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EL MAR DELIMITADOR - 3% de agua de la Tierra que es dulce




Imagina lo que sería intentar vivir en un mundo dominado por el óxido de dihidrógeno, un compuesto que no tiene sabor ni olor y que es tan variable en sus propiedades que, en general, resulta benigno, pero que hay veces que mata con gran rapidez. Según el estado en que sehalle, puede escaldarte o congelarte. En presencia de ciertas moléculas orgánicas, puede formar ácidos carbónicos tan desagradables que dejan los árboles sin hojas y corroen los rostros de las estatuas. En grandes cantidades, cuando se agita, puede golpear con una furia que ningún edificio humano podría soportar. A menudo es una sustancia asesina incluso para quienes han aprendido a vivir en ella. Nosotros le llamamos agua.

El agua está en todas partes. Una patata es en un 80%, agua. Una vaca, en un 74%. Una bacteria, en un 75%. Un tomate, que es agua en un 95%, es poco más que agua. Hasta los humanos somos agua en un 65%, lo que nos hace más líquidos que sólidos por un margen de casi dos a uno. El agua es una cosa rara. Es informe y transparente y, sin embargo, deseamos estar a su lado. No tiene sabor y no obstante nos encanta beberla. Somos capaces de recorrer grandes distancias y de pagar pequeñas fortunas por verla al salir el Sol. Y, aun sabiendo que es peligrosa y que ahoga a decenas de miles de personas al año, nos encanta retozar en ella.



Como el agua es tan ubicua, tendemos a no darnos cuenta de que es una sustancia extraordinaria. Casi no hay nada en ella que pueda emplearse para establecer predicciones fiables sobre las propiedades de otros líquidos y a la inversa. Si no supieses nada del agua y basases tus conjeturas en el comportamiento de los compuestos químicamente más afines a ella (selenuro de hidrógeno o sulfuro de hidrógeno, sobre todo) esperarías que entrase enebullición a -93°C y que fuese un gas a temperatura ambiente.

Casi todos los líquidos se contraen aproximadamente un 10% al enfriarse. El agua también lo hace, pero sólo hasta cierto punto. En cuanto se encuentra a una distancia mínima de la congelación, empieza (de forma perversa, cautivadora, completamente inverosímil) a expandirse. En estado sólido, es casi un décimo más voluminosa que en estado líquido. El hielo, como se expande, flota en el agua («una propiedad sumamente extraña», según John Gribbin). Si careciese de esta espléndida rebeldía, el hielo se hundiría y lagos y océanos se congelarían de abajo arriba. Sin hielo superficial que retuviese el calor más abajo, el calor del agua irradiaría, dejándola aún más fría y creando aún más hielo. Los océanos no tardarían en congelarse y seguirían congelados mucho tiempo, probablemente siempre… condiciones que no podrían sostener la vida. Por suerte para nosotros, el agua parece ignorar las normas químicas y las leyes físicas.

Todo el mundo sabe que la fórmula química del agua es H20, lo que significa que consiste en un átomo grande de oxígeno y dos átomos más pequeños de hidrógeno unidos a él. Los átomos de hidrógeno se aferran ferozmente a su huésped oxigénico, pero establecen también enlaces casuales con otras moléculas de agua. La molécula de agua, debido a su naturaleza, se enreda en una especie de baile con otras moléculas de agua, formando breves enlaces y desplazándose luego, como participantes de un baile que fuesen cambiando depareja, por emplear el bello símil de Robert Kunzig. Un vaso de agua tal vez no parezca muy animado, pero cada molécula que hay en él está cambiando de pareja a razón de miles de millones de veces por segundo. Por eso las moléculas de agua se mantienen unidas formando cuerpos como los charcos y los lagos, pero no tan unidas como para no poder separarse fácilmente cuando te lanzas, por ejemplo, de cabeza a una piscina llena de ellas. Sólo el 15% de ellas se tocan realmente en cualquier momento dado.?

El vínculo es en cierto modo muy fuerte… Ese es el motivo de que las moléculas de agua puedan fluir hacia arriba cuando se sacan con un sifón y el motivo de que las gotitas de agua del capó de un coche se muestren tan decididas a unirse a sus compañeras. Es también la razón de que el agua tenga tensión superficial. Las moléculas de la superficie experimentan una atracción más fuerte hacia las moléculas semejantes a ellas, que hay a los lados y debajo, que hacia las moléculas de aire que están sobre ellas. Esto crea una especie de membrana lo bastante fuerte como para sostener a los insectos y permitirnos lanzar piedras al ras de la superficie para hacer «sopas». Es también el motivo de que cuando nos tiramos mal al agua nos hagamos daño.

Ni qué decir tiene que estaríamos perdidos sin agua. El organismo humano se descompone rápidamente si se ve privado de ella. A los pocos días desaparecen los labios (como si los hubiesen amputado), «las encías se ennegrecen, la nariz se arruga y se reducea la mitad de su tamaño y la piel se contrae tanto en torno a los ojos que impide el parpadeo», según una versión. El agua es tan vital para nosotros que resulta fácil no darse cuenta de que salvo una pequeñísima fracción, la mayor parte de la que hay en la Tierra es venenosa para nosotros (muy venenosa) debido a las sales que contiene.

