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Darwin a escribir un libro sobre paloma=
s en
vez de aquél. «Las palomas le interesan a todo el mundo»,
comentó amablemente.
El sabio consejo de Elwin fue ignorado y On the Origin of Species by Means =
of
Natural Selection, o the Preservation of Favoured Races in the Struggle for
Life [El origen de las especies por selección natural o la
preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida] se pu=
blicó
a finales de noviembre de 1859, al precio de 15 chelines. La primera
edición de 250 ejemplares se vendió el primer día.
Nunca ha estado agotado, y casi siempre ha provocado controversias en el ti=
empo
transcurrido desde entonces, lo que no esta mal tratandose de=
un
hombre cuyo otro interés principal eran las lombrices de tierra y qu=
e,si
no hubiese sido por la decisión impetuosa de navegar alrededor del
mundo, probablemente se habría pasado la vida como un parroco
rural famoso por…, bueno, por su interés por las lombrices de =
tierra.
Charles Robert Darwin nació el 12 de febrero de 1809 (Una fecha
auspiciosa de la historia: ese mismo día nacía en Kentucky
Abraham Lincoln. (N. del A.), en Shrewsbury, una
población tranquila con mercado situada en la zona oeste de las Midlands. Su padre era un médico rico y bien
considerado. Su madre, que murió cuando Charles contaba sólo =
ocho
años de edad, era hija de Josiah Wedgwood, un famoso alfarero.
Darwin =
disfruto
de todas las ventajas de la educación, pero atribuló
continuamente a su padre viudo con su rendimiento académico poco
brillante. «De lo único que te preocupas es de andar dando gri=
tos,
de los perros y de cazar ratas, y seras una desgracia para ti y para
toda tu familia», escribía el viejo Darwin, es una cita que casi siempre ap=
arece
a esta altura en toda descripción de la primera parte de la vida de
Charles Darwin. Aunque él se sentía inclinado hacia la histor=
ia
natural, intentó estudiar medicina en la Universidad de Edimburgo por
satisfacer a su padre, pero no fue capaz de soportar la sangre y el
sufrimiento. La experiencia de presenciar una operación practicada a=
un
niño comprensiblemente aterrado (era en los tiempos en que no se
utilizaban aún anestésicos, claro) le dejó traumatizad=
o de
por vida. Intentó estudiar derecho en vez de medicina, pero le
parecióinsoportablemente aburrido. Consiguió al final graduar=
se
en teología en Cambridge, un poco <=
st1:place
w:st=3D"on">como último
recurso.
Parecía aguardarle una vida de vicario rural cuando surgió
inesperadamente una oferta mas tentadora. Darw=
in
fue invitado a participar en una travesía del=
buque de investigación naval Beagle, basicamente como
compañero en la mesa del comedor =
del capitá=
;n,
Robert FitzRoy, cuyo rango le impedía socializar con alguien que no
fuese un caballero. FitzRoy, que era muy raro, eligió a Darwin en parte po=
rque le
gustaba la forma de su nariz. (Creía que indicaba profundidad de
caracter.) No fue su primera elección, sino que le eligi&oacu=
te;
después de que el acompañante preferido abandonase. Desde la
perspectiva del=
st1:place>
siglo XXI, el rasgo mas sorprendente que los dos hombres
compartían era su extremada juventud. Cuando zarparon en su viaje,
FitzRoy tenía sólo veintitrés años y, Darwin, veintid&oa=
cute;s.
La misión oficial que tenía FitzRoy era cartografiar aguas
costeras, pero su afición (pasión, en realidad) era buscar
pruebas para una interpretación bíblica literal de la
creación. El que Darwin=
tuviese una formación eclesiastica fue basico en la
decisión de FitzRoy de tenerle a bordo. El que Darwin
resultase luego no ser del
todo un ferviente devoto de los principios cristianos fundamentales
daría motivo a roces constantes entre los dos.
El periodo que Darwin
pasó a bordo del Beagle, de 1831 a 1836, fue obviamente la experienc=
ia
formativa de su vida, pero también una de las mas duras.
Compartía con sucapitan un camarote pequeño, lo que no
debió resultar facil pues FitzRoy padecía arrebatos de
furia seguidos de periodos de resentimiento latente. =
Darwin
y él estaban constantemente enzarzados en disputas, algunas de las
cuales «bordeaban la locura», según recordaría
mas tarde Darwin.
Las travesías oceanicas tendían a convertirse en
experiencias melancólicas en el mejor de los casos (el anterior
capitan del Beagle se había atravesado el cerebro de un balaz=
o en
un momento de pesimismo solitario), y FitzRoy procedía de una familia
famosa por sus tendencias depresivas. Su tío, el vizconde de
Castlereagh, se había cortado el cuello en la década anterior
cuando era canciller del
tesoro. (El propio FitzRoy se suicidaría por el mismo procedimiento =
en
1865.) El capitan resultaba
extraño e incomprensible hasta en sus periodos mas tranquilos=
. Darwin se quedó estupefacto al enterarse, al =
final del viaje, de que
FitzRoy se iba a casar casi inmediatamente con una joven con la que estaba
prometido. En los cinco años que había pasado con él, =
no
había insinuado que tuviese esa relación sentimental ni
había llegado a mencionar siquiera el nombre de su prometida.
