Patrick Süskind
El perfume
Historia de un asesino
Opiniones
En la literatura alemana hace irrupción un monstruo sin precedentes
desde 'El tambor
de hojalata'. Un acontecimiento literario.
Stern
En Gran Bretaña se habla de 'El perfume' como la novela del
año, en Francia se
escribe que desde 'El nombre de la rosa' el mundo editorial
internacional no se había
sentido tan atraído por una novela
Buchreport
Un libro grandioso una novela irresistible una pieza literaria que no
aparece todos
los días.
Kurier. Viena
Süskind lleva al lector, con sostenido interés y fuerza sensual, al
centro del
alucinante
exotismo de una obra de arte extremadamente auténtica y completamente
ficticia.
Weltwoche. Zurich
Se ha descubierto un nuevo Walser, un nuevo Frisch, un nuevo Grass, opinan los
profesionales, y huelen la sensación literaria del año.
Süddeutsche Zeitung. Munich
El 'gran libro' de la convención de la A.B.A. (American
Book-sellers Association) de
1985 es una primera novela, escrita por Patrick Süskind, titulada 'El
perfume'.
New York Times
Del Autor
Patrick Süskind nació en 1949 en la localidad bavara de
Ambach, de Alemania. Hijo del
escritor expresionista W. E. Süskind, ha publicado el monólogo dramatico
'El contrabajo',
estrenado en Munich
en 1981. 'El perfume' es su primera novela. 'El perfume' es
la revelación
de un narrador de primer orden. En la Francia del siglo XVIII. desde el
convento que lo acoge
lactantehasta el cementerio donde conoce su funesta apoteosis final, la vida
del perfumista y
asesino de muchachas Jean-Baptiste Grenouille nos propone, a la vez que una
sección
transversal de una sociedad secretamente resquebrajada, un descenso a los
mas turbadores
abismos del espíritu humano. Fantasmagoría alucinante y obsesiva,
al tiempo que cuadro impar
de una época. 'El perfume' es una de las principales novelas
europeas de los últimos tiempos.
Primera Parte
:::::::::::::::
1
En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres mas
geniales y abominables de
una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales.
Aquí relataremos su
historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del
de otros
monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouchè Napoleón, etcétera,
ha caído en el
olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos
hombres célebres
y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en
una palabra,
impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a
un terreno que no deja huellas
en la historia: al efímero mundo de los olores.
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas
concebible para el
hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores
apestaban a orina, los
huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las
cocinas, a col
podrida y grasa de carnero; losaposentos sin ventilación apestaban a
polvo enmohecido; los
dormitorios, a sabanas grasientas, a edredones húmedos y al
penetrante olor dulzón de los
orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a
lejías causticas, los mataderos, a
sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus
bocas
apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los
cuerpos, cuando ya no eran
jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban
los ríos, apestaban las
plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los
puentes y en los
palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano,
como la esposa del
maestro; apestaba la nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba como un
animal carnicero y la
reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el
siglo XVIII aún no
se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por
consiguiente no había ninguna
acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación
de vida incipiente o en
decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.
Y, como es natural,
el hedor alcanzaba sus maximas proporciones en París, porque
París era la mayor ciudad de Francia. Y dentro de París
había un lugar donde el hedor se
convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la Rue de la Ferronnerie,
o sea, el Cimetiére des
Innocents. Durante ochocientos años se había llevado allí
a losmuertos del
hospital H4tel-Dieu
y de las parroquias vecinas, durante ochocientos años, carretas con
docenas de cadaveres
habían vaciado su carga día tras día en largas fosas y
durante ochocientos años se habían ido
acumulando los huesos en osarios y sepulturas. Hasta que llegó un
día, en vísperas de la
Revolución Francesa, cuando algunas fosas rebosantes de cadaveres
se hundieron y el olor
pútrido del atestado cementerio incitó a los habitantes no
sólo a protestar, sino a organizar
verdaderos tumultos, en que fue por fin cerrado y abandonado después de
amontonar los
millones de esqueletos y calaveras en las catacumbas de Montmartre. Una vez
hecho esto, en
el lugar del
antiguo cementerio se erigió un mercado de víveres.
Fue aquí, en el lugar mas maloliente de todo el reino, donde
nació el 17 de julio de 1738
Jean-Baptiste Grenouille. Era uno de los días mas calurosos del año. El calor
se abatía como
plomo derretido sobre el cementerio y se extendía hacia las calles
adyacentes como
un vaho
putrefacto que olía a una mezcla de melones podridos y cuerno quemado.
Cuando se iniciaron
los dolores del
parto, la madre de Grenouille se encontraba en un puesto de pescado de la Rue
aux Fers escamando albures que había destripado previamente. Los
pescados, seguramente
sacados del Sena aquella misma mañana, apestaban ya hasta el punto de
superar el hedor de
los cadaveres. Sin embargo, la madre de Grenouille no percibía el
olor a pescado podrido o acadaver porque su sentido del olfato estaba totalmente embotado y
ademas le dolía todo el
cuerpo y el dolor disminuía su sensibilidad a cualquier
percepción sensorial externa. Sólo quería
que los dolores cesaran, acabar lo mas rapidamente posible con el
repugnante parto. Era el
quinto. Todos los había tenido en el puesto de pescado y las cinco
criaturas habían nacido
muertas o medio muertas, porque su carne sanguinolenta se distinguía
apenas de las tripas de
pescado que cubrían el suelo y no sobrevivían mucho rato entre ellas
y por la noche todo era
recogido con una pala y llevado en carreta al cementerio o al río. Lo
mismo ocurriría hoy y la
madre de Grenouille, que aún era una mujer joven, de unos veinticinco
años, muy bonita y que
todavía conservaba casi todos los dientes y algo de cabello en la cabeza
y, aparte de la gota y
la sífilis y una tisis incipiente, no padecía ninguna enfermedad
grave, que aún esperaba vivir
mucho tiempo, quiza cinco o diez años mas y tal vez
incluso casarse y tener hijos de verdad
como la esposa respetable de un artesano viudo, por ejemplo la madre de
Grenouille deseaba
que todo pasara cuanto antes. Y cuando empezaron los dolores de parto, se
acurrucó bajo el
mostrador y parió allí, como
hiciera ya cinco veces, y cortó con el cuchillo el cordón
umbilical del
recién nacido. En aquel momento, sin embargo, a causa del calor y el
hedor, que ella no
percibía como tales, sino como algo insoportable y enervante-como un
campo de lirios o un
reducido aposento demasiado lleno de narcisos-, cayó desvanecida debajo
de la mesa y fue
rodando hasta el centro del arroyo, donde quedó inmóvil, con el
cuchillo en la mano.
Gritos, corridas, la multitud se agolpa a su alrededor, avisan a la
policía. La mujer sigue
en el suelo con el cuchillo en la mano; poco a poco, recobra el conocimiento.
¿Qué le ha sucedido?
--Nada.
¿Qué hace con el cuchillo?
--Nada.
¿De dónde procede la sangre de sus refajos?
--De los pescados.
Se levanta, tira el cuchillo y se aleja para lavarse.
Entonces, de modo inesperado, la criatura que yace bajo la mesa empieza a gritar.
Todos se vuelven, descubren al recién nacido entre un enjambre de
moscas, tripas y cabezas
de pescado y lo levantan. Las autoridades lo entregan a una nodriza de oficio y
apresan a la
madre. Y como ésta confiesa sin ambages
que lo habría dejado morir, como
por otra parte ya
hiciera con otros cuatro, la procesan, la condenan por infanticidio
múltiple y dos semanas mas
tarde la decapitan en la Place de Gréve.
En aquellos momentos el niño ya había cambiado tres veces de
nodriza. Ninguna quería
conservarlo mas de dos días. Según decían, era
demasiado voraz, mamaba por dos, robando
así la leche a otros lactantes y el sustento a las nodrizas, ya que
alimentar a un lactante único
no era rentable. El oficial de policía competente, un tal La Fosse, se
cansó pronto del asunto y
decidió enviar al niño a la central deexpósitos y
huérfanos de la lejana Rue Saint-Antoine,
desde donde el transporte era efectuado por mozos mediante canastas de rafia en
las que por
motivos racionales hacinaban hasta cuatro lactantes, y como la tasa de
mortalidad en el camino
era extraordinariamente elevada, por lo que se ordenó a los mozos que
sólo se llevaran a los
lactantes bautizados y entre éstos, únicamente a aquéllos
provistos del correspondiente
permiso de transporte, que debía estampillarse en Ruen, y como el
niño Grenouille no estaba
bautizado ni poseía tampoco un nombre que pudiera escribirse en la
autorización, y como, por
añadidura, no era competencia de la policía poner en las puertas
de la inclusa a una criatura
anónima sin el cumplimiento de las debidas formalidades por una serie
de dificultades de
índole burocratico y administrativo que parecían concurrir
en el caso de aquel niño determinado
y porque, por otra parte, el tiempo apremiaba, el oficial de policía La
Fosse se retractó de su
decisión inicial y ordenó entregar al niño a una
institución religiosa, previa exigencia de un
recibo, para que allí lo bautizaran y decidieran sobre su destino
ulterior. Se deshicieron de él en
el convento de Saint-Merri de la Rue Saint-Martin, donde recibió en el
bautismo el nombre de
Jean-Baptiste. Y como el prior estaba aquellos días de muy buen humor y
sus fondos para
beneficencia aún no se habían agotado, en vez de enviar al
niño a Ruen, decidió criarlo a
expensasdel convento y con este fin lo hizo entregar a una nodriza llamada
Jeanne Bussie,
que vivía en la Rue Saint-Denis y a la cual se acordó pagar tres
francos semanales por sus
cuidados.
2
Varias semanas después la nodriza Jeanne Bussie se presentó ante
la puerta del
convento de Saint-Merri con una cesta en la mano y dijo al padre Terrier, un
monje calvo de
unos cincuenta años, que olía ligeramente a vinagre:
'Ahí lo tiene!' y depositó la cesta en el
umbral.
--¿Qué es esto? -preguntó Terrier, inclinandose
sobre la cesta y olfateando, pues
presentía algo comestible.
--El bastardo de la infanticida de la Rue aux Fers!
El padre metió un dedo en la cesta y descubrió el rostro del niño dormido.
--Tiene buen aspecto. Sonrosado y bien nutrido.
--Porque se ha atiborrado de mi leche, porque me ha chupado hasta los huesos.
Pero esto se
acabó. Ahora ya podéis alimentarlo vosotros con leche de cabra,
con papilla y con zumo de
remolacha. Lo devora todo, el bastardo.
El padre Terrier era un hombre comodón. Tenía a su cargo la
administración de los
fondos destinados a beneficencia, la repartición del dinero entre los pobres y necesitados, y
esperaba que se le dieran las gracias por ello y no se le importunara con nada
mas. Los
detalles técnicos le disgustaban mucho porque siempre significaban
dificultades y las
dificultades significaban una perturbación de su tranquilidad de
animo que no estaba dispuesto
a permitir. Se arrepintió de haber abierto elportal y deseó que
aquella persona cogiera la cesta,
se marchara a su casa y le dejara en paz con sus problemas acerca del lactante. Se
enderezó
con lentitud y al respirar olió el aroma de leche y queso de oveja que
emanaba de la nodriza.
Era un aroma agradable.
--No comprendo qué quieres. En verdad, no comprendo a dónde quieres
ir a parar. Sólo sé que
a este niño no le perjudicaría en absoluto que le dieras el pecho
todavía un buen tiempo.
--A él, no -replicó la nodriza-, sólo a mí. He
adelgazado casi cinco kilos, a pesar de que he
comido para tres. ¿Y por cuanto? Por tres francos semanales!
--Ah, ya lo entiendo -dijo Terrier, casi con alivio-, ahora lo veo claro. Se
trata otra vez de dinero.
--No! -exclamó la nodriza.
--Claro que sí! Siempre se trata de dinero. Cuando alguien llama a esta
puerta, se trata de
dinero. Me gustaría abrirla una sola vez a una persona que viniera por
otro motivo. Para
traernos un pequeño obsequio, por ejemplo, un poco de fruta o un par de
nueces. En otoño hay
muchas cosas que nos podrían traer. Flores,
quiza .O solamente que alguien viniera a decir en
tono amistoso: 'Dios sea con vos, padre Terrier, os deseo muy buenos
días!' Pero esto no me
ocurrira nunca. Cuando no es un mendigo, es un vendedor, y cuando no es
un vendedor, es un
artesano, y quien no quiere limosna, presenta una cuenta. Ya no puedo salir a
la calle. Cada
vez que salgo, no doy ni tres pasos sin verme rodeado de individuos que me
pidendinero!
--Yo no -insistió la nodriza.
--Pero te diré una cosa: no eres la única nodriza de la
diócesis. Hay centenares de amas de
cría de primera clase que competiran entre sí por dar el
pecho o criar con papillas, zumos u
otros alimentos a este niño encantador por tres francos a la semana
--!Entonces, déselo a una de ellas
--Pero, por otra parte, tanto cambio no es bueno para un niño.
Quién sabe si otra leche le
sentaría tan bien como
la tuya. Ten en cuenta que esta acostumbrado al aroma de tu pecho y al
latido de tu corazón.
Y aspiró de nuevo profundamente la calida fragancia emanada por
la nodriza, añadiendo,
cuando se dio cuenta de que sus palabras no habían causado ninguna
impresión:
--!Llévate al niño a tu casa Hablaré del asunto con el
prior y le propondré que en lo sucesivo te
dé cuatro francos semanales.
--No -rechazó la nodriza.
--Esta bien. !Cinco
--No.
--¿Cuanto pides, entonces? -gritó Terrier-. !Cinco francos
son un montón de dinero por el
insignificante trabajo de alimentar a un niño pequeño
--No pido dinero -respondió la nodriza-; sólo quiero sacar de mi
casa este bastardo.
--Pero ¿por qué, buena mujer? -preguntó Terrier, volviendo
a meter el dedo en la cesta-. Es un
niño precioso, tiene buen color, no grita, duerme bien y esta
bautizado.
--Esta poseído por el demonio.
Terrier sacó la mano de la cesta a toda prisa.
--!Imposible Es absolutamente imposible que un niño de pecho esté
poseído por el demonio.
Un niñode pecho no es un ser humano, sólo un proyecto y
aún no tiene el alma formada del
todo. Por consiguiente, carece de interés para el demonio. ¿Acaso
habla ya? ¿Tiene
convulsiones? ¿Mueve las cosas de la habitación? ¿Despide
mal olor?
--No huele a nada en absoluto -contestó la nodriza.
--¿Lo ves? Esto es una señal inequívoca. Si estuviera
poseído por el demonio, apestaría.
Y con objeto de tranquilizar a la nodriza y poner a prueba el propio valor,
Terrier levantó la
cesta y la sostuvo bajo su nariz.
--No huelo a nada extraño -dijo, después de olfatear un momento-,
a nada fuera de lo común.
Sólo el pañal parece despedir algo de olor. -Y acercó la
cesta a la nariz de la mujer para que
confirmara su impresión.
--No me refiero a eso -dijo la nodriza en tono desabrido, apartando la cesta-.
No me refiero al
contenido del
pañal. Sus excrementos huelen. Es él, el propio bastardo, el que
no huele a nada.
--Porque esta sano -gritó Terrier-, porque esta sano, !por
esto no huele! Es de sobra conocido
que sólo huelen los niños enfermos. Todo el mundo sabe que un
niño atacado por las viruelas
huele a estiércol de caballo y el que tiene escarlatina, a manzanas
pasadas y el tísico, a
cebolla. Esta sano, no le ocurre nada mas. ¿Acaso tiene
que apestar? ¿Apestan acaso tus
propios hijos?
--No -respondió la nodriza-. Mis hijos huelen como deben oler los seres humanos.
Terrier dejó cuidadosamente la cesta en el suelo porque sentía
brotar en su interiorlas
primeras oleadas de ira ante la terquedad de la mujer. No podía
descartar que en el curso de la
disputa acabara necesitando las dos manos para gesticular mejor y no
quería que el niño
resultara lastimado. Ante todo, sin embargo, enlazó las manos a la
espalda, tendió hacia la
nodriza su prominente barriga y preguntó con severidad:
--¿Acaso pretendes saber cómo debe oler un ser humano que, en
todo caso (te lo recuerdo,
puesto que esta bautizado), también es hijo de Dios?
--Sí -afirmó el ama de cría.
--¿Y afirmas ademas que, si no huele como
tú crees que debe oler (!tú, la nodriza Jeanne
Bussie de la Rue Saint-Denis), es una criatura del demonio?
Adelantó la mano izquierda y la sostuvo, amenazadora, con el
índice doblado como
un
signo de interrogación ante la cara de la mujer, que adoptó un
gesto reflexivo. No le gustaba
que la conversación se convirtiera de repente en un interrogatorio
teológico en el que ella
llevaría las de perder.
--Yo no he dicho tal cosa -eludió-. Si la cuestión tiene o no
algo que ver con el demonio, sois
vos quien debe decidirlo, padre Terrier; no es asunto de mi incumbencia. Yo
sólo sé una cosa:
que este niño me horroriza porque no huele como deben oler los lactantes.
--!Aj -exclamó Terrier, satisfecho, dejando caer la mano-. Así
que te retractas de lo del
demonio. Bien. Pero ahora ten la bondad de decirme: ¿Cómo huele
un lactante cuando huele
como tú
crees que debe oler? Vamos, dímelo.
--Huele bien-contestó la nodriza.
--¿Qué significa bien? -vociferó Terrier-. Hay muchas
cosas que huelen bien. Un ramito de
espliego huele bien. El caldo de carne huele bien. Los jardines de Arabia huelen bien. Yo quiero
saber cómo huele un niño de pecho.
La nodriza titubeó. Sabía muy bien cómo olían los
niños de pecho, lo sabía con gran
precisión, no en balde había alimentado, cuidado, mecido y besado
a docenas de ellos Era
capaz de encontrarlos de noche por el olor, ahora mismo tenía el olor de
los lactantes en la
nariz, pero todavía no lo había descrito nunca con palabras.
--¿Y bien? -apremió Terrier, haciendo castañetear las
uñas.
--Pues -empezó la nodriza- no es facil de decir porque
porque no huelen igual por todas
partes, aunque todas huelen bien. Veréis, padre, los pies, por ejemplo,
huelen como una piedra
lisa y caliente no, mas bien como el
requesón o como
la mantequilla eso es, huelen a
mantequilla fresca. Y el cuerpo huele como
una galleta mojada en leche. Y la cabeza, en la
parte de arriba, en la coronilla, donde el pelo forma un remolino,
¿veis, padre?, aquí, donde vos
ya no tenéis nada -y tocó la calva de Terrier, quien había
enmudecido ante aquel torrente de
necios detalles e inclinado, obediente, la cabeza-, aquí, precisamente
aquí es donde huelen
mejor. Se parece al olor del
caramelo, !no podéis imaginar, padre, lo dulce y maravilloso que es
Una vez se les ha olido aquí, se les quiere, tanto si son propios
comoajenos. Y así, y no de otra
manera, deben oler los niños de pecho. Cuando no huelen así,
cuando aquí arriba no huelen a
nada, ni siquiera a aire frío, como
este bastardo, entonces Podéis llamarlo como
querais,
padre, pero yo -y cruzó con decisión los brazos sobre el pecho,
lanzando una mirada de asco a
la cesta, como
si contuviera sapos-,!yo, Jeanne Bussie, no me vuelvo con esto a casa.
El padre Terrier levantó con lentitud la cabeza inclinada, se
pasó dos veces un dedo por
la calva, como si quisiera peinarsela,
deslizó como
por casualidad el dedo hasta la punta de la
nariz y olfateó, pensativo.
--¿A caramelo? -preguntó, intentando encontrar de nuevo el
tono severo-. !Caramelo ¿Qué
sabes tú de caramelo? ¿Lo has probado alguna vez?
--No directamente -respondió la nodriza-, pero una vez estuve en un gran
hotel de la Rue SaintHonorè y vi cómo lo hacían con
azúcar fundido y crema. Olía tan bien, que nunca mas lo he
olvidado.
--Esta bien, ya basta -dijo Terrier, apartando el dedo de la nariz-.!
Ahora te ruego que calles Es
muy fatigoso para mí continuar hablando contigo a este nivel. Colijo que
te niegas, por los
motivos que sean, a seguir alimentando al lactante que te había sido
confiado, Jean-Baptiste
Grenouille, y que lo pones de nuevo bajo la tutela del convento de Saint-Merri. Lo encuentro
muy triste, pero no puedo evitarlo. Estas despedida.
Cogió la cesta, respiró una vez mas la calida
fragancia de la lana impregnada de leche,que ya
se dispersaba, y cerró la puerta con cerrojo, tras lo cual se
dirigió a su despacho.
3
El padre Terrier era un hombre culto. No sólo había estudiado
teología, sino también
leído a los filósofos y profundizado ademas en la
botanica y la alquimia. Confiaba en la fuerza
de su espíritu crítico, aunque nunca se habría aventurado,
como
hacían muchos, a poner en
tela de juicio los milagros, los oraculos y la verdad de los textos de
las Sagradas Escrituras,
pese a que en rigor la razón sola no bastaba para explicarlos y a veces
incluso los contradecía.
Prefería abstenerse de ahondar en semejantes problemas, que le
resultaban desagradables y
sólo conseguirían sumirle en la mas penosa inseguridad e
inquietud cuando, precisamente para
servirse de la razón, necesitaba gozar de seguridad y sosiego.
Había cosas, sin embargo,
contra las cuales luchaba a brazo partido y éstas eran las
supersticiones del
pueblo llano:
brujería, cartomancia, uso de amuletos, hechizos, conjuros, ceremonias
en días de luna llena y
otras practicas. !Era muy deprimente ver el arraigo de tales creencias
paganas después de un
milenio de firme establecimiento del
cristianismo La mayoría de casos de las llamadas alianzas
con Satanas y posesiones del
demonio también resultaban, al ser considerados mas de cerca,
un espectaculo supersticioso. Ciertamente, Terrier no iría tan
lejos como para negar la
existencia de Satanas o dudar de su poder; la resolución de
semejantesproblemas,
fundamentales en la teología, incumbía a esferas que estaban
fuera del
alcance de un simple
monje. Por otra parte, era evidente que cuando una persona ingenua como aquella nodriza
afirmaba haber descubierto a un espíritu maligno, no podía
tratarse del
demonio. Su misma
creencia de haberlo visto era una prueba segura de que no existía
ninguna intervención
demoníaca, puesto que el diablo no sería tan tonto como para dejarse
sorprender por la nodriza
Jeanne Bussie. !Y encima aquella historia de la nariz !Del primitivo
órgano del olfato, el mas
bajo de los sentidos !Como si el infierno oliera a azufre y el paraíso a
incienso y mirra La peor
de las supersticiones, que se remontaba al pasado mas remoto y pagano,
cuando los hombres
aún vivían como animales, no poseían la vista aguda, no
conocían los colores, pero se creían
capaces de oler la sangre y de distinguir por el olor entre amigos y enemigos,
se veían a sí
mismos husmeados por gigantes caníbales, hombres lobos y Furias, y
ofrecían a sus horribles
dioses holocaustos apestosos y humeantes. !Qué espanto 'Ve el loco
con la nariz' mas que con
los ojos y era probable que la luz del
don divino de la razón tuviera que brillar mil años mas
antes de que desaparecieran los últimos restos de la religión
primitiva.
--!Ah, y el pobre niño !La inocente criatura Yace en la canasta y
dormita, ajeno a las
repugnantes sospechas concebidas contra él. Esa desvergonzada osa
afirmar que no hueles
comodeben oler los hijos de los hombres. ¿Qué te parece?
¿Qué dices a esto, eh,
chiquirrinín?
Y meciendo después con cuidado la cesta sobre sus rodillas,
acarició con un dedo la cabeza
del
niño, diciendo de vez en cuando 'chiquirrinín' porque
lo consideraba una expresión cariñosa
y tranquilizadora para un lactante.
--Dicen que debes oler a caramelo. !Vaya tontería ¿Verdad,
chiquirrinín?
Al cabo de un rato se llevó el dedo a la nariz y olfateó, pero
sólo olió ala col fermentada que
había comido al mediodía.
Vaciló un momento, miró a su alrededor por si le observaba
alguien, levantó la cesta y
hundió en ella su gruesa nariz. La bajó mucho, hasta que los
cabellos finos y rojizos del
niño le
hicieron cosquillas en la punta, e inspiró sobre la cabeza con la
esperanza de captar algún olor.
No sabía con certeza a qué debían oler las cabezas de los
lactantes pero, naturalmente, no a
caramelo, esto seguro, porque el caramelo era azúcar fundido y un lactante
que sólo había
tomado leche no podía oler a azúcar fundido. A leche, en cambio,
sí, a leche de nodriza, pero
tampoco olía a leche. También podía oler a cabellos, a
piel y cabellos y tal vez un poquito a
sudor infantil. Y Terrier olfateó, imaginandose que olería
a piel, cabellos y un poco a sudor
infantil. Pero no olió a nada. Absolutamente a nada. Por lo visto, los
lactantes no huelen a nada,
pensó, debe ser esto. Un niño de pecho siempre limpio y bien
lavado no debe oler, del
mismo
modo queno habla ni corre ni escribe. Estas cosas llegan con la edad. De hecho,
el ser
humano no despide ningún olor hasta que alcanza la pubertad. Ésta
es la razón y no otra.
¿Acaso no escribió Horacio: 'Esta en celo el
adolescente y exhala la doncella la fragancia de un
narciso blanco en flor'? !Y los romanos entendían bastante de
estas cosas El olor de los
seres humanos es siempre un aroma carnal y por lo tanto pecaminoso, y,
¿a qué podría oler un
niño de pecho que no conoce ni en sueños los pecados de la carne?
¿A qué podría oler,
chiquirrinín? !A nada
Se había colocado de nuevo la cesta sobre las rodillas y la mecía
con suavidad. El niño
seguía durmiendo profundamente. Tenía el puño derecho,
pequeño y rojo, encima de la colcha
y se lo llevaba con suavidad de vez en cuando a la mejilla. Terrier
sonrió y sintió un hondo y
repentino bienestar. Por un momento se permitió el fantastico
pensamiento de que era él el
padre del
niño. No era ningún monje, sino un ciudadano normal, un
habil artesano, tal vez, que
se había casado con una mujer calida, que olía a leche y
lana, con la cual había engendrado un
hijo que ahora mecía sobre sus propias rodillas, su propio hijo,
¿eh, chiquirrinín? Este
pensamiento le infundió bienestar, era una idea llena de sentido. Un
padre mece a su hijo sobre
las rodillas, ¿verdad chiquirrinín?, la imagen era tan vieja como el mundo y
sería a la vez
siempre nueva y hermosa mientras el mundo existiera. !Ah, sí
Terriersintió calor en el corazón y
su animo se tornó sentimental.
Entonces el niño se despertó. Se despertó primero con la
nariz. La naricilla se movió, se
estiró hacia arriba y olfateó. Inspiró aire y lo
expiró a pequeñas sacudidas, como en un
estornudo incompleto. Luego se arrugó y el niño abrió los
ojos. Los ojos eran de un color
indefinido, entre gris perla y blanco opalino tirando a cremoso, cubiertos por
una especie de
película viscosa y al parecer todavía poco adecuados para la
visión. Terrier tuvo la impresión de
que no le veían. La nariz, en cambio, era otra cosa. Así como los
ojos mates del niño
bizqueaban sin ver, la nariz parecía apuntar hacia un blanco fijo y
Terrier tuvo la extraña
sensación de que aquel blanco era él, su persona, el propio
Terrier. Las diminutas ventanillas
de la nariz y los diminutos orificios en el centro del
rostro infantil se esponjaron como
un capullo
al abrirse. O mas bien como las hojas de
aquellas pequeñas plantas carnívoras que se
cultivaban en el jardín botanico del rey. Y al igual que éstas,
parecían segregar un misterioso
líquido. A Terrier se le antojó que el niño le veía
con la nariz, de un modo mas agudo, inquisidor
y penetrante de lo que puede verse con los ojos, como si a través de su
nariz absorbiera algo
que emanaba de él, Terrier, algo que no podía detener ni
ocultar !El niño inodoro le olía con el
mayor descaro, eso era !Le husmeaba Y Terrier se imaginó de pronto a
sí mismo apestando asudor y a vinagre, a chucrut y a ropa sucia. Se vio
desnudo y repugnante y se sintió
escudriñado por alguien que no revelaba nada de sí mismo. Le
pareció incluso que le olfateaba
hasta atravesarle la piel para oler sus entrañas. Los sentimientos
mas tiernos y las ideas mas
sucias quedaban al descubierto ante aquella pequeña y vida nariz, que
aún no era una nariz de
verdad, sino sólo un botón, un órgano minúsculo y
agujereado que no paraba de retorcerse,
esponjarse y temblar. Terrier sintió terror y asco y arrugó la
propia nariz como
ante algo
maloliente cuya proximidad le repugnase. Olvidó la dulce y atrayente
idea de que podía ser su
propia carne y sangre. Rechazó el idilio sentimental de padre e hijo y
madre fragante. Quedó
rota la agradable y acogedora fantasía que había tejido en torno
a sí mismo y al niño. Sobre sus
rodillas yacía un ser extraño y frío, un animal hostil, y
si no hubiera tenido un caracter
mesurado, imbuido de temor de Dios y de criterios racionales, lo habría
lanzado lejos de sí en
un arranque de asco, como
si se tratase de una araña.
Se puso en pie de un salto y dejó la cesta sobre la mesa. Quería
deshacerse de
aquello lo mas de prisa posible, lo antes posible, inmediatamente.
Y entonces aquello empezó a gritar. Apretó los ojos, abrió
las fauces rojas y chilló de forma tan
estridente que a Terrier se le heló la sangre en las venas.
Sacudió la cesta con el brazo estirado
y chilló 'chiquirrinín' para hacer callar
alniño, pero éste intensificó sus alaridos y el rostro se
le
amorató como
si estuviera a punto de estallar a fuerza de gritos.
!A la calle con él, pensó Terrier, a la calle inmediatamente con
este 'demonio' estuvo
a punto de decir, pero se dominó a tiempo !a la calle con este
monstruo, este niño
insoportable Pero ¿a dónde lo llevo? Conocía a una docena
de nodrizas y orfanatos del barrio,
pero estaban demasiado cerca, demasiado próximos a su persona,
tenía que llevar aquello mas
lejos, tan lejos que no pudieran oírlo, tan lejos que no pudieran
dejarlo de nuevo ante la puerta
en cualquier momento; a otra diócesis, si era posible, y a la otra
orilla, todavía mejor, y lo mejor
de todo extramuros, al Faubourg Saint-Antoine, !eso mismo Allí llevaría
al diablillo chillón, hacia
el este, muy lejos, pasada la Bastilla, donde cerraban las puertas de noche.
Y se recogió la sotana, agarró la cesta vociferante y echó
a correr por el laberinto de
callejas hasta la Rue du Faubourg Saint-Antoine, y de allí por la orilla
del Sena hacia el este y
fuera de la ciudad, muy, muy lejos, hasta la Rue de Charonne y el extremo de
ésta, donde
conocía las señas, cerca del convento de la Madeleine de
Trenelle, de una tal madame Gaillard,
que aceptaba a niños de cualquier edad y condición, siempre que
alguien pagara su hospedaje,
y allí entregó al niño, que no había cesado de
gritar, pagó un año por adelantado, regresó
corriendo a la ciudad y, una vez llegado alconvento, se despojó de sus
ropas como si
estuvieran contaminadas, se lavó de pies a cabeza y se acostó en
su celda, se santiguó
muchas veces, oró largo rato y por fin, aliviado, concilió el
sueño.
4
Aunque no contaba todavía treinta años, madame Gaillard ya
tenía la vida a sus
espaldas. Su aspecto exterior correspondía a su verdadera edad, pero al
mismo tiempo
aparentaba el doble, el triple y el céntuplo de sus años, es
decir, parecía la momia de una
jovencita. Interiormente, hacía mucho tiempo que estaba muerta. De
niña había recibido de su
padre un golpe en la frente con el atizador, justo encima del arranque de la
nariz, y desde
entonces carecía del sentido del olfato y de toda sensación de
frío y calor humano, así como de
cualquier pasión. Tras aquel único golpe, la ternura le fue tan
ajena como la aversión, y la
alegría tan extraña como
la desesperanza. No sintió nada cuando mas tarde cohabitó
con un
hombre y tampoco cuando parió a sus hijos. No lloró a los que se
le murieron ni se alegró de los
que le quedaron. Cuando su marido le pegaba, no se estremecía, y no
experimentó ningún
alivio cuando él murió del
cólera en el Hotel-
Dieu. Las dos
únicas sensaciones que conocía
eran un ligerísimo decaimiento cuando se aproximaba la jaqueca mensual y
una ligerísima
animación cuando desaparecía. Salvo en estos dos casos, aquella
mujer muerta no sentía
nada.
Por otra parte o tal vez precisamente a causa de su total falta de
emoción,madame
Gaillard poseía un frío sentido del orden y de la justicia. No
favorecía a ninguno de sus pupilos,
pero tampoco perjudicaba a ninguno. Les daba tres comidas al día y ni un
bocado mas.
Cambiaba los pañales a los mas pequeños tres veces
diarias, pero sólo hasta que cumplían
dos años. El que se ensuciaba los calzones a partir de entonces
recibía en silencio una
bofetada y una comida de menos. La mitad justa del
dinero del
hospedaje era para la
manutención de los niños, la otra mitad se la quedaba ella. En
tiempos de prosperidad no
intentaba aumentar sus beneficios, pero en los difíciles no
añadía ni un 'sou', aunque se
presentara un caso de vida o muerte. De otro modo el negocio no habría
sido rentable para ella.
Necesitaba el dinero y lo había calculado todo con exactitud.
Quería disfrutar de una pensión en
su vejez y ademas poseer lo suficiente para poder morir en su casa y no
estirar la pata en el
H4tel-Dieu, como
su marido. La muerte de éste la había dejado fría, pero le
horrorizaba morir en
público junto a centenares de personas desconocidas. Quería poder
pagarse una muerte
privada y para ella necesitaba todo el margen del
dinero del
hospedaje. Era cierto que algunos
inviernos se le morían tres o cuatro de las dos docenas de
pequeños pupilos, pero aun así su
porcentaje era mucho menor que el de la mayoría de otras madres
adoptivas, para no hablar de
las grandes inclusas estatales o religiosas, donde solían morir nueve de
cadadiez niños. Claro
que era muy facil reemplazarlos. París producía anualmente
mas de diez mil niños
abandonados, bastardos y huérfanos, así que las bajas apenas se
notaban.
Para el pequeño Grenouille, el
establecimiento de madame Gaillard fue una bendición.
Seguramente no habría podido sobrevivir en ningún otro lugar.
Aquí, en cambio, en casa de
esta mujer pobre de espíritu, se crió bien. Era de
constitución fuerte; quien sobrevive al propio
nacimiento entre desperdicios, no se deja echar de este mundo así como así.
Podía tomar día
tras día sopas aguadas, nutrirse con la leche mas diluida y
digerir las verduras mas podridas y
la carne en mal estado. Durante su infancia sobrevivió al
sarampión, la disentería, la varicela, el
cólera, una caída de seis metros en un pozo y la escaldadura del pecho con agua
hirviendo.
Como
consecuencia de todo ello le quedaron cicatrices, arañazos, costras y un
pie algo
estropeado que le hacía cojear, pero vivía. Era fuerte como una bacteria resistente, y frugal
como la
garrapata, que se inmoviliza en un arbol y vive de una minúscula
gota de sangre que
chupó años atras. Una cantidad mínima de alimento y
de ropa bastaba para su cuerpo. Para el
alma no necesitaba nada. La seguridad del
hogar, la entrega, la ternura, el amor -o como
se
llamaran las cosas consideradas necesarias para un niño- eran totalmente
superfluas para el
niño Grenouille. Casi afirmaríamos que él mismo las
había convertido en superfluasdesde el
principio, a fin de poder sobrevivir. El grito que siguió a su
nacimiento, el grito exhalado bajo el
mostrador donde se cortaba el pescado, que sirvió para llamar la
atención sobre sí mismo y
enviar a su madre al cadalso, no fue un grito instintivo en demanda de
compasión y amor, sino
un grito bien calculado, casi diríamos calculado con madurez, mediante
el cual el recién nacido
se decidió 'contra' el amor y 'a favor' de la vida.
Dadas las circunstancias, ésta sólo era posible
sin aquél, y si el niño hubiera exigido ambas cosas, no cabe duda
de que habría perecido sin
tardanza. En aquel momento habría podido elegir la segunda posibilidad
que se le ofrecía,
callar y recorrer el camino del nacimiento a la muerte sin el desvío de
la vida, ahorrando con ello
muchas calamidades a sí mismo y al mundo, pero tan prudente
decisión habría requerido un
mínimo de generosidad innata y Grenouille no la poseía. Fue un
monstruo desde el mismo
principio. Eligió la vida por pura obstinación y por pura maldad.
Como es natural, no decidió como decide un hombre
adulto, que necesita una mayor o
menor sensatez y experiencia para escoger entre diferentes opciones.
Adoptó su decisión de un
modo vegetativo, como
decide una judía desechada si ahora debe germinar o continuar en su
estado actual.
O como aquella garrapata del arbol, para la cual la vida es
sólo una perpetua
invernación. La pequeña y fea garrapata, que forma una bola con
su cuerpo de color grisplomizo para ofrecer al mundo exterior la menor
superficie posible; que hace su piel dura y lisa
para no secretar nada, para no transpirar ni una gota de sí misma. La
garrapata, que se
empequeñece para pasar desapercibida, para que nadie la vea y la pise.
La solitaria garrapata,
que se encoge y acurruca en el arbol, ciega, sorda y muda, y sólo
husmea, husmea durante
años y a kilómetros de distancia la sangre de los animales
errantes, que ella nunca podra
alcanzar por sus propias fuerzas. Podría dejarse caer; podría
dejarse caer al suelo del
bosque,
arrastrarse unos milímetros con sus seis patitas minúsculas y
dejarse morir bajo las hojas, lo
cual Dios sabe que no sería ninguna lastima. Pero la garrapata,
terca, obstinada y repugnante,
permanece acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la casualidad mas
improbable le lleve
la sangre en forma de un animal directamente bajo su arbol. Sólo
entonces abandona su
posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la carne ajena
Igual que esta garrapata era el niño Grenouille. Vivía encerrado
en sí mismo como
en
una capsula y esperaba mejores tiempos. sus excrementos eran todo lo que
daba al mundo; ni
una sonrisa, ni un grito, ni un destello en la mirada, ni siquiera el propio
olor. Cualquier otra
mujer habría echado de su casa a este niño monstruoso. No
así madame Gaillard. No podía
oler la falta de olor del niño y no esperaba ninguna emoción de
él porque su propia alma estaba
sellada.En cambio, los otros niños intuyeron en seguida que Grenouille
era distinto. El nuevo les
infundió miedo desde el primer día; evitaron la caja donde estaba
acostado y se acercaron
mucho a sus compañeros de cama, como si hiciera mas frío
en la habitación. Los mas
pequeños gritaron muchas veces durante la noche, como si una corriente
de aire cruzara el
dormitorio. Otros soñaron que algo les quitaba el aliento. Un día
los mayores se unieron para
ahogarlo y le cubrieron la cara con trapos, mantas y paja y pusieron encima de
todo ello unos
ladrillos. Cuando madame Gaillard lo desenterró a la mañana
siguiente, estaba magullado y
azulado, pero no muerto. Lo intentaron varias veces mas, en vano. Estrangularlo
con las
propias manos o taponarle la boca o la nariz habría sido un
método mas seguro, pero no se
atrevieron. No querían tocarlo; les inspiraba el mismo asco que una
araña gorda a la que no se
quiere aplastar con la mano.
Cuando creció un poco, abandonaron los intentos de asesinarlo. Se
habían convencido de que
era indestructible. En lugar de esto, le rehuían, corrían para
apartarse de él y en todo momento
evitaban cualquier contacto. No lo odiaban, ni tampoco estaban celosos de
él o avidos de su
comida. En casa de madame Gaillard no existía el menor motivo para estos
sentimientos. Les
molestaba su presencia, simplemente. No podían percibir su olor. Le
tenían miedo.
5
Y no obstante, visto de manera objetiva, no tenía nada queinspirase
miedo. No era muy
alto -cuando creció- ni robusto; feo, desde luego, pero no hasta el
extremo de causar espanto.
No era agresivo ni torpe ni taimado y no provocaba nunca; prefería
mantenerse al margen.
Tampoco su inteligencia parecía desmesurada. Hasta los tres años no
se puso de pie y no dijo
la primera palabra hasta los cuatro; fue la palabra 'pescado', que
pronunció como un eco en un
momento de repentina excitación cuando un vendedor de pescado
pasó por la Rue de
Charonne anunciando a gritos su mercancía. Sus siguientes palabras
fueron 'pelargonio',
'establo de cabras', 'berza' y 'Jacques lorreur!,
nombre este último de un ayudante de jardinero
del contiguo convento de las Filles de la Croix, que de vez en cuando realizaba
trabajos
pesados para madame Gaillard y se distinguía por no haberse lavado ni
una sola vez en su
vida. Los verbos, adjetivos y preposiciones le resultaban mas
difíciles. Hasta el 'sí' y el 'no' que, por
otra parte, tardó mucho en pronunciar-, sólo dijo sustantivos o,
mejor dicho, nombres
propios de cosas concretas, plantas, animales y hombres, y sólo cuando
estas cosas, plantas,
animales u hombres, le sorprendían de improviso por su olor.
Sentado al sol de marzo sobre un montón de troncos de haya, que
crujían por el calor,
pronunció por primera vez la palabra 'leña'.
Había visto leña mas de cien veces y oído la
palabra otras tantas y, ademas, comprendía su significado porque
en invierno le enviaban muy
amenudo en su busca. Sin embargo, nunca le había interesado lo
suficiente para pronunciar su
nombre, lo cual hizo por primera vez aquel día de marzo, mientras estaba
sentado sobre el
montón de troncos, colocados como un banco bajo el tejado saliente del
cobertizo de madame
Gaillard, que daba al sur. Los troncos superiores tenían un olor
dulzón de madera chamuscada,
los inferiores olían a musgo y la pared de abeto rojo del cobertizo
emanaba un calido aroma de
resina.
Grenouille, sentado sobre el montón de troncos con las piernas estiradas
y la espalda apoyada
contra la pared del cobertizo, había cerrado los ojos y estaba
inmóvil. No veía, oía ni sentía
nada, sólo percibía el olor de la leña, que le
envolvía y se concentraba bajo el tejado como bajo
una cofia. Aspiraba este olor, se ahogaba en él, se impregnaba de
él hasta el último poro, se
convertía en madera, en un muñeco de madera, en un Pinocho,
sentado como muerto sobre los
troncos hasta que, al cabo de mucho rato, tal vez media hora, vomitó la
palabra 'madera', la
arrojó por la boca como si estuviera lleno de madera hasta las orejas,
como si pugnara por salir
de su garganta después de invadirle la barriga, el cuello y la nariz. Y
esto le hizo volver en sí y
le salvó cuando la abrumadora presencia de la madera, su aroma,
amenazaba con ahogarle.
Se despertó del todo con un sobresalto, bajó resbalando por los
troncos y se alejó
tambaleandose, como si tuviera piernas de madera. Aún
variosdías después seguía muy
afectado por la intensa experiencia olfatoria y cuando su recuerdo le asaltaba
con demasiada
fuerza, murmuraba 'madera, madera', como si fuera un conjuro.
Así aprendió a hablar. Las palabras que no designaban un objeto
oloroso, o sea, los
conceptos abstractos, ante todo de índole ética y moral, le
presentaban serias dificultades. No
podía retenerlas, las confundía entre sí, las usaba,
incluso de adulto, a la fuerza y muchas
veces impropiamente: justicia, conciencia, Dios, alegría,
responsabilidad; humildad, gratitud,
etcétera, expresaban ideas enigmaticas para él.
Por el contrario, el lenguaje corriente habría resultado pronto escaso
para designar
todas aquellas cosas que había ido acumulando como conceptos olfativos.
Pronto, no olió
solamente a madera, sino a clases de madera, arce, roble, pino, olmo, peral, a
madera vieja,
joven, podrida, mohosa, musgosa e incluso a troncos y astillas individuales y a
distintas clases
de serrín y los distinguía entre sí como objetos
claramente diferenciados, como ninguna otra
persona habría podido distinguirlos con los ojos. Y lo mismo le
ocurría con otras cosas. Sabía
que aquella bebida blanca que madame Gaillard daba todas las mañanas a
sus pupilos se
llamaba sólo leche, aunque para Grenouille cada mañana
olía y sabía de manera distinta,
según lo caliente que estaba la vaca de que procedía, el alimento
de esta vaca, la cantidad de
nata que contenía, etcétera, que el humo,aquella mezcla de
efluvios que constaba de cien
aromas diferentes y cuyo tornasol se transformaba no ya cada minuto, sino cada
segundo,
formando una nueva unidad, como el humo del fuego, sólo tenía un
nombre, 'humo'que la
tierra, el paisaje, el aire, que a cada paso y a cada aliento eran invadidos
por un olor distinto y
animados, en consecuencia, por otra identidad, sólo se designaban con
aquellas tres simples
palabras Todas estas grotescas desproporciones entre la riqueza del mundo
percibido por el
olfato y la pobreza del lenguaje hacían dudar al joven Grenouille del
sentido de la lengua y sólo
se adaptaba a su uso cuando el contacto con otras personas lo hacía
imprescindible.
A los seis años ya había captado por completo su entorno mediante
el olfato. No había
ningún objeto en casa de madame Gaillard, ningún lugar en el
extremo norte de la Rue de
Charonne, ninguna persona, ninguna piedra, ningún arbol, arbusto
o empalizada, ningún rincón,
por pequeño que fuese, que no conociera, reconociera y retuviera en su
memoria olfativamente,
con su identidad respectiva. Había reunido y tenía a su
disposición diez mil, cien mil aromas
específicos, todos con tanta claridad, que no sólo se acordaba de
ellos cuando volvía a olerlos,
sino que los olía realmente cuando los recordaba; y aún
mas, con su sola fantasía era capaz de
combinarlos entre sí, creando nuevos olores que no existían en el
mundo real. Era como si
poseyera un inmenso vocabulariode aromas que le permitiera formara voluntad
enormes
cantidades de nuevas combinaciones olfatorias a una edad en que otros
niños tartamudeaban
con las primeras palabras aprendidas, las frases convencionales, a todas luces
insuficientes
para la descripción del mundo. Si acaso, lo único con que
podía compararse su talento era la
aptitud musical de un niño prodigio que hubiera captado en las
melodías y armonías el alfabeto
de los distintos tonos y ahora compusiera él mismo nuevas
melodías y armonías, con la
salvedad de que el alfabeto de los olores era infinitamente mayor y mas
diferenciado que el de
los tonos, y también de que la actividad creadora del niño
prodigio Grenouille se desarrollaba
únicamente en su interior y no podía ser percibida por nadie
mas que por él mismo.
Se fue volviendo cada vez mas introvertido. Le gustaba vagar solo y sin
rumbo por la
parte norte del Faubourg Saint-Antoine, cruzando huertos, viñas y
prados. Muchas veces no
regresaba a casa por la noche y estaba días enteros sin aparecer. Luego
sufría el
correspondiente castigo de los bastonazos sin ninguna expresión de
dolor. Ni el arresto
domiciliario ni el ayuno forzoso ni el trabajo redoblado podían cambiar
su conducta. La
asistencia esporadica de un año y medio a la escuela parroquial
de Notre Dame de Bon
Secours no produjo un efecto aparente. Aprendió a deletrear y a escribir
el propio nombre, pero
nada mas. Su maestro le tenía por un imbécil.
En cambio,madame Gaillard se percató de que poseía determinadas
facultades y
cualidades que eran extraordinarias, por no decir sobrenaturales. Por ejemplo,
parecía
totalmente inmune al temor infantil de la oscuridad y la noche. Se le
podía mandar a cualquier
hora con algún encargo al sótano, o donde los otros niños
no se atrevían a ir ni con una
linterna, o al cobertizo a buscar leña en una noche oscura como boca de
lobo. Y nunca llevaba
consigo una luz, a pesar de lo cual encontraba lo que buscaba y volvía
en seguida con su
carga, sin dar un paso en falso ni tropezar ni derribar nada. Y aún
mas notable era algo que
madame Gaillard creía haber comprobado: daba la impresión de que
veía a través del papel, la
tela o la madera y, sí, incluso a través de las paredes y las
puertas cerradas. Sabía cuantos
niños y cuales de ellos se hallaban en el dormitorio sin haber
entrado en él y también sabía
cuando se escondía una oruga en la coliflor antes de partirla. Y
una vez que ella había ocultado
tan bien el dinero, que no lo encontraba (cambiaba el escondite),
señaló sin buscar un segundo
un lugar detras de la viga de la chimenea y en efecto, allí
estaba! Incluso podía ver el futuro,
pues anunciaba la visita de una persona mucho antes de su llegada y
predecía infaliblemente la
proximidad de una tormenta antes de que apareciera en el cielo la mas
pequeña nube. Madame
Gaillard no habría imaginado ni en sueños, ni siquiera aunque el
atizador le hubiera dejadoindemne el sentido del olfato, que todo esto no lo
veía con los ojos, sino que lo husmeaba con
una nariz que cada vez olía con mas intensidad y
precisión: la oruga en la col, el dinero detras
de la viga, las personas a través de las paredes y a una distancia de
varias manzanas. Estaba
convencida de que el muchacho -imbécil o no- era un vidente y como
sabía que los videntes
ocasionaban calamidades e incluso la muerte, empezó a sentir miedo, un
miedo que se
incrementó ante la insoportable idea de vivir bajo el mismo techo con
alguien que tenía el don
de ver a través de paredes y vigas un dinero escondido cuidadosamente,
por lo que en cuanto
descubrió esta horrible facultad de Grenouille ardió en deseos de
deshacerse de él y dio la
casualidad de que por aquellas mismas fechas -Grenouille tenía ocho
años- el convento de
Saint-Merri suspendió sus pagos anuales sin indicar el motivo. Madame
Gaillard no hizo
ninguna reclamación; por decoro, esperó otra semana y al no
llegar tampoco entonces el dinero
convenido, cogió al niño de la mano y fue con él a la
ciudad.
En la Rue de la Mortellerie, cerca del río, conocía a un curtidor
llamado Grimal que tenía
una necesidad notoria de mano de obra joven, no de aprendices u oficiales, sino
de jornaleros
baratos. En el oficio había trabajos -limpiar de carne las pieles
putrefactas de animales, mezclar
líquidos venenosos para curtir y teñir, preparar el tanino
caustico para el curtido- tan peligrosos
queun maestro responsable no los confiaba, si podía evitarlo, a sus
trabajadores
especializados, sino a maleantes sin trabajo, vagabundos e incluso niños
sin amo por los cuales
nadie preguntaba en caso de una desgracia. Como es natural, madame Gaillard
sabía que en el
taller de Grimal, el niño Grenouille tendría pocas probabilidades
de sobrevivir, pero no era mujer
para preocuparse por ello. Ya había cumplido con su deber; el plazo del
hospedaje había
tocado a su fin. Lo que pudiera ocurrirle ahora a su antiguo pupilo no le
concernía en absoluto.
Si sobrevivía, mejor para él, y si moría, daba igual; lo
importante era no infringir la ley. Exigió a
monsieur Grimal una declaración por escrito de que se hacía cargo
del muchacho, firmó por su
parte el recibo de quince francos de comisión y emprendió el regreso
a su casa de la Rue de
Charonne, sin sentir la menor punzada de remordimiento. Por el contrario,
creía haber obrado
no sólo bien, sino ademas con justicia, puesto que seguir
manteniendo a un niño por el que
nadie pagaba redundaría en perjuicio de los otros niños e incluso
de sí misma y pondría en
peligro el futuro de los demas pupilos y su propio futuro, es decir, su
propia muerte privada, que
era el único deseo que tenía en la vida.
Dado que abandonamos a madame Gaillard en este punto de la historia y no
volveremos a encontrarla mas tarde, queremos describir en pocas palabras
el final de sus días.
Aunque muerta interiormente desde niña,madame Gaillard alcanzó
para su desgracia una edad
muy avanzada. En 1782, con casi setenta años, cerró su negocio y
se dedicó a vivir de renta en
su pequeña vivienda, esperando la muerte. Pero la muerte no llegaba. En
su lugar llegó algo
con lo que nadie en el mundo habría podido contar y que jamas
había sucedido en el país, a
saber, una revolución, o sea una transformación radical del
conjunto de condiciones sociales,
morales y trascendentales. Al principio, esta revolución no
afectó en nada al destino personal
de madame Gaillard. Sin embargo, con posterioridad -cuando casi tenía
ochenta años-, sucedió
que el hombre que le pagaba la renta se vio obligado a emigrar y sus bienes
fueron
expropiados y pasaron a manos de un fabricante de calzas. Durante algún
tiempo pareció que
tampoco este cambio tendría consecuencias fatales para madame Gaillard,
ya que el fabricante
de calzas siguió pagando puntualmente la renta. No obstante,
llegó un día en que le pagó el
dinero no en monedas contantes y sonantes, sino en forma de pequeñas
hojas de papel
impreso, y esto marcó el principio de su fin material.
Pasados dos años, la renta ya no llegaba ni para pagar la leña.
Madame Gaillard se vio
obligada a vender la casa, y a un precio irrisorio, ademas, porque de
repente había millares de
personas que, como ella, también tenían que vender su casa. Y de
nuevo le pagaron con
aquellas malditas hojas que al cabo de otros dos años habían
perdido casi todo suvalor, hasta
que en 1797 -se acercaba ya a los noventa- perdió toda la fortuna
amasada com su trabajo
esforzado y secular y fue a alojarse en una diminuta habitación
amueblada de la Rue des
Coquelles. Y entonces, con un retraso de diez o veinte años,
llegó la muerte en forma de un
lento tumor en la garganta que primero le quitó el apetito y luego le
arrebató la voz, por lo que
no pudo articular ninguna protesta cuando se la llevaron al Hotel-Dieu.
Allí la metieron en la
misma sala atestada de moribundos donde había muerto su marido, le
acostaron en una cama
con otras cinco mujeres totalmente desconocidas, que yacían cuerpo
contra cuerpo, y la
dejaron morir durante tres semanas a la vista de todos. Entonces la
introdujeron en un saco,
que cosieron, la tiraron a las cuatro de la madrugada a una carreta junto con
otros cincuenta
cadaveres y la llevaron, acompañada por el repiqueteo de una
campanilla, al recién inaugurado
cementerio de Clamart, a casi dos kilómetros de las puertas de la
ciudad, donde la enterraron
en una fosa común bajo una gruesa capa de cal viva.
Esto sucedió el año 1799. Gracias a Dios, madame Gaillard no
presentía nada de este
destino que tenía reservado cuando aquel día del año 1747
regresó a casa tras abandonar al
muchacho Grenouille y nuestra historia. Es probable que hubiese perdido su fe
en la justicia y
con ella el único sentido de la vida que era capaz de comprender.
6
Después de la primera mirada que dirigióa monsieur Grimal o,
mejor dicho, después del
primer husmeo con que absorbió el aura olfativa de Grimal, supo
Grenouille que este hombre
sería capaz de matarle a palos a la menor insubordinación. Su
vida valía tanto como el trabajo
que pudiera realizar, dependía únicamente de la utilidad que
Grimal le atribuyera, de modo que
Grenouille se sometió y no intentó rebelarse ni una sola vez.
Día tras día concentraba en su
interior toda la energía de su terquedad y espíritu de
contradicción empleandola solamente para
sobrevivir como una garrapata al período glacial que estaba atravesando;
resistente, frugal,
discreto, manteniendo al mínimo, pero con sumo cuidado, la llama de la
esperanza vital. Se
convirtió en un ejemplo de docilidad, laboriosidad y modestia,
obedecía en el acto, se
contentaba con cualquier comida. Por la noche se dejaba encerrar en un
cuartucho adosado al
taller donde se guardaban herramientas y pieles saladas. Allí
dormía sobre el suelo gastado por
el uso. Durante el día trabajaba de sol a sol, en invierno ocho horas y
en verano catorce, quince
y hasta dieciséis; limpiaba de carne las hediondas pieles, las
enjuagaba, pelaba, blanqueaba,
cauterizaba y abatanaba, las impregnaba de tanino, partía leña,
descortezaba abedules y tejos,
bajaba al noque, lleno de vapor caustico, y colocaba pieles y cortezas a
capas, tal como le
indicaban los oficiales, esparcía agallas machacadas por encima y
cubría la espantosa hoguera
con ramas detejo y tierra. Años después tuvo que apartarlo todo
para extraer de su tumba las
pieles momificadas, convertidas en cuero.
Cuando no enterraba o desenterraba pieles, acarreaba agua. Durante meses
acarreó
agua desde el río, cada vez dos cubos, cientos de cubos al día,
pues el taller necesitaba
ingentes cantidades de agua para lavar, ablandar, hervir y teñir.
Durante meses vivió con el
cuerpo siempre húmedo de tanto acarrear agua; por las noches la ropa le
chorreaba y tenía la
piel fría, esponjada y blanda como el cuero lavado.
Al cabo de un año de esta existencia mas animal que humana,
contrajo el antrax
maligno, una temida enfermedad de los curtidores que suele producir la muerte.
Grimal ya le
había desahuciado y empezado a buscar un sustituto- no sin lamentarlo,
porque no había
tenido nunca un trabajador mas frugal y laborioso- cuando Grenouille,
contra todo pronóstico,
superó la enfermedad. Sólo le quedaron cicatrices de los grandes
antrax negros que tuvo
detras de las orejas, en el cuello y en las mejillas, que lo
desfiguraban, afeandolo todavía mas.
Aparte de salvarse, adquirió -ventaja inapreciable- la inmunidad contra
el mal, de modo que en
lo sucesivo podría descarnar con manos agrietadas y ensangrentadas las
pieles mas duras sin
correr el peligro de contagiarse. En esto no sólo se distinguía
de los aprendices y oficiales, sino
también de sus propios sustitutos potenciales. Y como ahora ya no era
tan facil de reemplazar
comoantes, el valor de su trabajo se incrementó y también, por
consiguiente, el valor de su
vida. De improviso ya no tuvo que dormir sobre el santo suelo, sino que pudo
construirse una
cama de madera en el cobertizo y obtuvo paja y una manta propia. Ya no le
encerraban cuando
se acostaba y la comida mejoró. Grimal había dejado de
considerarle un animal cualquiera;
ahora era un animal doméstico útil.
Cuando tuvo doce años, Grimal le concedió medio domingo libre y a
los trece pudo
incluso disponer de una hora todas las noches, después del trabajo, para
hacer lo que quisiera.
Había triunfado, ya que vivía y poseía una porción
de libertad que le bastaba para seguir
viviendo. Había terminado el invierno. La garrapata Grenouille
volvió a moverse; oliscó el aire
matutino y sintió la atracción de la caza. El mayor coto de
olores del mundo le abría sus
puertas: la ciudad de París.
7
Era como el país de Jauja. Sólo el vecino barrio de Saint-Jacques-de-la-Boucherie
y de
Saint Eustache eran Jauja. En las calles adyacentes a la Rue Saint-Denis y la
Rue Saint-Martin
la gente vivía tan apiñada, las casas estaban tan juntas una de
otra, todas de cinco y hasta seis
pisos, que no se veía el cielo y el aire se inmovilizaba sobre el suelo
como en húmedos canales
atiborrados de olores que se mezclaban entre sí: olores de hombres y
animales, de comida y
enfermedad, de agua, piedra, cenizas y cuero, jabón, pan recién
cocido y huevos que se
hervían en vinagre,fideos y latón bruñido, salvia, cerveza
y lagrimas, grasa y paja húmeda y
seca. Miles y miles de aromas formaban un caldo invisible que llenaba las
callejuelas estrechas
y rara vez se volatilizaba en los tejados y nunca en el suelo. Los seres humanos
que allí vivían
ya no olían a nada especial en este caldo; de hecho, había
surgido de ellos y los había
empapado una y otra vez, era el aire que respiraban y del que vivían,
era como un ropaje
calido, llevado largo tiempo, que ya no podían oler y ni siquiera
sentían sobre la piel. En
cambio, Grenouille lo olía todo como por primera vez y no sólo
olía el conjunto de este caldo,
sino que lo dividía analíticamente en sus partes mas
pequeñas y alejadas. Su finísimo olfato
desenredaba el ovillo de aromas y tufos, obteniendo hilos sueltos de olores
fundamentales
indivisibles. Destramarlos e hilarlos le causaba un placer indescriptible.
