LA
VIDA MISMA
Cuanto más examino el universo y estudio los detalles de su arquitectura, más pruebas hallo
de que el universo debe de haber sabido
de algún modo que veníamos.
FREEMAN DYSON
UN PLANETA SOLITARIO
No es fácil ser un organismo. Por lo que sabemos hasta
ahora, sólo hay un lugar en todo el universo, un
puesto destacado insignificante de la Vía Láctea llamado la Tierra, que te
sustentará, puede que hasta ése lo hagabastante a regañadientes.
Desde el fondo de la fosa oceánica más honda hasta la cumbre de la montaña más
alta, la zona que incluye el total de la vida conocida tiene un espesor de sólo
unos 20 kilómetros…, no es mucho si se compara con la espaciosidad del cosmos
en su conjunto.
Para los seres humanos es peor aún porque sucede que pertenecemos a la porción
de seres vivos que tomó, hace cuatrocientos millones de años, la arriesgada y
azarosa decisión de arrastrarse fuera de los mares, pasar a residir en tierra y
respirar oxígeno. En consecuencia, nada menos que el 99
% del volumen del
espacio habitable del
mundo queda, según una estimación, en términos prácticos completamente, fuera
de nuestros límites.
No se trata sólo de que no podemos respirar en el agua, sino de que no podemos
soportar la presión. Como el agua es
unas 1.300 veces más pesada que el aire, la presión aumenta rápidamente cuando
desciendes, en el equivalente a una atmósfera cada 10 metros de profundidad.
En tierra, si subieses a la cima de una eminencia de 250 metros (la catedral de
Colonia o el Monumento a Washington,
por ejemplo), el cambio de presión sería tan leve que resultaría inapreciable.
Pero a la misma profundidad bajo el agua las venas se colapsarían y los
pulmones se comprimirían hasta las dimensiones aproximadas de una lata de
refresco. Sorprendentemente, la gente bucea de forma voluntaria hasta esas
profundidades, sin aparatos de respiración, por diversión, en un deporte llamado buceo libre. Pareceser que la experiencia
de que los órganos internos se deformen con brusquedad se considera emocionante
-aunque es de suponer que no tan emocionante como el que vuelvan
a sus anteriores dimensiones al aflorar a la superficie-. Pero para que los
buceadores lleguen a esas profundidades deben hacerse
arrastrar hacia abajo, con bastante brutalidad, mediante pesos. La máxima profundidad
a la que se ha podido llegar sin ayuda y vivir para contarlo es de 72 metros,
una hazaña que realizó un italiano llamado Umberto Pelizzari, que en 1992
descendió buceando hasta esa profundidad, se mantuvo allí un nanosegundo y
luego salió disparado hacia la superficie. En términos terrestres, 72 metros es
bastante menos que la longitud de un campo de fútbol.
Así que ni siquiera en nuestros despliegues
propagandísticos más entusiastas podemos proclamar que dominamos las
profundidades.
Hay otros organismos, claro, que sí lo consiguen, que logran soportar esas
presiones de las profundidades, aunque sea un misterio
cómo lo consiguen exactamente algunos de ellos. El punto más profundo del océano es la Fosa de las Marianas, en el Pacífico. Allí, a unos 11 kilómetros de profundidad, las presiones se elevan hasta
más de 1.120 kilómetros por centímetro cuadrado. Sólo una vez hemos logrado,
brevemente, enviar humanos a esa profundidad en un
sólido vehículo de inmersión. Sin embargo, es el hogar de colonias de
anfípodos, un tipo de crustáceo similar a la gamba
pero transparente, que sobrevive allí sin absolutamenteninguna protección. Casi
todos los océanos son, por supuesto, mucho menos profundos, pero incluso a la
profundidad oceánica media, de cuatro kilómetros, la presión es equivalente al
peso de 14 camiones de cemento cargados puestos uno encima de otro.
La mayoría de la gente considera, incluidos los autores de algunos libros de
divulgación sobre oceanografía, que el cuerpo humano se arrugaría bajo las
inmensas presiones de las profundidades oceánicas. Pero no
parece que sea así, en realidad. Como
también nosotros estamos hechos principalmente de agua, y el agua es «casi
incomprimible -en palabras de Frances Ashcroft de la Universidad de Oxford-, el cuerpo se mantiene a la presión del
agua que lo rodea y no resulta aplastado en las profundidades». La causa de los
problemas son los gases del
interior del
cuerpo, sobre todo de los pulmones. Éstos sí se comprimen,
aunque no se sabe en qué punto resulta mortal la presión. Hasta hace muy
poco se creía que, todo el que descendiera hasta unos 100 metros, sufriría una
muerte dolorosa cuando le implosionasen los pulmones o se le hundiese la caja
torácica, pero los que practican el buceo libre han demostrado repetidamente
que no es así. Según Ashcroft, parece ser que «los seres humanos deben de ser
más parecidos a las ballenas y los delfines de lo que suponíamos».
