Cuando lo consideras desde una perspectiva humana, y es evidenteque nos
resultaría difícil hacerlo de otro modo, la vida es una cosa extraña. Estaba
deseando ponerse en marcha, pero luego, después de ponerse en marcha, pareció
tener muy poca prisa por seguir.
Consideremos el liquen. Los líquenes son uno de los organismos visibles más
resistentes de la Tierra, pero uno de los menos ambiciosos. Son capaces de
crecer muy contentos en un soleado cementerio, prosperan sobre todo en medios
donde no lo haría ningún otro organismo, en cumbres batidas por el viento y en
las soledades árticas, donde hay poco más que rocas, lluvia y frío, y casi
ninguna competencia. En zonas de la Antártida donde apenas crece otra cosa,
puedes encontrar vastas extensiones de líquenes (400 tipos de ellos)
devotamente adheridos a todas las rocas azotadas por el viento.
La gente no pudo entender durante mucho tiempo cómo lo hacían. Dado que los
líquenes crecen sobre roca pelada sin disponer de alimento visible ni producir
semillas, mucha gente (gente ilustrada) creía que eran piedras que se hallaban
en proceso de convertirse en plantas vivas. «tLa piedra inorgánica, espontáneamente,
se convierte en planta viva!», se regocijaba un observador, un tal doctor
Hornschuch, en 1819.
Una inspección más detenida demostró que los líquenes eran más interesantes que
mágicos. Son en realidad una asociación de hongos y algas. Los hongos excretan
ácidos que disuelven la superficie de la roca, liberando minerales que las
algas convierten en alimento suficiente para el mantenimiento deambos. No es un
arreglo muy emocionante, pero no cabe duda de que ha tenido mucho éxito. Hay en
el mundo más de 20.000 especies de líquenes.
Los líquenes, como
la mayoría de las cosas que prosperan en medios difíciles, son de crecimiento
lento. A un liquen puede llevarle más de medio siglo alcanzar las dimensiones
de un botón de camisa. Los que tienen el tamaño de platos, escribe David
Attenborough, es «probable que tengan cientos e incluso miles de años de
antigüedad». Sería difícil imaginar una existencia menos plena. «Simplemente
existen, -añade Attenborough-, testimoniando el hecho conmovedor de que la vida
existe, incluso a su nivel más simple, por lo que parece, porque sí, por
existir.»
Es fácil no reparar en esta idea de que la vida simplemente es. Como humanos nos
inclinamos a creer que tiene que tener un objeto. Tenemos planes, aspiraciones
y deseos. Queremos sacar provecho constante de toda la existencia embriagadora
de la que se nos ha dotado. Pero squé es vida para un liquen? Sin embargo, su
impulso de existir, de ser, es igual de fuerte que el nuestro… puede decirse
que hasta más fuerte. Si se me dijese que tendría que pasar décadas siendo una
costra peluda en una roca del
bosque, creo que perdería el deseo de seguir. Los líquenes, en cambio, no.
Ellos, como
casi todos los seres vivos, soportarán cualquier penalidad, aguantarán
cualquier ofensa, por un instante más de existencia. La vida, en suma, sólo
quiere ser. Pero -y aquí tenemos un punto interesante-no quiere, engeneral, ser
mucho.
Esto tal vez resulte un poco extraño, ya que la vida ha tenido tiempo de sobra
para concebir ambiciones. Si imaginásemos los 4.500 millones de años de
historia de la Tierra reducidos a un día terrestre normal, la vida empieza muy
temprano, hacia las cuatro de la madrugada, con la aparición de los primeros
simples organismos unicelulares, pero luego no hay ningún avance más en las
dieciséis horas siguientes. Hasta casi las ocho y media de la noche, cuando han
transcurrido ya cinco sextas partes del
día, no empieza la Tierra a tener otra cosa que enseñar al universo que una
inquieta capa de microbios. Luego, por fin, aparecen las primeras plantas
marinas, a las que siguen veinte minutos más tarde la primera medusa y la
enigmática fauna ediacarana, localizada por primera vez por Reginald Sprigg en Australia.
A las 21:04 salen nadando a escena los primeros trilobites, seguidos, de forma
más o menos inmediata, por las criaturas bien proporcionadas de Burgess Shale.
Poco antes de las 10:00 empiezan a brotar las plantas en la tierra. Poco
después, cuando quedan menos de dos horas del día, las siguen las primeras criaturas
terrestres.
