La arquitectura moderna colombiana rompe total y
radicalmente con la tradición anterior? ¿Tiene la arquitectura
moderna colombiana alguna identidad, algo que le sea propio? Intentaremos
contestar a estas dos preguntas, aclarando antes que por 'arquitectura
moderna' entendemos una aventura que corrieron los mejores arquitectos de
la generación moderna, de la que somos herederos.
Trasladémonos imaginariamente a la Colombia de los años 30 y
hagamonos cargo de lo que debía sentir un arquitecto joven en
esos años. Con rapidez sobrecogedora, a su vida cotidiana llegaba una
serie imparable de nuevos inventos y técnicas: el avión, la
radio, la luz eléctrica, el cine Toda suerte de 'ismos' y
vanguardias en los libros y revistas extranjeras mostraban la irreversibilidad
cultural de los cambios, tanto en pintura como
en poesía como
en arquitectura.
Pero miraba a su alrededor: en las ciudades aparentemente adormecidas se
repetían inercialmente edificios copiados de modelos que parecían
ya tan viejos Las ciudades, de tamaños que no sobrepasaban los
300.000 habitantes, crecían a ritmos lentísimos y mantenían
su apariencia y costumbres ancestrales, coloniales. Las evidencias inmediatas
contrastaban enormemente con la imagen de rapidez, cosmopolitismo y
experimentación de las grandes metrópolis europeas y
norteamericanas.
Es difícil capturar cabalmente el sentimiento de responsabilidad con su
tiempo que sintieronesos arquitectos: no había nada mas urgente
que 'ponerse al día', arrasar sin miramientos todo ese pasado,
volcarse sin cautela hacia un promisorio futuro. Pero, para enfrentar esa
enorme tarea de transformación radical, sobre la que no dudaban, se
contaba con muy pocos profesionales. Ser arquitecto a comienzos de los
años treinta era pertenecer a una raza exótica de marginales.
Nueve sólo nueve personas, entre ingenieros e ingenieros arquitectos se reunieron
en la oficina de Alberto Manrique Martín en junio de 1934 para dar forma
a una profesión que parecía inútil. De sus esfuerzos surge
la Sociedad Colombiana de Arquitectos y, dos años después, la
primera Facultad de Arquitectura del país, que empezara a sacar
egresados a partir de 1941. El primer presidente de la SCA, Carlos
Martínez Jiménez, sera también el decano
definitorio de la naciente Facultad.
Embate hacia la modernidad
A comienzos de los años treinta, la renovación estética de
la arquitectura no poseía profetas. A través de las revistas de
arquitectura de Europa y Estados Unidos llegaba un confuso panorama, entre el
que se abría paso una decoración verticalista (que muchos
años después se bautizaría con el equívoco mote de
decó) como sustitutiva de los detalles clasicos normalmente
usados. Y, con el afan de aprehender cualquier signo novedoso, nuestros
arquitectos modernos abrazaron esa moda durante algunos años.
En el centro de Bogota pueden apreciarse varios de estos edificios.
Algunosfueron diseñados por firmas norteamericanas y construidos por
firmas locales, como el Teatro Colombia (diseño Fred T. Ley,
construcción Hermanos Herrera Carrizosa) y otros diseñados
directamente por colombianos, como el Teatro San Jorge (arquitecto Alberto Manrique
Martín). Estos dos ejemplos no son casuales: fue precisamente en los
cinematógrafos donde se concentraban todos los símbolos del
anhelado progreso. El cine lanzaba la imaginación hacia lo posible y era
la conquista de la noche y la luz artificial. Un edificio destinado a cine no
podía ser sino 'moderno'. De esta primera versión de
modernidad nos quedan otros excelentes ejemplos en Bogota, como el
mobiliario urbano del Parque Nacional (posiblemente del arquitecto Pablo de la
Cruz), la Biblioteca Nacional (Alberto Wills Ferro) y, por supuesto, los
primeros edificios de la Universidad Nacional.