Se detenía a menudo, apoyandose en la pared de una casa o en una
esquina oscura,
con los ojos cerrados, la boca entreabierta y las ventanas de la nariz
hinchadas, como un pez
voraz en aguas caudalosas, oscuras y lentas. Y cuando por fin un halito
de aire le traía el
extremo de un fino hilo odorífero, lo aprisionaba y ya no lo dejaba
escapar, ya no olía nada mas
que este aroma determinado, lo retenía con firmeza, lo inspiraba y lo
almacenaba para
siempre. Podía ser un olor muy conocido o una variación, pero
también podía tratarse de uno
muy nuevo, sin ninguna semejanzacon ningún otro de los que había
olido hasta entonces y,
menos aún, visto: el olor de la seda planchada, por ejemplo; el olor de
un té de serpol, el de un
trozo de brocado recamado en plata, el del corcho de una botella de vino
especial, el de un
peine de carey. Grenouille iba a la caza de estos olores todavía
desconocidos para él, los
buscaba con la pasión y la paciencia de un pescador y los almacenaba
dentro de sí.
Cuando se cansaba del espeso caldo de las callejuelas, se iba a lugares
mas
ventilados, donde los olores eran mas débiles, se mezclaban con
el viento y se extendían casi
como un perfume; en el mercado de Les Halles, por ejemplo, donde en los olores
del atardecer
aún seguía viviendo el día, invisible pero con gran
claridad, como si aún se apiñaran allí los
vendedores, como si aún continuaran allí las banastas llenas de
hortalizas y huevos, las tinajas
llenas de vino y vinagre, los sacos de cereales, patatas y harina, las cajas de
clavos y tornillos,
los mostradores de carne, las mesas cubiertas de telas, vasijas y suelas de
zapatos y
centenares de otras cosas que se vendían durante el día toda
la actividad estaba hasta el
menor detalle presente en el aire que había dejado atras.
Grenouille veía el mercado entero con
el olfato, si se puede expresar así. Y lo olía con mas
exactitud de la que muchos lo veían, ya
que lo percibía en su interior y por ello de manera mas intensa:
como la esencia, el espíritu de
algo pasado queno sufre la perturbación delos atributos habituales del
presente, como el ruido,
la algarabía, el repugnante hacinamiento de los hombres.
O se dirigía allí donde su madre había sido decapitada, la
Place de Gréve, que se metía
en el río como una gran lengua. Había barcos embarrancados en la
orilla o atracados, que olían
a carbón, a grano, a heno y a sogas húmedas.
Y desde el oeste llegaba por esta vía única trazada por el
río a través de la ciudad una
corriente de aire mas ancha que traía aromas del campo, de las
praderas de Neuilly, de los
bosques entre Saint- Germain y Versalles, de ciudades muy lejanas como Ruan o
Caen y
muchas veces incluso del mar. El mar olía como una vela hinchada que
hubiera aprisionado
agua, sal y un sol frío. El mar tenía un olor sencillo, pero al
mismo tiempo grande y singular, por
lo que Grenouille no sabía si dividirlo en olor a pescado, a sal, a
agua, a algas, a frescor,
etcétera. Prefería, sin embargo, dejarlo entero para retenerlo en
la memoria y disfrutarlo sin
divisiones. El olor del mar le gustaba tanto, que deseaba respirarlo puro
algún día y en grandes
cantidades, a fin de embriagarse de él. Y mas tarde, cuando se
enteró de lo grande que era el
mar y que los barcos podían navegar durante días sin ver tierra,
nada le complacía tanto como
imaginarse a sí mismo a bordo de un barco, encaramado a una cofa en el
mastil mas cercano a
la proa, surcando el agua a través del olor infinito del mar, que
enrealidad no era un olor, sino
un aliento, una exhalación, el fin de todos los olores, y
disolviéndose de placer en este aliento.
No obstante, esto no se realizaría nunca porque Grenouille, que en la
orilla de la Place de
Gréve inspiraba y expiraba de vez en cuando un pequeño aliento de
aire de mar, no vería en su
vida el auténtico mar, el gran océano que se encontraba al oeste,
y por lo tanto jamas podría
mezclarse con esta clase de olor.
Pronto conoció con tanta exactitud los olores del barrio entre Saint-
Eustache y el Hotel
de Ville, donde podía orientarse hasta en la noche mas oscura.
Entonces amplió su coto,
primero en dirección oeste hacia el Faubourg Saint-Honorè, luego
la Rue Saint-Antoine hasta la
Bastilla y finalmente hasta la otra orilla del río y el barrio de la
Sorbona y el Faubourg SaintGermain, donde vivían los ricos. A
través de las verjas de entrada olía a piel de carruaje y al
polvo de las pelucas de los lacayos y desde el jardín flotaba por encima
de los altos muros el
perfume de la retama y de las rosas y la alheña recién cortada.
También fue aquí donde
Grenouille olió por primera vez perfume en el verdadero sentido de la
palabra: sencillas aguas
de espliego y de rosas con que se llenaban en ocasiones festivas los surtidores
de los jardines,
pero asimismo perfumes mas valiosos y complejos como tintura de almizcle
mezclada con
esencia de neroli y nardo, junquillo, jazmín o canela, que por la noche
emanaban de los
carruajescomo una pesada estela. Registró estos perfumes como registraba
los olores
profanos, con curiosidad, pero sin una admiración especial. No
dejó de observar que el
propósito del perfume era conseguir un efecto embriagador y atrayente y
reconocía la bondad
de las diferentes esencias de las que estaban compuestos, pero en conjunto le
parecían mas
bien toscos y pesados, chapuceros mas que sutiles, y sabía que
él podría inventar otras
fragancias muy distintas si dispusiera de las mismas materias primas.
Muchas de estas materias primas ya las conocía de los puestos de flores
y especias del
mercado; otras eran nuevas para él y procedió a separarlas de las
mezclas para conservarlas,
sin nombre, en la memoria: , algalia, pachulí, madera de sandalo,
bergamota, vetiver,
opopónaco, tintura de benjuí, flor de lúpulo,
castóreo
No tenía preferencias. No hacía distinciones, todavía no,
entre lo que solía calificarse de
buen olor o mal olor. La avidez lo dominaba. El objetivo de sus cacerías
era poseer todo cuanto
el mundo podía ofrecer en olores y la única condición que
ponía era que fuesen nuevos. El
aroma de un caballo sudado equivalía para él a la fragancia de un
capullo de rosa y el hedor de
una chinche al olor del asado de ternera que salía de una cocina
aristocratica. Todo lo aspiraba,
todo lo absorbía. Y tampoco reinaba ningún principio
estético en la cocina sintetizadora de
olores de su fantasía, en la cual realizaba constantemente
nuevascombinaciones odoríferas.
Eran extravagancias que creaba y destruía en seguida como un niño
que juega con cubos de
madera, inventivo y destructor, sin ningún principio creador aparente.
8
El 1 de septiembre de 1753, aniversario de la ascensión al trono del
rey, en el Pont
Royal de la ciudad de París se encendió un castillo de fuegos
artificiales. No fueron tan
espectaculares como los de la boda del rey ni como los legendarios fuegos de
artificio con
motivo del nacimiento del Delfín, pero no por ello dejaron de ser
impresionantes. Se habían
montado ruedas solares en los mastiles de los buques y desde el puente
caían al río lluvias de
estrellas procedentes de los llamados toros de fuego. Y mientras tanto, en
medio de un ruido
ensordecedor, estallaban petardos y por el empedrado saltaban los
buscapiés y centenares de
cohetes se elevaban hacia el cielo, pintando lirios blancos en el firmamento
negro. Una
muchedumbre de muchos miles de personas, congregada en el puente y en los
'quais' de
ambas orillas del río, acompañaba el espectaculo con
entusiasmados 'ahs', 'ohs', 'bravos' e
incluso 'vivas', aunque el rey ocupaba el trono desde hacía
treinta y ocho años y había
rebasado ampliamente el punto culminante de su popularidad. Tal era el poder de
unos fuegos
artificiales.
Grenouille los presenciaba en silencio a la sombra del Pavillon de Flore, en la
orilla
derecha, frente al Pont Royal. No movió las manos para aplaudir ni
miró una sola vezhacia
arriba para ver elevarse los cohetes. Había venido con la esperanza de
oler algo nuevo, pero
pronto descubrió que los fuegos no tenían nada que ofrecer,
olfatoriamente hablando. Aquel
gran despilfarro de chispas, lluvia de fuego, estallidos y silbidos dejaba tras
de sí una monótona
mezcla de olores compuesta de azufre, aceite y salitre.
Se disponía ya a alejarse de la aburrida representación para
dirigirse a su casa
pasando por las Galerías del Louvre, cuando el viento le llevó
algo, algo minúsculo, apenas
perceptible, una migaja, un tomo de fragancia, o no, todavía menos, el
indicio de una fragancia
mas que una fragancia en sí, y pese a ello la certeza de que era
algo jamas olfateado antes.
Retrocedió de nuevo hasta la pared, cerró los ojos y
esponjó las ventanas de la nariz. La
fragancia era de una sutileza y finura tan excepcionales, que no podía
captarla, escapaba una y
otra vez a su percepción, ocultandose bajo el polvo húmedo
de los petardos, bloqueada por las
emanaciones de la muchedumbre y dispersada en mil fragmentos por los otros mil
olores de la
ciudad. De repente, sin embargo, volvió, pero sólo en diminutos
retazos, ofreciendo durante un
breve segundo una muestra de su magnífico potencial y
desapareció de nuevo. Grenouille
sufría un tormento. Por primera vez no era su caracter
avido el que se veía contrariado, sino su
corazón el que sufría. Tuvo el extraño presentimiento de
que aquella fragancia era la clave delordenamiento de todas las demas
fragancias, que no podía entender nada de ninguna si no
entendía precisamente ésta y que él, Grenouille,
habría desperdiciado su vida si no conseguía
poseerla. Tenía que captarla, no sólo por la mera
posesión, sino para tranquilidad de su
corazón.
La excitación casi le produjo malestar. Ni siquiera se había
percatado de la dirección de
donde procedía la fragancia. Muchas veces, los intervalos entre un soplo
de fraganciay otro
duraban minutos y cada vez le sobrecogía el horrible temor de haberla perdido
para siempre. Al
final se convenció, desesperado, de que la fragancia provenía de
la otra orilla del río, de alguna
parte en dirección sudeste.
Se apartó de la pared del Pavillon de Flore para mezclarse con la
multitud y abrirse
paso hacia el puente. A cada dos pasos se detenía y ponía de
puntillas con objeto de olfatear
por encima de las cabezas; al principio la emoción no le permitió
oler nada, pero por fin logró
captar y oliscar la fragancia, mas intensa incluso que antes y, sabiendo
que estaba en el buen
camino, volvió a andar entre la muchedumbre de mirones y
pirotécnicos, que a cada momento
alzaban sus antorchas hacia las mechas de los cohetes; entonces perdió
la fragancia entre la
humareda acre de la pólvora, le dominó el panico, se
abrió paso a codazos y empujones,
alcanzó tras varios minutos interminables la orilla opuesta, el H4tel de
Mailly, el Quai Malaquest,
el final de la Rue de Seine
Allídetuvo sus pasos, se concentró y olfateó. Ya lo
tenía. Lo retuvo con fuerza. El olor
bajaba por la Rue de Seine, claro, inconfundible, pero fino y sutil como antes.
Grenouille sintió
palpitar su corazón y supo que no palpitaba por el esfuerzo de correr,
sino por la excitación de
su impotencia en presencia de este aroma. Intentó recordar algo parecido
y tuvo que desechar
todas las comparaciones. Esta fragancia tenía frescura, pero no la
frescura de las limas olas
naranjas amargas, no la de la mirra o la canela o la menta o los abedules o el
alcanfor o las
agujas de pino, no la de la lluvia de mayo o el viento helado o el agua del
manantial y era a la
vez calido, pero no como la bergamota, el ciprés o el almizcle,
no como el jazmín o el narciso,
no como el palo de rosa o el lirio Esta fragancia era una mezcla de dos
cosas, lo ligero y lo
pesado; no, no una mezcla, sino una unidad y ademas sutil y débil
y sólido y denso al mismo
tiempo, como un trozo de seda fina y tornasolada pero tampoco como la seda,
sino como la
leche dulce en la que se deshace la galleta lo cual no era posible, por
mas que se quisiera: seda y leche! Una fragancia incomprensible,
indescriptible, imposible de clasificar; de hecho, su
existencia era imposible. Y no obstante, ahí estaba, en toda su
magnífica rotundidad. Grenouille
la siguió con el corazón palpitante porque presentía que
no era él quien seguía a la fragancia,
sino la fragancia la que le había hechoprisionero y ahora le
atraía irrevocablemente hacia sí.
Continuó bajando por la Rue de Seine. No había nadie en la calle.
Las casas estaban
vacías y silenciosas. Todos se habían ido al río a verlos
fuegos artificiales. No estorbaba ningún
penetrante olor humano, ningún potente tufo de pólvora. La calle
olía a la mezcla habitual de
agua, excrementos, ratas y verduras en descomposición, pero por encima
de todo ello flotaba,
clara y sutil, la estela que guiaba a Grenouille. A los pocos pasos
desapareció tras los altos
edificios la escasa luz nocturna del cielo y Grenouille continuó
caminando en la oscuridad. No
necesitaba ver; la fragancia le conducía sin posibilidad de error.
A los cincuenta metros dobló a la derecha la esquina de la Rue des
Marais, una
callejuela todavía mas tenebrosa cuya anchura podía
medirse con los brazos abiertos.
Extrañamente, la fragancia no se intensificó, sólo
adquirió mas pureza y, a causa de esta
pureza cada vez mayor, ganó una fuerza de atracción aún
mas poderosa. Grenouille avanzaba
como un autómata. En un punto determinado la fragancia le guió
bruscamente hacia la derecha,
al parecer contra la pared de una casa. Apareció un umbral bajo que conducía
al patio interior.
Como en un sueño, Grenouille cruzó este umbral, dobló un
recodo y salió a un segundo patio
interior, de menor tamaño que el otro, donde por fin vio arder una luz:
el cuadrilatero sólo medía
unos cuantos pasos. De la pared sobresalía untejadillo de madera
inclinado y debajo de él,
sobre una mesa, parpadeaba una vela. Una muchacha se hallaba sentada ante esta
mesa,
limpiando ciruelas amarillas. Las cogía de una cesta que tenía a
su izquierda, las despezonaba
y deshuesaba con un cuchillo y las dejaba caer en un cubo. Debía tener
trece o catorce años.
Grenouille se detuvo. Supo inmediatamente de dónde procedía la
fragancia que había seguido
durante mas de media milla desde la otra margen del río: no de
este patio sucio ni de las
ciruelas amarillas. Procedía de la muchacha.
Por un momento se sintió tan confuso que creyó realmente no haber
visto nunca en su
vida nada tan hermoso como esta muchacha. Sólo veía su silueta
desde atras, a contraluz de la
vela. Pensó, naturalmente, que nunca había olido nada tan
hermoso. Sin embargo, como
conocía los olores humanos, muchos miles de ellos, olores de hombres,
mujeres y niños, no
quería creer que una fragancia tan exquisita pudiera emanar de un ser
humano. Casi siempre
los seres humanos tenían un olor insignificante o detestable. El de los
niños era insulso, el de
los hombres consistía en orina, sudor fuerte y queso, el de las mujeres,
en grasa rancia y
pescado podrido. Todos sus olores carecían de interés y eran
repugnantes y por ello ahora
ocurrió que Grenouille, por primera vez en su vida, desconfió de
su nariz y tuvo que acudir a la
ayuda visual para creer lo que olía. La confusión de sus sentidos
no duró mucho; en realidad,necesitó sólo un momento para
cerciorarse ópticamente y entregarse de nuevo, sin reservas, a
las percepciones de su sentido del olfato. Ahora 'olía' que
ella era un ser humano, olía el sudor
de sus axilas, la grasa de sus cabellos, el olor a pescado de su sexo, y lo
olía con el mayor
placer. Su sudor era tan fresco como la brisa marina, el sebo de sus cabellos,
tan dulce como el
aceite de nuez, su sexo olía como un ramo de nenúfares, su piel,
como la flor de albaricoque
y la combinación de estos elementos producía un perfume tan rico,
tan equilibrado, tan
fascinante, que todo cuanto Grenouille había olido hasta entonces en
perfumes, todos los
edificios odoríferos que había creado en su imaginación,
se le antojaron de repente una mera
insensatez. Centenares de miles de fragancias parecieron perder todo su valor
ante esta
fragancia determinada. Se trataba del principio supremo, del modelo
según el cual debía
clasificar todos los demas. Era la belleza pura.
Grenouille vio con claridad que su vida ya no tenía sentido sin la
posesión de esta
fragancia. Debía conocerla con todas sus particularidades, hasta el
mas íntimo y sutil de sus
pormenores; el simple recuerdo de su complejidad no era suficiente para
él. Quería grabar el
apoteósico perfume como con un troquel en la negrura confusa de su alma,
investigarlo
exhaustivamente y en lo sucesivo sólo pensar, vivir y oler de acuerdo
con las estructuras
internas de esta fórmula magica.
Se fueacercando despacio a la muchacha, aproximandose mas y
mas hasta que
estuvo bajo el tejadillo, a un paso detras de ella. La muchacha no le
oyó.
Tenía cabellos rojizos y llevaba un vestido gris sin mangas. Sus brazos
eran muy
blancos y las manos amarillas por el jugo de las ciruelas partidas. Grenouille
se inclinó sobre
ella y aspiró su fragancia, ahora totalmente desprovista de mezclas, tal
como emanaba de su
nuca, de sus cabellos y del escote y se dejó invadir por ella como por
una ligera brisa. Jamas
había sentido un bienestar semejante. En cambio, la muchacha
sintió frío.
No veía a Grenouille, pero experimentó cierta inquietud y un
singular estremecimiento,
como sorprendida de repente por el viejo temor ya olvidado. Le pareció
sentir una corriente fría
en la nuca, como si alguien hubiera abierto la puerta de un sótano
inmenso y helado. Dejó el
cuchillo, se llevó los brazos al pecho y se volvió.
El susto de verle la dejó pasmada, por lo que él dispuso de mucho
tiempo para rodearle
el cuello con las manos. La muchacha no intentó gritar, no se
movió, no hizo ningún gesto de
rechazo y él, por su parte, no la miró. No vio su bonito rostro
salpicado de pecas, los labios
rojos, los grandes ojos verdes y centelleantes, porque mantuvo bien cerrados
los propios
mientras la estrangulaba, dominado por una única preocupación: no
perderse absolutamente
nada de su fragancia.
Cuando estuvo muerta, la tendió en el suelo entre los huesos de ciruela,
ledesgarró el
vestido y la fragancia se convirtió en torrente que le inundó con
su aroma. Apretó la cara contra
su piel y la pasó, con las ventanas de la nariz esponjadas, por su
vientre, pecho, garganta,
rostro, cabellos y otra vez por el vientre hasta el sexo, los muslos y las
blancas pantorrillas. La
olfateó desde la cabeza hasta la punta de los pies, recogiendo los
últimos restos de su
fragancia en la barbilla, en el ombligo y en el hueco del codo.
Cuando la hubo olido hasta marchitarla por completo, permaneció
todavía un rato a su
lado en cuclillas para sobreponerse, porque estaba saturado de ella. No
quería derramar nada
de su perfume y ante todo tenía que dejar bien cerrados los mamparos de
su interior. Después
se levantó y apagó la vela de un soplo.
Momentos mas tarde llegaron los primeros trasnochadores por la Rue de
Seine,
cantando y lanzando vivas. Grenouille se orientó olfativamente por la
callejuela oscura hasta la
Ruedes Petits Augustins, paralela a la Rue de Seine, que conducía al
río. Poco después
descubrieron el cadaver. Gritaron, encendieron antorchas y llamaron a la
guardia. Grenouille
estaba desde hacía rato en la orilla opuesta.
Aquella noche su cubil se le antojó un palacio y su catre una cama con
colgaduras.
Hasta entonces no había conocido la felicidad, todo lo mas
algunos raros momentos de sordo
bienestar. Ahora, sin embargo temblaba de felicidad hasta el punto de no poder
conciliar el
sueño. Tenía la impresión dehaber nacido por segunda vez,
no, no por segunda, sino por
primera vez, ya que hasta la fecha había existido como un animal, con
sólo una nebulosa
conciencia de sí mismo. En cambio, hoy le parecía saber por fin
quién era en realidad: nada
menos que un genio; y que su vida tenía un sentido, una meta y un alto
destino: nada menos
que el de revolucionar el mundo de los olores; y que sólo él en
todo el mundo poseía todos los
medios para ello: a saber, su exquisita nariz, su memoria fenomenal y, lo
mas importante de
todo, la excepcional fragancia de esta muchacha de la Rue des Marais en cuya
fórmula magica
figuraba todo lo que componía una gran fragancia, un perfume:
delicadeza, fuerza, duración,
variedad y una belleza abrumadora e irresistible. Había encontrado la
brújula de su vida futura.
Y como todos los monstruos geniales ante quienes un acontecimiento externo abre
una vía
recta en la espiral caótica de sus almas, Grenouille ya no se
apartó de lo que él creía haber
reconocido como la dirección de su destino. Ahora vio con claridad por
qué se aferraba a la vida
con tanta determinación y terquedad: tenía que ser un creador de
perfumes. Y no uno
cualquiera, sino el perfumista mas grande de todos los tiempos.
Aquella misma noche pasó revista, primero despierto y luego en
sueños, al gigantesco y
desordenado tropel de sus recuerdos. Examinó los millones y millones de
elementos odoríferos
y los ordenó de manera sistematica: bueno con bueno,malo con
malo, delicado con delicado,
tosco con tosco, hedor con hedor, ambrosíaco con ambrosíaco. En
el transcurso de la semana
siguiente perfeccionó este orden, enriqueciendo y diferenciando
mas el catalogo de aromas y
dando mas claridad a las jerarquías. Y pronto pudo dar comienzo a
los primeros edificios
planificados de olores: casas, paredes, escalones, torres, sótanos, habitaciones,
aposentos
secretos una fortaleza interior, embellecida y perfeccionada a diario, de
las mas maravillosas
composiciones de aromas.
El hecho de que esta magnificencia se hubiera iniciado con un asesinato le
resultaba, cuando
tenía conciencia de ello, por completo indiferente. Ya no podía
recordar la imagen de la
muchacha de la Rue des Marais, ni su rostro ni su cuerpo. Pero conservaba y
poseía lo mejor
de ella: el principio de su fragancia.
9
En aquella época había en París una docena de perfumistas.
Seis de ellos vivían en la
orilla derecha, seis en la izquierda y uno justo en medio, en el Pont au
Change, que unía la
orilla derecha con la Calle de la Citè. En ambos lados de este puente se
apiñaban hasta tal
punto las casas de cuatro pisos, que al cruzarlo no se podía ver el
río y se tenía la impresión de
andar por una calle normal, trazada sobre tierra firme, que era, ademas,
muy elegante. De
hecho, el Pont au Change pasaba por ser el centro comercial mas
distinguido de la ciudad. En
él se encontraban las tiendas mas famosas, los joyeros
yebanistas, los mejores fabricantes de
pelucas y bolsos, los confeccionistas de las medias y la ropa interior
mas delicada, los
comercios de marcos, botas de montar y bordado de charreteras, los fundidores
de botones de
oro y los banqueros. También estaba aquí el negocio y la vivienda
del perfumista y fabricante
de guantes Giuseppe Baldini. Sobre su escaparate pendía un
magnífico toldo esmaltado en
verde y al lado podía verse el escudo de Baldini, todo en oro, con un
frasco dorado del que
salía un ramillete de flores doradas, y ante la puerta una alfombra roja
que igualmente llevaba el
escudo de Baldini bordado en oro. Cuando se abrían las puertas, sonaba
un carillón persa y
dos garzas de plata empezaban a lanzar por los picos agua de violeta que
caía en un cuenco
dorado que tenía la misma forma de frasco que el escudo de Baldini.
Detras del mostrador de clara madera de boj se hallaba el propio
Baldini, viejo y rígido
como una estatua, con peluca empolvada de plata y levita ribeteada de oro. Una
nube de agua
de franchipan, con la que se rociaba todas las mañanas, le
rodeaba de modo casi visible y
relegaba su persona a una difusa lejanía. En su inmovilidad,
parecía su propio inventario. Sólo
cuando sonaba el carillón y escupían las garzas -lo cual no
sucedía muy a menudo- cobraba
vida de repente, su figura se encogía, pequeña e inquieta, y
después de muchas reverencias
detras del mostrador, salía precipitadamente, tan de prisa que la
nube de aguade franchipan
apenas podía seguirle, para pedir a los clientes que se sentaran a fin
de elegir entre los mas
selectos perfumes y cosméticos.
Baldini los tenía a millares. Su oferta abarcaba desde las
'essences absolues', esencias de
pétalos, tinturas, extractos, secreciones, balsamos, resinas y
otras drogas en forma sólida,
líquida o cérea, hasta aguas para el baño, lociones, sales
volatiles, vinagres aromaticos y un
sinnúmero de perfumes auténticos, pasando por diversas pomadas,
pastas, polvos, jabones,
cremas, almohadillas perfumadas, bandolinas, brillantinas, cosmético
para los bigotes, gotas
para las verrugas y emplastos de belleza. Sin embargo, Baldini no se contentaba
con estos
productos clasicos del cuidado personal. Su ambición
consistía en reunir en su tienda todo
cuanto oliera o sirviera para producir olor. Y así, junto a las
pastillas olorosas y los pebetes y
sahumerios, tenía también especias, desde semillas de anís
a canela, jarabes, licores y jugos
de fruta, vinos de Chipre, Malaga y Corinto, mieles, cafés,
tés, frutas secas y confitadas, higos,
bombones, chocolates, castañas e incluso alcaparras, pepinos y cebollas
adobados y atún en
escabeche. Y ademas, lacre perfumado, papel de cartas oloroso, tinta
para enamorados que
olía a esencia de rosas, carpetas de cuero español, portaplumas
de madera de sandalo blanca,
estuches y cofres de madera de cedro, ollas y cuencos para pétalos,
recipientes de latón para
incienso, frascosy botellas de cristal con tapones de pulido, guantes y
pañuelos perfumados,
acericos rellenos de flores de nuez moscada y papeles pintados con olor a
almizcle que podían
llenar de perfume una habitación durante mas de cien años.
Como es natural, no todos estos artículos tenían cabida en la
pomposa tienda que daba
a la calle (o al puente), por lo que, a falta de un sótano,
tenían que guardarse no sólo en el
almacén propiamente dicho, sino también en todo el primero y
segundo piso y en casi todas las
habitaciones de la planta baja orientadas al río. El resultado era que
en casa de Baldini reinaba
un caos indescriptible de fragancias. Precisamente por ser tan selecta la
calidad de cada uno
de los productos -ya que Baldini sólo compraba lo mejor-, el conjunto de
olores era
insoportable, como una orquesta de mil músicos que tocaran
'fortissimo' mil melodías
diferentes. El propio Baldini y sus empleados eran tan insensibles a este caos
como ancianos
directores de orquesta ensordecidos por el estruendo, y también su
esposa, que vivía en el
tercer piso y defendía encarnizadamente su vivienda contra cualquier
ampliación del almacén,
percibía los múltiples olores sin muestras de saturación.
No así el cliente que entraba por
primera vez en la tienda de Baldini. La mezcla de fragancias le salía al
paso como un puñetazo
en la cara y, según su constitución, le exaltaba o aturdía
y en cualquier caso confundía de tal
modo sus sentidos que a menudoolvidaba por qué había venido. Los
chicos de recados
olvidaban sus encargos. Los caballeros altivos se volvían suspicaces y
alguna que otra dama
sufría un ataque mitad histérico, mitad claustrofóbico, se
desmayaba y sólo podía ser
reanimada con las sales volatiles mas fuertes, compuestas de
esencia de claveles, amoníaco y
alcohol alcanforado.
En semejantes circunstancias no era de extrañar que el carillón
persa de la puerta de
Giuseppe Baldini sonara cada vez con menos frecuencia y las garzas de plata
escupieran a
intervalos cada vez mas largos.
10
--Chènier! -gritó Baldini desde detras del mostrador,
donde había pasado horas inmóvil
como una estatua, mirando fijamente la puerta-. Poneos la peluca!
Y entre jarras de aceite de oliva y jamones de Bayona colgados del techo,
Chènier, el
encargado de Baldini, algo mas joven que éste pero también
un hombre viejo, apareció en la
parte elegante del establecimiento. Se sacó la peluca del bolsillo de la
levita y se la encasquetó.
--¿Salís, señor Baldini?
--No -respondió el interpelado-, me retiraré unas horas a mi
despacho y no deseo ser
molestado bajo ningún concepto.
--Ah, comprendo! Pensais crear un nuevo perfume.
-- Así es. Destinado a perfumar un cuero español para el conde
Verhamont. Me ha pedido algo
nuevo, algo como como creo que ha mencionado algo llamado 'Amor y
Psique', obra de
ese ese chapucero de la Rue Saint-Andrè-des-Arts, eseese
Chènier. Pèlissier. Baldini.Eso, Pèlissier. Eso es.
Así se llama el chapucero. 'Amor y Psique', de
Pèlissier. ¿Lo conocéis?
--Chènier. Sí, claro. Se huele ya por todas partes. Se huele en
todas las esquinas. Aunque, si
deseais saber mi opinión nada especial! Desde luego no puede
compararse en modo alguno
con lo que vos compondréis, señor Baldini.
Baldini. Naturalmente que no.
Chènier. Ese 'Amor y Psique' tiene un olor en extremo vulgar.
Baldini. ¿Vulgar?
Chènier. Completamente vulgar, como todo lo de Pèlissier. Creo
que contiene aceite de lima.
Baldini. ¿De veras? ¿Y qué mas?
Chènier. Esencia de azahar, tal vez. Y posiblemente tintura de romero,
aunque no puedo
afirmarlo con seguridad.
Baldini. No me importa nada en absoluto.
Chènier. Naturalmente.
Baldini. Me importa un bledo lo que ese chapucero de Pèlissier ha echado
en su perfume. No
me pienso inspirar en él!
Chènier. Con toda la razón, monsieur.
Baldini. Como sabéis, nunca me inspiro en nadie. Como sabéis,
elaboro siempre mis propios
perfumes.
Chènier. Lo sé, monsieur.
Baldini. La idea nace siempre de mí!
Chènier. Lo sé.
Baldini. Y tengo intención de crear para el conde Verhamont algo que
hara verdaderamente
furor.
Chènier. Estoy convencido de ello, señor Baldini.
Baldini. Encargaos de la tienda. Necesito tranquilidad. No dejéis que
nadie se acerque a mí,
Chènier
Dicho lo cual salió, arrastrando los pies, ya no como una estatua, sino
como correspondía a su
edad, encorvado, incluso comoapaleado, y subió despacio la escalera
hasta el primer piso,
donde estaba su despacho.
Chènier se colocó detras del mostrador en la misma
posición que adoptara antes el
maestro y se quedó mirando fijamente la puerta. Sabía qué
ocurriría durante las próximas
horas: nada en la tienda y arriba, en el despacho, la catastrofe
habitual. Baldini se quitaría la
levita impregnada de agua de franchipan, se sentaría ante su
escritorio y esperaría una
inspiración. Esta inspiración no llegaría. Entonces se
dirigiría a toda prisa al armario donde
guardaba centenares de frascos de ensayo y haría una mezcla al azar.
Esta mezcla no daría el
resultado apetecido. Con una maldición, abriría de par en par la
ventana y tiraría el frasco al río.
Haría otra prueba, que también fracasaría, y entonces
empezaría a gritar y vociferar y acabaría
hecho un mar de lagrimas en la habitación de ambiente casi
irrespirable. Hacia las siete de la
tarde bajaría desconsolado, temblando y llorando, y confesaría:
'Chènier, ya no tengo olfato, no
puedo crear el perfume, no puedo entregar el cuero español para el
conde, estoy perdido, estoy
muerto por dentro, quiero morirme, Chènier, ayudad me a morir!' Y
Chènier le propondría enviar
a alguien por un frasco de 'Amor y Psique' y Baldini accedería
con la condición de que nadie se
enterase de semejante vergüenza; Chènier lo juraría y por la
noche perfumarían el cuero del
conde Verhamont con la fragancia ajena. Así sería y no de otro
modoy el único deseo de
Chènier era que toda la escena ya se hubiera desarrollado. Baldini ya no
era un gran
perfumista. Antes, sí; en su juventud, treinta o cuarenta años,
había creado la 'Rosa del sur' y
el 'Bouquet galante de Baldini', dos perfumes realmente grandes a los
que debía su fortuna.
Pero ahora era viejo y se había consumido; ya no conocía las
modas de la época y los gustos
nuevos de la gente y cuando lograba componer una fragancia inédita, era
una mezcla pasada
de moda, invendible, que al año siguiente diluían en una
décima parte y malvendían como agua
perfumada para surtidor. Lo siento por él, pensó Chènier,
arreglandose la peluca ante el espejo,
lo siento por el viejo Baldini y también por su bonito negocio, porque
lo arruinar, y lo siento por
mí, que ya seré demasiado viejo para remontarlo cuando lo haya
arruinado
11
Giuseppe Baldini se despojó efectivamente de la perfumada levita, pero
sólo por
costumbre. Hacía mucho tiempo que ya no le molestaba el olor del agua de
franchipan porque
había vivido impregnado de él durante décadas y ya no lo
percibía en absoluto. También cerró
la puerta del despacho, deseando estar tranquilo, pero no se sentó ante
el escritorio a cavilar y
esperar una inspiración porque sabía mucho mejor que
Chènier que esta inspiración no
vendría; en realidad, nunca había tenido ninguna. Era cierto que
estaba gastado y viejo y ya no
era un gran perfumista; pero sólo él sabía que no lo había
sido en suvida. La 'Rosa del sur' era
herencia de su padre y la receta del 'Bouquet galante de Baldini' la
había comprado a un
comerciante de especias genovés a su paso por París. Sus otros
perfumes eran mezclas ya
conocidas. él no había creado nunca ninguno; no era un creador,
sólo un mezclador
concienzudo de olores acreditados, como un cocinero que, con rutina y buenas
recetas, prepara
buenas comidas pero nunca ha inventado ningún plato propio. Si
continuaba todavía con toda
aquella comedia del laboratorio, los experimentos, la inspiración y el
secreto era porque
formaban parte de la imagen profesional de un 'Maetre Parfumeur et
Gantier'. Un perfumista
era una especie de alquimista que realizaba milagros y si la gente así
lo quería, qué remedio!
Sólo él sabía que su arte era una artesanía como
cualquier otra y esto constituía su orgullo. No
quería ser ningún inventor. Para él inventar era muy
sospechoso porque siempre significaba
quebrantar alguna regla. No tenía la menor intención de crear un
nuevo perfume para el conde
Verhamont. En todo caso, cuando mas tarde bajara a la tienda no se
dejaría convencer por
Chènier para procurarse el 'Amor y Psique' de
Pèlissier. Ya lo tenía. Allí estaba, sobre el
escritorio situado ante la ventana, en un pequeño frasco de cristal de
tapón pulido. Lo había
comprado hacía ya dos días. No personalmente, claro. No
podía ir en persona a casa de
Pèlissier a comprar un perfume! Lo había hecho a través de
unintermediario, que había
actuado a través de otro intermediario Se imponía ser
precavido, porque Baldini no quería el
perfume simplemente para impregnar el cuero español; para eso no
habría bastado aquella
cantidad tan pequeña. Su intención era peor: quería
copiarlo.
No se trataba de nada prohibido, desde luego, pero sí de algo muy poco
delicado.
Imitar secretamente el perfume de un competidor y venderlo con la propia firma
era una
indelicadeza flagrante. Aún era peor, sin embargo, ser sorprendido
haciéndolo y por esa razón
Chènier no podía saber nada, porque Chènier era un
charlatan.
Ah, qué triste resultaba para un hombre cabal verse obligado a seguir
caminos tan
sinuosos! Qué triste manchar de aquel modo tan sórdido lo
mas valioso que el hombre posee,
su propio honor! Pero, ¿qué hacer, si no? El conde Verhamont era
un cliente que no podía
perder. Ya casi no le quedaba ninguno, tenía que correr detras de
la clientela como a principios
de los años veinte, cuando se hallaba en los comienzos de su carrera y
tenía que ir por las
calles con el maletín. Sólo Dios sabía que él, Giuseppe
Baldini, propietario del mayor y mejor
situado establecimiento de sustancias aromaticas de París, un
negocio próspero, tenía que
volver a depender económicamente de las rondas domiciliarias que
hacía con el maletín en la
mano. Y esto no le gustaba nada porque ya tenía mas de sesenta
años y detestaba esperar en
antesalas frías y vender a viejas marquesas, a fuerzade
palabrería, agua de mil flores y vinagre
aromatico o ungüentos para la jaqueca. Ademas, en aquellas
antesalas se encontraba uno con
los competidores mas repugnantes. Había un advenedizo llamado
Brouet, de la Rue Dauphine,
que afirmaba poseer la mayor lista de pomadas de Europa; o Calteau, de la Rue
Mauconseil,
que había llegado a proveedor de la corte de la condesa de Artois; o
aquel imprevisible Antoine
Pèlissier, de la Rue Saint-Andrè- des-Arts, que cada temporada
lanzaba un nuevo perfume que
enloquecía a todo el mundo.
Así pues, un perfume de Pèlissier podía desequilibrar todo
el mercado. Si un año se
ponía de moda el agua húngara y Baldini hacía
provisión de espliego, bergamota y romero para
satisfacer la demanda, Pèlissier se descolgaba con el 'Aire de
almizcle', un perfume de
extraordinaria densidad. Entonces todos querían de repente oler como un
animal y Baldini tenía
que emplear el romero en loción capilar y el espliego en saquitos
olorosos. Si por el contrario se
abastecía para el año siguiente de las cantidades
correspondientes de almizcle, algalia y
castóreo, Pèlissier sacaba un perfume llamado 'Flor de
Bosque', que se convertía en un éxito
instantaneo. Y si Baldini, finalmente, experimentando durante noches
enteras o gastando
mucho dinero en sobornos, averiguaba la composición de 'Flor de
bosque', Pèlissier creaba
'Noches turcas' o 'Fragancia de Lisboa' o 'Bouquet de
la corte' o el diablo sabía qué mas.
Aquel hombreera en todo caso, con su irrefrenable creatividad, un peligro para
todo el oficio.
Uno deseaba que volviera la rigidez del antiguo derecho gremial, la vuelta de
las medidas
draconianas contra aquel hombre insolidario, aquel inflacionista del perfume.
Deberían retirarle
la patente, prohibirle de plano el ejercicio de su profesión y sobre
todo, ese tipo debía hacer
primero un aprendizaje! Porque el tal Pèlissier no era un perfumista y
maestro en guantería. Su
padre sólo elaboraba vinagres y Pèlissier debía dedicarse
a lo mismo y a nada mas. Pero como
la elaboración de vinagres le daba derecho a tener líquidos
alcohólicos, había irrumpido como
una mofeta en el terreno de los verdaderos perfumistas para mezclar sus chapucerías.
¿Qué
falta hacía un nuevo perfume cada temporada? ¿Acaso era
necesario? El público estaba antes
muy satisfecho con agua de violetas y sencillos aromas florales en los que tal
vez se introducía
un ligero cambio cada diez años. Durante milenios la gente se
había contentado con incienso,
mirra, un par de balsamos, aceites y hierbas aromaticas, e
incluso cuando aprendieron a
destilar con retortas y alambiques, mediante el vapor de agua, condensando el
principio
aromatico de hierbas, flores y maderas en forma de aceite
volatil, o a obtenerlo separandolo de
semillas, huesos y cascaras con prensas de roble o a desprender los
pétalos con grasas
cuidadosamente filtradas, el número de perfumes siguió siendo
modesto. Por aquelentonces
un personaje como Pèlissier habría sido imposible, ya que para la
creación de una simple
pomada se requerían habilidades que el adulterador de vinagres no
conocía ni en sueños. No
sólo había que saber destilar, sino ser al mismo tiempo experto
en pomadas, boticario,
alquimista y artesano, comerciante, humanista y jardinero. Era preciso saber
distinguir entre la
grasa de riñones de carnero y el sebo de ternera y entre una violeta
Victoria y una de Parma.
Se debía dominar la lengua latina y saber cuando se cosecha el
heliotropo y cuando florece el
pelargonio y que la flor del jazmín pierde su aroma a la salida del sol.
Sobre estas cosas el tal
Pèlissier no tenía, naturalmente, la menor idea. Era probable que
nunca hubiera abandonado
París y no hubiera visto nunca el jazmín en flor y, por
consiguiente, no sospechara siquiera el
trabajo ímprobo que se necesitaba para obtener, de centenares de miles
de estas flores, una
bolita de 'Concréte' o unas gotas de 'Essence
absolue'. Seguramente sólo conocía el jazmín
como un líquido concentrado de color marrón oscuro contenido en
un frasquito que guardaba
en la caja de caudales junto a muchos otros frasquitos de los perfumes de moda.
No, una figura
como el cursi de Pèlissier no habría destacado en los viejos y
buenos tiempos de la artesanía.
Para ello le faltaba todo: caracter, formación, mesura y el
sentido de la subordinación gremial.
Sus éxitos en perfumería se debían exclusivamente a
undescubrimiento hecho doscientos
años atras por el genial Mauritius Frangipani -un italiano, por
cierto!- consistente en que las
sustancias aromaticas son solubles en alcohol. Al mezclar sus polvos
odoríferos con alcohol y
convertir su aroma en un líquido volatil, Frangipani
liberó al perfume de la materia, espiritualizó
el perfume, lo redujo a su esencia mas pura, en una palabra, lo
creó. Qué obra! Qué proeza
trascendental! Sólo comparable, de hecho, a los mayores logros de la
humanidad, como el
invento de la escritura por los asirios, la geometría euclidiana, las
ideas de Platón y la
transformación de uvas en vino por los griegos. Una obra digna de
Prometeo!
Y no obstante, como todos los grandes logros intelectuales, que no sólo
proyectan luz
sino también sombras y ocasionan a la humanidad disgustos y calamidades
ademas de
ventajas, también el magnífico descubrimiento de Frangipani tuvo
consecuencias perjudiciales,
porque al aprender el hombrea condensar en tinturas la esencia de flores y
plantas, maderas,
resinas y secreciones animales y a conservarlas en frascos, el arte de la
perfumería se fue
escapando de manos de los escasos artesanos universales y quedó expuesta
a los
charlatanes, sólo dotados de un olfato fino, como por ejemplo esta
mofeta de Pèlissier. Sin
preocuparse de dónde procedía el maravilloso contenido de sus
frascos, podía obedecer
simplemente a sus caprichos olfatorios y mezclar lo primero que se le ocurriera
o loque
deseara el público en aquel momento.
El bastardo de Pèlissier poseía sin duda a los treinta y cinco
años una fortuna mayor de
la que él, Baldini, había logrado amasar después de tres
generaciones de perseverante trabajo.
Y la de Pèlissier aumentaba día a día, mientras la suya,
la de Baldini, disminuía a diario. Una
cosa así no habría podido ocurrir nunca en el pasado! Que un
artesano prestigioso y
'commeryant' introducido tuviera que luchar por su mera existencia no
se había visto hasta
hacía pocas décadas. Desde que el frenético afan de
novedad reinaba por doquier y en todos
los ambitos, sólo se veía esta actividad incontenible,
esta furia por la experimentación, esta
megalomanía en el comercio, en el trafico y en las ciencias!
Y la locura de la velocidad! ¿Para qué necesitaban tantas calles
nuevas, que se
excavaban por doquier, y los puentes nuevos? ¿Para qué?
¿Qué ventaja tenía poder viajar a
Lyon en una semana? ¿A quién le importaba esto? ¿A
quién beneficiaba? ¿O cruzar el
Atlantico, alcanzar la costa americana en un mes? Como si no hubieran
vivido muy bien sin este
continente durante miles de años! ¿Qué se le había
perdido al hombre civilizado en las selvas
de los indios o en tierras de negros? Incluso iban a Laponia, que estaba en el
norte, entre hielos
eternos, donde vivían salvajes que comían pescado crudo. Y ahora
querían descubrir un nuevo
continente, que por lo visto se hallaba en los mares del sur, dondequiera
queestuviesen éstos.
¿Y para qué tanto frenesí? ¿Porque lo hacían
los demas. los españoles, los malditos ingleses,
los impertinentes holandeses, contra quienes se libraba una guerra cuyo coste
era exorbitante?
Nada menos que 300.000 libras -pagadas con nuestros impuestos- costaba un barco
de guerra,
que se hundía al primer cañonazo y no se recobraba jamas.
Ahora el señor ministro de
Finanzas exigía la décima parte de todos los ingresos, lo cual
era ruinoso aunque no se pagara,
porque el estado de animo general era de por sí nocivo.
La desgracia del hombre se debe a que no quiere permanecer tranquilo en su
habitación, que es su hogar. Esto lo dice Pascal. Pero Pascal fue un
gran hombre, un
Frangipani del espíritu, un verdadero artesano, y hoy en día
nadie pregunta a estos hombres.
Ahora se leen libros subversivos de hugonotes o ingleses, o se escriben
tratados o las llamadas
grandes obras científicas en las que todo se pone en tela de juicio. Ya
no sirve nada; de
improviso, todo ha de ser diferente. En un vaso de agua tienen que nadar unos
animalitos que
nadie había visto antes; la sífilis ha de ser una enfermedad muy
normal y no un castigo de Dios;
Dios, si es que fue él quien lo creó, no hizo el mundo en siete
días, sino en millones de años;
los salvajes son hombres como nosotros; educamos mal a nuestros hijos; y la
tierra ya no es
redonda como hasta ahora, sino ovalada como un melón como si esto
importara algo! En
todos los terrenos se hacenpreguntas, se escudriña, se investiga, se
husmea y se experimenta.
Ya no basta decir que una cosa existe y describirla: ahora todo tiene que
probarse, y mejor si se
hace con testigos, datos y algunos experimentos ridículos. Todos esos
Diderot, D.Alembert,
Voltaire y Rousseau, o como se llamaran aquellos escritorzuelos -entre los
cuales había incluso
clérigos, y caballeros nobles, por añadidura!- la han armado
buena con sus pérfidas
inquietudes, su complacencia en el propio descontento y su desprecio por todo
lo del mundo, contagiando a la sociedad entera el caos sin límites que
reina en sus cerebros!
Dondequiera que uno dirigiese la mirada, reinaba el desenfreno. La gente
leía libros,
incluso las mujeres. Los clérigos se metían en los cafés.
Y cuando la policía intervenía y
encerraba en la carcel a uno de aquellos canallas, los editores ponían
el grito en el cielo,
elevando peticiones, y encumbrados caballeros y damas hacían valer su
influencia hasta que lo
dejaban libre a las dos semanas o le permitían marchar al extranjero,
donde podía seguir
pergeñando panfletos con total impunidad. En los salones sólo se
hablaba de trayectorias de
cometas y expediciones, del principio de la palanca y de Newton, de
construcción de canales,
circulación de la sangre y di metro de la tierra.
Incluso el rey se dejó presentar un disparate ultramoderno, una especie
de tormenta
artificial llamada electricidad: en presencia de toda la corte, un hombre
frotóuna botella,
haciendo surgir chispas, y los rumores decían que el rey se
mostró muy impresionado. Era
inimaginable que su bisabuelo, el Luis realmente grande bajo cuyo
próspero reinado Baldini
había tenido la dicha de vivir muchos años, se hubiera prestado a
sancionar una demostración
tan ridícula! Pero tal era el espíritu de los nuevos tiempos, que
a la fuerza terminarían muy mal!
Porque cuando sin la menor vergüenza ni inhibición se desafiaba la
autoridad de la
Iglesia de Dios; cuando se hablaba sobre la monarquía, igualmente
bendecida por Dios, y de la
sagrada persona del rey como si fueran ambos puestos variables en un
catalogo de otras
formas de gobierno que uno pudiera elegir a su capricho; cuando, finalmente, se
llegaba tan
lejos como para afirmar con toda seriedad que el Dios Todopoderoso, el Supremo
Hacedor, no
era imprescindible y el orden, la moral y la felicidad sobre la tierra
podían existir sin él, con la
mera ayuda de la moralidad innata y la razón humana oh, Dios,
Dios! entonces no era de
extrañar que todo se trastocara y las costumbres se deterioraran y la
humanidad hiciera recaer
sobre sí la justicia de Aquél de quien renegaba. Las cosas terminarían
muy mal. El gran cometa
de 1681, del que se habían mofado, describiéndolo como
sólo una lluvia de estrellas, fue sin
duda alguna un aviso divino, pues anunció -ahora se sabía- un
siglo de desmoralización, de
caída en un pantano intelectual, político y religioso,creado por
el hombre, en que la humanidad
se precipitaría y en el cual sólo prosperarían malolientes
plantas palustres como el tal Pèlissier.
El anciano Baldini seguía ante la ventana, contemplando con hostilidad
el río iluminado por los
rayos oblicuos del sol poniente. Las barcazas se deslizaban lentamente hacia el
oeste, en
dirección al Pont Neuf y el puerto de las Galerías del Louvre.
Ninguna de ellas navegaba en
contra de la corriente, sino que tomaban el brazo del río del otro lado
de la isla. Allí todo era
arrastrado por la corriente, barcazas llenas y vacías, botes de remos y
los barcos planos de los
pescadores, mientras las aguas doradas y turbias formaban remolinos y
seguían su curso,
lentas, caudalosas, incontenibles. Y cuando Baldini miró hacia abajo en
sentido vertical,
siguiendo la fachada de la casa, tuvo la impresión de que la corriente
horadaba los cimientos
del puente y sintió vértigo.
Había sido un error comprar la casa del puente y otro todavía
mayor comprarla del lado
que daba al oeste. Así tenía siempre ante su vista la corriente
eterna del río, comunicandole la
sensación de que tanto él mismo como su casa y la riqueza amasada
durante muchos decenios
desaparecerían con la corriente río abajo y de que éle ra
demasiado viejo y débil para luchar
contra la fuerza de las aguas. Muchas veces, cuando tenía cosas que
hacer en la orilla
izquierda, en el barrio de la Sorbona o de Saint-Sulpice, no iba por la isla y
el PontSaint-Michel,
sino que daba un rodeo por el Pont Neuf, porque en este puente no habían
construido casas. Y
entonces se colocaba ante el pretil que daba al este y miraba río arriba
para contemplar al
menos por una vez la corriente fluyendo hacia él; y durante un rato
gozaba imaginando que la
tendencia de su vida se había invertido, los negocios y la familia
prosperaba, las mujeres
acudían a su encuentro y su existencia, en lugar de desvanecerse, se
alargaba cada vez mas.
Sin embargo, al alzar un poco la vista, veía su casa a pocos centenares
de metros de
distancia, fragil y estrecha, encaramada en el Pont au Change y
veía la ventana de su
despacho en el primer piso y se veía a sí mismo ante la ventana,
contemplando el río y la
corriente, como ahora. Y entonces se desvanecía el bonito sueño y
Baldini, detenido en el Pont
Neuf, daba media vuelta, mas deprimido que antes, deprimido como ahora,
cuando dio la
espalda a la ventana y fue a sentarse ante el escritorio.
12
Delante de él estaba el frasco con el perfume de Pèlissier. El
líquido lanzaba destellos
de un color castaño dorado bajo la luz del sol, di fano, sin el menor
enturbiamiento. Parecía
inocente como el té claro y contenía, sin embargo, junto a cuatro
quintas partes de alcohol, una
quinta parte de una mezcla secreta capaz de revolucionar toda una ciudad. Esta
mezcla podía
componerse a su vez de tres o de treinta sustancias diferentes en una
proporción determinada
entre innumerablesproporciones posibles. Era el alma del perfume -si
podía hablarse de alma
en relación con el perfume de un comerciante tan glacial como Pèlissier-
y ahora se trataba de
averiguar en qué consistía.
Baldini se sonó con parsimonia y bajó un poco la persiana porque
la luz directa del sol
era perjudicial para cualquier perfume, así como para la intensa
concentración del olfato. De un
cajón del escritorio sacó un pañuelo blanco de encaje y lo
desdobló. Entonces abrió el frasco
mediante un pequeño giro del tapón, manteniendo la cabeza echada
hacia atras y las ventanas
de la nariz apretadas, porque no deseaba en modo alguno oler directamente del
frasco y
formarse así una primera impresión olfatoria precipitada. El
perfume debía olerse en estado
distendido y aireado, nunca concentrado. Salpicó el pañuelo con
algunas gotas, lo agitó en el
aire, a fin de evaporar el alcohol, y se lo puso bajo la nariz. Con tres
inspiraciones cortas y
bruscas, inhaló la fragancia como un polvo, expiró el aire en
seguida, se abanicó, volvió a
inspirar tres veces y, tras una profunda aspiración, exhaló por
último el aire con lentitud y
deteniéndose varias veces, como dejandolo resbalar por una
escalera larga y lisa. Tiró el
pañuelo sobre la mesa y se apoyó en el respaldo de la silla.
El perfume era asquerosamente bueno. Aquel miserable de Pèlissier era
por desgracia
un experto, un maestro, maldita sea!, aunque no hubiera aprendido nada. Baldini
deseó que el
'Amor yPsique' fuera suyo. No tenía nada de vulgar, era
absolutamente clasico, redondo y
armonioso y, pese a ello, de una novedad fascinadora. Era fresco, pero no
atrevido, floral, sin
ser empalagoso. Tenía profundidad, una profundidad marrón oscura,
magnífica, seductora,
penetrante, calida, y a pesar de ello no era excesivo ni denso.
Baldini se levantó casi con respeto y volvió a llevarse el
pañuelo a la nariz. 'Maravilloso,
maravilloso -murmuró, oliendo con avidez-, tiene un caracter
alegre, es amable, es como una
melodía, hasta inspira un buen humor inmediato Tonterías, buen
humor!' Y tiró de nuevo el
pañuelo sobre la mesa, esta vez con ira, se volvió de espaldas y
fue al rincón mas alejado del
aposento, como avergonzado de su entusiasmo.
Ridículo! Dejarse arrancar tales elogios. 'Como una melodía.
Alegre. Maravilloso. Buen
humor'. Majaderías! Bobadas infantiles. Una impresión
momentanea. Un viejo error. Una
cuestión de temperamento. Su herencia italiana, claro. No juzgues
mientras hueles! Ésta es la
primera regla, Baldini, viejo idiota! Huele primero y no emitas ningún
juicio hasta que hayas
olido! 'Amor y Psique' es un perfume equilibrado. Un producto
impecable. Una chapucería muy
bien hecha, por no decir una mezcla chapucera, puesto que de un hombre como
Pèlissier no
podía esperarse otra cosa. Un individuo como Pèlissier no
podía fabricar un perfume
adocenado; el canalla sabía mezclar con pericia, aturdir el sentido del
olfato conuna perfecta
armonía, el sujeto dominaba como un lobo con piel de cordero el arte
olfatorio clasico, era, en
una palabra un monstruo con talento. Y esto era peor que un chapucero de buena
fe.
Pero tú, Baldini, no debes dejarte impresionar. Durante unos segundos te
has quedado
atónito ante la primera impresión de esta chapucería,
¿pero acaso sabes cómo olera dentro de
una hora, cuando se hallan evaporado las sustancias mas volatiles
y aparezca la esencia
verdadera? ¿O cómo olera esta noche, cuando sólo
queden esos componentes pesados y
oscuros que ahora apenas se olfatean bajo el camuflaje de unos pétalos
odoríferos? Espera a
entonces, Baldini!
La segunda regla dice: El perfume vive en el tiempo; tiene su juventud, su
madurez y su
vejez. Y sólo puede calificarse de acertado cuando ha emanado su grata
fragancia con la
misma intensidad durante las tres diferentes épocas. Cuan a
menudo ha sucedido que una
mezcla hecha por nosotros ha olido con una maravillosa frescura a la primera
prueba, a fruta
podrida al poco tiempo y al final a algalia pura, porque pusimos una dosis
demasiado alta! Hay
que tener mucho cuidado con la algalia! Una gota de mas equivale a una
catastrofe. Es un error
muy antiguo. Quién sabe ¿y si Pèlissier hubiera puesto
demasiada algalia? Quiza esta noche
su ambicioso 'Amor y Psique' despida olor a orina de gato. Ya
veremos.
Y lo oleremos. Del mismo modo que un hacha afilada divide el tronco en las
astillas maspequeñas, nuestra nariz separara todos los
detalles de su perfume. Entonces quedara
demostrado si esta supuesta fragancia seductora ha surgido o no de los
elementos mas
conocidos y normales. Nosotros, los Baldini, perfumistas, descubrimos las
triquiñuelas de ese
mezclador de vinagres de Pèlissier. Le arrancaremos el antifaz de la
cara y enseñaremos al
novato cómo es capaz de trabajar el viejo artesano. Imitaremos con toda
exactitud su perfume
de moda. De nuestras manos saldra una copia tan perfecta, que ni el
galgo sabra diferenciarla
del modelo. No! Esto no es suficiente para nosotros !Lo mejoraremos! Le
encontraremos faltas y
se las enseñaremos y se las pasaremos por la nariz: Eres un chapucero,
Pèlissier! Una mofeta
hedionda! Un advenedizo en el negocio de los perfumes y nada mas que un
advenedizo!
Y ahora, al trabajo, Baldini! Con la nariz agudizada para que huela sin sentimentalismos!
Para que descomponga la fragancia según las reglas del arte! Esta misma
noche tienes que
estar en posesión de la fórmula!
Y se precipitó de nuevo hacia el escritorio, sacó papel y tinta y
un pañuelo limpio, lo
ordenó todo delante de él e inició su estudio
analítico, procediendo de la siguiente manera: se
pasó rapidamente bajo la nariz el pañuelo humedecido con
perfume e intentó captar un
componente aislado de la fragante nube, sin dejarse invadir por el conjunto de
la compleja
mezcla; y entonces, mientras sostenía el pañuelo lo mas
lejos posible de su rostro,anotó de
prisa el nombre de la parte olfateada y volvió a pasarse el
pañuelo por la nariz para entresacar
el siguiente fragmento de aroma
13
Trabajó durante dos horas sin interrupción y sus movimientos se
volvieron cada vez mas
frenéticos, mas rapido el crujido de la pluma sobre el
papel y mayor la dosis de perfume con
que salpicaba el pañuelo antes de llevarselo a la nariz.
Ahora ya no olía casi nada, hacía rato que las sustancias volatiles
que respiraba le
habían aturdido y ni siquiera era capaz de reconocer de nuevo lo que al
principio del
experimento creía haber analizado sin lugar a dudas. Sabía que no
tenía sentido continuar
olfateando. Jamas llegaría a averiguar la composición del
nuevo perfume; esta noche, no,
desde luego, pero tampoco mañana, cuando con ayuda de Dios su nariz se
hubiese
recuperado. Nunca había conseguido aprender a utilizar el olfato para
este fin. Captar por
separado los elementos de un perfume era un trabajo antipatico y
repugnante para él; no le
interesaba dividir una fragancia mas o menos buena en las partes que la
componían. Lo mejor
sería dejarlo.