Pero en todos los demas aspectos, la travesía del Beagle fue =
un
éxito. Darwin pasó por aventuras suficientes como para toda u=
na
vida y acumuló una colección de especímenes que le
bastaron para hacerse famoso y para mantenerle ocupado muchos años:
encontró espléndidos fósiles gigantes antiguos, entre
ellos el mejor Megatherium hallado hasta lafecha; sobrevivió a un mo=
rtífero
terremoto en Chile; descubrió una nueva especie de delfín (a =
la
que llamó servicialmente Delphinus fitzroyi); realizó diligen=
tes
y provechosas investigaciones geológicas en los Andes; y elabor&oacu=
te;
una teoría nueva y muy admirada sobre la formación de atolones
coralinos, que sugería, significativamente, que los atolones necesit=
aban
como mínimo un millón de años para formarse, primer at=
isbo
de su adhesión perdurable a la extrema antigüedad de los proces=
os
terrestres.
En 1836, a los veintisiete años, regresó a casa despué=
s de
una ausencia de cinco años y dos días. Nunca volvió a
salir de Inglaterra. Una cosa que no hizo Darwin
en el viaje fue proponer la teoría (o incluso una teoría) de =
la
evolución.
Para empezar, evolución como
concepto tenía ya varias décadas de antigüedad en la de
1830. El propio abuelo de Darwin, Erasmus, había rendido tributo a l=
os
principios evolucionistas en un poema de inspirada mediocridad titulado
«El templo de Natura» años antes de que Charles hubiese
nacido siquiera. Hasta que el joven Charles no regresó a Inglaterra y
leyó el Ensayo sobre el principio de la población de Thomas
Malthus (que postulaba que el aumento del suministro de alimentos nunca
podría ser equiparable, por razones matematicas, al crecimien=
to
demografico) no empezó a filtrarse en su mente la idea de que=
la
vida es una lucha perenne y que la selección natural era el medio po=
r el
que algunas especies prosperaban mientras otras fracasaban. Lo que Darwin
percibióconcretamente fue que los organismos competían por los
recursos y que los que tenían alguna ventaja innata prosperaban y
transmitían esa ventaja a sus vastagos. Ése era el med=
io
por el que mejoraban continuamente las especies.
Parece una idea terriblemente simple, (y lo es) pero explicaba muchí=
simo
y Darwin estaba dispuesto a consagrar su vida a ella. «¡Qu&eacu=
te;
estúpido fui por no haberlo pensado!», exclamó T. H. Hu=
xley
cuando leía Sobre el origen de las especies. Es una idea que ha ido
repitiéndose desde entonces.
Conviene señalar que Darwin no
utilizó la frase «supervivencia del mas apto» en ninguna =
de sus
obras (aunque expresase su admiración por ella). La expresión=
la
acuñó, en 1864, cinco años después de la
publicación de Sobre el origen de las especies, Herbert Spencer en su
Principios de biología. Tampoco utilizó la palabra
«evolución» en letra impresa hasta la sexta edició=
;n
de Sobre el origen (época en la que su uso estaba ya demasiado
generalizado para no utilizarla), prefiriendo en su lugar «ascendenci=
a con
modificación». Y, sobre todo, lo que inspiró sus
conclusiones no fue el hecho de que apreciase, en el tiempo que estuvo en la
islas Galapagos, una interesante diversidad en los picos de los
pinzones. La versión convencional de la historia (o al menos la que
solemos recordar muchos) es que Darwin, cuando iba de isla en isla, se dio
cuenta de que, en cada una de ellas los picos de los pinzones estaban
maravillosamente adaptados para el aprovechamiento de los recursos locales
(enuna isla, los picos eran fuertes, cortos y buenos para partir frutos con=
cascara
dura, mientras que, en la siguiente, eran, por ejemplo, largos, finos y muy
bien adaptados para sacar alimento de hendiduras y rendijas) y eso le hizo
pensar que tal vez aquellas aves no habían sido hechas así, s=
i no
que en cierto modo se habían hecho así ellas mismas.
Ciertamente, las aves se habían hecho a sí mismas, pero no fu=
e Darwin quien se di=
o cuenta
de ello. En la época del viaje del
Beagle, Darwin acababa de salir de la
universidad y aún no era un naturalista consumado, por eso no fue ca=
paz de
darse cuenta de que las aves de las islas de los Galapagos eran toda=
s del mismo tipo. =
Fue su
amigo el ornitólogo John Gould quien se dio cuenta de que lo que Darwin había
encontrado había sido muchos pinzones con distintas habilidades. Por
desgracia, Darwin=
st1:place>
no había reseñado, por su inexperiencia, qué aves
correspondían a cada isla. (Había cometido un error similar c=
on
las tortugas.) Tardó años en aclarar todos estas cosas.
