Por mucho quete esfuerces, nunca serás capaz de hacerte cargo de qué pequeño,
qué espacialmente insignificante es un protón: sencillamente demasiado pequeño.
Un protón es una parte infinitesimal de un átomo, que es en sí mismo, por
supuesto, una cosa insustancial. Los protones son tan pequeños que una pizquita
de tinta, como el punto de esta «i», puede
contener unos 500.000 millones de ellos, o bastante más del número de segundos necesarios para
completar medio millón de años. Así que los protones son extraordinariamente
microscópicos, por decir algo.
Ahora, imagínate, si puedes -y no puedes, claro-, que aprietas uno de esos
protones hasta reducirlo a una milmillonésima parte de su tamaño normal en un
espacio tan pequeño que un protón pareciese enorme a su lado. Introduce
después, en ese minúsculo espacio, una onza de materia. Muy bien. Ya estás en
condiciones de poner un universo en marcha.
Estoy dando por supuesto, obviamente, que lo que quieres construir es un
universo inflacionario. Si en vez de eso prefirieses construir un universo
clásico más anticuado, tipo Gran Explosión, necesitarías materiales
suplementarios. Necesitarías, en realidad, agrupar todo lo que hay (hasta la
última mota y partícula de materia desde aquí hasta el límite de la creación) y
apretarlo hasta reducirlo a un punto tan infinitesimalmente compacto que no
tuviese absolutamente ninguna dimensión. A eso es a lo que se llama una
singularidad.
En cualquier caso, prepárate para una explosión grande de verdad.
Querrásretirarte a un lugar seguro para observar el espectáculo, como es natural. Por
desgracia, no hay ningún lugar al que retirarse, porque no hay ningún lugar
fuera de la singularidad. Cuando el universo empiece a expandirse, no lo hará
para llenar un vacío mayor que él. El único espacio que existe es el que va
creando al expandirse.
Es natural, pero erróneo, visualizar la singularidad como una especie de punto preñado que cuelga
en un vacío ilimitado y oscuro. Pero no hay ningún espacio, no hay ninguna
oscuridad. La singularidad no tiene nada a su alrededor, no hay espacio que
pueda ocupar ni lugar. Ni siquiera cabe preguntar cuánto tiempo ha estado allí,
si acaba de brotar a la existencia, como
una buena idea, o si ha estado allí siempre, esperando tranquilamente el
momento adecuado. El tiempo no existe. No hay ningún pasado del que surja.
Y así, partiendo de la nada, se inicia nuestro universo.
En una sola palpitación cegadora, un momento de gloria demasiado rápido y
expansivo para que pueda expresarse con palabras, la singularidad adquiere
dimensiones celestiales, un espacio inconcebible. El primer animado segundo -un
segundo al que muchos cosmólogos consagrarán carreras en que irán cortándolo en
obleas cada vez más finas- produce la gravedad y las demás fuerzas que
gobiernan la física. En menos de un minuto, el universo tiene un millón de
miles de millones de kilómetros de anchura y sigue creciendo rápido. Hace ya
mucho calor, 10.000 millones de grados, suficiente para que seinicien las
reacciones nucleares que crean los elementos más ligeros, hidrógeno y helio
principalmente, con un poquito de litio (un átomo de cada 200 millones). En
tres minutos se ha producido el 98% de toda la materia que hay o que llegará a
haber. Tenemos un universo. Es un lugar con las más asombrosas y gratificantes
posibilidades, un lugar bello,
además. Y se ha hecho todo en lo que se tarda en hacer un bocadillo.
Cuándo sucedió ese momento es motivo de cierto debate. Los cosmólogos llevan
mucho tiempo discutiendo sobre si el momento de la creación fue hace 10.000
millones de años o el doble de esa cifra u otra cifra intermedia. La opinión
más extendida parece apuntar hacia la cifra de unos 13.700 millones de años,3
pero estas cosas son notoriamente difíciles de medir, como veremos más
adelante. Lo único que puede decirse, en realidad, es que en cierto punto indeterminado
del pasado
muy lejano, por razones desconocidas, se produjo el momento que la ciencia
denomina t=0. Estábamos de camino.