No obstante, su mano continuaba humedeciendo mecanicamente el
pañuelo de encaje
con delicados movimientos practicados mil veces, agitandolo y
pasandolo con rapidez por
delante del rostro y, también mecanicamente, inhalando una
porción de aire perfumado y
expulsandolo en pequeñas cantidades, tal como mandaban las
reglas. Hasta que por fin la
propianariz le liberó del tormento, mediante una hinchazón
alérgica que la cerró por completo
con un tapón céreo. Ahora ya no era capaz de oler nada y apenas
podía respirar; tenía la nariz
tapada como por un grave resfriado y los lagrimales le goteaban. Gracias a
Dios! Ahora sí que
podía, sin remordimientos de conciencia, dar por terminado el
experimento. Ya había cumplido
con su deber y hecho todo lo posible conforme a las reglas del arte, aunque
infructuosamente,
como ocurría con tanta frecuencia. 'Ultra posse nemo
obligatur'. Se acabó el trabajo. Mañana
temprano enviaría a buscar a casa de Pèlissierun gran frasco de
'Amor y Psique' para perfumar
con él el cuero español encargado por el conde Verhamont. Y
después cogería su maletín lleno
de jabones anticuados, 'sentbons', pomadas y almohadillas perfumadas
y haría la ronda de los
salones de ancianas duquesas. Y un día se moriría la
última duquesa anciana y con ella su
última cliente. Él sería también un anciano y
tendría que vender su casa a Pèlissier o a otro de
los advenedizos con dinero, que tal vez le darían unas dos mil libras
por ella. Entonces haría el
equipaje, una o dos maletas y viajaría a Italia con su anciana esposa,
si ésta aún no había
muerto. Y si él sobrevivía al viaje, compraría una
pequeña casa de campo en Mesina, donde
todo era barato y allí moriría Giuseppe Baldini, en un tiempo el
mayor perfumista de París,
arruinado, cuando Dios quisiera llamarle a su seno. Y así tenía
queser.
Tapó el frasco, dejó la pluma y se pasó por última
vez el pañuelo empapado por la
frente. Notó la frescura del alcohol evaporado y nada mas.
Entonces se puso el sol.
Baldini se levantó. Subió la persiana y se asomó a la luz
del atardecer, que iluminó su
cuerpo hasta las rodillas, dandole el aspecto de una antorcha
incandescente. Vio el ribete rojo
del sol detras del Louvre y un resplandor mas débil sobre
los tejados de pizarra de la ciudad.
Abajo, el río brillaba como el oro y los barcos habían
desaparecido. Soplaba algo de viento,
pues las rafagas formaban escamas en la superficie, que centelleaba
aquí y allí como si una
mano gigantesca esparciera millones de luises de oro sobre el agua, y la
dirección de la
corriente pareció cambiar en un momento dado y afluir hacia Baldini como
una marea de oro
puro.
Los ojos de Baldini estaban húmedos y tristes. Durante un rato
permaneció inmóvil,
observando la magnífica vista. De repente, abrió la ventana de
par en par y lanzó al aire,
describiendo un gran arco, el frasco del perfume de Pèlissier. Lo vio
caer y, por un momento, la
rutilante alfombra de agua se dividió.
La habitación se inundó de aire fresco; Baldini respiró
hondo y notó que desaparecía la
hinchazón de su nariz. Entonces cerró la ventana y, casi
simultaneamente, anocheció. La
imagen dorada y refulgente de la ciudad y del río se convirtió en
una silueta grisacea. La
habitación se quedó oscura de improviso. Baldini adoptó
lamisma posición de antes y miró con
fijeza por la ventana. 'Mañana no enviaré a nadie a casa de
Pèlissier -dijo, agarrando con
ambas manos el respaldo de su silla-. No lo haré. Y tampoco haré
la ronda de los salones, sino
que iré al notario y pondré a la venta mi casa y mi negocio. Esto
es lo que haré. Ya basta!'
Su rostro adquirió una expresión infantil y obstinada y se
sintió súbitamente muy feliz.
Era de nuevo el de antes, el joven Baldini, valiente y resuelto como siempre a
plantar cara al
destino, aunque esta vez plantarle cara significase retroceder. Qué
remedio! No podía hacer
otra cosa. El tiempo, insensible, no le dejaba otra elección. Dios nos
da buenas y malas épocas,
pero no quiere que en estas últimas nos quejemos y lamentemos, sino que
reaccionemos
virilmente. Y en esta ocasión le había hecho una señal. La
imagen engañosa de la ciudad, en
tonos rojos y dorados, había sido una advertencia: Actúa,
Baldini, antes de que sea demasiado
tarde! Tu casa aún se sostiene, tus almacenes estan llenos,
aún podras conseguir un buen
precio por tu negocio a punto de quebrar. Las decisiones aún
estan en tu mano. Envejecer
modestamente en Mesina no fue nunca tu objetivo en la vida, pero es mas
digno y grato a Dios
que arruinarte pomposamente en París. Que triunfen los Brouet, Galteaux
y Pèlissier; Giuseppe
Baldini les deja el campo libre. Pero lo hace por propia voluntad y con la
cabeza erguida!
Ahora estaba incluso orgulloso de sí mismo ysentía un inmenso
alivio. Por primera vez
desde hacía muchos años empezaba a disminuir el calambre de la
espalda que le tensaba la
nuca y encorvaba los hombros de forma servil y pudo enderezarse sin esfuerzo,
relajado, libre y
feliz. Percibió claramente la fragancia de 'Amor y Psique' que
impregnaba la habitación, pero
ya no le afectó. Baldini había cambiado su vida y sentía
un maravilloso bienestar. Ahora mismo
subiría a ver a su esposa para comunicarle sus decisiones y
después peregrinaría hasta
NotreDame y encendería una vela para agradecer a Dios su bondadosa
advertencia y la
increíble fuerza de voluntad que acababa de infundirle.
Con un ímpetu casi juvenil, encasquetó la peluca sobre su calva,
se puso la levita azul,
cogió el candelero que estaba encima del escritorio y abandonó la
estancia. Apenas hubo
encendido la vela de la palmatoria del rellano para iluminar la escalera que
subía a la vivienda,
cuando oyó sonar la campanilla de la planta baja. No era el bonito
tintineo persa de la puerta
principal, sino el repique estridente de la entrada de los proveedores, un
ruido muy
desagradable que siempre le había molestado. Muchas veces había
querido hacerla desmontar
y sustituirla por una campanilla mas armoniosa, pero el gasto le
disuadía de ello y ahora, con
una risa sofocada, se le ocurrió de repente que ya no importaba;
vendería la insolente
campanilla junto con la casa. De ahora en adelante daría la lata al
nuevo propietario!
Lacampanilla volvió a sonar. Aguzó el oído. Por lo visto
Chènier ya había abandonado
el establecimiento y la criada no parecía dispuesta a acudir, así
que el propio Baldini bajó para
abrir la puerta.
Descorrió el cerrojo, abrió la pesada puerta y no vio nada. La
oscuridad se tragó por
completo el resplandor de la vela. Entonces, muy despacio, distinguió
una figura pequeña, un
niño o un adolescente poco desarrollado, que llevaba algo al brazo.
--¿Qué quieres?
--Me envía el 'maetre' Grimal con el cuero de cabra
-contestó la figura, acercandose y
alargando a Baldini el brazo doblado, que sostenía varias pieles
superpuestas. A la luz de la
vela reconoció Baldini el rostro de un muchacho con unos ojos vigilantes
y temerosos. Estaba
encorvado, como si se escondiera detras del brazo extendido, en la
actitud de alguien que teme
un golpe. Era Grenouille.
14
El cuero de cabra para la piel española! Baldini lo recordó.
Había encargado las pieles a
Grimal hacía un par de días, el cuero mas fino y flexible
para la carpeta del conde Verhamont, a
quince francos la pieza. Ahora, sin embargo, ya no las necesitaba, podía
ahorrarse aquel
dinero. Aunque, por otra parte, enviar al muchacho con las pieles devueltas
Quiza causaría un
efecto desfavorable, desencadenaría rumores de que Baldini ya no era de
fiar, Baldini ya no
recibía ningún encargo, Baldini ya no podía pagar y
esto no era nada bueno, nada en
absoluto, porque podría rebajar el preciode venta del negocio.
Sería mejor quedarse con las
inútiles pieles de cabra. No convenía que nadie supiera antes de
tiempo que Giuseppe Baldini
había cambiado su vida.
--Entra!
Dejó pasar al muchacho y subieron ala tienda, Baldini delante con el
candelero y
Grenouille con sus pieles. Era la primera vez que Grenouille entraba en una
perfumería, un
lugar donde los olores no eran secundarios, sino el centro mismo del
interés. Conocía, por
supuesto, todas las perfumerías y droguerías de la ciudad,
había pasado noches enteras ante
los escaparates y apretado la nariz contra las rendijas de las puertas.
Conocía todos los aromas
que allí se vendían y en su imaginación los había
transformado a menudo en los perfumes mas
deliciosos, de ahí que ahora no esperase nada nuevo. Sin embargo, del
mismo modo que un
niño dotado para la música ansía ver de cerca una orquesta
o subir un día al coro de una iglesia
para contemplar el oculto teclado del órgano, Grenouille anhelaba ver el
interior de una
perfumería y cuando supo que debían entregarse cueros a Baldini,
decidió hacer lo imposible
para que le enviaran a él.
Y ahora se encontraba en el establecimiento de Baldini, el lugar de
París donde se
almacenaba el mayor número de fragancias profesionales en el espacio
mas reducido. No pudo
ver mucho a la trémula luz de la vela, sólo brevemente, la sombra
del mostrador con la balanza,
las dos garzas sobre la pila, un asiento para los clientes, las
oscurasestanterías de las
paredes, el r pido destello de los utensilios de latón y las etiquetas
blancas en frascos y tarros;
ni olió nada mas de lo que ya había olido desde la calle,
pero sintió en seguida la formalidad
que reinaba en aquellas estancias, casi podría decirse la sagrada
formalidad, si la palabra
'sagrada' hubiera tenido algún sentido para Grenouille;
sintió la fría gravedad, la seriedad
profesional, el sobrio sentido comercial que emanaba de cada mueble, de cada
utensilio, de
cada tarro, frasco y matraz. Y mientras caminaba detras de Baldini, a la
sombra de Baldini,
porque éste no se tomaba la molestia de alumbrarle el camino, se le
ocurrió la idea de que
pertenecía a este lugar y a ningún otro, de que se
quedaría aquí y desde aquí conquistaría el
mundo.
Semejante idea era, por supuesto, de una inmodestia decididamente grotesca. No
había
nada, nada en absoluto que justificara la esperanza de que un aprendiz de
curtidor de dudosos
orígenes, sin conexiones ni protección, sin la menor
categoría profesional, llegara a encontrar
empleo en la perfumería mas renombrada de París; con tanta
menor razón cuanto que, como
sabemos, la liquidación del negocio era ya una cuestión decidida.
Pero el caso es que aquí no
se trataba de una esperanza concebida por la inmodesta mentalidad de
Grenouille, sino de una
certidumbre. Sabía que sólo abandonaría esta tienda para
ir a recoger sus cosas a la tenería de
Grimal y volver después definitivamente. Lagarrapata había
husmeado sangre. Durante años
había esperado dentro de su capsula y ahora se dejaba caer sobre
la exuberancia y el
desperdicio sin ninguna esperanza. Y por ello su seguridad era tan grande.
Habían atravesado el establecimiento. Baldini abrió la
trastienda, que daba al río y servía
a la vez de almacén, taller y laboratorio, donde se cocían los
jabones, removían las pomadas y
mezclaban las aguas aromaticas en panzudos recipientes.
--Ahí -dijo, indicando una gran mesa colocada ante la ventana-.
Déjalas ahí!
Grenouille salió de la sombra de Baldini, dejó el cuero sobre la
mesa y retrocedió de un
salto para situarse entre Baldini y la puerta. El perfumista se quedó
quieto un momento, con la
vela un poco apartada para que no cayeran gotas de cera sobre la mesa y
acarició con las
yemas de los dedos la lisa superficie del cuero. Luego dio la vuelta a la piel
de encima y pasó
los dedos por el dorso aterciopelado y tosco a la vez. Era un cuero muy bueno,
como hecho ex
profeso para la piel española. Se encogería apenas después
del secado y, bien tratado con la
plegadera, volvería a ser flexible, se notaba en seguida al apretarlo
entre el índice y el pulgar;
retendría el perfume durante cinco o diez años; era un cuero muy,
muy bueno, quiza incluso
podría hacer guantes con él, tres pares para sí mismo y
tres para su mujer, que usarían durante
el viaje a Mesina.
Retiró la mano. Emocionaba ver la mesa de trabajo con todos
losutensilios a punto: el
barreño de cristal para el baño oloroso, la placa de cristal para
el secado, los rascadores para la
impregnación de la tintura, el pistilo y la espatula, el pincel,
la plegadora y las tijeras. Daba la
sensación de que todas estas cosas dormían porque era de noche y
mañana volverían a cobrar
vida. ¿Y si se llevara la mesa consigo a Mesina? ¿Y tal vez una
parte de sus utensilios, sólo las
piezas mas importantes? Era una mesa muy buena para trabajar; estaba
hecha con tablones
de roble, al igual que el caballete y, como los refuerzos se habían
puesto de través, nunca
temblaba ni se tambaleaba, aparte de que era resistente al acido y los
aceites e incluso a los
cortes de cuchillo. Pero costaría una fortuna mandarla a Mesina, aunque
fuera en barco! Lo
mejor era venderla, venderla mañana mismo junto con todo lo que
tenía encima, debajo y
alrededor. Porque él, Baldini, poseía sin duda un corazón
sentimental, pero también un caracter
fuerte y llevaría a cabo su decisión por mucho que le costara; se
desprendería de todo con
lagrimas en los ojos, pero lo haría porque estaba convencido de
que así tenía que ser; al fin y al
cabo, había recibido una señal.
Se volvió para irse y casi tropezó con el hombrecito contrahecho
que seguía ante la
puerta y al cual ya había olvidado.
--Es bueno -dijo Baldini-. Di al maestro que el cuero es bueno. Dentro de unos
días pasaré
para pagarselo.
--Esta bien -contestó Grenouille sin moverse delsitio, cerrando
el paso a Baldini, que se
disponía a abandonar el taller. Baldini titubeó un poco, pero en
su ignorancia no atribuyó la
conducta del muchacho al descaro, sino a la timidez.
--¿Qué quieres? -preguntó-. ¿Has de hacerme
algún encargo? Habla!
Grenouille continuó encorvado, mirando a Baldini con ojos que
parecían llenos de miedo
pero que en realidad brillaban por la tensión de una rara vigilancia.
--Quiero trabajar con vos, 'maetre' Baldini. Quiero trabajar en
vuestro negocio.
No lo dijo en tono de ruego, sino de exigencia, y tampoco con voz normal, sino
como
disparado a presión, con un sonido sibilante. Y Baldini confundió
de nuevo la inquietante
seguridad de Grenouille con una timidez juvenil. Le sonrió
amistosamente.
--Eres aprendiz de curtidor, hijo mío; no tengo trabajo para ti. Ya
dispongo de un
ayudante y no necesito ningún aprendiz.
--¿Queréis que huelan estos cueros de cabra, 'maetre'
Baldini? Estos cueros que os
he traído ¿Queréis que huelan? -silabeó
Grenouille como si no hubiese oído la respuesta de
Baldini.
--Pues claro -respondió éste.
--¿Al 'Amor y Psique' de Pèlissier? -inquirió
Grenouille, encorvandose todavía mas.
Un pequeño estremecimiento de susto recorrió el cuerpo de Baldini.
No porque se
preguntara la razón de que el muchacho conociera aquel detalle, sino por
la simple mención del
nombre de aquel aborrecido perfume cuya composición no había
sabido descifrar.
--¿Cómo se te ocurre la absurda ideade que yo utilizaría un
perfume ajeno para?
--Vos oléis a él! -silabeó Grenouille-. Lo llevais
en la frente y en un pañuelo empapado que
guardais en el bolsillo derecho de la levita. Este 'Amor y
Psique' no es bueno, es malo,
contiene demasiada bergamota y demasiado romero y le falta esencia de rosas.
--Vaya -dijo Baldini, totalmente sorprendido por el giro y los detalles de la
conversación-. ¿Y
qué mas?
--Azahar, lima, clavel, almizcle, jazmín, alcohol y otra cosa cuyo
nombre no conozco, mirad, ahí
esta, en esa botella! -Y señaló con el dedo hacia la
oscuridad. Baldini dirigió el candelero hacia
el lugar indicado, siguió con la mirada el índice del muchacho y
se fijó en una botella de la
estantería que estaba llena de un balsamo gris amarillento.
--¿Estoraque? -preguntó.
Grenouille asintió con la cabeza.
--Sí, eso es lo que contiene. -Y se encogió como si sufriera un
calambre y murmuró por lo
menos doce veces la palabra 'estoraque':
'Estoraquestoraquestoraquestoraque'
Baldini sostuvo el candelero ante el hombrecillo que graznaba
'estoraque' y pensó: o
esta poseído o es un estafador o ha recibido la gracia del
talento. Porque las sustancias
mencionadas podían componer el perfume 'Amor y Psique' en las
proporciones debidas; era
incluso muy probable que así fuera. Esencia de rosas, clavel y
estoraque aquella misma tarde
había buscado como loco estos tres componentes, junto a los cuales las
otras partes de la
composición -quetambién creía haber reconocido- eran los
fragmentos que redondeaban el
todo. Ahora sólo quedaba la cuestión de averiguar la
proporción exacta en que debían
mezclarse. A fin de resolverlo él, Baldini, tendría que hacer
experimentos durante días y días,
un trabajo agotador, casi peor que la simple identificación de las
partes, porque ahora se
trataba de medir, pesar, anotar y ceñirse a estos calculos sin la
menor desviación, ya que un
descuido ínfimo -un temblor de la pipeta, un error en la cuenta de las
gotas- podía estropearlo
todo. Y cada intento fallido era terriblemente caro, cada mezcla inservible
costaba una pequeña
fortuna Quería poner a prueba al hombrecillo, quería
preguntarle la fórmula exacta de 'Amor y
Psique'. Si la conocía con exactitud, en gramos y gotas,
significaría que era sin lugar a dudas
un estafador que se había apoderado de algún modo de la receta de
Pèlissier con objeto de
conseguir la entrada y una colocación en casa de Baldini. Si, en cambio,
la adivinaba de forma
aproximada, se trataría de un genio del olfato y como tal
despertaría el interés profesional de
Baldini. No era que Baldini se retractara de su decisión de cesar en el
negocio! El perfume de
Pèlissier no le interesaba como tal; aunque el muchacho se lo mezclara a
litros, Baldini no
pensaba ni en sueños perfumar con él la piel española del
conde Verhamont, pero pero uno
no era perfumista durante toda la vida, uno no se pasaba la vida
enteramezclando fragancias
para perder en una hora toda su pasión profesional! Ahora le interesaba
conocer la fórmula de
este condenado perfume y, mas aún, poner a prueba el talento de
este misterioso muchacho
que le había olido un perfume en la frente. Quería saber
qué se ocultaba detras de aquello.
Sentía simplemente curiosidad.
--Por lo visto tienes una nariz muy fina, muchacho -dijo cuando Grenouille hubo
terminado sus
graznidos, volviendo hacia la mesa y dejando sobre ella el candelero con
movimientos
pausados-, muy fina, no cabe duda, pero
--Tengo la mejor nariz de París, 'maetre' Baldini
-interrumpió Grenuille con voz gangosa-.
Conozco todos los olores del mundo, todos los de París, aunque no
sé los nombres de muchos;
pero puedo aprenderlos. Todos los olores que tienen nombre no son muchos,
sólo algunos
miles y yo los aprenderé. Jamas olvidaré el nombre de este
balsamo, estoraque, el balsamo se
llama estoraque, se llama estoraque
--Callate! -gritó Baldini-. No me interrumpas cuando hablo! Eres
descarado y presuntuoso.
Nadie conoce mil olores por el nombre. Ni siquiera yo conozco mil nombres, sino
sólo algunos
centenares, porque en nuestro negocio no hay mas de varios cientos, todo
lo demas no son
olores, sino hedores!
Grenouille, que durante su larga e impetuosa intervención casi se
había desdoblado
físicamente y en su excitación había llegado a hacer girar
los brazos como aspas de molino
para prestar mas énfasis a sus 'todos, todos',volvió
a encorvarse de repente ante la réplica de
Baldini y permaneció en e lumbral como un sapo negro, acechando sin
moverse.
--Como es natural -continuó Baldini-, hace tiempo que estoy enterado de
que el 'Amor y Psique'
se compone de estoraque, esencia de rosas y clavel, ademas de bergamota
y extracto de
romero, etcétera. Para averiguarlo sólo se necesita, como ya he
dicho, una nariz muy fina y es
muy posible que Dios te haya dado un buen olfato, como a muchísimos
otros hombres,
sobretodo a tu edad. Sin embargo, el perfumista -y aquí Baldini
levantó el índice y sacó el
pecho-, el perfumista necesita algo mas que un buen olfato. Necesita un
órgano olfativo
educado a lo largo de muchas décadas, que le permita descifrar los
olores mas complicados sin
equivocarse nunca, incluyendo los perfumes nuevos y desconocidos. Una nariz
semejante -y se
dio unos golpecitos en la suya con el índice- no se 'tiene',
jovencito! Una nariz semejante se
conquista con perseverancia y aplicación. ¿O acaso podrías
tú decirme ahora mismo la fórmula
exacta de 'Amor y Psique'? ¿Qué me contestas?
¿Podrías?
Grenouille guardó silencio.
--¿Podrías al menos adivinarla aproximadamente? -inquirió
Baldini, inclinandose un poco para
ver mejor al sapo que estaba junto a la puerta-. ¿Sólo poco
mas o menos, a ojo? ¿Podrías? Habla, si eres la mejor
nariz de París!
Pero Grenouille continuó callado.
--¿Lo ves? -dijo Baldini, irguiéndose, entre satisfecho y
desengañado-. Nopuedes. Claro que
no. ¿Cómo ibas a poder? Eres como una persona que adivina por el
sabor de la sopa si
contiene perifollo o perejil. Esta bien, ya es algo, pero no por eso
eres un cocinero. En todas las
artes, como en todas las artesanías, aprende bien esto antes de irte!,
el talento sirve de bien
poco si no va acompañado por la experiencia, que se logra a fuerza de
modestia y aplicación.
Iba a coger el candelero de la mesa cuando la voz a presión de
Grenouille graznó desde la
puerta:
--No sé qué es una fórmula, 'maetre', esto no lo
sé, pero sé todo lo demas!
--La fórmula es el alfa y omega de todo perfume -explicó Baldini
con severidad, porque ahora
quería poner fin a la conversación-. Es la indicación,
hecha con rigor científico, de las
proporciones en que deben mezclarse los distintos ingredientes a fin de obtener
un perfume
determinado y único; esto es la fórmula. O la receta, si
comprendes mejor esta palabra.
--Fórmula, fórmula -graznó Grenouille,
enderezandose un poco ante la puerta-; yo no necesito
ninguna fórmula. Tengo la receta en la nariz. ¿Queréis que
os haga la mezcla, maestro, queréis
que os la haga? ¿Me lo permitís?
--¿Qué dices? -gritó Baldini, alzando bastante la voz y
sosteniendo el candelero ante el rostro
del gnomo-. ¿Qué mezcla?
Por primera vez, Grenouille no retrocedió.
--Todos los olores que se necesitan estan aquí, todos
aquí, en esta habitación -dijo, señalando
hacia la oscuridad-. Esencia de rosas! Azahar!Clavel! Romero!
--Ya sé que estan aquí! -rugió Baldini-. Todos
estan aquí! Pero ya te he dicho, cabezota, que
no sirven de nada cuando no se tiene la fórmula!
--Y el jazmín! El alcohol! La bergamota! El estoraque! -
continuó graznando Grenouille,
indicando con cada nombre un punto distinto de la habitación, tan sumida
en tinieblas que
apenas podía adivinarse la sombra de la estantería con los
frascos.
--¿Acaso también puedes ver de noche? -le gritó Baldini-.
No sólo tienes la nariz mas fina, sino
también la vista mas aguda de París, ¿verdad? Pues
si también gozas de buen oído, agúzalo
para escucharme: Eres un pequeño embustero. Seguramente has robado algo
a Pèlissier, le
has estado espiando, ¿no es eso? ¿Creías, acaso, que
podías engañarme?
Grenouille se había erguido del todo y ahora estaba todo lo alto que era
en el umbral,
con las piernas un poco separadas y los brazos un poco abiertos, de ahí
que pareciera una
araña negra aferrada al marco de la puerta.
--Concededme diez minutos -apremió, con voz bastante fluida- y os
prepararé el perfume
'Amor y Psique'. Ahora mismo y en esta habitación.
'Maetre', concededme cinco minutos!
--¿Crees que te dejaré hacer chapuzas en mi taller? ¿Con
esencias que valen una fortuna? ¿A
ti?
--Sí -contestó Grenouille.
--Bah! -exclamó Baldini, exhalando todo el aire que tenía en los
pulmones. Entonces respiró
hondo, contempló largo rato al aracnido Grenouille y reflexionó.
En el fondo, es igual,pensó, ya
que mañana pondré fina todo esto. Sé muy bien que no puede
hacer lo que dice, es imposible,
de lo contrario, sería aún mas grande que el gran
Frangipani. Pero ¿por qué no permitirle que
demuestre ante mi vista lo que ya sé? Si no se lo permito, a lo mejor un
día en Mesina -con la
edad uno se vuelve extravagante y tiene las ideas mas
estrambóticas- me asalta el
pensamiento de no haber reconocido como tal a un genio del olfato, a un ser
superdotado por la
gracia de Dios, a un niño prodigio Es totalmente imposible; todo lo
que me dicta la razón dice
que es imposible, pero tampoco cabe duda de que existen los milagros. Pues
bien, cuando
muera en Mesina, en mi lecho de muerte puede ocurrírseme esta idea:
Aquel anochecer en
París cerraste los ojos a un milagro Esto no sería muy
agradable, Baldini! Aunque este loco
eche a perder unas gotas de esencia de rosas y tintura de almizcle, tú
mismo las habrías
malgastado si el perfume de Pèlissier no hubiera dejado de interesarte.
¿Y qué son unas gotas
-apesar de su elevadísimo precio- comparadas con la certidumbre del
saber y una vejez
tranquila?
--Escucha! -exclamó con voz fingidamente severa-. Escúchame bien!
He A propósito. ¿cómo
te llamas?
--Grenouille -contestó éste-, Jean-Baptiste Grenouille.
--¡Aj -dijo Baldini-. Pues bien, escucha, Jean-Baptiste Grenouille! He
reflexionado. Te concedo
la oportunidad, ahora, inmediatamente, de probar tu afirmación.
También es una oportunidadpara que aprendas, después de un
fracaso rotundo, la virtud de la modestia -tal vez poco
desarrollada a causa de tus pocos años, lo cual podría
perdonarse-, imprescindible para tu
futuro como miembro del gremio y tu condición de marido, súbdito,
ser humano y buen cristiano.
Estoy dispuesto a impartirte esta enseñanza a mis expensas porque debido
a unas
circunstancias determinadas hoy me siento generoso y, quién sabe,
quiza llegara un día en que
el recuerdo de esta escena alegrara mi animo. Pero no creas que
podras tomarme el pelo! La
nariz de Giuseppe Baldini es vieja pero fina, lo bastante fina para descubrir
en el acto la mas
pequeña diferencia entre tu mezcla y este producto- y al decir esto
extrajo del bolsillo el pañuelo
empapado de 'Amor y Psique' y lo agitó ante la nariz de
Grenouille-. Acércate, nariz mas fina
de París! Acércate a esta mesa y demuestra lo que sabes! Cuida,
no obstante, de no volcar ni
derramar nada! No cambies nada de sitio! Ante todo, necesitamos mas luz.
Queremos una gran
iluminación para este pequeño experimento, ¿no es verdad?
Y mientras hablaba, cogió otros dos candeleros que estaban al borde de
la gran mesa
de roble y los encendió, hecho lo cual los colocó en hilera en el
borde posterior, apartó el cuero
y dejó libre el centro de la mesa. Entonces, con movimientos a la vez
reposados y agiles,
reunió los utensilios del oficio, que guardaba en un pequeño
anaquel: el matraz grande y
barrigudo para las mezclas,el embudo de vidrio, la pipeta, las probetas grande
y pequeña, y los
puso por orden sobre la mesa.
Entretanto, Grenouille se había desprendido del marco de la puerta.
Durante el
pomposo discurso de Baldini había ido perdiendo la expresión
tensa y vigilante; sólo oyó el
consentimiento, el sí, con el júbilo interior de un niño
que ha conseguido sus propósitos
porfiando con insistencia y se ríe de las condiciones, restricciones y
exhortaciones morales
vinculadas a la concesión. Inmóvil, por primera vez mas
parecido a un hombre que a un animal,
dejó que le resbalara la verborrea de Baldini, sabiendo que ya
había subyugado al hombre que
acababa de ceder a su pretensión.
Mientras Baldini seguía atareado encendiendo las velas, Grenouille se
deslizó hacia el
lado oscuro del taller, donde estaban los estantes con los valiosos aceites,
esencias y tinturas, y
eligió, siguiendo las seguras indicaciones de su olfato, los frascos que
necesitaba. Eran nueve:
esencia de azahar, esencia de lima, esencia de clavel y de rosa, extracto de
jazmín, bergamota
y romero, tintura de almizcle y balsamo de estoraque, que fue cogiendo y
colocando sobre el
borde de la mesa. Por último, arrastró una bombona que
contenía alcohol de elevada
graduación y entonces se situó detras de Baldini
-todavía ocupado en ordenar con lenta
pedantería los utensilios para la mezcla, adelantando uno y retirando un
poco el otro para que
todo guardase el orden establecido y recibierala mejor luz de las velas- y
esperó, temblando de
impaciencia, a que el viejo retrocediera para hacerle sitio.
--Ya esta! -exclamó por fin Baldini, apartandose-. Todo lo
que necesitas para tu
llamémoslo, benévolamente, experimento, se encuentra a tu
alcance. ¡No rompas ni derrames
nada !Porque, escúchame bien: estos líquidos cuyo empleo te
esta permitido durante cinco
minutos, son tan valiosos y raros, que en tu vida volver s a tenerlos en las
manos en forma tan
concentrada.
--¿Qué cantidad deseéis que os haga, maestro?
-preguntó Grenouille.
--¿Qué has dicho? -murmuró Baldini, que aún no
había terminado su discurso.
--¿Qué cantidad de perfume? –graznó Grenouille-.
¿Cuanto queréis? ¿Debo llenar esta botella
grande hasta el borde? -Y señaló el matraz para mezclas, capaz
para tres litros como mínimo.
--No, claro que no! -gritó, horrorizado, Baldini, impulsado por el
temor, tan arraigado como
espontaneo, de que se derrochara algo de su propiedad. Y como si le
avergonzase aquel grito
revelador, añadió casi en seguida-: Y tampoco deseo que me
interrumpas cuando estoy
hablando! -Entonces, en tono mas tranquilo y un poco irónico-:
¿Para qué necesitamos tres
litros de un perfume que no gusta a ninguno, de los dos? En realidad,
bastaría con media
probeta, pero como mezclar cantidades tan pequeñas da siempre resultados
imprecisos, te
permitiré llenar una tercera parte del matraz.
--Bien -dijo Grenouille-. Llenaré un tercio de esta botellacon
'Amor y Psique', pero lo haré a mi
manera, señor Baldini. No sé si sera a la manera del
gremio, porque no la conozco, así que
sera a mi manera.
--Adelante! -accedió Baldini, sabiendo que en esta cuestión no
cabía 'mi' manera ni la 'tuya',
sino solamente una, la única posible y correcta, que consistía en
conocer la fórmula, hacer el
calculo correspondiente ala cantidad deseada, mezclar con la mas
rígida exactitud el extracto
de las diversas esencias y añadir la proporción de alcohol
también exacta, que oscilaba a lo
sumo entre una décima y una vigésima parte, para volatilizar el
perfume definitivo. Sabía que no
existía otra manera. Y por esto, lo que ahora vio y observó,
primero con burlona indiferencia,
después con gran confusión y por último con un inmenso
asombro, debió parecerle un puro
milagro. Y la escena quedó grabada de tal modo en su memoria, que no la
olvidó nunca hasta
el fin de sus días.
15
El hombrecillo Grenouille empezó quitando el tapón de corcho de
la bombona que contenía el
alcohol. Le costó mucho levantar el pesado recipiente casi hasta la
altura de su cabeza, porque
así de alto estaba el matraz con el embudo de vidrio en el cual, sin
ayuda de una probeta
graduada, vertió el alcohol directamente de la bombona. Baldini se
estremeció ante semejante
torpeza: el sujeto no sólo invertía el sistema tradicional de la
perfumería, empezando con el
disolvente y no con el concentrado, sino que era apenas físicamentecapaz
para este trabajo!
Temblaba por el esfuerzo y Baldini temía que en cualquier momento dejase
caer la pesada
bombona, destrozando todo lo que había sobre la mesa. Las velas
-pensó-, Dios mío, las velas!
Provocara una explosión, me quemara la casa! Y ya se
disponía a intervenir y arrebatar la
bombona a aquel demente, cuando Grenouille la bajó sin ayuda, la
dejó en el suelo intacta y la
tapó con el corcho. El líquido claro y ligero se balanceó
en el matraz no se había derramado
ni un gota. Grenouille tomó aliento unos instantes, expresando en el
rostro una gran
satisfacción, como si ya hubiera realizado la parte mas difícil
de su tarea. Y de hecho, lo que
siguió se desarrolló a una velocidad tal, que Baldini pudo
acompañarlo apenas con la vista, y
todavía menos reconocer una fase reglamentada del proceso.
Grenouille eligió como al azar entre los frascos de esencias, les
quitó el tapón de vidrio,
se los pasó un segundo bajo la nariz, echó en el embudo unas
gotas de uno, luego de otro y un
chorrito de un tercero y no tocó ni una sola vez la pipeta, los tubos de
ensayo, la probeta
graduada, la cucharilla, el batidor, ninguno de los utensilios imprescindibles
para el perfumista
durante el complicado proceso de la mezcla. Parecía estar jugando,
disfrutando como un niño
que cuece un horrible caldo con agua, hierba y fango y luego afirma que es una
sopa. Sí, igual
que un niño, pensó Baldini, y ademas tiene el aspecto de
un niño, a pesarde sus manos
toscas, de su rostro lleno de surcos y cicatrices y de la bulbosa nariz de
viejo. Le he atribuido
mas edad de la que tiene y ahora lo veo mas joven, como un
niño de tres o cuatro años, como
una de esas criaturas inasequibles, incomprensibles, obstinadas que,
supuestamente
inocentes, sólo piensan en sí mismas, llevan su despotismo hasta
el extremo de pretender
subordinar al mundo y no cabe duda de que lo harían si no se pusiera
coto a su megalomanía
con las severas medidas pedagógicas encaminadas a imbuirles disciplina y
autodominio para
su existencia como hombres maduros. Uno de estos niños fanaticos
se ocultaba en este
muchacho de ojos ardientes que trabajaba ante la mesa, ajeno a todo cuanto le
rodeaba, al
parecer ignorante de que en el taller hubiera algo mas que él y
estos frascos que acercaba al
embudo con temeraria torpeza a fin de mezclar su descabellado caldo del que
después
afirmaría –totalmente convencido!- que era el selecto perfume
'Amor y Psique'. Horrorizaba a
Baldini ver, a la vacilante luz de las velas, a aquel hombrecillo atareado con
tan horrible
dedicación y tan horrible seguridad en sí mismo y pensó,
de nuevo triste, desgraciado y colérico
como por la tarde, cuando contemplaba la ciudad encendida por el
crepúsculo, que seres como
éste no existían en sus tiempos, se trataba de un nuevo ejemplar
de la especie que sólo podía
surgir en esta época enferma y desorganizada Pero este prepotente
muchachorecibiría su
lección! Al final de la ridícula representación le
daría un buen rapapolvo para que se marchara
tal como había venido, como un insignificante don nadie. Sabandijas! Hoy
en día era imposible
fiarse de nadie, las ridículas sabandijas pululaban por doquier.
Tan ocupado estaba Baldini con su cólera interna y su aversión
del tiempo en que vivía,
que no comprendió de ltodo el significado de que Grenouille tapara de
repente todos los
frascos, sacara el embudo del matraz, agarrara éste del cuello con una
mano y lo apretara
contra su pecho para taparlo con fuerza y agitarlo enérgicamente con la
mano izquierda. Hasta
que el matraz no hubo dado varias vueltas en el aire, precipitando su valioso
contenido, como si
fuera limonada, del fondo al cuello y viceversa, no prorrumpió Baldini
en un grito de rabia y de
espanto.
--Alto! -chilló-. Ya basta! Para inmediatamente! Se acabó! Deja
ahora mismo el matraz sobre la
mesa y no toques nada mas, me oyes, nada mas! He debido estar
loco para escuchar por un
solo momento tus disparatadas explicaciones. Tu modo de hacer, tu forma de
manejar las
cosas, tu tosquedad, tu ignorancia primitiva me demuestra que eres un
chapucero, un burdo
chapucero y un mocoso pícaro y descarado por añadidura. Ni
siquiera sirves para mezclar
limonadas, ni para vender agua de regaliz sirves tú, y pretendes ser
perfumista! Ya puedes
estar contento y agradecido de que tu amo te permita remover sus adobos de
curtidor! No teatrevas nunca mas, ¿me oyes?, no te atrevas nunca
mas a poner los pies en el umbral de un
perfumista!
Así habló Baldini y, mientras hablaba, la habitación se
fue impregnando de 'Amor y
Psique'. Hay en el perfume una fuerza de persuasión mas
fuerte que las palabras, el destello
de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión
del perfume no se
puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos
llena, nos satura,
no existe ningún remedio contra ella.
Grenouille había dejado el matraz sobre la mesa y secado su mano
impregnada de
perfume con el borde de la levita. Uno o dos pasos hacia atras, el torpe
encorvamiento de su
cuerpo bajo la filípica de Baldini bastaron para dispersar por el aire
oleadas de perfume recién
creado. No hizo falta nada mas. Ciertamente, Baldini todavía
gritaba, clamaba y escarnecía,
pero con cada aspiración disminuía en su interior la ira que
alimentaba su locuacidad. Se dio
cuenta de que sus argumentos eran refutados y su discurso terminó en un
silencio patético. Y
cuando hacía ya largo rato que se había callado, no
necesitó la observación de Grenouille: 'Ya
esta listo'. Lo sabía antes de oírlo.
No obstante, aunque estaba rodeado por todas partes de un ambiente
pletórico de
'Amor y Psique', se acercó ala vieja mesa de roble para tomar
una muestra. Extrajo del bolsillo
izquierdo de la levita un pequeño pañuelo de encaje blanco como
la nieve, lo desdobló y lo
humedeció conun par de gotas que sacó del matraz mediante la
larga pipeta. Agitó el pañuelo
con el brazo extendido, para airearlo, y se lo llevó después a la
nariz con el habitual movimiento
delicado a fin de aspirar la fragancia. Mientras la olía a breves
intervalos, tomó asiento en un
taburete. De repente -el arrebato de cólera había arrebolado su
rostro-, palideció.
--Increíble -murmuró en voz baja-, por Dios que es
increíble.
Y llevandose una y otra vez el pañuelo a la nariz, aspiraba,
meneaba la cabeza y volvía a
murmurar: 'Increíble'. Era 'Amor y Psique' sin lugar
a dudas, el 'Amor y Psique' odioso y
genial, copiado con tanta precisión que ni siquiera el propio
Pèlissier habría podido distinguirlo
de su producto. 'Increíble'
El gran Baldini se veía pequeño, palido y ridículo
sentado en el taburete con el pañuelo
en la mano, que apretaba contra la nariz como una doncella resfriada.
Había perdido
completamente el habla. Incapaz de repetir 'increíble' una vez
mas, permaneció moviendo la
cabeza de arriba abajo, mirando fijamente el contenido del matraz y musitando
un monótono
'Hm, hm, hm, hm, hm, hm, hm, hm, hm, hm' Al cabo de un rato
Grenouille se acercó sin
ruido a la mesa, como una sombra.
--No es un buen perfume -dijo-, es una mezcla muy mala. -Baldini
continuó farfullando su 'Hm,
hm, hm' y Grenouille continuó-: Si me lo permitís, maestro,
la perfeccionaré. Dadme un minuto
y os lo convertiré en un perfume decente!
--Hm, hm, hm-dijo Baldini, asintiendo, no porque estuviera de acuerdo, sino
porque se hallaba
en un estado de apatía tal, que habría contestado 'Hm, hm,
hm' y accedido a cualquier cosa. Y
siguió musitando 'Hm, hm, hm' y asintiendo, sin dar muestras
de comprender nada cuando
Grenouille se dispuso a elaborar una mezcla por segunda vez y por segunda vez
vertió alcohol
de la bombona en el matraz, ahora sobre el perfume recién mezclado, y
echó en el embudo el
contenido de los frascos por un orden y en cantidades al parecer casuales.
Hasta casi el final
del proceso -esta vez Grenouille no agitó el matraz, sino que lo
inclinó despacio como si fuera
una copa de coñac, quiza en atención ala sensibilidad de
Baldini o porque esta vez el contenido
le parecía mas valioso-, o sea hasta que el líquido se
balanceó, ya listo, en el recipiente, no se
despertó Baldini de su estado letargico y se levantó, con
el pañuelo todavía apretado contra la
nariz, como si quisiera defenderse de un nuevo ataque personal.
--Ya esta listo, 'maetre' -anunció Grenouille-. Ahora
sí que es un perfume bueno.
--Sí, sí, esta bien, esta bien -respondió
Baldini, agitando la mano libre.
--¿No queréis tomar una muestra? -urgió Grenouille-.
¿No lo deseais, 'maetre'? ¿Ninguna
prueba?
--Después, ahora no estoy dispuesto para otra prueba Tengo otras
cosas en la cabeza. Ahora
vete! Sígueme!
Y, tomando un candelero, cruzó el umbral en dirección a la
tienda. Grenouille le siguió.
Llegaron alestrecho pasillo que conducía a la puerta de servicio. El
anciano arrastró los pies
hasta el umbral, descorrió el cerrojo y abrió. Entonces se hizo a
un lado para dejar pasar al
muchacho.
--¿Puedo trabajar ahora con vos, 'ma3tre'? ¿Puedo?
-preguntó Grenouille en el umbral, otra
vez encorvado y con mirada vigilante.
--No lo sé -contestó Baldini-. Meditaré sobre el asunto.
Vete!
Y Grenouille desapareció de improviso, tragado por la oscuridad. Baldini
se quedó allí,
mirando la noche como embobado. En la mano derecha llevaba la palmatoria y en
la izquierda
el pañuelo, como alguien a quien le sangrara la nariz, aunque en
realidad sólo tenía miedo.
Cerró de prisa la puerta con cerrojo y entonces se apartó el
pañuelo de la cara, lo guardó en el
bolsillo y volvió al taller a través de la tienda.
La fragancia era tan maravillosamente buena que a Baldini se le anegaron de
repente los ojos
en lagrimas. No necesitaba hacer ninguna prueba, sólo colocarse
delante del matraz y aspirar.
El perfume era magnífico. En comparación con 'Amor y
Psique' era una sinfonía comparada
con el rasgueo solitario de un violín. Y mucho mas, Baldini
cerró los ojos y evocó los recuerdos
mas sublimes. Se vio a sí mismo de joven paseando por jardines
napolitanos al atardecer; se
vio en los brazos de una mujer de cabellera negra y vislumbró la silueta
de un ramo de rosas en
el alféizar de la ventana, acariciado por el viento nocturno; oyó
cantar a una bandada de pajaros
y lamúsica lejana de una taberna de puerto; oyó un susurro muy
cerca de su oído, oyó un 'Te
amo' y sintió que los cabellos se le erizaban de placer, ahora,
ahora, en este instante! Abrió los
ojos y gimió de gozo. Este perfume no se parecía a ningún
perfume conocido. No era una
fragancia que emanaba buen olor, no era una pastilla perfumada, no era un
artículo de tocador.
Se trataba de algo totalmente nuevo, capaz de crear todo un mundo, un mundo
rico y magico
que hacía olvidar de golpe todas las cosas repugnantes del propio
entorno y comunicaba un
sentimiento de riqueza, de bienestar, de libertad
Los pelos erizados del brazo de Baldini se posaron y una serenidad maravillosa
se
apoderó de él. Cogió el cuero, el cuero de cabra que
estaba en el borde de la mesa y lo cortó
con un cuchillo. Después metió los trozos en el barreño de
vidrio y los roció con el nuevo
perfume. Cubrió el barreño con una placa de cristal y
vertió el perfume restante en dos frascos
que proveyó de sendas etiquetas en las que escribió el nombre:
'Nuit napolitaine'. Entonces
apagó la vela y salió.
No habló a su mujer arriba, durante la cena. Sobre todo, no le dijo nada
de la sacrosanta
decisión que había adoptado aquella tarde. Tampoco su mujer dijo
nada, porque observó que
estaba alegre y esto la puso muy contenta. No subió tampoco a Notre Dame
para agradecer a
Dios su fuerza de voluntad. Aquella noche se olvidó incluso por primera
vez de rezar a la hora
deacostarse.
16
A la mañana siguiente fue derecho a ver a Grimal. Ante todo pagó
el cuero de cabra y,
ademas, al precio solicitado, sin protestar y sin el menor regateo.
Luego invitó a Grimal a una
botella de vino blanco en la Tour d.Argent y negoció con él el
traspaso del aprendiz Grenouille.
No reveló, por descontado, por qué lo quería ni para
qué lo necesitaba. Mencionó un importante
encargo de cuero perfumado para cuyo cumplimiento le hacía falta un
ayudante sin
calificaciones. Necesitaba un chico poco exigente para las tareas mas
sencillas, como cortar
cueros, etcétera. Pidió otra botella de vino y ofreció
veinte libras como compensación por las
molestias que la ausencia de Grenouille causaría a monsieur Grimal.
Veinte libras eran una
enorme suma y Grimal aceptó en seguida. Volvieron a la tenería,
donde Grenouille, cosa
extraña, ya les esperaba con el hatillo preparado y Baldini pagó
las veinte libras y se lo llevó,
consciente de haber hecho el mejor negocio de su vida.
Grimal, que por su parte también estaba convencido de haber hecho el
mejor negocio de
su vida, regresó a la Tour d.Argent, bebió allí otras dos
botellas de vino, se trasladó hacia
mediodía al Lyon d.Or, en la orilla opuesta, y se emborrachó
hasta tal punto que cuando, ya de
noche, quiso volver a la Tour d.Argent, confundió la Rue Geoffroi
L.Anier con la Rue des
Nonaindiéres, con lo cual, en lugar de desembocar directamente ene l
Pont Marie, como había
esperado, fue a pararfatalmente al Quai des Ormes, desde donde cayó de bruces
en el agua
como en una cama blanda, muriendo al instante. En cambio, el río
necesitó bastante tiempo
para apartarle de la orilla poco profunda, hacerle sortear las barcazas
amarradas y empujarle
hasta la corriente central mas fuerte, de manera que el curtidor Grimal,
o mejor dicho, su
empapado cadaver, no apareció hasta primeras horas de la
mañana flotando río abajo, hacia el
oeste.
Cuando pasó por debajo del Pont au Change, sin ruido, sin tropezar con
los pilares del
puente, Jean-Baptiste Grenouille estaba a punto de acostarse veinte metros
mas arriba. Le
habían asignado un catre en el fondo del taller de Baldini, del cual
tomó posesión en el preciso
momento en que su antiguo amo bajaba flotando por el frío Sena con las
cuatro extremidades
rígidas. Se acurrucó, lleno de bienestar, encogiéndose
como la garrapata. Mientras conciliaba el
sueño fue profundizando mas y mas en sí mismo hasta
que entró triunfalmente en su fortaleza
interior, donde soñó con un victorioso banquete olfatorio, una
gigantesca orgía con humo de
incienso y vapor de mirra, en honor de sí mismo.
17
Con la adquisición de Grenouille empezó el progreso de la casa de
Giuseppe Baldini
hacia un prestigio no sólo nacional, sino europeo. El carillón
persa ya no cesaba de sonar y las
garzas no dejaban de escupir en el establecimiento del Pont au Change.
La primera tarde Grenouille tuvo que preparar una gran bombonade 'Nuit
napolitaine',
del que se vendieron en los días subsiguientes mas de ochenta
frascos. La fama del perfume
se extendió con vertiginosa rapidez. A Chènier le lloraban los
ojos de tanto contar dinero y le
dolía la espalda de tantas reverencias, ya que acudieron los personajes
mas altos y
encumbrados o, por lo menos, los sirvientes de dichos personajes altos y
encumbrados. Y un
día la puerta se abrió de par en par y se estremeció
dentro de sus goznes para dar entrada al
lacayo del conde d.Argenson, quien gritó, como sólo saben gritar
los lacayos, que quería cinco
frascos del nuevo perfume y Chènier todavía temblaba de
emoción un cuarto de hora después
porque el conde d.Argenson era intendente y ministro de la Guerra de Su
Majestad y el hombre
mas poderoso de París.
Mientras Chènier recibía solo a la oleada de clientes, Baldini se
encerraba en el taller
con su nuevo aprendiz. Justificó esta conducta ante Chènier con
una fantastica teoría que
designó con el nombre de 'división y racionalización
del trabajo'. Durante años, explicó, había
contemplado pacientemente cómo Pèlissier y sus compinches
violaban las reglas del gremio,
quitandole la clientela y arruinando el negocio. Ahora su paciencia se
había terminado. Ahora
aceptaba el desafío y se enfrentaba a aquellos advenedizos insolentes
utilizando sus propias
armas: cada estación, cada mes y, si era necesario, cada semana
sacaría un nuevo perfume, y
vaya perfume! Quería aprovecharhasta el maximo su facultad
creadora y para ello era
necesario que se dedicara -con la sola ayuda de un aprendiz- completa y
únicamente a la
producción de perfumes, mientras Chènier se ocupaba
exclusivamente de las ventas. Con este
método moderno iniciarían un nuevo capítulo en la historia
de la perfumería, barrerían a la
competência y se harían inmensamente ricos. Sí,
había dicho 'se harían' y lo ratificaba de
forma categórica porque tenía la tendencia de dar a su fiel
encargado un tanto por ciento de los
enormes beneficios.
Unos días antes Chènier habría calificado tales discursos
de su patrón como prueba de
un incipiente chocheo. 'Ya esta maduro para la Charitè
-habría pensado-; ahora ya no puede
tardar mucho en dejar definitivamente el bastón de mando'. Pero
ahora ya no pensaba así; de
hecho, apenas tenía tiempo de pensar. Trabajaba tanto, que por la noche,
extenuado, sólo era
capaz de vaciar la atiborrada caja y quedarse con su parte. Ni en sueños
habría dudado de la
legitimidad de la situación cuando Baldini salía casi a diario
del taller con alguna fragancia
nueva.
Y qué fragancias! No sólo perfumes de la mas alta y
refinada escuela, sino también
cremas, polvos, jabones, lociones capilares, aguas, aceites Todos los
artículos despedían
ahora un olor nuevo, diferente, mas exquisito que antes. Y todo,
absolutamente todo,
incluyendo las nuevas bandas perfumadas para el cabello creadas un día
por el caprichoso
talento de Baldini,obtenía el favor del público que, como
embrujado, no daba ninguna
importancia a los precios. Todo lo que Baldini producía se
convertía en un éxito. Y el éxito era
tan abrumador, que Chènier lo acogió como un fenómeno
natural y no se preocupó mas de
averiguar las causas. La posibilidad de que el nuevo aprendiz, el
desmañado gnomo que se
alojaba como un perro en el taller y al cual veía muchas veces, cuando
el maestro salía, limpiar
morteros y utensilios de vidrio en el fondo de la habitación, la
posibilidad de que aquel ser
insignificante tuviera algo que ver con la fabulosa prosperidad del negocio era
algo que Chènier
no habría creído aunque se lo hubieran jurado.
Naturalmente que el gnomo era el responsable de todo ello. Los productos que
Baldini
llevaba a la tienda y entregaba a Chènier para su venta eran sólo
una ínfima parte de las
mezclas elaboradas por Grenouille tras la puerta cerrada del taller. A Baldini
ya no le alcanzaba
el olfato. Para él representaba un verdadero tormento tener que escoger
entre las maravillas
creadas por Grenouille. Aquel aprendiz magico habría podido
proveer de recetas a todos los
perfumistas de Francia sin repetirse nunca ni ofrecer un solo perfume inferior
o tan siquiera
mediano. Es decir, de recetas, o sea, fórmulas, 'no'
habría podido proveerlos porque al
principio Grenouille siguió componiendo sus fragancias del modo
caótico y antiprofesional que
Baldini ya conocía, mezclando los ingredientes, alparecer, sin orden ni
concierto. Con objeto de
llevar un control del floreciente negocio o, por lo menos, de comprenderlo, un
día Baldini rogó a
Grenouille que, aunque él lo considerase innecesario, se sirviera al
elaborar sus mezclas de la
balanza, la probeta graduada y la pipeta, que se acostumbrara ademas a
no emplear el alcohol
como sustancia odorífera, sino como disolvente que debía
añadirse al final, y por último, que
por el amor de Dios actuara despacio, con lentitud y mesura, como
correspondía a un artesano.
Grenouille obedeció. Y por primera vez Baldini tuvo oportunidad de
seguir y documentar
las manipulaciones del hechicero. Sentado junto a Grenouille con papel y pluma
y exhortando
una y otra vez a la parsimonia, anotaba cuantos gramos de esto,
cuantas medidas de aquello,
cuantas gotas de un tercer ingrediente iban a parar al matraz. Por este
método singular,
analizando un proceso en marcha, precisamente con aquellos medios sin cuyo
empleo se le
antojaba imposible que pudiera realizarse, consiguió por fin Baldini
poseer la fórmula sintética.
'Cómo' podía Grenouille mezclar sin ellos sus perfumes
continuó siendo para Baldini mas que
un enigma, un verdadero milagro, pero al menos ahora había atrapado el
milagro en una
fórmula y apaciguado hasta cierto punto su espíritu sediento de
reglas y salvado de un colapso
total su imagen del mundo de la perfumería.
Poco a poco fue sacando a Grenouille las recetas de todos los perfumes que
habíainventado hasta entonces y terminó prohibiéndole que
preparase nuevos perfumes sin que él,
Baldini, estuviera presente, armado con papel y pluma, observando el proceso
con ojos de
Argos y tomando nota de todos los pasos. Después, con esforzada
minuciosidad y caligrafía
clara, pasaba estas notas, que pronto fueron muchas docenas de fórmulas,
a dos cuadernos,
uno de los cuales guardaba en una caja fuerte incombustible y el otro lo llevaba
siempre
encima, incluso cuando iba a dormir. Esto le daba seguridad, porque ahora
podía, si así los
deseaba, realizar él mismo los milagros de Grenouille que tanto le
habían trastornado al
presenciarlos por primera vez. Con su colección de fórmulas escritas
se creía capaz de ordenar
el espantoso caos creativo que surgía del interior de su aprendiz.
Ademas, el hecho de no
quedarse mirando embobado, sino de participar en el acto creador observando y
tomando
notas, producía un efecto sedante en Baldini y fortalecía su
confianza en sí mismo. Al cabo de
un tiempo llegó a creer que su participación en la
creación de las sublimes fragancias no era
nada despreciable y cuando había anotado las recetas en sus cuadernos y
guardado éstos en
la caja de caudales y contra su pecho, ya no dudaba de que eran enteramente
suyas.
Pero también Grenouille se benefició de esta disciplina impuesta
por Baldini. Él no la
necesitaba; jamas tuvo que buscar una vieja fórmula para repetir
un perfume elaborado
semanas o meses atras,porque no olvidaba los olores. Sin embargo, con el
uso obligatorio de
probetas graduadas y balanzas aprendió el lenguaje de la
perfumería y el instinto le dijo que el
conocimiento de este lenguaje podía serle de utilidad. Al cabo de pocas
semanas no sólo
dominaba los nombres de todas las sustancias aromaticas del taller de
Baldini, sino que
también era capaz de escribir las fórmulas de sus perfumes y, a
la inversa, interpretar fórmulas
y composiciones de perfumes ajenos y demas certificados de productos
aromaticos. Y aún mas!
Después de aprender a expresar sus ideas perfumísticas en gramos
y gotas, ya no necesitó
nunca mas los pasos intermedios de la experimentación. Cuando
Baldini le encargaba una
nueva fragancia, ya fuese para perfumar un pañuelo, un 'sachet'
o un colorete, Grenouille ya no
tenía que buscar frascos y polvos, sino que se limitaba a sentarse a la
mesa y escribir la
fórmula directamente. Había aprendido a ampliar el camino desde
la representación interna de
un aroma hasta el perfume terminado con la escritura previa de la
fórmula. Para él, esto era un
rodeo. En cambio, a los ojos del mundo, o sea, a los ojos de Baldini, era un
paso hacia
adelante. Los milagros de Grenouille siguieron siendo los mismos, pero las
recetas con que
ahora los proveía les quitaba el elemento de pavor, y esto era una
ventaja. Cuanto mejor
dominaba Grenouille los conceptos y métodos artesanales, tanto mayor era
la normalidad con
que podíaexpresarse en el lenguaje convencional de la perfumería
y tanto menos le temía y
sospechaba de él su amo. Baldini siguió considerandole un
hombre especialmente dotado para
los olores, eso sí, pero ya no un segundo Frangipani o un inquietante
aprendiz de brujo, y esto
le venía muy bien a Grenouille. La etiqueta de artesano le servía
de útil y oportuna tapadera.
Llegó a conquistar a Baldini con su ejemplar proceder en el peso de los
ingredientes, en la
oscilación del matraz, en el salpicado del níveo pañuelito
para las pruebas. Casi lo agitaba y se
lo llevaba a la nariz con la misma delicadeza y elegancia que el maestro. Y de
vez en cuando, a
intervalos bien dosificados, cometía errores destinados a llamar la
atención de Baldini: se
olvidaba de filtrar, graduaba mal la balanza, escribía en una
fórmula un porcentaje
absurdamente alto de tintura de y dejaba que le indicara el error para
corregirlo en seguida
con la mayor diligencia. De este modo logró crear en Baldini la
ilusión de que al fin y al cabo
todo seguía los cauces normales. No quería en absoluto
enemistarse con Baldini; al contrario,
deseaba aprender de él. No a mezclar perfumes, no la correcta
composición de una fragancia, naturalmente que no! En este terreno no
había nadie en el mundo que pudiera enseñarle algo y
los ingredientes del taller de Baldini no habrían sido suficientes para
realizar su pretensión de
elaborar un perfume realmente magnífico. Lo que podía realizar
con Baldinien cuestión de
olores era un juego de niños en comparación con los olores que
llevaba dentro y que esperaba
realizar algún día. Sabía, no obstante, que para ello
necesitaba dos condiciones
imprescindibles: en primer lugar, la capa de una existencia burguesa, por lo
menos la de un
oficial artesano, bajo cuyo amparo podría entregarse a sus pasiones y
objetivos auténticos sin
ser molestado, y en segundo lugar, el conocimiento de aquellos métodos
artesanales con los
que se preparaban, aislaban, concentraban y conservaban las sustancias
aromaticas y sin los
cuales no eran aptas para sus elevados usos. Porque Grenouille poseía
realmente la mejor
nariz del mundo, tanto analítica como imaginativamente, pero aún
no poseía la facultad de
materializar los olores.
18
Y así se dejó instruir en el arte de cocer jabón de grasa
de cerdo, de coser guantes de
cuero lavable, de mezclar polvos de harina de trigo, pasta de almendras y
rizomas de lirio.