Gracias a unos diez minutos de meteorología balsámica, a las 22:24, la Tierra
se cubre de los grandes bosques carboníferos cuyos residuos nos proporcionan
todo nuestro carbón. Aparecen los primeros insectos alados. Poco antes de las
23:00 irrumpen en escena los dinosaurios e imperan durante unos tres cuartos de
hora. Veintiún minutos antes de lamedia noche se esfuman y se inicia la era de
los mamíferos. Los humanos surgen un minuto y diecisiete segundos antes de la
media noche. El total de nuestra historia registrada, a esta escala, sería de
sólo unos cuantos segundos, y la duración de una sola vida humana de apenas un
instante. A lo largo de este día notoriamente acelerado, los continentes se
desplazan y chocan a una velocidad que parece claramente insensata. Surgen y
desaparecen montañas, aparecen y se esfuman cuencas oceánicas, avanzan y
retroceden mantos de hielo. Y a través de todo esto, unas tres veces por
minuto, en algún punto del planeta hay un pum
de bombilla de flash y un fogonazo indica el impacto de un meteorito del tamaño del
de Manson o mayor. Es asombroso que haya podido llegar a sobrevivir algo en un
medio tan aporreado y desestabilizado. En realidad, no son muchas las cosas que
consiguen hacerlo bastante tiempo.
Tal vez un medio más eficaz, de hacerse cargo de nuestro carácter
extremadamente reciente como parte de este cuadro de 4.500 millones de años de
antigüedad, es que extiendas los brazos el máximo posible e imagines que la
extensión que abarcan es toda la historia de la Tierra. A esa escala, según
dice John McPhee en Basin and Range, la distancia entre las puntas de los dedos
de una mano y la muñeca de la otra es el Precámbrico. El total de la vida
compleja está en una mano, «y con una sola pasada de una lima de granulado mediano podrías eliminar la
historia humana».
Por suerte ese momento aún no hallegado, pero hay bastantes posibilidades de
que llegue. No quiero introducir una nota sombría precisamente en este punto,
pero el hecho es que hay otra característica de la vida en la Tierra
estrechamente relacionada: que se extingue. Con absoluta regularidad. Las
especies, por mucho que se esfuercen en organizarse y pervivir, se desintegran
y mueren con notable regularidad. Y cuanto mayor es su complejidad más deprisa
parecen extinguirse. Quizás ésta sea una de las razones de que una parte tan
grande de la vida no sea demasiado ambiciosa.
Así que cualquier periodo en que la vida hace algo audaz es todo un
acontecimiento, y pocas ocasiones fueron más cruciales que cuando la vida pasó
a la etapa siguiente de nuestra narración y salió del mar.
La tierra firme era un medio terrible: caliente, seco, bañado por una radiación
ultravioleta intensa, sin la flotabilidad que hace relativamente fácil el
movimiento en el agua. Las criaturas tuvieron que pasar por revisiones
completas de su anatomía para vivir en tierra firme. Si coges un pez por sus
dos extremos se comba por el medio, su espina dorsal es demasiado débil para
sostenerle. Los animales marinos, para sobrevivir fuera del agua, necesitaban proveerse de una nueva
arquitectura interna que soportase peso… un tipo de ajuste que no se consigue
de la noche a la mañana. Sobre todo, y es lo más evidente, una criatura
terrestre tenía que desarrollar un medio de tomar su oxígeno directamente del aire en vez de filtrarlo del agua. No eranretos fáciles de afrontar.
Por otra parte, había un poderoso incentivo para abandonar el agua: estaba
empezando a resultar peligroso quedarse allá abajo. La lenta fusión de los
continentes en una sola masa de tierra, Pangea, significaba que había mucha
menos costa que antes y, por tanto, menos hábitat costero. La competencia era,
en consecuencia, feroz. Había además un nuevo tipo de predador omnívoro e
inquietante, tan perfectamente diseñado para el ataque que apenas si ha
cambiado a lo largo de los eones transcurridos desde que apareció: el tiburón.
Nunca habría un periodo más propicio para buscar un medio alternativo al agua.
Las plantas iniciaron el proceso de colonización de la tierra hace unos 4450
millones de años, acompañadas por necesidad de pequeños ácaros y otros
organismos que necesitaban para descomponer y reciclar materia orgánica muerta
en su beneficio. Los animales de mayor tamaño tardaron un poco más, pero hace
unos 400 millones de años ya estaban aventurándose ambién a salir del agua. Las
ilustraciones populares nos han impulsado a imaginar a los primeros audaces
moradores de tierra firme como una especie de
pez ambicioso (algo así como el moderno pez
saltador, que puede desplazarse a saltos de charco en charco durante las
sequías) o incluso como
un anfibio plenamente formado. En realidad, lo más probable es que los primeros
residentes móviles visibles en tierra firme se pareciesen mucho más a la
cochinilla moderna. Se trata de esos bichos pequeños (crustáceos, enrealidad)
que suelen correr desconcertados cuando alzas la piedra o el trozo de madera bajo el que están.
Para quienes aprendieron a respirar oxígeno del aire, fueron buenos tiempos. Los niveles
de oxígeno durante los periodos Devónico y Carbonífero, en que floreció por
primera vez la vida terrestre, llegaban hasta el 35% (frente a menos de un 20%
en la actualidad). Esto permitió a los animales hacerse notablemente grandes en
un periodo de tiempo muy breve.
sY cómo, tal vez te preguntes razonablemente, pueden los científicos saber
cuáles eran los niveles de oxígeno hace centenares de millones de años? La
respuesta se encuentra en un campo un tanto abstruso pero ingenioso llamado
geoquímica isotópica. Los antiguos mares del
Carbonífero y el Devónico estaban plagados de pequeño plancton que se encerraba
dentro de diminutas conchas protectoras. Entonces, como
ahora, el plancton construía sus conchas extrayendo oxígeno de la atmósfera y
combinándolo con otros elementos (especialmente carbono) para formar compuestos
duraderos como
el carbonato cálcico. Es el mismo truco químico que se produce en el ciclo a
largo plazo del carbono -y que se analiza en otra parte en relación con él-, un
proceso que no constituye una narración demasiado interesante pero que es vital
para crear un planeta habitable.