Necesitamos sal para vivir, pero sólo en cantidades mínimas, y el agua de mar contiene mucha más de la que podemos metabolizar sin problema (unas setenta veces más). Un litro típico de agua de mar contendrá sólo aproximadamente dos cucharaditas y media de sal común (de la que empleamos en la comida), pero cuantías mucho mayores de otros elementos y compuestos de otros sólidos disueltos que se denominan colectivamente sales. Las proporciones de estas sales y minerales en nuestros tejidos son asombrosamente similares a las del agua del mar (sudarnos y lloramos agua de mar, como han dicho Margulis y Sagan), pero, curiosamente, no podemos tolerarla como un aporte. Si introduces un montón de sal en el organismo, el metabolismo entrará en crisis enseguida. Las moléculas de cada célula de agua se lanzarán como otros tantos bomberos voluntarios a intentar diluir y expulsar la súbita afluencia de sal. Eso deja las células peligrosamente escasas del agua que necesitan para sus funciones normales. Se quedan, en una palabra, deshidratadas. La deshidratación producirá en situaciones extremas colapsos, desmayos y lesión cerebral. Mientras tanto, las células de lasangre, sobrecargadas de trabajo, transportarán la sal hasta los riñones, que acabarán desbordados y dejarán de funcionar. Al dejar de funcionar los riñones, te mueres. Por eso no bebemos agua salada.

Hay 1.300 millones de kilómetros cúbicos de agua en la Tierra y eso es todo lo que podemos tener. Es un sistema cerrado: Hablando en términos generales, no se puede añadir ni sustraer nada al sistema. El agua que bebes ha estado por ahí haciendo su trabajo desde que la Tierra era joven. Hace 3.800 millones de años, los océanos habían alcanzado (aproximadamente, al menos) sus volúmenes actuales.

El reino del agua se llama hidrosfera y es abrumadoramente oceánico. El 97% del agua del planeta está en los mares, la mayor parte en el Pacífico, que es mayor que todas las masas terrestres juntas. El Pacífico contiene en total más de la mitad de todo el agua oceánica (51,6%), el Atlántico contiene el 23,6% y, el océano Índico, el 2,2%, lo que sólo deja un 3,6% a todos los mares restantes. La profundidad oceánica media es de 3,86 kilómetros, con una media en el Pacífico de unos 300 metros más de profundidad que en el Atlántico y el Índico. El 60% de la superficie del planeta es océano de más de 1,6 kilómetros de profundidad. Como dice Philip Ball, deberíamos llamar a nuestro planeta Agua y no Tierra.

Del 3% de agua de la Tierra que es dulce, la mayor parte se encuentra concentrada en capas de hielo. Sólo una cuantía mínima (el 0,036%) se encuentra en lagos, ríos y embalses, y una cantidad menoraún (sólo el 0,001%) en las nubes en forma de vapor. Casi el 90% del hielo del planeta está en la Antártida, y la mayor parte del resto en Groenlandia. Si vas al polo Sur, podrás poner los pies sobre 3,2 kilómetros de hielo; en el polo Norte sólo hay 4,5 metros. La Antártida sólo tiene 906.770.420 kilómetros cúbicos de hielo… lo suficiente para elevar el nivel de los océanos unos sesenta metros si se fundiese todo. Pero, si cayese toda el agua de la atmósfera en forma de lluvia por todas partes, en una distribución regular, el nivel de los océanos sólo aumentaría unos dos centímetros.

Por otra parte, lo del nivel del mar es un concepto casi completamente teórico: los mares no están a nivel. Las mareas, los vientos, las fuerzas de Coriolis y otros muchos fenómenos hacen que los niveles del agua sean distintos de un océano a otro e incluso dentro de cada uno de ellos. El Pacífico es 45 centímetros más alto a lo largo de su borde occidental debido a la fuerza centrífuga que crea la rotación de la Tierra. Igual que cuando te metes en una bañera llena de agua, el agua tiende a fluir hacia el otro extremo, como si no quisiese estar contigo, así la rotación terrestre hacia el este amontona el agua en los márgenes occidentales del océano.

Considerando la importancia inmemorial de los mares para nosotros, es sorprendente lo mucho que tardamos en interesarnos científicamente por ellos. Hasta bien entrado el siglo XIX, casi todo lo que se sabía sobre los océanos se basaba en lo que las olas ylas mareas echaban a las playas, costas, así como lo que aparecía en las redes de los pescadores. Y casi todo lo que estaba escrito se basaba en anécdotas y conjeturas más que en pruebas materiales. En la década de 1830, el naturalista inglés Edward Forbes investigó los lechos marinos, en el Atlántico y el Mediterráneo, y proclamó que en los mares no había vida por debajo de los 600 metros. Parecía un supuesto razonable. A esa profundidad no había luz, por lo que no podía haber vida vegetal. Y se sabía que las presiones del agua a esas profundidades eran extremas. Así que fue toda una sorpresa que, cuando se reflotó en 1860 uno de los primeros cables telegráficos trasatlánticos para hacer reparaciones, izándolo de una profundidad de más de tres kilómetros, se comprobase que estaba cubierto de una densa costra de corales, almejas y demás detritos vivientes.

La primera investigación realmente organizada de los mares se llevó a cabo en 1872, cuando partió de Portsmouth, en un antiguo barco de guerra llamado Challenger, una expedición conjunta organizada por el Museo Británico, la Real Sociedad y el Gobierno.

