En esta exposición sintética de
la historia Argentina en el siglo XX no me he propuesto –como suele ser
común en este tipo de libros- ni probar una tesis ni tampoco encontrar
aquella causa única y eficiente de un destino nacional singular y poco
afortunado; sólo se trata de reconstruir la historia compleja,
contradictoria e irreductible, de una sociedad que sin duda conoció
épocas mas brillantes, que se encuentra hoy en uno de los puntos
mas bajos de su decurso, pero cuyo futuro no esta
–confío- definitivamente cerrado. Las cuestiones en torno de las
que este texto se organiza –preguntas nacidas de nuestra experiencia,
angustiada y desconcertada- son sólo algunas de las muchas posibles, y
su explicitación da cuenta del
voluntario acotamiento que un intento de este tipo requiere.
El primer interrogante se refiere al lugar que hoy existe en el mundo para la
Argentina –que tan seguramente se ubicó en él hace
sólo cien años-, y a la organización económica
factible para asegurar a nuestra sociedad algunas metas mínimas como un
cierto bienestar general, un progreso razonable, una cierta racionalidad. Una
pregunta similar se hicieron Alberdi, Sarmiento y quienes hace casi un siglo y
medio trazaron el diseño de la Argentina moderna. Pero, a
diferencia de las circunstancias en que nuestros padres fundadores la
formularon, la respuesta no es hoy ni obvia ni evidente. La misma pregunta se
formula desde una perspectiva mas modesta y a la vez mucho menos
ilusionada que hace ciento cincuenta años, pueshoy una aurea mediocritas
no parece un destino mas que apetecible.
El segundo interrogante se refiere a las características, funciones e
instrumentos que debe tener el Estado para garantizar lo público,
regular y racionalizar la economía, asegurar la justicia y mejorar la
equidad en la sociedad. Nuevamente, la pregunta traduce, en un plano
mucho mas modesto,
cuestiones que nuestra sociedad discutió y resolvió de una cierta
manera, hace quiza medio siglo, proponiendo soluciones que hoy
estan agotadas o que han sido deliberadamente descartadas, pero sin que
otras las hayan reemplazado.
El tercer interrogante se refiere al mundo de la cultura y a los intelectuales,
y a las condiciones que pueden estimular la existencia de una creación y
un pensamiento que sean a la vez críticos, rigurosos y comprometidos, y
que cumplan una tarea útil y aprovechable para la sociedad, explicando
la realidad y proponiendo alternativas. Así ocurrió en la
Argentina del Centenario, en la efímera experiencia de la década
de 1960 o en la mas breve aún del ilusionado retorno a la
democracia, lo suficientemente cercanas como para recordarnos que tal
conjunción no suele ser ni natural ni facil.
Todo ello confluye en las dos cuestiones mas angustiantes, aquellas
donde mas se advierte que nuestro país esta hoy en una
encrucijada: la de la sociedad y la de la democracia. ¿Qué
posibilidades hay de salvar o reconstruir una sociedad abierta y móvil,
no segmentada en mundos aislados, relativamente igualitaria y con oportunidades
para todos, fundada en la competividad pero también en la solidaridad y
la justicia?Todo ello constituyó el legado, hoy mejor apreciado que
nunca, que se fue construyendo a lo largo del último siglo y medio, y
cuyo impulso perdura hasta un momento no demasiado lejano, ubicado quiza
veinte años atras, en que la tendencia comenzó a quebrarse
y a invertir su sentido.
Sobre todo: ¿qué características debe tener el sistema
político para asegurar la democracia, y hacer de ella una
practica con algún sentido social? En este caso, el pasado se nos
muestra rico en conflictos, pero no es facil contabilizar en él
demasiados logros, ni siquiera en las épocas de vigencia formal de la
democracia, en las que pueden percibirse, in nuce, las practicas que
llevaron a la destrucción de un sistema institucional nunca del todo
maduro, cuya construcción se nos aparece como la tarea de Sísifo.
Quiza por eso, el último interrogante es hoy el primero:
cual es el destino de nuestro sistema republicano y de la
tradición que lo alimenta. Volvemos aquí a Sarmiento y a Alberdi,
a una tarea que un poco ingenuamente considerabamos realizada y cuyos
frutos hoy parecen fragiles y vulnerables.
Un libro guiado por tales preguntas es a la vez un trabajo de historiador
profesional y una reflexión personal sobre el presente. No podría
ser de otro modo: todo intento de reconstrucción histórica parte
de las necesidades, dudas e interrogantes del presente, procurando que el rigor
profesional equilibre la labilidad de la opinión, pero sabiendo que
habitualmente la ecuación se desbalancea hacia este último
extremo cuanto mas cercano esta el tema a la experiencia de quien
lo trata En verdad, escribireste texto me ha llevado, en buena parte, a
alejarme de un estilo de trabajo mas habitual y sumergirme en mi propia
historia y en mi experiencia de un pasado aún vivo.
Tuve la primera comprobación de esto al intentar aprovechar los
materiales usados hace veinte años –cuando, trabajando con
Alejandro Rofman, esbocé un esquema de la historia argentina-, y
descubrir que poco de ello me era útil hoy. Las preguntas entonces
apuntaban a explicar las raíces de la dependencia y sus efectos en las
deformaciones de la economía y de la sociedad. Las cuestiones relativas
a la democracia y a la república no nos parecían relevantes, y en
general, la política aparecía apenas como un reflejo de aquellas
condiciones estructurales, o por el contrario, como el lugar no condicionado
donde, con voluntad y poder, tales condiciones podían ser cambiadas,
pues en la conciencia colectiva de entonces la percepción de la
dependencia se complementaba con la búsqueda de algún tipo de
liberación.
Se trata, me parece, de un buen ejemplo de lo que es un tópico de
nuestro oficio: la conciencia histórica guía el saber
histórico; éste puede controlarla, someterla a la prueba del rigor, pero no
ignorarla. En períodos anteriores, probablemente el eje de una
reconstrucción histórica de este tipo habría sido puesto
en la justicia social y la independencia económica; mas
atras aún, en el progreso y la modernización social, o aun
en la constitución del Estado y la nación. Ciertamente esas
perspectivas no desaparecen para el historiador, y estan incorporadas a
este relato como
lo que en sus tiempos fueron:aspiraciones, ideologías, utopías
movilizadoras. Los problemas a que se referían estan
también presentes en las preguntas de hoy, pero el orden, los
encadenamientos y los acentos son diferentes, como lo atestiguan las preguntas
que organizan este texto, pues el mundo en que vivimos, cuyos rasgos
definitivos apenas vislumbramos, es radicalmente distinto no sólo des de
hace cien o cincuenta años, sino del de apenas veinte años atras.
Suele decirse que quien escribe piensa implícita o explícitamente
en un lector. Empecé a escribir este texto pensando en mis colegas, pero
progresivamente me di cuenta de que mi lector implícito eran mis hijos,
y los de su edad, adolescentes y niños: los que casi no tienen noticias
de nuestro pasado reciente, ni siquiera de los errores mas cercanos,
pues nuestra sociedad cada vez cuida menos de su memoria, quiza porque
hoy padece de una gran dificultad para proyectarse hacia el futuro. En varias
partes del texto quise simplemente dejar un
testimonio, quizas académicamente redundante pero
cívicamente necesario, pues sigo convencido de que sólo la
conciencia del
pasado permite construir el futuro. En tiempos en que al pesimismo de la
razón se suma también el del
corazón quiero seguir creyendo en la capacidad de los hombres para
realizar su historia, hacerse cargo de sus circunstancias y construir una
sociedad mejor.
Agradezco a Alejandro Katz su confianza en que pudiera escribir este libro. A
Juna Carlos Korol y Ricardo Sidicaro, su lectura atenta y sus observaciones,
sólo lamento no haber sabido aprovechar sus sugerencias en todos los
casos.
Cuando empecé atrabajar en este texto le pedía a Leandro
Gutiérrez que cumpliera esa función de lector crítico, y
me prometía, como
era habitual entre nosotros, un dialogo poco complaciente y muy fecundo.
Siento que no haya podido ser así, pero estoy seguro de que mucho de su
espíritu, agudo, hasta acido, pero enormemente calido,
esta presente en estas paginas, pues con nadie como con él –salvo mi padre- he
aprendido tanto de historia.
Cap. I
1916
El 12 de octubre de 1916 Hipólito Yrigoyen asumió la presidencia
de la Argentina.
Fue una jornada excepcional: una multitud ocupó la Plaza de Congreso y
las calles adyacentes, vitoreando a quien por primera vez había sido
elegido por el voto universal, secreto y obligatorio, según la nueva ley
electoral, sancionada en 1912 por iniciativa del presidente Saenz
Peña. Luego de la ceremonia, la muchedumbre desató los caballos
de la carroza presidencia y la arrastró en triunfo hasta la Casa Rosada,
sede del
Poder Ejecutivo.