Debido a estos diversos descuidos, y a la necesidad de examinar cajas y caj=
as de
otros especímenes del Beagle, Darwin no empezó hasta 1842, ci=
nco
años después de su regreso a Inglaterra, a bosquejar los
rudimentos de su nueva teoría. Los desarrolló dos años
después en un «esbozo» de 230 paginas. Y luego hi=
zo
una cosa extraordinaria: dejó a un lado sus notas y, durante la
década y media siguiente, se ocupó de otros asuntos.
Engendró diez hijos, dedicó casi ocho años a escribir =
una
obraexhaustiva sobre los percebes («Odio el percebe como
ningún hombre lo ha odiado jamas», afirmó, y es =
comprensible,
al concluir su obra) y cayó presa de extraños trastornos que =
le
dejaron crónicamente apatico, débil y
«aturullado», como=
decía él. Los síntomas casi siempre incluían un=
as
terribles nauseas, acompañadas en general de palpitaciones,
migrañas, agotamiento, temblores, manchas delante de los ojos,
insuficiencia respiratoria, vértigo y, como es natural, depresión.
No ha llegado a determinarse la causa de la enfermedad. La mas
romantica, y tal vez la mas probable de las posibilidades
propuestas, es que padeciese el mal de Chagas, una enfermedad persistente q=
ue
podría haber contraído en Suramérica por la picadura d=
e un
insecto. Una explicación mas prosaica es que su trastorno era
psicosomatico. De todos modos el sufrimiento no lo era. Era frecuent=
e que
no pudiese trabajar mas de veinte minutos seguidos, y a veces ni
siquiera eso.
Gran parte del resto del tiempo lo dedicaba a una serie de
tratamientos cada vez mas terribles: se daba gélidos ba&ntild=
e;os
de inmersión, se rociaba con vinagre, se ponía «cadenas
eléctricas» que le sometían a pequeñas descargas=
de
corriente… Se convirtió en una especie de eremita que raras ve=
ces
abandonaba su casa de Kent, Down House. Una de las primeras
cosas que hizo al instalarse en aquella casa fue colocar un espejo, por la =
parte
de fuera de la ventana de su estudio, para poder identificar y, en caso
necesario, evitar a los visitantes.
Darwinmantuvo en secreto su teoría porque sabía muy bien la
tormenta que podía desencadenarse. En 1844, el año en que
guardó sus notas, un libro titulado Vestiges of the Natural History =
of
Creation [Vestigios de la historia natural de la Creación]
enfureció a gran parte del mundo intelectual al sugerir que los seres
humanos podrían haber evolucionado a partir de primates inferiores, =
sin
la ayuda de un creador divino. El autor, previendo el escandalo,
había tomado medidas cuidadosas para ocultar su identidad, mantenien=
do
el secreto incluso con sus mas íntimos amigos durante los
cuarenta años siguientes. Había quien se preguntaba si el aut=
or
no podría ser el propio Darwin.
Otros sospechaban del
príncipe Albert. En realidad, el autor era un escocés, un edi=
tor
de prestigio y hombre en general modesto.
Se llamaba Robert Chambers y su resistencia a
hacer pública la autoría del
libro tenía una dimensión practica ademas de la
personal: su empresa era una importante editorial de biblias. El libro de
Chambers fue fogosamente atacado desde los púlpitos por toda Inglate=
rra
y muchos otros países, pero provocó también una buena
cuantía de cólera mas académica. La Edimburgh
Review dedicó casi un número completo (85 paginas) a
hacerlo pedazos. Hasta T. H. Huxley, que creía en la evolució=
n,
atacó el libro bastante venenosamente, sin saber que el autor era un
amigo suyo.
En cuanto al manuscrito de Darwin podría haber seguido guardado hast=
a su
muerte si no hubiese sido por un aviso alarmante que llegó de
ExtremoOriente, a principios del verano de 1858, en forma de paquete, que
contenía una amable carta de un joven naturalista, llamado Alfred Ru=
ssel
Wallace y el borrador de un artículo, «Sobre la tendencia de l=
as
variedades a separarse indefinidamente del tipo original», en que se
esbozaba una teoría de la selección natural que era
asombrosamente parecida a las notas secretas de Darwin. Había incluso
frases que le recordaban las suyas. «No he visto nunca una coincidenc=
ia
tan asombrosa -reflexionaba consternado Darwin-.
Si Wallace tuviese el esbozo de mi manuscrito redactado en 1842, no
podría haber hecho mejor un breve extracto.»
