Tres planteos que agravan el problema de la
inseguridad
En el debate político y en el de los medios de comunicación se
describe en forma simplificada al problema de la seguridad.
Por una parte, aquellas que tienen como
objetivo el reforzamiento del
orden en las calles e ignoran derechos y garantías constitucionales. En segundo lugar, una posición que bien podría
considerarse una variable de la anterior. Este segundo grupo
también prioriza el “orden público”, pero evita caer
en una retórica abiertamente autoritaria y, por otra parte, si bien
incluyen restricciones legales al objetivo de alcanzar el orden público,
utilizan un concepto tan restringido de derechos que vacían de contenido
el sistema democratico y el Estado de derecho.
1 La demagogia punitiva.
Cuando se piensa a la
seguridad como el orden en las calles
Las respuestas que postulan el orden en las calles como único objetivo
no sólo tienden a la restricción de derechos ciudadanos, sino que
–al soslayar la complejidad de la cuestión– son ineficaces y
plantean respuestas que en realidad sólo pueden acarrear mas
violencias, riesgos e inseguridad. Estas propuestas se sostienen en situaciones
de hecho tales como
los temores y resentimientos que se generan en una sociedad crecientemente
desigual, temores que no sólo provienen de los grupos mas
privilegiados sino también de amplios sectores desfavorecidos cuya
situación es la que mas empeoró en términos
relativos. Propuestas que se fortalecen mediante el apoyo que les brinda el
relegar conflictos con sectores públicos y privadospoderosos cuyo
accionar es ampliamente reconocido como
parte del
problema de la inseguridad.
Al estado de excepción se opone el de normalidad, este
último entendido como
el orden resultante de un control factico. Bajo esta mirada aparecen
propuestas como la inclusión de las fuerzas armadas en el esquema de
seguridad interior, el uso de las instituciones de seguridad nacionales en el
territorio de las provincias, la ampliación de las facultades policiales
para interrogar y el énfasis en la persecución penal de las
personas menores de edad.
Se encuentra la percepción de que la inseguridad
constituye una fuerza a la que se debe oponer una fuerza superior en intensidad
y contraria en sentido. Esta segunda fuerza, la del aparato represivo estatal, anularía
la fuerza del
delito. Esta imagen cuantitativa no es capaz de dar cuenta ni
de los derechos involucrados, ni de la eficiencia requerida, dos puntos claves
para el gobierno de la seguridad. En primer lugar, no da cuenta de derechos
dado que estos son percibidos basicamente como obstaculos al incremento de la
violencia estatal, en lugar de ser entendidos como el bien a proteger por las
políticas se seguridad. En segundo lugar, no da cuenta
de la eficiencia requerida.
2 El Estado de Derecho sin derechos. Cuando se reconocen sólo ciertos derechos de determinados
sectores.
Un segundo grupo de propuestas tiene en la
practica consecuencias similares al primero, pero rechaza una
retórica belicista y abiertamente autoritaria e incorpora en el discurso
elementos tales como
el compromiso con la legalidad y unrechazo a la violencia institucional. El
diagnóstico indica que el problema no es sólo el aumento de la
violencia en los hechos, sino también el decaimiento del imperio de la
ley.
La incertidumbre frente a los riesgos y la amenaza del delito ya no serían un mero problema
de hecho al que podría responderse basicamente con la
imposición de la autoridad factica y la fuerza física,
sino que lo que se ha puesto en juego es la reconstrucción del imperio de la ley.
Se trata de un Estado de Derecho sin derechos. O,
mas precisamente: la aparente reconstrucción del imperio de la
ley pretende realizarse otorgando caracter prioritario al derecho a la
no interferencia sobre la vida de los individuos. Los derechos de otros
ciudadanos son considerados como
obstaculos a sortear y no como
pretensiones legítimas que entran en conflicto y cuya
conciliación debe procurarse.
Este segundo grupo de discursos termina negando derechos.
Declama el imperio de la ley pero persigue un orden
factico basado en las situaciones de hecho. A partir de un arbitrario
recorte de la legalidad, esta concepción concentra el poder punitivo y
la atención estatal sobre delitos que afectan sólo a ciertos
sectores sociales, o sobre conductas que estan asociadas a los grupos
que son percibidos como amenazas al orden en la calle. También rechaza
tanto a la violencia delictiva común, como a la violencia
ilegal desarrollada desde el estado.
