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Content-Type: text/html; charset="us-ascii"
del
99,9% de ellos) es descomponerse en la nada. Cuando se te apague la chispa,
todas las moléculas que posees se desprenderan de ti, o se
dispersaran, y pasaran a utilizarse en algún otro sist=
ema.
Así son las cosas. Aunque consigas figurar en el pequeño grup=
o de
organismos, ese menos del
0,1%, que no resulta devorado, las posibilidades de que acabes convertido e=
n un
fósil son muy pequeñas.
Para convertirse en un fósil tien=
en que
suceder varias cosas. Primero, tienes que morir en el lugar adecuado.
Sólo el 15% de las rocas aproximadamente puede preservar fósi=
les,
así que de nada sirve desplomarse sobre un futuro emplazamiento de
granito. En términos practicos, el difunto debe acabar enterr=
ado
en un sedimento en el que pueda dejar una impresión, como la de una =
hoja
en el barro, o descomponerse sin exposición al oxígeno,
permitiendo que lasmoléculas de sus huesos y partes duras (y muy de
cuando en cuando partes mas blandas) sean sustituidas por minerales
disueltos, creandose una copia petrificada del original. Luego, cuan=
do
los sedimentos en los que yace el fósil sean despreocupadamente
prensados, plegados y zarandeados de un lado a otro por los procesos de la
Tierra, el fósil debe mantener de algún modo una forma
identificable. Finalmente, pero sobre todo, después de decenas de
millones o tal vez centenares de millones de años oculto, debe
encontrarlo alguien e identificarlo como
algo digno de conservarse.
Sólo un hueso de cada mil millones aproximadamente se cree que llega=
a
fosilizarse alguna vez. Si es así, significa que el legado fó=
sil
completo de todos los estadounidenses que viven hoy (es decir, 270 millones=
de
individuos con 206 huesos cada uno) sólo seran unos so huesos=
, la
cuarta parte de un esqueleto completo. Eso no quiere decir, claro, que vaya=
a encontrarse
realmente alguna vez alguno de esos huesos. Teniendo en cuenta que se pueden
enterrar en cualquier parte dentro de un area de algo mas de =
9,3
millones de kilómetros cuadrados, poco de la cual va a ser excavado
alguna vez, mucho menos examinado, sería una especie de milagro que =
se
encontrasen. Los fósiles son en todos los sentidos evanescentemente
raros. La mayor parte de lo que ha vivido en la Tierra no ha dejado
atras el menor recuerdo. Se ha calculado que sólo ha consegui=
do
acceder al registro fósil menos de una especie de cada diez mil. Eso=
es
ya porsí solo una porción clamorosamente infinitesimal. Sin
embargo, si aceptas la estimación común de que la Tierra ha
producido 30.000 millones de especies de criaturas a lo largo de su periodo=
de
existencia, y la afirmación de Richard Leakey y Roger Lewin (en La s=
exta
extinción) de que hay 250.000 especies de criaturas en el registro
fósil, eso reduce la proporción a sólo una de cada
120.000. En suma, lo que poseemos es una muestra mínima de toda la v=
ida
que ha engendrado la Tierra.
Ademas, el registro que tenemos es totalmente sesgado. La mayor&iacu=
te;a
de los animales terrestres no muere en sedimentos, claro. Caen en campo abierto y son devorados o=
se
pudren y se descomponen sin dejar rastro. Así que el registro
fósil esta casi absurdamente sesgado en favor de las criaturas
marinas. Aproximadamente, el 95% de todos los fósiles que poseemos s=
on
de animales que vivieron en tiempos bajo el agua, casi todos ellos en mares
poco profundos.
Menciono todo esto con la finalidad de explicar por qué un día
gris de febrero acudí al Museo de Historia Natural de Londres a ver =
a un
paleontólogo alegre, levemente arrugado y muy agradable, llamado Ric=
hard
Fortey.
Fortey sabe muchísimo de muchísimas cosas. Es el autor de un =
libro
irónico y espléndido titulado La vida: una biografía no
autorizada, que cubre todo el panorama de la creación animada. Pero =
su
primer amor es un tipo de criatura marina, los llamados trilobites, que
llenaban en tiempos los mares ordovícicos pero que no han existido
durante muchotiempo mas que como
forma fosilizada. Todos los trilobites comparten un =
plano corporal basico de tres pa=
rtes,
o lóbulos (cabeza, cola, tórax), al que deben su nombre. Fort=
ey
encontró el primero cuando aún era un niño que andaba =
trepando
por las rocas de la bahía de St. David, en Gales. Quedó
enganchado de por vida.
Me llevó a una galería de altos armarios metalicos.
Estaban todos ellos llenos de cajones de poco fondo, y cada cajón es=
taba
lleno a su vez de trilobites pétreos… había 20.000
especímenes en total.