Por último, en este proceso, todos los pequeños organismos mueren y descienden
hasta el fondo del
mar, donde son prensados lentamente hasta formar piedra caliza. Entre las
diminutas estructurasatómicas que el plancton se lleva consigo a la tumba hay
dos isótopos muy estables: el oxígeno-16 y el oxígeno- 18. (Si se te ha
olvidado lo que es un isótopo, no importa, aunque te diré, de todos modos, para
que no lo olvides, que es un átomo con un número anormal de protones.) Ahí es
donde intervienen los geoquímicos, pues los isótopos se acumulan a ritmos
diferentes según la cantidad de oxígeno o de dióxido de carbono que haya en la
atmósfera en el momento de su formación. Comparando las tasas antiguas de
deposición de los dos isótopos, los geoquímicos pueden calcular las condiciones
que existían en el mundo antiguo: niveles de oxígeno, temperatura del aire y del
mar, la duración y el momento de los periodos glaciales y muchas cosas más.
Comparando sus hallazgos de isótopos con otros residuos fósiles, que indican
otras condiciones como
los niveles de polen, etcétera, los científicos pueden reconstruir, con
bastante seguridad, paisajes completos que los ojos humanos nunca vieron.
La principal razón de que pudiesen aumentar tanto los niveles de oxígeno a lo
largo del periodo de vida terrestre primitiva
fue que gran parte del paisaje del mundo estaba dominado por helechos arborescentes
gigantes y enormes ciénagas, que por su carácter pantanoso perturbaban el
proceso normal de reciclaje del
carbono. Las frondas que caían y otra materia vegetativa muerta, en vez de
pudrirse por completo, se acumuló en ricos sedimentos húmedos, que acabaron
prensados en los grandes yacimientos de carbón que aúnsostienen hoy gran parte
de la actividad económica.
Los niveles embriagadores de oxígeno estimularon sin duda el crecimiento. El
indicio más antiguo de un animal de superficie encontrado hasta ahora es un
rastro que dejó hace 350 millones de años una criatura tipo milpiés en una roca
de Escocia. Esa criatura medía más de un metro de longitud. Antes de que
concluyese el periodo, algunos milpiés llegarían a medir más del doble.
Con tales criaturas merodeando por ahí, tal vez no tenga nada de sorprendente
que los insectos desarrollasen en ese periodo un truco que pudiese ponerles
fácilmente fuera de su alcance: aprendieron a volar. Algunos llegaron a dominar
ese nuevo medio de locomoción con una pericia tan asombrosa que no han tenido
necesidad de modificar sus técnicas desde entonces. La libélula podía, entonces
como ahora,
volar a 50 kilómetros por hora, parar instantáneamente, mantenerse inmóvil en
el aire, volar hacia atrás y elevarse mucho más, en proporción, que cualquiera
de las máquinas voladoras construidas por los seres humanos. «La Fuerza Aérea
estadounidense -ha escrito un comentarista- las ha puesto en túneles de viento,
para ver cómo se las arreglaban, y se desesperaron.» También ellas se atracaron
de aquel aire tan rico. Y llegaron a hacerse grandes como cuervos en los bosques del Carbonífero.
Los árboles y el resto de la vegetación alcanzaron también proporciones
exageradas. Los equisetos y los helechos arborescentes crecieron hasta alcanzar
alturas de 15 metros, loslicopodios de hasta 40 metros.
Los primeros vertebrados terrestres (es decir, los primeros animales de tierra
firme de los que procederíamos nosotros) son una especie de misterio. Eso se
debe en parte a una escasez de fósiles relacionados, pero se debe también a un
sueco muy especial llamado Erik Jarvik, cuyas extrañas interpretaciones y cuya
actitud reservada retrasaron casi medio siglo los progresos en este campo.
Jarvik formaba parte de un equipo de científicos escandinavos que fueron a
Groenlandia en las décadas de los treinta y cuarenta a buscar peces fósiles.
Buscaban sobre todo peces de aletas lobuladas del
tipo que presumiblemente fueron antepasados nuestros y de todas las demás
criaturas que andan, conocidas como
tetrápodos.