Pero puede haber muchos errores más. En los tiempos de los trajes de buzo (de aquellos que estaban conectados
a la superficie por largos tubos) se experimentaba a veces en las inmersiones
untemido fenómeno llamado «el apretón». Esto ocurría
cuando fallaban las bombas de la superficie, lo que provocaba una pérdida
catastrófica de presión en el traje. El aire salía de él con tal violencia que el desventurado buzo quedaba prácticamente
aspirado en el casco y el tubo. Cuando le izaban a la superficie, «todo lo que
queda en el traje son los huesos y unos andrajos de carne -escribió en 1947 el
biólogo J. B. S. Haldane, añadiendo para convencer a los incrédulos-: Eso ha
sucedido».
(Diremos, de pasada, que el casco de inmersión original, ideado por un inglés
llamado Charles Deane, no era en principio para bucear sino para la lucha
contra el fuego. Se le llamó, por ello, «casco de humos», pero al ser de metal
se calentaba y resultaba incómodo; como
pronto descubrió Deane, a los bomberos no les entusiasmaba la idea de entrar en
edificios ardiendo con ningún género de atuendo, pero mucho menos aún con algo
que se calentaba como
un hervidor y que obstaculizaba además sus movimientos. Deane,
para intentar salvar su inversión, lo probó bajo el agua y descubrió que era
ideal para tareas de salvamento.)
El auténtico terror de las profundidades es, sin embargo, la enfermedad del
buzo…, no tanto porque sea desagradable, aunque sin duda lo es, sino porque es
muy probable que se produzca. El aire que respiramos tiene un
80% de nitrógeno. Al someter a presión el cuerpo humano, ese
nitrógeno se transforma en pequeñas burbujas que pasan a la sangre y a los
tejidos. Si cambia la presión conexcesiva rapidez (como en una ascensión
demasiado rápida de un buceador), las burbujas atrapadas en el organismo
empezarán a bullir exactamente como lo hacen las de una botella de champán al
abrirla, atascando pequeños vasos sanguíneos, privando a las células de oxígeno
y causando un dolor tan intenso que quienes lo padecen suelen doblarse
angustiados por los retortijones… de ahí el nombre que se da en inglés a esa
dolencia, the bends (En inglés, bend es una apoplejía por cambios bruscos de
presión. También significa encorvarse o doblarse. (N. del T).
La enfermedad del
buzo ha constituido desde tiempo inmemorial un riesgo laboral para los
buceadores que buscan esponjas y perlas, pero no atrajo mucha atención en
Occidente hasta el siglo XIX, y entonces lo hizo entre quienes no se mojaban
para nada (o, al menos, no se mojaban mucho y, en general, no muy por encima de
los tobillos). Eran los trabajadores de los cajones
hidráulicos. Estos cajones eran cámaras secas cerradas
construidas en los lechos de los ríos para facilitar la construcción de
puentes. Se llenaban de aire comprimido y sucedía con frecuencia que,
cuando los trabajadores salían de ellos tras un
periodo largo de trabajo bajo aquella presión artificial, experimentaban leves
síntomas, consistentes en hormigueo y prurito. Pero un
número reducido, aunque impredecible, experimentaba un dolor más insistente en
las articulaciones y, a veces, se desmoronaba presa de intensos dolores, en
algunos casos para no levantarse más.
Todo esoresultaba muy desconcertante. A veces, los trabajadores se acostaban sintiéndose perfectamente y
despertaban paralizados. A veces, no se despertaban
más. Ashcroft cuenta una historia relacionada con los directores de las
obras de un nuevo túnel bajo el Támesis, que
celebraron un banquete8 para conmemorar que estaban terminando el túnel, y
descubrieron consternados que su champán no burbujeaba cuando lo descorcharon
en el aire comprimido del
túnel. Sin embargo, cuando salieron al aire libre de la noche
de Londres, las burbujas empezaron a bullir dentro de ellos, acelerando
memorablemente el proceso digestivo.
Aparte de evitar por completo los entornos de alta
presión, sólo hay dos estrategias seguras para evitar la enfermedad del buzo. La primera es
someterse a una exposición muy breve a los cambios de presión. Por eso quienes
practican el buceo libre antes mencionado pueden descender hasta 50 metros sin
sentir ningún efecto negativo. No están abajo el tiempo suficiente para que el
nitrógeno del
organismo se disuelva en los tejidos. La otra solución es ascender en
cuidadosas etapas. Esto permite que las burbujitas de
nitrógeno se disipen de forma inocua.
Buena parte de lo que sabemos sobre supervivencia en situaciones extremas se lo
debemos a un extraordinario equipo formado por un
padre y un hijo, John Scott y J. B. S. Haldane. Los Haldane
eran muy excéntricos incluso para los criterios no demasiado rigurosos de los
intelectuales ingleses. Haldane padre nació en 1860, en el seno deuna
familia de la aristocracia escocesa (su hermano era vizconde), pero casi toda
su carrera transcurrió en una modestia relativa como profesor de fisiología en Oxford. Tenía fama de ser
muy distraído. En cierta ocasión en que su esposa le
hizo subir al dormitorio a cambiarse para asistir a una cena, no regresaba y
cuando subieron a ver lo que le pasaba descubrieron que se había puesto el
pijama, se había metido en la cama y estaba dormido. Cuando le
despertaron, explicó que se había dado cuenta de pronto de que estaba
desvistiéndose y había pensado que debía de ser porque era ya hora de
acostarse. Su idea de unas vacaciones era irse a Cornualles a
estudiar la anquiloestoma de los mineros. Aldous Huxley, el novelista nieto de
T. H. Huxley, que vivió con los Haldane un tiempo, le
parodió de forma implacable, en el personaje del científico Edward Tantamount de su
novela Contrapunto.