Formó velas olorosas de carbón vegetal, salitre y astillas de
madera de sandalo. Hizo pastillas
orientales con mirra, benjuí y polvo de ambar. Amasó
pebetes redondos con incienso, goma,
laca, vetiver y canela. Tamizó e hizo emplastos 'poudre
impèriale' con pétalos de rosa, flores
de espliego y corteza de cascarillo, todo molido. Mezcló pintura blanca
y azul y formó barritas
de grasa, de color carmesí, para los labios. Molió el mas
fino polvo de uñas y esmalte dental,
que sabía a hierbabuena. Elaborólíquido de gorgueras para
las pelucas y gotas para verrugas
y callos, un blanqueador de pecas y un extracto de belladona para los ojos,
pomada de
cantarida para los caballeros y vinagre higiénico para las
damas También aprendió la
preparación de diferentes aguas, polvos y remedios de tocador y de
belleza, así como la de
mezclas de tés y condimentos, licores, escabeches, en fin, todo lo que
Baldini podía enseñarle
con su gran sapiencia y que Grenouille asimiló sin interés
desmesurado, pero con docilidad y
éxito.
En cambio, sentía un entusiasmo especial cuando Baldini le
instruía en la preparación
de tinturas, extractos y esencias. Nunca se cansaba de triturar almendras
amargas en la prensa
de tornillo, ni de machacar granos de almizcle, ni de picar grises bolas de
ambar con el cuchillo
o de raspar rizomas de lirio para digerir las virutas en el alcohol mas
ligero. Aprendió el uso del
embudo separador con el que se separaba del sedimento el aceite puro de la
corteza de limón y
a secar plantas y flores sobre parrillas colocadas al calor protegido y a
conservar las crujientes
hojas en cajas y tarros sellados con cera. Aprendió el arte de limpiar
pomadas y preparar
infusiones y a filtrar, concentrar, clarificar y rectificar.
Ciertamente, el taller de Baldini no era apropiado para fabricar a gran escala
esencias
florales o vegetales. Tampoco habría habido en París las
cantidades necesarias de plantas
frescas. De vez en cuando, sin embargo,cuando el romero, la salvia, la menta o
las semillas de
anís se vendían baratos en el mercado o había llegado una
gran partida de tubérculos de lirio,
raíces de valeriana, comino, nuez moscada o claveles secos, se
despertaba la vena de
alquimista de Baldini y sacaba su gran alambique, una caldera de cobre para la
destilación,
provista de una tapa hermética en forma de cúpula -llamada
montera, como explicó, muy
orgulloso-, que ya había utilizado cuarenta años atras en
las vertientes meridionales de Liguria
y en las cimas del Luberon, a la intemperie, para destilar espliego. Y mientras
Grenouille
desmenuzaba el material para la destilación, Baldini encendió con
febril premura -porque la
elaboración rapida era el alfa y omega del negocio- un horno de
ladrillos y colocó sobre el fuego
la caldera de cobre con unos dedos de agua. Echó dentro los trozos de
planta, la tapó con la
montera de doble grosor y conectó a ella dos tubos para la entrada y
salida del agua. Explicó
que esta refinada estructura para el enfriamiento del agua había sido
añadida por él en fecha
posterior, ya que en sus tiempos de trabajo en el campo el enfriamiento se
conseguía,
naturalmente, soplando aire. Entonces aventó el fuego.
Poco a poco, el agua de la caldera empezó a borbotear y al cabo de un
rato, primero a
tímidas gotitas y luego en un chorro fino, el producto de
destilación fluyó del tercer tubo de la
montera hacia una botella florentina colocada debajo por Baldini.Al principio
tenía un aspecto
desagradable, como el de una sopa aguada y turbia, pero lentamente, sobre todo
cuando la
botella llena fue cambiada por otra y apartada a un lado, el caldo se
dividió en dos líquidos
diferentes: abajo quedó el agua de las flores o plantas y encima
flotó una gruesa capa de
aceite. Al vaciar ahora con cuidado por el delgado cuello inferior de la
botella florentina el agua
floral de sutil fragancia, quedó en el fondo el aceite puro, la esencia,
el principio de aroma
penetrante de la planta.
Grenouille estaba fascinado por la operación. Si algo en la vida
había suscitado
entusiasmo en él -no un entusiasmo visible, por supuesto, sino de una
índole oculta, como si
ardiera en una llama fría-, fue sin duda esta operación mediante
la cual, con fuego, agua, vapor
y un aparato apropiado, podía arrancarse el alma fragante de las cosas.
Esta alma fragante, el
aceite volatil, era lo mejor de ellas, lo único que le
interesaba. El resto, inútil: flores, hojas,
cascara, fruto, color, belleza, vida y todos los otros componentes
superfluos que en ellas se
ocultaban, no le importaban nada en absoluto. Sólo eran envoltura y lastre.
Había que tirarlos.
A intervalos, cuando el producto de destilación era ya como agua,
apartaban el
alambique del fuego y lo abrían y volcaban para vaciarlo. La materia
cocida era blanda y palida
como la paja húmeda, como huesos emblanquecidos de pequeños
pajaros, como verduras
hervidas demasiadorato, fibrosa, pastosa, insípida, reconocible apenas,
repugnante como un
cadaver, sin rastro de su olor original. La tiraban al río por la
ventana. Entonces se procuraban
mas plantas frescas, vertían agua en el alambique y
volvían a ponerlo sobre el fuego. Y de
nuevo el caldo empezaba a borbotear y otra vez la savia viva de las plantas
fluía dentro de la
botella florentina. A menudo pasaban así toda la noche. Baldini se
cuidaba del horno y
Grenouille atendía las botellas; no podía hacerse nada mas
durante la operación.
Se sentaban en taburetes alrededor del fuego, fascinados por la abombada
caldera,
ambos absortos, aunque por motivos bien diferentes. Baldini gozaba viendo las
brasas del
fuego y el rojo cimbreante de las llamas y el cobre y le gustaba oír el
crujido de la leña
encendida y el gorgoteo del alambique, porque era como volver al pasado.
¡Entonces sí que
había de qué entusiasmarse! Iba a buscar una botella de vino a la
tienda, porque el calor le
daba sed, y beber vino también le recordaba el pasado. Y pronto empezaba
a contar historias
de antes, interminables. De la guerra de sucesión española, en la
cual había participado,
luchando contra los austríacos; de los 'camisards', a quienes
había ayudado a hacer insegura
la región de Cèvennes; de la hija de un hugonote de Esterel, que
se le había entregado,
seducida por la fragancia del espliego; de un incendio forestal que
había estado a punto de
provocar y que se habría extendidoporto da la Provenza, mas de prisa
que el amén en la
iglesia, porque soplaba un furioso mistral; y también hablaba de las
destilaciones, una y otra
vez, de noche y a la intemperie, a la luz de la luna, con vino y los gritos de
las cigarras, y de una
esencia de espliego que había destilado, tan fina y olorosa, que se la
pesaron con plata; de su
aprendizaje en Génova, de sus años de vagabundeo y de la ciudad
de Grasse, donde había
tantos perfumistas como zapateros en otros lugares, y tan ricos que
vivían como príncipes en
magníficas casas de terrazas y jardines sombreados y comedores
revestidos de madera donde
comían en platos de porcelana con cubiertos de oro, etcétera
El viejo Baldini contaba estas historias mientras iba bebiendo vino y las
mejillas se le
encendían por el vino, por el calor del fuego y por el entusiasmo que
suscitaban en él sus
propios relatos. En cambio, Grenouille, sentado un poco mas a la sombra,
no le escuchaba
siquiera. A él no le interesaban las viejas historias, a él
sólo le interesaba el nuevo experimento.
No perdía de vista el delgado conducto que salía de la tapa del
alambique y por el que fluía el
hilo del líquido destilado. Y mientras lo miraba, se imaginaba a
sí mismo como un alambique en
el que el agua borboteaba como en éste y del que fluía
también el producto de destilación, pero
mejor, nuevo, extraordinario, el producto de aquellas plantas exquisitas que
él había cultivado
en su interior, que allíflorecían, olfateadas sólo por
él mismo, y que con su singular perfume
podían transformar el mundo en un fragante jardín del Edén
donde la existencia sería
soportable para él en el sentido olfativo. Grenouille se entregaba al
sueño de ser un gran
alambique que inundaba el mundo con la destilación de sustancias creadas
por él mismo.
Pero mientras Baldini, inspirado por el vino, seguía contando historias
cada vez mas
extravagantes sobre épocas pasadas y a medida que hablaba se dejaba
dominar mas y mas
por la propia fantasía, Grenouille abandonó pronto su
extravagante ensoñación, borró de su
mente la idea de ser un gran alambique y se puso a reflexionar sobre el modo de
aplicar sus
conocimientos recién adquiridos a unas metas mucho mas cercanas.
19
Al cabo de poco tiempo era un especialista en el campo de la
destilación. Descubrió -y
en ello le ayudó mas su olfato que todas las reglas de Baldini-
que el calor del fuego ejercía una
influencia decisiva sobre la calidad del producto destilado. Cada planta, cada
flor, cada madera
y cada fruto oleaginoso requería un tratamiento especial. A veces era
necesario provocar
mucho vapor, otras, acelerar la cocción y muchas flores daban mejores
resultados si exudaban
con la llama muy baja.
De importancia similar era la preparación. La menta y el espliego
podían destilarse en
ramitos enteros, mientras otras necesitaban ser picadas finamente, troceadas,
trituradas,
raspadas, machacadas o inclusomaceradas antes de añadirse a la caldera
de cobre. Y muchas
otras plantas no se dejaban destilar, lo cual era una amarga frustración
para Grenouille.
Baldini, al ver la seguridad con que Grenouille manejaba el aparato, le
dejó en plena
posesión del mismo y Grenouille aprovechó al maximo esta
libertad. Durante el día mezclaba
perfumes y preparaba otros productos y condimentos aromaticos y por las
noches se dedicaba
exclusivamente al misterioso arte de la destilación. Su plan era
producir nuevas y perfectas
sustancias odoríferas a fin de convertir en realidad por lo menos
algunas de las fragancias que
llevaba en su interior. Al principio logró pequeños
éxitos. Consiguió obtener un aceite de flores
de ortiga y otro de semillas de berro, un agua con corteza de saúco
recién arrancada y otra con
ramas de tejo. Los productos destilados apenas guardaban algún parecido
con las sustancias
originales, pero aun así eran lo bastante interesantes para servir de
base a elaboraciones
ulteriores. En cambio, había sustancias que hacían fracasar por
completo el experimento. Por
ejemplo, Grenouille intentó destilar el olor del vidrio, el olor
arcilloso y frío del vidrio liso,
imperceptible para las personas normales. Se procuró cristal de ventana
y de botella y lo partió
en grandes trozos, en cascos gruesos y finos y, por último, lo
pulverizó todo en vano. Destiló
latón, porcelana y cuero, grano y guijas; destiló tierra, sangre,
maderas y pescado fresco,
inclusosus propios cabellos. Al final destiló agua, agua del Sena, cuyo
olor singular le pareció
digno de preservarse. Con ayuda del alambique, creía poder arrancar a
estas sustancias su
aroma característico, tal como era posible hacerlo con el tomillo, el
espliego, y las semillas de
comino. Ignoraba que la destilación no es mas que un
procedimiento para separar las partes
volatiles y menos volatiles de las sustancias mezcladas y que
sólo era útil para la perfumería en
la medida en que aislaba el aceite etéreo y volatil de ciertas
plantas de los restos parcial o
totalmente inodoros. En el caso de sustancias carentes de este aceite
volatil, la destilación no
tenía, naturalmente, ningún sentido. Esto resulta muy claro para
los hombres de la actualidad
que poseemos nociones de física, pero Grenouille tuvo que aprenderlo a
través de una larga y
ardua cadena de intentos fallidos. Durante meses se sentó noche tras
noche ante el alambique,
intentando por todos los medios imaginables obtener fragancias radicalmente
nuevas,
fragancias todavía inexistentes en la tierra en forma concentrada, y
aparte de algunas ridículas
esencias vegetales, no consiguió el resultado apetecido. Del pozo
profundo e
inconmensurablemente rico de su imaginación no pudo extraer ni una sola
gota de una esencia
perfumada concreta, ni un tomo de lo que había captado con su olfato.
Cuando comprendió con claridad su fracaso, interrumpió los
experimentos y cayó
gravemente enfermo.
20
Comenzó con una fiebre muy alta, acompañada de sudores los
primeros días y mas
tarde de innumerables pústulas, que aparecieron al saturarse los poros
de la piel; el cuerpo de
Grenouille se cubrió de pequeñas ampollas rojas, muchas de las
cuales reventaron,
derramando su contenido acuoso para llenarse de nuevo poco después.
Otras crecieron hasta
convertirse en verdaderos furúnculos, gruesos y rojos, que se abrieron
como crateres,
vomitando pus espeso y sangre entremezclada con una sustancia viscosa y
amarillenta. A los
pocos días, Grenouille semejaba un martir que, lapidado desde dentro,
supurase por cien
heridas.
Como es natural, Baldini se preocupó. Sería muy desagradable para
él perder a su
valioso aprendiz precisamente en unos momentos en que se proponía
ampliar su negocio mas
alla de los límites de la capital e incluso fuera del
país, porque de hecho recibía cada vez con
mayor frecuencia encargos no sólo de provincias, sino también de
cortes extranjeras,
solicitando aquellos singulares perfumes que enloquecían a París;
y Baldini maduraba ya la
idea, a fin de atender todas las demandas, de fundar una filial en el Faubourg
Saint-Antoine,
una verdadera manufactura donde se elaborarían al por mayor los perfumes
de mas éxito y
serían envasados en pequeños frascos y empaquetados por bonitas
muchachas para su envío
ulterior a Holanda, Inglaterra y Alemania. Semejante negocio no era del todo
legal para un
maestro residente en París,pero últimamente Baldini gozaba de
protección en las altas esferas;
sus refinados perfumes le habían granjeado el favor no sólo del
intendente, sino también de
personalidades tan importantes como monsieur el Comisario de Aduanas de
París y un
miembro del real ministerio de Finanzas y promotor de florecientes empresas
financieras como
el señor Feydeau de Brou. Este último tenía incluso
intención de concederle un privilegio real,
lo mejor a que un hombre podía aspirar, ya que representaba una especie
de pase para eludir a
todas las autoridades estatales y corporativas, el fin de todas las
preocupaciones comerciales y
una garantía eterna de prosperidad segura e indiscutible.
Y ademas, Baldini acariciaba otro plan, su plan favorito, una especie de
proyecto
alternativo a la fabrica de Faubourg Saint-Antoine que, si no al por
mayor, produciría en
exclusiva para una clientela escogida, de rango muy elevado; para ellos Baldini
quería crear, o
mejor dicho, hacer crear perfumes personales que, como trajes hechos a medida,
sólo fueran
apropiados para una persona, la única que podría usarlos y cuyo
preclaro nombre ostentarían.
Imaginó un 'Parfum de la Marquise de Cernay', un 'Parfum
de la Marèchale de Villars', un
'Parfum du Duc d.Aiguil- lon', etcétera. Soñaba con un
'Parfum de Madame la Marquise de
Pompadour' y, sí, incluso con un 'Parfum de Sa Majestè
le Roi', en un valioso frasco de agata
tallada, engastada en oro cincelado y, oculto en elinterior de la base, el
nombre grabado:
'Giuseppe Baldini, Perfumeur'. El nombre del rey y el suyo propio en
un mismo objeto. A tan
magníficas fantasías había llegado Baldini! Y ahora
Grenouille estaba enfermo, cuando Grimal,
Dios lo tuviera en su gloria, había jurado que nunca le dolía
nada, que lo resistía todo y que
incluso la peste negra lo dejaba de lado. Ninguna enfermedad podía con
él. ¿Y si se moría? Espantoso! Entonces morirían
también los maravillosos planes de la fabrica, de las muchachas
bonitas, del privilegio y del perfume del rey.
Baldini decidió, por consiguiente, no dejar piedra por remover con tal
de salvar la
preciada vida de su aprendiz. Ordenó su traslado del catre del taller a
una cama limpia del piso
superior de la casa y mandó hacerla con sabanas de damasco.
Ayudó con sus propias manos a
subir al enfermo por la angosta escalera, pese a repugnarle en extremo las
pústulas y los
furúnculos supurantes. Ordenó a su esposa que hiciera caldo de
gallina con vino y envió a
buscar al médico mas renombrado del barrio, un tal Procope, a
quien tuvo que pagar por
adelantado -veinte francos!- para que se molestara en visitarle a domicilio.
El médico fue, levantó la sabana con las puntas de los
dedos, echó una sola ojeada al
cuerpo de Grenouille, que realmente parecía agujereado por cien balas, y
abandonó la estancia
sin haber abierto siquiera el maletín, que le llevaba siempre un
ayudante. El caso, explicó a
Baldini, era muyclaro: se trataba de una especie sifilítica de la
viruela, complicada con un
sarampión purulento en su último estadio. Por ello no
procedía recetar ninguna clase de
tratamiento, ya que era imposible practicar debidamente una sangría con
la lanceta en un
cuerpo ya medio descompuesto, mas parecido a un cadaver que a un
organismo vivo. Y
aunque todavía no se notaba la pestilencia característica de esta
enfermedad -lo cual, por otra
parte, resultaba asombroso y constituía, desde el punto de vista
estrictamente científico, un
caso muy raro-, el óbito del paciente dentro de las próximas
cuarenta y ocho horas era tan
seguro como que él se llamaba doctor Procope. Tras lo cual exigió
el pago de otros veinte
francos por la visita y el diagnóstico -cinco de ellos deducibles si le
entregaban el cadaver para
aprovechar su sintomatología clasica con fines docentes- y se
despidió.
Baldini estaba fuera de sí. Gimió y gritó con
desesperación; se mordió los dedos, furioso
contra su destino. Una vez mas veía frustrarse sus planes de un
éxito espectacular poco antes
de alcanzar la meta. La vez anterior se habían interpuesto, con la
riqueza de su inventiva,
Pèlissier y sus compinches, y esta vez era este muchacho, dotado de un
fondo inagotable de
nuevos olores, este pequeño rufian, mas valioso que su
peso en oro, quien precisamente ahora,
en la fase ascendente del negocio, tenía que contraer la viruela
sifilítica y el sarampión
purulento en su estado último!Precisamente ahora! ¿Por qué
no dentro de dos años? ¿Por qué
no dentro de uno? Para entonces podría haberlo explotado como una mina
de plata o como un
asno de oro. Dentro de un año podía morirse tranquilo. Pero, no!
Tenía que morirse ahora, por
Dios Todopoderoso, en un plazo de dos días!
Durante unos segundos acarició Baldini la idea de peregrinar hasta
Notre-Dame para
encender una vela y orar ante la Santa Madre de Dios por la salud de
Grenouille, pero desistió
de ello porque el tiempo apremiaba. Corrió a buscar papel y tinta y
ahuyentó a su esposa de la
habitación del enfermo. Quería velarle él mismo. Se
sentó en una silla a la cabecera de la cama
y, con el cuaderno sobre las rodillas y la pluma mojada de tinta en la mano,
intentó arrancar a
Grenouille una confesión perfumística. Por el amor de Dios, que
al menos no se llevara consigo
así como así los tesoros que albergaba en su interior! Que al
menos ahora, en sus últimos
momentos, dejara en sus manos una última voluntad que preservarse para
la posteridad los
mejores perfumes de todos los tiempos! Él, Baldini, administraría
y daría a conocer fielmente
este testamento, este catalogo de fórmulas de las fragancias
mas sublimes que el mundo
conociera jamas. Rodearía de una gloria inmortal el nombre de
Grenouille; sí, incluso –lo juraba
ahora mismo por todos los santos- pondría los mejores perfumes a los
pies del rey en un frasco
de agata engarzada en oro cincelado con la inscripción:
'DeJean-Baptiste Grenouille,
'parfumeur de Paris''. Esto decía, o mas bien,
esto murmuraba Baldini al oído de Grenouille,
jurando, suplicando, adulando en una letanía ininterrumpida.
Pero todo era inútil; Grenouille no soltaba mas que secreciones
acuosas y pus
sanguinolento. Yacía mudo bajo el damasco, supurando estos jugos
nauseabundos pero sin
revelar los tesoros de su ciencia ni la fórmula de una sola fragancia.
Baldini le habría
estrangulado, le habría matado a golpes si de este modo hubiera podido
arrancar del cuerpo
moribundo, con alguna probabilidad de éxito, sus secretos mas
validos y si con ello no
hubiera atentado de manera tan flagrante contra su concepto cristiano del amor
al prójimo.
Así pues, continuó musitando y susurrando en los tonos mas
dulces, mimando al
enfermo, secandole con paños fríos -aunque le costara un
tremendo esfuerzo- la frente
sudorosa y los volcanes ardientes de las heridas y dandole vino a
cucharadas para soltarle la
lengua, durante toda la nocheen vano. Al amanecer, cejó en su
empeño. Se desplomó,
exhausto, en un sillón en el extremo opuesto del dormitorio y
permaneció con la mirada fija, ya
sin cólera, sólo llena de tranquila resignación, en el
pequeño cuerpo de Grenouille tendido en la
cama, al que no podía salvar ni despojar, del que ya no podía
sacar nada para su provecho y
cuyo fin tenía que presenciar sin hacer nada, como un capitan el
hundimiento de su buque, que
arrastra consigo a lasprofundidades todo el caudal de su riqueza.
Entonces se abrieron de repente los labios del moribundo y, con una voz cuya
claridad y
firmeza no dejaban entrever nada de su inminente fin, habló:
--Decidme, 'maetre': ¿existe otro medio, aparte del prensado o
el destilado, para extraer la
fragancia de un cuerpo?
Baldini, convencido de que la voz procedía de su imaginación o
del mas alla,
mecanicamente:
contestó
--Sí, existe.
--¿Cuales? -preguntó la voz desde la cama y Baldini
abrió los cansados ojos. Grenouille yacía
inmóvil sobre las almohadas. ¿Había hablado el
cadaver?
--¿Cual es? -preguntó de nuevo, y esta vez Baldini vio
moverse los labios de Grenouille: 'Éste
es el fin -pensó-, ahora morir ; debe ser un desvarío o el
último estertor'. Y se levantó, fue hacia
el lecho y se inclinó sobre el enfermo, que había abierto los
ojos y los clavaba en Baldini con la
misma expresión vigilante con que le había mirado en su primer
encuentro.
--¿Cuales? -insistió.
Baldini hizo un gran esfuerzo -no quería negar su última voluntad
a un moribundo- y
respondió:
--Existen tres, hijo mío: el 'enfleurage chaud', el
'enfleurage froid' y el 'enfleurage l.huile'.
Son, en muchos aspectos, superiores ala destilación y se emplean para
extraer las fragancias
mas delicadas de todas: la del jazmín, la de la rosa y la del azahar.
--¿Dónde? -preguntó Grenouille.
--En el sur -contestó Baldini-. Sobre todo en la ciudad de Grasse.
--Esta bien -dijo Grenouille.
Ycerró los ojos. Baldini se enderezó con lentitud; estaba muy
deprimido. Recogió el cuaderno,
en el que no había escrito ni una línea, y apagó la vela
de un soplo. Fuera, ya amanecía. Se
sentía agotado de cansancio. Debería haber llamado a un
sacerdote, pensó. Entonces hizo con
la diestra una rapida señal de la cruz y salió del cuarto.
Sin embargo, Grenouille no había muerto, ni mucho menos. Ahora
dormía y soñaba
profundamente y absorbía hacia dentro todos sus jugos. Pronto las
pústulas empezaron a
secarse, los crateres de pus a cerrarse y las heridas a cicatrizarse. Al
cabo de una semana
estaba restablecido.
21
Por su gusto se habría marchado inmediatamente hacia el sur, donde
podría aprender
las nuevas técnicas de que le había hablado el viejo, pero no
podía ni pensar en ello por ahora,
ya que sólo era un aprendiz, o sea, un don nadie. De hecho, según
le explicó Baldini -una vez
recuperado del júbilo inicial por la resurrección de Grenouille-,
de hecho, era menos que un don
nadie, ya que para ser un aprendiz con todas las de la ley se requería
un origen familiar
intachable, parientes acomodados y un contrato de aprendizaje, condiciones de
que él carecía.
Si pese a ello él, Baldini, decidía en el futuro otorgarle la
categoría de oficial, lo haría en
atención a las dotes nada corrientes de Grenouille, a una conducta
ejemplar futura e impulsado
por la infinita generosidad que le caracterizaba y contra la cual no
podía luchar, pese a losdisgustos que muchas veces le ocasionaba.
Fue lento en dar esta muestra de su bondad, que aplazó hasta casi tres
años después,
durante los cuales realizó, con ayuda de Grenouille, sus ambiciosos
sueños. Fundó la fabrica
del Faubourg Saint-Antoine, se introdujo en la corte con sus perfumes
exclusivos y obtuvo el
privilegio real. Sus selectos productos de perfumería se vendían
hasta en San Petersburgo,
Palermo y Copenhague. Una fragancia de almizcle era apreciada incluso en
Constantinopla,
donde Dios sabe que no faltan los perfumes propios. Los aromas de Baldini se
olían tanto en
las distinguidas oficinas de la City londinense como en la corte de Parma, en
el palacio de
Varsovia y en el castillo del conde von Lippe-Detmold. A los setenta
años de edad Baldini,
después de haberse resignado a pasar su vejez en Mesina pobre como una
rata, se vio
convertido en el mayor perfumista de Europa y en uno de los ciudadanos
mas ricos de París.
A principios del año 1756 -entretanto había adquirido la casa
contiguad el Pont au
Change, exclusivamente para vivienda, ya que la casa antigua estaba llena hasta
el tejado de
sustancias odoríferas y especias- comunicó a Grenouille que ya
estaba dispuesto a concederle
la libertad, aunque con tres condiciones: primera, no produciría en el
futuro ninguno de los
perfumes creados bajo el techo de Baldini ni facilitaría sus
fórmulas a terceras personas;
segunda, debía abandonar París y no volver a poner los pies enla
ciudad mientras viviese
Baldini; y tercera, debía guardar un secreto absoluto acerca de las dos
primeras condiciones.
Todo esto tenía que jurarlo por todos los santos, por el alma de su
pobre madre y por su propio
honor.
Grenouille, que no tenía honor ni creía en los santos ni en el
alma de su pobre madre,
juró. Habría jurado cualquier cosa. Habría aceptado
cualquier condición de Baldini porque
quería aquel ridículo certificado de oficial de artesano que le
permitiría vivir con discreción,
viajar sin ser molestado y encontrar un empleo. Todo lo demas le era
indiferente. Por outra
parte, ¿qué clase de condiciones eran aquéllas? ¿No
poner mas los pies en París? ¿Para qué
necesitaba él París? Lo conocía hasta su último
maloliente rincón, lo llevaría consigo
adondequiera que fuese, poseía a París desde hacía
años. ¿No producir ninguno de los
perfumes de éxito de Baldini, no facilitar ninguna fórmula? Como
si él no pudiera inventar otros
mil, tan buenos y mejores, siempre que se le antojara! Pero no era eso lo que
quería. No tenía
intención de erigirse en competidor de Baldini ni de ningún otro
perfumista burgués. Su
ambición no era amasar dinero con su arte, ni siquiera pretendía
vivir de él, si podía vivir de otra
cosa. Quería exteriorizar lo que llevaba dentro, sólo esto, expresar
su interior, que consideraba
mas maravilloso que todo cuanto el mundo podía ofrecer. Y por
esta razón las condiciones de
Baldini no eran condiciones paraGrenouille.
En primavera se marchó, un día de mayo, muy temprano por la
mañana. Baldini le
había dado una pequeña mochila, otra camisa, dos pares de medias,
una gran salchicha, una
manta para caballerías y veinticinco francos, lo cual era mucho
mas de lo que estaba obligado a
darle, recalcó Baldini, ya que no había cobrado a Grenouille ni
un solo 'sou' por la profunda
instrucción impartida. Su obligación era darle dos francos para
el camino y nada mas, pero no
podía renegar de su generosidad, como tampoco de la honda
simpatía que en el curso de los
años había ido acumulando en su corazón por el bueno de
Jean-Baptiste. Le deseaba mucha
suerte en sus viajes y le advertía encarecidamente una vez mas
que no olvidara su juramento.
Diciendo esto, le acompañó hasta la puerta reservada a los
proveedores, donde un día le
recibiera por primera vez, y lo despidió.
No le dio la mano, la simpatía tampoco llegaba a tanto. Nunca le
había dado la mano. En
general, siempre había evitado tocarlo por una especie de repugnancia
piadosa, como si
existiera un peligro de contagio, de quedar mancillado. Le dijo brevemente adiós
y Grenouille
asintió, bajó la cabeza, y se alejó por la calle, que en
aquellos momentos estaba desierta.
22
Baldini le siguió con la mirada mientras bajaba por el puente, en
dirección a la isla,
pequeño, encorvado, llevando la mochila como si fuera una joroba; visto
de espaldas, parecía
un viejo. Junto al palacio del Parlamento,donde la calle describía una
curva, le vio desaparecer
y sintió un alivio extraordinario.
Aquel individuo nunca le había resultado simpatico, nunca; por
fin ahora podía
confesarselo a sí mismo. Durante todo el tiempo en que le
había albergado bajo su techo y
explotado, se había sentido incómodo, como un hombre
irreprochable que por primera vez en
su vida hace algo prohibido, jugando a algo con medios ilícitos.
Ciertamente, el riesgo de ser
descubierto había sido escaso y las perspectivas de éxito,
inmensas; sin embargo, también
habían sido grandes el nerviosismo y los remordimientos de conciencia.
De hecho, durante
todos aquellos años no había pasado un solo día en que no
le persiguiera la desagradable
sensación de que alguna vez tendría que pagar de algún
modo por su asociación con aquel
hombre. 'Si por lo menos no pasa nada! -repetía, temeroso, para sus
adentros-. Si consigo salir
impune de esta atrevida aventura, sin tener que pagar por el éxito! Si
por lo menos todo va bien!
Aunque no es correcto lo que hago. Dios hara la vista gorda, estoy
seguro! Me ha infligido
muchos castigos duros en mi vida sin ningún motivo, de modo que ahora
sería justo que se
mostrara conciliador. Ademas, ¿en qué consiste mi falta,
si es que lo es? A lo sumo en que me
aparto un poco del reglamento gremial explotando la maravillosa facultad de un
profano y
apropiandome de ella. A lo sumo, en que me desvío un poco del
camino tradicional de la virtud
del artesano,haciendo hoy lo que ayer condené. ¿Acaso es esto un
crimen? Otros engañan
durante toda su vida. Yo sólo he hecho trampas durante unos cuantos
años y sólo porque la
casualidad me ofreció una oportunidad única. Quiza no fue
la casualidad, sino el propio Dios
quien me mandó a casa a ese hechicero como compensación de las
humillaciones sufridas a
manos de Pèlissier y sus compinches. Quiza es voluntad de Dios
castigar a Pèlissier y no a mí!
Esto sería muy posible! ¿Y de qué otro modo podría
Dios castigar a Pèlissier, sino
encumbrandome a mí? Mi éxito sería entonces el
instrumento de la justicia divina y como tal,
debería aceptarlo sin vergüenza y sin el menor
arrepentimiento'
Así había raciocinado con frecuencia Baldini en los años
pasados cuando bajaba por la
mañana a la tienda por la angosta escalera, cuando la subía por
la tarde con el contenido de la
caja y contaba las pesadas monedas de oro y plata antes de guardarlas en su
caja de caudales
y cuando yacía por la noche junto al esqueleto de su mujer, que roncaba,
y no podía dormirse
por puro temor de su felicidad.
Ahora, por fin, se habían acabado los pensamientos siniestros. El
inquietante huésped
ya estaba lejos y no volvería jamas. En cambio, la riqueza
permanecería, segura para siempre.
Baldini se llevó la mano al pecho y tocó a través de la
tela de la levita el cuaderno que llevaba
sobre el corazón. Seiscientas fórmulas figuraban en él,
mas de las que varias generaciones deperfumistas podrían realizar
jamas. Aunque hoy lo perdiera todo, sólo este cuaderno
maravilloso le convertiría nuevamente en un hombre rico en el plazo de
un año. En verdad,
¿qué mas podía pedir?
El sol matutino caía sobre las fachadas de las casas de enfrente y
sudorado resplandor
le calentaba el rostro. Baldini, que seguía mirando hacia el sur, en
dirección a la calle del
palacio del Parlamento -resultaba tan agradable haber perdido de vista a
Grenouille!-, decidió
en un arrebato de agradecimiento peregrinar hoy mismo hasta Notre-Dame para
echar una
moneda de oro en el cepillo, encender tres velas y arrodillarse ante el
Señor, que le había
colmado de tanta felicidad y librado de la venganza.
Sin embargo, una tontería se interpuso de nuevo para desbaratar su plan,
porque
aquella tarde, cuando ya se disponía a emprender el camino de la
iglesia, oyó rumores de que
los ingleses habían declarado la guerra a Francia. Esto no era, en
sí y de por sí, nada
alarmante, pero como Baldini quería enviar justamente aquellos
días una partida de perfumes a
Londres, aplazó la visita a Notre-Dame y se dirigió a la ciudad
con objeto de conocer mas
detalles y después a su fabrica del Faubourg Saint-Antoine para
cancelar el envío a Londres.
Por la noche, ya en la cama, antes de dormirse, tuvo una idea genial: en vista
de las próximas
hostilidades bélicas por las colonias del Nuevo Mundo, lanzaría
un perfume con el nombre de
'Prestige du Quèbec', un aroma deresina y heroísmo que
le compensaría con creces -estaba
seguro- en caso de fracasar el negocio con Inglaterra. Con este dulce
pensamiento en su tonta
y vieja cabeza, que apoyó con alivio en las almohadas, bajo las que se
notaba el bulto del
cuaderno de fórmulas, el 'maetre' Baldini concilió el
sueño y ya no volvió a despertarse en su
vida.
Porque por la noche sucedió una pequeña catastrofe que,
tras las consabidas
dilaciones, motivó el derribo por orden real de todas las casas de todos
los puentes de la ciudad
de París: sin causa aparente, el Pont au Change se resquebrajó y
desplomó en su lado oriental,
entre el tercer y cuarto pilar. Dos casas se precipitaron al río, de tal
forma y tan de repente, que
ninguno de los inquilinos pudo ser salvado. Por suerte sólo se trataba
de dos personas, a saber,
Giuseppe Baldini y su esposa Teresa. Los criados habían salido, con o
sin autorización.
Chènier, que llegó a su casa al amanecer ligeramente borracho
-mejor dicho, que pensaba
llegar a su casa, ya que ésta había desaparecido-, sufrió
un ataque de nervios. Durante treinta
años había tenido la esperanza de que Baldini, que carecía
de hijos y parientes, le nombrara
heredero universal en su testamento. Y ahora, de golpe, toda la herencia se
había esfumado,
casa, negocio, materias primas, taller, el propio Baldini y, sí, incluso
el testamento, que tal vez
contenía una clausula sobre la propiedad de la fabrica!
No se encontró nada, ni loscadaveres, ni la caja de caudales, ni
el cuaderno con las
seiscientas fórmulas. Lo único que quedó de Giuseppe
Baldini, el mayor perfumista de Europa,
fue un perfume muy mezclado de almizcle, canela, vinagre, espliego y otros mil
aromas que
flotó durante varias semanas sobre el curso del Sena, desde París
hasta Le Havre.
Segunda Parte
23
En el momento en que se derrumbó la casa de Giuseppe Baldini, Grenouille
se
encontraba en el camino de Orleans. Había dejado atras la
atmósfera de la gran urbe y a cada
paso que le alejaba de ella el aire era mas claro, puro y limpio. Y
también mas enrarecido. Ya
no se acumulaban en cada metro centenares y millares de diferentes olores en un
remolino
vertiginoso, sino que los pocos que había el olor del camino arenoso, de
los prados, de la tierra,
de las plantas, del agua- se extendían en largas franjas sobre el
paisaje, ampliandose y
encogiéndose con lentitud, sin interrumpirse casi nunca de forma
repentina.
Grenouille acogió esta sencillez como una liberación. Los
apacibles aromas acariciaban
su olfato. Por primera vez en su vida no tenía que estar preparado para
captar con cada aliento
uno nuevo, inesperado y hostil o perder uno agradable. Por primera vez
podía respirar casi
libremente, sin verse obligado a olfatear con cautela. Decimos 'casi'
porque, naturalmente,
nada fluía con libertad a través de la nariz de Grenouille.
Aunque no tuviera el menor motivo
para ello, siempre quedaba en él una reservainstintiva, alerta a todo
cuanto procediera del
exterior y fuera aspirado por su sentido del olfato. Durante toda su vida,
incluso en los pocos
momentos en que sintió indicios de contento, satisfacción e
incluso felicidad, prefirió expeler
que aspirar el aire, lo cual fue cierto desde que la iniciara, no con un
aliento lleno de esperanza,
sino con un grito espantoso. Aparte, sin embargo, de esta limitación,
que era innata en él,
Grenouille se sentía mejor a medida que se alejaba de París,
respiraba con mas ligereza,
caminaba con paso mas rapido y adoptaba incluso de manera
esporadica una posición erguida,
de ahí que visto desde lejos casi parecía un aprendiz de artesano
corriente, o sea, un hombre
completamente normal.
Lo que encontraba mas liberador era la lejanía de los seres
humanos. En París vivían
hacinados mas habitantes que en cualquier otra ciudad del mundo, unos
seiscientos o
setecientos mil. Pululaban en las calles y plazas y atestaban las casas desde
el sótano hasta el
tejado. En todo París no había apenas un rincón que no
bullera de hombres, ninguna piedra,
ningún trozo de tierra que no oliera a seres humanos.
Ahora que había empezado a alejarse comprendió con claridad
Grenouille que aquel
denso caldo humano le había oprimido como un aire de tormenta durante
dieciocho años.
Siempre había creído que era del mundo en general delo que
tenía que apartarse, pero ahora
veía que no se trataba del mundo, sino de los seres humanos. Alparecer,
en el mundo, en el
mundo sin hombres, la vida era soportable.
Al tercer día de viaje llegó al campo de gravitación olfativa
de Orleans. Mucho antes de
que un signo visible anunciara la proximidad de la urbe, percibió
Grenouille la acumulación
humana en el aire y decidió, en contra de su propósito original,
evitar Orleans. No quería perder
tan pronto la recién adquirida libertad de respiración,
sumergiéndose de nuevo en el asfixiante
clima humano. Dio un gran rodeo en torno a la ciudad, fue aparar a Chateauneuf,
a orillas del
Loira, y cruzó el río por Sully.
La salchicha se le acabó allí. Compró otra y dejó
el río para continuar tierra adentro.
Ahora no sólo evitaba las ciudades, sino también los pueblos.
Estaba como ebrio del aire cada
vez mas enrarecido, mas alejado de los seres humanos. Sólo
para proveerse de comida se
acercaba a una aldea o una granja solitaria, compraba pan y desaparecía
otra vez en los
bosques. Al cabo de varias semanas le molestaba incluso encontrar de vez en
cuando algún
viajero por los caminos agrestes y apenas podía soportar el olor
inconfundible de los
campesinos que aquí y alla segaban la primera hierba de las
praderas. Rehuía, temeroso, todos
los rebaños de ovejas, no por los animales, sino para evitar el olor de
los pastores. Caminaba
campo a través y hacía rodeos de muchas millas cuando olía
a un escuadrón de jinetes,
distantes aúna varias horas de camino, no porque temiera, como
otrosaprendices y
vagabundos, que le controlaran y pidieran los papeles y quiza incluso lo
alistaran para la guerra
-ni siquiera sabía que se había declarado una guerra-, sino
únicamente porque le repugnaba el
olor humano de los jinetes. De este modo espontaneo, sin ninguna
decisión determinada, su
plan de dirigirse a Grasse por el camino mas corto fue perdiendo
urgencia y al final se disolvió,
por así decirlo, en la libertad, como todos los demas planes e
intenciones. Grenouille ya no
quería ir a ninguna parte, sólo alejarse de los hombres.
Acabó caminando sólo de noche. Durante el día se ocultaba
entre la maleza, dormía
bajo arboles o arbustos, a ser posible en los lugares mas
inaccesibles, agazapado como un
animal, con el cuerpo y la cabeza cubiertos por la manta marrón y la
nariz metida en el hueco
del codo, dirigida hacia la tierra para que ningún olor extraño
perturbara sus sueños. Se
despertaba al ponerse el sol, oliscaba en todas direcciones y cuando estaba bien
seguro de
haberlo olido todo, de que el último campesino había abandonado
su tierra y los vagabundos
mas osados habían buscado cobijo ante la inminente oscuridad,
cuando la noche, con sus
supuestos peligros, había ahuyentado a todos los seres humanos, salía
Grenouille de su
escondite y continuaba su viaje. No necesitaba luz para ver a su alrededor.
Incluso antes,
cuando aún caminaba de día, mantenía los ojos cerrados
durante horas y se dejaba guiar por el
olfato. La imagendeslumbrante del paisaje, la luz cegadora, la fuerza e
intensidad de la vista le
causaban dolor. Sólo le gustaba el resplandor de la luna. Su luz no
tenía color y perfilaba
débilmente el terreno, bañando la tierra con un tinte gris sucio
y estrangulando la vida durante
una noche. Este mundo como de plomo fundido en el que sólo se
movía el viento, que a veces
se cernía sobre los bosques grises como una sombra, y en el que
sólo vivían las fragancias de
la tierra desnuda, era el único mundo aceptable para él porque se
parecía al mundo de su alma.
Así fue avanzando en dirección sur. Mas o menos en
dirección sur, porque no se guiaba
por ninguna brújula magnética, sino por la brújula de su
olfato, que le permitía evitar cada
ciudad, cada pueblo y cada caserío. No vio a ningún ser humano
durante semanas enteras: y
podría haberse imaginado tranquilamente que estaba solo en aquel mundo
oscuro o iluminado
por el frío resplandor de la luna si su sensible brújula no le
hubiera indicado lo contrario.
Por la noche también había hombres. En las comarcas mas
aisladas también había
hombres, sólo que se habían retirado a sus guaridas para dormir
como las ratas. La tierra no
estaba limpia de ellos, ya que incluso dormidos despedían olores que
salían al aire libre por las
ventanas abiertas o por las rendijas e infestaban la naturaleza, abandonada
sólo en apariencia.
Cuanto mas se acostumbraba Grenouille al aire puro, tanto mas
sensible se volvía al olor de loshombres, que de repente, inesperado y
horrible, se extendía por las noches con su hedor a
podrido, revelando la presencia de una choza de pastores, una cabaña de
carbonero o una
cueva de ladrones. Y seguía huyendo, reaccionando cada vez con mayor
sensibilidad al olor ya
poco frecuente de los seres humanos. De este modo su nariz le condujo a
regiones cada vez
mas apartadas, alejandole de los hombres y empujandole
cada día con mayor fuerza hacia el
polo magnético de la maxima soledad posible.
24
Este polo, es decir, el punto mas alejado de los hombres en todo el
reino, se encontraba
en el macizo central de Auvernia, aproximadamente a cinco días de viaje
de Clermont, en
dirección sur, en la cima de un volcan de dos mil metros llamado
Plomb du Cantal.
La montaña era un cono gigantesco de piedra gris plomo y estaba rodeada
de una altiplanicie
interminable y arida donde sólo crecían un musgo gris y
unas matas grises entre las cuales
sobresalían aquí y alla rocas puntiagudas, como dientes
podridos, y algún que otro arbol
requemado por el fuego. Esta región era tan inhóspita, incluso en
los días mas claros, que ni el
pastor mas pobre de la misérrima provincia habría llevado
hasta allí a sus animales. Y por las
noches, a la palida luz de la luna, su desolación le prestaba un
aire que no era de este mundo.
Incluso el bandido Lebrun, nacido en Auvernia y muy buscado por la justicia,
había preferido
trasladarse a Cèvennes, donde fue cogido ydescuartizado, que ocultarse
en el Plomb du
Cantal, en donde seguramente nadie le habría buscado ni encontrado, pero
donde habría
hallado la muerte para él todavía mas terrible de la soledad
perpetua. Ningún ser humano vivía
en muchas millas a la redonda y apenas algún animal de sangre caliente,
sólo unos cuantos
murciélagos y un par de escarabajos y víboras. Hacía
décadas que nadie había escalado la
cima.
Grenouille llegó a la montaña una noche de agosto del año
1756. Amanecía cuando se
detuvo en la cumbre, ignorante aún de que su viaje terminaría
allí. Pensaba que era sólo una
etapa del camino hacia aires cada vez mas puros y dio media vuelta para
que la mirada de su
nariz se paseara por el impresionante panorama del desierto volcanico:
hacia el este, la extensa
altiplanicie de Saint-Flour y los pantanos del río Riou; hacia el norte,
la región por donde había
viajado durante días enteros a través de pedregosas y
estériles montañas; hacia el oeste,
desde donde el ligero viento de la mañana sólo le llevaba el olor
de la piedra y la hierba dura; y,
por último, hacia el sur, donde las estribaciones del Plomb se
prolongaban durante millas hasta
las oscuras gargantas del Truyére. Por doquier, en todas direcciones,
reinaba idéntico
alejamiento de los hombres, por lo que cada paso dado en cualquier
dirección habría
significado acercarse a ellos. La brújula oscilaba, sin dar ninguna
orientación. Grenouille había
llegado a la meta, pero al mismo tiempoera un cautivo.
Cuando salió el sol, continuaba en el mismo lugar, olfateando el aire,
intentando con
desesperado afan encontrar la dirección de donde venía el
amenazador olor humano y, por
consiguiente, el polo opuesto hacia el que debía dirigir sus pasos.
Recelaba de cada dirección,
temeroso de descubrir un indicio oculto de olor humano, pero no fue así.
Sólo encontró silencio,
silencio olfativo, por así decirlo. Sólo flotaba a su alrededor,
como un leve murmullo, la fragancia
etérea y homogénea de las piedras muertas, del liquen gris y de
la hierba reseca; nada mas.
Grenouille necesitó mucho tiempo para creer que no olía nada. No
estaba preparado
para esta felicidad. Su desconfianza se debatió largamente contra la
evidencia; llegó incluso,
mientras el sol se elevaba, a servirse de sus ojos y escudriñó el
horizonte en busca de la menor
señal de presencia humana, el tejado de una choza, el humo de un fuego,
una valla, un puente,
un rebaño. Se llevó las manos a las orejas y aguzó el
oído por si captaba el silbido de una hoz,
el ladrido de un perro o el grito de un niño. Aguantó durante
todo el día el calor abrasador de la
cima del Plomb du Cantal, esperando en vano el menor indicio. Su suspicacia no
cedió hasta la
puesta de sol, cuando lentamente dio paso a un sentimiento de euforia cada vez
mas fuerte: Se
había salvado del odio! Estaba completamente solo! Era el único
ser humano del mundo!
Un júbilo inaudito se apoderó de él. Con elmismo
éxtasis con que un naufrago saluda
tras semanas de andar extraviado la primera isla habitada por seres humanos,
celebró
Grenouille su llegada a la montaña de la soledad. Profirió gritos
de alegría. Tiró mochila, manta
y bastón y saltó, lanzó los brazos al aire, bailó
en círculo, proclamó su nombre a los cuatro
vientos, cerró los puños y los agitó, triunfante, contra
todo el paisaje que se extendía a sus pies
y contra el sol poniente, con un gesto de triunfo, como si él
personalmente lo hubiera expulsado
del cielo. Se comportó como un loco hasta altas horas de la noche.
25
Pasó los próximos días instalandose en la
montaña, porque veía muy claro que no
abandonaría con facilidad aquella bendita región. Como primera
medida, olfateó en busca de
agua, que encontró en una hendidura algo mas abajo de la cumbre,
fluyendo como una fina
película por la superficie de la roca. No era mucha, pero si
lamía con paciencia durante una
hora, cubría su necesidad de líquido para todo el día.
También encontró comida, pequeñas
salamandras y serpientes de agua, que devoraba con piel y huesos después
de arrancarles la
cabeza. Comía ademas liquen, hierba y bayas de musgo. Esta forma
de alimentación,
totalmente discutible desde el punto de vista burgués, no le disgustaba
en absoluto. Durante las
últimas semanas y meses no había comido productos humanos como
pan, salchicha y queso
sino, cuando sentía hambre, todo lo mas o menos comestible que
encontrabaa su paso. No
era, ni con mucho, un 'gourmet'. El deleite no le interesaba, a menos
que consistiera en el olor
puro e incorpóreo. Tampoco le interesaba la comodidad y se habría
contentado con dormir
sobre la dura piedra. Pero encontró algo mejor.
Descubrió cerca del manantial una galería natural que serpenteaba
hacia el interior de la
montaña y terminaba al cabo de unos treinta metros en un barranco. El
final de la galería era
tan estrecho, que los hombros de Grenouille rozaban la piedra y tan bajo, que
no podía estar de
pie sin encorvarse. Pero podía sentarse y, si se acurrucaba, incluso
tenderse en el suelo. Esto
era suficiente para su comodidad. Ademas, el lugar gozaba de unas
ventajas inapreciables: en
el fondo del túnel reinaba incluso de día una oscuridad completa,
el silencio era absoluto y el
aire olía a un frescor húmedo y salado. Grenouille supo en
seguida por el olor que ningún ser
viviente había entrado jamas en esta cueva y tomó
posesión de ella con una especie de temor
respetuoso. Extendió con cuidado la manta, como si vistiera un altar, y
se acostó encima de
ella. Sintió un bienestar maravilloso. Yacía en la montaña
mas solitaria de Francia a cincuenta
metros bajo tierra como en su propia tumba. En toda su vida no se había
sentido tan seguro, ni
siquiera en el vientre de su madre. Aunque el mundo exterior ardiera, desde
aquí no se
percataría de ello. Empezó a llorar en silencio. No sabía
a quién agradecer tanta felicidad.En los próximos días
sólo salió a la intemperie para lamer la película de agua
del
manantial, evacuar con rapidez orina y excrementos y cazar lagartijas y
serpientes. Por la
noche eran faciles de atrapar porque se ocultaban bajo las rocas o en
pequeños intersticios,
donde las descubría con el olfato.
Durante las primeras semanas subió de nuevo a la cumbre unas cuantas
veces para olfatear el
horizonte, pero esta precaución no tardó en ser mas bien
una costumbre molesta que una
necesidad, pues ni una sola vez olió a algo amenazador, así que
pronto interrumpió estas
excursiones y sólo pensaba en volver a su tumba en cuanto había
realizado las tareas mas
indispensables para su supervivencia. Porque aquí, en la tumba, era
donde vivía de verdad, es
decir, pasaba sentado mas de veinte horas diarias sobre la manta de
caballerías en una
oscuridad total, un silencio total y una inmovilidad total, en el extremo del
pétreo pasillo, con la
espalda apoyada contra la piedra y los hombros embutidos entre las rocas, por
completo
autosuficiente.
Se sabe de hombres que buscan la soledad: penitentes, fracasados, santos o
profetas
que se retiran con preferencia al desierto, donde viven de langostas y miel
silvestre. Muchos
habitan cuevas y ermitas en islas apartadas o -algo mas espectacular- se
acurrucan en jaulas
montadas sobre estacas que se balancean en el aire, todo ello para estar
mas cerca de Dios.
Se mortifican y hacen penitencia en su soledad,guiados por la creencia de
llevar una vida
agradable a los ojos divinos. O bien esperan durante meses o años ser
agraciados en su
aislamiento con una revelación divina que inmediatamente quieren
difundir entre los hombres.
Nada de todo esto concernía a Grenouille, que no pensaba para nada en
Dios, no hacía
penitencia ni esperaba ninguna inspiración divina. Se había
aislado del mundo para su propia y
única satisfacción, sólo a fin de estar cerca de sí
mismo. Gozaba de su propia existencia, libre
de toda influencia ajena, y lo encontraba maravilloso. Yacía en su tumba
de rocas como si fuera
su propio cadaver, respirando apenas, con los latidos del corazón
reducidos al mínimo y
viviendo, a pesar de ello, de manera tan intensa y desenfrenada como
jamas había vivido en el
mundo un libertino.
26
Escenario de este desenfreno -no podía ser otro- era su imperio
interior, donde había
enterrado desde su nacimiento los contornos de todos los olores olfateados
durante su vida.
Para animarse, conjuraba primero los mas antiguos y remotos: el vaho
húmedo y hostil del
dormitorio de madame Gaillard; el olor seco y correoso de sus manos; el aliento
avinagrado del
padre Terrier; el sudor histérico, calido y maternal del ama
Bussier; el hedor a cadaveres del
Cimetiére des Innocents; el tufo de asesina de su madre. Y se revolcaba
en la repugnancia y el
odio y sus cabellos se erizaban de un horror voluptuoso.
Muchas veces, cuando este aperitivo deabominaciones no le bastaba para empezar,
daba un pequeño paseo olfatorio por la tenería de Grimal y se
regalaba con el hedor de las
pieles sanguinolentas y de los tintes y abonos o imaginaba el caldo de
seiscientos mil
parisienses en el sofocante calor de la canícula.
Entonces, de repente -éste era el sentido del ejercicio-, el odio
brotaba en él con
violencia de orgasmo, estallando como una tormenta contra aquellos olores que
habían osado
ofender su ilustre nariz. Caía sobre ellos como granizo sobre un campo
de trigo, los pulverizaba
como un furioso huracan y los ahogaba bajo un diluvio purificador de
agua destilada. Tan justa
era su cólera y tan grande su venganza. Ah, qué momento sublime!
Grenouille, el hombrecillo,
temblaba de excitación, su cuerpo se tensaba y abombaba en un bienestar
voluptuoso, de
modo que durante un momento tocaba con la coronilla el techo de la gruta, para
luego bajar
lentamente hasta yacer liberado y apaciguado en lo mas hondo. Era
demasiado agradable
este acto violento de exterminación de todos los olores repugnantes era
realmente demasiado
agradable, casi su número favorito entre todos los representados en el
escenario de su gran
teatro interior, porque comunicaba la maravillosa sensación de
agotamiento placentero que
sigue a todo acto verdaderamente grande y heroico.
Ahora podía descansar tranquilo durante un buen rato. Estiraba sus
miembros todo lo
que permitía la estrechez de su pétreo aposento; en
cambio,interiormente, en las barridas
praderas de su alma, podía estirarse a su antojo, dormitar y jugar con
delicadas fragancias en
torno a su nariz: un soplo aromatico, por ejemplo, como venido de un
prado primaveral; un
templado viento de mayo que sopla entre las primeras hojas verdes de las hayas;
una brisa
marina, penetrante como almendras saladas. Caía la tarde cuando se
levantó, aunque esta
expresión sea un decir, ya que no había tarde ni mañana ni
crepúsculo, no había luz ni
oscuridad, ni tampoco prado primaveral ni hojas verdes de haya En el
universo interior de
Grenouille no había nada, ninguna cosa, sólo el olor de las
cosas. (Por esto, llamar a este
universo un paisaje es de nuevo una manera de hablar, pero la única
adecuada, la única
posible, ya que nuestra lengua no sirve para describir el mundo de los olores).
Caía, pues, la
tarde en aquel momento y en el estado de animo de Grenouil- le, como en
el sur al final de la
siesta, cuando el letargo del medio día abandona lentamente el paisaje y
la vida interrumpida
quiere reanudar su ritmo. El calor abrasador -enemigo de las fragancias
sublimes- había
remitido, destruyendo a la manada de demonios. Los campos interiores se
extendían palidos y
blandos en el lascivo sosiego del despertar, esperando ser hollados por la
voluntad de su
dueño.
Y, como ya hemos dicho, Grenouille se levantó y sacudió el
sueño de sus miembros.
El Gran Grenouille interior se irguió como un gigante, en toda
sugrandiosidad y altura,
ofreciendo un aspecto magnífico -casi era una lastima que nadie
le viera!-, y miró a su
alrededor, arrogante y sublime.
Sí! éste era su reino! El singular reino de Grenouille! Creado y
gobernado por él, el
singular Grenouille, devastado por él y erigido de nuevo cuando se le
antojaba, ampliado hasta
el infinito y defendido con espada flamígera contra cualquier intruso.
Aquí sólo mandaba su
voluntad, la voluntad del grande, del magnífico, del singular
Grenouille. Y una vez disipados los
malos olores del pasado, quería ahora inundarlo de fragancias.
Recorrió a grandes zancadas
los campos yermos y sembró aromas de diversas clases, tan pronto parco
como pródigo,
creando anchas e interminables plantaciones y parterres pequeños e
íntimos, derramando las
semillas a puñados o de una en una en lugares escogidos. Hasta las
regiones mas remotas de
su reino corrió, presuroso, el Gran Grenouille, el veloz jardinero, y
pronto no quedó ningún
rincón en que no hubiera sembrado un grano de fragancia.
Y cuando vio que todo estaba bien y que toda la tierra había absorbido
la divina semilla
de Grenouille, el Gran Grenouille dejó caer una lluvia de alcohol, fina
y persistente, y en seguida
todo empezó a germinar y brotar, de modo que la vista de los sembrados
alegraba el corazón.
Las plantaciones no tardaron en ofrecer abundantes frutos, en los jardines
ocultos crecieron
tallos jugosos y los capullos se abrieron en un estallido depura
lozanía.
Entonces ordenó el Gran Grenouille que cesara la lluvia. Y así
sucedió. Y envió el
templado sol de su sonrisa por toda la tierra e inmediatamente, en todos los
confines del reino,
la magnífica abundancia de capullos se convirtió en una
única alfombra multicolor consistente
en miríadas de valiosos frascos de perfume. Y el Gran Grenouille vio que
todo estaba bien, muy
bien. Y el viento de su halito sopló por toda la tierra. Y las
flores, al ser acariciadas, despidieron
chorros de fragancia y mezclaron sus innumerables aromas hasta formar uno solo
y universal,
siempre cambiante pero en el cambio siempre unido en un homenaje a él,
el grande, el único, el
magnífico Grenouille quien, desde su trono en una nube de fragancia
dorada, aspiró de nuevo,
olfateando su aliento, y el olor de la ofrenda le resultó agradable. Y
descendió del trono para
bendecir varias veces su creación, la cual se lo agradeció con
vítores y gritos jubilosos y
repetidos chorros de magnífico perfume. Mientras tanto, había
oscurecido y las fragancias
seguían derramandose y mezclandose con los azules de la
noche en notas cada vez mas
fantasticas. Se preparaba una verdadera fiesta de perfumes, con un
gigantesco castillo de
fuegos artificiales, brillantes y aromaticos.
Sin embargo, el Gran Grenouille estaba un poco cansado, así que
bostezó y habló:
--Mirad, he hecho una gran obra y me complace mucho pero, como todo lo
terminado, ya
empieza a aburrirme. Quieroretirarme y, como culminación de este
fructífero día, permitirme un
pequeño entretenimiento en las camaras de mi corazón.
Así habló el Gran Grenouille quien, mientras el pueblo llano de
las fragancias bailaba y
le vitoreaba alegremente, bajó de la nube dorada con alas extendidas y
voló sobre el paisaje
nocturno de su alma hacia el hogar de su corazón.
27
Ah, qué agradable era volver al hogar! La doble tarea de vengador y
creador del mundo
representaba un esfuerzo considerable y someterse después durante horas
al homenaje de los
propios engendros no era el descanso mas reparador. Fatigado por los
divinos deberes de la
creación y la representación, el Gran Grenouille ansiaba los
goces domésticos.
Su corazón era un castillo de púrpura situado en un pedregoso
desierto, oculto tras las
dunas y rodeado de un oasis pantanoso y de siete murallas de piedra.
Sólo volando se podía
acceder a él. Contenía mil camaras, mil bodegas y mil
elegantes salones, entre ellos uno
provisto de un sencillo canapé de púrpura donde Grenouille, que
ya no era el Gran Grenouille,
sino simplemente Grenouille o el querido Jean-Baptiste, solía descansar
de las fatigas del día.
