el interpretante.» Ibídem, pp. 147-62;
Charles Grivel. «Tesis preparatorias sobre los intertextos.» Ibídem, pp. 64-74.
22 Pablo de la Torriente Brau, Aventuras de soldado desconocido cubano. Ed.
cit., p. 99.
21
Por el juicio ridiculizante de Hiliodomiro pasan personalidades como Julio
César, el Cid, Carlomagno, Lafayette, Guillermo el Conquistador, Federico el
Grande y otros muchos, así como los historiadores, escritores y artistas que
los alabaron o criticaron en su momento. Las actitudes y el lenguaje de esos
«héroes» —dados a través de la versión del Soldado Desconocido cubano—,
responden a las circunstancias y la retórica contemporánea; muchas veces con
alusiones a categorías del marxismo, lo que amplía el sentido cómico del
fragmento y facilita la sátira que lo informa:
La heroicidad, como casi todos los oficios, está en crisis. Hay «exceso de
producción». Yo, por muy héroe que sea, no me ciega la pasión. Los héroes —casi
todos, desde luego, porque hay sus excepciones— son como las tiples. En cuanto
surge otro héroe, ya saben que tienen que pasar a otro plano y no se resignan.
No quieren que nadie cante más que ellos. Son como esas «damas jóvenes»
delteatro, que cuando al cabo de cuarenta años de tablas, las quieren pasar a
características, patean y chillan, alegando que las quitan del puesto,
precisamente, cuando ya tienen gran experiencia. Bueno, pues así son los
héroes. Tienen furor de publicidad y no se resignan a que otro salga en los
periódicos.23
23
Ibídem, p. 92.
La figura de Espartaco se trata como una especie de líder obrero, y es uno de
los pocos que cuenta con la simpatía del narrador:
Quiso buscar apoyo en las «masas populares», y allí lo desenmascaró Espartaco,
quien dijo que todo lo que se traía eran unas maniobras asquerosas con la
burguesía romana y que nada tenía que hacer con ellos, aconsejándole, en tono
despectivo, que se fuera a donde los Gracos, que esos eran unos «oportunistas
de izquierda».24
Aunque todos entran en el mundo de la ficción, estos héroes «clásicos» se
diferencian, en el plano de la estructuración narrativa, de los soldados
desconocidos precisamente por su carácter de representaciones paródicas de
seres reales, mientras los segundos son creaciones totalmente ficcionales. De
ahí la condición de apócrifas de sus historias. Esta tendencia, también con
sentido humorístico, se manifestó en obras universales posteriores, como
Decadencia y caída de casi todo el mundo, de Will Cuppy,25 Apócrifos, del checo
Karel Capek.26 Pero en el momento en que Pablo de la Torriente escribe su
novela, no era común este procedimiento.
Ibídem, pp. 94-5.Will Cuppy. Decadencia y caída de casi todo el mundo. La
Habana, Instituto Cubano del Libro, 1971. 26 Karel Capek. Apócrifos. Praga,
Artia, 1962. (Hay edición cubana.)
24 25
En cuanto a los comentarios paródicos de textos —literarios, históricos,
artísticos— estos abundan en Aventuras Una referencia básica es la novela
Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, (sobre todo su versión
cinematográfica) que le sirve a Pablo de motivación y de pretexto para la suya,
a la que califica de «réplica cubana» de la anterior. En este caso no se trata
de una parodia strictu sensu, si se considera que para ello debe haber un
sentido crítico del hipotexto;27 pero es evidente que —aunque desde el punto de
vista ideológico coinciden en términos generales,28 es esta una versión
satírica de los hechos que sirven de asunto a esa y otras novelas. Y si aquella
quiere demostrar el drama de la guerra y de los que fueron enviados a ella, la
de Pablo lo demuestra por la vía de la transgresión de lo solemne y patético.
Por ello puede catalogarse dentro de la intertextualidad paródica en relación
con la de Remarque, aunque la parodia no se manifieste en la inmanencia de la
forma. Más evidente es la parodización de los discursos codificados sobre el
heroísmo y, en general, de la retórica épica. Así, por ejemplo, Hiliodomiro
dice: «caí gloriosamente en los campos de Francia»,29 y también «se
pronunciaron sobre mi tumba las primeras oracionesfúnebres en elogio de mi
desinterés, de mi heroísmo, de mi generosidad sin límites, de mi abnegación por
la causa de los pueblos pequeños y de la libertad del mundo»;30 lugares comunes
que la parodia irónica pone en evidencia para construir su propio discurso
transgresor. Del mismo modo se ironiza sobre los lemas propagandísticos de la
prensa norteamericana de la época, como «A pagarle la deuda a Lafayette» o «A
pelear por la libertad de los pueblos pequeños».
Charles Grivet considera que «la parodia [] amplifica excesivamente la
apariencia del modelo, a fin de producir la irrisión del mismo (un texto
paródico no posee, en principio, un efecto positivo propio, concentrado como
está en la negación). «Tesis preparatorias sobre los intertextos.» Ob. cit. 28
En «Inicial», introducción a la primera edición de Aventuras del soldado
desconocido cubano (1940), Raúl Roa dice: «Hasta Henry Barbusse y Erich María
Remarque la guerra capitalista no cuenta con realizaciones ejemplares de signo
contrario. El fuego y Sin novedad en el frente, inauguran y consagran la
genuina y eficaz literatura antibélica. Formidables admoniciones contra la
guerra, constituyen ya la referencia obligada, el clásico precedente de los
auténticos cultivadores del género.» 29 Pablo de la Torriente Brau,
Aventuras Ed. cit., p. 55. 30 Ibídem, p. 59.
27
Las referencias a obras y autores de diversas épocas son numerosas y todas se
producen mediante los parlamentos deHiliodomiro. Así encontramos menciones a la
Historia de la Revolución francesa, de Michelet; la «Declaración de los
derechos del hombre y el ciudadano», La retirada de los diez mil, de Jenofonte,
las novelas de Rocambole, la literatura policial, los textos de historiadores
de la Antigüedad, etcétera. Igualmente se mencionan óperas, filmes, obras de
teatro, ejemplos de música popular, himnos, y aun estribillos como La
Chambelona o It´s a long way to Tipperary.
Otra vía de intertextualidad paródica se manifiesta en la reminiscencia de El
Quijote en el episodio del Soldado Desconocido francés, en este caso no con
referencia explícita, sino reproduciendo la causa de la locura del personaje:
Como te dije, es un boticario de Burdeos que tiene un rostro pacífico y que
hasta parece un poco aguantón [] Parece que, allá en Burdeos, entre receta y
receta, el hombre leía sus libros de historia y sus versos. Allá, bajo el Arco
de Triunfo, tiene su biblioteca con libros de Lamartine, Víctor Hugo y una
pandilla más. Tantas lecturas dicen que acabaron por crearle una doble
personalidad, y aunque el hombre era pacífico, y cuarentón, y con su ya
discreta barriga, pues le entraban rachas, y unas veces le daba por escribir
versos y otras por irse de cacería, matar boches como le decía a ir a tirar
sobre los conejos y las perdices. La revolución francesa lo había vuelto loco.
31
31
Ibídem, pp. 82-3.
A todo lo anterior se añade la sátira a lasidentidades nacionales a partir de
estereotipos (el aristocratismo inglés, el cientificismo alemán, el
comercialismo norteamericano, etcétera). Esta multiplicidad intertextual no le
resta organicidad a la novela, cuyo marco, a partir del diálogo entre los dos
personajes, se mantiene bien estructurado. No hay, por tanto, un estallido del
texto como pasa con algunas obras posmodernas, pero es indudable que varios de
los recursos y procedimientos que caracterizan a las más actuales tendencias de
la narrativa ya estaban en Aventuras del soldado desconocido cubano, sobre todo
en lo referente a la intertextualidad paródica. Muchos de esos procedimientos
son posibles por el desacostumbrado punto de vista que asume el autor
implícito: el diálogo de dos personajes, uno de los cuales es un muerto. Aunque
tal recurso no es nuevo en la literatura, siempre crea una situación
excepcional que permite determinadas libertades tanto composicionales como
lingüísticas. La intencionalidad alegórica de Aventuras puede desarrollarse
con mayor eficacia literaria por la utilización de lo fantasmagórico. La
condición de conviviente en un espacio extraterreno, donde se sincronizan todas
las etapas humanas, le confiere a Hiliodomiro el poder de comentar y juzgar las
actitudes «heroicas» de individuos de los más disímiles espacios y tiempos,
aspectos que entran en la intención ideotemática de la novela, como ya hemos visto.
Igualmente, esa mezcla de losórdenes ordinario y extraordinario, facilita el
cumplimiento del sentido humorístico de la novela, que, como se ha dicho, se
apoya fundamentalmente en la parodia y dentro de ella en recursos como la
ironía y la sátira, y también en el llamado choteo cubano, utilizado con una
doble intencionalidad: caracterizar lingüísticamente al protagonista y
aprovechar sus posibilidades para una mayor libertad expresiva. Al contrario de
otras obras que cuentan con seres sobrenaturales en su sistema de personajes,
entre los procedimientos humorísticos de Aventuras no se apela a lo macabro.
Ni aun en la descripción de las muertes de los diferentes soldados desconocidos
este recurso es utilizado. A lo más que llegan las narraciones del protagonista
es a acercarse a lo patético, como en la muerte del francés:
[] El boticario de Burdeos se quedó solo en el hospital. Los ojos le
brillaban de cólera. sDónde está la Francia? —gritaba— sDónde están los galos?
Y levantaba los brazos, con su brocha y su cubo de yodo. Puesto a la puerta del
hospital, solo, sombrío, terrible, esperó a los boches. Y cuando las primeras
patrullas asomaron, desolado corrió hacia ellas cantando a borbotones La
Marsellesa. Las primeras filas se detuvieron sin saber por qué durante un
momento; las segundas miraron; las terceras vieron a un hombre que, en medio de
la destrucción, cantaba avanzando, loco, y confundieron el cubo de yodo y la
brocha con una bomba espantosa y lamecha32
32 33
Ibídem, p. 87. Ibídem, pp. 87-8.
Finalmente, el boticario, confundido por su propia gente con un traidor, es
fusilado «por pasarse al enemigo con las armas en la mano».33
Por otra parte, los hechos extraordinarios no presentan problematicidad en
relación con los ordinarios, como generalmente ocurre en la narrativa
fantástica. El personaje Pablo acepta como real la posibilidad de entrevistarse
con Hiliodomiro, así como la veracidad de sus historias. Ello conforma el nivel
semántico de la novela, independientemente de su carácter alegórico. Esta
variante de lo fantástico tampoco era común en la época en que Pablo escribe su
obra y ha sido muy practicada posteriormente en la literatura latinoamericana.
Uno de los aspectos de mayor interés en Aventuras del soldado desconocido
cubano es lo logrado en el plano lingüístico. El protagonista era en vida
—social e individualmente hablando— un marginal, como ya se ha dicho, y su
habla refiere, en ocasiones, esa condición. Es efectivamente un lenguaje
excéntrico: procaz por momentos, «repleto de expresiones zafias y frases
gruesas», como lo califica Raúl Roa; pero al mismo tiempo es portador de
conocimientos catalogados tradicionalmente dentro de la «alta cultura», con un
léxico coherente con ello. No hay en esto contradicción, ni error en la identidad
lingüística del personaje, porque su «adelanto» cultural está justificado en la
diégesis. Hay sí una cercanía al habla delautor y aun de varios miembros de su
generación —un ejemplo de ello es Raúl Roa— que conscientemente incluyen en su
discurso, en un mismo nivel de importancia, manifestaciones del léxico popular
(a veces hasta del vulgar) y de lo canónico culto, lo que ha llegado a
considerarse una característica generacional. La estructura lingüística de
Aventuras se basa en la oralidad, a partir de su condición dialógica. En
general, el léxico y la sintaxis remiten al español oral de Cuba, reforzado por
expresiones coloquiales como «chico», «no te creas», «no te ocupes»,
«figúrate», y otras. Ello es importante en varios sentidos: por una parte, garantiza
el punto de vista popular de las proposiciones semánticas de la novela, por
otra remite a lo cubano que se ha aludido en el «Prólogo» y en el título; y
además contribuye al carácter antiépico de los relatos de Hiliodomiro y
proyectivamente de la obra. Como se ha podido apreciar, la única novela de
Pablo de la Torriente Brau trasciende la crítica a la propaganda belicista
contemporánea al autor, aunque este aspecto reviste una gran importancia en el
objetivo ideoestético de la obra. Su indagación se proyecta hacia sentidos más
amplios y diversos, como la manifestación de la identidad cubana; la denuncia
de la expoliación imperialista de los «pueblos pequeños», y en general del
colonialismo económico y político; el emplazamiento de los valores burgueses
mediante la reinterpretación paródica de lahistoria oficial; la validación del
discurso popular y de los verdaderos intereses y necesidades del hombre. Y todo
ello mediante una configuración artística muy eficaz y procedimientos
composicionales novedosos en la literatura latinoamericana.
Denia García Ronda
diciembre de 1999
Inicial
Para Pablo de la Torriente Brau, el oficio de escritor jamás estuvo
desvinculado de la actividad práctica revolucionaria. En él, como en José
Carlos Mariátegui y Rubén Martínez Villena, verbo y acción se conjugaron en
armónica y fecunda recíprocidad. Nada escribió que no fuera expresión militante
de su conducta. Nada hizo que no se ajustara indisolublemente a su pensamiento.
La historia de sus hechos tuvo gloriosa culminación y es ya del dominio
público.
La historia de sus dichos permanece todavía inédita en gran parte. Me propongo
ahora irla dando a la estampa en cumplimiento de un mandato imperativo suyo y
de un deber ineludible mío que trasciende ese mandato. Fui yo, entre sus
amigos, el designado por él para recoger y publicar sus «papeles» si no
regresaba vivo del frente. Ni siquiera ha regresado muerto: los jugos de su
carne redentora aún alimentan, generosamente, los surcos ensangrentados de
España. Había sido el primer hombre de América poseído por la fiebre de la
revolución española. Y será, por eso mismo, el último en abandonarla. Ya sólo
volverá a nosotros, a esta tierra caliente que le dio el ímpetu heroico y la
pupila sinsombras, cuando el pueblo español corone victoriosamente, para todos
los pueblos, la gesta emprendida en 1936. La publicación de la obra inédita de
Pablo de la Torriente Brau —cuajada de fuertes realizaciones— se inicia con
estas Aventuras del soldado desconocido cubano. Inmediatamente habrá de seguirle
una recopilación de crónicas y documentos de la revolución española. El
material de este libro, de vivísimo interés político y humano, me ha sido
facilitado — comprometiendo inextinguiblemente mi gratitud— por José Luis
Galbe, Primer Fiscal del Tribunal Popular de Madrid. Estas crónicas y
documentos irán precedidas de un prólogo mío y de una semblanza del héroe
arrancada por Galbe de sus memorias de guerra próximas a ver la luz. Y las
colofonará condignamente Gabriela Mistral con una página henchida de cordial
plenitud. El turno subsiguiente lo he reservado para su prolija y bizarra
denuncia de los crímenes cometidos en el Presidio Modelo durante el machadato.
Y, finalmente, es mi propósito recoger en dos apretados volúmenes sus cuentos y
crónicas, sus reportajes políticos y los trozos inteligibles de sus proyectadas
biografías de Gabriel Barceló, Julio Antonio Mella y Carlos Aponte. Acaso me
decida a exhumar de la intimidad en que yacen algunos poemas fragantes a tierra
mojada y un manojo de versos en que resuena triunfalmente el candor dionisíaco
de su juventud. Las Aventuras del soldado desconocido cubano fueron compuestas
por Pablo de laTorriente Brau en New York y quedaron bruscamente interrumpidas
por su viaje a España. No tuvo nunca tiempo de concluirlas. El tiempo le
faltaba para ver y ser útil. Y realizó así, involuntariamente, una de sus más
caras aspiraciones, confesada más de una vez en los diálogos temblorosos de
luceros de la cárcel de Nueva Gerona: dejar un libro suyo con la propia advertencia
al lector que puso Federico Engels al último tomo de El Capital. Hasta Henri
Barbusse y Erich María Remarque la guerra capitalista no cuenta con
realizaciones ejemplares de signo contrario. El fuego y Sin novedad en el
frente, inauguran y consagran la genuina y eficaz literatura antibélica.
Formidables admoniciones contra la guerra, constituyen ya la referencia
obligada, el clásico precedente de los auténticos cultivadores del género. Sus
autores no lograron, sin embargo —menos Barbusse que Remarque—, desembarazarse
totalmente del virtuosismo profesional, que asoma la oreja pulida a cada vuelta
de hoja. En las Aventuras del soldado desconocido cubano, el hombre, el
agonista, el revolucionario suplanta al escritor y señorea sobre él. Si algo
pervive de este, es únicamente su personalísima capacidad de comunicación. La
palabra —limpia de viciosas limitaciones— es aquí vitalmente leal a sí misma,
retozando con fruiciosa y proteica libertad. Es bueno que se sepa de entrada.
Las Aventuras del soldado desconocido cubano, es un libro crudo y veraz,
traspasado por unhumorismo aséptico y repleto de expresiones zafias y frases
gruesas, sin concesiones a la pudibundez de sacristía y a contrapelo del Manual
de Carreño, hecho para los que gustan de verdades como puños y desprecian las
mentiras enguantadas, para los que nada humano les es ajeno y están prestos a
sacrificar la propia para restituirle a la vida sus fueros arrebatados. La
esencia de la guerra capitalista —matadero de bueyes anónimos— queda expuesta a
plena luz en estas páginas. Y, asimismo, apuntada la vía para transformarla
revolucionariamente en guerra de liberación, en guerra de héroes, dirigida al
aniquilamiento definitivo del régimen social cuya vigencia conlleva la muerte
del hombre sin sábado de gloria. El pacifismo ojeroso, delicuescente y
romántico, propio para arrullar melancólicamente los remordidos desvelos de un
mariscal jubilado, sirve sólo, a lo sumo, para obtener el Premio Nobel y pagar
la proeza en un campo de concentración. La pugna que asuela hoy a Europa y
afecta ya a este hemisferio imprime a las Aventuras del soldado desconocido
cubano, una relevante y candente actualidad. Es hoy, en 1940, que la
lectura de este libro, escrito en 1936, cobra plenitud de sentido. Todo cuanto
se narra y denuncia en sus páginas está ahora aconteciendo de nuevo. Millares
de soldados desconocidos, lanzados a la muerte por los imperialismos rivales,
están frente a frente luchando contra su propia liberación. Morir, para
perpetuar la guerra,es lo que se está haciendo otra vez en Europa. Morir, para
extirparla radicalmente, es lo que hizo el pueblo español en duelo imponente
con todas las potencias regresivas de la historia criminalmente concertadas.
Fue aquella una pelea en función de humanidad, una guerra contra la guerra, una
guerra por la paz y la justicia, una guerra contra la enemistad constitutiva de
la sociedad de clase. Y, porque eso fue, Pablo de la Torriente Brau, soldado de
la revolución y autor de un libro destinado a desenmascarar el heroísmo postizo
de la guerra capitalista, cayó de pie sobre la nieve de Romanillos como un
héroe auténtico. «De veras hay que morir —dice en carta memorable— para acabar
con la guerra.» Y acabar con la guerra, cegar el hontanar nutricio del sistema
de relaciones sociales que la engendra y reproduce, es renacer a la vida. Esa
es la postura que propugna Pablo de la Torriente Brau en este libro impar en la
literatura cubana y la única válida en esta coyuntura dramática y creadora de
la historia. Hagámosla nuestra. Y luchemos como él, con desesperación
esperanzada, para hacernos acreedores a merecerla, por una vida más bella y más
justa, por el derecho al pan y el derecho al canto, por el libre acceso de
todos al banquete platónico, por un mundo donde el recuerdo del soldado desconocido
advenga símbolo trágico de la prehistoria de la convivencia humana.
