El camino hasta nosotros
sDescendemos de los monos?
Esperemos, querido mío, que no sea verdad pero, si lo es,
recemos para que no llegue a saberlo todo el mundo.
Comentario atribuido a la esposa del
obispo de Worcester
después de que le explicaron la teoría de la evolución de Darwin.
Yo tuve un sueño, que no era un sueño.
El luminoso sol se había extinguido y las estrellas vagaban sin rumbo…
LORD BYRON, Darizness
En 1815, en la isla indonesia
de Sumbawa, una bella montaña, inactiva
durante mucho tiempo, llamada Tambora, estalló espectacularmente, matando a
100.000 personas en la explosión yen los tsunamis relacionados. Nadie que esté
hoy vivo ha presenciado jamás una furia tal. Lo de
Tambora fue algo mucho mayor que todo lo que haya podido experimentar cualquier
ser humano vivo. Fue la mayor explosión volcánicade los últimos 10.000 años,
150 veces mayor que la del monte St. Helen, equivalente a 60.000 bombas
atómicas del tamaño de la de Hiroshima.
Las noticias no viajaban demasiado rápido en aquellos
tiempos. The Times de Londres publicó un
pequeño reportaje en realidad una carta de un comerciante) siete meses después del acontecimiento. Pero, por entonces, se estaban sintiendo ya los efectos de Tambora.
Se habían esparcido por la atmósfera 200 kilómetros cúbicos de ceniza humeante,
polvo y arenilla, que oscurecían los rayos del Sol y
hacían que se enfriase la Tierra. Las puestas de Sol eran de una colorido
insólito pero empañado, algo que captó memorablemente el artista J. M. W.
Turnen Aunque él no podría haberse sentido más feliz, el mundo se hallaba
cubierto en su mayoría por un sudario oscuro y
opresivo. Fue esa penumbra sepulcral lo que indujo a Lord Byron a escribir esos versos que hemos citado.
Ni llegó la primavera ni calentó el verano: 1815
pasaría a conocerse como
el año sin verano. No crecieron los cultivos en ninguna parte. En Irlanda, una hambruna y una epidemia de tifus relacionada
mataron a 65.000 personas. En Nueva Inglaterra, el año pasó a llamarse
popularmente Mil Ochocientos Hielo y Muerte. Las heladas matutinas
duraron hasta junio y casi ninguna semilla plantada creció. La escasez
de forraje hizo que muriese mucho ganado o que hubiese que sacrificarlo
prematuramente. Fue en todos los aspectos un año
horrible, casi con seguridad el peor de los tiempos modernos para
loscampesinos. Sin embargo, a escala mundial la
temperatura descendió menos de 2°C. Como
los científicos aprenderían, el termostato de la Tierra es un
instrumento extremadamente delicado.
El siglo XIX era un periodo frío. Europa y
Norteamérica llevaban ya doscientos años experimentando lo que ha llegado a
llamarse Pequeña Edad del Hielo, que permitió todo
tipo de actividades invernales que hoy son imposibles (ferias sobre el hielo en
el Támesis, carreras de patines en el hielo por los canales holandeses). En
otras palabras, fue un periodo en que la gente tenía
el frío mucho más presente. Así que tal vez podamos excusar a los geólogos del
siglo XIX por tardar en darse cuenta de que el mundo en el que vivían era, en
realidad, templado y agradable comparado con épocas anteriores y que gran parte
de la tierra que les rodeaba la habían moldeado unos glaciares trituradores y
un frío que podría dar al traste hasta con una feria sobre el hielo.
Sabían que había algo extraño en el pasado. El paisaje
europeo estaba plagado de anomalías inexplicables (huesos de reno ártico en el
cálido sur de Francia, rocas inmensas plantadas en sitios inverosímiles…) y los
científicos solían proponer soluciones imaginativas pero no demasiado
plausibles. Un naturalista francés llamado De Luc
sugirió, para explicar la presencia de rocas de granito en lo alto de las
laderas de caliza de las montañas del Jura, que tal vez las había lanzado allí
el aire comprimido en las cavernas, lo mismo que los corchos de laspistolas de
juguete. A la roca desplazada se la denomina roca
errática, pero en el siglo XIX el adjetivo parecía muchas veces más aplicable a
las teorías que las rocas.
El gran geólogo inglés Arthur Hallam ha comentado que si James Hutton, el padre
de la geología del siglo XVIII, hubiese visitado Suiza, se habría dado cuenta
inmediatamente de lo que significaban los valles esculpidos, las pulidas
estriaciones, las reveladoras líneas de la orilla donde habían sido depositadas
las rocas y el resto de abundantes claves que indicaban el paso de capas de
hielo. Desgraciadamente, Hutton no era un viajero.