-Parece un número muy grande -aceptó-, pero tienes que record=
ar
que millones y millones de trilobites vivieron durante millones y millones =
de
años en los mares antiguos, así que veinte mil no es un
número tan inmenso. Y la mayoría de ellos son sólo
especímenes parciales. El hallazgo de un fósil de trilobite
completo aún es un gran acontecimiento para un paleontólogo.<=
br>
Los trilobites aparecieron por primera vez (totalmente formados, al parecer=
de
la nada) hace unos 540 millones de años, en fechas próximas al
inicio de la gran explosión de vida compleja vulgarmente conocida co=
mo
la explosión cambrica, y luego se desvanecieron, junto con mu=
chas
cosas mas, en la gran, y aún misteriosa, extinción
pérmica unos 300.000 años después. Como
sucede con todas las criaturas extintas, se siente uno, como es natural, tentado a considerarlo=
s un
experimento fallido, pero en realidad figuraron entre los animales de mayor
éxito que hayan existido. Reinaron a lo largo de 300 millones de
años, eldoble que los dinosaurios, que figuran también entre =
los
grandes supervivientes de la historia. Los humanos, señala Fortey, h=
an
sobrevivido hasta ahora la mitad del
11% de ese periodo.
Con tanto tiempo a su disposición, los trilobites proliferaron prodi=
giosamente.
La mayoría se mantuvieron de pequeño tamaño, ma=
s o
menos de la talla de los escarabajos modernos, pero algunos llegaron a ser =
tan
grandes como
bandejas. Formaron en total un mínimo de 5.000 géneros y 60.0=
00
especies… aunque aparecen continuamente mas. Fortey habí=
;a
estado hacía poco en una conferencia en Suramérica donde le
había abordado una profesora de una pequeña universidad argentina<=
/st1:place>
de provincias.
Tenía una caja que estaba llena de cosas interesantes… trilobi=
tes
que no se habían visto hasta entonces en Suramérica, ni en
ninguna otra parte en realidad, y muchísimas cosas mas. No
disponía de servicios de investigación para estudiarlas ni de
fondos para buscar mas. Hay zonas extensas del mundo que estan aún
inexploradas.
-¿Por lo que se refiere a los trilobites?
No, por lo que se refiere a todas las cosas.
Los trilobites fueron casi las únicas formas conocidas de vida compl=
eja
primitiva a lo largo del
siglo XIX, y fueron coleccionados y estudiados por esa razón. El gran
misterio que planteaban era su aparición súbita. Hoy incluso,=
como dice Fortey, puede resultar asombroso acercarse=
a una
formación apropiada de rocas y abrirte paso hacia arriba a trav&eacu=
te;s
de los eones, sin encontrar absolutamente ninguna vidavisible y, luego, de
pronto, «saltara a tus manos expectantes un Pro fallotaspis en=
tero
o un Elenellus, grande como
un cangrejo». Eran criaturas con extremidades, agallas, sistema nervi=
oso,
antenas sondeadoras, «una especie de cerebro», en palabras de
Fortey y los Ojos mas extraños que se hayan visto jama=
s.
Hechos de varillas de calcio, el mismo material que forma la piedra caliza,
constituyen el sistema visual mas antiguo que se conoce. Aparte de e=
sto,
los trilobites mas antiguos no formaban una sola especie audaz, sino=
docenas,
y no aparecieron en uno o dos sitios sino por todas partes. Mucha gente
reflexiva del
siglo XIX consideró esto prueba de la intervención de Dios y =
una
refutación de los ideales evolucionistas de Darwin. Si la
evolución procedió con lentitud, preguntaban, cómo
explicaba Darwin
esa aparición súbita de criaturas complejas plenamente formad=
as.
La verdad es que no podía.
Y así parecían destinadas a seguir las cosas para siempre has=
ta
que, un día de 1909, tres meses antes del quincuagésimo aniversario d=
e la
publicación de El origen de las especies de Darwin, un
paleontólogo llamado Charles Doolittle Walcott hizo un descubrimiento
extraordinario en las Rocosas canadienses.
Walcott había nacido en 1850 y se había criado cerca de Utica,
Nueva York, en una familia de medios modestos, que se hicieron mas
modestos aún con la muerte súbita de su padre cuando Charles =
era
muy pequeño. Descubrió de niño que tenía una
habilidad especial para encontrar fósiles, sobre todotrilobites, y
reunió una colección lo suficientemente importante como para que la c=
omprara
Louis Agassiz para su museo de Harvard por una pequeña fortuna, unos
65.000 euros en dinero de hoy. Aunque apenas poseía una formaci&oacu=
te;n
de bachiller y era en ciencias un autodidacta, Walcott se convirtió =
en
una destacada autoridad en trilobites y fue la primera persona que
demostró que eran artrópodos, el grupo en el que se incluyen =
los
insectos y crustaceos modernos.