Wallace no apareció en la vida de Darwin
de una forma tan inesperada co=
mo
se dice a veces. Hacía tiempo que mantenían correspondencia y=
le
había enviado generosamente mas de una vez a Darwin especímenes que le
parecía que podrían ser interesantes. En estos intercambios, =
Darwin había
advertido discretamente a Wallace que consideraba el tema de la creaci&oacu=
te;n
de las especies un territorio exclusivamente suyo. «Este verano
hara veinte años (!) que abrí mi primer cuaderno de no=
tas
sobre la cuestión de cómo y cuanto difieren entre
sí las especies y las variedades -le había escrito tiempo
atras a Wallace-. Estoy preparando mi obra para la
publicación», añadía, aunque en realidad no esta=
ba
haciéndolo. Wallace no se dio cuenta de qué era lo que Darwin estaba intentando decirle… y, de todos =
modos,
claro, no podría haber tenido la menor idea de que su propia
teoría fuese casiidéntica a la que Darwin había estado, digamos, ha=
ciendo
evolucionar desde hacía veinte años.
Darwin =
se
hallaba ante un dilema torturante. Si corría a la imprenta para
preservar su prioridad, estaría aprovechandose de un chivatazo
inocente de un admirador lejano. Pero, si se hacía a un lado, como una conducta
caballerosa se podía alegar que exigía, perdería el
reconocimiento debido por una teoría que él había
postulado independientemente. La teoría de Wallace era, según=
su
propio autor confesaba, fruto de un ramalazo de intuición; la de Dar=
win
era producto de años de pensamiento meticuloso, pausado y
metódico. Era todo de una injusticia aplastante.
Para aumentar las desgracias, el hijo
mas pequeño de Darwin, que se llamaba también Charles,
había contraído la escarlatina y estaba en un estado
crítico. Murió en el punto algido de la crisis, el 28 =
de
junio. A pesar del desconsuelo que le ca=
usaba
la enfermedad de su hijo, Darw=
in
encontró tiempo para escribir cartas a sus amigos Charles Lyell y Jo=
seph
Hooker, ofreciendo hacerse a un lado pero indicando que hacerlo significaba=
que
toda su obra, «tenga el valor que pueda tener, quedara hecha
trizas». Lyell y Hooker propusieron la solución de compromiso =
de
presentar un resumen conjunto de las ideas de Darwin y de Wallace. Acordaron
que se efectuaría en una de las reuniones de la Sociedad Linneana, q=
ue
estaba por entonces luchando por recuperar la condición de entidad
científica prestigiosa. El 1 de julio de 1858, se reveló al m=
undo
la teoría deDarwin y Wallace. Darwin
no estuvo presente. Ese mismo día, su esposa y él estaban
enterrando a su hijo.
La presentación de la teoría de Darwin y Wallace fue una de l=
as
siete disertaciones de esa velada (una de las otras fue sobre la flora de
Angola) y, si las treinta personas, mas o menos, del público =
se
dieron cuenta de que estaban siendo testigos del acontecimiento
científico del siglo, no mostraron el menor indicio de ello. No hubo=
al
final ningún debate.
Tampoco atrajo el asunto mucha atención en otros círculos. Darwin coment&oac=
ute; muy
contento, mas tarde, que sólo una persona, un tal profesor
Haughton de Dublín, mencionó los dos artículos en letra
impresa y su conclusión fue que «todo lo que era nuevo en ello=
s era
falso y, todo lo que era verdad, era viejo». Wallace, aún en
Extremo Oriente, se enteró de estos acontecimientos mucho despu&eacu=
te;s
de que se produjesen, pero fue notablemente ecuanime, y pareci&oacut=
e;
complacerle el hecho de se le hubiese llegado a incluir. Hasta se
refirió siempre a la teoría como
«darwinismo».
Quien no se mostró tan bien dispuesto a aceptar la reivindicaci&oacu=
te;n
de prioridad de Darwin fue un jardinero escocés llamado Patrick Matt=
hew
que, había planteado los principios de la selección natural
mas de veinte años antes, en realidad el mismo año en =
que
Darwin se había hecho a la mar en el Beagle.
Por desgracia, Matthew había expuesto esas ideas en un libro titulado
Naval Timber and Arboriculture [Madera
naval y arboricultura], y no sólo le había pasado desapercibi=
do
aDarwin sino a todo el mundo. Matthew armó un gran escandalo,=
a
través de una carta a Gardener's Chronicle, al ver que se honraba a
Darwin en todas partes por una idea que en realidad era suya. Darwin
se disculpó inmediatamente, aunque puntualizaba: «Creo que nad=
ie
se sorprendera de que ni yo, ni al parecer ningún otro
naturalista, se haya enterado de las ideas del
señor Matthew, considerando la brevedad con que se expusieron y que
aparecieron en el Apéndice a una obra sobre madera naval y arboricultura».
Wallace continuó otros cincuenta años en activo como naturali=
sta
y pensador, a veces muy bueno, pero fue perdiendo progresivamente prestigio=
en
los medios científicos al interesarse por temas dudosos, como el
espiritismo y la posibilidad de la existencia de vida en otras partes del
universo. Así que la teoría pasó a ser, por defecto
basicamente, sólo de Darwin.
