Tales cuadernos, a veces relativamente voluminosos,
son llamados libros de Chilam Balam porque en sus paginas se menciona un
personaje, profeta de este nombre o rango, que debió tener cierta fama
en los años anteriores a la conquista. Ah chila'n o chilam significa
realmente intérprete, y los diccionarios españoles
acuñaron para esta voz la frase chita'h t'an, es decir, declarar en otro
lenguaje; de hecho, intérprete era casi equivalente a nahuatlato, el que
podía expresarse también en el idioma del altiplano central de
México. Como
ah chila'n se traduce ademas por faraute, mensajero o heraldo, podemos
sospechar con todo fundamento que el sacerdote maya que portaba el apelativo
tenía la misión de anunciar y descifrar la palabra y la voluntad
de los dioses. Balam significa jaguar, pero lo mismo puede ser un nombre de
persona, un patronímico, que la designación de cierta
categoría de religiosos indígenas; reyes, gobernantes y otros individuos
de la nobleza incluían a veces entre sus títulos el de balam,
prueba de fortaleza y referencia a su elevada estirpe. Según Alfredo
Barrera Vasquez y Silvia Rendón, Chilam Balam vivió en la
ciudad de Maní en tiempos de Mochan Xiu, poco antes de la llegada de los
españoles; predijo el advenimiento de una nueva religión, y de
ahí su inusitado renombre posterior. Estos autores creen que la
profusión de libros de Chilam Balam, de diferente extensión,
incluso alguno cuidadosamente encuadernado, mas todos con grandes semejanzas en
el contenido y en la manera de organizar lainformación, se debe a que
algún viejo sacerdote de la fe nativa, que recibió
instrucción de los frailes -y llegó a manejar prontamente los
caracteres que se adaptaban a la fonología del maya yucateco-,
transcribió textos religiosos e históricos de sus tiras de
corteza dobladas y cubiertas de jeroglíficos. Atenuada así la
posibilidad de ser acusados de idolatría -quiza destruyendo a
continuación los libros prehispanicos, u ocultandolos en recónditos
parajes-, los sagrados dignatarios de la antigüedad hicieron copias que se
difundieron a numerosos poblados, seguramente allí donde la llama de la
tradición permanecía viva y vigorosa. En cada lugar se fueron sumando
otros materiales al núcleo original, de acuerdo con el criterio del
poseedor y según los acontecimientos locales. Eran tenidos por libros santos,
y probablemente leídos con frecuencia por los hombres sabios o en
ocasiones que se reunía la asamblea de la comunidad. Con objeto de conservarlos
para la posteridad, se copiaron a medida que se deterioraban, y sin duda los
copistas cometieron errores, suprimiendo y añadiendo frases según
les dictaba su conveniencia. Los libros de Chilam Balam que hoy conocemos son,
por tanto, trasuntos de aquellos del siglo XVI, unos de las
centurias siguientes y otros de hace escasas décadas1.
Queda por añadir a esta plausible reconstrucción del proceso de
redacción y multiplicación de los textos, el rasgo ya citado de
que los sucesivos depositarios se guiaron aparentemente del estilo y orden que
era moda entre losimpresores de almanaques europeos, y por eso ciertos
capítulos o apartados recuerdan poderosamente aquel tipo de lecturas tan
extendido en todos los grupos sociales de España. Hasta qué punto
el conocimiento de esos reportorios fue para los mayas acicate en la
preparación de los libros de Chilam Balam, o, por el contrario,
sólo coartada para disimular una información que se sabía
de muy distinto origen y valor, es problema que
todavía no podemos resolver, pero que conviene meditar. Cuando el tiempo
fue pasando, los celosos guardianes de los libros sagrados olvidaron poco a
poco el significado de determinados fragmentos, o tergiversaron
inconscientemente la explicación de otros, quedando numerosas palabras
petrificadas y adquiriendo su virtud antes por las resonancias que despertaban
en las atentas inteligencias de los indios que por los misterios o secretos que
realmente guardaban.
Entonces, los eruditos de la cultura blanca,
investigadores o coleccionistas, descubrieron los libros de Chilam Balam.
Fueron apareciendo en multitud de pueblos: Chumayel, Tizimín, Kaua,
Ixil, Tekax, Maní, Oxkutzcab, Tusik, Calkiní, Teabo, Chan Cah; y,
visto el interés que mostraban los extranjeros por aquellos escritos polvorientos,
individuos sin escrúpulos se dispusieron a hacer un facil
negocio. Los manuscritos fueron sacados de sus lugares de origen, de la
Biblioteca Cepeda de Mérida sustrajeron varios entre 1915 y 1918, y las
fuertes sumas ofrecidas por los norteamericanos condujeron a que, finalmente,
algunos terminaran enlas universidades o museos de Estados Unidos. Como ejemplo, veamos a continuación las peripecias sufridas por
los mas famosos, exceptuando el que es motivo de la actual
edición, que sera tratado mas adelante.