Lo que hizo Haldane por el submarinismo fue determinar los intervalos de
descanso necesarios para efectuar una ascensión desde las profundidades sin
contraer la enfermedad del buzo, pero sus intereses abarcaron el total de la
fisiología, desde el estudio del mal de altura de los escaladores hasta los
problemas de las crisis cardiacas en las regiones desérticas. Sintió especial
interés por los efectos de los gases tóxicos en el cuerpo humano. Para entender
mejor cómo mataban a los mineros las fugas de monóxido de carbono, se intoxicó
metódicamente, tomándose al mismo tiempo muestras de sangre y
analizándolas.Interrumpió el experimento sólo cuando estaba ya a punto de
perder el control muscular y el nivel de saturación de la sangre había llegado
al 56%… Un nivel que, como
explica Trevor Norton en Stars Beneath the Sea [Estrellas bajo el mar], su
divertida historia del
submarinismo, se hallaba sólo a unas fracciones de la muerte segura. Jack, el
Haldane hijo, conocido por la posteridad como J. B. S., fue un notable
prodigio que se interesó por el trabajo de su padre casi desde la temprana
infancia. A los tres años de edad le oyeron preguntar malhumorado a su padre:
«Pero ses oxihemoglobina o carboxihemoglobina El
joven Haldane ayudó a su progenitor durante su
juventud en sus experimentos. Siendo aún adolescente, solían probar juntos
gases y máscaras antigás, turnándose para hacerlo, con el fin de comprobar el
tiempo que tardaban en desmayarse.
Aunque J. B. S. Haldane no llegó a graduarse en ciencias (estudió lenguas
clásicas en Oxford), fue un
científico eminente por derecho propio y trabajó sobre todo para el Gobierno en
Cambridge. El biólogo Peter Medawar, que se pasó la vida entre los llamados
«olímpicos mentales», dijo de él que era «el hombre más listo que he conocido».
Huxley también parodió a Haldane hijo en su novela Antic Hay [Antiguo forraje],
pero utilizó sus ideas sobre manipulación genética de los seres humanos como
base para la trama de Un mundo feliz. Entre otros muchos logros de este Haldane, figura haber desempeñado un papel decisivo en
la fusión de los principiosdarwinianos de la evolución con la genética mendeliana,
cuyo resultado conocen los genetistas como
la Síntesis Moderna.
El joven Haldane fue tal vez el único ser humano a
quien la Primera Guerra Mundial le pareció «una experiencia muy gozosa», y
admitió sin rubor: «Gocé de la oportunidad de matar a gente». Resultó herido dos veces. Después de la guerra se convirtió
en un divulgador de la ciencia de bastante éxito y
llegó a escribir 23 libros (y 400 artículos científicos). Sus
libros aún son legibles e instructivos, aunque no siempre fáciles de encontrar.
Se convirtió además en un marxista entusiasta. Se ha
dicho, no del
todo cínicamente, que esto último no era más que puro afán de llevar la
contraria y que si hubiese nacido en la Unión Soviética habría sido un
Monárquico ferviente. Pero lo cierto es que casi todos sus
artículos aparecieron en primer lugar en el comunista Daily Worker.
Mientras los principales intereses de su padre se centraban
en los mineros y en el envenenamiento, el joven Haldane se consagró a la tarea
de salvar a submarinistas y buceadores de las consecuencias desagradables de su
trabajo. Adquirió con fondos del almirantazgo una cámara de
descompresión a la que llamó la «olla a presión». Consistía en un cilindro metálico en el que se podía encerrar a tres
pers0nas al mismo tiempo y someterlas a diversas pruebas, todas dolorosas y
casi todas peligrosas. Podía pedir a los voluntarios que se
sentaran en agua helada mientras respiraban «atmósfera aberrante» o se les
sometía arápidos cambios de presionización. En otro
experimento se sometió él mismo a una ascensión simulada peligrosamente rápida
para comprobar qué pasaba. Lo que ocurrió fue que le estallaron los
empastes de las muelas. «Casi todos los experimentos -escribe Norton- acababan
con que alguien tenía un ataque, sangraba o vomitaba
La cámara estaba prácticamente insonorizada, de manera que el único medio que
tenían sus ocupantes de indicar que se encontraban mal era golpeando de forma
insistente en las paredes o alzando notas hasta una ventanilla. En otra ocasión
en que se estaba intoxicando con elevados niveles de oxígeno, sufrió un ataque tan grave que se rompió varias vértebras. Un riesgo habitual consistía en el colapso pulmonar. También eran frecuentes las perforaciones de tímpano. Pero, como
indicaba tranquilizadoramente Haldane en uno de sus artículos: «El tímpano en
general se cura. Y si queda algún orificio, aunque uno se quede un poco sordo, siempre puede expulsar el humo del tabaco por el oído
en cuestión, lo que constituye un éxito social».