Raúl Roa
Prólogo
Entre otras cosas de menor importancia, nuestraliteratura carece de su libro de
la guerra. Desde Sin novedad en el frente —y aún antes, según tengo entendido—
Alemania, Francia, Inglaterra, los Estados Unidos, Italia y hasta España —que
no tomó parte en la contienda—, han producido una serie de obras de diversa
notoriedad, constituyendo todas ellas lo que se ha venido llamando la
literatura de la guerra. Cuba, por su parte, en nada ha contribuido a
enriquecer este episodio de la literatura universal. Y, sin embargo, Cuba,
fatalmente, tenía que producir también su literatura de la guerra, puesto que
nadie negará el importantísimo papel que desempeñamos los cubanos en aquella,
por fortuna, lejana conflagración. A pesar de aquella famosa caricatura, de
quién sabe qué osado ignorante, que pintaba al Kaiser y a su Estado Mayor
buscando a Cuba en un mapa, al recibir la noticia de que esta le había
declarado la guerra a Alemania, lo cierto es que puede afirmarse que la Guerra
Europea la ganamos nosotros. Acostumbrados como estamos a no darle importancia
a lo nuestro, no me extrañaría que algún sabio de café sonriera, irónicamente,
asegurando que se trataba de una pequeña exageración de mi parte. Mas no es
necesario argumentar mucho. Por lo pronto, para los que piensan demasiado en
nuestra insignificancia, es necesario recordar que el vaso ya lleno hasta los
topes, se desborda con una gota de agua; y ya, cuando nosotros, conscientes de
nuestro deber de humanidad, decidimos intervenir para ponerpunto final a la
guerra, aliados y alemanes estaban con los hígados fuera, como dos boxeadores
que no pueden más y no tienen más esperanza que la de la campana. La lucha
estaba realmente en estas condiciones, cuando se supo por todas las potencias
que Cuba, la Perla de las Antillas, «la tierra más fermosa que ojos humanos
hayan visto», como dijera Cristóforo Colombo, iba a lanzar su peso formidable
en la balanza para decidir la justa. Quien niegue esto, ni sabe un comino de
historia, ni es capaz de ninguna grandeza. Y, aun más, desprecia a su propio
país y merece, en consecuencia, no sólo la excomunión, sino también el
ostracismo.
Hay que aclarar, no obstante, que en este hecho histórico, como en tantos
otros, se nos ha tratado de robar toda la gloria. sNo pretenden los americanos
que no fue nuestro gran Finlay, sino el mayor Gorgas, quien venció a la fiebre
amarilla? No es nuevo, por desgracia, esto de que nos arrebaten las cosas Yo
debo, pues, ponerlo todo en su lugar, y con vista a una serie de documentos
irrefutables, que no cito para evitar que otros historiadores, como se hace
siempre, los interpreten al revés, aclararé los hechos punto por punto, y
dejaré definitivamente establecido que no fueron los Estados Unidos, sino los
cubanos, quienes decidimos la guerra mundial con nuestra actitud. Para analizar
el problema en su dimensión de profundidad, hay que recordar lo siguiente: por
aquella época —periódo de 1914-18—,existía en la Constitución de la República
de Cuba un apéndice denominado Enmienda Platt, a virtud del cual, nosotros,
para declarar la guerra a cualquier otra nación, teníamos que contar con la
venía de los Estados Unidos. Algunos han considerado esto como vejaminoso para
nuestra nacionalidad. Muchos de nuestros más sapientes críticos, tácticos y
estrategas militares, consideran en cambio, que esta Enmienda Platt no ha sido
otra cosa que un tratado de alianza ofensiva y defensiva entre Cuba y los
Estados Unidos, obtenido por estos que necesitaban una fuerte aliada, frente a
su Canal de Panamá, y, temerosos, más que nada, de que Cuba firmara un tratado
similar con Inglaterra, en cuyo caso, no ya sólo se vería en peligro el
susodicho Canal, sino que también era muy probable que Cuba, a la larga,
conquistara la Florida y aun la Lousiana. Acéptese o no esta tesis de los
peritos militares, lo cierto es, y no habrá quien lo ponga en duda, que Cuba y
los Estados Unidos, por razón de la Enmienda Platt —tan severamente enjuiciada
por todos esos nuevos revolucionarios rojos vendidos al oro de Moscú— han
devenido en potencias aliadas y gracias a esa alianza se ha mantenido el
equilibrio norteamericano, como dicen los estadistas y diplomáticos. A fuer de
justos, precisa subrayar el hecho de que en esta alianza ofensiva y defensiva,
quien en realidad ha salido más beneficiado han sido los Estados Unidos, ya que
nosotros, francamente, no teníamosproblemas que nos abrumaran. Según los mismos
críticos militares en quienes fundamento mi argumentación, ni Haití, ni Santo
Domingo han estado durante mucho tiempo en capacidad de hacernos agresión; ni
tampoco las Bahamas, ni el Archipiélago de los Canarreos, que han sido nuestros
más peligrosos rivales. A todos, no hay duda de que, en un momento determinado,
podríamos aplastar. tQue por algo nos han llamado la Inglaterra del Nuevo
Mundo! No así los Estados Unidos. Por el norte, la gran frontera canadiense,
propicia a cualquier invasión inglesa en caso de conflicto, y por el sur, la
frontera mexicana, ocasión de constantes choques y posible punto de desembarco
de la infantería japonesa, llegada la coyuntura de una guerra contra el Imperio
del Sol Naciente. Si a esto se añadía la posibilidad de una invasión cubana por
la Florida, utilizando Cayo Hueso y Tampa, ya pasados al enemigo, se
comprenderá que la situación de los Estados Unidos, en esa dramática
circunstancia, sería desesperada. Por ello, sus críticos militares convinieron
en que, cuanto antes, se contara con nuestra alianza. Y de ahí que firmáramos
la Enmienda Platt. Ni qué decir tiene que nuestros estadistas y estrategas,
también han tratado de obtener ventajas de la tal Enmienda. Por lo pronto, se
exigió la cuestión de las Carboneras de Caimanera, con el fin de intensificar
la vida comercial de Guantánamo y de evitar un nuevo ataque de los ingleses,
como ya lo habían realizado conanterioridad, en 1762. Y añádase que esta
alianza con los Estados Unidos, nos ha evitado la reconquista española, como le
ocurrió a México. Y nada quiero decir en cuanto a consideraciones de índole
política y económica, pues de todos es sabido cuántos cubanos han triunfado en
el orden político y prosperado en punto a riqueza, gracias, única y
exclusivamente, a la tan calumniada Enmienda Platt. Es en virtud de este vituperado
apéndice, pues, que nosotros, cuando decidimos, después de meditarlo con toda
justicia, arrojar nuestra espada en la balanza de la guerra, a favor de los
aliados, que eran los que luchaban por «la libertad de los pueblos pequeños»,
nos vimos compelidos a notificar, por conducto de nuestra Cancillería, a la
norteamericana, la decisión que habíamos tomado de poner glorioso término a la
guerra con nuestra presencia. Esto aconteció tal día como hoy, y al siguiente,
cuando esperábamos la respuesta de Washington, para cumplir con
la fórmula, los periódicos nos sorprendieron con la noticia de que los Estados
Unidos le habían declarado la guerra a Alemania. Sin duda, se había cometido
una violación «moral» del tratado entre las dos potencias, cubana y americana.
Si bien es cierto, en efecto, que, por un olvido, en la Enmienda Platt no se
especifíca que los Estados Unidos se encuentren en la obligación de consultar a
Cuba cuando ellos, a su vez, deseen declarar la guerra a otra nación, es claro
que, aunque sea porpura cortesía, debían contar con nosotros, ya que nosotros
contamos con ellos, en la Enmienda Platt, aunque siempre, desde luego, de
potencia a potencia. Analizado el caso, y haciendo un poquito de historia —sin
que ello quiera decir que estamos atizando la candela para producir un
rompimiento entre las dos naciones— lo cierto es lo siguiente: por sobre todo
hay que convenir en que nuestra aliada —los Estados Unidos— heredera legítima
de la pérfida Albión, jamás se ha embarcado en zafarrancho de combate sino con
la seguridad ya plena de robar. Examínese su historia y se comprobará esto:
anexión de Texas; guerra con México; guerra con España y otros pequeños
affaires. Además, en este caso concreto, nuestra aliada, aunque estaba
desesperada por entrar en la guerra, puesto que advertía que si Alemania
triunfaba se iba a quedar sin cobrar un centavo de los miles de millones de
pesos que había prestado a Inglaterra, Francia e Italia, aparte de que «la
defensa de los pueblos pequeños», de los cuales tradicionalmente se ha
considerado ella matrona, por lo menos en América, se iba a ver en peligro, no
se decidía porque, como se ha dicho, quería estar segura de nuestra actitud, ya
que no podía lanzarse a la aventura, en tanto existiera la posibilidad de que los
cubanos, mientras las tropas yanquis marchaban hacia Europa, invadiéramos la
Florida y conquistáramos el Canal de Panamá, separando, de esa manera, sus
flotas. Esto es claro y sencillocomo un día de abril. Ahora bien, una vez en
posesión los Estados Unidos de la seguridad nuestra, no sólo de que íbamos a
permanecer neutrales, sino de que asimismo íbamos a combatir «por la libertad
de los pueblos pequeños», nos robaron la arrancada y se llevaron toda la gloria
de la declaración de guerra a Alemania, aprovechándose del desdichado olvido de
nuestros estadistas de no incluir en la Enmienda Platt una simple clausulita,
según la cual también los Estados Unidos se vieran precisados a contar con
nosotros para declararle la guerra a cualquier otra potencia. Y así, mientras
el presidente Wilson se pasea hoy entre las grandes figuras de la historia, el
general Menocal sólo se pasea por el Vedado, cuando no se cree obligado a
hacerlo por Miami Beach. Todo, sin embargo, con el tiempo se aclara, y ya algún
día el espionaje alemán, siempre astuto, pondrá los puntos sobre las íes. Ya sé
que, como toda esta argumentación es irrefutable, los que siempre se empeñan en
desmoralizarnos, dirán que con qué derecho reclamamos la gloria de haber
decidido la guerra si no fuimos a ella. Esto no debiera discutirse, por baladí.
Tampoco fueron al frente ni Wilson, ni Clemenceau, Lord Edward ni siquiera
Joffre, Foch ni ningún otro mariscal, a los que, no obstante, todo el mundo les
atribuye la paternidad de la victoria. Con igual razón nosotros podemos alegar
esa paternidad por control remoto, como se dice ahora. Además, ciertos autores
estarán deacuerdo en atribuirnos, cuando menos, un decisivo factor psicológico,
ya que los alemanes, al recibir cada día la noticia de un nuevo pueblo que se
les echaba encima, pudieron sabiamente, ir descifrando el origen, la causa, el
motivo, el por qué de esa nueva agresión, pero al conocer que un pueblo cuya
existencia ignoraban —y lo prueba la caricatura ya mencionada de una manera
irrebatible— y cuyos odios, inquinas o razones se les ocultaba a todo el
esfuerzo de sus molleras concentradas, sufrieron un colapso parecido al que
experimenta el que no puede construir un rompecabezas o falla al resolver un
crucigrama: shock moral, que se llama en medicina. De lo que se aprovecharon los
Aliados, como es natural. Mas si todo esto es cierto también, alguien, por
último, se aparecerá —toh, ruindad de los hombres!— recordando, a los que
reclamamos nuestra tajada de gloria en la gloria de la guerra mundial, que cuando
se lanzó la idea de enviar cubanos al frente, por millares se casaron y que de
aquella época data el verdadero descubrimiento de muchos de nuestros
impenetrables montes. sCómo un pueblo que tanta tirria le cogió a la guerra
puede ahora alegar su participación en la victoria? La impugnación de este
argumento resulta, en verdad, ociosa. Salta
a la vista su fragilidad. Si franceses y alemanes no se escondieron fue,
sencillamente, porque no tenían donde hacerlo, ya que, el terror a ser soldado
desconocido es algo que viene de antesdel descubrimiento de Cuba. De haber
contado ellos con las montañas de Oriente, no los encuentra ni un detective
inglés. Además, para dejar aclarado este punto de una manera definitiva: el
arte de la guerra siempre ha sido el arte de esconderse. Tanto más guerrero y
audaz ha sido un pueblo cuanto mejor se ha escondido. Nada más despreciable, a
mi juicio, que las referencias eruditas. Vale la pena recordar, sin embargo,
que ya los guerreros antiguos se escondían detrás de cascos y escudos de metal;
los salvajes más feroces utilizan máscaras para no parecerse a nadie, cuando
van a la pelea; las ciudades se han acurrucado medrosamente detrás de las
murallas; los guerreros más legendarios de la Edad Media se refugiaron en la
cúspide de inaccesibles montañas, y, no encontrándose seguros ni en esa forma,
se aislaron por medio de fosos y puentes levadizos y aun fabricaron
inexpugnables castillos. Y en los tiempos modernos, squé otra cosa que
escondrijos han sido las trincheras? sY los tanques? sSe conoce algo más
parecido a una tortuga, el animal más escondido de la creación? El mismo avión,
sacaso no es el aparato mejor preparado para la fuga que conoce la historia
humana? La guerra, pues, no es sino el arte de esconderse bien, como ya dije. Y
pueblo que se esconde, pueblo vencedor es. De ahí nuestra gran victoria en la
Guerra Europea. Y, el que no trague, que consulte serenamente las estadísticas.
Ni Francia, ni Inglaterra, ni Rusia, niItalia, ni el Japón, pudieron vencer a
los poderes centrales durante cuatro años. Entramos nosotros y a los pocos
meses todo había acabado y pudimos celebrar el Armisticio en Santiago y en La
Habana, con sendos arrollaos y congas. Por otra parte, mientras murieron
franceses, ingleses, italianos, rusos y japoneses por racimos, los cubanos, con
nuestra enjundiosa táctica militar, nos eludimos de una muerte inútil. Y, a no
haber sido por la funesta influenza, se hubiera sentado el caso de un pueblo
vencedor que no había sacrificado en su epónima victoria ni una sola vida. Por
último, para los que aún no estén del todo convencidos de que fuimos nosotros
los que verdaderamente inclinamos la balanza de la victoria del lado aliado, me
veré obligado a recordar —aunque siempre luce feo el estar sacando los
favores1— que nosotros, al sacrificar el precio de nuestro azúcar, hicimos
factible el envío de esta en grandes cantidades a Europa, con lo cual, como
fácilmente se colige, fue posible el que se les sirviera café a todos los
soldados en las trincheras, trayendo esto como consecuencia, según la opinión
de los más sesudos críticos militares alemanes y aliados, que los soldados de
esta zona permanecieran desvelados largas horas, al paso que los soldados
alemanes eran vencidos por el sueño, y enseguida derrotados por los asaltos
nocturnos. Y todo ello, a causa de nuestro azúcar, por donde se ve nuestro gran
aporte, no ya al triunfo de la guerra,sino a salvar la civilización. Pues de
haber triunfado Alemania, squé hubiera sido de la libertad de los pueblos
pequeños? Sólo con haber subido el precio del azúcar a lo que hubiéramos
querido, se hubiera producido lo siguiente, según el análisis hecho por
avisados técnicos: de inmediato, imposibilidad de los Aliados de comprarnos el
azúcar; después, imposibilidad de darles café a sus soldados y, en
consecuencia, como sucedía la mayor parte de las veces en las trincheras
alemanas, se hubiera dado el caso de haberse tenido que cancelar la guerra por
sueño, ya que ambos ejércitos, incapaces de despertarse unos a otros hubieran
permanecido inalterablemente en las mismas posiciones, lo que hubiera, a su
vez, originado una baja enorme en la venta de los periódicos y,
correlativamente un pánico bursátil que hubiera puesto fin a la guerra sin
vencedores ni vencidos. Gracias, pues, a nuestro azúcar barato, fue posible la
terminación de la guerra. Sin hipérbole puede afirmarse que cualquier machetero
de nuestros campos de caña hizo más, mucho más, por la causa aliada, que el
propio mariscal Foch. Cada caña de tres trozos cortada, era azúcar para una
taza de café aliada, y por ende, desvelo victorioso para un héroe a punto de
caer en el insomnio.
Fea costumbre que tiene nuestra aliada, los Estados Unidos, con su historia de
la ayuda que nos prestaron en la guerra de independencia.
1
Creo haber pulverizado, punto por punto, todas las falacesy precarias
argumentaciones que suelen oponerse al crédito que, universalmente, debía
reconocérsenos como vencedores de la Gran Guerra. Mas, lo cierto es que, no
obstante su participación decisiva en la magna contienda, Cuba no ha producido
su literatura de la guerra. sPor qué? En rigor, no hay que alarmarse. sEs que
Cuba tiene su literatura de la paz? A mí me parece que ello debe atribuirse a
nuestro carácter radicalmente generoso. sCómo darle importancia, sin mixtificar
nuestra idiosincrasia, a nuestros sacrificios, ni siquiera a nuestra homérica
victoria? sPor qué habíamos de alardear de nuestro triunfo en la guerra
mundial, si tan poco nos habíamos ocupado de nuestras propias guerras, las
cuales, las pobres, apenas si han servido para que unos cuantos venerables
devotos hayan ido malviviendo de los recuerdos de sus héroes, y eso, con la
murmuración pública? sPara qué ocuparnos del aviador Rosillo, catalán de
origen, pero cubano de corazón, que según aseguran algunos estuvo en Francia,
si apenas nos hemos ocupado de José Martí, de Antonio Maceo, de Ignacio
Agramonte y de otros del mismo prócer linaje? En el fondo, nosotros poseemos
una elegancia helénica. Hacemos las cosas y luego no les damos relevancia. Todo
es natural para nosotros. Si tenemos un héroe, un artista o un sabio, allá él,
que, después de todo, si tal ha resultado ser, será porque la naturaleza así lo
quiso. Las culminaciones de esta están reñidas con el bally hoo.En esto le
llevamos cuantiosa ventaja a nuestra aliada. En los Estados Unidos, apenas un
individuo inventa, por ejemplo, un vulgar cosmético, ya sale en los periódicos,
le escriben biografías y se les asegura a todos los muchachos que, al lado de
semejante químico, Lavoisier mismo no era sino un principiante un poco bruto.
sQué de extraño tiene, pues, que no tuviéramos hasta hoy nuestro libro de la
guerra? Y, aun, dado nuestro carácter, y la acusación que sobre mí pesa, de
vivir protegido por el oro de Moscú, squé de extraño tendrá que se me acuse de
falsario, de irrespetuoso y aun de humorista, por dar a la estampa este libro,
réplica cubana de Sin novedad en el frente? Como buen cubano, me contentaré con
no hacer mucho caso a la crítica vernácula, en la seguridad de qué ya vendrá mi
reivindicación algún día. Sí otra cosa buena tenemos nosotros, es precisamente
la gran paciencia de que disponemos para todo y el no apurarnos por nada. Y he
aquí hallada, casi sin querer, otra de las razones fundamentales para no haber
producido aún nuestra literatura de guerra: nosotros, por tomarnos nuestro
tiempo, siempre empezamos a producir con un retraso sobre cualquier corriente
literaria o artística, de quince, veinte y hasta cien años. También esta
morosidad nuestra es una gran virtud. Nunca incurrimos en exageraciones que ya
no se conozcan. En todo caso, empero, como se trata de un libro de rigurosa
fundamentación científica y cimentado,principalmente, en revelaciones
espiritistas —ciencia en la cual los aportes cubanos marchan a la cabeza del
mundo2—, debo rechazar de plano algunas acusaciones que, seguramente, se me
harán.
2
Nuestro espiritismo tiene manifestaciones múltiples: literarias, musicales,
coreográficas y económicas.