Su victoria, si no abrumadora, había sido clara, e indicaba una voluntad
ciudadana mayoritaria. Visto desde la perspectiva predominante por entonces, la
plena vigencia de la Constitución, médula del programa de la
Unión Cívica Radical, el partido triunfante, se coronaba con un
régimen electoral democratico, que colocaba al país a la
vanguardia de las experiencias de ese tipo en el mundo. La reforma
política pacífica, quellegaba a tan feliz término, se
sustentaba en la profunda transformación de la economía y la
sociedad. A lo largo de cuatro décadas, y aprovechando una
asociación con Gran Bretaña que era vista como mutuamente beneficiosa, el país
había crecido de modo espectacular, multiplicando su riqueza. Los
inmigrantes, atraídos para esta transformación, fueron
exitosamente integrados en una sociedad abierta, que ofreció abundantes
oportunidades para todos, y si bien no faltaron las tensiones y los
enfrentamientos, éstos fueron finalmente asimilados y el consenso
predominó sobre la contestación. La decisión de Yrigoyen
de modificar la tradicional actitud represora del Estado, utilizando su poder
para mediar entre los distintos actores sociales y equilibrar así la
balanza, parecía cerrar la última arista conflictiva. En suma, la
asunción de Yrigoyen podía ser considerada, sin violentar
demasiado los hechos, como culminación
feliz del largo proceso de
modernización emprendido por la sociedad argentina
desde mediados del
siglo XIX.
Otra imagen era posible, y muchos de los contemporaneos adhirieron a
ella y actuaron en consecuencia. Yrigoyen semejaba uno de aquellos caudillos
barbaros que se creía definitivamente sepultados en 1880, y tras
de él se adivinaba el gobierno de los mediocre. La transición
política hacia la democracia no era bien vista, y quienes se
sentían desplazados del
poder manifestaban escasa lealtad hacia el sistema institucional recientemente
diseñado y una añoranza de los tiempos en que gobernaban los
mejores. Por otra parte, la Primera Guerra Mundial, que había
estalladoen 1914, permitía vislumbrar el fin del progreso facil, crecientes
dificultades y un escenario económico mucho mas complejo, en el
que la relación con Gran Bretaña no bastaría ya para
asegurar la prosperidad. Las tensiones sociales y políticas que
empezaban a recorrer el mundo en la última fase de la guerra, y que se
desencadenarían con su fin, también se anunciaban en la
Argentina, y alimentaban una visión dominada por el conflicto. La
sociedad estaba enferma, se decía; los responsables eran los cuerpos
extraños, y en última instancia la inmigración en su
conjunto. Creció así una actitud cada vez mas intolerante,
que de momento se expresó en un nacionalismo chauvinista.
Ambas imagenes de la realidad, parciales y deformadas, estaban presentes
en 1916 y, cada una a su manera, eran producto de la gran transformación
producida a lo largo del medio siglo anterior. Por mucho tiempo moldearon
actitudes y conductas, modificadas por nuevos datos de la realidad que,
incluso, corrigieron o rectificaron la imagen de la etapa de la
expansión.
La Construcción
En aquellas décadas previas a 1916, no tan lejanas como
para que no se recordara la aceleración de los cambios, la Argentina se
embarcó en lo que los contemporaneos llamaban
“progreso”. Los primeros estímulos se percibieron desde
mediados del siglo XIX, cuando en el mundo
comenzó la integración plena del
mercado y la gran expansión del
capitalismo, pero sus efectos se vieron limitados por diversas razones. La
principal de ellas fue la deficiente organización institucional, de modo
que la tarea de consolidar el Estado fuefundamental: hacia 1880, cuando
asumió por primera vez la presidencia el general Julio A. Roca, se había cumplido lo mas grueso, pero
todavía se requirió mucho trabajo para completarla.
Lo primero fue asegurar la paz
y el orden, y el efectivo control sobre el territorio. Desde 1810, y a lo largo
de siete décadas, las guerras civiles habían sido casi
endémicas: los poderes provinciales habían luchado entre
sí y contra Buenos Aires,
incluso después de 1852. Desde 1862, el flamante Estado nacional, poco a
poco –y con escasa fortuna al principio-, fue dominando y subordinando a
quienes hasta entonces habían desafiado su poder, y aseguró para
el ejército nacional el monopolio de l fuerza. Algunas cuestiones se
dirimieron durante la guerra del Paraguay (1865-1870), y otras inmediatamente
después cuando sucesivamente fueron doblegadas Entre Ríos
–gran rival de Buenos Aires en la conformación del nuevo Estado- y
luego la propia provincia porteña –cuya rebelión fue
derrotada en 1880-, que debió aceptar la transformación de la
ciudad de Buenos Aires en Capital Federal. El Estado afirmó su poder
sobre los vastos territorios controlados por los indígenas: en 1879 se
aseguró la frontera sur, arrinconando a las tribus en el contrafuerte
andino, y hacia 1911 se completó la ocupación de los territorios
de la frontera nordeste. Los límites territoriales del Estado se
definieron con claridad, y las cuestiones internas se habían mezclado:
la guerra del Paraguay contribuyó a definir las fluctuantes fronteras de
la Cuenca del Plata, y la Conquista del Desierto, en 1879, aseguró la
posesión de laPatagonia, aunque los conflictos con Chile se mantuvieron
vivos hasta por lo menos 1902, y reaparecieron mas tarde.
Desde 1880 se configuró un nuevo escenario institucional, cuyos rasgos
perduraron largamente. Apoyado en los triunfos militares, se consolidó
un centro de poder fuerte, cuyas bases jurídicas se hallaban en la
Constitución sancionada en 1853 y que, según las palabras de
Alberdi, debían cimentar una “monarquía vestida de república”.
Como ha
mostrado Natalio Botana, se aseguraba allí un fuerte poder presidencial,
ejercido sin limitaciones en los vastos territorios nacionales y fortalecidos
por las facultades de intervenir las provincias y decretar el estado de sitio.
Por otra parte, los controles institucionales del Congreso, y sobre todo la
exclusión de la posibilidad de la reelección, aseguraban que el
poder no derivara en la tiranía. Quienes así lo concibieron
tenían presente la larga experiencia de las guerras civiles y la
facilidad con que las elites se dividían en luchas facciosas
encarnizadas y estériles. En ese sentido, los resultados colmaron las
expectativas. Las facultades legales fueron reforzadas por una practica
política en la que, desde el vértice del poder, se controlaban
simultaneamente los resortes institucionales y los políticos. Se
trataba de un mecanismo que, en sus versiones extremas y menos prolijas, fue
calificado de unicato, pero que en rigor se empleó normalmente antes y
después de 1916. El Ejecutivo lo usó para disciplinar a los
grupos provinciales, pero a la vez reconoció a éstos un amplio
margen de decisión en los asuntos locales. El poder, quese había
consolidado en torno de los grupos dominantes del próspero Litoral
–incluyendo la muy dinamica Córdoba-, encontró
distintas formas de hacer participar de la prosperidad a las elites del
Interior, particularmente a las mas pobres, y asegurar así su
respaldo a un orden político al que, ademas, ya no podían
enfrentar.
Aunque en 1880 estaban delineadas, en sus rasgos basicos, las
instituciones del Estado –el sistema fiscal, el judicial, el
administrativo-, en muchos casos eran apenas esbozos que debían ser
desarrollados. Escaso de instrumentos y medios para la realización de
muchas de las tareas mas urgentes, como educar o fomentar la inmigración,
el Estado se asoció inicialmente con sectores particulares, pero a
medida que sus recursos aumentaron, fue expandiendo sus propias instituciones,
y llegó adquirir consistencia y solidez mucho antes que la sociedad.
Ésta, en pleno proceso de renovación reconstitución,
careció inicialmente de la organización y de los núcleos
capaces de limitar su avance.