Hay, por supuesto, muchísimo que no sabemos. Y mucho de lo que creemos saber no
lo hemos sabido, o creemos que no lo hemos sabido, durante mucho tiempo. Hasta
la idea de la Gran Explosión es una idea muy reciente. Lleva rodando por ahí
desde que, en la década de los veinte, Georges Lemaitre, sacerdote e
investigador belga, la propuso por primera vez de forma vacilante, pero no se
convirtió en una noción activa en cosmología hasta mediados de los sesenta, en
que dos jóvenes radio-astrónomos hicieronun descubrimiento excepcional e
involuntario.
Se llamaban Amo Penzias y Robert Wilson. En 1965, estaban intentando utilizar
una gran antena de comunicaciones propiedad de Laboratorios Bell de Holmdel
(Nueva Jersey), pero había un ruido de fondo persistente que no les dejaba en
paz, un silbido constante y agobiante que hacía imposible el trabajo
experimental. El ruido era continuo y difuso. Llegaba de todos los puntos del cielo, día y noche,
en todas las estaciones. Los jóvenes astrónomos hicieron durante un año todo lo
que se les ocurrió para localizar el origen del ruido y eliminarlo. Revisaron todo el
sistema eléctrico. Desmontaron y volvieron a montar los instrumentos,
comprobaron circuitos, menearon cables, limpiaron enchufes… Se subieron a la
antena parabólica y pusieron cinta aislante en todas las juntas y en todos los
remaches. Volvieron a subirse a la antena con escobillas y útiles de limpieza y
la repasaron cuidadosamente para limpiarlas de lo que, en un artículo
posterior, denominaron «material dieléctrico blanco», que es lo que más
vulgarmente se conoce como mierda de pájaro. Todo fue en vano.
Aunque ellos no lo sabían, a sólo 50 kilómetros de distancia, en la Universidad
de Princeton, había un equipo de científicos dirigidos por Robert Dicke que
estaba intentando encontrar precisamente aquello de lo que ellos se afanaban
tanto por librarse. Los investigadores de Princeton
estaban trabajando en una idea propuesta por primera vez en los años cuarenta
por el astrofísico deorigen ruso George Gamow: si mirabas a suficiente
profundidad en el espacio, encontrarías restos de la radiación cósmica de fondo
dejada por la Gran Explosión. Gamow calculaba que la radiación, después de
haber recorrido la inmensidad del
cosmos, llegaría a la Tierra en forma de microondas. En un artículo más
reciente, había sugerido incluso un instrumento que podría realizar la tarea:
la antena de Bell de Holmdel. Por desgracia, ni Penzias ni Wilson
ni ninguno de los miembros del equipo de Princeton había leído el artículo de Gamow.
El ruido que Penzias y Wilson estaban oyendo era, por supuesto, el ruido que
había postulado Gamow. Habían encontrado el borde del universo, o al menos la parte visible de
él, a unos 8.640 trillones de kilómetros de distancia. Estaban «viendo» los
primeros fotones (la luz más antigua del
universo), aunque el tiempo y la distancia los habían convertido en microondas,
tal como había
predicho Gamow. Alan Guth, en su libro El universo inflacionario, aporta una
analogía que ayuda a situar en perspectiva este descubrimiento. Imagínate que
atisbar las profundidades del universo fuese algo parecido a ponerte a mirar
hacia abajo desde la planta 100 del Empire State (representando la planta 100
el momento actual y, el nivel de la calle, el instante de la Gran Explosión),
cuando Wilson y Penzias realizan su descubrimiento, las galaxias más lejanas
que habían llegado a detectarse se hallaban aproximadamente en la planta 60 y
los objetos más lejanos (quásares) estabanaproximadamente en la planta 20. El
hallazgo de Penzias y Wilson situaba nuestro conocimiento del
universo visible a poco más de un centímetro del
suelo del
vestíbulo.
