El azafate de plata
Es día de retiro, Ana Isabel tiene que permanecer en el colegio igual
que todas las niñas que haran la Primera Comunión. Ya
estan llegando las vianderas y los azafates. Ana Isabel mira hacia el
patio, hacia la reja del
zaguan, en espera de Estefanía. Cecilia va a almorzar en el
salón de las pequeñas, con Justina y Esperanza Caldera. Luisa
Figueroa, sola, en la mesa
redonda de la señorita. Ya ha llegado su almuerzo. Un gran azafate que
ha traído el jardinero, porque Luisa Figueroa es rica y vive en El
Paraíso en una quinta con un gran jardín. Ana Isabel y Jaime lo
han visto los domingos cuando van de paseo a dar la vuelta en tranvía por
El Paraíso. Ana Isabel echa un vistazo a ver que le han traído a
Luisa Figueroa. ¡Pollo! ¡Luisa Figueroa va a comer pollo! ¡Y
uvas! Uvas verdes, cristalinas. Y una gran vaso de leche. ¿Qué es
aquello en una bandejita? Una cosa con crema… ¡Ay, qué rico debe
ser! ¡Y qué servilletas! Blancas y bordadas…
Esperanza Caldera y Cecilia también tienen un rico almuerzo con pollo,
frutas, dulces… Entonces ella no podra almorzar con ninguna,
porque seguro le enviaran lo que comen en su casa: arroz,
caraotas…
Comera sola. Se ira al salón de las grandes que
esta desierto y allí nadie la vera y no se burlaran
de ella…
—Ana Isabel, ¿todavía no ha llegado tu almuerzo? ¡Ven
con nosotros que teestamos esperando!
Es Cecilia quien la llama. Cecilia quiere mucho a Ana Isabel y ella quiere
mucho a Cecilia. Un día, Cecilia lloraba porque se le había
muerto un pajarito y Ana Isabel la había abrazado muy fuerte, a Cecilia,
que tenía la cara tapada y no se dejaba ver por nadie…
¡Al fin ha llegado Estefanía con el almuerzo! Se lo han enviado en
el azafate de plata. El juego de café que en su casa no usan nunca y que
guardan bajo llave en la vitrina del
comedor. El juego de plata que Ana Isabel y Jaime admiran tanto. Un regalo de
bodas del
tío Marcelino. Marcelino Alcantara, tío de su padre.
Ana Isabel y Jaime no ven casi nunca al tío Marcelino. Tan sólo
una vez al año, en Navidad. Es un gran día para ellos. Los visten
con sus mejores trajes y Ana Isabel no hace otra cosa que pensar en el regalo
que habra de hacerles el tío Marcelino.
El tío Marcelino es un viejito seco y apergaminado, con gorra de seda y
pantuflas de cuero. Tiene mucho dinero. Cuenta su padre que posee una hacienda
de café y otra de cacao, tan grandes, que se tardan días y
mas días en recorrerlas. Pero no es simpatico el
tío Marcelino. Nunca les ha dicho un cariño.
—Ana Isabel, saluda al tío Marcelino…
Ana Isabel se queda rezagada junto a la puerta. El salón donde los
recibe el tío Marcelino no le gusta a Ana Isabel. Las paredes
estan cubiertas de retratos pintadosal óleo con grandes marcos
dorados. Retratos de los Alcantara. Y tienen todos un aire frío y
duro,los Alcantara, dentro de sus marcos dorados. es una pieza cerrada.
No tiene ventanas y no se puede mirar hacia el patio, ni siquiera un trocito de
cielo. Un olor a naftalina, a sedas carcomidas, y el tío Marcelino
sentado muy tieso sobre una poltrona tapizada en damasco rojo. Los demas
muebles estan revestidos con fundas de liencillo crudo, pero Ana Isabel
sabe que son rojos, como la poltrona, porque el
día del
arbolito los desvisten y todo el mundo tiene derecho a sentarse sobre el
damasco.