Sin embargo, en las camaras del castillo había estanterías
desde el suelo hasta el techo
y en ellas se encontraban todos los olores reunidos por Grenouille en el curso
de su vida, varios
millones. Y en las bodegas del castillo reposaban en cubas las mejores
fragancias de su
existencia que, unavez maduras, trasladaba a botellas que almacenaba en
pasillos húmedos y
fríos de varios kilómetros de longitud, clasificadas por
años y procedencias; había tantas, que
una vida no bastaba para beberlas todas.
Y cuando el querido Jean-Baptiste, de vuelta por fin en su hogar en el
salón púrpura,
acostado en su sencillo y cómodo sofa -después de quitarse
las botas, por así decirlo-, daba
unas palmadas y llamaba a sus criados, que eran invisibles, intocables,
inaudibles y, sobre
todo, inodoros y, por consiguiente, imaginarios, les ordenaba que fueran a las
camaras y
sacaran de la gran biblioteca los olores de este o aquel volumen y bajaran a
las bodegas a
buscarle algo de beber. Los criados imaginarios iban corriendo y el
estómago de Grenouille se
retorcía durante la penosa espera. Se sentía de repente como un
bebedor sobrecogido en la
taberna por el temor a que por alguna razón le nieguen la copa de
aguardiente que ha pedido.
¿Y si las bodegas y camaras se encuentran vacías de
improviso, y si el vino de las cubas se ha
vuelto rancio? ¿Por qué le hacían esperar? ¿Por
qué no venían? Necesitaba inmediatamente la
bebida, la necesitaba con urgencia, con frenesí, moriría en el
acto si no la obtenía.
Calma, Jean-Baptiste! Calma, querido! Ya vienen, ya te traen lo que anhelas. Ya
llegan
volando los criados, trayendo en una bandeja invisible el libro de los olores y
en sus invisibles
manos enguantadas de blanco, las valiosas botellas; ahora lasdepositan con sumo
cuidado, se
inclinan y desaparecen.
Y cuando le dejan solo -por fin, otra vez solo!- alarga Jean-Baptiste la mano
hacia los
ansiados aromas, abre la primera botella, se sirve un vaso lleno hasta el
borde, se lo acerca a
los labios y bebe. Apura el vaso de olor fresco de un solo trago, y es
delicioso! Es un aroma tan
bueno y liberador, que al querido Jean-Baptiste se le anegan los ojos en
lagrimas de puro
placer y se sirve en seguida el segundo vaso de la misma fragancia: una
fragancia del año
1752, atrapada en primavera, en el Pont Royal, antes de la salida del sol, con
la nariz vuelta
hacia el oeste, de donde soplaba un viento ligero; en ella se mezclaban el olor
del mar, el olor
del bosque y algo del olor de brea de las barcas embarrancadas en la orilla.
Era el aroma de la
primera noche entera que, sin permiso de Grimal, había pasado vagando
por París. Era el
aroma fresco del incipiente día, el primer amanecer que vivía en
libertad. Entonces este aroma
le auguró la libertad para él, le auguró una vida nueva.
El olor de aquella mañana fue para
Grenouille un olor de esperanza; lo conservaba con unción y bebía
de él a diario.
Cuando hubo apurado el segundo vaso, todo el nerviosismo, todas las dudas y
toda la
inseguridad le abandonaron y un maravilloso sosiego se apoderó de
él. Apoyó la espalda en los
blandos almohadones del canapé, abrió un libro y empezó a
leer sus recuerdos. Leyó sobre los
olores de su infancia, losolores de la escuela, los olores de las calles y de
los rincones
ciudadanos, los olores de los hombres y le recorrieron agradables
escalofríos porque los olores
conjurados eran sin duda los aborrecidos, los exterminados. Siguió
leyendo el libro de los olores
nauseabundos con un interés mezclado con repugnancia, hasta que
ésta superó a aquél,
obligandole a cerrar el libro, apartarlo de sí y elegir otro.
Al mismo tiempo iba sorbiendo sin pausa las fragancias nobles. Tras la botella
del
perfume de la esperanza, descorchó una del año 1744, llena del
calido aroma de madera que
flotaba ante la casa de madame Gaillard. Y después de ésta
bebió una botella de aromas de
una noche de verano, impregnadas de un denso perfume floral, recogido en el
lindero de un
parque en Saint-Germain-des-Près el año 1753.
Se hallaba ahora saturado de olores y sus miembros se apoyaban cada vez con
mas
fuerza en los almohadones. Una embriaguez maravillosa le nublaba la mente y,
sin embargo,
aún no había llegado al final de la orgía. Sus ojos ya no
podían leer, hacía rato que el libro le
había resbalado de las manos, pero no quería terminar la velada
sin haber vaciado la última
botella, la mas espléndida: la fragancia de la muchacha de la Rue
des Marais
La bebió con recogimiento, después de sentarse para este fin muy
erguido en el
canapé, aunque le costó hacerlo porque el salón
púrpura oscilaba y daba vueltas a su alrededor
con cada movimiento. En una posición decolegial, con las rodillas y los
pies muy juntos y la
mano izquierda sobre el muslo izquierdo, así bebió el
pequeño Grenouille la fragancia mas
valiosa de las bodegas de su corazón, vaso tras vaso, y se fue
entristeciendo cada vez mas.
Sabía que bebía demasiado; sabía que no aguantaba lo bueno
en tanta cantidad y, no
obstante, bebió hasta vaciar la botella. Avanzó por el pasaje
oscuro de la calle hasta el patio
interior. Se acercó al resplandor de la vela. La muchacha estaba
sentada, partiendo ciruelas
amarillas. A lo lejos explotaban los cohetes y petardos de los fuegos
artificiales
Dejó el vaso y, todavía como aturdido por el sentimentalismo y la
borrachera,
permaneció sentado unos minutos, hasta que le hubo desaparecido de la
lengua el último
regusto. Tenía la mirada fija y el cerebro tan vacío como la
botella. Se dejó caer súbitamente de
lado sobre el canapé y quedó al instante sumido en una especie de
letargo.
De modo simultaneo dormía a su vez el Grenouille exterior sobre
su manta de
caballerías y su sueño era tan profundo como el del Grenouille
interior, porque los hercúleos
actos y excesos de éste habían agotado igualmente a aquél;
al fin y al cabo, ambos eran la
misma persona.
No se despertó, sin embargo, en el salón púrpura de su
purpúreo castillo rodeado de sus
siete murallas, ni tampoco en los fragantes campos primaverales de su alma,
sino sólo en la
pétrea caverna del extremo del túnel, sobre el duro suelo y en la
oscuridad.Y sintió nauseas a
causa del hambre y la sed y también frío y malestar, como un
borracho empedernido tras una
noche de francachela. Salió a gatas de la galería.
Fuera, la hora del día era indeterminada, casi siempre el
crepúsculo o el amanecer
incipiente, pero incluso a medianoche, la claridad de los astros hería sus
ojos como mil agujas.
El aire se le antojó polvoriento y aspero, le quemaba los
pulmones, y el paisaje era duro, las
piedras le hacían daño, e incluso los olores mas suaves
resultaban fuertes y penetrantes para
su nariz, ya desacostumbrada al mundo. Grenouille, la garrapata, se
había vuelto sensible
como una langosta que ha abandonado su caparazón y se desliza desnuda
por el mar.
Fue al manantial y lamió la humedad de la pared durante una o dos horas;
era una
tortura, no se acababa nunca el tiempo en que el mundo real le abrasaba la
piel. Arrancó de las
piedras unos puñados de musgo y se los metió a la boca, se puso
en cuclillas y cagó mientras
devoraba -de prisa, de prisa, todo tenía que ir de prisa- y, como
perseguido, como si fuera un
pequeño animal de carne blanda y en el cielo ya planearan los azores,
volvió corriendo a su
caverna del extremo de la galería, donde estaba la manta. Allí,
por fin, se sintió otra vez seguro.
Se apoyó en la pared de piedra, estiró las piernas y
esperó. Ahora debía mantener el
cuerpo completamente inmóvil, inmóvil como un recipiente que
amenaza con derramar su
contenido después de unmovimiento demasiado brusco. Poco a poco
logró normalizar su
respiración. El corazón desbocado empezó a latir
mas despacio, la excitación remitió. Y de
improviso la soledad invadió su animo como un reflejo negro.
Cerró los ojos. La oscura puerta
de su interior se abrió y él cruzó el umbral. Y dio
comienzo el siguiente espectaculo del teatro
anímico de Grenouille.
28
Así continuó día tras día, semana tras semana, mes
tras mes. Así continuó durante siete años
enteros.
Durante este tiempo se libró en el mundo exterior una guerra y, por
cierto, una guerra
mundial. Se peleó en Silesia y Sajonia, en Hannover y Bélgica, en
Bohemia y Pomerania. Las
tropas del rey morían en Hesse yen Westfalia, en las Baleares, en la
India, en el Mississippi y
en Canada, si no morían antes de tifus durante el viaje. La
guerra costó la vida a un millón de
seres humanos, al rey de Francia su imperio colonial y a todos los estados
beligerantes tanto
dinero que al final, llenos de pesar, decidieron ponerle fin.
Por esta época, en invierno, Grenouille estuvo una vez a punto de morir
congelado sin
darse cuenta. Yació cinco días enteros en el salón de
púrpura y cuando se despertó en la
galería, no podía moverse porque el frío había
aterido sus miembros. Cerró inmediatamente los
ojos para morir dormido, pero entonces se produjo un cambio de tiempo que lo
descongeló y
salvó su vida.
En una ocasión la nieve alcanzó tal altura, que ya no
tenía fuerzas para excavar hastalos líquenes y se alimentó
de murciélagos muertos por congelación.
Una vez encontró un cuervo muerto delante de la caverna y se lo
comió. Tales fueron los
únicos sucesos del mundo exterior de los que tuvo conciencia durante
aquellos siete años.
Todo lo demas ocurrió sólo en su montaña, en el
reino autocreado de su alma. Y allí habría
permanecido hasta la muerte (porque no le faltaba nada) si no se hubiera
producido una
catastrofe que lo expulsó de la montaña y lo devolvió
al mundo.
29
La catastrofe no fue un terremoto ni un incendio forestal ni un
corrimiento de tierras ni
un derrumbamiento de la galería. En realidad no fue ninguna
catastrofe exterior, sino interior y,
ademas, bastante penosa, porque bloqueó la ruta de evasión
preferida de Grenouille. Sucedió
mientras dormía; mejor dicho, durante un sueño. O dicho con mucha
mas propiedad, en un
sueño en el interior de su fantasía.
Yacía dormido en el canapé del salón púrpura,
rodeado de botellas vacías. Había bebido
enormes cantidades; al final, hasta dos botellas del perfume de la muchacha
pelirroja. Por lo
visto, fue demasiado, ya que su descanso, aunque profundo como la muerte, no
careció de
sueños que lo cruzaron como jirones fantasmales y estos jirones eran
claros vestigios de un
olor. Al principio se deslizaron en franjas delgadas bajo la nariz de
Grenouille pero después
adquirieron la densidad de una nube; era como si se hallara en medio de un
pantano que
emanara una espesaniebla. Esta niebla fue ganando altura y pronto Grenouille se
vio rodeado
por ella, empapado de ella, y entre los jirones ya no quedaba ni rastro de aire
limpio. Si no
quería ahogarse, tenía que respirar esta niebla. Y la niebla era,
como ya se ha dicho, un olor. Y
Grenouille sabía de qué clase de olor se trataba. La niebla era
su propio olor. El suyo, el de
Grenouille, su propio olor.
Y lo espantoso era que Grenouille, aunque reconocía este olor como el
suyo, no podía
olerlo. No podía, ni siquiera ahogandose en el propio olor,
olerse a sí mismo!
Cuando comprendió esto con claridad, profirió un grito fuerte y
terrible, como si lo
quemaran vivo. El grito derrumbó las paredes del salón
púrpura y los muros del castillo, salió
del corazón, cruzó tumbas, pantanos y desiertos, pasó a
gran velocidad por el paisaje nocturno
de su alma, como un voraz incendio, le taladró la boca, perforó
la destrozada galería e irrumpió
en el mundo, resonando mucho mas alla de la altiplanicie de
Saint-Flour; fue como si gritara la
montaña. Y su propio grito despertó a Grenouille, quien al
despertarse agitó los brazos como si
quisiera dispersar la niebla inodora que quería asfixiarle.
Sentía tal terror, que todo su cuerpo
temblaba de puro pasmo. Si el grito no hubiese rasgado la niebla, se
habría asfixiado a sí
mismo: una muerte espantosa. Le aterraba sólo el pensarlo. Y mientras
seguía sentado,
temblando e intentando ordenar sus pensamientos de confusión yterror,
sabía ya una cosa con
absoluta seguridad: cambiaría su vida, aunque sólo fuera porque
no quería tener aquella
horrible pesadilla por segunda vez. No podría resistir una segunda vez.
Se echó la manta de caballerías sobre los hombros y se
arrastró hasta el aire libre.
Fuera mediaba la mañana, una mañana de finales de febrero.
Brillaba el sol y la tierra olía a
piedra húmeda, musgo y agua. En el viento flotaba ya un ligero perfume
de anémonas. Se puso
en cuclillas ante la entrada de la cueva. Los rayos del sol le calentaban.
Aspiró el aire fresco.
Todavía se estremecía al pensar en la niebla de la que
había huido y un gran bien estar al notar
el calor en la espalda. No cabía duda de que era bueno que este mundo
exterior existiese,
aunque sólo le sirviera de lugar de refugio. No resistía la idea
de no haber encontrado ningún
mundo a la salida del túnel !Ninguna luz, ningún olor, nada en
absoluto sólo aquella pavorosa
niebla, dentro, fuera y por doquier
La fuerte impresión fue remitiendo poco a poco, así como la
sensación de miedo, y
Grenouille empezó a sentirse mas seguro. Hacia el mediodía
ya había recobrado su sangre fría
habitual. Se puso bajo la nariz el índice y el dedo mediano de la mano
izquierda y respiró entre
los dos dedos. Olió al aire húmedo de primavera, perfumado de
anémonas. Sus dedos no los
olió. Dio la vuelta a la mano y olfateó la palma. Notó el
calor de la mano, pero no olió a nada.
Entonces se enrolló la mangadestrozada de su camisa y hundió la
nariz en el hueco del codo.
Sabía que era el lugar donde todos los hombres huelen a sí
mismos. Pero no olió a nada.
Tampoco olió a nada en las axilas ni en los pies ni en el sexo, hacia el
que se dobló todo lo que
pudo. Era grotesco: él, Grenouille, que podía olfatear a
cualquier ser humano a kilómetros de
distancia, no era capaz de oler su propio sexo, que tenía a menos de un
palmo de la nariz! A
pesar de ello, no se dejó dominar por el panico, sino que se dijo
lo siguiente, reflexionando con
frialdad: 'No es que yo no huela, porque todo huele. El hecho de que no
huela mi propio olor se
debe a que no he parado de oler desde mi nacimiento y por ello tengo la nariz
embotada para
mi propio olor. Si pudiera separarlo de mí, todo o por lo menos en
parte, y volver a él al cabo de
cierto tiempo de descanso, conseguiría olerlo muy bien y, por lo tanto,
a mí mismo'.
Se quitó la manta de los hombros y se despojó de la ropa, o de lo
que quedaba de su
ropa, que mas bien eran harapos o andrajos. Durante siete años no
se la había quitado de
encima; debía estar totalmente impregnada de su olor. Tiró las
prendas una sobre otra a la
entrada de la cueva y se alejó. Entonces trepó, por primera vez
en siete años, a la cima de la
montaña y cuando estuvo allí se situó en el mismo lugar
donde se detuviera el día de su
llegada, dirigió la nariz hacia el oeste y dejó que el viento
silbara en torno a su cuerpo desnudo.
Suintención era orearse completamente, impregnarse tanto del aire del
oeste -lo cual equivalía
a bañarse en el olor del mar y de los prados húmedos- que el olor
de éste dominara el de su
propio cuerpo y así formara una capa de fragancia entre él,
Grenouille, y sus ropas, a las cuales
estaría entonces en posición de oler con claridad. Y a fin de
aspirar por la nariz la menor
cantidad posible del propio olor, inclinó el torso hacia delante,
alargó el cuello contra el viento
todo lo que pudo y estiró los brazos hacia atras. Parecía
un nadador a punto de zambullirse.
Mantuvo esta posición extraordinariamente ridícula durante varias
horas, durante las
cuales, pese a que el sol era todavía débil, su piel blanca,
desacostumbrada a la luz, se puso
roja como un tomate. Hacia el atardecer bajó de nuevo a la caverna. Vio
desde lejos el montón
de ropa en el suelo. En los últimos metros se tapó la nariz y no
la abrió hasta que la hubo
hundido entre los harapos. Realizó la prueba olfatoria tal como se la
enseñara Baldini: aspiró
con fuerza y luego expelió el aire por etapas. A fin de captar el olor,
formó sobre el montón una
campana con las manos y metió en ella la nariz a guisa de badajo. Hizo
todo lo que pudo para
distinguir su propio olor en los harapos, pero no estaba allí.
Decididamente, no estaba allí. Pudo
entresacar mil otros olores, el de la piedra, la arena, el musgo, la resina, la
sangre de cuervo;
incluso el de la salchicha comprada hacía añosen las
cercanías de Sully era claramente
perceptible. La ropa contenía un diario olfatorio de los siete u ocho
últimos años. Sólo faltaba su
propio olor, el olor de quien la había llevado puesta sin
interrupción durante todo aquel tiempo.
Sintió de pronto un poco de miedo. El sol se había ocultado y
él estaba desnudo ante la
entrada de la galería en cuyo tenebroso extremo había vivido
durante siete años. El viento era
gélido y enfriaba su cuerpo, pero él no lo notaba porque
sentía otra cosa que dominaba la
sensación de frío y que era el temor. No el mismo temor que
había experimentado durante el
sueño, aquel temor espantoso de asfixiarse a sí mismo que
debía ser vencido a cualquier
precio y del que había conseguido escapar. El temor que ahora le
atenazaba era el de ignorar
algo de sí mismo y se trataba de una especie opuesta a la anterior, ya
que de éste no podía
escapar, sino que debía hacerle frente. Tenía que saber sin
ningún género de duda -incluso
aunque el descubrimiento fuese terrible- si despedía o no algún
olor. Y ademas, sin pérdida de
tiempo. Inmediatamente.
Entró de nuevo en la galería. A los dos metros ya estaba
sumergido en tinieblas, pero a
pesar de ello conocía el camino como a plena luz. Lo había
recorrido muchos miles de veces,
conocía cada detalle y cada recodo, olía cada saliente de roca y
cada piedra protuberante.
Encontrar el camino no era difícil, lo difícil era luchar contra
el recuerdo de la pesadillaclaustrofóbica, que avanzaba en su interior
como una marea a medida que se adentraba en la
galería. Pero tenía valor; es decir, luchaba contra el miedo de
no saber, contra el temor de la
incertidumbre, y su lucha era efectiva porque sabía que no podía
escoger. Cuando llegó al
extremo de la galería, al lugar donde el barranco de piedras era
mas abrupto, los dos temores
le abandonaron. Se sintió tranquilo, con la cabeza clara y la nariz
afilada como un escalpelo. Se
puso encuclillas, se tapó los ojos con las manos y olfateó. En
este lugar, en esta sepultura
pétrea aislada del mundo había yacido durante siete años.
Si en alguna parte de la tierra tenía
que percibir su olor, éste era el lugar. Respiró lentamente.
Realizó la prueba con minuciosidad.
Se concedió tiempo antes de emitir el juicio. Permaneció en
cuclillas un cuarto de hora; poseía
una memoria infalible y recordaba con exactitud el olor de este lugar
hacía siete años: a piedra
y a frialdad húmeda y salada, tan limpia que ningún ser vivo, ya
fuera hombre o animal, podía
haber estado jamas allí Y ahora olía exactamente a lo
mismo.
Se quedó un rato mas en la misma posición, muy tranquilo,
sólo asintiendo en silencio
con la cabeza. Luego dio media vuelta y echó a andar, al principio
encorvado y, cuando la
altura de la galería se lo permitió, con el cuerpo erecto, hacia
el aire libre.
Una vez fuera, se vistió con los harapos (hacía años que
los zapatos sele habían
podrido), cubrió sushombros con la manta y abandonó aquella misma
noche el Plomb du
Cantal en dirección sur.
30
Su aspecto era espeluznante. Los cabellos le llegaban hasta las rodillas, la
barba rala,
hasta el ombligo. Sus uñas eran como garras de ave y la piel de brazos y
piernas, en los
lugares donde los andrajos no llegaban a cubrirlos, se desprendía a
tiras.
Los primeros hombres con quienes se cruzó, campesinos de un pueblo
próximo a la
ciudad de Pierrefort, que trabajaban en el campo se alejaron gritando al verle.
En la ciudad, en
cambio, causó sensación. La muchedumbre se apiñó a
centenares para contemplarlo. Muchos
lo tomaron por un galeote fugado y otros dijeron que no era un ser humano, sino
una mezcla de
hombre y oso, una especie de satiro. Uno que había navegado en su
juventud afirmó que se
parecía a los miembros de una tribu de indios salvajes de Cayena, que
vivían al otro lado del
gran océano. Lo condujeron a presencia del alcalde y allí, ante
el asombro de los reunidos,
enseñó su certificado de oficial artesano, abrió la boca y
contó con palabras un poco
incoherentes -pues eran las primeras que pronunciaba después de una
pausa de siete añospero bien inteligibles que en un viaje había
sido atacado por bandidos, secuestrado y retenido
prisionero durante siete años en una cueva. En todo este tiempo no vio
ni la luz del sol ni a
ningún ser humano, fue alimentado mediante una cesta que una mano
invisible hacía bajar
hasta él en la oscuridad yliberado por fin con una escalera sin que
él conociera la razón y sin
haber visto jamas a sus secuestradores ni a su salvador. Se
inventó esta historia porque le
pareció mas verosímil que la verdad, como en efecto lo
era, ya que semejantes asaltos por
parte de ladrones estaban lejos de ser infrecuentes en las montañas de
Auvernia, Languedoc y
Cèvennes. En cualquier caso, el alcalde levantó acta del hecho e
informó del caso al marqués
de la Taillade-Espinasse, señor feudal de la ciudad y miembro del
Parlamento en Toulouse.
El marqués, a sus cuarenta años, ya había vuelto la espalda
a la vida cortesana de
Versalles para retirarse a sus fincas rurales y dedicarse a las ciencias. A su
pluma se debía una
importante obra sobre economía nacional dinamica en la cual
proponía la supresión de todos
los impuestos sobre bienes raíces y productos agrícolas,
así como la introducción de un
impuesto progresivo inverso sobre la renta, que perjudicaba mas que a
nadie a los pobres y que
le obligaba a un mayor desarrollo de sus actividades económicas. Animado
por el éxito de su
opúsculo, redactó un tratado sobre la educación de
niños y niñas entre las edades de cinco y
diez años y se dedicó a continuación a la agricultura
experimental, intentando, mediante la
inseminación de semen de toro en diversas clases de hierba, cultivar un
producto vegetalanimal para la obtención de una leche de mejor calidad,
una especie de flor de ubre. Tras cierto
éxito inicial que lepermitió incluso la elaboración de un
queso de leche vegetal, calificado por la
Academia de Ciencias de Lyon como 'un producto con sabor a cabra, aunque
un poco mas
amargo', se vio obligado a interrumpir los experimentos a causa de los
enormes gastos que
suponía rociar los campos con hectolitros de semen de toro. De todos
modos, su contacto con
los problemas agro-biológicos no sólo despertó su interés
por la llamada gleba, sino también
por la tierra en general y por su relación con la biosfera.
Apenas terminados sus trabajos practicos sobre la flor de ubre, se
entregó con
verdadero entusiasmo de investigador a la escritura de un gran ensayo sobre las
relaciones
entre la proximidad de la tierra y la energía vital. Su tesis era que la
vida sólo puede
desarrollarse a cierta distancia de la tierra, ya que ésta emana
constantemente un gas
putrefacto, un llamado 'fluido letal' que paraliza las
energías vitales y tarde o temprano conduce
a su extinción. Por esta razón todos los seres vivos
tendían a crecer alejandose de la tierra,
hacia arriba en lugar de hacia dentro de sí mismos, por así
decirlo; por esto desarrollaban sus
partes mas valiosas en dirección al cielo: el grano, la espiga;
la flor, sus capullos; el hombre, la
cabeza; y por esto, cuando la edad los inclinaba y acercaba de nuevo a la
tierra, eran
indefectiblemente víctimas del gas letal, ya que el proceso de
envejecimiento los conducía a la
muerte y la descomposición.
Cuandollegó a oídos del marqués de la Taillade-Espinasse
que en Pierrefort habían
encontrado a un individuo que había pasado siete años en una
cueva -totalmente rodeado, por
lo tanto, del elemento de putrefacción tierra-, no cupo en sí de
gozo y ordenó que Grenouille
fuese enviado sin pérdida de tiempo a su laboratorio, donde le
sometió a un minucioso examen.
Vio confirmada su teoría de la manera mas grafica: el
fluido letal había atacado ya de tal modo
a Grenouille que su cuerpo de veinticinco años mostraba claros indicios
de deterioro senil. Lo
único -explicó Taillade-Espinasse- que había evitado la
muerte de Grenouille durante el período
de su encarcelamiento era que sin duda le habían alimentado con plantas
alejadas de la tierra,
seguramente pan y frutas. Ahora su salud sólo podía restablecerse
eliminando a fondo el fluido
letal mediante un aparato de ventilación de aire vital inventado por
él, Taillade-Espinasse, que
lo guardaba en el sótano de su palacio de Montpellier; si Grenouille
accedía a someterse al
experimento científico, él no sólo le curaría de su
irreversible contaminación de gas terrestre,
sino que le pagaría una buena cantidad de dinero
Dos horas mas tarde viajaban en el carruaje. Aunque los caminos se
encontraban en
un lamentable estado, recorrieron las sesenta y cuatro millas que los separaban
de Montpellier
en apenas dos días porque el marqués, pese a su avanzada edad, se
encargó personalmente
de fustigar a cochero ycaballos y no desdeñó ayudar con sus
propias manos en las diversas
roturas de lanzas y ballestas, tan entusiasmado estaba con su hallazgo y tan
impaciente por
presentarlo cuanto antes a un auditorio de expertos. Grenouille, en cambio, no
pudo apearse
del carruaje ni una sola vez, obligado a permanecer en su asiento envuelto en
sus harapos y en
una manta impregnada de tierra húmeda y barro, mientras sólo
recibía como alimento durante
todo el viaje tubérculos crudos. De este modo esperaba el marqués
conservar unas horas mas
en su estado ideal la contaminación de fluido terrestre.
Una vez llegados a Montpellier, hizo llevar inmediatamente a Grenouille al
sótano de su
palacio, envió invitaciones a todos los miembros de la Facultad de
Medicina, de la Sociedad
Botanica, de la Escuela de Agricultura, de la Asociación de
Química y Física, de la Logia
Masónica y de las demas sociedades científicas, que en la
ciudad ascendían a una docena
como mínimo. Y unos días después -exactamente una semana
desde que abandonara la
soledad de la montaña-, Grenouille se encontró sobre un podio en
el aula magna de la
Universidad de Montpellier para ser presentado como la sensación
científica del año a un
auditorio de varios centenares de personas.
Taillade-Espinasse le describió en su conferencia como la prueba
viviente de la verdad
de su teoría sobre el letal fluido terrestre. Mientras le arrancaba del
cuerpo uno a uno los
harapos que todavía conservaba, explicó elefecto devastador
producido en Grenouille por el
gas putrefacto: aquí se veían pústulas y cicatrices,
causadas por la acción corrosiva del gas;
allí, en el pecho, un enorme carcinoma rojo brillante; por todas partes,
una descomposición de
la piel; e incluso un claro raquitismo fluía del esqueleto, visible en
el pie deforme y en la joroba.
También estaban gravemente dañados los órganos internos,
bazo, hígado, pulmones, vesícula
biliar e intestinos, como probaba sin lugar a dudas el analisis de los
excrementos que todos los
presentes podían examinar en el plato colocado a los pies del sujeto. En
resumen, todo ello
indicaba que el deterioro de las energías vitales a causa de la
exposición durante siete años al
'fluidum letale Taillade' había alcanzado tales proporciones,
que el sujeto -cuyo aspecto, por
otra parte, presentaba significativas facciones de topo- debía
describirse como un ser mas
cercano a la muerte que a la vida. No obstante, el ponente se
comprometía, mediante una
terapia de ventilación en combinación con una dieta vital, a
restablecer al moribundo, pues así
podía calificarsele, hasta el punto demostrar en el plazo de ocho
días signos de una curación
completa que saltarían a la vista de todo el mundo y convocaba a los
asistentes para que
fueran testigos al cabo de una semana del éxito de este
diagnóstico, que debería considerarse
entonces como prueba definitiva de la exactitud de su teoría del fluido
terrestre letal.
Laconferencia fue un éxito sensacional. El docto público
aplaudió con entusiasmo al
ponente y luego desfiló ante el estrado donde se encontraba Grenouille.
En su estado de
abandono ficticio y con sus antiguos defectos y cicatrices, su aspecto era
realmente tan
impresionante y repulsivo que todos consideraron su estado grave e
irreversible, a pesar de que
él se sentía pletórico de salud y fuerza física.
Muchos caballeros le dieron unos golpecitos
profesionales, le midieron y le examinaron la boca y los ojos. Algunos le
dirigieron la palabra
para preguntarle acerca de su vida en la cueva y su estado actual, pero
él se ciñó estrictamente
a las indicaciones previas del marqués, contestando a semejantes preguntas
con una especie
de estertor y señalando con ambas manos y gestos de impotencia su
laringe, como dando a
entender que también estaba afectada por el 'fluidum letale
Taillade'.
Cuando hubo concluido la representación, Taillade-Espinasse lo
facturó en el carruaje al
sótano de su palacio, donde lo encerró, en presencia de varios
doctores elegidos de la Facultad
de Medicina, en el aparato de ventilación de aire vital, un artilugio
hecho con listones de abeto
rojo, sin intersticios, en el cual se introducía aire desprovisto del
gas letal mediante una
chimenea aspiradora que se elevaba a gran altura sobre el tejado; aire que se
renovaba por
medio de una valvula de escape de cuero colocada a ras de suelo.
Cuidaban de la buena
marcha de lainstalación un equipo de empleados que se turnaban
día y noche para evitar que
se parasen los ventiladores incorporados a la chimenea. Y mientras Grenouille
estaba rodeado
de este modo por una constante corriente de aire purificador, cada hora se le
servían a través
de una pequeña esclusa practicada en la pared lateral alimentos
dietéticos de procedencia
alejada de la tierra: caldo de pichón, empanada de alondras, guisado de
nade, frutas
confitadas, pan de una especie de trigo muy alto, vino de los Pirineos, leche
de gamuza y
mantecado hecho con huevos de gallinas criadas en el tejado del palacio.
Cinco días duró esta cura mixta de descontaminación y
revitalización, al cabo de los
cuales el marqués hizo detener los ventiladores y llevar a Grenouille a
una camara de baño
donde lo sumergieron en agua de lluvia templada durante varias horas y a
continuación lo
lavaron de pies a cabeza con jabón de aceite de nuez procedente de la
ciudad andina de
Potosí. Le cortaron las uñas de manos y pies, le cepillaron los
dientes con cal pulverizada de
los Dolomitas, lo afeitaron, le cortaron y peinaron los cabellos y se los
empolvaron. Avisaron a
un sastre y un zapatero y vistieron a Grenouille con una camisa de seda, de
chorrera blanca y
puños blancos encañonados, medias de seda, levita, pantalones y
chaleco de terciopelo azul y
lo calzaron con bonitos zapatos de piel negra, con hebilla, el derecho de los
cuales disimulaba
habilmente el defecto del pie. Consus propias manos maquilló el
marqués el rostro lleno de
cicatrices de Grenouille, usando colorete de talco, le pintó labios y
mejillas con carmín y prestó
a sus cejas una curva realmente distinguida con ayuda de un carboncillo de
madera de tilo. Por
último, le salpicó con su perfume personal, una fragancia de
violetas bastante sencilla,
retrocedió unos pasos y necesitó mucho tiempo para expresar su
satisfacción con palabras.
--Monsieur -empezó por fin-, estoy entusiasmado conmigo mismo. Estoy
impresionado
por mi genialidad. Ciertamente, no he dudado nunca de mi teoría fluidal,
por supuesto que no,
pero me impresiona verla corroborada de forma tan magnífica por la
terapia aplicada. Erais un
animal y he hecho de vos un ser humano. Un acto verdaderamente divino.
Permitidme que me
emocione! Poneos delante de aquel espejo y contemplad vuestra imagen!
Reconoceréis por
primera vez en vuestra vida que sois un hombre, no un hombre extraordinario ni
sobresaliente
en modo alguno, pero sí de un aspecto muy pasable. Hacedlo, monsieur!
Contemplaos y
asombraos del milagro que he realizado en vos!
Era la primera vez que alguien llamaba 'monsieur' a Grenouille.
Fue hacia el espejo y se miró. Hasta entonces no se había visto
nunca en un espejo. Vio
a un caballero vestido de elegante azul, con camisa y medias blancas y se
inclinó
instintivamente, como siempre se había inclinado ante semejantes
caballeros. Éste, sin
embargo, se inclinó a su vez y cuandoGrenouille se irguió,
él hizo lo propio, tras lo cual
permanecieron ambos mirandose con fijeza.
Lo que mas desconcertaba a Grenouille era el hecho de ofrecer un aspecto
tan
increíblemente normal. El marqués tenía razón: no
sobresalía en nada, ni en apostura ni
tampoco en fealdad. Era un poco bajo, su actitud era un poco torpe y su rostro,
un poco
inexpresivo; en suma, tenía el mismo aspecto que millares de otros
hombres. Si ahora bajaba a
la calle, nadie se volvería a mirarle. Ni siquiera a él mismo le
llamaría la atención un hombre
así, si se cruzaba con él por la calle. A menos que, al olerle,
se percatara de que aparte del
perfume de violetas no olía a nada, como el caballero del espejo y
él mismo.
Y, no obstante, sólo hacía diez días que los campesinos
habían huido gritando ante su
aparición. Entonces no se sentía diferente de ahora y ahora, si
cerraba los ojos, no sentía nada
diferente de entonces. Aspiró el aire que emanaba de su persona y
olió el mediocre perfume, el
terciopelo y la piel recién lustrada de sus zapatos; olió la
seda, los polvos, la pintura y el débil
aroma del jabón de Potosí. Y supo de repente que no había
sido el caldo de pichón ni el
artilugio de aire purificador lo que había hecho de él un hombre
normal, sino única y
exclusivamente las ropas, el corte de pelo y un poco de maquillaje.
Abrió los ojos, parpadeó y vio que el caballero del espejo
parpadeaba como él y
esbozaba una sonrisa con sus labios pintados decarmesí, como si quisiera
insinuarle que no le
resultaba del todo antipatico. Y también Grenouille, por su
parte, encontraba bastante agradable
al señor del espejo, aquella figura disfrazada, maquillada e inodora;
por lo menos, tuvo la
impresión de que podía –perfeccionando un poco la
mascara- causar un efecto en el mundo
exterior del que él, Grenouille, nunca se habría creído
capaz. Hizo a la figura una inclinación de
cabeza y vio que ella, al devolverle el saludo, hinchaba a hurtadillas las ventanas
de la nariz
31
Al día siguiente -el marqués se disponía en aquel momento
a enseñarle los gestos,
posturas y pasos de baile mas necesarios para la inminente
recepción social-, Grenouille fingió
un desmayo y se desplomó en un divan como si le fallaran las
fuerzas y estuviera a punto de
ahogarse.
El marqués se alarmó. Llamó a gritos a los criados,
pidiendo abanicos y ventiladores
portatiles y, mientras toda la servidumbre se apresuraba, él se
arrodilló junto a Grenouille y le
dio aire, agitando su pañuelo perfumado de violetas y
conjurandole, suplicandole incluso, que
se levantara, que no exhalara su último aliento precisamente ahora, sino
que esperase a ser
posible hasta pasado mañana, pues de lo contrario la supervivencia de la
teoría del fluido letal
correría un gravísimo peligro.
Grenouille se volvió y retorció, jadeó, gimió,
agitó los brazos contra el pañuelo, se dejó
caer por fin de modo muy dramatico del divan y se acurrucó
enel rincón mas alejado del
aposento.
--Este perfume no! -gritó con sus últimas fuerzas-. Este perfume
no! Me esta matando!
Y sólo cuando Taillade-Espinasse hubo tirado el pañuelo por la
ventana y su levita perfumada
de violetas a la habitación contigua, simuló Grenouille un alivio
del ataque y explicó con voz
mas tranquila que poseía, como perfumista de profesión, un
olfato muy sensible y que
especialmente ahora, durante la convalecencia, reaccionaba de modo muy violento
a
determinados perfumes, y que la fragancia de la violeta, una flor por otra
parte encantadora, le
afectaba en grado sumo, lo cual sólo podía explicarse por el
hecho de que el perfume del
marqués contenía una elevada proporción de extracto de
raíz de violeta, el cual, a causa de su
origen subterraneo, actuaba de forma muy nociva sobre una persona que,
como Grenouille,
había sufrido los efectos del fluido letal. Ayer mismo, tras la primera
aplicación del perfume, se
había sentido muy sofocado y hoy, al percibir por segunda vez el olor de
la raíz, había tenido la
sensación de ser empujado de nuevo hacia el horrible y asfixiante
agujero terrestre donde había
vegetado durante siete años. Su naturaleza se rebelaba contra ello, no
cabía duda, ya que
después de recibir, gracias al arte del señor marqués, una
vida libre de fluido letal, prefería
morir inmediatamente antes que exponerse de nuevo al detestado fluido.
Aún ahora se le
encogían las entrañas de sólo pensar en elperfume de
aquella raíz. Sin embargo, estaba
seguro de restablecerse sin tardanza si el marqués le permitía
crear su propio perfume, a fin de
eliminar por completo la fragancia de la violeta. Pensaba darle una nota muy
ligera y aireada,
compuesta casi en su totalidad de ingredientes alejados de la tierra como agua
de almendras y
de azahar, eucalipto, esencia de agujas de abeto y de cipreses. Sólo
unas gotas de semejante
fragancia en sus prendas, en la garganta y las mejillas le librarían
para siempre de una
repetición del penoso ataque que acababa de superar
Lo reproducido aquí en un lenguaje indirecto y ordenado para que resulte
inteligible fue
en realidad un torrente de palabras ininterrumpido e incoherente que
duró media hora,
salpicado de toses, jadeos y ahogos y subrayado con temblores, ademanes y ojos
en blanco. El
marqués quedó hondamente impresionado. mas aún que
la sintomatología de la enfermedad le
convenció la sutil argumentación de su protegido, que
coincidía a la perfección con el sentido
de la teoría del fluido letal. El perfume de violeta, naturalmente! Un
producto repugnante,
próximo a la tierra, incluso subterraneo! Era probable que
él mismo se hubiera contagiado, ya
que lo usaba desde hacía años. No tenía idea de que
día tras día se había ido acercando a la
muerte a través de aquella fragancia. La gota, la rigidez de la nuca, la
flaccidez de su miembro,
las hemorroides, la presión en los oídos, la muela podrida
todose debía sin lugar a dudas al
hedor de la raíz de violeta, contaminada por el fluido. Y había
tenido que ser este ser pequeño y
estúpido, este desgraciado que se agazapaba en el rincón, quien
se lo indicara. Se emocionó.
Le habría gustado ir hacia él, levantarse y estrecharse contra su
esclarecido pecho, pero temía
oler aún a violetas ,de ahí que volviera a llamar a gritos a los
criados para ordenarles que
sacaran de la casa todo el perfume de violetas, airearan el palacio entero,
descontaminaran
sus ropas en el ventilador de aire vital y llevaran en el acto a Grenouille en
su silla de manos al
mejor perfumista de la ciudad. Y esto último era precisamente lo que
Grenouille había querido
provocar con su ataque.
La perfumería gozaba de una antigua tradición en Montpellier y
aunque en los últimos
tiempos había perdido categoría en comparación con su
ciudad rival, Grasse, en la población
vivíanaún varios buenos perfumistas y maestros guanteros. El
mas renombrado de todos, un tal
Runel, se declaró dispuesto, teniendo en cuenta las relaciones
comerciales con la casa del
marqués de la Taillade-Espinesse, de la cual era proveedor de jabones,
esencias y productos
aromaticos, a dar el insólito paso de permitir la entrada en su
taller al singular oficial de
perfumista parisién que acababa de llegar en la silla de manos y quien,
sin explicar nada ni
preguntar dónde podía encontrar lo necesario, anunció que
ya sabía buscarlo solo, se encerró
en eltaller y permaneció allí una hora larga mientras Runel iba a
una taberna a beber dos vasos
de vino con el mayordomo del marqués y se enteraba de la razón
por la cual ya no era
aceptable el olor de su agua de violetas.
El taller y la tienda de Runel no eran ni mucho menos tan lujosos como lo fuera
en su
tiempo el establecimiento de perfumería de Baldini, en París. Con
las escasas existencias de
extractos florales, aguas y especias, un perfumista mediocre no habría
podido realizar grandes
progresos, pero Grenouille supo en seguida, al primer olfateo, que las
sustancias disponibles
bastaban para sus fines. No quería crear ningún gran perfume; no
pretendía elaborar un agua
prestigiosa como hiciera en el pasado para Baldini, una fragancia que
sobresaliera del océano
de mediocridades y sedujera al gran público. Su propósito real no
era siquiera un simple aroma
de azahar, como había prometido al marqués. Las esencias
disponibles de neroli, eucalipto y
hojas de ciprés sólo tenían la misión de ocultar el
auténtico perfume cuya elaboración se había
propuesto: el olor del ser humano. Quería, aunque de momento se tratara
de un mal
sucedaneo, apropiarse el olor de los hombres, que él mismo no
poseía. Cierto que no existía
'el' olor de los hombres, como tampoco existía 'el'
rostro humano. Cada ser humano olía a su
modo, nadie lo sabía mejor que Grenouille, que conocía miles y
miles de olores individuales y
desde su nacimiento sabía distinguir a loshombres con el olfato. Y no
obstante había un tema
perfumístico fundamental en el olor humano, muy sencillo, ademas:
un olor a sudor y grasa, a
queso rancio, bastante repugnante, por cierto, que compartían por igual
todos los seres
humanos y con el que se mezclaban los mas sutiles aromas de cada aura
individual.
Este aura, sin embargo, la clave enormemente complicada e intransferible del
olor
'personal', no era percibida por la mayoría de los hombres,
los cuales ignoraban que la poseían
y por añadidura hacían todo lo posible por ocultarla bajo la ropa
o los perfumes de moda. Sólo
les era familiar aquel olor fundamental, aquella primitiva vaharada humana,
sólo vivían y se
sentían protegidos en ella y quienquiera que oliese a aquel repugnante
caldo colectivo, era
considerado automaticamente uno de los suyos.
El perfume creado aquel día por Grenouille fue muy singular. No había
existido hasta
entonces otro mas singular en el mundo. No olía como un perfume,
sino como 'un hombre
perfumado'. Si alguien hubiera olido este perfume en una habitación
oscura, habría creído que
en ella estaba otra persona. Y si lo hubiera usado una persona que ya oliera
como tal, el efecto
olfativo habría sido el de dos personas o, aún peor, el de un
monstruoso ser doble, una figura
que no puede observarse con claridad porque se manifiesta difusa como una
imagen del fondo
del mar, estremecida por las olas.
A fin de imitar este aroma humano -insuficiente, comoél mismo
sabía, pero lo bastante
acertado para engañar a los demas-, reunió Grenouille los
ingredientes mas agresivos del taller
de Runel.
Tras el umbral de la puerta que conducía al patio había un
pequeño montón, todavía
fresco, de excrementos de gato. Recogió media cucharadita y la
mezcló en el matraz con unas
gotas de vinagre y un poco de sal fina. Bajo la mesa del taller encontró
un trozo de queso del
tamaño de una uña de pulgar, procedente sin duda de una comida de
Runel. Tenía bastante
tiempo, ya empezaba a pudrirse y despedía un fuerte olor
caustico. De la tapa de una lata de
sardinas que halló en la parte posterior de la tienda rascó una
sustancia que olía a pescado
podrido y la mezcló con un huevo, también podrido, y
castóreo, amoníaco, nuez moscada,
cuerno pulverizado y corteza de tocino chamuscada, picado finamente.
Añadió cierta cantidad
de algalia en una proporción relativamente elevada y diluyó tan
nauseabundos ingredientes en
alcohol; entonces dejó reposar la mezcla y la filtró en un
segundo matraz. El caldo olía a mil
demonios, a cloaca, a sustancias en descomposición, y cuando sus
exhalaciones se mezclaban
con el aire producido por un abanico, parecía que se entraba en un
calido día de verano en la
Rue aux Fers de París, esquina Rue de la Lingerie, donde flotaban los
olores del mercado, del
Cimetiéredes Innocents y de las casas atestadas de inquilinos.
Sobre esta horrible base, que por sí sola olía mas a
cadaver que a serviviente, vertió
ahora Grenouille una capa de esencias frescas: menta, espliego, terpentina,
limón, eucalipto, a
las que agregó unas gotas de esencias florales como geranio, rosa,
azahar y jazmín para hacer
el aroma aún mas agradable. Tras la adición de alcohol y
un poco de vinagre, ya no podía
olerse nada de la repugnante base sobre la que descansaba toda la mezcla. El
hedor latente
había casi desaparecido por completo bajo los ingredientes frescos; lo
nauseabundo,
aromatizado por el perfume de las flores, se había vuelto casi
interesante y, cosa extraña, ya no
se olía a putrefacción, nada en absoluto. Por el contrario, el
perfume parecía exhalar un fuerte
y alado aroma de vida.
Grenouille llenó con él dos frascos, que tapó y
guardó en sus bolsillos. Entonces lavó
con agua, muy a fondo, los matraces, el mortero, el embudo y la cucharilla y
los frotó con aceite
de almendras amargas para borrar toda huella odorífera y cogió
otro matraz, en el cual mezcló
a toda prisa otro perfume, una especie de copia del primero, compuesto igualmente
de
elementos florales y frescos pero sin la base hedionda, que sustituyó
por ingredientes muy
convencionales como nuez moscada, , un poco de algalia y esencia de madera de
cedro. Este
perfume olía de un modo completamente distinto del anterior -mas
anodino y sencillo, sin
virulencia- porque le faltaban los componentes de la imitación del olor
humano. Sin embargo,
cuando se lo aplicara un hombre corriente,mezclandolo con su propio
olor, no podría
distinguirse del elaborado por Grenouille exclusivamente para sí mismo.
Después de llenar unos frascos con el segundo perfume, se desnudó
y salpicó sus ropas
con el primero, poniéndose seguidamente unas gotas del mismo en las
axilas, entre los dedos
de los pies, en el sexo, en el pecho, cuello, orejas y cabello, tras lo cual
volvió a vestirse y
abandonó el taller.
32
Al salir a la calle sintió un miedo repentino porque sabía que
por primera vez en su vida
despedía un olor humano. A su juicio, sin embargo, apestaba, apestaba de
un modo
repugnante y no podía imaginarse que otras personas no encontraran
también apestoso su
aroma, por lo que no se atrevió a ir directamente a la taberna donde le
esperaban Runel y el
mayordomo del marqués. Se le antojó menos arriesgado probar antes
la nueva aura en un
entorno anónimo.
Se deslizó por las callejuelas mas oscuras hasta el río,
donde los curtidores y tintoreros
tenían sus talleres y sus malolientes negocios. Cuando se cruzaba con
alguien o pasaba ante la
entrada de una casa, donde jugaban niños o pasaban el rato mujeres
ancianas, se esforzaba
por andar mas despacio y rodearse de la gran nube cerrada de su aroma.
Estaba acostumbrado desde la adolescencia a que las personas que pasaban por su
lado no se fijaran en él, no por desprecio -como había
creído entonces-, sino porque no se
percataban de su existencia. No le rodeaba ningún espacio, nodispersaba
ninguna oleada en la
atmósfera como todos los demas, no proyectaba, por así
decirlo, ninguna sombra en los rostros
de los otros seres humanos. Sólo cuando chocaba directamente con
alguien, en una calle
atestada o de repente, en una esquina, se producía un breve momento de
percepción; y el otro
solía sobresaltarse, horrorizado, mirando con fijeza a Grenouille
durante unos segundos, como
si viera un ser que en realidad no podía existir, un ser que, aun
estando indudablemente 'allí',
en cierto modo no estaba presente, y se alejaba en seguida y al cabo de un
momento lo había
olvidado
Sin embargo, ahora, por las calles de Montpellier, Grenouille vio y
sintió con claridad -y
cada vez que lo veía le dominaba una violenta sensación de
orgullo- que causaba cierto efecto
sobre sus semejantes. Cuando pasó por delante de una mujer inclinada
ante el brocal de un
pozo, la vio levantar la cabeza para ver quién era y volver a ocuparse
en seguida de su cubo,
como tranquilizada. Un hombre que le daba la espalda dio media vuelta y le
miró con curiosidad
unos momentos. Los niños con quienes se cruzaba se hacían a un
lado, no por miedo, sino
para cederle el paso, e incluso cuando salían corriendo de un umbral y
tropezaban
directamente con él, no se asustaban sino que lo sorteaban con
naturalidad, como si hubieran
presentido la proximidad de una persona.
Gracias a estos encuentros aprendió a estimar en su justo valor la
fuerza y el efecto de
su nuevaaura y adquirió mas seguridad y desenvoltura. Se
aproximaba mas de prisa a la
gente, los pasaba mas de cerca, dejaba oscilar el brazo con mayor
libertad y rozaba como de
modo casual el brazo de un transeúnte. Entonces se detenía para
disculparse y la persona que
aún ayer se habría estremecido como tocada por un rayo ante la
súbita aparición de Grenouille,
se comportaba como si nada hubiera ocurrido, aceptaba la disculpa e incluso
esbozaba una
sonrisa y le daba unas palmadas en el hombro.
Dejó las callejuelas y llegó a la plaza de la catedral de
Saint-Pierre. Tañían las
campanas. La muchedumbre se agolpaba a ambos lados del portal. Acababa de
celebrarse una
boda y todos querían ver a la novia. Grenouille corrió hacia
allí y se mezcló con la multitud. Se
abrió paso, introduciéndose como una cuña entre el
gentío, hacia el lugar donde la
aglomeración era mas densa porque quería estar en contacto
con la piel ajena y esparcir su
aroma bajo sus propias narices. Y abrió los brazos entre la multitud y
separó las piernas y se
abrió el cuello de la camisa para que el olor de su cuerpo pudiera
dispersarse sin obstaculos y
su alegría no conoció límites cuando observó que
los demas no se percataban de nada,
absolutamente de nada, que todos aquellos hombres, mujeres y niños que
se apiñaban a su
alrededor, se dejaban engañar con facilidad y respiraban su hedor
compuesto de excrementos
de gato, queso y vinagre como si se tratara de su propio olor ylo aceptaban, a
él, Grenouille, el
engendro, como si fuera uno de ellos.
Notó el contacto de un niño contra sus rodillas, mejor dicho, una
niña, apretujada entre
los adultos. La levantó con fingida solicitud y la sostuvo en sus brazos
para que pudiera ver
mejor. La madre no sólo lo permitió, sino que le dio las gracias
y la pequeña lanzaba gritos de
júbilo.
Grenouille permaneció un cuarto de hora arropado por la multitud, con
una niña apretada
contra su pecho hipócrita. Y mientras la comitiva nupcial pasaba por su
lado, acompañada por
el estentóreo tañido de las campanas y el alborozo de la
multitud, sobre la que cayó una lluvia
de monedas, Grenouille prorrumpió a su vez en gritos, en exclamaciones
de júbilo maligno,
lleno de una violenta sensación de triunfo que le hacía temblar y
le embriagaba como un acceso
de lujuria, y le costó un esfuerzo no vomitarlo en forma de veneno y
hiel sobre la muchedumbre
y no gritarles a la cara que no le inspiraban ningún miedo, que ya no
los odiaba apenas, sino
que los despreciaba con toda su alma porque su necesidad era repugnante, porque
se dejaban
engañar por él, porque no eran nada y él lo era todo! Y
como un escarnio, apretó mas a la niña
contra su pecho, se dio aire y gritó a coro con los demas:
'Viva la novia! Viva la novia! Viva la
magnífica pareja!'
Cuando la comitiva nupcial se hubo alejado y la multitud empezó a
dispersarse, devolvió
la niña a su madre y entró en la iglesia para descansar
yreponerse de su excitación. En el
interior de la catedral, el aire estaba lleno de incienso que ascendía
en fríos vapores de dos
incensarios colocados a ambos lados del altar y se esparcía como una
capa asfixiante sobre los
olores mas débiles de las personas que se habían sentado
aquí hacía unos momentos.
Grenouille se acurrucó en un banco, debajo del coro.
De repente le invadió un gran sosiego. No el causado por la embriaguez,
como el que
sentía en el interior de la montaña durante sus orgías
solitarias, sino el sosiego frío y sereno
que infunde la conciencia del propio poder. Ahora sabía de qué
era capaz. Con un mínimo de
medios, había imitado, gracias a su genio, el aroma de los seres
humanos, acertandolo tanto al
primer intento que incluso un niño se había dejado engañar
por él. Ahora sabía que podía hacer
algo mas. Sabía que era capaz de mejorar este aroma.
Crearía uno que no sólo fuera humano,
sino sobrehumano, un aroma de angel, tan indescriptiblemente bueno y
pletórico de vigor que
quien lo oliera quedaría hechizado y no tendría mas
remedio que amar a la persona que lo
llevara, o sea, amarle a él, Grenouille, con todo su corazón.
Sí, deberían amarle cuando estuvieran dentro del círculo
de su aroma, no sólo aceptarle
como su semejante, sino amarle con locura, con abnegación, temblar de
placer, gritar, llorar de
gozo sin saber por qué, caer de rodillas como bajo el frío
incienso de Dios sólo al olerle a él,
Grenouille! Quería serel dios omnipotente del perfume como lo
había sido en sus fantasías,
pero ahora en el mundo real y para seres reales. Y sabía que estaba en
su poder hacerlo.
Porque los hombres podían cerrar los ojos ante la grandeza, ante el horror,
antela belleza y
cerrar los oídos a las melodías o las palabras seductoras, pero
no podían sustraerse al
perfume. Porque el perfume era hermano del aliento. Con él se
introducía en los hombres y si
éstos querían vivir, tenían que respirarlo. Y una vez en
su interior, el perfume iba directamente
al corazón y allí decidía de modo categórico entre
inclinación y desprecio, aversión y atracción,
amor y odio. Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los
hombres.
Absorto por completo, Grenouille seguía sentado, sonriendo, en el banco
de la catedral
de Saint-Pierre. No sintió ninguna euforia cuando concibió el
plan de dominar a los hombres. No
brillaba ninguna chispa de locura en sus ojos ni desfiguraba su rostro ninguna
mueca de
demencia. No estaba loco. Su estado de animo era tan claro y alegre que
se preguntó por qué
loquería. Y se dijo que lo quería porque era absolutamente
malvado. Y sonrió al pensarlo, muy
contento. Parecía muy inocente, como cualquier hombre feliz.
Permaneció sentado un rato mas, en devoto recogimiento, aspirando
con profundas
bocanadas el aire saturado de incienso. Y de nuevo animó su rostro una
sonrisa de
satisfacción. Qué miserable era el olor de este Dios! Qué
ridícula, laelaboración del aroma
desprendido por este Dios! Ni siquiera se trataba de incienso verdadero; lo que
salía de los
incensarios era un mal sucedaneo, falseado con madera de tilo, polvo de
canela y salitre. Dios
apestaba. Dios era un pequeño y pobre apestoso. Este Dios era
engañado o engañaba él, igual
que Grenouille sólo que mucho peor!
33
El marqués de la Taillade-Espinasse estuvo encantado con el nuevo
perfume. Declaró que
incluso para él, como descubridor del fluido letal, resultaba
sorprendente ver la poderosa
influencia que algo tan secundario y efímero como un perfume, ya
procediera de orígenes
cercanos o alejados de la tierra, podía ejercer sobre el estado general
de un individuo.
Grenouille, que pocas horas antes había yacido aquí palido
y sin conocimiento, tenía un
aspecto fresco y saludable como cualquier hombre sano de su edad y, sí,
casi podía decirse teniendo en cuenta las limitaciones a que estaba
sujeto un hombre de su condición y escasa
cultura- que había adquirido algo parecido a la personalidad. En todo
caso, él, TailladeEspinasse, informaría sobre el caso en el
capítulo relativo a la dietética vital de su tratado de
inminente aparición sobre su teoría del fluido letal. Antes que
nada, sin embargo, quería
perfumarse también él con la nueva fragancia.
Grenouille le alargó los dos frascos llenos de perfume convencional y el
marqués se lo
aplicó y se mostró sumamente satisfecho del efecto.
Confesó que después de usardurante
años la horrible fragancia de violetas, densa como el plomo, se
sentía como si le crecieran alas
y, si no se equivocaba, también tenía la impresión de que
remitía el espantoso dolor en las
rodillas y el zumbido de las orejas; en general se encontraba mas
animado, tonificado y
rejuvenecido en varios años. Fue hacia Grenouille, lo abrazó y lo
llamó 'mi hermano fluidal',
añadiendo que no se trataba en absoluto de un tratamiento social, sino
puramente espiritual, en
conspectu universalitatis fluidi letalis, ante el cual -y sólo ante
él!- todos los hombres eran
iguales; y anunció -mientras soltaba a Grenouille, de modo muy amistoso,
sin el menor indicio
de aversión, casi como si se tratara de un igual- que muy pronto
fundaría una logia internacional
supracorporativa cuya meta sería vencer totalmente al fluido letal,
sustituyéndolo en el tiempo
mas breve posible por puro fluido vital, y que desde ahora
prometía ganar a Grenouille como su
primer prosélito. Entonces le hizo escribir en un papel la receta del
perfume floral, se lo guardó y
regaló a Grenouille cincuenta luises de oro.
Una semana justa después de la primera conferencia, volvió a
presentar el marqués de
la Taillade-Espinasse a su protegido en el aula magna de la universidad. La
aglomeración era
impresionante. Había acudido todo Montpellier, no sólo el
Montpellier científico, sino también, y
en pleno, el Montpellier social, en el que figuraban muchas damas que
querían ver allegendario
hombre de la caverna. Y aunque los adversarios de Taillade, representantes casi
todos del
Círculo de Amigos de los Jardines Botanicos Universitarios y
miembros de la Sociedad para el
Fomento de la Agricultura, habían movilizado a todos sus partidarios, el
acto obtuvo un éxito
clamoroso. Con objeto de recordar al público el estado de Grenouille
sólo una semana antes,
Taillade-Espinasse hizo repartir dibujos que mostraban al cavernícola en
toda su fealdad y
embrutecimiento. Entonces mandó entrar al nuevo Grenouille, vestido con
una elegante levita
de terciopelo azul y camisa de seda, maquillado, empolvado y peinado; y
sólo su modo de
andar, erguido completamente, con pasos pequeños y airoso movimiento de
caderas, y su
forma de subir al estrado sin ayuda y de inclinarse con una sonrisa, ya hacia
un lado, ya hacia
el otro, dejó sin habla a todos los críticos e incrédulos.
Incluso los Amigos de los Jardines
Botanicos Universitarios enmudecieron confusos. Era demasiado
impresionante el cambio y
demasiado abrumador el milagro que aquí se había producido:
mientras una semana antes
había aparecido un animal agazapado y salvaje, ahora tenían ante
su vista a un hombre
realmente civilizado y bien constituido. En la sala reinó un ambiente
casi respetuoso y cuando
Taillade-Espinasse se levantó para tomar la palabra, se hizo un silencio
completo. Desarrolló
una vez mas su teoría, conocida hasta la saciedad, del fluido
letal terrestre, explicóa
continuación los medios mecanicos y dietéticos con que lo
había eliminado del cuerpo del
sujeto, sustituyéndolo por fluido vital, e invitó por fin a todos
os presentes, tanto amigos como
enemigos, a abandonar, en vista de una evidencia tan concluyente, toda
resistencia contra la
nueva doctrina y a luchar con él, Taillade-Espinasse, contra el fluido
maligno y abrirse al
beneficioso fluido vital. Al decir esto extendió los brazos y
dirigió la mirada al cielo y muchos
científicos le imitaron, mientras las mujeres prorrumpían en
llanto.
