Bienvenido al sistema solar
Hoy los astrónomos pueden hacer las cosas más asombrosas. Si alguien
encendiese una cerilla en la Luna, podrían localizar la llama. De los
latidos y temblequeos más leves de las estrellas remotas pueden deducir el
tamaño e incluso la habitabilidad potencial de planetas demasiado remotos para
que se puedan ver siquiera planetas tan lejanos que nos llevaría medio millón
de años en una nave espacial llegar hasta allí. Pueden captar briznas de
radiación tan ridículamente leves con sus radiotelescopios que, la cuantía
total de energía recogida del exterior del sistema solar por todos ellos
juntos, desde que iniciaron la recolección en 1951, es «menos que la energía de
un solo copo de nieve al dar en el suelo», en palabras de Carl Sagan.
En suma, de todas las cosas que pasan en el universo, pocas
son las que no puedan descubrir los astrónomos si se lo proponen. Por
eso resulta aun más notable que, hasta 1978, nadie hubiese reparado nunca en
que Plutón tenía una luna. En el verano de ese año, un joven astrónomo llamado James Christy, del
Observatorio Naval de Estados Unidos de Flagstaff (Arizona), estaba haciendo un examen
rutinario de imágenes fotográficas de Plutón cuando vio que había algo allí. Se trataba de una cosa borrosa e imprecisa, pero claramente
diferenciada de Plutón. Consultó a un colega
llamado Robert Harrington y llegó ala conclusión de que lo que se veía allí era
una luna. Y no era una luna cualquiera. Era la luna más grande del
sistema solar en relación con su planeta.
La verdad es que esto fue un duro golpe para el
estatus de Plutón como planeta, que en realidad
había sido siempre bastante modesto.
Como hasta
entonces se había creído que el espacio que ocupaba aquella luna
y el que ocupaba Plutón eran el mismo, el descubrimiento significó que Plutón
resultaba mucho más pequeño de lo que nadie había sospechado…, más pequeño
incluso que Mercurio. De hecho, hay siete lunas en el sistema
solar, incluida la suya, que son mayores que él.
Ahora bien, esto nos plantea el interrogante de por qué se tardó tanto tiempo
en descubrir una luna en nuestro sistema solar. La
respuesta es que se debe, por una parte, a que todo depende de adónde apunten
los astrónomos con sus instrumentos y, por otra, a lo
que sus instrumentos puedan llegar a ver. Por último, también se debe a Plutón.
Lo más importante es hacia dónde dirijan sus instrumentos. En palabras del
astrónomo Clark Chapman: «La mayoría de la gente piensa que los astrónomos se
van de noche a sus observatorios y escrutan el firmamento. Eso
no es verdad. Casi todos los telescopios que tenemos en el mundo están
diseñados para ver sectores pequeñísimos del cielo perdidos en la lejanía,
para ver un quásar, para localizar agujeros negros o para contemplar una
galaxia remota. La única red auténtica de telescopios que
recorre el cielo ha sido diseñada y construidapor los militares».
Estamos mal acostumbrados por las versiones de dibujantes y pintores a imaginar una claridad de resolución que no existe en la
astronomía actual. Plutón en la fotografía de Christy es apagado y borroso (un trozo de borra cósmica) y su luna no es la órbita acompañante
iluminada por detrás y limpiamente delineada que encontraríamos en un cuadro de
National Geographic, sino una mota diminuta y en extremo imprecisa de
vellosidad adicional. Tan imprecisa era la vellosidad que se tardó otros ocho
años en volver a localizar la luna6 y confirmar con ello su existencia de forma
independiente.
Un detalle agradable del
descubrimiento de Christy fue que se produjese en Flagstaff, pues había sido allí donde se
había descubierto Plutón en 1920. Ese acontecimiento
trascendental de la astronomía se debió principalmente al astrónomo Percival
Lowell. Lowell procedía de una de las familias
más antiguas y más ricas de Boston
(la de ese famoso poemilla que dice que Boston
es el hogar de las judías y el bacalao, donde los Lowell sólo hablan con los Cabot, mientras
que los Cabot sólo hablan con Dios). Fue el patrocinador del famoso observatorio que lleva su nombre,
pero se le recuerda sobre todo por su creencia de que Marte estaba cubierto de
canales, construidos por laboriosos marcianos, con el propósito de transportar
agua desde las regiones polares hasta las tierras secas pero fecundas próximas
al ecuador.