Los miembros de la expedición navegaron por el mundo tres años y medio recogiendo muestras, pescando y dragando sedimentos. Era un trabajo bastante monótono, desde luego. De un total de 240 entre científicos y tripulación, uno de cada cuatro abandonó el barco y ocho murieron o perdieron el juicio, «empujados a la demencia por la rutina paralizante de años de trabajo tedioso y demonotonía», en palabras de la historiadora Samantha Weinberg. Pero recorrieron casi 70.000 millas náuticas, recogieron más de 4.700 especies nuevas de organismos marinos, recopilaron información suficiente para redactar un informe de 50 volúmenes -tardaron diecinueve años en terminarlo- y se dio al mundo el nombre de una nueva disciplina científica: oceanografía. Los expedicionarios descubrieron también, a través de las mediciones de profundidad, que parecía haber montañas sumergidas en medio del Atlántico, lo que impulsó a algunos emocionados observadores a especular sobre la posibilidad de que hubiesen encontrado el continente perdido de la Atlántida.

Como el mundo institucional hacía mayoritariamente caso omiso de los mares, quedó en manos de aficionados entusiastas (muy esporádicos) la tarea de explicarnos qué había allí abajo. La exploración moderna de las profundidades marinas se inicia con Charles William Beebe y Otis Barton en 1930. Eran socios igualitarios, pero Beebe, más pintoresco, ha recibido siempre mucha más atención escrita. Nacido en 1877 en una familia acomodada de la ciudad de Nueva York, Beebe estudió zoología en la Universidad de Columbia y trabajó de cuidador de aves en la Sociedad Zoológica de Nueva York. Cansado de ese trabajo, decidió entregarse a una vida aventurera y, durante el siguiente cuarto de siglo, viajó por Asia y Suramérica con una serie de atractivas ayudantes cuya tarea se describió de forma bastante imaginativa como de «historiadora y técnica» o de«asesora en problemas pesqueros». Subvencionó estas empresas con una serie de libros de divulgación con títulos como El borde de la selva y Días en la selva, aunque también escribió algunos libros respetables sobre flora, fauna y ornitología.

A mediados de los años veinte, en un viaje a las islas Galápagos, descubrió «las delicias de colgarse y oscilar», que era como él describía las inmersiones en alta mar. Poco tiempo después pasó a formar equipo con Barton, que procedía de una familia aún más rica» había estudiado también en Columbia y ansiaba la aventura. Aunque casi siempre se atribuye el mérito a Beebe, en realidad fue Barton quien diseñó la primera batiesfera (del término griego que significa «profundo») y quien aportó los 12.000 dólares que costó su construcción. Se trataba de una cámara pequeña y necesariamente fuerte, de hierro colado de 3,75 centímetros de grosor y con dos portillas pequeñas de bloques de cuarzo de 4,5 centímetros de grosor. Tenía cabida para tres hombres, pero sólo si estaban dispuestos a llegar a conocerse muy bien. La tecnología
era bastante tosca, incluso para los criterios de la época. La esfera carecía de maniobrabilidad (colgaba simplemente al extremo de un cable largo) y tenía un sistema de respiración muy primitivo: para neutralizar el propio bióxido de carbono, dejaban abiertas latas de cal sódica y para absorber la humedad abrían un tubo pequeño de cloruro cálcico, que abanicaban a veces con hojas de palma para acelerar las reacciones químicas.Pero la pequeña batiesfera sin nombre hizo la tarea que estaba previsto que hiciese. En la primera inmersión, en junio de 1930, en las Bahamas, Barton y Beebe establecieron un récord mundial descendiendo hasta los 183 metros. En 1934 habían elevado ya la marca a más de 900 metros, punto en el que se mantendría hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Barton estaba convencido de que el aparato era seguro hasta una profundidad de 1.400 metros, más o menos, aunque la presión sobre tornillos y remaches se hiciese claramente audible a cada braza que descendían. Se trataba de un trabajo peligroso, que exigía valor a cualquier profundidad. A 900 metros, la pequeña portilla estaba sometida a 19 toneladas de presión por 6,45 centímetros cuadrados. Si hubiesen sobrepasado los límites de tolerancia de la estructura, la muerte a esa profundidad habría sido instantánea, como nunca dejaba de comentar Beebe en sus muchos libros, artículos y emisiones de radio. Pero su principal preocupación era que el cabrestante de la cubierta del barco, que tenía que sostener una bola metálica y dos toneladas de cable de acero, se partiese y los precipitase a ambos al fondo del mar. En cuyo caso nada habría podido salvarlos.

Lo único que no produjeron sus inmersiones fue mucha ciencia digna de ese nombre. Aunque se encontraron con muchas criaturas que no se habían visto antes, debido a los límites de visibilidad y a que ninguno de los dos intrépidos acuonautas había estudiado oceanografía, no fueron capaces muchasveces de describir sus hallazgos con el tipo de detalle que deseaban los verdaderos científicos. La esfera no llevaba ninguna luz externa, sólo una bombilla de 250 vatios que podían acercar a la ventana, pero el agua por debajo de los 150 metros de profundidad era de todos modos prácticamente impenetrable, y estaban además observándola a través de 7,5 centímetros de cuarzo, por lo que cualquier cosa que tuviesen la esperanza de ver tendría que estar casi tan interesada en ellos como ellos en ella. Así que de lo único de lo que más o menos podían informar era de que había un montón de cosas raras allá abajo. En una inmersión que efectuaron en 1934, Beebe se sobresaltó al ver una serpiente gigante «de más de seis metros de longitud y muy ancha».