Lo extraordinario de todo esto no era que Haldane estuviese dispuesto a
someterse a tales riesgos y penalidades en la investigación científica, sino
que no tuviera problema para convencer a colegas y seres queridos de que
entrasen también en la cámara. Su esposa, lanzada a un
descenso simulado, sufrió una vez un ataque que duró trece minutos. Cuando al
fin dejó de dar saltos en el suelo, la ayudó a levantarse y la mandó a casa a
hacer la cena.Haldane utilizaba muy gustoso a cualquiera que tuviese a mano,
incluido en una ocasión memorable, un primer ministro
español, Juan Negrín. El doctor Negrín se quejó después de un
leve cosquilleo y «una curiosa sensación aterciopelada en los labios». Pero, por lo demás, parece que resultó ileso. Debió de considerarse muy afortunado. Un
experimento similar de privación de oxígeno dejó a Haldane seis años sin
sensibilidad en las nalgas y en la parte inferior de la espina dorsal.
Entre las muchas intoxicaciones que le interesaban concretamente a Haldane
figuraba la intoxicación con nitrógeno. Por razones que aún no están del
todo claras, a profundidades superiores a unos treinta metros, el nitrógeno se
convierte en un poderoso embriagante. Bajo sus efectos, sabemos que ha habido
buceadores que han ofrecido sus tubos de respiración a
los peces que pasaban a su lado o que han decidido hacer un alto para fumarse
un cigarrillo. También producía extraños cambios de humor.
Haldane cuenta que, en una prueba, el sujeto «osciló entre la
depresión y el entusiasmo, rogando en un momento que le descomprimiese porque
se sentía muy mal y echándose a reír al momento siguiente, intentando estorbar
a su colega que estaba haciendo una prueba de habilidad».
Para medir el grado de deterioro del sujeto, tenía que entrar en la
cámara un científico con el voluntario para plantearle sencillas pruebas
matemáticas. Pero, como
recordaría Haldane más tarde, a los pocos minutos «el científico solía estar
tan embriagadocomo el voluntario y muchas veces se olvidaba de poner el
cronómetro en marcha o de tomar las notas que tenía que tomar». La causa de la
embriaguez hoy sigue siendo un misterio. Se cree que tal vez se trate de lo mismo que produce la
embriaguez alcohólica, pero, como
nadie sabe con certeza qué es lo que causa eso, semejante consideración no
sirve de mucho. Lo cierto es que, si no se tiene muchísimo cuidado, es fácil
que uno tenga problemas cuando abandona el mundo de la superficie.
Lo que nos lleva de nuevo (bueno, casi) a nuestra observación anterior de que
la Tierra no es el lugar más cómodo para ser un
organismo, aunque se trate del
único lugar. De la pequeña porción de la superficie del planeta que
está lo bastante seca para poder apoyarse en ella, una cantidad
sorprendentemente grande es demasiado cálida, fría, seca, empinada o elevada
para servirnos de gran cosa. Hay que decir que eso es en
parte culpa nuestra. Los humanos somos inútiles en un
grado bastante asombroso por lo que se refiere a la adaptabilidad. Como a la mayoría de los animales, no nos gustan demasiado los lugares
muy cálidos porque sudamos mucho y es fácil que sucumbamos a una apoplejía,
somos especialmente vulnerables. En las peores circunstancias (a pie,
sin agua, en un desierto caluroso…), la mayoría
sufrirá delirios y se desmayará, posiblemente para no volver a levantarse, en
no más de siete u ocho horas. Y no estamos menos desvalidos
frente al frío. Los humanos, como todos los mamíferos, generamos
muchocalor. Pero, como
casi no tenemos pelo, no lo retenemos. Incluso con un
tiempo muy benigno, la mitad de las calorías que consumimos son para mantener
el cuerpo caliente. Por supuesto, podemos contrarrestar estas debilidades en
gran medida con ropa y cobijo, pero, aun teniendo eso en cuenta, las partes de
la Tierra en que estamos dispuestos a vivir o podemos hacerlo son, en realidad,
modestas: sólo el 12% del total de tierra firme y el 4% de toda la superficie
si incluimos los mares.
Pero si consideramos las condiciones existentes en el resto del universo conocido, lo asombroso no es que
utilicemos tan poco de nuestro planeta, sino que hayamos conseguido encontrar
un planeta del
que podamos utilizar un poco. No hay más que echar un
vistazo al propio sistema solar (o, en realidad, a la Tierra en ciertos
periodos de su historia) para darnos cuenta de que la mayoría de los sitios son
mucho más inhóspitos y menos propicios para la vida que nuestro suave, azul y
acuoso globo terráqueo.
