Pedrito y Juanito eran inseparables, hermanos
gemelos con un lazo especial y estaban entre los pocos
niños de su edad que quedaban en el pueblo. Eran
conocidos por sus travesuras, y muchos ancianos ya estaban hartos de ellos.
Como en todos
los pueblos, en el que residían los niños había un viejo huraño, uno de esos abuelos cascarrabias y
con mal caracter al que pocos echan de menos cuando muere. Ese era el
caso de don Vicente, que cuando falleció a los 75 años de edad no
dejó mas que una sensación de alivio entre sus vecinos.
Los gemelos, no dudaron ni un segundo que
tenían que ir a investigar. Nunca habían visto un
muerto y su curiosidad fue tan grande que decidieron colarse en la casade don
Vicente.
Practicamente
no fue nadie a presentarle sus respetos a don Vicente. Tal era el abandono del cadaver del anciano que incluso faltando pocas horas para su
funeral ni siquiera le habían metido dentro de su ataúd y
aún descansaba sobre una mesa en mitad del salón de su casa. Los chiquillos
traviesos con una total falta de respeto lo manosearon, le intentaron abrir los
ojos y la boca, le movieron los brazos como si fuera una
marioneta y le imitaron mientras se reían de él, pero un ruido en
la finca les alertó. Corrieron hacia la salida, pero ya era demasiado
tarde y, sin saber dónde ocultarse, se metieron en un
pequeño armario que estaba tirado en mitad del
suelo del recibidor.