No tiene niños el tío Marcelino, ni esposa tampoco, porque no es
casado. ¿Para qué tendra tanto dinero? Cuenta su padre que
ha gastado mucho en viajes. Ha vivido largo tiempo en París y habla
francés. Los primos Izaguirre le llaman “grand oncle”, pero
Ana Isabel y Jaime le dicen simplemente tío Marcelino. Al tío
Marcelino no le gusta Venezuela
ni a los Izaguirre tampoco. La señora Izaguirre suspira por irse a vivir
a París. ¡Les Champs Elysées! ¡Au Bon Marché!
¡Au Bon Marché!, esa tienda tan grande que tiene tantos pisos y
hasta un ascensor. Se allí le trajeron a Josefina y a Luis aquellos
trajes de lana azul con cuello blanco…
El azafate de plata tiene en el centro un monograma: A. K. Alcantara,
Krauss. Krauss con K, porque el abuelo de Ana Isabelera Aleman.
El abuelito llevaba también gorra como
el tío Marcelino, pero no se le parecía en nada. El abuelo Krauss
quería mucho a Ana Isabel y a Jaime. Los días de lluvia se
sentaba con ellos a la ventana y les hacía barquitos de papel. Por las
calles de piedra corría el agua negra y espesa. El barquito se doblaba
con las velas hinchadas y casi naufragaba entre papeles sucios y alpargatas
rotas que la corriente arrastraba del
cerro.
—Alla va el capitan Jaime y la goleta Ana Isabel bogando por el Rin…
Y el abuelito reía con sus ojos azules y su bigote rubio. El Rin era lo
único que el abuelo Krauss evocaba de Alemania. El Rin con sus aguas
tumultuosas y alegres. Porque él había nacido en Venezuela y
allí trabajó la tierra. Ana Isabel escuchaba asombrada cuanto el
abuelo narraba de la hacienda, donde hacía tanto frío y los
arboles eran tan altos… De cómo se levantaba de madrugada y
ya estaba con los peones tomando café, comiendo biscocho de rodilla y
queso blanco y duro. Porque en sus comidas el abuelo Krauss era mas
criollo que ningún mulato, que ningún negrito
barloventeño. le gustaban las caraotas, la carne frita con cebolla y
tomate, las hallaquitas y el café aguarapado. En la hacienda cantaban
cantos venezolanos con voz pequeña y bien timbrada,
acompañandose a la guitarra. Eran los buenos tiempos. El abuelo
Krauss era un hombrefornido y alegre. En el corredor de la hacienda se
tendía en el chinchorro rodeado de la familia y la peonada. Por las
noches enseñaba a los hijos. Era una escuela nocturna. Después de
la cena, que se servía a las seis, el abuelo sacaba sus lapices y
sus cuadernos y comenzaban las clases. Historia, Geografía,
Aritmética, hasta francés y baile… ¡Tralalan!
¡Tralalan! ¡Dos vueltas a la derecha, dos a la izquierda! El
abuelo Krauss cantaba “Sobre las olas” o “Adiós a
Ocumare”. A veces, en recuerdo del
padre, entonaba muy quedo, romanticos lieds que mezclaba con golpes
tuyeros y corridos llaneros…
Pero los buenos tiempos pasaron pronto. Revivieron los tradicionales atropellos
políticos venezolanos… El abuelo fue confinado a Curazao y
perdió sus tierras. Cuando el abuelito evocaba para Ana Isabel su
destierro, sus ojos se nublaban y hablaba de la isla con voz sorda. De los cielos
estrellados, de las noches tibias de “Otra Banda”. De las aguas
tranquilas, donde se miran blancos barcos veleros y chiquillos negros se
sumergen en busca de un chelín, que lanzan los turistas desde los
trasatlanticos. Allí también, como antes, habían vuelto a relucir
sus olvidadas dotes de maestro y por las noches, de nuevo, enseñaba.