Deliberada y sistematicamente actuó el Estado para facilitar la
inserción de la Argentina
en la economía mundial y adaptarse a un papel y una función que
–se pensaba- le cuadraba perfectamente. Ese lugar implicaba una
asociación estrecha con Gran Bretaña, potencia que venía
oficiando de metrópoli desde 1810. Limitados al principio a lo
comercial, esos vínculos se estrecharon luego de 1850, por la gran
expansión de la producción lanar –la primera organizada
sobre bases definidamente capitalistas- y la contemporanea
profundización de la industrialización de Gran
Bretaña,convertida ya en Taller del mundo. Por entonces se profundizaron
las relaciones comerciales y se anudaron las financieras, especialmente por el
sólido aporte britanico al costo de la construcción del
Estado. Pero la verdadera maduración se produjo luego de 1880, en la era
del
imperialismo. Por entonces, gran Bretaña –dueña indiscutida
del mundo colonial- empezaba a afrontar la competencia de nuevos rivales
–Alemania primero, y luego Estados Unidos- y el mundo entero fue
dividiéndose en areas imperiales, formales o informales. En el
momento en que se consolidó la asociación con Gran
Bretaña, la metrópoli entraba en su madurez, ciertamente
sólida pero también poco dinamica. Incapaz de afrontar la
competencia industrial, se refugió en su Imperio y sus monopolios, y
optó por las ganancias aseguradas por inversiones privilegiadas, de bajo
riesgo y alta rentabilidad.
En Argentina,
entre 1880 y 1913 el capital britanico creció casi veinte veces.
A los rubros tradicionales –comercio, bancos, préstamos al Estado-
se agregaron los préstamos hipotecarios sobre las tierras, las
inversiones en empresas públicas de servicios, como tranvías o
aguas corrientes, y sobre todo los ferrocarriles. Estos resultaron
extraordinariamente rendidores. En condiciones ciertamente privilegiadas, las
empresas britanicas se aseguraron una ganancia que garantizaba el
Estado, quien también otorgaba exenciones impositivas y tierras a los
costados de las vías por tenderse.
En etapas posteriores se subrayaron persistentemente estos problemas, pero los
contemporaneos vieron mas bien en la conexión
angloargentina susaspectos positivos: si los britanicos obtenían
buenas ganancias por sus inversiones o la comercialización de la
producción local, dejaban un amplio campo de acción para los
empresarios locales, los grandes propietarios rurales, a quienes quedaba
reservada la participación mayor en una producción que fue
posibilitada por la infraestructura instalada por los britanicos. Los
2.500 km de vías existentes en 1880 se transformaron en 34 mil en 1916,
sólo un poco menos de los 40 mil que, en su momento maximo, llegó
a tener la red argentina. Algunas grandes líneas troncales sirvieron
para integrar el territorio y asegurar la presencia del Estado en sus confines,
mientras que otras cubrieron densamente la pampa húmeda, posibilitando
–junto con el sistema portuario- la expansión de la agricultura
primero y de la ganadería después, cuando los mismos
britanicos instalaron el sistema de frigoríficos.
Esa expansión requirió abundante mano de obra. El país
había venido recibiendo cantidades de inmigrantes en forma creciente a
lo largo del
siglo, pero a partir de 1880 las cantidades crecieron abruptamente. Desde el
lado de Europa la emigración estaba estimulada por un fuerte crecimiento
demografico, la crisis de las economías agrarias tradicionales,
la búsqueda de empleos y el abaratamiento de los transportes; desde el
país se decidió modificar la política inmigratoria
tradicional, cauta y selectiva, y fomentar activamente la inmigración,
con propaganda y pasajes subsidiados. Pero ninguno de esos mecanismos hubiera
sido efectivo si, simultaneamente, no hubiera crecido la posibilidad de
encontrartrabajo. Los inmigrantes demostraron una gran flexibilidad y
adaptación a las condiciones del mercado de trabajo: en la década
de 1880 se concentraron en las grandes ciudades, en la construcción de
obras públicas y la remodelación urbana, pero desde mediados de
la década siguiente, al abrirse las posibilidades en la agricultura, se
volcaron masivamente al campo tanto quienes venían para instalarse en
forma definitiva como quienes viajaban anualmente para trabajar en las cosechas.
Este fenómeno –posibilitado por la baratura de los pasajes y por
los salarios locales relativamente altos- explica en parte la fuerte diferencia
entre los inmigrantes llegados y los efectivamente radicados: entre 1880 y 1890
los arribados superaron el millón, y los efectivamente radicados fueron
unos 650 mil, cantidad notable para un país cuya población
rondaba los dos millones. En la década siguiente, luego de la crisis de
1890, se atenuó la llegada y los que retornaron fuero, año a
año, mas de los que llegaban, pero el ritmo se restableció
en la primera década del siglo XX, cuando los saldos positivos superaron
el millón.
La promoción activa de la inmigración fue sólo un aspecto
conjunto de actividades que el Estado, lejos de la prescindencia del supuesto
“modelo liberal”, desarrollo para estimular el crecimiento
económico, solucionando los cuellos de botella y creando las condiciones
para el desenvolvimiento de los empresarios privados. Particularmente, entre
1880 y 1890 esta acción fue intensa y definida. Las inversiones
extranjeras fueron gestionadas y promovidas con amplias garantías, y el
Estadoasumió el riesgo en las menos atractivas, para luego transferirlas
a los privados cuando el éxito estaba asegurado. En materia monetaria se
aceptó y estimuló la depreciación, en beneficio de los
exportadores, y hasta 1890 al menos, a través de los bancos estatales,
se manejó el crédito con gran liberalidad. Sobre todo, el Estado
se hizo cargo de lo que se llamó la “Conquista del
Desierto”, de la que resultó la incorporación de vastas
extensiones de tierra apta para la explotación que fueron transferidas
en grandes extensiones y con un costo mínimo a particulares poderosos y
bien relacionados. Muchos de ellos ya eran propietarios y otros lo fueron desde
entonces, pero esta acción estatal resultó decisiva para la
consolidación de la clase terrateniente. La tierra luego se
compró y vendió ampliamente, aunque su espectacular
valorización hasta 1890 –debida al calculo de futuros
beneficios asegurados por la expansión que se iniciaba- redujo el
círculo de posibles adquirentes.
Aunque beneficiarios de la generosidad del Estado –que por otra parte
ellos mismos controlaban-, los terratenientes de la pampa húmeda
manifestaron una gran capacidad para adecuarse a las condiciones
económicas y buscar el maximo posible de ganancias. En el
litoral, donde escaseaba el ganado y la producción podía
trasladarse facilmente por los ríos, se inclinaron por la
agricultura; allí donde la tierra era barata optaron por la
colonización, que la valorizaba, pero cuando el valor aumentó
prefirieron el sistema de arrendamiento. En la provincia de Buenos
Aires perduró la gran propiedad indivisa y
laexplotación del lanar, hasta que la
instalación de los frigoríficos hizo rentable la
exportación del
vacuno refinado con las razas inglesas y destinado a la exportación.
Entonces, las necesidades de praderas artificiales estimularon la
colonización agrícola: las tierras se destinaron alternativamente
a cereales, forrajes y pastoreo, con lo que la agricultura se asoció
definitivamente a la ganadería.
Esta combinación resultaba la mas adecuada para las condiciones
específicas de entonces. La calidad de las praderas aseguraba altos
rendimientos con escasas inversiones; por otra parte, las condiciones del mercado mundial,
extremadamente cambiantes e incontrolables desde este lejano sur, hacían
conveniente mantener la flexibilidad para elegir, cada año, la
opción mas rentable. Parecía mas razonable mantener
la tierra unida para conservar todas las opciones y encarar explotaciones
mas bien extensivas. Como ha propuesto Jorge F. Sabato, los
empresarios se habituaron a rotar por diversas actividades, buscando en cada
caso la crema de la ganancia, sin fijarse definitivamente en ninguna y
procurando no inmovilizar el capital: a las agropecuarias se agregaron luego
las inversiones urbanas –tierra, construcciones- e incluso las
industriales. Así, a partir de la tierra se constituyó una clase
empresaria concentrada y no especializada, una oligarquía, que desde la
cúspide controlaba un conjunto amplio de actividades.
Esas condiciones estimularon también la conducta especulativa de los
chacareros. Los inmigrantes que durante la expansión agrícola se
convirtieron en arrendatarios y disponían de uncapital limitado,
prefirieron alquilar por tres años extensiones importantes de tierra
antes que adquirir definitivamente una parcela mas pequeña:
especuladores trashumantes jugaron sus cartas a unos años de trabajo
intenso, con mínimas inversiones fijas, quiza premiado con unas
buenas cosechas, para volver a repetir la apuesta en otro campo arrendado.
En esta primera etapa, este comportamiento altamente flexible permitió
aprovechar al maximo los estímulos externos y posibilitó
un crecimiento verdaderamente espectacular. Desde 1890 la expansión de
la agricultura fue continua y el campo se llenó de chacareros y
jornaleros. Entre 1892 y 1913 se quintuplicó la producción de
trigo, de la cual la mitad se exportaba. En ese lapso, las exportaciones
totales se multiplicaron cinco veces, mientras que las importaciones lo
hicieron en proporción algo menor. Al trigo se agregaron el maíz
y el lino, y entre los tres cubrieron la mitad de las exportaciones en el
resto, junto a la lana, comenzó a ocupar una parte cada vez mas
importante la carne, sobre todo a partir de 1900, cuando los
frigoríficos empezaron a exportar hacia Gran Bretaña carne vacuna
congelada o enlatada. Por entonces, el lanar había sido desplazado de Buenos Aires hacia el
sur, y lo reemplazaba el vacuno mestizado con las razas britanicas
Shorthorn y Heresford. En vísperas de la guerra, la Argentina era
uno de los principales exportadores mundiales de cereales y carnes.