La mayoría de los animales son tetrápodos, y todos los tetrápodos vivientes
tienen una cosa en común: cuatro extremidades, cada una de las cuales termina
en un máximo de cinco dedos. Los dinosaurios, las ballenas, las aves, los
humanos, hasta los peces… todos ellos son tetrápodos, lo que indica claramente
que proceden de un ancestro único común. Se suponía que la clave para dar con
ese ancestro se hallaría en el Devónico, de hace unos cuatrocientos millones de
años. Antes de ese periodo no había nada que caminase sobre la tierra. Después
de esa época lo hicieron muchísimas cosas. Por suerte, el equipo encontró
justamente una de esas criaturas, un animal de un metro de longitud llamado
Ichthyostega. El análisis del
fósil le correspondió a Jarvik, que inicióla tarea en 1948 y continuó con ella
los cuarenta y ocho años siguientes. Desgraciadamente, Jarvik se negó a
permitir que ningún otro estudiase su tetrápodo. Los paleontólogos del mundo tuvieron que contentarse con dos esquemáticos
artículos provisionales, en los que Jarvik indicaba que la criatura tenía cinco
dedos en cada una de sus cuatro extremidades, lo que confirmaba su importancia como ancestro.
Jarvik murió en 1998. Después de su muerte otros peleontólogos examinaron
ávidamente el espécimen y descubrieron que Jarvik había cometido un grave error
al contar los dedos (había, en realidad, ocho en cada extremidad) y no se había
dado cuenta de que el pez no había podido caminar. Dada la estructura de la
aleta, el animal se habría caído por su propio peso. No hace falta decir que
esto no contribuyó gran cosa al progreso de nuestros conocimientos sobre los
primeros animales terrestres. Actualmente se conocen tres tetrápodos primitivos
y ninguno tiene cinco dedos. En suma, no sabemos del todo de dónde venimos.
Pero venir vinimos, aunque alcanzar nuestra actual condición de eminencia no
siempre haya sido fácil, claro. La vida, desde que se inició en la tierra, ha
consistido en cuatro megadinastías, como
se los llama a veces. La primera formada por anfibios y reptiles primitivos,
lentos y torpes en general pero a veces bastante corpulentos. El animal más
conocido de ese periodo era el dimetrodonte, una criatura con una especie de
vela en el lomo que suele confundirse con los dinosaurios(he de decir que esto
ocurre incluso en un pie de ilustración de Comet, el libro de Carl Sagan). El
dimetrodonte era en realidad un sinápsido. También nosotros lo fuimos en otros
tiempos. Los sinápsidos eran una de las cuatro divisiones principales de la
vida reptil primitiva, siendo las otras los anápsidos, los euriápsidos y los
diápsidos.
Los nombres aluden simplemente al número y el emplazamiento de pequeños
agujeros que se encuentran a los lados de cráneo. Los sinápsidos tienen un
agujero a cada lado en la parte inferior de la sien, los diápsidos tienen dos y
los eurápsidos tienen un solo agujero más arriba.
Con el tiempo, cada una de estas agrupaciones principales se escindió en más
subdivisiones, de las que algunas prosperaron y otras fracasaron. Los anápsidos
dieron origen a las tortugas, pese a que resulta difícil de creer, parecieron
dispuestas a predominar como la especie más avanzada y mortífera del planeta,
antes de que un bandazo evolutivo las llevase a contentarse con la
perdurabilidad en vez de la dominación. Los sinápsidos se dividieron en cuatro corrientes, sólo una de
las cuales sobrevivió después del Pérmico. Afortunadamente, ésa fue la
corriente a la que pertenecemos y evolucionó hacia una familia de
protomamíferos conocida como
terápsidos. Éstos formaron la Megadinastía 2.
Por desgracia para los terápsidos, sus primos los diápsidos estaban evolucionando
también con éxito, en su caso hacia los dinosaurios (entre otros seres), lo que
fue resultando gradualmentedemasiado para los terápsidos. Incapaces de competir
cara a cara con aquellas nuevas y agresivas criaturas, los terápsidos
desaparecieron casi en su totalidad. Sólo unos pocos evolucionaron
convirtiéndose en seres pequeños y peludos, que vivían en madrigueras y que se
pasaron mucho tiempo como
pequeños mamíferos.
El mayor de ellos no era mayor que un gato doméstico, y la mayoría no era mayor
que los ratones. Con el tiempo, ésa resultaría ser su salvación, pero tendrían
que esperar casi 150 millones de años a que la Megadinastía 3, la Era de los
Dinosaurios, tocase bruscamente a su fin y diese paso a la Megadinastía 4 y a
nuestra Era de los Mamíferos.
Todas estas grandes transformaciones, así como
otras muchas más pequeñas que se produjeron entre ellas y después, se basaban
en ese motor paradójicamente importante de la extinción. Es un hecho curioso
que en las especies de la Tierra la muerte sea, en el sentido más literal, una
forma de vida. Nadie sabe cuántas especies de organismos han existido desde que
la vida se inició. Una cifra que suele mencionarse es la de 30.000 millones,
pero se ha llegado a hablar de hasta cuatro billones. Sea cual sea el total
verdadero, el 99,90% de todas las especies que han vivido alguna vez ya no está
con nosotros. «En una primera aproximación -como le gusta decir a David Raup,
de la Universidad de Chicago-, todas las especies están extintas.» Para los organismos complejos, la duración media de la
vida de una especie es de sólo unos cuatro millones deaños… Aproximadamente
donde nosotros estamos ahora.