Pero incluso sin nada mejor a su disposición que lo que otros le contaban,
rechazó de plano la idea de que las inundaciones pudiesen explicar la presencia
de rocas inmensas en las laderas de las montañas a 1.000 metros de altitud («ni
siquiera toda el agua del mundo hará flotar una roca», comentó) y se convirtió
en uno de los primeros que postularon una glaciación generalizada. Por
desgracia, sus ideas pasaron desapercibidas y, durante
otro medio siglo, la mayoría de los naturalistas siguió insistiendo en que los
boquetes de las rocas podían atribuirse al paso de carros o incluso al roce de
las botas de clavos.
Pero los campesinos de la zona, que no estaban contaminados
por la ortodoxia científica, sabían más. El naturalista Jean Charpentier
contabas que un día iba caminando, en 1834, por un sendero rural con un leñador
suizo y se pusieron a hablar de las rocas que había a los lados. Elleñador le
explicó, con toda naturalidad, que las rocas procedían del
Grimsel, una zona de granito que quedaba a cierta distancia. «Cuando le
pregunté cómo creía él que habían llegado aquellas rocas a su emplazamiento,
contestó sin vacilación: 'El glaciar del Grimsel las transportó a ambos
lados del
valle, porque en el pasado el glaciar llegaba hasta la ciudad de Berna Charpentier se quedó encantado porque
también había llegado por su cuenta a la misma conclusión, pero, cuando la
expuso en reuniones científicas, la rechazaron. Uno de
los amigos más íntimos de Charpentier era otro naturalista suizo, Louis
Agassiz, que tras cierto escepticismo inicial, acabó abrazando la teoría y más
tarde casi apropiándosela.
Agassiz había estudiado con Couvier en París y
era profesor de historia natural en la Universidad de Neuchátel, Suiza. Otro
amigo de Agassiz, un botánico llamado Karl Schimper,
fue en realidad el primero que acuñó el término Edad del Hielo (en alemán,
Eiszeit), en 1837, y que afirmó que había sólidas pruebas que demostraban que
el hielo había cubierto en otros tiempos no sólo los Alpes suizos sino gran
parte de Europa, Asia y Norteamérica. Era una idea
revolucionaria. Schimper prestó sus notas a Agassiz,
acción que habría de lamentar mucho luego, cuando empezó a atribuirse a este último el mérito por lo que él creía, con cierta
legitimidad, que era una teoría suya. También Charpentier acabó convirtiéndose
en un acerbo enemigo de su viejo amigo. Otro amigo,
Alexander von Humboldt, tal vezpensase, en parte al
menos, en Agassiz cuando dijo que había tres etapas
en un descubrimiento científico: primero, la gente rechaza lo que es verdad;
luego, niega que sea importante, y, finalmente, atribuye el mérito a quien no
corresponde. Lo cierto es que Agassiz se apoderó del campo. En su esfuerzo por entender la dinámica de la glaciación fue a
todas partes, penetró en profundas y peligrosas grietas y ascendió a las
cumbres de los picos alpinos más escarpados, sin parecer darse cuenta, muchas
veces, de que su equipo y él eran los primeros que los escalaban. Se
enfrentó en casi todas partes con una resistencia inflexible a aceptar
sus teorías. Humboldt le instó a volver al tema del que era especialista, los peces fósiles, y
a abandonar aquella loca obsesión por el hielo, pero Agassiz
estaba poseído por una idea.
Su teoría halló aún menos respaldo en Inglaterra, donde la mayoría de los
naturalistas no había visto en su vida un glaciar y no
solía hacerse cargo, por ello, de las fuerzas aplastantes y trituradoras que
ejerce el hielo en masa. «sPodrían las raspaduras y pulimentos ser debidos al
hielo , preguntaba Roderick Murchison en un tono
jocoso en una reunión científica, imaginando, evidentemente, las rocas
cubiertas por una especie de leve escarcha vítrea.
Mostraría, hasta el día de su muerte, la más franca incredulidad ante aquellos geólogos
«locos del
hielo», que creían que los glaciares podían explicar tanto. William Hopkins,
profesor de Cambridge y miembro destacado de laSociedad Geológica, apoyó esa
posición, argumentando que la idea de que el hielo pudiese transportar rocas
entraña «sinsentidos mecánicos tan evidentes» que la hacía indigna de que la
institución le prestase atención.
Agassiz, sin dejarse intimidar por esto, viajó incansablemente para
defender y difundir su teoría. En 1840 leyó un artículo en una reunión
de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia de Glasgow, en la que
el gran Charles Lyell le criticó abiertamente.