Si las ganancias de los socios extranjeros fueron elevadas –a
través de los ferrocarriles y frigoríficos, del transporte
marítimo, de la comercialización odel financiamiento-,
también lo fueron las del Estado, provenientes fundamentalmente de
impuestos a la importación, y las de los terratenientes, quienes, dadas
las ventajas comparativas con respecto a otros productores del mundo, optaron
por destinar una porción importante de éstas al consumo. Ello
explica en parte la magnitud de los gastos realizados en las ciudades, que unos
y otros se ocuparon en embellecer imitando a las metrópolis europeas,
pero cuyo efecto multiplicador fue muy importante. El Estado las dotó de
los modernos servicios de higiene o de transporte, así como de avenidas, plazas y un conjunto de
edificios públicos ostentosos y no siempre de buen gusto. Los
particulares construyeron residencias igualmente espectaculares, palacios o
petits hôtels. El ingreso rural se difundió en la ciudad
multiplicando el empleo y generando a su vez nuevas necesidades de comercios,
servicios y finalmente de industrias, pues en conjunto las ciudades, sumadas a
los centros urbanos de las zonas agrícolas, constituyeron un mercado
atractivo. El sector industrial alcanzó una dimensión
significativa y ocupó a mucha gente. Algunos grandes establecimientos, como los
frigoríficos, molinos y algunas fabricas grandes, elaboraban sus
productos para la exportación o el mercado interno. Otro grupo de
establecimientos importantes, textiles o alimentarios, suministraba productos
elaborados con materia prima local, y un extenso universo de talleres,
generalmente de propiedad de inmigrantes afortunados, completaba el
abastecimiento del mercado interno. Este sector industrial creció
asociado conla economía agropecuaria, expandiéndose y
contrayéndose a su ritmo y nutriéndose de capitales extranjeros,
aunque a través de los bancos los terratenientes locales o quienes
controlaban el comercio exterior pudieron agregar la inversión
industrial al conjunto de sus opciones.
El grueso de los cambios se produjo en el Litoral, ampliado con la
incorporación de Córdoba, y se acentuó la brecha secular
con el Interior, incapaz de incorporarse al mercado mundial. No llegaron
allí ni inversiones ni inmigrantes, aunque sí el ferrocarril, que
en algunos casos, al romper el aislamiento de los mercados, afectó
algunas actividades locales. En cambio, hubo mayores gastos realizados por el
Estado nacional, que sostuvo en parte la administración y la
educación. Pero sobre todo pesó el atraso relativo, y las
diferencias cada vez mas manifiestas entre la vida agitada de las
grandes ciudades del Litoral y la de las somnolientas capitales provinciales.
Hubo algunas excepciones. En el norte santafesino un empresa inglesa, expansiva
y depredadora a la vez, constituyó un verdadero enclave para la
explotación del
quebracho. Pero las excepciones mas importantes se produjeron en Tucuman
primero y en Mendoza
después, en torno a la producción de azúcar y de vino.
Ambas prosperaron notablemente para abastecer a los expansivos mercados del
Litoral, merced
a la reserva de estos productos hecha por el Estado, que los rodeó con
una fuerte protección aduanera. Fue el mismo Estado quien
permitió el despegue inicial de esa industria regional, construyendo los
ferrocarriles y financiando las inversiones de losprimeros empresarios de
ingenios y bodegas. En ambos casos hubo razones de equilibrio político
general, pero mas inmediatamente pesaron las relaciones que importantes
empresarios de las nacientes industrias – Ernesto Tornquist en la
azucarera y Tiburcio Benegas en la vitivinícola- tenían en las
mas altas esferas oficiales. La fisonomía de Tucuman, y
sobre todo la de Mendoza, donde la expansión supuso la
incorporación de importantes contingentes inmigratorios, se modificaron
sustancialmente, quiza contra lo que hubieran indicado las normas de la
división internacional del Trabajo –el azúcar tucumana
siempre fue mucho mas cara que la que podía importarse desde
Cuba- pero de acuerdo con la pauta de ganancia monopólica de
asociación entre el Estado y los empresarios que caracterizó toda
la expansión finisecular.
En torno del Estado se conformó un importante sector de especuladores,
intermediarios y financistas cercanos al poder, que medró en
concesiones, préstamos, obras públicas, compras o ventas,
especialmente en la década de 1880, cuando el Estado inyectó masivamente
crédito a través de los bancos garantidos. Los
contemporaneos atribuyeron a esta fiebre especulativa la crisis de 1890,
que frenó por una década el avance espectacular de la
economía. Pero las causas eran mas profundas y resultaron
recurrentes. La estrecha vinculación de la economía argentina con la internacional la
sensibilizó a sus fluctuaciones cíclicas, como había ocurrido en 1873. El fuerte
endeudamiento convertía el servicio de la deuda externa en una carga
onerosa, solventada con nuevos préstamos o con lossaldos del comercio exterior, y
ambas cosas se reducían drasticamente en los momentos de crisis
cíclica, generando un período mas o menos prolongado de
recesión. La crisis internacional de 1890 tuvo la particularidad de
desencadenarse en la Argentina
y de arrastrar con ella a uno de los mas importantes inversores
britanicos: la banca Baring. En lo inmediato tuvo efectos
catastróficos, sobre todo para los pequeños ahorristas, pero al
concluir con el ciclo especulativo urbano de la década de 1880
alentó otras actividades, y particularmente la agricultura, que
empezó por entonces su expansión importante.
La inmigración masiva y el progreso económico remodelaron
profundamente la sociedad argentina,
y podría decirse que la hicieron de nuevo. Los 1,8 millones de
habitantes de 1869 se convirtieron en 7,8 millones en 1914, y en ese mismo
período, la población de la ciudad de Buenos Aires pasó de
180 mil habitantes a 1,5 millones. Dos de cada tres habitantes de la ciudad
eran extranjeros en 1895, y en 1914, cuando ya habían nacido de ellos
muchos hijos argentinos, todavía la mitad de la población de la
ciudad era extranjera. La mayoría fueron los italianos, primero del norte y luego del
sur, y los siguieron los españoles, y en menor medida los franceses.
Pero llegaron inmigrantes de todas partes, aunque en contingentes
pequeños, al punto que se pensó en Buenos
Aires como una nueva Babel. Como señaló José Luis
Romero, la nuestra era una sociedad aluvial, constituida por
sedimentación, en la que los extranjeros aparecían en todas
partes, aunque naturalmente no en la misma proporción.
AlInterior fueron pocos, con excepción de lugares como
Mendoza. En el
Litoral, muchos fueron al campo, y la mayoría se instaló
precariamente, como
arrendatarios. Los chacareros y sus familias fueron protagonistas de una
sacrificada y azarosa empresa. Quiza porque estaban dispuestos a
prosperar en poco tiempo, a sacrificarse y arriesgar su escaso capital en una
apuesta muy fuerte, prefirieron vivir en rudimentarios e inhóspitos
ranchos, sin las comodidades mínimas, prestos a abandonar el lugar
cuando el contrato vencía. Como
todos los inmigrantes, se jugaron al ascenso económico rapido,
que algunos lograron y muchos no. A la larga, los primeros, o sus hijos, se
integraron a las clases medias en constitución; los segundos
probablemente marcharon a las ciudades o se volvieron. Lo que es seguro es que
unos y otros contribuyeron a las gruesas ganancias de terratenientes y casas
comerciales exportadoras, que se asociaban a los beneficios de los chacareros,
pero sin participar de sus riesgos.
Al principio la mayoría iba a las ciudades, pues allí estaba la
mas amplia demanda de trabajo. Las grandes ciudades y, en primer lugar Buenos Aires, se llenaron
de trabajadores, en su mayoría extranjeros pero también criollos.
Sus ocupaciones eran muy diversas y su condición laboral
heterogénea: había jornaleros sin calificación, a la busca
cada día de su conchabo, artesanos calificados, vendedores ambulantes,
sirvientes y también obreros de las primeras fabricas. En cambio,
muchas de sus experiencias eran similares: vivían hacinados en los
conventillos del centro de la ciudad,
próximos al puertodonde muchos trabajaban, o del barrio de la Boca. Padecían
difíciles condiciones cotidianas: la mala vivienda, el costo del alquiler, los problemas sanitarios, la inestabilidad
en los empleos y los bajos salarios, las epidemias y los problemas de
mortalidad infantil, todo lo cual conformaba un cuadro muy duro, del que al principio muy
pocos escapaban. Era todavía una sociedad magmatica y en formación.