En 1879, Walcott consiguió un trabajo como investigador de campo en el
recién creado Servicio Geológico de Estados Unidos.
Desempeñó el puesto con tal distinción que, al cabo de
quince años, se había convertido en su director. En 1907 fue
nombrado secretario del
Instituto Smithsoniano, cargo que conservó hasta 1927, en que
murió. A pesar de sus obligaciones administrativas siguió
haciendo trabajo de campo y escribiendo prolíficamente. «Sus
libros ocupan todo el estante de una biblioteca», según Fortey.
Fue también, y no por casualidad, director fundador del Comité Nacional Asesor para=
la
Aeronautica, que acabaría convirtiéndose en la NASA, y
bien se le puede considerar por ello el abuelo de la era espacial.
Pero, por lo que se le recuerda hoy, es por un astuto pero afortunado
descubrimiento que hizo en la Columbia Britanica, a finales del vera=
no
de 1909, en el pueblecito de Field, encima de él mas bien, muy
arriba. La versión tradicional de la historia es que Walcott y su es=
posa
iban a caballo por un camino de montaña, y el caballo de suesposa
resbaló en unas piedras que se habían desprendido de la lader=
a.
Walcott desmontó para ayudarla y descubrió que el caballo
había dado la vuelta a una losa de pizarra que contenía
crustaceos fósiles de un tipo especialmente antiguo e
insólito. Estaba nevando -el invierno llega pronto a las Rocosas
canadienses-, así que no se entretuvieron. Pero al año siguie=
nte
Walcott regresó allí en la primera ocasión que tuvo.
Siguiendo la presunta ruta hacia el sitio del que se habían desprend=
ido
las piedras, escaló unos 22 metros, hasta cerca de la cumbre de la
montaña. Allí, a 2.400 metros por encima del nivel del mar,
encontró un afloramiento de pizarra, de la longitud aproximada de una
manzana de edificios, que contenía una colección inigualable =
de
fósiles de poco después de que irrumpiera la vida compleja en=
deslumbrante
profusión… la famosa explosión cambrica. Lo que
Walcott había encontrado era, en realidad, el grial de la
paleontología. El afloramiento pasó a conocerse corno Burgess
Shale (la «losa» o «pizarra» de Burgess), por el no=
mbre
de la montaña en que se encontró, y aportaría durante
mucho tiempo «nuestro único testimonio del comienzo de la vida
moderna12 en toda su plenitud», como indicaba el difunto Stephen Jay
Gould en su popular libro La vida maravillosa.
Gould, siempre escrupuloso, descubrió, leyendo los diarios de Walcot=
t,
que la historia del
descubrimiento de Burgess Shale parecía estar un poco adornada (Walc=
ott
no hace mención alguna de que resbalase un caballo o estuviesenevand=
o),
pero no hay duda de que fue un descubrimiento extraordinario.
Es casi imposible para nosotros, cuyo tiempo de permanencia en la Tierra
sera de sólo unas cuantas décadas fugaces, apreciar lo
alejada en el tiempo de nosotros que esta la explosión
cambrica. Si pudieses volar hacia atras por el pasado a la ve=
locidad
de un año por segundo, tardarías una media hora en llegar a la
época de Cristo y algo mas de tres semanas en llegar a los
inicios de la vida humana. Pero te llevaría veinte años llega=
r al
principio del
periodo Cambrico. Fue, en otras palabras, hace muchísimo tiem=
po,
y el mundo era entonces un sitio muy distinto.
Por una parte, cuando se formó Burgess Shale, hace mas de 500
millones de años, no estaba en la cima de una montaña sino al=
pie
de una. Estaba concretamente en una cuenca
oceanica poco profunda, al fondo de un abrupto acantilado. En los ma=
res
de aquella época pululaba la vida, pero los animales no dejaban
normalmente ningún resto porque eran de cuerpo blando y se
descomponían después de morir. Pero en Burgess el acantilado =
se
desplomó y las criaturas que había abajo, sepultadas en un al=
ud
de lodo, quedaron aplastadas como flores en un libro, con sus rasgos conservados con
maravilloso detalle.
Walcott, en viajes anuales de verano, entre 1910 y 1925 (en que tení=
a ya
setenta y cinco años), extrajo decenas de miles de especímenes
(Gould habla de 80.000; los comprobadores de datos de National Geographic, =
que
suelen ser fidedignos, hablan de 60.000), que sellevó a Washington para =
su
posterior estudio. Era una colección sin parangón, tanto por =
el
número de especímenes como
por su diversidad. Algunos de los fósiles de Burgess tenían
concha; muchos otros no. Algunas de las criaturas veían, otras eran
ciegas. La variedad era enorme, 140 especies según un recuento.