Al año siguiente, la Sociedad Geológica de Edimburgo aprobó una resolución en
la que se admitía que la teoría podía tener cierta validez general, pero que
desde luego no podía aplicarse a Escocia. Lyell acabaría aceptando la idea. Su momento de epifanía
llegó cuando se dio cuenta de que una morrena, o hilera de rocas, que había
cerca de la finca que su familia tenía en Escocia, por la que había pasado
cientos de veces, sólo se podía entender si se aceptaba que aquellas piedras
las había depositado allí un glaciar. Pero, pese a esa conversión, perdió luego
el valor y retiró su apoyo público a la idea de la Edad del
Hielo. Fue un periodo de contrariedades para Agassiz. Su matrimonio hacía aguas, Schimper le acusaba
fogosamente de haberle robado sus ideas, Charpentier no quería hablar con él y
el geólogo más prestigioso del momento sólo le ofrecía un
apoyo sumamente tibio y vacilante.
En 1846, Agassiz hizo un
viaje a Estados Unidos para dar una serie de conferencias y encontró allí por
fin la estimación queansiaba. Harvard le brindó una cátedra y le construyó un museo de primera categoría, el Museo de Zoología
Comparativa. Ayudó sin duda el hecho de que se había
establecido en Nueva Inglaterra, donde los largos inviernos fomentaban una
mejor aceptación de la idea de periodos interminables de frío. También ayudó que, seis años después de su llegada, la primera
expedición científica a Groenlandia informase que casi la totalidad de aquel
continente estaba cubierta de una capa de hielo que era igual que la que se
postulaba en la teoría de Agassiz. Por fin, sus ideas empezaron a encontrar seguidores. El único defecto básico de la teoría
de Agassiz era que sus edades del hielo no tenían ninguna causa.
Pero estaba a punto de llegar ayuda de un lugar
bastante inverosímil.
En la década de 1860, las revistas y otras publicaciones doctas de Inglaterra
empezaron a recibir artículos sobre hidrostática, electricidad y otros temas
científicos de un tal James Croll, de la Universidad
de Anderson de Glasgow. Uno de los artículos, que trataba de cómo las
variaciones en la órbita de la Tierra podrían haber provocado eras glaciales,
se publicó en Philosophical Magazine en 1864 y se consideró inmediatamente un
trabajo del más alto nivel. Hubo, por tanto, cierta sorpresa y, tal vez, cierto embarazo cuando resultó que Croll no era en
la universidad profesor, sino conserje.
Croll, nacido en 1821, era de familia humilde y sus estudios
oficiales sólo duraron hasta los trece años. Trabajó en una gran
variedad detareas (como
carpintero, vendedor de seguros, encargado de un hotel de templanza, es decir,
donde no se permitían las bebidas alcohólicas) antes de ocupar el puesto de
ordenanza en la Universidad de Anderson (actualmente la Universidad de
Strathclyde en Glasgow).
Tras conseguir convencer a su hermano para que hiciera gran parte de su
trabajo, consiguió pasar muchas veladas silenciosas en la biblioteca de la
universidad aprendiendo física, mecánica, astronomía, hidrostática y las otras
ciencias en boga en la época, y empezó poco a poco a escribir una serie de
artículos, en los que se centraba sobre todo en los movimientos de la Tierra y
sus repercusiones en el clima.
Croll fue el primero que indicó que los cambios cíclicos en la forma de la
órbita de la Tierra, de elíptica (es decir, ligeramente oval) a casi circular y
a elíptica de nuevo, podrían explicar la aparición y
el repliegue de las eras glaciales. A nadie se le había ocurrido plantear antes
una explicación astronómica de las variaciones en el clima de la Tierra.
Gracias casi exclusivamente a la persuasiva teoría de Croll, empezó a aceptarse
más en Inglaterra la idea de que, en algún periodo antiguo, partes de la Tierra
habían estado cubiertas de hielo. Cuando el ingenio y la capacidad de Croll
recibieron reconocimiento, se le dio un empleo en el Servicio Geológico de
Escocia y se le honró cumplidamente: fue nombrado miembro de la Real Sociedad de
Londres y de la Academia de Ciencias de Nueva York, y se le concedió un
títulohonorífico de la Universidad de St. Andrews, entre otras muchas cosas.
Desgraciadamente, justo cuando la teoría de Agassiz
estaba empezando al fin a encontrar defensores en Europa,
él se dedicaba a penetrar en un territorio cada vez más exótico en América.
Empezó a encontrar huellas de glaciares prácticamente en todos los lugares en
los que miraba, incluso cerca del
ecuador.
Finalmente se convenció de que el hielo había cubierto durante
un tiempo toda la Tierra, extinguiendo del
todo la vida, que luego Dios había tenido que crear otra vez. Ninguna de las pruebas que había encontrado apoyaba semejante idea.
Sin embargo, en su país de adopción su prestigio creció y
creció hasta que llegó a considerársele sólo ligeramente inferior a una deidad.