La extinción significa siempre malas noticias para las víctimas, claro está,
pero parece ser buena para un planeta dinámico. «La alternativa a la extinción
es el estancamiento -dice Ian Tattersall, del Museo Americano de Historia Natural- y
el estancamiento rara vez es beneficioso en cualquier reino.» (Quizá debiese
decir que de lo que hablamos aquí es de extinción como un proceso natural a largo plazo. La
extinción provocada por imprudencia humana es otro asunto completamente
distinto.)
Las crisis de la historia de la Tierra van invariablemente acompañadas de
saltos espectaculares posteriores. A la caída de la fauna ediacarana siguió la
explosión creadora del
periodo Cámbrico.
La extinción ordovícica de hace 440 millones de años limpió los océanos de un
montón de animales inmóviles, que se alimentaban por filtración y creó
condiciones que favorecieron a los peces rápidos y a los reptiles acuáticos
gigantes. Éstos a su vez estaban en una posición ideal para enviar colonos a
tierra firme, cuando otra crisis que se produjo a fines del periodo Devónico le dio otro buen meneo
a la vida. Y así han ido las cosas a intervalos dispersos a lo largo de la
historia. Si la mayoría de esos acontecimientos no hubiesen sucedido justamente
cuando lo hizo, casi seguro que no estaríamos aquí nosotros ahora.
La Tierra ha pasado a lo largo de su historia por cinco grandes episodios de
extinción (el Ordovícico, el Devónico, el Pérmico, elTriásico y el Cretácico,
en ese orden) y muchos otros más pequeños. El Ordovícico (hace 44o millones de
años) y el Devónico (hace 365 millones de años) liquidaron cada uno de ellos
del 80 al 85% de las especies. Los episodios de extinción del
Triásico (hace 210 millones de años) y del Cretácico (hace 65 millones de años)
del 70 al 75%
de las especies cada uno de ellos. Pero la más tremenda de todas las
extinciones fue la del Pérmico (hace unos 24 5 millones de años), que alzó el
telón para la larga Era de los Dinosaurios. En el Pérmico, un 95% como mínimo de los
animales conocidos por el registro fósil se fueron para no volver. También lo
hicieron aproximadamente un tercio de las especies de insectos -la única ocasión
en que desaparecieron en masa-. Es lo más cerca que hemos estado nunca de la
devastación total. «Fue, verdaderamente, una extinción masiva, una carnicería
de una magnitud como
no había azotado hasta entonces la Tierra», dice Richard Fortey. La extinción
pérmica fue especialmente devastadora para las criaturas marinas. Los
trilobites desaparecieron del
todo. Las almejas y los erizos de mar casi se extinguieron también. El fenómeno
afectó a casi todos los organismos marinos. Se calcula que el planeta perdió en
total, en tierra firme y en el agua, el 52% de sus familias (es el nivel
situado por encima del género y por debajo del orden en la gran escala de la
vida, tema del capítulo siguiente) y tal vez hasta el 96% de todas sus
especies. El total de especies tardaría en recuperarsemucho tiempo (hasta 80
millones de años según un cálculo).
Hay que tener en cuenta dos cuestiones. Primero, se trata sólo de conjeturas
informadas. Las estimaciones del
número de especies animales vivas al final del Pérmico oscilan entre un mínimo
de 45.000 y un máximo de 240.000. Si no sabes cuántas especies estaban vivas,
difícilmente puedes especificar con seguridad la proporción que pereció.
Además, estamos hablando de la muerte de especies, no de individuos. En el caso
de los individuos, el balance de muertos podría ser mucho mayor… en muchos
casos casi total. Las especies que sobrevivieron hasta la fase siguiente de la
lotería de la vida debieron su existencia, casi con seguridad, a unos cuantos
supervivientes maltrechos y renqueantes.
En los periodos comprendidos entre esas grandes matanzas hubo otros muchos
periodos de extinción más pequeños y peor conocidos (el Hemfiliano, el
Frasniano, el Famenniano, el Rancholabreano y una docena o así más), que no
fueron tan devastadores para el número total de especies, pero que afectaron
decisivamente a ciertas poblaciones. Los animales hervíboros, incluidos los
caballos, quedaron casi barridos en el episodio del Hemfiliano, hace unos cinco
millones de años. Los caballos quedaron reducidos a una sola especie, que
aparece de forma esporádica en el registro fósil como para hacernos pensar que estuvo durante
un tiempo al borde de la extinción. Imagina una historia humana sin caballos,
sin herbívoros.