A Darwin le
atormentaron siempre sus propias ideas. Se calificaba a sí mismo de
«capellan del diablo»=
y
decía que, al revelar la teoría, sintió «como si confesase=
un
asesinato». Aparte de cualquier otra consideración, sabí=
;a
que apenaba profundamente a su amada y devota esposa. Aun así, se
lanzó a trabajar inmediatamente ampliando su manuscrito en una obra =
con
extensión de libro. La tituló provisionalmente Un extracto de=
un
ensayo sobre el origen de las especies y las variedades a través de =
la
selección natural… título tan tibio y vacilante que su
editor, John Murray, decidió hacer una tirada de sólo 500
ejemplares. Perodespués de recibir el manuscrito, y un título
algo mas atractivo, Mur=
ray
reconsideró el asunto y aumentó el número de ejemplare=
s de
la tirada inicial hasta los 1.250.
Aunque El origen de las especies tuvo un éxito comercial inmediato, =
tuvo
bastante menos éxito de crítica. La teoría de Darwin
planteaba dos problemas insolubles. Necesitaba mucho mas tiempo del que lord Kev=
in
estaba dispuesto a otorgarle y contaba con escaso apoyo en el testimonio
fósil. ¿Dónde estaba, se preguntaban los crític=
os
mas sesudos, las formas transicionales que su teoría tan
claramente exigía? Si la evolución estaba creando continuamen=
te
nuevas especies, tenía que haber, sin duda, muchísimas formas
intermedias esparcidas por el registro fósil; y no las había.=
En
realidad, los testimonios fósiles con que se contaba entonces (y se
contaría durante mucho tiempo después) no indicaban que hubie=
se
habido vida antes de la famosa explosión cambrica.
Pero ahora allí estaba =
Darwin,
sin ninguna prueba, insistiendo en que los mares primitivos anteriores
debían haber contado con vida abundante y que no se había
encontrado aún porque no se había preservado, por alguna
razón. Tenía que haber sido así sin duda, según=
Darwin. «De
momento, la teoría ha de seguir sin poder explicarse; y eso debe
alegarse, ciertamente, como
argumento valido contra las ideas que aquí se sostienen»=
;,
admitía con la mayor sinceridad, pero se negaba a aceptar una
posibilidad alternativa. A modo de explicación especulaba (con
inventiva, pero incorrectamente)que, tal vez, los mares precambricos
hubiesen estado demasiado limpios para dejar sedimentos y, por eso, no se
hubiesen conservado fósiles.
Hasta los amigos mas íntimos de Darwin se sentían
atribulados por la poca seriedad que revelaban a su juicio algunas de sus
afirmaciones. Adam Sedgwick, que había sido profesor suyo en Cambridge y le
había llevado en una gira geológica por Gales en 1831, dijo q=
ue
el libro le causaba «mas dolor que placer». Louis Agassi=
z,
el célebre paleontólogo suizo, lo desdeñó como una pobre co=
njetura.
Hasta Lyell dijo lúgubremente: «Darwin va demasiado lejos». -A T.=
H.
Huxley no le agradaba la insistencia de Darwin
en cantidades inmensas de tiempo geológico porque él era un
saltacionista, lo que significa que creía en la idea de que los camb=
ios
evolutivos se producen 'no gradualmente sino de forma súbita.
Los saltacionistas (la palabra viene del
latín saltatio que significa «salto») no podían
aceptar que pudiesen surgir órganos complicados en etapas lentas.
¿De qué vale, en realidad, un décimo de ala o la mitad=
de
un ojo? Esos órganos, pensaban, sólo tienen sentido si aparec=
en
completos.
Esa creencia resultaba un poco sorprendente en un espíritu tan radic=
al como Huxley porque recordaba mucho una idea religios=
a, muy
conservadora, que había expuesto por primera vez el teólogo
inglés William Paley en 1802, conocida como
el argumento del<=
/st1:State>
diseño. Paley sostenía que, si te encuentras un reloj de bols=
illo
en el suelo, aunque fuese el primero que vieses en tuvida, te darías
cuenta inmediatamente de que lo había hecho un ser inteligente. Lo m=
ismo
sucedía, según él, con la naturaleza: su complejidad e=
ra
prueba de que estaba diseñada. La idea tuvo mucha aceptación =
en
el siglo XIX y también le causó problemas a Darwin. «El ojo me da hasta hoy
escalofríos», reconocía en una carta a un amigo.
En El origen de las especies acepta que «admito libremente que parece
absurdo en el mas alto grado posible» que la selección
natural pudiese producir un instrumento así en etapas graduales.
Aun así, y para infinita exasperación de sus partidarios, Dar=
win
no sólo insistió en que todo cambio era gradual, sino que casi
cada nueva edición de El origen de las especies aumentaba la cantida=
d de
tiempo que consideraba necesario para que la evolución pudiese
progresar, lo que hacía que su propuesta fuese perdiendo cada vez
mas apoyo. «Al final - según el científico y
historiador Jeffrey Schwartz-, Darwin
perdió casi todo el apoyo que aún conservaba entre las filas =
de
sus colegas geólogos y naturalistas.»