Pasó demasiado rápido para que fuese sólo una sombra. Fuese lo que fuese, nadie ha visto después nada parecido. Los medios académicos desdeñaron en general los informes de ambos socios.

Beebe, después de su máximo récord de inmersión de 1934, perdió interés por el asunto y pasó a dedicarse a otras empresas aventureras, pero Barton perseveró. Beebe había dicho siempre a todo el mundo, cosa que le honra, que el verdadero cerebro de la investigación era Barton, pero éste pareció incapaz de salir de las sombras. También él escribió crónicas emocionantes de sus aventuras submarinas y hasta llegó a actuar en una película de Hollywood titulada Titans of the Deep [Titanes de las profundidades], en la que aparecía una batiesfera y se producían numerososenfrentamientos emocionantes, bastante fantásticos, con agresivos calamares gigantes y cosas por el estilo. Llegó incluso a hacer anuncios de los cigarrillos Camel («Con ellos no me da el tembleque»). En 1948 elevó en un 50% el récord de profundidad, con una inmersión hasta los 1.370 metros, efectuada en el Pacífico, cerca de California, pero el mundo parecía decidido a no hacerle caso. Una crítica de prensa de Titans of the Deep consideraba en realidad que la estrella de la película era Beebe. Barton es afortunado si llega a conseguir una simple mención hoy día.

De todos modos, estaba a punto de quedar eclipsado por un equipo formado por un padre y un hijo, Auguste y Jacques Piccard, de Suiza, que estaban proyectando un nuevo tipo de sonda llamada batiscafo (que significa «navío de profundidad»). Bautizado con el nombre de Trieste, por la ciudad italiana en la que se construyó, el nuevo artefacto maniobraba independientemente, aunque hiciese poco más que subir y bajar. En una de sus primeras inmersiones, a principios de 1954, descendió por debajo de los 4.000 metros, casi trece veces el récord de inmersión de Barton de seis años atrás. Pero las inmersiones a gran profundidad exigían muchísimo y costoso apoyo, y los Piccard fueron precipitándose gradualmente hacia la quiebra.

En 1958 llegaron a un acuerdo con la Marina de Estados Unidos, que otorgaba a ésta la propiedad pero les dejaba a ellos el control. Con esa inyección de fondos, los Piccard reconstruyeron la embarcación,dotándola de paredes de casi 13 centímetros de espesor y reduciendo las ventanas a sólo 54 centímetros de diámetro, es decir, poco más que mirillas.
Pero era ya lo bastante fuerte para soportar presiones verdaderamente enormes y, en enero de 1960, Jacques Piccard y el teniente Don Walsh de la Marina estadounidense descendieron lentamente hasta el fondo del cañón más profundo del océano, la Fosa de las Marianas, a unos 400 kilómetros de la isla de Guam, en el Pacífico occidental (y descubierta, no por casualidad, por Harry Hess con su brazómetro). Llevó algo menos de cuatro horas descender 10.918 metros. Aunque la presión a esa profundidad era de casi 1.196 kilogramos por centímetro cuadrado, observaron sorprendidos que, al tocar fondo, sobresaltaban a un habitante de las profundidades, un pleuronéctido (grupo al que pertenecen peces planos como el rodaballo o el lenguado). No disponían de medios para hacer fotografías, así que no quedó ningún testimonio visual del suceso. Tras sólo veinte minutos en el punto más hondo del mundo, volvieron a la superficie. Ha sido la única vez que los seres humanos han descendido a tanta profundidad.

Cuarenta años después, la pregunta que se plantea es, lógicamente, por qué no ha vuelto a hacerlo nadie desde entonces. En primer lugar, el vicealmirante Hyman G. Rickover, un hombre de carácter inquieto e ideas firmes, y sobre todo que controlaba el dinero del departamento correspondiente, se opuso de manera resuelta a que se efectuasen más inmersiones. En suopinión, la exploración submarina era un desperdicio de recursos y la Marina no era un instituto de investigación. Además, la nación estaba a punto de centrarse plenamente en los viajes espaciales y en el proyecto de enviar un hombre a la Luna, lo que hacía que las investigaciones de los fondos marinos pareciesen insignificantes y más bien anticuadas. Pero la consideración decisiva es que el descenso del Trieste no había aportado en realidad demasiada información. Como explicó un funcionario de la Marina años después: «No aprendimos demasiado de aquello. sPor qué repetirlo?». Era, en resumen, un esfuerzo demasiado grande para encontrar un lenguado, y demasiado caro. Se ha calculado que repetir el experimento costaría hoy un mínimo de 100 millones de dólares.

Cuando los investigadores del medio submarino comprendieron que la Marina no tenía la menor intención de continuar con el programa de investigación prometido, protestaron quejumbrosamente. En parte para aplacar sus críticas, la Marina aportó fondos para la construcción de un sumergible más avanzado, que habría de manejar la Institución Oceanográfica de Massachusetts. Este nuevo aparato, llamado Alvin para honrar de forma un poco compendiada al oceanógrafo Allyn C. Vine, sería un minisubmarino maniobrable por completo, aunque no descendería ni mucho menos a tanta profundidad como el Trieste. Sólo había un problema: los proyectistas no podían encontrar a nadie dispuesto a construirlo. Según dice William J. Broad en The Universe Below [Eluniverso submarino]: «Ninguna gran empresa, como General Dynamics, que hacía submarinos para la Marina, quería hacerse cargo de un proyecto desdeñado tanto por la Oficina de Buques como por el almirante Rickover, las deidades del padrinazgo naval». Por fin, aunque parezca inverosímil, acabó construyendo el Alvin General Mills, la empresa alimentaria, en una planta en la que producía las máquinas con que fabricaba cereales para el desayuno.