Grenouille, de pie sobre el podio, no escuchaba. Observaba con gran
satisfacción el
efecto de un fluido completamente distinto y mucho mas real: el suyo
propio. Como
correspondía a las dimensiones del aula, se había rociado con
gran cantidad de perfume y el
aura de su fragancia se derramó con gran fuerza a su alrededor en cuanto
hubo subido al
estrado. La vio -de hecho la vio incluso con los ojos!- apoderarse de la
primera fila de
espectadores y avanzar hacia el fondo hasta impregnar las últimas filas
y la tribuna. Y todos
cuantos quedaban impregnados -el corazón de Grenouille saltaba de
alegría- experimentaban
una transformación visible. Bajo el hechizo de su aroma cambiaban, sin
que ellos lo supieran, la
expresión del rostro, la conducta y los sentimientos. Quienes al
principio le habían mirado con
descarado asombro, le contemplaban ahora con ojos mas benévolos;
quienes antes le
observaban apoyados enlos respaldos de sus asientos, con el ceño
fruncido y las comisuras de
los labios hacia abajo, indicando crítica, ahora se inclinaban hacia
delante con una expresión
infantil en el semblante relajado; e incluso en las caras de los miedosos, los
asustados, los
hipersensibles, que antes le habían mirado con horror y su estado actual
aún les inspiraba
escepticismo, se advertían indicios de cordialidad y hasta de
simpatía cuando su aroma los
alcanzaba.
Al final de la conferencia todo el auditorio se puso en pie y estalló en
un aplauso frenético. 'Viva el fluido vital! Viva
Taillade-Espinasse! Arriba la teoría fluidal! Abajo la medicina
ortodoxa!'
Esto gritó la culta población de Montpellier, la ciudad
universitaria mas importante del mediodía
francés, y el marqués de la Taillade-Espinasse vivió la
hora mas grande de su vida.
Pero Grenouille, que ahora bajó del podio y se mezcló con la
gente, sabía que las
ovaciones iban dirigidas a él, exclusivamente a Jean-Baptiste
Grenouille, aunque ninguno de
los vitoreadores presentes en el aula tenía la menor idea de este hecho.
34
Se quedó todavía unas semanas en Montpellier. Había
conseguido bastante celebridad
y le invitaban a los salones, donde le hacían preguntas sobre su vida en
la caverna y su
curación en manos del marqués. Siempre tenía que repetir
la historia de los salteadores de
caminos que lo habían secuestrado, de la cesta que le bajaban hasta la
cueva y de la escalera.
Y cada vez laadornaba mas y le añadía nuevos detalles. De
este modo adquirió cierta practica
en el habla -bien es verdad que bastante reducida, ya que no dominó
nunca el lenguaje- y, lo
que era mas importante para él, en un empleo rutinario de la
mentira.
Se dio cuenta de que en el fondo podía contar a la gente todo cuanto
quería; una vez
había ganado su confianza -y confiaban en él tras el primer
aliento con que inhalaban su aroma
artificial-, se lo creían todo. En consecuencia, adquirió
también cierta seguridad en el trato
social que nunca había poseído y que se reflejó incluso en
su aspecto físico. Daba la impresión
de que había crecido; su joroba pareció disminuir y caminaba casi
completamente derecho. Y
cuando le dirigían la palabra, ya no se encorvaba como antes, sino que
continuaba erguido y
mantenía la mirada de sus interlocutores. Huelga decir que en este
período de tiempo no se
convirtió en un hombre de mundo ni en un dandi o asiduo frecuentador de
los salones, pero
perdió de modo visible su brusquedad y su torpeza,
reemplazandolas por una actitud que fue
calificada de modestia natural o al menos de una ligera timidez innata que
conmovió a muchas
damas y caballeros; en los círculos mundanos de aquella época se
tenía debilidad por lo natural
y por una especie de atractivo tosco, sin refinamientos.
A principios de marzo recogió sus cosas y se marchó con sigilo
una mañana muy
temprano, apenas abiertas las puertas de la ciudad, vestido con unasencilla
levita marrón que
había comprado la víspera en el mercado de ropa vieja, y tocado
con un sombrero raído que le
tapaba media cara. Nadie lo reconoció, nadie lo vio ni se fijó en
él porque aquel día renunció ex
profeso a perfumarse. Y cuando el marqués mandó hacia
mediodía hacer averiguaciones sobre
su paradero, los centinelas juraron por todos los santos que habían
visto abandonar la ciudad a
las gentes mas dispares, pero no a aquel conocido cavernícola,
que sin lugar a dudas habría
llamado su atención. Entonces el marqués hizo correr la voz de
que Grenouille había
abandonado Montpellier con su autorización para viajar a París
por asuntos familiares. Sin
embargo, en su fuero interno estaba furioso porque había acariciado el
plan de recorrer todo el
reino con Grenouille a fin de ganar adeptos para su teoría fluidal.
Al cabo de un tiempo volvió a tranquilizarse porque su gloria se
propagó igualmente sin
el recorrido y casi sin su intervención. Aparecieron largos
artículos sobre el fluidum letale
Taillade en el 'Journal des Savans' e incluso en el 'Courier del
Europe' y desde muy lejos
acudían pacientes afectados por el fluido letal para someterse a sus
cuidados. En verano de
1764 fundó la primera 'Logia del Fluido Vital', con ciento
veinte miembros en Montpellier y mas
tarde filiales en Marsella y Lyon. Entonces decidió dar el salto hasta
París para conquistar
desde allí para su doctrina a todo el mundo civilizado, pero
antesquería, como propaganda
para su campaña, llevar a cabo una proeza fluidal que superase la
curación del cavernícola y
todos los demas experimentos y, a principios de diciembre,
acompañado por un grupo de
intrépidos adeptos, emprendió una expedición al
Canigó, situado en el mismo meridiano de
París y considerado el pico mas alto de los Pirineos. Ya en el
umbral de la ancianidad, nuestro
hombre se proponía hacerse transportar hasta la cima a 2.800 metros de
altitud y respirar allí
durante tres semanas el aire mas puro y vital para descender, como
anunció, puntualmente en
Nochebuena como un agil jovencito de veinte años.
Los adeptos renunciaron poco después de Vernet, el último
núcleo de población
humana al pie de la imponente montaña. Al marqués, sin embargo,
nada podía detenerle.
Despojandose de sus ropas, que tiró a su alrededor en el ambiente
glacial, y lanzando gritos de
júbilo, empezó solo el ascenso. Lo último que se vio de
él fue su silueta, que desapareció con
las manos levantadas hacia el cielo en actitud de éxtasis y cantando en
plena tormenta de
nieve.
En Nochebuena los prosélitos esperaron en vano el regreso del
marqués de la TailladeEspinasse. No llegó ni como anciano ni como
jovencito. Tampoco a principios de verano del
año siguiente; cuando los mas osados treparon en su busca hasta
la nevada cumbre del
Canigó, no se encontró ni rastro de él, ni un trocito de
ropa ni una parte del cuerpo ni el hueso
mas diminuto.
Esto nosignificó, sin embargo, el fin de su doctrina. Muy al contrario.
Pronto se difundió
la leyenda de que se había unido en la cima de la montaña con el
fluido vital eterno,
fundiéndose en él y flotando invisible desde entonces,
enteramente joven, sobre los picos de los
Pirineos, y de que quien ascendiera hasta él sería
partícipe de su sino y durante un año estaría
libre de enfermedades y del proceso de envejecimiento. Hasta muy entrado el
siglo XIX, la
teoría fluidal de Taillade fue defendida en muchas catedras de
medicina y empleada
terapéuticamente en muchas sociedades ocultas. Y todavía hoy
existen en ambas vertientes de
los Pirineos, concretamente en Perpiñan y Figueras, logias
tailladistas secretas que se reúnen
una vez al año para ascender al Canigó.
Allí encienden una gran hoguera, supuestamente con ocasión del
solsticio y en honor
de San Juan, pero en realidad para honrar la memoria de su maestro Taillade-Espinasse
y su
gran fluido y para alcanzar la vida eterna.
Tercera Parte
:::::::::::::::
35
Mientras Grenouille necesitó siete años para la primera etapa de
su viaje a través de Francia,
completó la segunda en menos de siete días. Ya no evitaba la
animación de las calles y las
ciudades ni daba ningún rodeo. Tenía un olor, tenía
dinero, tenía confianza en sí mismo y tenía
prisa.
Ya al atardecer del día en que abandonó Montpellier llegó
a Le Grau-du-Roi, una
pequeña ciudad portuaria al sudoeste de Aigues-Mortes, donde
embarcó enun carguero con
destino a Marsella. En esta ciudad no se alejó de la zona del puerto,
sino que buscó en seguida
un buque que le llevara a lo largo de la costa hacia el este. Dos días
después estaba en Tolón
y tres días mas tarde en Cannes. El resto del viaje lo hizo a
pie, siguiendo un camino que
conducía tierra adentro, hacia el norte, y serpenteaba colina arriba.
Dos horas después alcanzó la cumbre, desde donde contempló
una cuenca de varias
millas de extensión, una especie de plato gigantesco rodeado de colinas
de pendiente suave y
sierras escarpadas, cuya dilatada depresión estaba cubierta de campos
recién labrados,
jardines y olivares. Sobre este plato reinaba un clima muy particular, de una
intimidad
sorprendente. Aunque el mar estaba tan cerca que podía divisarse desde
la cumbre de la
colina, no había en la cuenca nada marítimo, nada salado ni
arenoso, nada abierto, sino un
aislamiento silencioso, como si se encontrara a muchos días de viaje de
la costa. Y aunque al
norte se elevaban las grandes montañas de cimas todavía nevadas,
cuya nieve no se derretiría
durante algún tiempo, no se notaba nada aspero ni crudo y el
viento no era frío. La primavera
estaba mucho mas adelantada que en Montpellier. Un fino vapor
cubría los campos como una
campana de cristal. Los almendros y albaricoqueros estaban en flor y en el aire
templado
flotaba el perfume de los narcisos.
Al otro lado de la gran depresión, tal vez a una distancia de dosmillas,
se extendía o,
mejor dicho, se encaramaba a las montañas una ciudad. Vista desde lejos
no causaba una
impresión de grandiosidad; carecía de una imponente catedral que
sobresaliera de las casas, y
en su lugar sólo había un campanario chato. Tampoco tenía
una fortaleza en un punto
estratégico ni edificios que llamaran la atención por su
magnificencia. Las murallas parecían
mas bien endebles y aquí y alla surgían casas fuera
de sus límites, sobre todo hacia la llanura,
prestando a la ciudad un aspecto algo abandonado, como si hubiera sido
conquistada y sitiada
demasiadas veces y estuviera harta de ofrecer una resistencia seria a futuros
invasores, pero
no por debilidad, sino por indolencia o incluso por un sentimiento de fuerza.
Parecía no
necesitar ninguna ostentación. Dominaba la gran cuenca perfumada que
tenía a sus pies y esto
parecía bastarle.
Este lugar a la vez modesto y consciente del propio valor era la ciudad de
Grasse, desde
hacía varios decenios indiscutida metrópoli de la
producción y el comercio de sustancias
aromaticas, artículos de perfumería, jabones y aceites.
Giuseppe Baldini había mencionado
siempre su nombre con arrobado entusiasmo. La ciudad era una Roma de los
perfumes, la
tierra prometida de los perfumistas y quien no había ganado aquí
sus espuelas, no tenía
derecho a llevar este nombre.
Grenouille contempló con mirada um ygrave la ciudad de Grasse. No
buscaba ninguna
tierra prometida de la perfumería y no leinspiraba ninguna
ilusión la vista del nido que se
encaramaba a las laderas. Había venido porque sabía que
aquí se aprendían mejor que en
ninguna otra parte las técnicas de la extracción de perfume y de
ellas quería apropiarse, ya que
las necesitaba para sus fines. Extrajo del bolsillo el frasco de su perfume, se
aplicó unas gotas,
muy pocas, y reemprendió la marcha. Una hora y media después,
hacia el mediodía, estaba en
Grasse.
Comió en una posada en el extremo superior de la ciudad, en la Place aux
Aires.
Cruzaba longitudinalmente esta plaza un arroyo en el que los curtidores lavaban
sus pieles, que
a continuación extendían para el secado. El olor era tan
penetrante, que muchos de los
huéspedes perdían el gusto mientras comían. No así
Grenouille, que conocía aquel olor y se
sentía seguro al aspirarlo. En todas las ciudades buscaba ante todo el
barrio de los curtidores;
después de visitarlo tenía la impresión de que,
recién salido de su esfera maloliente, ya no era
un extraño en las demas partes de la localidad.
Pasó toda la tarde vagando por las calles. El lugar estaba
increíblemente sucio, a pesar
o tal vez a causa de la gran cantidad de agua que, procedente de docenas de
manantiales y
fuentes, bajaba gorgoteando hacia la ciudad en anarquicos regueros y
arroyuelos que minaban
las calles o las cubrían de fango. En muchos barrios las casas estaban
tan juntas que sólo
quedaba una vara para pasajes y escaleras y los transeúntes,chapoteando
en el barro, apenas
tenían sitio para pasar. E incluso en las plazas y las escasas calles
mas anchas, los carruajes
se sorteaban con dificultad unos a otros.
A pesar de todo, en medio de la suciedad, el fango y la estrechez, la ciudad
bullía de
actividad comercial. Grenouille descubrió en su recorrido nada menos que
siete jabonerías, una
docena de maestros de perfumería y guantería, innumerables
destiladores, talleres de pomadas
y especierías y por último unos siete vendedores de perfumes al
por mayor.
Todos ellos eran comerciantes que disponían de grandes existencias de
sustancias
aromaticas, aunque por el aspecto de sus casas era difícil
deducirlo. Las fachadas que daban a
la calle impresionaban por su modestia burguesa y, sin embargo, lo que
ocultaban en su
interior, en gigantescos almacenes y sótanos, en cubas de aceite, en
pila sobre pila del mas
fino jabón de lavanda, en bombonas de aguas florales, vinos, alcoholes,
en balas de cuero
perfumado, en sacos, arcas y cajas llenas a rebosar de toda clase de
especias -Grenouille lo
olía con todo detalle a través de las paredes mas gruesas-
eran riquezas que no poseían ni los
príncipes. Y cuando olfateó mas a fondo a través de
los prosaicos almacenes y tiendas,
descubrió que en la parte posterior de aquellas casas burguesas,
pequeñas y cuadradas, se
levantaban edificios realmente lujosos. En torno a jardines de tamaño
reducido pero
encantadores, donde crecían adelfas y palmerasalrededor de rumorosos y
delicados surtidores
rodeados de parterres, se extendían las auténticas viviendas, la
mayoría en forma de U y
orientadas al sur: dormitorios inundados de sol y tapizados de seda en los
pisos superiores,
magníficos salones con paredes revestidas de maderas exóticas en
la planta baja y comedores
en terrazas al aire libre donde, como Baldini le había contado, se
comía con cubiertos de oro y
en platos de porcelana. Los señores que vivían tras aquellas
modestas fachadas olían a oro y a
poder, a grandes y aseguradas fortunas, y su olor era mas fuerte que
todo cuanto Grenouille
había olido hasta entonces a este respecto durante su viaje por la
provincia.
Ante uno de los palacios camuflados se detuvo mas rato. La casa se
encontraba al
principio de la Rue Droite, una calle principal que atravesaba la ciudad en
toda su longitud, de
este a oeste. Su aspecto no tenía nada de extraordinario; era algo
mas ancha y vistosa que las
demas, pero no imponente, ni mucho menos. Ante la puerta cochera
había un furgón lleno de
cubas que eran descargadas mediante una plataforma. Otro furgón esperaba
tras el primero.
Entró en la tienda un hombre con unos papeles, volvió a salir en
compañía de otro hombre y
ambos desaparecieron dentro del portal. Grenouille se hallaba al otro lado de
la calle y
observaba toda su actividad. Nada de lo que sucedía le interesaba y, no
obstante, permanecía
inmóvil. Algo lo retenía.
Cerró los ojos y seconcentró en los olores que flotaban hacia
él desde el edificio de
enfrente. Había el olor de las cubas, vinagre y vino, y luego los
múltiples y densos olores del
almacén, los olores de la riqueza, transpirados por las paredes como un
sudor fino y dorado, y
finalmente, los olores de un jardín que debía encontrarse al otro
lado de la casa. No era facil
captar los aromas mas delicados del jardín porque se elevaban en
jirones delgados por encima
de los frontones del edificio antes de bajar a la calle. Grenouille
distinguió la magnolia, el
jacinto, el torvisco y el rododendro pero en este jardín
parecía haber otra cosa, algo
divinamente bueno, una fragancia mas exquisita que ninguna de las que
había olfateado en su
vida Tenía que aproximarse a ella.
Meditó sobre si debía entrar sencillamente en la vivienda por la
puerta cochera, pero
había allí tantas personas ocupadas en la descarga y el control
de las cubas, que no podría
pasar inadvertido. Decidió retroceder por la misma calle hasta encontrar
una callejuela o un
pasaje que condujera ala fachada lateral de la casa. A unos metros de distancia
se hallaba la
puerta de la ciudad, al principio de la Rue Droite. La franqueó y se
mantuvo pegado a la
muralla, siguiéndola colina arriba. No tuvo que ir muy lejos para volver
a oler el jardín, primero
débilmente, mezclado todavía con el aire de los campos, y
después cada vez mas fuerte. Al
final comprendió que estaba muy cerca. El jardín lindaba con
lamuralla de la ciudad y se
encontraba justo a su lado. Retrocediendo unos pasos, pudo ver por encima del
muro las ramas
superiores de los naranjos.
Volvió a cerrar los ojos. Las fragancias del jardín le rodearon,
claras y bien perfiladas,
como las franjas policromas de un arco iris. Y la mas valiosa, la que
él buscaba, figuraba entre
ellas. Grenouille se acaloró de gozo y sintió a la vez el
frío del temor. La sangre le subió a la
cabeza como a un niño sorprendido en plena travesura, luego le
bajó hasta el centro del cuerpo
y después le volvió a subir y a bajar de nuevo, sin que él
pudiera evitarlo. El ataque del aroma
había sido demasiado súbito. Por un momento, durante unos
segundos, durante toda una
eternidad, según se le antojó a él, el tiempo se
dobló o desapareció por completo, porque ya no
sabía si ahora era ahora y aquí era aquí, o ahora era
entonces y aquí era allí, o sea la Rue des
Marais en París, en septiembre de 1753; la fragancia que llegaba desde
el jardín era la
fragancia de la muchacha pelirroja que había asesinado. El hecho de
volver a encontrar esta
fragancia en el mundo le hizo derramar lagrimas de beatitud y la
posibilidad de que no fuera
cierto le dio un susto de muerte.
Sintió vértigos, se tambaleó un poco y tuvo que apoyarse
en la muralla y deslizarse con
lentitud hasta que estuvo en cuclillas. En esta posición, mientras se
recuperaba y frenaba su
imaginación, empezó a oliscar la fatal fragancia coninspiraciones
mas cortas y menos
arriesgadas. Y concluyó que el aroma de detras de la muralla era
ciertamente muy parecido al
de la muchacha pelirroja, pero no del todo igual. Desde luego lo emanaba una
muchacha
pelirroja, de esto no cabía la menor duda. Grenouille la veía
como dibujada en su imaginación
olfativa: no estaba quieta, sino que saltaba de un lado a otro, se acaloraba y
se refrescaba, por
lo visto jugando a algo que requería movimientos rapidos y acto
seguido, inmovilidadcon otra
persona de olor totalmente mediocre. Tenía una piel de blancura
deslumbrante, ojos verdosos y
pecas en la cara, el cuello y los pechos es decir -Grenouille contuvo un
instante el aliento,
luego olfateó con mas fuerza e intentó evocar el recuerdo
olfatorio de la muchacha de la Rue
des Marais- es decir, esta muchacha aún no tenía pechos en el
verdadero sentido de la
palabra! Tenía apenas un principio de pechos, tenía ondulaciones
indescriptiblemente suaves y
apenas olorosas, rodeadas de pecas, formadas tal vez hacía sólo
pocos días, tal vez pocas
horas tal vez en este momento. En una palabra: la muchacha era
todavía una niña. Pero, qué
niña!
A Grenouille le sudaba la frente. Sabía que los niños no
olían de manera particular, tan
poco como las flores aún verdes antes de abrir sus pétalos. En
cambio ésta, este capullo casi
cerrado del otro lado del muro, que ahora mismo empezaba -sin que nadie,
excepto Grenouille,
se apercibiera de ello- a abrir susodoríferos pétalos,
olía ya de modo tan divino y sobrecogedor
que, cuando floreciera del todo, emanaría un perfume que el mundo no
había olido jamas.
Ahora ya huele mejor, pensó Grenouille, que la muchacha de la Rue des
Marais; con menos
fuerza, menos exuberancia, pero mas delicadeza, mas facetas y, al
mismo tiempo, mas
naturalidad. Dentro de uno o dos años, esta fragancia habría
madurado y adquirido una
impetuosidad a la que nadie, hombre o mujer, podría sustraerse. Y la
gente sería dominada,
desarmada y quedaría indefensa ante el hechizo de esta muchacha, sin que
nadie supiera la
razón. Y como la gente es estúpida y sólo sabe usar la
nariz para resollar, pero cree
reconocerlo todo con los ojos, dirían todos que era porque la muchacha
poseía belleza, gracia y
donaire. En su miopía, cantarían las alabanzas de sus facciones
regulares, de su figura esbelta,
de su pecho impecable. Y sus ojos, añadirían, son como esmeraldas
y sus dientes como perlas
y sus miembros como el marfil y demas comparaciones a cual mas
idiota. Y la nombrarían
reina del jazmín y la pintarían necios retratistas y su imagen
sería pasto de los mirones, que la
proclamarían la mujer mas hermosa de Francia. Y los jovencitos
vociferarían noches enteras
bajo su ventana, al son de la mandolina ricachones gordos y viejos
caerían de hinojos ante su
padre para pedir su mano y mujeres de todas las edades suspirarían al
verla y soñarían con
ser tan seductoras como elladurante un solo día. Y nadie sabría
que no era su aspecto lo que
de verdad los había conquistado, que no era su belleza exterior,
supuestamente perfecta, sino
únicamente su fragancia, magnífica e incomparable! Sólo lo
sabría él, Grenouille, que, por otra
parte, ya lo sabía ahora.
Ah! Quería poseer esta fragancia! No de una forma tan inútil y
torpe como en el pasado
la fragancia de la muchacha de la Rue des Marais,que se había limitado a
aspirar como un
borracho, con lo cual la había destruido. No, ahora pretendía
apropiarse de la fragancia de la
muchacha que jugaba detras de la muralla, arrancarsela como si
fuera una piel y convertirla en
suya. Aún ignoraba cómo conseguirlo, pero disponía de dos
años para reflexionar sobre la
cuestión. En el fondo, quiza no era mas difícil que
arrebatar el perfume de una flor rara.
Se levantó y casi devotamente, comos i abandonara un lugar sagrado o a
una mujer
dormida, se alejó despacio, encorvado, sin ruido, para que nadie le
oyera ni se fijara en él, para
que nadie se apercibiera de su valioso descubrimiento. Así huyó,
siguiendo la muralla, hasta el
extremo opuesto de la ciudad, donde el perfume de la muchacha se
dispersó al fin y él volvió a
entrar en la ciudad por la Porte des Fènèants. Se detuvo a la
sombra de las casas. El tufo
maloliente de las callejuelas le dio seguridad y le ayudó a dominar la
pasión que se había
apoderado de él. Al cabo de un cuarto de hora volvía a estar completamentetranquilo.
Como
primera medida, pensó, no se acercaría mas al
jardín lindante con la muralla. No era necesario
y le excitaba demasiado. La flor que crecía en él
maduraría sin su intervención y, por otra parte,
ya conocía las fases de su desarrollo. No debía embriagarse a
destiempo con su perfume.
Antes era preciso consagrarse al trabajo, ampliar sus conocimientos y
perfeccionar sus
habilidades de artesano para estar preparado cuando llegara el momento de la
cosecha. Aún
tenía dos años de tiempo.
36
No lejos de la Porte des Fènèants, en la Rue de la Louve,
descubrió Grenouille un
pequeño taller de perfumería y pidió trabajo.
Resultó que el 'patrón', el 'maetre
parfumeur' Honorè Arnulfi, había muerto el pasado
invierno y su viuda, una mujer morena y vivaz, de unos treinta años,
llevaba el negocio con
ayuda de un oficial.
Madame Arnulfil, después de quejarse largo rato de los tiempos adversos
y de su
precaria situación económica, explicó que en realidad no
podía permitirse la contratación de un
segundo oficial, pero que por otra parta, debido al exceso de trabajo, lo
necesitaba con
urgencia; que ademas no había sitio en la casa para albergar a
otro oficial, pero que poseía una
pequeña cabaña en un olivar situado detras del convento de
franciscanos -apenas a diez
minutos de la casa- donde un joven sin exigencias podía pernoctar en
caso necesario; que ella,
como patrona honrada, conocía sus responsabilidades en lo relativo a la
salud física desus
empleados, pero por otra parte se veía incapaz de procurarles dos
comidas calientes al día en
una palabra: madame Arnulfiera -como Grenouille había olido hacía
ya mucho rato- una mujer
sensata dotada de un sano sentido comercial. Y dado que a él no le
importaba el dinero y se
declaró satisfecho con un sueldo de dos francos semanales y con todas
las demas condiciones,
se pusieron de acuerdo en seguida. Se solicitó la presencia del primer
oficial, un hombre
gigantesco llamado Druot, de quien Grenouille adivinó en el acto que
estaba acostumbrado a
compartir el lecho de madame y sin cuya aprobación ella no adoptaba por
lo visto ciertas
decisiones. Se presentó a Grenouille, que en presencia de aquel huno
parecía de una fragilidad
ridícula, con las piernas separadas y esparciendo a su alrededor una
nube de olor a esperma,
le examinó, clavó en él la mirada como si de este modo
quisiera descubrir turbias intenciones o
a un posible rival, esbozó al fin una sonrisa altanera y dio su
consentimiento con una inclinación
de cabeza.
Con esto quedó todo arreglado. Grenouille recibió un
apretón de manos, una cena fría,
una manta y la llave de la cabaña, un cobertizo sin ventanas que
tenía un agradable olor a heno
y estiércol de oveja seco y donde se instaló lo mejor que pudo.
Al día siguiente entró a trabajar
en casa de madame Arnulfi.
Era el tiempo de los narcisos. Madame Arnulfi los cultivaba en pequeñas
parcelas de
tierra que poseía a lospies de la ciudad, en la gran cuenca, o los
compraba a los campesinos
con quienes regateaba sin piedad por cada partida. Las flores se entregaban
apenas abiertas,
en canastas que eran vaciadas en el taller, formando voluminosos pero ligeros
montones de
diez mil capullos perfumados. Mientras tanto, Druot hacía en una gran
caldera una sopa espesa
con sebo de cerdo y de vaca que Grenouille debía remover sin
interrupción con una espatula de
mango largo hasta que el primer oficial echaba en ella las flores frescas.
Éstas flotaban un
segundo sobre la superficie como ojos horrorizados y palidecían al
desaparecer en la grasa
caliente, sumergidas por la espatula. Y casi en el mismo momento se
ablandaban y
marchitaban, muriendo al parecer con tal rapidez, que no les quedaba otro
remedio que exhalar
su último suspiro perfumado precisamente en el líquido que las
ahogaba, porque -Grenouille lo
descubrió con un placer indescriptible- cuantas mas flores se
echaban a la caldera, tanto mas
intensa era la fragancia de la grasa. Y ciertamente no eran las flores muertas
lo que seguía
exhalando perfume, sino la propia grasa, que se había apropiado del
perfume de las flores.
Pronto la sopa se espesaba demasiado y entonces debían verterla a toda
prisa en un
gran cedazo para eliminar los cadaveres exprimidos y añadir
mas flores frescas. Entonces
volvían a remover y colar, durante todo el día y sin descanso,
pues el negocio no permitía
dilaciones y al atardecertoda la partida de flores tenía que haberse
cocido en la caldera de
grasa. Los restos -para que no se perdiera nada- se hervían en agua y
pasaban por una prensa
de tornillo para extraerles las últimas gotas, que todavía daban
un aceite ligeramente
perfumado. El grueso del perfume, sin embargo, el alma de un océano de
flores, permanecía en
la caldera, encerrado y conservado en una repulsiva grasa de tono blanco
grisaceo que se
solidificaba poco a poco.
Al día siguiente se continuaba la maceración, como se llamaba
este proceso; calentar de
nuevo la caldera, colar la grasa, cocer mas flores y así
día tras día, de sol a sol. El trabajo era
agotador. Grenouille tenía los brazos pesados como el plomo, callos en
las manos y dolores en
la espalda cuando se tambaleaba hasta la cabaña. Druot, que era tres
veces mas fuerte que él,
no le ayudaba nunca a remover la sopa y se contentaba con echar las
ingravidas flores, cuidar
del fuego y de vez en cuando, con la excusa del calor, irse a tomar un trago.
Pero Grenouille no
se rebeló. Sin la menor queja, removía los capullos en la grasa
de la mañana a la noche y
apenas se daba cuenta de su fatiga durante el trabajo porque nunca dejaba de
fascinarle el
proceso que se desarrollaba ante su vista y bajo su nariz; el rapido
marchitamiento de las flores
y la absorción de su fragancia.
Al cabo de un tiempo decidió Druot que la grasa ya estaba saturada y no
podía absorber
mas aroma. Apagaron el fuego,filtraron por última vez la espesa
crema y la vertieron en
recipientes de loza, donde no tardó en endurecerse, convertida en una
pomada de maravilloso
perfume.
Ésta era la hora de madame Arnulfi, que se acercaba a probar el valioso
producto,
etiquetarlo y apuntar en sus libros con la mayor exactitud todos los datos
sobre calidad y
cantidad. Después de cerrar personalmente los tarros, sellarlos y
llevarlos a las frescas
profundidades de su sótano, se ponía el traje negro, cogía
el crespón de viuda y hacía la ronda
de los comerciantes y vendedores de perfumes de la ciudad. Con palabras
conmovedoras
describía a los caballeros su situación de mujer sola, escuchaba
ofertas, comparaba precios,
suspiraba y por último vendía o no vendía. La pomada
fragante se conserva mucho tiempo en
un lugar fresco y si ahora los precios eran demasiado bajos, quién sabe,
tal vez subirían en
invierno o en la primavera próxima. También merecía la
pena considerar sino le saldría mas a
cuenta, en vez de vender a estos explotadores, unirse con otros pequeños
fabricantes y enviar
por barco un cargamento de pomada a Génova o tomar parte en la feria de
otoño de Beaucaire,
arriesgadas empresas, sin duda, pero muy provechosas en caso de tener
éxito.
Madame Arnulfi sopesaba cuidadosamente estas diferentes posibilidades y muchas
veces se asociaba y vendía una parte de sus tesoros o las rechazaba y
cerraba el trato con un
comerciante por su cuenta y riesgo. Si durante susvisitas sacaba, sin embargo,
la conclusión
de que el mercado de las pomadas estaba saturado y no daría un giro
favorable para ella en un
futuro próximo, volvía al taller a paso rapido, haciendo
ondear el negro velo, y encargaba a
Druot el lavado de toda la producción para transformarla en
'essence absolue'.
Y entonces subían de nuevo la pomada del sótano, la calentaban con
el maximo cuidado
en ollas cerradas, le añadían el mejor alcohol y la mezclaban a
fondo por medio de un agitador
incorporado, accionado por Grenouille. Una vez de vuelta en el sótano,
la mezcla se enfriaba
rapidamente y el alcohol se separaba de la grasa sólida de la
pomada y podía verterse en una
botella. Ahora constituía casi un perfume, pues poseía una enorme
intensidad, mientras que la
pomada había perdido la mayor parte de su aroma. De este modo la
fragancia floral había
pasado a otro medio. La operación, sin embargo, no estaba terminada.
Después de un
minucioso filtrado a través de gasas que impedían el paso a la
mas diminuta partícula de grasa,
Druot llenaba un pequeño alambique con el alcohol perfumado y lo
destilaba a fuego muy lento.
Lo que quedaba en la cucúrbita una vez volatilizado el alcohol era una
minúscula cantidad de
líquido apenas coloreado que Grenouille conocía muy bien pero que
nunca había olido en esta
calidad y pureza en casa de Baldini ni en la de Runel: la esencia pura de las
flores, su perfume
absoluto, concentrado cien mil veces en una pequeñacantidad de
'essence absolue'. Esta
esencia ya no tenía un olor agradable; su intensidad era casi dolorosa,
agresiva y caustica. Y
no obstante, bastaba una gota diluida en un litro de alcohol para devolverle la
vida y la fragancia
de todo un campo de flores.
El resultado era terriblemente exiguo. El líquido de la cucúrbita
sólo llenaba tres
pequeños frascos. Del perfume de cien mil capullos sólo quedaban
tres pequeños frascos. Pero
aquí en Grasse ya valían una fortuna, y muchísimo
mas si se enviaban a París, Lyon, Grenoble,
Génova o Marsella! La mirada de madame Arnulfi se enterneció al
mirar estos frascos, los
acarició con los ojos y contuvo el aliento mientras los cogía y
cerraba con tapones de cristal
esmerilado, a fin de evitar que se evaporase algo de su valioso contenido. Y
para que tampoco
escapara en forma de vapor después de tapado el mas
insignificante tomo, selló los tapones
con cera líquida y los envolvió en una vejiga natatoria que
sujetó fuertemente al cuello del
frasco con un cordel. A continuación los colocó en una caja
forrada de algodón, que guardó en
el sótano bajo siete llaves.
37
En abril maceraron retama y azahar, en mayo, un mar de rosas cuya fragancia
sumergió
a la ciudad durante todo un mes en una niebla invisible, dulce como la crema.
Grenouille
trabajaba sin parar. Humilde, con una docilidad propia de un esclavo,
desempeñaba todas las
tareas pesadas que le encomendaba Druot. Sin embargo, mientras
parecíaapatico removiendo,
emplastando, lavando tinas, limpiando el taller o acarreando leños,
ninguna de las cosas
esenciales del negocio escapaba a su atención, nada sobre la
metamorfosis de los perfumes.
Con mas precisión de la que Druot habría sido capaz, es
decir, con su nariz, seguía y vigilaba la
transformación de los aromas a partir de los pétalos de las
flores, pasando por el baño de grasa
y alcohol, hasta terminar en pequeños y valiosos frascos. Olía,
mucho antes de que Druot lo
advirtiera, cuando la grasa se calentaba demasiado, olía
cuando los capullos ya estaban
marchitos, cuando la sopa estaba saturada de fragancia; olía lo
que pasaba en el interior de los
matraces y el momento preciso en que debía ponerse fin al proceso de
destilación. Y de vez en
cuando expresaba su parecer; por cierto, sin comprometerse y sin abandonar su
actitud de
servil. Tenía la impresión, decía, de que la grasa
empezaba a estar demasiado caliente; le
parecía que había llegado el momento de colar; creía que
ya se había evaporado el alcohol del
alambique Y Druot, que desde luego no poseía una inteligencia
superior, pero tampoco era
tonto del todo, comprendió con el tiempo que sus decisiones eran
mas acertadas cuando hacía
o mandaba hacer justo lo que Grenouille 'creía' o 'le
parecía'. Y como Grenouille no se
expresaba nunca con arrogancia o aires de sabelotodo y porque jamas -y
sobre todo nunca en
presencia de madame Arnulfi!- ponía en duda, ni
siquierairónicamente, la autoridad de Druot y
su posición preponderante como primer oficial, Druot no veía
razón alguna para no seguir sus
concejos e incluso para no dejar en sus manos, abiertamente, cada vez
mas decisiones.
Muy pronto Grenouille ya no se limitaba a remover, sino que cebaba el horno,
calentaba
y colaba, mientras Druot iba en un salto al Quatre Dauphins a beber un vaso de
vino o subía a
cumplir con madame. Sabía que podía confiar en Grenouille y
éste, aunque tenía que trabajar el
doble, disfrutaba estando solo, perfeccionando el nuevo arte y haciendo de vez
en cuando
pequeños experimentos. Y comprobó con inmensa alegría que
la pomada preparada por él era
incomparablemente mejor y su 'essence absolue' varios grados
mas pura que la obtenida con
Druot.
A finales de junio empezó el tiempo de los jazmines, en agosto, el de
los nardos. El
perfume de ambas flores era tan exquisito y a la vez tan fragil, que no
sólo tenían que cogerse
los capullos antes de la salida del sol, sino que requerían una
elaboración muy especial y
delicada. El calor mermaba su fragancia, el baño repentino en la grasa
caliente de la
maceración la habría destruido por completo. Estos capullos, los
mas nobles de todos, no se
dejaban arrancar el alma con facilidad; era preciso sacarsela a fuerza
de halagos. Se
esparcían, en una sala especial para el perfumado, sobre placas untadas
de grasa fría o se
tapaban con paños empapados de aceite, donde se dejaban morirmientras
dormían. Al cabo
de tres o cuatro días ya estaban marchitos del todo, después de
traspasar su perfume a la
grasa y el aceite. Entonces se quitaban con cuidado y se esparcían
flores frescas. Este proceso
se repetía diez e incluso veinte veces y cuando la pomada había
absorbido toda la fragancia y
los paños podían escurrirse para obtener el aceite perfumado, ya
había llegado el mes de
septiembre. El resultado era todavía mas exiguo que el de la
maceración. En cambio, la calidad
de la pasta de jazmín o del 'Huile Antiquede Tubèreuse'
obtenidos mediante el 'enfleurage' en
frío superaba la de cualquier otro producto del arte perfumístico
en delicadeza y fidelidad al
original. Sobre todo en el caso del jazmín, parecía que el
perfume dulce y erótico de las flores
hubiera quedado grabado en las placas de grasa como en un espejo y ahora lo
irradiaran con
toda exactitud, 'cum grano salis', por así decirlo. Porque la
nariz de Grenouille distinguía sin
vacilación la diferencia entre el aroma de los capullos y su perfume
concentrado. Como un velo
sutil flotaba en este último el olor propio de la grasa -por mas
limpia y pura que fuese- sobre la
fragancia del original, lo suavizaba, debilitaba su intensidad, tal vez
hacía incluso soportable su
belleza para las personas corrientes En cualquier caso, el
'enfleurage' en frío era el medio
mas refinado y efectivo de capturar fragancias delicadas. No
existía otro mejor. Y si el método
aún nobastaba para satisfacer totalmente a la nariz de Grenouille,
éste sabía que era mil veces
suficiente para engañar a un mundo de narices embotadas.
Al poco tiempo aventajó a su maestro Druot tanto en la maceración
como en el arte del
perfumado en frío y se lo demostró a su manera discreta, velada y
sumisa. Druot le confió de
buena gana las tareas de ir al matadero a comprar las grasas mas
apropiadas, limpiarlas,
derretirlas, filtrarlas y determinar la proporción en que debían
ser mezcladas, un trabajo
sumamente difícil y muy temido por Druot, ya que una grasa impura,
rancia o con demasiado
olor a cerdo, carnero o vaca podía estropear la pomada mas
valiosa. Le dejaba determinar la
distancia entre las placas en la sala del perfumado, el momento exacto para el
cambio de flores,
el grado de saturación de la pomada y pronto le confió todas las
decisiones precarias que él,
Druot, como en otro tiempo Baldini, sólo podía adoptar de acuerdo
con ciertas reglas
establecidas y que Grenouille tomaba guiado por la infalibilidad de su olfato,
aunque Druot no
sospechara siquiera este hecho.
'Tiene buena mano -decía-, sabe atinar en las cosas'. Y muchas
veces pensaba: 'Lo
cierto es que posee mucho mas talento que yo, es un perfumista cien
veces mejor'. Y al mismo
tiempo lo consideraba un perfecto idiota, porque a su juicio Grenouille no
sacaba ningún
provecho de sus facultades, mientras él, Druot, con sus habilidades
mas modestas, no tardaría
en ser maestroartesano. Y Grenouille lo confirmaba en esta opinión,
procurando parecer torpe,
no demostrando la menor ambición y portandose como sino supiera
nada de su propia
genialidad y se limitara a seguir las instrucciones del mucho mas
experimentado Druot, sin el
cual él no era nadie. De este modo se llevaban muy bien.
Así llegó el otoño y el invierno. En el taller reinaba
mas tranquilidad; los perfumes de las
flores estaban presos en el sótano, dentro de ollas y tarros, y si
madame no deseaba lavar una
u otra pomada o destilar un saco de especias secas, no había mucho que
hacer. Aún quedaban
aceitunas, un par de cestos todas las semanas. Extraían el aceite virgen
y daban el resto a la
almazara. Y vino, una parte del cual Grenouille destilaba y rectificaba para
convertirlo en
alcohol.
Druot se dejaba ver cada vez menos. Cumplía con su obligación en
el lecho de madame
y cuando aparecía, apestando a sudor y a semen, era sólo para
desaparecer en el Quatre
Dauphins. También madame bajaba muy raramente, ocupada como estaba en
sus asuntos
financieros y en la renovación de su vestuario para cuando concluyera el
año de luto. Grenouille
solía pasar días enteros sin ver a nadie excepto a la sirvienta,
que le daba una sopa al
mediodía y pan y aceitunas al atardecer. Apenas salía.
Participaba en la vida corporativa, es
decir, asistía a las reuniones y los desfiles regulares de los oficiales
artesanos tan a menudo
como era necesario para que ni su ausenciani su presencia llamaran la
atención. Carecía de
amigos o conocidos, pero hacía todo lo posible para no pasar por
arrogante o insociable,
dejando que los demas oficiales encontraran su compañía
insulsa y aburrida. Era un maestro
en el arte de inspirar tedio y simular torpeza, nunca con tanta
exageración como para incitar a
burlas o convertirse en blanco de las bromas pesadas de sus colegas del gremio.
Lo dejaban
en paz y esto era lo que él quería.
38
Pasaba todo el tiempo en el taller. Se justificó ante Druot afirmando
que deseaba inventar una
receta de agua de colonia, pero en realidad experimentaba con aromas muy
diferentes. Su
perfume, el que había elaborado en Montpellier, se terminaba poco a
poco, pese a que lo usaba
con gran parquedad, así que creó uno nuevo. Esta vez no se
contentó, sin embargo, con imitar
de modo aproximado y con materiales reunidos a toda prisa el olor basico
del ser humano, sino
que se empeñó en preparar un perfume personal o, mejor dicho,
gran número de perfumes
personales.
Primero elaboró un olor discreto, un aroma gris para uso cotidiano en
cuya composición
figuraba, por supuesto, el olor a queso rancio, pero que sólo llegaba al
mundo exterior como a
través de una gruesa capa de ropas de hilo y lana alternadas sobre la
piel reseca de un viejo.
Oliendo así, podía mezclarse tranquilamente con los demas
seres. El aroma era lo bastante
fuerte para basar olfativamente en él la existencia de una persona y a
lavez tan discreto, que
no podía molestar a nadie. Con él, Grenouille no era en realidad
perceptible por el olfato y, no
obstante, su presencia estaba siempre justificada del modo mas modesto,
un estado híbrido
que le convenía mucho, tanto en casa Arnulfi como en sus ocasionales
paseos por la ciudad.
En algunas ocasiones, sin embargo, este modesto perfume tenía sus
inconvenientes.
Cuando debía comprar algo por encargo de Druot o quería proveerse
de un poco de algalia o
unos granos de almizcle, podía ocurrir que en su perfecta
discreción pasara completamente
inadvertido y no lo atendieran o bien que lo viesen pero no le sirvieran lo
solicitado o se
olvidaran de él mientras lo atendían. Para tales eventualidades,
se mezcló un perfume algo mas
fuerte, con un ligero olor a sudor y algunos angulos y cantos olfativos,
que le daba una
presencia mas agresiva y hacía creer a todos que tenía
prisa y le apremiaban negocios
urgentes. También logró con éxito atraer el grado de
atención deseado con una imitación del
'aura seminalis' de Druot, que consiguió perfumando un lienzo
empapado en grasa con una
pasta de huevos frescos de pata y harina de trigo fermentada.
Otro perfume de su arsenal era un aroma que incitaba a la compasión y
que daba
buenos resultados con las mujeres de edad mediana y avanzada. Olía a
leche aguada y
madera limpia y blanda. Con él, Grenouille parecía -aunque fuera
sin afeitar, llevara abrigo y
mirase con expresión ceñuda- unniño pobre y palido,
embutido en una chaqueta raída, que
necesitaba ayuda. Las mujeres del mercado le alargaban al verlo nueces y peras
relucientes,
porque se les antojaba hambriento e indefenso. Y la mujer del carnicero, una
pécora severa y
cruel, le permitía elegir y llevarse gratis apestosos restos de huesos y
carne porque su aroma
de inocencia conmovía su corazón maternal. Con estos restos
conseguía Grenouille,
diluyéndolos directamente en alcohol, los componentes principales de un
olor que se aplicaba
cuando necesitaba estar solo y ser evitado por todos. Este olor creaba en su en
torno una
atmósfera ligeramente repugnante, un aliento pútrido como el que
exhalan al despertar las
bocas viejas y mal cuidadas. Era tan efectivo, que incluso el poco exigente
Druot tenía que dar
media vuelta y buscar el aire libre sin saber con claridad la causa de su asco.
Y unas gotas del
repelente en el umbral de la cabaña bastaban para ahuyentar a cualquier
intruso, hombre o
animal.
Al amparo de estos diferentes olores, que alternaba como las ropas según
las diferentes
circunstancias externas y todos los cuales le servían para no ser
molestado en el mundo de los
hombres y pasar desapercibido en su personalidad real, se entregaba Grenouille
a su
verdadera pasión: la caza sutil de perfumes. Y como tenía ante
sí un gran objetivo y mas de un
año de tiempo, no sólo procedía con ardiente celo, sino
también de un modo planeado y
sistematico a afilar susarmas, limar sus técnicas y perfeccionar
lentamente sus métodos.
Empezó donde se había detenido en casa de Baldini, capturando los
aromas de cosas
inanimadas: piedras, metal, vidrio, madera, sal, agua, aire
Lo que antes fracasara tan lastimosamente con ayuda del tosco procedimiento de
la
destilación, salió bien ahora gracias a la poderosa fuerza
absorbente de las grasas. Grenouille
envolvió durante un par de días en grasa de vaca un pomo de
puerta de latón cuyo fresco
aroma un poco mohoso le gustaba. Y, oh, sorpresa, cuando hubo raspado el sebo y
lo olfateó,
olía de manera muy vaga, pero inconfundible, a aquel pomo determinado.
Este olor persistió
incluso después de un lavado en alcohol, suave en extremo, remoto,
eclipsado por el vapor del
alcohol e imperceptible para todo el mundo menos para la fina nariz de
Grenouille pero
presente en la grasa, lo cual significaba que era asequible, por lo menos en
principio. Si
dispusiera de diez mil pomos para conservarlos envueltos en grasa durante mil
días, podría
obtener una gota minúscula de 'essence absolue' de pomo de
latón, tan fuerte que todos
tendrían bajo la nariz la ilusión irrefutable del original.
Consiguió lo mismo con el poroso aroma de cal de una piedra que
encontró en el
bosque de olivos, delante de su cabaña. La maceró y obtuvo una
pequeña bola de pomada
pétrea cuyo olor infinitesimal le deleitó enormemente. Lo
combinó con otros olores, extraídos de
todos los objetos que rodeabansu cabaña, y produjo poco a poco un modelo
olfativo en
miniatura de aquel olivar que se hallaba detras del convento de
franciscanos y que, encerrado
en un frasco diminuto, podía llevar consigo y evocar olfativamente
cuando se le antojara.
Eran virtuosismos del arte de la perfumería, pequeños y
maravillosos divertimientos que
nadie mas que él podía apreciar o tan siquiera percibir.
Él, sin embargo, estaba encantado con
estas frívolas percepciones y no hubo en toda su vida, ni antes ni
después, momentos de dicha
tan inocente como en aquel período en que creó con animo
juguetón naturalezas muertas,
paisajes perfumados e imagenes de diversos objetos. Porque no
tardó en pasar a los objetos
vivos.
Empezó cazando moscas, larvas, ratas y gatos pequeños a los que
ahogó en grasa
caliente. Por la noche entraba a hurtadillas en los establos para envolver
durante un par de
horas vacas, cabras y cochinillos en paños impregnados de grasa o
cubrirlos con vendajes
empapados de aceite. O bien se introducía en algún aprisco para
esquilar con disimulo un
cordero, cuya odorífera lana lavaba después en alcohol. Al
principio, los resultados no fueron
muy satisfactorios porque, a diferencia de los objetos inanimados como el pomo
y la piedra, los
animales no se dejaban arrebatar su aroma de buen grado. Los cerdos se quitaban
los
vendajes frotandose contra las estacas de la pocilga. Las ovejas balaban
cuando se
aproximaba a ellas de noche con el cuchillo. Lasvacas agitaban las ubres hasta
que
desprendían de ellas los paños engrasados. Algunos escarabajos
que capturó segregaron
líquidos nauseabundos cuando intentó tratarlos y las ratas se
meaban de miedo en las
pomadas sumamente sensibles. Los animales que quiso macerar no cedían su
olor como las
flores, sin queja o sólo con un suspiro inaudible, sino que se
defendían de la muerte con
desesperación, no se dejaban ahogar y pateaban, luchaban y sudaban con
tal profusión, que la
grasa caliente se estropeaba por exceso de acidez. Así no se
podía trabajar bien, naturalmente.
Los objetos debían ser reducidos a la inmovilidad y, ademas, tan
de repente que no tuvieran
tiempo de sentir miedo o de resistirse. Era preciso matarlos.
Primero lo probó con un cachorro de perro al que indujo a separarse de
su madre
ofreciéndole un pedazo de carne delante del matadero e
incitandolo asía seguirle hasta el taller,
donde, mientras el animal mordía con excitación la carne que
él sostenía con la mano izquierda,
le asestó en el cogote un golpe fuerte y seco con un leño. La
muerte fue tan súbita que el
cachorro aún conservaba la expresión de felicidad en el hocico y
los ojos cuando Grenouille lo
colocó en la sala del perfumado sobre una parrilla, entre las placas
engrasadas, donde soltó
todo su olor perruno sin que lo enturbiase el sudor del miedo. Huelga decir que
la vigilancia era
esencial. Los cadaveres, como las flores arrancadas, se
descomponían con rapidez.Grenouille
hizo, pues, guardia junto a su víctima durante unas doce horas, hasta
que notó los primeros
efluvios del olor a cadaver, agradable, ciertamente, pero adulterador,
emanado por el cuerpo
del cachorro. Interrumpió el 'enfleurage' en el acto, se
deshizo del cadaver y puso la poca
grasa conseguida y sutilmente perfumada dentro de una olla, donde la
lavó con cuidado. Destiló
el alcohol hasta que sólo quedó la cantidad para llenar un dedal
y vertió este resto en una
probeta minúscula. El perfume olía con claridad al aroma a sebo,
húmedo y un poco fuerte del
pelaje perruno; de hecho, sorprendía por su intensidad. Y cuando
Grenouille lo dejó olfatear a la
vieja perra del matadero, el animal estalló en un aullido de
alegría y después gimoteó y no
quería apartar el hocico de la probeta. Pero Grenouille la tapó
bien, se la guardó y la llevó
mucho tiempo encima como recuerdo de aquel día de triunfo en que
había logrado por primera
vez arrebatar el alma perfumada a un ser viviente.
Después, con mucha lentitud y la mas extrema precaución,
se fue acercando a las
personas. Inició la caza desde una distancia prudencial con una red de
malla gruesa, ya que su
objetivo no era conseguir un gran botín, sino probar el principio de su
método de caza.
Camuflado con su ligera fragancia de la discreción, se mezcló al
atardecer con los
clientes de la taberna Quatre Dauphins y distribuyó por los rincones
mas ocultos y pegó bajo los
bancos y mesasminúsculos trozos de tela impregnados de sebo y aceite.
Unos días después
fue a recogerlos e hizo la prueba. Y realmente, ademas de oler a todos
los vahos de cocina
imaginables, a humo de tabaco y a vino, olían también un poco a
ser humano. Pero el olor era
muy vago y confuso; se parecía mas a un caldo mixto que a un
aroma personal. Captó un aura
masiva similar, aunque mas limpia y con un olor a sudor menos
desagradable, en la catedral,
donde colgó sus pingos bajo los bancos el veinticuatro de diciembre y
los recogió el veintiséis,
después de exponerlos a los olores de los asistentes a siete misas; un
terrible conglomerado de
sudor de culo, sangre de menstruación, corvas húmedas y manos
convulsas, mezclados con el
aliento expedido por mil cantantes de coro y declamadores de avemarías y
el vapor sofocante
del incienso y de la mirra, había impregnado los trozos de tela;
terrible en su concentración
nebulosa, imprecisa y nauseabunda y, no obstante, inequívocamente
humano.
Grenouille capturó el primer aroma individual en el Hospicio de la
Charitè, donde logró
robar, antes de que la quemaran, una sabana de la cama de un oficial de
tesoro recién muerto
de tisis, que lo había cubierto durante dos meses. La tela estaba tan
empapada de la grasa del
enfermo que había absorbido sus vapores como una pasta de
'enfleurage' y pudo ser sometida
directamente al lavado. El resultado fue fantasmal: bajo la nariz de
Grenouille, y procedente de
la solución de alcohol,el tesorero resucitó olfatoriamente de
entre los muertos, y quedó
suspendido en la habitación, desfigurado por el singular método
de reproducción y los
innumerables miasmas de su enfermedad, pero aun así reconocible como
imagen olfativa
individual: un hombre bajo de treinta años, rubio, de nariz gruesa,
miembros cortos, pies planos
y palidos, sexo hinchado, temperamento bilioso y aliento desabrido; un
hombre poco atractivo
por su olor, aquel tesorero, indigno, como el cachorro, de ser conservado por
mas tiempo. No
obstante, Grenouille lo dejó flotar toda la noche como un
espíritu perfumado en el interior de su
cabaña y lo olfateó una y otra vez, feliz y hondamente satisfecho
del poder que había
conquistado sobre el aura de otra persona. Al día siguiente lo
tiró.
Realizó una prueba mas durante aquellos días de invierno.
Pagó un franco a una
mendiga muda que recorría la ciudad para que llevara todo un día
sobre la piel un harapo
preparado con diversas mezclas de grasa y aceite. El resultado reveló
que lo mas apropiado
para la captura del olor humano era una combinación de grasa de
riñones de cordero y sebo de
cerdo y vaca, purificados varias veces, en una proporción de dos por
cinco por tres, junto con
pequeñas cantidades de aceite virgen.
Con esto, Grenouille se dio por satisfecho. Renunció a apoderarse por
completo de una
persona viva y tratarla perfumísticamente. Tal proceder
comportaría siempre grandes riesgos y
no aportaríaningún conocimiento nuevo. Sabía que ahora ya
dominaba la técnica de arrebatar
la fragancia a un ser humano y no era necesario demostrarselo de nuevo a
sí mismo.
La fragancia humana en sí y de por sí le era indiferente. Se
trataba de una fragancia
que podía imitar bastante bien con sucedaneos. Lo que codiciaba
era la fragancia de 'ciertas'
personas: aquellas, extremadamente raras, que inspiran amor. Tales eran sus
víctimas.
39
En enero se casó la viuda Arnulfi con su primer oficial, Dominique
Druot, a quien de este
modo promocionó a 'Maetre Gantier et Parfumeur'. Se
celebró un gran banquete para los
maestros del gremio y otro mas modesto para los oficiales, madame
compró un colchón nuevo
para su cama, que ahora compartía oficialmente con Druot, y sacó
del armario su vestuario
multicolor. Todo lo demas siguió como antes. Conservó el
viejo y buen nombre de Arnulfi,
conservó la fortuna indivisa, la dirección económica del
negocio y las llaves del sótano; Druot
cumplía a diario sus obligaciones sexuales y después se
refrescaba con vino; y Grenouille,
aunque ahora era el primer y único oficial, continuó
desempeñando el grueso del trabajo por el
mismo salario exiguo, parca alimentación y pobre alojamiento.
El año comenzó con el torrente amarillo de las acacias, con
jacintos, violetas y los
narcóticos narcisos. Un domingo de marzo -quiza había
transcurrido un año desde su llegada a
Grasse-, Grenouille salió para ver cómo seguían las cosas
en eljardín de detras de la muralla,
en el otro extremo de la ciudad. Esta vez ya iba preparado para la fragancia,
sabía con bastante
exactitud lo que le esperaba y a pesar de ello, cuando la olfateó, ya
desde la Porte Neuve, a
medio camino de aquel lugar de la muralla, los latidos de su corazón se
aceleraron y notó que
la sangre le bullía de felicidad en las venas: ella continuaba
allí, la planta de belleza
incomparable había sobrevivido indemne al invierno, estaba llena de
savia, crecía, se expandía,
¡lucía las mas espléndidas inflorescencias! Tal como
esperaba, la fragancia se había
intensificado sin perder nada de su delicadeza. El perfume que hacía
sólo un año se derramaba
en sutiles gotas y salpicaduras era ahora un fragante río ligeramente
pastoso que refulgía con
mil colores y aun así los unía sin desperdiciarlos. Y este
río, como comprobó lleno de dicha
Grenouille, se alimentaba de un manantial cada vez mas rico. Un
año mas, sólo un año, sólo
doce meses, y este manantial se desbordaría y él podría
venir a captarlo y a apresar la salvaje
acometida de su perfume.
Corrió a lo largo de la muralla hasta el lugar conocido tras el que se
encontraba el jardín.
Aunque al parecer la muchacha no estaba en el jardín, sino en la casa,
en un aposento y detras
de las ventanas cerradas, su fragancia salía ondeando como una brisa
suave y constante.
Grenouille permaneció inmóvil. No se sentía embriagado o
aturdido como la primera vez que
habíaolfateado, sino lleno de la dicha del amante que escucha u observa
desde lejos a su
amada y sabe que la llevara consigo al hogar dentro de un año.
Verdaderamente, Grenouille, la
garrapata solitaria, el monstruo, el inhumano Grenouille, que nunca
había sentido amor y nunca
podría inspirarlo, aquel día de marzo, ante la muralla de Grasse,
amó y fue invadido por la
bienaventuranza de su amor.
Bien es verdad que no amaba a una persona, ni siquiera a la muchacha de la casa
de
detras de la muralla. Amaba la fragancia. Sólo a ella y nada
mas y únicamente como su futura y
propia fragancia. Vendría a apoderarse de ella dentro de un año,
lo juraba por su vida. Y
después de esta extraña y solemne promesa, o juramento de amor,
después de este voto de
fidelidad pronunciado ante sí mismo y ante su futura fragancia,
abandonó el lugar con animo
alegre y volvió a la ciudad por la Porte du Cours.
Cuando yacía en su cabaña por la noche, evocó de nuevo el
recuerdo de la fragancia no pudo resistirse a la tentación- y se
sumergió en ella para acariciarla y dejarse acariciar por
ella de un modo tan íntimo, tan soñador, como si ya la poseyera
realmente, y amó a su
fragancia, su propia fragancia, y a sí mismo en ella durante una hora
exquisita y embriagadora.
Quería llevar consigo al sueño este sentimiento de amor hacia
sí mismo, pero precisamente en
el instante en que cerró los ojos y sólo habría necesitado
un segundo para conciliar el sueño, la
fragancia loabandonó de repente y en su lugar flotó en la
habitación el frío y penetrante olor del
redil de cabras.