En los edificios citados de los años treinta, encontramos
características comunes. Muchos de ellos fueron hechos por arquitectos
de la vieja generación y varios por los nueve que fundaron la Sociedad
de Arquitectos. Su composición simétrica, su distribución
académica y su sistema constructivo en mampostería convencional
revelan cómo, a pesar de las intenciones de modernidad, resultaron a la
postre muy conservadores. Son, en definitiva, parecidos al 'promedio
decó' que se encuentra en toda América Latina por las mismas
fechas y no poseen rasgos propios que los identifiquen por su originalidad.
Laorfandad
En los arquitectos mas inquietos de la vieja generación y sobre
todo entre los mas jóvenes, a finales de los años treinta
empezó a crecer la sospecha de que la ruptura con el pasado debía
ser mas basica y definitiva. Por ello devoraban con
fruición nuevas alternativas teóricas o escarbaban distribuciones
novedosas en los nuevos proyectos alemanes o franceses. Con la devoción
de quien espera una revelación, quienes descubrieron a Le Corbusier o a
Walter Gropius abrazaron sus planteamientos con esperanza irrestricta. Sin
embargo, los acontecimientos mundiales no permitieron que esta
revelación fuera completa. Desde unos meses antes de estallar la segunda
Guerra Mundial en 1939, ya era difícil encontrar revistas y libros de
arquitectura, y hacia 1940 se cortó del todo el flujo normal de
información actualizada que emanaba de los países europeos. Los
grandes maestros, los profetas recién vislumbrados, se perdieron en la
confusión de la guerra y sólo reapareceran en los medios
de divulgación varios años mas tarde, algunos en Estados
Unidos (como Mies van der Rohe y Gropius) y otros dentro del proceso de
reconstrucción de sus países (como Le Corbusier). La
sustitución de las tradicionales referencias europeas por la
norteamericana se realizó muy lentamente, y sólo se hace plena ya
bien entrados los años cincuenta. Tampoco contamos con un refuerzo
latinoamericano claro. Las redes de comunicación entre los países
hermanos eran muy precarias (lo son aún) y nonos permitieron conocer y
asimilar las vanguardias que se estaban gestando en Uruguay y Brasil.
Identidad moderna
Ante estas condiciones de orfandad de modelos, los arquitectos colombianos
tuvieron que inventar una modernidad propia. Y también tuvieron que
contar con sus propias fuerzas los arquitectos inmigrados -españoles,
alemanes e italianos, sobre todo- que actuaron en nuestro suelo. Este enorme
esfuerzo imaginativo se produjo en toda América Latina y dio como fruto
una arquitectura cuya originalidad e importancia no ha sido aún
plenamente reconocida. No es una exageración afirmar que gran parte de lo
que hoy llamamos nuestro patrimonio arquitectónico, porque le brinda
identidad y consistencia a nuestras ciudades, fue hecha en los
fructíferos quince años de relativo aislamiento cultural, entre
1940 y 1955.
Me refiero al perfil fundamental de lugares en los centros de ciudades grandes:
la Avenida Jiménez o la Séptima en Bogota, la Avenida La
Playa o la Plazuela Nutibara en Medellín. Me refiero a la
consolidación y ampliación de barrios residenciales como
Teusaquillo, Quinta Camacho o La Merced en Bogota, el Centenario en Cali,
El Prado y Bellavista en Barranquilla, el Prado y Laureles en Medellín.
Me refiero también a la época heroica de los edificios estatales:
escuelas, universidades, hospitales, edificios administrativos, que
afortunadamente han sido documentados y estudiados recientemente (ver, por
ejemplo, Arquitectura y Estado, del arquitectoCarlos Niño,
Bogota, Universidad Nacional, 1993).
Nombres como Gabriel Serrano, Leopoldo Rother, Vicente Nasi, Bruno Violi, Nel
Rodríguez o Manuel Carrera deben figurar junto al de firmas menos
conocidas, como Child Davila & Luzardo; Martinez & Hoyos;
Borrero, Zamorano & Giovanelli; Vieira, Vasquez & Dothée,
para citar sólo algunas. La lista, de todas maneras, no es muy larga.