En cuanto a qué más había allá abajo, la gente tenía en realidad muy poca idea. Todavía bien entrada la década de los cincuenta, los mejores mapas de que disponían los oceanógrafos estaban casi exclusivamente basados en estudios dispersos y poco detallados, que se remontaban a 1919, insertados básicamente en un océano de conjeturas. La Marina estadounidense tenía cartas marinas excelentes para guiar a sus submarinos por los cañones y guyots o mesetas de los fondos marinos, pero no quería que esa información cayera en manos soviéticas, por lo que las mantenía en secreto. En consecuencia, los medios académicos debían conformarse con estudios esquemáticos y anticuados, o bien basarse en suposiciones razonables. Hoy incluso nuestro conocimiento de los lechos oceánicos sigue siendo de una resolución notoriamente baja. Si observas la Luna con un telescopio doméstico común y corriente, verás cráteres de gran tamaño (Fracastorio, Blancano, Zach, Planck y muchos otros con los que cualquier científico lunar está familiarizado) que serían desconocidos siestuviesen en nuestros lechos marinos. Tenemos mejores mapas de Marte que de ellos.

A nivel de superficie, las técnicas de investigación han ido improvisándose también sobre la marcha. En 1994 una tormenta barrió de la cubierta del barco de carga coreano 34.000 pares de guantes de hockey sobre hielo en el Pacífico. Los guantes, arrastrados por la corriente, viajaron desde Vancouver hasta Vietnam, ayudando a los oceanógrafos a rastrear las corrientes con más exactitud de lo que nunca lo habían hecho.

Hoy Alvin tiene ya casi cuarenta años, pero sigue siendo el mejor navío de investigación del mundo. Aún no hay sumergibles que puedan aproximarse a la profundidad de la Fosa de las Marianas y sólo cinco, incluido el Alvin, que puedan llegar a las profundidades de la «llanura abisal» (el lecho oceánico profundo), que cubre más de la mitad de la superficie del planeta. Un sumergible típico supone un coste diario de funcionamiento de 25.000 dólares, así que no se les lanza al agua por un capricho, y todavía menos con la esperanza de que se topen por casualidad con algo interesante. Es más o menos como si nuestra experiencia directa del mundo de la superficie se basase en el trabajo de cinco individuos que explorasen con tractores agrícolas después del oscurecer. Según Robert Kunzig, los seres humanos pueden haber investigado «tal vez una millonésima o una milmillonésima parte de los misterios del mar. Tal vez menos. Mucho menos».

Pero los oceanógrafos son ante todo gente industriosa y han hechocon sus limitados recursos varios descubrimientos importantes, entre los que se cuenta uno de 1977 que figura entre los descubrimientos biológicos más importantes y sorprendentes del siglo XX. En ese año, el Alvin halló populosas colonias de organismos grandes que vivían en las chimeneas de las profundidades marinas y en torno a ellas, cerca de las islas Galápagos, serpúlidos, gusanos tubiformes, de más de tres metros de longitud; almejas de 30 centímetros de anchura, grandes cantidades de gambas y mejillones, culebreantes gusanos espagueti. Debían todos ellos su existencia a vastas colonias de bacterias que obtenían su energía y sustento de sulfuros de hidrógeno (compuestos muy tóxicos para las criaturas de la superficie), que brotaban constantemente de las chimeneas. Era un mundo independiente de la luz solar, del oxígeno y de cualquier otra cosa en general asociada con la vida. Se trataba de un sistema vivo que no se basaba en la fotosíntesis sino en la quimiosíntesis, una posibilidad que los biólogos habrían desechado por absurda si alguien hubiese sido tan imaginativo como para proponerla.

Esas chimeneas expulsan inmensas cantidades de calor y de energía. Dos docenas juntas producen tanta energía como una central eléctrica grande, y las oscilaciones de las temperaturas que se dan en torno a ellas son enormes. En el punto de salida del agua se pueden alcanzar los 400°C, mientras que, a unos dos metros de distancia, el agua puede estar sólo a 2°C o 3°C por encima del punto decongelación. Un tipo de gusanos llamados alvinélidos vivían justo en los márgenes, con una temperatura del agua de 78°C más en la cabeza que en la cola. Anteriormente, se creía que ningún organismo complejo podría sobrevivir en el agua a temperaturas superiores a unos 54°C, y allí había uno que sobrevivía a temperaturas más cálidas y acompañadas además de frío extremo. El descubrimiento transformó nuestra idea de los requerimientos de la vida. Aclaró también uno de los grandes enigmas de la oceanografía (algo que muchas personas no nos dábamos cuenta de que era un enigma), es decir, por qué los océanos no se hacen más salados con el tiempo. Arriesgándonos a decir una obviedad, diremos que en el mar hay mucha sal… suficiente para cubrir toda la tierra del planeta con una capa de 150 metros de espesor. Hacía siglos que se sabía que los ríos arrastran minerales al mar y que esos minerales se combinan con iones en el agua oceánica para formar sales. Hasta aquí, ningún problema. Pero lo que resultaba desconcertante era que los niveles de salinidad del mar se mantuvieran estables.