En primer término, el hecho de que mamá sea una enfebrecida beata del espiritismo
y de que, por ello, en casa muchas veces no haya un vaso listo para tomar agua,
por estar todos ocupados en oraciones a los distintos espíritus de los cuales
ella es devota —Juan Bruno Zayas, la hermana María y muchos más— me exime de la
imputación de irreverente hacia una creencia que es, sobre todo, una cuestión
de familia. Si los muertos salen, el Soldado Desconocido, que también es un
muerto como otro cualquiera, tiene derecho a salir también. Mucho se ha
argumentado en contra y a favor de la salida de los muertos. Yo, por ejemplo, a
pesar de mi fe, no puedo dejar de constatar el hecho, de que, en una larga
prisión en que estuve, en la cual mis camaradas casi todos tenían en las
costillas algún asesinato, y que, en conjunto, por los alrededores de la cárcel
debía haber un par de miles de espíritus, lo cierto es que ninguno salió jamás,
ni hizo la menor señal de su presencia. sDebe esto considerarse como
definitivo? Falso. Y ello porque, ante todo, hay que partir de la base de que
los muertos también son humanos, y scómo iban a pensar en salir, a presenciade
semejante grupo de forajidos? Los muertos —no debe olvidarse— no pierden su
condición de vivos, y la puñalada por la espalda
que recibieron como pasaporte para el otro mundo, les enseñó que con hombres
dispuestos a ir a presidio, no se puede andar con jueguitos, ni lucecitas, ni
nada de eso. Por eso, los espíritus no aparecen en las cárceles, donde, además,
la disciplina es extremadamente rígida y peligrosa. El argumento a favor es
que, por el contrario, hay muertos que salen en todas partes y que le salen a
cualquiera, por muy buen resguardado que esté. Y esto refuerza sólidamente mi
tesis de que los muertos siguen siendo vivos en todos los sentidos. En efecto,
squién no recuerda los sustos que hemos pasado nosotros por andar sacándole a
la gente determinados muertecitos? No hay duda, desde luego, que este problema,
como todos, pertenece a la relatividad y, si se me permite, yo formularé la
teoría de la aparición espiritual de esta suerte: el que ha sido vivo antes de
estar muerto, ese sale de todas maneras; y el que ha estado muerto antes de
morir, ese no sale de ningún modo ni a nadie. De otro modo: hay muertos, amigos
del descanso, muertos de temperamento abúlico, que no salen de ninguna forma y
otros que, por el contrario, por mucho que se guarezcan los que les temen,
salen siempre, por encima de todos los obstáculos, y, como suelen ser muertos
con propósitos determinados, en definitiva se salen con la suya. Y, claro
está,que estos son sólo principios generales, porque si me pusiera a clasificar
los muertos, de acuerdo con sus actividades y temperamentos, necesitaría otro
ensayo, que no este lugar. Sentada ya sobre bases firmes la evidencia
científica de la salida de los muertos, me resta sólo desvirtuar ciertas
insinuaciones de la crítica llamada seria sobre la veracidad de mi trabajo. Si
en Cuba muy pocos se atreverían a negar el espiritismo, en cambio, sí hay
muchos que dudarán de mi capacidad para ponerme en comunicación mediumnímica
con cualquier ser. Estos individuos objetarán de fijo, que yo no he sido
favorecido realmente durante mi estancia en Nueva York por las visitas del
Soldado Desconocido sino que, más bien, influido, yo, como don Quijote, por la
lectura de los libros de la guerra, y aun por las películas que de ellos se han
filmado, me he dispuesto al truco y he escrito falsas narraciones. Muy fácil me
resulta destruir esa presunción. Jamás he leído, uno solo, de entre los famosos
libros de la guerra. Si no lo sabían, ya lo saben. Ni de Remarque, ni de Arnold
Zweig, ni de Barbusse. Ello no significa que me haya podido sustraer totalmente
a su influencia. Largo y tendido he escuchado a mis compañeros hablar de ellos.
Por si también lo ignoraban ya lo saben: una de las formas que más he
aprovechado yo para aprender es dejar que otros lean y luego me cuenten sus
impresiones. De esa manera, he ahorrado una barbaridad de tiempo. En cuanto
alas películas de guerra, de estas sí he visto varias, no lo niego. Pero de
ahí, a decir que mis lecturas de oídas y sesiones cinegráficas he sacado yo mis
relatos, hay enorme diferencia. Véase por qué. Yo he leído sobre astronomía y
botánica y otra porción de cosas, sobre las cuales no he escrito por mucho que
me interesen e impresionen. Y en punto a películas, si algunas de guerra he
visto, muchas más las he sufrido de gángsters, reinas, policías, bandidos,
cowboys y niñas ingenuas que se casan con millonarios. Y, a pesar de que estas
suelen ser tan malas como las de guerra, jamás me ha dado ni por escribir la
biografía de Al Capone, ni aventuras de Tom Mix, ni amores inéditos para Janet
Gaynor. Echados por tierra todos estos argumentos, sólo me queda por rebatir ya
el tan poco gentil de «spor qué he sido yo y no otro el favorecido por la
amistad y las confesiones de Hiliodomiro del Sol, Soldado Desconocido de
Arlington?». Como buen marxista, yo podría en este caso ir desdoblando la serie
de causalidades que fueron propiciando el que un día, por casualidad, nos
encontráramos Hiliodomiro y yo. Mas rechazo hacer esto para no cansar y me
acojo al crédito público. Hay quien se encuentra un billete de cien pesos y
todo el mundo se lo cree. Cuando un novelista necesita que se acabe el libro,
hace que determinado personaje mate al protagonista, y todo el mundo está conforme
y nadie protesta. Cuando en las películas del Oeste, un cowboydispara cien
tiros con un revólver de seis cápsulas, todo el mundo se emociona y admite la
creación del revólver-ametralladora, no sólo sin protestar, sino encantado.
Cuando compra cualquiera un billete de lotería y durante veinte años no se saca
un centavo nadie protesta y todo el mundo sigue jugando. Cuando se casa uno con
una mujer nacida en Borneo, nadie se pone a indagar la razón del misterio de
esa realidad. Cuando, en fin, un vendedor de rábanos llega a lo que ni él mismo
soñó llegar jamás, nadie protesta tampoco sY se me va a negar ahora, a mí,
el derecho de haber tropezado con el
Soldado Desconocido, y el que este me diera su confianza? tVamos, hombre! No
hay que hacer caso a tales suposiciones y dejar el asunto a un lado. Y el que
quiera creer que crea y el que no, que dude o que niegue. tQue si, por
casualidad, se le ocurre al Soldado Desconocido protegerme y conseguirme algún
alto puesto, ya tendré yo también quien venga a reunirse conmigo por
casualidad! No quiero terminar esta ya larga, pero necesaria disquisición
introductoria, sin rebatir las críticas sobre la interpretación que puedo haber
dado yo a las confesiones de Hiliodomiro. Rechazo enérgicamente esas suposiciones.
Y, la mejor prueba de ello, está en que él sigue siendo mi amigo y que nuevas
revelaciones me hace a cada rato, que si tengo tiempo alguna vez, recogeré. Por
lo demás, él no ha dejado de ser cubano, por muy soldado desconocido que sea, y
nopuede, por tanto, dejar de tirar a relajo un poco su alta posición. Y esta es
la mejor prueba de la fidelidad de mi interpretación: el que Hiliodomiro,
soldado desconocido, no sea otra cosa, en el fondo, que un tipo de relajo. Ni
más, ni menos, que cualquiera de nuestras grandes figuras. Sea, pues, este
libro, el comienzo de una fecunda literatura cubana sobre la guerra mundial. No
tengo ambiciones de gloria y de triunfo con él, y únicamente reclamo, si se me
permite, el derecho de haber sido el precursor. Y si alguien alega que es muy
tarde para salirse ahora con un libro de la gran guerra, que esto no sea
obstáculo, porque, como la próxima gran guerra está al caerse de la mata, como
vulgarmente se dice, estos libros cubanos serán precursores de esa gran
contienda y, alguna vez, habremos sido nosotros los iniciadores de una nueva
corriente literaria. Nueva York, 1936
I
Cuando conocí al Soldado Desconocido, ya este tenía la experiencia que sólo dan
los años y había perdido un poco de resabios y de pretensiones. Por ello, y por
un complejo de circunstancias que nos atrajeron con mutua simpatía, fue conmigo
enteramente franco y cordial y me narró interesantísimos episodios de su vida.
En realidad, desde aquel momento yo llegué a la conclusión de que el Soldado
Desconocido debía ser más conocido. Y, por eso, me he dispuesto a dar a
conocer, con la exactitud que demanda la historia, la biografía de un ente,
extraordinario a la fuerza,verdadero infarto mitológico en medio de la claridad
de nuestro tiempo. El motivo inicial de estos relatos, debe ser, desde luego,
cómo conocí al Soldado Desconocido, entre otras razones, por lo interesante que
la cuestión fue, así para mí como para él. Sucedió ello el cuatro de julio de
1935, en la ciudad de Nueva York. Tal día, es el de la fiesta nacional
norteamericana. Aprovechando la circunstancia de que vacaban las oficinas y
factorías, los revolucionarios cubanos habíamos convocado a un mitin en el Club
Cubano Julio Antonio Mella, en la Quinta Avenida y la 116, con el propósito de
recabar el apoyo moral y material del movimiento popular norteamericano para la
lucha contra los nuevos tiranuelos de nuestro país. El mitin fue magnífico. Se
llenaron los salones y se prodigaron generosamente los aplausos a todos los
oradores. Particularmente, yo obtuve un éxito extraordinario. Ocurrió que, por
ser el último orador, cuando me llegó el turno para hablar casi no me quedaba
nada interesante que decir sobre la situación cubana y, entonces, exprimiéndome
la imaginación, ocurrióseme ligar los acontecimientos mundiales del día, la
experiencia de la historia y ciertos conceptos filosóficos deliberadamente
vagos, con los aspectos de la lucha
contra el imperialismo en Cuba y, como les suele ocurrir a los que no son
oradores, que improvisando quedan mejor, coronó mi trabajo el más rotundo
triunfo. Como procede, al objeto de esta explicación,debo referirme a la parte
del discurso en que hice mención a la pasada guerra mundial y a la posibilidad
de que se repitiese el «espectáculo». Recuerdo que estuve feliz al referirme a
las patrañas de que se habían valido las potencias para justificar y glorificar
la horrenda carnicería. Entre estas patrañas hice referencia concreta a la
deificación del Soldado Desconocido y tuve un acierto singular cuando señalé
cómo ninguna de las innumerables estatuas que se han levantado a este mártir
anónimo de la matanza, tenía ni la figura ni las facciones de un negro. La idea
produjo impresión en la asamblea, que la acogió como una revelación. De todas
maneras, lo interesante de toda esta afortunada especulación oratoria es que
motivó la entrevista que voy a referir inmediatamente. Cuando terminó el mitin,
yo, como presidente, o chairman, como se dice acá, hice una petición de dinero
para luchar contra la guerra y contra el imperialismo en Cuba. Comencé,
prudentemente, solicitando un simpatizante que tuviera cinco pesos para dar.
(Ustedes saben. Se acostumbra hacer un ingenuo truco que consiste en dar de
antemano esta cantidad para que alguien se decida a romper el hielo y los demás
no tarden en emularlo.) Y sucedió lo inverosímil. Se adelantó, inmediatamente,
a dar los cincos pesos convenidos nuestro compañero encargado del truco y,
entre aplausos, otro oyente se levantó para ofrecer diez pesos para la lucha
contra la guerra. En la mesa nosmiramos unos a otros para averiguar quién era
el autor de semejante reforma genial a nuestra estrategia. El resultado fue tan
estupendo que rompimos todos los récords de recaudación aquella noche. La
afluencia de donantes fue tal que apenas si tuvimos tiempo de fijarnos en el
hombre que había dado «diez pesos para la lucha contra la guerra». Pero, a la
salida, el hombre me estaba esperando. Era un mulato alto, bastante bien
vestido, aunque se notaba que la ropa era un poco anticuada. Era más bien delgado,
pero fuerte, de rostro simpático y charla fluente en la que pronto noté algo
raro, algo que me traía recuerdos de la infancia y de la adolescencia. El
hombre, saliendo del Club, se me presentó y enseguida todo quedó aclarado entre
nosotros. —Me llamo Hiliodomiro del Sol, y soy de Cuba, de Santiago de Cuba
—tCómo! —le interrumpí—. sUsted es Hiliodomiro del Sol? —Yo mismo tQué!
sUsted me conoció, acaso? Me extraña, porque usted es muy joven Sin
embargo (Y el hombre se quedó pensando un rato.) Venga acá —me dijo—. sPor
casualidad usted es hijo de don Félix de la Torriente, aquel maestro que tenía
un colegio en Santiago, allá por el año 14? —Claro que sí, que soy hijo de don
Félix —le dije— y, aunque yo era un muchacho, me acuerdo perfectamente de
usted. Entramos en una cafetería de Lenox y tomamos algo en una bandeja para
propiciar la conversación evocadora. —Caramba —comencé— yo me acuerdo de usted,
porque usted era unhombre famoso para los muchachos allá en Santiago. Nosotros
le decíamos el Habanero, porque decíase que una vez había ido a La Habana y
traído dichos de allá. Usted siempre estaba de guaracha y de rumba. Y tenía
bronca por los cafés con aquel Aparicio que era tan grande. O andaba de
serenata con Sindo Garay, el guitarrista. Era un hombre alegre y guapo, por eso
los muchachos lo conocíamos. Usted cuando llegaba la fiesta de carnaval de
Santa Ana, Santa Cristina y Santiago, arrollaba con la comparsa de los Hijos de
Quirino y una vez me acuerdo que, frente al Club San Carlos, con un grupo de
amigos, plantaron un catre en la calle y orinales nuevos y los llenaron de
cerveza La gente se reía a carcajadas y ustedes estaban borrachos y nosotros
los seguíamos en pandilla cuando tomaron por San Félix para abajo y se llevaron
de la Plaza de Armas varios músicos tocando clarinetes y bebiendo cerveza en
orinales, que parecía que bebían meao. Así llegamos hasta el barrio de Los
Hoyos y allí se armó la gran parranda que hasta nosotros arrollamos
Noté que mi evocación había llenado de complacencia a mi interlocutor. Desde
luego, había halagado su vanidad y, sobre todo, le había refrescado recuerdos
agradables de su turbulenta juventud. Impresionado favorablemente hacia mí, fue
que asumió aquella actitud tan rápida en lugar de emplear los rodeos que, sin
duda, hubiera utilizado, para darme a conocer su verdadera personalidad. Por
ello,cuando le pregunté, para infundirle nueva vida a la conversación, qué
hacía en Nueva York y por qué había desaparecido de Santiago, me dijo, sin más
rodeos: —Yo sólo estoy en Nueva York de visita hoy. Yo soy el Soldado
Desconocido de Arlington Mi estupefacción fue silenciosa y hondamente
pensativa. Al pronto, saqué recuerdos de mis abigarradas lecturas y admití la
posibilidad de una locura sifilítica, cosa bastante natural en quien había
hecho una vida tan correntona. Pero Hiliodomiro me atajó enseguida y con esa
efectiva clarividencia que sólo los espiritistas han tenido el talento de
reconocer en los muertos, me dijo: —No, no se trata de ninguna locura. Recuerda
y obsérvame. Yo soy otro hombre. Yo era más joven que lo que eres tú y sólo han
pasado unos quince años desde entonces Consideré que lo mejor era dejarlo
hablar. —sNo te acuerdas de cuando vino la guerra? Bueno, tú eras muy
muchacho y yo era muy borracho para que le diéramos importancia a aquello
Pero seguro estoy de que tú tomarías parte en las «guerrillas» del Tivolí, Los
Hoyos y la Plaza e‘Marta y que alguna pedrada cogerías en ellas. Y yo, por mi
parte discutí violentamente en el café, a favor de Francia, hasta «jumarme» y
cantar La Marsellesa. »Pero de La Chambelona sí te acordarás mejor, porque esa
fue en Cuba y nos tocó directamente y el mismo Santiago fue tomado y perdido
por los alzados, cuando nos retiramos para Songo, con Rigoberto y Loret de
Mola. Bueno,los liberales no quedamos muy bien parados que digamos y cuando
vino la cuestión de meter a Cuba en la guerra, por guataquería a los yanquis,
nos metieron los monos en el cuerpo con aquello del Servicio Militar
Obligatorio sNo te acuerdas de aquel desbande que se armó de todo el mundo a
casarse para no tener que ir a la guerra? A mí se me ocurrió lo mismo. Pero
scon quién me iba a casar? Tenía cuatro o cinco muchachas donde escoger, pero
si me decidía por una me iba a tener que pelear con las otras y pensando
pensando se me ocurrió que lo mejor era huírme un tiempo de Santiago,
«perderme», para salvarme de ir a la Guerra donde nada se me había perdido. Y,
como era amigo de parrandas de tantos marinos, me fue fácil embarcar sin pasaporte
ni nada y venir a dar a Nueva York. »Aquí no quiero decirte. Ya tú conoces
esto. Al principio escapé bien y por el sólo hecho de andar «jumao» y de no
hablar inglés me libré dos o tres veces de ir a parar a un campo de
entrenamiento. Ya estaba preparando mi viaje para la Argentina, cuando un día,
al salir del subway me encontré con un cordón de policías que iban separando a
los hombres de edad militar, sin preguntarles si eran americanos o no. Para mi
desgracia, ese día no había probado ni jota y parece que, por ello, mis
argumentos carecían de esa lucidez que da el buen alcohol. »Nada me sirvió. Por
último, de estúpido, quise utilizar los servicios del Cónsul y del Ministro,
pero estos tipos seensañaron conmigo y no sólo no me ayudaron a escapar sino
que impidieron que yo fuera con las tropas americanas que fueron a la guerra, a
jugar la pelota allá, en el valle de San Juan, cerca de Santiago. »Fui a dar a
un campo de entrenamiento en Texas. Monté en unos caballos que parecían mulos;
rompí a bayonetazos qué sé yo cuántos muñecos de cuero y arena; me tiraron
desde aeroplanos con paracaídas; hice túneles para poner minas; cargué alambres
de púas para plantar trincheras de alambre y, por último, como era grande y
fuerte, me pusieron a practicar el lanzamiento de granadas Te aseguro que
nunca en mi vida he estado tan fuerte. Esa gente parecía que se había propuesto
prepararme para quitarle el campeonato a Jack Johnson. Y, en efecto, como si la
guerra fuera a ser a puñetazos, todas las tardes me metían en el ring con
boxeadores profesionales encargados de darnos tremendas palizas. Una vez que no
pude aguantar más golpes, me acordé de cómo nos fajamos en Santiago y le pegué
una terrible patada
por los cojones al instructor que por poco lo mato. A poco más me salvo de ir a
la guerra porque se me hizo Consejo de Guerra y se me iba a juzgar severamente
por insubordinación e indisciplina; pero me defendí tan estúpidamente que el
tribunal reconoció en mí defectos naturales en un temperamento combativo y valeroso
y acordó enviarme para Francia antes de terminar el entrenamiento »No te
quiero contar Por lo pronto, nosembarcaron para Nueva York. Allí nos
pasearon por las calles atestadas de un público inmenso que había ido a
comprobar que otros se iban por él y nos aplaudía a rabiar, en el fondo
exteriorizando su alegría de quedarse, y por donde quiera nos tocaban el
Tiperary y el Over there Ni sé cuántas viejas me abrazaron llorando,
llamándome. tHijo! Y qué sé yo cuántas muchachas me besaron. Yo iba marchando
nada más que vigilante a la oportunidad de salirme de filas y desaparecer, pero
el entusiasmo de la multitud por quedarse y vernos partir era tal, que había
hecho una verdadera muralla a lo largo de todo Broadway hasta los muelles y
nadie en el mundo hubiera podido barrenar aquella pared humana. Al cabo,
convencido ya de que, por lo menos hasta el barco, no tenía ninguna
oportunidad, y, como además, los admiradores me habían ido ofreciendo tragos de
whiskey por el camino, determiné poner a mal tiempo buena cara y comencé a
marchar con una marcialidad digna de un prusiano de los que despanzurré en
Francia más tarde. Y, como entonces apenas había españoles en Nueva York, pues
aproveché para gritar todos los tMe cago en Dios! tViva Cuba! tMuera Francia! y
tViva el Kaiser! que me dieron la gana de gritar, y los gritos se confundían
con los overtheres y el entusiasmo de la juventud Muchas muchachas al
reconocerme extranjero me imaginaban un caballero moderno que iba a sacrificar
mi juventud y mi vida por la libertad y me besuqueaban y serestregaban conmigo
emocionadas hasta el espasmo Yo respondía a estas efusiones con gritos de
tMuera Washington, coño! y ellas entendiendo lo de Washington aplaudían
frenéticamente »La multitud aleccionada por los periódicos gritaba: «tA
pagarle la deuda a Lafayette! tViva Francia!» Yo, indignado, me
preguntaba cómo esta gente había esperado siglo y medio hasta que yo estuviera
en edad militar, para ir a pagarle la deuda a Lafayette Con el sentido comercial
que tiene este pueblo —pensaba yo— los intereses que tendrán que pagar ahora
serán enormes Pero, sobre todo, lo que me indignaba era que tuviera que ir
yo también a pagarle la deuda a Lafayette Porque squé le debía Cuba a
Francia? Como no fueran los saqueos de los corsarios franceses capitaneados por
Jacques de Sores, ninguna otra cosa le debía. »Pero, de pronto, otros gritos
brotaron bajo los auspicios del interminable It is so long to Tiperary«tA
pelear por la libertad de los pueblos pequeños!» »No pude más. Me indigné
hasta el colmo y comencé a vociferar: —tPartía de cabrones! tQué pueblos
pequeños ni qué carajo! tAcaso no son pequeños Cuba, Puerto Rico, Haití,
Filipinas, Hawai, Panamá, Nicaragua, y los tienen ustedes jodidos hasta no poder
más! Lleno de rabia tiré el fusil en tierra y una avalancha de pueblo se me
tiró encima y me cargó en hombros vitoreándome hasta desgañitarse Habían
oído los nombres de tantos pueblos oprimidos ycomprendieron instintivamente que
yo había pedido la libertad de esos pueblos Por eso, vociferaban a más y
mejor y me proclamaban a priori paladín ayudándome a irme para Francia a pelear
allí por la libertad de lo que podían dar en Washington tranquilamente »Debo
reconocer que yo fui el héroe del embarque. Mi nombre corrió a todo lo largo
del regimiento y me llamó el Coronel para felicitarme por mi ardor patriótico,
reconociendo delante del Estado Mayor la tradición bélica del pueblo cubano y
el heroísmo de Roosevelt en la batalla de San Juan y el Caney, donde unos
cuantos españoles bien bragados pusieron en ridículo a los yanquis que tuvieron
que apelar, por último, a la astucia y la audacia de los mambises de Calixto
García. »Y así comenzó mi carrera de héroe de la guerra. En el barco ya,
acorralados como reses, entre pitazos, La Marsellesa, los alaridos de la
multitud, el Stardt Spangler Banner y el God Save the King, partimos de los
muelles. Así pasamos ante la Estatua de la Libertad, más rígida que nunca,
aunque agitada por todos los lados con banderitas francesas, inglesas y
americanas, que nos despedían para la matanza.