En casi todos los casos, tanto en lasgrandes extinciones como en las más modestas, tenemos una escasez
de información desconcertante sobre cuál fue la causa. Incluso después de
desechar las ideas más estrambóticas, hay aún más teorías sobre lo que provocó
el episodio de extinción que sobre el número de episodios que ha habido. Se han
identificado dos docenas, al menos, de posibles culpables como causas o
responsables principales, incluidos el calentamiento global, el enfriamiento
global, los cambios de nivel marino, la disminución del oxígeno de los mares
(una condición conocida corno anoxia), epidemias, fugas gigantescas de gas
metano del lecho del mar, impactos de meteoritos y cometas, huracanes
descomunales del tipo conocido como hipercanes, inmensos afloramientos
volcánicos y catastróficas erupciones solares.
Esta última es una posibilidad especialmente intrigante. Nadie sabe lo grandes
que pueden llegar a ser las erupciones solares porque sólo las hemos observado
desde el principio de la era espacial, pero el Sol es un potente motor y sus
tormentas son de una magnitud correspondiente. Una erupción solar típica (algo
que ni siquiera percibíamos desde la Tierra) libera la energía equivalente a
mil millones de bombas de hidrógeno y lanza al espacio 100.000 millones de
toneladas, o así, de partículas asesinas de alta energía. La magnetosfera y la
atmósfera las eliminan, devolviéndolas al espacio, o las desvían sin problema
hacia los polos (donde producen las bonitas auroras de la Tierra), pero se cree
que una explosióninsólitamente grande, por ejemplo, cien veces mayor que la
erupción típica, podría superar nuestras etéreas defensas. El espectáculo
luminoso sería espléndido, pero mataría casi con seguridad a una proporción muy
elevada de quienes lo contemplasen arrobados. Además, y resulta bastante
estremecedor, según Bruce Tsurutani del Laboratorio de Propulsión Jet de la
NASA, «no dejaría ningún rastro en la historia».
Todo esto nos deja, como
ha dicho un investigador, «toneladas de conjeturas y muy pocas pruebas ». El
enfriamiento parece estar relacionado como
mínimo con tres de los episodios de extinción (el Ordovícico, el Devónico y el
Pérmico), pero aparte de eso hay poco que se acepte de forma general, incluido
si un episodio determinado sucedió rápida o lentamente. Los científicos no son
capaces de ponerse de acuerdo, por ejemplo, en si la extinción del Devónico
tardío (el acontecimiento al que siguió el
paso de los vertebrados a tierra firme) se produjo a
lo largo de millones de años, de miles de años o en un día de mucho ajetreo.
Una de las razones de que sea tan difícil elaborar explicaciones convincentes
de las extinciones es lo difícil que resulta exterminar la vida a gran escala. Como hemos visto con el
impacto de Manson, se puede recibir un golpe terrible y conseguir de todos
modos una recuperación plena, aunque presumiblemente insegura. Así que, spor
qué, de todos los miles de impactos que ha soportado la Tierra, fue el
acontecimiento KT de hace 65 millones de años, que acabó con losdinosaurios,
tan singularmente devastador? Bueno, primero, fue sin duda alguna enorme.
Golpeó con la fuerza de 100 millones de megatones. No es fácil imaginar una
explosión así,26 pero, como ha señalado James Lawrence Powell, si hicieses
estallar una bomba del tamaño de la de Hiroshima por cada persona viva en la
Tierra, hoy aún te faltarían unos mil millones de bombas para igualar el
impacto KT. Pero puede que ni siquiera eso sólo haya sido suficiente para
acabar
con un 70% de la vida de la Tierra, dinosaurios incluidos.
El meteorito KT tuvo la ventaja adicional (es decir, ventaja si eres un
mamífero)27 de que cayó en un mar poco profundo, a unos 10 metros de
profundidad, con el ángulo justo, en un periodo en el que los niveles de
oxígeno eran superiores en un 10% a los actuales, por lo que el mundo era más
combustible. Sobre todo, el lecho del
mar en el que cayó estaba compuesto de roca rica en azufre. El resultado fue un
impacto que convirtió una zona del lecho
marino del
tamaño de Bélgica en aerosoles de ácido sulfúrico. La Tierra estuvo sometida
luego durante varios meses a lluvias lo suficientemente ácidas como para quemar la piel.
En cierto modo, una cuestión aún más importante que «squé fue lo que acabó con
el 70% de las especies que existían en la época?» es «scómo sobrevivió el 30%
restante?». sPor qué fue el acontecimiento tan irremediablemente devastador
para todos los dinosaurios que existían mientras que otros reptiles, como las serpientes y los
cocodrilos, losuperaron sin problema? Ninguna especie de sapo, tritón,
salamandra u otro anfibio se extinguió, que sepamos, en Norteamérica. «sCómo
pudieron haber salido ilesas esas delicadas criaturas de un desastre sin
parangón como
aquél?», pregunta Tim Flannery en su fascinante prehistoria de Norteamérica,
The Eternal Frontier [La frontera eterna].
En los mares sucedió más o menos lo mismo. Desaparecieron todos los amonites,
pero sus primos, los nautiloides, que vivían un tipo de vida similar, siguieron
nadando. Entre el plancton, algunas especies quedaron prácticamente barridas
(el 92% Yo de los foraminíferos, por ejemplo) mientras que otros organismos como los diatomos, diseñados según un plano similar y que vivían al lado de ellos,
salieron relativamente ilesos.