En el mar se evaporan a diario millones de litros de agua dulce, que dejan atrás todas sus sales, por lo que lógicamente los mares deberían ir haciéndose cada vez más salados con el paso de los años; pero no es así. Algo extrae una cantidad de sal del agua equivalente a la cuantía que se incorpora a ella. Durante mucho tiempo, nadie pudo explicar la razón de esto.

El Alvin aportó la solución al descubrir las chimeneasdel lecho marino. Los geofísicos se dieron cuenta de que las chimeneas actuaban a modo de filtros de pecera. Cuando la corteza terrestre absorbe el agua, se desprenden de ella sales y finalmente el agua limpia vuelve a salir por las chimeneas. El proceso no es rápido (puede llevar hasta diez millones de años limpiar un océano), pero, si no tienes prisa, es de una eficacia prodigiosa.

Tal vez no haya nada que exprese con mayor claridad nuestra lejanía psicológica de las profundidades oceánicas que el hecho de que el principal objetivo expuesto por los oceanógrafos durante el Año Geofísico Internacional de 1957-1958 fuese el estudio de «la utilización de los lechos marinos para el vertido de residuos radiactivos». No fue un encargo secreto, sabes, sino un alarde público orgulloso. De hecho, aunque no se le diese mucha publicidad, en 1957-1958, el vertido de residuos radiactivos se había iniciado ya hacía diez años, con una asombrosa y vigorosa resolución. Estados Unidos llevaba transportando bidones de 55 galones de desechos radiactivos a las islas Fallarone (a unos 50 kilómetros de la costa de California, cerca de San Francisco) y tirándolos allí por la borda, sin más, desde 1946.

Era una operación sumamente burda. Casi todos los bidones eran del mismo tipo de esos que se ven oxidándose detrás de las gasolineras o amontonados al lado de las fábricas, sin ningún tipo de recubrimiento protector. Cuando no se hundían, que era lo que solía pasar, los acribillaban a balazos tiradores de laMarina, para que se llenaran de agua y, por supuesto, salían de ellos el plutonio, el uranio y el estroncio. Cuando se puso fin a esos vertidos en la década de los noventa, Estados Unidos había arrojado al mar cientos y cientos de miles de bidones en unos cincuenta emplazamientos marítimos, casi 50.000 en las Fallarone. Pero Estados Unidos no estaba solo en esto, ni mucho menos. Entre otros entusiastas de los vertidos se contaban Rusia, China, Japón, Nueva Zelanda y casi todas las naciones europeas.

sY qué efectos podría haber producido todo esto en la vida de las profundidades marinas? Bueno, tenemos la esperanza de que pocos; pero la verdad es que lo desconocemos por completo. Ignoramos de un modo asombroso, suntuoso y radiante las características de la vida en las profundidades marinas. Sabemos a menudo notoriamente poco incluso de las criaturas oceánicas de mayor tamaño, incluida la más poderosa: la gran ballena azul, una criatura de proporciones tan leviatanescas que (citando a David Attenborough) su «lengua pesa tanto como un elefante, tiene el corazón del tamaño de un automóvil y algunos de sus vasos sanguíneos son tan anchos que podrías bajar nadando por ellos». Es la bestia más gargantuesca que ha creado la Tierra hasta ahora, mayor aún que los dinosaurios más voluminosos y pesados. Sin embargo, la existencia de las ballenas azules es en buena medida un misterio para nosotros. No tenemos la menor idea de lo que hacen durante mucho tiempo, adónde van a criar, por ejemplo, o quéruta siguen para hacerlo. Lo poco que sabemos de ellas procede casi exclusivamente de escuchar sus cantos; pero hasta sus cantos son un misterio. A veces los interrumpen y luego los reanudan exactamente en el mismo punto seis meses más tarde. A veces, inician un canto nuevo, que ningún miembro del grupo puede haber oído antes pero que todos conocen ya. No entendemos en absoluto cómo lo hacen ni por qué. Y se trata de animales que tienen que salir periódicamente a la superficie para respirar.

En cuanto a los animales que no tienen necesidad de salir a la superficie, el misterio puede resultar aun más torturante. Consideremos lo que sabemos sobre el fabuloso calamar gigante. Aunque no alcanza ni mucho menos el tamaño de la ballena azul, es indiscutiblemente un animal de considerable tamaño; tiene los ojos como balones de fútbol y arrastra unos tentáculos que pueden llegar a medir 18 metros. Pesa casi una tonelada y es el invertebrado más grande de la Tierra. Si arrojases uno en una piscina pequeña, casi no quedaría espacio para nada más. Sin embargo, ningún científico (ninguna persona, que sepamos) ha visto nunca un calamar gigante vivo. Los zoólogos han dedicado carreras a intentar capturar, o simplemente ver, un calamar gigante vivo y no lo han conseguido jamás. Se los conoce sobre todo por los ejemplares muertos que arroja el mar a las playas, en especial, y por razones desconocidas, a las de la isla del sur de Nueva Zelanda. Debe de haber gran número de calamares gigantes porqueconstituyen un elemento básico de la dieta del cachalote, y los cachalotes comen mucho, (Las partes indigeribles del calamar gigante, sobre todo el pico, se acumulan en el estómago de los cachalotes, formando una sustancia llamada ámbar gris, que se emplea como fijador en perfumería. La próxima vez que te pongas Chanel N° 5 (suponiendo que lo hagas), puedes pensar, si quieres, que estás rociándote con un destilado de un monstruo marino nunca visto. (N. del A.)