Cuando murió, en 1873, Harvard consideró necesario nombrar
tres profesores para que ocuparan su lugar.
Pero, como
sucede a veces, sus teorías pasaron enseguida de moda. Menos de una década
después de su muerte, su sucesor en la cátedra de geología de Harvard escribía
que «la presunta época glacial, tan popular unos años atrás entre los geólogos
glaciales, puede ya rechazarse sin vacilación».
Parte del problema era que los cálculos de Croll indicaban que la Edad del
Hielo más reciente se había producido 80.000 años atrás, mientras que las
pruebas geológicas indicaban cada vez más que la Tierra había sufrido algún
tipo de perturbación espectacular en fechas mucho más recientes. Sin una explicación
plausible de qué podría haber provocado laEdad del
Hielo, acabó perdiéndose interés por toda la teoría. Volvería a conseguir
despertar el interés por ella un profesor serbio
llamado Milutin Milankovitch, que no tenía antecedentes como especialista en movimientos celestes
(había estudiado ingeniería mecánica) pero que, a principios de la década de
1900, empezó inesperadamente a interesarse por el tema. Milankovitch
se dio cuenta de que el problema de la teoría de Croll no era que fuese falsa,
sino que era demasiado simple.
Como la Tierra se mueve a través del espacio está sometida no sólo a
variaciones en la longitud y la forma de su órbita, sino también a cambios
rítmicos en su ángulo de orientación respecto al Sol (su inclinación y posición
y oscilación), todo lo cual afecta a la duración e intensidad de la luz solar
que cae sobre cualquier parte de ella. Experimenta en particular, durante largos periodos de tiempo, tres cambios de posición,
conocidos oficialmente como
oblicuidad, precesión y excentricidad. Milankovitch se preguntó si no podría haber una relación entre estos complejos ciclos y la
aparición y desaparición de eras glaciales. El problema era que los ciclos
tenían duraciones muy diferentes (de unos 20.000, 40.000 y 100.000 años,
respectivamente, pero que variaban en cada caso hasta en unos cuantos miles de
años), lo que significaba que determinar sus puntos de intersección a lo largo de grandes periodos de tiempo exigía una cuantía
casi infinita de cálculos excesivamente trabajosos. Milankovitch tenía que
obtenerel ángulo y la duración de la radiación solar que llegaba a todas las
latitudes de la Tierra, en todas las estaciones, durante
un millón de años, según tres variables en constante cambio.
Por suerte era ése en concreto el tipo de tarea repetitiva
que se ajustaba al carácter de Milankovitch. Durante los veinte años
siguientes, incluso mientras estaba de vacaciones
trabajó incesantemente con el lápiz y la regla de cálculo elaborando las tablas
de sus ciclos (un trabajo que podría terminarse hoy en un día o dos con un
ordenador). Todos los cálculos tenía que hacerlos en su tiempo libre, pero en
1914 Milankovitch dispuso de muchísimo tiempo libre porque estalló la Primera
Guerra Mundial y le detuvieron por su condición de reservista del ejército
serbio. Pasó la mayor parte de los cuatro años siguientes en Budapest, sometida a un
arresto domiciliario flexible que no le obligaba más que a presentarse a la
policía una vez por semana. El resto del tiempo lo pasaba trabajando en
la biblioteca de la Academia de Ciencias Húngara. Es posible
que fuese el prisionero de guerra más feliz de la historia. El resultado
final de sus diligentes cálculos y anotaciones fue un
libro publicado en 1930, La climatología matemática y la teoría astronómica de
los cambios climáticos. Milankovitch tenía razón en lo de que existía una
relación entre las eras glaciales y el giro excéntrico del planeta, aunque supuso como la mayoría de la gente que se trataba de
un aumento gradual de inviernos duros que conducían alargos periodos de frío.
Fue un meteorólogo ruso-alemán, Vladimir Kóppen
(suegro de nuestro tectónico amigo Alfred Wegener) el que se dio cuenta de que
el proceso era más sutil que eso y bastante más desconcertante. La causa de las
eras glaciales, decidió Kóppen, hay que buscarla en veranos frescos, no en
inviernos brutales. Si los veranos son demasiado frescos para que pueda
fundirse toda la nieve que cae en una zona determinada, hay una mayor
proporción de luz solar devuelta por la superficie
reflectante, lo que exacerba el efecto refrescante y contribuye a que nieve aún
más. La situación tendería así a autoperpetuarse. Cuando se acumulase la nieve sobre una capa de hielo, la región se
haría más fría, y eso fomentaría que se acumulase más hielo. Como ha dicho el
glaciólogo Gwen Schultz: «No es necesariamente la cantidad de nieve la causa de
las planchas de hielo sino el hecho de que la nieve, aunque sea poca, se
mantenga». Se cree que podría iniciarse una Edad del
Hielo a partir de un solo verano impropio. La nieve que queda refleja el calor
y exacerba el frío. «El proceso se autoamplía, es imparable, y el hielo una vez
que empieza realmente a crecer se mueve», dice McPhee. Tienes ya glaciares
avanzando y una Edad del Hielo.