Pero entonces eran los hijos de los “macambos”, quienes
repetían la cartilla y la historia de Federico el Grande. En las horas
de lasiesta, cuando en la isla parecía detenerse la vida. Cuando los
ademanes eran lentos, torpes, y los cuerpos empapados en sudor se arrastraban
en un último esfuerzo, don Juan Krauss, ganaba tres chelines afinando
pianos. Sus ojos azules sonreían tristemente mientras acercaba el
oído a las cuerdas. Luego, las manos del abuelito recorrían las teclas de
los pianos afónicos, y en la isla negra y pesada de trópico
flotaban los acordes de los lieds romanticos, los corridos
llaneros…
Pero el abuelito había muerto.
El abuelito había muerto cuando Ana Isabel contaba apenas seis
años. Aquel día ella le vio tendido en la cama con las manos
juntas y un pañuelo blanco cubriéndole el rostro. ¿Por
qué ese pañuelo blanco? ¿Por qué las manos tan juntas?
Ya no haran mas barquitos de papel las manos del abuelito. Los días de lluvia,
cuando la corriente arrastre del cerro papeles
sucios y alpargatas rotas, ya no iran el capitan Jaime y la goleta Ana Isabel bogando
por el Rin con las velas hinchadas.
De ver al abuelito tendido en la cama, Ana Isabel le ha cobrado un miedo
terrible a la muerte. Por las noches, cruzando las manos sobre el pecho, lo
mismo que el abuelo y cerrando los ojos se ha dicho: ¡Estoy muerta! Luego
se ha puesto a temblar y ha gritado muy fuerte, tanto, que la señora
Alcantara, acudiendo a los gritos, viose precisada a calmar a AnaIsabel
que repetía:
—¡Estoy muerta! ¡Estoy muerta!
¿Por qué habra que morir? Ana Isabel no ignora que se
mueren los pajaros, y el burro del
panadero se murió y tuvo este que enganchar otro burro al carro del pan. Se mueren los
perros. Bob el perro de Justina se murió. Lo enterraron en el corral al
pie de la mata de guanabana… Se mueren las hormigas. Ana Isabel
las mata, es decir, las mataba, porque ya no lo hace desde que supo que la
muerte es quedarse quieta para siempre. En el patio de su casa hay muchas
hormigas. Ana Isabel, tendida en el suelo, las observa largas horas. Las
hormigas pasan en fila cargadas de briznas verdes y basuritas pardas. En veces,
es tan grande la carga y las hormigas son tan pequeñas que no pueden con
ella y Ana Isabel las ayuda. Cuando atraviesa el patio no marcha descuidada como antes, cuando
ignoraba lo que era la muerte. Ahora pasa despacito, mirando al suelo, para no
aplastar a las hormigas…
Se mueren los animales, pero también la gente. El abuelito había
muerto. Y su madre, tendra que morir y su padre y su hermanito Jaime y
ella, Ana Isabel, también tendra que morir… Y
después que muera, ¿qué hara Ana Isabel?
¿dónde ira? A la abuelito lo encerraron en una caja negra
que luego habían soldado. Ana Isabel estuvo escuchando largo rato el
zumbido del reverbero Primus que sonaba como un motor, como
laslocomotoras de los trenes que a ella le gustan tanto. Pero el ruido del
Primus no le gustaba a Ana Isabel. Se escapó al corral para no
oírlo pero todavía sonaba lejano, monótono y había
tenido que taparse los oídos como
cuando tiene miedo.
Ya en el corral Ana Isabel olvidó que estaban soldando la caja donde se
hallaba el abuelito y que ya no le vería nunca mas. El corral
estaba tranquilo. Estefanía y Gregoria se encontraban en el cuarto del abuelo con Jaime
mirando las coronas. Estaba desierto el corral y parecía mas
grande. Eran cerca de las doce. El sol se había ocultado bruscamente.