«Burgess Shale indicaba una gama de disparidad en el diseño
anatómico que nunca se ha igualado y a la que no igualan hoy todas l=
as
criaturas de los mares del
mundo», escribió Gould.
Desgraciadamente, según Gould, Walcott no fue capaz de apreciar la
importancia de lo que había encontrado. «Walcott,
arrebatandole la derrota de las fauces a la victoria -escribió
Gould en otra obra suya, Ocho cerditos-, pasó luego a interpretar
aquellos magníficos fósiles del modo mas erróneo
posible.» Los emplazó en grupos modernos, convirtiéndol=
os
en ancestros de gusanos, medusas y otras criaturas de hoy, incapaz de aprec=
iar
su caracter distinto. «De acuerdo con aquella
interpretación, –se lamenta Gould-, la vida empezaba en la
sencillez primordial y avanzaba inexorable y predeciblemente hacia má=
;s y
mejor.»
Walcott murió en 1917 y los fósiles de Burgess quedaron en gr=
an
medida olvidados. Durante casi medio siglo permanecieron encerrados en cajo=
nes
del Museo Americano de Historia Natural de Washington, donde raras veces se
consultaban y nunca se pusieron en entredicho. Luego, en 1973, un estudiante
graduado de la Universidad de Cambridge llamado Simon Conway Morris hizo una
visita a la colección. Sequedó asombrado con lo que
encontró. Los fósiles eran mucho mas espléndido=
s y
variados de lo que Walcott había explicado en sus escritos. En
taxonomía, la categoría que describe los planos corporales
basicos de los organismos es el filum, y allí había, en
opinión de Conway Morris, cajones y cajones de esas singularidades
anatómicas… y, asombrosa e inexplicablemente, el hombre que las
había encontrado no había sabido verlo.
Conway Morris, con su supervisor Harry Whittington y un compañero
también estudiante graduado, Derek Briggs, se pasaron varios a&ntild=
e;os
revisando sistematicamente toda la colección y elaborando una
interesante monografía tras otra mientras iban haciendo descubrimien=
to
tras descubrimiento. Muchas de las criaturas utilizaban planos corporales q=
ue
no eran sólo distintos de cualquier cosa vista antes o despué=
s,
sino que eran extravagantemente distintos. Una de ellas, Opabinia, ten&iacu=
te;a
cinco ojos y un hocico como
un pitorro con garras al final. Otra, un ser con forma de disco llamado
Peytoia, resultaba casi cómico porque parecía una rodaja circ=
ular
de piña. Una tercera era evidente que había caminado tambalea=
nte
sobre hileras de patas tipo zancos y era tan extraña que la llamaron
Hallucigenia. Había tan=
ta
novedad no identificada' en la colección que, en determinado
momento, se dice que se oyó murmurar a Conway Morris al abrir un
cajón: «Joder, no, otro filum».
Las revisiones del
equipo inglés mostraban que el Cambrico había sido un
periodo de innovación y experimentación sinparalelo en el
diseño corporal. Durante casi 4.000 millones de años, la vida
había avanzado parsimoniosamente sin ninguna ambición aprecia=
ble
en la dirección de la complejidad, y luego, de pronto, en el transcu=
rso
de sólo cinco o diez millones de años, había creado to=
dos
los diseños corporales basicos aún hoy vigentes. Nombra
una criatura, desde el gusano nematodo a Cameron Diaz, y todos utilizan una
arquitectura que se creó en la fiesta cambrica.
Pero lo mas sorprendente era que hubiese tantos diseños
corporales que no habían conseguido dar en el clavo, digamos, y dejar
descendientes. Según Gould, al menos y tal vez hasta 2020 de los
animales de Burgess no pertenecían a ningún filum identificad=
o. (El
número pronto aumentó en algunos recuentos populares hasta los
100… bastante mas de lo que pretendieron nunca en realidad los
científicos de Cambridg=
e.)
«La historia de la vida –escribió Gould- es una historia=
de
eliminación masiva seguida de diferenciación dentro de unos
cuantos linajes supervivientes, no el cuento convencional de una excelencia,
una complejidad y una diversidad continuadas y crecientes.» Daba la
impresión de que el éxito evolutivo era una lotería.
Una criatura que sí consiguió seguir adelante, un peque&ntild=
e;o
ser gusaniforme llamado Pikaia gracilens, se descubrió que ten&iacut=
e;a
una espina dorsal primitiva, que lo convertía en el antepasado
mas antiguo conocido de todos lo vertebrados posteriores, nosotros i=
ncluidos.
Pikaia no abundaban ni mucho menos entre los fósiles deBurgess,
así que cualquiera sabe lo cerca que pueden haber estado de la
extinción. Gould, en una cita famosa, deja muy claro que considera el
éxito de nuestro linaje una chiripa afortunada: «Rebobina la c=
inta
de la vida hasta los primeros tiempos de Burgess Shale, ponla en marcha de
nuevo desde un punto de partida idéntico y la posibilidad de que alg=
o, como la inteligenc=
ia
humana, tuviese la suerte de reaparecer resulta evanescentemente
pequeña».