Sin embargo, mas alla de las intenciones de
control de la violencia estatal, la noción puramente individual de
ciudadanía niega el contexto donde esta seejerce y conspira contra el
supuesto resultado perseguido. Finalmente, incrementa
el contacto de las instituciones de seguridad con los sectores sociales
mas vulnerables y con menor capacidad de reclamar frente a los abusos.
Por otra parte, estos contactos se producen bajo una lógica de
vigilancia y control y no de resolución de los conflictos, por lo tanto,
se incrementan los hechos de violencia policial y aumentan el perfil
autoritario de la relación del Estado con los
sectores mas pobres.
3 La seguridad por añadidura. Cuando las propuestas se agotan en el testimonio
Entre los discursos sobre la seguridad se encuentran también aquellos se
describen el problema tratando de incorporar dimensiones omitidas en los
posiciones anteriores. En este tercer grupo de discursos incluyen, por
ejemplo, las diversas manifestaciones de la violencia, como la violencia
delictiva común, la institucional y la doméstica, y colocan estos
problemas en el contexto de la exclusión social económica y
política. También menciona el decaimiento del imperio de la
ley pero parte de una noción mas amplia de ciudadanía, una
ciudadanía que no se restringe a la no interferencia de los otros, sean
estos particulares o públicos, y que incluye el goce de derechos
económicos y sociales.
El analisis de la situación se organiza alrededor de dos
argumentos fundamentales: las instituciones estatales son parte central del
problema de la inseguridad y la enorme desigualdad social es fuente de
violencia.
En primer lugar, al problema sobre el decaimiento del imperio de la ley y lacrisis de las
instituciones públicas sólo se le busca respuesta mediante
propuestas de reingeniería del poder
punitivo del Estado, ya sea con las reformas institucionales de las
policías o de sus capacidades de investigación y represión
del hecho
delictivo. Reformas necesarias pero, claramente insuficientes para mejorar la
capacidad del Estado para actuar sobre el problema de
la inseguridad y generar un marco institucional que restablezca el pleno Estado
de Derecho. A partir de esto, las reformas institucionales propuestas por este tercer grupo de discursos pueden llegar a acercarse a
las del
segundo grupo.
En segundo lugar, la referencia a las condiciones de desigualdad y
exclusión como una variable fundamental al momento de analizar
cuestiones tales como la falta de respeto a la ley, el incremento de algunas practicas
delictivas o de los niveles de violencia, termina funcionando como una
línea de escape al momento de diseñar propuestas útiles en
materia de seguridad ciudadana. Las respuestas se derivan a
una mejora genérica de las condiciones socio-económicas, entre
otros problemas, excluye reflexionar sobre el modo en que determinadas
practicas delictivas son parte de los procesos que generan
exclusión y acrecientan las dificultades de acceso a distintos bienes.
3. El límite de los tres planteos anteriores y la necesidad de ampliar
la mirada sobre el
Problema de la seguridad
Los tres grupos de discursos analizados tienen en común que el momento
de la intervención concreta frente al hecho delictivo sigue ocupando el
lugar central de lasmedidas propuestas. Las variantes se limitan a proponer
diferentes modos de uso de la fuerza –mas
intenso o mas regulado– y permanecen en una lógica de
gerenciamiento del
poder coercitivo.
Un analisis del problema de la violencia delictiva e
institucional desde la óptica de los derechos demanda el reconocimiento
de que éstas no sólo afectan el derecho de los ciudadanos a la no
interferencia, sino que también involucran cuestiones basicas de
la convivencia social y de la confianza de los ciudadanos en las instituciones.
Un enfoque responsable debe tomar en consideración el proceso previo al
aumento de la violencia en general y el delito en particular, y de la manera
diferencial en que ambos afectan a distintos grupos sociales. En este sentido,
implica la responsabilidad de actuar bajo la noción de que las
políticas públicas deben perseguir un efecto compensatorio de las
desigualdades y no solamente considerar las condiciones de exclusión
económica, social y cultural para implementar políticas que
centran la atención en los sectores empobrecidos y fomentan su
estigmatización. Implica, ademas, tomar en
cuenta las características de la interacción social y de los
vínculos entre ciudadanos e instituciones.