Según una estimación, podría haber hasta 30 millones de especies marinas, la mayoría aún por descubrir. El primer indicio de hasta qué punto es abundante la vida en las profundidades marinas no se conoció hasta fechas tan recientes como la década de los sesenta, con la invención del trineo epibéntico, un instrumento de arrastre que captura no sólo organismos del lecho marino y cerca de él, sino también de los que están enterrados en los sedimentos. En una sola pasada de una hora por la plataforma continental a una profundidad aproximada de kilómetro y medio, dos oceanógrafos de Woods Hole, Howard Sandle y Robert Kessler, capturaron más de 25.000 criaturas (gusanos, estrellas de mar, holoturias y otros animales parecidos) que representaban 365 especies. Incluso a una profundidad de casi cinco kilómetros encontraron unas 3.700 criaturas, que representaban casi 2.100 especies de organismos. Pero la draga sólo podía capturar las criaturas que eran lo suficientemente lentas o estúpidas como para dejarse atrapar. A finales de la década delos sesenta, un biólogo marino llamado John Isaacs tuvo la idea de hacer descender una cámara con un cebo atado a ella y encontró aún más cosas, sobre todo densos enjambres de culebreantes ciclóstomos, que son unas criaturas primitivas parecidas a la anguila, y bancos de macruros igual de rápidas que las flechas como el pez granadero. Donde hay de pronto buen alimento disponible (por ejemplo, cuando muere una ballena y se hunde hasta el fondo) se han encontrado hasta 390 especies de criaturas marinas que acuden al banquete. Curiosamente se descubrió que muchas de esas criaturas llegaban de chimeneas situadas hasta a 1.600 kilómetros de distancia. Y había entre ellas algunas como las almejas y los mejillones, que no tienen en verdad fama de ser grandes viajeros. Ahora se cree que las larvas de ciertos organismos pueden andar a la deriva por el agua hasta que, por algún medio químico desconocido, detectan la proximidad de una fuente de alimentación y la aprovechan.

sPor qué, entonces, si los mares son tan inmensos, los esquilmamos con tanta facilidad? Bien, para empezar, los mares del mundo no son ricos en formas de vida de un modo uniforme. Se considera naturalmente productiva menos de una décima parte del océano. Casi todas las especies acuáticas prefieren las aguas poco profundas, donde hay calor, luz y materia orgánica abundante para abastecer la cadena trófica. Los arrecifes coralinos, por ejemplo, constituyen bastante menos del 1% del espacio marino, pero albergan aproximadamente el25 % de la pesca.

Los mares no son tan ricos, ni mucho menos, en otras partes. Consideremos el caso de Australia. Con 36.735 kilómetros de costa y unos 23 millones de kilómetros cuadrados de aguas territoriales, tiene más mar lamiendo su litoral que cualquier otro país del mundo, pero, como indica Tim Flannery, ni siquiera consigue situarse entre las primeras naciones pesqueras del mundo. En realidad, es un gran importador neto de alimentos marinos. Eso se debe a que gran parte de las aguas australianas están, como buena parte de la propia Australia, básicamente desiertas. (Una excepción notable la constituye la Gran Barrera Coralina de Queensland, que es suntuosamente fecunda.) Como el suelo es pobre, no produce casi nutrientes en sus residuos líquidos.

Incluso donde prospera la vida, ésta suele ser sumamente sensible a la perturbación. En la década de los setenta, los pescadores australianos, y en menor medida los de Nueva Zelanda, descubrieron bancos de un pez poco conocido que vive a unos 800 metros de profundidad en sus plataformas continentales. Los llamaban percas anaranjadas, eran deliciosos y había una cantidad inmensa. En muy poco tiempo, las flotas pesqueras estaban capturando 40.000 toneladas de percas anaranjadas al año. Luego, los biólogos marinos hicieron unos descubrimientos alarmantes. La perca anaranjada es muy longeva y tarda mucho en madurar. Algunos ejemplares pueden tener ciento cincuenta años; puedes haberte comido una que había nacido cuando reinaba enInglaterra la reina Victoria. Estas criaturas han adoptado ese tipo de vida extraordinariamente pausado porque las aguas en que viven son muy pobres en recursos. En esas aguas hay algunos peces que desovan sólo una vez en la vida. Es evidente que se trata de poblaciones que no pueden soportar muchas perturbaciones. Por desgracia, cuando se supo todo esto, las reservas habían quedado ya considerablemente mermadas. Habrán de pasar décadas, incluso con un buen control, para que se recupere la población, si es que alguna vez llega a hacerlo.

En otras partes, sin embargo, el mal uso de los océanos ha sido más consciente que inadvertido. Muchos pescadores cortan las aletas a los tiburones y vuelven a echarlos al mar para que mueran. En 1998, las aletas de tiburón se vendían en Extremo Oriente a más de 110 dólares el kilo, y un cuenco de sopa de aleta de tiburón costaba 100 dólares en Tokio. Según los cálculos del Fondo Mundial para la Naturaleza, en 1994, se mataban entre 40 y 70 millones de ejemplares de tiburón al año.