El Chilam Balam de Tizimín procede de esta villa del oriente del
Estado de Yucatan, donde fue hallado a mediados del siglo XIX. Llegó a manos del
parroco del lugar, Manuel Luciano Pérez, quien tuvo a bien
donarlo después de unos años, hacia 1870, al ilustre historiador,
y obispo de Mérida, Crescencio Carrillo y Ancona, él mismo de
clara estirpe indígena -pues había nacido de padres mayas en una
modesta choza de Izamal- y muy versado en temas prehispanicos. Junto con
otros importantes documentos fue robado de la biblioteca pública, que
atesoraba una parte de los impresos del
prelado, y sacado del
país con dirección a Estados Unidos. Por último,
pasó a engrosar los fondos del Museo Nacional
de Antropología de México.
El Chilam Balam de Maní proviene de este pueblo
del suroeste de Yucatan, solar del famoso linaje de los Xiu, legendarios gobernantes de
la gran ciudad arqueológica de Uxmal.
Fue recopilado por el filólogo y erudito yucateco Juan Pío
Pérez alrededor de 1838, es decir, una copia del original -tal vez una
síntesis de los originales, que pudieron ser cuatro según Carl H.
Berendt- pasó a formar el núcleo del conjunto de papeles reunido
y preparado por el investigador durante su estancia en diferentes localidades de
la región. Todo ello fue denominado por Carrillo y Ancona Códice
Pérez,sustituyendo al título Principales
épocas de la historia antigua de Yucatan, que había
propuesto el lingüista. Los materiales, fragmentos de los libro; de
Maní e Ixil -quiza también del de
Oxkutzcab- y documentos de tierras de Sotuta, fueron propiedad sucesivamente del señor Carlos
Peón y de la familia Escalante de Mérida. Ademas,
Pérez había obsequiado al explorador John Lloyd Stephens con un texto en maya copiado sin duda de los libros
indígenas de Maní, junto con su traducción al castellano y
un extenso comentario: Traducción y juicio crítico de un
manuscrito en lengua maya que trata de las principales épocas de la
historia de esta península antes de su conquista. Para el Sr. D. Juan L.
Stephens su amigo Juan Pío Pérez, Peto, 5 de abril de 1842.
El norteamericano publicó en 1843 la versión inglesa con el texto
maya en un apéndice a la célebre obra Incidents of travel in
Yucatan, pero omitió algunos de los comentario de Pérez2.
Los Chilam Balam de Tekax y Nah pueden mencionarse juntos, ya que las
paginas 1 a 30 del
segundo son copia del
primero (porción calendarica que también aparece en los
manuscritos de Kaua y Maní). El libro de Tekax procede de esta localidad
del sur de Yucatan; tiene treinta y seis paginas, aunque aparenta
estar incompleto, y se sabe que estuvo en poder del investigador y
coleccionista norteamericano William Gates, para acabar por último -con
sólo veintiocho paginas- en el Archivo Histórico del
Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. El
Chilam Balam de Nah es el únicoque lleva el nombre de sus redactores,
José María y Secundino Nah, y no el del pueblo donde se
escribió, Teabo, no lejos de Tekax hacia el norte. Fue ésta una
decisión de Gates, justificada en cierto modo porque existen otros
documentos mayas originarios del mismo lugar; pasó igualmente con toda
probabilidad por las manos de Crescencio Carrillo y Ancona, Carl H. Berendt,
Daniel Brinton y otros, y ahora se encuentra en la Universidad de Princeton.
El Chilam Balam de Kaua es quiza el tercero en importancia,
después del
Chumayel y del Tizimín, y el mas voluminoso con doscientas
ochenta y dos paginas. Fue propiedad del obispo Carrillo y Ancona y del señor Ricardo
Figueroa; depositado en la Biblioteca Cepeda de Mérida en 1915,
desapareció poco mas tarde y se ignora actualmente su paradero.
El Chilam Balam de Ixil estuvo también en poder del señor
Ricardo Figueroa. Había sido copiado por Pío Pérez en
Ticul alrededor del año 1837, y fue a parar, como tantos otros
documentos valiosos, a la biblioteca del obispo historiador. Perdido
algún tiempo, o confundido en el mismo legajo que el libro de
Tizimín, se encuentra ahora en la Biblioteca del
Museo Nacional de Antropología de México, identificado por
Alfredo Barrera Vasquez como el
manuscrito primitivo, fechado muy a principios del siglo XVIII.