Ana Isabel echada en el suelo, bajo la mata de guasimo, mordisqueaba un
guasimo negro y baboso y de pronto se había puesto a llorar, con
unos sollozos muy fuertes, con el rostro pegado a la tierra. A llorar por el
abuelito, por su madre, por su padre, por su hermanito Jaime, y por ella, por
Ana Isabel, a llorar por todo el que tenía que morir…
El azafate de plata es grande y pesado y Estefanía rezonga porque Ana
Isabel lo quiere llevar ella sola.
—Mire, niña si me tumba el azafate no me venga luego con
brinquitos…
Al fin, entre las dos, lo habían llevado al salón de las grandes.
El salón esta solo. Ana Isabel coloca el azafate sobre la mesa
donde se encuentran las reglas y los tinteros.
¡Ah! ¿Pero qué es esto que le han enviado? ¡Ella
también tiene dulce,dulce de durazno! ¡Y una tortilla! ¡Y
papas cubiertas!… ¿Sera hoy día de fiesta en su
casa? ¡Pero no es el santo de su madre ni el de su padre tampoco! Es el
mes de diciembre. No es el santo de ninguno de su casa. Entonces, ¿por
qué habra fiesta? ¿Habran hallado dinero de pronto?
¿Se habran vuelto ricos mientras ella se encuentra en el retiro?
Estefanía espera en el zaguan. Ana Isabel arde en deseos de
preguntarle. ¿Se habran vuelto ricos? ¡Se habran
vuelto ricos! Si es así su madre no tendra ya que trabajar y se
comprara trajes como las madres de sus amigas y a Jaime le
regalaran un velocípedo y a ella unos patines de municiones como
los de Cecilia.
La señorita esta almorzando. Puede llegarse en puntillas hasta el
zaguan donde aguarda Estefanía, sin que nadie la mire. La vieja
Estefanía esta sentada en el quicio del zaguan.
Esta cantando bajito la vieja Estefanía.
Oscura q´esta la noche
Y tenebroso el camino…
¡Ay, mi vida!
Y tenebroso el camino…
Canta tristemente mientras golpea el cemento con la mano.
Mas como te quiero tanto
A todo me determino
¡Ay, mi vida!
A todo me determino…
Si se han vuelto ricos Estefanía no parece contenta. Estefanía
canta siempre que esta triste. Hasta el día que murió el
abuelito Ana Isabel la escuchó cantar tan bajo, que tuvo que adivinar lo
que cantaba… Pero… ¿Y ese almuerzo?
—Estefanía, ¿dóndehan encontrado dinero en casa?
En el silencio del zaguan Ana Isabel se asusta de su propia voz.
—¿Dinero? ¡Gua, niña, qué dinero van a
halla! Ningún dinero. ¡Qué dinero va a habé!
—Y… ¿ese almuerzo?
—¿Qué almuerzo? Ese almuerzo es pa tí sola. Tu
mama que te frió esa tortilla y te compró ese medio de
durajnos. Ese almuerzo es pa tí sola. Gua niña, ¿No
ve q´ esta en el retiro?
Ana Isabel no pregunta mas. Caminando despacio regresa al salón.
Estefanía modula sentada en el quicio del zaguan.
Oscura q´esta la noche
Y tenebroso el camino
¡Ay, mi vida!
Y tenebroso el camino…
Sobre la mesa esta el almuerzo de Ana Isabel, en el azafate de plata. La
tortilla, el dulce de durazno en el platico redondo de cristal. Todo limpio y
cuidado, cubierto con una servilleta también muy limpia y muy blanca.
Pero Ana Isabel no siente hambre. Tiene la boca seca y un nudo en la garganta.
Se diría que va a llorar. Pero, ¿por qué ha de llorar Ana
Isabel?
Se sienta y parte un pedacito de tortilla y comienza a masticar. Tiene los ojos
nublados como si estuviese llorando. Pero ¿por qué ha de estar
llorando Ana Isabel?
Desde el comedor de la señorita llega un ruido de sillas que se
arrastran. En el salón de las pequeñas se escucha la risa fresca
de Justina y la voz chillona de Esperanza Caldera.
—¡Chica, no te rías tan fuerte que eso es pecado!