Irónicamente, si consideramos que Darwin
tituló su libro El origen de las especies, la única cosa que =
no
podía explicar era cómo se originaban las especies. Su
teoría postulaba un mecanismo que explicaba cómo una especie
podía hacerse mas fuerte, mejor o mas rapida (en
una palabra, mas apta) pero no daba indicio alguno de cómo
podía producirse una especie nueva. Fleeming jenkin, un ingeniero
escocés, consideró el problema y apreció un fallo
importante en elargumento de Darwin. Darwin
creía que cualquier rasgo beneficioso que surgiese en una
generación se transmitiría a las generaciones siguientes,
fortaleciéndose así la especie. Jen kin señaló =
que
un rasgo favorable en un progenitor se haría dominante en las
generaciones siguientes, pero se diluiría en realidad a travé=
s de
la mezcla. Si echas whisky en un vaso de agua, no reforzaras el whis=
ky,
lo haras mas débil. Y si echas esa solución dil=
uida
en otro vaso de agua, se vuelve mas débil aún. As&iacu=
te;
también, cualquier rasgo favorable introducido por un progenitor
iría aguandose sucesivamente por los posteriores apareamientos
hasta desaparecer del
todo. Por tanto, la teoría de Darwin
era una receta no para el cambio, sino para la permanencia. Podían
producirse de vez en cuando casualidades afortunadas, pero no tardarí=
;an
en esfumarse ante el impulso general a favor de que todo volviese a una
situación de mediocridad estable. Para
que la selección natural operase hacía falta un mecanismo
alternativo no identificado.
Aunque ni Darwin ni nadie mas lo supiera, a 1.200 kilómetros =
de
distancia, en un tranquilo rincón de Europa central, un monje recole=
to
llamado Gregor Mendel estaba dando con la solución.
Mendel había nacido en 1822, en una humilde familia campesina de una
zona remota y atrasada del Imperio austriaco situada en lo que es hoy la
República Checa. Los libros de texto le retrataban en tiempos como un
monje provinciano sencillo, pero perspicaz, cuyos descubrimientos fueron en
gran medidafruto de la casualidad, resultado de fijarse en algunos rasgos
interesantes de la herencia mientras cultivaba guisantes en el huerto del
monasterio.
En realidad, Mendel poseía formación científica
(había estudiado física y matematicas en el Instituto
Filosófico de Olmütz y en la Universidad de Viena) y aplic&oacu=
te;
los criterios de la ciencia en todo lo que hizo. Ademas, el monaster=
io de
Brno en el que vivió a partir de 18=
34 era
reconocido como
institución ilustrada. Tenía una biblioteca de 20.000
volúmenes y una tradición de investigación
científica meticulosa.
Mendel, antes de iniciar sus experimentos, pasó dos años
preparando sus especímenes de control, siete variedades de guisantes,
para asegurarse de que los cruces eran correctos. Luego, con la ayuda de dos
ayudantes que trabajaban a jornada completa, cruzó y recruzó
híbridos de 30.000 plantas de guisantes. Era una tarea delicada, que
obligaba a los tres a esforzarse todo lo posible para evitar una
fertilización cruzada accidental y para que no les pasase desapercib=
ida
cualquier leve variación en el desarrollo y la apariencia de semilla=
s,
vainas, hojas, tallos y flores. Mendel sabía bien lo que estaba
haciendo.
Él no utilizó nunca la palabra «gen» (no se
acuñó hasta 1913, en un diccionario médico inglé=
;s)
aunque sí inventó los términos «dominante»=
y
«recesivo».
Lo que él demostró fue que cada semilla contenía dos
«factores» o elemente, como los llamaba él (uno dominant=
e y
otro recesivo) y que esos factores, cuando se combinaban,producían
pautas de herencia predecibles.
Mendel convirtió los resultados en fórmulas matematicas
precisas. Dedicó ocho años en total a sus experimentos, luego
confirmó los resultados obtenidos mediante otros experimentos simila=
res
con flores, trigo y otras plantas. En
realidad, si hubiera que reprocharle algo, sería haber sido demasiado
científico en su enfoque, pues, cuando presentó sus
descubrimientos en 1865, en las reuniones de febrero y marzo de la Sociedad=
de
Historia Natural de Brno, el público, compuesto por unas cuarenta
personas, escuchó cortésmente pero no se conmovió lo
mas mínimo, a pesar de que el cultivo de plantas era un tema =
que
tenía un gran interés practico para muchos de los miem=
bros
de la asociación.