Wilson y Penzias, que aún seguían sin saber cuál era la causa de aquel ruido,
telefonearon a Dicke a Princeton y le explicaron su problema con la esperanza
de que pudiese darles alguna solución. Dicke se dio cuenta inmediatamente de
qué era lo que habían encontrado los dos jóvenes. «Bueno, muchachos, se nos
acaban de adelantar», explicó a sus colegas cuando colgó el teléfono. Poco
después, la revista Astrophysical Journal publicó dos artículos: uno de Penzias
y Wilson, en el que describían su experiencia con el silbido, el otro del equipo de Dicke, explicando la naturaleza del mismo. Aunque
Penzias y Wilson no buscaban la radiación cósmica de fondo, no sabían lo que
era cuando la encontraron y no habían descrito ni interpretado su naturaleza en
ningún artículo, recibieron el Premio Nobel de Física en 1978. Los
investigadores de Princeton sólo consiguieron
simpatías. Según Dennis Overbye en Corazones solitarios en el cosmos, ni
Penzias ni Wilson
entendieron nada de lo que significaba su descubrimiento hasta que leyeron
sobre el asunto en el New York Times.
Por otra parte, la perturbación causada por la radiación cósmica de fondo es
algo que todos hemos experimentado alguna vez. Si conectas la televisión a
cualquier canal que tu aparato no capte, aproximadamente un 2 % de los ruidos
estáticos danzantes que veas seexplican por ese viejo residuo de la Gran
Explosión. La próxima vez que te quejes de que no hay nada que ver, recuerda
que siempre puedes echar un vistazo al nacimiento del universo.
Aunque todo el mundo la llama la Gran Explosión, muchos libros nos previenen de
que no debemos concebirla como
una explosión en el sentido convencional. Fue, más bien, una expansión vasta y
súbita, a una escala descomunal. sQué la provocó?
Hay quien piensa que quizá la singularidad fuese la reliquia de un universo
anterior que se había colapsado, que el nuestro es sólo uno de los universos de
un eterno ciclo de expansión y colapso, algo parecido a la bolsa de una máquina
de oxígeno. Otros atribuyen la Gran Explosión a lo que denominan «falso vacío»,
«campo escalar» o «energía de vacío», cierta cualidad o cosa, en realidad, que
introdujo una medida de inestabilidad en la nada que existía. Parece imposible
que se pueda sacar algo de la nada, pero el hecho de que una vez no había nada
y ahora hay un universo constituye una prueba evidente de que se puede. Es
posible que nuestro universo sea simplemente parte de muchos universos mayores,
algunos de diferentes dimensiones, y que estén produciéndose continuamente y en
todos los lugares grandes explosiones. También es posible que el espacio y el
tiempo tuviesen otras formas completamente distintas antes de la Gran Explosión
-formas demasiado extrañas para que podamos concebirlas- y que la Gran
Explosión represente una especie de fase de transición, en que el universopasó
de una forma que no podemos entender a una forma que casi comprendemos. «Estas
cuestiones están muy próximas a las cuestiones religiosas», dijo, al New York
Times, el doctor Andrei Linde, un cosmólogo de Stanford.
La teoría de la Gran Explosión no trata de la explosión propiamente dicha, sino
de lo que sucedió después de la explosión. No mucho después, por supuesto.
Aplicando en gran medida las matemáticas y observando detenidamente lo que
sucede en los aceleradores de partículas, los científicos creen que pueden
retroceder hasta 10-43 segundos después del momento de la creación, cuando el
universo era aún tan pequeño que habría hecho falta un microscopio para
localizarlo. No hay por qué desmayarse tras cada número extraordinario que
aparece ante nosotros, pero quizá merezca la pena detenerse en alguno de ellos
cada tanto, sólo para hacerse cargo de su amplitud asombrosa e inabarcable.