»Frente a la Estatua de la Libertad, y ya seguro de que nadie me entendía,
comencé de nuevo mis insultos, gritando: —Adiós, thija de la gran puta!
tOjalá te destroce un avión, so cabrona! »Un soldado me tocó en el hombro y,
mirándome con gran seriedad, me dijo en un perfecto español de México: —Choque
esoscinco hermano que, por culpa de esa gran chingada de la libertad, es que
nos llevan a que nos pinchen por todos los lados Nosotros también vamos a
pagarle la deuda a Lafayette cuando todavía debíamos cobrarnos más lo de
Maximiliano! »Del viaje tampoco quiero contarte nada. Íbamos, como ya te
dije, acorralados, como rebaños, y, apenas salimos de Sandy Hook y comenzaron
los primeros golpes de mar, toda aquella gente que no había visto nunca el agua
ni para tomarla, muchos, comenzaron a marearse y vomitar y el asco fue tal que
los que no nos mareábamos por el mar teníamos que arrojar por la porquería de
todo aquello. No había un lugar limpio en donde sentarse y, para dormir, hubo
que echar cubos de agua por dondequiera con el resultado de que la porquería se
quedó, pero más abundante, aparte de la humedad. »Sin embargo, las noches eran
peor que los días, porque apenas alguien soltaba la primera leyenda sobre los
submarinos ya a todos se nos subían los huevos al pescuezo, a pesar de que
íbamos rodeados por aquellos buques mosquitos que tan bien protegían los
transportes contra los torpedamientos. »A lo mejor, de pronto, sonaban las
cornetas y las sirenas y había que precipitarse a los botes, con un frío del
carajo, porque al Coronel se le había ocurrido un simulacro de naufragio tMe
cago en su madre! Y luego resultaba un problema encontrar el equipo de
uno Y si no se encontraba, corte militar segura »Por eso, cuando,por fin,
arribamos a Francia, aunque sabíamos que allí íbamos a dejar el pellejo y el
alma, vimos los cielos abiertos. Quien más quien menos, después de tanto tiempo
de abstinencia forzada, recordó con delicia las delicias de las habilidades de
las francesas sNo te acuerdas de Barracones y Marina? Allí cogí una
gonorrea de «garabatillo» que todavía, con los años que llevo en Arlington, me
corre por los huevos como si con ella no fuera lo de la muerte Te aseguro
que este problema de mi gonorrea francesa es lo más que me ha hecho pensar en
eso de la inmortalidad de la Francia y en que, efectivamente, yo también le
debía algo a Lafayette.3
Yo, al transcribir, con toda la fidelidad que reclama la historia, estas
declaraciones que no dejan de parecerme un tanto cínicas, del Soldado
Desconocido, comprendo que me escapo de recibir el día menos pensado la cruz de
la Legión de Honor Pero el historiador todo lo debe arrostrar por el
esclarecimiento de la verdad.
3
»Llegados a Francia, la imaginación se nos abrió a todas las especulaciones.
Miles de viuditas rubias, finas y cariñosas, nos vieron desfilar con nuestra
pestilente marcialidad por las calles de Brest. El recibimiento, teniendo en
cuenta las proporciones, fue parecido a la despedida de Nueva York. Sólo que
allá nos recibían como los héroes que venían a matar más boches; a evitarles la
violación y a sustituirles los esposos »Yo, para contribuir a pagar la deuda
deLafayette, in mente me propuse un festín de francesitas, acordándome de
aquella casa que había tenido con Margot, Lilly, Renée y tantas otras que tan
buenas ganancias me dejaron. »Para nuestra desgracia, la cosa estaba en extremo
difícil por Los Argones, por Chateau Tierry, por Iprès, y por qué sé yo cuántos
lugares, de manera que apenas cruzamos la ciudad nos acorralaron de nuevo en un
tren interminable y nos pusieron camino de Chalons. Por los pueblecitos salían
viudas y más viudas a saludarnos. Estaban frescas como lechugas, pero nosotros
no parábamos en ningún lado. Por fin, llegamos a Chalons y allí nos revistó el
mariscal Joffre, gordo, amplio, bigotudo, con más cara de médico de pueblo que
de general. Pero lo cierto fue que echó un discurso corto y al final gritó:
tVive La France! tVive les États Unis! tVive Lafayette! tVive Washington! y
todo el mundo levantó los rifles y comenzó a gritar, rebuznar y relinchar a más
y mejor. Yo, indignado, por el olvido en que se tenía a Cuba, representada por
mí, comencé a cantar a todo pecho La Chambelona:
Aé Aé.Aé la Chambelona Aspiazo me dio botella y yo voté por Varona.
»Como mi voz era terriblemente alta, al cabo se hizo notar más de la cuenta y
tuve el honor de que el mariscal Joffre se me acercara para preguntarme qué
canto era el mío. »El regimiento hizo un silencio mortal. Era para impresionar
a cualquiera. Pero yo salí con facilidad del apuro, explicándole que
LaChambelona era el grito de guerra de los más feroces indios siboneyes, cuyo
desayuno consistía en un daiquirí de corazón de español y pólvora de arcabuz.
El mariscal Joffre, emocionado por el símbolo sangriento del himno de mi país,
recordando que ciertos pueblos salvajes se frotan la nariz en señal de amistad,
delante de todo el Ejército primero me besó ambas mejillas a la francesa y
luego se frotó ampliamente conmigo la nariz, pensando que este era el saludo
que correspondía a las feroces tribus cubanas de La Chambelona. El Ejército
rugió de entusiasmo ante el gesto democrático del Mariscal de Francia y todavía
yo recuerdo las ganas que me entraron de morderle el bigote apestoso de vino
que me restregó por la cara »De la Guerra realmente puedo contarte poco.
Cometí el error de contarle al Coronel de mi Regimiento, que pertenecía a la
Ciencia Cristiana, algunas de las costumbres de los indios «chambeloneros», de
los cuales yo descendía. Le aseguré que pensaba encuadernar todos los libros de
la Biblioteca Nacional de Cuba con pellejo de alemanes como construían mis
antepasados sus chozas con huesos de conquistadores españoles, y el Coronel se
horrorizó. Pensó que los alemanes iban a utilizar para propaganda política mis
desafueros, y dispuso que yo pasara a la retaguardia, al sector de Sanidad
Militar. Allí, asegurando que ningún plato podía ser tan sabroso como una buena
nalga de boche bien estofada, el jefe se espeluznó por mis
instintosantropófagos, y, aunque se habló de licenciarme, me pasaron aún más
atrás, a los hospitales, en donde, sólo de tarde en tarde, oía el ruido de
algún avión que dejaba caer su bombita y que acababa por caer él, envuelto en
llamas. »En realidad, el bluff me iba salvando de tomar parte verdaderamente en
la guerra al paso que, por otro lado, tenía ya mi problema resuelto con las
heroicas enfermeras, a las que parece que no les caía mal mi color un poco
trigueño y mi forma de feroz guerrero, descendiente del cacique Rigoberto, y la
historia de mis sombríos apetitos de carne humana »Pero la dicha no puede
durar mucho en la tierra y al fin caí gloriosamente en los campos de Francia.
La guerra es la guerra. Ya tú sabes que vino aquella terrible epidemia de
influenza. Bueno, pues yo, aunque fui citado varias veces en la Orden del Día,
por mi heroísmo en la cura de los enfermos, no pude evitar la enfermedad y, por
lo mismo que estaba bien alimentado por mis enfermeras, no pude resistir y morí
como un valiente entre espantosos escalofríos y rodeado por las lágrimas de
todo el cuerpo de nurses de aquel hospital de convalecientes. Fue algo
conmovedor que aún recuerdo. »Pero la guerra es la guerra, como ya te dije, y
ni después de muerto puedes considerarte tranquilo. A mí me mataron después de
muerto. »Parece que los alemanes se enteraron por su servicio de espionaje que
había muerto su más implacable enemigo, y, procediendo con la falta desentido
de caballerosidad innata en ellos, ya que habían sido incapaces de hacerme
frente mientras tuve vida, decidieron atacar mi entierro, y cuando iba camino
de mi hoyo reglamentario, un Taube cobarde dejó caer una bomba desde
considerable altura y no quedó nadie del cortejo. Yo que fui el que mejor
parado quedé, me quedé en cueros, sin identificación y con diez o doce huesos
de menos. El Taube, alcanzado por una bala perdida, cayó cerca de nosotros. Y,
por esta hazaña, fui de nuevo mencionado en la Orden del Día, aunque nadie pudo
identificarme. Y así terminó mi historia en la Guerra Mundial. Caminando
caminando, ya habíamos llegado hasta Riverside Drive y nos acercábamos al
monumento erigido a la altura de la calle 125, creo, a la memoria del Soldado
Desconocido, que estaba cubierto de coronas de flores, y donde iba a pernoctar
Hiliodomiro quien no quería irse hasta el día siguiente para su tumba en el
Cementerio Nacional de Arlington.
No dejó de extrañarme que el día en que, precisamente, se le hacían más
festejos allá, él hubiera abandonado el lugar y le interrogué. Pero parece que
tenía otra cosa en la cabeza y me contestó: —Más adelante te hablaré de ello.
Llegamos al monumento, rematado por un águila que parece en trance de parir, de
puro angustiada que está. Hiliodomiro echó un vistazo por los contornos. Sólo
había una pareja arrinconada que se besaba de la manera más ensimismática,
prolongada y penetrantemente posible.—Aquí podemos hablar porque a esos no los
separaría ni el bombardeo de un Taube, comentó Hiliodomiro, siempre con sus
imágenes de la guerra. »Debo contarte ahora —de acuerdo con tus preguntas— cómo
fue que llegué a soldado desconocido. Tú sabes que a raíz de la guerra, cuando
comenzaron a publicarse las primeras fotografías de aquellos campos enormes de
cruces blancas, donde a trechos se veían mujeres vestidas de negro llorando, la
conmoción fue tan grande que se hizo necesario hallar un paliativo. Yo, después
de muerto, por mi contacto con cierto elemento superior del que ya te hablaré,
he adquirido alguna cultura. Por eso, te puedo trasmitir esta observación, que,
desde luego, no es mía. La guerra mundial ha sido la única que no ha tenido
héroes Fíjate que es curioso Y es lo siguiente. sTú conoces la leyenda de
algún buey héroe, que se haya rebelado en el matadero? Pues eso fue lo que
pasó. Como la Guerra Mundial no fue más que un matadero en donde el heroísmo
revistió una forma negativa, una forma que nunca ha tenido: la resignación, la
paciencia, la resistencia a sufrir, a rebelarse, es que podemos decir que en
ella no hubo héroes Tú sabes, perfectamente, que el héroe siempre ha sido un
impulsivo, un rebelde. Por eso, si acaso, por paradoja, los únicos héroes que
tuvo la guerra mundial fueron los rusos, que fueron los primeros en «rajarse»,
en negarse a pelear Bien, pues el caso es que, hasta ahora, el pueblo ha
venidotolerando esto de las guerras sólo porque se le recompensa con la leyenda
de los héroes. Y, efectivamente, en otras guerras ha habido sus héroes, no te
lo niego. Tan es así, que te diré que a nosotros estos otros héroes de verdad
nos miran con cierto retintín de desprecio que el día menos pensado va a acabar
mal Y por eso es que, a falta de héroes reales, y para compensar al pueblo
de la enorme tragedia de esos campos interminables de cruces blancas en que
nadie ha hecho nada, algún tipo inteligente, que a lo mejor fue periodista,
lanzó la primera piedra de elegir héroes desconocidos para honrar al resto,
suponiendo que todos habían sido héroes. »Y hay que reconocer que la idea es
ingeniosa y que produjo muy buen efecto, pero la desproporción del premio es
tan enorme que tú no sabes los líos que ha traído tImagínate tú un soldado
desconocido en Verdún! tHay lo que ustedes llamarían un terrible problema de
desempleo entre los soldados desconocidos! »Pero te voy a contar ya cómo fue
que me hicieron soldado desconocido. »Ya te dije que me mataron después de
muerto. Esto, te advierto que ha sido bastante frecuente en la guerra. Es más,
hay soldado a quien han matado diez y hasta quince veces, porque la artillería,
como habrás visto en la película Sin novedad en el frente, no respetaba
cementerios ni nada, y cuando tú llevabas ya tu mes de enterrado y creías que
todo se estaba tranquilizando y que los gusanos podrían trabajar
sinsobresaltos, caía una avalancha de metralla y te destrozaban de nuevo. Más
tarde, cuando venía la contraofensiva, allí mismo mataban a los contrarios y a
seguidas el entierro en común, la confusión de huesos y quedabas ya, hasta el
próximo bombardeo, con un brazo de alemán, la pata de un inglés y la cabeza de
un negro sudanés de la infantería. Esto, aunque te parezca raro, ha dado origen
a numerosas controversias entre los soldados desconocidos y yo mismo no estoy
exento de algunos de estos problemas. La jurisprudencia sentada en el asunto me
ha salvado. »El caso es que yo tuve más leche y sólo tengo en el cuerpo dos o
tres costillas de una nurse francesa que era más celosa que el diablo, y por
este detalle, cuando escogieron en el Cementerio de Chalons el soldado
desconocido que había de descansar en Arlington, tuve la suerte de parecerles
muy completo y armónico a los encargados de la selección. Debo advertirte que
se tenía cierto cuidado en seleccionar un soldado desconocido. Quien más quien
menos
trataba de comprobar que el soldado en cuestión, por lo menos, pertenecía a su
país; asimismo, se rechazaron esqueletos de negros y hasta hubo quien prefirió
escoger los lugares donde habían peleado determinados regimientos. Pero, con
todo, la realidad es que, en general, somos bastante desconocidos. »Ya, después
que fui seleccionado, se contrató una banda militar, un regimiento; el
Presidente de la República Francesa; el generalPershing; el Alcalde de Chalons;
un grupo de lisiados de la guerra y a las doce del día, con un sol espléndido,
se pronunciaron sobre mi tumba las primeras oraciones fúnebres en elogio de mi
desinterés, de mi heroísmo, de mi generosidad sin límites, de mi abnegación por
la causa de los pueblos pequeños y de la libertad del mundo. El Presidente de
Francia dijo que yo era tan excelso como Lafayette; más excelso aún que
Lafayette y que yo había unido a través del océano, por mi sacrificio, a los
dos pueblos más grandes del mundo, asegurando que mi alma sería recibida
triunfalmente por las almas de los inmortales guerreros galos y que, a mi
entrada en el cielo de la gloria, Napoleón Bonaparte se quitaría su tricornio
para saludar mi paso, mientras me presentaría armas un regimiento todo formado
por mariscales de la Francia Cuando dijo esto, te confieso que sentí un
escalofrío de emoción. Todo el que estaba presente lloró. Los cañones ladraron
como gigantescos perros. Las banderas arrastraron sus pliegues sobre mi tumba.
Los rifles de los soldados se pusieron a la funerala. Te aseguro que jamás en
la vida he presenciado nada comparable Ni los arrollaos de Santiago se le
pueden comparar Después uno, como a todo, se va acostumbrando, pero al
principio estos actos son terribles. Te aseguro que los huesos se me arrugaban
de emoción »Después del presidente de Francia, habló un general inglés quien
con gran solemnidad dijo que el puebloamericano era hijo del pueblo inglés y
que él sentía que en aquel acto, al honrárseme a mí, se honraba a toda
Inglaterra. Un ministro español, que el día antes había asistido al
desenterramiento del Soldado Desconocido alemán, rabiaba por hablar y lamentaba
que España no hubiera tomado parte en la guerra, en la seguridad de que ese
argumento de los pueblos hijos y los pueblos madres lo hubiera él «movido» con
más dramaticidad que el inglés. Pero el protocolo lo obligó a callarse, y se
limitó a movilizar su dedo índice, como quien dice «ha dado en el clavo». Yo,
por mi parte, al sentirme reconocido como un hijo del pueblo inglés, recordé la
toma de La Habana por los ingleses y supuse que a lo mejor mi sexto abuelo fue
muerto, ignominiosamente, en algunas de las emboscadas tendidas por Pepe
Antonio, el héroe de Guanabacoa. »Mas todo acaba, hasta los discursos fúnebres,
y el general Pershing con el sentido americano de que time is money, pronunció
su discurso con toda brevedad y con la secular falta de talento que se le
reconoce universalmente desde la pateadura que le dio Pancho Villa. Dijo que
agradecía el homenaje que se rendía al pueblo americano, que era el que había
ganado la guerra en realidad, y que así como él había tratado de civilizar a
México, también había venido a Europa a poner un poco de orden; que gracias a
las ideas del presidente Wilson los pueblos pequeños disfrutarían de libertad y
que, gracias a mi sacrificio, sehabía vencido en Chateau Tierry. Dijo, por
último, que el pueblo americano me pondría en el mismo plano que a Lincoln,
Edison y Ford, porque yo representaba el esfuerzo por conquistar el record de
la inmortalidad al menor tiempo posible. Y que, sin duda, yo descendía de los
peregrinos del «Mayflower» »Y me metieron en una caja de hierro, como si yo
fuera un tesoro; me encaramaron en un armón y entre himnos y banderas me
llevaron para el tren. Las flores me caían desde los aeroplanos y, de vez en
cuando, me estremecía temiendo un bombardeo. Por fin, llegamos al barco y te
aseguro que vi los cielos abiertos cuando el barco se alejó y se fueron
perdiendo las últimas marsellesas y los últimos discursos Pero, con todo, no
pude dormir tranquilo en toda la travesía, porque uno de los soldados de la
«guardia de honor» se la pasó aprendiendo a tocar La Marsellesa en una
filarmónica Y, desde entonces, le cogí tal odio a los himnos, que en cuanto
hay alguna fiesta, como pueda, me escapo de Arlington
II
Hablando y hablando se nos había hecho muy tarde. Los dos amantes seguían
«haciendo un silencioso trabajo nocturno de alambradas» —según expresión de
Hiliodomiro— y acaso todavía continúen en el mismo, pero nosotros tuvimos que
separarnos, no sin que antes el Soldado Desconocido me invitara a pasarme un
weekend en el Cementerio de Arlington para conocer el resto de sus aventuras.
