La naturalezay las leyes naturales yacían ocultas en la noche.
Dijo Dios: «tHágase Newton!».
Y se hizo la luz.
ALEXANDER POPE,
Epitafio: Destinado a sir Isaac Newton
A MEDIDA DE LAS COSAS
Si tuviésemos que elegir el viaje científico menos cordial de todos los
tiempos, no podríamos dar con uno peor que la expedición a Perú de 1735 de la
Real Academia de Ciencias Francesa. Dirigida por un hidrólogo llamado Pierre Bouguer
y un militar y matemático llamado Charles Marie de La Condamine, estaba formada
por un grupo de científicos y aventureros que viajó a Perú con el propósito de
triangular distancias a través de los Andes.
En aquel entonces, la gente se hallaba infectada por un poderoso deseo de
comprender la Tierra: determinar su antigüedad y su tamaño, de dónde colgaba en
el espacio y cómo había llegado a existir.
El objetivo de la expedición francesa era ayudar a resolver el problema de la
circunferencia del planeta midiendo la longitud de un grado de meridiano (o una
trescientasesentava parte de la distancia de polo a polo) y siguiendo una línea
que iba desde Yaruqui, cerca de Quito, hasta un poco más allá de Cuenca, en lo
que hoy es Ecuador, una distancia de unos 320 kilómetros.(La triangulación, el
método que eligieron, era una técnica popular basada en el principio geométrico
de que, si conoces la longitud de un lado de un triángulo y dos de sus ángulos,
puedes hallar el resto de sus dimensiones sin levantarte de la silla.
Supongamos, por ejemplo, que tú y yo decidimos quequeremos saber la distancia
entre la Tierra y la Luna. Para valernos de la
triangulación, lo primero que tenemos que hacer es poner cierta distancia entre
nosotros, así que digamos que tú te quedas en París y yo me voy a Moscú, y los
dos miramos la Luna al mismo tiempo. Ahora bien, imaginemos una línea que una
los tres puntos principales de este ejercicio (es decir, la Luna, tú y yo) y
tendremos un triángulo. Midiendo la longitud de la base, la línea trazada entre tú y yo, y los ángulos
de las líneas que van desde donde estamos ambos hasta la Luna, puede calcularse
el resto fácilmente. (Porque los ángulos interiores de un triángulo suman
siempre 180° y, si se conoce la suma de dos ángulos, puede calcularse el
tercero. Y conociendo la forma precisa de un triángulo y la longitud de uno de
sus lados, se pueden calcular las longitudes de los otros dos.) Ése fue en
realidad el
método que empleó el).
Las cosas empezaron a salir mal casi inmediatamente. En algunos casos de forma
espectacular. En Quito,
los visitantes debieron de provocar de algún modo a los habitantes de la ciudad
porque una multitud armada con piedras les expulsó de allí. Poco después, el
médico de la expedición fue asesinado por un malentendido relacionado con una
mujer. El botánico se volvió loco. Otros murieron de fiebres y caídas. El
miembro del
grupo que ocupaba el tercer puesto en autoridad, un individuo llamado Pierre
Dodin, se fugó con una muchacha de trece años y no hubo modo de convencerle de
que se reincorporase a laexpedición.
En determinado momento, el grupo tuvo que suspender sus trabajos durante ocho
meses, mientras La Condamine regresaba a caballo a Lima para resolver unos problemas que había
con los permisos. Finalmente, Bouguer y él dejaron de hablarse y se negaron a
trabajar juntos. Fuese adonde fuese, el menguante grupo era recibido con
profundísimo recelo
por los funcionarios, a quienes les resultaba difícil creer que un grupo de
científicos franceses hubiesen recorrido medio mundo para medir el mundo. No
tenía sentido. Dos siglos y medio después, aún parece una postura razonable.
sPor qué no hicieron los franceses sus mediciones en Francia y se ahorraron
todas las molestias y las penalidades de su aventura andina?
La respuesta se halla en parte en el hecho de que los científicos del siglo
XVIII, y en particular los franceses, raras veces hacían las cosas de una forma
sencilla si había a mano una alternativa complicada; y, en parte, a un problema
técnico, que había planteado por primera vez el astrónomo inglés Edmund Halley
muchos años atrás, mucho antes de que Bouguer y La Condamine se planteasen ir a
Suramérica y, menos aún, tuviesen algún motivo para hacerlo. Halley fue un
personaje excepcional. Sucesivamente, a lo largo de una carrera prolongada y
fecunda, fue capitán de barco, cartógrafo, profesor de geometría en la
Universidad de Oxford, subdirector de la Ceca del reino, astrónomo real e
inventor de la campana de buceo de alta mar. Escribió con autoridad sobre el magnetismo,
lasmareas y los movimientos de los planetas, e ingenuamente sobre los efectos del opio. Inventó el
mapa meteorológico y la tabla actuarial, propuso métodos para determinar la
edad de la Tierra y su distancia del Sol, e incluso ideó un método práctico
para mantener el pescado freco. Lo único que no hizo fue descubrir el cometa
que lleva su nombre. Se limitó a descubrir que el cometa que él había visto en
1682 era el mismo que habían visto otros en 1456, 1531 y 1607. No se convirtió
en el cometa Halley hasta 1758, unos dieciséis años después de su muerte.
Pero, pese a todos sus logros, la mayor aportación de Halley al conocimiento
humano tal vez haya sido simplemente participar en una modesta apuesta
científica con otros dos personajes ilustres de su época: Robert Hooke, a quien
quizá se recuerde hoy mejor como el primero que describió una célula, y el
grande y mayestático sir Christopher Wren, que en realidad fue primero
astrónomo y después arquitecto, aunque eso es algo que no suele recordarse ya. En
1683, Halley, Hooke y Wren estaban cenando en Londres y la conversación se
centró en los movimientos de los objetos celestes. Era cosa sabida que los
planetas tendían a orbitar en un tipo particular de óvalo conocido como elipse («una curva
muy específica y precisa»,- por citar a Richard Feynman), pero no se sabía por
qué. Wren ofreció generosamente un premio de 40 chelines (equivalente al
salario de un par de semanas) a quien aportara una solución.