La otra convicción persistente de Lowell era que, en un punto situado másallá
de Neptuno, existía un noveno planeta aún por descubrir, denominado Planeta X.
Lowell basaba esa creencia en las irregularidades que había observado en las
órbitas de Urano y Neptuno, y dedicó los últimos años de su vida a intentar
encontrar el gigante gaseoso que estaba seguro que había allí. Por desgracia murió de forma súbita en 1916, en parte agotado por
esa búsqueda, que quedó en suspenso mientras los herederos se peleaban por su
herencia. Sin embargo, en 1929, tal vez como un medio de desviar la atención de la saga de los
canales de Marte -que se había convertido por entonces en un asunto bastante
embarazoso-, los directores del Observatorio
Lowell decidieron continuar la búsqueda y contrataron para ello a un joven de Kansas llamado Clyde
Tombaugh.
Tombaugh no tenía formación oficial como astrónomo, pero era diligente
y astuto. Tras un año de búsqueda consiguió localizar
Plutón, un punto desvaído de luz en un firmamento relumbrante. Fue un hallazgo milagroso y, lo más fascinante de todo, fue que
las observaciones en que Lowell
se había basado para proclamar la existencia de un planeta más allá de Neptuno
resultaron ser absolutamente erróneas. Tombaugh se dio cuenta enseguida de que
el nuevo planeta no se parecía nada a la enorme bola gaseosa postulada por
Lowell; de todos modos, cualquier reserva suya o de otros sobre las
características del nuevo planeta no tardaría en esfumarse ante el delirio que
provocaba casi cualquier gran noticia en un periodo como aquél, en que lagente
se entusiasmaba enseguida. Era el primer planeta descubierto por un estadounidense, y nadie estaba dispuesto a dejarse
distraer por la idea de que en realidad no era más que un remoto punto helado.
Se le llamó Plutón, en parte, porque las dos primeras letras eran un monograma
de las iníciales de Lowell, al que se proclamó a los cuatro vientos
póstumamente un talento de primera magnitud, olvidándose en buena medida a
Tombaugh, salvo entre los astrónomos planetarios que suelen reverenciarle.
Unos cuantos astrónomos siguieron pensando que aún podía existir el Planeta X
allá fuera…Algo enorme, tal vez diez veces mayor que Júpiter, aunque hubiese
permanecido invisible para nosotros hasta el momento (recibiría tan poca luz
del Sol que no tendría casi ninguna que reflejar). Se consideraba que no sería
un planeta convencional como Júpiter o Saturno
-estaba demasiado alejado para eso; hablamos de unos 7 …
millardos de kilómetros-, sino más bien como un
sol que nunca hubiese conseguido llegar del
todo a serlo. Casi todos los sistemas estelares del cosmos son
binarios (de dos estrellas), lo que convierte un poco a nuestro solitario Sol
en una rareza.
En cuanto al propio Plutón, nadie está seguro del todo de cuál es
su tamaño, de qué está hecho, qué tipo de atmósfera tiene e incluso de lo que
es realmente. Muchos astrónomos creen que no es en modo alguno un planeta, que sólo es el objeto de mayor tamaño que se ha
localizado hasta ahora en una región de desechos galácticos denominada
cinturónKuiper. El cinturón Kuiper fue postulado, en realidad, por un astrónomo
llamado F. C. Leonard en 1930, pero el nombre honra a Gerard Kuiper, un
holandés que trabajaba en Estados Unidos y que fue quien difundió la idea. El
cinturón Kuiper es el origen de lo que llamamos
cometas de periodo corto (los que pasan con bastante regularidad), el más
famoso de los cuales es el cometa Halley. Los cometas de periodo largo, que son
más retraídos -y entre los que figuran dos que nos han visitado recientemente,
Hale-Bopp y Hyakutake- proceden de la nube Oort, mucho más alejada, y de la que
hablaremos más en breve.