Yo cogí a lo largo de Riverside y él, como en unarepresentación de Don Juan
Tenorio, pero a la inversa, se fue introduciendo en el mármol del monumento,
tan sutilmente como una neblina que se diluía. Y al primer weekend que tuve
libre —que han sido todos los de mi estancia en este país— me fui hasta
Washington, para visitar el Cementerio Nacional, pero, en el fondo, con la duda
prendida de si, efectivamente, se me aparecería de nuevo el Soldado
Desconocido. Llegué, según me había indicado Hiliodomiro, al atardecer, a la
hora en que se hace el último cambio de guardia hasta la madrugada, y cuando el
soldado que había sido relevado se alejó, me acerqué a su relevo, quien me
presentó el arma, y ante mi más profunda estupefacción, en un cómico español
chapurreado, me dijo: —tCarajo, Pablo, chico, Hiliodomiro te está esperando a
ti! —Y, con la misma, me dio un afectuoso palmetón en los hombros, como si
me conociera. Inmediatamente, sin embargo, mi estupefacción cambió de motivo,
cuando una tenue bruma se fue condensando alrededor del monumento, adquiriendo,
a poco, ese aspecto lácteo y denso de las fotografías del ectoplasma. Poco
después, todo cobró forma y voz y ya no me cupo duda ninguna de que Hiliodomiro
del Sol, el Habanero, famoso parrandero de Santiago de Cuba, era el auténtico
Soldado Desconocido de Arlington. De paso, comprobé que el espiritismo es una
realidad y, al efecto, Hiliodomiro, con la videncia innata en los espíritus,
según ya dije, me advirtió: —Ya ves. Soy unarealidad. Soy, luego existo, como
dice todavía mi amigo Renato Descartes, quiero decir, sabes, pero nos
tuteamos, porque le he caído bien ty de vez en cuando le gusta su toque de
Bacardí! Y que no se te ocurra en tu libro hacer ninguna alusión despectiva al
espiritismo, porque entonces le vas a quitar verosimilitud a todo esto y voy a
tener que presentarme en todos los «centros» como Juan Bruno Zayas para dar fe
de la realidad Enseguida se puso a hablar, mitad en inglés mitad en español,
con el soldado, que entre risas sacó de no sé dónde, una botella de ron
Bacardí, y nos dimos un trago para entrar en calor, porque ya las nochecitas se
estaban poniendo frescas. —Este —me dijo Hiliodomiro refiriéndose al soldado—
es el gran cabrón Nos llevamos muy bien y todas la noches o charlamos, o nos
vamos de parranda por ahí, o se va él solo y así no tiene que estarse pasando
el tiempo marcha que te marcha delante de este monumento estúpido y pesado
Yo tengo influencia bastante para que lo dejen siempre con este trabajo y así,
aun cuando venga la guerra, pues se libra de ser un soldado desconocido, como
yo, y verse obligado a estar de retén ad perpetuam, como dice Santo Tomás de
Aquino, que es un coñón de mil demonios »Porque no te quiero decir lo
terrible que es estar fijo de posta en un solo lugar toda la vida O toda la
muerte, como tú quieras tTú no sabes las ganas que tengo de ir a pasarme
unos carnavales a Santiago! Perome es por completo imposible Las
obligaciones de mi cargo me lo impiden en lo absoluto. tY gracias que yo he
sabido «trabajar» al tipo este y puedo pasar mis noches por ahí! Mi silencio
interrogativo fue suficiente para que Hiliodomiro comprendiera y se extendiese
en las consideraciones necesarias. —Te voy a explicar —me dijo. No pienses que
es una «botella» lo que tengo. Nosotros, los soldados desconocidos, tenemos un
trabajo muy intenso que realizar. »Debes saber que, al principio, no hacíamos
nada más que recibir honores; mas cuando se generalizó esta idea de honrar a
los héroes anónimos, la avalancha fue tal que hubo que poner un poco de orden y
hacer una especie de Liga de las Naciones lo suficientemente elástica para ir
culipandeando entre tantas protestas y limar asperezas, como dicen todos los
diplomáticos, vivos y muertos. »Como comprenderás, se formó un Consejo Supremo
de la Liga, atendiendo a las categorías, y yo, como Soldado Desconocido de
Arlington, entré a formar parte del mismo. Inmediatamente, surgieron las
envidias y los insultos y los ataques. Los otros soldados desconocidos de este
país rechazaron, indignados, la idea de que yo, un mulato, y cubano además, un
spanish como ellos dicen despectivamente, fuese quien los representase. Pero yo
me defendí con la elocuencia de un candidato a Senador, y a uno le dije: Si
usted es judío sa qué viene a decirme que soy extranjero? A otro: Si usted es
alemán y noyanqui, y, en realidad no ha sido más que un traidor, sa qué viene a
combatirme? A otro más: Si usted es un italiano que debió irse a pelear tres
años antes, sa qué viene a protestar? Y así, uno por uno, fui rechazando
soldados desconocidos americanos, húngaros, rusos, franceses, polacos y hasta
finlandeses Sólo quedaba uno que, por casualidad, era realmente americano, y
para más señas, de Boston, graduado de Harvard y descendiente de los peregrinos
del «Mayflower», pero el pobre era tan estúpido e hipócrita que como el día de
la asamblea caía domingo, temía asistir a ella, para cumplir con las Leyes
Azules de Massachusetts, y al fin fui acatado por la gran mayoría. Esto aparte,
desde luego, de la declaración del Soldado Desconocido inglés, quien, pensando
que, por no tener yo muchas simpatías por los yanquis, sería un buen aliado
suyo en el Consejo de la Liga, afirmó que sólo me reconocería a mí, oído lo
cual por los americanos y temiendo una nueva cuchufleta de Bernard Shaw, se
apresuraron a ratificarme en el puesto. »Yo sólo te cuento lo mío, porque no me
gusta chismear. Esto que te voy a contar es sólo para ti, desde luego (El
soldado de posta ya se había dormido, después del décimo trago.) Mira, lo que
pasó conmigo, pasó con todos más o menos. Con el inglés no. Ese sí es inglés
legítimo. Esa gente todo lo prevén y, por eso, aunque dicen que lo recogieron
en Iprès, la realidad es que nunca estuvo en Francia, porque losencargados de
hacer su selección, para no incurrir en errores, dirigidos por el Ministerio de
la Guerra, enterraron antes a un miembro de la Cámara de los Lores, y a ese fue
al que le hicieron los honores Sí, porque ellos pensaban con muy buen
juicio, que a la Guerra sólo habían mandado a toda la canalla de los barrios
bajos de Londres, o a irlandeses que no podían ver a Inglaterra, o escoceses de
quienes ellos se burlaban Sin contar, claro está, a los indios y negros y
canadienses y australianos, que bastante honor habían recibido ya con
habérseles permitido morir por Inglaterra En cuanto al soldado italiano,
resultó ser un tirolés y el pobre, en realidad, no sabía si era italiano o
austríaco, por lo que el soldado inglés lo rechazó enérgicamente y, contando
con mi apoyo —no te negaré que entonces tenía yo mis prejuicios raciales—
impuso a un negro de Trípoli que no podía ver a los italianos El soldado
francés resultó ser francés, pero por casualidad. Para comprobarlo, no hubo más
que tocarle La Marsellesa, y aunque el pobre había sido un modesto y pacífico
boticario de Lyon, apenas escuchó los acordes de La Marsellesa, su rostro se
puso tan feroz que parecía un antiguo galo No hubo duda ninguna No te
ocupes, para los franceses La Marsellesa es como para los cubanos La Chambelona
o para los mejicanos La Cucaracha En cuanto al soldado ruso, después de lo
de Kerenski, se nos pasó a los bolcheviques y allá está en laPlaza Roja, en
Moscú »Pero no te he contado lo mejor. Lo que nos ocurrió con el soldado
alemán. Esto sí fue fenomenal Yo no sé, a esta gente con tantos cálculos y
tantos estudios, siempre les coge la noche, igual que a nosotros los negros
Nosotros, no, qué carajo, que yo no soy negro que estoy bien «adelantao»
Pues el caso fue, según hemos averiguado, que los alemanes, para perfeccionarle
la obra a los ingleses, escogieron una comisión de antropólogos eminentísimos,
que dictaminaron cuál era el arquetipo del alemán entre una montaña de
huesos Y verás lo cómico: escogiendo un cráneo aquí, una clavícula allá; un
fémur en un lado y un hioides por otro, con un talento maravilloso completaron
los quinientos y pico de huesos que tiene el esqueleto humano, según me ha
contado mi amigo Ambrosio Paré, con tal precisión y exactitud milagrosa que
todos correspondieron, efectivamente, a un sólo individuo, con sus mismas
muelas, colmillos y dientes, inclusive uno que tenía medio picado Es algo
para pasmar a cualquiera, te lo aseguro. Puesto en su ataúd, «armado» como
suele decirse, el hombre tenía seis pies, era calvo, robusto, barrigón (claro
esto se desprendía de la configuración de las costillas,
stú entiendes, no?). En fin, tera tan alemán aquel esqueleto que parecía que
estaba bebiendo cerveza! Bien, pues lo enterraron y lo desenterraron de
nuevo y entre músicas van y vienen, Deutschland uber Alles, estampidos decañón,
taconeos de infantería prusiana y coros de miles de voces, fue enterrado bajo
el Arco de la Avenida de los Tilos, le encendieron su lamparita para todos los
siglos venideros y a reposar se ha dicho, siempre bajo una montaña de rosas.
»Pero, resultó, chico, lo inaudito, lo increíble, lo que debía ocurrirle a
cualquiera menos a unos científicos alemanes Resultó que el alemán
reconstruido no era alemán Y no sólo no era alemán, sino que era francés,
francés del Rosellón, cerca de España, y que era un misionero pacifista, que la
guerra le había sorprendido en París con el encargo de ir hasta el Tibet »Y
sucedió lo natural. El hombre, francés y pacifista, al verse objeto de tantos
homenajes en Berlín, casi al terminar la horrenda carnicería de la guerra,
sufrió una conmoción tan terrible, se emocionó de tal manera ante semejante
transformación de la especie humana, que loco acaso, delirante de alegría,
salió de su tumba, abrazó al soldado alemán que lo custodiaba, y que quedó
medio muerto de espanto, y se lanzó, sin conocer a Berlín y sin saber alemán,
en busca del primer Centro Espiritista en que poder manifestarse, sin
presentarse antes, como era su obligación, al Comité Central de Almas. Al fin
lo encontró. Otros espíritus estaban hablando y se puso en fila para coger su turno.
Él sólo entendía lo de «la France» que citaban tanto, y casi se derretía de
amor por el pueblo alemán. Pero cuando él habló todo se desencadenó. Como erade
esperarse, todos aquellos alemanes allí presentes, vivos y muertos, eran
poliglotas y entendieron a la perfección sus confesiones. Confesó que era
francés, misionero pacifista francés, que la guerra lo cogió en París y que no
había tenido más remedio que matar a bayonetazos ni sabía cuántos boches; que,
al fin, fue hecho prisionero y entonces, internado en un campamento de
prisioneros en Alemania, había concebido el proyecto de fugarse, vistiéndose de
soldado alemán, y huir, atravesando toda Polonia y Rusia, para comenzar en el
Tibet la misión pacifista que se le había encargado y civilizar un poco aquellas
gentes feroces Confesó que ante su proyecto no pensó en dificultades y,
venciendo escrúpulos, asesinó una noche al centinela para encasquetarse su
uniforme, pasó a terreno libre y, como no sabía alemán, se fingió mudo. Por
fin, cuando ya estaba a punto de dejar a Prusia para comenzar su odisea al
Tibet, fue identificado y, previo al trato correspondiente, fusilado en el
acto, dejándose para más tarde el Consejo de Guerra necesario. Su fusilamiento
fue tan rápido que le dejaron el uniforme alemán, y así le echaron unas cuantas
paletadas de tierra encima. Después, una tarde, pasando un convoy de artillería
por los alrededores, hizo explosión una caja de dinamita, explotaron otras
consecutivamente, y todos los huesos salieron a danzar De entre todos los
cementerios alemanes, por haber sido este el más protegido contra labarbarie,
fue el escogido para seleccionar al alemán arquetipo, fuera o no soldado Y,
al ver los homenajes que después de su muerte se le rendían, a pesar de ser
francés y a pesar de ser pacifista, no podía menos que dar las gracias
»Apenas pudo terminar su discurso. Bismarck, que estaba presente en espíritu,
lo abofeteó; el conde Von Moltke, ordenó su fusilamiento inmediato por segunda
vez; Federico el Grande soltó tres carajos, en alemán, por supuesto;
Schopenhauer bufó contra todas las mujeres, causantes de todas las guerras
desde Helena de Troya hasta la madre del Kaiser, por haberlo parido; Goethe con
su orgullo de siempre se había negado a asistir a una reunión tan plebeya y
vino a resolver el problema el Barón de Humboldt quien dijo, con docta palabra,
que, ante todo, había que salvar a la ciencia alemana y que no se podía
desacreditar la antropología alemana por un error tan enorme, por lo que la
mejor solución era nacionalizar a aquel francés, porque, al cabo, él siempre
había sido partidario de la unión universal Su idea de salvar, ante todo, la
ciencia alemana, prevaleció inmediatamente y el misionero pacifista francés fue
naturalizado en Postdam, en Prusia, creo. Asimismo, se tomó el acuerdo de
enviar a los antropólogos que habían hecho la selección, a realizar estudios
por veinticinco años más a la Universidad de Jena »Y, ahí tienes tú, por qué
el Soldado inglés —concluyó Hiliodomiro— no puso reparos ningunos aeste Soldado
alemán, a pesar de ser francés, porque este, por ser pacifista en el fondo, si
se consigue que no le toquen La Marsellesa, irá acostumbrándose a todo, y ni
defenderá a Alemania, porque no le interesa, ni se ocupará de otra cosa que de
su frustrada misión de pacificar al Tibet
III
Parece mentira. Hasta cuando se está hablando con muertos, el tiempo no deja de
caminar. Para mí, fue un asombro el comprobar que el alba se acercaba a lentos
pero inevitables pasos, mientras Hiliodomiro hablaba sin parar. Aun, para él
mismo, fue una contrariedad aquello. Como buen muerto, tenía que descansar
forzosamente durante el día. Mas se conoce que me había tomado verdadera
simpatía, pues por su cuenta resolvió el problema y me citó para la noche
siguiente, lo que me produjo mucha alegría, ya que me había ido interesando
cada vez más en sus relatos y quería que me puntualizara varios detalles. Por
ello, no falté a la cita y, apenas caída la tarde, ya estaba yo en Arlington,
de donde a poco salí del brazo de Hiliodomiro para irnos a dar unos tragos por
alguna barra cercana. No me fue difícil traer la conversación al terreno
deseado. Había barruntos de guerra entre Rusia y Japón, como siempre, y,
además, Italia amenazaba con invadir Etiopía, y, como quiera que Hiliodomiro
era, a la vez militar y diplomático, comprendí que el tema le interesaría.
Habló enseguida. Pero yo prefiero colocar aquí, todas las aclaraciones que me
hizo, alfinal de la noche, ya medio borracho, y que pudiéramos considerar como
biografías de varios soldados desconocidos. Porque yo tenía curiosidad vivísima
por que me aclarase algunos puntos que había dejado incompletos. —Es claro —me
dijo— lo que pasó conmigo entre los soldados desconocidos americanos, ha
ocurrido, más o menos, con todos los demás. Es más —continuó— y esto es ya un
verdadero secreto que sólo te confío porque tú eres paisano, hay casos en que
el primitivo soldado desconocido ha sido desplazado por las intrigas y las
maniobras y, actualmente, hay otro en su lugar. El caso a que me refiero es el
de Alemania. Tú verás lo que pasó: »Ya te conté cómo, para «salvar la ciencia
alemana» Humboldt había conseguido que se dejara de Soldado Desconocido alemán
a un ventrudo pacifista francés. Viejo, tenemos que comprender que, en
realidad, esto era demasiado para Alemania. Date cuenta: pacifista y francés.
Era demasiado. Y, por eso, a la primera oportunidad, sucedió lo que tenía que
suceder. Se apareció un soldado desconocido con un poco de demagogia y nos
derribó al pacifista que según creo, anda ahora, al cabo, por el Tibet,
tratando de cumplir su misión. »Todas estas intrigas nos han hecho mucho daño y
han contribuido a desprestigiar nuestra organización. Porque te advierto una
cosa: este nuevo Soldado Desconocido alemán no vale más que el otro. Al
contrario. Se trata de una verdadera rata. Con decirte que es un perfecto
maricón yaestá dicho todo. Imagínate que hemos investigado rigurosamente sus
orígenes y resulta que, antes de la guerra, era maestro de escuela de aquellos
que estimulaban a los jóvenes para ir al combate y a las trincheras, pero
cuando le llegó su turno, desapareció misteriosamente de su pueblo y más nada
se supo de él por mucho tiempo. Luego, fingiéndose el inválido, como si ya
hubiera regresado del servicio, se aprovechaba de la hipótesis, y vistiendo el
uniforme de alguna víctima a quién había robado o matado, disfrutaba de todos
los beneficios del héroe sin ninguno de sus inconvenientes. No sé, a derechas,
por qué causa fue identificado, y entonces sí que se portó como un valiente. Su
persecución fue feroz y tenaz y, por último, rodeado por todas partes,
desapareció en el interior de una fábrica de cerveza. Se rodeó el edificio y se
hizo un registro cabal. Nada. De veras, se lo había tragado la tierra. En
realidad, no era esto propiamente dicho. En realidad, se lo había tragado pues
a los dos días ya no pudo aguantar más la debilidad y salió dentro de un enorme
tonel, chorreando cerveza por todos lados. Parecía que se meaba por todos los
poros Capturado al fin, y temblando de miedo y de frío, confesó de plano su
terror a la guerra y al frente. Naturalmente, fue enviado al frente y murió en
la retaguardia de disentería incontenible. Sobre su cementerio hubo un furioso
combate de infantería y de ahí que, en aquel lugar, se escogiese unsoldado
desconocido. »Todos estos datos han sido obtenidos por nuestra Sección de
Investigación y se han comprobado con retratos, fechas, huellas digitales,
etcétera, y el Soldado Desconocido inglés los conserva para esgrimirlos a la
primera coyuntura favorable (porque como tú sabes estos ingleses no hacen nada
sino es al seguro o a la desesperada) pero, por lo pronto, el estado de ánimo
de
los soldados desconocidos alemanes, está con él: «la masa», como dicen ustedes,
lo apoya, porque, como maestro que era, se sabía unos cuantos «discos» de
historia, y les habló de los antiguos guerreros germanos del Walhalla, y de
Federico el Grande, y de la vergüenza de que un pacifista, y francés por
añadidura, fuera el representante de ellos. Imagínate, con esto, y con las
ganas que tenía el pacifista francés de mandar a Alemania para el carajo y
seguir su viaje hacia el Tibet, no le resultó difícil conseguir sus objetivos.
Y hubo que admitirlo en el Consejo Supremo y contemporizar con él. Aunque nos
desacreditaba a todos y sus aires de afeminado — porque parece mentira, esto,
ni con la muerte se pierde— ha provocado más de un disgusto serio,
particularmente con cierto grupo de antiguos guerreros. Inclusive alemanes
—Bueno, sy el Soldado Desconocido italiano? —le pregunté. —Mira —me contestó—,
ya te conté lo que pasó al principio. Fue seleccionado un soldado tirolés, que,
en realidad, no sabía si era austríaco o italiano. Era un perfectoimbécil, el
pobre. Cuando Austria entró en la guerra cruzó la frontera y se declaró
italiano. Y de allí no pudo escapar cuando Italia entró en guerra. Y tuvo una
suerte negra. Apenas llegado al frente, como para entrenarlo le habían metido
una de marchas forzadas y de escalamiento de montañas, el infeliz estaba
agotado al extremo, y la primera noche que entró en servicio de vigilancia, de
puro cansancio se quedó dormido y cuando vino a abrir los ojos tenía dos
cuartas de bayoneta en la barriga. Una avanzadilla austríaca lo había
sorprendido. Mas un perro que lo acompañaba en la posta, tuvo tiempo de ladrar
con furia y esto despertó a varios; se generalizó el tiroteo, y, aunque al
principio los austríacos, con la ventaja de la sorpresa, llevaron la mejor
parte, los italianos, estratégicamente protegidos por la altura, al cabo pudieron
retirarse sin mucho desorden, dejando sólo unas 20 000 víctimas en aquella
acción de los Alpes, que fue el comienzo de una terrible ofensiva austríaca.
Después de la guerra, se reconoció que allí había habido un héroe, y, al lado
del cadáver del perro, se halló el de un soldado clavado a la tierra, por una
bayoneta. No cupo duda alguna de que este había sido el verdadero héroe de la
acción. Y se le eligió. »Pero, como ya te dije, este resultó ser un aldeano
estúpido, que se envaneció demasiado con su inesperada elevación, y el inglés
se las arregló para obtener que fuera un soldado tripolitano, que odiaba
aItalia, quien la representara. Además, debo advertirte que este soldado
tripolitano era un tipo del demonio, con su buena punta de ladrón y negociante.