Así, 10-43 es 0,0000000000000000000000000000000000000000001 o una
diezmillonésima de millardos de millardos de segundos.' (Unas palabras
sobre la notación científica. Como resulta engorroso escribir cifras muy
grandes y es casi imposible leerlas, los científicos emplean una taquigrafía
que se vale de potencias (o múltiplos) de 10, en la que, por ejemplo,
10.000.000.000 se escribe 1 x 1010 y 6.500.000 se convierte en 6,5 x 106. El
principio se basa simplemente en múltiplos de 10. 10 x 10 (o 100 se convierte
en 1x 102, 10 x 10 x 10 (o 1.000) es 103 y así sucesivamente, de un modo obvio
e indefinido. Elpequeño exponente indica el número de ceros que siguen al
número principal. Las notaciones negativas aportan básicamente una imagen
especular, en la que el exponente indica el número de espacios a la derecha de
la coma de los decimales (así, 10-4 significa 0,0001). Aunque aplaudo el
principio, sigue asombrándome que alguien que lea «1,4 x 109 km3» se dé cuenta
inmediatamente de que eso significa 1.400 millones de kilómetros cúbicos, y
resulta no menos asombroso que se inclinasen por lo primero en vez de por lo segundo
en letra impresa (especialmente en un libro destinado al lector medio, que fue
donde se encontró el ejemplo). Considerando que muchos lectores saben tan pocas
matemáticas como
yo, haré un uso frugal de las notaciones, aunque algunas veces son inevitables,
sobre todo en un capítulo que aborda las cosas a una escala cósmica. (N. del
A.)).
Casi todo lo que sabemos o creemos saber sobre los primeros instantes del
universo se lo debemos a una idea llamada teoría de la inflación, que propuso
por primera vez un joven físico de partículas llamado Alan Guth, quien estaba
por entonces (1979) en Stanford y ahora está en el MIT (Instituto Tecnológico
de Massachusetts). Tenía treinta y dos años y, según confiesa él mismo, nunca
había hecho gran cosa antes. Probablemente no se le habría ocurrido jamás su
gran teoría si no hubiese asistido a una conferencia sobre la Gran Explosión
que pronunció nada menos que Robert Dicke. La conferencia impulsó a Guth a
interesarse por la cosmología y,en particular, por el nacimiento del universo.
De ello resultó la teoría de la inflación, que sostiene que el universo
experimentó una expansión súbita y espectacular una fracción de instante
después del alba de la creación. Se hinchó, huyó en realidad consigo mismo,
duplicando su tamaño cada 10-34 segundos. El episodio completo tal vez no
durase más de 10-30 segundos, es decir, una millonésima de millones de millones
de millones de millones de millones de segundo, pero modificó el universo,
haciéndolo pasar de algo que podías tener en la mano a algo como mínimo
0.000.000.000.000.000.000.000.0001 veces mayor.
La teoría de la inflación explica las ondas y los remolinos que hacen posible
nuestro universo. Sin ello, no habría aglutinaciones de materia y, por tanto,
no existirían las estrellas, sólo gas a la deriva y oscuridad eterna.
Según la teoría de Guth, tras una diezmillonésima de billonésima de billonésima
de segundo, surgió la gravedad. Tras otro intervalo ridículamente breve se le
unieron el electromagnetismo y las fuerzas nucleares fuerte y débil, es decir,
la materia de la física. Un instante después se les unieron montones de
partículas elementales, es decir, la materia de la materia. De no haber nada en
absoluto, se pasó a haber de pronto enjambres de fotones, protones, electrones,
neutrones y mucho más…, entre 1079 y 1089 de cada, de acuerdo con la teoría
clásica de la Gran Explosión. Tales cantidades son, por supuesto,
inaprensibles. Basta con saber que, en un soloinstante retumbante, pasamos a
estar dotados de un universo que era enorme (un mínimo de 100.000 millones de
años luz de amplitud, según la teoría, pero posiblemente cualquier tamaño a
partir de ahí hasta el infinito) y estaba en perfectas condiciones para la
creación de estrellas, galaxias y otros sistemas complejos.'
Lo extraordinario, desde nuestro punto de vista, es lo bien que resultó la cosa
para nosotros. Si el universo se hubiese formado de un modo sólo un poquito
diferente (si la gravedad fuese una fracción más fuerte o más débil, si la
expansión hubiese sido sólo un poco más lenta o más rápida), nunca podría haber
habido elementos estables para hacernos a ti, a mí y el suelo en que nos
apoyamos. Si la gravedad hubiese sido una pizca más fuerte, el propio universo
podría haber colapsado como
una tienda de campaña mal montada al no tener con exactitud los valores
adecuados para proporcionar las dimensiones, la densidad y los elementos
necesarios. Y si hubiese sido más débil, no habría llegado a fusionarse en
absoluto. El universo se habría mantenido eternamente vacío, inerte,
desparramado.