Hooke, que tenía fama de atribuirseideas que no siempre eran suyas, aseguró que
ya había resuelto el problema, pero se negó a compartir la solución por la
curiosa y original razón de que privaría a otros de la satisfacción de
descubrirla por su cuenta. Así que decidió que la ocultaría «durante un tiempo
para que otros pudiesen saber cómo valorarla». No dejó prueba alguna de que
hubiera pensado más en el asunto. Halley, sin embargo, se consagró a encontrar
la solución hasta el punto de que, al año siguiente, fue a Cambridge y tuvo
allí la audacia de ir a ver al profesor lucasiano de matemáticas de la
universidad, Isaac Newton, con la esperanza de que pudiese ayudarle.
Newton era un
personaje decididamente raro, sumamente inteligente, pero solitario, triste,
puntilloso hasta la paranoia, con fama de distraído –cuentan que había veces
que, al sacar los pies de la cama por la mañana, se quedaba allí sentado varias
horas, inmovilizado por el súbito aluvión de ideas que se amontonaban en su
mente- y capaz de las excentricidades más fascinantes. Se construyó un laboratorio
propio, el primero de Cambridge,
pero luego se dedicó a los experimentos más estrambóticos. En cierta ocasión se
insertó una aguja de jareta (una aguja larga de las que se usaban para coser
cuero) en la cuenca ocular y recorrió con ella
el espacio «entre el ojo y el hueso, lo más cerca posible de la parte posterior
del ojo›,
sólo para ver qué pasaba. No pasó nada, milagrosamente… al menos nada
perdurable. En otra ocasión, se quedó mirando al sol todo el tiempoque pudo
soportarlo para determinar qué efectos tendría sobre la visión. Salió de ello
de nuevo sin daño perdurable, aunque tuvo que pasar unos cuantos días en una
habitación a oscuras para conseguir que los ojos se lo perdonaran.
Sin embargo, dejando a un lado estas ideas estrambóticas y estos rasgos
extraños, poseía un talento superior, a pesar de que soliese demostrar una
tendencia a lo peculiar incluso cuando trabajaba en asuntos convencionales. De
estudiante, irritado por las limitaciones de las matemáticas convencionales,
inventó un procedimiento completamente nuevo, el cálculo, pero después de
inventarlo se pasó veintisiete años sin explicárselo a nadie. Trabajó de forma
parecida en óptica, transformando nuestra interpretación de la luz y sentando
las bases de la ciencia de la espectroscopia; tardó también, en este caso,
treinta años en decidirse a compartir los resultados de sus trabajos.
Pese a lo inteligente que era, la verdadera ciencia no ocupó más que una parte
de sus intereses. La mitad de su vida de trabajo como mínimo estuvo dedicada a la alquimia y a
extravagantes objetivos religiosos. No se trataba de un simple juego, sino de
una dedicación entusiasta. Era partidario secreto de una peligrosa secta
herética llamada arrianismo, cuyo dogma principal era la creencia de que no
había habido ninguna Santa Trinidad-cosa un tanto irónica, dado que su college
de Cambridge
era el Trinity-. Dedicó horas sin cuento a estudiar la planta del templo
perdido del rey Salomón deJerusalén –él solo aprendió hebreo para poder
estudiar mejor los textos originales-, convencido de que ocultaba claves
matemáticas sobre las fechas del segundo advenimiento de Cristo y del fin del
mundo. No fue menos ferviente su apego a la alquimia. En 1936, el economista
John Maynard Keynes compró un baúl de documentos de Newton en una subasta y
descubrió con asombro que estaban mayoritariamente dedicados no a la óptica o a
los movimientos de los planetas, sino a una búsqueda decidida de un método para
convertir los metales de baja ley en metales preciosos. El análisis que se hizo
de un cabello suyo, en la década de los setenta, puso al descubierto que
contenía mercurio -un elemento que interesaba mucho a los alquimistas, a los
sombrereros y a los fabricantes de termómetros, pero a casi nadie más-, en una
concentración 40 veces superior al nivel normal. Así que no es de extrañar que
le costase recordar al levantarse por la mañana. No tenemos ni idea de qué era
exactamente lo que Halley esperaba conseguir de él cuando le hizo aquella
visita sin anuncio previo. Pero gracias a la versión posterior de un confidente
de Newton, Abraham DeMoivre, contamos con la descripción de uno de los
encuentros históricos más importantes de la ciencia:
En 1684, el doctor Halley vino de visita a Cambridge y, cuando [Newton y él]
llevaban ya un rato juntos, el doctor le preguntó qué curva creía él que sería
la que describían los planetas, suponiendo que la fuerza de atracción del Sol
fuese la recíproca delcuadrado de su distancia de él.
Se aludía aquí a una ley matemática, la del
cuadrado inverso, en la que Halley creía que estaba la clave, aunque todavía no
pudiese demostrarlo.
Sir Isaac contestó inmediatamente que era una elipse. El doctor, lleno de
alegría y de asombro, le preguntó cómo lo sabía. «Porque lo he calculado», le
contestó. Entonces el doctor Halley le pidió que le mostrase enseguida el
cálculo. Sir Isaac lo buscó entre sus papeles, pero no lo encontró.
Era asombroso. Era algo así como
si alguien dijese que había descubierto una cura para el cáncer y que no se
acordaba de dónde había puesto la fórmula. Presionado por Halley, Newton accedió a rehacer
los cálculos y a escribir un artículo. Cumplió su promesa, pero luego hizo
mucho más. Se retiró durante dos años, en los que se consagró a una profunda
reflexión y a escribir, dando al mundo finalmente su obra maestra: Philosophiae
Naturalis Principia Mathematica o Principios matemáticos de filosofía natural,
más conocido como
los Principia.