Grenouille se asustó. '¿Y si esta fragancia que voy a poseer
-se dijo- desaparece? No
es como en el recuerdo, donde todos los perfumes son imperecederos. El perfume
real se
desvanece en el mundo; es volatil. Y cuando se gaste,
desaparecera el manantial de donde lo
he capturado y yo estaré desnudo como antes y tendré que
conformarme con mis sucedaneos.
No, sera peor que antes! Porque ahora entretanto habré conocido y
poseído mi propia
magnífica fragancia y jamas podré olvidarla, ya que
jamas olvido un aroma, y durante toda la
vida me consumira su recuerdo como me consume ahora, en este mismo
momento, la idea de
que llegaré a poseerlo ¿Para qué lo necesito,
entonces?'
Este pensamiento fue en extremo desagradable para Grenouille. Le aterraba que
la
fragancia que aún no poseía, dejara de ser suya irremisiblemente
cuando la poseyera. ¿Cuanto
tiempo podría conservarla? ¿Unos días? ¿Unas
semanas? ¿Tal vez un mes, si se perfumaba
con suma parquedad? ¿Y después? Se vio a sí mismo agitando
el frasco para aprovechar las
últimas gotas, enjuagandolo con alcohol a fin de no desperdiciar
el menor resto y vio, olió cómo
se evaporaba para siempre y sin remedio su adorado perfume. Sería como
una muerte lenta,
una especie de asfixia interna, una dolorosa y gradual evaporación de
sí mismo en el
repugnante mundo.
Se estremeció. Le asaltó el deseo derenunciar a sus planes, de
perderse en la noche y
alejarse de allí. Cruzaría las montañas nevadas, sin
descanso, recorrería cien millas hasta
Auvernia y allí volvería a rastras a su vieja caverna y
dormiría hasta que le sorprendiera la
muerte. Pero no lo hizo. Permaneció sentado y no cedió al deseo,
pese a que era muy fuerte.
No cedió a él porque siempre había sentido el deseo de
alejarse de todo y esconderse en una
caverna. Ya lo conocía. En cambio, no conocía la posesión
de una fragancia humana, una
fragancia tan maravillosa como la de la muchacha que vivía detras
de la muralla. Y aunque
sabía que debería pagar un precio terriblemente caro por la
posesión de aquella fragancia y su
pérdida inevitable, tanto la posesión como la pérdida se
le antojaron mas apetecibles que la
lapidaria renuncia a ambas. Porque durante toda su vida no había hecho
mas que renunciar,
pero nunca había poseído y perdido.
Poco a poco se esfumaron las dudas y con ellas los estremecimientos.
Sintió cómo la
sangre caliente volvía a darle vida y cómo se apoderaba de
él la voluntad de llevar a cabo lo
que se había propuesto, incluso con mas fuerza que antes, porque
ahora la voluntad ya no
tenía su origen en un simple anhelo, sino que había surgido de
una decisión meditada. La
garrapata Grenouille, colocada ante la disyuntiva de resecarse o dejarse caer,
optó por esto
último, sabiendo muy bien que esta caída sería la
definitiva. Se acostó de nuevo en el catre,sintiéndose muy a
gusto sobre la paja y bajo la manta y considerandose un héroe.
Sin embargo, Grenouille no habría sido Grenouille si un sentimiento
fatalista y heroico le
hubiera satisfecho durante mucho tiempo. Poseía para ello una
personalidad demasiado tenaz,
un temperamento demasiado retorcido y un espíritu demasiado refinado. De
acuerdo había
decidido poseer la fragancia de la muchacha de detras de la muralla. Y
si al cabo de pocas
semanas la perdía y la pérdida le causaba la muerte, no le
importaría. Sería mejor, sin
embargo, no morir y aun así continuar en posesión del perfume, o
al menos aplazar todo lo
posible su pérdida. Había que hacerlo durar mas.
Había que eliminar su volatilidad sin
arrebatarle sus cualidades un problema de perfumería.
Existen fragancias que se conservan durante décadas. Un armario frotado
con almizcle, un
trozo de cuero empapado de esencia de canela, un bulbo de azahar , un cofre de
madera de
cedro poseen una vida olfativa casi eterna. En cambio otros -el aceite de lima,
la bergamota, los
extractos de narciso y nardo y muchos perfumes florales- se evaporan al cabo de
pocas horas
al ser expuestos al aire. El perfumista lucha contra esta circunstancia fatal
ligando las
fragancias demasiado volatiles a otras mas perennes, como si las
maniatara para frenar sus
ansias de libertad, un arte que consiste en dejar las ataduras lo mas
sueltas posible a fin de dar
al aroma prisionero una semblanza de libertad y enanudarlas con fuerza para que
no pueda
huir. Grenouille había realizado a la perfección esta muestra de
habilidad con la esencia de
nardo, cuya efímera fragancia retuvo con minúsculas cantidades de
algalia, vainilla, laudano y
ciprés, prestandole así un auténtico valor.
¿Por qué no hacer algo parecido con la fragancia de
la muchacha? ¿Por qué usar y derrochar en estado puro el aroma
mas valioso y fragil de todos?
Qué torpeza! Qué grave falta de refinamiento! ¿Acaso se
dejaban los diamantes en bruto? ¿Se
llevaba el oro en pedruscos alrededor del cuello? ¿Era él,
Grenouille, un primitivo ladrón de
perfumes como Druot y demas maceradores, destiladores y exprimidores de
pétalos? ¿Acaso
no era el mayor perfumista del mundo? Se asestó un manotazo en la
cabeza, horrorizado
porque no se le había ocurrido antes: aquella singular fragancia no
podía usarse en bruto.
Debía tratarla como la piedra preciosa de mas valor. Debía
forjar una diadema fragante en cuya
parte mas elevada refulgiera 'su' aroma, mezclado con otros
pero dominandolos a todos.
Elaboraría un perfume según todas las reglas del arte y la
fragancia de la muchacha de detras
de la muralla, sería la nota central.
Como auxiliares, como nota basica, mediana y alta, como aroma de punta y
como fijador
no eran apropiados ni el almizcle ni la algalia, ni el neroli ni la esencia de
rosas; esto por
descontado. Para un perfume como aquél, para un perfume humano, se
requerían otros
ingredientes.
40
En mayo del mismo año se encontró en un campo de rosas, a medio
camino entre
Grasse y el pueblo de Opio, situado al este de dicha ciudad, el cuerpo desnudo
de una
muchacha de quince años. Había sido golpeada en la nuca con un
garrote. El campesino que lo
descubrió quedó tan trastornado por el macabro hallazgo que casi
atrajo hacia su persona las
sospechas de la policía declarando al teniente con voz trémula
que nunca había visto nada tan
bello, cuando lo que quiso decir era que nunca había visto nada tan
espantoso.
En realidad, la joven era de una belleza exquisita. Pertenecía a aquel
tipo de mujeres
placidas que parecen hechas de miel oscura, tersas, dulces y melosas,
que con un gesto
apacible, un movimiento de la cabellera, un solo y lento destello de la mirada
dominan el
espacio y permanecen tranquilas como en el centro de un ciclón, al
parecer ignorantes de la
propia fuerza de atracción, que arrastra hacia ellas de modo
irresistible los anhelos y las almas
tanto de hombres como de mujeres. Y era joven, muy joven, aún no
había perdido en la
madurez incipiente el encanto de su tipo. Sus miembros mórbidos eran
todavía tersos y firmes,
los pechos como recién moldeados, y el rostro ancho, enmarcado por
cabellos negros y fuertes,
aún poseía los contornos mas delicados y los lugares
mas secretos. La cabellera faltaba sin
embargo. El asesino la había cortado y robado, así como la ropa.
Se sospechó de los gitanos; a los gitanos se lespodía atribuir
todo. Era bien sabido que tejían
alfombras con retales viejos, rellenaban almohadas con cabello humano y
hacían muñecas con
piel y dientes de los condenados a la horca. En el caso de crímenes tan
perversos, sólo podía
sospecharse de los gitanos. Pero por aquel entonces no había ninguno en
muchas millas a la
redonda, no habían sido vistos en la región desde el mes de
diciembre.
A falta de gitanos, se sospechó de los jornaleros italianos, pero
tampoco había ninguno
por los alrededores; era demasiado pronto para ellos, pues no iban por
allí hasta junio, al
tiempo de la cosecha del jazmín, así que tampoco podían
haber sido los italianos. A
continuación, las sospechas recayeron en los fabricantes de pelucas, a
quienes acusaba la
melena cortada de la víctima. En vano. Después se pensó en
los judíos, después en los monjes
del convento de benedictinos, supuestamente lascivos -aunque todos pasaban de
los setenta-,
después en los cistercienses, en los masones, en los alienados de la
Charitè, en los
carboneros, en los mendigos y, por último, en los nobles disolutos, en
particular el marqués de
Cabris, que se había casado tres veces y organizaba, según se
decía, misas orgiasticas en sus
bodegas, en cuyo transcurso bebía sangre de doncella para aumentar su
potencia sexual. Sin
embargo, no pudo probarse nada concreto. Nadie había sido testigo del
asesinato ni pudieron
encontrarse ropas o cabellos de la víctima. Al cabo de unas semanas,
elteniente de policía dio
por terminadas las investigaciones.
A mediados de junio llegaron los italianos, muchos con sus familias, para
ganarse la vida
como recolectores. Los campesinos los contrataron, pero, recordando el
asesinato, prohibieron
a sus mujeres e hijas que tuvieran tratos con ellos. Toda precaución era
poca, porque a pesar
de que los jornaleros no eran culpables del crimen, en principio podían
haberlo sido, de ahí que
no estuviera de mas precaverse de ellos.
Poco después del comienzo de la cosecha del jazmín se produjeron
otros dos
asesinatos. Las víctimas fueron otra vez muchachas extraordinariamente
hermosas, ambas
pertenecían al mismo tipo de mujeres morenas y placidas, las dos
fueron halladas también
desnudas y con la cabellera cortada, y tendidas en los campos de flores con una
herida contusa
en la base del craneo. Tampoco esta vez había rastro del asesino.
La noticia se propagó como
un reguero de pólvora y se temieron mas agresiones contra los
inmigrantes cuando se supo
que ambas víctimas eran italianas, hijas de un jornalero genovés.
Ahora el temor hizo mella en la región. La gente ya no sabía
hacia quién dirigir su cólera
impotente. Es cierto que algunos todavía sospechaban de los locos o del
misterioso marqués,
pero nadie lo consideraba probable, ya que los primeros estaban bajo constante
vigilancia y el
último se había marchado hacía tiempo a París. En
consecuencia, todos hicieron causa común.
Los campesinosabrieron sus graneros a los inmigrantes, que hasta entonces
habían dormido a
la intemperie. Los habitantes de la ciudad organizaron un servicio de patrullas
nocturnas en
cada barrio. El teniente de policía reforzó la guardia de las
puertas. Sin embargo, ninguna de
estas disposiciones sirvió de nada. Pocos días después del
doble asesinato se encontró el
cadaver de otra muchacha, en iguales condiciones que los anteriores.
Esta vez se trataba de
una lavandera sarda del palacio episcopal, que fue asesinada cerca de la gran
alberca de la
Fontaine de la Foux, ante las mismas puertas de la ciudad. Y aunque los
cónsules, apremiados
por la excitada población, tomaron medidas mas severas -controles
mas estrictos en las
puertas, reforzamiento de las guardias nocturnas, prohibición de salida
de todas las personas
del sexo femenino a la caída de la noche-, aquel verano no pasó
otra semana sin que fuera
encontrado el cadaver de una doncella. Y siempre se trataba de muchachas
que acababan de
convertirse en mujeres y siempre eran las mas hermosas y, en su
mayoría, de aquel tipo
moreno y seductor, aunque pronto el asesino dejó de despreciar a la
clase de muchachas
dominante en la región, dulces, de tez blanca y un poco mas
redondeadas. Incluso las castañas
y rubias oscuras, siempre y cuando no fueran muy delgadas, figuraron al final
entre sus
víctimas. Las buscaba por todas partes, no ya sólo en los
alrededores de Grasse, sino en el
centro de la ciudad eincluso hasta en las casas. La hija de un carpintero fue
hallada muerta de
un golpe en su dormitorio del quinto piso y nadie de la casa había
oído el menor ruido y ninguno
de los perros, que husmeaban y ladraban a todos los extraños,
había reaccionado. El asesino
parecía inasequible e incorpóreo como un espíritu.
La población se indignó e insultó a las autoridades. El
mas pequeño rumor daba origen a
desmanes. Un vendedor ambulante que ofrecía filtros amorosos y
pócimas de curandero estuvo
a punto de ser linchado porque alguien dijo que sus remedios contenían
cabellos de doncella
pulverizados. Se intentó provocar un incendio en la mansión de
Cabris y en el hospicio de la
Charitè. El pañero Alexandre Misnard mató de un tiro a su
propio criado cuando éste volvía de
noche a casa porque lo tomó por el famoso asesino de doncellas. Quienes
podían permitírselo,
enviaban a sus hijas adolescentes a casa de familiares o a internados de Niza,
Aix o Marsella.
El teniente de policía fue relevado de su cargo a instancias del
concejo. Su sucesor encomendó
el examen del estado virginal de los cadaveres sin cabellera al colegio
de médicos. Todas las
muchachas estaban intactas.
Extrañamente, este hecho incrementó el horror en vez de
disminuirlo, porque en su
fuero interno todos estaban seguros de que las muchachas habían sido
violadas. En este caso
se habría conocido por lo menos el móvil del asesino, mientras
que ahora se sabía lo mismo
que antes, no setenía la menor pista. Y quien creía en Dios, se
refugiaba en la oración, para
que al menos la propia casa se salvara del demoníaco visitante.
El concejo, un gremio de los treinta ciudadanos nobles mas ricos y
prestigiosos de
Grasse, caballeros ilustrados y anticlericales en su mayoría, que
habrían preferido ver en el
obispo sólo a un buen hombre y los conventos y abadías
convertidos en almacenes o fabricas,
estos arrogantes y poderosos caballeros del concejo se vieron obligados en su
impotencia a
redactar una sumisa petición a monseñor el obispo para que se
dignara maldecir y excomulgar
al monstruoso asesino de doncellas, a quien el poder civil no conseguía
atrapar, como hiciera
su preclaro antecesor en el año 1708 con las terribles langostas que
entonces amenazaban al
país. Y de hecho, a finales de septiembre, el asesino de doncellas de
Grasse, que hasta la
fecha había segado la vida de nada menos que veinticuatro de las
mas hermosas doncellas de
todas las capas sociales, fue maldecido, excomulgado y proscrito con toda
solemnidad en todos
los atrios de las iglesias por escrito y oralmente desde todos los
púlpitos de la ciudad, entre
ellos el de Notre-Dame-du-Puy, por boca del obispo en persona.
El éxito fue contundente. Los asesinatos cesaron de la noche a la
mañana. Octubre y
noviembre transcurrieron sin cadaveres. A principios de diciembre
llegaron noticias de Grenoble
según las cuales había aparecido allí un asesino de
doncellasque estrangulaba a sus víctimas
y les arrancaba la ropa a tiras y los cabellos a mechones. Y aunque un crimen
tan tosco no
coincidía en absoluto con los asesinatos ejecutados tan limpiamente en
Grasse, todo el mundo
se convenció de que se trataba del mismo criminal. Los habitantes de
Grasse se persignaron
tres veces con gran alivio porque la bestia ya no se encontraba entre ellos,
sino que atacaba en
Grenoble, a siete días de viaje. Organizaron una procesión de
antorchas en honor del obispo y
celebraron el veinticuatro de diciembre un oficio en acción de gracias.
El primero de enero de
1766 se suavizaron las medidas de seguridad, levantandose el toque de
queda para las
mujeres. La normalidad volvió con increíble rapidez a la vida
pública y privada. El miedo parecía
haberse evaporado, nadie hablaba ya del terror que había dominado a la
ciudad y sus
alrededores hacía sólo unos meses. Ni siquiera en el seno de las
familias afectadas se
mencionaba el tema. Parecía que la maldición episcopal no
sólo hubiera proscrito al asesino,
sino también su recuerdo, y esto complacía a la población.
Sólo los que tenían una hija que acababa de alcanzar la pubertad,
la perdían de vista de
mala gana y se inquietaban cuando oscurecía y eran felices al día
siguiente cuando la
encontraban sana y alegre, sin querer confesarse abiertamente el motivo.
41
Había, no obstante, un hombre en Grasse que no se fiaba de la paz.
Sellamaba Antoine
Richis, desempeñabael cargo de Segundo Cónsul y vivía en
una casa señorial al principio de la
Rue Droite.
Richis era viudo y tenía una hija llamada Laure. Aunque aún no
había cumplido los
cuarenta años y poseía una gran vitalidad, no pensaba contraer
segundas nupcias hasta
pasado cierto tiempo. Antes quería casar a su hija, y no con el primer
buen partido que se
presentara, sino con un hombre de elevada condición. En Vence
residía un tal barón de
Bouyon, que tenía un hijo y un feudo, buena reputación y una
precaria situación financiera, con
quien Richis ya había convenido el futuro matrimonio de sus
vastagos. Una vez casada Laure,
él haría gestiones encaminadas a emparentar con las prestigiosas
casas Drèe, Maubert o
Fontmichel, no porque fuera vanidoso y estuviera decidido a conquistar a
cualquier precio una
esposa noble, sino porque quería fundar una dinastía y preparar
para sus descendientes una
encumbrada posición social y también influencia política.
Para este fin necesitaba por lo menos
dos hijos varones, uno de los cuales tomaría las riendas de su negocio
mientras el otro
estudiaría leyes, llegaría al Parlamento de Aix y
obtendría su propio título nobiliario. Sin
embargo, un hombre de su condición sólo podía abrigar
tales esperanzas con probabilidades de
éxito estrechando lazos entre su persona y su familia y la nobleza
provinciana.
Lo que justificaba estos planes tan ambiciosos era su legendaria riqueza.
Antoine Richis
era con gran diferencia elciudadano mas acaudalado de toda la comarca.
Poseía latifundios no
sólo en la demarcación de Grasse, donde cultivaba naranjas,
aceitunas, trigo y cañamo, sino
también en Vence y los alrededores de Antibes, donde había
arrendado tierras. Poseía casa en
Aix, casas en el campo, intereses en barcos que navegaban hasta la India, una
oficina
permanente en Génova y las mayores existencias de Francia en sustancias
aromaticas,
especias, esencias y cuero.
Lo mas valioso, sin embargo, de todo cuanto poseía Richis era su
hija única, que
acababa de cumplir dieciséis años y tenía cabellos de un
color rojizo oscuro y ojos verdes. Su
rostro era tan encantador que las visitas de cualquier edad y sexo se quedaban
inmóviles y no
podían apartar de ella la mirada, acariciando su cara con los ojos como
si lamieran un helado
con la lengua y adoptando mientras lo hacían la típica
expresión de admiración embobada.
Incluso Richis, cuando contemplaba a su hija, se daba cuenta de pronto de que
durante un
tiempo indeterminado, un cuarto de hora o tal vez media hora, se había
olvidado del mundo y
de sus negocios -lo cual no le pasaba ni mientras dormía-, absorto por
completo en la
contemplación de la espléndida muchacha, y después no
sabía decir qué había hecho. Y
últimamente -lo notaba con inquietud-, cuando la acompañaba a la
cama por la noche o muchas
veces por la mañana, cuando iba a despertarla y ella aún estaba
dormida, como colocada allí
por las manos de Dios, ya través del velo de su camisón se
adivinaban las formas de caderas y
pechos y del hueco del hombro, codo y axila mórbida, donde apoyaba el
rostro, emanando un
aliento calido y tranquilosentía un malestar en el
estómago y un nudo en la garganta y tragaba
saliva y, Dios era testigo!, maldecía el hecho de ser el padre de esta
mujer y no un extraño, un
hombre cualquiera ante el cual ella estuviera acostada como ahora y quien sin
escrúpulos
pudiera yacer a su lado, encima de ella y dentro de ella con toda la avidez de
su deseo. El
sudor le empapaba y los miembros le temblaban mientras ahogaba en su interior
tan terrible
concupiscencia y se inclinaba sobre ella para despertarla con un casto beso
paterno.
El año anterior, en la época de los asesinatos, aún no
había sentido nunca tan fatales
tentaciones. El hechizo que su hija ejercía entonces sobre él era
-o al menos eso le parecía- un
mero encanto infantil. Y por ello nunca temió en serio que Laure pudiera
ser víctima de aquel
asesino que, como era sabido, no atacaba a niñas ni a mujeres, sino
exclusivamente a
doncellas púberes. Sin embargo, reforzó la vigilancia de su casa,
hizo colocar nuevas rejas en
las ventanas del piso superior y ordenó a la camarera que compartiera el
dormitorio con Laure.
Pero se resistía a mandarla lejos, como hacían los hombres de su
clase con sus hijas e incluso
con toda su familia. Encontraba tal proceder despreciable e indigno de un
miembro del concejo
ydel Segundo Cónsul, quien en su opinión debía dar a sus
conciudadanos ejemplo de
serenidad, valor y tenacidad. Ademas, era un hombre a quien no gustaba
que nadie influyera en
sus decisiones, ni una multitud dominada por el panico ni, menos
aún, un criminal anónimo y
repugnante. Y por esto fue uno de los pocos habitantes de la ciudad que,
durante aquel horrible
período, fue inmune contra el miedo y conservó la sangre
fría. Ahora, extrañamente, esto
cambió. Mientras en las calles la gente celebraba, como si ya hubieran
ahorcado al asesino, el
fin de sus crímenes y olvidaba aquellos terribles días, el miedo
se introdujo en el corazón de
Antoine Richis como un espantoso veneno. Durante mucho tiempo no quiso
confesarse a sí
mismo que era el miedo lo que le incitaba a postergar viajes muy urgentes, a
abandonar la casa
de mala gana y a acortar visitas y reuniones a fin de regresar a casa lo antes
posible. Se
justificó ante sí mismo achacandolo a una
indisposición pasajera y al exceso de trabajo, aunque
admitiendo al mismo tiempo que estaba un poco preocupado, como lo esta
cualquier padre que
tiene una hija en edad de casarse, una preocupación totalmente normal
¿Acaso no había
cundido ya en el exterior la fama de su belleza? ¿Acaso no se estiraban
ya los cuellos cuando
la llevaba los domingos a la iglesia? ¿No le hacían ya
insinuaciones ciertos caballeros del
concejo, en nombre propio o en el de sus hijos?
42
Pero un día de marzo,Richis vio desde el salón que Laure
salía al jardín con un vestido
azul sobre el que se derramaba la cabellera rojiza, encendida por el sol; nunca
la había visto
tan hermosa. Desapareció detras de un seto y quiza
tardó en reaparecer dos latidos mas de los
que él esperaba y tuvo un susto de muerte porque durante aquellos dos
latidos pensó que la
había perdido para siempre.
Aquella misma noche le despertó una pesadilla espantosa de cuyo
contenido no podía
acordarse, pero que había tenido que ver con Laure, y se
precipitó hacia su dormitorio,
convencido de que estaba muerta, de que había sido asesinada, violada y
su cabellera cortada
mientras dormía y la encontró sana y salva.
Volvió a su aposento bañado en sudor y temblando de
excitación, no, no de excitación,
sino de miedo; por fin se confesó a sí mismo que había
sentido miedo y al aceptar este hecho,
se tranquilizó y sus ideas se aclararon. Si debía ser sincero,
nunca había creído en la
efectividad del anatema episcopal, ni tampoco que el asesino se encontraba
ahora en
Grenoble; ni siquiera creía que hubiese salido de la ciudad. No,
seguía viviendo aquí, entre los
habitantes de Grasse, y volvería a atacar tarde o temprano. Richis había
visto en agosto y
septiembre algunas de las muchachas asesinadas. La visión le
horrorizó y -tenía que admitirlofascinó al mismo tiempo,
porque todas eran, cada una a su manera especial, de una belleza
extraordinaria. Nunca habría creído que en Grassehubiera tantas
bellezas desconocidas. El
asesino le abrió los ojos; se trataba, sin duda, de un hombre con un
gusto exquisito. Y tenía un
sistema. No sólo todos los asesinatos habían sido perpetrados
metódicamente, sino que la
elección de las víctimas revelaba una intención planeada
casi con economía. Era cierto que
Richis no sabía 'qué' codiciaba realmente de sus
víctimas el asesino, ya que lo mejor de ellas,
la belleza y el encanto de la juventud, no podía habérselo
arrebatado ¿o sí? En cualquier
caso, tenía la impresión de que el asesino no era, por absurdo
que pudiera parecer, un espíritu
destructivo, sino un coleccionista minucioso. Si, por ejemplo -pensó
Richis-, se imaginaba uno a
las víctimas no como individuos, sino como parte de un principio
mas elevado, y fundía
idealmente sus cualidades respectivas en un conjunto único, la imagen
dada por semejante
mosaico tenía que ser la imagen misma de la belleza, y el hechizo
desprendido por ella ya no
sería de índole humana, sino divina. (Como vemos, Richis era un
hombre de mente liberal que
no se detenía ante conclusiones blasfemas, y aunque no pensaba en
categorías olfatorias, lo
hacía en categorías ópticas, por lo que se aproximó
mucho a la verdad).
Suponiendo -siguió pensando Richis- que el asesino fuera un
coleccionista de belleza y
trabajara en el retrato de la perfección, aunque sólo fuera en la
fantasía de su cerebro enfermo;
y suponiendo ademas que fuese un hombre del gusto masrefinado y
el método mas perfecto,
como parecía ser el caso, era inevitable deducir que no
renunciaría a la pieza mas valiosa que
podía encontrarse en la tierra: la belleza de Laure. Todos los
asesinatos anteriores no tenían
ningún valor sin el de ella; Laure era la última piedra de su
edificio.
Mientras sacaba estas espantosas conclusiones, Richis estaba sentado en la
cama, en
camisón, extrañado de la propia serenidad. Ya no se
estremecía ni temblaba. El miedo
indefinido que le invadiera durante semanas se había evaporado, cediendo
el paso a la
conciencia de un peligro concreto: todos los esfuerzos y afanes del asesino
iban dirigidos a
Laure desde el principio, esto era evidente. Todos los demas asesinatos
eran accesorios del
último y definitivo: el asesinato de Laure. Era cierto que aún no
estaba claro el móvil material de
los crímenes, ni si tenían alguno, pero Richis había
intuido lo esencial, el método sistematico y
el móvil ideal del asesino. Y cuanto mas reflexionaba sobre ello,
mas acertados le parecían
ambos y mayor era su respeto por el criminal, un respeto, claro esta, que
rebotaba en un
espejo y se reflejaba en él mismo, ya que al fin y al cabo era
él, Richis, quien con su astuta
mente analítica había desenmascarado al enemigo.
Si él, Richis, fuera un asesino y estuviera poseído de las mismas
ideas morbosas de
aquel asesino en particular, no habría podido proceder de manera
distinta y, como él, habría
resuelto coronar atoda costa su obra de demente con el asesinato de Laure, la
única. la
maravillosa.
Esta última idea se le antojó muy buena. El hecho de que
estuviera en situación de
ponerse mentalmente en el lugar del futuro asesino de su hija le daba una gran
superioridad
sobre él, porque una cosa era cierta: por inteligente que fuera, el
asesino no estaba en situación
de ponerse en el lugar de Richis, aunque sólo fuese porque no
podía imaginar que Richis se
había puesto ya en su lugar, es decir, en el del asesino. En el fondo,
ocurría lo mismo que en el
mundo de los negocios salvando las distancias, claro. Uno tenía
siempre cierta superioridad
sobre un competidor cuyas intenciones hubiera adivinado; en lo sucesivo, ya no
se dejaría
engañar, no cuando uno se llamaba Antoine Richis, conocía todos
los trucos y poseía un
espíritu luchador. Al fin y al cabo, el negocio de perfumería
mas importante de Francia, su
riqueza y el cargo de Segundo Cónsul no le habían bajado del
cielo, sino que los había ganado
luchando, porfiando, intuyendo a tiempo los peligros, adivinando los planes de
los competidores
y adelantandose a ellos. Y lograría también alcanzar sus
metas futuras, el poder y la nobleza de
sus descendientes, y desbaratar asimismo los planes de aquel asesino, su rival
por la posesión
de Laure, aunque sólo fuese porque Laure era igualmente la última
piedra del edificio de sus
propios planes. Él la amaba, ciertamente, pero también la
necesitaba. Y lo quenecesitaba para
la realización de sus mas altas ambiciones no se lo
dejaría arrebatar por nadie, lo defendería
con uñas y dientes.
Ahora se sentía mejor. Desde que había conseguido trasladar sus
reflexiones nocturnas
sobre la lucha con el demonio al terreno de una transacción comercial,
le animaba un valor
renovado, incluso un poco temerario. Se había esfumado el resto de
temor, desvanecido el
desaliento y la sombría preocupación que le habían
atormentado como a un viejo senil y
tembloroso, evaporado la niebla de tristes presagios en la que se había
movido a tientas
durante semanas. Ahora se encontraba en terreno conocido y se sentía
capaz de afrontar
cualquier reto.
43
Aliviado, casi satisfecho, saltó de la cama, tiró del
cordón de la campanilla y ordenó al
criado, que entró medio dormido, que empaquetara ropas y provisiones
porque pensaba viajar
al amanecer hacia Grenoble en compañía de su hija. Entonces se
vistió y sacó de la cama al
resto de la servidumbre.
La casa de la Rue Droite despertó en plena noche para entregarse a una
actividad
febril. En la cocina se encendieron los fuegos, por los pasillos corrían
las aturdidas criadas, el
ayuda de camara subía y bajaba las escaleras, bajo las
bóvedas del sótano entrechocaban las
llaves del mayordomo, en el patio ardían las antorchas, unos mozos
corrían a buscar los
caballos mientras otros sacaban a los animales cualquiera hubiese
creído que las hordas
austrosargas entraban asangre y fuego como en el año 1746 y el amo de la
casa huía presa
del panico. Pero no era así ni mucho menos! El amo de la casa se
hallaba sentado como un
mariscal de Francia ante el escritorio de su despacho, bebía café
con leche y daba
instrucciones a los domésticos que irrumpían en la
habitación. También escribió cartas al
alcalde y al Primer Cónsul, a su notario, a su abogado, a su banquero de
Marsella, al barón de
Bouyon y a diversos socios.
Hacia las seis ya había despachado toda la correspondencia y tomado
todas las
disposiciones necesarias para sus planes. Se metió en los bolsillos dos
pequeñas pistolas de
viaje, se ajustó la hebilla del cinturón del dinero y
cerró el escritorio. Entonces fue a despertar a
su hija.
A las ocho, la pequeña caravana se puso en marcha. Richis cabalgaba
delante,
ofreciendo un magnífico aspecto con su levita granate de galones
dorados, redingote negro y
sombrero negro con airoso penacho. Le seguía su hija, vestida mas
modestamente, pero de
una belleza tan deslumbrante que el pueblo que paseaba por la calle y se
asomaba a las
ventanas sólo tenía ojos para ella, la muchedumbre
prorrumpía en admirados 'Ahs!' y 'Ohs!' y
los hombres se quitaban el sombrero, al parecer ante el Segundo Cónsul,
pero en realidad ante
ella, la mujer de porte regio. A continuación, casi desapercibidos, cabalgaban
la camarera y el
ayuda de camara de Richis con dos caballos de carga -el uso de un
carruaje era desaconsejado
por elconocido mal estado de la ruta de Grenoble- y cerraba la comitiva una
docena de mulas
cargadas con todos los enseres imaginables, bajo la vigilancia de dos mozos. La
guardia de la
Porte du Cours presentó armas y no las bajó hasta que hubo pasado
la última mula. Los niños
corrieron largo rato tras la caravana, que se alejó con lentitud hacia
las montañas por el camino
abrupto y tortuoso.
La salida de Antoine Richis con su hija causó en la gente una
impresión muy honda,
porque les pareció que habían presenciado una ofrenda arcaica. Se
rumoreaba que Richis se
dirigía a Grenoble, la ciudad donde ahora se hallaba el monstruo que
asesinaba doncellas, y
nadie sabía qué pensar. ¿Era el viaje de Richis un acto de
imprudencia temeraria o de un valor
digno de admiración? ¿Se trataba de un desafío o de un
intento de aplacar a los dioses? Sólo
intuían de manera muy vaga que habían visto por última vez
a la hermosa muchacha de los
cabellos rojizos. Presentían que Laure Richis estaba perdida.
Este presentimiento resultaría cierto, aunque se basaba en premisas
totalmente falsas.
En realidad, Richis no se dirigía a Grenoble y la aparatosa salida
sólo había sido un ardid. A
una milla y media al noroeste de Grasse, cerca del pueblo de Saint-Vallier,
Richis mandó
detenerla caravana, dio a su ayuda de camara plenos poderes y cartas de
recomendación y le
ordenó que viajara solo con los mozos y las mulas a Grenoble.
Él, con Laure y la camarera de ésta, sealejó en
dirección a Cabris, donde hicieron un alto para
almorzar antes de dirigirse al sur, atravesando la montaña de Tanneron.
El camino ofrecía
grandes dificultades, pero se empeñó en describir un amplio
círculo en torno a Grasse y la
cuenca occidental de Grasse a fin de alcanzar la costa al atardecer, sin llamar
la atención Al
día siguiente –siempre según el plan de Richis-
quería hacerla travesía hasta las islas Lerinas,
en la menor de las cuales se hallaba el bien fortificado monasterio de
Saint-Honorat,
administrado por una comunidad de monjes ancianos, aún muy duchos en el
manejo de las
armas y a quienes Richis conocía muy bien, pues compraba y negociaba
desde hacía años
toda la producción del monasterio de licor de eucalipto, piñones
y aceite de ciprés. Y
precisamente allí, en el monasterio de Saint-Honorat, el lugar
mas seguro de Provenza, junto
con la prisión del Castillo de If y la carcel estatal de
Sainte-Marguerite, pensaba Richis alojar de
momento a su hija. él regresaría sin tardanza al continente para
rodear esta vez Grasse por
Antibes y Cagnes y llegar a Vence por la tarde del mismo día.
Allí ya había convocado a su
notario para firmar con el barón de Bouyon el contrato de matrimonio de
sus hijos Alphonse y
Laure. Quería hacer una oferta a Bouyon que éste no podría
rechazar: saldo de sus deudas
hasta 40.000 libras, una dote consistente en una suma similar, diversas
tierras, un molino de
aceite en Maganosc y una rentaanual de tres mil libras para la joven pareja. La
única condición
de Richis era que el matrimonio se efectuara dentro de un plazo de diez
días y se consumara el
mismo día de la boda, y que la pareja fijara su residencia en Vence.
Richis sabía que semejante precipitación elevaría considerablemente
el precio de la
unión de su casa con la de los Bouyon; una espera mas larga la
habría abaratado. El barón
habría mendigado el favor de que su hijo pudiera elevar la
condición social de la hija del gran
comerciante burgués, ya que la fama de la belleza de Laure no
hacía mas que crecer, así como
la riqueza de Richis y la miseria económica de los Bouyon. Pero,
qué remedio! El barón no era
el contrincante en esta transacción, sino el asesino anónimo; y
era a éste a quien había que
estropear el negocio. Una mujer casada, desflorada y tal vez encinta ya no
servía para su
exclusiva galería. La última piedra del mosaico faltaría,
Laure habría perdido todo valor para el
asesino, la obra de éste habría fracasado. Y le haría
sentir su derrota! Richis quería celebrar la
boda en Grasse, con gran pompa y el maximo de publicidad. Y aunque no
conociera a su
enemigo ni llegara jamas a conocerlo, sería un placer para
él saber que éste presenciaría el
acontecimiento y vería con sus propios ojos cómo le quitaban a la
mujer mas codiciada ante sus
propias narices.
El plan estaba muy bien pensado y otra vez debemos admirar la intuición
de Richis, que
tanto se acercóa la verdad. Porque, de hecho, el matrimonio de Laure
Richis con el hijo del
barón de Bouyon habría significado una abrumadora derrota para el
asesino de doncellas de
Grasse. Sin embargo,e l plan aún no se había realizado. Richis no
había llevado todavía a su
hija hasta el altar donde se oficiaría la ceremonia salvadora.
Aún no la había dejado en el
seguro monasterio de Saint-Honorat. Aún cabalgaban el jinete y las dos
amazonas por la
inhóspita montaña del Tanneron. El camino era tan malo que
algunas veces se veían obligados
a desmontar. Todo se desarrollaba con gran lentitud. Esperaban llegar al mar
hacia el
atardecer, a un pueblecito situado al oeste de Cannes que se llamaba Napoule.
44
En el momento en que Laure Richis abandonaba Grasse con su padre, Grenouille se
encontraba en el otro extremo de la ciudad, en el taller de Arnulfi, macerando
junquillos. Estaba
solo y de buen talante. Su estancia en Grasse se acercaba a su fin. El
día del triunfo estaba
próximo. En su cabaña, dentro de una cajita acolchada con
algodón, tenía veinticuatro frascos
diminutos con el aura, reducida a gotas, de veinticuatro doncellas esencias
valiosísimas que
Grenouille había obtenido durante el último año por medio
del 'enfleurage' en frío de los
cuerpos, digestión de cabellos y ropas, lavado y destilación. Y
hoy quería ir a buscar a la
vigésimo quinta, la mas valiosa y la mas importante.
Tenía ya preparada una pequeña olla de
grasa purificada muchasveces, un paño del lino mas fino y una
bombona del alcohol mas
rectificado para esta última pesca.
El terreno estaba sondeado con la maxima exactitud. Había luna
nueva.
Sabía que era inútil tratar de introducirse en la bien protegida
vivienda de la Rue Droite, de ahí
que hubiera pensado deslizarse al anochecer, antes de que cerrasen las puertas,
y ocultarse en
cualquier rincón de la casa, amparado por su falta de olor que, como un
manto invisible, le
sustraía a la percepción de hombres y animales. Después,
cuando todos durmieran, guiado en
la oscuridad por la brújula de su olfato, subiría al aposento de
su tesoro y allí mismo la
envolvería con el paño impregnado de grasa. Sólo se
llevaría, como de costumbre, los cabellos
y ropas, ya que estas partes podían lavarse directamente en alcohol y
esta tarea se hacía con
mas comodidad en el taller. Para la elaboración final de la
pomada y la destilación del
concentrado necesitaba otra noche. Y si todo iba bien -y no tenía
ningún motivo para dudar de
que todo iría bien-, pasado mañana estaría en
posesión de todas las esencias para el mejor
perfume del mundo y abandonaría Grasse como el hombre mejor perfumado de
la tierra.
Hacia el mediodía terminó con los junquillos. Apagó el
fuego, tapó la caldera de grasa y
salió del taller para refrescarse. El viento soplaba del oeste.
Con la primera aspiración ya notó que algo iba mal; la
atmósfera no estaba completa.
En la capa de aromas de la ciudad,aquel velo tejido por muchos millares de
hilos, faltaba el hilo
de oro. Durante las últimas semanas, este hilo fragante había
adquirido tal fuerza que
Grenouille lo percibía claramente incluso desde su cabaña, en la
otra punta de la ciudad. Ahora
no estaba, había desaparecido, no podía captarlo ni con el
mas intenso olfato. Grenouille se
quedó como paralizado por el susto.
Esta muerta, pensó y en seguida, algo peor: otro ha arrancado mi
flor y robado su
fragancia! No exhaló ningún grito porque su consternación
era demasiado profunda, pero las
lagrimas se le agolparon en los ojos y bajaron de repente por ambos
lados de la nariz.
Entonces llegó Druot del Quatre Dauphins a la hora de comer y
contó, 'en passant', que
hoy, muy temprano, el Segundo Cónsul se había marchado a Grenoble
con doce mulas y su
hija. Grenouille se tragó las lagrimas y echó a correr,
cruzó la ciudad y, cuando llegó a la Porte
du Cours, se detuvo en la plaza y olfateó. Y en el viento del oeste,
puro y libre de los olores de
la ciudad, encontró de nuevo su hilo dorado, muy delgado y fino, es
cierto, pero aun así,
inconfundible. Lo extraño era que la amada fragancia no venía del
noroeste, adonde conducía
el camino de Grenoble, sino mas bien de la dirección de Cabris,
cuando no del sudoeste.
Grenouille preguntó a la guardia qué camino había tomado
el Segundo Cónsul. El
centinela señaló al norte. ¿No el camino de Cabris?
¿O el otro, el que iba hacia el sur, a
Auribeau y LaNapoule? Desde luego que no, respondió el centinela. Lo
había visto con sus
propios ojos.
Grenouille volvió corriendo a la ciudad, irrumpió en la
cabaña, metió en su mochila el
paño de hilo, el tarro de pomada, la espatula, las tijeras y una
pequeña maza de madera de
olivo pulida y se puso en camino sin pérdida de tiempo no en
dirección a Grenoble, sino hacia
donde le indicaba su nariz: hacia el sur.
Este camino, el camino directo a Napoule, serpenteaba por las estribaciones del
Tanneron, cruzando las cuencas de Frayére y Siagne. Era cómodo
andar por él y Grenouille
avanzaba a buen paso. Cuando Auribeau apareció a su derecha, encaramado
a la cumbre de la
montaña, olió que estaba a punto de alcanzar a los fugitivos.
Poco después estuvo a la misma
altura que ellos y pudo olerla por separado y oler incluso el vapor de sus
caballos. Debían estar
a lo sumo a media milla al oeste, en algún lugar de los bosques de
Tanneron. Se dirigían al sur,
a la orilla del mar. Exactamente igual que él.
Grenouille llegó a La Napoule hacia las cinco de la tarde. Entró
en la posada, comió y
pidió un alojamiento barato. Era un oficial curtidor de Niza,
explicó, y viajaba a Marsella. ¿Podía
dormir en el establo? Allí se acostó a descansar en un
rincón. Olió que se acercaban tres
jinetes. No tenía mas que esperar.
Llegaron dos horas mas tarde, cuando ya caía la noche. Con objeto
de mantener el
incógnito, habían cambiado de ropas. Ahora las dos
mujeresllevaban vestidos oscuros y velos,
y Richis, una levita negra. Se dio a conocer como un noble que venía de
Castellane y que
mañana deseaba trasladarse a las islas Lerinas, por lo que pedía
al posadero un bote que
estuviera dispuesto a la salida del sol. ¿Había en la posada
otros huéspedes, ademas de él y
sus acompañantes? No, contestó el posadero, sólo un
oficial de curtidor de Niza que
pernoctaba en el establo.
Richis envió a las mujeres a la habitación y él se
dirigió al establo, para sacar algo de la
alforja, según dijo. Al principio no podía encontrar al oficial
de curtidor y tuvo que pedir una
linterna al mozo de cuadra. Entonces lo vio acostado en un rincón sobre
la paja y una vieja
manta, con la cabeza apoyada en su mochila, profundamente dormido. Tenía
un aspecto tan
insignificante, que por un momento Richis tuvo la impresión de que no
estaba allí, de que era
sólo una quimera proyectada por las oscilantes sombras de la linterna.
En cualquier caso,
Richis quedó inmediatamente convencido de que este ser cuya
indefensión llegaba a parecer
conmovedora no podía representar el menor peligro y se alejó
despacio, para no perturbar su
sueño.
Cenó en compañía de su hija en la habitación. No le
había explicado nada del motivo y
la meta de su singular viaje y tampoco lo hizo ahora, aunque ella se lo
pidió. Respondió que
mañana se lo comunicaría y que podía estar segura de que
todo cuanto planeaba y hacía era
para su bien y su futura felicidad.Después de cenar jugaron algunas
partidas de 'L.hombre', todas las cuales perdió
Richis, porque en vez de mirar las cartas, no dejaba de contemplar el rostro de
ella para
deleitarse con su belleza. Hacia las nueve la acompañó a su
habitación, que estaba enfrente de
la que él ocupaba, la besó, le deseó buenas noches y
cerró la puerta por fuera. Entonces se fue
a la cama.
Se sintió de pronto muy cansado por las fatigas del día y la
noche anterior y a la vez muy
satisfecho de cómo iban las cosas. Sin el menor asomo de la
preocupación y de los sombríos
presentimientos que hasta la víspera le habían atormentado y
mantenido despierto cada vez
que apagaba la lampara, se durmió al instante y durmió sin
sueños, sin gemidos, sin
estremecimientos y sin dar vueltas y mas vueltas en el lecho. Por
primera vez desde hacía
mucho tiempo, Richis concilió un sueño profundo, tranquilo y
reparador.
Mas o menos a la misma hora se levantó Grenouille de la paja del
establo. También él
estaba satisfecho de cómo iban las cosas y se sentía muy
refrescado, aunque no había
dormido ni un segundo. Cuando Richis entró en el establo para verle,
fingió que dormía para
reforzar todavía mas la impresión de persona inofensiva
que siempre comunicaba gracias a la
discreción de su olor. A diferencia de Richis, él sí que
había percibido a éste con extrema
precisión, olfativamente, claro, y no le había pasado por alto el
alivio de Richis al verle.
Y de este modo ambos seconvencieron mutuamente, durante el breve encuentro, de
su
candidez, uno con razón y el otro sin ella, y así debía de
ser, a juicio de Grenouille, pues su
candidez fingida y la auténtica de Richis le facilitaban el trabajo
opinión que, por otra parte,
Richis habría compartido totalmente si hubiera estado en su lugar.
45
Con circunspección profesional puso Grenouille manos a la obra.
Abrió la mochila, sacó
el paño, la pomada y la espatula, extendió el paño
sobre la manta que le había servido de
colchón y procedió a untarla con la pasta de grasa. Era un
trabajo que requería su tiempo, ya
que se trataba de distribuir la grasa en capas de diferente grosor según
el lugar del cuerpo que
tocarían las distintas partes del paño. La boca, las axilas, el
pecho, el sexo y los pies despedían
mayores cantidades de aroma que, por ejemplo, las espinillas, la espalda y los
codos; la palma
de la mano mas que el dorso; las cejas mas que los
parpados, etcétera, y por ello debían
untarse con mas grasa. Así pues, Grenouille modelaba en el
paño de lino una especie de
diagrama aromatico del cuerpo a tratar y esta parte del trabajo era para
él la mas satisfactoria
porque se trataba de una técnica artística que ocupaba al mismo
tiempo sentidos, fantasía y
manos, y anticipaba de manera ideal el placer del resultado definitivo.
Cuando hubo terminado todo el tarro de pomada, dio todavía unos
golpecitos aquí y allí,
quitó un poco de grasa de un lugar del paño,
laañadió a otro, retocó, comprobó una vez
mas el
paisaje engrasado con la nariz, no con los ojos, porque todo esto lo hizo en
una oscuridad
completa, lo cual era tal vez otro motivo para el contento y sereno estado de
animo de
Grenouille. En esta noche de novilunio, nada le distraía; el mundo era
sólo olor y un vago rumor
de resaca procedente del mar. Estaba en su elemento. Entonces dobló el paño
como un papel
pintado, de modo que se juntaran las superficies engrasadas. Ésta era
una operación dolorosa
para él porque sabía muy bien que, pese a todas sus precauciones,
partes de los contornos
modelados se aplanaban y desplazaban. Pero no había otro sistema para
transportar el paño.
Después de doblarlo hasta conseguir un tamaño que le permitiera
llevarlo cómodamente
colgado del brazo, se metió en los bolsillos espatulas, tijeras y
la pequeña maza de madera de
olivo y se escabulló hacia el exterior.
El cielo estaba nublado. En la casa no ardía ninguna luz. La
única chispa de esta noche
tenebrosa parpadeaba al este, en el faro de la fortaleza de la Calle de
Sainte-Marguerite, a una
milla de distancia; era un minúsculo alfilerazo luminoso en un
paño negro. Desde la bahía
soplaba un viento ligero con olor a pescado. Los perros dormían.
Grenouille fue hacia la fachada quedaba a la era y cogió una escalera
que había
apoyada contra la pared. La levantó y sostuvo en posición
vertical, con tres peldaños bajo el
brazo derecho y el resto apretadocontra el hombro, y así cruzó el
patio hasta que estuvo bajo
su ventana, que estaba entreabierta. Mientras subía por la escalera de
mano, agil como si
fuera de cemento, se congratuló de poder cosechar la fragancia de la muchacha
aquí en La
Napoule. En Grasse, con las ventanas enrejadas y la casa sometida a una
vigilancia estricta,
habría sido mucho mas difícil. Aquí incluso
dormía sola; ni siquiera necesitaba eliminar a la
camarera.
Empujó la ventana, se introdujo en el aposento y dejó el
paño a un lado. Entonces se
volvió hacia la cama. La fragancia del cabello dominaba porque la
muchacha dormía de bruces
con el rostro enmarcado por el brazo y apretado contra la almohada, en una
postura ideal para
el mazazo en la nuca.
El ruido del golpe fue seco y crujiente. Lo detestaba. Lo detestaba sólo
porque era un
ruido en una operación por lo demas silenciosa. Sólo
podía soportar este odioso ruido con los
dientes apretados y cuando se hubo extinguido continuó todavía un
rato inmóvil y rígido, con la
mano aferrada a la maza, como si temiera que el ruido pudiese volver de alguna
parte
convertido en potente eco. Pero no volvió y el silencio reinó de
nuevo en el dormitorio, un
silencio incluso intensificado, porque ahora no se oía el aliento
profundo de la muchacha. Y en
cuanto se relajó la actitud tensa de Grenouille (que tal vez
podría interpretarse también como
una actitud de veneración o una especie de rígido minuto de
silencio), su cuerporecobró la
flexibilidad.
Se guardó la maza y empezó a actuar con diligente premura. Ante
todo desdobló el paño
del perfumado y lo extendió sobre la mesa y las sillas, cuidando de que
el lado engrasado
quedara encima y se mantuviera intacto. Entonces apartó la sabana
del lecho. La magnífica
fragancia de la muchacha, que se derramó súbitamente,
calida y masiva, no le conmovió. Ya la
conocía y la disfrutaría, la disfrutaría hasta la
embriaguez mas adelante, cuando la poseyera de
verdad. Ahora se trataba de empezar cuanto antes, de dejar evaporar la menor
cantidad
posible; ahora se imponía la concentración y la rapidez.
Cortó el camisón de arriba a abajo con unos golpes de tijera, se
lo quitó, cogió un paño
engrasado y lo echó sobre el cuerpo desnudo. Entonces la levantó,
le metió el paño sobrante
por debajo, la enrolló como enrolla un barquillo el pastelero,
plegó los extremos, la envolvió
como una momia desde los dedos de los pies hasta la frente. Sólo sus
cabellos sobresalían del
vendaje de momia. Los cortó a ras de craneo y los envolvió
en el camisón, que ató como si
fuera un hatillo. Por último, le tapó el craneo rapado con
una punta de paño, que introdujo
dentro de un doblez con una delicada presión del dedo. Examinó
todo el paquete; no había
ninguna abertura, ningún agujero, ninguna rendija por la que pudiera
escapar la fragancia de la
muchacha. Estaba perfectamente envuelta. Ya no quedaba nada mas por
hacer, sólo esperar
durante seishoras, hasta que amaneciera.
Tomó una silla pequeña sobre la que estaban sus ropas y se
sentó. La túnica ancha y
negra aún conservaba el delicado olor de su fragancia, mezclado con el
olor de unas pastillas
de anís que llevaba en el bolsillo como provisión para el viaje.
Colocó los pies sobre el borde de
la cama, cerca de los pies de ella, se cubrió con su túnica y
comió las pastillas de anís. Estaba
cansado, pero no quería dormirse porque no era decoroso dormirse durante
el trabajo, aunque
éste consistiera sólo en esperar. Recordó las noches
pasadas en el taller de Baldini mientras
destilaba: el alambique ennegrecido por el hollín, el fuego llameante,
el leve rumor con que el
producto de la destilación goteaba desde el tubo de enfriamiento a la
botella florentina. De vez
en cuando se tenía que vigilar el fuego, echar mas agua
destilada, cambiar la botella florentina,
sustituir el marchito material de destilación. Y sin embargo, siempre le
había parecido que no
hacía guardia para desempeñar a intervalos estas tareas, sino que
la guardia tenía su propio
sentido. Incluso aquí, en este aposento, donde el proceso del
'enfleurage' se desarrollaba por
sí solo, donde incluso una verificación, una vuelta, un contacto
inoportuno con el paquete
perfumado podía ser contraproducente, incluso aquí, pensó
Grenouille, su presencia vigilante
tenía importancia. El sueño habría puesto en peligro el
espíritu del éxito.
Por otra parte, no le resultabadifícil mantenerse despierto y esperar,
pese a la fatiga.
Amaba esta espera. También la había amado en el caso de las otras
veinticuatro muchachas,
porque no se trataba de una espera monótona ni ansiosa, sino de una
espera palpitante, llena
de sentido y, hasta cierto punto, activa. Ocurría algo mientras
esperaba; ocurría lo esencial. Y
aunque no lo hiciera él mismo, se hacía gracias a él.
Había dado lo mejor que tenía, había
aportado toda su habilidad y no había cometido ningún error. La
obra era única y sería
coronada por el éxitoSólo debía esperar dos horas
mas. Esta espera le llenaba de
satisfacción. Nunca se había sentido tan bien en su vida, tan
tranquilo, tan equilibrado, tan en
paz consigo mismo -ni siquiera en su montaña- como en estas horas de
pausa en el trabajo
durante las cuales esperaba toda la noche velando a sus víctimas. Eran
los únicos momentos
en que casi se formaban pensamientos alegres dentro de su tenebroso cerebro.
Extrañamente, estos pensamientos no se proyectaban hacia el futuro. No
pensaba en la
fragancia que cosecharía dentro de un par de horas, ni en el perfume de
veinticinco auras de
doncellas, ni en planes, felicidad y éxito futuros. No, pensaba en su
pasado. Recordó las etapas
de su vida desde la casa de madame Gaillard y el montón de leños
calidos y húmedos que
había enfrente, hasta su viaje de hoy al pequeño pueblo de La
Napoule, con su olor a pescado.
Pensó en el curtidor Grimal, en Giuseppe Baldini, enel marqués de
la Taillade-Espinasse.
Recordó la ciudad de París, su gran caldo tornasolado y
maloliente, recordó a la muchacha
pelirroja de la Rue des Marais, el campo abierto, el viento enrarecido, los
bosques. Recordó
también la montaña de Auvernia -no evitó en absoluto este
recuerdo-, su caverna, el aire sin
seres humanos. También recordó sus sueños. Y evocó
todas estas cosas con gran
complacencia. Sí, al mirar hacia atras, le pareció que era
un hombre especialmente favorecido
por la suerte y que su destino le había llevado por caminos que, si bien
habían sido tortuosos, al
final resultaban ser los correctos ¿cómo, si no, habría
sido posible que se encontrase ahora
en este oscuro aposento, en la meta de sus deseos? Pensandolo bien, era
un individuo
realmente afortunado!
Le embargaron la emoción, la humildad y el agradecimiento. 'Gracias
-murmuró-, gracias, Jean-Baptiste Grenouille, por ser como eres!'
Hasta este punto era capaz de
emocionarse a sí mismo.
Entonces entornó los parpados, no para dormir, sino para entregarse
del todo a la paz
de aquella noche sagrada. La paz llenaba su corazón, pero se le
antojó que también reinaba a
su alrededor. Olió el sueño tranquilo de la camarera en el
aposento contiguo, el sueño
satisfecho de Antoine Richis al otro lado del pasillo, olió el
pacífico dormitar del posadero y los
mozos, de los perros, de los animales del establo, de toda la aldea y del mar.
El viento se había
calmado. Todo estabaen silencio. Nada perturbaba la paz.
Una vez torció el pie hacia un lado y rozó muy ligeramente el pie
de Laure. No su pie,
en realidad, sino la tela que lo envolvía, impregnada de grasa por
debajo, que absorbía su
fragancia, su magnífica fragancia, la de él.
46
Cuando los pajaros empezaron a gritar -es decir, bastante antes del
alba-, se levantó y
terminó su trabajo. Desenrolló el paño, apartandolo
del cuerpo como un emplasto. La grasa se
separó muy bien de la piel; sólo quedaron algunos restos en los
lugares angulosos, que recogió
con la espatula. Secó las últimas huellas de pomada con el
propio corpiño de Laure, con el cual
frotó el cuerpo de pies a cabeza, tan a fondo que incluso la grasa de
los poros se desprendió de
la piel en diminutas laminas y con ella los últimos efluvios y
vestigios de su fragancia. Ahora sí
que estaba realmente muerta para él, marchita, palida y
desmadejada como los desechos de
una flor.
Tiró el corpiño dentro del paño perfumado, el único
lugar donde ella sobrevivía, añadió
el camisón que envolvía sus cabellos y lo enrolló todo,
formando un pequeño paquete que se
puso bajo el brazo. No se tomó la molestia de cubrir el cadaver
que yacía en el lecho. Y aunque
las tinieblas de la noche ya se habían teñido del gris azulado de
la aurora y los objetos de la
habitación empezaban a perfilarse, no se volvió a mirar hacia la
cama para verla con los ojos
por lo menos una sola vez en su vida. Su figura no leinteresaba; no
existía para él como
cuerpo, sólo como una fragancia incorpórea y ésta la
llevaba bajo el brazo y se marchaba con
ella.
Saltó con cuidado al antepecho de la ventana y bajó por la
escalera. Fuera volvía a
soplar el viento y el cielo estaba despejado y derramaba una luz azul oscura
sobre la tierra.
Media hora después, la sirvienta bajó a encender el fuego de la
cocina. Cuando salió al
patio a buscar leños, vio la escalera apoyada, pero aún estaba
demasiado soñolienta para
extrañarse de ello. El sol salió poco antes de las seis.
Gigantesco y de un rojo dorado, se elevó
sobre el mar entre las dos islas Lerinas. En el cielo no había ni una
nube. Empezaba un
esplendoroso día de primavera.
Richis, cuya habitación daba al oeste, se despertó a las siete.
Por primera vez desde
hacía meses había dormido a pierna suelta y, en contra de su
costumbre, permaneció acostado
un cuarto de hora mas, se desperezó, suspiró de placer y
escuchó los agradables rumores
procedentes de la cocina. Cuando se levantó, abrió la ventana de
par en par, contempló el
espléndido día, aspiró el fresco y perfumado aire matutino
y oyó el susurro del mar, su buen
humor no conoció límites y, frunciendo los labios, silbó
una alegre melodía.
Siguió silbando mientras se vestía y también cuando
abandonó su dormitorio y, con
pasos agiles, cruzó el pasillo y se acercó a la puerta del
aposento de su hija. Llamó. Llamó dos
veces, muy flojo, para no asustarla. No recibió ningunarespuesta.
Sonrió. Comprendía muy
bien que todavía durmiera.
Metió con cuidado la llave en la cerradura y le dio la vuelta, despacio,
muy despacio,
decidido a no despertarla y casi anhelando encontrarla todavía dormida
porque quería
despertarla con besos una vez mas, por última vez antes de
entregarla a otro hombre.
Abrió la puerta, cruzó el umbral y la luz del sol le dio de pleno
en la cara. El aposento
parecía lleno de plata brillante, todo refulgía y el dolor le
obligó a cerrar un momento los ojos.
Cuando volvió a abrirlos, vio a Laure acostada en la cama, desnuda,
muerta, calva y de una
blancura deslumbrante. Era como en la pesadilla que había tenido la
noche pasada en Grasse,
que ya había olvidado y cuyo contenido le volvió ahora a la
memoria
como un relampago. De repente todo era exactamente igual que en aquella
pesadilla, sólo que
muchísimo mas claro.
47
La noticia del asesinato de Laure Richis se propagó con tanta rapidez
por la región de
Grasse como si hubiera estallado el grito de 'El rey ha muerto!' o
'Hay guerra!' o 'Los piratas
han desembarcado en la costa!' y se desencadenó un panico
similar o todavía peor. De
improviso reapareció el miedo cuidadosamente olvidado, virulento como en
otoño, con todas
sus manifestaciones secundarias: el panico, la indignación, la
cólera, las sospechas histéricas,
la desesperación. La población permanecía de noche en sus
casas, encerraba a sus hijas, vivía
tras una barricada,desconfiaba de todos y ya no podía dormir. Todos
pensaban que ocurriría lo
mismo que entonces, que cada semana habría un asesinato. El tiempo
parecía haber
retrocedido medio año.