No cabe la menor duda de que Plutón no se parece demasiado a los otros
planetas. No sólo es minúsculo y oscuro, sino que es tan variable en sus
movimientos que nadie sabe con exactitud dónde estará dentro de unos días.
Mientras los otros planetas orbitan más o menos en el mismo plano, la
trayectoria orbital de Plutón se inclina -como si dijésemos hacia fuera de la
alineación en un ángulo de 17°, como el ala de un sombrero garbosamente
inclinado en la cabeza de alguien. Su órbita es tan irregular que, durante periodos sustanciales de cada uno de sus solitarios
circuitos alrededor del Sol, está más
cerca de la Tierra que Neptuno. En la mayor parte de las décadas de los ochenta
y los noventa, Neptuno fue el planeta más remoto del sistema solar.
Hasta el 11 de febrero de 1999, no volvió Plutón al carril exterior, para
seguir allí los próximos 228 años.
Así que si Plutón es realmente unplaneta se trata de un
planeta bastante extraño. Es muy pequeño: un cuarto del 1% del
tamaño de la Tierra. Si lo colocases encima de Estados Unidos, no llegaría a
cubrir la mitad de los 48 estados del interior. Esto
es suficiente para que sea extraordinariamente anómalo. Significa que nuestro sistema planetario está formado por cuatro
planetas internos rocosos, cuatro gigantes externos gaseosos y una pequeña y
solitaria bola de hielo. Además, hay motivos sobrados para suponer que
podemos empezar muy pronto a encontrar otras esferas
de hielo, mayores incluso, en el mismo sector del espacio. Entonces
tendremos problemas. Después de que Christy localizase la luna de Plutón, los astrónomos empezaron a observar más
atentamente esa parte del cosmos y, a primeros
de diciembre del año 2002, habían encontrado
ya más de seiscientos Objetos Transneptunianos o Plutinos,' como se llaman
indistintamente. Uno de ellos, denominado Varuna, es casi del mismo tamaño
que la luna de Plutón. Los astrónomos creen ahora que puede haber
miles de millones de esos objetos. El problema es que muchos
de ellos son oscurísimos. Suelen tener un
albedo (o reflectividad) característico de sólo el 4%, aproximadamente el mismo
que un montón de carbón… y, por supuesto, esos montones de carbón están a más
de 6.000 millones de kilómetros de distancia.
sY cómo de lejos es eso exactamente? Resulta casi inimaginable. El espacio es sencillamente
enorme… Sencillamente enorme. Imaginemos, sólo a
efectos de edificación yentretenimiento, que estamos a punto de iniciar un viaje en una nave espacial. No vamos a
ir muy lejos, sólo hasta el borde de nuestro sistema solar. Pero necesitamos hacernos
una idea de lo grande que es el espacio y la pequeña parte del mismo que
ocupamos.
La mala noticia es que mucho me temo que no podamos estar de vuelta en casa
para la cena. Incluso en el caso de que viajásemos a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo), tardaríamos siete
horas en llegar a Plutón. Pero no podemos aproximarnos siquiera a esa velocidad. Tendremos que ir a la
velocidad de una nave espacial, y las naves espaciales son bastante más lentas.
La velocidad máxima que ha conseguido hasta el momento un
artefacto humano es la de las naves espaciales Voyager 1 y 2, que están ahora
alejándose de nosotros a unos 56.000 kilómetros por hora.
La razón de que se lanzasen estas naves cuando se lanzaron (en agosto y
septiembre de 1977) era que Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno estaban alineados
de una forma que sólo se da una vez cada 175 años. Esto permitía a las dos
naves utilizar una técnica de «aprovechamiento de la gravedad» por la que eran
lanzadas sucesivamente de un gigante gaseoso al
siguiente en una especie de versión cósmica de chasquido de látigo. Aun así,
tardaron nueve años en llegar a Urano y doce en cruzar
la órbita de Plutón. La buena noticia es que, si esperamos hasta enero del año
2006 -que es cuando la nave espacial New Horizons de la NASA partirá hacia
Plutón, según el programa-, podremosaprovechar la posición favorable de
Júpiter, amén de ciertos avances tecnológicos, y llegar en unos diez años…;
aunque me temo que volver luego a casa llevaría bastante más. De una forma u
otra, será un viaje largo.