Muy de cuando en cuando, unas cuantas veces en la historia, una inteligencia
humana produce una observación tan aguda e inesperada que la gente no puede
decidir del
todo qué es lo más asombroso, el hecho o pensarlo. La aparición de los
Principia fue uno de esos momentos. Hizo inmediatamente famoso a Newton. Durante el resto
de su vida le cubrirían de honores y de alabanzas, llegando a ser, entre otras
muchas cosas, el primero que fue nombrado caballero en Inglaterra por
méritoscientíficos. Incluso el gran matemático alemán Gottfried von Leibniz,
con quien Newton mantuvo una larga y agria
disputa por la prioridad en la invención del
cálculo, consideraba sus aportaciones a las matemáticas equivalentes a todo el
trabajo acumulado que le había precedido. «Ningún mortal puede aproximarse más
a los dioses», escribió Halley, expresando un sentimiento del que se hicieron eco interminablemente
sus contemporáneos y muchos otros después de ellos.
Aunque se ha dicho de los Principia que son «uno de los libros más inaccesibles
que se han escrito, Newton
lo hizo difícil con toda intención, para que no le agobiasen los que él llamaba
'palurdos' matemáticos », fue un faro para quienes pudieron seguirlo.
No sólo explicaba matemáticamente las órbitas de los cuerpos celestes, sino que
identificaba también la fuerza de atracción que los ponía en movimiento: la
gravedad. De pronto cobraron sentido todos los movimientos del universo.
En el corazón de los Principia figuraban las tres leyes newtonianas del
movimiento (que establecen, dicho de forma muy escueta, que un objeto se mueve
en la dirección en que se lo empuja, que seguirá moviéndose en línea recta
hasta que actúe otra fuerza para aminorar o desviar el movimiento y que cada
acción tiene una reacción igual y contraria) y su ley de la gravitación
universal. Ésta establece que cada objeto del universo ejerce una fuerza de atracción
sobre todos los demás. Tal vez no parezca así, pero, cuando estás sentado ahí
ahora, estás tirandohacia ti todo lo que te rodea (paredes, techo, lámparas, el
gato…) con tu propio y pequeño - pequeñísimo realmente- campo gravitatorio. Y
esos objetos también tiran de ti. Newton
fue quien comprendió que el tirón de dos objetos cualesquiera es, citando de
nuevo a Feynman, «proporcional a la masa de cada uno y que varía en una cuantía
inversa al cuadrado de la distancia que los separa». Dicho de otro modo, si
duplicas la distancia entre dos objetos, la atracción entre ellos disminuye
cuatro veces. Esto puede expresarse con la fórmula: F = G mm' r2
Que no es algo de lo que generalmente podamos hacer un uso práctico, aunque
lleguemos a apreciar su sólida elegancia. Un par de breves multiplicaciones,
una simple división y, tbingo!, conoces ya tu posición gravitatoria vayas
adonde vayas. Fue la primera ley realmente universal de la naturaleza,
propuesta por una inteligencia humana, y ésa es la razón de que se profese tan
profunda estima en todas partes a Newton.
La redacción de los Principia tuvo sus momentos dramáticos. Para espanto de
Halley, justo cuando estaba a punto de terminar, Newton se enzarzó en una
polémica con Hooke sobre la prioridad del descubrimiento de la ley del cuadrado
inverso, y Newton se negó a publicar el decisivo tercer volumen, sin el que
tenían poco sentido los dos primeros. Hizo falta una diplomacia de
intermediación frenética y una generosísima aplicación del halago por parte de Halley para
conseguir sacarle, al errático profesor, el volumen final.
Pero lostraumas de Halley no habían terminado aún. La Real Sociedad, que había
prometido publicar la obra, se echó atrás alegando dificultades económicas.
Había sufragado el año anterior un costoso fracaso financiero titulado The
History of Fishes [La historia de los peces] y sospechaba que un libro sobre
principios matemáticos no tendría precisamente una acogida clamorosa. Halley,
que no poseía grandes propiedades, pagó de su bolsillo la edición del libro. Newton, tal como
tenía por costumbre, no aportó nada. Y para empeorar las cosas todavía más,
Halley acababa de aceptar por entonces un cargo como empleado de la Real Sociedad, y se le
informó que ésta no podría permitirse abonarle el salario prometido de 50
libras al año. Le pagaron con ejemplares de The History of Fishes en vez de
remunerarle con dinero.
Las leyes de Newton
explicaban tantas cosas (las fluctuaciones de las mareas, los movimientos de
los planetas, por qué las balas de cañón siguen una trayectoria determinada
antes de precipitarse en tierra, por qué no nos vemos lanzados al espacio si el
planeta gira bajo nosotros a centenares de kilómetros por hora) (Lo deprisa que
giras depende de dónde estés. La velocidad de giro de la Tierra varía entre
algo más de 1.600 kilómetros por hora en el ecuador a cero en los polos. En
Londres, la velocidad es de 998 kilómetros por hora. (N. del A.), que llevó
tiempo asimilar todo lo que significaban. Pero hubo una revelación que resultó
casi inmediatamente polémica.
Se trataba de la idea de quela Tierra no es del todo redonda. Según la teoría de Newton, la fuerza centrífuga del
movimiento de rotación debería producir un leve encogimiento en los polos y un
ensanchamiento en el ecuador,
que achatarían ligeramente el planeta. Eso quería decir que la longitud de un
grado del
meridiano no sería igual en Italia que en Escocia. La longitud se reduciría
concretamente a medida que uno se alejase de los polos. Esto no constituía una
buena noticia para quienes basaban sus mediciones del planeta en el supuesto de que éste era
formaba una esfera perfecta, que eran por entonces todos.
Hacía medio siglo que se intentaba calcular el tamaño de la Tierra, cosa que se
hacía principalmente efectuando arduas mediciones. Uno de los primeros intentos
fue el de un matemático inglés llamado Richard Norwood. Norwood
había viajado de joven hasta las Bermudas, con una campana de buceo hecha según
el modelo de un aparato de Halley, dispuesto a hacer una fortuna extrayendo
perlas del fondo del mar. El proyecto fracasó porque no había
perlas y porque, en realidad, la campana de Norwood no funcionaba. Pero no era un
individuo que desaprovechase una experiencia. A principios del siglo XVII, las Bermudas eran célebres
entre los capitanes de los barcos por lo difícil que resultaba localizarlas. El
problema radicaba en que el océano era grande, las Bermudas pequeñas y los
instrumentos de navegación para abordar esa disparidad absolutamente impropios.