El miedo era aún mas paralizante que hacía medio
año, porque el súbito regreso del
peligro que se creía conjurado hacía tiempo hizo cundir entre la
gente un sentimiento de
impotencia. Si incluso fracasaba el anatema del obispo! Si ni siquiera Antoine
Richis, el hombre
mas rico de la ciudad, el Segundo Cónsul, un hombre poderoso y
respetado que tenía a su
alcance todos los medios de defensa, había podido proteger a su propia
hija! Si la mano del
asesino no se detenía ni ante la sagrada belleza de Laure porque, de
hecho, todos quienes la
conocían la consideraban una santa y sobre todo ahora, que estaba
muerta, ¿qué esperanza
podía haber de burlar al asesino? Era mas espantoso que la peste,
porque de la peste se podía
huir, y en cambio no se podía escapar de este asesino, como demostraba
el caso de Richis.
Por lo visto poseía facultades sobrenaturales. No cabía la menor
duda de que estaba aliado con
el demonio, si es que no era él mismo el demonio. Y por esto muchos,
sobre todo las almas
mas sencillas, no encontraron otro consuelo que ir a rezar a la iglesia,
cada uno ante el patrón
de su oficio, los cerrajeros a san Luis, los tejedores a san Crispino, los
jardineros a san Antonio,
los perfumistas a san José. Y llevaban consigo a sus mujeres e hijas,
rezaban juntos,comían y
dormían en la iglesia, no las dejaban ni de día, convencidos de
que el amparo de la
desesperada comunidad y presencia de la Virgen eran la única seguridad
posible ante aquel
monstruo, si es que existía aún alguna clase de seguridad.
Otras cabezas mas perspicaces, aduciendo que la iglesia ya había
fracasado una vez,
formaron grupos ocultos, ofrecieron mucho dinero a una bruja autorizada de
Gourdon, se
escondieron en una de las numerosas grutas de piedra caliza de la región
de Grasse y
celebraron misas negras para conquistar el favor de Satanas. Otros,
distinguidos miembros de
la alta burguesía y la nobleza educada, optaron por los mas
modernos métodos científicos,
imantaron sus casas, hipnotizaron a sus hijas y organizaron círculos de
silencio fluidal en sus
salones con el fin de conseguir emisiones mentales colectivas que exorcizaran
telepaticamente
el espíritu del asesino. Las corporaciones organizaron una
procesión de penitentes desde
Grasse a La Napoule y viceversa. Los monjes de los cinco conventos de la ciudad
oficiaban
misas permanentes, y dirigían rogativas y letanías, de modo que
pronto pudo oírse en todos los
rincones de la ciudad un lamento ininterrumpido tanto de día como de
noche. Apenas se
trabajaba.
Así esperaba la población de Grasse, en febril inactividad, casi
con impaciencia, el
siguiente asesinato. Nadie dudaba de que se produciría y todos anhelaban
en secreto conocer
la espantosa noticia, en la única esperanzade que no les afectara a
ellos, sino a los demas.
Las autoridades, por otra parte, tanto de la ciudad como rurales y
provinciales, no se
dejaron contagiar en esta ocasión por el histerismo de la
población. Por primera vez desde la
aparición del asesino de doncellas se organizó una serena y
provechosa colaboración entre los
gobernadores de Grasse, Draguignan y Tolón y entre prefecturas,
policías, intendencias,
parlamentos y la Marina.
El motivo de esta solidaridad de los poderosos fue por una parte el temor de
una
insurrección general y por otra el hecho de que desde el asesinato de
Laure Richis se disponía
de un punto de partida que permitía por primera vez una
persecución sistematica del asesino.
Éste había sido visto. Al parecer se trataba de aquel misterioso
oficial de curtidor que en la
noche del asesinato había pernoctado en el establo de la posada de La
Napoule y
desaparecido al día siguiente sin dejar rastro. Según las
declaraciones concordantes del
posadero, del mozo de cuadra y de Richis, era un hombre de baja estatura y
aspecto
insignificante que llevaba una levita marrón y una mochila de lino
grueso. Aunque en todo lo
demas el recuerdo de los tres testigos era extrañamente vago y no
sabían describir ni su rostro,
ni el color de sus cabellos, ni su voz, el posadero insinuó que, aunque
podía equivocarse, le
había parecido observar en la postura y el modo de andar del forastero
algo torpe, semejante a
un cojeo, como situviera un defecto en la pierna o un pie deforme.
Con estos indicios, dos secciones montadas de la gendarmería
emprendieron hacia las
doce del mismo día del asesinato la persecución del asesino en
dirección a Marsella, una por la
costa y la otra por el camino del interior. Un grupo de voluntarios se
encargó de rastrillar los
alrededores de La Napoule. Dos comisarios de la audiencia provincial de Grasse
viajaron a
Niza para iniciar investigaciones sobre los oficiales de curtidor. En los
puertos de Frèjus,
Cannes y Antibes se controlaron todos los buques antes de que zarparan y en la
frontera de
Saboya se procedió a la identificación de todos los viajeros.
Para aquellos que sabían leer,
apareció una detallada descripción del criminal en todas las
puertas de las ciudades de Grasse.
Vence y Gourdon y en las puertas de las iglesias de los pueblos,
descripción que se pregonaba
ademas tres veces al día. El detalle del pie deforme
reforzó la opinión de que el asesino era el
mismo diablo y contribuyó mas a aumentar el panico entre
la población que a obtener pistas
aprovechables.
Pero cuando el presidente del tribunal de justicia ofreció por encargo
de Richis una
recompensa de nada menos que doscientas libras a quien suministrara detalles
que condujeran
a la captura del autor de los hechos, las denuncias llevaron a la detención
de varios oficiales de
tenería en Grasse, Opio y Gourdon, entre los cuales uno tenía la
desgracia de cojear. Ya se
disponían asometerle a tortura, pese a la coartada defendida por varios
testigos, cuando al
décimo día después del asesinato, un miembro de la guardia
municipal se presentó en la
magistratura y declaró lo siguiente ante los jueces: Hacia las doce de
aquel día, mientras él,
Gabriel Tagliasco, capitan de la guardia, prestaba servicio como de
costumbre en la Porte du
Cours, fue abordado por un individuo cuyo aspecto, como ahora sabía,
coincidía bastante con
la descripción publicada, que le preguntó con insistencia y
maneras apremiantes qué camino
habían tomado por la mañana el Segundo Cónsul y su
caravana al abandonar la ciudad. Ni
entonces ni después atribuyó importancia al hecho y tampoco se
habría vuelto a acordar del
individuo en cuestión -que era muy insignificante- si no le hubiera
visto otra vez por casualidad
la víspera y precisamente aquí en Grasse, en la Rue de la Louve,
ante el taller del 'maetre'
Druot y madame Arnulfi, momento en que también le llamó la
atención el claro cojeo del hombre
cuando entró en el taller.
Una hora después detuvieron a Grenouille. El posadero y el mozo de La
Napoule, que
permanecían en Grasse para la identificación de los otros
sospechosos, le reconocieron en
seguida como el oficial de curtidor que había pernoctado en la posada:
era él, no cabía duda,
éste tenía que ser el asesino que buscaban.
Registraron el taller y registraron la cabaña del olivar que había
detras del convento de
franciscanos. En unrincón, casi a la vista, encontraron el
camisón cortado, el corpiño y los
cabellos rojizos de Laure Richis. Y cuando cavaron en el suelo, encontraron las
ropas y los
cabellos de las otras veinticuatro muchachas. También hallaron la maza
con que había
golpeado a las víctimas y la mochila de lino. Los indicios eran
abrumadores. Mandaron repicar
las campanas. El presidente del tribunal anunció por bando y pregonero
que el famoso asesino
de doncellas a quien se buscaba desde hacía casi un año
había sido finalmente apresado y
estaba bajo estricta custodia.
48
Al principio la gente no creyó en el comunicado oficial. Lo consideraron
un ardid de las
autoridades para ocultar la propia incapacidad y tranquilizar los animos
peligrosamente
excitados. Aún recordaban demasiado bien el tiempo en que se
afirmó que el asesino se había
trasladado a Grenoble. Esta vez el miedo había hecho demasiada mella en
las almas de los
ciudadanos.
La opinión pública no cambió hasta el día siguiente,
cuando las pruebas fueron
públicamente exhibidas en la plaza de la iglesia, delante de la
'Prèvotè'; era una visión terrible
contemplar en hilera ante la catedral, en el lado noble de la plaza, las
veinticinco túnicas con las
veinticinco cabelleras, como espantapajaros montados en estacas.
Muchos centenares de personas desfilaron ante la macabra galería.
Parientes de las
víctimas prorrumpían en gritos al reconocer las ropas. El resto
del gentío, en parte por afansensacionalista y en parte para convencerse
del todo, exigía ver al asesino. Las llamadas
fueron pronto tan insistentes y la inquietud reinante en la pequeña y
atestada plaza tan
amenazadora, que el presidente resolvió hacer salir de su celda a
Grenouille para presentarlo
desde una ventana del primer piso de la 'Prèvotè'.
Cuando Grenouille se asomó a la ventana, el clamor cesó. De
repente el silencio fue
total, como al mediodía de un caluroso día de verano, cuando
todos estan en los campos o se
cobijan a la sombra de las casas. No se oía ningún paso,
ningún carraspeo, ninguna
respiración. Durante varios minutos, la multitud fue sólo ojos y
boca abierta. Nadie podía
comprender que aquel hombre pequeño, fragil y encorvado de la
ventana, aquel hombrecillo,
aquel desgraciado, aquella insignificancia hubiera podido cometer mas de
dos docenas de
asesinatos. Sencillamente, no parecía un criminal. Era cierto que nadie
hubiese sabido decir
'cómo' se imaginaba al asesino, a aquel demonio, pero todos
estaban de acuerdo: así no! Y sin
embargo aunque el asesino no respondía en absoluto a la imagen que la
gente se había
hecho de él y, por lo tanto, su presentación con buena
lógica habría tenido que ser poco
convincente, la sola presencia de aquel hombre en la ventana y el hecho de que
sólo él y
ningún otro fuera presentado como el asesino, causó,
paradójicamente, un efecto persuasivo.
Todos pensaron: No puede ser verdad!, sabiendo en el mismo instante
quetenía que serlo.
Pero cuando la guardia se retiró con el hombrecillo hacia las sombras
del interior de la
sala, cuando ya no estaba, por lo tanto, ni presente ni visible y era
sólo, aunque por una
brevísima fracción de tiempo, un recuerdo, existiendo, casi
podríamos decir, como un concepto
en los cerebros de los hombres, como el concepto de un horrible asesino,
entonces remitió el
aturdimiento de la multitud para dar paso a una reacción natural: las
bocas se cerraron y los
millares de ojos volvieron a animarse. Y de pronto estalló un grito
atronador de venganza y de
cólera: 'Entregadnoslo!' Y se dispusieron a asaltar la
'Prèvotè' para estrangularlo con sus
propias manos, para despedazarlo, para desmembrarlo. Los centinelas pudieron a
duras penas
atrancar la puerta y hacer retroceder a la multitud. Grenouille fue devuelto a
su mazmorra a toda
prisa. El presidente se acercó ala ventana y prometió una
sentencia rapida y ejemplarmente
severa. A pesar de ello, pasaron horas antes de que la muchedumbre se
dispersara, y días,
antes de que la ciudad se tranquilizara un poco.
Y en efecto, el proceso de Grenouille se desarrolló con la maxima
rapidez, ya que no
sólo eran las pruebas de una gran contundencia, sino que el propio
acusado se confesó sin
rodeos durante los interrogatorios autor de los asesinatos que se le imputaban.
Sólo cuando le preguntaron sobre sus motivos, no supo dar una respuesta
satisfactoria.
Sólo repetía una y otra vez quenecesitaba a las muchachas y por
eso las había matado. No
respondía a la pregunta de por qué las necesitaba y para
qué. Entonces le interrogaron en el
potro del tormento, le colgaron cabeza abajo durante horas, le llenaron con
siete pintas de
agua, le aprisionaron los pies con tornillos a presión todo sin el
menor resultado. Parecía
insensible al dolor físico, no exhalaba ningún grito y
sólo repetía al ser preguntado: 'Las
necesitaba'. Los jueces lo tomaron por un demente, interrumpieron las
torturas y decidieron
poner fin al procedimiento sin mas interrogatorios.
La única demora que se produjo se debió a una discrepancia
jurídica surgida con el
magistrado de Draguignan, en cuyo prebostazgo se hallaba enclavado. La Napoule,
y con el
parlamento de Aix, pues ambos querían que el proceso tuviera lugar ante
sus tribunales. Pero
el tribunal de Grasse no se dejó arrebatar el caso. Ellos habían
detenido al autor de los hechos,
la gran mayoría de asesinatos se habían perpetrado en su
jurisdicción y si entregaban al
asesino a otro tribunal el pueblo se les echaría encima. La sangre del
culpable tenía que
derramarse en Grasse.
El 15 de abril de 1766 se falló la sentencia, que fue leída al
acusado en su celda: 'El
oficial de perfumista Jean-Baptiste Grenouille -rezaba- sera llevado
dentro de cuarenta y ocho
horas ante la Porte du Cours de esta ciudad donde, con la cara vuelta hacia el
cielo y atado a
una cruz de madera, se le administraran envida doce golpes con una barra
de hierro que le
descoyuntaran las articulaciones de brazos, piernas, caderas y hombros,
tras lo cual se
levantara la cruz, donde permanecera hasta su muerte'. La
habitual medida de gracia, que
consistía en estrangular al delincuente después de los golpes por
medio de un hilo, fue
expresamente prohibida al verdugo, a pesar de que la agonía podía
prolongarse durante días
enteros. El cuerpo sería enterrado de noche en el desolladero, sin
ninguna señal que marcara
el lugar.
Grenouille escuchó la sentencia sin inmutarse. El alguacil le
preguntó por su último
deseo. 'Nada', contestó Grenouille; tenía todo lo que
necesitaba.
Entró en la celda un sacerdote para confesarle, pero salió al
cabo de un cuarto de hora
sin haberlo conseguido. El condenado, al oír la mención del
nombre de Dios, le había mirado
con una incomprensión tan absoluta como si oyera el nombre por primera
vez y después se
había echado en el catre y conciliado inmediatamente un sueño
profundo. Cualquier palabra
ulterior habría carecido de sentido.
En el transcurso de los dos días siguientes fueron muchos curiosos a ver
de cerca al
famoso asesino. Los centinelas les dejaban aproximarse a la mirilla de la
puerta y pedían seis
'sous' por cada mirada. Un grabador que deseaba hacer un bosquejo
tuvo que pagar dos
francos. Pero el modelo mas bien le decepcionó. Con grilletes en
manos y pies, estuvo todo el
rato acostado en el catre, durmiendo. Tenía lacara vuelta hacia la pared
y no reaccionaba a los
golpes en la puerta ni a los gritos. La entrada en la celda estaba
estrictamente prohibida a los
visitantes y los centinelas no se atrevían a desobedecer esta orden, a
pesar de las tentadoras
ofertas. Se temía que el prisionero fuese asesinado a destiempo por un
pariente de sus
víctimas; por el mismo motivo no se le podía ofrecer comida, para
no correr el riesgo de que
fuese envenenado. Durante todo su cautiverio, Grenouille recibió los
alimentos de la cocina de
la servidumbre del palacio episcopal, que antes tenía que probar el
director de la prisión. Por
otra parte, los dos últimos días no comió nada, se
limitó a dormir. De vez en cuando sonaban
sus cadenas y, al acudir a toda prisa el centinela, le veía beber un
sorbo de agua, volver a
echarse y continuar durmiendo. Daba la impresión de ser un hombre tan
cansado de la vida que
ni siquiera deseaba vivir despierto las últimas horas de su existencia.
Entretanto se preparaba el Cours para la ejecución. Los carpinteros
construyeron un
cadalso de tres metros de anchura por tres de longitud y dos de altura, con una
barandilla y una
sólida escalera; en Grasse no se había visto nunca uno tan regio.
Edificaron asimismo una
tribuna de madera para los notables de la ciudad y una valla para contener a la
plebe, que
debía mantenerse a una distancia prudencial. Las ventanas de las casas
que se encontraban a
izquierda y derecha de la Porte du Cours,así como las del cuartel, se
habían alquilado hacía
tiempo a precios exorbitantes. Incluso en el hospital de la Charitè, que
estaba un poco de
costado, había conseguido el ayudante del verdugo desalojar a los
enfermos de una sala y
alquilarla con pingües beneficios a los curiosos. Los vendedores de
limonada se aprovisionaron
de agua de regaliz en grandes latas, el grabador en cobre imprimió
centenares de ejemplares
del bosquejo que había dibujado en la prisión y adornado con su
fantasía, los vendedores
ambulantes acudieron a docenas a la ciudad y los panaderos cocieron pastas
conmemorativas.
El verdugo, monsieur Papon, que no había descoyuntado a ningún
delincuente desde
hacía años, se hizo forjar una pesada vara de hierro de forma
cuadrada y fue con ella al
matadero para practicar con las reses muertas. Sólo podía asestar
doce golpes, con los que
debía romper las doce articulaciones sin dañar las partes valiosas
del cuerpo, como el pecho o
la cabeza; una tarea difícil que requería mucho tino.
Los ciudadanos se preparaban para el acontecimiento como para una gran
festividad.
Se daba por descontado el hecho de que nadie trabajaría. Las mujeres se
plancharon el vestido
de las fiestas y los hombres desempolvaron sus levitas y se hicieron lustrar
las botas. Quienes
ostentaban un cargo militar o civil o eran maestros de gremio, abogados,
notarios, directores de
una hermandad o cualquier otra corporación importante, sacaron su
uniforme o trajeoficial,
condecoraciones, fajines, cadenas y blancas pelucas empolvadas. Los creyentes
pensaban
reunirse, 'post festum', en un oficio divino, los hijos de
Satan en una burda misa negra de
acción de gracias en honor de Lucifer, la nobleza culta en una
sesión de magnetismo en las
casas de Cabris, Villeneuves y Fontmichels. En las cocinas ya se horneaba y
asaba, se subía
vino de las bodegas y se compraban flores en el mercado y tanto organista como
coro
ensayaban en la catedral.
En casa de Richis, en la Rue Droite, reinaba el silencio. Richis había
desdeñado
cualquier preparativo para el 'Día de la Liberación',
como llamaba el pueblo al día de la
ejecución del asesino. Todo aquello le repugnaba. Le había
repugnado el temor súbito y
renovado de la población, así como su febril alegría
posterior. La plebe en sí le repugnaba. No
había participado en la presentación del asesino y sus
víctimas en la plaza de la catedral, ni
asistido al proceso, ni desfilado con los curiosos, avidos de sensaciones,
ante la celda del
condenado a muerte. Para la identificación de los cabellos y ropas de su
hija había recibido en
su casa al tribunal, pronunciado su declaración de manera concisa y
breve y pedido que le
dejaran las pruebas como reliquia, petición que fue atendida. Las
llevó a la habitación de Laure,
colocó el camisón cortado y el corpiño sobre su lecho,
extendió los cabellos rojizos sobre la
almohada, se sentó delante y no abandonó mas eldormitorio,
ni de noche ni de día, como si
quisiera, con esta innecesaria guardia, reparar la que no hiciera la noche de
La Napoule.
Estaba tan lleno de repugnancia, de asco hacia el mundo y hacia sí
mismo, que no podía llorar.
También el asesino le inspiraba repugnancia. No quería verle
mas como hombre, sólo
como víctima que va a ser sacrificada. No quería verle hasta el
día de la ejecución, cuando
estuviera atado a la cruz y recibiera los doce golpes; entonces sí que
quería verle, y bien de
cerca, para lo cual ya había reservado un lugar en la primera fila. Y
cuando el pueblo se hubiera
dispersado al cabo de unas horas, subiría al cadalso, se sentaría
delante de él y haría guardia
noches y días enteros, los que hicieran falta, mirando a los ojos al
asesino de su hija para que
viera en ellos toda su repugnancia y para que esta repugnancia corroyera su
agonía como un
acido caustico hasta que reventara
¿Después? ¿Qué haría después? No lo
sabía. Quiza reanudaría su vida anterior, quiza
se casaría, quiza engendraría un hijo, quiza no
haría nada, quiza moriría. Sentía una
indiferencia total. Pensar en ello se le antojaba tan insensato como pensar en
lo que haría
después de su propia muerte. Nada, claro. Nada que pudiera saber ahora.
49
La ejecución estaba fijada para las cinco de la tarde. Los primeros
curiosos llegaron ya
por la mañana y se aseguraron un lugar, llevando consigo sillas y
taburetes, cojines, comida,
vino y a sus hijos.Cuando la multitud empezó a acudir en masa desde
todas las direcciones
mas o menos al mediodía, el Cours ya estaba tan atestado que los
recién venidos tuvieron que
acomodarse en los jardines y campos que formaban terrazas al otro lado de la
plaza y en el
camino de Grenoble. Los vendedores ya hacían un buen negocio, la gente
comía y bebía,
zumbaba y bullía como en un mercado. Pronto se congregó una
muchedumbre de unos diez mil
hombres, mujeres y niños, mas que en la fiesta de la reina del
jazmín, mas que en la mayor de
las procesiones, mas que en cualquier otro acontecimiento celebrado en
Grasse. Se habían
encaramado hasta las laderas. Colgaban de los arboles, se acurrucaban
sobre muros y tejados,
se apiñaban en número de diez o de doce en las ventanas.
Sólo en el centro del Cours,
protegido por la barricada de la valla, como un recorte entre la masa de seres
humanos,
quedaba un espacio libre para la tribuna y el cadalso, que de repente
parecía muy pequeño,
como un juguete o el escenario de un teatro de títeres. Y se dejó
libre una callejuela que iba
desde la plaza de la ejecución a la Porte du Cours y se adentraba en la
Rue Droite.
Poco después de las tres apareció monsieur Papon con sus
ayudantes. Sonó una
ovación. Subieron al cadalso el aspa hecha con maderos y la colocaron a
la altura apropiada,
apuntalandola con cuatro pesados potros de carpintero. Uno de los
ayudantes la clavó. Cada
movimiento de los ayudantes del verdugo y delcarpintero era saludado por la
multitud con un
aplauso. Y cuando Papon reapareció con la barra de hierro, rodeó
la cruz, midió sus pasos y
asestó un golpe imaginario ya desde un lado, ya desde el otro, se
oyó una explosión de
auténtico júbilo.
A las cuatro empezó a llenarse la tribuna. Había mucha gente
elegante a quien admirar,
ricos caballeros con lacayos y finos modales, hermosas damas, grandes sombreros
y
centelleantes vestidos. Toda la nobleza de la ciudad y del campo estaba
presente. Los
miembros del concejo aparecieron en apretada comitiva, encabezados por los dos
cónsules.
Richis llevaba ropas negras, medias negras y sombrero negro. detras del
concejo llegó el
magistrado, precedido por el presidente del tribunal. El último en
aparecer fue el obispo, en silla
de manos descubierta, vestido de reluciente morado y tocado con una birreta
verde.
Los que aún llevaban la cabeza cubierta, se quitaron la gorra. El
ambiente adquirió
solemnidad. Después no sucedió nada durante unos diez minutos.
Los notables de la ciudad
habían ocupado sus puestos y el pueblo esperaba inmóvil; nadie
comía, todos se mantenían a
la espera. Papon y sus ayudantes permanecían en el escenario del cadalso
como atornillados
en sus puestos. El sol pendía grande y amarillo sobre el Esterel. Un
viento templado soplaba de
la cuenca de Grasse, trayendo consigo la fragancia de las flores de azahar.
Hacía mucho calor
y el silencio era casi irreal.
Por fin, cuando ya parecía quela tensión no podía
prolongarse por mas tiempo sin que
estallara un grito multitudinario, un tumulto, un delirio colectivo o cualquier
otro desorden, se
oyó en el silencio el trote de unos caballos y un chirrido de ruedas.
Por la Rue Droite bajaba un carruaje cerrado tirado por dos caballos, el
carruaje del
teniente de policía. Pasó por delante de la puerta de la ciudad y
apareció, visible ya para todo el
mundo, en la callejuela que conducía a la plaza de la ejecución.
El teniente de policía había
insistido en esta clase de transporte, pues de otro modo no creía poder
garantizar la seguridad
del delincuente. No era en absoluto un transporte habitual. La prisión
se hallaba apenas a cinco
minutos de la plaza y cuando, por los motivos que fueran, un condenado no
podía recorrer este
corto trecho por su propio pie, se le llevaba en una carreta tirada por asnos.
Nunca se había
visto que un condenado fuera conducido a su propia ejecución en una
carroza con cochero,
lacayos de librea y séquito a caballo.
A pesar de esto, la multitud no se inquietó ni encolerizó, sino
al contrario, se alegró de
que sucediera algo y consideró la cuestión del carruaje como una
ocurrencia divertida, del
mismo modo que en el teatro siempre resulta grato que una pieza conocida sea
presentada de
una forma nueva y sorprendente. Muchos encontraron incluso que la escena era
apropiada; un
criminal tan terrible exigía un tratamiento fuera de lo corriente. No se
le podíallevar a la plaza
encadenado para descoyuntarlo y matarlo a golpes como a un ratero común.
No habría habido
nada sensacional en esto. En cambio, sacarle de la cómoda carroza para
conducirle hasta la
cruz sí que era un acto de crueldad muy original.
El carruaje se detuvo entre el cadalso y la tribuna. Los lacayos saltaron,
abrieron la
portezuela y bajaron el estribo. El teniente de policía se apeó,
tras él lo hizo el oficial de la
guardia y por último, Grenouille, vestido con levita azul, camisa
blanca, medias de seda blancas
y zapatos negros de hebilla. No iba esposado y nadie lo llevaba del brazo. Se
apeó de la
carroza como un hombre libre.
Y entonces ocurrió un milagro. O algo muy parecido a un milagro, o sea,
algo igualmente
incomprensible, increíble e inaudito que con posterioridad todos los
testigos habrían calificado
de milagro si hubieran llegado a hablar de ello alguna vez, lo cual no fue el
caso, porque
después todos se avergonzaron de haber participado en el acontecimiento.
Ocurrió que los diez mil seres humanos del Cours y las laderas
circundantes se sintieron
de improviso imbuidos de la mas inquebrantable convicción de que
el hombrecillo de la levita
azul que acababa de apearse del carruaje 'no podía ser un
asesino'. Y no es que dudaran de
su identidad! Allí estaba el mismo hombre que habían visto
hacía pocos días en la plaza de la
iglesia, asomado a la ventana de la 'Prèvotè', y a
quien, si hubieran podido cogerlo, habríanlinchado con el odio
mas enfurecido. El mismo que dos días antes había sido
justamente
condenado sobre la base de la mas concluyente evidencia y de la propia
confesión. El mismo
cuya ejecución por parte del verdugo habían esperado todos con
avidez un minuto antes. Era
él, no cabía duda! Y sin embargo no era él, no
podía serlo, no podía ser un asesino. El
hombre que estaba en el lugar de la ejecución era la inocencia en
persona. En aquel momento
lo supieron todos, desde el obispo hasta el vendedor de limonada, desde la
marquesa hasta la
pequeña lavandera, desde el presidente del tribunal hasta el golfillo
callejero.
También Papon lo supo. Y sus puños, que aferraban la barra de
hierro, temblaron. De
repente sintió debilidad en sus fuertes brazos, flojedad en las rodillas
y una angustia infantil en
el corazón. No podría levantar aquella barra, jamas en
toda su vida sería capaz de descargarla
contra un hombrecillo inocente, oh, temía el momento en que lo subieran
al cadalso! Se
estremeció. El fuerte, el grande Papon tuvo que apoyarse en su barra
asesina para que las
rodillas no se le doblaran de debilidad!
Lo mismo sucedió a los diez mil hombres, mujeres, niños y
ancianos reunidos allí: se
sintieron débiles como doncellas que ceden a la seducción de su
amante. Les dominó una
abrumadora sensación de afecto, de ternura, de absurdo cariño
infantil y sí, Dios era testigo, de
amor hacia aquel pequeño asesino y no podían ni querían
hacer nadacontra él. Era como un
llanto contra el cual uno no puede defenderse, como un llanto contenido durante
largo tiempo,
que se abre paso desde el estómago y anula deforma maravillosa toda
resistencia, diluyendo y
lavando todo. La multitud ya era sólo líquida, se había
diluido interiormente en su alma y en su
espíritu, era sólo un líquido amorfo y únicamente
sentía el latido incesante de su corazón; y
todos y cada uno de ellos puso este corazón, para bien o para mal, en la
mano del hombrecillo
de la levita azul: lo amaban.
Grenouille permaneció varios minutos ante la portezuela abierta del
carruaje, sin
moverse. El lacayo que estaba a su lado se había puesto de hinojos y se
fue inclinando cada
vez mas hasta adoptar la postura que en Oriente es preceptiva ante el
sultan o ante Ala . E
incluso en esta actitud temblaba y se balanceaba y hacía lo posible por
inclinarse mas, por
tenderse de bruces en la tierra, por hundirse, por enterrarse en ella. Hasta el
otro confín del
mundo habría querido hundirse como prueba de sumisión. El oficial
de la guardia y el teniente
de policía, ambos hombres de impresionante físico, cuyo deber
habría sido ahora acompañar al
condenado al cadalso y entregarlo al verdugo, ya no eran capaces de
ningún movimiento
coordinado. Llorando, se quitaron las gorras, volvieron a ponérselas,
las tiraron al suelo,
cayeron el uno en brazos del otro, se desasieron, agitaron como locos los
brazos en el aire, se
retorcieron lasmanos, se estremecieron e hicieron muecas como aquejados del
baile de san
Vito.
Los notables de la ciudad, que se encontraban un poco mas lejos,
demostraron su
emoción de modo apenas mas discreto. Cada uno dio rienda suelta a
los impulsos de su
corazón. Había damas que al ver a Grenouille se llevaron los
puños al regazo y suspiraron
extasiadas; otras se desmayaron en silencio por el ardiente deseo que les
inspiraba el
maravilloso adolescente (porque como tal lo veían). Había
caballeros que saltaron de su
asiento, volvieron a sentarse y saltaron de nuevo, respirando con fuerza y
apretando la
empuñadura de su espada como si quisieran desenvainarla, y apenas
iniciaban el ademan,
volvían a guardarla con ruidoso rechinamiento de metales; otros
dirigieron en silencio los ojos al
cielo y juntaron las manos como si orasen; y monseñor, el obispo, como
si tuviera nauseas,
inclinó el torso y se golpeó la rodilla con la frente hasta que
la birreta verde le resbaló de la
cabeza; y no es que sintiera nauseas, sino que se entregó por
primera vez en su vida a un
éxtasis religioso, porque había ocurrido un milagro ante la vista
de todos, el mismo Dios en
persona había detenido los brazos del verdugo al dar apariencia de
angel a quien parecía un
asesino a los ojos del mundo. Oh, que algo semejante ocurriera todavía
en el siglo XVIII! Qué
grande era el Señor! Y qué pequeño e insignificante
él mismo, que había lanzado un anatema
sin estar convencido, sólopara tranquilizar al pueblo! Oh, qué
presunción, qué poca fe! Y ahora
el Señor obraba un milagro! Oh, qué maravillosa
humillación, qué dulce castigo, qué gracia, ser
castigado así como obispo de Dios!
Mientras tanto, el pueblo del otro lado de la barricada se entregaba cada vez
con mas
descaro a la inquietante borrachera de sentimientos ocasionada por la
aparición de Grenouille.
Los que al principio sólo habían experimentado compasión y
ternura al verle, estaban ahora
invadidos por un deseo sin límites, los que habían empezado
admirando y deseando, se
encontraban ahora en pleno éxtasis. Todos consideraban al hombre de la
levita azul el ser mas
hermoso, atractivo y perfecto que podían imaginar: a las monjas les
parecía el Salvador en
persona; a los seguidores de Satanas, el deslumbrante Señor de
las Tinieblas; a los cultos, el
Ser Supremo; a la doncella, un príncipe de cuento de hadas; a los
hombres, una imagen ideal
de sí mismos. Y todos se sentían reconocidos y cautivados por
él en su lugar mas sensible;
había acertado su centro erótico. Era como si aquel hombre
poseyera diez mil manos invisibles
y hubiera posado cada una de ellas en el sexo de las diez mil personas que le
rodeaban y se lo
estuviera acariciando exactamente del modo que cada uno de ellos, hombre o
mujer, deseaba
con mayor fuerza en sus fantasías mas íntimas.
La consecuencia fue que la inminente ejecución de uno de los criminales
mas
aborrecibles de su época setransformó en la mayor bacanal
conocida en el mundo después del
siglo segundo antes de la era cristiana: mujeres recatadas se rasgaban la
blusa, descubrían sus
pechos con gritos histéricos y se revolcaban por el suelo con las faldas
arremangadas. Los
hombres iban dando tropiezos, con los ojos desvariados, por el campo de carne
ofrecida
lascivamente, se sacaban de los pantalones con dedos temblorosos los miembros
rígidos como
una helada invisible, caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en
las posiciones y con
las parejas mas inverosímiles, anciano con doncella, jornalero
con esposa de abogado,
aprendiz con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como
venían. El aire estaba lleno
del olor dulzón del sudor voluptuoso y resonaba con los gritos,
gruñidos y gemidos de diez mil
animales humanos. Era infernal.
Grenouille permanecía inmóvil y sonreía, y su sonrisa,
para aquellos que la veían, era la
mas inocente, cariñosa, encantadora y a la vez seductora del
mundo. Sin embargo, no era en
realidad una sonrisa, sino una mueca horrible y cínica que torcía
sus labios y reflejaba todo su
triunfo y todo su desprecio. Él, Jean-Baptiste Grenouille, nacido sin
olor en el lugar mas
nauseabundo de la tierra, en medio de basura, excrementos y putrefacción,
criado sin amor,
sobreviviendo sin el calor del alma humana y sólo por obstinación
y la fuerza de la repugnancia,
bajo, encorvado, cojo, feo, despreciado, un monstruo por dentro y por
fuerahabía conseguido
ser estimado por el mundo. ¿Cómo, estimado? Amado! Venerado!
Idolatrado! Había llevado a
cabo la proeza de Prometeo. A fuerza de porfiar y con un refinamiento infinito,
había
conquistado la chispa divina que los demas recibían gratis en la
cuna y que sólo a él le había
sido negada. mas aún! La había prendido él mismo,
sin ayuda, en su interior. Era aún mas
grande que Prometeo. Se había creado un aura propia, mas
deslumbrante y mas efectiva que
la poseída por cualquier otro hombre. Y no la debía a nadie -ni a
un padre, ni a una madre y
todavía menos a un Dios misericordioso-, sino sólo a sí
mismo. De hecho, era su propio Dios y
un Dios mucho mas magnífico que aquel Dios que apestaba a
incienso y se alojaba en las
iglesias. Ante él estaba postrado un obispo auténtico que
gimoteaba de placer. Los ricos y
poderosos, los altivos caballeros y damas le admiraban boquiabiertos mientras
el pueblo, entre
el que se encontraban padre, madre, hermanos y hermanas de sus víctimas,
hacían corro para
venerarle y celebraban orgías en su nombre. A una señal suya,
todos renegarían de su Dios y
le adorarían a él, el Gran Grenouille.
Sí, 'era' el Gran Grenouille! Ahora quedaba demostrado. Igual
que en sus amadas
fantasías, así era ahora en la realidad. En este momento estaba
viviendo el mayor triunfo de su
vida. Y tuvo una horrible sensación.
Tuvo una horrible sensación porque no podía disfrutar ni un
segundo de aquel triunfo. En
el instanteen que se apeó del carruaje y puso los pies en la soleada
plaza, llevando el perfume
que inspira amor en los hombres, el perfume en cuya elaboración
había trabajado dos años, el
perfume por cuya posesión había suspirado toda su vida en
aquel instante en que vio y olió su
irresistible efecto y la rapidez con que, al difundirse, atraía y
apresaba a su alrededor a los
seres humanos, en aquel instante volvió a invadirle la enorme
repugnancia que le inspiraban los
hombres y ésta le amargó el triunfo hasta tal extremo, que no
sólo no sintió ninguna alegría,
sino tampoco el menor rastro de satisfacción. Lo que siempre
había anhelado, que los demas le
amaran, le resultó insoportable en el momento de su triunfo, porque
él no los amaba, los
aborrecía. Y supo de repente que jamas encontraría
satisfacción en el amor, sino en el odio, en
odiar y ser odiado.
Sin embargo, el odio que sentía por los hombres no encontraba
ningún eco en éstos.
Cuanto mas los aborrecía en este instante, tanto mas le
idolatraban ellos, porque lo único que
percibían de él era su aura usurpada, su mascara fragante,
su perfume robado, que de hecho
servía para inspirar adoración.
Ahora, lo que mas le gustaría sería eliminar de la faz de
la tierra a estos hombres
estúpidos, apestosos y erotizados, del mismo modo que una vez eliminara
del paisaje de su
negra alma los olores extraños. Y deseó que se dieran cuenta de
lo mucho que los odiaba y
que le odiaran a su vez paracorresponder a este único sentimiento que
él había experimentado
en su vida y decidieran eliminarlo, como había sido su intención
hasta ahora mismo. Quería
expresarse por primera y última vez en su vida. Quería ser por
una sola vez igual que los otros
hombres y expresar lo que sentía: expresar su odio, así como
ellos expresaban su amor y su
absurda veneración. Quería, por una vez, por una sola vez, ser
reconocido en su verdadera
existencia y recibir de otro hombre una respuesta a su único sentimiento
verdadero, el odio.
Pero no ocurrió nada parecido; no podía ser y hoy menos que
nunca, porque iba
disfrazado con el mejor perfume del mundo y bajo este disfraz no tenía
rostro, nada aparte de
su total ausencia de olor. Entonces, de repente, se encontró muy mal,
porque sintió que las
nieblas volvían a elevarse.
Como aquella vez en la caverna, en el sueño en el corazón de su
fantasía, surgieron de
improviso las nieblas, las espantosas nieblas de su propio olor, que no
podía oler porque era
inodoro. Y, como entonces, sintió un miedo y una angustia terribles y
creyó que se ahogaba.
Pero a diferencia de entonces, esto no era ningún sueño, ninguna
pesadilla, sino la realidad
desnuda. Y a diferencia de entonces, no estaba solo en una cueva, sino en una
plaza en
presencia de diez mil personas. Y a diferencia de entonces, aquí no le
ayudaría ningún grito a
despertarse y liberarse, aquí no le ayudaría ninguna huida hacia
el mundo bueno, calido ysalvador. Porque esto, aquí y ahora,
'era' el mundo y esto, aquí y ahora, era su sueño
convertido en realidad. Y él mismo lo había querido así.
Las temibles nieblas asfixiantes continuaron elevandose del fango de su
alma, mientras
el pueblo gemía a su alrededor, presa de estremecimientos
orgiasticos y orgasmicos. Un
hombre se le acercaba corriendo desde las primeras filas de la tribuna de
autoridades, después
de saltar al suelo con tanta violencia que el sombrero negro se le cayó
de la cabeza, y ahora
cruzaba la plaza de la ejecución con los faldones de la levita negra
ondeando tras él, como un
cuervo o como un angel vengador. Era Richis.
Me matar, pensó Grenouille. Es el único que no se deja
engañar por mi disfraz. No
puede dejarse engañar. La fragancia de su hija se ha adherido a
mí de un modo tan claro y
revelador como la sangre. Tiene que reconocerme y matarme. Tiene que hacerlo.
Y abrió los brazos para recibir al angel que se precipitaba hacia
él. Ya creía sentir en el
pecho la magnífica punzada de la espada o el puñal y cómo
penetraba la hoja en su frío
corazón, atravesando todo el blindaje del perfume y las nieblas
asfixiantes por fin, por fin algo
en su corazón, algo que no fuera él mismo! Ya se sentía
casi liberado.
Pero de repente Richis se apretó contra su pecho, no un angel
vengador, sino un Richis
trastornado, sacudido por lastimeros sollozos, que le rodeó con sus
brazos y se agarró
fuertemente a él como si no hallaraningún otro apoyo en un
océano de dicha. Ninguna
puñalada liberadora, ningún acero en el corazón, ni
siquiera una maldición o un grito de odio.
En lugar de esto, la mejilla húmeda de lagrimas de Richis pegada
contra la suya y unos labios
trémulos que le susurraron:
--Perdóname, hijo mío, querido hijo mío, perdóname!
Entonces surgió de su interior algo blanco que le tapó los ojos y
el mundo exterior se
volvió negro como el carbón. Las nieblas prisioneras se licuaron,
formando un líquido
embravecido como leche hirviente y espumosa. Lo inundaron y, al no encontrar
salida,
ejercieron una presión insoportable contra las paredes interiores de su
cuerpo. Quiso huir, huir
como fuera, pero ¿adónde? Quería estallar, explotar,
para no asfixiarse a sí mismo. Al final
se desplomó y perdió el conocimiento.
50
Cuando volvió en sí, estaba acostado en la cama de Laure Richis.
Sus reliquias, ropas y
cabellos, habían sido retirados. Sobre la mesilla de noche ardía
una vela. A través de la
ventana entornada, oyó la lejana algarabía de la ciudad jubilosa.
Antoine Richis, sentado en un
taburete junto a la cama, le velaba. Tenía la mano de Grenouille entre
las suyas y se la
acariciaba.
Aun antes de abrir los ojos, Grenouille revisó la atmósfera. En
su interior había paz;
nada bullía ni ejercía presión. En su alma volvía a
reinar la acostumbrada noche fría que
necesitaba para que su conciencia estuviera clara y tersa y pudiera asomarse
hacia fuera: allíolió su perfume. Había cambiado. Las
puntas se habían debilitado un poco, de ahí que la nota
central de la fragancia de Laure dominara con magnificencia todavía
mayor, como un fuego
suave, oscuro y chispeante. Se sintió seguro. Sabía que
aún sería inexpugnable durante horas.
Abrió los ojos.
La mirada de Richis estaba fija en él, una mirada que expresaba una
benevolencia
infinita, ternura, emoción y la profundidad hueca e insulsa del amante.
Sonrió, apretó mas la mano de Grenouille y dijo:
--Ahora todo ira bien. El magistrado ha anulado tu sentencia. Todos los
testigos se han
retractado. Eres libre. Puedes hacer lo que quieras. Pero yo quiero que te
quedes conmigo. He
perdido una hija y quiero ganarte como hijo. Te pareces a ella. Eres hermoso
como ella, tus
cabellos, tu boca, tu mano Te he retenido la mano todo el tiempo y es como
la de ella. Y
cuando te miro a los ojos, me parece que la estoy viendo a ella. Eres su
hermano y quiero que
seas mi hijo, mi alegría, mi orgullo y mi heredero. ¿Viven
todavía tus padres? Grenouille negó
con la cabeza y el rostro de Richis enrojeció de felicidad.
--Entonces, ¿seras mi hijo? -tartamudeó,
levantandose del taburete de un salto para
sentarse en el borde del lecho y apretar también la otra mano de
Grenouille-. ¿Lo seras? ¿Lo
seras? ¿Me aceptas como padre? No digas nada! No hables!
Aún estas muy débil para hablar.
Asiente sólo con la cabeza! Grenouille asintió. La felicidad de
Richis le brotóentonces como
sudor rojo por todos los poros e, inclinandose sobre Grenouille, le
besó en la boca.
--Duerme ahora, mi querido hijo! -exclamó al enderezarse-. Me
quedaré a tu lado hasta que te
duermas. -Y después de contemplarle largo rato con una dicha muda,
añadió-: Me haces muy,
muy feliz.
Grenouille curvó un poco las comisuras de los labios, como había
visto hacer a los
hombres cuando sonreían. Entonces cerró los ojos. Esperó
un poco antes de respirar profunda
y regularmente, como respira la gente dormida. Sentía en su rostro la
mirada amorosa de
Richis. En un momento dado, notó que Richis volvía a inclinarse
para besarle de nuevo, pero se
detuvo por temor a despertarle. Por fin apagó la vela de un soplo y
salió de puntillas de la
habitación.
Grenouille permaneció acostado hasta que no oyó ningún
ruido ni en la casa ni en la
ciudad. Cuando se levantó, ya amanecía. Se vistió,
enfiló despacio el pasillo, bajó despacio las
escaleras, cruzó el salón y salió a la terraza.
Desde allí se podían ver las murallas de la ciudad, la cuenca de
Grasse y, con tiempo
despejado, incluso el mar. Ahora flotaba sobre los campos una niebla fina, un
vapor mas bien, y
las fragancias que llegaban de ellos, hierba, retama y rosas, eran como
lavadas, limpias,
simples, consoladoramente sencillas. Grenouille atravesó el
jardín y escaló la muralla.
Arriba, en el Cours, tuvo que luchar otra vez para soportar los olores humanos
antes de
alcanzar el campo abierto.El lugar entero y las laderas parecían un
enorme y desordenado
campamento militar. Los borrachos yacían a miles, exhaustos tras el
libertinaje de la fiesta
nocturna, muchos desnudos y muchos medio cubiertos por ropas bajo las que se
habían
acurrucado como si se tratara de una manta. El aire apestaba a vino rancio, a
aguardiente, a
sudor y a orina, a excrementos de niño y a carne carbonizada.
Aquí y alla humeaban aún los
rescoldos de las hogueras donde habían asado la comida y en torno a las
cuales habían bebido
y bailado. Aquí y allí sonaba todavía entre los miles de
ronquidos un balbuceo o una risa. Es
posible que muchos aún estuvieran despiertos y siguieran bebiendo para
nublar del todo los
últimos rincones sobrios de su cerebro. Pero nadie vio a Grenouille, que
sorteaba los cuerpos
tendidos con cuidado y prisa al mismo tiempo, como si avanzara por un campo de
lodo. Y si
alguien le vio, no le reconoció. Ya no despedía ningún
olor. El milagro se había terminado.
Cuando llegó al final del Cours, no tomó el camino de Grenoble ni
el de Cabris, sino que
fue a campo traviesa en dirección oeste, sin volverse a mirar ni una
sola vez. Hacía rato que
había desaparecido cuando salió el sol, grueso, amarillo y
abrasador.
La población de Grasse se despertó con una espantosa resaca.
Incluso aquellos que no
habían bebido tenían la cabeza pesada y nauseas en el
estómago y en el corazón. En el Cours,
a plena luz del día, honestos campesinos buscabanlas ropas de que se
habían despojado en
los excesos de la orgía, mujeres honradas buscaban a sus maridos e
hijos, parejas que no se
conocían entre sí se desasían con horror del abrazo
mas íntimo, amigos, vecinos, esposos se
encontraban de improviso unos a otros en penosa y pública desnudez.
Muchos consideraron esta experiencia tan espantosa, tan inexplicable y tan
incompatible
con sus auténticas convicciones morales, que en el mismo momento de
adquirir conciencia de
ella la borraron de su memoria y después realmente ya no pudieron
recordarla. Otros, que no
dominaban con tanta perfección el aparato de sus percepciones,
intentaron mirar hacia otro
lado, no escuchar y no pensar, lo cual no resultaba nada sencillo, porque la
vergüenza era
demasiado general y evidente. Los que habían encontrado a sus familias y
sus efectos
personales, se marcharon de la manera mas rapida y discreta
posible. Hacia el mediodía, la
plaza estaba desierta, como barrida por el viento.
Los ciudadanos que salieron de sus casas, lo hicieron al caer la tarde, para
atender a
los asuntos mas urgentes. Se saludaron con prisas al encontrarse, y
sólo hablaron de temas
banales. Nadie pronunció una palabra sobre los sucesos de la
víspera y la noche pasada. El
desenfreno y el descaro del día anterior se había convertido en
vergüenza. Y todos la sentían,
porque todos eran culpables. Los habitantes de Grasse no habían estado
nunca tan de acuerdo
como en aquellos días. Vivíancomo entre algodones.
Muchos, sin embargo, por la índole de su profesión, tuvieron que
ocuparse directamente
de lo ocurrido. La continuidad de la vida pública, la inviolabilidad del
derecho y el orden exigían
medidas inmediatas. Por la tarde se reunió el concejo municipal. Los
caballeros, entre ellos el
Segundo Cónsul, se abrazaron en silencio, como si con este gesto
conspiratorio quedara
constituido un nuevo gremio. Decidieron por unanimidad, sin mencionar los
hechos, ni siquiera
el nombre de Grenouille, 'ordenar el desmantelamiento inmediato de la
tribuna y el cadalso del
Cours y resta-blecer el orden en la plaza y los campos circundantes'. Y
acordaron desembolsar
ciento sesenta libras para este fin.
A la misma hora celebró una sesión el tribunal de la
'Prèvotè'. El magistrado acordó sin
discusión considerar cerrado el 'Caso G.', archivar las actas
y abrir un nuevo proceso contra el
asesino, hasta ahora desconocido, de veinticinco doncellas de la región
de Grasse. El teniente
de policía recibió orden de iniciar sin tardanza las
investigaciones.
Al día siguiente ya lo encontraron. Basandose en sospechas bien
fundadas, arrestaron
a Dominique Druot, 'maetre perfumeur' de la Rue de la Louve, en cuya
cabaña se habían
descubierto al fin y al cabo las ropas y cabelleras de todas las
víctimas. El tribunal no se dejó
engañar por sus protestas iniciales. Tras catorce horas de tortura lo
confesó todo y pidió incluso
una ejecución rapida, que sefijó para el día
siguiente. Se lo llevaron al alba, sin ninguna
ceremonia, sin cadalso y sin tribunas, y lo colgaron sólo en presencia
del verdugo, varios
miembros del tribunal, un médico y un sacerdote. El cadaver,
después de que la muerte se
produjera y fuese constatada y certificada por el médico forense, fue
enterrado sin pérdida de
tiempo. Con esto se liquidó el caso.
De todos modos, la ciudad ya lo había olvidado y, por cierto, tan
completamente, que los
viajeros que en los días siguientes llegaron a Grassey preguntaron de
paso por el famoso
asesino de doncellas, no encontraron ni a un hombre sensato que pudiera
informarles al
respecto. Sólo un par de locos de la Charitè, notorios casos de
enajenación mental,
chapurrearon algo sobre una gran fiesta en la Place du Cours a causa de la cual
les habían
obligado a desalojar su habitación.
Y la vida pronto se normalizó del todo. La gente trabajaba con
laboriosidad, dormía
bien, atendía a sus negocios y era recta y honrada. El agua brotaba como
siempre de los
numerosos manantiales y fuentes y arrastraba el fango por las calles. La ciudad
volvió a ofrecer
su aspecto sórdido y altivo en las laderas que dominaban la
fértil cuenca. El sol calentaba.
Pronto sería mayo. Ya se cosechaban las rosas.
Cuarta Parte
::::::::::::::
51
Grenouille caminaba de noche. Como al principio de su viaje, evitaba las
ciudades,
eludía los caminos, se echaba a dormir al amanecer, se levantaba a la
caídade la tarde y
reemprendía la marcha. Devoraba lo que encontraba en el campo: plantas,
setas, flores,
pajaros muertos, gusanos. Atravesó la Provenza, cruzó el
Ródano al sur de Orange en una
barca robada y siguió el curso del Ardéche hasta el
corazón de las montañas Cèvennes y
después el del Allier hacia el norte.
En Auvernia pasó muy cerca del Plomb du Cantal. Lo vio elevarse al
oeste, alto y gris
plateado a la luz de la luna, y olió el viento frío que
procedía de él. Pero no sintió necesidad de
escalarlo. Ya no le atraía la vida en una caverna. Había conocido
esta experiencia y
comprobado que no era factible vivirla. Como tampoco la otra experiencia, la de
la vida entre los
hombres. Uno se asfixiaba tanto en una como en otra. En general, no
quería seguir viviendo.
Quería llegar a París y morir allí. Esto era lo que
quería.
De vez en cuando metía la mano en el bolsillo y tocaba el pequeño
frasco de cristal que
contenía su perfume. Estaba casi lleno. Para su aparición en
Grasse había utilizado sólo una
gota. El resto bastaría para hechizar al mundo entero. Si lo deseaba, en
París podría dejarse
adorar no sólo por diez mil, sino por cien mil; o pasear hasta Versalles
para que el rey le besara
los pies; o escribir una carta perfumada al Papa, revelandole que era el
nuevo Mesías; o
hacerse ungir en Notre-Dame ante reyes y emperadores como emperador supremo o
incluso
como Dios en la tierra si aún podía ungirse a alguien como
Dios
Podíahacer todo esto cuando quisiera; poseía el poder requerido
para ello. Lo tenía en
la mano. Un poder mayor que el poder del dinero o el poder del terror o el
poder de la muerte; el
insuperable poder de inspirar amor en los seres humanos. Sólo una cosa
no estaba al alcance
de este poder: hacer que él pudiera olerse a sí mismo. Y aunque
gracias a su perfume era
capaz de aparecer como un Dios ante el mundo si él mismo no se
podía oler y, por lo tanto,
nunca sabía quién era, le importaban un bledo el mundo, él
mismo y su perfume.
La mano que había tocado el frasco olía con gran delicadeza y
cuando se la llevó a la
nariz y olfateó, se sintió melancólico, dejó de
andar y olió. Nadie sabe lo bueno que es
realmente este perfume, pensó. Nadie sabe lo bien 'hecho' que
esta. Los demas sólo estan a
merced de sus efectos, pero ni siquiera saben que es un perfume lo que influye
sobre ellos y los
hechizó. El único que conocera siempre su verdadera
belleza soy yo, porque lo he hecho yo
mismo. Y también soy el único a quien no puede hechizar. Soy el
único para quien el perfume
carece de sentido.
Y en otra ocasión pensó, ya en Borgoña: Cuando me hallaba
junto a la muralla, al pie del
jardín donde jugaba la muchacha pelirroja, y su fragancia llegó
flotando hasta mí o, mejor
dicho, la promesa de su fragancia, ya que su fragancia posterior aún no
existía tal vez
experimenté algo parecido a lo que sintió la multitud del Cours
cuando los inundé con miperfume Pero entonces desechó este
pensamiento: No, era otra cosa, porque yo sabía que
deseaba la fragancia, no a la muchacha. En cambio, la multitud creía que
me deseaba a 'mí' y
lo que realmente deseaban siguió siendo un misterio para ellos.
En este punto dejó de pensar, porque pensar no era su fuerte y ya se
encontraba en el
Orleanesado.
Cruzó el Loira en Sully. Un día después ya tenía el
aroma de París en la nariz. El 25 de
junio de 1767 entró en la ciudad por la Rue Saint-Jacques a las seis de
la mañana.
Era un día calido, el mas calido del año hasta
la fecha. Los múltiples olores y hedores
brotaban como de mil abscesos reventados. El aire estaba inmóvil. Las
verduras de los puestos
del mercado se marchitaron antes del mediodía. La carne y el pescado se
pudrieron. El aire
pestilente se cernía sobre las callejuelas, incluso el río
parecía haber dejado de fluir y apestaba,
como estancado. Era igual que el día en que nació Grenouille.
Cruzó el Pont Neuf para ir a la orilla derecha y se dirigió a Les
Halles y al Cimetiére des
Innocents. Se sentó en las arcadas de los nichos que flanqueaban la Rue
aux Fers. El terreno
del cementerio se extendía ante él como un campo de batalla
bombardeado, lleno de agujeros y
surcos, sembrado de tumbas, salpicado de calaveras y huesos, sin
arboles, matas o hierbas, un
muladar de la muerte.
Ningún ser vivo merodeaba por allí. El hedor a cadaveres
era tan fuerte, que incluso los
sepultureros sehabían marchado. No volvieron hasta el crepúsculo,
para cavar a la luz de sus
linternas, hasta bien entrada la noche, las tumbas de los que morirían
al día siguiente.
Pasada la medianoche -los sepultureros ya se habían ido-, el lugar se
animó con la
chusma mas heterogénea: ladrones, asesinos, apuñaladores,
prostitutas, desertores, jóvenes
forajidos. Encendieron una pequeña hoguera para cocer comida y disimular
así el hedor.
Cuando Grenouille salió de las arcadas y se mezcló con los
maleantes, al principio éstos
no se fijaron en él. Pudo llegar inadvertido hasta la hoguera como si
fuera uno de ellos. Este
hecho les confirmó después en la opinión de que
debía tratarse de un espíritu o un angel o
algún ser sobrenatural, ya que solían reaccionar inmediatamente a
la proximidad de un
desconocido.
El hombrecillo de la levita azul, sin embargo, había aparecido
allí de repente, como
surgido de la tierra, y tenía en la mano un pequeño frasco que en
seguida procedió a destapar.
Esto fue lo primero que todos recordaron: que de pronto apareció alguien
y destapó un pequeño
frasco. Y a continuación se salpicó varias veces con el contenido
de este frasco y una súbita
belleza lo encendió como un fuego deslumbrante.
En el primer momento retrocedieron con profundo respeto y pura
estupefacción, pero
intuyendo al mismo tiempo que su retirada era mas bien una postura para
coger impulso, que
su respeto se convertía en deseo y su asombro, en entusiasmo.
Sesintieron atraídos hacia
aquel angel humano del cual brotaba un remolino furioso, un reflujo
avasallador contra el que
nadie podía resistirse, sobre todo porque no querían hacerlo, ya
que el reflujo arrastraba a la
voluntad misma, succionandola en su dirección: hacia él.
Habían formado un círculo a su alrededor, unas veinte o treinta
personas, y ahora este
círculo se fue cerrando. Pronto no cupieron todos en él y
empezaron a apretar, a empujar,
apiñarse; todos querían estar cerca del centro.
Y de improviso desapareció en ellos la última inhibición y
el círculo se deshizo. Se
abalanzaron sobre el angel, cayeron encima de él, lo derribaron.
Todos querían tocarlo, todos
querían tener algo de él, una plumita, un ala, una chispa de su
fuego maravilloso. Le rasgaron
las ropas, le arrancaron cabellos, la piel del cuerpo, lo desplumaron, clavaron
sus garras y
dientes en su carne, cayeron sobre él como hienas.
Pero el cuerpo de un hombre es resistente y no se deja despedazar con tanta
facilidad;
incluso los caballos necesitan hacer los mayores esfuerzos. Y por esto no
tardaron en
centellear los puñales, que se clavaron y rasgaron, mientras hachas y
machetes caían con un
silbido sobre las articulaciones, haciendo crujir los huesos. En un tiempo muy
breve, el angel
quedó partido en treinta pedazos y cada miembro de la chusma se
apoderó de un trozo, se
apartó, e impulsado por una avidez voluptuosa, lo devoró. Media
hora mas tarde, hasta la últimafibra de Jean-Baptiste Grenouille
había desaparecido de la faz de la tierra.
Cuando los caníbales se encontraron de nuevo junto al fuego
después de esta comida,
ninguno pronunció una palabra. Varios de ellos eructaron, escupieron un
huesecillo,
chasquearon suavemente con la lengua, empujaron con el pie un último
resto de levita azul
hacia las llamas; estaban todos un poco turbados y no se atrevían a
mirarse unos a otros.
Todos, tanto hombres como mujeres, habían cometido ya en alguna
ocasión un asesinato u
otro crimen infame. Pero ¿devorar a un hombre? De una cosa tan horrible,
pensaron, jamas
habían sido capaces. Y se extrañaron de que les hubiera resultado
tan facil y de que, a pesar
de su turbación, no sintieran la menor punzada de remordimiento. Al
contrario! Aparte de una
ligera pesadez en el estómago, tenían el animo tranquilo.
En sus almas tenebrosas se insinuó
de repente una alegría muy agradable. Y en sus rostros brillaba un
resplandor de felicidad
suave y virginal. Tal vez por esto no se decidían a levantar la vista y
mirarse mutuamente a los
ojos.
Cuando por fin se atrevieron, con disimulo al principio y después con
total franqueza,
tuvieron que sonreír. Estaban extraordinariamente orgullosos. Por
primera vez habían hecho
algo por amor.