Insisto: en Colombia, la modernidad arquitectónica fue un parto
estético de un grupo restringido de profesionales de la arquitectura con
gran responsabilidad ética con su tiempo.
Las características de esta modernidad, que no es tributaria sino de
manera muy vaga y general respecto de las emisiones culturales extranjeras, es
mucho mas difícil de precisar. Asimétrica casi siempre,
con suaves curvas a veces, con frecuente mezcla de materiales en la fachada y
con tendencia a acentuar la vertical, esta arquitectura no se guía por fórmulas
codificadas y previsibles. A pesar de la variedad y libertad formal, en ella
encontramos dos aspectos en común: por un lado, su voluntad de
expresión de valores modernos con recursos abstractos (llamémoslo
un expresionismo abstracto) y, por otro, su acentuada urbanidad, es decir, su conciencia
de la inserción arquitectónica en la ciudad.
Ademas de edificios públicos de notoria calidad ( como el
edificio de la Imprenta, hoy Museo de Arquitectura de la Universidad Nacional
en Bogota o la Facultad de Agronomía en Palmira, ambos de Leopoldo
Rother, o laFacultad de Minas de Pedro Nel Gómez en Medellín),
son innumerables las casas y edificios de apartamentos repartidos por nuestras
ciudades de estos años, de audacia mesurada y elegante ( entre los
mejores, el edificio recuperado por la Biblioteca Luis Angel Arango, de Manuel
de Vengoechea, en el centro de Bogota, o el excelente Edificio
García, de Manuel Carrera en Barranquilla).
La arquitectura moderna brevemente ilustrada con los ejemplos anteriores no
puede interpretarse con los filtros estilísticos, tipológicos o
constructivos europeos o norteamericanos. Es distinta. Es original. Tampoco
surge espontaneamente de un movimiento social colectivo. Fue inducida
por un grupo de profesionales de la arquitectura, identificables con nombre
propio. Y significó una ruptura auténtica y radical con el pasado
arquitectónico: después de su irrupción en nuestras
ciudades, no hubo ya posibilidad de volver atras.
El diseño urbano
Para terminar, vale la pena esbozar unas breves notas sobre el diseño
urbano de esta primera modernidad. De la misma manera como se señalaba
para la arquitectura, ocurre con el diseño urbano. Ante ciudades que
enfrentaban los desafíos modernos como la creciente presencia de
automóviles o la necesidad de dotar y ampliar redes de servicios
basicos a grupos crecientes de población, no era ya posible
aplicar los deleitables modelos pintorescos de los años veintes. Paseos
o bulevares o parques con lagos, puentecitos japoneses y retretas,pensados para
ritmos pausados de vida, no servían como espacios públicos de la
vida moderna. Pero aún no se tenían alternativas claras de
urbanismos sustitutivos. Recordemos que codificaciones urbanas tales como la
Carta de Atenas no seran conocidas en nuestros países sino
después de la guerra y divulgadas a través del amplificador de
los distintos Ciam (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) de los
años cincuenta.
En el esfuerzo imaginativo de pensar las ciudades colombianas hacia adelante,
pero contando con la inercia constitutiva de todo lo urbano, el nombre de Karl
Brunner se destaca nítidamente. Avenidas monumento, avenidas parque,
parques de barrio, son espacios urbanos gestados en estos años en que la
innovación moderna no se reñía aún con la sensatez.
El sentido común de asimilar el mundo desde nuestras circunstancias se
perdería, lamentablemente, en las décadas siguientes.
EXPRESIONISMO ABSTRACTO
Kandinsky fue uno de los integrantes de mayor prestigio del grupo expresionista
aleman Der Blaue Reiter, a quien dio nombre con una de sus pinturas.
Este grupo continuaba con el anterior ensayo expresionista que se
denominó Die Brücke. Kandinsky trató de compensar el
sentimiento desbocado que los expresionistas exhibían por bandera, y
para ello geometrizó sus formas. Intentó razonar la expresión
de los elementos basicos de la pintura (la forma y el color, el punto,
la línea y el plano) adjudicandoles valores psicológicos o
emocionales.