Todavía no existía una longitud aceptada de la milla náutica.En la inmensidad del océano, un error mínimo de cálculo se magnificaba
tanto que los barcos dejaban atrás a veces objetivos del tamaño de las Bermudas por márgenes
grandísimos. Norwood,
cuyo primer amor era la trigonometría y por tanto los ángulos, decidió
introducir un poco de rigor matemático en la navegación. Y decidió para ello
calcular la longitud de un grado. Empezó con la espalda apoyada en la torre de
Londres y dedicó dos gloriosos años a recorrer 333 kilómetros en dirección norte
hasta York.
Utilizaba para medir una medida de longitud de la época, la cadena (equivalente
a 22 yardas, unos 22 metros), que extendía repetidamente, haciendo al mismo
tiempo los ajustes más meticulosos para tener en cuenta los desniveles del
terreno y los culebreos del camino; el último paso fue medir el ángulo del Sol
en York a la misma hora del día y el mismo día del año en que lo había hecho en
su primera medición de Londres. Partiendo de esto, consideró que podría
determinar la longitud de un grado del
meridiano de la Tierra y calcular así la longitud total. Era una empresa casi
ridículamente ambiciosa -un error de la más mínima fracción de grado
significaría una desviación total de kilómetros-, pero lo cierto es que, como
él mismo proclamó orgullosamente, fue exacto hasta «el margen del calibre…» ,
para ser más exactos, 600 metros. En términos métricos, su cifra resultó ser
110,72 kilómetros por grado de arco.
En 1637, se publicó y tuvo gran difusión la obra maestra de Norwood sobre navegación,The Seaman's
Practice [Prácticas marítimas]. Se hicieron hasta 17 ediciones y aún seguía
imprimiéndose veinticinco años después de la muerte del autor. Norwood regresó con su familia a las
Bermudas, donde se convirtió en un terrateniente próspero y dedicó sus horas de
ocio a su primer amor, la trigonometría. Vivió allí treinta y ocho años, y
sería agradable informar que pasó ese periodo feliz y rodeado de halagos y de
felicidad. Pero no fue así. En la travesía desde Inglaterra, sus dos hijos
pequeños fueron
acomodados en un camarote con el reverendo Nathaniel White, y eso, no se sabe
por qué, traumatizó tanto al joven vicario que éste consagró gran parte del
resto de su carrera a perseguir a Norwood por todos los medios imaginables.
Dos hijas de Norwood
proporcionaron a su padre un dolor adicional al casarse con hombres de
condición inferior a la suya. Uno de esos maridos, incitado posiblemente por el
vicario, demandaba constantemente a Norwood
ante los tribunales, lo que exasperaba a éste sobremanera y le obligaba a hacer
repetidos viajes por la isla para defenderse. Finalmente, en la década de 1650,
llegaron a las Bermudas los juicios por brujería y Norwood pasó los últimos
años de su vida sumido en un profundo desasosiego por la posibilidad de que sus
escritos sobre trigonometría, con sus símbolos arcanos, se tomasen por
comunicaciones con el demonio y, en consecuencia, le condenasen a una muerte
terrible. Sabemos tan poco de Norwood que es posible que mereciese esos años
finalesdesdichados. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que los tuvo.
Entretanto, el impulso de calcular la circunferencia de la Tierra pasó a
Francia. Allí, el astrónomo Jean Picard ideó un método de triangulación
complejísimo, que incluía cuadrantes, relojes de péndulo, sectores de cénit y
telescopios -para observar los movimientos de las lunas de Júpiter-. Al cabo de
dos años dedicados a atravesar Francia triangulando la ruta, en 1669 proclamó
una medida más exacta de 110,46 kilómetros por grado de arco. Esto fue un gran
motivo de orgullo para los franceses, pero se partía del
supuesto de que la Tierra era una esfera perfecta…, y ahora Newton decía que no era así.
Para complicar más las cosas, tras la muerte de Picard el equipo de padre e
hijo de Giovanni y Jacques Cassini repitió los experimentos de Picard en un
área mayor y obtuvo resultados que indicaban que la Tierra era más ancha, no en
el ecuador, sino en los
polos, es decir, que Newton
estaba completamente equivocado. Eso impulsó a la Real Academia de Ciencias
Francesa a enviar a Bouguer y La Condamine a Suramérica a efectuar nuevas
mediciones. Eligieron los Andes porque necesitaban hacer mediciones cerca del ecuador,
para determinar si había realmente una diferencia de esfericidad allí, y porque
consideraron que desde las montañas habría una buena perspectiva. En realidad,
las montañas de Perú estaban tan constantemente cubiertas de niebla que el
equipo muchas veces tenía que esperar semanas para una hora de medición
clara.Además habían elegido uno de los territorios más accidentados de la
Tierra. Los peruanos califican su paisaje de «muy accidentado» y, desde luego,
lo era. Los franceses no sólo tuvieron que escalar algunas de las montañas más
tremendas del mundo - montañas que derrotaban incluso a sus mulas-, sino que,
para llegar a ellas, tuvieron que atravesar ríos peligrosos, abrirse camino por
selvas a golpe de machete y recorrer kilómetros de desierto alto y pedregoso,
casi todo sin cartografiar y lejos de cualquier fuente de suministro. Pero si
Bouguer y La Condamine tenían algo era tenacidad, así que persistieron en la
tarea durante nueve largos y penosos años y medio de sol abrasador. Poco antes
de dar fin a la empresa, les llegó la noticia de que un segundo equipo francés,
que había efectuado mediciones en la región septentrional de Escandinavia -y
afrontado también notables penalidades, desde cenagosos tremedales a peligrosos
témpanos de hielo- había descubierto que el grado era en realidad mayor cerca
de los polos, como había pronosticado Newton. La Tierra tenía 43 kilómetros más
medida ecuatorial mente que si se la medía de arriba abajo, pasando por los
polos.