Es probable que de lo primero que te hagas cargo sea
de que el espacio tiene un nombre extraordinariamente apropiado y que es muy
poco interesante, por desgracia. Posiblemente nuestro sistema solar sea lo más
animado que hay en billones de kilómetros, pero todo el material visible que
contiene (el Sol, los planetas y sus lunas, los 1.000 millones de rocas que
giran en el cinturón de asteroides, los cometas y demás detritus a la deriva)
ocupan menos de una billonésima parte del espacio disponible.
Te darás cuenta también enseguida de que ninguno de los mapas que hayas podido
ver del
sistema solar estaba dibujado ni siquiera remotamente a escala. La mayoría de
los mapas que se ven en las clases muestra los planetas uno detrás de otro a intervalos de buena vecindad -los gigantes exteriores
llegan incluso a proyectar sombras unos sobre otros en algunas ilustraciones)-,
pero se trata de un engaño necesario para poder incluirlos a todos en la misma
hoja. En verdad, Neptuno no está un poquito más lejos
que Júpiter. Está mucho más allá de Júpiter, cinco veces más que la distancia
que separa a Júpiter de la Tierra, tan lejos que recibe sólo un 3% de la luz
que recibe Júpiter. Las distancias son tales, en realidad, que no es
prácticamente posible dibujar a escala el sistema
solar.Aunque añadieses montones de páginas plegadas a los libros de texto o
utilizases una hoja de papel de cartel realmente muy grande, no podrías
aproximarte siquiera. En un dibujo a escala del sistema solar, con la Tierra
reducida al diámetro aproximado de un guisante, Júpiter estaría a 300 metros de
distancia y, Plutón, a 2,5 kilómetros –y sería del tamaño similar al de una
bacteria, así que de todos modos no podrías verlo-. A la
misma escala, Próxima Centauri, que es la estrella que nos queda más cerca,
estaría a 16.000 kilómetros de distancia. Aunque lo redujeses todo de
tamaño hasta el punto en que Júpiter fuese tan pequeño como el punto final
de esta frase y Plutón no mayor que una molécula, Plutón seguiría quedando a 10
metros de distancia.
Así que el sistema solar es realmente enorme. Cuando
llegásemos a Plutón, nos habríamos alejado tanto del
Sol -nuestro amado y cálido Sol, que nos broncea y nos da la vida-, que éste se
habría quedado reducido al tamaño de una cabeza de alfiler. Sería
poco más que una estrella brillante. En un
vacío tan solitario se puede empezar a entender por qué han escapado a nuestra
atención incluso los objetos más significativos (la luna de Plutón, por
ejemplo). Y Plutón no ha sido ni mucho menos un caso
único a ese respecto. Hasta las expediciones del
Voyager, se creía que Neptuno tenía dos lunas. El Voyager
descubrió otras seis. Cuando yo era un
muchacho, se creía que había 30 lunas en el sistema solar. Hoy el total es de
90, como
mínimo, y aproximadamenteun tercio de ellas se han descubierto en los últimos
diez años. Lo que hay que tener en cuenta, claro, cuando se considera el
universo en su conjunto, es que ni siquiera sabemos en
realidad lo que hay en nuestro sistema solar.
Bueno, la otra cosa que notarás, cuando pasemos a toda
velocidad Plutón, es que estamos dejando atrás Plutón. Si compruebas el
itinerario, verás que se trata de un viaje hasta el
borde de nuestro sistema solar, y me temo que aún no hemos llegado. Plutón puede ser el último objeto que muestran los mapas escolares,
pero el sistema solar no termina ahí. Ni siquiera estamos cerca del
final al pasar Plutón. No llegaremos hasta el borde del sistema solar
hasta que hayamos cruzado la nube de Oort, un vasto reino celestial de cometas
a la deriva, y no llegaremos hasta allí durante otros -lo siento muchísimo
10.000 años. Plutón, lejos de hallarse en el límite exterior del sistema solar, como
tan displicentemente indicaban aquellos mapas escolares, se encuentra apenas a
una cincuenta-milésima parte del
trayecto. No tenemos ninguna posibilidad de hacer semejante viaje, claro. Los
386.000 kilómetros del
viaje hasta la Luna aún representan para nosotros una empresa de enorme
envergadura. La misión tripulada a Marte, solicitada por el primer presidente
Bush en un momento de atolondramiento pasajero, se desechó tajantemente cuando
alguien averiguó que costaría 450.000 millones de dólares y que, con
probabilidad, acabaría con la muerte de todos los tripulantes - su ADN se
haríapedazos por la acción de las partículas solares de alta energía de las que
no se los podría proteger.