Esta visión, ademas, exige intervenir sobre los sectores de la
actividad delictiva mas protegidos por su relación con el Estado,
que gozan de impunidad y presentan mayores dificultades para ser sancionados.
Tal pensamiento obligara a trasladar a las propuestas
la complejidad asumida en la descripción de los problemas y en el
concepto de ciudadaníainvolucrado. Así, sera
necesario otorgar un lugar central a las
políticas sociales, a las políticas institucionales y el
desarrollo de acciones en materia de seguridad que no reproduzcan la
exclusión y la estigmatización social.
4. Líneas basicas para un enfoque
inclusivo de la seguridad
4.1 Reconstruir los lazos de ciudadanía: articulación entre
políticas de seguridad y otras políticas públicas
Sostener que las políticas de seguridad deben involucrase con otras
políticas públicas, como
las políticas sociales, no significa entender que estas últimas
son exclusivamente las políticas que operan sobre la inclusión
material y de bienestar. Por el contrario, la articulación entre las
políticas de seguridad y otras políticas públicas incluye,
no sólo variables relacionadas con la actividad laboral de las personas
y políticas de empleo sino también acciones relacionadas con el
espacio público, los vínculos sociales y la salud. Implica a las
políticas que intervienen sobre los modos de la convivencia y proporcionan
recursos para el mejoramiento de la calidad del lazo social.
La implementación de mecanismos participativos y auto gestionados de
resolución de conflictos en barrios con altos
índices de violencia es un mecanismo ha resultado eficaz tanto para una
resolución democratica y pacífica de los conflictos, como también para
promover la reconstrucción de vínculos sociales que la
exclusión económica y social deterioraron.
La incorporación de la perspectiva de políticas sociales en
materia de seguridad no es una característica de las políticas
deseguridad sólo necesaria en sociedades con altos niveles de
exclusión, sino una cualidad que se observa en políticas de
seguridad de sociedades integradas y sin graves problemas de pobreza8. Sin
embargo, en nuestro contexto cobra una importancia fundamental por diferentes
razones
En primer lugar, por tratarse de un contexto de mayor exclusión y
desigualdad, la dimensión social resulta fundamental para operar sobre
los conflictos relacionados con la inseguridad.
Dos problematicas en las que se ve claramente la
relación contraproducente entre políticas sociales y de seguridad
son las políticas oficiales sobre infancia y juventud y aquellas
referidas a la intervención estatal frente a la protesta social.
La judicialización de un amplio espectro de las
políticas sociales destinadas a la infancia y juventud es uno de los
ejemplos mas claros de intervenciones públicas en materia social
que hoy contribuyen a incrementar la conflictividad y la violación de
derechos en lugar de operar para su resolución. En la mayor parte del
territorio nacional la llamada 'justicia de menores' esta
encargada de gestionar medidas destinadas asistir a familias y a los
niños y adolescentes con problemas o conflictos que no estan
vinculados a las leyes penales.
El otro ejemplo en el que aparece claramente la distorsionada relación
que se plantea actualmente entre políticas sociales y de seguridad es el
modo de enfocar la cuestión de la protesta social, representada
ampliamente por los piquetes y cortes de ruta. La
reducción y la precarización del mundo del trabajo handestruido,
simultaneamente, los medios de supervivencia y las instancias de
inclusión simbólica e institucional de la mayor parte de la
población.
Diversos tipos de intervención que articulan políticas sociales y
de seguridad apuntan desde los mecanismos de resolución pacífica
de conflictos interpersonales a partir de la participación activa de la
propia sociedad civil, hasta la generación de empresas sociales con
jóvenes en situación de vulnerabilidad como forma de
promover una integración social distinta. También abarcan la
ampliación del
papel de la escuela como
referente social y cultural en barrios donde las alternativas de
recreación son nulas o escasas. En Argentina,
sólo se han manifestado este tipo de
iniciativas en un plano experimental y queda un
enorme camino por recorrer al respecto, tanto en la promoción de cursos
de acción innovadores como
en su institucionalización.