Hasta ahora, los científicos espaciales han descubierto unos setenta planetas
fuera del sistema solar, de los 10.000 billones o así que se cree que existen
ahí fuera, así que difícilmente pueden pretender hablar los humanos con
autoridad sobre el asunto; pero parece ser que para conseguir un planeta
adecuado para la vida, tienes que tener muchísima suerte y, cuanto más avanzada
sea la vida, más suerte has de tener. Diversos observadores han
identificado unas dos docenas de ventajas particularmente afortunadas deque
hemos gozado en la Tierra, pero como
esto es un repaso rápido las reduciremos a las cuatro principales.
Un excelente emplazamiento. Estamos, en un grado casi sobrenatural, a la distancia exacta del tipo exacto de estrella, una lo suficientemente
grande para irradiar muchísima energía, pero no tan grande como para que se consuma enseguida. Es una
peculiaridad de la física que, cuanto más grande es una estrella, más rápido se
consume. Si nuestro Sol hubiese sido 10 veces mayor, se
habría consumido al cabo de 10 millones de años en vez de i1.000 millones» y
nosotros no estaríamos ahora aquí. También somos
afortunados por orbitar donde lo hacemos. Si nos
hubiésemos acercado más en nuestra órbita, todo se habría evaporado en la
Tierra. Si nos hubiésemos alejado, todo se habría
congelado.
En 1978, un astrofísico llamado Michael Hart hizo unos
cálculos y llegó a la conclusión de que la Tierra habría sido inhabitable si
hubiese estado sólo un 1% más alejada del Sol o un 5% más cerca. No es mucho. Y, de hecho, no era suficiente. Las cifras se han revisado
desde entonces y han pasado a ser un poco más generosas (un 5% más cerca y un
15% más lejos se cree que son valoraciones más exactas de nuestra zona de
habitabilidad), pero sigue siendo un margen muy exiguo (El descubrimiento de
extremófilos, en las charcas de barro hirviente de Yellowstone y de organismos
similares en otras regiones, hicieron comprender a los científicos que había en
realidad un tipo de vida que podría soportarsituaciones aún más extremas, tal
vez incluso como la existente bajo la corteza helada de Plutón. De lo que hablamos aquí es de las condiciones que produjeron
criaturas de la superficie razonablemente complejas. (N. del A.).
Para apreciar hasta qué punto es exiguo, no
tenemos más que echar un vistazo a Venus. Venus queda
40.000 millones de kilómetros más cerca del Sol que la
Tierra. El calor del Sol llega allí sólo dos minutos
antes que a nosotros. Venus es muy parecido a la Tierra en
tamaño y en composición, pero la pequeña diferencia de distancia orbital fue el
elemento decisivo en el proceso que hizo que se convirtiera en lo que se
convirtió. Al parecer Venus era poco más cálido que la Tierra durante el primer periodo del sistema solar y es probable que tuviese
mares. Pero esos pocos grados de calor extra hicieron que no
pudiese conservar agua en su superficie, con consecuencias desastrosas para el
clima. Al evaporarse el agua, los átomos de hidrógeno
escaparon al espacio y, los de oxígeno, se combinaron con el carbono para
formar una densa atmósfera gaseosa de dióxido de carbono de efecto invernadero.
Venus se volvió sofocante. Aunque la gente de mi edad
recordará la época en que los astrónomos acariciaban la esperanza de que
hubiera vida en Venus bajo sus nubes acolchadas, hasta quizás un tipo de verdor
tropical, hoy se sabe que es un entorno demasiado implacable para cualquier
género de vida que razonablemente podamos concebir. La temperatura de la
superficie es de unos calcinantes 470°C,un calor suficiente para fundir el
plomo, y la presión atmosférica en la superficie es 90 veces mayor que la de la
Tierra, más de lo que podría soportar el cuerpo humano. No disponemos de la
tecnología necesaria para hacer trajes o naves espaciales que nos permitan
visitar ese planeta. Nuestros conocimientos de la
superficie de Venus se basan en imágenes lejanas de radar y en algunos
graznidos sobresaltados de una sonda soviética, sin tripulación, que se dejó
caer entre las nubes venusianas en 1972, que funcionó durante
una hora escasa y luego se sumió para siempre en el silencio.
Así que eso es lo que pasa cuando te acercas dos
minutos luz más al Sol. Si te alejas, el problema no será el calor sino el
frío, como
atestigua frígidamente Marte. También Marte fue en tiempos un
lugar mucho más agradable, pero no pudo retener una atmósfera utilizable y se
convirtió en una desolación gélida.
Sin embargo, el simple hecho de hallarse a la distancia correcta del Sol no puede ser toda la historia porque, si así fuese,
la Luna sería un hermoso lugar cubierto de árboles, algo que claramente no es. Para eso tiene que haber algo
más.
El tipo de planeta adecuado. No creo que haya ni siquiera muchos geofísicos que cuando se les pidiese que
enumerasen las ventajas con las que cuentan incluyesen vivir en un planeta con
un interior fundido, pero es casi seguro que, sin todo ese magma girando debajo
de nosotros, no estaríamos aquí ahora. Aparte de muchas otras cosas, nuestro
animado interior creólas emanaciones de gas que ayudaron a formar una atmósfera
y nos proporcionaron el campo magnético que nos
protege de la radiación cósmica. Nos dio también la tectónica de placas, que
renueva y agita sin cesar la superficie. Si la Tierra fuese perfectamente lisa, estaría cubierta por completo de agua hasta una
profundidad de cuatro kilómetros. Podría existir vida en ese
océano solitario, pero desde luego no habría fútbol.