Cuando se publicó el informe, Mendel envió enseguida un ejemp=
lar
de él al gran botanico suizo Karl-Wilhelm von Nageli, =
cuyo
apoyo era casi vital para las perspectivas de la teoría. Desgraciada=
mente,
Nageli no fue capaz de darse cuenta de la importancia de lo que Mend=
el
había descubierto. Le sugirió que intentase cruces con la
vellosilla. Mendel obedeció servicialmente, pero no tardó en
darse cuenta de que la vellosilla no tenía ninguno de los rasgos
precisos para estudiar la herencia. Era evidente que Nageli no
había leído el artículo con atención o tal vez =
no
lo había leído siquiera. Mendel, decepcionado, dejó de
investigar la herencia y dedicó el resto de su vida a cultivar unas
hortalizas excepcionales y a estudiar las abejas, los ratones y las manchas
solares,entre otras muchas cosas. Acabaron nombrandole abad.
Los descubrimientos de Mendel no pasaron tan desapercibidos como se dice a veces. Su estudio
mereció una elogiosa entrada en la Encyclopaedia Britannica (que era
entonces un registro científico mas sobresaliente de lo que es
ahora) y apareció citado varias veces en un importante artícu=
lo del aleman
Wilhelm bers Focke. De hecho, que las ideas de Mendel nunca llegasen a hund=
irse
bajo la línea de flotación <=
st1:State
w:st=3D"on">del pensamiento
científico fue lo que permitió que se recuperasen tan
rapido cuando el mundo estuvo preparado para ellas.
Darwin y Mendel establecieron los dos juntos sin saberlo los cimientos de t=
odas
las ciencias de la vida del=
st1:place>
siglo XX. Darwin=
st1:City>
percibió que todos los seres vivos estan emparentados, que en
última instancia «su ascendencia se remonta a un origen
único común»; la obra de Mendel aportó el mecani=
smo
que permitía explicar cómo podía suceder eso. Es muy
posible que Darwin y Mendel se ayudasen mutuamente. Mendel tenía una
edición alemana del El origen de las especies, que se sabe que
había leído, así que debió de darse cuenta de q=
ue
sus trabajos se complementaban con los de Darwin, pero parece que no hizo
ningún intento de ponerse en contacto con él. Y Darwin, por su
parte, se sabe que estudió el influyente artículo de Focke con
sus repetidas alusiones a la obra de Mendel, pero no las relacionó c=
on
sus propios estudios.
Curiosamente, hay algo que todo el mundo piensa que se expone en la
teoría de Darwin (que los humanosdescendemos de los monos), pero esta
idea no aparece en su obra mas que como
una alusión sobre la marcha. Aun así, no hacía falta
forzar mucho la imaginación para darse cuenta de lo que implicaban l=
as
teorías de Darwin
en relación con el desarrollo humano, y el asunto se convirtió
enseguida en tema de conversación.
El enfrentamiento se produjo el sabado 30 de junio de 1860 en una
reunión de la Asociación Britanica para el Progreso de=
la
Ciencia en Oxford. Robert Chambers, autor de Vestiges of the Natural Histor=
y of
Creation, había instado a asistir a Huxley, que desconocía la
relación de Chambers con ese libro polémico. Darwin
no asistió, como
siempre. La reunión se celebró en el Museo Zoológico de
Oxford.
Se apretujaron en el recinto mas de mil personas; hubo que negar el
acceso a centenares de personas mas. La gente sabía que iba a
suceder algo importante, aunque tuvieran que esperar antes a que un
soporífero orador llamado John William Draper, de la Universidad de
Nueva York, dedicase valerosamente dos horas a exponer con escasa habilidad
unos comentarios introductorios sobre «El desarrollo intelectual de
Europa, considerado en relación con las ideas del señor
Darwin».
Finalmente, pidió la palabra el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce. Habí=
a sido
informado (o así suele suponerse) por el ardiente antidarwiniano Ric=
hard
Owen, que había estado en su casa la noche anterior. Como casi siempre ocurre con acontecimi=
entos
que acaban en un alboroto, las versiones de qué fue exactamentelo que
sucedió varían en extremo. Según la versión
mas popular, Wilberforce, cuando estaba en plena disertación,=
se
volvió a Huxley con una tensa sonrisa y le preguntó si se
consideraba vinculado a los monos a través de su abuelo o de su abue=
la.
El comentario pretendía ser, sin duda, una ocurrencia graciosa, pero=
se
interpretó como
un gélido reto. Huxley, según su propia versión, se
volvió a la persona que estaba a su lado y murmuró: «El
Señor le ha puesto en mis manos», luego se levantó con
visible alegría.
Otros, sin embargo, recordaban a Huxley temblando de cólera e
indignación. Lo cierto es que proclamó que prefería
declararse pariente de un mono antes que de alguien que utilizaba su
posición eminente para decir insensateces, que revelaban una profunda
falta de información en lo que se suponía que era un foro
científico serio. Semejante respuesta era una impertinencia escandal=
osa,
así como
una falta de respeto al cargo que ostentaba Wilberforce, y el acto se
convirtió inmediatamente en un tumulto. Una tal lady Brewster se
desmayó. Robert FitzRoy, el compañero de Darwin en el Beagle de veinticinco
años atras, vagaba por el salón sosteniendo en alto una
biblia y gritando: «¡El Libro, el Libro!». (Estaba
allí para presentar un artículo sobre las tormentas en su cal=
idad
de director de un Departamento Meteorológico recién creado.)