Por último, en el contexto local, la articulación entre políticas
sociales y de seguridad no sólo es importante porque la dimensión
social resulta clave, sino también porque existe un
generalizado consenso que indica a las instituciones de seguridad y de justicia
criminal como parte del problema. Desde el regreso de la
democracia, las instituciones de seguridad han sido
progresivamente cuestionadas por su responsabilidad en violaciones a los
derechos humanos, su participación en redes de ilegalidad e inclusive su
capacidad de funcionar como
articuladoras de oportunidades delictivas.
4.2 Controlar la violencia
Promover el control de la violencia implica repensar lascondiciones en que las
instituciones de seguridad se insertan en la sociedad e intervienen en la
circulación social de la violencia, de modo tal de evitar
dinamicas violentas en la gestión de conflictos. Implica
comprender que la pretensión estatal de monopolio de la fuerza tiene
sentido como
instrumento para la protección de los derechos, y no para el
mantenimiento del
orden factico.
Controlar la violencia implica asumir que el problema no se
circunscribe a la violencia estatal y reconocer los puntos estructurales de su
circulación en el contexto nacional. Pero para ello no se puede
desconocer la función de protección y reproducción que el
Estado ha ejercido en relación con las lógicas violentas.
Discutir las instituciones de seguridad implica revertir la crisis que
atraviesa el uso de la fuerza por parte del Estado,
crisis cuya profundidad se expresa en distintos niveles. En primer lugar, el uso de la fuerza pública aparece como
elemento que reproduce las lógicas de la violencia y la inseguridad
mas que como
una herramienta capaz de intervenir eficazmente en la desarticulación de
esas dinamicas para solucionar potenciales conflictos. En segundo lugar,
las instituciones que administran la fuerza pública tienen grados
altísimos de deslegitimación frente a
amplios sectores sociales con quienes deberían interactuar a fin de
proteger sus derechos. En tercer lugar, no se han
desarrollado practicas de gobierno y control de las instituciones de
seguridad que las incorporen dentro de la institucionalidad democratica.
El probado aumento de la violenciainstitucional en los
últimos tiempos no tiene justificación en proporción al
aumento de la violencia delictiva. Reducir la violencia de las
instituciones de seguridad no es sólo una cuestión de principios,
esta violencia es en sí misma un riesgo para la
vida y la integridad de los ciudadanos16 y componente del problema de la inseguridad.
En vistas a reducir la violencia ejercida desde las instituciones policiales es
esencial desarticular las estructuras de corrupción y su
autonomía, ya que controlar la fuerza del
Estado implica también quebrar la posibilidad de que las policías
continúen funcionando como
gerenciadoras de la estructura de oportunidades criminales. Para lograrlo se
requiere no solamente garantizar un control político de las
instituciones de seguridad que aumente su transparencia, sino también
eliminar las barreras impuestas a la circulación de la información,
propias de estas estructuras militarizadas.
No se trata tanto de mantener un estricto control
sobre rutinas policiales que ponen en riesgo constante los derechos ciudadanos,
como de generar
nuevas practicas de intervención. La afectación de
derechos no puede justificarse como un costo necesario para
proteger otro bien, sino en la certeza de que no existen modos alternativos
menos lesivos y que resulta estrictamente necesario proceder. Una sociedad
democratica debe garantizar a todos la libertad de circulación,
así como
la integridad física frente a los funcionarios públicos. Estos derechos no pueden ser exclusivos de aquellos sujetos mejor
integrados al sistema económico ypolítico.
Poner luz sobre el modo en que las instituciones
policiales participan o agravan el problema de la seguridad no implica sostener
que el problema de la violencia se agote allí. Intervenir en aquellos
ambitos con mayor nivel de violencia, no significa agudizar la fuerza
pública aplicada sobre cada uno de los hechos violentos, sino operar
sobre las condiciones inmediatas que lo posibilitan o producen.
Las instituciones de seguridad tienen una responsabilidad
fundamental en la reducción de las oportunidades criminales, en especial
en desarmar las arquitecturas de protección para lo cual se requiere una
intervención inteligente y coordinada de la policía y la
justicia.