Son contradicciones difíciles de explicar. Como comenta Richard Fortey: «La verdad es
que no parece satisfactorio limitarse a calificarlos de 'afortunados'
y zanjar el asunto con eso». Si, como
parece muy probable, al acontecimiento siguieron meses de oscuridad y humo
asfixiante, resulta difícil explicar la supervivencia de muchos de los insectos.
«Algunos insectos, como los escarabajos -comenta
Fortey-, podían vivir de la madera
y de otras cosas que encontrasen por allí. sPero qué decir de otros como las abejas que navegan con la luz del sol y necesitan polen? Su supervivencia
no es tan fácil de explicar.»
Sobre todo, están los corales. Los corales necesitan algas para sobrevivir y
las algas precisan luz solar. En los últimos añosse ha dado mucha publicidad a
corales que mueren por cambios en la temperatura del mar de aproximadamente un grado. Si son
tan vulnerables a pequeños cambios, scómo sobrevivieron al largo invierno del impacto?
Hay también muchas variaciones regionales que son difíciles de explicar. Las
extinciones parecen haber sido mucho menos graves en el hemisferio sur que en el
hemisferio norte. Nueva Zelanda en particular parece haber salido
mayoritariamente ilesa y, sin embargo, apenas tenía criaturas que viviesen en
madrigueras. Hasta su vegetación se libró mayoritariamente de la extinción y,
sin embargo, la escala de la conflagración en otros lugares indica que la
devastación fue global. En suma, hay muchas cosas que no sabemos.
Algunos animales prosperaron de forma notoria… incluidas una vez más, un poco
sorprendentemente, las tortugas. Como
comenta Flannery, el periodo que siguió a la extinción de los dinosaurios
podría muy bien considerarse la Era de las Tortugas. En Norteamérica
sobrevivieron 6 especies y afloraron poco después a la existencia tres más.
No hay duda de que ayudó el hecho de vivir en el agua. El impacto KT liquidó
casi el 90% de las especies basadas en tierra pero sólo el 10 % de las que
vivían en agua dulce. Es evidente que el agua protegió del calor y de las llamas, pero es de
suponer que proporcionó también más sustento en el periodo de escaseces que siguió.
Todos los animales terrestres que sobrevivieron tenían la costumbre de
retirarse a un medio seguro en losperiodos de peligro, al agua o bajo tierra,
refugios ambos que les habrían proporcionado una protección considerable contra
los estragos del
exterior. Los animales que se alimentaban de carroña también habrían disfrutado
de una ventaja. Los lagartos eran, y son, inmunes en gran medida a las
bacterias de los restos de animales en descomposición. De hecho, suelen
atraerles y es evidente que tuvo que haber carroña en abundancia durante mucho
tiempo.
Se suele afirmar erróneamente que sólo sobrevivieron al acontecimiento KT los
animales pequeños. En realidad, entre los supervivientes figuraron los
cocodrilos, que no sólo eran grandes sino tres veces mayores de lo que son hoy.
Pero es verdad, en general, que casi todos los supervivientes eran animales
pequeños y furtivos. De hecho, con un mundo a oscuras y hostil, fue un periodo
perfecto para ser pequeño, de sangre caliente, nocturno, flexible en la dieta y
cauto por naturaleza, precisamente las características de nuestros antepasados
mamíferos. Si hubiésemos avanzado más en la evolución, probablemente habríamos
perecido.Pero, en vez de eso, los mamíferos se encontraron en con mundo para el
que estaban mejor adaptados que ningún otro ser vivo.
Sin embargo, lo que sucedió no fue que los mamíferos se multiplicaban
explosivamente para llenar todos los huecos. «La evolución puede aborrecer el
vacío -escribió el paleobiólogo Steven M. Stanley-, pero a veces tarda mucho en
llenarlo.» Durante hasta diez millones de años tal vez los mamíferos
semantuvieron cautamente pequeños. A principios del Terciario, si eras del tamaño de un lince
podías ser rey.
Pero en cuanto se pusieron en marcha, los mamíferos se expandieron
prodigiosamente… a veces hasta un grado casi grotesco. Hubo durante un tiempo
conejillos de Indias del tamaño de rinocerontes y rinocerontes del tamaño de una casa
de dos pisos. Donde quiera que hubiese un vacío en la cadena predadora, los
mamíferos se apresuraban (a veces literalmente) a llenarlo. Miembros primitivos
de la familia del mapache emigraron a
Suramérica, descubrieron un vacío y evolucionaron convirtiéndose en criaturas del tamaño y de la ferocidad del oso.
También las aves prosperaron de una forma desproporcionada. Posiblemente,
durante millones de años, una gigantesca ave carnívora no voladora, llamada
Titanis, fue la criatura más feroz de Norteamérica. Fue, sin duda alguna, el
ave más sobrecogedora que haya existido. Medía tres metros de altura, pesaba
unos 350 kilos y tenía un pico que podía arrancarle la cabeza a cualquier cosa
que le molestase. Su familia sobrevivió sin problema durante cincuenta millones
de años, pero, hasta que no se descubrió un esqueleto en Florida en 1963, no teníamos ni idea de que
hubiese existido alguna vez.