Bouguer y La Condamine se habían pasado así casi diez años trabajando para
obtener un resultado, que no era el que querían, sólo para enterarse ahora de
que ni siquiera eran los primeros que lo hallaban. Terminaron sus mediciones
apáticamente, confirmando con ellas que el primer equipo francés estaba en lo
cierto. Luego, sin hablarseaún, regresaron a la costa y zarparon hacia su
patria en barcos diferentes. Otra cosa que Newton predijo también en los Principia fue
que, si se colocaba una plomada cerca de una montaña, se inclinaría muy
levemente hacia ella, afectada por su masa gravitatoria, además de por la de la
Tierra. Esto era algo más que un hecho curioso. Si medías la desviación con
exactitud y determinabas la masa de la montaña, podías calcular la constante
gravitatoria universal (es decir, el valor básico de la gravedad, conocido como G) y, con ella, la
masa de la Tierra.
Bouguer y La Condamine lo habían intentado en el monte Chimborazo de Perú, pero
habían acabado derrotados por las dificultades técnicas y por sus propias
desavenencias, así que la cuestión se mantuvo en estado letárgico otros treinta
años hasta que la reavivó en Inglaterra Neville Maskelyne, el astrónomo real.
En el libro de divulgación de Dava Sobel, Longitud, se presenta a Maskelyne
como un tontaina y una mala persona, por no apreciar la inteligencia del
relojero John Harrison, y puede que fuera así, pero estamos en deuda con él por
otras cosas que no se mencionan en ese libro y, sobre todo, por su acertado
plan para pesar la Tierra. Maskelyne se dio cuenta de que el quid del problema estaba en
dar con una montaña que tuviese una forma lo suficientemente regular para poder
determinar su masa. A instancias suyas, la Real Sociedad accedió a contratar a
una persona de confianza que recorriese las islas Británicas para ver si podía
hallarse enellas una montaña de esas características. Maskelyne conocía
precisamente a esa persona: el astrónomo y agrimensor Charles Mason. Maskelyne
y Mason se habían hecho amigos quince años antes, cuando trabajaban en un
proyecto destinado a medir un acontecimiento astronómico de gran importancia:
el paso del planeta Venus por delante del Sol. El infatigable Edmond Halley
había postulado años antes que, si se medía el tránsito desde puntos
determinados de la Tierra, se podían utilizar los principios de la
triangulación para calcular la distancia de la Tierra al Sol y para calcular
luego las distancias a todos los demás cuerpos del sistema solar.
Desgraciadamente, los tránsitos de Venus, que es como se denomina ese fenómeno, son un
acontecimiento irregular. Se producen en parejas con ocho años de separación,
pero luego no se repiten durante un siglo o más y, durante la vida de Halley,
no hubo ninguno. (El siguiente tránsito fue el 8 de junio de 2.004, y el
siguiente será en el 2012. En el siglo xx no hubo ninguno. (N. del A.) Pero la
idea fermentó y, cuando se produjo el tránsito siguiente, que fue en 1761, casi
veinte años después de la muerte de Halley, el mundo científico estaba
preparado…, mejor preparado en realidad de lo que hubiese estado nunca para un
acontecimiento astronómico.
Los científicos, con la inclinación a arrostrar penalidades características de
la época, partieron hacia más de un centenar de emplazamientos de todo el
planeta: Siberia, China,
Suramérica, Indonesia y
losbosques de Wisconsin,
entre muchos otros. Francia envió treinta y dos observadores; Inglaterra
dieciocho más; y partieron también muchos de Suecia, Rusia, Italia, Alemania,
Irlanda y otros países.
Fue la primera empresa científica internacional cooperativa de la historia, y
surgieron problemas en casi todas partes. Muchos observadores se vieron
frustrados en sus propósitos por la guerra, la enfermedad o el naufragio. Otros
llegaron a su destino, pero cuando abrieron sus cajas se encontraron con que el
equipo se había roto o estaba alabeado a causa del
calor del
trópico. Los franceses parecieron destinados una vez más a aportar los participantes
más memorablemente desafortunados. Jean Chappe pasó meses viajando por Siberia
en coche de caballos, barco y trineo, protegiendo sus delicados instrumentos de
las peligrosas sacudidas, sólo para encontrarse con el último tramo vital de la
ruta bloqueado por los desbordamientos fluviales, consecuencia de unas lluvias
de primavera excepcionalmente intensas, que los habitantes de la zona se
apresuraron a achacarle a él después de verle enfocar hacia el cielo sus
extraños instrumentos. Chappe consiguió escapar con vida, pero no pudo realizar
ninguna medición útil.
Peor suerte corrió Guillaume Le Gentil, cuyas experiencias resumió
maravillosamente Timothy Ferris en Coming of Age in the Milky Way [Viniendo de
la era de la Vía Láctea]. Le Gentil partió de Francia con un año de antelación
para observar el tránsito en la India,
pero se interpusieron ensu camino diversos obstáculos y aún seguía en el mar el
día del
tránsito… Era precisamente el peor sitio donde podía estar, ya que era
imposible efectuar mediciones precisas en un barco balanceante en movimiento.
Le Gentil, pese a todo, continuó hasta la India para esperar allí el tránsito
siguiente, el de 1769. Como
disponía de ocho años para prepararse, pudo construir una estación observatorio
de primera categoría, comprobar una y otra vez los instrumentos y tenerlo todo
a punto. La mañana del
segundo tránsito, el 4 de junio de 1769, despertó y comprobó que hacía un día
excelente. Pero justo cuando Venus iniciaba el tránsito, se deslizó delante del
Sol una nube que permaneció
allí casi las tres horas, catorce minutos y siete segundos que duró el
fenómeno.
Le Gentil empaquetó estoicamente los instrumentos y partió hacia el puerto más
cercano, pero en el camino contrajo disentería y tuvo que guardar cama casi un año.