Para insertar a las instituciones de seguridad
en las dinamicas democraticas es necesario revisar sus
lógicas cotidianas de gobierno, sus practicas, sus relaciones con
otras instituciones y poderes, sus relaciones internas –necesariamente
burocraticas y jerarquicas– y sus vínculos con la
sociedad civil. Garantizar el acceso a la información y su
circulación interna, incorporarlas en esquemas de controles cruzados,
asemejar la estructura y cultura policial a la de otras agencias
profesionales-burocraticas-jerarquizadas separandolas del
modelo y cultura militar en la que se han reproducido.
Esto implica necesariamente garantizar los derechos de los funcionarios
policiales al interior de la institución, así como su acceso a
derechos económicos y sociales, pasos necesarios para su
desenvolvimiento como miembros de la sociedad
4.3 Modificar las prioridades. El papel del Poder Judicialy del Ministerio
Público en
Materia de seguridad ciudadana
La cuestión de la administración de justicia también
requiere un cambio de perspectiva, en tanto se la quiera optimizar en
función de la seguridad ciudadana. Diversas propuestas
políticas impulsan reformas procesales tendientes a mejorar las
capacidades de investigación. Si bien esto es fundamental,
resulta muy objetable el hecho de reducir el problema de la justicia a la fase
de detección e investigación del delito.
Es necesario, nuevamente, asumir una perspectiva mas
amplia. El Poder Judicial y el Ministerio Público tienen una
responsabilidad fundamental para que el respeto de los derechos vuelva a enlazarse con la seguridad ciudadana.
La percepción de que la función central del aparato
judicial en materia de seguridad es la detección y el castigo
ejemplificador de las conductas delictivas es una concepción
profundamente autoritaria que desviste al Poder Judicial de su razón de
ser en una sociedad democratica: el control de los otros poderes y la
protección de los derechos ciudadanos.
Las desigualdades relativas a la defensa en juicio no constituyen sólo un problema de los derechos de los imputados, sino
también un riesgo para la seguridad. La precariedad de recursos de los
sistemas de defensa pública –en la justicia nacional y en las
provinciales– tiende a reforzar la selectividad del sistema penal, por la
que los mas débiles tienen altas chances de recibir castigos y,
aun antes que eso, de permanecer privados de su libertad durante todo el
transcurso del proceso penal. Por elcontrario, quienes
cuentan con mayores recursos aumentan sus probabilidades de tener una defensa
efectiva, hacer investigaciones propias de descargo, impugnar las decisiones
judiciales adversas.
Las escasas posibilidades de participación de los
sectores de bajos recursos en las causas penales también señalan
la necesidad pendiente de que el aparato judicial desarrolle acciones para
compensar las desigualdades sociales en lugar de cristalizarlas.
Para amplios sectores de nuestro país,
la situación de pobreza se agrava por el bloqueo de los canales de
acceso a la justicia y la mayor probabilidad de tener contacto con el sistema
penal.
Por ejemplo, en el caso de jóvenes varones de sectores populares, su
mayor vulnerabilidad al contacto con la policía, agrega a las carencias estructurales
y a la creciente desigualdad que ya padece ese grupo social, una experiencia
vivencial de inequidad, exclusión, victimización, injusticia y
selectividad por parte de las agencias del sistema penal.
La distribución de recursos tendiente a garantizar la protección
jurídica de las víctimas y una eficaz defensa en juicio de todos
los imputados es esencial para una política responsable de seguridad
ciudadana. El Centro de Atención a la Víctima que funciona en el
ambito de la Fiscalía General de San Martín, provincia de
Buenos Aires, es interesante para observar cómo la distribución
de recursos no esta dirigida a los espacios dónde se resuelve la
mayor cantidad de casos, con menores costos y con resultados que intentan
alejarse de lógica penal.
La violencia policialesta directamente asociada a la fuerte
concentración de las herramientas mas violentas del aparato
judicial y policial sobre los sectores mas vulnerables.