Se robaba ciertos productos muy necesitados por los soldados y una vez,
huroneando en la botica de un hospital de sangre, ingirió precipitadamente qué
sé yo qué líquido, creo que permanganato, estirando la pata. El médico
certificó su muerte como consecuencia de los gases. »Y en esto le pasó al
inglés como con el Soldado Desconocido alemán, que al fin y al cabo fue
destituido. Yo no sé —Hiliodomiro se puso a monologar— pero hay veces que
parece que al inglés «se le está yendo el santo al cielo», como decimos en
Cuba. Porque ha querido apretar tanto y dominar tanto, que ha enseñado a
bandoleros a muchos y se le está virando la tortilla por dondequiera. Él pudo
ser más inteligente en estos casos. Pero la ambición rompe el saco, no te
ocupes. El caso es que un día se apareció un italiano y derribó al tripolitano
casi de la misma manera utilizada por el alemán. Indiscutiblemente, hay que
reconocer que tiene condiciones el muy cabrón. Figúrate, como italiano al fin,
era medio cantante, barítono de ópera ambulante, sin «escuela», como dicen los
periodistas críticos de música, pero con mucho torrente de voz; además, había
sido saltimbanqui de circo y había aprendido un poco de magia y transformismo,
y, desde luego, sabía todos esos cuentos de César y la legiones romanas. Y
hablaba que parecía queestaba representando Aída o La fuerza del destino
Pues este tipo tanto dio con sus historias y sus maromas y sus discursos, que
un día ya los soldados desconocidos italianos no pudieron más, y recordando que
una vez «Roma la eterna», como él decía, se había sacudido la sarna de Aníbal,
se sacudieron al tripolitano y fue exaltado el nuevo héroe que, por sus
condiciones, durante la guerra había sido el cómico del regimiento, y había
hecho las delicias de los soldados, ora cantando Torna a Sorrento, ora sacando
conejos de la gorra de un oficial, ora dando saltos mortales. Además, había
tenido una muerte gloriosa: en una ocasión, estando en una trinchera, habiendo
hecho una apuesta de que se zafaría de cualquier amarre dentro de un corto
tiempo determinado, los austríacos asaltaron la trinchera por sorpresa, y por
rápido que
anduvo, a fuerza de tiros y de bayonetas fue como le cortaron las ligaduras que
tenía con la vida. Por eso, al encontrar su esqueleto, envuelto en sogas, se le
supuso martirizado por el enemigo. Y esto contribuyó no poco a aumentar su
prestigio, no te creas. Yo tenía verdaderos deseos de oírle hablar sobre sus
colegas el inglés y el francés y así fue que le pregunté sobre ellos.
Hiliodomiro me habló con gran admiración del inglés. —Es un pícaro redomado —me
dijo—. Ya te expliqué que de la guerra se enteró por los periódicos. Es un
miembro de la Cámara de los Lores, de aquellos que al principio de
laconflagración —que es como se decía entonces— se inscribieron de voluntarios,
siguiendo el ejemplo del Príncipe de Gales y de otros duques, con el fin de
impresionar a «la canalla», como ellos dicen. Y no te creas, hasta se llegaron
a poner uniformes de coroneles, y aun, hasta desfilaron por las calles de
Londres, Edimburgo y Dublín, sonando gaitas y con sayas escocesas, con todos
los pelos al aire. Pero tú figúrate. Para ser miembro de la Cámara de los Lores
e ir a la Guerra es necesario estar loco. Y, si se es loco, no se puede ser
miembro de la Cámara de los Lores. Por eso, lo que hacían todos estos
condenados, como le cogían el gusto a los uniformes, porque era un «gancho»
tremendo con las mujeres, era incorporarse a los «servicios especiales», en
donde se llenaron de cruces el pecho. Este, por ejemplo, era un especialista de
vuelos a Francia, a donde lo conducía un famoso piloto, trayendo y llevando
mensajes sobre la llegada de más soldados canadienses, australianos, indios,
irlandeses y escoceses y alguno que otro inglés, y la necesidad de que
siguieran remitiendo contingentes a los sectores de Iprès y del Somme. Por
estos servicios recibió la Cruz de la Legión de Honor y el Cordón de San Jorge,
la más alta condecoración inglesa, aparte de otras numerosas insignias y
condecoraciones de todos los países aliados. Con esto de las cruces, como
habrás observado, ocurre que tan pronto le conceden una a determinado
individuo, todas la otras vienenpor su peso. Y, por eso, no existe aún el
hombre que tenga una cruz. Naturalmente, alto, buen tipo, noble y héroe
reconocido por varios países, le sucedió lo natural durante un período en que
un hombre se cotizaba a alto precio: las mujeres acabaron con él. Y que caiga
la culpa de su muerte sobre las mujeres francesas e inglesas a partes iguales.
Aconteció el funesto desenlace una tarde reverberante. Mientras en el Somme
morían las tropas inglesas triunfalmente a montones, rodeado de francesas e
inglesas que se miraban sin compasión porque para ellas la guerra había
terminado con la muerte de él, como si una explosión de granada le hubiera
destrozado el pecho, murió el héroe inglés, echando esputos por la boca. No
tuvo tiempo de ver en el periódico su nombre a todo título, junto al de la
victoria que inició la ofensiva inglesa. »En realidad, aunque toda Inglaterra
lo sabe y está satisfecha con ello, lo cierto es que vino a parar en soldado
desconocido por una intriga de sus mujeres, por celos entre ellas. Una inglesa,
mujer del Ministro de la Guerra, y a la que él no había hecho demasiado caso en
gracia a la poca cantidad de curvas de que disponía la pobre, y también, por la
preferencia insultante que le dio a una famosa querida del Embajador de
Francia, al enterarse de que se iba a crear un soldado desconocido inglés, en
parte para insultar la memoria de su despreciador y en parte, principalmente,
para ofender a su triunfante rival,la francesa del Embajador, se las arregló de
manera que el esqueleto del Lord desapareciera misteriosamente y, previamente
depositado ad hoc, resultara el escogido para soldado desconocido. Ella, desde luego,
como por su marido sabía que este homenaje era una cosa puramente artificial,
pensó que, a la larga, carecía de importancia tal maniobra y que, pasados los
años, todo el mundo se habría olvidado del Soldado Desconocido. Ella se dijo: A
tipo tan pretencioso, nada le molestará tanto como el que se le haga pasar por
«desconocido». Y, encantada de su habilidad, todo lo dispuso para que la
francesita se enterara, haciéndola rabiar hasta la desesperación. »Pero nunca
sabe uno cuando siembra para el vecino. El negocio este de los soldados
desconocidos, inesperadamente se convirtió en uno de los rackets más grandes de
la posguerra. Los escultores hicieron su agosto. Los poetas y los novelistas
fueron laureados. Y, hasta los pintores ingleses, reconocidos como los peores
del mundo, desesperadamente buscaron en él la inspiración. Las canteras de
Italia han estado a punto de agotarse. Y, como los reyes, los presidentes y
ministros siempre prefieren retratarse al lado de un majestuoso monumento que
puede darles realce, tomaron la costumbre de acudir a los homenajes al
Monumento del Soldado
Desconocido, y de ahí la importancia que estos han llegado a tener para la
prensa gráfica, y, por tanto, para el público. »En consecuencia, lamaniobra de
la Ministra inglesa se desmoronó. En realidad, esto ha sido un fracaso más de
la diplomacia británica. El Lord, que ya estaría medio olvidado como tal Lord,
es universalmente conocido como el Soldado Desconocido inglés. Y la francesa
del Embajador, ni se sabe el prestigio que ha ganado, los contratos que ha
obtenido para los mejores cabarets de Europa y los queridos regios que ha
disfrutado. Todavía, vieja y todo, es terrible No descansa la muy puta. En
cambio, la inglesa, despreciada por todos, incluso por su marido, no tuvo otro
recurso que crear una especie de Ejército de Salvación y despedirse para
siempre de toda aventura publicable. Puesto a averiguar —el vicio del
periodismo me ha tornado incansable—, y así, aunque ya era muy tarde, no quise
dejar pasar la noche sin que me contara algo sobre el Soldado Desconocido
francés. Y, como, por otra parte, tenía ganas de oír la historia de un
verdadero héroe, le interrogué: —Bien, y sa qué debió su cargo el Soldado
Desconocido de Francia? Hiliodomiro estaba complaciente, y, además, como ya
dije, un poco alcohólico. Fue una cosa fácil el seguir charlando con él. Mejor
dicho, conseguir que siguiera dando palique. Hiliodomiro comenzó con un tono de
admiración: —Pues ese, chico, te diré que es un tipo raro. Como te dije, es un
boticario de Burdeos que tiene un rostro pacífico y que hasta parece un poco
aguantón. Y en realidad lo es. Pero tiene un defecto gravísimo: en cuanto
letocan La Marsellesa, ya no puede contenerse. Le produce un efecto fulminante
y terrible. El rostro se le transforma. Los mostachos se le erizan. Y mira
hacia todos lados con ánimo insolente y bravío. Mas lo curioso es toda su vida.
Parece que, allá en Burdeos, entre receta y receta, el hombre leía sus libros
de historia y sus versos. Allá bajo el Arco de Triunfo, tiene su biblioteca,
con libros de Lamartine, Víctor Hugo y una pandilla más. Tantas lecturas dicen
que acabaron por crearle una doble personalidad, y aunque el hombre era
pacífico, y cuarentón, y con su ya discreta barriga, pues le entraban rachas, y
a veces le daba por escribir versos y otras por irse de cacería, «matar boches»
como le decía a ir a tirar sobre los conejos y las perdices. La Revolución
francesa lo había vuelto loco. Para él, Napoleón; después, los mariscales de la
Francia; después, Víctor Hugo, después, Lamartine: luego, los galos. Y todo
así. El mundo entero giraba alrededor de la Francia, si es que quería girar. Y
toda la historia alrededor de la Revolución francesa. Su gran amargura era la
Guerra Franco-Prusiana. Y por eso, algunos domingos, se iba a matar liebres y
pájaros, boches »Pero ya tú sabes como son estos hombres imaginativos. Pura
musaraña todo, por supuesto. En realidad, era un honesto boticario bien querido
por todos sus vecinos. »Cuando vino la declaración de guerra, ya, con tanta
alarma por los periódicos, su sistema nervioso estaba encrisis. En Burdeos la
movilización lo exasperó. Corrió a inscribirse; por de pronto, no le tocaba.
Sin embargo, su caso se tomó como un pretexto de propaganda y salió retratado
en los periódicos: primera mención en la Orden del Día, de hecho. Las primeras
derrotas lo pusieron furioso; y cuando el avance alemán hizo casi necesario el
traslado del gobierno a Burdeos, sintió casi un alivio pensando en la muerte
heroica que iba a encontrar en el sitio. «Siempre el sur ha salvado la
Francia», decía, y recordaba la marcha de los marselleses sobre París. Por las
noches, su imaginación no descansaba. En un sueño, puñal en mano, entró hasta
la cámara del Kaiser y allí lo había acribillado y luego, dando un grito de
tVive la France! se clavó el puñal en el corazón. El grito y el puñetazo, claro
está que lo despertaron, y pudo ver a su infeliz mujer llorando en un rincón.
Colérico, la increpó con dureza: «sDe dónde eres tú, entonces? tTú no eres
francesa!» Otro día, dormido también, él había sido el salvador de Burdeos. Su
estatua se levantaba a la entrada de la ciudad. Por la noche, había logrado
pasar las líneas francesas. Al llegar a las líneas alemanas, haciéndose el
muerto, esperó el paso de alguna ronda nocturna. El cañoneo regulaba los
minutos, como sucede muchas veces en estos combates. Un obús estalló cerca e
hizo un gran hoyo. La suerte lo favorecía. Se refugió en él. A poco pasó una
cuadrilla de reconocimiento alemana. Un oficial venía conella. Todos fueron
deslizándose y, al quedarse solo, el oficial tropezó con él. Le dio una patada
y se hizo el herido.
Entonces el oficial se agachó para reconocerlo y registrarlo y le pegó un
balazo en el corazón. Inmediatamente, se puso su ropa y, como sabía alemán,
pudo entrar sin dificultad en la primera línea de trincheras. De ahí pasó a
atrás y, llegando hasta las líneas de la artillería alemana, hizo estallar,
volando él también, por supuesto, la gran batería de artillería pesada que
venía destruyendo a Burdeos. Todo el estado mayor alemán desapareció. El pánico
fue enorme. La infantería francesa realizó un asalto incontenible y ya no
pararon los alemanes hasta el Rhin. Poco después, registrando el campo, se
encontró su carnet que decía simplemente: «tMuero por salvar a Burdeos! tVive
la France!» Y así eran todos sus sueños. Hubiera parado en loco de remate
si, por fin, a fuerza de reveses, Francia no hubiera necesitado, y
urgentemente, toda su reserva militar. Fue llamado al servicio activo, y cruzó
por todo Burdeos, con cara ya de matador de boches, con su rifle al hombro, y,
en la mochila, los cuatro tomos de Michelet, Historia de la Revolución
francesa, para leérselos a los soldados en las trincheras, «porque el espíritu
necesita alimento en las horas de desaliento», decía. Su alegría era realmente
frenética y en los desfiles, tan pronto sonaba La Marsellesa, se ponía ora
rígido, imponente, ora arrebatado y sublime.»Sin embargo, en cuanto llegó el
regimiento a los campos atrincherados, como era boticario, lo pasaron al
servicio de hospitales. A poco lo mata la rabia. Se volvió terriblemente
sombrío. Con un cubo de yodo, inclemente, desfilaba por entre las camas, dando
brochazos terribles a todos sus heridos. Sus lamentos y sus relatos de los
combates lo desesperaban; pero el deber era el deber. Y seguía dando brochazos
de yodo con la débil esperanza de que algún día los alemanes asaltaran
repentinamente el hospital de sangre y entonces se librara un feroz combate en
el cual entregar su vida por la Francia. Cuando, de vez en vez, volaba sobre el
hospital algún avión alemán, dejando caer las consiguientes bombas, salía a los
patios con su cubo de yodo y su brocha y miraba radiante a los cielos con sus
ojos azules, iluminados por la gloria. Esto, y su falta de corazón para con los
heridos —pensaba con desprecio profundo de todo el que se quejaba por haber
sido herido combatiendo por la Francia— acabó por llamar la atención de algunos
jefes, que, de haber tenido más tiempo disponible, tal vez hubieran dedicado atención
a su caso. Por lo pronto, les extrañó este éxtasis ante los aviones alemanes y
el que supiera hablar alemán y el que fuera hombre de libros de historia, de
planos de batallas, etcétera. —Al cabo, como en la guerra todo puede suceder,
se cumplieron los deseos del heroico boticario. Los alemanes, secretamente,
prepararon una feroz yarrolladora ofensiva. La artillería tronó sin cesar día y
noche y, luego, al asalto furioso, nubes de infantería delirante tomaron la
primera trinchera; se lanzaron a la segunda y rompieron aquel tramo de sector,
asaltando y tomando la tercera línea. Todo en tan breve tiempo, que el pánico,
al cundir, desmoralizó toda la retaguardia, las reservas, avituallamiento,
hospitales, facilitando un triunfal recorrido de la caballería hulana y de
agresivos y vandálicos regimientos que tomaron aldea tras aldea. No hubo tiempo
de organizar nada; y, desde que comenzaron a pasar los primeros fugitivos,
hasta que se pensó en organizar el traslado de los heridos, transcurrió el
suficiente tiempo como para que ya se acercaran los boches. Un pánico de
naufragio invadió el Hospital. El Coronel médico no aparecía. Una escuadrilla
de aviones combatía en el cielo y bombardeaba. Los heridos, huían a montones, a
más velocidad que los enfermeros, descubriéndose que muchos estaban matando el
tiempo. Un oficial daba una orden y desaparecía. Otro hacía lo mismo. Todos
aseguraban que, o iban a «contener al enemigo» o iban a «detener a balazos a
los fugitivos cobardes». Mas ninguno regresaba. Del boticario de Burdeos nadie
se ocupaba. Y, mientras tanto, las reservas se organizaban, se rehacían los
regimientos de «valientes poilus» y, por fin, se iba a poner fin a aquella
racha brutal. »El espectáculo fue emocionante. El boticario de Burdeos se quedó
solo en elhospital. Los ojos le brillaban de cólera. «sDónde está la Francia?»
—gritaba. sDónde están los galos? Y levantaba los brazos, con su brocha y su
cubo de yodo. Puesto a la puerta del hospital, solo, sombrío, terrible, esperó
a los boches. Y cuando las primeras patrullas asomaron, desolado corrió hacia
ellas cantando a borbotones La Marsellesa. Las primeras filas se detuvieron sin
saber por qué durante un momento; las segundas miraron; las terceras vieron a
un hombre que, en medio de la destrucción, cantaba avanzando, loco, y
confundieron el cubo de yodo y la
brocha, con una bomba espantosa y la mecha Es un galo, dijo uno. Un alemán
que ya apuntaba, al oír, soltó el arma. Uno viró la espalda y tronó el cañón
francés en ese momento. El boticario de Burdeos corría hacía ellos, ya
perseguidos, cantando La Marsellesa. Pero no pudo darles alcance. Detrás de él,
avanzaba la infantería francesa. Un oficial le puso la mano en el hombro y lo
viró violentamente: «tTraidor!» —lo increpó—. Se pasaba usted al enemigo. El
boticario se quedó mudo de asombro. El oficial era uno de los jefes que había
huido del hospital «a contener al enemigo» La mudez del boticario fue tomada
por el pánico de ser cogido infraganti Allí mismo se formó juicio sumarísimo
y, condenado a muerte, fue fusilado contra el paredón del hospital, por
«pasarse al enemigo con las armas en la mano», según el Código Penal Militar.
«No en balde se le alegraban tanto los ojoscuando veía un avión alemán —decía
el Coronel—. Era un traidor a la Francia» —comentó—. Y en esto, nuevo asalto de
la infantería alemana y nueva fuga de los franceses, con el Coronel a la
cabeza, por supuesto. Y el mismo día, nuevo asalto de los franceses y nueva
fuga de los alemanes. Y la misma función como siete veces más, hasta que, al
fin, ganaron los franceses por resistencia y allí mismo comenzó la debacle
alemana. Por eso, escogieron este lugar para recoger el Soldado Desconocido de
Francia. Pero en este sitio, tanto cañoneo no dejó a nadie sano. Además, allí
nadie hubiera podido decir quién era alemán o francés. Pero quiso la fortuna
que una granada que estalló detrás de él, lanzara sobre el cadáver del
boticario fusilado, todo el paredón del Hospital; y cuando vino el escombreo
mucho después, ya descompuesto del todo, se le encontró. No tenía
identificación ninguna, porque antes de fusilársele se le arrancaron las
insignias y documentos Sin embargo, un hecho conmovió a toda Francia: con
tinta china, en los calzoncillos, tenía escrita la Declaración de los Derechos
del Hombre sQuién mejor que él para Soldado Desconocido de Francia? El
tiempo estaba vencido. Y, aunque lo hubiera querido, aquella noche no me
hubiera podido contar nada del Soldado Desconocido ruso, de quien tenía ganas
de oírle hablar. Todo se quedó para otra ocasión en que quedamos citados.