Consiguió finalmente embarcar, débil aún. En la travesía estuvo a punto de
naufragar en la costa africana debido a un huracán. Cuando por fin llegó a
Francia, once años y medio después de su
partida, y sin haber conseguido nada, descubrió que sus parientes le habían
declarado muerto en su ausencia y se habían dedicado con gran entusiasmo a
dilapidar su fortuna.
Las decepciones que sufrieron los dieciocho observadores que envió Inglaterra
no fueron gran cosa en comparación. A Mason le emparejaron con un joven
agrimensor llamado Jeremiah Dixon
y parece que seentendieron bien, porque formaron una asociación perdurable. Sus
instrucciones eran viajar hasta Sumatra y
cartografiar allí el tránsito, pero después de una noche en el mar les atacó
una fragata francesa. (Aunque los científicos compartían un talante
internacionalista y cooperativo, no sucedía igual con las naciones.) Mason y
Dixon enviaron una nota a la Real Sociedad explicando que la situación en alta
mar era muy peligrosa y preguntando si no sería prudente renunciar a la
empresa. La respuesta fue una reprimenda escueta y fría, se les comunicó que ya
se les había pagado, que el país y la comunidad científica contaban con ellos y
que no continuar con su misión significaría la pérdida irreparable de su
reputación. Aleccionados con esto, prosiguieron la travesía. Pero les llegó en
ruta la noticia de que Sumatra había caído en
manos de los franceses, por lo que tuvieron que observar el tránsito sin llegar
a ninguna conclusión desde el cabo de Nueva Esperanza. En el viaje de vuelta
hicieron un alto en el solitario afloramiento atlántico de Santa Elena, donde
encontraron a Maskelyne, que no había podido realizar sus observaciones a causa
de las lluvias. Mason y Maskelyne establecieron una sólida amistad y pasaron
varias semanas felices, y puede que hasta medianamente útiles, cartografiando
los flujos de la marea.
Poco después Maskelyne regresó a Inglaterra, donde se convirtió en astrónomo
real; y Mason y Dixon -por entonces ya bien curtidos-zarparon para pasar cuatro
largos y con frecuenciapeligrosos años recorriendo y cartografiando 392
kilómetros de bosques americanos para resolver un pleito sobre los límites de
las fincas de William Penn y de lord Baltimore y sus respectivas colonias de
Pensilvania y Maryland. El resultado fue la famosa línea Mason-Dixon, que
adquiriría más tarde una importancia simbólica como línea divisoria entre los estados
esclavistas y los estados libres. (Aunque la línea fue su principal tarea,
también aportaron varias mediciones astronómicas, incluyendo una de las más
precisas del siglo de un grado del meridiano, un éxito que les proporcionó
muchos más aplausos en Inglaterra que resolver una disputa de límites entre
aristócratas malcriados.)
De nuevo en Europa, Maskelyne y sus colegas de Alemania y Francia no tuvieron
más remedio que llegar a la conclusión de que las mediciones del tránsito de 1761 habían sido en realidad
un fracaso. Uno de los problemas radicaba, irónicamente, en que había
demasiadas observaciones que cuando se comparaban solían resultar
contradictorias e irreconciliables. El éxito en la cartografía de un tránsito
venusiano correspondió, sin embargo, a un capitán de barco de Yorkshire poco
conocido, llamado James Cook, que observó el tránsito de 1769 desde la cumbre de
un cerro soleado de Tahití y se fue luego a cartografiar y reclamar Australia
para la corona británica. Cuando él regresó a Inglaterra, se dispuso de
información suficiente para que el astrónomo francés Joseph Lalande calculase
que la distancia media entre el Sol y laTierra era de poco más de 150 millones
de kilómetros. (Dos tránsitos posteriores del siglo XIX permitieron a los astrónomos
situar la cifra en 149,59 millones de kilómetros, que es donde se ha mantenido
desde entonces. Hoy sabemos que la distancia exacta es 149.597.870.691 millones
de kilómetros.) La Tierra tenía por fin una posición en el espacio.
En cuanto a Mason y Dixon, regresaron a Inglaterra convertidos en héroes de la
ciencia y dejaron de colaborar por razones que desconocemos. Considerando la
frecuencia con que aparecen en acontecimientos fundamentales de la ciencia del siglo XVIII, se sabe
poquísimo de ellos. No existen retratos suyos y hay pocas referencias escritas.
En el Dictionary of National Biography [Diccionario de biografías nacionales]
hay un comentario intrigante sobre Dixon, en el que se decía que «había nacido
en una mina de carbón», pero luego se da libertad a la imaginación del lector
para que aporte unas circunstancias explicativas plausibles y se añade que
murió en Durham en 1777. Lo único que se sabe de él es el nombre y su larga
relación con Mason.
Mason es sólo un poco menos misterioso. Sabemos que en 1772, a instancias de
Maskelyne, aceptó el encargo de buscar una montaña adecuada para el experimento
de la deflexión gravitatoria, y que regresó finalmente a informar de que la
montaña que necesitaban estaba en las Highlands de Escocia central, encima
justo del lago Tay, y que se llamaba Schiehallion. No hubo manera, sin embargo,
de que quisiese pasarse unverano topografiándola. No hay noticia de más
trabajos suyos. Lo único que se sabe de él es que, en 1786, apareció brusca y
misteriosamente en Filadelfia con su esposa y ocho hijos y que estaba al
parecer al borde de la miseria. No había vuelto a América desde las mediciones
de dieciocho años atrás y no tenía ninguna razón que sepamos para estar allí,
ni amigos ni patronos que le recibiesen. Murió unas semanas después.
Al negarse Mason a medir la montaña, la tarea recayó en Maskelyne. Así que,
durante cuatro meses del
verano de 1884, éste vivió en una tienda de campaña en una remota cañada
escocesa, donde se pasaba el día dirigiendo un equipo de agrimensores que
efectuó cientos de mediciones desde todas las posiciones posibles. Hallar la
masa de la montaña a partir de todas esas cifras exigía una enorme cuantía de
tediosos cálculos, que se encomendaron a un matemático llamado Charles Hutton.