Los extranjeros eran ademas extraños entre sí, pues ni
siquiera los italianos –una denominación en cierto modo abstracta,
que englobaba orígenes diversos-, separados por los diferentes
dialectos, podían comunicarse entre ellos. La integración de sus
elementos diversos, la constitución de redes y núcleos
asociativos, y la definición de identidades en ese mundo del trabajo fue un
proceso lento.
Muchos de los inmigrantes, impulsados por el afan de “hacer la
América” y quiza volver ricos y respetables a la aldea de
donde habían salido miserables, concentraron sus esfuerzos en la
aventura del ascenso individual, o mas exactamente familiar. Quienes no
lo lograron o fracasaron después de algún éxito inicial
–y no volvieron a la patria- permanecieron dentro del conjunto de los trabajadores,
permanentemente renovado con los nuevos llegados. Fue entre ellos donde
mas ampliamente se desarrollaron las formas de solidaridad, estimuladas
por los militantes contestatarios. Pero la mayoría obtuvo al menos
algún éxito dentro de la “aventura del ascenso”. Éste
consistía generalmente en llegar a tener la casa propia, y quiza
un pequeño negocio o taller también propio. Sobre todo, el camino
pasabapor la dedicación de los hijos: la educación primaria
permitía superar la barrera idiomatica que segregaba a los
padres; la secundaria abría las puertas al empleo público o al
puesto de maestra, dignos y bien remunerados. La universitaria, y el
título de doctor, era la llave magica que permitía
ingresar a los círculos cerrados de la sociedad constituida. Se trata
sin duda de una imagen con mucho de convencional, elaborada a partir de las
experiencias de los triunfadores, e ignorando la de los fracasados. Pero de
cualquier modo, estas aventuras del ascenso
fueron lo suficientemente importantes como
para plasmar una imagen mítica de hondo arraigo y larga
perduración, y para constituir las amplias clases medias, urbanas y
rurales, que caracterizaron de forma definitiva nuestra sociedad.
En suma, lo que se constituyó fue una sociedad nueva, que
permaneció por bastante tiempo en formación, en la que los
extranjeros o sus hijos estuvieron presentes en todos los lugares, los altos, los medios y
los bajos. Fue abierta y flexible, con oportunidades para todos. Fue
también una sociedad escindida doblemente: por una parte, el país
modernizado se diferenció del
Interior tradicional; por otra, la nueva sociedad se mantuvo bastante tiempo
separada de las clases criollas tradicionales, y las clases altas, un poco
tradicionales pero en buena medida también nuevas, procuraron afirmar
sus diferencias respecto de la nueva sociedad.
Mientras en la nueva sociedad los inmigrantes se mezclaban sin reticencias con
los criollos y generaban formas de vida y de culturas híbridas, las
clases altas–capaces de acoger sin reticencias a los extranjeros ricos o
exitosos- se sentían tradicionales, afirmaban su argentinidad y se
creían las dueñas del
país al que los inmigrantes habían venido a trabajar. No todos
sus miembros tenían riqueza antigua, pues entre ellos había muchos
advenedizos o rastacueros, como
se decía entonces, ni siquiera todos tenían verdaderamente
riqueza. Algunos lo lograron con medios dudosos, gracias a los favores del poder, y otros
apenas podían conservar lo que llamaban la “decencia”. Pero
todos ellos, frente a la masa de extranjeros, manifestaron una cierta voluntad
de cerrarse, de recordar sus antecedentes patricios, de ocuparse de los
apellidos y la prosapia, y quienes podían, de hacer gala de un lujo y
ostentación –que quiza sus modelos europeos consideraran
vulgar y chabacano- útil para marcar las diferencias. Esa función
cumplían los lugares públicos donde mostrarse, como la
Ópera, Palermo o la calle Florida, y sobre todo el club, exclusivo y a
la vez educador: el Jockey, fundado por Carlos Pellegrini y Miguel Cané
para constituir una aristocracia vasta y abierta, “que comprenda a todos
los hombres cultos y honorables”.
Estos mismos hombres se reservaron el manejo de la alta política.
Ésta fue una actividad de “notables”, provenientes de
familias tradicionales, decentes y educados, aunque no necesariamente ricos,
pues en la política abundaron los parvenus, que harían
allí su fortuna. El sistema institucional era perfectamente republicano
–aunque diseñado para mediatizar las decisiones mas
importantes y alejarlas algo de la “voluntad popular”-, pero
laspracticas electorales de la época, y sobre todo la fuerte
injerencia del gobierno en cada uno de sus pasos, tendían a desalentar a
quienes quisieran participar en esa competencia. En la cúspide del sistema político, la selección del personal pasaba por
los acuerdos entre el presidente, los gobernadores y otros notables de
prestigios reconocido. En los niveles mas bajos, la competencia se daba
entre caudillos electorales, que movilizaban maquinarias aguerridas, capaces
–con la complicidad de la autoridad- de asaltar atrios y volcar padrones.
El sistema –estigmatizado luego por la oposición política-
descansaba sobre una escasa voluntad general de participación en las elecciones.
Alejada de los grandes procesos democratizadores de las sociedades
occidentales, la constitución de la ciudadanía fue aquí
lenta y trabajosa. Particularmente, pesó el escaso interés de los
extranjeros por nacionalizarse y participar de las elecciones, perdiendo
algunos privilegios y garantías inherentes a su condición de
tales, y esta situación inquietó incluso a los espíritus
mas lúcidos de la elite dirigente, preocupados por asentar las
bases consensuales del
régimen político.
Quiza la característica mas notable y perdurable de ese
régimen haya sido la falta de competencia entre partidos
políticos alternativos y su estructuración en torno de un partido
único, cuyo jefe era el presidente de la República. El Partido
Autonomista Nacional era en realidad una federación de gobernadores,
cabezas de “situaciones” provinciales, y el presidente usaba sus
atribuciones institucionales para disciplinarlos,mezclando confusamente lo que
era propio del Estado con lo mas específicamente político.
Ausentes los mecanismos de alternancia, raquíticos los espacios de
discusión pública amplia, los conflictos se negociaban en
círculos reducidos, entre la Casa Rosada y el Círculo de Armas,
la redacción de un diario y los pasillos del Congreso. El sistema era
eficaz cuando se trataba de diferencias en torno de convicciones comunes
–como
ocurrió a lo largo de la década de 1880- pero reveló sus
debilidades cuando las discrepancias se hicieron mas serias, a partir de
1890. Quedó claro entonces que en el régimen político no
había lugar para partes con intereses divergentes y legítimos,
capaces de discrepar y de acordar, y el unicato, que había contribuido a
la consolidación del régimen y a la eliminación de las
antiguas confrontaciones, reveló sus limitaciones para canalizar las
propuestas de cambio de una sociedad que se estaba constituyendo y
diversificando, y en la que se desarrollaban intereses variados y
contradictorios.
Moldear y organizar esa sociedad en formación, según sus
definidas convicciones acerca del
progreso y generar en ella el consenso necesario para las vastas
transformaciones que se estaban desarrollando fue quiza la
preocupación principal de la elite dirigente. El panorama que se
presentaba ante sus escasamente solidarios, sólo interesados en lucrar y
en volver a su terruño, despertaba la indignación de quienes,
como Sarmiento, habían visto otrora en la inmigración el gran
instrumento de progreso. Por otra parte, en el empeño de dar forma a esa
masa, apareció un conjunto decompetidores importantes: la Iglesia en
primer lugar, aunque en el Río de la Plata su influencia era mucho menor
que en el resto de Hispanoamérica; las asociaciones de las
colectividades extranjeras, y particularmente la italiana, y luego los grupos
políticos contestatarios, y sobre todo los anarquistas, que ya esbozaban
para los sectores populares un proyecto de sociedad definidamente alternativo.
Frente a ellos, ese Estado todavía débil presentó combate
y triunfó. Progresivamente fue extendiendo su larga mano
–ciertamente visible- sobre la sociedad, tanto para controlar su organización
cuanto para acelerar los cambios que aseguraran el progreso buscado.
Las Leyes de Registro Civil y de Matrimonio Civil, inspiradas en la
legislación europea mas progresista, impusieron la presencia del
Estado en los actos mas importantes de la vida de los hombres –el
nacimiento, el casamiento, la muerte-, hasta entonces regulados por la Iglesia.