En los años cincuenta, debido a una tecnología imperfecta de la datación, los
científicos no fueron capaces de correlacionar los ciclos cuidadosamente
calculados de Milankovitch con las supuestas fechas de las eras glaciales tal como
entonces se aceptaban, demanera que Milankovitch y sus cálculos fueron
dejándose de lado gradualmente. Él murió en 1958 sin haber
podido demostrar que sus ciclos eran correctos. Por entonces, en palabras de un historiador del
periodo, «te habría costado trabajo encontrar un geólogo o un meteorólogo que
considerase el modelo algo más que una curiosidad histórica». Hasta los años
setenta, y el perfeccionamiento del método de potasioargón para la
datación de antiguos sedimentos marinos, no se reivindicaron finalmente sus
teorías.
Los ciclos de Milankovitch no bastan por sí solos para explicar ciclos de eras
glaciales. Intervienen muchos otros factores (uno importante es la disposición
de los continentes, sobre todo la presencia de masas de tierra sobre los
polos), pero aún no conocemos del todo los detalles concretos de
ellos. Se ha dicho, sin embargo, que si se arrastrasen sólo
500 kilómetros hacia Norteamérica, Eurasia y Groenlandia tendríamos eras
glaciales permanentes e inevitables. Parece que somos muy afortunados
por disfrutar de un poco de buen tiempo. Aún sabemos
menos de los ciclos de temperaturas relativamente templadas dentro de eras
glaciales conocidos como
interglaciales. Resulta un poco desconcertante pensar
que toda la historia humana significativa (la aparición de la agricultura y la
ganadería, la creación de ciudades, el surgimiento de las matemáticas, la
escritura y la ciencia y todo lo demás) haya tenido lugar dentro de un pequeño
periodo atípico de buen tiempo. Los periodos interglaciales anterioressólo han durado 8.000 años. El nuestro ha
cumplido ya su diezmilésimo aniversario.
El hecho es que aún nos hallamos en muy gran medida en una era glacial; lo
único que pasa es que se trata de una un poco
reducida, aunque menos de lo que mucha gente se cree. En el punto álgido del
último periodo de glaciación, hace unos 20.000 años, estaba bajo el hielo
aproximadamente el 30% de la superficie de la Tierra. El 10%
aún lo está. (Y un 14% más se halla en un
estado de permafrost.) Tres cuartas partes de toda el agua dulce del
mundo está solidificada en forma de hielo todavía hoy y tenemos casquetes de
hielo en ambos polos, una situación que puede que sea única en la historia de
la Tierra. El hecho de que haya inviernos con nieve en una gran parte del mundo y glaciares
permanentes incluso en zonas templadas como
Nueva Zelanda puede parecer muy natural, pero es en realidad una situación
sumamente insólita para el planeta.
La norma general de la Tierra ha sido, durante la
mayor parte de su historia, el calor. Sin ningún hielo
permanente en ningún sitio. La Edad del Hielo
actual (época del
hielo, en realidad) se inició hace unos cuarenta millones de años y ha oscilado
entre un tiempo criminalmente malo y un tiempo que no tenía absolutamente nada
de malo. Hoy vivimos en uno de los pocos periodos de esto último. Las eras
glaciales tienden a eliminar los testimonios de las eras glaciales anteriores,
de manera que, cuanto más retrocedes en el tiempo, más esquemático se va
haciendo el cuadro,pero parece que hemos tenido un
mínimo de 17 episodios glaciales graves en los últimos 2,5 millones de años,-
aproximadamente el periodo que coincide con la aparición de Homo erectus en
África, al que siguieron los humanos modernos. Dos culpables de la época actual
a los que suele citarse son el surgimiento del
Himalaya y la formación del istmo de Panamá,
el primero por perturbar la circulación de las corrientes
de aire y, el segundo, por interrumpir las corrientes oceánicas. India, en tiempos una isla, se ha incrustado
2.000 kilómetros en la masa continental asiática en los últimos cuarenta y
cinco millones de años, haciendo surgir no sólo el Himalaya
sino también la vasta altiplanicie tibetana que hay detrás. La hipótesis es que
el terreno más elevado que se creó no sólo era más frío, sino que además
desviaba los vientos de manera que los hacía fluir hacia el norte y hacia
Norteamérica, que pasó a ser por ello más propensa a fríos prolongados. Luego,
en un proceso que se inició hace unos cinco millones de años, afloró del mar
Panamá, cerrando el vacío entre Norteamérica y Suramérica, interrumpiendo el
paso de corrientes cálidas entre el Pacífico y el Atlántico y modificando las
pautas de las precipitaciones en la mitad del mundo como mínimo.