Éste es uno de los motivos de que algunos especialistas crean que puede haber
habido muchas otras grandes explosiones, tal vez trillones y trillones de
ellas, esparcidas a lo largo y ancho de la imponente extensión de la eternidad,
y que la razón de que existamos en esta concreta es que es una en la que
podíamos existir. Como dijo en cierta ocasión
Edward P. Tryon, de la Universidad deColumbia: «Como respuesta a la pregunta de por qué
sucedió, ofrezco la humilde propuesta de que nuestro universo es simplemente
una de esas cosas que pasan de cuando en cuando». A lo que añadió Guth: «Aunque
la creación de un universo pudiese ser muy improbable, Tryon resaltó que nadie
había contado los intentos fallidos».
Martin Rees, astrónomo real inglés, cree que hay muchos universos, quizás un
número infinito, cada uno con atributos distintos, en combinaciones distintas,
y que nosotros simplemente vivimos en uno que combina las cosas de manera tal
que nos permite existir en él. Establece una analogía con una tienda de ropa
muy grande: «Si hay grandes existencias de ropa, no te sorprende encontrar un
traje que te valga. Si hay muchos universos, regidos cada uno de ellos por un
conjunto de números distintos, habrá uno en el que exista un conjunto
determinado de números apropiados para la vida. Nosotros estamos en ése».
Rees sostiene que hay seis números en concreto que rigen nuestro universo y
que, si cualquiera de esos valores se modificase, incluso muy levemente, las
cosas no podrían ser como
son. Por ejemplo, para que el universo exista como existe, hace falta que el hidrógeno se
convierta en helio de un modo preciso pero majestuoso en comparación
(específicamente, convirtiendo siete milésimas de su masa en energía). Con un
descenso muy leve de ese valor (de 0,007% a 0,006%, por ejemplo) no se
producirá ninguna transformación. El universo consistiría en hidrógeno y nada
más. Si seeleva el valor muy ligeramente (hasta un 0,008), los enlaces serían
tan desmedidamente prolíficos que haría ya mucho tiempo que se habría agotado
el hidrógeno. En cualquiera de los dos casos, bastaría dar un pellizco
insignificante a los números del universo tal como lo conocemos y
necesitamos y el universo no existiría.
Debería decir que todo es exactamente como
debe ser hasta ahora. A la larga, la gravedad puede llegar a ser un poquito
demasiado fuerte; un día se puede detener la expansión del universo y éste puede colapsar sobre sí
mismo, hasta reducirse a otra singularidad, posiblemente para iniciar de nuevo
todo el proceso. Por otra parte, puede ser demasiado débil, en cuyo caso el
universo seguirá alejándose eternamente, hasta que todo esté tan separado que
no haya ninguna posibilidad de interacciones materiales, de forma que el
universo se convierta en un lugar muy espacioso pero inerte y muerto. La
tercera opción es que la gravedad se mantenga en su punto justo («densidad
crítica» es el término que emplean los cosmólogos) y que mantenga unido el
universo exactamente con las dimensiones adecuadas para permitir que todo siga
así indefinidamente. Algunos cosmólogos llaman a este fenómeno el «efecto
Ricitos de Oro», que significa que todo es exactamente como
debe ser. (Diré, para que conste, que estos tres universos posibles se
denominan, respectivamente, cerrado, abierto y plano.) Ahora bien, lo que se nos ha ocurrido
a todos en algún momento es lo siguiente: squé pasaría siviajases hasta el
borde del universo y asomases la cabeza, como si dijéramos, por
entre las cortinas?, sdónde estarías si no estabas ya en el universo? Y squé
verías más allá? La respuesta es decepcionante: nunca podremos llegar hasta el
borde del
universo. La razón no es que te llevaría demasiado tiempo alcanzarlo -aunque
por supuesto así sería- sino que, aunque viajases y viajases hacia fuera en línea
recta, indefinida y obstinadamente, nunca verías una frontera exterior. En vez
de eso, volverías adonde empezaste -momento en que es de suponer que perderías
el ánimo y renunciarías a seguir-. El motivo de esto es que, de acuerdo con la
teoría de la relatividad de Einstein, a la que llegaremos a su debido tiempo,
el universo se alabea de una forma que no somos capaces de concebir
apropiadamente. Basta que sepamos, por el momento, que no vamos a la deriva en
una burbuja grande y en perpetua expansión. El espacio se curva, en realidad,
de un modo que le permite no tener límites pero ser al mismo tiempo finito. Ni
siquiera podemos decir propiamente que se esté expandiendo, porque, como nos indica el físico
y premio Nobel Steven Wenberg, «los sistemas solares y las galaxias no se están
expandiendo, y el espacio no se está expandiendo». Lo que sucede es más bien
que las galaxias se apartan unas de otras. Todo eso es una especie de desafío a
la intuición. O como
dijo el biólogo J. B. S. Haldane en un comentario famoso: «El universo no sólo
es más raro de lo que suponemos. Es más raro de lo que podemossuponer».