Lo que nos lleva a otra razón de nuestra inseguridad respecto a las
extinciones: la escasez del
registro fósil. Hemos hablado de lo difícil que es que un conjunto de huesos
llegue a quedar fosilizado, pero el registro es en realidad peor de lo que te
puedas imaginar.Considera los dinosaurios. Los museos dan la impresión de que
tenemos una abundancia global de fósiles de dinosaurios. Pero lo que se exhibe
en los museos es abrumadoramente artificial.
El diplodocus gigante que domina el vestíbulo de entrada del Museo de Historia
Natural de Londres, y que ha deleitado e informado a generaciones de
visitantes, está hecho de yeso, se construyó en 1903 en Pittsburgh y se lo regaló al Museo Andrew
Carnegie. El vestíbulo de entrada del Museo Americano de Historia Natural de
Nueva York está dominado por un cuadro vivo aún
mayor: el esqueleto de un gran barosaurio defendiendo a su cría del ataque de un ágil y
dentudo allosaurio. Es un despliegue maravilloso e impresionante (el barosaurio
tal vez se eleva nueve metros hacia el alto techo), pero también completamente
falso. Todos y cada uno de los varios centenares de huesos que se exhiben son
de yeso. Visita casi cualquier museo grande de historia natural del mundo (en París,
Viena, Francfort, Buenos Aires, México…) y te recibirán modelos de anticuario,
no huesos antiguos.
La verdad es que no sabemos mucho de los dinosaurios. De toda la era que les
corresponde, se han identificado menos de 1.000 especies (casi la mitad de ellas
conocidas por un solo espécimen), que es aproximadamente un cuarto del número de especies
de mamíferos que viven hoy. No olvides que los dinosaurios dominaron la Tierra
durante unas tres veces más tiempo de lo que lo han hecho los mamíferos, así
que, o bien eran notablemente pocoproductivos de especies, o bien no hemos
hecho más que arañar la superficie -por echar mano de un tópico
irresistiblemente apropiado.
Hay periodos de millones de años de la Era de los Dinosaurios de los que aún no
se ha encontrado un solo fósil. Hasta el periodo del Cretácico superior (el periodo
prehistórico más estudiado, gracias a nuestro prolongado interés por los
dinosaurios y su extinción), puede que aún queden por descubrir tres cuartas
partes de las especies que existían. Puede que hayan vagado por la Tierra miles
de animales mucho más voluminosos que el diplodocus o más sobrecogedores que el
tiranosaurio, y puede que no lleguemos nunca a saberlo. Hasta fechas muy
recientes, todo lo que se sabía de los dinosaurios de este periodo procedía de
unos trescientos especímenes que representaban a unas 16 especies. La escasez
de restos llevó a la creencia generalizada de que los dinosaurios estaban
próximos a la extinción cuando se produjo el impacto KT.
A finales de la década los ochenta un paleontólogo del Museo Público de Milwaukee, Peter
Sheehan, decidió realizar un experimento. Valiéndose de 200 voluntarios elaboró
un censo minucioso de una zona bien definida, pero también bien explorada de la
famosa Formación de Hell Creek,
Montana. Los voluntarios,
cribando meticulosamente, recogieron hasta el último diente y la última
vértebra y fragmento de hueso… todo lo que los buscadores anteriores habían
pasado por alto. La tarea duró tres años. Cuando terminaron se encontraron con
que habíanmás que triplicado (para todo el planeta) el número de fósiles de
dinosaurio del Cretácico superior. El estudio demostró que los dinosaurios
habían seguido siendo numerosos hasta el momento del impacto KT. «No hay ningún motivo para
creer que los dinosaurios se estuviesen extinguiendo gradualmente durante los
últimos tres millones de años del Cretácico», informó Sheehan.
Estamos tan acostumbrados a la idea de nuestra propia inevitabilidad como especie dominante de
la vida que es difícil comprender que estamos aquí sólo debido a oportunos
impactos extraterrestres y otras casualidades aleatorias. Lo único que tenemos
en común con el resto de los seres vivos es que, durante casi 4.000 millones de
años, nuestros antepasados consiguieron colarse a través de una serie de
puertas que se cerraban cada vez que necesitábamos que lo hiciesen. Stephen Jay
Gould lo expresó sucintamente con palabras bien conocidas: «Los seres humanos
estamos hoy aquí porque nuestra línea concreta nunca se rompió… ni una sola vez
en ninguno de los miles de millones de sucesos que podrían habernos borrado de
la historia».
Empezamos este capítulo con tres cuestiones: la vida quiere ser; la vida no
siempre quiere ser mucho; y la vida de cuando en cuando se extingue. A estas
tres cuestiones debemos añadir una cuarta: la vida sigue. Y a menudo lo hace,
como veremos, de formas que son decididamente sorprendentes.