IV
Una tarde, cuando llegué a mi cuarto, al abrir lapuerta, noté con sorpresa, y
hasta con un poco de susto, que un hombre estaba sentado en mi balance, de
espaldas a la puerta, leyendo un libro y con las piernas, a la americana, sobre
mi cama. Francamente, por esos días tenía yo olvidado a Hiliodomiro del Sol, el
Soldado Desconocido de Arlington, amigo mío, pero en esa fracción de segundo en
que se pasa de la inercia del miedo a la de la reacción contra él, yo relacioné
el hecho de que hubiera dentro de mi cuarto —que estaba cerrado con llave— un
hombre aparentemente despreocupado de ser sorprendido y el recuerdo de
Hiliodomiro. En efecto, sin abandonar la puerta, y como él no se volvía,
pregunté: —tEh! Y me respondió, mientras estiraba el cuerpo con toda
confianza: —Pasa, pasa. Aquí estaba esperándote hace un rato. Estaba leyendo
este libro que tienes aquí, a cuyo autor conozco «allá». De vez en cuando, me
vas a prestar algunos de tus libros para conversar con mis amigos de «allá»,
sobre sus obras. El libro era La retirada de los diez mil, de Jenofonte. No
puedo negar que algunas veces tengo aciertos psicológicos. Comprendí que
Hiliodomiro estaba dispuesto a platicar sobre sus amigos de «allá», como él les
decía. Y le di por la vena del gusto. —Bueno, sy qué te parece el libro? —Te
diré. Con todos los griegos estos no me llevo muy bien que digamos; y por eso
no siento muchas simpatías por sus hazañas y sus libros. A este Jenofonte,
francamente, no lo puedo ver. Porque tú verás. En unaocasión, una de las tantas
veces que se planteó el problema de nosotros, los «soldados desconocidos», con
los «verdaderos héroes», como ellos se llaman —y te advierto que esta es una
discriminación que va por muy mal camino y el día menos
pensado se produce una hecatombe— vino con mucho casco con pluma, y una sayita
de tiras colgantes, bastante indecente por cierto, a dirigirse a mí con un tono
burlón a lo Aristófanes — que, entre paréntesis, es uno de los hombres más
simpáticos que te puedas encontrar— preguntándome que con qué títulos me
mezclaba yo, un refugiado de hospitales, en una asamblea de héroes de todas las
edades. Después que se apaciguó un poco la asamblea, gracias a la vozarrona del
Cid Campeador, que con la Tizona en alto se cagaba en Dios y amenazaba con
retirarse de la presidencia si no se imponía el orden y cesaban las burlas que
se me dirigían, yo le contesté que estaba allí con el mismo derecho que él,
todo cuyo mérito consistía en ser el guerrero de la historia que más facultades
había demostrado tener para las retiradas Muchacho, acabé con el griego. No
encontró más ironías en su repertorio. Bramaba de cólera, y pedía un duelo a
muerte conmigo. Yo le pregunté que si para «retirarse» otra vez y le dio un
ataque epiléptico al pobre y se lo llevaron dos generales de Alejandro Magno,
quien, por cierto, me tiene alguna simpatía porque le he hecho creer que,
aunque no lo digan, en la gran guerra, todos losfamosos mariscales no hacían
más que estudiar sus planes. Por eso, ahora estaba leyendo este libro.
Realmente, fui injusto con el pobre Jenofonte, porque para hacer esta retirada
hacía falta más valor que para pelear con persas y medos, que no fueron sino
unos «jaibas» totalmente desacreditados por «allá». Tanto, que esto ha motivado
algunas polémicas muy serias entre Alejandro Magno y Aníbal el Carteginés, por
decir este que aquel no supo más que derrotar a unos pueblos pendejos, mientras
que él siempre combatió a ejércitos bragados. Gracias a que nunca se está más
seguro de que no pase nada que cuando se está entre guapos, no ha habido
muertos por esta discusión. Alejandro se desquita diciendo que las campañas de
Aníbal en Italia, al lado de las suyas en Asia, son como una zarzuela al lado
de una ópera, y que, después de todo, al fin y al cabo, mientras a él nadie lo
venció a Aníbal vino a darle la puntilla un don nadie como Escipión el
Africano Su estúpido orgullo lo hizo cometer esta pifia y ahora tienes tú
que los romanos, al sentirse ofendidos por Alejandro, son aliados de Aníbal
frente a aquel Y así en todo. Ah, y gracias a esto nos defendemos y vamos
tirando, que si algún día se disponen a hacer el frente único revolucionario
acaban con todos nosotros. Pero yo tenía ganas de conocer más detalles de todo
esto y le pregunté: —Bueno, y spor qué tanta inquina contra ustedes de parte de
esa gente? —Ah, chico, te voy a decir. Laheroicidad, como casi todos los
oficios, está en crisis. Hay «exceso de producción». Yo, por muy héroe que sea,
no me ciega la pasión. Los héroes —casi todos, desde luego, porque hay sus
excepciones— son como las tiples. En cuanto surge otro héroe, ya saben que
tienen que pasar a otro plano y no se resignan. No quieren que nadie cante más
que ellos. Son como esas «damas jóvenes» del teatro, que, cuando al cabo de
cuarenta años de tablas, las quieren pasar a «características», patean y
chillan, alegando que las quitan del puesto, precisamente, cuando ya tienen
gran experiencia. Bueno, pues así son los héroes. Tienen furor de publicidad y
no se resignan a que otro salga en los periódicos. Por eso, en cuanto empezamos
a llegar nosotros «allá», y todo el mundo no hacía más que hablar de nosotros,
se irritaron. Inclusive hubo alguno de nosotros que por su ignorancia «metió la
pata», pues cuando nos presentaron a algunos tipos famosos, preguntaron: Bueno,
sy usted, quién es? tPreguntarle eso a un mariscal de Francia o a un
conquistador español! Naturalmente, por todas esas razones hemos estado en
difícil situación de tirantez siempre. Y, ahora, más que nunca. Yo, siempre en
función de periodista, le pregunté a Hiliodomiro: sY qué han argüido ellos
contra ustedes? —Pues, chico, intrigas, como en todas partes. Figúrate que,
como tú comprenderás, «allá» no se puede andar con «misterios» y todo, más o
menos, se sabe. Menos mal que el idioma nosayuda un poco Sí, porque se
intentó utilizar el esperanto y, por fin es el que se usa, aunque por fortuna
casi nadie se entiende en él, porque en cuanto un italiano se encuentra algo en
italiano dentro del esperanto, sigue en italiano, no te ocupes, y la gente
empieza a chiflar en las asambleas igualito a como cuando en el cine la
película va por un lado y el vitaphone por otro. Bien, como te decía, la cosa
comenzó como te conté, por las puyitas, las risas, las burlas, el estarnos
sacando nuestras pobres o ningunas hazañas y compararlas con las suyas, que
esas sí, según ellos, habían estremecido al mundo. Y, de mayor en mayor, la
cosa se puso tan fea que
llegó hasta la categoría de asambleas en las que, inclusive, algún imprudente
llegó a plantear la cuestión de nuestra expulsión del «Seno de los Inmortales»,
como se dice «allá». Figúrate, hubo que defenderse. Y aquí fue donde vino bien
el que yo hubiera dado algunas clases de historia con tu padre, don Félix; y,
sobre todo, que el Soldado Desconocido inglés, no fuera soldado. Si no, a
patadas nos botan de allá. Te voy a contar. »Por lo pronto, celebramos nosotros
una reunión secreta. Algo así, como dicen los comunistas, «reunión de célula».
Consideramos los problemas y, después de un análisis lo más profundo de la
situación, sin ocultarnos la gravedad de la misma, acordamos un plan, inspirado
casi todo por el inglés. Este dijo que teníamos que hacer frente a dos
problemas:primero, dividirlos a ellos y, simultáneamente, fortalecernos
nosotros. Dentro de este plan general, nos pusimos a considerar cuáles serían
las posibilidades de dividirlos y encontramos que unas eran positivas y otras
negativas; es decir, que unas podían ser propiciadas por nosotros y otras
existían ya y no había sino que utilizarlas inteligentemente. En cuanto a
fortalecernos, aunque ninguno nos podíamos ver entre nosotros, la habilidad del
inglés para concertar coaliciones venció el problema. En realidad, —ya yo lo he
estudiado— esta habilidad no consiste más que en hacer creer a todos que su
problema es el mismo y que su problema es el más urgente. Y les disfraza el
análisis, creándoles problemas de manera que no los deja pensar. Por eso,
inmediatamente, se dispuso que cada uno de nosotros, picando el nacionalismo,
nos atrayéramos a los guerreros de nuestras naciones respectivas, diciéndoles
que una expulsión nuestra era una mancha de infamia para nuestros países. —sY
cuál fue el resultado de esas gestiones? —inquirí. —Bueno, así así. Desde
luego, el Soldado Desconocido italiano, se apareció con sus artes oratorias
haciendo el elogio de las legiones romanas, de Manlio Capitolino, de Muscio
Scévola, de los Escipiones, de Valerio Corbo, de Lúculo, César, Pompeyo y toda
la traílla y como todos estos tipos estaban acostumbrados a la retórica de
Cicerón, este les resultó un mal barbero. Figúrate, César, que siempre tan
maricón, tenía pormarido al feroz y gigantesco Maximino, relajeó a nuestro
comisionado de una manera implacable y le demostró que no sabía nada de lo que
estaba hablando. Y, como para apaciguar la crítica de César, sabiendo lo
vanidoso que era, elogió demasiado sus triunfos, se puso a mal con Pompeyo y
todos los republicanos. Quiso buscar apoyo en las «masas populares», y allí lo
desenmascaró Espartaco quien dijo que todo lo que se traía eran unas maniobras
asquerosas con la burguesía romana y que nada tenía que hacer con ellos,
aconsejándole, en tono despectivo, que se fuera a donde los Gracos, que esos
eran unos «oportunistas de izquierda». Y estos, por no estar presente su madre,
doña Cornelia, no pudieron tomar acuerdos. Y así en todas partes. Y si no llega
a ser por Fabio el Contemporizador, Catón, con su estribillo de que «tenía que
ser destruido», se hubiera salido con la suya, y no regresa ni el nombre de
Soldado Desconocido de Italia. Pensó entonces buscar apoyo en tiempos más
modernos y como después de aquellos tiempos, los héroes desaparecieron por
completo por ni se sabe cuántos siglos, tuvo que venir a recalar en el
Renacimiento. Pero he aquí que en cuanto le hablaba a un «héroe», este le
preguntaba de qué ducado era, y florentinos, venecianos, genoveses, romanos y
napolitanos, al comprobar que no era paisano suyo —porque en realidad era de
Roma, pero, ya por temor a opacar el brillo paterno de Rómulo y Remo, no se
atrevía a decir que éltambién era hijo de una loba del Arno— enseguida trataban
de envenenarlo o de meterle una daga por la espalda, viéndose obligado a usar
siempre cota de malla, como en las novelas de Rocambole, mientras trató con
ellos. Por fin, vino a parar a los tiempos de Garibaldi; mas este le dijo que
para asuntos diplomáticos se entendiera con el conde de Cavour y lo dejara a él
tranquilo oír los discursos de Mussolini. »El Soldado Desconocido alemán fue
peor recibido aún. Federico el Grande lo vejó y le dijo que con qué cara se
titulaba héroe cuando había sido vencido. Moltke declaró que la deshonra de
Alemania se hacía eterna con su eterno recuerdo en tal Soldado Desconocido; y
allá por el Walhalla retumbó tal trueno que el desdichado creyó que había
estallado algún Gran Berta. Y no quieras oír los horrores que le dijeron, por
cobarde, Rodolfo de Habsburgo y Federico Barbarroja. Blucher lo fulminó con una
frase terrible. Le dijo que para tener el apoyo de los alemanes tenía que ser
alemán primero, es decir, invencible. Y nuestro infeliz «comisionado»
seguro de que también había tenido su Waterloo, no hizo ninguna otra gestión, y
ahíto de tanta cerveza antigua como había bebido regresó a dar cuenta de su
fracaso. »Yo, por mi parte, tuve problemas de otra índole. Me puse a buscar un
héroe norteamericano y no lo encontré por ningún lugar. Según me explicó
despectivamente el general español Vara del Rey, que, al enterarse de que yo
era de Santiago,se hizo amigo mío, para tener con quien evocar sus «hazañas»
por Barracones y Marina que le interesaban más que las del Caney, «todos
esos yanquis, en cuanto el negocio vino a mal, huyeron de aquí y ahora están
creo que metidos con las estrellas de cine, con Valentino y comparsa». Y así
fue como supe que Paul Revere, al menor indicio de crisis económica, montó de
nuevo a caballo y huyó a todo galope al grito de ahí vienen los ingleses, que
tanta alarma puso siempre en sus compatriotas. Y dicen que el del «Mensaje a
García» anda ahora metido, como buen periodista, a entrevistador de todos los
que van llegando de alguna importancia, sobre todo si son gángsters o miembros
de la Sociedad de Amigos de la Silla Eléctrica. Al único héroe americano que
pude encontrar fue a Lafayette, al pobre marqués de Lafayette, siempre
asistiendo a todas las convenciones, muy decrépito y venido a menos, porque
después de su fracaso durante la Revolución francesa no vivía de «otro cuento»,
como decimos en Cuba, más que del de la deuda que los americanos tenían con él,
y ahora, no sólo se la habían pagado, sino que Francia se había quedado
debiendo, según había leído en los periódicos Lafayette, naturalmente, en
cuanto me vio la piel un poco morena, creyó que yo tenía que ver con Toussaint
Louverture y se puso en guardia, y, desde luego, comprendí que tenía poca
importancia tener o no el apoyo de este héroe americano, que ya había cobrado
sus bonos,que me puse a hablar con él de la Revolución y de la Guardia
Nacional, pero en el acto le entró un fulminante dolor de cabeza y casi que
huyó de mi lado, pensando acaso que había dado, de manos a boca, con uno de
esos biógrafos modernos, a los que tanto terror tiene, y los cuales, como
detectives de Poe o de Conan Doyle, averiguan todas las debilidades de la vida
de un hombre, con sólo saber que tiene la quijada un poco corta, o el bigote
ralo, o el gusto por las corbatas azules tSon terribles, sin duda!, comentó
Hiliodomiro. Y cuando Lafayette, se iba aprisa, cojeando con su inseparable
mochila de marqués llena de proyectos de «derechos del hombre», el conde de
Turena, que acababa de leer a Voltaire, me dijo: «sA qué no sabe usted en qué
se parece el buen marqués de Lafayette a un hombre ahorcado injustamente?» «No
sé», —le dije—. «Pues es que ha sido condenado sin merecerlo, y su fama la
tiene por lo que no hizo y no por lo que hizo» »En cuanto a Rolando Bayardo
de Burdeos —que este es el nombre que ha adoptado en ultratumba el buen
boticario de Burdeos, soldado desconocido francés, temeroso por instinto del
inglés, y sin olvidar jamás lo de la quema de Juana de Arco, y, pensando que,
de todas maneras, a él lo único que le interesaba era estar bien con sus
franceses, se fue a contarle a estos lo que había planeado el inglés.
Inmediatamente, sus colegas reconocieron que, puesto que era francés, galo, no
había duda ninguna de quese trataba de un héroe y que, por consiguiente, todos
los manes de la Francia tenían que protegerlo. Carlos Martel le dio tan
terrible espaldarazo para armarlo caballero, que por poco le parte los riñones;
Breno le regaló un escudo de oro de los que se había llevado cuando la toma de
Roma; Felipe Augusto, le dio un título de duque; Carlomagno lo nombró caballero
de la Orden de la Mesa Redonda; Rolando le dio permiso para usar su nombre y le
aconsejó que tuviera mucho cuidado con los españoles que eran una partida de
estúpidos incapaces de respetar ningún prestigio, advirtiéndole que no fuera a
pasar por Roncesvalles; Bayardo, finamente le agradeció que hubiera decidido
usar su nombre y le recomendó que se cuidara mucho de los españoles puesto «que
estos eran nobles caballeros pero asaz forzudos»; el duque de Crillón lo invitó
gentilmente a cruzar su espada en amable asalto; el príncipe de Condé, lo
nombró Ayudante de Campo honorario y, por último, cayó en la gloria, cuando
compareció ante Napoleón Bonaparte y este, sin decirle una palabra, mientras
tocaban La Marsellesa todos esos tamborcillos heroicos que pinta Víctor Hugo,
le impuso la Cruz de la Legión de Honor. De seguida, con el simple gesto de uno
de los dedos que tenía metidos en la barriga, hizo que se le acercara el
mariscal Ney, quien, dirigiéndose a Napoleón III, que arrinconado y humilde
tuvo que escucharlo, le dijo que este hombre sencillo, procedente como ellos
delpueblo, había rescatado el honor de la Francia, manchado desde su vergonzosa
rendición. Y marsellesas de nuevo. Ya, hasta Carlomagno canta La Marsellesa
Sin embargo, con todo su triunfo, se encontró algunas dificultades. Por lo
pronto, le exigieron que no tuviera contacto ninguno con el Soldado Desconocido
alemán y que nunca estuviera de acuerdo con el inglés. Además, toda «su gente»
de la revolución, como él la llamaba, estimó indispensable que rompiera todo
contacto con los otros, y así se vio entre los galos y los sans-culottes, como
quien se queda entre dos fuegos. Por otra parte, aunque no lo dijo, Napoleón
fue su gran decepción, a pesar de la Cruz de Honor y de todo. Y, en efecto, no
has visto tú individuo más parecido a Greta Garbo que el tal Napoleón. Siempre
enigmático, silencioso y empeñado siempre en poner cara de inteligente, o de
individuo a quien le aprietan los zapatos. Yo con él no me llevo más que de
«abur, abur», de afuera a fuera. Y la realidad es que nadie lo puede ver.
Alejandro dice que quiso imitarlo y fracasó en su conquista de Egipto en donde
lo mejor que hizo fue el discurso de las Pirámides; Aníbal asegura que su
campaña de Italia, aparte de que no fue contra romanos, fue una mala copia de
la suya; César asegura cínicamente que lo único que le interesa de Napoleón son
sus cuerpos de hermosos y gigantescos granaderos de la Guardia Imperial; Carlos
XII de Suecia dice que sus triunfos fueron debidos a que notuvo contrarios de
categoría, sino una partida de «aguantagolpes». Y así por el estilo todos, y
esto sin contar el odio a muerte que le tienen los primeros generales de la
propia Revolución y todos los «libertadores», más o menos importantes, que ha
tenido el mundo. Sólo por medio de Víctor Hugo, que es una especie de valet de
su fama, y le ha catalogado las victorias y retocado las derrotas, como quien
ordena trajes de ceremonias, resulta accesible. Sólo Víctor Hugo lo hace
sonreír sombríamente de satisfacción. Y si según te digo, Napoleón se parece a
Greta Garbo, no has visto escritor que más se parezca a Napoleón que Víctor
Hugo. Siempre anda, imponente y solitario, escribiendo, según asegura, obras
maestras. Lleva con él una libreta, y tan pronto se le ocurre una frase, la
apunta, y entonces escribe un capítulo sobre ella. Y algunas veces hasta un
libro. De nosotros nos ha dicho con desprecio que éramos «como águilas de
plomo, pintadas de oro, enanos sobre escalas de gigantes, ranas uniformadas,
héroes a franco la tonelada», y otras cosas por el estilo. Naturalmente, todo
el mundo lo odia, y está tan pasado de moda y es tan ridículo que si viviera
hoy sería poeta de tangos tDe buena se han salvado ustedes! Bien, el caso
es que nuestro hombre regresó sin otra conclusión que la de que él era francés,
y, por lo tanto, héroe. Con todo lo cual, y siempre como francés, no tardó en
imaginar que todo el mundo estaría pendiente deél y que todos nosotros
giraríamos a su alrededor. Como primera medida nos declaró que «la Francia, una
indivisible e inmortal, lo apoya a él y nada más que a él». Y, acto seguido,
comenzó a cantar La Marsellesa con todo furor. »El inglés, a pesar de su
aspecto, no le hizo gran caso, seguro de controlarlo al cabo, como un loquero
que conoce ya las debilidades de su loco y sabe que lo mejor es dejarlo
desangrar a gritos. Por eso, se limitó a informar que la Sección Inglesa,
unánimemente estaba a nuestro lado. Y que Ricardo Corazón de León, atemorizado
por la marcha de los acontecimientos, había sido el primero en pedir ayuda a
todos para apoyarnos; que Guillermo el Conquistador —quien por cierto no se
cansa de decir que si conquistó Inglaterra sólo fue porque ya no podía soportar
más a los franceses, sus paisanos—, Enrique Plantagenet, Cromwell, y
Wellington, estando de acuerdo en que Inglaterra había ganado la guerra, necesario
resultaba apoyar todas sus conquistas, de las cuales una de las más notables
era esta de los soldados desconocidos, que de haberla conocido ellos bien les
hubiera servido para eliminar algunos cuantos ambiciosos con ínfulas. »Y, claro
está, que se calló las instrucciones sobre la manera de utilizar al francés
azuzándolo contra el alemán y al alemán azuzándolo contra el francés,
poniéndose en el medio como salvador, en tanto que no hubiera algo que ganar.
»A primera vista nada habíamos obtenido. Más tú no puedesimaginarte las cosas
que es capaz de hacer un inglés con la diplomacia. Por lo pronto, nos dijo:
«Ahora podemos descansar nosotros, porque ahora comenzaron las peleas entre
ellos». Y, efectivamente, en la próxima asamblea, cuando parecía que se iba a
tratar el problema de nosotros, los «nuevos», los «héroes desconocidos», como
nos llamaban, se armó enseguida una tartaria descomunal.