Los agrimensores habían cubierto un mapa con montones de cifras, cada una de
las cuales indicaba una elevación en algún punto situado en la montaña o
alrededor de ella. No era en realidad más que una masa confusa de números, pero
Hutton se dio cuenta de que, si utilizaba un lápiz para unir los puntos de la
misma altura, aquella confusión quedaba mucho más ordenada. De hecho, podía hacerse
cargo inmediatamente de la forma global y el desnivel de la montaña. Había
inventado las curvas de nivel.
Hutton, extrapolando a partir de sus mediciones de Schiehallion, calculó que la
masa de la Tierra era de5.000 millones de millones de toneladas, de lo que
podían deducirse razonablemente las masas del resto de los grandes cuerpos del
sistema solar, incluido el Sol. Así que, a partir de ese experimento, pudimos
conocer las masas de la Tierra, el Sol, la Luna, los otros planetas y sus
lunas, así como conseguimos de propina las curvas de nivel… No está nada mal
para un trabajo de verano. Pero no todo el mundo estaba satisfecho con los
resultados. El experimento de Schiehallion tenía un inconveniente, que no se
podía obtener una cifra realmente exacta sin conocer la densidad concreta de la
montaña. Hutton había considerado por razones de conveniencia que la montaña
tenía la misma densidad que la piedra ordinaria, unas 2,5 veces la del agua, pero eso era
poco más que una conjetura razonable. Hubo entonces un personaje un tanto
inverosímil que centró su atención en el asunto. Se trataba de un párroco rural
llamado John Michell, que residía en la solitaria aldea de Thornhill (Yorkshi
re). A pesar de su situación de aislamiento y relativamente humilde, Michell
fue uno de los grandes pensadores científicos del siglo XVIII y muy estimado por ello.
Dedujo, entre muchísimas cosas más, la naturaleza ondular de los terremotos,
efectuó muchas investigaciones originales sobre el magnetismo y la gravedad e
hizo algo absolutamente excepcional, que fue prever la posibilidad de que
existiesen los agujeros negros dos siglos antes que ningún otro, un salto
adelante que ni siquiera Newton fue capaz de dar.Cuando el músico de origen
alemán William Herschel decidió que lo que realmente le interesaba en la vida
era la astronomía, recurrió a Michel para que le instruyese en la construcción
de telescopios, una amabilidad por la que la ciencia planetaria está en deuda
con él desde entonces. (Herschel se convirtió en 1871 en la primera persona de
la era moderna que descubrió un planeta. Quiso llamarle Jorge, por el rey de
Inglaterra, pero se rechazó la propuesta y acabó llamándose Urano. (N. del A.).
De todo lo que consiguió Michel, nada más ingenioso o que tuviese mayor influjo
que una máquina que diseñó y construyó para medir la masa de la Tierra.
Lamentablemente, murió antes de poder realizar los experimentos, y tanto la
idea como el
equipo necesario se pusieron en manos de un científico de Londres inteligente
pero desmesuradamente retraído llamado Henry Cavendish. Cavendish era un libro
entero él solo. Nació en un ambiente suntuoso (sus abuelos eran duques, de
Devonshire y de Kent,
respectivamente); fue el científico inglés más dotado de su época, pero también
el más extraño. Padecía, en palabras de uno de sus escasos biógrafos, de
timidez hasta un «grado que bordeaba lo enfermizo». Los contactos humanos le
causaban un profundo desasosiego.
En cierta ocasión abrió la puerta y se encontró con un admirador austriaco
recién llegado de Viena. El austriaco, emocionado, empezó a balbucir alabanzas.
Cavendish recibió durante unos instantes los cumplidos como si fuesen golpes
que le asestasen con unobjeto contundente y, luego, incapaz de soportarlo más,
corrió y cruzó la verja de entrada dejando la puerta de la casa abierta.
Tardaron varias horas en convencerle de que regresarse a su hogar. Hasta su ama
de llaves se comunicaba con él por escrito.
Aunque se aventuraba a veces a aparecer en sociedad -era especialmente devoto
de las soirés científicas semanales del gran naturalista sir Joseph Banks- ,
los demás invitados tenían siempre claro que no había que acercarse a él ni
mirarle siquiera. Se aconsejaba a quienes deseaban conocer sus puntos de vista
que paseasen a su lado como por casualidad y que
«hablasen como
si se dirigieran al vacío». Si los comentarios eran científicamente dignos,
podían recibir una respuesta en un susurro. Pero lo más probable era que sólo
oyesen un molesto chillido - parece ser que tenía la voz muy aguda- y se encontrasen
al volverse con un vacío real y viesen a Cavendish huyendo hacia un rincón más
tranquilo.
Su riqueza y su amor a la vida solitaria le permitieron convertir su casa de
Clapham en un gran laboratorio, donde podía recorrer sin que nadie le molestase
todos los apartados de las ciencias físicas: la electricidad, el calor, la
gravedad, los
gases…, cualquier cosa que se relacionase con la composición de la materia. La
segunda mitad del
siglo XVIII fue un periodo en el que las personas de inclinación científica se
interesaron profundamente por las propiedades físicas de cosas fundamentales
(en especial los gases y la electricidad) yempezaron a darse cuenta de lo que
podían hacer con ellas, a menudo con más entusiasmo que sentido. Es bien sabido
que, en Estados Unidos, Benjamin Franklin arriesgó su vida lanzando una cometa
en medio de una tormenta eléctrica. En Francia, un químico llamado Pilatre de
Rozier comprobó la inflamabilidad del
hidrógeno reteniendo en la boca cierta cantidad de éste y soplando sobre una
llama; demostró así que el hidrógeno es, en realidad, explosivamente
combustible y que las cejas no son forzosamente una característica permanente
de la cara de los seres humanos. Cavendish, por su parte, realizó experimentos
en los que se sometió a descargas graduadas de corriente eléctrica, anotando
con diligencia los niveles crecientes de sufrimiento hasta que ni podía
sostener la pluma ni a veces conservar la conciencia.