No sólo por el necesario control sobre la violencia estatal y la
proporcionalidad o funcionalidad del castigo, sino fundamentalmente
porque en este asunto se juega la consistencia con que el poder judicial cumple
su función. Un gran porcentaje de las personas
privadas de su libertad hoy son sometidas a condiciones infrahumanas de
encierro, hechos de violencia, torturas, homicidios y negaciones absolutas de
derechos basicos como
la alimentación. Pese a esta situación,
el poder judicial continúa disponiendo medidas privativas de la libertad
en condiciones ostensiblemente ilegales y no ha realizado acciones efectivas
para controlar y revertir esta situación.
La imposición de penas y medidas privativas de
la libertad en condiciones de grave y evidente violación de las normas
vigentes cuestiona la capacidad judicial para resguardar la legalidad.
Mas aún, estas decisiones provocan que las condiciones de
cumplimiento de la pena produzcan un incremento de la
tolerancia social sobre el dolor y la negación de ciudadanía de
'los otros'.
Esta revisión de los derechos y de la violencia en juego en las sanciones
penales, a fin de que no operen como destructores de
ciudadanía y de la dignidad humana, sino dentro de ese marco, debe
trabajarse en diversos niveles.
4.4 Coordinar el diseño de políticas públicas: una
condición para la eficacia y el respeto de los derechos
Una política de seguridad eficiente,democratica
y basada en los derechos ciudadanos también debe explorar las
capacidades institucionales y la consistencia entre los niveles de gobierno
nacional, provincial y municipal. Esto significa abandonar la
idea de que los liderazgos individuales en alguno de esos niveles, por
sí mismos y por su propia autoridad, resolveran los problemas.
Por el contrario, la situación exige detectar y fomentar las
especificidades de cada nivel, como así también
reconocer las inconsistencias.
Como ejemplo, resulta sorprendente que, mientras los responsables de las
políticas de seguridad de todos los niveles de gobierno señalan
como prioritario el control y la reducción de la circulación de
armas, una decisión administrativa de un director nacional haya relajado
los requisitos para obtenerlas en todo el territorio nacional.
Otra de las muestras de esta falta de coordinación de niveles de
gobierno es la reciente propuesta aprobada por el senado de la nación
para incorporar al código penal el juego clandestino, conducta que hasta
el momento s encuentra sancionada por la normativa contravencional y de faltas
dictadas en cada provincia.
Dar consistencia a los distintos niveles no significa desconocer la
organización federal del Estado sino, por el contrario, aprovechar sus
potencialidades
Debe inhibirse que la superposición de competencias dé lugar a
que las distintas organizaciones evadan sus responsabilidades institucionales,
así como debe evitarse generar un sobredimensionado aparato estatal con
múltiples agencias que reproduzcan capacidades similares (endetrimento
de otras posibilidades) y donde el criterio privilegiado para la
organización de funciones sea una división territorial y/o
excluyente de competencias que privilegie la autonomía institucional,
los intereses corporativos y la falta de controles interinstitucionales.
5. Complejidad y responsabilidad
La simplificación del
problema de la inseguridad a una sola dimensión –la del uso del
poder punitivo del Estado– lo reduce sin resolverlo. A
la vez, restringe las nociones de derechos y de ciudadanía de los
actores involucrados.
Por lo mismo, también acota el campo del control, tanto en su legitimidad como en su eficacia.
Si bien los efectos de la exclusión social y de la pauperización han llegado a extremos inéditos y afectan a
mas de la mitad de la población, en la Argentina aún no se ha
naturalizado la visión de una sociedad dual, en la que los excluidos son
objeto de vigilancia y los incluidos de protección. Es necesario impedir
que el proceso de naturalización de la segmentación social se
concrete y mantener abiertas las preguntas que apuntan a las múltiples
variables del
problema.
En la respuesta a la cuestión del control de la violencia se
pone en juego el tipo de contrato a constituirse entre la sociedad y el Estado.
Esta respuesta no puede buscarse en un solo lugar, ni
puede esperarse la emanación magica de soluciones de una sola
autoridad.
La sociedad debe demandar un pensamiento sobre la
seguridad ciudadana tan amplio como
la noción de derechos que ella elija. La política debe encontrar
la capacidad de realizarlo.