Además de tener un benéfico interior, tenemos también
los elementos adecuados en las proporciones correctas. Estamos
hechos de la materia apropiada, en el sentido más literal. Eso es tan
crucial para nuestro bienestar que vamos a considerarlo más ampliamente en un momento, pero tenemos que analizar antes los dos factores
restantes, empezando por uno que suele pasarse por alto.
Somos un planeta gemelo. No somos muchos quienes
consideramos normalmente la Luna un planeta
acompañante, aunque sea eso lo que es en realidad. Casi todas las lunas son
pequeñas comparadas con sus respectivos planetas. Fobo y Deimo, por ejemplo,
sólo tienen unos diez kilómetros de diámetro. Sin embargo, nuestra Luna tiene
más de un cuarto del diámetro de la Tierra, lo que convierte
a ésta en el único planeta de nuestro sistema solar con una luna de tamaño
apreciable en comparación consigo misma, salvo Plutón, que en realidad no
cuenta porque es muy pequeño… y tqué diferencia supone para nosotros!
Sin la influencia estabilizadora de la Luna, la Tierra se bambolearía como una
peonza al perderimpulso, con quién sabe qué consecuencias para el clima y la
meteorología. El influjo gravitatorio estabilizador de la Luna hace que la
Tierra gire a la velocidad justa y en el ángulo justo para aportar el tipo de
estabilidad necesario para un largo desarrollo con
éxito de la vida. Eso no perdurará siempre. La Luna se
está librando de nuestras garras a un ritmo de cuatro
centímetros por año. En otros 2.000 millones de años se habrá
alejado tanto que no nos mantendrá equilibrados y tendremos que encontrar
alguna otra solución. Pero, mientras tanto, deberías considerarla mucho
más que un simple rasgo agradable del cielo nocturno.
Los astrónomos pensaron durante mucho tiempo que o
bien la Luna y la Tierra se habían formado juntas, o bien la Tierra había
capturado a la Luna cuando pasaba cerca. Hoy creemos, como recordarás de un
capítulo anterior, que hace unos 4.400 millones de años un objeto del tamaño de
Marte impactó en la Tierra haciendo estallar y desprenderse material suficiente
para que se creara a partir de él la Luna. Fue para nosotros una cosa
magnífica… sobre todo por haber sucedido hace
tantísimo. Es evidente que no estaríamos tan contentos si hubiese sucedido en
1986 o el miércoles pasado. Y eso nos lleva a la cuarta
consideración, que es en varios sentidos la más importante.
El cronometraje. El universo es un
lugar asombrosamente voluble y lleno de acontecimientos. Y nuestra existencia
en él es un milagro. Si no se hubiese producido una
larga serie de acontecimientosinconcebiblemente compleja, que se remonta a unos
4.400 millones de años atrás, de un modo determinado y en momentos determinados
(si, por atenernos sólo a un ejemplo evidente, los dinosaurios no hubiesen sido
aniquilados por un meteorito en el momento en que lo fueron), tú podrías muy
bien ser unos cuantos centímetros más alto, tener rabo y bigotes como los de
los gatos y estar leyendo esto en una madriguera.
Aunque no lo sepamos con seguridad, porque no tenemos nada con lo que podamos
comparar nuestra existencia, parece evidente que, para desembocar en una
sociedad moderadamente avanzada y pensante, tienes que figurar en el extremo
adecuado de una cadena muy larga de acontecimientos que entrañan periodos
razonables de estabilidad, intercalados exactamente con la cantidad justa de
tensiones y de retos (las glaciaciones parecen ser especialmente auxiliadoras a
este respecto) y caracterizados por la ausencia absoluta de un verdadero
cataclismo. Como veremos en las páginas que nos quedan, somos muy afortunados por
hallarnos en esa situación.
Y tras dicha nota aclaratoria, volvamos ya brevemente a los elementos que nos
compusieron
Hay 92 elementos que aparecen de forma natural en la Tierra, más unos 20
suplementarios que han sido creados en el laboratorio; pero podemos dejar
algunos de estos a un lado, tal como
suelen hacer, en realidad, los químicos. Hay bastantes sustancias químicas
terrenas muy poco conocidas. El astato, por ejemplo, apenas
se ha estudiado. Tiene un nombre y un lugaren
la Tabla Periódica (en la puerta contigua del polonio de Marie Curie), pero casi nada
más. No se trata de indiferencia científica, sino de rareza. No hay
sencillamente mucho astato por ahí. El elemento más esquivo parece ser, sin
embargo, el francio, que es tan raro que se cree que
en todo nuestro planeta puede haber, en cualquier momento dado, menos de 20
átomos de él. Sólo unos 30 de los elementos que aparecen de
forma natural están ampliamente extendidos por la Tierra y apenas media docena
son fundamentales para la vida.