»Feidípides, el soldado de Maratón, se atrevió a hacer una interpelación no sé
con cuál motivo, y lo interrumpió Leonidas, el espartano de las Termópilas,
diciéndole que él no era tal héroe y que toda su fama se debía al hecho de
haber querido llegar a Atenas antes que Milciades, para correrle la mujer Se
levantó este héroe de «casco palpitante» —como decía Homero, quien por cierto
ni es ciego ni Cristo que lo fundó, sino un vividor de siete suelas que se pasó
la vida guataquéandole a todos los príncipes acaienos y troyanos— y furioso se
dirigió por igual contra Feidípides y contra Leonidas, al primero por haberlo tarreado
y al segundo por proclamar su desdicha, y después de decirles de quiénes
descendía, y que su padre había sido domador de caballos, y su abuelo había
cohabitado con una náyade de Poseidón, la cual era su abuela, y que, por tanto,
era descendiente de los dioses, como Teseo y Heracleo, los retó a funesta
lucha, de todo lo cual estaba tomando nota Sófocles, quien según Tirteo, no
sabe hacer un drama sino es a base de cosas bárbaras ygrotescas. Alguien gritó:
«tQué se callen esos griegos charlatanes!» Y entonces se armó más gorda la
bronca, porque Alejandro y Filipo se lavantaron llenos de majestad a protestar
y un romano les gritó que de qué protestaban, puesto que ellos no eran griegos,
sino macedonios, como dándoles a entender que no era lo mismo ser de Santiago
que del Caney, tú sabes. Bueno, inmediatamente se formaron las falanges
macedónicas por un lado y por otro las legiones romanas, y, dado el odio que
los cartagineses tenían por los romanos y el deseo de que también se acabara
con los cuentos de Alejandro Magno, Aníbal, que era el único autorizado para
intervenir allí, se abstenía regocijado, y era evidente que hubiera
proporcionado una hecatombe de la historia antigua, si los héroes de la Edad
Media, interesados en que ello no fuera así, no hubieran mediado, pues, de
producirse tal hecatombe, y quedarse el mundo antiguo sin romanos que vencer,
ni los galos hubieran valido nada en la Historia, ni los árabes, ni los
vándalos, ni Atila, ni, en fin, todos los que cogieron los «mangos bajitos»
cuando ellos empezaron a echar pa‘tras. Así es que intervinieron todos y
después de un gran tumulto comenzaron a disolverse las falanges y las legiones
y a restablecerse la calma. Mas en esto, los conquistadores españoles y sus
antecesores, Pelayo y sus asturianos, al ver moros metidos en la polémica, se
metieron ellos también con el Cid a la cabeza y entonces fueAlmanzor quien
formó sus hordas. Y cuando todo el mundo se disponía ya a presenciar algunas de
esas feroces luchas entre «moros y cristianos», ciertos guerreros de las
Cruzadas creyeron que era el momento de resucitar la cuestión de Jerusalén y el
Santo Sepulcro y de nuevo se formó la trifulca, pues los héroes anteriores al
nacimiento de Cristo no tenían por qué creer en él y los posteriores a su
nacimiento lo consideraban únicamente como un gran negocio, por lo que fueron
desenmascarados. Y en esta discusión, los griegos, romanos, cartagineses y
persas y los galos se unieron con los árabes y los franceses, italianos,
alemanes, ingleses y otros se unieron con los españoles y ya sí que parecía
inminente el más feroz conflicto de la historia, cuando al inglés se le ocurrió
que era el momento de que actuáramos de una vez para dominar la situación. »En
efecto, aparecimos en medio de un estallido ensordecedor de granadas, dentro de
un tanque, con caretas contra los gases asfixiantes, y el pánico fue espantoso.
Los griegos se encaramaron todos en las Termópilas; los chinos se treparon a su
Muralla; los árabes enterraron la cabeza en la arena; los indios huyeron en sus
caballos; los romanos se refugiaron en el Capitolio. Se hizo un gran silencio.
Y entonces salimos nosotros del tanque. Uno cayó desde un avión con paracaídas.
Con ametralladoras de mano y careta. Animales más extraordinarios jamás se han
visto sobre la tierra. Hasta el hombre deNeardhenthal, al contemplarnos, pegó
un aullido de pavor y huyó hacia su caverna, soltando el descomunal garrote.
Naturalmente, aprovechamos como era debido el momento, y previa una ceremonia
más de aterrorizamiento, en la cual echamos un poco de gas lacrimógeno, que
puso flojos del vientre a casi todos los adalides antiguos, expresamos bien
claro que exigíamos «cierta compostura y cierto decoro» para convivir, como
«héroes desconocidos», con quienes, a pesar de ser tan conocidos como héroes no
sabían comportarse sino como una mano de pendejos, cuando no como mujerzuelas
histéricas. Y la gente comenzó a acercarse con cierta prudencia y recelos hasta
que algunos, como el Cid, probaron sus tizonas sobre el tanque, en cuyas
planchas, naturalmente, se
quebraron todas. Desde entonces, puedes creerlo, no hemos tenido más tropiezos
con los héroes conocidos
V
Meses discurrieron sin que yo volviera a tener contacto con Hiliodomiro del
Sol. Habíase este esfumado precisamente al iniciar Mussolini sus pantomimas
etiópicas. Mi fe, sin embargo, permaneció inquebrantable. Para mí no había duda
de su real existencia. Y por eso, ni por un momento, di albergue en mi cabeza a
la idea de que cuanto va aquí narrado fuese el resultado de un proceso alucinatorio
o de debilidad cerebral, diagnóstico este último, que los médicos suelen
utilizar cuando algún individuo se da súbita cuenta de que está pensando e
imaginando y viviendo de maneradistinta y más brillante que antes y, asustado,
acude a su consultorio por la razón de lo que le acontece. La verdad monda y
lironda es que nunca he gozado de mayor lucidez que en esta sazón. Estaba
—estoy— en mis cabales. Y aquí me surge, de pronto, una duda tremenda: stendrá
algo que ver esto de mis cabales con las reservas de hambre que llevo
acumuladas en este exilio? He oído decir por ahí, que el equilibrio mental y la
panza repleta se excluyen radicalmente. No sé si tendrá esa opinión una base
científica. Ni me importa. Por lo pronto, mi caso personal parece confirmar
definitivamente el dicho. Con todo, mi más cara aspiración en estos momentos es
poder sumergirme en una bañadera rebosante de arroz con frijoles y no salir de
ella hasta ingerir su contenido íntegramente. Sin duda, que para cualquier otro
que no fuera yo, la prolongada ausencia de Hiliodomiro hubiera sido la
demostración más evidente de que la videncia es un cuento. Pero, a tal extremo
estaba fija en mí la idea de su existencia concreta que a pesar de ser un
espíritu, y, por añadidura, un inmortal entre los inmortales, ante su
desaparición sin rastros me asaltó más de una vez la sospecha de si no había
muerto de alguna enfermedad o de algún accidente imprevisto. Todo, en efecto,
puede suceder. Aun en ultratumba. sCómo si no habría la manera de explicar el
por qué unos espíritus permanecen vivos, y, como quien dice, saliendo
cotidianamente en los periódicos, y otros, porel contrario, ni salen jamás, ni
dan muestra de vida alguna, ni más ni menos que si fueran miembros de una
academia científica, literaria o artística? Muy pronto los hechos vendrían a
confirmar plenamente mi fe. Un día, cuando ya la crisis de Abisinia había
pasado, al salir del trabajo, a la puerta de la escalerilla del sótano, que
daba a la calle 145, allí estaba Hiliodomiro esperándome, leyendo un periódico
con las últimas noticias. Realmente, estaba demacrado, como individuo que ha
pasado por larga enfermedad o por un período de angustias morales y mentales.
Lucía un poco ictérico también. Después de los saludos de rigor, así se lo dije,
afectuosamente, preguntándole la causa de aquella apariencia física un tanto
deplorable. —Chico, la guerra, me contestó. No te puedes imaginar los problemas
que nos ha traído esta guerra, y Mussolini con sus bravatas, y el relajo de la
Liga de las Naciones, que se nos ha choteado definitivamente, y las amenazas de
Inglaterra, y la actitud de Hitler, por último, y todo sin contar con las
amenazas izquierdista en Francia y en España, en estas elecciones que se
avecinan. Mientras caminábamos por la Quinta Avenida, contemplando, a su mejor
hora, el arroyo multicolor y aromado de mujeres, Hiliodomiro no habló. Le
gustaban, como en sus tiempos de Santiago, rumberos y provocadores, las
hembras, las buenas hembras de todos los países que pasan por la Quinta Avenida,
a las horas de tiendas; le encantabaaquel río humano con perfume sutil de sexo;
aquel avance hacia los ojos de senos rotundos, iluminados por ojos brillantes
de todos los colores del mundo; aquel juego de curvas, de caderas ágiles y
elásticas, que se perdían unas entre otras, que se alejaban de la vista dejando
una estela de fragancias recónditas; aquellas piernas escultóricas, por
millares, por millones, que evocan audacias arquitectónicas de los árabes o los
florentinos; aquel río de curvas y de colores, en el que nadaban raudos,
hundiéndose, flotando, perdiéndose, huyendo ante los ojos voraces, el encendido
rojo de las
bocas ansiosas, el brillo de azabache, o zafiro, o esmeralda, o turquesa, o
amatista de los ojos de misterio o audacia; el jardín de las manos en guantes
lilas, azules, verdes, amarillos, blancos como infinitas flores; y las cabezas
magníficas, cubiertas de inverosímiles sombreros inimaginables, cada uno como
un audaz pájaro desconocido o como una nueva y jamás repetida especie de orquídea
salvaje —Y en cada una de estas mujeres maravillosas, una pasión, una
esperanza, un desastre La vida en cada una La vida entera tY cómo amo
la vida! Hiliodomiro, ante aquel espectáculo femenino único, de los millares
de bellezas en la Quinta Avenida, asumía una actitud melancólica; la actitud de
un hombre en decadencia, algo parecido a esa pena por el recuerdo de hazañas y
triunfos de la juventud que tienen algunos hombres viejos, todavía con
externaprestancia otoñal. Pero Hiliodomiro era un hombre joven, y, por eso, su
fervor imaginativo y a la vez melancólico, ante tanta esplendidez femenina, me
trajo entonces a la imaginación una pregunta un poco terriblemente curiosa.
Bueno, sy «allá» no? Pero decidí callarme por no herir su susceptibilidad
varonil Él dice bien: —tCómo amo la vida! Porque, si en efecto, no hay en
ultratumba una Quinta Avenida; sí es falsa la promesa de las huríes del
profeta, spara qué va a ir un hombre joven al cielo? sPara escuchar los
sermones de San Pedro, o los sofismas de Sócrates? tSi siquiera hubiera
cuentos de Quevedo! La tarde, a fuerza de bella se había puesto tan tristona
para Hiliodomiro que este parecía ausente de todo intento de contarme nada.
Momentáneamente se había vuelto introspectivo y recordaba, para sí, algunos
días mejores, felices, vibrantes y anónimos de su juventud exuberante de
parrandero infatigable, allá, en el caliente, sucio y bello Santiago de Cuba,
en donde las montañas tiemblan como senos de mujer. Por fortuna, un escandaloso
periódico de Hearst lo arrebató de su mundo imaginario. Un titular negro e
inmenso como la muerte llenaba media plana anunciando que Hitler no reconocía
pactos de Locarno ni de ningún lado y que la guerra era cuestión de una edición
más o menos del periódico. Compró Hiliodomiro el periódico y a poco lo botó.
—Son unos ladrones estos periodistas, dijo. Tan ladrones como Hitler. Como que
nome explico por qué Hitler no es periodista. Y que son iguales en todas
partes, aunque aquí sean más mentirosos y alarmistas que en ninguna otra parte.
Despídete del escándalo que han armado con todo eso de Etiopía. Bueno, claro,
ya te habrás enterado. Yo, comprendiendo que había llegado el momento de
hacerle hablar sobre todo el largo período en que no lo había visto, le dije:
«sQué? sHas tenido muchos líos con esto de Abisinia?». —tCalcúlate! Porque
no era la cuestión de Abisinia. Era la cuestión de una posible nueva guerra
mundial, que nos tiene a todos nerviosos hace años Hasta al inglés
inclusive. —tCómo! —le dije—, sa ustedes también puede afectarles la nueva
guerra mundial? Yo creía que eso sólo podía perjudicarnos a nosotros. —sQue si
nos perjudica? No lo puedes calcular Piensa nada más en lo siguiente: la
nueva guerra nos trae este dilema terrible. Si se triunfa, quiero decir, si
alguien triunfa —lo que no es lo más probable— tendremos una nueva avalancha
incontenible de soldados desconocidos con la consiguiente agravación del
problema del desempleo entre nosotros; nueva situación difícil con los héroes
antiguos; desplazamiento posible de muchos de nosotros por los nuevos, que ya
organizados con mayor conciencia de clase, harán su gremio y nos plantearán a
cada momento «reivindicaciones inmediatas». tMenudo «titingó» tenemos en
perspectiva! Y esto, si se gana, si es que hay alguien que salga ganando en
esta nuevaguerra. Que si se pierde, que es lo más probable, despídete. Por lo
pronto, no hay quien evite la hecatombe, la revolución. La teoría que tiene el
Soldado Desconocido rojo —como lo llamamos nosotros para molestarlo— de que
todo esto del homenaje al soldado desconocido no es más que un insulto al
carnerismo popular que no hay «soldado desconocido», si no «oveja desconocida»;
que en la guerra, en la verdadera guerra de liberación de los pueblos, no hay, no
puede haber héroes desconocidos, porque el pueblo conoce a todos los que lo
aman y se sacrifican por él, esta teoría demagógica y endemoniada, que nos está
haciendo estragos, se va a imponer sin remedio. Por eso, nuestra oposición a la
guerra; oposición a muerte. Por eso, no te extrañará que yo contribuya con
ustedes a esta campaña contra la guerra, porque, si los beneficia a ustedes, en
mayor medida nos beneficia a nosotros. Puedes tener la seguridad más absoluta
de que, hoy por hoy, no hay nadie que sea más antifascista que nosotros, los
soldados desconocidos. Esto es, por eso que ustedes llaman en su lenguaje las
«contradicciones internas» Gracias a tales «contradicciones internas»,
nosotros, producto de la guerra, que por ella tenemos gloria, prestigio,
honores y posición, la combatimos, la tememos, la odiamos y luchamos por que no
se repita Es, para que tú lo comprendas mejor, ya que eres escritor y te
codeas con artistas, como cuando un escritor o pintor o músico, llegaa la fama
y luego no le da el chance a ningún discípulo. Y si se lo da, es únicamente a
condición de que se parezca a él y sea capaz de prolongar en cierto sentido su
gloria y sus triunfos Ni más ni menos, chico. Todo es así en este cabrón
mundo, desengáñate. —sAsí que tú piensas que Mussolini y Hitler han estado
provocando la guerra, con esto de Abisinia y del Rhin? —le pregunté a
Hiliodomiro para traerlo a las confesiones que más me interesaban. —Te voy a
decir. Lo cierto es que nos han hecho sudar de lo lindo. Pero a nosotros no se
nos puede engañar. Y no se nos puede engañar porque, aparte de que somos
espíritus, tenemos, como internacionales que somos, un servicio de espionaje
que el de los alemanes y los japoneses no sirve para nada a su lado. Yo, por
ejemplo, cuando Mussolini lanzó sus primeras tropas contra Abisinia y en
respuesta a ello Inglaterra comenzó a almacenar barcos en el Mediterráneo, que
parecía aquello un lago en día de regatas, me ericé, francamente. Dije para mí,
aquí se va a armar un dale al que no te da que ni la Chambelona le va a hacer
nada. Y por si acaso, recordando que yo, después de todo, no soy sino Soldado
Desconocido de Arlington, el Soldado Desconocido norteamericano, me dispuse,
prudentemente, a lanzar mis declaraciones de que América, la tierra de la
libertad y la democracia, se mantendría alejada de los problemas europeos.
Esto, te advierto, sobre todo, ahora que pronto vendrá el períodoelectoral, era
un gran golpe político de mi parte, porque aquí nadie quiere pelear, con lo que
se demuestra un buen juicio magnífico. Pero el caso fue que no se hizo
necesario el que yo publicara mis declaraciones; al enterarse los otros
soldados desconocidos de lo que yo pensaba hacer, corrieron a verme y me
explicaron con claridad cuál era el proceso real de las cosas. Así, el Soldado
Desconocido italiano, me dijo: —Vamos, no seas bobo. sNo conoces a Benito? sNo
ves que lo que él quiere hacer es distraer un poco a nuestros paisanos, salir
en los balcones sobre las plazas y hablarle a la muchedumbre; ir al Coliseo a
evocar las grandezas de César, y, si es posible, conquistar Etiopía, aunque
provisionalmente, y traerse algún mariscal de allá y recibirlo a la antigua,
como se hacia con las legiones romanas? Esto es todo, chico, porque él sabe que
ni Inglaterra tira, ni Alemania tira, ni Francia tira. Y, él mismo, a la
primera oportunidad que se le presente, tampoco tira nada. Aquí, no te ocupes,
que todos quieren «ir al segurete», como tú dices cuando te pones a jugar el
pocker. Y por eso él tira su «farol». Está viendo que Egipto, y Siria y la
India están poniéndose belicosos y sabe que a la primera de cambio se sacuden
las cadenas y se va a quedar sin imperio y sin esclavos. Y no le conviene.
Mientras más barcos tú veas en el Mediterráneo, más miedo puedes calcularle a
los ingleses. Y si no, pregúntale a este —y se dirigió al SoldadoDesconocido
inglés—, del que ya te he hablado antes. —Bueno, miedo no, porque Inglaterra
jamás ha sentido miedo, dijo orgullosamente. Pero lo cierto es que Mussolini
está poniéndose atrevido en demasía y es necesario contenerlo. Y no es ningún
bruto en el fondo. En realidad, él no sólo busca un pedazo más en África, sino
que quiere ir ganando preeminencia en el Mediterráneo hasta desalojarnos de él.
Este es su sueño. Y pretende olvidarse que nosotros, que Inglaterra, es la
reina de los mares, como dicen todos los periódicos. De pasar el Mediterráneo a
manos italianas, a la cultura latina, que es el disco de Mussolini, vendrá un
gran atraso para la Humanidad, pues de nuevo, para explotar hasta el colmo la
memoria de los romanos, impondrá el uso de la vela latina, y la navegación a
remos en trirremes y quinquirremes. Y hasta puede ser que, para demostrar
definitivamente que Colón era italiano, se le ocurra armar nuevas carabelas y
mandarlas al descubrimiento de América y, enseguida, a su conquista
El inglés, creyéndose que había dado con el gran argumento para hacerme salir
de mi anunciada neutralidad en la próxima guerra, lo que significa* * Aquí se
interrumpe el manuscrito. R.R.
Contenido
Cuentos completos
Pablo de la Torriente Brau y el inicio de la narrativa vanguardista cubana.
Denia García Ronda / 7 Cuentos de Batey N2. Pablo de la Torriente Brau / 39 El
héroe / 45 Una aventura de Salgari / 48 tNosotros solos! / 67 C2D.Caballo dos
dama / 73 Una tragedia en el mar / 89 tFiebre! / 97 tPor este argumento sólo me
dieron cien pesos! / 100 Asesinato en una casa de huéspedes / 116 A fojas 72
/ 123 El viento sobre las tumbas / 131 Páginas de la alegre juventud / 141
Cuentos del presidio La noche de los muertos / 163 El cofre de granadillo / 171
Luna de presidio / 179 El Tiempo / 184 El Guanche / 193 Una «fuga» / 198 Las
pupilas / 209 tEl grito! / 213 Un antropófago / 215 El negro Arroz Amarillo /
217 La mordaza / 220 Otros cuentos La única hazaña del médico rural / 227
Diálogo en el mesón / 234 Casi una novelita / 237
tMuchachos! / 253 Relato de la guerra / 275 La Nochebuena del año que viene /
286 El buey de oro / 291 Último acto / 295 En la sombra / 298 El sermón de la
montaña / 303
Aventuras del soldado desconocido cubano
Aventuras del soldado desconocido cubano. Novedad y trascendencia. Denia García
Ronda / 313 Inicial. Raúl Roa / 339 Prólogo/ 343 I / 359 II / 377 III / 385 IV
/ 399 V / 413