Gould publicó La vida maravillosa en 1989 con aplauso general de la
crítica y fue un gran éxito comercial. En general no se
sabía que muchos científicos no estaban en absoluto de acuerdo
con sus conclusiones y que no iban a tardar mucho en ponerse muy feas las
cosas. En el contexto del Cambrico, lo de «explosión&ra=
quo;
pronto tendría mas que ver con furias modernas que con datos
fisiológicos antiguos.
Hoy sabemos, en realidad, que existieron organismos complejos cien millones=
de
años antes del Cambrico como mínimo.
Deberíamos haber sabido antes mucho mas. Casi cuarenta
años después de que Walcott hiciese su descubrimiento en
Canada, al otro lado del planeta, en Australia, un joven geól=
ogo
llamado Reginald Sprigg encontró algo aún mas antiguo e
igual de notable a su manera.
En 1946 enviaron a Sprigg, joven ayudante de geólogo de la
administración del estado de Australia del sur, a inspeccionar minas
abandonadas de las montañas de Ediacaran, en la cordillera de Flinde=
rs,
una extensión de paramo calcinado por el Sol situado unos 500
kilómetros al nortede Adelaida. El propósito de la
inspección era comprobar si había alguna de aquellas viejas m=
inas
que pudiese ser rentable reexplotar utilizando técnicas mas
modernas, por lo que Sprigg no estaba estudiando ni mucho menos rocas
superficiales y aún menos fósiles. Pero un día, cuando
estaba almorzando, levantó despreocupadamente un pedrusco de arenisc=
a y
comprobó sorprendido (por decirlo con suavidad) que la superficie de=
la
roca estaba cubierta de delicados fósiles, bastante parecidos a las
impresiones que dejan las hojas en el barro. Aquellas rocas databan de la
explosión cambrica. Estaba contemplando la aurora de la vida
visible.
Sprigg envió un artículo a Nature, pero se lo rechazaron.
Así que lo leyó en la siguiente asamblea anual de la
Asociación para el Progreso de la Ciencia de Australia y Nueva Zelan=
da,
pero no consiguió la aprobación del presidente de esa entidad,
que dijo que las huellas de Ediacaran no eran mas que «marcas
inorganicas fortuitas»…, dibujos hechos por el viento, la
lluvia o las mareas, pero no seres vivos. Sprigg, que aún no daba por
perdidas sus esperanzas, se fue a Londres y presentó sus hallazgos e=
n el
Congreso Geológico Internacional de 1948, donde tampoco consigui&oac=
ute;
despertar interés ni que se le creyera. Finalmente, a falta de una
salida mejor, publicó sus descubrimientos en Transactions of the Roy=
al
Society of South Australia. Después dejó su trabajo de
funcionario del=
st1:place>
estado y se dedicó a la prospección petrolera.
Nueve años después, en 1957, unescolar llamado John Mason, iba
andando por Charnwood Forest, en las Midlands inglesas, y encontró u=
na
piedra que tenía un extraño fósil, parecido a un
pólipo del género Pennatula, que se llama en inglés pl=
uma
de mar, y que era exactamente igual que algunos de aquellos especíme=
nes
que Sprigg había encontrado y que llevaba desde entonces intentando
contarselo al mundo. El escolar le llevó la piedra a un
paleontólogo de la Universidad de Leicester, que la identificó
inmediatamente como=
precambrica. El pequeño Mason salió retratado en los
periódicos y se le trató como
a un héroe precoz; aún figura en muchos libros. Al
espécimen se le llamó en honor suyo Charnia masoni.
En la actualidad, algunos de los especímenes ediacarianos originales=
de
Sprigg, junto con muchos de los otros 1.500 que se han encontrado por la
cordillera de Flinders desde entonces, se pueden ver en Adelaida, en una
vitrina de una habitación de la planta superior del sólido y
encantador Museo de Australia del Sur, pero no atraen demasiada
atención. Los dibujos delicadamente esbozados son bastante
desvaídos y no demasiado fascinantes para ojos inexpertos. Suelen ser
pequeños, con forma de disco y parecen arrastrar a veces vagas cinta=
s.
Fortey los ha descrito como
«rarezas de cuerpo blando».
Aún hay muy poco acuerdo sobre lo que eran esas cosas y cómo
vivían. No tenían, por lo que podemos saber, ni boca ni ano p=
or
los que introducir y expulsar materiales digestivos, ni órganos inte=
rnos
con los que procesarlos a lo largo delcamino.