La analogía a la que se suele recurrir para explicar la curvatura del espacio es intentar
imaginar que a alguien de un universo de superficies planas, que nunca hubiese
visto una esfera, le trajesen a la Tierra. Por muy lejos que llegase a
desplazarse por la superficie del
planeta, jamás encontraría el borde. Podría acabar volviendo al punto del que hubiese partido
y, por supuesto, no sabría explicarse cómo había sucedido tal cosa. Pues bien,
nosotros en el espacio nos hallamos en la misma situación que nuestro
desconcertado habitante de Planilandia, sólo que lo que nos despista es una
dimensión superior.
Así como no hay ningún lugar en el que se pueda
encontrar el borde del
universo, tampoco hay ninguno en cuyo centro podamos plantarnos y decir: «Aquí
es donde empezó todo. Éste es el punto más central de todos». Estamos todos en el centro de todo. La
verdad es que no lo sabemos con certeza; no podemos demostrarlo
matemáticamente. Los científicos se limitan a suponer que no podemos ser en
realidad el centro del
universo -piensa lo que eso entrañaría-, sino que el fenómeno debe de ser el
mismo para todos los observadores de todos los lugares. Sin embargo, lo cierto
es que no lo sabemos.
Para nosotros, el universo sólo llega hasta
donde ha viajado la luz en los miles de millones de años transcurridos desde
que se formó. Este universo visible (el universo que conocemos y del que podemos hablar)
tiene 1.600.000.000.000.000.0000.000.000 de kilómetros de amplitud. Pero,
deacuerdo con la mayor parte de las teorías, el universo en su conjunto (el
metauniverso, como
se le llama a veces) es enormemente más amplio. Según Rees, el número de años
luz que hay hasta el borde de ese universo mayor y no visto se escribiría no
«con 10 ceros, ni siquiera con un centenar, sino con millones». En suma, hay
más espacio del
que se puede imaginar sin necesidad de plantearse el problema de intentar
divisar un más allá suplementario.
La teoría de la Gran Explosión tuvo durante mucho tiempo un gran agujero que
atribuló a mucha gente: me refiero a que no podía empezar a explicar cómo
llegamos hasta aquí. Aunque el 98 % de toda la materia que existe se creó
durante la Gran Explosión, esa materia consistía exclusivamente en gases
ligeros: el helio, el hidrógeno y el litio que antes mencionamos. Ni una sola
partícula de la materia pesada tan vital para nuestro ser (carbono, nitrógeno,
oxígeno y todo lo demás) surgió del
brebaje gaseoso de la creación. Pero -y ahí está el punto problemático-, para
que se formen esos elementos pesados se necesita el tipo de calor y de energía
que desprende una gran explosión. Sin embargo, ha habido sólo una Gran
Explosión y ella no los produjo, así que sde dónde vinieron? Curiosamente, el
individuo que encontró la solución a estos problemas fue un cosmólogo que
despreciaba cordialmente la Gran Explosión como teoría y que acuñó dicho término
sarcásticamente para burlarse de ella.
Trataremos de este científico en breve, pero, antes de abordar lacuestión de
cómo llegamos hasta aquí, tal vez merezca la pena dedicar unos minutos a
considerar dónde es exactamente «aquí».