El libro infantil ha estado siempre estrechamente
vinculado con la educación de niños y adolescentes. De hecho, los primeros libros infantiles no fueron libros
literarios, sino textos destinados a la enseñanza de los vastagos
de la elite aristocratica. Esos primeros libros adicionaban a los
principios morales, religiosos, sociales, filosóficos o practicos
de lo que hoy llamaríamos “el programa”, uno que otro
recurso narrativo o imaginativo cuya función única era facilitar
la asimilación de los contenidos por la mente infantil (el principio del
prodesse delectare o enseñar deleitando). Así, los primeros
libros que merecen la denominación de literatura infantil fueron
compilaciones de fabulas (de Esopo, Fedro, La Fontaine) o vidas
ejemplares (de santos
y de personajes históricos o mitológicos).
La literatura infantil, sin embargo, es anterior al libro y de difusión
mucho mas democratica. Elementos de discurso literario infantil
había dentro de los relatos, mitos, leyendas y épicas que
constituyen laliteratura –oral– de los pueblos
primitivos y antiguos. En aquellos tiempos la literatura y el arte, lo mismo
que otras actividades intelectuales, productivas o de servicio como la
enseñanza, la medicina, la moda o la alimentación, raramente
diferenciaban a infantes de adultos. La literatura oral se ponía a
disposición de un destinatario heterogéneo pero indiferenciado,
que se amontonaba en torno a una fogata, al pie de un arbol, en la plaza
pública o en el salón de un castillo. Los niños, por su
pequeña estatura, se encontraban en primera fila y bien podemos imaginar
que su generosa entrega estimulara al narrador o poeta a
osar mayores vuelos imaginativos. Fue así que la existencia del
receptor infantil confirió a la literatura general algunos de los rasgos
que la caracterizarían durante siglos Hasta que la literatura
infantil adquirió entidad propia y la fantasía se mudó a ella, abandonando durante mucho tiempo esa otra parte de la
literatura que, acaso solo por ello, todavía calificamos de
“seria”.