-Lo mas probable es que la mayoría de ellos –dice Forte=
y-,
cuando estaban vivos, se limitasen a permanecer echados sobre la superficie=
del sedimento arenoso, como lenguados o rodaballos blandos, sin
estructura e inanimados.
Los mas dinamicos no eran mas complejos que una medusa.
Las criaturas ediacaranas eran diploblasticas, que quiere decir que
estaban compuestas por dos capas de tejido. Los animales de hoy son todos,
salvo las medusas, triploblasticos.
Algunos especialistas creen que ni siquiera eran animales, que se
parecían mas a las plantas o a los hongos. Las diferenciacion=
es
entre vegetales y animales no siempre son claras, ni siquiera hoy. La espon=
ja
moderna se pasa la vida fijada a un solo punto y no tiene ojos ni cerebro ni
corazón que lata y, sin embargo, es un animal.
-Cuando retrocedemos hasta el Precambrico es probable que fuesen
aún menos claras las diferencias entre las plantas y los animales -d=
ice
Fortey-. No hay ninguna regla que diga que tengas que ser demostrablemente =
una
cosa o la otra.
No hay acuerdo en que los organismos ediacaranos sean en algún senti=
do
ancestros de algún ser vivo actual (salvo posiblemente alguna medusa=
).
Muchas autoridades en la materia las consideran una especie de experimento
fallido, un intento de complejidad que no cuajó, tal vez debido a que
los lentos organismos ediacaranos fueron devorados por los animales m&aacut=
e;s
agiles y mas refinados del
periodo Cambrico o no pudieron competir con ellos.
«No hay hoy nada vivo quemuestre una estrecha similitud con ellos -ha
escrito Fortey-. Resultan difíciles de interpretar como ancestros de cualquier tipo de lo =
que
habría de seguir.»
La impresión era que no habían sido en realidad demasiado
importantes para el desarrollo de la vida en la Tierra. Muchas autoridades
creen que hubo un exterminio masivo en el paso del Preca=
mbrico
al Cambrico y que ninguna de las criaturas ediacaranas (salvo la
insegura medusa) consiguió pasar a la fase siguiente. El verdadero
desarrollo de la vida compleja se inició, en otras palabras, con la
explosión cambrica. En cualquier caso, era así como Gould lo ve&i=
acute;a.
En cuanto a las revisiones de los fósiles de Burgess Shale, la gente
empezó casi inmediatamente a poner en duda las interpretaciones y, en
particular, la interpretación que Gould hacía de las
interpretaciones.
«Había por primera vez un cierto número de
científicos que dudaba de la versión que había expuesto
Stephen Gould, por mucho que admirasen su forma de exponerla»,
escribió Fortey en Life. Esto es una forma suave de decirlo.
«¡Ojala Stephen Gould pudiese pensar con la misma clarid=
ad
que escribe!» aullaba el académico de Oxford Richard Dawkins e=
n la
primera línea de una recensión (en el Sunday Telegraph) de La
vida maravillosa. Dawkins reconocía que el libro era
«indejable» y una «hazaña literaria», pero
acusaba a Gould de entregarse a una distorsión de los hechos
«grandilocuente y que bordea la falsedad», y comentaba que las
revisiones de Burgess Shale habían dejadoatónita a la comunid=
ad
paleontológica. «El punto de vista que esta atacando (q=
ue
la evolución avanza inexorablemente hacia un pinaculo como el hombre) es=
algo en
lo que hace ya cincuenta años que no se cree», bufaba Dawkins.=
Se trataba de una sutileza que se le pasó por alto a la mayorí=
;a
de los críticos del
libro. Uno de ellos, que escribía para la New York Times Book Review,
comentaba alegremente que, como consecuenc=
ia del libro de Gou=
ld, los
científicos «estan prescindiendo de algunas ideas
preconcebidas que llevaban generaciones sin examinar. Estan aceptand=
o, a
regañadientes o con entusiasmo, la idea de que los seres humanos son
tanto un accidente de la naturaleza corno un producto del desarrollo ordenado».
Pero los auténticos ataques a Gould se debieron a la creencia de que
muchas de sus conclusiones eran sencillamente erróneas o estaban
imprudentemente exageradas. Dawkins, que escribía para la revista
Evolution, atacó las afirmaciones de Gould de que «la
evolución en el Cambrico fue un tipo de proceso diferente del
actual» y manifestó su exasperación por las repetidas
sugerencias de que «el Cambrico fue un periodo de 'experi=
mentación'
evolucionista, de 'tanteo' evolucionista, de 'falsos
inicios' evolucionistas… Fue el fértil periodo en que se
inventaron todos los grandes 'planos corporales basicos'.
Actualmente la evolución se limita a retocar viejos planos corporale=
s. Alla
en el Cambrico, surgieron nuevos filums y nuevas clases. ¡Hoy
sólo tenemos nuevas especies!».