Posteriormente, esa presencia del Estado se reforzaría en la
regulación de la higiene, del trabajo, y sobre todo con la ley de Servicio
Militar obligatorio que, al llegar a la mayoría de edad, colocaba a
todos los hombres en situación de ser controlados, disciplinados y
argentinizados. Pero en la década de 1880 el gran instrumento fue la
educación primaria, y hacia ella se volcaron los mayores esfuerzos.
Ésta, según la ley 1.420 de 1884, fue laica, gratuita y
obligatoria. Desplazando tanto a la Iglesia como a las colectividades, que
habían avanzado mucho en este terreno, el Estado asumió toda la
responsabilidad: con la alfabetización aseguraba lainstrucción basica
común para todos los habitantes, y a la vez la integración y
nacionalización de los niños hijos de extranjeros, que si en sus
hogares filiaban su pasado en alguna región de Italia o España,
aprendían en la escuela que éste se remontaba a Rivadavia o Belgrano.
Aunque la elite fue constitutivamente cosmopolita, crítica de la
herencia criolla o hispana y abierta a las influencias progresistas de las
metrópolis, tuvo a la vez una temprana preocupación por lo
nacional, tanto para firmar su identidad en el país aluvional como para integrar en
ella a la masa extranjera. La elite patricia, que se sentía
consustanciada con la construcción de la patria, se ocupó de dar
forma a una versión de su historia, como lo hizo Bartolomé Mitre,
que era a la vez una autojustificación. Con las mismas preocupaciones,
discutieron sobre qué cosa era el arte, la música o la lengua
nacional. Sobre estos y otros temas se hablaba tanto en los círculos y
tertulias privadas como
en los periódicos y en sus redacciones, quiza en la catedra
universitaria o en el Congreso. Algunos incluso escribieron libros, que
editaban en Europa. Si no hubo muchos grandes creadores, en cambio
constituyeron un grupo de intelectuales que, sin especialización
profesional, contribuyeron muy eficazmente a moldear las ideas de su clase.
Conocieron todas las corrientes europeas, y de cada una de ellas hubo una
versión local realismo, impresionismo, naturalismo…Pero la que
mas se adecuó a su filosofía espontanea de la vida
fue el positivismo, en su versión spenceriana, por su valoración
de la eficiencia y el pragmatismo, delorden y el progreso, en todo adecuados a
una sociedad que por entonces – llegando al Centenario de la
Revolución de Mayo- se definía por su optimismo.
Tensiones y Transformaciones
El Centenario de la Revolución de Mayo fue la ocasión que el
país, alegre y confiado, tuvo para celebrar sus logros recientes. La
asistencia de la Infanta Isabel de Borbón, tía del
rey de España, y del
presidente Montt de Chile, indicaban que las hostilidades externas, viejas o
nuevas, pertenecían al pasado. Intelectuales, políticos y
periodistas, como Georges Clemenceau, Enrico Ferri, Adolfo Posada o Jules
Huret, dejaron, cada uno a su manera, testimonio del espectacular
desempeño de la República, al igual que el poeta Rubén
Darío, que escribió un Canto a la Argentina algo pomposo.
Atestiguando el caracter aluvial de nuestra sociedad, cada una de las
colectividades extranjeras honró al país y a sus espectaculares
logros con un monumento alusivo, cuya piedra fundamental se colocó
apresuradamente ese años. Pero el discurso oficial, vacío, hueco
y conformista, apenas alcanzaba a disimular la otra cara de esta realidad: una
huelga general, mas virulenta aún que la del año anterior
–cuando coincidió con el asesinato del jefe de Policía a
manos de un anarquista-, amenazó frustrar los festejos, y una bomba en
el Teatro Colón las tensiones y la violencia, a la que desde la sociedad
establecida se respondió con los primeros episodios del terror blanco y
con una draconiana ley de Defensa Social.
Mas alla de la pompa de la celebración, una honda
preocupación por el rumbo de la nación invadía los
espíritusmas reflexivos, ganados por un pesimismo creciente.
Utilizando los modelos de la sociología positivista, y
combinandolos con la historia y la psicología social, se
diagnosticó que la sociedad estaba enferma. Retomando la
tradición reflexiva del Sarmiento o Alberdi, aparecieron ensayos
profundos, balances descarnados y propuestas, como los que hicieron Joaquín
V. Gonzalez en El juicio del siglo, Agustín Alvarez en
Manual de patología política, Carlos Octavio Bunge en Nuestra
América, José María Ramos Mejía en Las multitudes
argentinas o Ricardo Rojas en La restauración nacionalista. Parte de los
males se atribuían a la misma elite, su conformismo facil y su
abandono de la tradición patricia y la conciencia pública. Pero
el punto central del cuestionamiento era el cosmopolitismo de la sociedad
argentina, inundada por la masiva presencia de los inmigrantes y dirigida por
quienes habían buscado su inspiración en Europa. Todos los
conflictos sociales y políticos, todo cuestionamiento a la
dirección de la elite tradicional, podían ser atribuidos a los
malos inmigrantes, a los cuerpos extraños, a los extranjeros
disolventes, incapaces de valorar lo que el país les había
ofrecido.
Pero mas alla de estas manifestaciones extremas, preocupaba la
disolución de un ser nacional que algunos ubicaban en la sociedad
criolla previa al alud inmigratorio y otros, mas extremos, filiaban
polémicamente en la ruptura con la tradición hispana. Si bien
esta última posición era cuestionada por quienes seguían
asociando esta tradición con la intolerancia y el atraso, en cualquier
caso se dibujó en laconciencia de la elite la imagen de unas masas
torvas y oscuras, desligadas de todo vínculo, peligrosas, que acechaban
en las sombras y que estaban empezando a invadir los ambitos hasta
entonces reservados a los hijos de la patria. En respuesta, algunos adhirieron
al elitismo aristocratizante que había puesto de moda el uruguayo
José Enrique Rodó con su Ariel. Otros buscaron la solución
de cada uno de los problemas en alguna de las fórmulas de la
ingeniería social, incluyendo las que había ensayado en Alemania
el canciller Bismarck. Pero la mayoría encontró la respuesta en
una afirmación polémica y retórica de la nacionalidad: la
solución era subrayar la propia raigambre criolla, argentinizar a esa
masa extraña, y a la vez disciplinarla. Desde principios de siglo, y sin
duda inspirado en el clima europeo de preguerra, empezó a predominar un
nacionalismo chauvinista, que José María Ramos Mejía,
desde el Consejo Nacional de Educación, intentó inculcar a los
niños de la escuela primaria en sus practicas cotidianas, y que
tuvo su apogeo en los festejos de 1910, cuando las patotas de
“niños bien” se complacían en hostilizar a cualquier
extranjero que demorara en descubrirse al sonar las notas del Himno.
A partir de esta percepción de una enfermedad en la sociedad, ratificada
por la cotidiana emergencia de conflictos y tensiones de la mas variada
índole, se dibujaron dos actitudes en la elite dirigente. Algunos
optaron por una conducta conciliadora, haciéndose cargo de los reclamos
de la sociedad y proponiendo reformas. Otros, en cambio, mantuvieron una actitud
intransigente, queapeló al Estado para reprimir cualquier
manifestación de descontento y, no satisfechos por un apoyo que por otra
parte no se retaceaba, se organizaron para actuar por su propia cuenta.
Algunos motivos de preocupación se adivinaban en la marcha de la
economía, pese a que en los primeros años del siglo la Argentina
realizó lo mas espectacular de su crecimiento. Un renovado empuje
migratorio hizo que en 1914 casi se alcanzaran los 8 millones de habitantes,
duplicando la cifra de 1895. El area cultivada alcanzó el
récord de 24 millones de hectareas y el país llegó
a ser el primer productor mundial de maíz y lino, y uno de los primeros
de lana, carne vacuna y trigo. Buenos Aires –que exhibía orgullosa
su subterraneo- se convirtió en la primera metrópoli
latinoamericana. Sin embargo, las crisis de 1907 y 1913, y después de
dos años de depresión motivados por la guerra de los Balcanes,
recordaban la vulnerabilidad de ese crecimiento. La relación externa se
estaba haciendo mas compleja, tanto por la acrecida participación
de Francia y Alemania en el comercio y las inversiones como por la presencia
cada vez mas agresiva de Estados Unidos en el area de los
servicios públicos y la electricidad, y sobre todo en los
frigoríficos. Su dominio de la técnica del chilled o enfriado, le
permitió ganar posiciones en el mercado externo y, tras sucesivos
acuerdos por las cuotas de exportación, llegó a controlar las
tres cuartas partes del comercio de carnes con Gran Bretaña, aunque los
ingleses siguieron administrando el flete y los seguros. Eran los primeros
anuncios de una relación triangular, muchomas compleja que la
anterior, que se profundizó cuando la industria local empezó a
demandar maquinas, repuestos o petróleo, suministrados por Estados
Unidos, o cuando se popularizó el uso del automóvil, y que
requirió un manejo de la política económica bastante
mas delicado y preciso. Pero esos problemas quedaron postergados por el
mucho mas acucioso planteado por la Primera Guerra Mundial, que desorganizó
los circuitos comerciales y financieros, retrajo las nuevas inversiones,
provocó un fuerte encarecimiento de la subsistencia y dificultades en
muchas industrias, aunque benefició a aquellas actividades, como la
exportación de carne enlatada, destinadas al abastecimiento de los
beligerantes. Aun cuando se viera en esto el efecto de una coyuntura breve y
acotada a la duración del conflicto bélico, lo cierto es que
nadie convalidaría en 1916, al asumir el nuevo presidente, el
diagnóstico optimista y despreocupado de 1910.