En 1995, unos 37.000 buques pesqueros de tamaño industrial, más un millón de embarcaciones más pequeñas, capturaban el doble que veinticinco años antes. Los arrastreros son hoy en algunos casos tan grandes como cruceros y arrastran redes de tal tamaño que podría caber en una de ellas una docena de reactores Jumbo. Algunos emplean incluso aviones localizadores para detectar desde el aire los bancos de peces. Se calcula que, aproximadamente, una cuarta parte de cada red que se izacontiene peces que no pueden llevarse a tierra por ser demasiado pequeños, por no ser del tipo adecuado o porque se han capturado fuera de temporada. Como explicaba un observador en The Economist: «Aún estamos en la era de las tinieblas. Nos limitamos a arrojar una red y esperar a ver qué sale». De esas capturas no deseadas tal vez vuelvan a echarse al mar, cada año, unos 22 millones de toneladas, sobre todo en forma de cadáveres. Por cada kilo de camarones que se captura, se destruyen cuatro de peces y otras criaturas marinas.

Grandes zonas del lecho del mar del Norte se dejan limpias mediante redes de manga hasta siete veces al año, un grado de perturbación que ningún otro sistema puede soportar. Se está sobreexplotando dos tercios de las especies del mar del Norte como mínimo, según numerosas estimaciones. Las cosas no están mejor al otro lado del Atlántico. El hipogloso era en otros tiempos tan abundante en las costa de Nueva Inglaterra que un barco podía pescar hasta 8.000 kilos al día. Ahora, el hipogloso casi se ha extinguido en la costa noreste de Estados Unidos.

Pero no hay nada comparable al destino del bacalao. A finales del siglo XV, el explorador John Cabot encontró bacalao en cantidades increíbles en los bancos orientales de Norteamérica, zonas de aguas poco profundas muy atractivas para los peces que se alimentan en el lecho del mar, como el bacalao. Había tantos bacalaos, según el asombrado Cabor, que los marineros los recogían en cestos. Algunos bancos eraninmensos. Georges Banks, en la costa de Massachusetts, es mayor que el estado con que linda. El de Grand Bank, de la costa de Terranova, es todavía mayor y estuvo durante siglos siempre lleno de bacalao. Se creía que eran bancos inagotables. Sin embargo, se trataba, por supuesto, de cualquier otra cosa menos eso.

En 1960 se calculaba que el número de ejemplares de bacalao que desovaban en el Atlántico Norte había disminuido en 1,6 millones de toneladas. En 1990, la disminución había alcanzado la cantidad de 22.000 toneladas. El bacalao se había extinguido a escala comercial. «Los pescadores -escribió Mark Kurlansky en su fascinante historia El Bacalaohabían capturado a todos.» El bacalao puede haber perdido el Atlántico Occidental para siempre. En 1992 se paralizó por completo su pesca en Grand Bank, pero en el otoño del año 2002, según un informe de Nature, aún no se habían recuperado las reservas. Kurlansky explica que el pescado de los filetes de pescado o de los palitos de pescado era en principio de bacalao, pero luego se sustituyó por el abadejo, más tarde por el salmón y últimamente por el polaquio del Pacífico. En la actualidad, comenta escuetamente: «Pescado es cualquier cosa que quede».

Se puede decir en gran medida lo mismo de muchas otras especies marinas que se emplean en la alimentación. En los caladeros de Nueva Inglaterra, de la costa de Rhode Island, solían pescarse en otros tiempos langostas que pesaban nueve kilos. A veces llegaban a pesar más de trece. Las langostaspueden vivir decenios si las dejan en paz (se cree que hasta setenta años) y nunca dejan de crecer. Ahora se capturan pocas langostas que pesen más de un kilo. «Los biólogos -según el New York Times-calculan que el 90% de las langostas se pesca un año después de que alcance el tamaño mínimo legal, a los seis años aproximadamente.» Pese a la disminución de las capturas, los pescadores de Nueva Inglaterra siguen obteniendo incentivos fiscales federales y estatales que los impulsan (en algunos casos casi los fuerzan) a adquirir embarcaciones mayores y a explotar el mar de forma más intensiva. Hoy día, los pescadores de Massachusetts sólo pueden pescar el repugnante ciclóstomo, para el que todavía existe un pequeño mercado en Extremo Oriente, pero ya empieza a escasear.

Tenemos un desconocimiento notorio de la dinámica que rige la vida en el mar. Mientras la vida marina es más pobre de lo que debería en zonas que han sido esquilmadas por la pesca abusiva, en algunas aguas pobres por naturaleza hay mucha más vida de la que debería haber. Los océanos australes, que rodean la Antártida, sólo producen aproximadamente el 3% del fitoplancton del mundo, demasiado poco, da la impresión, para alimentar un ecosistema complejo; y, sin embargo, lo alimentan. Las focas cangrejeras no son una especie animal de la que hayamos oído hablar muchos de nosotros, pero pueden ser en realidad la especie de animales grandes que ocupa el segundo puesto por su número en la Tierra después de los seres humanos. En el hieloa la deriva que rodea el continente antártico puede que vivan hasta 15 millones de ellas. Tal vez haya otros dos millones de focas de Weddell, al menos medio millón de pingüinos emperador y puede que hasta cuatro millones de pingüinos adelia. Así que la cadena alimentaria es de una inestabilidad desesperante, pero, de algún modo, funciona. Lo más notable del asunto es que no sabemos cómo.

Todo esto es un medio muy tortuoso de explicar que sabemos muy poco del mayor sistema terrestre. Pero, bueno, como veremos en las páginas que nos quedan, en cuanto se empieza a hablar de la vida, hay muchísimo que no sabemos… entre otras cosas, cómo se puso en marcha por primera vez.


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