Comentando loa menudo que se menciona esa idea (la de que no hay nuevos pla=
nos
corporales), Dawkins dice: «Es como
si un jardinero mirase un roble y comentase, sorprendido: '¿No =
es
raro que haga tantos años que no aparecen nuevas ramas grandes en es=
te
arbol? Últimamente todo el nuevo crecimiento parece producirs=
e a
nivel de ramitas'».
-Fue un periodo extraño -dice ahora Fortey-, sobre todo si te paras a
pensar que era todo por algo que pasó hace quinientos millones de
años, pero la verdad es que los sentimientos eran muy fuertes. Yo
decía bromeando en uno de mis libros que tenía la
sensación de que debía de ponerme un casco de seguridad antes=
de
escribir sobre el periodo Cambrico, pero lo cierto es que tení=
;a
un poco esa sensación, la verdad.
Lo mas extraño de todo fue la reacción de uno de los
héroes de La vida maravillosa, Simon Conway Morris, que
sorprendió a muchos miembros de la comunidad paleontológica al
atacar inesperadamente a Gould en un libro suyo, The Crucible of Creation [=
El
crisol de la creación «Nunca he visto tanta cólera en un
libro de un profesional –escribió Fortey mas tarde-. El
lector casual de The Crucible of Creation, que ignora la historia, nunca
llegaría a saber que los puntos de vista del autor habían estado antes
próximos a los de Gould (si es que en realidad no eran
coincidentes).»
Cuando le pregunté a Fortey sobre este asunto, dijo:
-Bueno, fue algo muy raro, algo absolutamente horrible, porque el retrato q=
ue
había hecho Gould de él era muy halagador. La
únicaexplicación que se me ocurrió fue que Simon se
sentía avergonzado.
Bueno, la ciencia cambia, pero los libros son permanentes y supongo que
lamentaba estar tan irremediablemente asociado a puntos de vista que ya no
sostenía. Estaba todo aquel asunto de «Joder, no, otro
filum», y yo supongo que lamentaba ser famoso por eso. Nunca
dirías leyendo el libro de Simon que sus ideas habían sido an=
tes
casi idénticas a las de Gould.
Lo que pasó fue que los primeros fósiles cambricos
empezaron a pasar por un periodo de revaloración crítica. For=
tey
y Derek Briggs (uno de los otros protagonistas del=
st1:State>
libro de Gould) utilizaron un método conocido como cladística para comparar los
diversos fósiles de Burgess. La cladística consiste, dicho con
palabras sencillas, en clasificar los organismos basandose en los ra=
sgos
que comparten. Fortey da como<=
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ejemplo la idea de comparar una musaraña y un elefante. Si considera=
ses
el gran tamaño del
elefante y su sorprendente trompa, podrías extraer la conclusi&oacut=
e;n
de que no podría tener gran cosa en común con una diminuta y
gimoteante musaraña. Pero si los comparases a los dos con un lagarto,
verías que el elefante y la musaraña estan construidos=
en
realidad en el mismo plano.
Lo que quiere decir Fortey es, basicamente, que Gould veía
elefantes y musarañas donde Briggs y él veían
mamíferos. Las criaturas de Burgess, creían ellos, no eran tan
extrañas y diversas com=
o
a primera vista parecían.
-No eran con frecuencia mas extrañas que los trilobites -dice
ahoraFortey-. Lo único que pasa es que hemos tenido un siglo o
así para acostumbrarnos a los trilobites. La familiaridad, comprende=
s,
genera familiaridad.
Esto no se debía, conviene tenerlo en cuenta, a dejadez o falta de
atención. Interpretar las formas y las relaciones de animales antigu=
os,
basandose en testimonios a menudo deformados y fragmentarios, es, sin
lugar a dudas, un asunto peliagudo. Edward O. Wilson ha dicho que, si cogie=
ses
especies seleccionadas de insectos modernos y los presentases como
fósiles estilo Burgess, nadie adivinaría jamas que eran
todos del
mismo filum, por lo diferentes que son sus planos corporales. Ayudaron
también en las revisiones los hallazgos de otros dos yacimientos del
Cambrico temprano, uno en Groenlandia y el otro en China,
amén de otros hallazgos dispersos, que aportaron entre todos muchos
especímenes mas y a menudo mejores.
El resultado final es que se descubrió que los fósiles de Bur=
gess
no eran tan diferentes ni mucho menos. Resultó que Hallucigenia
había sido reconstruido al revés. Las patas como zancos eran en realidad unas p&uac=
ute;as
que tenía a lo largo de la espalda. Peytoia, la extraña criat=
ura
que parecía una rodaja de piña, se descubrió que no era
una criatura diferenciada, sino sólo parte de un animal mayor llamado
Anomalocaris. Muchos de los especímenes de Burgess han sido asignado=
s ya
a filums vivientes… precisamente donde los había puesto Walcot=
t en
un principio. Hallucigenia y algunos mas se cree que estan
emparentados con Onychophora, un grupode animales tipo oruga. Otros han sido
reclasificados como
precursores de los anélidos modernos. En realidad, dice Fortey:
-Hay relativamente pocos diseños cambricos que sean totalmente
originales. Lo mas frecuente es que resulten ser sólo
elaboraciones interesantes de diseños bien establecidos.