Una consecuencia fue un desecamiento de África que
obligó a los monos a bajarse de los árboles y a buscar una nueva forma de vida
en las sabanas en formación.
De todos modos, con los océanos y los continentes dispuestos como lo están hoy,
pareceser que el hielo seguirá formando parte de nuestro futuro durante mucho
tiempo. Según John McPhee, se pueden esperar unos 5o episodios glaciales más,
con una duración cada uno de ellos de unos 100.000 años, antes de que podamos
acariciar la esperanza de un deshielo realmente largo.
Hasta hace cincuenta millones de años, la Tierra no tuvo eras glaciales regulares pero cuando empezamos a tenerlas tendieron a ser
colosales. Hace unos 2.200 millones de años se produjo un
congelamiento masivo, al que siguieron unos mil millones de años de calor.
Luego hubo otra era glacial aún mayor que la primera; tan grande que algunos
científicos denominan al periodo en el que se produjo el Criogénico, o era
hiperglacia1. Pero la denominación más popular es la de
Tierra Bola de Nieve.
Pero Bola de Nieve no indica bien lo terrible de las
condiciones que imperaban. La teoría es que, debido a una disminución de
la radiación solar del 6% aproximadamente y a una reducción de la producción (o
retención) de gases de efecto invernadero, la Tierra perdió casi toda su
capacidad de conservar el calor. Se convirtió toda ella
en una especie de Antártida. Las temperaturas llegaron a
descender unos 450C. Es posible que se congelase toda la superficie del
planeta, alcanzando el hielo en los océanos los 800 metros de espesor en las
latitudes más altas y hasta decenas de metros en los trópicos. Hay un problema grave en todo esto porque los testimonios
geológicos indican hielo en todas partes, incluso alrededor delecuador,
mientras que los testimonios biológicos indican exactamente con la misma
firmeza que tenía que haber aguas abiertas en alguna parte. En
primer lugar, las cianobacterias sobrevivieron a la experiencia y
fotosintetizan. Necesitan, por tanto, luz solar y el hielo, como sabrás
si has intentado alguna vez ver a través de él, se vuelve enseguida opaco y al
cabo de sólo unos pocos metros no deja pasar absolutamente nada de luz. Se han propuesto dos posibilidades. Una es que una pequeña
cantidad de agua oceánica permaneció expuesta (es posible que debido a algún
tipo de calentamiento localizado en un punto cálido) y
la otra es que tal vez el hielo se formase de manera que se mantuviese
translúcido, algo que sucede a veces en la naturaleza.
Si la Tierra se congeló, se plantea la difícil cuestión de
cómo llegó a calentarse de nuevo. Un planeta
helado reflejaría tanto calor que se mantendría congelado para siempre. Parece ser que la salvación pudo llegar de nuestro interior
fundido. Tal vez debamos dar las gracias, una vez más,
a la tectónica por permitirnos estar aquí. La idea es que nos salvaron
los volcanes, que brotaron a través de la superficie enterrada, bombeando gran
cantidad de calor y de gases que fundieron las nieves y reformaron la
atmósfera. Curiosamente, al final de este periodo
hiperfrígido se produjo la expansión cámbrica, el acontecimiento primaveral de
la historia de la vida. Puede que no fuese en realidad un
periodo tan tranquilo. Lo más probable es que la Tierra fuesepasando mientras
se calentaba por el peor tiempo que haya experimentado, con huracanes tan
poderosos como
para alzar olas de la altura de los rascacielos y desencadenar lluvias de una
intensidad indescriptible. A lo largo de todo este tiempo, los gusanos
tubiformes y las almejas y otras formas de vida que se adherían a las chimeneas
de ventilación de las profundidades oceánicas siguieron viviendo como si no
pasase nada, pero el resto de la vida de la Tierra probablemente estaba más
próxima a la desaparición completa de lo que lo haya llegado a estar nunca.
Todo eso sucedió hace mucho tiempo y por ahora simplemente no
sabemos nada más. Las eras glaciales más recientes parecen fenómenos de
una escala bastante pequeña comparadas con una irrupción criogénica, pero
fueron sin lugar a dudas inmensamente grandes para las pautas de cualquier cosa
que exista hoy en la Tierra. La capa de hielo wisconsiana, que cubrió gran parte
de Europa y de Norteamérica, tenía más de tres kilómetros de espesor en algunos
lugares y avanzaba a un ritmo de 120 metros al año.