Aparte esta breve reseña que aquí ofrecemos, sería labor
engorrosa -e inútil para los fines presentes- enumerar las decenas de
copias, traducciones y ediciones totales o parciales que se han hecho de los
libros en lenguamaya de Chilam Balam. En la bibliografía general que
remata esta introducción podra ver el lector qué
documentos se hallan hoy al alcance del público interesado, en
publicaciones de facil adquisición, y qué comentaristas modernos
han sumado sus voces a los infatigables eruditos decimonónicos. De mayor
interés sera sin duda insistir en el contenido de estos
peculiares ejemplos de la literatura indígena posterior a la conquista,
que, por la cantidad catalogada y el marcado caracter esotérico
de los ejemplos conocidos, constituyen un género que no tiene
parangón en otras partes de América. Alfredo Barrera
Vasquez y Silvia Rendón resumen de la siguiente manera el
heterogéneo cúmulo de materiales que suele descubrirse en los
libros de Chilam Balam:
1. Textos de naturaleza religiosa: a) puramente indígena; b) cristianos
traducidos al maya; 2. Textos de tipo histórico, desde crónicas
con registro cronológico maya a base de la llamada cuenta corta
(períodos de 7.200 días o katunes dispuestos en series de trece)
hasta simples anotaciones de acontecimientos muy particulares sin importancia
general; 3. Textos médicos, con o sin influencia
europea; 4. Textos cronológicos y astrológicos: a) tablas
de series de katunes con su equivalente cristiano; b) explicaciones acerca del
calendario indígena; c) almanaques con o sin cotejo con el
tzolkín maya (ciclo calendarico sagrado de caracter
fundamentalmente adivinatorio y augural, compuesto de doscientos sesenta días,
que se forman por la combinación de trece números yveinte
nombres), incluyendo predicciones, astrología, etcétera; 5. Astronomía, según las ideas imperantes en Europa en
el siglo XVI; 6. Rituales; 7. Textos literarios, novelas españolas, etcétera; 8.
Miscelanea de textos no clasificados3.
Vale la pena subrayar que los cuatro apartados
mas interesantes para los mayistas son los que podrían
denominarse religioso, cronológico, histórico y médico. El
primero porque recoge seguramente, a veces en sorprendente amalgama con ideas
católicas, los vestigios de las creencias prehispanicas; como
es lógico se trata de una sección laberíntica cuya
traducción no resulta sencilla ni la interpretación irrecusable.
El segundo porque nos enseña, a través de un complicado juego de
números, que lo mismo hace las delicias de las personas con mente
predispuesta que conduce a la desesperación a las que no poseen
suficiente paciencia, el orden del tiempo maya, es decir, la médula de
su pensamiento y de su cosmovisión; y eso sin mencionar la trascendencia
de poder averiguar o corroborar las fechas de la evolución cultural del
area tal como se insinúan en otras fuentes. El tercero porque
viste con el tranquilizador ropaje de la historia convencional las guerras,
emigraciones, cambios dinasticos y demas episodios
políticos y sociales de un pueblo del que todavía se sabe muy
poco, y cuyo sistema antiguo de escritura aún no ha sido descifrado.
Finalmente, el cuarto porque la medicina era sin lugar a dudas uno de los
afanes predilectos de los mayas, hasta el punto que sus conquistas enese campo,
tanto en el herbolario y la practica empírica como en el
desarrollo especializado de la magia, llenan muchos tratados y han sido objeto
de la atención constante de los investigadores.
Queda la astronomía, la disciplina en la que sobresalieron los mayas del
período Clasico, mas en los libros de Chilam Balam apenas perdura
una palida sombra de lo que mil años atras había
sido ocupación preferente y prestigiosa de los sabios. Teñidas de
elemental astronomía europea, las anotaciones al respecto son siempre
algo decepcionantes, aunque se perciba la profundidad astrológica de
algunas de ellas o el aroma de un remoto sentimiento
religioso en otras. De hecho, la insistencia en incluir comentarios
astronómicos es prueba de la inquietud que perduraba entre las
minorías indígenas ilustradas durante la
época colonial. Por lo demas, la abundancia de apuntes
variopintos recorre mil y un temas, el registro de nacimientos y muertes de la
familia Nah, por ejemplo, o la fecha (8 de mayo de 1883) en que pasó la
langosta por el pueblo de Teabo; y, sobre todo, cuentos inefables como el de la
Princesa Teodora, la creación del mundo o la historia de Abraham,
sacados de ingenuos almanaques, que llevaron hasta los bosques mayas leyendas y
fabulas morales arabes y hebreas, relatos que los yucatecos
debieron encontrar fascinantes por razones bien difíciles de entender, y
que atesoraron padres e hijos en sus ocultos cuadernos, para enseñanza
de las generaciones y afianzamiento de la identidad nativa.