En el curso de su larga vida, Cavendish hizo una serie de descubrimientos señalados
(fue, entre otras muchas cosas, la primera persona que aisló el hidrógeno y la
primera que unió el hidrógeno y el oxígeno para formar agua), pero casi nada de
lo que hizo estuvo verdaderamente al margen de la excentricidad. Para continua desesperación de sus colegas, aludió a
menudo en sus publicaciones a los resultados de experimentos de los que no le
había hablado a nadie. En este secretismo no sólo se parecía a Newton, sino que le superaba con creces. Sus
experimentos sobre la conductividad eléctrica se adelantaron un siglo a su
tiempo, pero lamentablemente permanecieron ignorados hasta un siglo después.
Dehecho, la mayor parte de lo que hizo no se conoció hasta que el físico de Cambridge, James Clerk Maxwell, asumió la tarea de editar
los escritos de Cavendish a finales del
siglo XIX, época en que sus descubrimientos se habían atribuido ya casi todos a
otros.
Cavendish, entre otras muchas cosas y sin decírselo a nadie, previó la ley de
conservación de la energía, la ley de Ohm, la ley de presiones parciales de
Dalton, la ley de proporciones recíprocas de Ritchster, la ley de los gases de
Charles y los principios de la conductividad eléctrica. Esto es sólo una parte.
Según el historiador de la ciencia J. G. Crowther, previó también «los trabajos
de Kelvin y G. H. Darwin sobre los efectos de la fricción de las mareas en la
aminoración del movimiento rotatorio de la Tierra y el descubrimiento de
Larmor, publicado en 1915, sobre el efecto del enfriamiento atmosférico local.
También el trabajo de Pickering sobre mezclas
congelantes y parte del
trabajo de Rooseboom sobre equilibrios heterogéneos». Por último, dejó claves
que condujeron directamente al descubrimiento del
grupo de elementos conocidos como
gases nobles, algunos de los cuales son tan esquivos que el último no se halló
hasta 1962. Pero lo que nos interesa aquí es el último experimento conocido de
Cavendish cuando, a finales del verano de 1747, a los sesenta y siete años,
fijó su atención en las cajas de instrumental que le había dejado -evidentemente
por simple respeto científico- John Michell.
Una vez montado, el aparato deMichell parecía más que nada una máquina de hacer
ejercicio del Nautilus en versión siglo XVIII. Incluía pesas, contrapesos,
péndulos, ejes y cables de torsión. En el centro mismo de la máquina había dos
bolas de plomo que pesaban 140 kilogramos y que estaban suspendidas al lado de
dos esferas más pequeñas. El propósito era medir la deflexión gravitatoria de
las esferas pequeñas respecto a las grandes, lo que permitiría la primera
medición de aquella esquiva fuerza conocida como la constante gravitatoria y de la que
podía deducirse el peso (estrictamente hablando, la masa) (masa y peso son dos
cosas completamente distintas en física. Tu masa permanece invariable vayas
adonde vayas, pero el peso varía según lo lejos que estés del
centro de algún otro objeto masivo, como
por ejemplo un planeta. Si viajas a la Luna, pesarás mucho menos pero tendrás
la misma masa. En la Tierra, y a todos los efectos prácticos, masa y peso son
iguales, y por eso los términos pueden considerarse sinónimos, al menos fuera
de las aulas. (N. del A.) de la Tierra.
Como la gravedad mantiene en órbita los planetas y hace caer los objetos a
tierra con un plof, solemos pensar que se trata de una fuerza poderosa, pero en
realidad es sólo poderosa en una especie de sentido colectivo, cuando un objeto
de gran tamaño como el Sol atrae a otro objeto de gran tamaño como la Tierra. A
un nivel elemental, la gravedad es extraordinariamente débil. Cada vez que
levantas un libro de la mesa o una moneda del suelo superas
fácilmentela fuerza gravitatoria que ejerce todo un planeta. Lo que intentaba
hacer Cavendish era medir la gravedad a ese nivel extraordinariamente leve.
La clave era la delicadeza. En la habitación en la que estaba el aparato no se
podía permitir ni un susurro perturbador. Así que Cavendish se situaba en una
habitación contigua y efectuaba sus observaciones con el telescopio empotrado
en el ojo de la cerradura. Fue una tarea agotadora, tuvo que hacer 17 mediciones
interrelacionadas y tardó casi un año en hacerlas. Cuando terminó sus cálculos,
proclamó que la Tierra pesaba un poco más de 13.000.000.000. 000.000.000.000
libras, ó 6.000 trillones de toneladas métricas, por utilizar la medición
moderna. (Una tonelada métrica equivale a 1.000 kilogramos o 2205 libras.)
Los científicos disponen hoy de máquinas tan precisas, que pueden determinar el
peso de una sola bacteria, y tan sensibles que alguien que bostece a más de
veinte metros de distancia puede perturbar las lecturas. Pero no han podido
mejorar significativamente las mediciones que hizo Cavendish en 1797. El mejor
cálculo actual del peso de la Tierra es de 5.972,5 billones de toneladas, una
diferencia de sólo un 1% aproximadamente respecto a la cifra de Cavendish.
Curiosamente, todo esto no hace másque confirmar los cálculos que había hecho Newton 110 años antes que
Cavendish sin ningún dato experimental.
Lo cierto es que, a finales del
siglo los científicosconocían con mucha precisión la forma y las dimensiones de
la Tierra y sudistancia del Sol y de los planetas. Y ahora Cavendish, sin salir
siquiera de su casa, les había proporcionado el peso. Así que se podría pensar
que determinar la edad de la Tierra sería relativamente fácil. Después de todo,
tenían literalmente a sus pies todos los elementos necesarios. Pero no: los
seres humanos escindirían el átomo e inventarían la televisión, el nailon y el
café instantáneo antes de conseguir calcular la edad de su propio planeta.
Para entender por qué, debemos viajar al norte de Escocia y empezar con un
hombre inteligente y genial, del
que pocos han oído hablar, que acababa de inventar una ciencia nueva llamada
geología.