Debía de ser todo un espectáculo. Las capas de hielo
podrían tener un grosor de casi 800 metros incluso en
su extremo frontal. Imagina que estás situado en la base de una pared de hielo
de esa altura. Detrás de ese borde, por toda un área
que mediría millones de kilómetros cuadrados, sólo habría más hielo y no
asomarían por encima de él más que unas cuantas cumbres de las montañas más
altas aquí y allá. Continentes enteros estaban aplastados
bajoel peso de tanto hielo y aún siguen elevándose para volver a su posición
ahora 2.000 años después de que se retiraran los glaciares. Las capas de hielo no sólo descargaban rocas y largas hileras de
pedregosas morrenas, sino que depositaban en su lento avance masas de tierra
completas (Long Island, cabo Cod y Nantucket,
entre otras). No tiene nada de extraño que a geólogos anteriores a Agassiz les costase
trabajo hacerse cargo de su monumental capacidad para modificar paisajes.
Si volviesen a avanzar las capas de hielo, no contamos
en nuestro arsenal con nada que pudiese desviarlas. En 1964, en el estrecho del
Príncipe Guillermo, en Alaska, resultó afectado por el terremoto de mayor potencia
de que hay noticia en el continente uno de los mayores campos de glaciares de
Norteamérica. El terremoto alcanzó un grado de 9 en
la escala Richter. La tierra llegó a elevarse hasta seis metros a lo largo de la línea
de falla. El movimiento sísmico alcanzó tal violencia
que llegó incluso a hacer agitarse el agua en las charcas en Texas. sY qué efectos tuvo esta perturbación
sin paralelo en los glaciares del
estrecho del
Príncipe Guillermo? Absolutamente ninguno. Simplemente lo amortiguaron y siguieron su curso.
Durante mucho tiempo se creyó que entrábamos en las eras glaciales y salíamos
de ellas de forma gradual, a lo largo de centenares de
miles de años, pero ahora sabemos que no ha sido así. Gracias a los testigos de
hielo de Groenlandia, disponemos de un registro
detallado del
clima duranteunos 100.000 años y, lo que nos revelan, no resulta
tranquilizador. Nos indica que la Tierra, durante la
mayor parte de su historia reciente, no ha sido nada parecido al lugar
tranquilo y estable que ha conocido la civilización, sino que ha oscilado más
bien, violentamente, entre periodos de calor y de frío brutal.
Hacia el final de la última gran glaciación, hace 12.000 años, la Tierra empezó
a calentarse, y con gran rapidez, pero luego volvió a precipitarse bruscamente
en el frío inclemente, durante un millar de años o así, en un acontecimiento
que la ciencia denomina Dryas Más Joven. (El nombre procede
de una planta ártica, el dryas, que es una de las primeras que recolonizan la
Tierra después de que se retira una capa de hielo. Hubo también un periodo de Dryas Más Vieja, pero no fue tan intenso.) Al
final de esta arremetida del hielo de un millar de años las
temperaturas medias saltaron de nuevo, hasta 4°C en veinte años, lo que no
parece a primera vista muy espectacular pero que equivale a cambiar el clima de
Escandinavia por el del Mediterráneo en sólo 20 años. Los
cambios fueron aún más espectaculares localmente. Los
testigos de hielo de Groenlandia muestran que las temperaturas cambiaron allí
hasta 8°C en diez años, lo que modificó drásticamente el régimen de lluvias y
el crecimiento de las plantas. Debió de ser muy perturbador en un planeta escasamente poblado. Las
consecuencias serían hoy bastante inimaginables.
Lo más alarmante de todo es que no tenemos la menor idea dequé fenómeno natural
pudo haber perturbado con tanta rapidez el termómetro de la Tierra. Como comentó en New Yorker Elizabeth Kolbert: «Ninguna
fuerza externa conocida, ni siquiera alguna que se
haya propuesto como hipótesis, parece capaz de
hacer oscilar tan violentamente, y tan a menudo, la temperatura como han demostrado esos
testigos de hielo que sucedió». Parece haberse tratado, añade, de «un enorme y
terrible circuito de realimentación», en el que probablemente participaban los
océanos y perturbaciones de las pautas normales de circulación oceánica, pero
aún queda un largo camino para poder aclarar todo
esto.
Una teoría es que el enorme aflujo de agua fundida a los mares en el inicio de
la Dryas Más Joven redujo la salinidad (y, por tanto, la densidad) de los
océanos septentrionales, haciendo desviarse la corriente del Golfo hacia el
sur, como un conductor que intentase evitar un choque. Las latitudes
septentrionales, privadas del calor de la corriente del
Golfo, volvieron a condiciones de frío. Pero esto no empieza a
explicar siquiera por qué un millar de años después, cuando la Tierra volvió a
calentarse, la Corriente del Golfo no se desvió como antes. Se nos otorgó, en vez de eso, el
periodo de tranquilidad insólita conocido como el Holoceno, en el que vivimos
ahora.