Basándonos en lo que sabemos ahora y en lo que podemos razonablemente imaginar,
no existe absolutamente ninguna posibilidad de que un
ser humano llegue nunca a visitar el borde de nuestro sistema solar… nunca. Queda demasiado lejos. Tal como están las cosas, ni siquiera
con el telescopio Hubble podemos ver el interior de la nube Oort (La
denominacion correcta es nube Opik-Oort, por el astrónomo estonio Ernst Opik,
que planteó la hipótesis de su existencia en 193z, y por el astrónomo holandés
Jan Oort, que perfeccionó los cálculos dieciocho años después. (N. del A.), así que no podemos saber en realidad lo que hay
allí. Su existencia es probable, pero absolutamente
hipotética. Lo único que se puede decir con seguridad sobre la nube Oort
es, más o menos, que empieza en algún punto situado más allá de Plutón y que se
extiende por el cosmos a lo largo de unos dos años luz.
La unidad básica de medición en el sistema solar es la Unidad Astronómica, UA,
que representa la distancia del Sol a la Tierra.
Plutón está a unas 40 UA de la Tierra y, el centro de la nube Oort, a unas
50.000 UA. En definitiva, muy lejos.
Pero finjamos de nuevo que hemos llegado a la nube Oort.
Lo primero que advertirías es lo tranquilísimo que está todo allí. Nos
encontramos ya lejos de todo… tan lejos de nuestro Sol que ni
siquiera es la estrella más brillante del
firmamento. Parece increíble que ese diminuto ylejano
centelleo tenga
gravedad suficiente para mantener en órbita a todos esos cometas. No es un vínculo muy fuerte, así que los cometas se desplazan de
un modo mayestático, a una velocidad de unos 563 kilómetros por hora. De cuando en cuando, alguna ligera perturbación gravitatoria (una
estrella que pasa, por ejemplo) desplaza de su órbita normal a uno de esos
cometas solitarios. A veces se precipitan en el vacío del espacio y nunca se los vuelve a ver, pero
otras veces caen en una larga órbita alrededor
del Sol. Unos tres o cuatro por año, conocidos como cometas de periodo largo, cruzan el
sistema solar interior. Con poca frecuencia, estos visitantes errabundos se
estrellan contra algo sólido, como la Tierra. Por eso hemos
venido ahora hasta aquí, porque el cometa que hemos venido a ver acaba de
iniciar una larga caída hacia el centro del sistema solar. Se dirige ni más ni menos que hacia Manson (Iowa). Va a tardar
mucho tiempo en llegar (tres o cuatro millones de años como mínimo), así que le dejaremos de momento
y volveremos a él más tarde durante esta historia.
Ése es, pues, nuestro sistema solar. sY qué es lo que
hay más allá, fuera del sistema solar? Bueno, nada y mucho. Depende de cómo se
mire.
A corto plazo, no hay nada. El vacío más perfecto que
hayan creado los seres humanos no llega a alcanzar la vaciedad del
espacio interestelar. Y hay mucha nada de este tipo
antes de que puedas llegar al fragmento siguiente de algo. Nuestro vecino más
cercano en el cosmos, PróximaCentauri, que forma parte del grupo de tres estrellas llamado Alfa Centauri,
queda a una distancia de 4 años luz, un saltito en
términos galácticos. Pero aun así, cinco millones de veces más que un viaje a la Luna. El viaje en una nave espacial hasta allí
duraría unos 25.000 años y, aunque hicieses el viaje y llegases
hasta allí, no estarías más que en un puñado solitario de estrellas en medio de
una nada inmensa. Para llegar al siguiente
punto importante, Sirio, tendrías que viajar otros 4
años luz. Y así deberías seguir si intentases recorrer el
cosmos saltando de estrella en estrella. Para llegar al centro de la
galaxia, sería necesario mucho más tiempo del que llevamos existiendo como seres.