Como él mismo escribió en Li=
fe:
«Ninguno era tan extraño como=
el
percebe actual, ni tan grotesco como
una termita reina».
Así que, después de todo, los especímenes de Burgess S=
hale
no eran tan espectaculares. No es que eso los hiciera, como ha escrito Fortey, «menos
interesantes, o extraños, sólo mas explicables».=
Sus
exóticos planos corporales eran sólo una especie de exuberanc=
ia
juvenil… el equivalente evolutivo, digamos, del cabello punk en punta o los aretes=
en la
lengua. Finalmente, las formas se asentaron en una edad madura seria y esta=
ble.
Pero eso aún deja en pie la cuestión de que no sabemos de
dónde habían salido todos aquellos animales, cómo
surgieron súbitamente de la nada.
Por desgracia resulta que la explosión cambrica puede que no =
haya
sido tan explosiva ni mucho menos. Hoy se cree que los animales
cambricos probablemente estuviesen allí todo el tiempo,
sólo que fuesen demasiado pequeños para que se pudiesen ver.
Fueron una vez mas los trilobites quienes aportaron la clave… =
en
concreto, esa aparición desconcertante de diferentes tipos de ellos =
en
emplazamientos muy dispersos por el globo, todos mas o menos al mismo
tiempo.
A primera vista, la súbita aparición demontones de criaturas
plenamente formadas pero diversas parecería respaldar el cara=
cter
milagroso del
brote cambrico, pero en realidad hizo lo contrario. Una cosa es tener
una criatura bien formada como un trilobite que brote de forma aislada (lo =
que
realmente es un milagro), y otra tener muchas, todas distintas pero clarame=
nte
relacionadas, que aparecen simultaneamente en el registro fós=
il
en lugares tan alejados como China y Nueva York, hecho que indica con toda
claridad que estamos pasando por alto una gran parte de su historia. No
podría haber una prueba mas firme de que tuvieron por necesid=
ad
que tener un ancestro… alguna especie abuela que inició la línea e=
n un
pasado muy anterior.
Y la razón de que no hayamos encontrado esas especies anteriores es,
según se cree ahora, que eran demasiado pequeñas para que
pudieran conservarse.
Fortey dice:
-No es necesario ser grande para ser un organismo complejo con un
funcionamiento perfecto. Los mares estan llenos hoy de pequeñ=
os
artrópodos que no han dejado ningún residuo fósil.
Cita el pequeño copépodo, del qe
hay billones en los mares modernos y que se agrupa en bancos lo suficientem=
ente
grandes como para volver negras vastas zon=
as del océan=
o y, sin
embargo, el único ancestro de él de que disponemos es un solo
espécimen que se encontró en el cuerpo de un antiguo pez
fosilizado.
La explosión cambrica, si es ésa la expresión
adecuada, probablemente fuese mas un aumento de tamaño que una
aparición súbita de nuevos tipos corporales-dice Fortey-. Y
podría haber sucedido muy deprisa, así que en ese sentido sup=
ongo
que sí, que fue una explosión.
La idea es que, lo mismo que los mamíferos tuvieron que esperar un
centenar de millones de años a que desaparecieran los dinosaurios pa=
ra
que les llegara su momento y entonces irrumpieron, profusamente según
parece por todo el planeta, así también quiza los
artrópodos y otros triploblastos esperaron en semimicroscópico
anonimato a que a los organismos ediacaranos dominantes les llegase su hora=
.
-Sabemos -dice Fortey- que los mamíferos aumentaron de tamaño=
muy
bruscamente después de que desaparecieron los dinosaurios… aun=
que
cuando digo muy bruscamente lo digo, claro, en un sentido geológico.
Estamos hablando de millones de años.
Por otra parte, Reginald Sprigg acabó recibiendo una parte del reconocimien=
to que
merecía. Uno de los principales géneros primitivos, Spriggina,
fue bautizado así en su honor, lo mismo que varias especies má=
;s,
y el total pasó a conocerse como
fauna ediacarana por las montañas por las que él había
investigado. Pero, por entonces, los tiempos de Sprigg como cazador de fósiles hac&iacu=
te;a
mucho que habían quedado atras. Después de dejar la
geología fundó una empresa petrolera con la que tuvo mucho
éxito y acabó retirandose a una finca en su amada
cordillera de Flinders, donde creó una reserva natural de flora y fa=
una.
Murió, convertido en un hombre rico, en 1994.