No hay ninguna razón para suponer que este periodo de
estabilidad climática haya de durar muchomás. En realidad,
algunas autoridades en la materia creen que nos aguardan cosas aún peores.
Es natural suponer queel calentamiento global actuase como un contrapeso
útil de la tendencia de la Tierra a precipitarse hacia condiciones glaciales.
Sin embargo, como
ha señalado Kolbert, cuando te enfrentas a un clima fluctuante e impredecible,
«lo último que desearías hacer sería realizar con él un vasto experimento no
supervisado». Se ha dicho incluso, y resulta más plausible de
lo que podría parecer en principio, que una elevación de las temperaturas
podría provocar una era glacial. La idea es que un
ligero calentamiento aumentaría los índices de evaporación e incrementaría la
cubierta de nubes, lo que provocaría en las latitudes más altas una acumulación
de nieve más persistente. En realidad, el calentamiento global podría,
plausible y paradójicamente, conducir a un
enfriamiento intensamente localizado en América y Europa.
El clima es el producto de tantas variables (aumento y disminución de los
niveles de dióxido de carbono, los cambios de los continentes, la actividad
solar, las tremendas oscilaciones de los ciclos de Milankovitch) que resulta
tan difícil entender los acontecimientos del pasado como
predecir los del
futuro.
Muchas cosas están fuera de nuestro alcance. Pensemos en la Antártida. Durante un
mínimo de veinte millones de años después de que se asentó en el polo Sur, estuvo
cubierta de plantas y libre de hielo. Eso simplemente no debería haber sido posible.
Resultan igual de intrigantes los hábitats conocidos de
algunos de los últimos dinosaurios. El geólogo inglés Stephen
Drurycomenta que bosques situados a 0' de latitud del polo Norte
albergaban a estos grandes animales, incluido el Tyrannosaurus rex.
«Esto es extraño -escribe-, porque en una latitud tan alta hay una oscuridad
continua durante tres meses al año Además, ya hay
pruebas de que en esas altas latitudes los inviernos
eran rigurosos. Estudios con isótopos de oxígeno indican que el clima en torno
a Fairbanks, Alaska, era más o menos el mismo que ahora a
finales del Cretácico. sQué estaba
haciendo entonces allí el tiranosaurio? O emigró estacionalmente recorriendo
enormes distancias o pasaba gran parte del año en bancos de nieve en la
oscuridad. En Australia
(que era por entonces más polar en su orientación), no era posible una retirada
a climas más cálidos. Sólo podemos hacer conjeturas
sobre cómo se las arreglaban los dinosaurios para sobrevivir en tales
condiciones.
Una cosa que hay que tener en cuenta es que, si las capas de hielo empezasen a
formarse de nuevo por la razón que fuese, dispondrían ahora de muchísima más
agua para hacerlo. Los Grandes Lagos, la bahía de Hudson, los innumerables lagos
de Canadá, no estaban allí para alimentar el último periodo glacial. Los creó precisamente él.
Por otra parte, en la siguiente fase de nuestra historia
podríamos tener que fundir muchísimo hielo en vez de hacerlo. Si se
fundiesen todas las capas de hielo, los niveles del mar se elevarían 60 metros (la altura de un
edificio de 20 pisos) y se inundarían todas las ciudades costeras del mundo. Lo
másprobable, al menos a corto plazo, es el desmoronamiento de la capa de hielo del
oeste de la Antártida. En los últimos cincuenta años, las aguas que hay en
torno a ella se han calentado 2 °C y los
desmoronamientos han aumentado espectacularmente. Si sucediese eso, los niveles
del mar se elevarían a escala mundial (y con
bastante rapidez) entre 4 y 6 metros como media.
El hecho extraordinario es que no sabemos qué es más probable: un futuro que nos ofrezca eones de frigidez mortal u otro
que nos dé periodos similares de calor bochornoso. Sólo una cosa es segura: vivimos en el filo de una navaja.
Por otra parte, los periodos glaciales no son en modo alguno
una mala noticia sin más para el planeta a largo plazo. Trituran rocas
dejando atrás suelos nuevos de espléndida fertilidad y forman lagos de agua dulce
que proporcionan abundantes posibilidades nutritivas para cientos de especies
de seres. Actúan como
un acicate para la migración y mantienen dinámico el planeta. Como
ha dicho Tim Flannery: «Sólo hay una cosa que tienes que preguntarte de un
continente para determinar el futuro de sus habitantes: '
sTuvisteis una buena edad del
hielo?'». Y teniendo en cuenta eso, es hora ya de que
nos ocupemos de una especie de mono que verdaderamente tuvo una buena edad de
hielo.