Volviendo aafirmar, pues, que muchos asuntos de los textos de Chilam Balam, e
incluso el estilo en que estan expuestos, hunden sus raíces en
los libros jeroglíficos anteriores a la conquista española o se
apoyan en la vigorosa tradición oral de las poblaciones de las tierras
bajas de México y Guatemala, justo es reconocer que al menos la mitad
del contenido de los manuscritos proviene de los almanaques conocidos por
Reportorios de los Tiempos, tan populares entre la clase dominante desde los
primeros tiempos de la colonia. Citemos como muestra las palabras de Francisco
de la Maza en su Introducción al Reportorio de los Tiempos y Historia
Natural de Nueva España, escrito y editado por Enrico Martínez,
en la ciudad de México, el año 1606, donde se enumeran los
capítulos de la obra: El libro se compone de seis tratados, el primero
es 'del Mundo en general y en particular de la región
celeste'; el segundo 'de las partes y calidad de la región
elemental'; el tercero trata de 'algunas particularidades desta Nueva
España'; el cuarto de astrología 'perteceneciente al
conocimiento de la calidad della y de los términos y fin della'; el
quinto sobre la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno del
24 de diciembre de 1603; y el sexto es una 'Breve relación del
tiempo en que han sucedido algunas cosas notables e dignas de memoria assi en
esta Nueva España como en los Reynos de Castilla y en otras partes del
Mundo desde el año de mil quinientos veinte hasta el de mil quinientos
noventa sacada de las Coronicas y de historias deautores fidedignos4.
Éste es un índice que muy bien podría trasladarse,
después de mayanizado, a cualquiera de los libros de Chilam Balam, por
ejemplo el de Kaua; Héctor M. Calderón afirma en la
introducción a los textos de Tekax y Nah que José María y
Secundino Nah compilaron en lengua maya valiosa información,
médica y astrológica, extraída seguramente de algún
almanaque español, a la cual agregaron -y ésa es la inmensa
aportación del Chilam Balam de Nah- todo lo que ellos sabían de
los remedios nativos, de las curaciones tradicionales, de la pervivencia de una
variada herbolaria y de las demas practicas ancestrales en el
medio rural de Yucatan. A tal respecto, el antropólogo mexicano
Alfonso Villa Rojas pudo comprobar durante su estancia en el cacicazgo de
X-Cacal (en el moderno Estado de Quintana Roo), al oriente de la
península, que los secretarios o escribas -personas que saben leer o
escribir el maya, muy respetadas, y cuya presencia es requerida frecuentemente
en los asuntos de la comunidad- tienen todavía la misión de
guardar los llamados libros santos (Santo Huun). Esos libros consisten en
almanaques, doctrinarios, catecismos, un ejemplar de la Biblia y algunos
cuadernos manuscritos en la lengua indígena sobre temas diversos, como
cuentos, leyendas, anotaciones personales, cortas profecías acerca de
los días del Juicio Final y, por último, pequeñas
crónicas de los hechos ocurridos recientemente. Entre los papeles de
X-Cacal encontró Villa Rojas un fragmento de Chilam Balam, muy parecido
a la partedenominada en el Chumayel Palabras de Suyua tan, copia realizada en
1875 de otro fechado en 16285. De todos los libros de Chilam
Balam, no obstante, los menos adulterados por la influencia de los reportorios
son los de Tizimín, Maní y Chumayel.
Es indudable que estos manuscritos yucatecos son la fuente
inagotable e imprescindible en la que beben, por una u otra razón,
muchos mayistas. Desde luego que nos ayudan a comprender la
situación y vicisitudes de las comunidades mayas bajo el imperio
español, pero especialmente contienen la expresión de la antigua manera de pensar anterior a la invasión
europea, aunque se vislumbre con dificultad después del tremendo impacto que terminó con
el orden de los reinos y señoríos precolombinos. En efecto, si es
necesario hoy reivindicar los extraordinarios cuadernos llamados libros de
Chilam Balam, lo es de manera principal porque han conservado no sólo
noticias, información de la vida indígena, sino el estilo, la
forma, el aire furtivo de una cultura irremediablemente perdida en su
desenvolvimiento natural, truncada cuando corría el duodécimo de
los ciclos cronológicos, en un katún denominado 11 Ahau, al
comenzar nuestro siglo XVI. Quien los lea bajo esa perspectiva, con la
imaginación atenta, podra penetrar levemente en el dormido mundo
de las ciudades arruinadas de la selva, oira la majestuosa voz de un
espléndido pasado, y, comprenda o no los confusos mensajes,
tendra la inquietante sensación de haber traspasado los estrechos
límites de la mentalidad occidental.