Las mayores preocupaciones provenían de la emergencia de tensiones
sociales, de demandas y requerimientos diversos, generalmente expresados de
manera violenta, provenientes de los diversos actores que se iban definiendo a
medida que la sociedad se estabilizaba y diversificaba. Las tensiones no
surgieron del Interior tradicional, de existencia aletargada, sino de las zonas
dinamicas del Litoral. En el ambito rural, una primera
manifestación notable fue la de los chacareros de Santa Fe,
protagonistas de la primera expansión agrícola, entre quienes
abundaban los propietarios. Se combinó aquí una coyuntura
económica crítica –derivada de la crisis de 1890- y
unadecisión política del Estado, que por entonces eliminó
el derecho de los extranjeros a votar en las elecciones municipales. En el
mismo año se produjo la revolución de la Unión
Cívica, y en los siguientes los colonos incorporaron sus reclamos
–eliminación de un impuesto gravoso y derechos políticos en
los municipios- a los de los radicales. Colaboraron con ellos en la
revolución de Santa Fe de 1893, donde los “colonos en armas”
– especialmente los Suizos- desempeñaron un papel importante, para
sufrir luego la represión gubernamental y los efectos de un clima
general adverso a los “gringos”.
El episodio siguiente, bastante posterior, estalló en 1912 y tuvo por
actores al conjunto de los arrendatarios que habían protagonizado la
notable expansión cerealera de la región del Litoral, los
esforzados que al frente de pequeñas empresas familiares, y con enorme
sacrificio, pudieron a veces prosperar y consolidar su posición, aunque
siempre atenazados por presiones permanentes: la de los terratenientes, que
ajustaban periódicamente sus arriendos, estimulados por la creciente
demanda de tierras originada en un flujo migratorio permanente, y la de los
comercializadores, una cadena que empezaba en el bolichero del lugar y
terminaba en las grandes empresas exportadoras, como Dreyfus o Bunge y Born. En
épocas de buenos precios, los chacareros podían mantener un
aceptable equilibrio, pero la caída de los precios internacionales en
1910 y 1911, en épocas en que los arriendos se mantenían altos,
hizo crítica la situación. Por otra pare los chacareros ya
habían echado raíces en el país, se habíannucleado
y delineaban los que eran sus intereses. Así, en 1912 realizaron una
huelga, negandose a levantar la cosecha a menos que los propietarios de
tierras satisficieran ciertas condiciones: contratos mas largos, rebajas
en los arriendos, y otras cosas, como el derecho a contratar libremente la
maquinaria para la cosecha o a criar animales domésticos. Tanto en el
caso de los colonos santafesinos como de los arrendatarios pampeanos llama la
atención el contraste entre la moderación de los reclamos –
que ni cuestionaban los aspectos basicos del sistema ni proponían
alianzas con los jornaleros rurales- y la violencia de la acción en el
caso de los colonos de Santa Fe, o la madurez organizativa de los
arrendatarios, que iniciaron un importante movimiento cooperativo y
constituyeron una entidad gremial: la Federación Agraria Argentina.
Desde entonces, quedaron constituidos como un actor, que permanentemente
reclamó y presionó a los terratenientes y a las autoridades.
En las grandes ciudades –sobre todo en Buenos Aires y Rosario – la
definición de las identidades fue mas compleja, y el resultado
menos unívoco, pero de consecuencias mas espectaculares. Entre
los sectores populares, la heterogeneidad cultural y lingüística
fue superandose en la experiencia cotidiana de afrontar las duras
condiciones de vida, que estimularon la cooperación y la
constitución de todo tipo de asociaciones: mutuales, de resistencia,
gremiales, en torno de las cuales la sociedad popular comenzó a tomar
forma. Por otra parte, la convivencia permitía la espontanea
integración de las tradiciones culturales yel surgimiento de formas
híbridas pero de una vigorosa creatividad, como el tango, el sainete o
el lunfardo, donde confluían los elementos criollos y los muy diversos
aportados por la inmigración.
Sobre esta elaboración espontanea se propusieron influir tanto la
Iglesia como las grandes asociaciones de colectividades y sobre todo el Estado,
que combinó coacción con educación. Pero su gran
instrumento, la escuela pública, chocó en esta primera etapa con
una masa de trabajadores adultos analfabetos, casi impermeables a su mensaje.
Esto dejó un ancho campo de acción para otro campo alternativo,
proveniente de intelectuales contestatarios, y particularmente de los
anarquistas. Ellos encontraron el lenguaje adecuado para dirigirse a una masa
trabajadora dispersa, extranjera, segregada, que para actuar en conjunto
necesitaba grandes consignas movilizadoras, como la de deshacer la sociedad y
volver a rehacerla, justa y pura, sin patrones y sin Estado. La huelga general
y el levantamiento espontaneo eran los instrumentos imaginados para
integrar a esta masa laboral fragmentada, y para hacer mas eficaz la
lucha por las reivindicaciones específicas de cada uno de los gremios,
que los anarquistas encauzaron eficazmente. Frente al anarquismo el Estado
galvanizó su actitud represora, y la ley de Residencia de 1902
autorizaba incluso la expulsión de los mas díscolos. En un
juego de desafíos recíprocos, la agitación social, que
comenzó hacia 1890, se agudizó hacia el 1900 y culminó con
las grandes huelgas de 1910, momento de apogeo de la agitación de masas
y del motín urbano –aunque laorganización no alcanzó
un desarrollo similar-, y también de la represión.
Esta identidad, segregada y contestataria, motivo de la mas seria
preocupación de las clases dirigentes, no fue la única que se
constituyó entre los trabajadores urbanos. Progresivamente se fue
dibujando un sector de obreros mas calificados, generalmente con una
educación basica, decididos a afincarse en el país y en muchos
casos ya argentinos. Entre ellos, y también entre otros sectores
populares ya integrados a la sociedad urbana, encontraron su lenguaje
mas racional que emotivo, una mejora gradual de la sociedad en la que
las aspiraciones últimas resultarían el producto de una serie de
pequeñas reformas. Éstas debían lograrse en buena medida
por la vía parlamentaria, por lo que incitaban a los trabajadores a que
se nacionalizaran. Los socialistas obtuvieron siempre buenos resultados
electorales en las ciudades a partir de la consagración en 1904 de
Alfredo L. Palacios como diputados por Buenos Aires. Sin embargo, no tuvieron
éxito en encauzar las reivindicaciones específicas de los
trabajadores que, cuando no siguieron a los anarquistas, prefirieron a los
sindicalistas. Éstos tuvieron particular predicamento entre los grandes
gremios, como los ferroviarios o los navales, y también entre los
portuarios. Como los socialistas, eran partidarios de las reformas graduales,
pero se desinteresaban de la lucha política y los partidos y centraban
su estrategia en la acción específicamente gremial. Unos y otros
contribuyeron –sobre todo después de 1910- a encausar la
conflictividad hacia vías reformistas y aencontrar terrenos de contacto
y negociación con el Estado, donde pudo desenvolverse una actitud
mas conciliadora, expresada en el proyecto de Código, de
inspiración bismarckiana, propuesto en 1904 por el ministro
Joaquín V. Gonzalez y elaborado con la colaboración de los
dirigentes políticos mas progresistas, y en la creación
del Departamento Nacional del Trabajo en 1907.
La actividad sindical constituyó en definitiva un actor de presencia y
reclamos permanentes. No alcanzaba sin embargo a expresar otras inquietudes de
la sociedad, y particularmente de quienes preferían intentar el camino
del ascenso antes que unir su suerte a la del conjunto de los trabajadores. Se
trataba de una opción atractiva y relativamente realizable, en una
sociedad que en su base era abierta y fluida. El logro de una posición
económica era una aventura esencialmente individual, pero el
reconocimiento social y la posibilidad de acceder a los reductos que las clases
tradicionales mantenían cerrados era un problema colectivo, que se
expresó en términos políticos, aun cuando éstos no
agotaran las cuestiones en juego.