El oxígeno es, como
cabría esperar, el elemento más abundante, constituyendo algo menos del cincuenta por ciento
de
la corteza terrestre, pero tras eso, la abundancia relativa suele ser
sorprendente. sQuién pensaría, por ejemplo, que el silicio es
el segundo elemento más común de la Tierra, o que el titanio es el décimo?
La abundancia tiene poco que ver con la familiaridad o la utilidad que tenga
para nosotros. Muchos de los elementos más oscuros son en
realidad más comunes que los más conocidos. En la Tierra hay más cerio
que cobre, más neodimio y lantano que cobalto o nitrógeno. El estaño consigue a
duras penas figurar entre los primeros 50, eclipsado
por relativos desconocidos como
el praseodimio, el samario, el gadolimio y el disprosio.
La abundancia tiene también poco que ver con la facilidad para la detección. El
aluminio ocupa el cuarto lugar entre los elementos más comunes de la Tierra,
constituyendo casi la décima parte de todo lo que hay bajo tuspies, pero su
existencia no llegó ni a sospecharse hasta que lo
descubrió Humphrey Davy en el siglo XIX, y fue considerado después raro y
precioso durante mucho tiempo. El Congreso estadounidense estuvo a punto de
colocar un forro relumbrante de aluminio sobre el
monumento a Washington
para demostrar en que próspera y distinguida nación nos habíamos convertido. Y la familia imperial francesa prescindió en la misma época de la
cubertería de plata oficial y la sustituyó por una de aluminio. El aluminio estaba en la vanguardia de la moda, aunque los
cuchillos de aluminio no cortasen.
La abundancia tampoco está relacionada con la importancia. El
carbono ocupa el decimoquinto lugar entre los elementos más comunes y
constituye el modestísimo 0,048% de la corteza terrestre; pero sin él
estaríamos perdidos. Lo que sitúa al átomo de carbono en una posición
especial es que es desvergonzadamente promiscuo. Se trata del juerguista del
mundo atómico, que se une a muchos otros átomos (incluidos los propios) y
mantiene una unión firme, formando hileras de conga moleculares de desbordante
robustez…, precisamente el truco necesario para construir proteínas y ADN. Como ha escrito Paul Davies: «Si no fuese por el carbono,
la vida tal como
la conocemos sería imposible. Puede que cualquier tipo de
vida». Sin embargo, el carbono no es, ni mucho
menos, tan abundante ni siquiera en nosotros, que dependemos vitalmente de él.
De cada 200 átomos de nuestro organismo, 126 son de hidrógeno, 51 de oxígeno y
sólo 19 decarbono (De los cuatro restantes, tres son de nitrógeno, y el otro
átomo se divide entre todos los demás elementos. (N. del
A.). Hay otros elementos decisivos no para crear la vida sino
para mantenerla. Necesitamos hierro para fabricar
hemoglobina, sin la cual moriríamos. El cobalto es
necesario para la formación de vitamina B. El potasio y una pizca de sodio son
literalmente buenos para los nervios. El molibdeno, el
manganeso y el vanadio ayudan a mantener las enzimas ronroneando. El
zinc (bendito sea) oxida el alcohol.
Hemos evolucionado para utilizar o tolerar estas cosas
(difícilmente estaríamos aquí si no). Pero vivimos en
reducidos márgenes de aceptación. El selenio es vital para los seres
humanos, pero, si nos excedemos sólo un poquito en la
cantidad, será lo último que hagamos. El grado en que los
organismos necesitan o toleran determinados elementos es una reliquia de su
evolución. El ganado ovino y vacuno pasta hoy junto,
pero tienen en realidad necesidades muy distintas por lo que se refiere a los
minerales. El ganado vacuno moderno necesita muchísimo
cobre porque evolucionó en zonas de Europa y de África donde era abundante.
El ganado ovino evolucionó, por su parte, en zonas de Asia
Menor pobres en cobre. Nuestra tolerancia a los elementos es, por norma, y no tiene nada de extraño, directamente proporcional
a su abundancia en la corteza terrestre. Hemos evolucionado
para esperar, y en algunos casos realmente necesitar, las pequeñas cantidades
de elementos raros que seacumulan en la carne o la fibra que ingerimos. Pero, si elevamos las dosis, en algunos casos en una cuantía
mínima, podemos cruzar muy pronto el umbral. Buena
parte de esto se conoce bastante mal. Nadie sabe, por
ejemplo, si una pequeña cantidad de arsénico es necesaria para nuestro
bienestar o no. Algunas autoridades en la materia
dicen que sí. Otras que no. Lo único cierto es
que si tomamos demasiado nos matará.
Las propiedades de los elementos pueden resultar más curiosas
aún cuando se combinan. El oxígeno y el hidrógeno, por
ejemplo, son dos de los elementos más amigos de la combustión que existen.
Pero si los unimos, forman agua, que es incombustible, (El
oxígeno no es combustible en sí, solamente facilita la combustión de otras
cosas. Y menos mal porque, si fuese combustible, cada
vez que encendiésemos una cerilla estallaría en llamas el aire que nos rodea.