Curiosamente, cada uno de los dos bandos proclamaría después =
que
había derrotado al otro.
Darwin
haría por fin explícita su creencia en nuestro parentescocon =
los
simios en La descendencia humana y la selección sexual en 1871. Se
trataba de una conclusión audaz, porque no había nada en el
registro fósil que apoyara semejante idea. Los únicos restos
humanos antiguos conocidos por entonces eran los famosos huesos de Neardent=
al,
de Alemania, y unos cuantos fragmentos dudosos de mandíbulas, y much=
as
autoridades en la materia se negaban incluso a creer en su antigüedad.=
La
descendencia humana y la selección sexual era un libro mucho m&aacut=
e;s
polémico que El origen de las especies, pero en la época de su
aparición el mundo se había hecho menos excitable y los
argumentos que en él se exponían causaron mucho menos revuelo=
.
Darwin pasó, sin embargo, sus últimos años dedicado
mayoritariamente a otros proyectos, casi ninguno de los cuales se relaciona=
ba,
salvo de forma tangencial, con el tema de la selección natural.
Pasó periodos asombrosamente largos recogiendo excrementos de aves,
examinando sus contenidos con el propósito de determinar cómo=
se
difundían las semillas entre continentes, y dedicó varios
años mas a investigar la conducta de los gusanos. Uno de sus
experimentos consistió en tocarles el piano, no para entretenerlos s=
ino
para estudiar qué efectos tenían en ellos el sonido y la vibr=
ación.
Fue el primero en darse cuenta de la importancia vital que tienen los gusan=
os
para la fertilidad del
suelo. «Se puede considerar dudoso que haya habido muchos otros anima=
les
que hayan tenido un papel tan importante en la historia del mundo»,
escribió en suobra maestra sobre el tema, The Formation of Vegetable
Mould Through the Action of Worms [Formación de la capa vegetal por =
la
acción de los gusanos] (1881), que fue en realidad mas popula=
r de
lo que lo había llegado a ser El origen de las especies. Otros libro=
s suyos
son Fecundación de las orquídeas por los insectos (publicada =
en
inglés en 1862), Expresión de las emociones en el hombre y en=
los
animales (en inglés, 1872), del que se vendieron casi 5.300 ejemplar=
es
el primer día de su publicación, Los efectos de la
fecundación cruzada y de la autofecundación en el reino veget=
al
(en inglés, 1876) (un tema increíblemente próximo a los
trabajos de Mendel, pero en el que no llegó a proponer en modo alguno
ideas similares) y The Power of Movement in Plants [El poder del movimiento=
de
las plantas]. Finalmente, aunque no sea por ello menos importante,
dedicó mucho esfuerzo a estudiar las consecuencias de la endogamia, =
un
tema por el que tenía un interés personal. Se había ca=
sado
con una prima suya, así que sospechaba sombríamente que ciert=
os
defectos físicos y mentales de sus hijos se debían a una falt=
a de
diversidad en su arbol genealógico.
A Darwin se le
honró a menudo en vida, pero nunca por El origen de las especies o La
descendencia humana y la selección sexual. Cuando la Real Sociedad le
otorgó la prestigiosa Copley Medal fue por sus trabajos en
geología, zoología y botanica, no por sus teorí=
as
evolucionistas, y la Sociedad Linneana tuvo a bien, por su parte, honrar a =
Darwin sin abraza=
rpor
ello sus ideas revolucionarias. Nunca se le nombró caballero, aunque=
se
le enterró en la abadía de Westminster<=
/st1:City>,
al lado de Newton<=
/st1:City>.
Murió en Down en abril de 1882. Mendel murió dos años
después.
La teoría de Darwin no alcanzó, en realidad, una amplia
aceptación hasta las décadas de los treinta y los cuarenta, c=
on el
desarrollo de una teoría perfeccionada denominada, con cierta altive=
z,
la Síntesis Moderna, que complementaba las ideas de Darwin con las de
Mendel y otros. También en el caso de Mendel fue póstumo el
reconocimiento, aunque llegó un poco antes. En 1900, tres
científicos que trabajaban independientemente en Europa redescubrier=
on
la obra de Mendel mas o menos a la vez. Como uno de ellos, un holandés l=
lamado
Hugo de Vries, parecía dispuesto a atribuirse las ideas de Mendel,
surgió un rival que dejó ruidosamente claro que el honor
correspondía al monje olvidado.
El mundo estaba (aunque no de=
l
todo) preparado para empezar a entender cómo llegamos aquí;
cómo nos hicimos unos a otros. Resulta bastante asombroso pensar que=
, a
principios del siglo XX y durante algunos
años mas, las mentes científicas mas preclaras =
del mundo no
podían decirte, de una forma verdaderamente significativa, de
dónde vienen los niños.
Y hay que tener en cuenta que se trataba de hombres que creían que la
ciencia había llegado casi al final.