El sistema político diseñado por la elite, eficaz mientras la
nueva sociedad se mantenía pasiva, empezó a revelar sus
debilidades apenas nuevos actores hicieron oír sus voces. En 1890 se
produjo una primera fractura, pues una disidencia surgida dentro mismo de los
sectores tradicionales –encabezada por la juventud universitaria
–encontró insospechado eco en la sociedad, golpeada por la crisis
económica. Es significativo que los principales dirigentes de los nuevos
partidos –Leandro N. Alem,Hipólito Yrigoyen, Juan B. Justo,
Lisandro de la Torre- hayan luchado juntos en el Parque. El golpe afectó
al régimen político, profundamente dividido, que durante tres o
cuatro años zozobró, incapaz de encontrar una respuesta adecuada
a un desafío que progresivamente se fue haciendo mas definido.
Hacia 1895, luego de un par de revoluciones sofocadas, y por obra de Carlos
Pellegrini, la “gran muñeca” política del
régimen, se recuperó el equilibrio, que consolidó el
general Roca cuando alcanzó en 1898 la presidencia por segunda vez.
Quedó sin embargo un residuo no reabsorbido: el Partido Socialista,
volcado hacia los trabajadores, y la Unión Cívica Radical, un
movimiento cívico a la búsqueda de su público.
Pasada la agitación política, el radicalismo subsistió
durante unos años en estado de latencia. En 1905 intentó un
levantamiento revolucionario, cívico pero también militar, que
fracasó como tal aun cuando tuvo un enorme efecto
propagandístico, sobre todo porque estalló en momentos en que el
régimen político otra vez se veía aquejado por una
profunda división, originada en la ruptura ocasional entre sus dos
cabezas, Roca y Pellegrini, pero que revelaba discrepancias mas hondas.
Así, pese al fracaso revolucionario y a la dura represión
afrontada por la UCR comenzó a crecer, a conformar su red de
comités y a incorporar a sectores sociales nuevos, que hacían sus
primeras experiencias políticas: jóvenes profesionales,
médicos, abogados, comerciantes, empresarios, y en las zonas rurales
muchos chacareros, todos los cuales integraban el mundo de quienes
habían recorrido exitosamente losprimeros tramos del ascenso, pero
encontraban cerradas las puertas para el ejercicio pleno de una
ciudadanía que tenía, junto con su dimensión
específicamente política, otra que implicaba el reconocimiento
social.
El programa del radicalismo –centrado en la plena vigencia de la
Constitución, la pureza del sufragio y una cierta moralización de
la función pública- expresaba esos intereses comunes, limitados
pero precisos. Aplicando los principios preconizados, la UCR, al igual que el
Partido Socialista, tuvo una Carta Organica y una Convención,
aunque siempre se respetó la preeminencia de los dirigentes
históricos, la mayoría nacidos a la vida política en 1890
en el Parque. Sobre todo, tuvo un arma poderosa para enfrentar a lo que con
éxito denominaron “el régimen”, que era “falaz
y descreído”: “la causa” se definía por su
intransigencia, es decir, la negativa a cualquier tipo de transacción o
acuerdo, traducida en la abstención electoral. La UCR se negaba
así al eventual establecimiento de un sistema de partidos que se
alternaran y compartiran las responsabilidades, e identificandose
con la Nación, exigía la remoción total de un
régimen que, a su vez, se había constituido sobre la base del unicato.
Ciertamente la abstención electoral –quiza la mas
clara expresión de la incapacidad del régimen político
para dar lugar a los reclamos de la sociedad- facilitó al principio su
gestión a los gobernantes, pero a la larga la condena moral
resultó cada vez mas efectiva.
Las tensiones que recorrían la sociedad, que expresaban su creciente
complejidad, y la cantidad de voces legítimasque buscaban manifestarse,
resultaban mas violentas y amenazantes de lo que intrínsecamente
eran, por la escasa capacidad de los gobiernos para darles cabida y encontrar
los espacios de negociación adecuados. Desafiados por la forma extrema
de sus manifestaciones, muchos dirigentes optaron por una respuesta dura:
acusar a minorías extrañas, desconocer, reprimir, y
también mantener y salvaguardar los privilegios. Hizo esto el presidente
Manuel J. quintana, que sucedió a Roca y reprimió el
levantamiento radical de 1905. Esa postura se hizo cada vez menos sostenible no
sólo por la magnitud de la impregnación global sino por las dudas
de los dirigentes y la creciente conciencia de su ilegitimidad, que derivaron
en divisiones y debilitaron su posición, permitiendo el avance de
quienes se inclinaban por la reforma. El pasaje de Pellegrini a ese bando, al
fin de la segunda presidencia de Roca, fue decisivo, lo mismo que la determinación
del presidente Figueroa Alcorta, que asumió en 1906, de usar todos los
instrumentos del poder para desmontar la maquinaria armada por Roca y
posibilitar en 1910 la elección de Roque Saenz Peña. Las
peores armas del viejo régimen fueron puestas al servicio de una
transformación que, al hacerse cargo de los argumentos del radicalismo,
pretendía volver mas transparente la vida política
incorporando el conjunto de la población nativa a la practica
electoral. La propuesta del sufragio secreto, según el padrón militar,
tendía a evitar cualquier injerencia del gobierno en los comicios,
mientras que el caracter obligatorio del sufragio –que
Saenz Peña tradujo enel enfatico imperativo de
“Quiera el pueblo votar!”- apuntaba a incorporar a la
ciudadanía a una masa de gente que, pese a la prédica de
radicales y socialistas, no manifestaba espontaneamente mayor
interés en hacerlo.
Por otra parte, la reforma electoral establecía la representación
de mayorías y minorías, según la proporción de dos
a uno. Quienes diseñaron el proyecto estaban absolutamente convencidos
de que los partidos que representaran los intereses tradicionales
ganarían sin problema las mayorías, y que la
representación minoritaria quedaría para los nuevos partidos
– sobre todo la UCR y quizas el Partido Socialista-, que de ese
modo quedarían incorporados y compartirían las responsabilidades.
Tal convicción se fundaba en la simultanea decisión del
grupo reformista de modificar sus propias practicas políticas,
desplazar las maquinarias electorales que hasta entonces habían operado
–representadas arquetípicamente en el mítico Cayetano
Ganghi, un caudillo de la Capital portador de una valija repleta de libretas
cívicas- e incorporar a la contienda política en cada lugar a
figuras de la suficiente envergadura social e intelectual como para atraer a
sus electores espontaneamente y sin necesidad de trampas. Se trataba, en
suma, de erradicar la política criolla y constituir un partido de
“notables”, favorecido sin duda por la obligatoriedad del sufragio,
que ayudaría a romper el aparato de caudillos hasta entonces dominante.
Aprobada la ley en 1912, las primeras elecciones depararon una fuerte sorpresa
para quienes habían diseñado la reforma: si bien los
partidostradicionales ganaron en muchas provincias –donde los gobiernos
encontraron la forma de seguir ejerciendo su presión-, los radicales se
impusieron en Santa Fe y en la Capital, donde los socialistas obtuvieron el
segundo lugar. La perspectiva del triunfo arrastró a mucha gente al
radicalismo, que en esos años se convirtió en un partido masivo,
constituyó su red de comités y de caudillos y se empapó de
muchos de los mecanismos de la política criolla. Hipólito
Yrigoyen, un misterioso dirigente que nunca hablaba en público, pero
incansable en la tarea de recibir a los hombres de su partido, se
convirtió en un líder de dimensión nacional. Para
enfrentarlo, los grupos tradicionales, que ya empezaban a ser denominados
conservadores, intentaron organizar un partido organico, de dimensión
nacional como el radical, sobre la base de los distintos grupos o
“situaciones” provinciales. Lisandro de la Torre –fundador de
un partido “nuevo”, la Liga del Sur de Santa Fe- fue el candidato
de lo que emblematicamente se llamó el Partido Demócrata
Progresista. Pero el éxito del proyecto del proyecto era cada vez
mas dudoso, y muchos dirigentes, encabezados por el gobernador de Buenos
Aires Marcelino Ugarte, reticentes al proyecto de la reforma política, y
mucho mas ante un dirigente profundamente liberal como De la Torre,
prefirieron plantear su propia alternativa. Divididos los conservadores, los
radicales –que también afrontaban sus propias divisiones- se
impusieron ajustadamente, en una elección que, en 1916, inauguraba una
etapa institucional y social sustancialmente novedosa.