El hidrógeno, por otra parte, es sumamente combustible, como demostró el
dirigible Hindenburg el 6 de mayo de 1937 en Lakehurst (Nueva Jersey), cuando
se incendió de repente el hidrógeno que utilizaba como combustible y murieron a
consecuencia de ello treinta y seis personas. (N. del
A.). Incluso son más extraños combinados el sodio, uno de los
elementos más inestables, y el cloro, uno de los más tóxicos. Si dejas
caer un poco de sodio puro en agua normal, explotará
con la fuerza suficiente para matarte. El cloro es todavía
más peligroso. Aunque útil en pequeñas concentraciones
para matar microorganismos -es cloro lo que olemos enla lejía-, en cantidades
mayores resulta mortal. Fue el elemento preferido para muchos de los
gases venenosos de la Primera Guerra Mundial. Y, como más de un
nadador con los ojos irritados atestiguará, el organismo humano no lo acepta de
buen grado ni siquiera en forma muy diluida. Pero pon juntos
esos dos elementos desagradables y, squé es lo que tienes? Cloruro sódico…, es decir, sal común.
En términos generales, si un elemento no halla el
medio natural de incorporarse a nuestros sistemas (si no es soluble en agua,
por ejemplo), tendemos a no tolerarlo. El plomo nos intoxica porque, hasta que
empezamos a utilizarlo en envases, recipientes y
tuberías de instalaciones sanitarias, no habíamos estado nunca expuestos a él.
(Por cierto, que el símbolo del
plomo es Pb, del
latín plumbum.) Los romanos también sazonaban el vino
con plomo, lo que quizá sea el motivo de que no sean ya la potencia que eran. Como hemos visto en otra parte, nuestra resistencia al plomo
-por no mencionar el mercurio, el cadmio y demás contaminantes industriales con
que nos dosificamos habitualmente-no nos deja mucho margen para el optimismo.
Cuando los elementos no aparecen de forma natural, no hemos adquirido en el
proceso evolutivo tolerancia a ellos, por lo que suelen ser sumamente tóxicos
para nuestro organismo, como
en el caso del
plutonio. Nuestra tolerancia al plutonio es cero: no existe ningún nivel al que
no haga que quieras tumbarte.
Hemos hecho un largo camino con el fin de exponer lo
siguiente: quela Tierra parezca tan prodigiosamente acogedora se debe en gran
parte a que evolucionamos para ir adaptándonos a sus condiciones. De lo que nos
maravillamos no es de que sea adecuada para la vida, sino de que sea adecuada
para nuestra vida… Y no es muy sorprendente, en realidad.
Puede que muchas cosas que la hacen tan espléndida para nosotros (un Sol bien proporcionado, una Luna que la adora, un carbono
sociable, una cantidad adecuada de magma fundido y todo lo demás) nos parezcan
espléndidas sólo porque nacimos para contar con ellas. Nadie
puede saberlo exactamente.
Otros mundos pueden tener seres que agradezcan sus lagos plateados de
mercurio y sus nubes errantes de amonio. Que estén encantados
porque su planeta, en vez de zarandearlos bobamente con sus chirriantes placas
y vomitar sucios pegotes de lava que ensucian el paisaje, se mantenga en una
tranquilidad no tectónica permanente. A los visitantes que lleguen a la
Tierra de lejos, les parecerá curioso, casi con toda seguridad, que vivamos en
una atmósfera compuesta de nitrógeno, un gas hoscamente reacio a combinarse con
lo que sea, y de oxígeno, tan partidario de la combustión que tenemos que tener
parques de bomberos en todas las ciudades para protegernos de sus efectos
especiales más tempestuosos. Pero incluso en el caso de que
nuestros visitantes fuesen bípedos, respirasen oxígeno, tuviesen supermercados
y les gustasen las películas de acción, es improbable que la Tierra les
pareciese ideal. Ni siquiera podríamos ofrecerlesalimentos, porque todos
contienen rastros de manganeso, selenio, zinc y otras partículas elementales,
algunas de las cuales serían venenosas para ellos. La Tierra quizá no les
pareciese un lugar tan maravilloso y agradable.
El físico Richard Feynman solía bromear sobre las
conclusiones a posteriori, lo de remontarse a partir de hechos conocidos hasta
sus posibles causas. «Sabes, anoche me pasó una cosa
asombrosa - decía-. Vi un coche que tenía la
placa de licencia ARW 357. sTe imaginas? De todos los
millones de placas de licencia que hay en el estado, squé posibilidades había
de que yo viese una noche ésa en concreto? tEs asombroso
Lo que quería decir era, claro, que es fácil hacer que cualquier situación
intrascendente parezca extraordinaria si la tratamos como algo profético.
Así que es posible que los acontecimientos y las condiciones que condujeron a
la aparición de vida en la Tierra no sean tan
extraordinarios como
nos gusta pensar. Aunque, de todos modos, fueron bastante
extraordinarios. Y hay algo seguro: tendremos que arreglárnoslas con
ellos hasta que encontremos algo mejor.