El espacio, dejadme que lo repita, es enorme. La
distancia media entre estrellas21 es ahí fuera de más de 30 millones de millones
de kilómetros. Son distancias fantásticas y descomunales para cualquier viajero
individual, incluso a velocidades próximas a la de la luz.
Por supuesto, es posible que seres alienígenas viajen miles de millones de
kilómetros para divertirse, trazando círculos en los campos de cultivo de
Wildshire, o para aterrorizar a un pobre tipo que
viaja en una furgoneta por una carretera solitaria de Arizona -deben de tener también
adolescentes, después de todo-, pero parece improbable.
De todos modos, la posibilidad estadística de que haya otros
seres pensantes ahí fuera es bastante grande. Nadie sabe cuántas
estrellas hay en la Vía Láctea. Los cálculos oscilan entre
unos100.000 millones y unos 400.000 millones. La Vía Láctea sólo es una
de los 140.000 millones de galaxias, muchas de ellas
mayores que la nuestra. En la década de los sesenta, un
profesor de Cornell llamado Frank Drake, emocionado por esos números
descomunales, ideó una célebre ecuación para calcular las posibilidades de que
exista vida avanzada en el cosmos, basándose en una serie de probabilidades
decrecientes.
En la ecuación de Drake se divide el número de estrellas de una porción
determinada del
universo por el número de estrellas que es probable que tengan sistemas
planetarios. El resultado se divide por el número de sistemas planetarios en
los que teóricamente podría haber vida. A su vez, esto
se divide por el número de aquellos en los que la vida, después de haber surgido, avance hasta un estado de inteligencia. Y así sucesivamente. El número va
disminuyendo colosalmente en cada una de esas divisiones… pero, incluso con los
datos más conservadores, la cifra de las civilizaciones avanzadas que puede
haber sólo en la Vía Láctea resulta ser siempre de millones.
Qué pensamiento tan interesante y tan emocionante. Podemos
ser sólo una entre millones de civilizaciones avanzadas. Por desgracia,
al ser el espacio tan espacioso, se considera que la distancia media entre dos
de esas civilizaciones es, como mínimo, de doscientos años
luz, lo cual es bastante más de lo que parece. Significa, para empezar, que aun
en el caso de que esos seres supiesen que estamos aquí y fueran de algún
modocapaces de vernos con sus telescopios, lo que verían sería la luz que abandonó la Tierra hace doscientos años. Así que no nos están viendo a ti y a mí. Están viendo la
Revolución francesa, a Thomas Jefferson y a gente con medias de seda y pelucas
empolvadas…, gente que no sabe lo que es un átomo, o un gen, y que hacía
electricidad frotando una varilla de ámbar con un trozo de piel, y eso le
parecía un truco extraordinario. Es probable que cualquier mensaje que
recibamos de esos observadores empiece diciendo: «Señor caballero», y que nos
felicite por la belleza de nuestros caballos y por nuestra habilidad para
obtener aceite de ballena. En fin, doscientos años luz
es una distancia tan alejada de nosotros como
para quedar fuera de nuestro alcance.
Así que, aunque no estemos solos, desde un punto de
vista práctico sí lo estamos. Carl Sagan calculó que el número probable de
planetas del
universo podía llegar a ser de hasta 10.000 trillones, un número absolutamente
inimaginable. Pero lo que también resulta inimaginable es la
cantidad de espacio por el que están esparcidos. «Si
estuviéramos insertados al azar en el universo-escribió Sagan-, las
posibilidades que tendríamos de estar en un planeta o cerca de un planeta
serían inferiores a 1.000 trillones de billones. (Es
decir, 1033, o uno seguido de treinta y tres ceros.) Los mundos son muy
valiosos
Por eso es por lo que quizá sea una buena noticia que la Unión Astronómica
Internacional dictaminara oficialmente que Plutón es un
planeta enfebrero de 1999. El universo es un lugar
grande y solitario. Nos vienen bien todos los vecinos que podamos conseguir.